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    DEMOCRACIA, REPBLICA YESTADO:CIEN AOS DE EXPERIENCIA POLTICA

    EN LA ARGENTINA*

    Luis Alberto Romero

    Si se comparan las expectativas polticas que los argentinos te-nan en 1910 y las que tienen al acercarse 2010, algunas continui-

    dades son llamativas. En 1910, la pureza del sufragio y la vigenciaefectiva de la Constitucin eran reclamadas por un partido joven,la Unin Cvica Radical. La existencia autntica del Estado de de-recho y una calidad mayor de las prcticas polticas democrticasconfiguraran lo que, de acuerdo con la frmula de Juan B. Al-berdi, se llam la repblica verdadera. Poco despus, en 1912, laLey Senz Pea se hizo cargo de esas demandas y fund el rgi-men democrtico al que hoy hemos arribado, despus de variadasperipecias. Aunque la propuesta se ha realizado, en cierto modo,no por ello ha perdido su cualidad ideal o utpica: muchos aspiran

    hoy a una democracia mejor y a una repblica verdadera.Una segunda expectativa se encarn hacia 1910, tanto en laelite de los dirigentes reformistas que rodeaba a Roque SenzPea como en la oposicin radical, quiz de manera menos pre-cisa. Se coincida en la necesidad de ampliar el campo de accindel Estado, para reformar la sociedad de acuerdo con el intersgeneral; este inters refera a una formulacin ideal, pero tambiny cada vez ms a la bsqueda de un equilibrio y un arbitraje

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    * Este ensayo se basa ampliamente en ideas e investigaciones de destacadoscolegas. En la bibliografa que incluyo al final indico aquellas obras que

    han sido decisivas en mi formacin y comprensin, e invito a leerlas paraentender cabalmente qu es lo que ha pasado con la Argentina en este si-glo. He expuesto ms detalladamente estos puntos de vista en mi Breve his-toria contempornea de la Argentina(Buenos Aires, Fondo de Cultura Eco-nmica, 2 ed., 2001) y en La crisis argentina. Una mirada al siglo XX(Buenos Aires, Siglo XXI, 2003). En la preparacin del texto, que reviscon rigor Ana Leonor Romero, recib comentarios y consejos de SusanaBelmartino, Alejandro Cattaruzza, Jorge Ossona, Ana Virginia Persello,Mercedes Prol y Marcelo Ugo.

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    entre las mltiples y legtimas manifestaciones sectoriales de eseinters. Hoy, esta aspiracin a una agencia estatal vinculada conel inters general es muy fuerte, y quiz ms utpica an que lade la repblica verdadera.

    No podra avanzarse ms en este sealamiento de coinciden-cias, pues la Argentina ha cambiado, y mucho, en estos cien aos.Lo que era una brillante promesa hoy es una realidad penosa. Loque fue un pas prspero, con una sociedad mvil e integradora,

    y un Estado potente, hoy es un pas escindido, con amplias zonasde miseria y un Estado que combina la arbitrariedad en sus actos

    con la desercin de sus obligaciones.Ese trnsito de sentido indudablemente decadente est sig-

    nado, en su dimensin poltica, por tres experiencias.La primera es la de los lmites de la democratizacin poltica

    lanzada en 1912, en parte por la sucesiva y creciente interrupcindel orden constitucional y la instauracin de dictaduras, y en partepor la difcil coexistencia, en tiempos de normalidad institucio-nal, entre las prcticas democrticas por una parte, y las institu-ciones de la repblica y los principios del liberalismo poltico,consagrados por la Constitucin, por otra.

    La segunda se refiere a las formas diferentes de la agencia es-tatal, que en algunos casos se acerc al ideal de la intervencineconmica y el Estado de bienestar y en otros, ms bien, al re-parto de prebendas, concedidas a quienes demostraban mayorcapacidad para presionar al Estado; otras veces, la alternativa fuesimplemente el desentendimiento, la ausencia, la renuncia a todaregulacin estatal de la desigualdad. Se trata de un Estado quefrecuentemente fue incapaz para disciplinar los intereses corpo-rativos, y que inclusive cedi a cada uno de ellos instalados enalguna de sus agencias parte de sus prerrogativas y funciones.

    La tercera experiencia tiene que ver con los conflictos de esta

    sociedad que los tuvo y tiene, como cualquier otra y a suplanteamiento y resolucin en trminos violentos, segn una es-piral que arranca desde los comienzos mismos de la experienciademocrtica, y que finalmente envolvi al mismo Estado, hastaconvertirlo en su actor ms importante y ms siniestro.

    He organizado esta reconstruccin de cien aos de poltica entres grandes partes. La primera abarca la etapa 1910-1955 y se re-fiere a la primera experiencia democrtica, signada por la presencia

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    de dos movimientos populares: el radicalismo y el peronismo. Lasegunda, que cubre el perodo entre 1955 y 1983, registra un re-troceso de las prcticas polticas democrticas, relegadas por lapresencia creciente de los militares, el desarrollo del escenariocorporativo y el crecimiento de la movilizacin revolucionaria.

    All se encuentra la bisagra entre la Argentina potente y la de ladecadencia, en la que vivimos. Su signo distintivo es el proyecto deconstruccin de una democracia institucional, en el difcil con-texto de la pobreza y la polarizacin social y con un Estado incapazde hacer algo consistente para modificarlo.

    En suma, evoco aqu esperanzas, dramas y frustraciones bienconocidos, que se han desarrollado, a distintos ritmos, a lo largode estos cien aos. Por qu? No puedo ensayar una respuestanica y satisfactoria, ni ella podra agotarse en la dimensin pol-tica, objeto de este ensayo, aunque quiz se esboce finalmente enla lectura cruzada de las distintas contribuciones de este volumen.Puedo en cambio reconstruir el proceso, marcar las etapas y se-alar las articulaciones entre las distintas cuestiones. Tambinpuedo plantear un par de preguntas iniciales, referidas ms espe-cficamente a la poltica, que han organizado mi reflexin, aunqueno me han permitido llegar a una respuesta categrica.

    La primera se relaciona con el rgimen poltico democrtico, ysin duda tiene la marca de la poca y el momento de esta reflexin.

    As como la Ley Senz Pea tuvo, en 1912, el propsito de ajustar elrgimen poltico a una sociedad mvil e integrada que me gustallamar democrtica, al estilo de Alexis de Tocqueville o de DomingoF. Sarmiento quiz lo que est ocurriendo hoy, delante de nues-tros ojos, sobre todo en lo relativo a la institucionalidad republi-cana y a la ciudadana, sea en realidad una reconstruccin del r-gimen poltico realmente existente, que se va adecuando a lascondiciones actuales de una sociedad que ya no es ms demo-

    crtica. O, dicho de otro modo, que la sociedad argentina va te-niendo el tipo de gobernantes y de prcticas polticas que le co-rresponde tener.

    La segunda se relaciona con la dirigencia poltica, los elen-cos gobernantes, las elites polticas. Eventualmente, los proce-sos de democratizacin pueden tender hacia una consagracinde los talentos o, como imaginaba Tocqueville, hacia una igua-lacin hacia abajo. Mi impresin es que dicho con un alto

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    grado de generalidad y con todas las excepciones necesariaslos elencos polticos de la Argentina han sido progresivamentepeores a lo largo del siglo, o al menos desde que he tenido unaexperiencia personal de ellos. Me pregunto si acaso no ser estouna consecuencia del proceso de democratizacin. Pues como essabido, en la historia ni las cosas buenas ni las cosas malas vienentodas juntas.

    LA PRIMERA EXPERIENCIA DEMOCRTICA, 1912-1955

    La primera experiencia democrtica argentina transcurri en-tre 1912, ao de la sancin de la Ley Senz Pea, y 1955, cuandofue derrocado el presidente Juan D. Pern. Sus protagonistas fue-ron dos grandes movimientos polticos populares, el radical y elperonista. Su desarrollo no fue apacible. La continuidad institucio-nal fue interrumpida por dos golpes de Estado, en 1930 y en 1943;entre esas fechas, el sufragio fue sometido a groseras manipulacio-nes gubernamentales, y durante los siguientes doce aos, aunqueno hubo manipulacin electoral, las libertades pblicas estuvieronfuertemente limitadas.

    Pese a eso, fue una experiencia democrtica, cabal y con unsentido global. Estuvo asociada con un proceso social mayor,que arranca a fines del siglo XIX y se prolonga un poco ms allde 1955. En ese largo perodo, la sociedad argentina se caracte-riz por la fuerte movilidad ascendente y por la gran capacidad deintegracin de los distintos contingentes que se incorporaban. Porotra parte, se singulariz sobre todo en el contexto latinoameri-cano por una creciente afirmacin del principio igualitario, quefue achicando y deslegitimando el lugar del privilegio. Como yase deca a principios del siglo XX, en la Argentina nadie es ms

    que nadie. Fue, en suma, una sociedad socialmente democrtica.En esta sociedad se desarroll la primera experiencia de de-mocracia poltica. La caracteriz, en primer lugar, la constitucinde una masa ciudadana, que por medio de los grandes movi-mientos populares se integr al Estado y a la nacin. Otro rasgocaracterstico fue la larga erosin de las reglas del juego liberales

    y republicanas heredadas de la etapa anterior a 1912, y una cre-ciente intolerancia y faccionalizacin de la convivencia poltica,

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    que lleg a una culminacin en 1955. Paralelamente, en una so-ciedad cada vez ms diversa, el Estado tuvo una injerencia cada

    vez mayor en la regulacin de los conflictos de intereses y ganlegitimidad por su capacidad para resolverlos.

    Analizaremos estos tres aspectos en dos momentos: el anteriora 1943, dominado por la presencia del radicalismo, y el posterior aesa fecha, que tiene como protagonista principal al peronismo.

    RADICALES Y CONSERVADORES, 1910-1945

    La ley electoral de Senz Pea, sancionada en 1912, fueparte de un movimiento de reforma, impulsado por una elite di-rigente preocupada por el creciente malestar social y poltico y sufalta de canalizacin institucional. Los reformadores aspiraban areforzar la legitimidad de los gobernantes y del rgimen poltico,incluir a amplios sectores de la sociedad y facilitar la expresin delas grandes corrientes de opinin. El sufragio universal masculino

    ya haba sido instituido por la Constitucin de 1853; la ley esta-bleci su carcter obligatorio y secreto, y el sistema de lista in-completa. La nueva norma posibilit la llegada al poder de laUnin Cvica Radical, el mayor partido popular de entonces, y elque haba reivindicado una reforma democrtica. Comenzaba asla era de la poltica de masas.

