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7/29/2019 La Sociedad sumisa. La huida y la rebelda. Santiago Ubieto
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LA SOCIEDAD SUMISA. LA HUIDA Y LA REBELDASantiago Ubieto
Un hombre sumiso es un hombre sometido, subyugado, dominado por otros, aun con
formas suaves lo sepa, ese hombre, o lo ignore. Un hombre sumiso es un hombre
incapaz de decir no y cuando, alguna vez, dice no su movimiento acaba all. Es todo lo
que hace: nada.
Frente al hombre sumiso est el hombre rebelde. "Qu es un hombre rebelde?. Un
hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia: es tambin un hombre que dice s,
desde su primer movimiento"1.
El hombre rebelde acta con un fin, aunque su rebelda sea la del nihilista, la del fascista
o la del fundamentalista. El impulso a su rebelda procede de alguna clase de fe, fantica
o no. Detrs de la fe: amor u odio y, en ellos, esperanza o desesperanza. Lo mismo da
que la fe que impulsa sea irracional y enferma o racional. Segn la clase de fe: la
destruccin y la involucin o la posibilidad de construir para el hombre un mundo de
tinieblas al final, que siempre acaba, o un mundo de luz, que no tiene fin. La tirana o la
libertad.
El hombre sumiso se limita a aceptar, sus potencialidades se autolimitan y son castradas
por la sociedad y por l mismo acepta todo como algo inevitable o, simplemente, vive
segn la corriente del momento y del lugar que dirigen los sumisos.
Debajo de la sumisin late el miedo a vivir en libertad, pues la libertad, facultad de
todos los hombres, es exigente en extremo dado el fin que tiene y el camino que debe
recorrerse para alcanzarla.La diferencia entre el hombre sumiso y el hombre rebelde est en la accin impulsada
por la fe para cambiar algo. Da igual que el hombre rebelde quiera cambiar el mundo
entero o tan slo su mundo. El hombre rebelde dice no y dice s y hace. El hombre
sumiso calla y, aunque diga no, sigue callando y no acta.
Analicemos desde el punto de vista de la sumisin la sociedad actual, la nuestra, la que
nosotros construimos y, luego, mirmonos a nosotros, mirmonos y vemonos.2
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La par adoja de nuestra libertad.En este breve recorrido que ahora emprendemos vamos a partir de nuestra libertad, con
rigor debe decirse de la paradoja de nuestra libertad.
Una paradoja es una "idea extraa u opuesta a la comn opinin y al sentir de los
hombres", pero tambin es una "asercin inverosmil y absurda que se presenta con
apariencia de verdadera". Son las definiciones precisas que da el diccionario de la RAE.
La comn opinin y sentir de los hombres de nuestra sociedad del centro del sistema es
que vivimos en libertad, luego veremos y ya sabemos que no es as. De otra forma,
siguiendo con el significado de paradoja, nosotros presentamos como algo verdadero
que tanto individual como socialmente vivimos en libertad, pero de acuerdo con qu es
y para qu es la libertad no es cierta esta afirmacin.
Lo que nosotros llamamos libertad, nuestra libertad, no es tal, pero creemos que
vivimos en libertad, aceptamos esto como una verdad incuestionable y evidente por lo
que no necesitamos preguntarnos nada nos arrastra la corriente social, nos dejamos
llevar. Lo que ocurre es que no tenemos clara ni intelectual ni vitalmente la libertad, qu
es y para qu la queremos, sin embargo estamos convencidos de vivir en un mundo
libre nos lo han repetido tantas veces que hemos acabado creyndolo. En la certeza
errnea de nuestra libertad confundimos la libertad social y la libertad individual. En
otras pginas he reflexionado algo sobre esto3, as es que no vamos a tratar este tema.
La paradoja de nuestra libertad social est en las contradicciones de nuestro sistema
social, desde sus fundamentos, que nos aturde, engaan y subyugan. En el sometimiento
est nuestra falta de impulso vital verdadero.
La paradoja de nuestra libertad individual estriba en que estamos en el mundo, en la
sociedad, pero no somos y no queremos ser hombres verdaderos.
Sabemos que la construccin social, tangible y etrea es al mismo tiempo, ms poderosa
es el capital cuya naturaleza ms profunda es vida de la gente, vida arrancada a los
miembros de la sociedad en distintos grados y que son considerados simples
1 A. Camus. El hombre rebelde. Alianza Editorial. Madrid. 2.001. (p. 21)2 Algunos de los conceptos, ideas y hechos que se citan a lo largo de estas pginas, muchas veces sin una
explicacin pormenorizada, se desarrollan algo ms en otros trabajos que aparecen en esta misma Pginaweb.3 VerLibertad y hombre de hoyen esta misma pgina web.
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mercancas, luego lo veremos un poco ms extensamente dada la importancia social de
este hecho. En nuestro sistema esta manera de sostenerse procede de la injusticia directa
a la que estn sometidos la mayor parte de los individuos del centro, aceptada por ellos
con alegra e inconsciencia debido a lo que nos da a cambio en forma de mercancas,
imprescindibles para el sistema, y de derechos individuales tambin la base del sistema
est en la injusticia que nosotros infligimos a los hombres de la periferia con resultados
trgicos para ellos. Es necesario recordar esto pues tendemos a ignorar lo que entre
todos nos hacemos a nosotros y hacemos a los dems y contribuimos a construir
realmente. Es nuestra obra social, la de siglos.
Al mismo tiempo, en su andar, la sociedad ha sido capaz de lograr grandes avances que
nos deslumbran y fascinan, sobre todo en desarrollos tcnicos y materiales y, en lo
social avances aunque sin salir nunca de la injusticia y, por consiguiente, de la falta de
libertad real. Sabemos que la libertad social no es posible en un mundo de injusticia.
En esto empieza nuestra paradoja de la libertad y, en ella, nuestra sumisin que nunca
ha dejado de estar presente en las sociedades, en el hombre limitado por la misma
sociedad que l ha contribuido a construir y por su profundo miedo a ser hombre, nada
ms que eso: hombre.
En esto empieza nuestra confusin y, en ella, el disparate que, en nuestra poca, est
fuera de toda medida. Camus reflexiona: "Puesto que hoy da toda accin desemboca en
el crimen, directo o indirecto, no podemos actuar antes de saber si, y por qu, hemos de
dar muerte"4. En su reflexin lcida al observar su tiempo muestra el mundo absurdo
construido por los hombres. Hoy ese mundo, ms absurdo si cabe, lo hemos elevado a la
categora de nuestro mundo normal a partir de nuestra huida consciente y tambin
inconsciente, pues contra nuestra sumisin, que no vemos, no nos rebelamos, tan slo
huimos.Es la consecuencia de nuestro obrar, en nuestra actuacin se plasman la libertad
desvirtuada y el sometimiento.
Si Camus nos explica en "El hombre rebelde", entre otras cosas, la desmesura de los
ltimos siglos europeos y se vislumbra la direccin de las sociedades a partir de lo
descabellado de nuestra actuacin, la desmesura actual ya no se manifiesta en forma de
rebelda de consecuencias trgicamente masivas, se manifiesta en forma de huida y de
4 A. Camus. El hombre rebelde... (p.10).
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sumisin, esto desde siempre, con consecuencias todava peores, provocadas por
nosotros y, de momento, escasamente sufridas en nuestras sociedades.
En nuestra sociedad son inseparables la sumisin y la huida, sta toma la direccin del
abismo, luego lo veremos.
Si aceptamos la reflexin de Camus u otras similares acerca del crimen de la sociedad
que el mismo Camus reitera con frecuencia, as: "Adems, nosotros no podemos afirmar
la inocencia de nadie, y sin embargo podemos afirmar con certeza la culpabilidad de
todos. Todo hombre es testigo del crimen de todos los dems, esa es mi fe y mi
esperanza"5, y los hechos de los siglos lo muestran con total claridad, los ltimos lo
evidencian sin posibilidad de ignorarlos salvo por el olvido deliberado y por la
tergiversacin y el falseamiento de nuestra propia historia. As es difcil avanzar
socialmente hacia un mundo justo, es decir, racional.
Reducimos nuestra historia a tpicos segn sea lo que nos conviene en cada momento,
no nos conocemos y no aprendemos de nosotros. Lo que vivimos son avances tcnicos
para nuestra satisfaccin, utilizados para ejercer mayor opresin, y cambios del
pensamiento social, est estructurado o est en el hacer de la sociedad, para refinar la
huida, la sumisin y la opresin, para ignorar y eludir nuestra responsabilidad.
La responsabilidad, aceptar las consecuencias de cuanto hacemos y de cuanto omitimos,
es fundamental para un mundo en libertad, pero en nuestro mundo de ignorar los hechos
es imposible pensar en las consecuencias.
Si no tenemos conciencia de nuestros disparates, de nuestras atrocidades, las que
colectivamente cometemos cada minuto, la idea de culpa no existe y se diluye en la
sociedad de los roles sociales, del hombre-mercanca, de las cosas, de las mercancas, de
la ideologa de la no ideologa, de la negacin de la moral cambiante como los avances
e incapaz de discernir el bien del mal, bien o mal no religiosos sino sociales, de los
derechos y leyes injustas que como tales contribuyen a diluir la responsabilidadindividual. Todo lo acomodamos a la bsqueda de nuestra satisfaccin y de nuestro
placer como derechos supremos, como otra forma de dulce y vaca sumisin, incluso las
formas de poder que hay tras el consumismo son de poder para ser sumisos. No
olvidemos que el sumiso tambin manda. En todo eso la auto-represin social e
individual establecida de mil maneras.
5 A. Camus. La cada. Alianza Editorial. Madrid. 2.000. (p. 96).
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Los que ya no aguantan ms realizan su ltimo acto de huida y su nico acto de
rebelda: el suicidio. Este es un tema tab en nuestra sociedad, pero las estadsticas
divulgadas, siempre imprecisas y sesgadas por lo difuso y el temor, son aterradoras.
