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¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
1
Colección Emancipación Obrera IBAGUÉ-TOLIMA 2012
GMM
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
2 © Libro No. 358. El Darwinismo visto desde el materialismo filosófico.
Alvargonzález,David. Colección Emancipación Obrera. Diciembre 8 de 2012.
Título original: © El darwinismo visto desde el materialismo filosófico. Alvar
González,David
Versión Original: El darwinismo visto desde el materialismo filosófico. Alvar
González,David
Circulación conocimiento libre, Diseño y edición digital de Versión original de
textos:
http://www.filosofia.org/rev/bas/bas22001.htm. El Basilisco (Oviedo), nº 20, 1996,
páginas 3-46
Licencia Creative Commons:
Autoría-atribución: Respetar la autoría del texto y el nombre de los autores
No comercial: No se puede utilizar este trabajo con fines comerciales
No derivados: No se puede alterar, modificar o reconstruir este texto.
Portada e Ilustración E.O. de la Imagen: Darwinismo.jpg.
menteerrabunda.blogspot.com
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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El Darwinismo Visto
Desde El Materialismo Filosófico
David Alvargonzález
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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§1. Planteamiento de la cuestión
§2. Crítica de las diferentes interpretaciones sobre El origen:
2.1 Las interpretaciones no gnoseológicas:
2.1.1 interpretaciones psicologistas
2.1.2 interpretaciones sociologistas
2.1.3 interpretaciones logicistas
2.2 Las interpretaciones gnoseológicas:
2.2.1 interpretaciones descripcionistas
2.2.2 interpretaciones teoreticistas
2.2.3 interpretaciones adecuacionistas
§3 La idea de identidad sintética
§4 El origen de las especies entendido como la construcción de una identidad
sintética sistemática
4.1 ¿Qué significa interpretar El origen como identidad sintética? La biología
evolucionista como parte constitutiva de nuestra realidad presente
4.2 Argumentos para interpretar El origen como identidad sintética
4.2.1 El teorema de Darwin como modelo
4.2.2 Los cursos operatorios que confluyen en el modelo evolutivo tal como aparecen
en El origen
4.2.3 Sobre la diferencia entre la concepción del teorema de la evolución tal como se
le podía aparecer a Darwin y la interpretación propuesta desde la teoría del cierre
categorial
4.3 Reinterpretación gnoseológica de la importancia de algunas circunstancias que
hicieron posible El origen
4.4 El modelo evolutivo después de Darwin
4.5 Breve referencia al problema de los límites del darvinismo
Bibliografía citada
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
5 David Alvargonzález
1960
Profesor titular de filosofía de la Universidad de Oviedo, universidad en la que se
licenció en Filosofía en el año 1983.
Doctor en 1988 por la Universidad de Oviedo, con la tesis Análisis gnoseológico del
materialismo cultural de Marvin Harris, dirigida por Gustavo Bueno Martínez,
defendida ante un tribunal formado por Vidal Peña, Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina,
David Ruiz, Julián Velarde y Juan Bautista Fuentes. Resumen: «Tomando como
referencia la idea de ciencia propuesta por el filósofo materialista Gustavo Bueno en
su Teoría del Cierre Categorial, se discute el estatuto gnoseológico de la estrategia
materialista cultural de Marvin Harris en Antropología. En el primer capítulo se hace
una presentación sumaria del materialismo gnoseológico de Gustavo Bueno. En el
capítulo segundo se resumen los principios teóricos, los presupuestos
epistemológicos, y las teorías sustantivas del materialismo cultural de Harris. En el
capítulo tercero se aplica la idea de ciencia expuesta en el capítulo primero al análisis
de la producción de Marvin Harris analizando su organización interna: se estudian los
componentes del campo de la antropología materialista cultural, y los principios,
clasificaciones, modelos, y demostraciones construidos por Harris. El capítulo cuarto
entiende de los problemas de demarcación del materialismo cultural frente a otras
escuelas antropológicas (estructuralismo, antropología cognitiva, &c.), frente a otras
disciplinas científicas (antropología biológica, lingüística, &c.), y frente a otras
formas de conocimiento no científico (filosofía, ideología). El capítulo quinto estudia
el origen, desarrollo y evolución de las teorías materialistas culturales de Marvin
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
6 Harris estableciendo las deudas que esta estrategia de investigación tiene contraidas con
otros autores.» Premio extraordinario de doctorado en 1988. Una parte de esta tesis fue
publicada en la editorial de la UNED en el año 1989 con el título Ciencia y materialismo cultural.
Becario del Plan nacional de formación de personal investigador en 1985, profesor
colaborador de cátedra durante el curso 1984-85, y profesor contratado desde 1985
hasta 1991, año en que se convirtió en funcionario al ocupar la plaza de profesor
titular en la Universidad de Oviedo. Profesor tutor del Centro Asociado de Asturias
de la UNED desde 1984 hasta la actualidad. Su actividad docente ha estado centrada,
de manera principal, en las disciplinas de «Filosofía de la religión», «Historia de la
ciencia» y «Filosofía de las ciencias humanas». Ha impartido numerosas conferencias
y cursos en congresos e instituciones españolas y extranjeras. Ha ejercido también
cierta actividad como publicista en periódicos, y en programas de radio y televisión
(Tele5, Euskal Telebista, TeleMadrid, TVG, TeleAvilés y TPA).
Selección bibliográfica de David Alvargonzález
1989 Ciencia y materialismo cultural, UNED (Colección 'Aula abierta', nº 43),
Madrid 1989, 386 págs.
1989 «Problemas en torno al concepto de ciencias humanas», El Basilisco, nº 2, 2ª
época, páginas 51-57.
1992 El sistema de clasificación de Linneo, Pentalfa, Oviedo 1992, 93 págs.
1996 «El darvinismo visto desde el materialismo filosófico», El Basilisco, nº 20,
páginas 4-47; también publicado en Eustoquio Molina (coord.), Evolución. Aspectos interdisciplinares, SIUZ, Zaragoza 1996, págs. 187-227.
1999 «El relativismo cultural y otros relativismos», El Escéptico, nº 3, páginas 8-12.
2000 «Análisis gnoseológico del campo de la teoría de juegos», El Basilisco, nº 28,
páginas 17-36.
2005 «El problema de la verdad en las religiones del Paleolítico», en Patricio
Peñalver, Francisco Jiménez y Enrique Ujaldón (eds.), Filosofía y cuerpo. Debates en
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
7 torno a la filosofía de Gustavo Bueno, Ediciones Libertarias, Madrid 2005, páginas 213-
257. Edición digital en El Catoblepas seguida de una polémica en la que intervienen, entre
otros, Gustavo Bueno, Iñigo Ongay y Alfonso Fernández Tresguerres.
2009 La clonación, la anticoncepción y el aborto en la sociedad biotecnológica, Pentalfa, Oviedo 2009.
Textos de David Alvargonzález en el Proyecto Filosofía en español
1996 El darvinismo visto desde el materialismo filosófico
1998 Del relativismo cultural y otros relativismos
2000 Sistema
2001 Marvin Harris: un maldito popular
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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El darwinismo visto
desde el materialismo filosófico
§ 1. Planteamiento de la cuestión.
onforme al tema titular, en esta conferencia trataremos de presentar, de un modo
sumario, un análisis histórico de la teoría de la evolución biológica tal como aparece
en la obra de Darwin. Ahora bien, como se advierte en ese mismo título, este análisis
pretende estar hecho desde una perspectiva filosófica y, más concretamente, desde
una filosofía materialista. Inmediatamente (en el apartado segundo) pasaremos a
diferenciar el punto de vista filosófico de otros puntos de vista alternativos
(psicológico, sociológico, lógico-formal) en el análisis de la historia de la ciencia, y
también en el curso de esta conferencia (en nuestro apartado tercero) intentaremos
explicitar lo que serían algunos de los contenidos de esa filosofía materialista que
tomamos como referencia. Pero, en todo caso, estando como estamos en una facultad
de ciencias y ante un auditorio compuesto mayoritariamente de científicos (no sólo
geólogos y biólogos, sino también físicos, bioquímicos, matemáticos, &c.), nos
parece necesario empezar justificando mínimamente el significado de nuestra
presencia aquí. Efectivamente, podría considerarse impertinente que una persona
ajena a la biología, un profesor de filosofía, trate de hablar acerca del darvinismo a un
auditorio que, no sólo está perfectamente enterado, sino que además está inmerso en
las propias discusiones internas de la teoría sintética de la evolución, un auditorio que
está, en muchos casos, en la punta de lanza de los debates biológicos y geológicos y
de los debates interdisciplinares entre biólogos y químicos o físicos, &c. Desde luego,
no es nuestra intención discutir aquí cuestiones técnicas, internas, puntuales, de la
teoría sintética de la evolución, pero tampoco nos vamos a contentar con un
tratamiento de la obra de Darwin meramente erudito, propio de una historia de la
ciencia entendida como una disciplina arqueológica exenta, positiva, un análisis de
historiadores que sólo afecte a otros historiadores. No lo vamos a hacer así porque
consideramos, en primer lugar, que la historia de la ciencia siempre es, en mayor o
menor medida, interpretativa, y las interpretaciones distintas de los episodios
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
9 históricos, esas interpretaciones que no siempre coordinan entre sí, dependen de las
posiciones filosóficas que se defiendan: dependen, por ejemplo, de ciertas tesis acerca de
qué es la ciencia, acerca de qué es la verdad científica, o de qué es la realidad y, en nuestro
caso, como vamos a ver, dependen de cuál es el estatuto gnoseológico que se le
conceda al darvinismo hoy. Pero es que, además, las discusiones sobre estos temas
citados no tienen repercusión solamente en el gremio de historiadores de la ciencia
sino que afectan de un modo central a la filosofía (a la ontología, a la gnoseología)
que podemos construir en el momento presente. Porque el darvinismo, en cuanto
integrado en las últimas versiones de la teoría sintética, no es hoy una mera reliquia
histórica, como puedan serlo grandes tramos de la obra biológica de Aristóteles, ni
tampoco es un «error necesario», como pudiera serlo la teoría de la pangénesis
sostenida por el propio Darwin, sino que es una parte constitutiva fundamental de
nuestro mundo actual, y por eso la discusión del darvinismo no es solamente una
discusión de historia de la biología. La filosofía que se puede hacer antes y depués de
Darwin es diferente porque la realidad antes y después de Darwin es también distinta.
Desde nuestros presupuestos, no podemos afirmar, como hace Wittgenstein, que la
teoría de Darwin sea irrelevante para la investigación filosófica{2}.
Es relativamente fácil advertir la importancia que las ciencias tienen para la filosofía
ya que, si la función actual de las ciencias, su función más característica, es la de
constituir eso que llamamos realidad, entonces se entiende que una filosofía actual,
cualquier filosofía actual, no pueda abrirse paso de espaldas a las ciencias (y decimos
esto siendo perfectamente conscientes de que muchos profesionales de la filosofía
académica están, sin embargo, de hecho, dando la espalda a las ciencias, cultivando
un tipo de filosofía que cree poder centrarse en torno a un núcleo de problemas que se
presentarían como intemporales, eternos). Sin embargo, la mayoría de ustedes no
dedican su tiempo al estudio de problemas filosóficos y más bien se estarán
preguntando si desde un enfoque filosófico (no científico) como el que estamos
anunciando aquí se pueden discutir cuestiones y, eventualmente llegar a algún tipo de
conclusiones, que puedan tener algún interés para las ciencias y para los científicos.