    La nueva poltica democrtica

    Hasta qu punto fue democrtica la nueva poltica de masas?El canon de la poca era amplio e inclua muchas variantes. Peroen todas ellas era esencial la formacin de una ciudadana am-plia, activa y votante. A ello apunt la ley. La obligatoriedad del

    voto presion a los indiferentes que eran la mayora, en reali-

    dad a asumir sus deberes y a ejercer sus derechos. El carctersecreto del sufragio y el uso del padrn militar eliminaron lastrampas ms gruesas del rgimen electoral y lo hicieron creble.Desde entonces, la participacin electoral creci sustancialmente,

    y se estabiliz en un nivel significativamente alto.La constitucin de la ciudadana tuvo que ver con la capaci-

    dad de la ley electoral para potenciar algunas dimensiones de lasociedad democrtica, particularmente el vigoroso movimiento

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    asociativo. En las grandes ciudades y en las zonas rurales moderni-zadas, participar en una sociedad barrial o en una colonia de cha-careros significaba prepararse para la poltica e involucrarse enella. Los avances de la alfabetizacin y la abundancia de peridicos

    y libros facilitaron la formacin de ciudadanos interesados y edu-cados. Sobre esa base, los comicios limpios profundizaron el im-pulso de incorporacin masiva. Quienes eran interpelados comociudadanos se identificaban con las consignas generales o con losdirigentes que las encarnaran, y vinculaban sus destinos personalescon un partido o con la nacin toda. La obligacin de votar se con-

    virti as en el derecho de decidir. En este aspecto, la nueva polticafue plenamente democrtica.

    En otros aspectos, los resultados de la nueva poltica fueronms controvertidos: los partidos y sus dirigentes no resultaronser como se los imagin, las elecciones no fueron todo lo trans-parentes que se esperaba, y la convivencia poltica dist de lasexpectativas de la deliberacin y el acuerdo.

    El sistema de lista incompleta, que asegur la representacin dela minora, se propona estimular la formacin de partidos moder-nos, considerados la clave del rgimen democrtico: ellos debanorganizar la opinin y el sufragio y encarrilar las discusiones y ne-gociaciones por una senda civilizada. Los partidos realmente exis-tentes estuvieron lejos de ese ideal. Los llamados conservadoreseran partidos de base provincial, con dificultades para organizarsea escala nacional y muy lejos de definiciones programticas u orga-nizaciones internas deliberativas. Los partidos Socialista y Dem-crata Progresista se ajustaban mejor a ese ideal, pero solo tenanfuerza en la Capital Federal y Santa Fe, respectivamente. El nicopartido organizado a escala nacional fue la Unin Cvica Radical.Constituy en todo el pas una densa red de comits, que confor-maron una eficiente mquina electoral. Para muchos, la militancia

    poltica en la base partidaria ofreci una nueva posibilidad para elprogreso personal. Algunos asumieron su direccin, de manera es-table y casi profesional, combinando la sabidura de la polticaclientelar y las aspiraciones del ideario radical.

    La existencia de este ideario, sencillo y contundente, cargado devalores sustantivos, singulariz la experiencia radical. Se centraba enun par de reclamos: la pureza del sufragio y la vigencia de la Cons-titucin, unidos a una intencin, muy sentida, de regeneracinde las

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    instituciones de la sociedad. Como programa, no era poco, aunquenada dijera acerca de las cuestiones sociales o econmicas que porentonces estaban ingresando en la agenda pblica. Como men-saje aglutinador e identificador, tuvo una notable capacidad demovilizacin, integracin y nacionalizacin de vastos contingentesde ciudadanos.

    Mquina e ideario convergan en el jefe, Hiplito Yrigoyen,un eficiente tejedor poltico y a la vez un lder de masas. Comotal, Yrigoyen era bastante singular; no hablaba en pblico, escri-ba en trminos abstractos y casi esotricos, pero logr construir

    la imagen, ampliamente popularizada en todo el pas, de un san-tn laico, o de un Jess tonante. Yrigoyen identific la causa ra-dical con la regeneracin de la nacin, y a sus adversarios con elrgimen, genrico enemigo del pueblo y de la nacin.

    Quienes no eran radicales lo calificaron como el demagogo,y a sus seguidores como la chusma, queriendo decir los inca-paces y tambin los ladrones. Entre gobierno y oposicin, enlugar de dilogo constructivo hubo speras recriminaciones y de-negacin facciosa, tanto durante la lucha electoral como en losdebates parlamentarios. Las divisiones se reprodujeron, con simi-lar virulencia, en el seno del partido radical, que vivi en estadode permanente divisin y reacomodamiento, como un calidosco-pio. Aunque en cada provincia existan razones locales, hubo entodas una cierta tendencia a alinearse en dos grupos: el de quie-nes acataban las decisiones de Yrigoyen y el de quienes las cues-tionaban. En 1924, la UCR se dividi formalmente en personalis-tas y antipersonalistas, y estos se acercaron a los conservadores.

    En cuanto a las elecciones, entre 1912 y 1930 fueron razona-blemente limpias y competitivas, aunque ni entonces ni despuslos gobiernos o simplemente los jefes de polica locales re-nunciaron completamente a sus potestades electorales. La efi-

    ciente mquina electoral de la UCR se potenci con el uso de losresortes del Estado: la coercin y la prebenda. En varias ocasio-nes, la conquista por la UCR de una provincia opositora era pre-cedida por una intervencin federal, que al cambiar de manos eluso de los recursos pblicos facilitaba la victoria electoral.

    Pese a todo, el radicalismo de Yrigoyen pudo alegar, con toda ra-zn, que era el partido ms popular. En 1922 Yrigoyen impuso a susucesor, Marcelo de Alvear. Aunque se proclamaba su discpulo, se

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    rode de los radicales antipersonalistas, que se aglutinaron trasl. En 1928 volvi a ganar Yrigoyen, desde el llano y de maneracontundente; fue un verdadero plebiscito. Sus adversarios casitodo el resto de las fuerzas polticas, por entonces lo derriba-ron en 1930 mediante un golpe, en parte militar y en parte cvico.Poco despus, en las elecciones de 1931, fue electo el general

    Agustn P. Justo, al frente de una fuerza heterognea, integradapor los distintos grupos conservadores, los radicales antipersona-listas y los socialistas independientes, escindidos del Partido So-cialista. La coalicin, que poco despus se denomin Concor-

    dancia, retuvo el gobierno hasta 1943, bajo las presidencias deRoberto M. Ortiz y Ramn J. Castillo. Durante esos aos, se ins-tal el fraude electoral sistemtico, que asegur la continuidad enel poder de los grupos conservadores.

    En los aos treinta, la UCR sigui siendo, probablemente, lafuerza poltica ms popular. Pero hasta 1935 no concurri a laselecciones. Hostigados por las persecuciones y el fraude, y reto-mando su tradicin originaria, los radicales apostaron a la abs-tencin y a la revolucin, y fracasaron. Con su abstencin y elapoyo del Estado, Justo pudo ganar las elecciones en 1931 sin vio-lentar de manera grosera la voluntad popular, mientras socialistas

    y demcrata progresistas aprovecharon las circunstancias paraocupar la posicin no despreciable de minora opositora. En1935, los radicales volvieron a los comicios; entonces el gobiernopractic ms sistemticamente el fraude, y los radicales aceptaronresignadamente el lugar de la minora.

    De ese modo, entre 1930 y 1943, la poltica democrtica re-sult fuertemente perturbada, desnaturalizada quiz. Pero no de-sapareci. El fraude fue grosero en la provincia de Buenos Aires,pero estuvo ausente de la Capital Federal, donde las prcticas ciu-dadanas se enriquecieron a medida que las fuerzas polticas se en-

    trelazaban con el asociacionismo civil y los grupos de intereses,cada vez ms densos. En Catamarca o Jujuy las elecciones fueronseguramente un poco peores despus de 1930. Pero fueron lo su-ficientemente competitivas en Crdoba como para que los radi-cales ganaran la gobernacin en 1936 y 1940, o en Santa Fe,donde los demcratas progresistas ganaron en 1932, aunque luegola intervencin federal de 1936 asegur el triunfo cannico de laConcordancia.

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    En estos trece aos, mientras la poltica afloraba en otros es-cenarios, la ciudadana fue tornndose crecientemente incrdulaen materia de elecciones. Pero no se interrumpi la prctica elec-toral ni se perdi la fe en una restauracin democrtica posible,que anim propuestas tan diversas como la del esbozado FrentePopular de 1936 o la del presidente Ortiz en 1940; esa fe rever-deci durante la Segunda Guerra Mundial y constituy uno de lostemas en las elecciones de 1946.

    Avatares de la repblica

    La nueva democracia y las instituciones de la repblica convi-vieron mal. Durante la democracia radical, las tensiones fueronfuertes y la repblica retrocedi. Luego de 1930, la reconstruc-cin de la vieja repblica se hizo a costa de la democracia.

    La crtica de la vieja repblica, el rgimen, fue uno de los te-mas de Yrigoyen. El jefe radical se consider investido de un man-dato popular para regenerar las instituciones, que lo colocabapor encima de ellas. As, la legitimacin democrtica dio unnuevo impulso al antiguo presidencialismo, que afect el equili-brio entre los poderes, clave de la institucionalidad republicana.Sin embargo su liderazgo bastante acorde con los tiempos delmundo se mantuvo en el lmite mismo de la letra constitucional,sin desbordarlo.

    Yrigoyen emple prdigamente el recurso constitucional de laintervencin federal. La us en los primeros aos de su gobiernopara imponer la Ley Senz Pea en las provincias remisas a apli-carla, y luego, con un estilo ms tradicional, para disciplinar a losgobiernos provinciales, o imponer el orden entre las dscolas fac-ciones radicales locales. Siempre que pudo, eludi la participacindel Congreso, con el que mantuvo relaciones tensas. Sus partidarios

    no llegaron a tener una mayora clara, y frecuentemente los pro-yectos del Ejecutivo fueron rechazados, o simplemente no tratados,sin que el Presidente o sus partidarios intentaran el camino de lanegociacin o el acuerdo, propios de la tradicin parlamentaria,pero que el ideario radical condenaba como contubernio. Pornecesidad o por gusto, el Presidente prefiri utilizar los decretos.

    En el Congreso fue retrocediendo el debate franco y elevadohabitual en tiempos de la vieja repblica. El creciente inters

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    del pblico, que los segua por medio de la prensa, y las pasionesidentitarias de la nueva democracia hicieron que predominaran enel recinto la descalificacin del adversario y la confrontacin fac-ciosa. Esa fue una de las razones de la escasa capacidad del Con-greso para concretar sus debates en leyes. El presidente Alvear, a di-ferencia de Yrigoyen, crea firmemente en las instituciones y en lasformas republicanas, y las relaciones entre los dos poderes mejora-ron. Pero el clima parlamentario volvi a corromperse por la divi-sin del radicalismo en 1924 y la confrontacin entre yrigoyenistas

    y antiyrigoyenistas, que se hizo crecientemente violenta hasta 1930.