Aunque queramos ignorarlo es un hecho.
Lo que llamamos nuestra libertad, que perpeta la injusticia que sufrimos y la que
infligimos, nos sirve para vivir alegre y depresivamente por medio de toda clase de
drogas, legales o ilegales, en la inconsciencia y en el sometimiento, pues no es otra cosa
vivir de la injusticia y en ella. En esta situacin la sociedad genera nuevos problemas
para los que no encuentra solucin.
Los problemas, directos o indirectos, son producidos por nosotros en la dinmica social
y proceden de nuestra propia sociedad y de las vidas de los individuos y, tambin, de la
incomprensin de las nuevas sociedades que llegan a la nuestra y estn en ella pero no
se incorporan a la misma debido a la impermeabilidad mutua, a las barreras procedentes
de los respectivos dogmas, pues nosotros tambin somos dogmticos6. La
incomprensin de lo que llega es debida tambin a que nosotros mismos no nos
comprendemos, no nos entendemos.
No hay soluciones colectivas salvadoras, la historia nos lo ensea. Los intentos de
imponer esas soluciones, a partir de la rebelda de unos pocos y de unos muchos
sumisos a lo nuevo que traa la rebelda, han sido desastrosos y las consecuencias,
despus de muchos aos, hoy las correspondientes sociedades las siguen sufriendo de
diversas formas.
Ahora es peor, ya creemos tener la solucin salvadora definitiva y eso nos impide ver
con claridad el origen de los problemas sus manifestaciones las atajamos estableciendo
derechos y no buscamos las causas por lo que no podemos resolver los problemas. El
germen de lo que llega lo incubamos nosotros, pero nos dedicamos a elucubrar, afabular o a huir y nunca a afrontar las causas. Los avances nos ciegan con su brillo y
obnubilan la mente social.
6 Una idea de qu es el dogmatismo, para el que no existe el problema del conocimiento, la desarrollaHessen, dice: "En el dogmatismo... el sujeto, la conciencia cognoscente, aprehende su objeto. Esta
posicin se sustenta en una confianza en la razn humana, todava no debilitada por ninguna duda... Elcontacto entre el sujeto y el objeto no puede parecer problemtico a quien no ve que el conocimiento es
por esencia una relacin entre el sujeto y el objeto... Tambin los valores existen, pura y simplemente,para el dogmtico".J. Hessen. Teora del conocimiento. Col. Austral. Espasa-Calpe. Madrid. 1.991 (pp. 68-69)
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El resultado es que no somos capaces de construir un mundo para el hombre verdadero,
en su lugar hemos construido una sociedad que nos desborda y somete en la que, como
mucho, se valora no al hombre sino al hombre-mercanca y el rol social. En la sumisin
uno no es por s sino por ser mercanca y por lo que aparenta, por lo que representa en el
teatro social.
El discurso siempre es el mismo, aunque cada minuto que pasa empeoramos la
situacin.
Observemos con cierto distanciamiento lo que hacemos en conjunto, leamos con
atencin la prensa, analicemos la informacin que nos llega en grandes cantidades
analicemos los hechos y sus causas y veamos en qu nos encontramos.
Quiz lleguemos a adquirir conciencia de la destruccin disparatada que corresponde a
una poca, la nuestra, de disparates continuos. El de la destruccin de nuestra sociedad
est en nosotros, lo cultivamos nosotros al vivir de la injusticia y en la injusticia, de la
depredacin, de la confrontacin estril, del dogma, es decir, de la irracionalidad de
cualquier clase, de la debilidad que oculta la crueldad que emerge y apenas vemos al
haber adquirido el poder colectivo de una sociedad sumisa. Poder que manejan los
profesionales del poder y poder que tambin poseen los sumisos, pues ellos mandan
sobre sus representantes que, a su vez, se imponen, los profesionales del poder poltico,
sumisos tanto al poder que est sobre el suyo, el del capital, como a los deseos de sus
representados tericos, la sociedad sumisa.
Todo eso somos incapaces de verlo. La relacin de hechos es inacabable, el origen es la
injusticia ante la que permanecemos pasivos y estamos ciegos.
La libertad es imposible sin justicia verdadera, la injusticia en nuestra sociedad y en
todas lleva a la sumisin, pocas veces a la rebelda. Las manifestaciones de la injusticia
son numerosas, unas conocidas y otras ignoradas o tenidas por justas dada la perversinde nuestros conceptos, una de ellas es el capital y todos sus derechos que, en una
sociedad capitalista, son superiores a los que tienen los individuos.
La misma mentalidad que ha dado forma al capital privado se la ha dado a la sociedad,
la que ha generado su naturaleza: vidas reales, trozos de vidas arrancados a la gente a
partir de esa mentalidad que, entre otras cosas, considera al hombre como otra
mercanca ms. Todo eso est en las numerosas manifestaciones de la actuacin social y
en parte de las instituciones que han ido apareciendo o se van consolidando.
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Nosotros queremos alcanzar el capital, participar del mismo como propietarios, ser
capitalistas, ser ricos, llenarnos de atributos externos que otorgan mayor o menor poder
sobre otros, poder que siempre es efmero aunque lo creamos eterno. El poder es
dominio sobre otros y6 nosotros creemos que es uno de nuestros derechos y una
manifestacin de nuestra libertad se da en nuestras vidas de muchas formas, por
ejemplo, en las mercancas, en el consumismo que es, como sabemos, una de sus
manifestaciones.
Somos compulsivos ante las manifestaciones de los problemas, reclamamos derechos
cuando algo nos molesta, pero somos pasivos con las causas de los problemas,
suponiendo que nos interese conocerlas.
Nos movemos y vivimos en y de la injusticia y no hacemos nada ante ella, nos
mostramos sumisos ante ella.
Nos movemos en la representacin, en el rol que deseamos aparentar y no hacemos
nada por ser nosotros verdaderamente.
Nos decimos libres cuando eludimos individual y socialmente toda responsabilidad por
nuestros actos y por nuestras omisiones.
Nuestra esperanza est en poseer ms cosas, en consumir ms, en ello depositamos
nuestra idea y nuestra manera de vivir en libertad, o en hacer cuanto deseamos sin
pensar ms o en tener dinero o riqueza sin pensar qu son realmente el dinero o la
riqueza y sin pensar que dominar, directa o indirectamente, a otros no es libertad.
La relacin ltima que establecemos en la sociedad es la de amos y esclavos, educados
en las formas, con abundancia de mercancas, pero es la relacin de sumisin desde el
engao social y el autoengao individual.La organizacin social es de poder y, en l, de dejacin de nuestra voluntad. Esperamos
que quienes detentan ms poder hagan, cada uno a su nivel, aunque, en parte, los
sumisos son quienes mandan, pues los profesionales del poder poltico necesitan
someterse a los sumisos para detentar poder. Lo nico que escapa a la relacin de
sometimiento a los sumisos es el capital, est por encima de todo y de todos, nos
subyuga, es el verdadero poder que los sumisos tambin desean alcanzar.
Hacemos dejacin de la democracia real, como estado de la sociedad, en distintosgrados de democracia formal ms o menos restringida y corrompida. La gente se
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conforma con ir a votar peridicamente, es una manifestacin ms del mando que tienen
los sumisos.
Hacemos dejacin de nuestra fe que la depositamos en la nada, en el vaco de nuestros
impulsos vitales profundos.
Nos sometemos servilmente en el trabajo, aunque se habla de tica de las empresas al
margen de su verdadera moralidad, sta se ignora, y, se ensalza su poder.
Sometemos nuestra voluntad a los dolos pasajeros de quienes aceptamos, valoramos e
imitamos cualquier cosa que hagan por disparatada que sea, a banderas, colores o
papeles sociales, a los lderes de la clase que sea y por el tiempo que la imagen o la
moda nos dicten.
Nos sometemos a la imagen desmovilizadora, al mundo virtual, es decir, no real, a la
huida constante, al pensamiento correcto de cada momento, cambiante como la tcnica
y la complejidad que nos desconciertan.
El sistema, poderoso en extremo, ha domeado a los individuos y se ha apoderado, ya
no de pedazos de sus vidas, eso es el capital, tambin de nuestra voluntad social, de
nuestra imaginacin, de nuestra razn, de nuestros sentimientos.
Lo correcto social o polticamente de cada momento nos encorseta, o el lenguaje
tergiversador del mundo y tambin represivo. A quien sale de este marco se le excluye,
se le margina y si se le permite algo es para convertirlo en una mercanca ms, cultural,
contracultural, moderna o postmoderna. El razonamiento o la imaginacin creadora que
sobrepasa esos lmites y, por tanto, supone el peligro de cierta rebelda seria es
expulsado a los arrabales del sistema.
Veamos un da cualquiera, tratemos de ver un da cualquiera de nuestro mundo entero.
Imaginmoslo a partir de lo mucho que podemos conocer acerca de lo que sucede y de
lo que hacemos, suponiendo que tengamos despierta la capacidad real de imaginar,suponiendo que adems de haber hecho dejacin de nuestra voluntad no hayamos
hecho, tambin, dejacin de nuestra imaginacin, cosa que suele suceder, aunque todos
presumimos de imaginacin al confundir la enfermedad de la mente con la verdadera
imaginacin, que es una facultad del hombre capaz de contribuir a la obra creadora de
los hombres, al confundir la imaginacin con la semilocura neurtica.
Veamos un da cualquiera lo que hacemos nosotros, cada uno, y lo que hace la gente, la
sociedad. El espectculo que se observa es sobrecogedor y ridculo al mismo tiempo, niaun siquiera es necesario que pensemos demasiado si somos capaces de situarnos en una
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posicin distante y luego analizar sin pre-juicios. Veamos lo que hacemos desde nuestra
situacin de hombres sumisos en una sociedad poderosa, como corresponde a la del
centro del sistema, y, al mismo tiempo que sumisa sometiendo por la fuerza a otros
muchos.
