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a n á l i s i s 40 40 Directivos Construcción Marzo 2011 La economía española : un análisis Dafo (II) En el número anterior, detallé las principales debilidades actuales de la economía española. En el presente, reflexiono sobre las amenazas más importantes a las que se enfrenta. Finalmente, en el próximo, expondré las fortalezas que posee y las oportunidades que debería aprovechar para completar en los próximos años una verdadera transformación económica. Por Gonzalo Bernardos. Vicerrector de Economía de la Universidad de Barcelona y Director del Master en Asesoría y Consultoría Inmobiliaria de la UB
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La economía española: un análisis Dafo (II)

En el número anterior, detallé las principales debilidades actuales de la economía española. En el presente, reflexiono sobre las amenazas más importantes a las que se enfrenta. Finalmente, en el próximo, expondré las fortalezas que posee y las oportunidades que debería aprovechar para completar en los próximos años una verdadera transformación económica.

Por Gonzalo Bernardos. Vicerrector de Economía de la Universidad de Barcelona y Director del Master en Asesoría y Consultoría Inmobiliaria de la UB

AMEnAzAs

a) La implantación de un inapropiado nuevo modelo de crecimiento eco-nómico. Desde el lado de la oferta, cualquier incremento del PIB viene generado por dos factores: la creación de empleo y/o el aumento de la pro-ductividad de los trabajadores. En base a ellos, los economistas plantean dos principales modelos, aunque ni mucho únicos, de crecimiento económico. Uno está basado primordialmente en el desarrollo de actividades que utilizan intensivamente el factor trabajo; el otro, sustentado en gran parte en el impulso de industrias y servicios capaces de generar un elevado valor añadido por trabajador. El primero fue establecido en España durante el período 1994 – 2007; el segundo es el que numerosos políticos y analistas económicos preten-den que se adopte en la actualidad en nuestro país.

En los países avanzados, es muy difícil conseguir a la vez una gran creación de empleo y un elevado incremento de la productividad de los trabajado-res, dado que generalmente en las empresas en que aumenta en gran medida la primera variable, lo hace poco o nada la segunda, y viceversa. Probablemente, una de las escasas excepciones históricas a la anterior regla la constituya Estados Unidos en la etapa 1995 – 2000, un período en el que el gran desarrollo de las TICs permitió la consecución de ambos objetivos.

En el caso de España, dos recientes ejemplos corroboran la anterior regla. En el año 2006, en plena expansión económica, la ocupación aumentó un

3,3%, mientras que la productividad sólo lo hizo un 0,7%. En cambio, en el ejercicio de 2009, en el epicentro de la recesión, la primera variable disminuyó un 6,6%, subiendo la segun-da un 3,1%. En el segundo ejemplo, el incremento de la productividad no puede considerarse completamente una buena noticia, ya que fue principal-mente consecuencia del despido de un gran número de trabajadores y no de una mejor utilización de los recursos productivos existentes.

Dado el anterior razonamiento, me parece un error, además de imposible, la pretensión de conseguir en España una rápida sustitución del primer por el segundo modelo de crecimiento. Constituye una equivocación porque la elevada tasa de paro advertida (en el tercer trimestre de 2010, un 19,79% de la población activa) es en la actuali-dad el principal problema económico, y probablemente también social, de nuestro país. En todos los barómetros realizados por el CIS durante los dos últimos años, los ciudadanos así lo declaran. En concreto, en el efectuado en noviembre de 2010, lo dejan muy claro en su respuesta a la pregunta: ¿cuáles cree que son los tres princi-pales problemas de España? Así, un

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f i c h a t é c n i c a

Título: La economía española: un análisis DAFO (II)

Autor: Gonzalo Bernardos. Vicerrector de Economía de la Universidad de Barcelona y Director del Master en Asesoría y Consultoría Inmobiliaria de la UB

Fuente: Directivos Construcción, nº 242. Pág. 40 Marzo 2011

Descriptores: Macroeconomía / Análisis DAFO / Efectos económicos / Inmobiliario

Resumen: El autor continúa estudiando las oportuni-dades y debilidades de la economía española en este segundo capítulo de análisis DAFO, en el que señala tres amenazas concretas: a) la implantación de un inapro-piado nuevo modelo de crecimiento económico; b) una estrategia equivocada de innovación; c) un posible rescate económico.

