+ All Categories
Home > Documents > La Jornada Semanal

La Jornada Semanal

Date post: 23-Mar-2016
Category:
Upload: la-jornada-en-linea
View: 219 times
Download: 1 times
Share this document with a friend
Description:
La Jornada Semanal
16
Suplemento Cultural de La Jornada Domingo 12 de agosto de 2012 Núm. 910 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver 1907 la primera primavera mexicana Marcos Daniel Aguilar En recuerdo de Severino Salazar Thomas Hardy, el burlón Entrevista con Rius
Transcript
Page 1: La Jornada Semanal

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 12 de agosto de 2012 ■ Núm. 910 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

1907la primera

prim

aver

am

exic

ana

Marcos Daniel Aguilar En recuerdo de Severino SalazarThomas Hardy, el burlón • Entrevista con Rius

Page 2: La Jornada Semanal

Hugo Gutiérrez Vega

Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director : H u g o g u t i é r r e z V e g a , Je fe de Redacción: L u i S t o Va r , Edic ión : FranCiSCo torreS CórdoVa, Corrección: aLeyda aguirre, Coordinador de arte y diseño: FranCiSCo garCía noriega, Diseño Original: marga Peña, Diseño: Juan gabrieL Puga, Iconografía: arturo Fuerte, Relaciones públicas: VeróniCa SiLVa; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: aLeJandro PaVón, Publicidad: eVa VargaS y rubén HinoJoSa, 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: [email protected], Página web: www.jornada.unam.mx

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor nada Semanal núm. 04­2003­081318015900­107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores.

La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

[email protected] y opiniones:

[email protected]

2

Portada: Una primavera másFotos de José Carlo González/

archivo La Jornada

bazar de asombros 12 de agosto de 2012 • Número 910 • Jornada Semanal

PuERTo Rico y El caRibE

Arreglando papeles me encontré este discurso de despedida de Puerto Rico:

Hay en Loíza una canción y una tarde serena a ori­llas de ese río en el que pensaba Julia de Burgos des­de el frío de Nueva York.

Los primeros meses en la nación puertorriqueña fueron de relecturas, nuevas lecturas, confirmaciones y descubrimientos. Mercedes López Baralt me ense­ñó a leer a Luis Palés Matos y me descubrió todas las facetas de sus piedras preciosas. Entre todas brillaba oscuramente la majestuosa perla de su poesía antilla­na. Debo decir que estando en Puerto Rico no se sien­te el mar Caribe. La hermosa isla antillana está más cerca de los hielos del Bronx que de los palmares de Barbados (aunque la ceniza de la Soufriére nos con­firme con frecuencia la ubicación caribeña). El hu­racán pasando por Guadalupe y enfilando el morro hacia Fajardo, y las voces del alegre papiamento o del cantarín patois celebrando al consumo frenético en el gran templo de la Plaza de las Américas, nos invitan a recordar esos versos de Palés Matos que nacen en las planicies de los orixás, viajan en barco de esclavos, pasan por el Pelourinho de San Salvador de Bahía, recorren trágicamente las Guayanas y comienzan a danzar con sus enaguas coloradas por todas las islas del café, el mango, la guanábana y la caña de azúcar. Esas islas de Lezama Lima, que escribía conjuros para llegar a Montego Bay; de Carpentier y sus ilus­trados hablando un francés a punto de sufrir un pro­ceso de hermosa contaminación; de Luis Rafael Sán­chez y su guaracha bailada a lo mulato por hombres de rotunda alegría y mujeres dueñas de la inmensa fuer­za que da la ternura; de Naipaul, en quien las mezclas suenan a delirio geográfico; de Walcott y su luna “co­mo una rodaja de cebolla cruda” brillando en el Egeo caribe, zumbando en la axila de la mulata danzarina.

Mi idea del Caribe se fortaleció gracias al sabio, valiente, justo y sereno magisterio de Ricardo Alegría. Mi idea de Puerto Rico circuló por dos caminos: el del arte y el de la cultura popular. No hice separaciones de ninguna especie, pues el arte y la cultura popular se hermanan y alimentan entre sí, a pesar de las interfe­rencias de la llamada cultura comercial. En mi memo­ria quedan las obras de los santeros, especialmente una mano poderosa con cinco santos ocultos, pero descu­biertos para la devoción y la admi ración; los infati­gables bailarines y músicos de la bomba, la plena y la

universal salsa; boleros de Rafael Hernández, Pedro Flores y Boby Capó (pienso en su blues “Juguete” cantado por Cheo Feliciano o en el “Amor perdido” de Pedro Flores cantado por Daniel Santos), pinturas y grabados de Paco Rodón, Martorell, Tufiño, Homar, Maldonado... (cierro los ojos y pienso en el campo jíbaro pintado por Oller); las notables voces operís­ticas; actores que ganaron sus batallas en los gran­des centros culturales. José Ferrer, Rita, Raúl, Juano; músicos, bailarinas; un talento mucho mayor que el tamaño de la isla... un talento y una personalidad in­confundibles, ligados a la tradición iberoamericana y a los recónditos ritmos del alma africana.

Eugenio María de Hostos, el educador, el luchador social, el visionario, afinó mi visión, empañada y lle­na de lugares comunes –como la de la mayoría de los iberoamericanos–, del mundo antillano, de sus mez­clas raciales y culturales, de su carácter abierto, ju­biloso y dialogante.

Gracias a mis compañeros de la Academia de la Len­gua realicé relecturas esenciales: insularismo, El jí­baro, novelas y ensayos de Rodríguez Juliá y el ciclo novelístico de Zeno Gandía. Mis amigos escritores me estimularon para trabajar en una casi canónica antolo­gía de la poesía puertorriqueña que partió de Gautier y de doña Lola, se detuvo gozosamente en Palés Matos, dio testimonio del girandulismo y de otros ismos re­gionales, y homenajeó a Lloréns y a Corretjer, poetas nacionales (no olvido que Lloréns pensaba en un jí­baro diciendo una de sus décimas sin saber quién la había escrito) a Matos Paoli, José Luis Vega, Edwin Reyes y Hjalmar Flax. Capítulo especial exigen las escritoras de esta isla tan poderosamente femenina. Pienso en Clara Lair, en Julia de Burgos, Concha Me­léndez, Margot de Arce, Nilita Vientós, Olga Nolla, Rosario Ferré, Ana Lydia Vega, Mayra Montero, Ma­gali García Ramis y Carmen Dolores Hernández.

Siempre recordaré esa tarde y ese río. Hace mu­chos años me los había prometido José Luis Gonzá­lez cuando me hablaba de su tierra y de los suyos. Los escritores, los artistas, los jíbaros de alma, los des­cendientes de los reyes esclavos de las costas africa­nas, me han dado mucho en estos pocos años de vida puertorriqueña. ¡Ay, bendito, que Dios se los pague! Por el tiempo que me quede estarán vivos en mi emo­ción y en mi memoria.

Quince años después de la primera

protesta estudiantil en México,

ocurrida en 1892 (ver La Jornada

Semanal núm. 906, 15/vii/2012),

alumnos de la Escuela Nacional

Preparatoria salieron a las calles en

protesta contra el modelo educati-

vo y cultural vigente en aquel

1907. Entre sus líderes se contaban

figuras como Alfonso Reyes, José

Vasconcelos, Alfonso Caso y Pedro

Henríquez Ureña. Ciento cinco

años más tarde, y con el Movimien-

to Estudiantil del ‘68 como trágico

parteaguas, los estudiantes reto-

man su sitio en la búsqueda por la

transformación de las estructuras

educativas, políticas y culturales de

un país siempre necesitado del

vigor, la creatividad y la rebeldía

de sus jóvenes. Sobre este proce-

so de continuidad versa el ensayo

de Marcos Daniel Aguilar que

ofrecemos a nuestros lectores.

Publicamos además una entrevista

con Rius, célebre caricaturista y

autor de más de cien títulos, así

como sendos artículos sobre dos

autores a veces soslayados: el

mexicano Severino Salazar y

el inglés Thomas Hardy.

Page 3: La Jornada Semanal

3 Jornada Semanal • Número 910 • 12 de agosto de 2012

Foto íntimaHjalmar Flax

Siempre que abro los ojosrenazco en un abismo de ignorancia.Todo me parece milagroso.Soy criatura desnuda que gateay extiende un brazo frágil.

Dos poetas

ÉvoraEnrique Gómez López

Un cielo de un azul intensonos persigue desde hace varios días.Hay una especie de esplendoren las columnas, en las puertas.

Una pareja come a nuestro lado.Podrían estar al principio de una novela.Sonríen, platican con entusiasmo y devoranuna enorme cantidad de caracoles.

Ella es joven,sus ojos cálidos.Quizás regresan de caminar entre menhires.

Hay otras mesas ocupadas.Un mesero lleva una charolade vuelta a la cocina.Entonces ella dice:También el alma se equivoca...

Su voz es clara.El cielo se rompe en dos.

Page 4: La Jornada Semanal

4

everino Salazar es un escritor extraño, pero esa misma extrañeza lo ha vuelto un caso paradig­mático de la narrativa de su generación. Naci­do en 1947, es apenas cuatro años más joven

que José Agustín, pero pertenece claramente a una nueva generación de novelistas surgidos a fines de los años setenta. Sus textos son considerados por la crítica de lo mejor del último cuarto del siglo xx, pe­ro sus lectores son pocos y su fama nunca alcanzó al gran público ni traspasó nuestras fronteras. Y hoy, a siete años de su muerte, en 2005, se tiene la sensa­ción de que ha caído en el olvido. Por eso es notable la aparición, a fines del año pasado, de un libro ine­vitablemente extraño, incluso desde su mismo títu­lo: Pro Severino, de Alberto Paredes.

Tiene resonancias de cultura helénica a destiem­po, de “antología palatina”, de libro de otra época, con otro contexto para la cultura y lo literario, un tiempo en que la amistad no era un problema en la escritura. ¿Cuántos libros en México se han escri­to tan descarada y francamente dictados por la amis­tad? Pienso que muy pocos. Y agrego: a mí me parece una virtud impagable. Alberto Paredes, crítico, en­sayista e investigador literario, amigo del novelista Severino Salazar, que escribió de sus libros con fre­cuencia, reúne esas “reseñas”, más algunos inéditos (sobre todo poemas que sirven de homenaje al ami­go) en un libro que llama militantemente Pro Seve­rino. Y el libro es un buen retrato del novelista zaca­tecano a la vez que un “ejercicio de admiración” a la manera de los que escribió Cioran.

Los textos reunidos por Paredes son también co­mo una especie de bitácora de la lectura que se hizo de las novelas y libros de cuentos que Salazar fue publicando, de los premios que recibió, de los repro­ches recibidos y de los elogios ganados, lo que nos permite seguirle el rastro al divorcio del público con la crítica y al de la crítica con los editores. Alber­

José María Espinasa

recuerdo deEn

to Paredes tiene a la vez prestigio como investigador y académico, y una presencia como crítico en la prensa, y sabe que al relatar las vicisitudes de sus reseñas sobre los libros de su amigo, describe el funcionamiento del criterio en las revistas y suplementos, del gusto impuesto por los editores, más mercantiles que comercia­les, y termina por hacer un retra­to de cuerpo entero del novelista.

La primera reseña sobre su obra, del propio Paredes, fue publicada precisamente en este periódico donde hoy lo recuerdo, hace más de cinco lustros.

Lo curioso es que Pro Severino parece haber sido pensado, en su escritura vinculada al azar del perio­dismo y de la publicación de los títulos del amigo, como ese diario de una amistad reflejado en los li­bros. Otros críticos se mostraron atentos a la evo­lución de Salazar en su narrativa: Antonio Marquet, Ignacio Trejo Fuentes, Vicente Francisco Torres, Mi­guel Ángel Quemain y yo mismo. Sus compañeros de trabajo, en la Universidad Autónoma Metropoli­tana de Atzcapozalco, lo recuerdan con cariño, y en su natal Zacatecas pasa lo mismo, pero nada de ello ha contribuido a fomentar la difusión de su obra. Sus últimos libros, ya no recuerdo si póstumos, fueron publicados por Random House, gracias al entonces editor de esa casa, Braulio Peralta, pero ninguna edi­torial, que yo sepa y ojalá me equivoque y alguna lo esté pensando –y ya hace siete años de su falle­cimiento‒ se ha arriesgado a intentar publicar sus obras reunidas.