Si nosotros aceptamos el encargo de dictar esta conferencia es porque suponemos
que, de hecho, la dinámica interna de las ciencias no es completamente ajena a las
discusiones filosóficas sobre esas ciencias y su historia (y esto lo decimos
independientemente de que nosotros seamos capaces de suscitar aquí cuestiones de
interés para la biología de hoy y para su historia pues esto depende solamente de
nuestra mayor o menor competencia). Como ya hemos dicho, desde la perspectiva
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
10 filosófica no se abordan directamente asuntos internos de las ciencias (pues entonces
estaríamos abandonando esa perspectiva sui generis, filosófica, para convertirnos en
biólogos, geólogos, físicos, matemáticos, &c.): la tarea de evaluar si una teoría propuesta
es verdadera en la inmanencia de un determinado campo científico es una tarea
interna a ese campo y, por tanto, una tarea que habrán de resolver los propios
científicos. Sin embargo, se adopta, de hecho, ineludiblemente, una perspectiva
filosófica (más o menos espontánea, más o menos elaborada, más o menos
consciente) siempre que se discuten los problemas del estatuto gnoseológico de una
teoría pues esa discusión exige el análisis comparativo de las verdades constituidas en
ciencias diferentes para poder clasificarlas y diferenciarlas (para poder llegar, por
ejemplo, a concluir que no es lo mismo la verdad de la mecánica de Newton que la
verdad de la teoría de la personalidad de Freud). Incluso dentro de una misma ciencia
no todos los teoremas tienen el mismo estatuto gnoseológico: la mecánica de Newton
construida en un contexto local de dos cuerpos graves (donde alcanza su máxima
cientificidad) no tiene el mismo estatuto gnoseológico que las teorías de la Gran
explosión caliente, aunque éstas estén hoy de moda y en una versión dogmática,
mítica, sean más conocidas que la propia mecánica clásica. La moda es, en todo caso,
un proceso sociológico con sus propias leyes, un proceso que tiene cierta
independencia frente a las discusiones acerca del estatuto gnoseológico de las
verdades: así se explica que la frenología gozara de gran predicamento durante buena
parte del siglo pasado sin perjuicio de su falsedad. Creemos que la discusión
gnoseológica (la clasificación de los diferentes teoremas de las diferentes ciencias) es
pertinente cuando se hace historia de una ciencia (y es imprescindible cuando se hace
una historia filosófica de la ciencia) y, si esos tramos de la historia de la ciencia están
integrados internamente en la ciencia de hoy, como es el caso del darvinismo en la
teoría sintética, entonces la discusión histórica afecta al estatuto gnoseológico de la
ciencia actual. En nuestro caso, es imposible hacerse un juicio acerca de El origen de
las especies, sin hacérselo también de la obra de Dobzhanski, Genetics and the
Origin of Species(Dobzhansky, 1937), o de Mayr, Systematics and the Origin of
Species (Mayr, 1942) y, recíprocamente, el resultado de la discusión gnoseológica de
la teoría sintética de la evolución influirá de manera directa sobre nuestra
interpretación (histórico filosófica) acerca del lugar de Darwin en la historia de la
biología. Pero todas estos juicios dependen, a su vez, del análisis comparativo de las
verdades biológicas frente a las físicas, las matemáticas, las culturológicas, &c.: esa
perspectiva que exige analizar comparativamente las ciencias no sería ya, ella misma,
una perspectiva científica sino filosófica y, sin embargo, es ésta una perspectiva que,
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
11 con todas sus dificultades, si es ejercitada de manera adecuada, puede dar lugar a
resultados (por precarios que sean) de interés para las propias ciencias. El necesario
dogmatismo que acompaña a la enseñanza de las ciencias en nuestras facultades presenta
las ciencias como sistemas doctrinales y oculta muchas veces la realidad de unas
ciencias en marcha, infectas, donde no todos los teoremas estudiados son teoremas
efectivamente demostrados, y donde necesariamente se infiltran ideas filosóficas de
valor desigual (por ejemplo, las Ideas de Causa, de Realidad, de Verdad, de Pasado,
de Naturaleza, de Mundo, &c.). Por otra parte, también es frecuente observar cómo
muchos de los que se dedican a la filosofía académica son hombres de letras que, en
el curso de ciertos debates, quedan inmediatamente en ridículo, descalificados, por su
desconocimiento del estado de la realidad tal como nos viene constituida hoy, en
buena medida, por las ciencias. Dada esta situación, debemos felicitarnos porque los
organizadores del Seminario Interdisciplinar de la Universidad de
Zaragoza hayan advertido la importancia de ciertas discusiones filosóficas para la
buena marcha de las ciencias, para evitar, por ejemplo, que entre los científicos
aniden ideas metafísicas o míticas. Por nuestra parte, debemos además agradecerles la
confianza que nos otorgan al considerar que podemos contribuir, aunque sea
modestamente y con la ayuda de todos ustedes, a esa tarea de discusión crítica,
discriminadora, filosófica. En todo caso, esa confianza quizás no se dirija tanto hacia
nosotros como hacia la filosofía del profesor Gustavo Bueno que tomaremos
constantemente como referencia en este trabajo. En efecto, nuestra exposición
intentará aplicar las ideas del materialismo filosófico de Gustavo Bueno al análisis
del «teorema de la evolución biológica de Darwin» considerando este teorema como
un caso eminente de identidad sintética sistemática, como una verdad científica en
sentido estricto. Al realizar esta tarea hemos tenido presente mucha de la obra escrita
de Bueno, y en particular aquellos lugares donde se desarrolla la idea de identidad
sintética y que son los siguientes: (1) A propósito del «teorema del área del círculo»,
en Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial, (Bueno, 1992, v.1:164-172); (2) A
propósito del «teorema de Mendeleiev», en la misma obra (pp. 172-180) y en
Gustavo Bueno, «El cierre categorial aplicado a las ciencias físico-químicas» (Bueno,
1982:138 y ss); hemos tenido ocasión de consultar, además, ciertos textos aún no
publicados: (3) A propósito del «teorema de Torricelli», en Gustavo Bueno, Estatuto
gnoseológico de las ciencias humanas, (Bueno, 1976:899-931); (4) A propósito del
«teorema de Mendel», en Gustavo Bueno, 1983, «Sobre el significado de la verdad
biológica de los teoremas de Mendel» (ponencia presentada al II Congreso de Teoría
y Metodología de las Ciencias, Oviedo, 1983). No hemos tenido acceso, sin embargo,
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
12 al análisis de la mecánica de Newton presentado por el profesor Bueno al III Congreso de
Teoría y Metodología de las Ciencias (Gijón, 1985). Nuestra presentación de El
origen como identidad sintética intentará ser fiel al uso dado por Bueno a esta idea en las
obras citadas. Ustedes mismos, y el propio Gustavo Bueno aquí presente entre
nosotros, podrán enjuiciar hasta qué punto logramos este objetivo que nos
proponemos.
§2. Crítica a las diferentes interpretaciones sobre El Origen.
Desde los presupuestos del materialismo metodológico, la discusión de cualquier
episodio de la historia de la ciencia exige previamente la elaboración de una
clasificación fundamentada de las diferentes teorías o interpretaciones alternativas
que se refieran a dicho episodio histórico, pues es al construir esa clasificación
cuando se ejerce la propia racionalidad crítica filosófica. Sería pecar de una total
ingenuidad el comenzar directamente el análisis histórico de la teoría de la evolución
de Darwin ignorando la existencia de toda una larga tradición de interpretaciones que
se han venido ensayando a lo largo del último siglo. De hecho, si vamos a proponer
una interpretación histórica de El origen que pretende ser en algunos aspectos
novedosa, será porque consideramos que las interpretaciones disponibles son, en todo
o en parte, insuficientes o falsas. Pero para llegar a esa conclusión hace falta hacerse
un juicio razonado acerca de cada una de esas interpretaciones. Ese juicio conduce a
una clasificación, en nuestro caso, a una clasificación de las diferentes teorías
(históricas, interpretativas) acerca de El origen. La intención de nuestra conferencia
no es, por tanto, la de mostrar denotativamente el estado de la investigación histórica
acerca de la célebre obra de Darwin como, en un congreso de biólogos o de
paleontólogos, se podría mostrar el estado actual de la investigación acerca del
hombre de Atapuerca. Entre otras cosas porque ese «estado actual de la
investigación» cuando nos referimos a la historia (y a la historia de la ciencia en
particular), no alude a unas conclusiones sobre las que existe consenso sino que
encubre una pluralidad de interpretaciones históricas no necesariamente coordinables
y, en ocasiones, abiertamente contrapuestas. Nosotros tampoco vamos a pretender
hacer un catálogo fenomenológico, ordenado conforme a algún criterio arbitrario (por
ejemplo, alfabético), de las diferentes interpretaciones existentes, un catálogo neutral,
sin valoraciones. Al contrario, nosotros pretendemos defender una serie de tesis muy
concretas acerca del lugar de El origen en la historia de la biología y en la historia
general de las ciencias, y acerca de su estatuto gnoseológico y ontológico, y
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
13 pretendemos defenderlas de un modo argumentativo, razonado, no gratuito ni dogmático.
Y esa defensa, si es argumentada, exige valorar el resto de las interpretaciones disponibles,
mostrando sus límites y, eventualemnte, sus errores. Esta exigencia no es un trámite, una
formalidad que pudiera ser obviada por razones de brevedad (y en el contexto de esta
conferencia la brevedad es obligada), sino que es el modo fundamental que tiene de
abrirse paso la racionalidad filosófica como una racionalidad polémica donde, sin
embargo, no todas las posiciones valen lo mismo (pues no todas son capaces de
soportar ciertas críticas y de dar cuenta de ciertos materiales).
La crítica pormenorizada de las diferentes interpretaciones históricas que ha
recibido El origen durante este siglo largo posterior a su publicación da como
resultado un análisis excesivamente amplio como para poder reproducirlo aquí
íntegramente. Sin embargo, precisamente por esa importancia que le concedemos,
según lo dicho unas líneas más arriba, no podemos dejar de presentar aunque solo sea
un resumen apretadísimo de ese análisis con el objeto de que resulten inteligibles
nuestras ulteriores propuestas.
En primer lugar, creemos que es imprescindible diferenciar los estudios sobre el
darvinismo que adoptan una perspectiva gnoseológica de aquellos otros análisis no
propiamente gnoseológicos. De una manera muy sumaria (por eso, también,
incompleta) caracterizaríamos las interpretaciones gnoseológicas como aquellas que
se preguntan por la verdad de la teoría de la evolución de Darwin tratando de precisar
en qué consiste esa verdad en cuanto verdad científica, y analizándola según lo que
denominamos sus partes formales. Llamamos partes formales a «aquellas partes de
un todo que conservan dependencia de la "figura total", de suerte que el todo (ya sea
sustancialmente, ya sea esencialmente) pueda ser reconstruido o al menos
codeterminado por esas partes formales. Los fragmentos de un vaso de cuarzo que se
ha roto y que conservan la forma del todo (no porque se le asemejen) son partes
formales del vaso (que puede ser reconstruido "sustancialmente"). Las células
germinales de un organismo, que contienen genes capaces de reproducirlo, son partes
formales suyas. Partes materiales en cambio son aquellas que no conservan la forma
del todo: las moléculas de SiO2 (anhídrido silícico) constitutivas del vaso, o las
moléculas de carbono o fósforo constitutivas de los genes, son partes materiales de
las totalidades respectivas»{3}. Las interpretaciones gnoseológicas intentarán dar
cuenta de la verdad del teorema de la evolución biológica a partir de las partes
formales de ese teorema. Las interpretaciones no gnoseológicas, por el contrario, o
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14 bien dejan de lado el problema de la verdad de la ciencia para analizar otros aspectos
históricos que pueden tratarse con cierta independencia (por ejemplo, las biografías
psicológicas de los científicos o el contexto social y económico en el que aparecen
formuladas sus teorías), o bien intentan analizar en qué consiste esa verdad pero
refiriéndose exclusivamente a sus partes materiales (sean estas partes materiales
procesos psicológicos, contextos sociales o, más comúnmente, unidades de carácter
lógico-formal: enunciados, proposiciones, &c.).
Esta diferenciación no es meramente arbitraria o convencional, resultado de un afán
por clasificar, sino que implica tesis muy determinadas. Para referirnos a lo
fundamental, implica la tesis según la cual la ciencia se caracteriza frente a otras
instituciones, otras construcciones, u otros modos de proceder (como las técnicas, las
artes, &c.), por construir verdades científicas y éstas, a su vez, se caracterizan por
tener un estatuto ontológico y gnoseológico irreductible a cualquier otra construcción,
proceso psicológico, proceso socio-político, &c. Por tanto, entre las interpretaciones
de los historiadores de las ciencias, es esencial (no sólo conveniente u oportuno)
distinguir aquellas historias de la ciencia que pretenden reconstruir el proceso de
construcción de las verdades científicas (en lo que este proceso tiene de exclusivo, de
característico) de aquellas otros análisis históricos que dejan este asunto de lado (y
pueden dejarlo de lado, entre otras cosas, porque desde las verdades de las ciencias
actuales, comparando externamente, grosso modo, esas verdades con sus pretéritas -
comparando la relatividad especial con la mecánica clásica, o la teoría sintética con el
darvinismo- pueden hacerse un juicio aproximado de éstas sin necesidad de analizar
su organización gnoseológica).
2.1 Las interpretaciones no gnoseológicas
La dinámica de una ciencia y, en especial, su progreso interno (definido por la
construcción de verdades científicas cada vez más potentes), va acompañada
necesariamente de un juicio acerca de las verdades científicas pretéritas
(determinando, por ejemplo, el conjunto de fenómenos que ellas cubren) y supone
también una clasificación de lo que queda fuera de esa ciencia (segregado como falso
o, simplemente, como impertinente). La ciencia actual nos proporciona ya esos
juicios hechos y, por eso, es perfectamente posible hacer historia de una ciencia sin
tratar el problema de la verdad de los teoremas considerados: la ciencia actual nos
dice, retrospectivamente, lo que era verdad y lo que no, nos señala, por tanto, los
materiales a los que merece la pena referirse como constitutivos de la historia de una
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
15 ciencia ya sea como verdades, ya sea como errores, equivocaciones o falseamientos. El
juicio (la clasificación) ya lo tenemos hecho de antemano y ello nos permite tratar
cualquier aspecto puntual de esa historia sin necesidad de reconstruir, volver a justificar o
analizar gnoseológicamente las verdades científicas pasadas. Una biografía de
Darwin queda ya, automáticamente, dentro de la historia de la biología aunque no
hable para nada de la teoría de la evolución, y resulta innecesario justificar por qué se
elige a Darwin y no a Marx ya que todo el mundo está al tanto de que la teoría de la
evolución de Darwin es, con las modificaciones correspondientes consabidas, una
verdad científica biológica, mientras que nadie reconoce a Marx como científico (al
menos fuera de la órbita de influencia del socialismo real). Este juicio previo del que
partimos cuenta igual aun en el caso de que estemos haciendo historia de alguna de
esas partes de una determinada ciencia declaradas erróneas, pues entonces,
precisamente porque ya partimos de ese juicio, el motivo que justifica nuestro
tratamiento histórico no es otro que el triunfo de esa ciencia sobre el error, la
ingenuidad o la trapacería. Porque esos juicios están presentes es por lo que,
probablemente, es distinta la historia de la biología de nuestros días de la que pudo
hacerse a finales del siglo XIX y principios del XX, en la época del «eclipse del
darvinismo» (para utilizar la célebre expresión acuñada por Julian Huxley en la
década de los cuarenta). En todo caso, los juicios están ahí funcionando y, tomando
como referencia ahora la biología de hoy, todos podemos hacernos una idea
aproximada de lo que puede entrar a formar parte de una historia de la biología.