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79,4% considera al paro como uno de ellos, un 47,8% se decanta por los de índole económica y un 18,1% incluye a la clase política.

Además, la generación de una gran creación de ocupación constituye la manera más fácil y rápida de reactivar el crecimiento económico de un país, dada la considerable influencia que un elevado aumento del volumen de empleo tiene sobre el incremento del gasto de las familias y el PIB. Un resul-tado que ni directa ni indirectamente pueden proporcionar la mayoría de industrias de elevado valor añadido por trabajador, tales como las ener-gías renovables, la biotecnología, las telecomunicaciones o la aeronáutica. Todas ellas consideradas por el gobier-no actual como los sectores “estrella” de un espléndido próximo futuro de la economía española. En el corto plazo, su papel podría ser relevante, si el nivel de ocupación fuera cercano al pleno

empleo, pero de ninguna manera su impulso debería ser una prioridad si, tal y como sucede en la actualidad, aquél supera escasamente el 80% de la población activa.

Por otra parte, la consecución de forma rápida y exitosa del cambio de modelo propuesto me parece una verdadera utopía. La principal dificultad estriba en que la formación y cualificación de que disponen la mayoría de personas que han perdido su puesto de trabajo durante los tres últimos años no es adecuada para trabajar en las indica-das industrias. Así, es indudable que alguien que es hoy albañil, mañana, de forma súbita, no puede convertirse en un biotecnólogo o en un ingeniero de telecomunicaciones. Aunque algu-nos lo piensen, las varitas mágicas no funcionan en Economía.

De forma intencionada, el modelo basado en el impulso de actividades

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La elevada tasa de paro es el principal problema económico, y probablemente también social, de nuestro país

intensivas en utilización del factor tra-bajo se implantó en España en 1994. Constituía una adecuada respuesta al desempleo existente en dicho ejercicio (un 24,1%) . Tuvo un gran éxito, ya que en un plazo de únicamente siete años permitió reducir la tasa de paro en un 13,6%. Sin embargo, su excesiva pro-longación en el tiempo (hasta 2007) ha perjudicado de forma notoria a la economía española, ya que de manera indirecta ha contribuido decisivamente a alargar el período de crisis econó-mica y a hacer más difícil la salida de la misma. Su transformación debía haberse iniciado durante el año 2001, un ejercicio donde el porcentaje de desempleados era del 10,5% y en el que una considerable proporción de los mismos era en mayor medida con-secuencia del insuficiente acoplamiento entre oferta y demanda de trabajo que de la inexistencia de oportunidades de empleo en el mercado laboral.

En el futuro, a corto plazo, la políti-ca económica desarrollada debería centrarse en impulsar sectores con gran capacidad de generar empleo y brillantes perspectivas (por ejemplo, la industria turística, agroalimentaria, cultural y de los servicios cotidianos),

recuperar una parte de la ocupación perdida en la industria automovilística y de la construcción (es muy difícil que España vaya bien si estos dos sectores van mal) e impulsar una estrategia de innovación coherente y adecuada al tejido empresarial nacional. A medio y largo plazo, debería proceder a reformar en profundidad el sistema educativo, especialmente la enseñanza secundaria y la formación profesional. El principal objetivo sería proporcionar a los ciudadanos una superior cuali-ficación y una mayor capacidad de

adaptación a diferentes puestos de trabajo con la finalidad de incrementar su productividad.