    Ese ao, un golpe militar interrumpi la legalidad republi-cana. Algunos vislumbraron que desde entonces el Ejrcito se con-

    vertira en tutor pretoriano de la repblica. Pero muchos de losque apoyaron el golpe creyeron inicialmente que solo era unaforma de reiniciar, con mejor paso, el camino fallidamente abiertopor la Ley Senz Pea. Luego del breve gobierno de Jos F. Uri-buru, se restablecieron las instituciones constitucionales. Pero elgeneral Justo y sus amigos no lograron encontrar la frmula mgicala piedra filosofal para establecer una repblica legtima ensu origen y en la que los radicales no ganaran las elecciones.

    El Congreso funcion y lo hizo de manera bastante eficiente;pero luego de 1936, cuando los radicales retornaron al recinto, yel gobierno tuvo una oposicin encarnizada, termin tan parali-zado como los anteriores. Las libertades civiles fueron razonable-mente respetadas, y tambin las polticas, salvo en los comicios.En una poca donde en el mundo convivan Mussolini, Stalin yHitler, la conservadora fue una repblica. A la larga, la imposi-bilidad de fundarla de manera creble en la voluntad popular ter-min derrumbndola. A la corta, sin embargo, la apreciacin fuediferente. En un pas sacudido por la crisis mundial de 1929, laeficacia de las respuestas estatales les dio a los gobiernos otra po-

    sible legitimidad: la de lidiar eficazmente con los intereses de losdistintos sectores de la sociedad.

    El Estado potencia su accin

    En la era de la democracia de masas, un nuevo asunto se instalen el primer plano de las preocupaciones polticas: el Estado, su ca-pacidad de intervencin y de accin, y la pericia de los equipos

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    gobernantes para manejarlo. Desde principios del siglo XX, lasociedad argentina haba dejado de ser la masa magmtica y ma-leable sobre la que el Estado poda ejercer su accin formadora

    y reformadora, para convertirse en un sistema de intereses ague-rridos, en equilibrio inestable. Asociaciones, gremios y corpora-ciones reclamaron del Estado regulacin, proteccin o promo-cin. Quienes lo gobernaron debieron no solo definir un rumbogeneral, entre la maraa de conflictos y reclamos, sino tambinconstruir los instrumentos estatales para convertir sus intencionesen acciones.

    Los radicales llegaron al gobierno sin un programa especfico;no quisieron tenerlo, para no dividir el movimiento regenerador.Esa carencia nunca haba sido un problema para gobernar. Loera, en cambio, que los radicales, formados en una Argentinaprspera y relativamente sencilla, no tenan experiencia de la ges-tin pblica ni estaban preparados para pensar en los trminosde un pas mucho ms complejo, que debi enfrentar en esosaos las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y del ciclode convulsiones sociales que la sigui.

    La idea de Yrigoyen de un gobierno de inters social choccon la novedad y urgencia de los problemas, y padeci la limita-cin de los instrumentos estatales disponibles. Algunas reas es-taban mejor estructuradas la educacin, la agricultura, perola mayora de las agencias estaba en paales. Exista un Departa-mento de Trabajo, de funciones tcnicas y estadsticas, pero la res-ponsabilidad de afrontar los problemas laborales an correspon-da al jefe de Polica. En el Congreso, a veces se debatieronproyectos de ley sobre las grandes cuestiones, a la antigua usanza,e incluso se avanz en identificar cules eran los intereses en

    juego, pero se sancionaron pocas leyes, quiz porque era difcilencontrar el punto del acuerdo, y mucho menos, establecer en

    qu consista el inters general.Las intervenciones de Yrigoyen tuvieron el sello de la urgen-cia: por decreto se fij el precio del azcar o se congelaron los al-quileres. Tambin, tuvieron el sesgo de sus preocupaciones elec-torales, que organizaron su agenda. La crisis social de la primeraposguerra lo llev a autorizar la represin militar en Buenos Ai-res, el Chaco y la Patagonia. A Alvear le toc gobernar en tiemposms calmos, y pudo avanzar en terrenos complejos, como el de las

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    jubilaciones o la exportacin de carnes. Pero por distintos moti-vos, sus proyectos legislativos se frustraron. Es significativo que sumayor xito la solucin arbitrada del conflicto del azcar enTucumn lo fuera por la va de un laudo personal.

    La crisis de 1930 plante un desafo muy grande: derrumbedel comercio exterior, crisis agraria, fractura del mercado mundial

    y un grave problema en las finanzas pblicas. La pericia estatal fuems apreciada que la integridad republicana o la legitimidad de-mocrtica. La elite gobernante bastante republicana pero es-casamente democrtica introdujo profundas reformas en el

    Estado, que permitieron dirigir la economa, solucionar el fi-nanciamiento fiscal y desarrollar la inversin pblica en terre-nos como el petrleo o la vialidad. As lanzado, este Estado po-tente habra de seguir desarrollndose en el mismo sentido durantecuatro o cinco dcadas.

    Por otra parte, el Estado encar desde una posicin de auto-ridad las negociaciones con algunos de los grandes interesesconstituidos: el ganadero, el financiero, los diferentes sectoresagrarios y regionales. Leyes especficas, juntas reguladoras, y lainstrumentacin del Tratado de Londres de 1933 supusieron unadefinicin bastante precisa de cada uno de los sectores corpora-tivos, la exclusin de otros eventualmente existentes el ms no-torio, el de los consumidores, y la constitucin de mbitos denegociacin sectorial, con la participacin de tcnicos del Estado.

    Junto con el Congreso, se constituy as un segundo lugar de re-presentacin, donde los intereses hablaban directamente, sin lamediacin de las elecciones, que justamente estos gobernanteshaban decidido ignorar o manipular.

    El protagonismo del Poder Ejecutivo fue grande, y se apoy ennuevos grupos tcnicos calificados. Surgieron nuevas agencias y sefortalecieron otras ya existentes, como Yacimientos Petrolferos Fis-

    cales (YPF). El Congreso no qued marginado; acompa ese ca-mino, sancionando entre 1932 y 1936 leyes bsicas para el ordena-miento estatal y el impulso de las nuevas actividades. En esos aos,la oposicin socialistas y demcratas progresistas fue dura peroprecisa en la discusin tcnica, y el Congreso fue escenario de im-portantes debates, como el de las leyes de carnes. En ese mismo de-bate recordado por el asesinato del senador Enzo Bordabeherese manifest un cambio de clima en la convivencia poltica, definido

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    en 1936 con el retorno del radicalismo, el enardecimiento de ladisputa y consecuentemente la parlisis legislativa.

    As, un elenco gobernante de escasa legitimidad de origenfaltaba la voluntad popular logr una dosis de legitimidadpor el eficiente desempeo de sus funciones. El Estado y los gran-des propietarios definieron un inters general que dej poco lugarpara la equidad social pero inici la recuperacin econmica. Elpas sali de la crisis relativamente rpido; las nuevas polticas per-mitieron que su rueda maestra el comercio exterior se apo-

    yara en otras alternativas. La nueva Argentina, de los aos treinta,

    fue el pas de las migraciones rurales y la urbanizacin, de la indus-tria y de los obreros. Tambin, la Argentina de nuevas corporacio-nes, que como las otras, plantearon sus reclamos al Estado.

    Aqu, el Estado fue quedndose atrs, y la masa de demandasde reconocimiento y ordenamiento se increment. Son muchoslos sectores como los mdicos que buscaban definir compe-tencias, estatus profesional y formas de relacin laboral. El msnotorio fue el de los trabajadores, y principalmente los nuevossindicatos industriales, donde los comunistas realizaron un nota-ble trabajo de organizacin. Los tmidos ensayos del presidenteOrtiz con los ferroviarios, o del gobernador bonaerense ManuelFresco con los trabajadores de la construccin, muestran que laelite dirigente no ignoraba los nuevos reclamos y desafos. Pero aesa altura la segunda mitad de los aos treinta, en vsperas de laSegunda Guerra Mundial el Estado y sus gobernantes habanperdido entusiasmo e iniciativa. En 1940, el Congreso bloqueuna propuesta, relativamente moderada, del ministro FedericoPinedo para encarar los problemas de la guerra. Agencias comoel Departamento de Trabajo quedaron desbordadas por la com-plejidad del mundo sindical. Las instituciones existentes las dela repblica conservadora y el Estado dirigista hicieron agua,

    mientras otro mundo, otra Argentina, comenzaba a ser visible.

    El otro pas

    Otro pas vena emergiendo desde principios del siglo XX.Los partidos existentes no lo representaban y las instituciones dela repblica no le asignaban un lugar, que reclam a medida queganaba en integracin y coherencia. Arraigaba en ciertos sectores

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    sociales reacios a la democratizacin y en otros que reclamabansu incorporacin; en ncleos ideolgicos antiliberales y en dosgrandes corporaciones: el Ejrcito y la Iglesia.

    Uno de los protagonistas de esta otra Argentina era el Ejr-cito. Desde su organizacin profesional definitiva, a principios delsiglo XX, reclam un lugar destacado en el Estado y en la nacin,cuyos intereses superiores declaraba salvaguardar, supliendo fallaso deficiencias del sistema institucional. El criterio profesional debamantener a la institucin al margen de banderas polticas diviso-rias. Con la Primera Guerra Mundial, se agreg el objetivo de la de-

    fensa integral de la nacin, centrada en la autarqua y la industriali-zacin. Con sus ingenieros militares a la cabeza Enrique Mosconi

    y Justo entre ellos, el Ejrcito constituy un ncleo consistente ycapacitado de la burocracia estatal.