Confundimos el poder de nuestra sociedad para dominar a otros con la libertad social y
la libertad de elegir entre mercancas con la libertad individual, o la libertad para votar
peridicamente con la democracia real y con toda la libertad poltica, y esto, en una
sociedad sumisa a lo que es y representa el poder y al capital que tambin confundimos
con la libertad.
En nuestra sociedad sumisa nos enfrentamos a gente rebelde desde su fanatismo,
rebeldes que dicen no a lo que hay y dicen s a un pasado reinventado o mitificado o a
un mundo que desean inmutable en su concepcin. Eso corresponde a los mayores
grados de tirana. En su rebelda confunden parasos pueriles y nihilismo sangriento.
Frente a nosotros, que no sabemos hacia dnde vamos, ellos actan y su accin est
dirigida hacia algn fin que nosotros, sumisos, no queremos conocer porque nos puede
incomodar y exigir que nos movamos desde dentro de nosotros. Tal vez el movimiento
nos exigira que nos rebelsemos contra esa rebelda y tal vez el movimiento arrastrara
diferentes aspectos de nuestro sistema. Tal vez pasara algo, sucedera algo si se diesen
condiciones, la primera amar profundamente la autntica libertad.
Rebeldes, tambin, desde dentro del propio sistema, que rechazan manifestaciones del
mismo pero sin tener un fin claro, rebelda, en este caso, del no sin un s claro.
Rebelde, poco, silenciosos, que actan con coherencia desde el no a numerosas
manifestaciones del sistema y desde el s a un mundo prximo y reducido para que ese
pequeo mundo sea mejor y se extienda rebelda, que nos llama la atencin, de
hombres guiados por su capacidad de amar y por su capacidad, en estos casos, de com-padecer y de actuar. Ni aun siquiera so, intelectualmente, conscientes de su rebelda,
pero actan segn su fe.
En lo que tiene importancia social nuestra pasividad es total. Recordemos los
movimientos y los hechos, de un lugar como Europa durante los ltimos aos, de
diferentes clases, sangrientos algunos, y la sumisin a lo que otros deciden sin
preguntarnos.
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Los profesionales del poder poltico, tambin sumisos, se someten en diferentes puntos
a las corrientes sociales de cada momento y en los aspectos relevantes a lo que decide el
verdadero poder. La sociedad acaba acatando todo, las protestas son testimoniales y
minoritarias y el conjunto de la sociedad nada hace y nada dice. Un ejemplo claro: el
paro que produce la llamada deslocalizacin en los pases del centro tiene el efecto de
hacer ms sumisos a quienes afecta, gente con derechos, sus protestas no son
compartidas y no son activas en el resto de la sociedad que, a su vez, en otros momentos
puede encontrarse en idntica situacin la sumisin lleva a decir no pero no a cambiar
lo que haba que est claro para los afectados que no funcionaba bien. Los afectados
pierden conscientemente privilegios que les otorgaba el capital, pero no eran privilegios.
Las incertidumbres econmicas, consustanciales al sistema capitalista, se resuelven
desprotegiendo a los individuos o arrancndoles ms plusvala. Si el llamado
eufemsticamente estado del bienestar nos permite ser sumisos inconscientes, ahora lo
somos porque la insolidaridad, el individualismo, la indiferencia vaca hacen que los
individuos slo miren por s mismos, por cada uno, ignorando a los dems y aceptando
mayores grados de sumisin.
La sociedad es compleja, formada por muchsimos individuos con distintos pero
similares puntos de vista y diferentes pero parecidas soluciones individuales, stas se
plantean de acuerdo con intereses particulares y para que tengan efectos inmediatos. Las
soluciones colectivas son difciles, los cambios reales son complejos, pero los cambios
serios y profundos no se dan porque no sabemos hacia dnde vamos ni qu direccin
tomar. Creemos que los cambios suponen riesgos, peligros, mayores incertidumbres y
tal vez prdidas individuales. Queremos que todo siga igual y aceptamos los cambios en
lo anecdtico, en lo superficial, no en lo profundo donde tampoco se dan. A impulsos de
los avances tcnicos, los cambios lo que hacen es permitir que salgan a la superficie
valores prohibidos antes y ahora aceptados, lo que significa que muchas prohibicioneseran ilgicas, pero en otros casos, al legislarse como permitido lo antes prohibido, la
responsabilidad individual desaparece para diluirse en la ley que es social. Nos
sometemos a la ley que nos conviene para eludir nuestra responsabilidad.
Cuando alguien intuye peligros o riesgos que deben resolverse responsable y
racionalmente pero que no forman parte de la corriente social del momento, ese alguien
es descalificado directamente, aunque su llamada de atencin sea racional. Creemos que
los problemas no son tales en ciertas dinmicas sociales, los ignoramos porque estamosconvencidos de que si ante un problema nuestra actitud es la de ignorarlo, dicho
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problema ya no existe, pero est all y lo nico que hace es agrandarse y cuando se
manifiesta con mayor virulencia nos desconcierta, no lo entendemos y seguimos sin
buscar las causas para encontrar soluciones reales, o ya es tarde. Aceptamos las
pretendidas soluciones que atajan o creemos que evitan los efectos, pues es lo nico que
vemos. Ejemplos de esto hay muchos, as, el terrorismo de cualquier clase, la llegada
constante y masiva de inmigrantes con todo su bagaje, las exacerbaciones nacionalistas,
la deslocalizacin, el establecimiento de derechos diversos, formales o informales,
exclusivos en lugares exclusivos que nos privilegian frente a los que hemos decidido
que son distintos, etc.
Otras veces ante ciertas situaciones no reaccionamos e imponen sus formas o sus
exclusivos valores y derechos grupsculos minoritarios, pero vociferantes, que
contribuyen a establecer corrientes de opinin sin reflexin que nosotros aceptamos
sumisamente sin un mnimo debate social, la ley es todo y se impone. Las leyes tienen
la virtud de ayudarnos a eludir la responsabilidad individual, de cada uno, no importa
que las leyes sean justas o injustas, que sean socialmente morales, inmorales o
amorales, son leyes que deciden por todos, por cada uno, y, como tales, no se
cuestionan.
En esta situacin vivimos en la sumisin y lo que hacemos es descarada o sutilmente
para no afrontarnos a nosotros.
La sumisin social significa que la mayora sumisa arrastra a la sociedad entera e
impone sus valores. Conocemos desde Freud los mecanismos que desencadenan las
diferencias entre el comportamiento social y el individual y cmo se impone aqul.
La inexistencia de soluciones colectivas reales nos induce a ver en las corrientes de
opinin de cada momento esa solucin inexistente y adoptamos la moda del momento
como nuestra solucin individual, particular, aunque proceda de la confusa sociedad ydel firme y nico sistema existente hoy.
El individuo no sumiso, hasta rebelde para su sociedad aunque no lo vea as, es
extraado y expulsado de la misma, nicamente es aceptado cuando la insumisin
forma parte de la corriente social, entonces no es un individuo rebelde es un insumiso,
con el significado de desobediente a algo. Por ejemplo, la llamada insumisin al
servicio militar obligatorio, en realidad era algo que ya lata en la sociedad comoconsecuencia de los cambios tcnicos y sociales esta insumisin es la escenificacin de
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los ms altos grados de libertad que propicia nuestra sociedad, la desobediencia puntual
y testimonial de algunos sumisos, aceptada de inmediato por los sumisos profesionales
del poder poltico.
La rebelda individual, sobre la que volveremos, siempre ha sido difcil, con frecuencia
castigada de forma dura y en la actualidad tambin, aunque con nuevas formas. La
rebelda del hombre que pretende ser y, por tanto, vivir en libertad, no se entiende
porque la gente no concibe la verdadera libertad y, aun en la aparente diversidad social,
a las sociedades les cuesta aceptar a los diferentes, a los que cree distintos, ya lo sean
por estar situados en otras clases sociales, por lugar de nacimiento, por raza, religin,
idioma, etc. El hombre rebelde no slo es distinto, tambin es un espejo en el que, sin
quererlo, los que le rodean, la sociedad, se miran y ven lo que no les gusta de ellos
mismos. La sociedad, entonces, hace lo habitual en ella, ignora cuanto le molesta, nunca
se pregunta las causas, tampoco las entiende y corta o elimina las manifestaciones o las
imgenes o el lenguaje que le incomodan.
La principal contradiccin de nuestro sistema, del mundo social que hemos ido
construyendo durante siglos, es que, siendo algo hecho por los hombres, su fin no
sabemos cul es y no es el del hombre como tal. A lo largo de los siglos los hombres
hemos ideado y construido una sociedad para las cosas, para las mercancas, para los
roles sociales, nunca para el hombre.
En la sumisin social est la individual, ambas son dependientes de s, pero el hombre
tiene la capacidad para ser y rebelarse contra su propia sumisin. El hombre vive en
sociedad y construye la sociedad, si sta nos somete es porque, en parte, se ha
construido desde la sumisin, desde la relacin social amo-esclavo, dominadores-
dominados, desde la situacin de falta real de libertad social, de no haber sido capaces
de construir en todos los siglos del hombre una sociedad que busque su verdaderalibertad. Ni el amo ni el esclavo son libres, la diferencia es de privilegios, de
comodidad, de relevancia social, de riqueza, de dominio, pero no de libertad.
La sumisin es de cada individuo, lo mismo que la libertad. si la sociedad es libre o
sumisa lo que hace es propiciar las condiciones para que con mayor facilidad cada
hombre viva desde s en libertad o en sumisin.