No obstante, podría ser incluso más importante que acertar con los sectores a impulsar a corto plazo, la creación de un marco legislativo, económico y tributario que ayudara a mantener las empresas ya existentes, fomentara la creación de nuevas, facilitara la conversión de empleados en empresa-rios y atrajera la inversión del capital extranjero. Para ser competitivo inter-nacionalmente, un país no necesita ser líder en ningún sector industrial o de servicios, sino simplemente disponer de un elevado número de empresas que ostenten una privilegiada posición en algunos segmentos de mercado. Además, tampoco es necesario que posea grandes multinacionales, ya que el tamaño no es una variable que influ-ya decisivamente en la competitividad ni en la rentabilidad de las compañías.

b) Una estrategia equivocada de inno-vación. En el largo plazo, el aumento del nivel de vida de los ciudadanos de un país equivale en gran medida al crecimiento observado en su producti-vidad. Éste principalmente proviene de

dos vías: un aumento de la mecaniza-ción y una mayor innovación empresa-rial. El primer camino es relativamente fácil de ejecutar, si las compañías de los sectores implicados tienen una adecuada organización y los procesos de producción están altamente estan-darizados. En cambio, el segundo es notoriamente más difícil, pues, para tener un significativo impacto sobre el PIB, los nuevos productos, procesos o servicios han de ser aceptados por el mercado y convertirse en empresarial-mente rentables. Por ejemplo, el avión

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En los países avanzados, es muy difícil conseguir a la vez una gran creación de empleo y un elevado incremento

de la productividad de los trabajadores

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supersónico (Concorde), aunque supu-so un importante avance tecnológico, fue comercialmente un fracaso.

En el Tercer Mundo, el aumento de la mecanización constituye la principal vía de incremento de la productividad. El motivo es que, en las actividades industriales maduras, unos reducidos costes laborales suponen una condi-ción esencial para hacer competitivos los productos fabricados. Implica el traslado de una significativa parte de la población desde el sector agrícola al industrial, tal y como ha sucedido, entre otras naciones, en China y en India durante los últimos años. Supone un plus de crecimiento económico para los países en vías de desarrollado, ya que su nivel de mecanización es sustancialmente inferior al existente en los desarrollados. Debido a este último factor, en numerosas ocasiones los analistas califican de forma diferente un idéntico aumento del PIB en térmi-nos porcentuales observado en ambos

grupos de países. Así, por ejemplo, un incremento de la producción del 4% en una nación desarrollada es generalmente descrito como un gran éxito; en cambio, en un país en vías de desarrollo de forma frecuente es considerado como un satisfactorio nivel de crecimiento económico.

En el Primer Mundo, la constante inno-vación de las empresas es la clave para retener o crear ventajas competitivas, pagar elevados y crecientes salarios y evitar un aumento de la deslocalización de las actividades industriales o de ser-vicios. La consecución de los indicados objetivos puede efectuarse mediante un gran aumento de la inversión en tec-nología, pero ni mucho menos ésta es la única posibilidad. En primer lugar,

debido a que la anterior es sólo una de las múltiples tipologías de innova-ción posible. Además de ella, existen otras, tales como la organizativa, la comercial, la financiera, etc. Así, por ejemplo, Doblin, una empresa especia-lizada en estrategias de innovación, señala diez diferentes tipos. En segun-do lugar, a diferencia de la creencia popular, porque cualquier mejora tec-nológica no es automáticamente una innovación. Para ser considerada como tal, debe tener éxito entre las empresas y/o los consumidores, sino es simple-mente un logro académico o científico.

En relación a las demás, la innovación tecnológica tiene una gran ventaja y dos principales inconvenientes. Su primordial virtud radica en que suele proporcionar a las empresas que la han conseguido un elevado incremento de sus beneficios durante un relativa-mente prolongado período de tiempo, especialmente si la combinan con otras tipologías de innovación. Un ejemplo

de ello es Apple, una compañía que ha utilizado las novedades tecnológicas como su estandarte y que las ha sabido combinar de forma adecuada con las innovaciones de carácter estratégico y de modelo de negocio. Dicha combina-ción ha llevado a Apple a conseguir, el 31 de diciembre de 2010, la segunda mayor capitalización bursátil del índice Standard and Poor’s 500, situándose únicamente por detrás de Exxon.