Durante su vida publicó en pequeñas editoria­les, con mala distribución y poco alcance, o en fondos universitarios, menos conocidos aún. Y sin embargo hoy encontrar sus libros es difícil incluso en librerías

de viejo o en la web. El problema es que la industria editorial, dominada desde hace tres décadas por un imperialismo español, soberbio y de bajo nivel inte­lectual, decidió hacia los primeros años ochenta no promover la buena literatura, acusándola de loca­lista y provinciana o de difícil y abstrusa. Pero no sólo eso, sino que, ante el riesgo que corren pequeñas editoriales con autores como Salazar, decidieron ten­derles un cerco publicitario: si no me anuncio no vendo, si no vendo no existo, y si no existo no vale la pena leerme. No fue él la única víctima. Narradores como Jesús Gardea, Ricardo Elizondo Elizondo, Ale­jandro Sandoval Ávila, David Ojeda y otros tuvieron un destino similar. Daniel Sada tuvo la suerte de encontrar en Anagrama un sello editorial que supo promoverlo y presentarlo ante el público. Sólo has­ta Carmen Boullosa, Juan Villoro y Enrique Serna se rompió ese cerco. Y después, para evitar que lo vol­vieran a cerrar, la mayoría de los nuevos narradores vendieron su alma al diablo.

Pro Severino sería un buen motivo para volver a leer a Salazar, para no dejar que se pudra en las eti­quetas que los críticos le hemos puesto –continuador de Rulfo, narrador del desierto, etcétera‒, pero eso tendría que pasar antes por un proceso de reedi­ción de sus obras. Reunir sus relatos nos revelaría un cuen tista mayor. Severino ¡no está en Wikipedia!: eso sí es el olvido total, la expulsión del paraíso, la nega­ción de toda posteridad. Ese cerco que el mercan­tilismo editorial imperante provoca alcanza ya también los lugares que deberían ser ajenos a ello: la uam, lugar donde trabajó durante muchos años, el Instituto Zacatecano de Cultura, el CnCa o el FCe. Cuando nuestros escritores más importantes mue­ren, asistimos a varios días de elogios bien merecidos en los periódicos, pero raramente se asume el com­promiso de publicar adecuadamente su obra.

Regresando a Pro Severino: Paredes, ya se dijo, crea un buen retrato del narrador y nos invita a leerlo con el elemento más inmediato y pertinente de la crítica: la admiración. Le puede hacer críticas y reproches, caer en lo anecdótico, volverse él también protago­nista del libro, pero todo ello lo justifica el impulso admirativo. La evolución que va de las primeras re­señas dando noticias de la aparición de tal o cual libro a los textos finales, cartas personales conscien­tes de ser públicas, pasando por anécdotas y recuer­dos, con la puntuación de los poemas, hacen del libro una inmejorable puerta para entrar en la obra de este escritor zacatecano •

Severino Salazar

S

“ “Cuando nuestros escritores más importantes mueren, asistimos a varios días de elogios bien merecidos en los periódicos, pero raramente se asume el compromiso de publicar adecuadamente su obra.

Foto: circulodepoesia.com

Page 5: La Jornada Semanal

5 Jornada Semanal • Número 910 • 12 de agosto de 2012

homas Hardy (1840­1928, Inglate­rra) es muy conocido por su novela Tess de los dʼUrberville, pero poco se conoce de su veta en el humor, como

muestra con poderío en la recopilación de cuentos Las pequeñas ironías de la vida (1894). Su obra es amplia (novela, cuento, teatro y poesía), pero en sus cuentos se puede advertir cómo veía lo cotidiano bajo la lupa de lo azaro­so, cuánto esto lleva a sonreír bajo la certeza de que entre los deseos y la realidad hay una serie in­finita de caminos que nos pueden llevar a sitios inesperados, incluso sin darnos cuenta. Hardy esta­blece en sus contemplaciones irónicas, como un tes­tigo omnisciente de lo propio y lo ajeno, que ver­daderamente muy poco sucede como queremos, cuando queremos y en la forma que queremos.

Los cuentos de “las pequeñas ironías” reflejan un sutil humor, más cercano a la sonrisa tenue que lo mismo se dibuja por alegría que por resignación. Parte del impacto de los cuentos reside en convencer al lector de que los personajes, verosímiles a pe­sar de su actuar terrible o incomprensible, son así por una inclinación natural. Hardy permea la con­vicción de que muchos actuamos por una peculiar tendencia a comportamientos perjudiciales, como si hubiera gente predeterminada a la soledad o a la in­felicidad. Lo cierto es que todos somos proclives a percibir con ojos distorsionados la realidad, nues­tros deseos y los caminos para lograrlos; y al con­seguirlos nos percatamos, con esa sonrisa con la que aceptamos lo irremediable, que el sueño persegui­do nos puede llevar al desconsuelo injustificable.

En sus narraciones se percibe una suave burla so­bre los personajes y sobre las personas que represen­tan, pero causada por ellos mismos, muy a su pesar: la ironía como fuente de aprendizaje. Si bien por iro­nía también puede entenderse aquella figura retóri­ca con la que se da a entender lo contrario de lo que se dice ‒y Hardy aplica esta vertiente‒, sus historias apuntan más a lo delicadamente burlesco que termi­na por ser divertido ante la sorpresa del desenlace. Los cuentos reunidos bajo el título Las pequeñas iro­nías de la vida son un manjar para quienes gustan de levantar las mejillas en silencio; principalmente por­que hablan de aspectos de la personalidad que todos compartimos, a pesar de que su publicación fue he­cha hace más de un siglo, en una tierra que parece tener poca relación con otras latitudes, pero donde lo inmanente, lo esencialmente humano, apenas ha cambiado, con todo y el escenario que ni siquiera admite comparación con nuestras vivencias actua­les. Algunos tratadistas del autor destacan su pesi­mismo (Hardy decía que es la única forma de “jugar sobre seguro”), pero, de existir, sin duda deriva en una deliciosa lectura sobre nosotros mismos.

En “Una mujer fantasiosa”, Hardy nos muestra cómo una esposa adinerada y aburrida es capaz de enamorarse de un escritor al que no conoce, pero cu­ya obra la impacta (ella también escribe, pero con menos suerte para publicar que él). A pesar de los

Ricardo Guzmán Wolffer

Hardy, el

burlón

intentos fallidos por verlo, ella se va enamorando más y más al ver los apuntes de sus poemas en los muros de una casa de verano temporal, y su fotogra­fía escondida detrás de la de los reyes. Cuando ella muere casi al dar a luz, el viudo se percata de un ex­traño parecido entre el nuevo hijo y el poeta muerto, e injustificadamente supone que el niño no es suyo, con lo cual sella el futuro para el muchacho. La nece­sidad de amar, el desapego del esposo, una sociedad casi de castas y la facilidad para incriminar a otros por nuestras propias culpas son algunos de los temas tocados en este texto. En “El veto filial” vemos cómo una madre es capaz de echarse a perder la vida bajo el pretexto tan contemporáneo de que los hijos son primero; incluso cuando ella enviudó y el hijo es to­talmente independiente, ella no se atreve a vivir con el único hombre que en verdad la amó en toda su vida: el egoísmo de los hijos y la ne­cedad de vivir como “una buena ma­dre”, a pesar de la propia infelici­dad, nos suenan conocidos. En “Por amor de conciencia” ve­mos una extraña forma de rei­vindicarse ante sí mismo. Un cincuentón, quien engañó a

una mujer honesta para abandonarla con una hija casi veinticinco años an­tes, un día se afana en reparar ese daño y busca a la mujer para casarse con ella. A fuerza de insistir, la convence, y los

tres entran al infierno de la soledad y el arrepentimiento. Cuando él lo compren­

de, las abandona, pero ahora con una fuer­te compensación económica, y así se salva

el matrimonio planeado por la hija y todos viven más o menos contentos. ¿Quién nos habrá

metido en la cabeza que hay que ser buenitos y que ello hará felices a quienes nos rodean? “Una tragedia de dos ambiciones” podría ser el mejor cuento: dos hermanos empeñados en casar bien a la hermana me­nor y en obtener la mejor posición como clérigos (tomando en cuenta su poca escolaridad: el padre borracho se bebió la herencia de la madre que les ha­bría permitido entrar a una universidad) luchan por subir socialmente, pero el padre alcohólico y abusivo los exprime como puede. Después de años de esfuer­zo, se colocan entre la alta sociedad de un pueblo, donde ven a un marido perfecto para la hermosa her­mana, pero el padre amenaza con ir a pedirle dinero a la familia política. Al encontrarlo junto al río, dis­cuten y el padre cae borracho a la corriente para ato­rarse en la presa donde los hijos lo dejan morir. Por azar le toca a uno de ellos presidir el servicio funera­rio. Cuando la hermana está casada y con hijos, am­bos hermanos se percatan de lo vano que ha sido todo y cómo ellos no dejarán de ser funcionarios me­nores de la Iglesia. En “Los caprichos de una esposa” vemos cómo la envidia asumida puede llevar a la muerte y a la infelicidad no sólo a la esposa envidio­sa, sino a sus seres cercanos (no queridos, ¿cómo puede amar a un ser de esencia rencorosa?).

El humor implacable que expo­ne con crudeza lo esencial, nos guste o no, puede ser sutil: lo te rrible envuelto en un pétalo sonriente •

T1890, Thomas Hardy con su perro Moss Fotos: neal.oxborrow.net/ThomasHardyAlbum

Page 6: La Jornada Semanal

612 de agosto de 2012 • Número 910 • Jornada Semanal

i

ara ordenar el caos, organizar el espacio y dar­le una dirección al tiempo, el hombre nombra las cosas. Es el primer paso para la sumisión del mundo porque nominar es dominar. De

hecho, Dios le ofrece al hombre el señorío sobre la Tierra otorgando a Adán la tarea de calificar a todos los seres.

Sin embargo, nominar no es el fin, es sólo un acto preliminar para la clasificación. Cuando las cosas del mundo físico y metafísico ya tienen una identidad estable gracias a sus nombres, entonces se puede em­pezar a darle un orden, un rol, una importancia y una jerarquía. Sólo bautizando la realidad, el hombre puede empezar a utilizarla, a moldearla y a crear el mundo donde vive dialogando con su prójimo.

Por eso, después de haber encargado a Adán el bautizo del mundo, Dios encarga a Noé de catalogar­lo. Sin el preciso inventario del capitán del arca pri­mordial, el mundo no habría podido salvarse y pro­liferar. La propensión a ordenar el mundo a través de las palabras tiene entonces raíces ancestrales.

La clasificación es una actividad indispensable que necesita la definición previa de los límites se­mánticos de las palabras, que a su vez significa la reducción de los límites funcionales de las cosas que representan. Sin estos actos sociales ‒el nombra­miento y la taxonomía– el mundo sería demasiado caótico, indescifrable, y la colectividad viviría en un permanente estado de conflicto entre sujetos en des­acuerdo. Compartir la misma noción sobre las cosas del mundo es vital para poder construir un sistema social, una ley justa, una ética común, una pasión compartida, un esfuerzo colectivo.

Los nombres reducen el significado y el potencial de las cosas. Mirando la historia desde la perspec­tiva de la semántica, se puede decir que el desarrollo de las sociedades humanas implica una progresiva

especialización de las palabras, que ven así reducido su campo semántico. Es el precio que hay que pagar para controlar el ambiente, convivir y tener un len­guaje común.

ii

Ahora bien, la civilización tecnológica ha dado un nuevo impulso y una nueva dirección a esta tenden­cia de los consorcios humanos, obligando al conoci­miento y sus herramientas a una estricta especializa­ción. De esta manera, Occidente, que fue la cuna del humanismo multidisciplinario, se ha transformado en su tumba.

No será inútil recordar que para el Diccionario de la Real Academia Española, especializar quiere decir “limitar algo a uso o fin determinado”. La especiali­zación del conocimiento, de las palabras y de las co­sas nos brinda un ambiente limitado y revestido por austeros uniformes. En un mundo semántico orga­nizado y disciplinado como un ejército, es siempre más difícil la vida de un pensamiento abierto, poli­facético y polisémico. Sólo la poesía sigue regalán­donos la sonrisa ambigua del carnaval, el vértigo del abismo semántico y la sagrada excitación del explo­rador del infinito.

Los poetas (y los enamorados) son los que no per­ciben el sentido común de las palabras como su cár­cel, y disfrutan del placer infantil de desarticular el orden y la jerarquía común del sentido. Revolviendo las casillas de las palabras disciplinadas por la se­mántica y la sintaxis, tratan de dilatar el mundo. Esos artistas devotos de la palabra conocen un misterioso secreto: saben que la geografía es una dependencia de la psicología, y que expandiendo la conciencia se expande el mundo.

A veces nos hacen descubrir incluso nuevos pla­netas, porque la misma astronomía es un paisaje del alma. ¿Cómo lo hacen? Pues, en una palabra, un rit­mo, unas comillas vanidosas, un espacio blanco, un encuentro entre lemas que nunca se habían conocido, una pausa inesperada, dos puntos curiosos, un so­nido vacilante que gorgotea de un verso al otro, un

aguijón compasivo... en cada elemento de la lengua los poetas intuyen el barro creador y realizan aero­naves de la percepción.