    La nacin en armas, lista para una guerra eventual, deba te-ner ideales comunes. Organizacin, jerarqua, orden y obedien-cia valores sustantivos de la institucin militar eran conside-rados los ms adecuados para la nacin, mientras que la protestasocial, la crtica poltica y el pluralismo eran todos acechanzas parala unidad espiritual. En 1930, el Ejrcito concurri, sin gran entu-siasmo, a la convocatoria de los civiles para solucionar sus conflic-tos. Se retir pronto, pero volvi en 1943, con conviccin mesi-nica, reforzada por su propio desarrollo institucional e ideolgico,

    y tambin por la falencia de las instituciones de la repblica.Otra protagonista fue la Iglesia catlica. Desde principios de si-

    glo, hablaba en nombre de una nacin que, segn afirmaban, eray deba ser catlica. Desde fines del siglo XIX, amparada y soste-nida por el Estado, la Iglesia institucional haba crecido en nmeroe influencia, ocupando espacios pblicos, materiales y simblicos.Su enfrentamiento con la legislacin laica fue parte de la vasta cru-zada contra la modernidad emprendida por el papado. Hacia el

    Centenario, la Iglesia argentina ofreci su propia versin de la de-mocracia y la reforma y se identific, ella tambin, con la historiade la patria. Hacia 1920, en tiempos de convulsin social, capt elestado de nimo alarmado de las clases altas. En 1934, el CongresoEucarstico Internacional permiti descubrir que tambin habacapturado sus creencias y sentimientos y que, tras la bandera deCristo Rey, poda movilizar importantes contingentes, que pesabanen la poltica de calles. El gran trofeo de esta Iglesia renovada por

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    la fe de la cruzada fue el Ejrcito. All, las convicciones liberales re-trocedieron y el mesianismo militar se identific con la refun-dacin catlica de la sociedad. A lo largo de los aos 30, Iglesia

    y Ejrcito se unieron y comenzaron el asedio del gobierno delEstado. En 1943, pareca que lo haban conquistado.

    Un sentimiento ideolgico articul estas dos fuerzas y las in-cluy en un conjunto mayor. El nacionalismo cre un cauce co-mn para esas y otras creencias, como el hispanismo, el antiimpe-rialismo y el revisionismo histrico, que venan desarrollndose,con ms pasin que sistematicidad, desde fines del siglo XIX. Ha-

    cia 1914, estaba firmemente establecida la idea de una nacin, sinduda eterna, pero que deba ser construida desde el Estado. Secoincidi en que exista un ser nacional, y hubo querellas entorno de su definicin, hasta que fue afirmndose un consensoque amalgam nacin, pueblo, Iglesia y Ejrcito y que defini asus enemigos como la oligarqua liberal, cosmopolita y atea.

    Una polarizacin ideolgica corri por carriles un poco dis-tintos de los de la poltica. Se aliment principalmente con losconflictos ideolgicos del mundo en los aos previos a la Se-gunda Guerra; el comunismo sovitico, el fascismo, el franquismo

    y hasta el nazismo tuvieron sus partidarios e imitadores. Desde 1936,la Guerra Civil Espaola y la Segunda Guerra Mundial polariza-ron la opinin y las ideas derivaron en pasiones. Durante esosaos, aliadfilos y neutralistas los simpatizantes del Eje eran

    vergonzantes llenaron las calles y le dieron a la confrontacinpoltica un impulso y una pasin ausentes de las contiendas elec-torales. En 1936, en torno de socialistas, comunistas y radicales,sindicatos, organizaciones estudiantiles y asociaciones culturales,se esboz un Frente Popular que no lleg a cuajar en una pro-puesta poltica, quiz porque no era fcil proyectar en sus adver-sarios que incluan el catolicismo militante y el conservadurismo

    fraudulento la convincente imagen del nazismo. En 1943, susdudas se aclararon.

    Cortar los nudos gordianos

    En 1943, una serie de cuestiones pendientes reclamaba solu-ciones concluyentes. La primera era la escasa y muy cuestionadalegitimidad democrtica del gobierno. En 1938, el presidente

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    Ortiz haba intentado recomponer las cosas mejorando la calidadde los comicios, con poco xito; en 1940, Castillo, su sucesor, re-torn a los usos fraudulentos, y busc la legitimidad en el desa-rrollo de una accin estatal vigorosa, coincidente con la visin delEjrcito. Los triunfos de los aliados reanimaron a la oposicin ci-

    vil y democrtica; en las elecciones presidenciales de 1943 solo se-ra posible derrotarla con un fraude electoral tan grosero como elde 1937, que requerira un respaldo pleno del Ejrcito.

    A la vez, estaba por definirse la posicin ante la guerra mun-dial. Inicialmente, la Argentina se declar neutral. Pero en 1941,

    el ingreso de los Estados Unidos en el enfrentamiento forz lasopciones. Aunque partidario de la neutralidad, Castillo eligicomo candidato presidencial al salteo Robustiano Patrn Cos-tas, partidario de los aliados. Esto quebr la alianza entre el go-bierno y los neutralistas, no muy numerosos en la calle pero he-gemnicos en la Iglesia y el Ejrcito.

    Menos visible, pero probablemente ms significativa, era lacuestin de la parlisis estatal y las exigencias de una sociedadtransformada por la urbanizacin y la industrializacin. La cues-tin sindical era la ms inquietante pero no la nica. Haba re-clamos acumulados, y tambin perspectivas de lo que sera elmundo de la posguerra. Los tiempos de la democracia social,anunciados en Gran Bretaa por el plan Beveridge de seguridadsocial, suponan nuevos desafos para el Estado, y ponan en evi-dencia la falta de iniciativa de la elite gobernante.

    Muchos de estos nudos gordianos fueron cortados por el go-bierno militar instalado en junio de 1943. Los militares llegaron algobierno atrados tanto por el atolladero poltico como por su pro-pio mesianismo. Aunque su presencia en el gobierno y el Estado

    vena creciendo a lo largo de los aos treinta, en rigor, en esta oca-sin a diferencia de otras prcticamente nadie los convoc.

    Hasta fines de 1945, en medio de fuertes disputas por el po-der y espectaculares cambios de rumbo, el gobierno no tra-bado por las instituciones polticas representativas resolvi deuna manera ejecutiva, y a la larga perdurable, varias de las cues-tiones pendientes. Muchas tenan que ver con la cuestin sindi-cal: la elevacin a rango ministerial de la Secretara de Trabajo, lasancin del Estatuto de Asociaciones Profesionales, la discusinde convenios colectivos, la creacin de tribunales del trabajo y el

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    Estatuto del Pen, entre otras, muestran la decisin del Estado deinstitucionalizar los conflictos industriales y sus actores. La misma

    voluntad puede encontrarse en otras reas, menos notorias peroigualmente trabadas por largas discusiones entre las partes, quefueron zanjadas por decreto.

    Pero simultneamente, el gobierno militar anud otros nudosgordianos. Inicialmente, se propuso constituir un Estado clerical.Recurri a los grupos nacionalistas y catlicos y concedi a la Igle-sia el manejo de la educacin, alentando su designio de construiruna sociedad integralmente catlica. Por entonces, se estableci

    la enseanza obligatoria de la religin en las escuelas del Estado.Ms all de revelar la orfandad poltica del gobierno militar, lamedida muestra cmo la Iglesia catlica haba atrapado el imagi-nario de los militares y de una porcin importante de los sectoresdirigentes, que desde 1930 o antes venan predicando el abandonode la matriz liberal del Estado. A la vez, muestra el extravo delgobierno. La sociedad argentina tena una dinmica secular in-compatible con las aoranzas de una Edad Media ficta; por otraparte, el propio papado estaba por entonces reconcilindose conel pluralismo y la democracia.

    As, el mismo gobierno que pona al da al Estado con los inte-reses de la sociedad, se meta en un brete poltico e ideolgico sinsalida. Quienes haban procurado infructuosamente construir unfrente popular antifascista encontraron, de golpe, que enfrente deellos tenan un gobierno cuya imagen poda cuadrar verosmil-mente con la de Hitler. En la calle, las cosas se fueron inclinandoen favor de los partidos democrticos y el gobierno, arrinconado ycrecientemente dividido, solo poda apelar a la represin.

    LA EXPERIENCIA PERONISTA, 1945-1955

    Este nudo gordiano fue cortado por el coronel Juan Pern,aclamado en la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945 y consa-grado presidente el 24 de febrero de 1946. Pern, que habasido uno de los dirigentes de la revolucin de 1943, fue desdeentonces el lder del movimiento peronista, una fuerza popularapoyada principalmente en los trabajadores y sus sindicatos. Du-rante su gobierno, que se extendi hasta 1955, la experienciademocrtica inicial cobr un nuevo impulso.

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    Sustentada en una vigorosa participacin popular, la legitimi-dad democrtica del gobierno fue indiscutible. Las polticas estata-les expandieron la dimensin social de la ciudadana, estimularonla incorporacin de vastos sectores y profundizaron el proceso dedemocratizacin social y poltica. Por otra parte, el Estado, que ten-di a confundirse con el movimiento peronista, asumi nuevas fun-ciones, ampli las formas de intervencin y cre originales meca-nismos para la negociacin de los conflictos de intereses.

    Fue una democracia social, participativa, plebiscitaria y auto-ritaria, que mutil las instituciones republicanas y redujo las li-

    bertades pblicas. Un clima crecientemente faccioso, al que con-tribuyeron gobierno y oposicin, caracteriz la vida poltica ycondujo a la ruptura institucional de setiembre de 1955.

    La fundacin de la democracia social

    En 1945, un conflicto interno del gobierno militar haba deri-vado en la detencin de Pern y la renuncia a sus cargos. El 17 deoctubre, una manifestacin en la que predominaban amplia-mente los trabajadores de la ciudad y el Gran Buenos Aires re-clam y obtuvo su liberacin y reposicin. Ese da se sell la estre-cha relacin entre Pern y los trabajadores, que vena anudndosedesde 1943. A cargo de la Secretara de Trabajo y Previsin, Pernhaba impulsado la legislacin laboral ya mencionada; adems ha-ba estimulado la agremiacin y la formacin de nuevos sindicatos;tambin procur captar una buena parte de los dirigentes sindica-les tradicionales con excepcin de los comunistas, sistemtica-mente reprimidos y promover otros nuevos.

    Pern combin la construccin de una base de poder propiacon una propuesta, audaz y original, para solucionar los proble-mas del mundo urbano e industrial, los presentes y los que po-

    dran venir. En el agitado mundo de la posguerra, con la eviden-cia del progreso general de los comunistas y el ejemplo de losnacientes Estados concertadores, propuso sacar a la luz los con-flictos y, a la vez, ordenarlos. Por una parte, construir el actor sin-dical, fortalecerlo y someterlo a la regulacin estatal, por mediode las agencias y la legislacin que simultneamente se iba desa-rrollando. Por otra, incluir en la negociacin a los empresarios ypatrones, y convencerlos de que los sacrificios inmediatos que esa

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    negociacin traa aparejada se compensaran a la larga con la pazy la concordia social.