Los inconvenientes más importantes pro-vienen de la necesidad de una gran inversión de capital y del comparati-vamente elevado riesgo incurrido por las empresas que la efectúan. Las innovaciones tecnológicas comportan prácticamente siempre un considera-ble dispendio previo, un aspecto que

No debemos descartar la posibilidad de que España sea vea obligada a solicitar su rescate por parte de la UE y el FMI

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limita en gran medida su realización por parte de pequeñas y medianas empresas y hace que aquéllas sean casi siempre generadas por grandes corporaciones o por la Administración Pública. Su coste suele ser conside-rablemente superior al incurrido en el resto de innovaciones, tales como la comercial (por ejemplo, la destinada a la mejora de la imagen de marca) o de servicio (por ejemplo, el diseño de una mejor atención al cliente). Por otra parte, el porcentaje de éxito obte-nido en los proyectos de innovación tecnológica generalmente es inferior al conseguido en la mayoría de las otras tipologías de innovación.

Desde mi perspectiva, una visión con-junta de los anteriores pros y contras permite calificar como una opción alta-

mente arriesgada cualquier estrategia de innovación excesivamente orientada hacia la tecnología, exactamente la que parece que ha escogido el gobier-no de España. Prácticamente equivale a jugar a todo o nada, pudiendo alcan-zar un magnífico o pésimo resultado. A diferencia de algunas otras tipologías, en la tecnológica, una mayor inversión no aumenta en gran medida la pro-babilidad de éxito de los proyectos iniciados.

En la actualidad, en materia de innova-ción, creo que las autoridades econó-micas españolas están cometiendo tres considerables errores: estiman que la mejor es siempre la de carácter tecnoló-gico, asumen que el escaso tamaño de la mayoría de las empresas les impide realizar casi cualquier tipo de innova-

Un ejemplo de mala gestión sería Irlanda, que usó los fondos obtenidos en el extranjero para financiar la burbuja inmobiliaria

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ción e infravaloran el impacto sobre el crecimiento económico que generaría su realización en sectores intensivos en factor trabajo con una importante participación en el PIB, tales como la industria turística y de la construcción.

La combinación de los dos primeros ha llevado, bajo el impulso directo o indirecto de la Administración, a la creación de numerosos parques tecnológicos, existiendo uno de ellos en casi cualquier pequeña ciudad. Debido a ello, un concepto creado en 1951 en California ha pasado a ser considerado en España en el siglo XXI como un ejemplo de modernidad y desarrollo. La mayoría están semivacíos o llenos de empresas subvencionadas que pagan alquilares incapaces de cubrir los gastos de estructura del par-que. A pesar de ello, son popularmente presentados como un ejemplo de éxito.

Según mi parecer, es imprescindible realizar un gran cambio en la estrate-gia desarrollada hasta el momento en materia de innovación. Ésta debería dejar de ser dirigida por políticos o académicos que priorizan los aspectos científicos a los económicos, abrirse en mayor medida a campos distintos del puramente tecnológico, incidir princi-palmente en las pequeñas y medianas empresas y no dejar de lado a sectores con una elevada ponderación en el PIB, aunque la consideración de éstos sea la de industrias maduras. Es esen-cial acertar, ya que está en juego el futuro nivel de vida de los ciudadanos del país.

c) Un posible rescate económico. En las últimas décadas, los receptores de los rescates eran exclusivamente naciones en vías de desarrollo. El mecanismo que los generaba era casi siempre idéntico: una errónea política económi-ca creaba desconfianza en los merca-dos financieros e impedía la obtención de capital privado extranjero.

Generalmente, la combinación de una elevada deuda externa y un escaso crecimiento económico llevaba a los

inversores internacionales a tener serias dudas sobre la futura solvencia del país. La incertidumbre aumentaba el riesgo de invertir en su deuda pública y provocaba un gran incremento en cualquier plazo de su tipo de interés. En un determinado momento, éste era tan elevado que hacía sumamente difí-cil la devolución de la deuda, negando casi cualquier inversor privado nueva financiación a la nación. En dicha coyuntura, el país tenía dos opciones: aceptar el rescate del FMI o declararse en quiebra.