Nosotros, cada uno, no desarrollamos cuanto llevamos, nos limitamos a estar, a
autoengaarnos, a tener cosas, a aparentar, pero no queremos ser. Es la historia delhombre que calla desde lo vital y sustancial de l mismo, que acepta los hechos como
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inevitables, los sociales y los que ms directamente le afectan y envuelven a l mismo, y
no puede, no sabe, no se atreve a rebelarse desde l mismo.
Cuando un hombre decide rebelarse en su sociedad, aunque no sepa que se rebela, lo
que hace es decir no a un mundo exterior y, sobre todo, a un mundo propio que no le
satisface en lo hondo de su ser, que esos mundos no le permiten su plenitud de hombre,
lo que intuye y sabe, aunque todava no sepa qu es, que no le permiten vivir en
libertad, aun sin tener claro qu es y para qu la necesita vitalmente, slo sabe que la
necesita y que a partir de ella puede empezar a ser.
La respuesta a la sumisin es la huida individual que se convierte en colectiva, la
disfrazamos de ir a algn lugar con el engao y con la seduccin de las cosas, hemos
entregado nuestra voluntad, nuestra fe y hasta nuestra imaginacin, as es imposible ser.
Nos autolimitamos, nos llenamos de obligaciones absurdas, de compromisos, de
necesidades superfluas, de todo con tal de ocultarnos a nosotros mismos. Decimos no
creer, pero creemos en lo imaginado aunque sea irracional y delirante, creemos
ilgicamente en supersticiones, en banderas, en pequeos dioses, pero rechazamos
cualquier fe racional en nosotros mismos, en la justicia, en la razn, en nuestra
ignorancia,...
Somos sumisos desde nosotros mismos porque desarrollar cuanto llevamos dentro,
nuestras "potencialidades divinas", en palabras de B. Russell, supone compromiso,
esfuerzo, romper imposiciones sociales, sinceridad total y eso creemos que no merece la
pena. Nos hundimos en nuestro individualismo, en nuestro fcil hedonismo, en nuestros
derechos exclusivos, en nuestra separacin vital y profunda de nuestra sociedad, aunque
participemos entusiasta y asqueadamente de las corrientes sociales del momento.
Nuestro yo lo hemos construido de cosas, de atributos externos. La seduccin es tan
fuerte que, en cierta forma, nos anula en lo ms nuestro, en lo ms autntico de gran
parte de las facultades del alma, el olvido de las mismas nos hace dbiles, nos hacesumisos ante las cosas y ante la sociedad. El vaco profundo que deja en nosotros la
seduccin de las cosas no nos lo podemos permitir y buscamos ms cosas, llenar nuestro
tiempo con lo que sea para no or nuestro propio vaco, pues sabemos que debajo del
mismo estamos nosotros y no lo queremos saber, ni dar el paso para empezar a
descubrirnos, podra suponer esfuerzo y podra ser doloroso. Es mucho ms cmoda la
sumisin.
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La sumisin requiere poco, no ser, no pensar, pervertir los propios sentimientos, hacer
dejacin de nuestra voluntad, de nuestra fe, de nuestra imaginacin, sumergirnos desde
nuestro vaco en las corrientes sociales cambiantes y efmeras.
Desde el momento en que somos individuos sumisos renunciamos a ser en lo que
llevamos, en lo que somos y, para lograrlo, empezamos renunciando a vivir en libertad
desde el engao. La libertad para hacer o no hacer lo nuestro, lo propio, con
responsabilidad. A partir de renunciar a la verdadera libertad, que negamos en nuestra
confusin, lo que hacemos es renunciar a nosotros mismos.
La paradoja de nuestra libertad individual est en esto.
Tras el engao de nuestra libertad real, tanto social como individual, hay algo ms, de
alguna forma podra decirse que el espritu de nuestro sistema nos impulsa hacia alguna
direccin. El espritu del sistema, sobre el que en algn momento ser necesario indagar
y tratar de conocer, es complejo, nuestra sociedad lo es.
Sobre el espritu del sistema.En su conocida obra "La tica protestante y el espritu del capitalismo", M. Weber
explica que bajo el primer capitalismo industrial subyaca un impulso religioso muy
concreto que lo llev hasta lo que hoy, tal vez, podramos entender como la madurez del
capitalismo, el de ese momento. Al final de dicha obra tambin explica lo que ya
entonces vio con lucidez, los nuevos valores que empezaban a aflorar y que no le
entusiasmaba, eran ya entonces lo que llam "pasin agonal" por el dinero, y una
especie de soberbia vaca. En realidad ese sustrato religioso impulsor no era ms que
una forma de fe, no vamos a entrar ahora en si esa fe era racional o fantica, ilgica o
coherente, pero el hecho es que el impulso, segn Weber, proceda de alguna clase defe.
Posiblemente hoy deberamos intentar entender o conocer el espritu de nuestro actual
sistema. En algn momento habr que profundizar en esto.
El espritu de nuestro sistema debe entenderse como su esencia, como su principio
generador que le da la forma que tiene. Debe entenderse, adems, en el espritu del
sistema lo inmaterial, con un objetivo determinado que alienta e impulsa al propiosistema
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Habr que buscar, cuando eso sea posible, en lo que permanece oculto en lo ms
profundo de nuestro mundo de cosas, de mercancas abundantes y de numerosos
derechos individuales que no son ms que manifestaciones de eso ms hondo. Se tratar
de averiguar qu hay debajo de lo que numerosos pensadores actuales describen de
nuestra sociedad.
Lo que impulsa el devenir, la idea y el entendimiento vital del hombre actual es lo que
puede permitir entender algo acerca del espritu del sistema.
Habr que ver qu valores arraigados, de la clase que sea, existen en la sociedad actual y
las instituciones que originan as como las que van desapareciendo o perdiendo fuerza y
las que perviven, tambin la organizacin social que a partir de las mismas se va
estableciendo.
El hombre de las distintas sociedades occidentales actuales descrito por los pensadores,
el que es percibido por la observacin, en algunas de esas sociedades es un hombre
autolimitado. Los pensadores, en general, no lo explicitan de esta forma. El hombre de
hoy es as porque aquello que le permitira actuar o no actuar cuando lo puede hacer con
un fin claro, su propia libertad, lo tiene difuso, lo mismo la libertad social que la
individual. No se ha detenido por un momento a reflexionar y a imaginar su vida en
verdadera libertad, qu es y para qu la quiere. A partir de esto la actuacin del hombre
es, con frecuencia, incongruente y da como resultado una sociedad compleja, llena de
conflictos ms o menos larvados, que no sabe hacia dnde va, que no sabe qu direccin
lleva. Los constantes cambios, como resultado de la actuacin humana influida por lo
que el hombre idea en lo tcnico y en lo social, no se sabe qu direccin llevan.
Hay peculiaridades en la sociedad que la hacen ir sin un rumbo claro, una de ellas es
que al hombre de hoy le asusta la responsabilidad. Desconoce y, por tanto, no acepta lasconsecuencias de sus actos individuales y colectivos, lo que es seal inequvoca de su
poca claridad en lo que es la libertad verdadera y, consecuentemente, del sentido de su
actuacin. Esto contribuye a explicar el desconocimiento de la direccin de los cambios
y con ellos de la sociedad.
Los derechos individuales y las, a veces, extraas leyes, todo ello en crecimiento casi
exponencial, logran que la gente tenga su vida reglada en lo bsico y tambin que eluda
gran parte de su responsabilidad, sta se diluye en la sociedad de miles de leyes ynormas que, dados sus mecanismos y sus valores cambiantes segn las necesidades de
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cada momento as como la organizacin que va estableciendo, tiende a ignorar cuanto
de molesto produce la misma sociedad. Conocemos perfectamente las atrocidades que
cada minuto nosotros provocamos, pero no somos responsables. Los hechos estn a la
vista.
Algo que determina cualquier sistema social es el modo de produccin dominante. Marx
aclara que el carcter general de los procesos sociales, polticos y espirituales est
determinado por el modo de produccin. ste condiciona notablemente la organizacin
social, en el mismo confluyen una serie de valores sociales que predominan y se
extienden a toda la sociedad. Los cambios producidos en las formas de generarse el
capital, debidos a los avances tcnicos y sociales, han supuesto cambios acordes en la
organizacin social.
Es innegable que otros valores sociales, otro espritu social originaran un modo de
produccin diferente que a su vez procesos sociales, polticos y espirituales tambin
distintos.
Aunque los cambios habidos en las formas de generarse el capital han supuesto y siguen
produciendo cambios sociales, stos no son profundos, las instituciones fundamentales
del sistema siguen intactas, a lo sumo se modifican en la medida en que lo hace la forma
de producirse el capital, pero en su naturaleza especfica que corresponde al capitalismo.
No olvidemos que las instituciones son construcciones de la mente humana que
estructuran las clases de relaciones en la sociedad.
Ser necesario analizar el nuevo espritu del capitalismo actual, diferente al explicado
por Weber y ya intuido por l.
En nuestra compleja sociedad aparecen nuevos factores que preparan su eclosin y no
sabemos de qu manera van a transformar lo actual.Estos nuevos factores son especficos de la sociedad asentada en el centro y tambin
procedentes de otras sociedades diferentes en lo cultural, religioso, poltico y, en
general, en lo social y que ya estn dentro de la nuestra y cada da que pasa adquieren
mayor importancia e influencia y van tomado parcelas de poder social.
El modo de produccin condiciona la organizacin social y determina procesos sociales,
polticos y espirituales. Sabemos que el capitalismo tiene su naturaleza profunda en ladepredacin humana en una de sus diversas manifestaciones, la consideracin del
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hombre como simple mercanca y la consiguiente forma de obtener plusvala, esto
marca la organizacin de la sociedad. Esta caracterstica social de la depredacin
humana, adems del modo de produccin, da lugar a otras instituciones arraigadas. Lo
primero que supone esto es que el hombre no es considerado ms que como
instrumento, como medio y objeto de dominio de unos hombres sobre otros, una de sus
manifestaciones es la valoracin y admiracin social de la riqueza, cuanto mayor es esta
ms alta es la consideracin social de quienes la poseen. Recordemos que la nica
forma de producir riqueza es por medio del trabajo de los hombres. La construccin y
el funcionamiento del capitalismo, desde siempre, as lo muestra con claridad y las
diferentes manifestaciones sociales tambin, desde las polticas hasta las de ocio,
incluso algunas religiosas.