    El proyecto se modific sobre la marcha. Los patronos noaceptaron el envite; los trabajadores no solo lo hicieron, sino queorganizaron el Partido Laborista para apoyar a Pern en las elec-ciones que se avecinaban. En los meses siguientes, Pern volc sudiscurso hacia ese lado, y present la confrontacin electoral entrminos marcadamente clasistas, pero ya en el gobierno volvi asu concepcin principal: regular y arbitrar, desde el Estado, en losconflictos de intereses. Termin de cortar as el nudo gordiano

    que haba paralizado a la repblica conservadora.Tambin Pern cort el nudo de la legitimidad democrtica

    de los gobiernos: escasa desde 1930, ausente desde 1943, e inten-samente reclamada por las fuerzas polticas, al calor de la guerramundial. Concluida esta con la derrota de los totalitarismos, a losque se adscriba con alguna razn al gobierno militar local, todoestaba dado para que los partidos polticos tradicionales el radi-cal, el socialista, el comunista, el conservador forzaran al go-bierno a llamar a elecciones y las ganaran con comodidad. LaUnin Democrtica propuesta como una nueva versin delfrente popular antifascista sum al reclamo democrtico el com-ponente de reformismo social propio del mundo de la posguerra.

    Luego del 17 de octubre, el gobierno militar llam finalmentea elecciones. De una manera tan sorprendente como fulminante,Pern cambi los datos del escenario poltico. Al conquistar almovimiento obrero, priv a sus rivales del componente esencial deun posible frente popular. A la vez, fractur cada una de las fuer-zas polticas, y atrajo fragmentos de radicales, socialistas, conser-

    vadores, nacionalistas y catlicos, con los que arm un aparatoelectoral quiz poco coherente, pero adecuado para afrontar conxito la eleccin. En cada lugar del pas, la proporcin de cada

    uno de estos elementos fue diferente; mientras en los grandescentros industriales el laborismo fue importante, en las zonas mstradicionales el movimiento de apoyo a Pern se arm, tal comohaba ocurrido en 1916 con la UCR, con fragmentos de las viejasfuerzas. Adems, Pern pudo exhibir el apoyo del Ejrcito, alineadodetrs de quien haba inventado una salida decorosa para la re-

    volucin, y de la Iglesia, a la que concedi el mantenimiento dela enseanza religiosa en las escuelas. Fue, adems, el candidato

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    del gobierno, y en la campaa electoral us largamente los re-cursos estatales. Ante la intervencin de los Estados Unidos en fa-

    vor de la Unin Democrtica, Pern agreg la bandera del na-cionalismo antinorteamericano; posiblemente esto inclin en sufavor una contienda electoral muy reida.

    En las elecciones del 24 de febrero de 1946, reconocidascomo transparentes, Pern se impuso a la Unin Democrticapor una diferencia de diez puntos porcentuales, tan cmodacomo ajustada. La campaa fue polarizada y tensa. Ambos frentesdisentan acerca de la importancia de lo que Pern, ubicndose

    en una tradicin antiliberal, llamaba las formas, que opona a larealidad. Pero mirando un poco ms all de las diferencias,puede encontrarse en ambas fuerzas una amplia coincidenciaacerca de la legitimidad democrtica y de las necesarias polticasde reforma social y de regulacin estatal. As, en una situacinmuy favorable para su economa la Europa de posguerra necesi-taba de los alimentos argentinos el pas volvi a tener un go-bierno legtimo, y con una nocin precisa de lo que el Estado tenaque hacer.

    La comunidad organiza los intereses

    Las ideas desarrolladas por Pern acerca del papel del Estado enla regulacin de los intereses conjugaron la experiencia de la inter-

    vencin estatal en la economa de la dcada anterior con la tra-dicin militar de la autarqua y la unidad nacional, y las preocu-paciones de la posguerra. Sus ideas sobre la planificacin delConsejo de Posguerra a los planes quinquenales fueron las desu poca, ensayadas primero por la Unin Sovitica y Mussolini yampliamente generalizadas luego de 1945. A ellas agreg unaidea rejuvenecida del inters general, reinterpretado en trminos

    de una distribucin inmediata de la prosperidad, distante del estilosacrificado y prospectivo de la planificacin sovitica.El Estado expandi sus funciones en las reas de la economa

    y sobre todo de lajusticia social, entendida como reparacin y pro-mocin de los rezagados en su personal aventura del ascenso. A laconsagracin de los nuevos derechos sociales sigui la creacin, mu-cho ms trabajosa, de las instituciones estatales de aplicacin, comopor ejemplo las cajas de jubilaciones. Un papel importante le cupo

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    a la Fundacin Eva Pern, entidad entre estatal y privada; sus reali-zaciones fueron muy significativas en el plano simblico; en cam-bio su eficiencia, en relacin con los recursos utilizados, fue pro-bablemente baja.

    Pern se propuso que el Estado organizara y ordenara los con-flictos de intereses en trminos de concertacin y acuerdo, enconsonancia con las democracias de posguerra. Junto con la re-presentacin de ciudadanos, establecida por la Constitucin, se de-sarroll un segundo mbito, reservado a la representacin de inte-reses. Los conflictos entre el capital y el trabajo fueron ordenados

    por el Estado a travs de las convenciones colectivas. En el mismosentido, pero con resultados menos espectaculares, se constituyeronel Consejo Econmico Social o la Comisin de Precios y Salarios y sereuni en 1954 el Congreso de la Productividad.

    Quines se sentaran en la mesa de las negociaciones, ennombre de los intereses? La experiencia previa de negociaciones

    ya haba constituido y decantado a muchos de ellos. El Estado pe-ronista promovi la formacin de otros, reglament sus activida-des, y los someti a la regla de la unidad: solo uno en cada rubrosera reconocido por el Estado. En el caso de los sindicatos, pro-movi la sindicalizacin y reconoci uno por cada rama de in-dustria. En el caso de las organizaciones patronales, logr final-mente, con mucho esfuerzo, encuadrarlas en la ConfederacinGeneral Econmica. Mediante la Confederacin General de Pro-fesionales se aspir a uniformar al sector, mientras la Confedera-cin General Universitaria fracasaba en su intento de hacer lomismo con los estudiantes.

    Por otra parte, el Estado influy en la designacin de los re-presentantes de estas entidades, que deban manifestar su con-formismo e implcitamente el de su organizacin con el go-bierno y el movimiento peronista. En el caso del sindicalismo,

    que ocupaba una posicin importante en el Estado, hubo una am-plia injerencia en la seleccin de sus dirigentes: as, los sindicalistasque en 1945 fundaron el Partido Laborista, en 1947 haban de-saparecido del escenario.

    Entre el Estado y los grupos de inters empez a articularseun doble movimiento, de injerencia estatal en las corporaciones,por una parte, y de instalacin de sus representantes en lasagencias estatales, por otra. Esta potencial colusin no produjo

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    por entonces resultados revulsivos para el Estado debido a que la co-

    mn identidad poltica aceitaba las zonas de friccin. La disciplinaque el Estado quera imponer se facilit por el insoslayable acata-

    miento al lder. El gobierno, por su parte, utiliz todos sus resortes,

    polticos y estatales, para peronizar las corporaciones. Las cosas fue-

    ron diferentes segn los casos. Se esperaba que todos los empleados

    pblicos fueran afiliados peronistas, pero de la Sociedad Rural solo

    se esperaba algn gesto ritual de acatamiento o adhesin.

    Ms complicada fue la relacin con el Ejrcito y con la Iglesia,

    las dos grandes corporaciones que haban compartido, con el sin-

    dicalismo, el alumbramiento del peronismo. Una y otra recibie-ron beneficios tangibles: buenos salarios y prestigio para los mili-

    tares y la confirmacin de la enseanza religiosa en las escuelas

    estatales para la Iglesia. Pern se propuso peronizar el Ejrcito;

    tuvo xito amplio con los suboficiales y resultados mediocres con

    los oficiales, que vean en la politizacin una amenaza para los

    criterios profesionales. Tambin se proyect sobre la Iglesia, pro-

    moviendo obispos y sacerdotes identificados con el gobierno. En

    ambos casos, provoc conflictos de importancia, que confluyeron

    en su cada en 1955.

    En la larga historia de las relaciones entre el Estado y los inte-

    reses, la singularidad del peronismo fue su capacidad para arti-

    cularlos en trminos polticos y tambin culturales. En su doc-

    trina, la clave estaba en la comunidad organizada, una idea

    que arraigaba tanto en el nacionalismo estatal como en la tradi-

    cin tomista del catolicismo. En la comunidad organizada, las

    partes podan y deban coexistir armoniosamente, y los conflic-

    tos eran una anomala, un desarreglo transitorio, que el Estadodeba reencauzar y que habran de disolverse en el cauce comn,

    nacional, cristiano y peronista.

    La poltica de masas

    La democracia peronista pertenece al tipo de las democracias

    de masas. En primer trmino, por la participacin, que creci es-

    pectacularmente. En esos aos se complet el camino iniciado

    en 1912, extendiendo los derechos polticos a las mujeres y a loshabitantes de los territorios nacionales, de modo que muchos

    ms argentinos tuvieron el derecho y el deber de votar. Por otra

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    parte, mediante el peronismo vastos sectores se incorporaron ac-tivamente a la vida poltica. Como movimiento, les dio cabida yparticipacin; como ideario, las veinte verdades peronistas, in-cluidas en la doctrina nacional e incorporadas a los textos esta-tales, identificaban al peronista con el argentino y al argentinocon el peronista. El sentido era similar al desplegado por el radi-calismo tres dcadas antes, pero la movilizacin de recursos esta-tales y propagandsticos, incomparablemente mayor, le dio una di-mensin diferente.

    La democracia peronista fue escasamente republicana y libe-

    ral. Tambin aqu hay una cierta similitud con la democracia ra-dical, pero con gran diferencia en la magnitud de los recursosdesplegados. Profundizando las tendencias de los aos treinta, laconsigna fue la unidad de comando del Estado, una idea de rai-gambre militar y gerencial, que concentraba las decisiones en elpresidente y en su equipo cercano. En 1947, se descabez el Po-der Judicial y se integr la Corte Suprema con adictos. En el Con-greso, se estableci una rgida disciplina para la bancada oficia-lista, y se bloque el debate con la oposicin, pese a que elperonismo tena cmoda mayora. En 1946 fueron intervenidaslas dos nicas provincias donde haban triunfado los opositores.En 1949, la reforma constitucional autoriz la reeleccin presi-dencial, y agreg novedades en el terreno de los derechos socia-les y la propiedad estatal, aunque no modific el cuerpo central,que estableca el rgimen poltico y las libertades personales.

    A diferencia de los regmenes anteriores, hubo un sistemticoavance sobre las libertades pblicas, legalizado por el estado de si-tio, que rigi durante la mayor parte del perodo. Las reuniones

    y manifestaciones polticas fueron restringidas. La Polica Federalvigil a opositores y disidentes y aplic contra ellos mtodos con-tundentes. El gobierno control la casi totalidad de los diarios y

    las radios; en 1951 confisc La Prensa, que mantena su perfilopositor. La libertad poltica fue cercenada, los opositores tuvie-ron muchas dificultades para hacerse or y el peronismo us li-bremente los recursos del Estado. Pero los comicios en s mismosfueron correctos. Sus resultados fueron contundentemente favo-rables al peronismo, que en 1954 logr ms del sesenta por cientode los sufragios. No caba duda de que el gobierno peronista estabalegitimado por la voluntad popular.