Gracias a ellos descubrimos la generosidad de las palabras, la prosperidad de la lengua y la vastedad del sentido. Por eso son arrinconados como inúti­les souvenirs o encerrados en sótanos donde no pue­dan contagiar a los demás. El mensaje de la poesía no es conforme a los valores de la sociedad tecno­lógica. La poesía aclama el silencio, honra la diversi­dad y la empatía, exalta el espíritu y sondea los arca­nos del alma.

Claro, los grandes poetas son galardonados y pú­blicamente celebrados, pero son actos concedidos por la cultura hegemónica de la tecnología con la fría benevolencia de quien conoce muy bien su indestruc­tible superioridad. Entonces, a pesar de esas cele­braciones formales, el espacio social para los valores poéticos es insignificante. La poesía es un lujo o un desperdicio para una sociedad que ha asumido la ley del mercado como regla no sólo económica sino también existencial.

Cuando Nietzsche dijo que Dios había muerto, quería decir que la relación entre el hombre y un or­den teleológico, que va más allá de un código teo­lógico, se había infectado irremediablemente. Para orientarse en un mundo ya sin estrellas, al hombre no le quedaba más que encontrar el astro escondido en su interioridad y volverse en el Übermensch, el superhombre. El filósofo alemán oteaba la momifi­cación de Dios que el destino técnico, económico y religioso de la civilización occidental estaba favore­ciendo y daba una señal de alarma contra la deserti­ficación del pensamiento. Pero las autoridades ecle­siásticas lo interpretaron como un grito blasfemo.

Espero que los poetas no caigan en la misma alta­nera equivocación si digo que la poesía ha muerto detrás de su máscara embalsamada. Sus valores ya no son más que una botana ofrecida a los viajeros de business class en el avión de la postmodernidad. “Azafata, perdone la molestia, es que no tengo sueño. Por favor, ¿sería usted tan amable de regalarme más de esos cacahuates garapiñados?” •

Fabrizio [email protected]

momificacióndelapoesíarealidadylaLa

P

Ilustraciones de Huidobro

Page 7: La Jornada Semanal

7

entrevista con RiusRicardo Venegas

erá por la solemnidad con que se plantea la educación que el mexicano rehúye al apren-dizaje a través de la lectura?

‒No creo que sea la solemnidad, sino la malvada intención de los gobernantes para que la es­cuela se convierta en una fábrica de ignorantes, todo está planificado para que los que asisten a las escue­las no se vuelvan críticos de la sociedad. Al poder no le interesa tener súbditos críticos, sino vasallos aga­chones que no cuestionen nada y se concreten a obe­decer y callar (como en los viejos reinos), por eso no promueven la lectura. En los libros se encuentran otras versiones de la historia, muy diferentes a las oficiales de los libros de texto.

–Comenzó como autodidacta a leer, a escribir y a di-bujar para sus propios libros. ¿El mexicano que co-noció en esos ayeres es el mismo de ahora?

‒En mis tiempos ya estaba establecido el tipo de educación que tenemos ahora, pero no se contaba con la televisión. Ahora los mexicanos dependen de la tV (y de la peor tV: Televisa y tV Azteca) que es realmente la educadora y desinformadora. Es iluso creer que nuestro pueblo deje de ser agachado si está enajenado en todos los niveles socioeconómicos por el pan y circo de las televisoras. Ellas son los verdade­ros gobernantes y “educadores” en México, y ahora hasta se dan el lujo de lanzar su candidato a la Presi­dencia. Y es imposible competir o tratar de compe­tir con Televisa y tV Azteca. No hay forma de cam biar al país y a la sociedad si no tenemos “otra” televisión que les haga contrapeso.

–¿Dónde comienza la responsabilidad de un lector de formarse a sí mismo y dónde la de las instituciones educativas de brindar ese apoyo?

‒No podemos esperar que a las autoridades edu­cativas les interese cambiar el modelo educativo, ni a las televisoras les interesa hacerlo; hay que esperar, con mucho optimismo, que el interés por la lectura

nazca en el seno familiar. Es rara la escuela que lo está haciendo y son raros los medios escritos que lo hagan. El resultado es que México es uno de los países donde menos se lee. Y más ahora con la feroz competencia del internet, que les resuelve a los alum­nos sus tareas sin tener que recurrir a los libros. El panorama a futuro luce realmente oscuro.

–¿Qué le despertó el hábito de la lectura y cómo na-ció esa generosidad de compartir lo aprendido a través de sus libros?

‒Nací con esa inquietud y en cuanto descubrí que la historieta y los libros gráficos eran un arma formi­dable y una forma de llegarle a la gente, me he de­dicado desde hace más de cincuenta años a tratar modestamente ‒y molestamente‒ a decirles a mis lectores cosas que jamás se van a decir por la tele­visión u otros medios. Claro, lo que se ha logrado ha sido al margen de los grandes periódicos, buscando editoriales donde no haya censura y periódicos y re­vistas independientes. Pero ha sido difícil y los lo­gros son mínimos en comparación con la tremenda influencia que tiene la tV. Para mí, el gran peligro para México es la tV, pero creo, desgraciadamente, que ya es un poco tarde para combatir ese peligro.

–Tuvo una formación de seminarista y se considera ateo, ¿una persona que lee puede conservar sus creencias?

‒Yo no trato de que la gente reniegue de sus creen­cias, pero si alguien lee y ejercita el uso de la razón se tiene que dar cuenta de que todas esas creencias he­redadas son falsas, y que si quiere realmente ser libre tiene que despojarse de todas esas falsedades en que se sostienen todas las religiones. Yo me considero ateo­cristiano, lo que a muchos les parece una vaci­lada, pero no es así: simplemente creo en Jesús como un ser humano notable, pero no lo considero hijo de Dios, ni mucho menos. Muchos creen erróneamente que no se puede tener una moral o una ética sin per­tenecer a ninguna religión, pero está demostrado que muchos ateos llevan una vida más limpia sin tener que ir a ninguna iglesia. Incluso yo les digo a los ami­gos que si quieren creer en Dios, que lo hagan, pero que no incluyan como intermediarios a los curas...

–En El mundo del fin del mundo habla de las cosas que están acabando con el planeta, que son neta-mente humanas y que preferimos atribuirle a Dios. ¿Es esta la herencia de la ignorancia en el país?

‒No es que el mundo se vaya a acabar. Lo que está pasando, por culpa de todos, es que nos hemos aca­bado a la naturaleza y le hemos dado en la mother a la Tierra. El progreso y la civilización son los culpables del calentamiento de la Tierra, y todo eso lo ha pro­vocado el sistema de vida que hemos elegido, el ca­pitalismo. Vivimos en todo el mundo en socieda­des capitalistas, donde lo que cuenta es el dinero y el consumo. Y a la tV (otra vez, ni modo) no le interesa denunciar eso porque se harían el harakiri. Lo malo es que a todos nos va a llevar Patas de Cabra, aunque hayamos luchado toda la vida por la defensa del me­dio ambiente. Ahora sí que vamos a pagar justos por pecadores. Ni modo...

–Sus libros han abarcado muy diversas disciplinas: historia, filosofía, religión, medicina popular… De joven, ¿alguna vez imaginó que se iba a dedicar a escribir y a ilustrar sus propios libros?

‒Yo digo, en plan de broma, que a mí Dios me dio la misión de volver a todos los que pueda ateos, rojillos y vegetarianos, y por eso creo que los temas que más gus­to me da hacer son los relacionados con la comida y la religión. Y en todos mis libros siempre está pre sen te, a veces medio escondida, la enseñanza marxista, que para mí ha sido tratar de hacer que la gente razone, que piense, que lea, que se inconforme con las injusticias y los abusos. Cosa muy diferente, ¡otra vez!, a lo que ve­mos y oímos por la televisión. Mi grito de guerra siem­pre ha sido: apague la tele y encienda un buen libro... aunque poca gente me haga caso. Ni modo •

Lecturavs televisión

Eduardo del Río, Rius, (Zamora, Michoacán, 1934) comenzó a publicar sus primeras caricaturas en 1955 en la revista Ja­Já. Fundó diversas publica­ciones de humor político: La Gallina,

Marca Diablo, La Garrapata, El Chahuistle y El Chamuco. Sus

historietas Los Supermachos y Los Agachados han tenido eco en varias generaciones; irreverente, incisivo y,

con el humor que le caracteriza, ha abordado diversos temas de historia,

filosofía, religión y medicina popular en sus libros que ya forman parte del

itinerario de la cultura nacional.

-¿S

Fotos: Francisco Olvera/ archivo La Jornada

Page 8: La Jornada Semanal

8 Jornada Semanal • Número 910 • 12 de agosto de 2012

Foto: elojodepez.com

Foto: Héctor Jesús Hernández/ passimblog.com

or qué unos jóvenes, hijos de políticos, empre­sarios, educados en una escuela de elite, co­menzaron a quejarse por la realidad que les estaba tocando vivir?, ¿por qué estos veintea­

ñeros salieron una tarde a las calles para exigir liber­tad de expresión, a gritar por una vida más demo­crática, sin los impedimentos que les imponían las mismas élites que los estaban educando? ¿Por qué? Porque estos jóvenes estaban hartos de sus mayores, de sus padres, de sus maestros y de la clase política que les fijó rutas intelectuales a seguir.

Salieron a las calles porque no tenían el poder de tomar sus propias decisiones. La educación en Mé­xico, regida por un modelo económico y político que sólo fijaba estructuras cuadradas para que los egre­sados reprodujeran los mismos esquemas, les qui­tó su libertad. Estos estudiantes se sentían atrapados en un círculo en donde libertades, igualdades y plu­ralidad de ideas no tenían significado. Por eso sa­lieron, por eso tomaron las plazas públicas, los salo­nes y diversos recintos de la ciudad. Comenzaron una tarde con una protesta en donde dijeron: “Viva la juventud mexicana.”

Lo anterior podría referirse a las recientes protes­tas de jóvenes en México y en otras partes del mundo, pero en realidad se refiere a una primavera mexicana que ocurrió hace exactamente 105 años. Los protago­nistas de esta revolución social fueron los alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria, cuyos voce­ros fueron cuatro hombres que se convirtieron en figuras principales de la inteligencia de este país: Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Re­yes y José Vasconcelos.

Tal vez ellos no tuvieron presente el alcance que sus acciones juveniles provocarían en la cultura de México; tal vez su utopía de transformación para lle­gar a la democracia, para tener una cultura universal y una educación abierta, no se concretó del todo, pe­ro a más de cien años del comienzo de este movimien­to podemos ver que sus alcances tuvieron efectos, y que todos somos producto de esa primera gran ex­plosión que poco a poco se difumina ante el avance de gobiernos intolerantes, del individualismo y por un modelo económico neoliberal cada vez más feroz. Por ello es necesario recordar el pasado.

Uno de los personajes más olvidados de esta eta­pa, a quien México le debe un reconocimiento espe­cial, es el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884­1946), quien desde 1906 trajo a la capital mexicana una nueva forma de pensamiento estético, intelec­tual y moral, que logró permear entre sus compa­ñeros una novedosa visión de estudio, de crítica y de acción ante las adversidades.

Henríquez Ureña sabía que nada tenía sentido si las reflexiones intelectuales no dialogaban con los otros para después ponerlas en práctica en la socie­dad. El dominicano pulsó el ambiente que el mundo y América Latina experimentaban, mismo que a fi­nales del siglo xix estaba invadido de pesimismo, de apatía ante la realidad y de discursos y literaturas vacías de ideas ‒superficiales o abstractas‒ que sólo entendían algunos cuantos. Un ambiente, por cierto, no muy diferente al que se vive en este siglo xxi.

Desde su caribeña isla, Henríquez Ureña comenzó a interesarse por las nuevas expresiones artísticas y

(1900) expresó que el futuro de América estaba en los jóvenes, quienes con su esperanza y con conoci­miento de su pasado y su presente tenían la misión de cambiar el rumbo de la humanidad.

Henríquez Ureña lo entendió tan bien que puso en práctica en México estas motivaciones. Al lado de Antonio Caso, estableció un grupo de estudios con adolescentes que comenzaron a leer a autores que sus maestros positivistas no les daban a conocer. Fre­derich Nietzsche fue clave en este proceso, lo mismo que William James, Enrique Lluria y Eugenio María de Hostos, sin dejar al lado el resto de la literatura universal. Todos estaban ahí: una gama de diversas tonalidades e ideas que fascinaron a estos jóvenes, a quienes la educación basada sólo en el método cien­tífico tenía hartos.

Este grupo decidió tener mucho más presencia en la sociedad mexicana. En consecuencia, funda­ron hace 105 años la Sociedad de Conferencias, pocos meses después de haber salido a las calles y tomar la

Alameda Central para protestar contra otro grupo de poetas anquilosados que habían criticado la obra de Manuel Gutiérrez Nájera. Estos hechos, sólo ar­tísticos, los catapultaron hacia un acto cívico que evidenció las fisuras del gobierno de Porfirio Díaz.