Denotativamente, el campo de esa historia está suficientemente claro y, por tanto,
cabe escoger temas puntuales, positivos, para su estudio, sin necesidad de detenerse
en su justificación. Estos temas incluyen biografías (Darwin, Schleiden, Cajal, &c.),
instituciones (la Linnaean Society, la Royal Society, &c.), aspectos psicológicos,
sociales, económicos, políticos, ideológicos, y un largo etcétera. De este modo es
posible hacer una historia de la ciencia no gnoseológica, una historia de la ciencia
que: 1.- O bien deja de lado la historia de las verdades científicas, dándolas por
supuestas, 2.- O bien aparenta poder reconstruir esas verdades a partir de sus partes
materiales (a partir de esas partes que no son capaces de reconstruir internamente el
todo que, sin embargo, constituyen), y puede llevar adelante esa pseudo-
reconstrucción precisamente porque ya parte de esos juicios previos a los que
venimos refiriéndonos, porque cuenta con el estado de la ciencia de hoy.
Naturalmente, una historia gnoseológica de la ciencia, una historia centrada en el
análisis de las verdades científicas, también toma en consideración (y también resulta
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
16 afectada por) el estado de la ciencia actual, pero la cientificidad de esas verdades de la
ciencia pasada no podrá ser justificada solamente por su participación en la ciencia actual,
sino que tendrá que ser reconstruida y analizada también en su inmanencia histórica pues,
de no ser así, el proyecto de historia gnoseológica fracasaría como tal proyecto. Pero,
si ese proyecto tiene éxito, podrá decirse que, así como la ciencia actual permite
entender y justificar tramos de la ciencia pretérita (incluso permite entenderlos mejor
de lo que pudieron hacerlo sus decubridores), así también la correcta reconstrucción
de la estructura gnoseológica de la ciencia pasada es imprescindible para una
compresión correcta (crítica, no dogmática) de la ciencia actual. Por vía de ejemplo,
la teoría de la relatividad general nos permite entender ciertos problemas (históricos)
de la mecánica clásica; incluso, podríamos decir que nos permite darnos cuenta de los
límites de aquella mecánica en unos términos mucho más claros para nosotros de lo
que lo fueron para Newton. Pero, recíprocamente, es imposible entender la
relatividad general hoy de un modo correcto (dialéctico, no meramente dogmático,
axiomático) sin referirse a la historia gnoseológica de la mecánica pre-relativista.
Esta relación tan intrincada entre historia gnoseológica de la ciencia y ciencia actual
no se da, sin embargo, a propósito de la historia no gnoseológica: la ciencia actual
ilumina el campo de cada ciencia indicándoles a los historiadores (no gnoseólogos)
qué asuntos deben tratar, pero los resultados de esas historias no gnoseológicas no
afectan ordinariamente a la comprensión de las ciencias de hoy pues se refieren a una
serie de aspectos (psicológicos, sociológicos, económicos, &c.) que, por decirlo con
una fórmula abreviada aunque imprecisa, forman parte del contexto de génesis de
esas verdades pero no afectan a la justificación de las verdades científicas de hoy.
Con todo, como vamos a ver, no estamos diciendo que estas historias no
gnoseológicas carezcan de interés: lo tienen indudablemente. De hecho son
imprescindibles para construir, a partir de ellas, la propia perspectiva gnoseológica.
Solamente estamos tratando de clasificarlas y caracterizarlas para poder entender sus
aportaciones a la vez que sus límites.
Vamos a referirnos a continuación a tres perspectivas no gnoseológicas en el análisis
del darvinismo: las interpretaciones psicologistas, las interpretaciones sociologistas y
las interpretaciones logicistas
2.1.1. Interpretaciones psicologistas
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17 Como representante del enfoque que nosotros hemos llamado «psicológico» puede citarse
el documentado estudio de Howard E. Gruber, Darwin sobre el hombre. Un estudio
psicológico de la creatividad (Gruber, 1974). Gruber, basándose en un minucioso
análisis de los cuadernos de notas y de la correspondencia de Darwin (y teniendo
también en cuenta los escritos de Darwin publicados), llega a determinar con
precisión el momento en el que Darwin va descubriendo (emic{4}) los diversos
componentes de su teoría (variación de los organismos, desaparición de unas
especies, aparición de otras nuevas, presión demográfica, &c.). Precisamente el
interés de esta obra de Gruber radica, si no nos confundimos, en esa confrontación
entre el Darwin exotérico (el Darwin de los libros publicados) y el Darwin esotérico
(el de los cuadernos de notas, los apuntes, la correspondencia, las relaciones con su
familia y sus amigos, &c.). Gruber trata de contextualizar la figura de Darwin en su
ambiente familiar y social, para deducir de esos contextos su extremada prudencia y
el retraso premeditado en hacer públicas sus conclusiones. Efectivamente, de las
fuentes esotéricas parece deducirse que el pensamiento de Darwin sobre la evolución
de las especies, incluida la evolución del hombre, ya estaba plenamente formulado en
1838. El estudio de estas fuentes también probaría que una cierta orientación
filosófica materialista estaba ya presente en Darwin con anterioridad a las primeras
formulaciones de su teoría de la descendencia con modificación: de este modo la
teoría de la selección natural sería, en parte al menos, una consecuencia del ejercicio
de esos postulados materialistas, y no al revés, como quizás pudiera deducirse de
otros escritos darvinianos, por ejemplo, de su célebre Autobiografía. En ese sentido,
Gruber hace un excelente uso de ciertos materiales de Darwin poco conocidos como
las Old and useless notes about moral sense and some metaphysical points, written
about the year 1837 and earlier. Esta circunstancia es del máximo interés cuando se
compara la trayectoria biográfica de Darwin con la de otros autores coetáneos como
Lyell más apegados a la dogmática y a la ideología del cristianismo: para que luego
se diga que las viejas e inútiles cuestiones filosóficas, metafísicas, no juegan ningún
papel en la historia de la ciencia.
Otro trabajo que puede clasificarse dentro de esta historia psicológica de la ciencia
sería la interpretación psicoanalítica que Phyllis Greenace hace de la figura de
Darwin, y cómo no, de sus relaciones conflictivas con su padre, en su obra The Quest
for the Father: A Study of the Darwin-Butler Controversy as a Contribution to the
Understanding of the Creative Individual (Greenace, 1963). Greenace diagnostica
una psicopatología al viajero del Beagle, una profunda neurosis, aunque reconoce
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
18 que, curiosamente, ésta no influía en su trabajo como biólogo. Probablemente sería
oportuno discutir si esta aproximación psicoanalítica es, antes que psicólogica, puramente
mítica.
El éxito del enfoque psicológico, sobre todo en la línea más verosímil, documentada
y ponderada de Gruber, está asegurado de antemano por el interés que tiene para la
historia de la ciencia una reconstrucción lo más exacta posible de la biografía de un
personaje como Darwin: de este modo se logra, por ejemplo, reconstruir una obra
como El origen desde la perspectiva del ordo inventionis. Sin embargo, en este tipo
de análisis no se entra para nada, ni se pretende, a discutir el problema de la
estructura lógico-material del darvinismo, no se discute por qué el darvinismo es una
construccióncientífica, y una construcción científica verdadera, o cuáles son los
límites de su verdad: la verdad del darvinismo y su interés para la historia de la
biología, sencillamente, se dan por supuestos. Lo que sí pretende Gruber de un modo
explícito es dar cuenta de eso que él llama «creatividad» en cuanto proceso
supuestamente psicológico. La idea de creatividad psicológica, cuando se utiliza para
analizar el proceso de construcción de las verdades científicas, resulta insuficiente
desde nuestros presupuestos pues también existiría esa creatividad psicológica en
procesos no científicos (artísticos, técnicos, lúdicos, &c.): los procesos psicológicos
(creativos o no) son partes materiales de las verdades científicas y de ahí su carácter
genérico. Las verdades científicas no son científicas por ser resultado de procesos
psicológicos originales o «creativos» sino por el modo como están construidas. Eso
sin contar con la necesidad de criticar esa idea de creatividad psicológica como idea
metafísica, como una idea que comparte ciertos rasgos con la idea teológica de la
creación de la nada. En todo caso, esa crítica no nos impide reconocer la contribución
principal del libro de Gruber, que ciframos en su reivindicación del Darwin esotérico.
Al lado de esta importante contribución, sus intenciones de estar desvelando los
secretos de la creatividad no afectan demasiado a sus conclusiones y resultan poco
menos que anecdóticas.
En la línea de una historia fenomenológica biográfica, dando por supuesto la verdad
de sus descubrimientos pero sin discutir directamente en qué consiste ésta, podemos
encontrar varios estudios. De entre los que están traducidos al español merece la pena
destacar el de J. Huxley y H.B.D. Kettlewell, titulado Darwin and his World (trad.
esp. con el título Darwin; Huxley, Kettlewell, 1965), que pasa revista a las fases más
importantes de su vida y a una selección de sus libros más importantes. No podemos
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
19 dejar de citar la apasionante narración de Alan Moorehead en su libroDarwin. La
expedición del Beagle (1831-1836) (Moorehead, 1969); aunque incluya algunas
imprecisiones y tópicos que se han revelado falsos en posteriores investigaciones no deja
de ser una magnífica recreación del famoso viaje oceánico del «Sabueso». También
se encuentran expuestos aspectos de la biografía de Darwin en varios capítulos de la
monografía de Jonathan Howard Darwin(Howard, 1982: caps. 1, 8, 9) y en el libro de
Desiderio Papp, Darwin. La aventura de un espíritu (Papp, 1983: caps. 5, 6, 7, 9, 10).
En estos dos últimos libros se combina una reexposición fenomenológica de la vida y
obra de Darwin con algunos juicios acerca del significado de la verdad de la teoría de
la evolución biológica; éstos suelen terminar desembocando en posiciones afines a las
que nosotros caracterizaremos unas líneas más abajo como «adecuacionistas».
2.1.2. Interpretaciones sociologistas
Por su parte, el enfoque que hemos llamado «sociológico» nos presenta la teoría de
Darwin de dos formas radicalmente contrapuestas. El primer tipo de explicaciones
sería continuista ya que procederá resaltando que la teoría evolucionista estaba
presente de una manera difusa, inconsciente, en el espíritu de la época. Frente a éstas
estarán las interpretaciones discontinuistas que presentan la obra de Darwin sobre el
origen de las especies como un caso sobresaliente de revolución científica.
Desde la posición que hemos llamado constinuista se reivindicará a los evolucionistas
y transformistas predarvinianos (el transformismo de la Filosofía zoológica de
Lamarck, el evolucionismo teista de losVestigios de la historia natural de la
creación de Robert Chambers, la Zoonomia del propio abuelo de Darwin, incluso se
reivindicará a los evolucionistas del siglo XVIII: Goethe, Buffon, &c.) y se resaltará
la significación de la coincidencia de Darwin y Wallace en su descubrimiento (como
hace, por ejemplo, Merton). Ahora bien, desde los presupuestos de la teoría de la
identidad material sintética no se puede comparar la magnitud de los materiales
movilizados por Darwin en El origen con el opúsculo de Wallace de 1858 Sobre las
tendencias de las variedades a separarse indefinidamente del tipo original. Y no se
trata aquí de reivindicar la prioridad de Darwin como una prioridad «cronológica»
(que Wallace, por otra parte, reconoció desde el primer momento), sino de defender
una prioridadgnoseológica fundamentada en esa identidad sintética construida por
Darwin en El origen sobre la confluencia de una cantidad ingente de materiales
heterogéneos, frente a las limitaciones de la obra programática de Wallace. Sobre este
asunto tendremos que volver más adelante. Por otra parte, el esquema de la invención
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
20 simultánea e independiente se debilita cuando se dejan de ocultar ciertos hechos
significativos: Wallace había leído los Principios de Lyell, y había leído repetidas veces
elDiario de un naturalista de Darwin (obra a la que consideraba el mejor diario de viajes
después delPersonal Narrative de Humboldt) en donde Darwin habla sobre la ley de
sucesión de tipos; Darwin, por su parte, conocía un opúsculo de Wallace de 1855
(«On the law which has regulated the introduction of new species») y, desde esa
fecha, mantuvo correspondencia regular con Wallace; ambos estaban bajo la
influencia de la obra de Lamarck y de los Vestigios de la historia natural de la
creación de Chambers, aunque fuera de un modo crítico; ambos conocían la obra de
Malthus; &c.