La consideracin del hombre como mero instrumento para alcanzar otros fines hace que
la sociedad no est organizada para el hombre como tal, como mucho para representar
roles sociales.
Desde este punto de vista el capital, construccin social fundamental, es un tirano que
exige y logra la sumisin de la sociedad.
Lo especfico del capitalismo es la compra y la venta de la fuerza de trabajo como una
mercanca ms. El hombre, en este modo de produccin, ha pasado de esclavo o vasallo
a convertirse en una mercanca para producir otra clase de mercancas.
Esto, sobre lo que volveremos enseguida, es de gran importancia social e individual.
Nosotros aceptamos y nos enorgullecemos del capitalismo, pero en el mismo el hombre
no es tal, es una simple mercanca que se compra y se vende, la fuerza de trabajo, es
decir, partes de las vidas de los hombres cuya funcin es la de meros instrumentos,
tiles de trabajo. Lo mismo que hace muchos siglos Aristteles explicaba y justificaba
acerca de los esclavos. Cuando la mercanca no es necesaria o ya no es til se elimina ose almacena, as, el stock de desempleados esperando volver a ser tiles de trabajo o
morirse. Lo importante y fundamental de esto es que condiciona la organizacin social,
tal como hemos visto que ya adelant Marx. Si esto sucede as es porque los valores de
los dominadores y de los dominados son esos, no se cuestionan. La contrapartida en al
sociedad es, para no soportar e ignorar la realidad, la huida hacia la satisfaccin y el
placer por medio del consumismo.
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Conocemos las diversas funciones que desempean las mercancas y el impulso que le
da al consumismo el propio sistema ya que le es imprescindible. Los datos econmicos
de las sociedades lo muestran con total claridad.
De las diversas funciones que tienen las mercancas en la sociedad, la que corresponde
a la idea de fiesta, que ya no es transgresora sino de huida por medio del consumismo
en busca del hedonismo y del individualismo, explica esa forma de huida. Aparte est la
funcin de poder que se da en el consumismo.
En las sociedades hedonistas el impulso en esa direccin las acaba descomponiendo, la
historia nos explica algunos ejemplos, no el hedonismo en s sino lo que hay bajo la
necesidad compulsiva de placer. Son formas de huida que luego veremos.
El impulso, como suele ocurrir en las sociedades, no es unidireccional ni rgido en
sociedades estratificadas, con clases sociales claramente definidas que desempean
funciones diferentes acordes con su situacin dentro de la sociedad.
Si el primer capitalismo industrial fue impulsado por la pujante burguesa, que como
clase social poderosa acab consiguiendo el poder poltico, y M. Weber explica el
impulso religioso, hoy todo est ms diluido en diversas funciones y parcelas de poder y
el impulso tambin tiene diversas motivaciones.
Aunque el poder poltico est profesionalizado, las actuales democracias, meramente
formales, otorgan cierto poder de cambio de formas a la sociedad votante influida por
numerosos factores una de cuyas manifestaciones es el consumismo y en l los cuasi-
monopolios informativos y, en general, empresariales con la ideologa que imponen, la
hegemona de la imagen y las nuevas necesidades sociales en diversos mbitos..
La sociedad sigue sus impulsos, dentro de los cauces establecidos en lo poltico y en la
sumisin engaosa que hace confundir la libertad, en pautas de comportamiento social y
en el incuestionable sistema econmico.Las elites, tambin profesionalizadas, que controlan y manejan el capital se mueven en
una dinmica de poder global alejada, en sus decisiones, de la sociedad. No olvidemos
que la hegemona del capital monopolista, difuso pero real conceptualmente, se impone
en el sistema en lo fundamental, en lo que atae al modo de produccin que condiciona
la organizacin social.
La sociedad, por su parte, habiendo alcanzado unas alturas de bienestar material no
soadas hace pocas dcadas, todava est confusa ante su necesidad de asimilar, deengullir todo cuanto le es ofrecido esa abundancia obnubila la mente social, debilita los
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impulsos vitales racionales y hace a la sociedad permisiva en lo fundamental e
intransigente en lo accesorio, es lo ms cmodo, especificada y estructurada esa
conducta, resultado de corrientes confusas, en forma de derechos numerosos por falta de
criterios claros que lleven a algn fin con la esperanza social que no le dan las cosas, el
consumismo, sino lo que el hombre lleva dentro de s y que no ha sido capaz de
desarrollar al estar ofuscado por el mundo brillante de las mercancas.
No es una tarea sencilla intentar sintetizar ideas claras acerca del espritu del sistema,
suponiendo que tal cosa sea posible. En la complejidad de la sociedad constantemente
aparecen numerosas facetas, aspectos, formas o impulsos, a veces contradictorios, que
en lo visible proceden de los cambios tcnicos y sociales de cada momento acelerados
en la actualidad, y en lo profundo tienen su origen en los impulsos vitales, de la clase
que sean, que se encuentran en la sociedad. Aparecen muchos mundos en el nuestro y
todos ellos creen que su reducido mundo es el nico.
Los avances que nos desconciertan y nos introducen en nuevos mundos son impulsados
por necesidades vitales determinadas y segn las necesidades sociales son efmeros o
permanecen ms tiempo. La rapidez con que se producen las innovaciones de todas las
clases, tcnicas y sociales, siendo las tcnicas las que ms nos fascinan pues las sociales
creemos que nos son debidas y se convierten en derechos. Todo eso hace que sin agotar
las posibilidades de cada impulso, de cada innovacin, de cada avance aparezcan otras
distintas o complementarias, esto en sucesin continua. En este estado de cosas,
cambiante sin cesar, nuestra percepcin del tiempo se enturbia.
Aparecen nuevas dinmicas y organizaciones sociales, mayores o menores y ms o
menos efmeras, muchas veces son espontneas y siempre responden a impulsos, a
intereses determinados, a necesidades que buscan cauces.
Los ejemplos de todo lo anterior son numerosos y claros, no es necesario citarlos.
Con los avanzados medios de transporte las distancias se acortan grandemente y con los
no menos avanzados de informacin y comunicacin las distancias y el tiempo apenas
existen, sin embargo en lo real y cotidiano agrandamos las distancias entre nosotros
mismos hasta el extremo de que nuestros propios vecinos, ya no de otros pases
cercanos sino de regiones o ciudades prximas o del edificio en que vivimos, estn
muy lejos. Viajamos incansablemente y vemos, pero no conocemos. Huimos.
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En otro sentido, es como si nos asustara el futuro que es mucho ms incierto que el
mundo de incertidumbres en que vivimos. Huimos del futuro incierto recuperando un
pasado reinventado y, en el mismo, valoramos los smbolos antiguos que siempre
corresponden a pocas de mayor tirana. Tal vez porque el futuro no nos interesa ya en
nuestro mundo de la inmediatez y de falta de fe, o porque nos asusta lo que nosotros ya
estamos preparando sin saberlo.
Otro rasgo de nuestras sociedades es la inconsciencia. La elusin de nuestra
responsabilidad forma parte de la inconsciencia colectiva, la dejacin de nuestra
voluntad y de nuestra imaginacin, entregadas a las corrientes del momento y a quienes
dicen proporcionarnos seguridad as como la abundancia de mercancas y de derechos,
convierten nuestras democracias, en algunos casos, en meramente nominales.
Realmente no participamos en nuestro propio gobierno, dejamos que los profesionales
del poder poltico hagan y nosotros la aceptamos, en el hacer y en el no hacer y en el
aceptar est la injusticia imperante, dentro y fuera de nuestra sociedad pero desde
nuestro poderoso mundo, no nos interesa saber que vivimos en ella y de ella, forma
paste de la dejacin de nuestro propio gobierno. En esa dejacin permitimos que
quienes detentan el poder econmico se perpeten en l como reducida elite fuera de
todo control.
Esto ha sucedido siempre, elites con poder y la masa arrastrada. La diferencia con el
pasado est en que hoy, en Occidente, los niveles tcnicos, de educacin, de escaso
analfabetismo estn extendidos a la poblacin, la aproximacin aparente al poder es
mayor y la capacidad de influencia en parcelas de la vida social son notables, las
corrientes de opinin tienen peso, aunque pueden ser inducidas y la sociedad las asume
fcilmente al ir en consonancia con los avances tcnicos que influyen en las formas
sociales.Sin embargo, la conciencia social, los ideales sociales, las esperanzas colectivas se
encuentran dormidas, algo parecido dicen diversos pensadores actuales, as:
"Simplificando al mximo, se tiene por "postmoderna" la incredulidad con respecto a
los metarrelatos"7. Dicho de otra forma, lo que vienen a decir es que la sociedad no
espera gran cosa fuera de lo tangible y alcanzable de inmediato. La fe social est puesta
en las mercancas, el hombre mismo bajo el capitalismo es una mercanca ms, en el
consumismo que sabemos es imprescindible al sistema.
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La capacidad productiva es extraordinaria dadas las constantes innovaciones en los
procesos productivos y la mundializacin de la produccin, la necesidad de que trabaje
una cantidad mnima de gente tambin es importante por razones sociales y por la
necesidad del capital de crecer constantemente. Anta las nuevas formas productivas,
como la deslocalizacin de la produccin, las tensiones son locales y sectoriales, pero el
mercado consumista crece y el proceso de acumulacin de capital y de concentracin de
poder en las grandes empresas, con ambicin monopolstica, sigue su curso imparable.