Sin verdades absolutas, pensando en las nece­sidades del ser humano y reflexionando sobre su posición en diversas realidades, años después estos muchachos estuvieron convencidos de que era nece­sario sacar el conocimiento de las instituciones ofi­ciales. Pugnaron por la inteligencia, pero sin verla como un acto de soberbia, sino como una condición a la que todos los individuos tienen derecho para al­canzar la libertad, una libertad de información, de saberes sobre la cosa pública; es por ello que decidie­ron crear la Universidad Popular (1912), para acercar la cultura a la gente. Otro de sus objetivos era la plu­ralidad para obtener estos conocimientos y valores a través de la libertad de cátedra, por lo que fundaron la Escuela de Altos Estudios, hoy Facultad de Filoso­fía y Letras.

¿Cómo veían la cultura estos jóvenes? La cultura para ellos era todo lo que hace a un ser un ser social, con interés político y cívico, con interés en su econo­mía. Eran humanistas porque pensaban que ninguna de estas esferas públicas debía dejar de lado los de­

Marcos Daniel Aguilar

¿P19

07

disciplinas que estaban surgiendo. Ahí halló a escri­tores, filósofos, psicólogos y sociólogos hartos del estatismo intelectual, que en respuesta reflexionaron sobre el bienestar del individuo en su conjunto. En­contró a maestros como Bernard Shaw, que a través de ensayos y obras de teatro proponía una nueva forma de escritura, en donde el centro de sus preocu­paciones era la recuperación de los sentimientos y pensamientos del hombre contemporáneo. Se tra­taba de reflexionar en torno al drama humano, ex­plorarlo nuevamente tras décadas de abandono. Hen ríquez Ureña también escuchó este drama en la voz pujante y con memoria histórica de las letras del uru guayo José Enrique Rodó, quien en su obra Ariel

Page 9: La Jornada Semanal

912 de agosto de 2012 • Número 910 • Jornada Semanal

Los jóvenes: Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y José Vasconcelos

Foto: facebook

rechos humanos, como lo habían hecho las diversas dictaduras. Eran escritores morales porque urgían sobre la necesidad de alcanzar la felicidad a través de la justicia y la ética, pero también eran hombres que sabían que esto no se realizaría si no se tomaban en cuenta las emociones y expresiones naturales del individuo al cultivar el arte.

¿Qué logró el pensador dominicano en México? Entre otras cosas, instaurar los ideales del arielismo. Logró reunir y conciliar a esa juventud dispersa para darle no sólo forma, porque la forma puede ser hue­ca también, sino dotarla de fondo para defender­se ante las adversidades de esa cultura y esa política que ya no deseaban. Fue amigo y asesor de Alfonso Reyes, en el que todos los valores de Ariel se conju­garon de manera justa, pues Reyes hizo lo que ni Ro­dó ni el propio Henríquez Ureña: abrir los límites de la escritura en ética y estética para hablar al mismo tiempo de México, de América y del mundo, todo a través del ensayo.

Las páginas que Henríquez Ureña escribió en Es­tudios críticos (1905) y en Horas de estudio (1910) son sorprendentes. Parecería que Pedro está describien­do a México en el siglo xxi, una época en donde la clase política y sus políticas, la clase económica y su modelo, y la educación y su sistema, han dejado de encaminar sus esfuerzos a la resolución de los pro­blemas de las personas. Casi ningún político habla, ni entonces ni ahora, de qué hará exactamente por mejorar la calidad de vida de la población.

El modelo neoliberal en este siglo xxi, con sus pros y sus contras, ha dejado sin oportunidades a millo­nes. Es un modelo que sólo piensa en algunos bene­ficiarios. Esta deshumanización ha eclipsado poco a poco a la misma educación. En Los grandes problemas de México, evaluación impulsada por El Colegio de México, los especialistas aseguran que desde 1980, cuando se acepta el libre mercado como sistema eco­nómico a seguir, la educación media superior y su­perior han dejado de crecer en calidad y han aumen­tado en sus niveles de injusticia y discriminación.

A pesar de que hay más adolescentes en escuelas y universidades, el nivel educativo de éstas no es igualitario. Hay escuelas técnicas que fueron diseña­das para que, al egresar, los individuos se incorporen al modelo productivo que el mismo Estado ha fijado

en condiciones miserables. Y esto si es que esos alum­nos consiguen trabajo, porque la enseñanza no es igual para todos, pues los alumnos que tienen mayo­res recursos económicos estudiarán en las universi­dades con mejores planes, y serán ellos los que ob­tengan trabajo de manera más rápida.

Parece que todo ese humanismo legado por los pensadores ateneístas se ha diluido con los años. En las universidades públicas y privadas, y sobre todo en los campos de las ciencias sociales o el humanis­mo, lo que menos se enseña es a ser humanistas, es decir, a pensar en el otro. Las teorías funcional/es­tructuralistas y teorías de juegos, el determinismo y la hiperespecialización han encapsulado el conoci­miento en estas instituciones elaborando, en su ma­yoría, estudios abstractos casi siempre banales que en poco ayudan al individuo a entender la vida.

Como dice César Cansino en La muerte de la ciencia política, las ciencias sociales están cooptadas por un grupo de maestros y estudiantes que sólo se entien­

den entre ellos; tenemos egresados que están siendo formados con el único propósito de ser meros em­pleados, burócratas. Los ámbitos de análisis y de estudio deben diversificarse, ampliar sus horizontes a todas las expresiones, porque la literatura, la mú­sica, el cine, la historia y la filosofía también son he­rramientas para entender lo que ocurre.

La respuesta planteada por algunos académicos es que los planes de estudio deben ser plurales, y no someterse del todo a las disciplinas científicas y a los sistemas codificados; es decir, abrirse a otras disci­plinas que motiven el pensamiento, el arte, la expre­sión, pues sólo así se tendrá la capacidad de criticar, práctica que le hace falta a la ciudadanía para exigir sus derechos. Al menos este es un deseo que se pue­de alcanzar, y qué mejor manera de hacerlo que reto­mando nuestra larga tradición humanista, nuestra historia de pensamiento hispanoamericano, para sabernos herederos de varias generaciones que se preocuparon en el bien pensar ligado con el bien de­cir, actuar y escribir.

Como es bien sabido, existen numerosos grupos de jóvenes en México y el mundo interesados en los te­mas sociales; muchos de ellos son universitarios, provenientes de instituciones públicas y privadas, que están saliendo a las calles para exigir a sus go­

la primeraprimaveramexicana

bernantes un cambio en su forma de ejercer el poder. Sea en Chile, España, Estados Unidos, en los países árabes y, en el caso de México, a través del movimien­to #Yosoy132, los jóvenes están haciendo uso de su poder ciudadano y humano, que en otros tiempos simplemente no era ejercido o no existía.

Los jóvenes del #YoSoy132, con esperanza, con conocimiento de su pasado, están pidiendo la des­aparición de los monopolios en los medios de co­municación para tener un sistema de medios más plurales y una sociedad con mayores canales de in­formación, que ayude a toda la gente a tener más datos sobre los asuntos que interesan a todos. Esto contribuye no sólo a tener mayor participación po­lítica, sino a consolidar la democracia en México, la cual siempre ha aspirado a reducir la brecha entre gobernantes y gobernados, a lograr una nación me­nos desigual, más educada, menos pobre, menos desinformada, más justa. Estos movimientos estu­diantiles han manifestado su intención de trascender

la coyuntura electoral, para fungir como cuña que presione a las transforma­ciones legales y políticas que el país necesita en su camino hacia la humanización. Es preciso recuperar nuestra historia, platicar entre todos y dar a conocer que, en otros tiempos, también se ha luchado por las libertades y la diversidad, por la caridad, por la de­mocracia y sobre todo por la justicia, a la cual se pue­de aspirar a través de una sólida sociedad civil •

Page 10: La Jornada Semanal

10leer 12 de agosto de 2012 • Número 910 • Jornada Semanal

Invocación de Eloísa,

Gonzalo Lizardo,

Ediciones Era/ Dirección de Literatura, Coordinación

de Difusión Cultural, unam,

México, 2011.

Purga,

Sofi Oksanen,

Almadía,

México, 2012.

LO QUE ESCONDE EL PASADO

JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

ALLÍ LOS RÍOS CAUDALES

ALEJANDRA ATALA

Nadie, nos dice la francesa George Sand, puede renunciar a la fuente de su ingenio. Seminarista, químico, diseñador, filósofo, el escritor Gonzalo Lizardo (Fresnillo, Zacatecas, 1965), en un espacio de 182 páginas divididas en tres partes, a través de su libro, Invocación de Eloísa, nos lleva de la mano y en primera persona al mundo que habita el joven adolescente instruido en la fe católica, quien no sólo no la rechaza, sino que la toma como elemento primigenio de su relato, del hilo conduc-tor que nos irá guiando por la intensa alucinación que entraña el despertar de un ser humano hacia su propia libido y, por ello, a habitarse, a ejercer su existencia por cuenta propia, momento en la vida en la que alma y cuerpo hacen alquimia chispo-rroteante, que conducida al ámbito literario y/o poético, arriba a la ensoñación que es relámpago y que es el espacio que abre esa luz potenciada,

desde donde se va gestando la tercera novela del zacatecano acreedor de algunas becas otorga-das por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

Entre la narrativa y la poesía fluctúa la pluma de Lizardo, pues si bien Invocación de Eloísa está escrito en prosa, su onírica entraña parece hecha del tejido de la poesía, de esa plástica musical que canta en palabras que van dando sentido a los versos que se cumple más, en este caso, en el fondo que en la forma.

Llama la atención que el “muchacho” prota-gonista de esta novela no tenga nombre, no un nombre de pila, ni siquiera apellido, ¿será por eso que la obra del zacatecano lleve por título Invoca-ción de Eloísa y no Invocación a Eloísa? Sin duda, es Eloísa quien ejerce esa fuerza misteriosa sobre el mancebo imberbe y es esa corriente eléctrica de fascinación la que conduce la trama en la voz de un joven que no se explica las cosas y que, en cambio, las vive con suma intensidad, como es por caso lo que sucede en mujeres que ignoran qué puede suceder si se avienen a un hombre y luego son presas del arcano de los síntomas del embarazo. Si así fuera, si en realidad la Eloísa tan hechicera como santa fuera la que llama, entonces la posibilidad apreciativa sigue curso singular, ése en donde la voz tanto tácita como manifiesta, sobre todo en la segunda parte del libro, abre sus cauces a la poesía que se encuentra con la de aquella poeta puertorriqueña, Julia de Burgos (1914-1953), quien le canta al Río Grande de Loíza

y que ama en su vertiente la viva presencia de su real y único compañero: “Llegó la adolescencia. Me sorprendió la vida/ prendida en lo más ancho de tu viajar eterno;/ y fui tuya mil veces, y en un bello romance/ me despertaste el alma y me besaste el cuerpo.” Mientras que la bella Eloísa de Lizardo nos dice: “Ciega, muda y sin volun-tad, sentí que el río se volvía espeso, que sus moléculas se aglutinaban, formando millares de labios y dedos que me acariciaban al mismo tiem-po, pronunciando frases sin sentido, confundi-das tras el rumor de burbujas, el pulso enfebre-cido de mi amante” •

Leer es una de las mejores oportunidades para descubrir nuevos mundos. En ocasiones, están bajo tantas capas que resulta inevitable no comprenderlos en su totalidad. Por muy reales que sean, existen hechos que nos distancian de manera natural de ellos. Desde condiciones polí-ticas específicas que pueden resultarnos imposi-bles de entender, hasta formas de vida tan particu-lares que la identificación se vuelve complicada. Aun así, en circunstancias tan adversas como se quiera imaginar, estos nuevos mundos ofrecen cosas que alimentarán al nuestro. Incluso si pare-ce que la distancia interpuesta entre ambos resul-ta insalvable.

Sofi Oksanen (Finlandia, 1977) nos regala una novela cuyo planteamiento inicial da la impresión de ser simple aunque oculta demasiadas cosas.

Aliide Truu es una anciana que vive en una zona rural de Estonia, donde la forma de vida se ha tras-tocado a fuerza de padecer casi un siglo de regí-menes totalitarios y anexiones. Un día se encuen-tra en su jardín a Zara, una veinteañera rusa que ha sido víctima de la trata de blancas. Está lasti-mada y a Aliide no le queda más remedio que acogerla pese a toda su reticencia. A partir de ese momento, la relación entre ambas se irá profun-dizando para descubrir que tienen más cosas en común de las que imaginamos en un primer momento.