De hecho, si no se establece una distinción clara entre el descubrimiento material de
la selección natural y el descubrimiento formal que nosotros atribuimos a Darwin, se
podría decir que ese descubrimiento hay que retrotraerlo a una obra de 1818, «An
Account of a female of the white race of mankind parts of whose skin resembles that
of a negro, with some observations on the causes of the differences in color and form
between the white and negro races of man» de William Charles Wells y,
posteriormente, a un apéndice de la obra On Naval Timber and Arboriculture de
Patrick Matthew de 1831. El texto de Wells, efectivamente, no puede ser más
explícito: «Aquellos que se dedican a la mejora de los animales domésticos, cuando
se encuentran individuos que poseen, en mayor grado que otros, las cualidades que
buscan, aparean un macho y una hembra, después seleccionan a sus mejores crías
como paridoras y sementales, y continúan actuando de este modo hasta llegar tan
cerca de sus objetivos como la naturaleza lo permita. Pero lo que en este caso
ocurre por artificio, parece ocurrir, con la misma eficacia, aunque más
lentamente, en la naturaleza, en la formación de las variedades humanas,
adaptadas al país que habitan» (Wells, 1818; subrayado nuestro). La distinción
entre descubrimiento formal y descubrimiento material de Gustavo Bueno
(Bueno, 1989) resulta aquí imprescindible para poder valorar la importancia de los
hallazgos de Wells y Matthew. Ilustrando brevemente la distinción con un ejemplo,
decimos que el descubrimiento de América por Colón fué un
descubrimiento material por cuanto, aunque Colón estuvo efectivamente
(materialmente) en América, él creía haber llegado a Asia (a Cipango, a Catay); el
descubrimiento formal vendría después cuando Juan de la Cosa, en 1500, rectificó el
error que identificaba el tercero y el cuarto continente, y el nuevo descubrimiento
quedó integrado en una nueva imagen cartográfica de la Tierra (la que Martin
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21 Waldseemüller difundiría en su Cosmographiae introductio de 1507 en la que aparece por
primera vez el nombre de «América»). El descubrimiento material suele ser parcial y
aparece mezclado con contextos no pertinentes: es un descubrimiento confuso y muchas
veces pasa inadvertido pues está dado en el ejercicio y no llega
a representarseadecuadamente. Por el contrario, el descubrimiento es formal cuando
ya se puede considerar determinada con cierta claridad la totalidad del cierre
operatorio que lo hace posible y que lo contextualiza. En el caso que estamos
comentando, el descubrimiento por parte de Wells y Matthew de la selección natural,
no hay indicios para sospechar que estos autores se dieran siquiera cuenta de la
importancia de su descubrimiento, de que fueran capaces de reconocer el terreno que
pisaban, para forzar la comparación con el caso de Colón. Las propias circunstancias
de sus publicaciones, unas pocas páginas en un apéndice de un libro sobre
construcción naval y arboricultura, y una breve digresión en un libro sobre patología
de la piel, demuestran lo desapercibido que pasó para ellos mismos el problema del
origen de las especies. Pero, incluso, Matthew, en una carta al Gardener's
Chronicle, respondiendo a otra de Darwin en que éste se excusa de desconocer el
trabajo de Matthew, llega a ser completamente explícito, de un modo ingenuo
(ingenuo respecto a sus reivindicaciones de la prioridad del descubrimiento) cuando
dice: «Para mí, la concepción de esta ley de la Naturaleza [refiriendose al proceso de
diferenciación por selección natural] se produjo de forma intuitiva como un hecho
evidente, casi sin un esfuerzo de concentración de mis pensamientos. El Sr. Darwin
parece tener mayores méritos que los míos en este descubrimiento --a mí ni siquiera
me lo pareció» (subrayado nuestro). Darwin, de hecho, puso en su sitio la
contribución de Matthew a su teoría biológica cuando se disculpó de desconocer su
trabajo en la carta citada más arriba al Gardener's Chronicle: «Me ha interesado
mucho la comunicación que publica el Sr. Patrick Matthew en el número de su revista
correspondiente al 7 de abril. Reconozco francamente que se ha anticipado en
muchos años a la explicación que yo he dado del origen de las especies, con el
nombre de selección natural. Creo que nadie se sorprenderá de que ni yo, ni, al
parecer, ningún otro naturalista, conociéramos las teorías del Sr. Matthew, si se tiene
en cuenta la brevedad con que las expone y el hecho de que aparecieran en un
apéndice de una obra sobre madera para construcción naval y arboricultura. No puedo
hacer otra cosa sino disculparme ante el Sr. Matthew por mi total ignorancia de su
publicación. Si me piden otra edición de mi libro, publicaré en él una nota en este
sentido» (subrayado nuestro). Darwin conoció también (hacia 1865) la obra de Wells
de 1813 y fue siempre muy consciente de que el mérito de El origen no residía en la
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
22 simple formulación del principio de la selección natural (no residía en el descubrimiento
material, diríamos nosotros, de este principio) sino en la fuerza conjunta de todos los
materiales aportados en el libro: en la quinta edición de El origen, en el breve bosquejo
histórico que precede a la «Introducción», sale al paso de una supuesta reclamación
de R. Owen acerca de la prioridad en el descubrimiento de la selección natural.
Darwin vuelve a restar importancia a ese tipo de reclamaciones diciendo: «En lo que
se refiere al simple enunciado del principio de la selección natural, carece totalmente
de importancia el que el profesor Owen me precediera o no, porque a ambos [...] nos
precedieron hace mucho tiempo el doctor Wells y el señor Matthew». Así pues, el
descubrimiento formal de la variación de las especies por selección natural no se
hace público, tal es nuestra tesis, hasta la publicación, en 1859, de El origen (con el
adelanto de la comunicación conjunta de Darwin y Wallace a la Sociedad linneana),
aunque Darwin venía trabajando en su puesta a punto, como se sabe, desde 1838, y
antes. La razón que nos lleva a situar en ese momento, y no antes (en 1813 o en
1818), el descubrimiento formal de la evolución biológica es que sólo entonces puede
hablarse de esta teoría como una identidad material sintética de carácter sistemático
donde un conjunto de cursos operatorios heterogéneos
confluyen sintéticamente(justificaremos esta tesis más adelante). En todo caso, la
distinción entre descubrimientos formales y materiales no es sociológica sino
gnoseológica (pues afecta a la verdad del descubrimiento): desde el punto de vista del
sociólogo todo son «descubrimientos» y la reiteración de un mismo descubrimiento
estaría demostrando su ubicuidad en una época determinada. Pero ¿qué sentido tiene
decir que hay un descubrimiento cuando pasa desapercibido al supuesto descubridor?
¿Tendría entonces sentido decir que «descubrieron América» los individuos que en el
noveno milenio antes de Cristo, en la época del Clovis, cruzaron el estrecho de
Bering, o más bien habría que ponerlos en continuidad con otros animales que
compartieron su migración?
Por lo demás, el propio Darwin mostró su desacuerdo con esta interpretación
sociologista que deduce su descubrimiento de un espíritu evolucionista emergente en
su época. La siguiente cita está tomada de su Autobiografía: «Algunas veces se ha
dicho que el éxito del Origen probaba que 'el tema estaba en el ambiente' o 'que las
mentes de los hombres estaban preparadas para él'. No creo que esto sea
estrictamente cierto, ya que de vez en cuando sondeé a no pocos naturalistas y nunca
tropecé con uno sólo que pareciera dudar de la permanencia de las especies. Incluso
Lyell y Hooker, aunque me escuchaban con interés, nunca parecieron estar de
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
23 acuerdo. Intenté una o dos veces explicar a hombres capaces lo que yo entendía por
selección natural, pero fracasé por completo. Lo que creo que era estrictamente cierto es
que innumerables hechos bien conocidos estaban almacenados en las mentes de los
naturalistas, listos para ocupar sus lugares adecuados tan pronto como cualquier
teoría que los recogiera estuviera suficientemente explicada». Reinterpretando esta
última frase de Darwin desde la teoría de la identidad sintética diríamos: había
innumerables materiales, agrupados en cursos operatorios distintos, dispersos unos
con relación a los otros, confusamente mezclados en los contextos más heterogéneos
que quepa imaginar y que, vistos con el anacronismo propio de toda interpretación ex
post facto, estaban «listos» para ser ensamblados en esa construcción sintética,
esencial, sistemática que es la teoría darvinista. Sin embargo, esto no obsta para que
podamos afirmar, con el propio Darwin, que el Zeitgeist predominante en el siglo
XIX incorporaba de un modo central concepciones opuestas e incluso incompatibles
con el darvinismo que no sólo afectaban al público general sino a eminentes
naturalistas de todo el mundo; entre los que se opusieron al darvinismo baste citar a
Quatrefages, Beaumont y Claude Bernard en Francia, Agassiz en Suiza, Von Baer,
Kolliker, Virchow, Braun y Hertwig en Alemania, &c.
Otra interpretación de carácter sociologista continuista tenderá a ver el darvinismo
como la aplicación a la naturaleza de la lucha por la supervivencia presente en la
sociedad inglesa victoriana del siglo XIX. Ya Marx, en una conocida carta dirigida a
Engels en 1862, había destacado las semejanzas entre la sociedad inglesa coetánea y
la caracterización darvinista de la naturaleza: «Es notable --dice Marx-- cómo Darwin
vuelve a hallar en los animales y en las plantas su sociedad inglesa con su división
del trabajo, la competencia, la apertura de nuevos mercados, las inversiones y la
lucha por la existencia de Malthus [...]». El enfoque sociológico y psicológico
convergen cuando se resalta que el propio Darwin era nieto de Josiah Wedgwood,
uno de los impulsores de la revolución industrial de la Inglaterra decimonónica.
También convergen estos dos enfoques cuando se pone como objetivo de la
investigación histórica el detectar las posibles fuentes de inspiración psicológica que
habrían actuado sobre Darwin (Malthus y Adam Smith como las bases ideológicas de
la evolución, en la interpretación que hace S.J. Gould, 1993:139), aunque, a veces,
precisamente los resultados de esa investigación sirvan para desmentir esa influencia:
la importancia del episodio «lectura de Malthus», por ejemplo, ha quedado
relativizada tras el estudio de los cuadernos de notas de Darwin (vid. Gruber, 1974).
En una línea explícitamente sociológica (o social) Bernal, en su conocida Historia
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
24 social de la ciencia (Bernal, 1954:49-50 y 497), presenta la teoría de la evolución como el
reflejo de «la atmósfera intelectual no científica de la época, atmósfera que condiciona
inevitablemente al investigador individual» de modo que la teoría de la selección natural
de Darwin se basaría «en la opinión común de la justicia natural de la libre
competencia» (loc. cit.). Quizás pudiera ser interpretada también como sociológica la
teoría de Dühring (criticada por Engels en el Anti-Dühring, 1ª parte, cap. VII) según
la cual Darwin no habría hecho más que trasferir a la naturaleza la teoría económica
de Malthus sobre la población. Precisamente Radl, en su Historia de las teorías
biológicas (t.2, pp.112-113 de la ed. esp.), hace suya esta interpretación destacando la
similitud entre los razonamientos de los economistas del laissez-faire y los de
Darwin, sobre todo en su opúsculo Extracto de un trabajo inédito sobre el concepto
de especie, leído en la Sociedad Linneana en 1858. Para Radl la concepción de la
naturaleza que tenía Darwin y su visión científica global estaban dominadas por las
teorías económicas: «Darwin miraba el mundo viviente desde el punto de vista de la
economía política» (Radl, loc. cit.).
Las interpretaciones sociológicas discontinuistas, por su parte, tenderán a destacar la
ruptura que habría supuesto el darvinismo frente a toda la biología anterior. Kuhn, en
su conocido opúsculo La estructura de las revoluciones científicas (Kuhn, 1962:263-
265), da por supuesto que el darvinismo es una gran revolución comparable a las de
Copérnico, Newton o Einstein. Pero esta revolución no residiría, para Kuhn, en el
descubrimiento de la evolución, que ya se conocía (Lamarck, Chambers, Spencer,
&c.), sino en haber desterrado las causas finales del campo de la biología. La
caracterización de Kuhn es, cuando menos, imprecisa pues el evolucionismo implica,
indudablemente, negar cierto tipo de finalidad (una finalidad global de la naturaleza
tomada como un todo atributivo), pero no todo tipo de finalidad (por ejemplo, la
finalidad y la intencionalidad que hay que suponer a los organismos con cierta
capacidad proléptica, o la finalidad ejercitada que supone interpretar las estructuras
de los organismos inferiores desde las de los superiores). No todos los partidarios de
una interpretación sociológica discontinuista ponen en el mismo sitio la revolución
darviniana. Para E. Mayr (Mayr, 1972) Darwin habría dado dos pasos
revolucionarios: sustituir creación por evolución, y sustituir lamarckismo por
selección natural. Ahora bien, Mayr también se da cuenta de que la revolución
darviniana no puede ser explicada íntegramente con el esquema de Kuhn. P.J.
Bowler, en su obra El eclipse del darwinismo (Bowler, 1983), ya ha tenido ocasión de
destacar algunas características de la revolución darvinista que no se ajustan a ese
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
25 esquema kuhnniano: en primer lugar, el darvinismo y el mendelismo no compitieron como
dos paradigmas rivales incompatibles pues ambos se fusionaron en la nueva teoría
sintética de la evolución; en segundo lugar, el darvinismo no triunfó como paradigma de
un modo claro ya que a finales del siglo XIX y principios del XX la mayoría de los
naturalistas no eran darvinistas (como demuestra la prolija obra de Bowler citada).
Michael Ruse, por su parte, considera que la obra de Darwin revolucionó las
creencias de la humanidad y cambió drásticamente nuestra concepción del mundo al
sustituir los milagros por las leyes naturales en la explicación del origen de las
especies. Además, aun sin negar la existencia de un evolucionismo anterior a 1840,
Ruse considera que no habría una continuidad intelectual entre Darwin y los
evolucionistas predarwinianos: mucho más habrían influido sobre Darwin las obras
de Lyell y los escritos filosóficos de Herschel y Whewell (Ruse, 1979).