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    El Partido Peronista no se pareci a los partidos de las democra-cias liberales sino a los de los regmenes de partido nico. No se de-dic especficamente a promover el voto una tarea en la que seempe la totalidad del aparato estatal sino a seleccionar a loscandidatos. Esto fue conflictivo, pues el peronismo estuvo abierto anuevos dirigentes polticos, con tradiciones y formaciones diversas,

    y a viejas y nuevas rivalidades. Pero el movimiento que integraban sedefini a partir de una jefatura fuerte e indiscutida, evocada comofuente ltima de la legitimidad. Las diferencias internas no podancanalizarse en torno de cuestiones programticas, ni traducirse en

    la formacin de lneas internas, pero emergieron, en lo local y en loprovincial, bajo la forma de encarnizadas luchas facciosas. A partirde 1950, la direccin nacional del partido, encabezada por el sena-dor Alberto Teisaire, impuso el criterio de la verticalidad y en nom-bre de Pern decidi en cuestiones de candidaturas. Privado de esafuncin, el Partido Peronista y sus unidades bsicas se dedicaron aacciones de propaganda estatal en favor del Segundo Plan Quin-quenal o en contra del agio y la especulacin.

    El Partido Peronista Femenino, encabezado por Eva Pern,fue el resultado de una admirable obra de ingeniera organizativa.Su capacidad para movilizar el sufragio del vasto contingente denuevas votantes se advirti elocuentemente en la eleccin de 1952.Los rasgos de su homlogo masculino se potenciaron, pues semantuvo alejado de lo que llamaban la poltica, y consagrado ala organizacin, una distincin que expresaba lo esencial delpensamiento poltico de Pern. As, sus unidades bsicas trabaja-ron integradamente con la Fundacin Eva Pern, como correasde transmisin de la obra social estatal.

    Por entonces, Pern haba incluido ambas ramas del partidoen el ms amplio movimiento peronista, junto con la CGT, su ter-cera rama, y los cargos electivos se dividieron escrupulosamente.

    La tradicin democrtica del ciudadano individual retrocedi, yse avanz hacia la representacin funcional, aunque el tramo fal-tante no fue recorrido. Los lmites entre el gobierno, el Estado, elpartido y el movimiento se hicieron difusos. La figura del jefe pol-tico se confunda con la del jefe estatal, no solo en el nivel mximosino inclusive en el nivel mnimo del municipio. En el extremo, noestaba prevista siquiera la posibilidad de un jefe distrital que no per-teneciera al movimiento peronista.

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    Pern no desde sus xitos electorales, pero confi tanto oms en la legitimacin proveniente de las multitudes que ritual-mente lo aclamaban en la Plaza, al menos un par de veces porao. El 1 de Mayo, Da del Trabajo, subrayaba el papel decisivode los trabajadores en el peronismo. El 17 de octubre, Da de laLealtad, conmemoraba la jornada fundadora y la consagracinrecproca de Pern y su pueblo. Las concentraciones, aunque re-memoraban jornadas de combate, tenan una dimensin festiva yfervorosa, sostenida por una cuidada organizacin y algo de coer-cin, frecuente en la poltica de masas en el siglo XX. Esponta-

    neidad y aparato confluan en la constitucin de un espacio pro-picio para la recreacin de la identidad. La multitud, los carteles,los cnticos y consignas, la marcha peronista, predisponan a larecepcin de la palabra del lder que, igual que en 1945, interpe-laba a sus seguidores como sus compaeros, y lo haca desde elelevado balcn de la sede del gobierno. Eva Pern, jefa espiritualde la nacin y abanderada de los humildes, profundizaba la di-mensin emotiva de este ritual. A dos voces que eran una, el

    verbo descenda sobre los fieles y se encarnaba, transmutandouna masa de personas, en el pueblo peronista.

    Lo que se deca tena partes fijas y otras que cambiaban conlas circunstancias del da. La parte fija reuna las dos dimensionesde la democracia social. Por una parte, la interpelacin al pueblo,la contraposicin con sus enemigos genricamente, la oligar-qua y el anuncio de terribles acciones, que afortunadamentesolan limitarse a las palabras. Esta veta era cultivada, sin mediastintas, por Eva Pern. Juan Pern mismo la usaba, ms modera-damente, pero combinada con lo que consideraba el meollo de laconduccin: la convocatoria a la unidad, el orden y la disciplinadel pueblo peronista, que era sinnimo de la nacin.

    Oposicin y polarizacin

    Dos conflictos caracterizaron los aos peronistas y se potencia-ron recprocamente. Uno, de ndole cultural y social, en torno delos valores de lo popular, y otro especficamente poltico, que en-frent a los partidarios de un rgimen autoritario con un conjuntode adversarios devenidos en oposicin sauda, y saudamenteperseguida.

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    Quienes en 1946 integraron la Unin Democrtica siguieronviendo en Pern al heredero de un rgimen militar dictatorial ynazifascista, que adems les haba arrebatado el apoyo de los tra-bajadores, con mtodos poco legtimos. Enfrentarlo les planteuna difcil alternativa: reconocer o no su legitimidad democr-tica, y aun la legitimidad misma de la democracia, que tan malelega sus representantes. Para muchos, era la reiteracin del di-lema representado por Yrigoyen; para otros, de races yrigoyenis-tas, era necesario diferenciar su posicin opositora de la tradicinantipersonalista, encarnada en la fallida Unin Democrtica.

    La UCR, el partido ms importante, se dividi. El Movimientode Intransigencia y Renovacin, que encabezaron Ricardo Balbn

    y Arturo Frondizi, quiso ser una oposicin democrtica y no cues-tionar los principios sociales del peronismo. En el Congreso, elgrupo de diputados discuti los proyectos peronistas, tratando demejorarlos y a la vez de defender las instituciones republicanas.Los unionistas, en cambio, junto con muchos socialistas y con-servadores, asumieron desde el principio que no haba dilogoposible, combinaron la polaridad poltica con la social, atacaroncon virulencia a los gobernantes y buscaron interlocutores militarespara derribarlos.

    La voz enragdel peronismo, encarnada por Eva Pern, encen-da los fuegos facciosos, potenciados por la clausura de los terrenosde discusin. Pern de a ratos hablaba como hombre de orden, yllamaba a la concordia y la unidad. Pero aun as, al identificar el Es-tado y la nacin con el peronismo, tampoco conceda un espacioreconocido a sus adversarios: el movimiento nacional no admitaque fuera de l hubiera otra representacin legtima del pueblo.

    Despus de 1950, el avance del gobierno en la restriccin delas libertades pblicas y en la peronizacin de los distintos mbitossociales e institucionales profundiz la polarizacin, que entr en

    un terreno sin retorno. Los discursos de Evita y la lectura obliga-toria de La razn de mi vidaen las escuelas, la implacable accinde Ral Apold uniformando prensa y radios, la persecucin delos opositores por la seccin policial de Orden Poltico o la im-posicin a los empleados pblicos de la afiliacin al Partido Pe-ronista, entre otras muchas cosas, empujaron a la opinin oposi-tora a las posturas ms duras. Retrocedieron los partidarios de ladiscusin racional y avanzaron los duros, los golpistas. En 1953,

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    luego de que un grupo opositor hiciera estallar dos bombas en unacto peronista, un grupo peronista, amparado por la Polica, in-cendi tres edificios emblemticos: el Jockey Club, la Casa Radical

    y la Casa del Pueblo socialista. Dos valiosas bibliotecas se perdieronen las llamas, dando as la razn a quienes sostenan que la contra-posicin era tanto poltica como cultural.

    Como en 1930, muchos opositores recurrieron a los militares.En el Ejrcito, un grupo de oficiales disidentes intent en 1951un golpe de Estado, fallido. La mayora de los oficiales, aunquerecelosos del estilo del gobierno, se mantuvieron ajenos, por dis-

    ciplina profesional y por solidaridad con las banderas bsicas delperonismo, heredadas del 4 de junio de 1943. En la Marina el ecofue sin duda mayor quiz porque el nacionalismo catlico es-taba fuera de sus tradiciones pero en ese momento sus jefesmantuvieron un prudente silencio.

    En el campo catlico, las aguas estaban igualmente divididas.El acuerdo de conveniencia inicial del gobierno con la Iglesia sefue deteriorando de manera gradual, a medida que el gobiernoperonista, impulsado por su propia dinmica, fue avanzando so-bre territorios que aquella reclamaba como propios, como la or-ganizacin de la juventud. Tampoco la Iglesia estaba a gusto conla impronta de algunas polticas sociales peronistas, como las rela-tivas a la familia, que desafiaban el tradicionalismo catlico. Pero elconflicto que estall en 1954 tuvo una desmesura probablementeno prevista por sus actores. El gobierno atac a prominentes ecle-sisticos y sancion leyes, como la de divorcio, intolerables para laIglesia.

    Final y perspectivas

    El conflicto con la Iglesia prepar la cada de Pern. Aunque

    la jerarqua eclesistica trat de mantener la mesura, los militan-tes catlicos se pasaron en masa al campo opositor, entre ellos,unos cuantos jefes militares, nacionalistas y catlicos. El 16 de ju-nio de 1955 hubo un fallido levantamiento de la Marina, que con-cluy con el bombardeo a la Plaza de Mayo y la masacre de tres-cientos civiles reunidos para vivar a Pern. De inmediato, gruposde peronistas incendiaron la Curia metropolitana y algunas de lasprincipales iglesias de Buenos Aires.

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    En este punto del conflicto, Pern, con su voz conciliadora,llam a la pacificacin e inici un dialogo con las fuerzas polti-cas, abruptamente interrumpido el 31 de agosto con un discursoincendiario. En septiembre, el masivo acompaamiento de la Ma-rina al alzamiento de un grupo militar en Crdoba indic elriesgo cierto de un enfrentamiento armado. Basada en esa esti-macin, la mayora de los jefes militares puso poco empeo en re-primirlos y se apresur a aceptar una dudosa renuncia de Pern.El movimiento popular, que pocos das antes haba reiterado sudecisin de dar la vida por su lder, tampoco actu a tiempo, tal

    vez por carecer de una organizacin propia, independiente delgobierno. Pern mismo acept las cosas con cierta naturalidad yfilosofa, quiz por fatalismo, quiz simplemente porque estabacansado.