Esta es otra caracterstica de nuestra sociedad, la fe en las mercancas, en el
consumismo como necesidad vital. La prdida de fe en los metarrelatos da paso a la fe
en lo tangible, utilizable y engullible.
Lo que nos interesa saber es qu impulsos sociales hay tras las formas vistas y los
hechos sociales, tras los cambios y si es posible ver hacia dnde se dirigen.
Volvamos por un momento a considerar las consecuencias sociales de que la fuerza de
trabajo es, en nuestro sistema, una mercanca que como tal se compra y se vende. esta,
ya se ha dicho antes, es la caracterstica especfica del capitalismo y su diferencia ms
peculiar con respecto a otros modos de produccin.
La gente al vender su fuerza de trabajo lo que hace es vender una parte de su vida y el
comprador, la empresa, el capitalista dispone, segn su necesidad, de la inteligencia, los
msculos, el corazn, la voluntad,... del individuo que se ha vendido por un tiempo.
Esta transaccin es desigual, el comprador decide si compra o no lo hace por un da, una
semana o un mes la fuerza de trabajo, tambin decide qu compra, es decir, qu
individuo es comprado y quin no y, por tanto, a quin da la posibilidad de trabajar y a
quin no o, lo que es lo mismo, decide quin va a vivir con mayor o menor dignidad y
quin es eliminado o marginado del sistema, y, adems, impone el precio de compra del
individuo, el salario. Esta descomunal arbitrariedad es asumida con normalidad por lasociedad, una vez ms, se ve con claridad que el hombre no es tal, es una cosa, una
mercanca y, aunque no lo sepa la gente, esa idea est arraigada en nosotros.
El mercado de fuerza de trabajo, regulado en algunos aspectos en los pases del centro
del sistema y en condiciones precarias en los de la periferia, en cierta forma est en
situacin de monopolio conjunto de demanda o monopsonio, pues el posible monopolio
de oferta podra funcionar si, por ejemplo, la sociedad tuviese muy claro cmo funciona
7 J. F. Lyotard. La condicin postmoderna. Altaya. Madrid. 1.999. (p. 10).
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realmente en esto, si la conciencia de ser explotados y de ser mercancas los hombres
fuese real en la sociedad.
La gente al vender su fuerza de trabajo por un tiempo, el que el comprador decide, lo
hace de manera que da mucho ms de lo que cobra, cobra mucho menos del valor de la
mercanca (este asunto del valor de la fuerza de trabajo ya lo abord Marx). Esto es as
porque, aparte de la aceptacin de este hecho, el trabajador no tiene derecho legal, en
una sociedad de derechos, a la totalidad del producto de su propio trabajo.
Este hecho, el hombre considerado como una mercanca, hace que la dinmica social
tienda a ser de cosas, de mercancas, no de personas, no de hombres.
La aceptacin de la degradacin del hombre, de su vida a simple mercanca pagada
injustamente, aun sin tener conciencia del hecho, hace que definitivamente el mundo de
las mercancas domine por entero a la sociedad. Ya hemos convertido todo, incluida
nuestra propia vida, en mercanca.
El trabajo no es ms que la concrecin de la fuerza de trabajo para producir riqueza. Lo
nico que produce mercancas es el trabajo que es lo nico que tienen la mayora de los
hombres para, tras venderse, satisfacer sus necesidades, todas, desde las primarias hasta
las superfluas. Como la fuerza de trabajo es una mercanca excedente en nuestro
sistema, estamos al albur del comprador. En el mundo llamado globalizado este
excedente es muy superior al que haba antes, si aadimos los esclavos (varios
millones), nios que trabajan (en noviembre de 2.004 diversas organizaciones los
cifraban en ms de 250.000.000), el salvajismo de la explotacin de la gente con menos
derechos, estn en sus pases o de forma irregular en los del centro, etc. llegamos a un
punto en que la valoracin del individuo es nula. DE los hechos somos responsables
todos nosotros.
Se impone la pelea por competir por el trabajo escaso que demandan las empresas, la
pelea es realmente para que cada individuo pueda venderse al comprador, empresa quetenga a bien comprarle no es la conciencia de nuestra situacin sino el individualismo.
Quien no tenga suerte o habilidad o lo que sea en esta pelea queda relegado, excluido de
la sociedad. Aunque en varios pases hay subvenciones para los parados y otras
prestaciones sociales gratuitas, la masa de hombres-mercanca que no puede venderse es
grande y los subsidios son limitados, el problema se agudiza.
En esta situacin la sumisin total es imprescindible para la mayora de la gente. Todo
esto a la sociedad le parece bien ya que no hace nada por cambiarlo.
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Siglos de funcionar socialmente el hombre como simple mercanca han logrado que sea
una forma social normal y nunca se piense esta conducta est tan arraigada en los
hombres que pocos la consideran en todo su significado.
A partir de este hecho el hombre no tiene valor como tal, tan slo como objeto, como
mercanca que se compra y se vende cuando hay compradores, si no es as se convierte
en una mercanca intil, el hombre deja de existir en la sociedad.
Como es natural nuestra propia consideracin individual a partir de cuanto todos
llevamos dentro de nosotros, aunque lo tengamos dormido, hace que no nos veamos as
y aceptemos la organizacin social correspondiente al modo de produccin capitalista
como la nica posible. Ante una conducta tan asumida por la conciencia social, las
diferentes dinmicas sociales giran sobre esto.
Antes hemos recordado que Marx ya vio con claridad cmo el modo de produccin
determina los procesos sociales, polticos y espirituales. La organizacin social est
condicionada por el modo de produccin. Si lo especfico del capitalismo es que la
fuerza de trabajo, la vida de los individuos es una mercanca, los hombres son simples
instrumentos de produccin, las consecuencias para la organizacin social so de suma
importancia.
La institucin clave es la depredacin humana y de la misma, en lo econmico y en su
determinacin de la organizacin social al considerar al hombre como mercanca, no se
deriva que dicha organizacin social est al servicio del hombre como tal. Algo tan
arraigado en la sociedad como es la sumisin de los hombres al poder arbitrario de
quienes poseen o controlan el capital supone una sociedad subyugada a partir del juego
perverso con las necesidades bsicas de los individuos.
El funcionamiento histrico de las sociedades capitalistas desde este punto de vista
puede darnos una idea de lo que, de forma refinada actualmente y con diversas
modificaciones, ha llegado a constituir una base firma de nuestra sociedad.El individuo, entonces, representa en la sociedad un papel social que est valorado por
el dinero, tengamos presente que el dinero es una mercanca bastante particular, por la
riqueza o, en la inmediatez de lo pasajero, segn la incidencia de la imagen proyectada
desde la mercanca que uno es. En una sociedad de mercancas los hombres nunca
pueden ser tenidos en cuenta por lo que son en s, slo por lo que representan, muestran,
venden, proyectan.
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Los impulsos sociales que hacen moverse al sistema deben considerarse desde distintos
niveles: el asociado al poder a partir del control del capital y el amplio de la sociedad a
partir, no del consumismo compulsivo y sus consecuencias, de lo que impulsa el
consumismo y las dems manifestaciones sociales que son mltiples y complejas.
Con las ansias de poder, de dinero, de riqueza, extendido a toda la sociedad, est la
codicia, creo que es Kafka quien en su "Carta al padre" dice que la codicia es una
muestra de gran desdicha.
No es el consumismo ms que una forma de subsistir. Volvamos a Camus: "El hombre
no es reconocido y no se reconoce mientras se limita a subsistir animalmente" 8.
La sociedad la hemos hecho muy compleja, en ella se dan numerosos impulsos y
manifestaciones, algunos son contradictorios, entre los que contribuyen a dar el impulso
actual seguramente se encuentran en lo dicho.
La huida.Nosotros vivimos en el mejor de los mundos, eso nos dicen con frecuencia y no lo
negamos. Pero en nuestra sociedad una de las cosas que hacemos, sin tener conciencia
de ello, es huir en el mejor de los mundos, pero no de l.
Los hechos nos muestran lo que hacemos, no por qu lo hacemos. Hechos que hablan,
tal vez de huidas, de alejamientos de los dems o de nosotros mismos para tratar de
evitar disgustos, molestias, malestar profundo y huimos con todo eso.
Algunos actos de huida son evidentes, la cantidad de gente inmersa en ellos es muy
numerosa. Actos de todas las clases imaginables: suicidios, consumo de antidepresivos,
ansiolticos, somnferos, alcohol, drogas legales y no legales,... la mitad de la poblacin
o ms necesita todo eso. La angustia que nos hace huir est all.
La droga de una u otra clase, uno de los significados de droga es: "embuste, ardid,
engao". Ms de la mitad de la poblacin necesita el embuste, el engao para seguir,
para estar en la sociedad, para estar en el mundo, aunque les hacen creer que es para ser
ellos. La mayor parte de las drogas, engaos, que toma la gente son recetados por los
llamados expertos, como mdicos, psiclogos, psiquiatras,... de forma legal y oficial, es
decir, la sociedad promueve el engao directo, en este caso, por medio de mercancas
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elaboradas expresamente para esa funcin. La sociedad para evitar algo, para no
afrontarlo, para alejarse, para huir receta legalmente el embuste, el ardid, el engao y es
permisiva con la droga, con el engao no legal.
La huida es tambin por medio del consumismo nosotros sabemos que una de las
funciones de las mercancas, ms concretamente del consumismo es la fiesta que
cambia su antigua funcin de transgredir normas morales para convertirse en huida sin
las reglas morales antiguas, los cambios producidos en la moral social han abolido la
transgresin antigua pues poco queda por transgredir, todo vale, la felicidad duradera se
alcanza en la orga consumista y la pasajera en el resto de los ritos festivos que parten
del todo vale. Aparece el consumismo compulsivo como forma de huida hacia las cosas
que nunca logran saciar nuestras ansias de llenarnos de ms cosas.