Sin negar que El origen suponga una revolución en ciertos sentidos (sociológica,
ideológica, &c.), y sin negar la importancia de estas novedades que destacan Kuhn y
Mayr (el abandono de las ideas creacionistas y lamarckistas y de una finalidad que
afecte a toda la naturaleza), nos parece que estas interpretaciones no aluden
suficientemente al contexto previo que hace posible la elaboración de una obra como
la de Darwin. Y en este contexto no pondríamos solo a Lamarck o a Chambers sino,
sobre todo, a Lyell, a Linneo, a Hunter, a Cuvier, a Ehrenberg, a la tradición de la
selección artificial y la mejora animal (de caballos, de perros, de ovejas, de palomas,
&c.), a Malthus, etcétera. Si se considera detenidamente este contexto, el darvinismo
deja de aparecérsenos como un descubrimiento negativo, revolucionario, que corta
totalmente con lo anterior y lo pone del revés, para dibujársenos como un
descubrimiento particular, un descubrimiento que reorganiza el contexto previo
rectificándolo y precisándolo. Y una de las tareas de la historia de la ciencia será
entonces reconstruir, hasta donde sea posible, esa reorganización y dar cuenta tanto
de sus novedades como de sus dependencias del contexto anterior{5}. En este último
sentido, el enfoque que nosotros caracterizaremos enseguida como «gnoseológico»
tendrá que recuperar todo aquello que permita entender el contexto donde tiene lugar
la construcción de las verdades científicas, y tendrá que clasificar las diferentes
maneras en que ese contexto previo influye sobre las nuevas verdades científicas. Por
nuestra parte, en uno de los epígrafes del apartado cuarto de esta conferencia
intentaremos abordar el estudio de estas influencias sin abandonar la perspectiva del
materialismo gnoseológico.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
26 2.1.3. Interpretaciones logicistas
Las interpretaciones que llamamos logicistas se caracterizarían por abordar un análisis
lógico formal de los episodios de la historia de la ciencia. Este análisis suele
efectuarse utilizando la lógica de enunciados, la lógica de predicados, la teoría de
conjuntos o nuevas axiomáticas construídas ad hocque combinan en proporciones
variables enunciados, predicados y conjuntos. Desde el materialismo gnoseológico de
Gustavo Bueno consideramos, como es sabido, que la lógica formal es una ciencia
más, al lado de otras, con un campo material específico de términos y con unas
relaciones y operaciones características (las operaciones que llamamos
autoformantes){6}. Como las diferentes ciencias tienen, cada una de ellas, campos
materiales también específicos, con términos, relaciones y operaciones específicos,
no hay ninguna razón para suponer, a priori, que la aplicación de un modelo lógico o
matemático a la biología vaya a rendir más que la aplicación de un modelo tomado de
la historia o de la física. Sin embargo, hay toda una tradición de «filosofía exacta»,
ligada al positivismo lógico y al unificacionismo del Círculo de Viena, que sigue
considerando la lógica y las matemáticas como una especie de característica
universal, como un lenguaje universal capaz de unificar a todas las ciencias, de modo
que el proceso que conduciría a hacer de la biología una ciencia rigurosa pasa por la
reconstrucción lógico-formal del campo biológico. El autor más conocido que ha
aplicado el análisis lógico formal a la biología, y al evolucionismo, es J. H. Woodger,
en la obra tituladaThe Technique of Theory Construction (Woodger, 1939), y en su
libro Biología y lenguaje (Woodger, 1978). Con el objeto de hacer de la biología una
ciencia exacta que se aleje del «pensamiento intuitivo», Woodger considera necesario
construir para la teoría de la evolución «un conjunto de postulados análogos a los que
encontramos en geometría». Ese conjunto de postulados tendrá que ser «consistente
con la totalidad de los datos que poseemos sobre procesos evolutivos»{7}. En el
capítulo titulado «Contribución lingüística al estudio de la evolución»{8}, Woodger
hace un ensayo de cómo podría ser esa reconstrucción lógico-geométrica que propone
para el evolucionismo. El análisis de Woodger supone que se pueden diferenciar sin
ambigüedades los registros de observación frente a los enunciados teóricos, supone
que el evolucionismo es un conjunto de enunciados teóricos, y supone, por último,
que «todos los enunciados teóricos en biología pueden ser formulados con la sola
ayuda de: (1) Las cinco operaciones sobre enunciados, (2) la cuantificación universal,
(3) identidad estricta (=), (4) paréntesis, (5) variables individuales, (6) los signos
numéricos ususales, (7) variables cuyos valores son números naturales y racionales,
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
27 (8) funtores biológicos, de varios grados, junto con funtores tomados de otras ciencias
según proceda, (9) variables cuyos valores son conjuntos de varios tipos»{9}.
Efectivamente, con estos supuestos, Woodger es capaz de reformular partes importantes
del campo de la «biología docens» de un modo artificioso y técnicamente intrincado
que pone su «metodología biológica» más allá de la paciencia de muchos lectores.
Sin embargo, merece la pena llegar hasta el final con el estudio de su libro para no
quedar con dudas acerca de la inanidad de su intento: es esa vacuidad la que nos hace
inmediatamente sospechar del relativo interés de sus supuestos de partida.
Efectivamente, no cabe duda de que la biología evolucionista, como cualquier otro
episodio científico, necesita del lenguaje, de los idiomas nacionales, y tampoco cabe
duda de que éstos pueden ser formalizados, hasta cierto punto, por procedimientos
lógicos. Desde luego, en ningún momento pretendemos decir que el evolucionismo
quede al margen de la lógica (que sea ilógico) o que quede más allá de la lógica (que
sea, por ejemplo, una verdad revelada). Ahora bien, la lógica representada (la lógica
formal), sin perjuicio de su utilidad, no puede dar cuenta íntegramente de la lógica
ejercitada en nuestras operaciones en general y en la construcción de las ciencias en
particular, por las mismas razones por las que es imposible un mapa de Royce, un
mapa que tuviera una coordinabilidad plena. Para empezar negamos que una ciencia
o una verdad científica puedan quedar reducidas a su presentación axiomatizada o
deductiva, y ello sin perjuicio de que esta presentación pueda tener su utilidad a
efectos expositivos o de docencia. Jonathan Howard, en su libroDarwin (Howard,
1982:37-39) presenta la teoría de la evolución como un silogismo con tres premisas y
una conclusión: las premisas serían (1) la variación de los caracteres, (2) la herencia
de esa variación, y (3) la reproducción según una progresión geométrica,
malthusiana, y la conclusión sería la selección natural. Esta presentación del
darvinismo como sistema doctrinal enseñable puede ser útil, en un libro de
divulgación científica, para informar sucintamente a un principiante acerca de lo que
es la evolución biológica pero, en sí misma, no puede considerarse que dé cuenta de
la organización gnoseológica de la verdad de la evolución. Las razones de esta
imposibilidad son, según creemos, que la verdad de la evolución no es el resultado de
una deducción o de un conjunto de deducciones establecidas en un terreno formal (de
la lógica de enunciados o de proposiciones o del álgebra de conjuntos) sino que es
resultado de procesos operatorios y relaciones establecidas materialmente en el curso
de transformaciones que implican la utilización de las manos tanto o más que la
utilización de la musculatura bucofaríngea (que, en todo caso, como sabemos,
también es una musculatura estriada). Con relación a esas manipulaciones manuales,
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
28 quirúrgicas, que conducen a la construcción de verdades científicas, y con relación a las
propias verdades construidas, los enunciados y las proposiciones son partes materiales (no
partes formales), lo mismo que las moléculas de carbono son partes materiales
constituyentes del cuerpo humano (frente a los diferentes órganos, que sí serían partes
formales). Y así como a partir de moléculas de carbono (y de hidrogeno, nitrógeno,
sodio, &c.) tomadas al azar no se puede reconstruir un cuerpo humano, porque son
necesarias unas totalidades intermedias (en ese caso, los órganos, los tejidos, &c.),
tampoco a partir de enunciados puede reconstruirse la verdad de la evolución
biológica ya que esa verdad no reside sólo (ni principalmente) en los enunciados que
son capaces de formularla sino, sobre todo, como vamos a intentar exponer, en la
síntesis de unos materiales heterogéneos (geológicos, taxonómicos, biogeográficos,
embriológicos, citológicos, &c.) que están ya organizados a un determinado nivel.
2.2 Las interpretaciones gnoseológicas
Si es cierto que las verdades científicas son un tipo de verdad sui generis, distinto de
las verdades del sentido común, de las verdades de las religiones o de las verdades
filosóficas, entonces parece posible ensayar una historia de la ciencias que intente
reconstruir el proceso de elaboración de esas verdades, una historia de las ciencias
centrada en la dinámica de esas verdades científicas. Esta historia de las ciencias, que
llamamos gnoseológica, no pretende centrarse en el relato fenomenológico del
ambiente social de una época o de las vicisitudes biográficas de un personaje, sino
que trata de discutir el propio estatuto gnoseológico de las verdades científicas dadas
a lo largo de la historia en lo que estas verdades tienen de específicamente científicas.
Ni que decir tiene que para llevar adelante esta tarea es necesario partir de ese relato
fenomenológico (social, biográfico, &c.). Esta historia gnoseológica ha sido ensayada
ya reiteradamente, y desde ella se ha abordado, también repetidamente, el episodio
del darvinismo. Ahora bien, los contenidos de esa historia, de un modo inevitable
aunque no siempre sea explícito, están determinados por la idea de verdad científica
que se mantenga en cada caso: lo que para unos aparecerá como una serie de
descubrimientos de hechos seguidos de generalizaciones (Duhem) será para otros un
conjunto de conjeturas falsadas por experimentos cruciales (Popper). Por tanto, no
resulta posible hacer una historia gnoseológica de las ciencias que sea neutral, que no
implique ya estar ejercitando alguna idea acerca de lo que es una verdad científica.
Por nuestra parte, como ya dijimos al comienzo, tomamos como referencia la teoría
del cierre categorial con su idea de verdad científica como identidad sintética. Sin
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
29 embargo, esa idea, en cuanto que construida según la metodología de una filosofía
dialéctica, no es una idea primitiva ni exenta. No es una idea primitiva porque se configura
en gran medida como la única salida transitable después de la crítica a otras posibles ideas
alternativas. No es una idea exenta pues, indudablemente, está codeterminada por
otras ideas del sistema del materialismo filosófico (por sus ideas ontológicas, por su
filosofía de la historia, por su epistemología, &c.). Resulta imposible dar cuenta aquí,
ni siquiera sumariamente, del resto de ese sistema materialista: remitimos al lector
interesado a la obra de Gustavo Bueno. Sin embargo, no podemos evitar referirnos a
esas teorías de la verdad científica frente a las que se dibuja la idea de la identidad
sintética. Y no podemos dejar de hacerlo porque de otra manera los argumentos que
avalan nuestra propuesta no se entenderían suficientemente, si es cierto que nuestra
posición es un resultado de la crítica a las otras alternativas disponibles. Por lo
demás, en el contexto de esta conferencia, esa referencia crítica resulta obligada toda
vez que son esas interpretaciones alternativas las que dominan el panorama del
análisis histórico del darvinismo.
Hay que presentar, pues, una clasificación de las diferentes interpretaciones históricas
gnoseológicas del darvinismo. Pero para justificar esa clasificación sería necesario
discutir toda una teoría de teorías acerca de la verdad científica. No vamos a hacerlo
aquí, sencillamente, porque esta tarea ya está realizada en los cinco primeros
volúmenes de la Teoría del cierre categorial de Gustavo Bueno (Bueno, 1992-94).
Nos basta entonces con decir que, para el materialismo filosófico, las diferentes ideas
de verdad científica que aparecen en la historia de la filosofía hasta nuestros días
pueden reexponerse a través de las relaciones entre las ideas de Materia y Forma
(interpretando las «teorías científicas» como Forma y los «datos empíricos» o los
«hechos» como Materia). Habría entonces cuatro concepciones básicas acerca de la
verdad científica: (1) descripcionismo: aquellas concepciones que consideran las
ciencias como descripciones, más o menos ordenadas, de «hechos» y conceden un
papel subsididario, instrumental, a las teorías; (2) teoreticismo: concepciones que
consideran la ciencia como un proceso de construcción de «teorías» cuya verdad
radica en su coherencia interna, con una relativa independencia de los «hechos»; (3)
adecuacionismo: concepciones que hacen residir la verdad científica en la adecuación
o ajuste entre «hechos» y «teorías», y (4) circularismo: concepciones que niegan la
propia distinción tajante entre «hechos» y «teorías» y suponen que las relaciones
entre las multiplicidades formales y materiales de las ciencias son circulares (no de
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
30 reducción, como en el descripcionismo y el teoreticismo, ni de yuxtaposición, como en el
adecuacionismo).
2.2.1 Interpretaciones descripcionistas
El descripcionismo gnoseológico sería un conjunto de teorías filosóficas acerca de la
verdad científica que se caracterizan «por su tendencia a considerar el momento
constructivo de las ciencias y, por tanto, los componentes formales de los cuerpos
científicos, como subordinados enteramente a lamateria dada que habría de ser
meramente descrita (sin duda, valiéndose de instrumentos formales que se supone
han de dejarla 'intacta'), inventariada y archivada. Al descripcionismo asociamos un
concepto característico de la verdad científica, a saber, la verdad como des-
velamiento o des-cubrimiento» (Bueno, 1992-94, vol.5:1397). La interpretación
descripcionista del descubrimiento de la evolución biológica encontraría un posible
fundamento en un fragmento de la narración autobiográfica de Darwin en el que
nuestro naturalista, al final de su vida, reconstruye el proceso que le condujo a centrar
su atención en la idea de selección. El texto de Darwin es el siguiente: «Abrí mi
primer cuaderno en julio de 1837. Trabajé basándome en principios verdaderamente
baconianos, y, sin teoría alguna, recopilé datos al por mayor -muy especialmente
respecto a las producciones domesticadas-, mediante cuestionarios impresos,
conversaciones con hábiles reproductores y jardineros, y extensas lecturas. Cuando
veo la lista de libros de todo tipo que leí y resumí, incluyendo series completas de
revistas y memorias, me sorprendo ante mi laboriosidad. Pronto percibí que la
selección era la piedra angular del éxito del hombre en lograr razas útiles de animales
y plantas. Pero cómo la selección podía aplicarse a los organismos que viven en
estado natural continuó siendo un misterio para mí durante algún tiempo»{10}.