Pero el planteamiento esconde muchas más cosas. Estonia misma es un elemento que no puede dejarse de lado. No sólo por su papel de país víctima durante la segunda guerra mundial sino por haber sido anexado a la Unión Soviéti-ca sin que sus habitantes lo autorizaran. Tampo-co por su reciente independencia. Sí, en cambio, porque las intrigas que generaron todos los vaivenes entre regímenes hicieron que sus habi-tantes, Aliide entre ellos, vivieran condenados a la paranoia y a la suspicacia.

Son tantas las heridas que dejó una guerra en la que no participaron del todo que, varias déca-das más tarde, el encuentro de una anciana y una joven se vuelve el pretexto ideal para sacar a la luz lo que se había callado. Así nos enteraremos que la relación entre estas dos mujeres no es casual. Las une un pasado oscuro y pedregoso que requiere explicaciones. Sobre todo, porque el

miedo ha sido una constante en sus existencias. Tanto como las traiciones cometidas con tal de salvar la vida, el amor fingido, las ilusiones pues-tas en un frasco de conservas.

Sofi Oksanen nos regala una novela compleja en la que cada una de las capas cobra un sentido particular conforme se avanza en la lectura. Es verdad, en un primer momento no todo queda claro para un lector ajeno al drama social de esos parajes. Sin embargo, pronto se verá en medio de la vorágine de una trama tan sorpresiva como conmovedora. De ésas que consiguen despertar el odio y el deseo de que los personajes paguen por cada uno de sus pecados. Algo, sin duda, nada sencillo de lograr y que nos involucra aunque nos haya parecido distante •

Page 11: La Jornada Semanal

11 leer

en nuestro próximo número

CHAVELA VARGAS, LA ESENCIA Y LA EXISTENCIAAntonio Valle El doble Chevalier d’Eon

Jornada Semanal • Número 910 • 12 de agosto de 2012 11

HERIDA LUZ

RICARDO YÁÑEZ

Espiga antes del viento,

Carmen Villoro,

Gobierno de Jalisco,

México, 2011

próximo número

[email protected]

Incuestionablemente Carmen Villoro es una de las figuras señeras del movimiento literario tapa-tío, no solamente, claro está, y siempre entre otros nombres (para ceñirnos sólo a los poetas, Ricardo Castillo, Jorge Esquinca, Laura Solórzano, Luis Vicente de Aguinaga… de bien fincada trayecto-ria). Con esta bella edición, de la que sin escatimar créditos puede decirse que es coautoría de Jorge Orendáin, antologador y prologuista; Avelino Sordo Vilchis, diseñador; Rubén Orozco, fotógra-fo; Mariuca Etienne, pintora, y ya entrados en gastos la propia Secretaría de Cultura de Jalisco, Carmen se nos presenta, por así decir, de una y definitiva vez, por lo menos hasta donde vamos.

Textos seleccionados de ocho libros y material sólo hasta ahora reunido en ese formato, Espiga antes del viento es un libro cuya claridad no pesa (ese es su peso). ¿Hablo en enigmas? Probable-

mente. Pero si uno recuerda, y no hay remedio: uno los recuerda, poemas como “Futbol”, “La casa”, “La chancla de hule”, “14 de febrero” y ahi parémosle, todo queda tan claro, tan ligero, tan leve –y todo, es mi sentir, con su peso específico. Menciono únicamente poemas en verso, pero los hay en prosa que no se echan para atrás ante los mencionados, como no pocos de Jugo de naranja, originalmente publicados en el periódico Público y luego en un volumen bajo el sello de Tril-ce, entre los cuales traigo a cuento “Un gorrión fue derribado…” y “Durante la noche…”, y una cita (de “Una l lave es una palabra mágica…”) : “Muchas llaves juntas hacen ruido, pero una llave sola habla en secreto”, que podemos extra-polar a una reunión de poetas (o, más en general, artistas)/ un poeta (un artista) solo.

Claridad y peso es el mensaje mismo de la portada, fragmento de Horizonte (1992), cuadro de Etienne: amplio rectángulo de pausado, sereno gris, sobre otro negro cuya dimensión equivaldrá a la mitad del primero, un negro calmo, definido, cimental.

Con tino de editor, que lo es, Jorge Orendáin, presenta a Villoro a través, principalmente, de su propia voz en diálogo con otros. Una de esos otros es Nadia Contreras, quien afirma de Carmen que es “la poeta que pinta con la luz”. “La luz” y “Herida luz” son nombres de dos de los textos en este libro recogidos. Sobre el segundo citemos a la propia escritora según es citada por su prolo-

guista: “un poema muy fuerte, muy doloroso, […] difícil para mí. Creo que es lo mejor que he escrito […] Ante una situación sumamente dolorosa, surgió algo muy fuerte, […] quizá no pueda yo volver a escribir algo así”. Del segundo, el final: “y yo que miro todo esto/ no la veo”.

No está de más asentar que, siendo Carmen Villoro originaria de Ciudad de México, esta antología es parte de la colección Clásicos Jalis-cienses, lo cual implica un reconocimiento oficial (el otro lo tiene mucho ha) a su bien haber echado raíces en tierras tapatías; ni tampoco que el libro va dedicado para “Estela y Luis, que me conci-bieron en Guadalajara, en la esquina de Unión y Vidrio” y el alteño, “maestro y amigo Hugo Gutiérrez Vega” •

In memoriam

Chavela Vargas1919-2012

La abeja que no podía volar/ El aeroplano y el jet/ La araña fumadora/ Las bailarinas de la brisa/ El conejito saltarín/ La changuita en apuros/ Pepe vuela/ La pulga floja/ Roncón ratón/ El sueño, Arturo Orea (textos), Mar l.h. (ilustraciones), Asociación Mexicana para la Pre-vención de Insuficiencia Cardíaca, a.c., México, 2012.

De formato pequeño y en ningún caso de extensión mayor a las veinticuatro páginas, los diez cuadernillos que confor-man esta colección tienen como principal cualidad una que a veces pareciera escasa: la sencillez. Concebidos clara-mente pensando en los lectores infantiles, las historias aquí contadas quieren, sin valerse de complicaciones, retruéca-nos ni mayores pretensiones estilísticas, transmitir alguna enseñanza útil para la vida cotidiana de los pequeños, especialmente referidas a temas de salud, verbigracia el tabaquismo, la diabetes, el consumo excesivo de golosinas y comida chatarra, etcétera.

La 20, cartografía volumétrica de Agnieszka Casas

Page 12: La Jornada Semanal

12

LA

CA

SA

SO

SE

GA

DA

LA

S R

AY

AS

DE

LA

CE

BR

A

arte y pensamiento ........ 12

PA

SO

A R

ET

IRA

RM

EAna García Bergua

JOR

NA

DA

DE

PO

ES

ÍA

12

Juan Domingo Argüelles

12 de agosto de 2012 • Número 910 • Jornada Semanal

Ernst Jünger

Un regreso por la calle Bolívar

Cada semana, cuando regreso de dar mi curso de narrativa en el centro de la ciudad, tomo la calle de Bolívar, paralela a Tlalpan, que corre discreta hacia el sur. Despojada en este tramo del presti-gio del Centro Histórico, Bolívar es un atajo perfecto en estos días con lluvia, ni muy congestionado ni muy rápido, y a la vez revelador. Es un poco como el costado de una rebanada del pastel que revela su arquitectura: el pan, la crema, la mermelada, la cubierta. Bolívar nos deja ver las colonias por las que transita como un muestrario muy elocuente, aunque menos escandaloso que el de otras rutas, de una ciudad que se ha ido estirando hasta el exceso: la colonia Obrera y los talleres de piezas para coche que se contagian de la Buenos Aires –uno nunca sabe si alguno de los rines expuestos a la venta fue alguna vez suyo o de alguien conocido–; la somno-lienta colonia Álamos con sus casas estilo californiano y sus calles nombradas misteriosamente como ciudades españolas, una aspi-ración señorial suspendida entre el caos de los ejes viales y la cal-zada de Tlalpan. A sólo unas cuadras está la colonia Narvarte con sus camellones y sus palmeras.

La colonia Postal, más adelante, siempre me ha parecido de lo más simpática por sus nombres atribuibles a las vicisitudes del co-rreo: Estafetas, Buzones, Ahorro Postal. De joven, cuando pasaba por ahí me imaginaba que en la colonia Postal vivían los carteros (originalmente fue para ellos y para sus familias, no estaba tan erra-da) y que nuestras cartas perdidas se encontraban ocultas en sus calles. Quizá uno podía ir a reclamarles las cartas que nunca llega-ban o las que tardaban una eternidad en alcanzar al remitente.

Unas cuadras delante de la Postal, hacia el sur, me encuentro la colonia del Periodista, que honra a su nombre pues fue creada de igual manera para la gente de la prensa. Está ahí la calle Zutano

(¿habrá sido seudónimo de periodista o los encargados de la nomenclatura per-dieron la inspiración?), donde está el mu-seo de Benita Galeana; gracias a las cró-nica de David Huerta sabemos que en esta colonia vivieron muchas figuras de la izquierda mexicana. Y de la Postal se desprende la Portales, donde vivieron –¿hay alguien que no lo sepa?– Carlos Monsiváis y sus muchos gatos. La Porta-les, que tiene otro estilo, más de barrio; el color de sus casas, similar al de Co-yoacán, las convierte en una acuarela umbrosa bajo la lluvia de estos días. Por-tales con su mercado, sus calles que ha-bita el vecindario.

Disfruto recorrer por Bolívar estas colonias un poco hechas a un lado en nuestras mitologías por otras más anti-guas, de moda o prestigiosas. Será que esta calle se mete en su vida interior, su vida más privada. Trato de distinguir dónde empieza un barrio y termina el otro; imaginar cómo fue creciendo la c iudad, f racc ionando las ant iguas h a ciendas para los trabajadores de un siglo xx que despertaba de la Revolución y, más tarde, para una clase media que poco a poco se fue extendiendo a lo lar-go de todo el siglo. En las casas de los años treinta-cuarenta hay aún cierta elegancia, el decoro de lo que fue mo-desto pero digno, no sé, una aspira-ción de vida citadina a ras de calle: no las mansiones aisladas del mundo por muros altísimos e infranqueables, sino el barrio. Permanecen en ellas los mer-cados, las pozolerías, las plazas, las igle-sias, los niños que corretean por las ca-lles, una parte entrañable del Distrito Federal que guarda en el seno de sus mil colonias la provincia de quienes han ve-nido a sumarse a ella y siguen haciéndo-lo: un día llegaremos a Cuernavaca y

más allá, y aun así seguiremos tratando de discernir cómo fue, qué pasó, colonia tras colonia, recorriendo estas calles que son como un paisaje y a la vez como una historia de la vida cotidiana, sin mo-numentos, con huellas discretas pero reconocibles.

Por eso me gusta regresar los jueves por la calle de Bolívar. Porque es como si el recorrido me contara cada vez una vida que me intriga. Y yo sé que hago mal en no irme en el Metro, que es mu-cho más rápido, práctico y anticontami-nante –y corre paralelo, sólo a dos o tres cuadras a la izquierda–, yo lo sé, pero es que me gusta mirar estas calles pe-queñas y no aquellas fachadas de Cal-zada de Tlalpan, convertidas en fábri-cas y hoteles y tiendas y puestos de sexoservidores, en contra de los cuales nada tengo, pero que no se dejan ob-servar tan a gusto como esta calle es-trecha y sin escándalo que me va plati-cando de sus cosas •

Ernst Jünger y la poesía

Ernst Jünger (1895-1998), memorialista extraordinario, gran na-rrador y gran ensayista alemán (autor de Tempestades de acero, Radiaciones, Abejas de cristal, Eumeswil y El trabajador, entre otros muchos libros), tenía un gran conocimiento de la poesía, lo mismo en su sentido amplio (la creación literaria como ejercicio de tras-mutación del espíritu en materia verbal), que en su sentido más específico: la obra lírica o épica que es concentración de la palabra en el verso.

En El autor y la escritura, una serie de apuntes que fue reuniendo a lo largo de los años (hay una edición española de Gedisa, con tra-ducción de Ramón Alcalde), Jünger aborda el tema de la creación literaria y, muy especialmente, de la experiencia poética, de una manera profunda, como autor y como lector.

Un concepto fundamental en estas reflexiones lo es, de entrada, el convencimiento de que “el carácter por lo general difícil del autor literario lo pone en conflicto con las instituciones más fácilmente que al ciudadano normal”. Ello, por supuesto, cuando el escritor no renuncia a su vocación ni se entrega a dichas instituciones. Es decir, mientras sea un transgresor y no un colaboracionista.

Con buen sarcasmo, Jünger se pregunta y se responde: “¿Por qué se quejan tantos de ser menospreciados? Peor aún es lo con-trario.” Y páginas más adelante nos ofrece el complemento de esta verdad: “Uno no puede evitar que lo escupan, pero sí que le pal-meen el hombro.”