    El rgimen peronista se derrumb, pero la identidad pero-nista perdur, slidamente arraigada en las clases populares, y enespecial entre los trabajadores. Haba surgido en una coyunturaen la que se asociaron prosperidad, justicia social y dignidad; esepasado habra de constituir por mucho tiempo el horizonte de lostrabajadores peronistas, y fundamentar reclamos y aspiracionesque, sin serlo constitutivamente, en las circunstancias posterioresa 1955 resultaron profundamente disruptivos.

    Desde 1955, el peronismo estuvo abierto a nuevas definicio-nes. Aunque Pern sigui ejerciendo una tutela a distancia,falt la autoridad estatal que disciplinara al peronismo y lo en-cerrara en sus definiciones originarias. Su identidad nacional ypopular poda amoldarse a distintas propuestas, y muchos selanzaron a la empresa de suministrar esos moldes. El xito deesos emprendimientos fue variable, y nunca definitivo; la va-cancia del peronismo constituy desde entonces una incgnitaen el escenario poltico. Tentados por ella, muchos abandona-

    ron la trinchera antiperonista, de modo que el grupo, muyfuerte en 1955, se disgreg rpidamente. En suma, los actoresde la poltica y los alineamientos y polarizaciones cambiaron mu-cho despus de 1955. Pero la forma de hacer poltica que se con-figur en esos aos, facciosa y violenta, no solo no desaparecisino que se profundiz.

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    LAARGENTINA EN CRISIS, 1955-1983

    En las tres dcadas que siguieron a la cada de Pern, los con-flictos polticos y sociales difciles de separar se agudizaron,desbordaron los mbitos de negociacin, llegaron al paroxismo yculminaron con una catstrofe sangrienta, al cabo de la cual habaemergido una Argentina diferente, y sensiblemente peor.

    En esas casi tres dcadas, fallaron los dos escenarios clsicos dela negociacin de los conflictos: el poltico institucional, donde ha-bitualmente dialogan las fuerzas partidarias, y el corporativo,

    donde los intereses negocian con el Estado. El primero estuvo co-rrodo por la ilegitimidad derivada de la proscripcin peronista; elsegundo, por la creciente colusin entre los intereses organizados

    y un Estado penetrado por ellos y con poca capacidad para ac-tuar autnomamente.

    Desde fines de los aos sesenta, ambos escenarios resultarondesbordados por una movilizacin social y poltica radical, queplante problemas insolubles, no ya para las esculidas fuerzaspolticas sino para los dos grandes actores del perodo: Pern ylas Fuerzas Armadas. En 1973 se restaur la democracia y el pe-ronismo volvi al gobierno. Pero los conflictos persistieron y seagudizaron, hasta concluir con el establecimiento de una nuevadictadura militar, una sangrienta represin y una transformacinprofunda que nos introduce en la Argentina del presente.

    Examinaremos sucesivamente el escenario poltico-institucio-nal, la relacin entre el Estado y las corporaciones, el proceso demovilizacin social y el advenimiento del gobierno peronista, y fi-nalmente la dictadura del llamado Proceso de ReorganizacinNacional.

    EL ESCENARIO POLTICO-INSTITUCIONAL

    La accin de las fuerzas partidarias estuvo condicionada por lapresencia de los militares, constituidos en tutores del Estado. En1955, unos y otros proclamaron que su propsito era restableceruna democracia autntica, acorde con los principios del mundooccidental; pero a la vez, declararon que el peronismo estaba ex-cluido de ella. Esta contradiccin en los trminos resume el fra-caso de dos intentos de construccin institucional, encabezados

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    por Arturo Frondizi y Arturo Illia, cuya legitimidad estuvo viciadaen el origen. En 1966, los militares abandonaron esa pretensindemocrtica, se desentendieron de las fuerzas polticas y estable-cieron una dictadura cuyo propsito era fundar un orden pol-tico nuevo. Este proyecto concluy abruptamente en 1970, con-frontado por una formidable movilizacin social y poltica. Fueentonces cuando los militares decidieron reconstruir la democra-cia institucional y aceptar esta vez la participacin del peronismo.

    Antiperonistas y peronistas

    En 1955, el pas se dividi en dos bandos: peronistas y antipe-ronistas. Quince aos despus, los dos sectores haban perdido suhomogeneidad y aunque la lnea persista, entre ambos lados sehaban tejido mltiples relaciones. La situacin poltica creadapor la inicial proscripcin del peronismo, tan insoluble como lacuadratura del crculo, se resolvi luego de 1970.

    La proscripcin del peronismo dispuesta por el gobierno mi-litar en 1955 fue inicialmente acompaada por casi todas las fuer-zas polticas que haban combatido a Pern. Desde entonces,cada eleccin reabri la cuestin y entre los polticos y los milita-res surgieron diferentes opciones. Los ms consecuentemente an-tiperonistas mantuvieron su veto, esperando que el peronismo sedisgregara naturalmente. Otros, como Frondizi en 1958, nego-ciaron el apoyo electoral de Pern, con la promesa de rehabili-tarlos a l y a su movimiento. Una tercera opcin consisti en ges-tionar una reincorporacin gradual del peronismo, sin Pern; setrataba de desgranarlo en diversos partidos neoperonistas, admi-tir la eleccin de diputados y hasta de algn gobernador, y a la vezalentar la polarizacin del electorado no peronista tras alguna delas otras fuerzas. Por ese camino avanzaron los presidentes Frondizi

    entre 1958 y 1962, e Illia entre 1963 y 1966, hasta que chocaroncon el veto militar.En 1966, los militares clausuraron el escenario electoral y

    apostaron a un cambio profundo de la sociedad y del Estado quehiciera irrelevante la cuestin peronista. Probablemente tambinconfiaban en que, en ese largo plazo, Pern habra muerto. Laexplosin social de fines de los aos sesenta les mostr la cues-tin bajo una nueva luz. No haba un peronismo sino dos: el de

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    quienes acompaaban la protesta y el de quienes, por distintas ra-

    zones, quedaban del lado del orden, incluyendo al grueso del sin-dicalismo y al sector poltico. Los militares convocaron a estos paracontener la protesta social, y por esa va, no solo aceptaron a unabuena parte del peronismo local sino al propio Pern, quienen 1973 volvi al pas y a la presidencia, tolerado y hasta aplaudidopor muchos de aquellos que lo haban derrocado. La cuestin pe-ronista lleg, por esta va, a una solucin bastante inesperada.

    Por su parte. el peronismo, unido inicialmente por la desgra-cia y por la lealtad al lder ausente, se fue haciendo cada vez ms

    diverso y contradictorio, y termin en los aos setenta inmerso enuna verdadera guerra civil, que Pern no pudo controlar.Desde 1955, abandonado por muchos y hurfano del apoyo esta-tal, el peronismo se haba concentrado en los trabajadores y sussindicatos. Aunque se ocuparon principalmente de los interesesgremiales, incursionaron con xito en el escenario poltico, apro-vechando las brechas abiertas en el antiperonismo. El acata-miento al lder y el reclamo de su regreso fueron consignas unifi-cadoras y galvanizadoras. Pero entre las numerosas cabezaslocales hubo un gran debate sobre las alternativas estratgicas:construir un peronismo sin Pern, integrado y centrado en lossindicatos, o aceptar que su liderazgo era tan imprescindiblecomo imposible de desafiar.

    A la vez, el peronismo cambi. Fue creciendo con nuevos parti-darios y militantes, que provenan especialmente de la generacinms joven. Enfrent problemas inditos, como el de la radicacinde empresas extranjeras, y se abri a nuevas corrientes ideolgicas,

    originarias de la izquierda, del nacionalismo popular o del catoli-cismo, que aprovecharon la declinacin de los controles de la or-todoxia. En el movimiento, las posiciones se diferenciaron, los con-flictos de la sociedad y la poltica se instalaron en su seno y cobrforma una nueva variante peronista, que uni a la militancia radi-calizada con la lucha armada. Por esa va, la referencia unificadoraa la figura distante de Pern result cada vez ms ambigua.

    Los verdaderos propsitos de Pern fueron siempre una in-cgnita, que desvel a sus contemporneos. Se preocup sobre

    todo por mantener su liderazgo, desarticular alternativas que lodejaran de lado y contener las nuevas expresiones del peronismomediante la actualizacin y diversificacin de su discurso. Por otra

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    parte, supo encontrar el lado ventajoso de la proscripcin. Notuvo que poner a prueba en elecciones el postulado carcter ma-

    yoritario del peronismo, y la distancia le permiti desarrollar loque llam un estilo papal: conformar a todos, consagrar, exco-mulgar y readmitir. A lo largo de sus dieciocho aos de exilio,esto le permiti primero bloquear la democracia proscriptiva pro-puesta por sus adversarios, y luego negociar con los militaresdesde la indiscutida posicin de jefe del movimiento popular.

    De la democracia proscriptiva al cambio de estructuras

    Hasta su derrumbe en 1966, la vida poltica tuvo una existen-cia inestable y agitada. Preocupados por mantener excluidos a losperonistas, los militares vigilaron a los gobiernos civiles e intervi-nieron una y otra vez. Esta injerencia permanente, sumada a laspresiones del peronismo y los avatares del ciclo econmico, hizoque los gobiernos electos de Frondizi e Illia recorrieran un ca-mino estrecho y lleno de acechanzas, hasta terminar derribadospor sus tutores.

    Los partidos polticos no contribuyeron sustancialmente a me-jorar o al menos mantener la institucionalidad democrtica. Con-servadores, demcrata cristianos y socialistas se dividieron entrequienes queran acercarse al peronismo y quienes mantenan elantiperonismo puro; un sector del socialismo, atrado por la ex-periencia cubana, se volc a la revolucin y dej de preocuparsepor la democracia. La UCR tambin se dividi. La UCR Intransi-gente, liderada por Frondizi, nunca lleg a pesar en su gobierno;Frondizi ignor a su partido y al Congreso y confi ms en la ne-gociacin directa del gobierno con las grandes corporaciones. LaUCR del Pueblo se concentr inicialmente en derribar a Fron-dizi, apelando a los militares. Desde 1963, durante la presidencia

    de Illia, su contribucin institucional mejor, pues intentaronreintroducir gradualmente al peronismo y ampliar la sustentacinde las instituciones democrticas. Pero entonces el humor polticogeneral ya haba cambiado, y esta compleja operacin generabapocas ilusiones.