Efectivamente, el texto es tan explícito que cualquier interpretación ulterior podrá
parecer innecesaria, impertinente: así S. Toulmin y J. Goodfield, en su conocido
libro El descubrimiento del tiempo (Toulmin y Goodfield, 1965:197), citan este
párrafo de la Autobiografía de Darwin dando por supuesto que es ya por sí mismo
una explicación histórica suficiente acerca de la verdad de la biología darvinista.
Además, la sinceridad del autor parece estar asegurada ya que, según propia
confesión, Darwin escribió su Autobiografía para uso de sus hijos y nietos pero no
pensando en su publicación. Sin embargo, no vamos a dejar de hacer algunos
comentarios de este párrafo, corriendo el riesgo de que se nos acuse de estar
deformando su significado más evidente. Sabemos que en 1876, cuando Darwin
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
31 escribe estas líneas, el darvinismo estaba lejos de poder considerarse como un paradigma
victorioso y encontraba resistencia creciente en la calle y entre los naturalistas. Es en este
contexto externo hostil en el que Darwin presenta la génesis de su descubrimiento.
LaAutobiografía parece un lugar adecuado para mostrar el lado sincero y honesto de
su talante como científico. Efectivamente, hay muchos detalles en la redacción de
este opúsculo que nos permiten dudar de su intención privada y avalan la sospecha de
que el propio Darwin contaba con su posible publicación (en un momento oportuno
tras su muerte). Y, por eso, la presentación que hace de su descubrimiento pretende,
en primer lugar, salir al paso de todas aquellas críticas que lo presentan como una
teoría especulativa: parece incluso haber una alusión directa a la crítica que le lanzara
Adam Sedgwick para quien la teoría de Darwin no observaba los principios
baconianos. Darwin se presenta a sí mismo (ante sus hijos, pero muy probablemente
también ante el resto de los naturalistas y del público general, incluso ante un futuro
historiador de la biología), como si hubiera quedado abrumado por unas evidencias
tan abundantes y ajenas a su voluntad que resultarían imposibles de negar, como si él
mismo hubiera resultado atrapado por ese des-cubrimiento involuntario. Pero la razón
que más decididamente nos mueve a interpretar este texto como meramente retórico,
propagandístico, es el contraste con el modo de proceder efectivo de Darwin en sus
cuadernos de notas y con algunas de sus declaraciones más privadas en su
correspondencia. H.E. Gruber, en el libro ya citado Darwin, sobre el
hombre, desmuestra de un modo definitivo y reiterado que Darwin partía siempre de
una serie de supuestos no sólo teórico-biológicos sino también filosóficos (como
demostrarían sus Notas viejas e inútiles de 1837) en sus investigaciones, y que su
recolección de materiales no estaba hecha «al por mayor» sino que, muy al contrario,
algunos de esos materiales estaban realmente «buscados con candil». Por otra parte,
si, según nuestra hipótesis, consideramos que cierta correspondencia es un
documento más fiable para conocer lo que realmente pensaba Darwin que su
equívoca (y propagandística) Autobiografia, entonces podrá valorarse la importancia
del texto siguiente. Está tomado de una carta que Ch. Darwin dirige a Henry Fawcett
(carta realmente privada al famoso economista, hombre de estado y amigo), y dice:
«Hace unos treinta años se decía mucho que los geólogos debían observar y no
teorizar; y yo recuerdo bien a alguien que decía que a este paso un hombre bien
podría ir a una gravera y contar los guijarros y describir los colores. ¡Qué extraño es
que nadie vea que toda observación debe ser hecha a favor o en contra de un punto de
vista si es que ha de servir de algo!»{11}. Además de esta carta tenemos un
importante comentario de su hijo Francis que vuelve a desmentir la imagen del
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
32 Darwin baconiano cuando dice: «Con frecuencia repetía que nadie puede ser un buen
observador sin ser un activo inventor de teorías. Esto me lleva de nuevo a lo que dije
respecto a su instinto para captar las excepciones: era como si estuviera provisto de una
capacidad teorizante dispuesta a desembocar en cualquier cauce a la menor
confusión, de manera que ningún dato, por pequeño que fuera, podía evitar una
descarga de teoría y, de este modo, el dato adquiría importancia»{12}. El carácter
equívoco de la Autobiografía de Darwin se pone claramente de manifiesto cuando
nos percatamos de que, al lado de ese pasaje claramente empirista, inductivista,
descripcionista, baconiano, conviven otros pasajes de corte inequívocamente
teoreticista, deductivista, como aquel en el que se refiere a la génesis de su teoría
sobre los arrecifes de coral{13}.
De otra parte, dejando ahora de lado lo que Darwin pensara y dijera, está la discusión
acerca de si es o no posible entender la teoría de la evolución biológica como una
descripción de la realidad, como un desvelamiento, como un simple reflejo de un
hecho en sí mismo evidente que queda, tras su descubrimiento, intacto. En nuestra
opinión difícilmente se podrá mantener este supuesto aunque sólo sea porque el
origen de las especies biológicas va referido al pasado, y el pasado, por definición, es
lo que no existe ahora y, por tanto, algo que no es posible describir, descubrir,
desvelar. Cuando hablamos del pasado tenemos que hablar más bien de
su construcción a partir de unos materiales presentes (los materiales geológicos y
paleontológicos en biología, las reliquias y los relatos en historia), teniendo siempre
en cuenta que esa construcción no puede aspirar a ser, sin embargo, una
reconstrucción íntegra.
Esta objeción, por sí sola, es bastante para hacernos desistir de una interpretación
descripcionista (no constructivista) del darvinismo. Pero además, tuviera Darwin o no
una autoconcepción baconiana de la ciencia, de lo que no cabe la menor duda es de
que en su ejercicio, en su actividad diaria como científico, Darwin seleccionaba sus
temas de investigación, sus experimentos, sus materiales, sus lecturas, &c., de
acuerdo con unos intereses teóricos muy precisos. El proceso que conduce a la verdad
de la modificación de las especies por selección natural es un proceso que tiene
mucho de constructivo y esto se deja ver de modo ubicuo en todos los capítulos de El
origen y en la manera como se van haciendo encajar los materiales de unos capítulos
con los de otros: sobre este carácter constructivo materialista insistiremos en el
apartado cuarto de esta lección.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
33 2.2.2 Interpretaciones teoreticistas
Las filosofías de la ciencia que designamos como teoreticistas se caracterizan porque
ponen «el lugar en el que puede constituirse la verdad científica en el
proceso formal de construcción de conceptos, o de enunciados sistemáticos» (Bueno,
1992-94, v.1:75). El teoreticismo considerará que las ciencias son,
fundamentalmente, construcciones teóricas, sistemas hipotético deductivos cuya
verdad radica, en gran medida, en su propia coherencia interna (formal). El
teoreticismo es una alternativa configurada tras la crítica al descripcionismo, tras esa
crítica que denuncia la imposibilidad de que la realidad pueda ser descrita de un
modo inmediato y neutral, de un modo que deje intacta esa realidad que se describe.
El teoreticismo se configura también como una filosofía de la ciencia ajustada a los
avances científicos más recientes (sobre todo a los avances en la llamada física
teórica: la mecánica cuántica y relativista, la teoría atómica, el principio de
incertidumbre, &c.), porque es en este contexto donde el descripcionismo muestra
más claramente sus limitaciones (¿Qué es lo que describe la ecuación de Einstein o la
de Schrödinger? ¿Cómo hablar de una realidad que no resulta afectada por el
científico después de la formulación del principio de incertidumbre?). El teoreticismo
radical, que niega cualquier papel a la materia, a los «hechos», en la construcción de
las verdades científicas, es una alternativa que, en la práctica, sólo es viable cuando
se aplica a las ciencias formales (que para los teoreticistas explorarían una serie de
posibilidades de construcción teórica que nada tendrían que ver con la experiencia).
Sin embargo, sí existen modulaciones no tan extremas de la posición teoreticista: el
falsacionismo de K.R. Popper, en su libro La lógica de la investigación
científica(Popper, 1934), es, indudablemente, el ejemplo más significativo de
filosofía de la ciencia teoreticista. Efectivamente, según el falsacionismo, la dinámica
de las ciencias exige, en primer lugar, la proliferación de teorías, teniendo en cuenta
que esas teorías nunca podrán encontrar justificación suficiente por vía de la
inducción incompleta: esas teorías no proceden de los hechos, de la experiencia, sino
que surgen a partir de teorías anteriores convenientemente modificadas. En un
segundo momento, las teorías construidas han de poder someterse a falsación, han de
poder contrastarse con los hechos: aquellas teorías que resistan esta prueba de la
falsación serán consideradas teorías científicas verdaderas (provisionalmente, hasta
que sean falsadas); aquellas otras que no superen la prueba serán teorías científicas
falsas. Al margen quedan las teorías que no pueden someterse a falsación: éstas no
pueden considerarse teorías científicas (verdaderas o falsas) sino metafísicas. (La
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
34 necesaria brevedad que se nos impone en el contexto de esta conferencia nos impide
extendernos en una reexposición más detallada del falsacionismo).
Cuando Popper utiliza la filosofía de la ciencia falsacionista como marco para el
análisis del darvinismo en La miseria del historicismo (Popper, 1944-45) y
en Búsqueda sin término (Popper, 1974) llega a la conclusión de que «el darwinismo
no es una teoría científica, sino un programa metafísico de investigación» (Popper,
1974:227), y es un programa metafísico porque no es falsable, porque no es
contrastable. El darvinismo, incluida su crítica al finalismo, es una ideología
pesimista a la que habría que oponer una ideología moderna, optimista, donde el
sujeto individual, con sus innovaciones, sería el motor de la evolución{14}. Además,
según Popper, la teoría de la evolución biológica sería tautológica e incapaz de
realizar predicción alguna (excepto, quizás, la predicción de la gradualidad de la
propia evolución).{15} Los juicios que emite Popper acerca del evolucionismo
biológico, incluyendo los «ocurrentes» añadidos de su teoría de la presión de
selección interna (Popper, 1974:233-239), son, a nuestro juicio, una muestra evidente
de la superficialidad de sus posiciones filosóficas que corre pareja con su ignorancia
de los tópicos más básicos de la biología evolucionista. La biología evolucionista
podrá parecer tautológica cuando analizamos algunas de sus formulaciones que se
mantienen sólo en el terreno de la reexposición teórica, formal, deductiva, del
darvinismo: es en este contexto en el que se argumenta que la explicación de la
adaptación por la supervivencia del más apto y la explicación de la supervivencia
como resultado de la adaptación forman un círculo vicioso, tautológico. Sin embargo,
los biólogos que no se mueven exclusivamente en el nivel de la «deducción de unos
enunciados por otros» sino que trabajan en el campo material del evolucionismo
(comparando organismos, especies, variedades, procesos, &c.), saben perfectamente
que este círculo deja de ser vicioso en la medida en que incorpora una gran cantidad
de materiales (biogeográficos, poblacionales, ecológicos, paleontológicos,
taxonómicos, &c.) y posibilita su organización y su codeterminación. La selección
natural está, en primer lugar, codeterminada por la presión demográfica; depende
también de la naturaleza de las diferencias entre unos individuos y otros y del modo
como esas diferencias interactúan con un medio específico que puede cambiar;
además, se pueden establecer analogías entre unos procesos de adaptación y de
selección y otros: es este carácter sistemático y comparado el que hace que sea
completamente formal el hablar de un círculo vicioso (vid. Caplan, 1977). En el
límite, puede darse incluso el caso de que un aumento en la eficacia biológica pueda,
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
35 por encima de cierto límite, no ser adaptativo: el depredador que «mejora» su capacidad de
capturar a una determinada presa puede determinar la extinción de ésta y poner en peligro,
de paso, la suya propia.