En la fiesta del consumismo aparecen mil maneras de huir con la mayor seriedad, as, el
tiempo de ocio, inconcebible sin ms consumo, nos permite ensanchar la fiesta hacia
actividades que consideramos vitales y festivas, nos convertimos en expertos en cosas
peculiares, lo mismo en batir rcords de cualquier cosa absurda, que expertos en
senderos, en setas, en el buitre leonado, en el color del pelo del dolo de moda o en el de
sus ojos, expertos en famosos y seguidores embelesados como indican las audiencias
millonarias de revistas, radios o televisiones de esas pandillas de vividores, especialistas
en las monarquas reinantes, otros vividores, en la vida de un escritor irrelevante o de un
futbolista clebre y celebrado, expertos en OVNIS, en antigedades, en dunas del
desierto o en las estrellas Sirio o Albebarn o en cualquier otra, en nuestro equipo de lo
que sea,... Al final acabamos siendo expertos y fanticos semirreligiosos. Ponemos toda
nuestra atencin y nuestro esfuerzo en cosas que nos revisten ante los dems de
atributos ajenos y, en esas cosas, somos y representamos un papel social donde sea pues
nos da relevancia e importancia durante un minuto en la televisin o en el medio local y,con suerte, en otros de mayor audiencia, en nuestro barrio o entre los vecinos o los
compaeros del trabajo.
Nos convertimos en las cosas peculiares y somos por ellas y en ellas pero no en
nosotros.
Huimos por medio de la imagen. Las audiencias millonarias de los programas de
televisin, llenos de publicidad demencial en su mensaje, entre los que los programas8 A. Camus. El hombre rebelde. ... (p. 166).
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cutres, chabacanos y zafios en conjunto sobrepasan lo imaginable. El llamado mundo
virtual nos permite huir por medio de una realidad irreal y en ella vivimos y jugamos, ya
desde nios, donde los juegos de toda clase de guerras y de matar a hombres tienen gran
xito y, en los juegos, matamos virtualmente a personas que son simplemente cosas. Es
la mentalidad social.
Salimos a ensalzar a nuestros hroes o dolos que son deportistas, cantantes de cualquier
cosa a los que llamamos grandsimos artistas, ganadores de concursos o de lo que sea,
gente de nuestro pueblo, ciudad o regin con nfulas de nacin centro del mundo. Nos
embelesamos y colectivamente nos sentimos importantes a travs de ellos, nos llenamos
de orgullo y los jaleamos y recibimos multitudinariamente entonces creemos ser el
centro de atencin universal porque un chico del barrio o de nuestra regin tiene
msculo o es habilidoso con el baln o es un ciclista que gana carreras o campeonatos
corriendo en moto o en coche o porque... nuestro equipo gana algn torneo... Y.
entonces, proclamamos a algn semianalfebeto de entre todos esos castellano universal
o manchego universal o aragons universal. Huimos por medio de esos a los que
llamamos hroes, incultos por lo general, y somos importantes porque el individuo
proclamado hroe universal es de nuestra ciudad o de nuestra regin que ya podemos
llamar nacin dada la gloria universal alcanzada.
Cuando llegan las vacaciones o los fines de semana salimos masivamente, todos a lo
mismo, compramos compulsivamente, engullimos, bebemos y, decimos, nos liberamos.
Otros se dedican al cuidado de su cuerpo, a su esttica, con operaciones de todas las
clases para mejorar los pmulos, las pantorrillas o un dedo del pie.
Es imprescindible vestir a la moda, ir a los lugares de moda, si no se hace uno, nos
dicen los dems y nosotros lo creemos, no es nadie.Intimidades ridculas y srdidas de los vividores profesionales, convertidos en famosos,
que acaban siendo lo ms importante y que nosotros devoramos.
Huimos por medio de los profesionales del poder polticos en los que hacemos dejacin
de nuestra voluntad, de los dolos a los que entregamos nuestros sentimientos o de los
artistas oficiales y de moda a quienes hacemos encarnar nuestra imaginacin.
Los caminos para huir son innumerables, se trata de huir, de alejarnos de algo, de losproblemas, de nosotros.
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La huida es individual y la huida es de la masa como tal, social, colectiva.
A este respecto explicaba Ortega y Gasset hace 70 aos en "La rebelin de las masas", y
hoy sigue vigente esa explicacin, que: "el hombre-masa... un tipo de hombre hecho
deprisa, montado nada ms que sobre unas cuantas y pobres abstracciones y que, por lo
mismo, es idntico de un cabo de Europa al otro... Este hombre-masa es el hombre
previamente vaciado de su propia historia, sin entraas de pasado y, por lo mismo, dcil
a todas las disciplinas llamadas "internacionales". Ms que un hombre, es slo un
caparazn de hombre constituido por menos idola fori carece de un "dentro", de una
intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no puede revocar"9. Al final del
citado ensayo, Ortega sostiene que el hombre-masa aspira a vivir sin supeditarse a moral
alguna porque sta supone el sentimiento de sumisin a algo10, conciencia de servicio y
obligacin, aunque eso no es posible, y sostiene que el hombre-masa vive de lo que
niega y otros construyen.
Posiblemente el no supeditarse a moral alguna, hoy, no es como dice Ortega, la actual
no supeditacin es a la moral que podramos llamar convencional, es algo ambiguo,
posiblemente sea la moral cristiana de siglos, esa no supeditacin supone un cambio
hacia una moral difusa y cambiante, de acuerdo con los avances tcnicos que impulsan
los cambios sociales, y la subordinacin a la nueva moral y la nueva no moral. La huida
de todo compromiso coherente el primero de los cuales es la consideracin del hombre
como tal y que esto sea efectivo, pero sabemos que en nuestra sociedad el hombre es
una mercanca, un papel social, es juego de representacin de una funcin social en lo
que vive como el teatro de la sociedad.
La no supeditacin a la moral antigua debida a los avances tcnicos y consiguientes
cambios sociales es tan cambiante como estos y supone prdidas de referencias
individuales que se resuelven aceptando, sin discutirla, la nueva moral social que
permite diluir la propia responsabilidad, es una moral que no procede del individuopensante. Los cambios son, a veces, contradictorios y se llegan a aceptar en el mismo
acto dos morales opuestas.
En la huida tambin est la angustia ante nuestro propio mundo, ante las incertidumbres,
ante lo que nos supera, ante nuestro desconcierto, ante nuestra falta de fe. Las razones
siempre son las mismas, el hombre que tiene miedo a ser.
9 J. Ortega y Gasset La rebelin de las masas. Ediciones Orbis. Barcelona. 1.983 (p. 13)10 J. Ortega y Gasset. La rebelin... (p. 173).
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Huimos y no tenemos a dnde huir, nos quedan las cosas para huir hacia ellas, pero no
podemos huir de nosotros mismos, slo ocultarnos, engaarnos, pero siempre est ah el
yo, en algn momento emerge y nos asusta, lo ocultamos con las mil formas que hemos
visto que tenemos, pero no podemos eludirlo y no sabemos qu hacer con nosotros
mismos, nos destruimos en la huida, es su principal cualidad: nuestra propia
destruccin.
Si somos capaces de ver nuestro mundo, lo que vemos, junto al brillo de las cosas, es
desasosiego, caos, injusticia, destruccin directa o ya en germen.
Las sociedades intentan concentrarse en ellas en lo pequeo, en el pasado, poner
barreras econmicas o de derechos frente a los otros que tenemos al lado. No sabemos
hacia dnde vamos, procuramos estar y estamos, pero huyendo.
La rebelda.Nosotros, que huimos, no sabemos a qu decir s desde la conviccin profunda. Los
logros que hemos pactado con el sistema a lo largo de docenas de aos nos permiten el
consumismo desde la injusticia, ligera y llevadera para nosotros y tremenda para los de
la periferia. Hemos colmado nuestras aspiraciones de muchos aos y aqu estamos. Si
antes tenamos fe en mejorar nuestras condiciones materiales de vida, una vez
conseguido por una parte importante de la poblacin no esperamos nada ms, tal vez
ms mercancas.
Todo lo que se detecta como problemtico en nuestra sociedad lo eludimos y huimos.
Nuestra fe se ha agotado tras los logros materiales alcanzados.
No somos capaces de decir no a un mundo injusto y todo lo que se encuentra tras el
mismo y, mucho menos, de decir s a un mundo construido por nosotros para el hombrecomo tal.
En nuestro mundo no cabe la rebelda, la tenemos en los que proceden de otros mundos,
de otras sociedades que desde su fanatismo, desde su irracionalidad rechazan el mundo
al que llegan y tratan de imponer el suyo. No lo vemos pero sucede as. Nuestra
indiferencia vaca, nuestros derechos que creemos sirven para todos, para que no nos
molesten permiten que en su rebelda irracional y fantica mantengan su mundo, sus
valores, su sociedad impermeables aun siendo aberrantes y opuestos a nuestrosprincipios genricos, que proceden de una mayor racionalidad y abren la posibilidad a
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un mundo ms libre, y, en su rebelda demencial con una fe irracional y fantica tras ella
extienden su mundo de un modo imparable por el momento. Es el choque de una fe
incomprensible para nosotros con la nuestra que rechazamos.
La rebelda est en los que siendo de nuestro mundo han decidido construir el suyo
aislado y exclusivo al margen de los que creen distintos, un mundo que intentan
construir desde su fe ciega e irracional y que revisten de valores que son los nuestros en
la negacin y en la perversin de los mismos.
Destruyen para construir su paraso particular de la clase que sea.
La verdadera rebelda que hoy, tras los trgicos fracasos de las ltimas, tal como nos
explica Camus, debera proceder de la grandeza del hombre para rechazar los disparates
que cometemos, no aparece porque no tenemos conciencia de injusticia u opresin o de
otro mundo distinto en el que creer.