Para Jünger, la poesía es una soberanía y cuando se renuncia a ella se renuncia completamente a la libertad de decir, de hacer, de creer, de descreer, de destruir y de crear. La soberanía es indepen-dencia, y nadie puede ir por el mundo diciendo que es poeta si tie-ne que ofrecer concesiones a alguien o a algo, incluso al público.

Jünger va más allá: “El autor puede, pero no debe, ser un entretenedor. Declamar está bien dentro del círculo de los ami-gos o de la familia”, pero cuando esto se vuelve modus vivendi, todo se va al carajo: la independencia, desde luego, y junto con ella la poesía.

El autor de Tempestades de acero advierte: “Que la televisión y en general los medios mecánicos suplanten a la li-teratura es verdad sólo super ficial-mente, y sólo mientras la poesía no ocu-pa su verdadero rango.” Pensando en Mozart, Jünger asegura que fue muy bueno que no alcanzara en vida las ven-tas millonarias que hoy se hacen de él, ya que eso hubiera aniquilado sin duda su genio, pues “cuanto más desciende el valor, tanto mayor es el precio”. Si nos referimos a la creación literaria, la ver-dad de esta observación puede sinteti-zarse en una frase: “Es más fácil llegar a una edición de cien mil ejemplares en un mes que en un siglo.”

Jünger nos recuerda que Valéry se-ñaló que una de las maneras de equivo-carse como escritor y de echarse a per-der es la excesiva adecuación al público y, dentro de este público, hay que incluir a los críticos, esos lectores de una espe-cie rara que podemos reconocer por lo siguiente: para ellos es tan difícil no ha-blar de sí mismos como para el criminal no dejar ninguna huella.

Siendo esencialmente un narrador, es extraordinaria la forma en que Jün-ger comprende el ejercicio poético por encima de cualquier distracción, comer-cio o publicidad: “El demiurgo no crea a partir de la plenitud: imita. El artista es la única excepción: el poema es un sue-ño que el lenguaje ordena intelectual-mente.” Esto nos recuerda lo que refiere

Julio Cortázar acerca de su extraordina-rio relato “Casa tomada” : pueden decir-se muchas cosas acerca de él y pueden hacerse las interpretaciones más rebus-cadas por parte de los críticos, pero lo cierto es que ese cuento fue soñado y escrito casi inmediatamente después del sueño.

Jünger desaprueba la manera en que hoy se leen libros (uno tras otro), muy parecida, dice él, a la forma de fu-mar cigarrillos: más para la distensión y la excitación cotidiana que para el ver-dadero entusiasmo. “En cambio –expre-sa–, un poema que nos entusiasmó en la juventud se mantiene palabra por pala-bra”, porque “el poema es un sacrificio; muchas veces esto queda oculto, pero cuando no se lo ofrece como sacrificio, se disipa como sonido y humo”. Por su-puesto, ese sonido que se hace al expe-ler el humo.

¿Y todo esto por qué? Porque “el material del poeta es la palabra. Por eso nunca puede ser tan abstracto como el pintor o el compositor. En el lenguaje siempre hay una historia: una sustancia solidificada” •

Page 13: La Jornada Semanal

CIN

EX

CU

SA

S

13 ........ arte y pensamiento

Luis [email protected]@yahoo.com

BE

MO

L S

OS

TE

NID

O

CIN

EX

CU

SA

S

13

BE

MO

L S

OS

TE

NID

OAlonso Arreola

Jornada Semanal • Número 910 • 12 de agosto de 2012

[email protected]

13

Trotteur

De Borges a Adele… oficio

En la entrada del miércoles 20 de julio de 1955, en el gigantesco diario que dedicado a Jorge Luis Borges escribió Adolfo Bioy Casa-res, se lee: “Comento a Borges el problema del cuento; está de acuer-do, hay que presentar al hombrecito al comienzo, como premisa: ‘si no, todavía va a parecer que no sabías cómo solucionar el asunto y en la desesperación inventaste ese hombrecito’”, dice el autor de “El Aleph”. Los argentinos se refieren a “La sierva ajena”, un texto que respondería al ofrecimiento de publicación en México que le hicie-ra a Bioy la escritora Elena Garro. En sus pocas líneas conmueven la precisa reflexión formal, el compromiso con la efectividad del cuen-to, la dedicación de dos grandes oficiantes.

Es de madrugada. El insomnio hace mella en nuestro magín. Nos decimos que estamos exagerando, que esa es la forma como traba-jan todos los escritores y compositores; que no tiene nada de espe-cial. Algo, sin embargo, se queda en el estómago. Sentimos que en muchos casos la responsabilidad con los “detalles” se ha perdido. Pensamos en la música electrónica y folclórica, en tantos grupos de rock que no desean “perder el tiempo” discutiendo, hablando, ana-lizando las muchas estructuras posibles de una canción; una omi-sión impensable en la música clásica, el jazz o, por increíble que parezca, el pop más comercial.

¿Ejemplo? Hace poco discutimos sobre la relevancia que sus ventas le atribuyen al disco 21 de la británica Adele. Producto de laboratorio, es innegable que muestra a una buena cantante mag-níficamente producida. Allí el asunto. El compositor, el arreglista que escribió la sección de cuerdas, el ingeniero de grabación, los músicos, pero sobre todo el coproductor Rick Rubin (quien dirige el proyecto completo), han debido conversar por horas, días, sema-nas, de modo similar a como hicieran aquella noche Borges y Bioy

Casares ensayando distintas salidas pa-ra un reto creativo. Tal es la diferencia entre este disco y otros. Pulcro, finamen-te mezclado, el de Adele sabe reflejar, insistimos, el buen oficio de sus involu-crados. ¿Duda el lector sobre la validez de nuestra forzada analogía?

El tema cinco del álbum se llama “Set Fire To The Rain”. Es una bola de nieve que sabe crecer en dinámica, peso, tesi-tura y postproducción (mezcla, maste-rización). Comienza con una introduc-ción de piano de cuatro compases que, en cada acorde, se adelanta medio tiem-po afectando la estabilidad métrica. Se niega al pulso de la batería que entra, con la voz, dando golpes continuos de bombo mientras propone sutilmente la fórmula acentual 3 + 3 + 2, misma que cobrará sentido en el coro. Así, tras una vuelta de ocho compases del verso in-troductorio aparece el bajo. Sucede un giro más y llega el precoro, ese puente premonitorio de color subdominan-te que, sabiamente, se regala incom-pleto (siete compases en lugar de ocho), para causar un vértigo que inyecte es-teroides a la primera bomba. Claro, el coro sucede sólo una vez pues debe ocultar su mecanismo en el clímax de-butante.

Pasan luego un nuevo verso, otro precoro y, ahora sí, un coro doble que explota en alturas engañosas, pues aun-que lo parece no serán las mayores. Y es que ante la inmadura posibilidad de crecer desordenadamente, los escrito-

res incrustan un interludio, ojo del hura-cán, justificación exacta para el retorno del coro cuádruple escindido por la letra en su parte media. Momento cuando Adele abandona los versos para jugar con falsetes y vibratos que dibujan un paisaje tan cursi como brillante. Claro: allí también se suman todos los instru-mentos que antes aparecían y desapa-recían a conveniencia psicológica, ín-dice de que el cuento ha concluido develando su misterio, el diáfano alien-to de su tonalidad menor. Cereza del pastel, tras el último acorde dominante el productor decide interrumpir la lle-gada del tiempo fuerte y la tónica defi-nitiva, dejando la reverberación de las cuerdas y la voz por menos de un se-gundo. Han pasado casi cuatro minutos.

Presentado este aparente elogio di-remos que la pieza de Adele no nos parece particularmente extraordinaria, ni eleva nuestro pulso cardíaco. Apenas nos gusta. La apreciamos, empero, des-de su hechura e interpretación. Inge-nuamente, con ejercicios como éste esperamos que los melómanos evolu-cionen reconociendo las partes de lo que escuchan, que vayan de lo general a lo particular y entrenen continua-mente sus oídos, pues hoy la jungla musical es tan vasta como engañosa y son sus decisiones las que determinan quién perdura. Además, su gozo au-mentará, evitarán juicios maniqueos, discusiones superficiales y sabrán dis-tinguir a quienes –como aquellos escri-tores en esa noche de hace cincuenta y siete años– supieron rendir la inspira-ción en pos de un verdadero oficio •

Nota de la r: Por un lamentable error, en el número anterior se publicó una colum-na atrasada. Pedimos una disculpa al autor y a los lectores.

Guanajuato xv (iii y última)

He aquí otro puñado de apuntes sobre los cortometrajes que for-maron parte de la programación de la decimoquinta edición del Festival Internacional de Cine de Guanajuato, giff:

De Turquía, escrito y dirigido por Olgu Baran Kubilay, los 13:30 minutos de Otobüs (El autobús, 2011) son un reflejo preciso, inten-so y descarnado de una cotidianidad a la que sólo cabe calificar de terrible: a un autobús de pasajeros atestado sube un muchacho en silla de ruedas, sólo para descubrir que junto a él otro joven lleva consigo una bomba; el resto de pasajeros se da cuenta, huyen des-pavoridos y en el vehículo quedan solamente el parapléjico y el terrorista. La solución dramática de este relámpago de historia es una mezcla extrañísima de frustración, humanismo y fatalidad.

Equipaje (Bosnia Herzegovina, 2011), con guión y dirección del bien conocido y premiado documentalista Danis Tanovic, fue me-recidamente el ganador del primer premio en el Festival. En poco menos de media hora y valiéndose de un personaje que se diría alter ego del propio Tanovic, Equipaje narra el viaje físico y emocio-nal que una generación entera se ha visto obligado a llevar a cabo con el propósito de ajustar cuentas con su pasado reciente y, vale decir, también con el significado global de ese lapso atroz de la historia de su país y su sociedad, tiempo marcado por la guerra fra-tricida, precisamente del cual esa generación procede. Enfrentarse a los restos de esa historia, por vía de los huesos de los progenitores de uno, es aquí realidad literal y al mismo tiempo metáfora de la innoble capacidad humana de vivir siempre intentando aniquilar-se a sí misma.

Aunque en muy diferente clave anímica, Fragmentos de un viaje inmóvil (Francia, 2011), de Lionel Mougin, también juega con el tiempo y todo lo que éste puede tener de sorpresivo para quien

indaga en sus entrañas. Matemá-tico antes que realizador, Mougin ofrece una espiral cuyas volutas llegan y no llegan al mismo pun-to del espaciotiempo: involunta-riamente, una pareja en un auto en un bosque abandona el pre-sente para visitar, fugaz y sor-prendida, algún punto de su pro-pio pasado, y volver segundos después a un presente que ya no lo parece o que, bien mirado, da lo mismo si se le llama así o de otro modo, por ejemplo futuro...

El estadunidense Ryan Prows escri-be y dirige Narcocorrido (eu, 2011), lite-ral puesta en escena de la letra de una canción de este género musical bastan-te estigmatizado. La historia que se cuenta es la de una mujer policía que, por primera o milésima vez –nunca se sabrá–, recurre a la ingesta de algún es-tupefaciente y, bajo los efectos de éste, pretende realizar un trabajo que, según el lema de su corporación, consiste en “servir y proteger”, actividades que des-de luego no realiza cuando detiene, so-baja y acaba matando a un número no determinado de personas que viajaban en un pequeño camión de carga, así co-mo a otro policía que no alcanza a dete-ner la barbarie e incluso es una víctima adicional de la paranoia con pistola de la oficial drogadicta.

De Canadá se presentó una delicada y breve pieza titulada Trotteur (2011, 8:36). Trotador, tradujeron, aunque más correcto sería “corredor”, por lo que se disfruta en esta obra de Arnaud Brise-bois: un hombre joven corre, al máximo de sus fuerzas, contra una locomotora, en medio de un paisaje totalmente ne-vado. La imagen del coloso de metal que piafa y desplaza su mole partiendo en

dos la blancura absoluta, mientras una espigadísima figura humana va a la par, le sirven a Brisebois como elegantísima metáfora para hablar de la capacidad humana de vencer lo aparentemente invencible, aun, o sobre todo, si aquello contra lo que se está luchando es tam-bién obra del ser humano.

De Inglaterra, hoy tan de moda por los Juegos Olímpicos, se incluyó un cor-tometraje aún más breve que el arriba citado –apenas siete minutos–, con un título que explica claramente lo que ha de verse: God View o “vista de dios” para mirar, siempre desde una perspectiva cenital, los desplazamientos de un tal Philip, vecino del barrio duro de Hack-ney, en Londres. Billy Lumby, director, guionista y editor, apela a la máxima economía de recursos narrativos para contar cómo Philip, enfermo de nostal-gia, de soledad, de angustia o de todo ello junto, invierte en términos absolu-tos el significado del amor filial y con-vierte el cumpleaños de su pequeña hija, con la que no vive y cuya madre no quiere a Philip cerca, en el escenario de un asesinato múltiple.