La primera posibilidad le permitía seguir pagando a sus acreedores, ya que el rescate consistía en la concesión de un préstamo a un tipo de interés inferior al de mercado. No obstante, su aceptación impli-caba el compromiso de efectuar un gran cambio en la política económica desarrollada hasta la fecha. Éste nor-malmente implicaba la devaluación de la moneda nacional, la realización de grandes reformas estructurales y un importante ajuste económico. Además de otras medidas impopulares, el FMI generalmente obligaba al país a reducir el gasto social e incrementar los impuestos. La nueva política eco-nómica esencialmente pretendía que el país dejara de vivir por encima de sus posibilidades y adoptara un modelo de crecimiento adecuado y sostenible en el medio y largo plazo.

Los gobiernos prácticamente siempre han preferido el rescate a la quiebra, debido a que el impago de la deuda soberana suele generar al país pro-blemas mucho más importantes que el cumplimiento de las condiciones impuestas por el FMI. La quiebra de una nación normalmente provoca la aparición de una elevada inflación, un gran incremento del paro, la pérdida prácticamente total de credibilidad de la moneda nacional y la desaparición de la inversión extranjera. Es decir, normalmente conduce al país a una gran crisis económica. Así sucedió en Argentina en 2002. Un ejercicio en el que PIB disminuyó un 10,9%, un año

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después de que el gobierno declarara el impago de su deuda.

La actual crisis económica y financiera ha alterado la tradición y provocado que algunos países desarrollados tuvie-ran la necesidad de ser rescatados. En el ejercicio de 2010, éste ha sido el caso de Grecia e Irlanda, dos nacio-nes pertenecientes al selecto club de la Unión Monetaria Europea (UME). El importe del préstamo concedido al pri-mer país, conjuntamente por la UE y el FMI, ascendió a 110.000 millones de euros; al segundo, a 85.000 millones. En ambos, la necesidad del rescate se produjo cuando el tipo de interés de los bonos del Estado a 10 años se situó alrededor del 9%, un dato que provocó en los inversores financieros internacio-nales una considerable incertidumbre respecto a su capacidad para devolver la deuda contraída y pagar los corres-pondientes intereses.

El rescate de Grecia e Italia responde a dos principales tipos de causas: externas e internas. Entre las primeras destacan las nuevas prioridades de Alemania, la presión ejercida por los mercados financieros y la relativa pasi-vidad del BCE. Entre las segundas, la realización de una errónea política económica durante la etapa de bonan-za y una mala gestión de la crisis.

En el segundo semestre de 2009, el gobierno alemán cambió su criterio respecto a la conveniencia de impul-sar políticas basadas en un elevado gasto público. A diferencia del reciente pasado, así como en la actualidad de Estados Unidos, ahora considera que aquéllas no constituyen ninguna solución, ni tan siquiera de carácter transitorio, para conseguir una mejor y más rápida salida de la crisis. El

ajuste económico y la austeridad son el camino a seguir; por el contrario, un gran déficit presupuestario constituye un importante problema económico.

La exposición pública de forma conti-nuada de su nueva posición ha gene-rado periódicamente en los mercados financieros una negativa expectativa: en un próximo futuro, algunos países abandonaran voluntariamente el euro o serán expulsados de la UME. Los candidatos presentarían todas o algu-nas de las siguientes características: un insuficiente ajuste económico, un sector bancario notoriamente sobredi-mensionado, un elevado déficit público en relación al PIB, una gran deuda externa y un considerable déficit en su balanza por cuenta corriente y de capitales. Esta expectativa, junto con la histórica preferencia de los inverso-res internacionales por las políticas de austeridad en relación a las de impulso

del gasto público, ha incentivado los ataques especulativos contra la deuda pública de diversas naciones (la mayo-ría enclavadas en el sur de Europa). Dichos ataques han dado lugar a una elevada caída del precio de sus bonos a 10 años, generado grandes subidas en el tipo de interés a largo plazo y, en el caso de Grecia e Irlanda, provocado su rescate por parte de la UE y el FMI.