Por otra parte, es absolutamente falso que el evolucionismo biológico no sea
contrastable pues hay numerosos ejemplos, no sólo de especies nuevas creadas
artificialmente sino también de análisis de procesos de especiación natural en lapsos
relativamente breves (vid, Jones, 1981). Las concepciones teoreticistas de la ciencia,
cuando toman la física como ciencia de referencia, suelen insistir en la incapacidad
de la biología evolucionista para producir predicciones. La idea de que la
característica fundamental de toda ciencia es la capacidad de predecir fenómenos
nuevos es una idea de procedencia positivista. Podríamos citar como uno de los
lugares donde más radicalmente se defiende esta idea las Cartas de un habitante de
Ginebra a sus contemporáneos (1803) de Saint-Simon donde aparece ligado el
prediccionismo a un fuerte reduccionismo fisicista. Sin embargo, para nosotros, esta
característica de la predictibilidad no puede considerarse como un rasgo gnoseológico
general a toda ciencia: por ejemplo, resulta difícil interpretar qué pueda significar en
las ciencias formales; incluso en la física la predecibilidad tiene un alcance muy
limitado que no se debería olvidar. En todo caso, es erróneo decir que el darvinismo
no produce predicciones: la teoría de la evolución permite predecir nuevos
fenómenos del campo de la biología en un sentido muy parecido a como la tabla
periódica de los elementos químicos predijo la existencia de nuevas sustancias
simples. El mismo Darwin efectuó alguna de esas predicciones: por ejemplo, contra
el argumento de Kölliker de que no existían en el registro fósil formas de enlace entre
organismos, predijo la aparición de formas fósiles de transición. Y esta predicción se
cumplió ya en 1861 con el descubrimiento, en las canteras de Solnhofen, del primer
especimen de archaeopteryx (incluido por Darwin en la segunda edición de El
origen) que es una forma transicional clara entre reptiles y pájaros. Un poco más
tarde se encontrarían los restos delcompsognathus, dinosaurio bípedo que se
considera un eslabón entre reptiles y aves. También se encontraron, todavía en vida
de Darwin, carnívoros fósiles reconocidos como formas intermedias entre organismos
pasados y actuales. Esta predicción de Darwin también permite clasificar mejor
(filogenéticamente) ciertas «formas de enlace» vivas como el pez pulmonado. Esta
misma predicción se confirma contínuamente conforme el registro fósil se va
haciendo progresivamente más denso.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
36 El juicio popperiano que clasifica al darvinismo como una teoría metafísica implica situar
la evolución biológica al lado de otras construcciones que efectivamente lo son como el
argumento ontológico de San Anselmo, las vías tomistas para la demostración de la
existencia de Dios o la idea de Espíritu absoluto de Hegel. Es decir, implica suponer
que desde los conceptos de unidad de estirpe, de descendencia con modificación de
las especies y de selección natural no se puede progresar de modo racional al mundo
de los fenómenos biológicos lo mismo que es imposible este progreso desde las ideas
de Dios, de Alma o de Espíritu absoluto. (Que en las verdades científicas se pueda
progresar desde las esencias a los fenómenos no implica, desde luego, que se pueda
dar cuenta íntegramente de todos los fenómenos en sus múltiples determinaciones,
pero sí, al menos, de algunos). La historia de la biología de este último siglo después
de Darwin abunda en pruebas sobre cómo desde los conceptos evolucionistas se
progresa a nuevos fenómenos, fenómenos que, muchas veces, se dibujan y se
construyen gracias al darvinismo. Por añadir algunos ejemplos más a los ya citados:
la mayoría de los fenómenos paleoantropológicos conocidos, el estudio de la
resistencia de las bacterias a los antibióticos, el estudio de la resistencia de
determinados insectos al DDT, la construcción de nuevas especies por poliploidía
como la Raphanobrassica de Karpetchenko, &c.
Por último, no podemos dejar de mencionar la circunstancia (quizás no deseada por
Popper, pero los deseos aquí no cuentan) de que el creacionismo más confusionista y
anticientífico de la segunda mitad de este siglo se ha apoyado frecuentemente en los
diagnósticos hechos en La miseria del historicismo y en Búsqueda sin
término. Citando a Popper como argumento de autoridad, algunos de estos nuevos
creacionistas se congratulan de que la teoría de la evolución sea solamente eso, una
teoría, y, por tanto, una teoría al lado de otras (como el creacionismo adámico): en el
fondo, una cuestión de creencias o de gustos. Otros, como Etienne Gilson, presentan
el evolucionismo biológico como una teoría filosófica y, a la vez que ensalzan al
Darwin científico, disculpan y condenan ese Darwin que se metió a filósofo (en su
teoría de la evolución) y se dejó confundir por el materialismo (Gilson, 1976).
2.2.3 Interpretaciones adecuacionistas
Llamamos adecuacionismo a un conjunto de filosofías de la ciencia que se
caracterizan «en primer lugar, por distinguir, en los cuerpos de las ciencias,
una forma (lingüística, conceptual, teórica, &c.) y una materia (empírica, real, &c.),
y, en segundo lugar, por definir la verdad científica como correspondencia
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
37 (adaequatio) entre las construcciones formales de las ciencias y la materia empírica o real
constitutiva de sus campos» (Bueno, 1992-94, v.5:1375).
Distinguimos dos modulaciones ligeramente diferentes a la hora de especificarse más
este esquema adecuacionista general que acabamos de formular: en primer lugar, el
adecuacionismo que vamos a llamar «realista» y, en segundo lugar, el
adecuacionismo «neutro».
En su versión realista, el adecuacionismo es una filosofía «representacionista» de la
verdad científica por cuanto entiende que ésta no es sino la representación adecuada
de unos hechos y, en el límite, de una realidad (que se postula como existente
independientemente de su representación). La representación puede situarse en el
entendimiento (como en la versión tomista o en la de Maritain) o en el lenguaje
(como en la versión de Tarski).
El adecuacionismo neutro estaría representado eminentemente por las filosofías de la
ciencia estructuralistas (Sneed, Stegmüller, Moulines). El estructuralismo es
adecuacionismo por cuanto supone la correspondencia entre una teoría nuclear y unas
supuestas aplicaciones de esa teoría (que son las que permiten considerarla como
verdadera). El estructuralismo es adecuacionismo neutroporque, una vez admitido lo
anterior, no centra su atención, como sería de esperar, en precisar cómo es posible esa
correspondencia postulada, es decir, no toma partido acerca de en qué consiste esa
adecuación que, sin embargo, presupone. Por el contrario, dejando de lado ese
problema central (central con respecto a los presupuestos de su propia teoría de la
verdad científica y a su crítica a descripcionistas y teoreticistas), el estructuralismo
deriva hacia una reconstrucción conjuntista de la supuesta teoría nuclear,
reconstrucción que guarda un indudable parecido con los análisis clasificados unos
párrafos más arriba como logicistas.
Un ejemplo de análisis del darvinismo desde las posiciones del adecuacionismo
realista nos lo ofrece Ernst Mayr en su libro Una larga controversia: Darwin y el
darwinismo (Mayer, 1991:85 y ss.). Según el célebre profesor emérito de la
Universidad de Harvard, los componentes del modelo explicativo de Darwin de la
selección natural son cinco hechos y tres inferencias. Tres hechos darían lugar a la
primera inferencia. «Hecho 1: Crecimiento exponencial potencial de las poblaciones
(superfecundidad)(Fuente: Paley, Malthus y otros). Hecho 2: Estabilidad de estado
estacionario observada en las poblaciones (Fuente: observaciones universales). Hecho
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38 3: Limitación de los recursos (Fuente: observación reforzada por Malthus)». De estos tres
hechos surgiría la primera inferencia realizada por Malthus: «Inferencia 1: Lucha por la
existencia entre los individuos (Autor de la inferencia: Malthus)». Esta primera inferencia
se combinaría con los hechos 4 y 5 para dar lugar a la segunda inferencia. «Hecho 4:
Unicidad del individuo (Fuente: criadores de animales, taxónomos). Hecho 5:
Heredabilidad de gran parte de la variación individual (Fuente: criadores de
animales)». Como hemos dicho, la combinación de la primera inferencia con estos
dos últimos hechos daría lugar a la segunda inferencia: «Inferencia 2: Supervivencia
diferencial, es decir, selección natural (Autor de la inferencia: Darwin)». Esta
segunda inferencia conduciría, a su vez, sin necesitar del concurso de más hechos, a
una última inferencia, a saber: «Inferencia 3: A través de muchas generaciones,
evolución (Autor de la inferencia: Darwin)» (véase el cuadro adjunto tomado
directamente de la obra de Mayr 1991:86). Los presupuestos del adecuacionismo
realista son, en esta interpretación, explícitos: en primer lugar, se afirma la necesidad
de diferenciar dicotómicamente entre «hechos» e «inferencias teóricas» como
componentes del modelo de Darwin; en segundo lugar, se da un esquema de cómo
esas inferencias teóricas y esos hechos se adecuan en el modelo de la evolución por
selección natural. Al final, el modelo se interpreta como una representación adecuada
de los hechos, de la realidad empírica. Una concepción adecuacionista realista de El
origen sería, muy probablemente, la que tenía el propio Darwin quien, al resumir su
libro en la «Recapitulación» (cap. XV) lo define como una argumentación compuesta
por hechos y deducciones.
El adecuacionismo realista de E. Mayr da por supuesto que el crecimiento
exponencial potencial de las poblaciones, la limitación de los recursos, la estabilidad
de estado estacionario de las poblaciones, la unicidad del individuo y la heredabilidad
de gran parte de la variación individual son «hechos», es decir, son observaciones que
se nos presentan con claridad, sin más, de un modo que quizás podríamos llamar
«intuitivo», y que no incluyen ni suponen nigún componente teórico. Estos hechos
serían evidentes en sí mismos, independientes de cualquier posición teórica que se
mantenga, y accesibles de una manera directa (no mediada por teorías pues por esa
razón los llamamos «hechos»). Sin embargo, nada está más lejos de la realidad pues
esto que Mayr llama «hechos» son en realidad construcciones muy complejas con
cantidad de presupuestos teóricos implícitos: por ejemplo, el crecimiento exponencial
potencial de las poblaciones no es propiamente un hecho si es que ese crecimiento es
«potencial» (es decir, no se da efectivamente); la limitación de los recursos no tiene
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
39 sentido en términos absolutos pues será siempre una limitación respecto de unas
poblaciones que han de tener un determinado crecimiento «potencial» (postulado, pero no
empírico); la heredibilidad de gran parte de la variación individual es más bien una
hipótesis teórica que habría costado muchos años confirmar; la estabilidad de estado
estacionario de la poblaciones no puede considerarse como una estabilidad
«observada» sino como una construcción teórica acerca de la «economía de la
naturaleza». En el esquema de Mayr nos asisten las mismas razones para decir que el
crecimiento exponencial potencial de las poblaciones es un «hecho» como para decir
que la lucha por la existencia de los individuos, una vez establecida, es también un
hecho (aunque para Mayr sea una inferencia teórica). Realmente lo que ocurre es que
Mayr llama «hechos» a las verdades establecidas en un momento dado, perdiendo de
vista que esas verdades implican, a su vez, inferencias teóricas y observaciones no
neutrales sino guiadas, organizadas y determinadas por las expectativas de ciertas
hipótesis. Por eso, el análisis histórico de Mayr aunque, en el mejor de los casos,
pueda darnos cuenta del modo como fueron ocurriéndosele las cosas a Darwin (y en
esto se parecería a esa perspectiva del ordo inventionis propia del enfoque que hemos
llamado psicológico), no puede, sin embargo, dar cuenta de por qué la evolución
biológica es una verdad y es una verdadcientífica. La adecuación entre hechos e
inferencias tomada como criterio de verdad deja de funcionar en el momento en que
esos supuestos hechos están también, a su vez, cargados de inferencias, de modo que
el esquema de ajuste propuesto (con cinco hechos y tres inferencias) se disuelve, se
desintegra.
El adecuacionismo realista supone tener acceso a los hechos (por una vía directa que
no implique la mediación de ningún componente «teórico») y tener también acceso a
las teorías (por una vía que no sea en ningún sentido empírica) para poder comparar
los unos con las otras y decidir acerca de su adecuación. Por esta razón, este
adecuacionismo comparte con el descripcionismo gnoseológico una dificultad básica:
la imposibilidad de acceder a los «hechos» de una manera no interpretativa, neutral,
inmediata que deje a esos hechos intactos. Ya Darwin, en el texto antes citado de su
carta a Henry Fawcett, se había dado cuenta de que «toda observación debe ser hecha
a favor o en contra de un punto de vista si es que ha de servir de algo», lo cual es
tanto como reconocer que los hechos, independientemente de las teorías, no existen.
Pero, una vez admitido esto, resulta entonces ineludible llevar a cabo una
rectificación radical de la propia distinción entre hechos/teorías: este es el objetivo de
las filosofías de la ciencia circularistas.