Como desear no cuesta, cabe desear que alguna vez, en algún lugar que no sea el giff, puedan verse películas como las aquí referidas •

Page 14: La Jornada Semanal

14

Naief Yehya

Enrique López Aguilar

LA JORNADA VIRTUAL

A LÁ[email protected]

[email protected]

arte y pensamiento ....... 12 de agosto de 2012 • Número 910 • Jornada Semanal

Fantasías trágicas de una insurrección siria

Fantasías liberales

De acuerdo con el líder del Partido Liberal Canadiense, el académico y comentarista político Michael Ignatieff (en su artículo del 11 de julio de 2012 en The New York Review of Books), el conflicto en Siria se ha convertido ahora en una guerra entre los grandes poderes: por una parte las atribu-ladas democracias capitalistas y, por la otra, “dos despotis-mos autoritarios –Rusia y China–, algo nuevo en los anales de la ciencia política: cleptocracias que mezclan econo-mía de mercado y un Estado policíaco… regímenes que apoyarán tiranías como Siria cuando eso favorezca sus in-tereses”. Esta descripción resulta paradójica ya que, en el siguiente párrafo, señala que los sauditas y los Estados del Golfo (monarquías autocráticas que difícilmente po-dríamos confundir con democracias) se dedican a armar a los rebeldes sirios. Asimismo, señala: “a la cia se le ha dado la difícil tarea de asegurarse que por lo menos las armas turcas sean canalizadas a la gente correcta y lejos de los afiliados de Al Qaeda”. Y si bien confiesa que no tiene idea de quiénes son los “buenos en este conflicto”, sí piensa que cuando Occidente no apoya sus palabras con acciones se confirma el instinto ruso y chino en el sentido de que “so-mos débiles”.

Fantasías de la Guerra Fría

Las débiles ideas de Ignatieff son sintomáticas del pensa-miento liberal estadunidense y occidental en general, de la torva manera de interpretar el caos reinante en Medio Oriente y de la incesante justificación de las intervenciones y la brutalidad desencadenada por las viejas potencias co-loniales en su renovado intervencionismo. Para Ignatieff, el conflicto sirio ha puesto en evidencia que ni los chinos ni los rusos tienen interés en la justicia y los derechos huma-nos, que son los valores que defiende Occidente a través de sus “intervenciones humanitarias”, las cuales tienen la “res-ponsabilidad de proteger”. Resulta absolutamente fabuloso que a casi once años del inicio de la Guerra contra el terror, por no mencionar Kosovo y otros fiascos, alguien pueda, en su sano juicio, seguir creyendo en esa fábula. Este pensador canadiense ve con desconsuelo el inicio de una nueva Gue-rra fría en que las potencias combatirán nuevamente a tra-vés de otras naciones. ¿Será eso peor que los aplastantes bombardeos del shock and awe (estremecer y aterrorizar) de la era Bush, o que las campañas de destrucción y asesi-nato a control remoto de la guerra de los drones de Obama?

Fantasías de insurGencia El régimen de Bashar al Assad parece a estas alturas con-denado a un merecido colapso. Su intransigencia, torpeza política y especialmente su atroz brutalidad lo están llevan-do a un vertiginoso final equiparable al del gobierno libio de Muammar Kadafi. Sin embargo, hay numerosas diferen-cias entre ambos casos. La más evidente es que los rebeldes libios establecieron algo parecido a un centro de operacio-nes en Bengasi, al cual la otan calificó como una alternativa legítima al régimen y, por tanto, le dio su apoyo en forma de zonas de no vuelo y de “cobertura aérea” que pronto se con-

virtió en pretexto para bombardear instalaciones, posicio-nes y recursos del ejército, hasta que lograron destruir al régimen. En el caso de Siria, con dificultad se puede encon-trar una alternativa relativamente unificada; las milicias que combaten bajo la forma del Ejército Libre de Siria res-ponden a una diversidad de llamados tribales, sectarios, religiosos y mercenarios que al menos por el momento parece imposible conciliar. Lo que queda claro es que nadie puede ver en estas fuerzas la menor coherencia o estrate-gia a largo plazo. Su respuesta a los ataques desproporcio-nados y las miles de víctimas colaterales del ejército han sido ejecuciones sumarias, matanzas de soldados rendidos, líderes locales y de cualquiera que consideren que apoya de alguna manera al régimen, como demuestran los videos que ellos mismos postean triunfalmente en YouTube.

Fantasía del triunFo sunita en siria Como señala el analista brasileño del Asia Times, Pepe Esco-bar, los rebeldes sirios no controlan aún territorio alguno, y aunque los qatarís y los sauditas los sigan inundando con armas y dinero parece muy difícil que logren derrotar a un ejército formal, lo cual amenaza con extender esta trágica guerra. La otan ha recurrido a una vieja estrategia propa-gandística absurda y fallida, al intentar crear pánico anun-ciando que Assad moviliza su arsenal de armas químicas para usarlo contra la insurgencia o para dárselo a Hezbolá. Esta patraña fue pronto desechada hasta por los medios estadunidenses. Israel, por su lado, habla de destruir el “eje del mal” Siria-Irán. Mientras tanto, Estados Unidos y sus alia-dos tratan de imaginar una futura Siria dócil y manipulable, lo cual es prácticamente imposible: no se puede ser salafis-ta y proisraelí al mismo tiempo; no se puede armar una in-surgencia, desgarrar el tejido social y luego esperar el sur-gimiento mágico de un régimen pacífico; eso sólo puede suceder en las absurdas fantasías liberales de Occidente •

j. s. Bach (ii de iii)

Si la descalificación “ocurrente” es perniciosa para apreciar la obra de arte, ocurre lo mismo con la deificación, procedi-miento inverso al anterior, por el que se sobrevalora incon-dicionalmente la obra (y la vida) de un autor, como si se tratara de un asunto hagiográfico: cada anécdota del per-sonaje admirado se mira como estricto reflejo del carácter de su obra (cf. la persona de Beethoven: espoleado por los mosquitos –las adversidades– que aceleran a un metafóri-co caballo voltairiano, él se convierte en un Autor victorio-so por encima de la Crítica y la Vida enemistosas, según Emil Ludwig y Romain Rolland).

Bajo la perspectiva de las deificaciones artísticas, me ha sido dado conocer obra gráfica o pictórica en la que se re-presenta (según el gusto de quien hace las imágenes) a Bach (o a cualquier otro compositor) sentado en el centro de una especie de corte musical, como si fuera Zeus o la Santísima Trinidad, rodeado por colegas ilustres en calidad de subalternos. Esa imaginería representa los gustos del melómano, pero no conduce a nada, sino a una romántica visualización de las preferencias personales manifestadas en filias y fobias bastante discutibles donde se emplean, para efectos de representación del cielo de los músicos, los mismos lugares comunes empleados por la iconografía cristiana: el Dios Trinitario al centro; la Virgen y San José, a los lados; los arcángeles, más abajo; los santos y los mártires de la congregación que ordenó la pintura pululan en los alrededores de la Corte… y de ahí hacia abajo.

Que todo autor consagrado pudo cometer errores es algo que Forkel, el biógrafo antes mencionado, cuenta acer-ca de Bach. Éste consideraba que todo tecladista que no

supiera interpretar una partitura a primera vista era digno de desprecio, lo cual afirmaba bajo la circunstancia de su reconocido e incontrastable virtuosismo. Alguna vez, to-mando una partitura desconocida para él, se equivocó en el quinto compás y tuvo que retomarla desde el principio en el clavecín. La posible justificación bachiana –“al mejor cazador se le va la liebre"– sólo mostraría a un intérprete en el momento de equivocarse. Al auditor contemporáneo no le corresponde medir una circunstancia sólo conocida por algún testigo del pasado, sino valorar la persistencia de una obra que no ha dejado de influir en el presente. Así, las anéc-dotas sólo deberían ser historietas hagiográficas catecís-micas, pues la obra de cada autor es el verdadero milagro mediante el que se entiende su trascendencia. Por tanto, puede afirmarse que una errata anecdótica no significa un error artístico, y al revés: la evolución en el proceso cons-tructivo de una obra no equivale a significativos aciertos de una vida.

No hay descalificación más inicua que la del olvido, peor que la del ninguneo. El caso de Bach es simétrico al de Gón-gora y sor Juana: ambos poetas (barrocos, como el compo-sitor alemán) tendieron a ser olvidados después de sus respectivas muertes y fueron medianamente recordados por sus poemas “sencillitos”: los romances, la redondilla “Hombres necios que acusáis…” y pocas obras más que dejaban en el olvido las “Soledades” y el “Primero sueño”. Si Góngora y sor Juana fueron redescubiertos plenamente en los alrededores de 1927 (me refiero a ediciones y lec-turas serias de gran parte de sus obras), no obstante el re-conocimiento parcial que ambos tuvieron por segmentos de la crítica y otros escritores, a Bach le fue mejor: sólo trans-currieron setenta y nueve años entre su muerte y el recono-

cimiento admirativo del público, determinado por el rees-treno de La Pasión según san Mateo bajo la batuta de Félix Mendelssohn; por él no pasaron 150 años o más, como en el caso de los poetas. Recuérdese que Mozart y Beethoven tenían de Bach la imagen de un autor de manuales didácti-cos (El clavecín bien temperado, bajo esa dudosa perspec-tiva), no la de un compositor de gran aliento, y que en ambos compositores (incluido el viejo Haydn) resultó mu-cho más influyente la obra de Händel.

Carl Friedrich Zelter, maestro de Mendelssohn y admi-rador de Bach por haber recibido influencias indirectas de Carl Philipp Emannuel Bach y Wilhelm Friedeman Bach, además de haber empleado para sus clases El clavecín bien temperado, fomentó en su joven discípulo la veneración que sentía por aquel lejano maestro. Con la colaboración de Zelter, el veinteañero Mendelssohn dirigió en Berlín esa Pasión, con la que Bach fue redescubierto. Se dice que, al-rededor de ese “estreno”, Mendelssohn comentó: “Pensar que se necesitó al hijo de un judío para recuperar la mejor música cristiana del mundo.” •

Page 15: La Jornada Semanal

15

Jorge Moch CABEZALCUBO

ARTES VISUALES

[email protected]: @JorgeMoch

....... arte y pensamientoJornada Semanal • Número 910 • 12 de agosto de 2012

Arriba: Capilla Palatina

Germaine Gómez Haro

15

Retrato de un desconocido, Antonello da Messina

Postal desde Sicilia (ii y última)

Hablar de Sicilia es evocar una de las tierras más litera-rias del orbe y que ha inspirado a artistas y poetas de todas las épocas, seducidos por la inabarcable belleza de su natu-raleza, su arte y su gente. “Sin Sicilia, Italia no se puede com-prender del todo. Es aquí donde está la clave de todo”, escri-bió Goethe arrobado por la magnificencia de la isla a la que dedicó gran parte de su imprescindible obra Viaje a Italia (1786). Para el poeta alemán, Italia, sin Sicilia, no deja huella en el alma. Y es que es una tierra bendecida con todos los dones de la belleza natural, y aderezada a lo largo de los siglos por el paso de las multivariadas culturas que de-jaron sus huellas indelebles en el afán de conquista del pa-raje considerado el tesoro del Mediterráneo. Si la presencia de fenicios, cartagineses, griegos y romanos dejó la base fundacional de una exquisita cultura que se esbozó en la reseña pasada (30 de julio, 2012), los vestigios de la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco también son muestra del alto grado de refinamiento artístico que se alcanzó en cada una de las etapas históricas, mismas que se superpo-nen, como un grandioso y colorido palimpsesto, en la con-formación de la cultura siciliana; de ahí su personalidad cosmopolita.

Un capítulo de especial fascinación es el período nor-mando (ca. 1061-1194), durante el cual se erigieron las catedrales de Cefalú y Monreale, y la Capilla Palatina en Palermo, tres ejemplos de la excelencia técnica y belleza formal que alcanzaron los artesanos sicilianos en el deli-cado oficio del mosaico. La Capilla Palatina del Palacio de los Normandos en sus dimensiones íntimas (fue conce-bida como santuario familiar) es la joya de la corona del arte del mosaico bizantino. Su interior, recubierto en su totalidad, incluyendo los pisos, es una audacia decorati-va que envuelve al visitante en una atmósfera áurea que propicia la experiencia mística.