La rebelda del hombre para ser hombre, cuando se da, es individual. El hombre rebelde
es, en este caso, el hombre que dice no a nuestros disparates y s al hombre desde la
razn y la fe en la razn y la fe en el hombre, es un hombre que hace su camino con
sinceridad y sin huir.
La historia nos cuenta de algunos hombres rebeldes, tal vez sin saberlo ellos, coherentes
consigo mismos, tras cuya rebelda estaba el impulso de su fe, racional en extremo, para
ser ellos en sociedad, desde un profundo a los hombres. Algunos son conocidos, otros
no, pero siempre han estado.
Su forma de rebelda, en muchos casos, la llegaron a pagar con su propia vida, pues su
sociedad, con los detentadores del poder en primer lugar, no pudo soportar verse
reflejada en esos hombres.
En la rebelda del hombre para ser hombre, desde su fragilidad y desde su inmenso
potencial, desde la grandeza del hombre, el recorrido slo puede ser individual, nico,
personal. Se trata de recorrer el camino en un mundo percibido asombroso y tremendo,
incoherente y fascinante, siempre en movimiento.
Es la historia, la vida, de un hombre cualquiera frente a la sumisin para vivir en su
libertad, en su capacidad para, responsablemente, hacer y no hacer y en su actuar o dejar
de actuar cuando puede hacer, con sentido de la justicia real y de saber que la libertad es
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posible en el quehacer de los hombres dirigido al bien comn y que su libertad es tan
slo para ser un hombre verdadero.
Ese hombre rebelde sabe que tiene frente a l una sociedad sumisa en la que
necesariamente debe vivir, se desea tener a s mismo teniendo plena conciencia de que
no es el centro del mundo, es un hombre ms de su sociedad, uno ms entre millones.
Su historia, su vida es la de su libertad personal porque la social es imposible y las
soluciones colectivas han sido disparatadas en sus consecuencias y sabe que, como
hombre que ansa su libertad, nadie puede ni debe jugar el papel de liberador de nadie.
Su vida no es la del hombre individualista y egosta de nuestra sociedad sino la del
hombre y como tal vinculado a los dems desde la racionalidad que puede parecer
generosidad o amor, si se quiere y es posible, pero no como virtud sino como
racionalidad.
El camino de ese hombre, de un da o de toda su vida, es arduo, desconoce cundo
acaba, si es que alguna vez acaba. Es un camino que debe andar solo, nadie puede
caminarlo por l, nadie puede vivir por otro, nadie puede vivir en libertad por otro
hombre.
En nuestro mundo y en el, a veces, engao del relato o de la imagen creemos vivir en
otros desde la ficcin y eso nos basta, es otra forma de huir.
El camino es distinto para cada hombre y es parecido el mismo tiempo.
Ante su necesidad de ser se encuentra, ese hombre, en medio de un mundo, de una
sociedad que no sabe qu direccin lleva o no va a ningn lugar.
Quiz, ese hombre, no sepa que su vida empieza a ser la de un rebelde, nicamente sabe
que no vive en su plenitud y que necesita vivir real y conscientemente cada segundo desu vida. Vive en la sociedad pero no le ofrece lo que l necesita vitalmente, el mundo
construido por los hombres no es el del hombre. Vive en el mundo y da a la sociedad lo
que le pide, pero le exige como a un rol ms no como a un hombre, no es lo que l desea
que sea su sociedad o el mundo, desea una sociedad para que el hombre viva como tal,
no como un rol social o como una mercanca, no como un papel que debe representar
sin conviccin.
Al actuar desde su coherencia sincera la sociedad le ignora, o le desprecia, o le toma porun individuo ingenuo que no vive "con los pies en la tierra", como dicen los sumisos,
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que no es realista pues el mundo es otra cosa. Es excluido socialmente, incluso
laboralmente, la sociedad nicamente le ofrece el vaco social, distinto al vaco en que
muchos viven su indiferencia vaca, en realidad, la sociedad le ofrece el vaco de una
sociedad vaca, el asqueamiento, ese es su punto de arranque, es algo, el vaco del vaco
es algo.
Si ese hombre dice no a su sociedad de indiferencia vaca y dice s al mundo del
hombre, que todava no sabe cmo es pero es el del hombre, se aparta de su sociedad sin
pretenderlo, sale del sistema si es coherente con su no y con el s que intuye. La
sociedad le excluye, no hay sitio para l, se estrella una y mil veces.
Ese hombre, que camina simplemente para ser hombre, ve a su sociedad de otra forma,
no porque ahora sea distinta sino porque su ser, sus potencialidades que empiezan a
despertar le dan una gua diferente, una visin distinta, una comprensin nueva y cada
vez ms clara, eso cree, una razn racional y no meramente lgica a partir de la
irracionalidad.
Ese hombre sabe que es inevitable estar en la sociedad, pero en ella l nicamente
pretende ser. Sabe que siendo l alcanzar su plenitud de hombre. Sabe que ser l es
tambin ser los otros sin dejar de ser l, es necesariamente ser los otros.
Surge la duda, la vacilacin, aparecen los momentos de rebelda contra su propia
rebelda y piensa que est en el error, pero lo que le ofrece la sociedad no es la plenitud,
a la sociedad la sigue viendo ilgica y desquiciada.
Ni aun siquiera sabe, ese hombre, qu clase de fe le impulsa en su rebelda, es la fuerza
de la fe en el hombre, en l mismo y, por consiguiente, en un mundo desconocida ya
que la sociedad nunca se ha propuesto construirse a s misma para el hombre a partir del
desarrollo de todas sus facultades.
En su caminar para ser tampoco le sirven los dioses ideados por los hombres, son tanabsurdos como sus diseadores, como el pensamiento social que los ha construido.
Ese hombre pierde sus resortes, sus apoyos tangibles. Aunque pretende ser racional en
la sociedad sta le excluye. Tal vez en algn momento la sociedad la permita hacer el
papel de provocador, como dicen ellos, pero no lo es, cuenta y vive su verdad sincera y,
eso, a la sociedad le molesta. Le ignora. Pero l vive en l y desde l en la sociedad
imprescindible para poder ser.
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Se encuentra en la sociedad que le es hostil sin manifestrselo abiertamente. No sabe
por qu. Se ve frgil, se sabe frgil, indefenso, desamparado, en la oscuridad. No ve
salidas, las que ve en su caminar le parecen disparatadas: seguir siempre en la oscuridad
o el suicidio, tal vez, en algn momento alcance su plenitud, la espera, la ansa.
Tiene miedo, pavor, est asustado, tiembla, llora, se desespera, pero ya no puede volver
a la sociedad tal como la vea antes, es absurda y tampoco quiere un mundo que, desde
su distanciamiento, ve cada vez ms descabellado, ms irracional, ms enfermo, ms
ficticio, pues, no es el mundo del hombre. Tal vez est equivocado y la sociedad sea de
otra forma, pero los hechos a la luz de las potencialidades y posibilidades del hombre
que ha ido despertando le reafirman en su rebelda.
Desde la conciencia de su total fragilidad tambin tiene conciencia de sus posibilidades
de plenitud y necesita actuar desde la misma. Pero no sabe cmo y cree que no puede.
Quiz todo sea producto de lo que llega a pensar, en algn momento, como su locura.
Busca, hace, se estrella, espera que todo se aclare en l, pero las cosas van
descontroladas, una vez ms se siente perdido. El voluntarismo no le resuelve nada, da
la sensacin de que las ideas viales sean vivas realmente.
Tambin necesita la fe, la fe racional, lgica, la fe en el hombre entero.
No le sirven las ficciones que cuentan o imaginan otros, tal vez los que han pasado por
lo mismo, como una tenue esperanza, pero su vida es suya, no de otro. La experiencia
slo le sirve a quien la vive.
no le sirven las ficciones porque su vida, por primera vez, la entiende y percibe real,
viva en l, poderosa y ajena, es suya pero no procede de l. Conoce lo superfluo y no le
interesa como atadura, no lo desprecia, simplemente forma parte del todo donde l est
y, como mucho, tiene una utilidad, no es un fin.
Es consciente de su fragilidad y de su importancia ante el mundo, ante su sociedad y en
ella, como cada hombre.Cree que no tiene salida pero no es posible la vuelta atrs, todava tiene menos sentido
lo ya conocido, ahora visto con claridad, y que no le esclaviza.
Cree que nunca va a llegar, que nunca vivir en verdadera libertad, por lo menos
individual ya que la social no es posible, en la que dentro de la sociedad pero frente a la
sociedad sumisa pueda hacer lo suyo. Le parece que el camino es todo lo que puede
hacer, no sabe si al final del mismo encontrar al hombre, si al final empezar a vivir
como l cree que es el hombre, en el hombre.
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Sabe que vivir en el hombre no es lo antisocial, es lo social desde otros postulados, es
necesariamente lo social.
Su nica posibilidad, eso cree, es agarrarse a la corriente de la vida, duda de si es vida o
Vida, pero es la libertad vital, desbordante, para hacer de acuerdo con la propia vida, l,
ser racional, lleno de todo, de sentimientos y todas las dems facultades del hombre, aun
las no sacadas desde s por el hombre tras su andar de siglos. Unos pocos hombres nos
han dejado mucho y nos han mostrado algo de lo que todos tenemos.
La libertad plena, pero aun de esto ese hombre solo no es capaz, no es posible as, lo
nico que ve, que intenta es, con todo lo que es en l, que lo sabe en todos y cada uno
de los hombres, aunque no lo hayan querido conocer, ni vivir o lo nieguen y con la
fuerza de su fe en el hombre, no detenerse, ser, estar en el mundo y, sabindose fuera
del sistema, ser mundo.
Tras eso: ser, estar en mundo y ser mundo, esconde una declaracin de amor hacia el
hombre.
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