Probablemente, ambos rescates se hubieran podido evitar si Alemania no hubiera efectuado un cambio tan radi-cal de criterio, o si éste no lo hubiera explicitado de forma tan elocuente y repetida. También si el BCE hubiera procedido a comprar de forma masiva títulos públicos de ambos países, antes de que su solvencia fuera seriamente cuestionada, y garantizado su apoyo durante un significativo período de tiem-

El rescate probablemente comportaría el aumento de los tipos de numerosos impuestos,

la disminución del gasto social, despidos…

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po. Una vez analizado el proceso en su totalidad, tengo la impresión de que ambos rescates han sido parcialmente provocados por Alemania y el BCE para generar en los dos países seña-lados, así como en otras naciones que necesitan de una comparativamente elevada financiación extranjera (como, por ejemplo, España y Portugal), un gran y rápido ajuste económico, ade-más de la realización de profundas reformas estructurales. Dos temas que probablemente se hubieran diferido de forma considerable en el tiempo, o no se hubieran llegado seriamente a plantear, si dichos rescates no hubieran tenido lugar.

Las economías de Grecia e Irlanda presentan una importante característica común y sustanciales diferencias. En la etapa de bonanza, ambos países vivie-ron por encima de sus posibilidades y se endeudaron en gran medida con el

extranjero. En la primera nación princi-palmente lo hizo el sector público; en la segunda, las familias y las empresas, ya sea de forma directa o a través de sus entidades financieras. Los fondos obtenidos por Grecia primordialmente fueron utilizados para financiar un sec-tor público sobredimensionado cuyas actuaciones estaban en mayor medida basadas en criterios populistas que de eficiencia (es el país de la zona euro con mayor fraude fiscal estimado). Por el contrario, Irlanda los usó esen-cialmente para financiar la burbuja inmobiliaria.

Desde una perspectiva interna, los motivos que condujeron al rescate de Grecia en mayo de 2010 fueron prin-cipalmente la escasa credibilidad inter-nacional de sus diferentes gobiernos, una reducida liquidez y una dudosa solvencia. El primer factor era en gran medida consecuencia de la reiterada

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ocultación de su verdadero volumen de déficit público. En el año 2000, el gobierno falseó su importe para poder entrar en la UME al año siguiente y, además de en otros ejercicios, lo volvió a hacer en el de 2009. En dicho año, una inicial estimación del 3,7% del PIB se convirtió finalmente en un 15,4%.

Los problemas de liquidez tenían como causa esencial una gran concentración en el tiempo de la renovación de su deuda soberana. Así, entre abril y mayo de 2010, vencían casi la mitad de los bonos del Estado en circulación. Las dudas sobre su futura solvencia

venían principalmente de la elevada proporción de su deuda pública en relación al PIB (126,8%). En el ejer-cicio de 2009, era el país de la UE con un mayor porcentaje. Además, a diferencia de Italia (el segundo país en la clasificación), su relativamente escaso ahorro nacional hacía que la

adquisición de su deuda por el mer-cado dependiese en gran medida de la llegada de capitales extranjeros. Un aspecto que añadía incertidumbre a su futura financiación e incrementaba las dudas sobre si próximamente sería necesario proceder a refinanciarla. Si

Un rescate económico podría poner en peligro el proceso de integración monetaria efectuado en Europa durante las últimas décadas

Es imprescindible realizar un gran cambio en la estrategia desarrollada hasta el momento

en materia de innovación

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así sucediera, muy probablemente sus acreedores incurrirían en cuantiosas pérdidas.

En el caso de Irlanda, la necesidad del rescate se derivaba de la recapi-talización que el Estado ha tenido que realizar, con la finalidad de evitar su quiebra, de los principales bancos del país. La inyección de capital público ha supuesto incrementar el déficit presu-puestario en aproximadamente un 20% del PIB y situarlo previsiblemente, a finales de 2010, en un 32% (en 2009 fue del 14,4%). Esta elevada necesi-dad de capital por parte del sector ban-cario tiene como base el estallido de la burbuja inmobiliaria y la total garantía ofrecida por el gobierno a cualquier acreedor de las entidades financieras irlandesas. El primer factor ha provo-cado una disminución del activo y el

segundo ha impedido que el pasivo lo haga en una significativa magnitud. A diferencia de otros países, el gobierno irlandés no sólo garantizó totalmente los depósitos de los ciudadanos, sino también el valor de cualquier otro tipo de deuda bancaria.