Sicilia es también la cuna de Antonello da Messina, uno de los más sorprendentes pintores del Renacimiento italia-no, aunque mucho menos conocido y documentado que sus contemporáneos. Sobresalen especialmente sus retratos de pequeño formato (no rebasan los 40 o 50 cm), que denotan un extraordinario rigor formal y técnico, con el que consigue imprimir en las miradas de sus personajes una intensidad expresiva y un misterio que han sido comparados a la inasible Mona Lisa. En el Museo Mandralisca en Cefalú está el célebre Retrato de un desconocido (ca. 1460), que mues-tra el rostro en primer plano de un siciliano común y co-rriente, el cual, en su sencillez y austeridad, sorprende por la fina y profunda ironía de su sonrisa socarrona y su mirada desafiante y pizpireta que parece invitar al espectador a unír-sele en una intrigante complicidad. En el Palacio Abatellis en Palermo –un impresionante edificio del Quattrocento recién restaurado por el famoso arquitecto veneciano Carlo Scarpa, quien con gran fortuna integró a la estructura renacentista un diseño museográfico plenamente contemporáneo– se conserva otra de las obras maestras de este artista, La Anun-ciación (ca. 1473), pequeña obra en la que aparece la Virgen María representada como una joven campesina siciliana. Atrapa en esta pequeña y poderosa pintura la fuerza del re-trato psicológico, aunada a la maestría del tratamiento lumí-nico que puede ser comparado con las obras más celebradas de los pintores flamencos.

Entre recorrido y recorrido por el arte, la historia y la ri-queza agreste de la más sensorial de las islas mediterrá-neas, mi incansable compañera de viaje, la pintora Carmen Parra, se dio tiempo para dar un taller de pintura organiza-do por nuestra anfitriona, Rosemarie Tasca d'Almerita, en Vallelunga Pratameno, un pequeño poblado enclavado en el centro de la isla, donde su familia posee la connotada hacienda vitivinícola Regaliali. La convocatoria para desa-

rrollar un proyecto plástico en torno al tema de los árboles y basado en el libro del escritor siciliano Giuseppe Barberá, Abbriacciare gli alberi (Abrazar los árboles) atrajo a un cen-tenar de interesados, entre adultos y niños, de los cuales participaron cincuenta, y resultó una colorida convivencia artística en homenaje a la naturaleza y sus bondades que culminó con la exhibición de los trabajos realizados.

Como bien apuntó Goethe, hay lugares que atrapan el alma y se convierten en espejo de nuestro otro yo. En Sicilia, con su embriagante belleza y sensualidad, vi mi alma refle-jada y recordé a Fernando Pessoa: “Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos” •

Sempervirente escoria

Indulgente hasta el hueso con su propia mitomanía, la te-levisión mexicana como empresa particular –y esto lamen-tablemente ha contagiado a parte de la televisión pública– sólo se cree a sí misma, se repliega refractaria ante la crítica, y se niega, soberbia, a la autocrítica. Por regla general y casi ya como una triste tradición de medios en este país, la televisión –todavía con la heroica resistencia que suponen tres excepciones, tv unam, Canal22 y el Once, pero estos úl-timos bajo la constante amenaza presupuestal oficialista de que quien no se alinea, “no sale en la foto”– produce y divulga desde su aparición en México una inmensa canti-dad de porquería. Durante las décadas de 1960 a 1980 al-gún decoro quedaba en la parrilla de los programas de Te-levisa y lo que entonces era Imevisión. Ahí aparecían Garibay o Juan José Arreola. Pero desde las turbias privati-zaciones salinistas y sobre todo desde el impúdico marida-je de la televisión con el sistema político, y en ello con la

derecha neoliberal, a la par que la educación pública, gra-tuita y laica recibía los embates del ariete de la derecha –recordemos el paulatino desmantelamiento de las Cien-cias sociales y de las Humanidades en los programas escolares de las educaciones media y superior– la televi-sión fue suprimiendo de su programación los pocos pro-gramas que alguna vez ofreció como nutrimentos de cul-tura. Hoy Televisa y t v Azteca son más bien sucursales de Los Pinos y el Arzobispado de México mezclados con el más ramplón amarillismo –morigerado por el auge violento de ciertos grupos del crimen organizado– y siempre, desde luego, organizando el circo hipnótico con que embobar a millones de personas, desde las telenovelas hasta el fut-bol, pasando por deleznables ejemplos de pobreza crea-tiva como Pequeños gigantes. Los foros de discusión o los programas documentales son una farsa gobiernista. La programación está saturada de anuncios y surcada por culebrones ditirámbicos diseñados con descarada inten-ción catequista, empeñados en preservar dogmas y fana-tismos religiosos –concretamente católicos, como la aparición guadalupana y su vasta parafernalia falsamente milagrera– que taimadamente articulan argumentos francamente estúpidos en contra de los derechos repro-ductivos de las mujeres o de la igualdad jurídica de parejas homosexuales en una sociedad machista, clasista, profun-damente atrasada y aquejada de históricos prejuicios. Es dificilísimo encontrar, prácticamente inexistente, la discu-sión ecuánime sobre la inexistencia de Dios, o sobre los excesos y abusos cometidos históricamente por la Iglesia católica en perjuicio de las etnias originales, de su herencia cultural y religiosa. Es inexistente el diálogo fecundo con la oposición política, o la promoción de la conciencia colec-

tiva sobre los efectos de la corrupción en la vida nacional, quizá porque precisamente las casas televisoras, los ape-llidos que representan a clanes familiares que dominan desde la opacidad de ciertas concesiones la mayor par-te de los medios masivos electrónicos, tienen inocultables vínculos con el dinero público y la vasta red de corruptelas que se teje en derredor.

Por eso sigue vigente la escoria televisiva, y un oscuro contubernio entre televisoras y gobierno permite que per-manezcan al aire programas de morbo histérico, como el que conduce a graznidos la peruana Laura Bozzo en Televi-sa, cómodamente asentada en México a pesar de sus tur-bios quehaceres en Perú; o el bodrio ése que inexplicable-mente desde una perspectiva ética de los medios sigue transmitiendo tv Azteca, Casos de la vida real, que “condu-ce” con altanería insufrible Rocío Sánchez Azuara. Conduc-toras que hacen gala de su prepotencia y de su ignorancia de las leyes (o de lo poquísimo que les preocupan), mise-ria exhibida de malos, improvisados actores; dramas fami-liares que ventilan en foro público vergüenzas que debe-rían guardarse en casa e invariablemente ligadas a pleitos de faldas, infidelidades, abandonos y mezquindades de gente miserable, ignorante y adolescente de escrúpulos, que por unos cuantos pesos “van a la tele”… Claudicante y laxa, la autoridad nunca ha llamado al orden a las televi-soras. Si tomamos en cuenta cómo la televisión suele arro-par al papanatas presidencial en turno, entendemos que el nivel de complicidades es demasiado profundo.

En las recientes, lamentables elecciones, muchos mexi-canos vendieron su dignidad por unos pesos en plástico. Un público así merece una televisión de escoria. Y un go-bierno de escoria •

Page 16: La Jornada Semanal

12 de agosto de 2012 • Número 910 • Jornada Semanal 16

C

El cielo de Paul Bowles

Raúl Olvera Mijares

ensayo

ontemplada a la distancia del tiem-po, la obra de Paul Bowles (1910-1999) ha asumido la dimensión de un clásico del siglo xx. Para muchos

lectores llegar a él a través del cine no resulta el camino más inusitado. El trabajo fílmico sobre su primera novela, efectuado por Bernardo Berto-lucci, vino a inmortalizar la vida de un hombre que ya era una leyenda. Desde los años treinta, Bowles comenzó a hacer incursiones en el mundo musulmán y, casi desde entonces, se erigió como la avanzada intelectual estadunidense en el norte de África. Cuantos compatriotas notables pasa-ron por Tánger fueron, de una u otra forma, a parar en su casa. Visto como mentor de la gene-ración beat, Bowles recibió en su casa a William Seward Burroughs y Allen Ginsberg. La carrera de Paul Bowles en las artes se iniciaría de manera temprana en la música siendo alumno de compo-sic ión de Aaron Copland. En 1938 contrae nupcias con Jane Auer (1917-1973). Viaja por Euro-pa y México.

Comisionado por Doubleday, Paul Bowles iniciaría en 1947, estando en Fez, la composi-ción de su primera novela que más tarde, en 1949, vería la luz con el sugerente título The Sheltering Sky. No sin dificultades, Paul Bowles consiguió, tras varias tentativa fallidas, que el manuscrito llegase a las manos de James Laughlin, al frente por entonces de New Directions. El editor que había comisionado el libro originalmente lo rechazó argumentando que bajo ninguna pers-pectiva podía considerarse una novela. El recelo y la suspicacia de los editores pueden entender-se a la perfección si se considera la naturaleza, el tema, el tratamiento y, sobre todo, los modelos de pensamiento y expresión más afines al estilo reflexivo y radical de Albert Camus, eso que ha venido a llamarse existencialismo en literatura. Los personajes principales constituían todo un reto, pues cuestionaban el confort, las ideas preconcebidas y la visión pretendidamente supe-rior de la buena sociedad neoyorquina. Port y Kit son un matrimonio que, en compañía de su amigo George Turner, rico heredero, despreocupado y frívolo, emprenden un viaje por Marruecos. Port y Kit son una pareja que lleva diez años junta y han comenzado a adjudicarse una serie de liber-

tades. La primera noche en el extranjero, Port decide hacer una incursión nocturna en que cono-ce a Marhnia, una mujer bereber que a cambio de dinero concede sus favores. Kit, a su vez, tras una noche de copas a bordo de un tren, amanece en un hotel en la cama con Turner.

Después de la versión cinematográfica de la novela, donde actúan John Malkovich (Port), Debra Winger (Kit), Campbell Scott (Turner), Jill Bennett y Timothy Spall (los Lyle, madre e hijo, supuestamente) e incluso el propio Paul Bowles, quien funge como narrador, en un ulterior prefa-cio, el autor aclaró que, a pesar de las declaracio-nes de Bernardo Bertolucci, él y su esposa Jane no

Port responde que le parece que es la nada, única-mente oscuridad. Eterna noche. La declaración de nihilismo no podía ser más explícita. Port, en particular, no parece necesitar de nada ni de nadie. Ha aprendido a ser feliz sin necesidad de depender más que de sí mismo. Ya muy grave, casi en el delirio, Porter le revelará a Kit su gran amor por ella y su temor de que lo abandone. Inte-resante concepción la de ambos que, a pesar de no guardarse estr ic ta f idel idad, se s iguen reconociendo como únicos y exclusivos amantes en esa relación tan peculiar que es la suya. Kit explorará más adelante, de una manera más bien brutal, sus posibilidades en el erotismo, irreme-diablemente ligado con los hombres de raza negra. Port muere víctima del tifo en medio de una intensa agonía; Kit es secuestrada por un sudanés que la vuelve su objeto sexual, esclava y luego, ante las usanzas de su gente, cuando se descubre que la introdujo en su casa en forma clandestina, debe hacerla su legítima esposa. Kit, profundamente perturbada y confundida tras la muerte de Port, lo único que pretendía era viajar en una caravana de camellos hacia cual-quier lugar y lo que consigue es acabar siendo forzada por un negro.

En la película, que termina donde comienza, justo en la misma ciudad de Marruecos, llega a recogerla en un auto del consulado estaduniden-se una tipa presuntuosa, puritana y prepotente, Miss Ferry, en la que ya es posible barruntar la tónica habitual con que los estadunidenses abor-dan el Medio Oriente, como una suerte de tras-patio del mundo, una tierra de nadie, donde resul-ta francamente incomprensible que un hombre civilizado y blanco pretenda vivir. Se encuentra –en la recreación de Bertolucci– con una Debra Winger de piel tostada por el sol, de mirada furti-va, claramente afectada en sus facultades menta-les, quien incluso exhibe esos tatuajes emblemá-ticos en las manos de las mujeres musulmanas que forman caprichosas grecas, un signo exter-no que las marca como una suerte de posesión a los ojos de los occidentales, en verdad humi-llante. Ese solo rasgo sirve para expresar la orda-lía que debió sufrir la mujer. Turner la está espe-rando en el hotel ; pero Kit , al enterarse, se escabulle, y nunca logra encontrarla •

son sin más Port y Kit, quienes están lejos de ser la pareja ideal , quizá porque tal cosa es un concepto, una pura idea. La soledad de raíz que ambos personajes deben afrontar no puede hallar mejor metáfora que el Sahara y el cielo que se cierne sobre el inmenso desierto, un cielo que parece resguardar a los mortales del carácter insondable y oscuro del infinito.

Han salido a pasear por el campo en bicicleta; es uno de esos contados momentos donde están solos, pues han logrado desembarazarse del obstáculo de Turner. Detenidos en la cima de una montaña, Port quiere mostrarle a Kit los paisajes que le son entrañables, pues se le asemejan y le dice que el cielo ahí es muy raro. Con frecuencia ha sentido al mirarlo que se trata de algo sólido allá arriba, algo que los protege de lo que hay más allá. Kit pregunta qué es lo que hay más allá.


Recommended