    En el nimo colectivo, la inestabilidad de la democracia tute-lada haba abierto el camino de otro propsito: descartar de mo-mento la aspiracin institucional y encarar lo que se denomin

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    un cambio de estructuras, que eventualmente creara las condi-ciones para esa democracia institucional. A eso haba apostadoFrondizi en 1958. Pese a su fracaso, se mantuvo la ilusin de cons-tituir un frente nacional, herramienta poltica para el cambioestructural, que habra de integrar el pueblo peronista, los em-presarios, las Fuerzas Armadas y la Iglesia; la idea era tan atractivacomo difcil de llevar a la prctica. Por entonces, otros grupospolticos, de la familia de la izquierda, pensaban en un frente enel que el pueblo peronista marchara conducido por dirigentespopulares y revolucionarios.

    Esas propuestas se basaban en la aspiracin vaga e imprecisa,a un cambio sustancial, revolucionario, que estaba presente enlos discursos polticos ms diversos. Haba un punto en comn:ninguno de ellos asignaba importancia alguna a la democraciainstitucional, cuestionada por irrelevante y por entorpecer la ne-cesaria y profunda transformacin. Por una u otra razn, casi na-die se lament cuando en 1966 los militares establecieron unadictadura, disolvieron los partidos polticos y, para que no queda-ran dudas, transfirieron sus bienes al Estado.

    Por su propio camino, las Fuerzas Armadas realizaron un trn-sito similar al del resto de la opinin. En 1955 haban abando-nado el profesionalismo cultivado durante el gobierno peronista

    y desde entonces revitalizaron su actitud mesinica. Se trataba, ala vez, de tutelar las instituciones de la repblica y de salvaguar-dar los superiores intereses de la nacin, amenazados sucesiva-mente por el peronismo y el comunismo. Tutores de los gobier-nos civiles, se involucraron en las luchas polticas y asintrodujeron sus conflictos en el interior de la institucin. Paga-ron el precio de los enfrentamientos intestinos, que estallaron a la

    vista de todos en 1962 y 1963, algo que era inadmisible desde elpunto de vista castrense.

    En 1963, los militares, aunque reticentes con el gobierno deIllia y su intencin de institucionalizar el peronismo, se apartaronpara reconstituir el orden y la jerarqua internos. Por entonces, sehaba generalizado entre ellos el desencanto con la opcin insti-tucional proscriptiva, y creca en cambio el nuevo entusiasmo por elllamado cambio de estructuras. En la visin militar, este cambio au-naba el desarrollo econmico, la seguridad nacional y la integridadde los valores tradicionales.

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    En 1966, con la dictadura del general Juan Carlos Ongana,decidieron hacer una revolucin desde el poder. El cambio de es-tructuras consista en barrer con la representacin poltica, aca-llar los conflictos a golpes de autoridad y encaminarse hacia unatransformacin profunda de la economa y el Estado. Al cabo, sepodra implantar un nuevo tipo de representacin poltica que,apartndose sustancialmente de la ley Senz Pea, incluyera lasllamadas organizaciones naturales de la sociedad. Haba en esteorden social y poltico imaginado un componente catlico to-mista que era afn con la idea peronista de la comunidad organi-

    zada, y que asignaba a los sindicatos un papel representativo. Poresta va tambin, los militares comenzaron a mirar de una ma-nera ms comprensiva al peronismo, en el que descubrancierta afinidad. Esos propsitos concluyeron abruptamente conla movilizacin social y poltica desencadenada en 1969.

    ELESTADO Y LAS CORPORACIONES

    Dbiles y escasamente legtimas, las instituciones representati-vas resultaron poco adecuadas para canalizar los conflictos socia-les. Estos se desarrollaron y amplificaron en un juego rspido ydesgastante, protagonizado por el Estado y sus agencias, de unlado, y las diferentes corporaciones de intereses, del otro. Aun-que este espacio de negociacin, poco expuesto al pblico, nofuncion mal en esos aos, sin embargo contribuy a exacerbarlos conflictos polticos y a reducir la capacidad de intervencin yregulacin de un Estado convertido en preciado botn. El con-flicto corporativo domin la escena hasta 1970; desde entonces,permaneci un poco oculto por la gran movilizacin poltica ysocial, con la que confluy en el final catastrfico de 1976.

    El Estado interviene y concede

    Un Estado planificador y tecnocrtico, capaz de impulsar eldesarrollo econmico, aliment el imaginario de la poca y cons-tituy la aspiracin comn de las gestiones de Frondizi, Illia y On-gana. Proliferaron los planes generales de desarrollo, que rara vezllegaron a tener efectos concretos, y los regmenes promocionales,sectoriales o regionales, que en cambio tuvieron consecuencias

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    importantes y beneficiarios especficos. Las inversiones extranje-ras recibieron un tratamiento especial, consistente en diversos ti-pos de privilegios y exenciones. Las franquicias otorgadas a de-terminados grupos empresarios fueron a menudo concesionesgraciosas o prebendas por parte de un Estado con una renovadacapacidad para dar y autorizar.

    Por otra parte, el ciclo econmico de stop and go, con sus re-currentes crisis trienales, expandi en otro sentido la interven-cin del Estado. Para regularlo, apel a la modificacin del tipode cambio, las tarifas, el precio del combustible o el nivel de sala-

    rios, todas decisiones que tenan impacto inmediato. Por eselado, el Estado desarroll tambin una enorme capacidad paradistribuir y conceder.

    En estas dcadas, el Estado fue cada vez ms grande: pocasreas de la vida econmica o de las relaciones entre los actoresquedaban al margen de su accin. A la vez, era un Estado debili-tado. Se sumaban la falta de legitimidad y fuerza poltica de susgobernantes, el desordenado crecimiento de sus agencias y la sis-temtica instalacin de nuevos funcionarios provenientes de lascorporaciones a las que el Estado deba controlar, o ligados conellas. As, la Iglesia catlica se interes en el Ministerio de Educa-cin; los grandes productores rurales, en el de Agricultura; los in-dustriales, en el de Industria; los mdicos, en el de Salud Pblica,

    y los sindicatos, en el de Trabajo. Fueron burocracias bifrontes;se instalaron en un Estado convertido en apetecible botn que,adecuadamente presionado poda poner,pro domo sua, su huevode oro.

    Los empresarios, las Fuerzas Armadas y la Iglesia

    Las corporaciones se multiplicaron para defender sus intere-

    ses y participar de los rganos estatales de concertacin. Profe-sionales y empresarios de todo tipo organizaron cmaras, cole-gios, cooperativas, uniones y federaciones. Cada uno busc unaley regulatoria, una tarifa, un precio sostn, una lnea de crdito.

    Algunas, por su envergadura, dan cuenta de la concentracin yextranjerizacin de la economa: las cmaras de Comercio y de laConstruccin, la Asociacin de Bancos o la Bolsa de Cereales,donde coexistan los representantes de los sectores tradicionales

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    con los gerentes de las empresas extranjeras, podan tambin influir

    en la poltica econmica general.Dos organizaciones empresarias se constituyeron para la dis-

    cusin pblica de las grandes polticas estatales. ACIEL (AccinCoordinadora de Instituciones Empresarias Libres) reuni alsector ms concentrado, defendi las polticas econmicas libe-rales y estableci buenas vinculaciones con las Fuerzas Armadas.La Confederacin General Econmica (CGE) se apoy en em-presarios chicos y sectores provinciales, defendi la industria na-cional y la proteccin estatal y se vincul con los polticos radica-

    les y socialistas y con los sindicatos. Sus dirigentes lograronimplantarse exitosamente en la discusin pblica, y a la vez hacerexcelentes negocios personales. Tal fue el caso de Jos Ber Gel-bard, dirigente de la CGE que en 1970 lleg a organizar un granconglomerado para la fabricacin de aluminio Aluar conun grupo empresarial amigo y un conjunto de altos oficiales dela Aeronutica, quienes aseguraron una esplndida prebendaestatal para la empresa. No fue un caso excepcional: la inter-vencin de un Estado as debilitado, hecha en nombre de inte-reses generales, frecuentemente concluy en acuerdos colusivosy beneficiarios singulares.

    Las Fuerzas Armadas tuvieron una importante participacinen el juego corporativo, ya sea desde el llano, cuando oficiabande tutores de los gobernantes, o cuando se hicieron cargo de laconduccin del Estado. Sus relaciones con los empresarios y lossindicatos el otro actor principal variaron de acuerdo con laspresiones externas y el juego de las lneas internas. La aspiracin

    al desarrollo econmico y a la autarqua las acerc alestablishment

    econmico, que sin embargo suscit desconfianza en el ala ms na-cionalista, por el predominio del sector extranjero. Su aspiracin alorden las enfrent con los sindicatos rebeldes, aunque el ala mscorporativa se ilusion con la perspectiva de verlos integrados enun orden social diferente y no conflictivo.

    La Iglesia asumi la defensa de un inters sectorial significa-tivo: el extenso sector educativo catlico, que el Estado subven-cionaba. Ms en general, y fundndose en la doctrina social de la

    Iglesia, se ofreci como rbitro reconocido e insospechado en losconflictos sociales. Los intelectuales catlicos, que participaron dediversas experiencias autoritarias, vieron en las Fuerzas Armadas la

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    posibilidad de la gran ingeniera social: la construccin de un or-den cristiano, jerrquico y comunitario, en cuya base se encon-traban los sindicatos. Hubo por entonces otras lecturas de esadoctrina social, que condujeron a la militancia revolucionaria.

    Los sindicatos

    Los sindicalistas pasaron en pocos aos de la expulsin a la in-tegracin. En 1955, las organizaciones fueron intervenidas; la leygremial, derogada y sus dirigentes, proscriptos. Pocos aos des-

    pus, la Ley de Asociaciones Profesionales haba sido repuesta ylos dirigentes peronistas controlaban los sindicatos y la CGT. Enel trnsito, se haba renovado y fortalecido la dirigencia, que pa-sada la experiencia de la resistencia, se volc a la participacin yla negociacin econmica y poltica.

    Los sindicatos se fortalecieron institucionalmente, amparadospor las agencias estatales y por las empresas. La cuota sindical,descontada por planilla, les permiti ampliar la oferta de servicios

    y as robustecer la identificacin de los trabajadores con sus orga-nizaciones, que complementaba la que vena de su comn iden-tidad poltica.

    Se consolid entonces lo que sus adversarios llamaron la bu-rocracia sindical: un elenco de dirigentes que manejaron sus sin-dicatos de manera centralizada. Con el beneplcito de los funcio-narios gubernamentales, se aseguraron la permanencia sin lmite.Repartieron beneficios entre los amigos, cooptaron posibles opo-sitores o los apartaron de manera violenta, pues por entonces segeneraliz el matonismo sindical. El ciclo econmico defini el es-cenario de su accin. Se concentraron en la defensa del salario,permanentemente afectado por la inflacin, y de la fuente de tra-bajo, amenazada por el proceso de concentracin y el cierre de

    empresas. Adems de las negociaciones con las patronales, seapel recurrentemente al Estado para asegurar el nivel d