Una vez observado lo ocurrido en las anteriores naciones, no debemos des-cartar la posibilidad de que España sea vea obligada a solicitar su rescate por parte de la UE y el FMI. En la actualidad, las reformas estructurales realizadas son escasas e insuficientes, las medidas de austeridad adoptadas no cumplen las expectativas de los principales organismos internacionales, el sector bancario tiene unas enormes pérdidas latentes, el déficit público sigue siendo excesivo y el país, aunque en una inferior medida que hace dos

Bernardos asegura que, aunque “algunos lo piensen, las varitas mágicas no funcionan en Economía”, y recuerda que el camino no será fácil

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años, continúa viviendo por encima de sus posibilidades.

No obstante, los motivos anteriormen-te enumerados no deben inducir a concluir que la suerte ya está echada y el rescate de nuestro país es inmi-nente. Existen diversas razones que aconsejan evitarlo. En primer lugar, la importancia de la economía española en el conjunto de la zona euro. Su participación en el PIB de la UME (casi un 12%) es sustancialmente superior a la suma de la de Grecia e Irlanda (un poco más del 4%). Debido a ello, no sería para nada descartable que un rescate de España provocara una gran desconfianza sobre el futuro del

euro y pusiera en peligro el proceso de integración económica y monetaria efectuado en Europa durante las últimas décadas. Indudablemente, un aspecto no deseado por prácticamente ningún gobernante de la eurozona.

En segundo lugar, dado el gran volu-men de la deuda pública y privada española (476.000 millones de euros) existente en el activo de las entidades financieras del resto de países del viejo continente, no sería extraño que el rescate de nuestro país condujera a una nueva crisis bancaria en Europa, debido a la previsible elevada caída del valor de mercado de dicha deuda. En tercer lugar, una rápida reconver-sión de las cajas y bancos, así como la asunción de la mayoría de sus pérdidas por parte del sector privado, reduciría notablemente las dudas sobre la futu-ra solvencia de España. Finalmente, la realización de la mayoría de las reformas estructurales que solicitan los mercados financieros y los organismos internacionales, así como un nuevo ajuste, harían innecesario el rescate de

España con el objetivo de instaurar en nuestro país una mayor disciplina en materia económica.

Indudablemente, si finalmente el rescate tuviera lugar, las medidas de austeri-dad que nuestros nuevos prestamistas obligarían a establecer al gobierno supondrían a corto plazo una impor-tante contracción económica. Por otro lado, las reformas impuestas afectarían en gran medida a nuestro actual Estado de Bienestar, quedando éste parcial-mente desmantelado. Es lo que ha suce-dido en Grecia e Irlanda. En concreto, el rescate probablemente comportaría el aumento de los tipos de numerosos impuestos (IVA, IRPF, especiales, etc.),

la disminución del gasto social, despi-dos, nuevas reducciones de salario de funcionarios y asimilados, decremento de las inversiones en I + D e infraes-tructuras, bajada de las pensiones, privatización de las empresas públicas aún existentes, elevado y continuado incremento de las tarifas eléctricas, etc.

En resumen, sería como la segunda parte del plan de estabilización de 1959. Aunque previsiblemente condu-ciría a una completa y relativamente rápida transformación económica del país, el rescate alejaría en el tiempo la fecha de la deseada recuperación, generaría unos elevados costes socia-les para los ciudadanos y retraería durante un cierto tiempo la inversión extranjera. Por tanto, sería mejor evitar-lo y cumplir en la actualidad con las principales exigencias económicas de la comunidad internacional.

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Las reformas impuestas por un hipotético rescate desmantelarían parcialmente el Estado de Bienestar


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