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40 El libro de Magí Cadevall titulado La estructura de la teoría de la evolución (Cadevall,
1988) sería un ensayo de interpretación de El origen desde las posiciones que nosotros
caracterizamos como adecuacionismo neutro. La obra de Cadevall comienza con una
crítica a los modelos epistemológicos del positivismo lógico, del popperismo, de la
teoría de los programas de investigación de Lakatos y de la concepción semántica de
la verdad. Cadevall defiende el carácter empírico y la contrastabilidad del
evolucionismo, e intenta precisar en qué sentidos puede decirse que la teoría de la
evolución es una teoría explicativa. Independientemente de nuestras coincidencias
con algunos extremos de esas críticas (al positivismo lógico, a Popper, a Lakatos,
&c.), nos parece, sin embargo, que la propuesta estructuralista de Cadevall no llega a
rebasar muchas de las posiciones que ella misma critica: concretamente no llega en
ningún momento a rebasar la concepción dicotómica de la ciencia como conjunto de
hechos y teorías. Efectivamente, la filosofía de la ciencia estructuralista distingue
explícitamente dos esferas autónomas: la «teoría» y las llamadas «aplicaciones» que
desempeñan el papel de los «hechos» (en nuestra terminología diríamos que cumplen
el papel de materia, aunque esta palabra sea evitada por el estructuralismo, como si
así se pudiera conjurar la presencia de unas ideas que están, inevitablemente,
funcionando). «La teoría -dice Cadevall en la p. 60- es una estructura matemática o
conjuntista que contiene leyes de algún tipo y que no menciona ningún nombre
propio. Las aplicaciones de la teoría son sistemas físicos que podemos especificar
mediante nombres propios». Lo curioso es que, para Cadevall, prácticamente todos
los contenidos de El origen caerían del lado de las aplicaciones pues «la
paleontología, la biogeografía, la taxonomía, la embriología se convierten en
aplicaciones de la teoría evolucionista» (p. 52 y cap. VI). Se postula, además, que el
núcleo central teórico es el que da unidad al conjunto de las disciplinas evolutivas: la
unidad viene dada por la teoría, no por los hechos, la unidad es, por tanto, formal, no
material. En algún momento se encarece la importancia de esas aplicaciones, con el
objeto de defender un cierto realismo, pero nunca llega a precisarse cómo se produce
el ajuste, la correspondencia, entre el núcleo teórico y las aplicaciones (que habremos
de suponer no-teóricas): precisamente clasificamos a este estructuralismo como un
adecuacionismo neutro porque no llega a tomar partido acerca de este problema
gnoseológico central. Si acaso, lo único que sí parece poder adivinarse es que la
teoría guarda con respecto a sus aplicaciones las relaciones que guarda un todo
distributivo con respecto a sus partes. En el todo distributivo, las partes son
independientes las unas de las otras a la hora de conformar ese todo: en el esquema
de Cadevall las aplicaciones son independientes unas de otras y la teoría evolutiva se
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41 distribuye íntegramente en cada aplicación. Si esto es así, y si las «aplicaciones» son esas
disciplinas evolutivas que cita Cadevall, entonces sí estamos en condiciones de denunciar
un grave error de la interpretación estructuralista pues, como veremos en el apartado
cuarto, las relaciones que median entre biogeografía, embriología, genética de
poblaciones, ecología, sistemática, morfología, paleontología y etología (por citar las
disciplinas evolutivas a que hace referencia Cadevall) no se pueden reducir, de
ningún modo, a las relaciones entre partes de un todo distributivo.
Pues bien, una vez hecha esta distinción entre teoría y aplicaciones, el estructuralismo
se embarca en la tarea de axiomatizar la parte teórica de la ciencia por medio de la
teoría de conjuntos dando lugar a una «axiomatización jerarquizada» que es, en
realidad, una reconstrucción lógico-matemática de algunos tramos de «ciencia
representada» (dejando para mejor ocasión la «ciencia ejercida» que cae del lado de
las «aplicaciones»). El bajo rendimiento que este análisis logra cuando se aplica al
estudio de la biología evolucionista podría tener que ver con la propia naturaleza de
la «revolución lógica» implícita en el darvinismo. Gustavo Bueno, en la conferencia
impartida en este mismo ciclo con el título de «La scala naturae y la lógica de la
evolución», supone que la revolución lógica introducida por Darwin reside en la
sustitución de todos y partes (géneros y especies) característicos de la lógica de clases
por todos y partes que guardan entre sí las relaciones del género plotiniano, ese
género concebido como género generador de las especies y de los nuevos géneros. Si
esto fuera así, no tendría nada de particular que los análisis conjuntistas de la biología
evolucionista encuentren dificultades a la hora de tratar con esas totalidades
evolutivas (eminentemente los phyla) pues en estas totalidades es necesario tener en
cuenta las relaciones sinalógicas. Son relaciones sinalógicas aquellas que se
establecen entre términos mediante vínculos de continuidad, contigüidad o contacto
espacial o causal (Bueno,1992-94, v.5:1432). Estas relaciones sinalógicas pueden ser
de naturaleza muy diversa, desde las relaciones sinalógicas presentes en la
recombinación genética propia de la reproducción sexual hasta las relaciones
sinalógicas dadas en los ecosistemas y las cadenas tróficas. Los géneros plotinianos y
las relaciones sinalógicas se dejan reducir mal a la lógica de clases. Además, algunas
de estas relaciones sinalógicas entre términos del campo biológico son relaciones
sinectivas, relaciones necesarias e imprescindibles entre dos o más términos a pesar
de su diversidad: las relaciones de las células con el medio intercelular son de este
tipo; también son de este tipo las relaciones implicadas en el heterotrofismo o las
relaciones de cohesión interna de ciertas poblaciones biológicas. Por todas estas
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42 razones, cuando se intenta dar cuenta de las relaciones filogenéticas y ecológicas en
términos conjuntistas lo más que se logra es una paráfrasis trivial y muy artificiosa de
algunos enunciados evolucionistas (enunciados que se entienden igual de bien o incluso
mejor si se formulan con precisión en un lenguaje nacional). Esta paráfrasis puede
incluso llegar a encubrir la propia realidad que intenta aprehender, dado que los
materiales de la categoricidad biológica (desde luego, los términos materiales propios
de esa categoría pero también las relaciones -como quedó dicho-, y las operaciones
específicamente biológicas) son de distinta naturaleza que los materiales del álgebra.
Singularmente, hay un extremo en que la metáfora conjuntista resulta especialmente
desafortunada: nos referimos a las operaciones. Esto es así porque el concepto
conjuntista de operación parece tener que aplicarse sobre unas totalidades
perfectamente definidas, si es que deben poder ser representables gráficamente. Por el
contrario, las operaciones características de la categoricidad biológica (por ejemplo,
las operaciones de hibridación, las operaciones quirúrgicas de los fisiólogos con
fístulas, con quimógrafos, &c.) no generan esas totalidades tan perfectas sino que nos
ponen en la inmanencia de un campo in fieri, imperfecto o infecto, indeterminado o
indefinido en muchas de sus partes, inacabado, irregular.
El éxito que pueda llegar a cosechar el estructuralismo en el gremio de los filósofos
de la ciencia, como en el caso del enfoque logicista, obedecería a dos razones: lo
costoso que resulta (en términos de tiempo) llegar a advertir la trivialidad de este
estructuralismo, y la circunstancia de que esos estructuralistas se presentan como
miembros de una comunidad de «filósofos científicos especialistas», como si esa
cofradía fuese homologable con los grupos de investigación existentes en las ciencias
efectivas.
§3 La idea de identidad sintética
Cuando hablamos de las diferentes interpretaciones gnoseológicas de la verdad del
evolucionismo nos referimos a cuatro tipos básicos de teorías de la ciencia y cada uno
de ellos llevaba asociada una determinada idea de verdad científica: la verdad como
desvelamiento, en el descripcionismo; la verdad como coherencia, en el teoreticismo;
y la verdad como correspondencia en el adecuacionismo; nada dijimos entonces
acerca de la idea de verdad científica del circularismo. Nuestra crítica a las tres
primeras concepciones acerca de la verdad científica reiteraba en todos los casos la
imposibilidad de hacer una distinción dicotómica entre hechos y teorías que nos
permitiese referirnos a unos hechos accesibles al margen de todo supuesto teórico (en
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43 el descripcionismo), o a unas teorías elaboradas al margen de toda experiencia empírica
(en el teoreticismo), o a ambas cosas a la vez (en ese adecuacionismo que exige la
dicotomía para luego postular la correspondencia). Ahora bien, si somos consecuentes con
nuestras críticas, es evidente que la división de la realidad en hechos y teorías habrá
de ser retirada: no habrá «hechos puros», y lo que llamamos parte empírica de las
ciencias estará inevitablemente inundada de supuestos teóricos (más o menos
explícitos); recíprocamente, no existirán «teorías puras» ni ciencias formales puras
pues toda construcción, por teórica que parezca, tendrá que estar dada en cierto
contexto material. Si aceptamos que hechos y teorías no se pueden separar, entonces
la verdad científica no podrá residir en los hechos (como en el descripcionismo) ni en
las teorías (como en el teoreticismo), ni tampoco en la correspondencia
hechos/teorías (del adecuacionismo) pues esa correspondencia pide la separabilidad
que estamos negando. De este modo, se nos han ido cerrando los caminos por los que
transitan buena parte de las filosofías acerca de la verdad científica. Siendo así, la
opción circularista se nos presenta, en este momento, como negación de esas otras
opciones que hemos tenido que descartar pero, precisamente por su carácter
eminentemente crítico, parece, en un principio, incapaz de generar una idea de verdad
científica alternativa. En estas circunstancias, no elegimos esta opción porque
presente una solución inmediata a las dificultades que venimos planteando sino,
sencillamente, porque es la única que nos queda, si es que sostenemos
consecuentemente las críticas realizadas.
Definimos el circularismo en filosofía de la ciencia como aquel conjunto de teorías
que supone que las relaciones entre las multiplicidades formales y materiales de las
ciencias se ajustan a esquemas circulares, de modo que ambos tipos de
multiplicidades se codeterminan mutuamente de forma constante. Pero el
circularismo, así entendido, resulta indeterminado, y de él no se deduce ninguna idea
de verdad científica concreta. El circularismo materialista supone una especificación
de ese esquema general en dos sentidos: en primer lugar, por cuanto interpreta que
esas multiplicidades (formales y materiales) nunca son independientes del plano de
las operaciones que los sujetos realizan con objetos corpóreos; en segundo lugar,
porque supone que los esquemas circulares que puedan establecerse tienen unos
límites, que son los que definen el campo de cada ciencia y las franjas de verdad de
cada teorema, y que, por tanto, no tiene sentido hablar de una circularidad referida a
la totalidad de los fenómenos existentes.
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44 Desde esta filosofía circularista materialista se supone que la esencia de la verdad
científica tiene que ver con la identidad entre algunos términos del campo de una ciencia.
La verdad de una ciencia no será, en ningún caso, extrínseca a los materiales propios del
campo de esa ciencia sino que será específica de los materiales característicos de cada
campo. Esa identidad, aunque se formula mediante proposiciones, se construye y
resulta de las operaciones con los objetos corpóreos y de las relaciones entre los
distintos materiales. Es, por tanto, una construcción que exige objetos, operaciones
quirúrgicas y relaciones materiales. Por eso, consideramos que esa identidad es una
identidad sintética. Ahora bien, la identidad, tal como la entiende el materialismo
filosófico, no debe confundirse con la propiedad de la reflexividad. La interpretación
que pone el núcleo de identidad en la reflexividad está a menudo ligada a modos de
entender la verdad científica como si ésta se situara exclusivamente en un plano
proposicional. Es una idea de identidad deducida de la lógica formal y de las
matemáticas o, dicho con mayor precisión, de una interpretación de la lógica formal y
de las matemáticas que es, ella misma, formalista. En todo caso, además, para la
teoría del cierre categorial, la relación de reflexividad no es nunca una relación
primitiva, ni siquiera en el contexto tecnológico tipográfico de la lógica formal, sino
que, por el contrario, no sólo es una propiedad derivada de otras (por ejemplo, de la
simetría o de la transitividad) sino que es una propiedad límite, resultado de un
proceso constructivo dialéctico. Se trata de un concepto límite, como pueda serlo la
clase vacía en lógica de clases. La clase vacía es una clase que no es clase (pues no
tiene elementos) pero, sin embargo, es necesaria, dialécticamente, si es que se quiere
llegar a cerrar un sistema operatorio en el que figuran operaciones como la
intersección de conjuntos (pues esa intersección, cuando se lleva al caso límite de la
intersección de conjuntos disjuntos, exige la clase vacía).
La identidad sintética, para el materialismo gnoseológico, se diferencia también de la
igualdad pues la identidad de la que estamos hablando, muchas veces, se abre paso a
través de situaciones de desigualdad, de situaciones en las que no se aplican las
propiedades de la simetría, la transitividad y la reflexividad. Esto es especialmente
frecuente en las ciencias biológicas donde las relaciones biológicamente más
significativas entre los organismos de una biocenosis no son, desde luego, relaciones
de igualdad; incluso refiriéndonos a organismos de una misma especie, la igualdad
entre esos organismos puede considerarse, en muchos aspectos, abstracta, frente a las
desigualdades efectivas que son el material mismo del proceso de descendencia con
modificación.
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45 La relación de identidad, según lo dicho, exige siempre una construcción material (o una
multiplicidad de construcciones): esta es la razón de que hablemos de identidad sintética.
Ahora bien, desde un punto de vista semántico (y aunque toda identidad sea, por su
génesis, constructiva, material, operatoria), el contenido de la identidad puede ir
referido a la esencia o a la sustancia. Los términos griegos isos y autos se referirían
respectivamente a una identidad esencial y sustancial. En la reinterpretación que el
materialismo de Gustavo Bueno hace de las relaciones materia/forma, la idea de
sustancia queda definida como «invariante de las transformaciones sinalógicas»: un
ejemplo de esta invariancia podría ser el punto donde se cortan las diagonales de un
rectángulo como invariante (por tanto, sustancialmente idéntico) en relación con
ciertos giros, rotaciones, etc. Como ya dijimos, llamamos «sinalógica»
(de synallaso = «juntar, casarse») a aquella unidad que se produce por contigüidad,
por ajuste, y produce una totalidad atributiva, como la unidad del tipo llave-cerradura,
mientras que la unidad isológica es una unidad de tipo distributivo (donde las partes
de la relación son sustitubles) que en el límite nos remite a la igualdad. «La identidad
esencial es un modo extremo de unidad isológica, así como la identidad sustancial lo
es de la unidad sinalógica» (Bueno, 1992-94, v.1:152). Pues bien, las identidades
sintéticas que conforman las verdades científicas exigen simultáneamente identidades
sustanciales y esenciales.
La idea de verdad científica no se confunde, sin embargo, con la idea de identidad
sintética porque no toda identidad sintética constituye una verdad en sentido estricto,
gnoseológico. La razón es que cabe distinguir dos tipos generales de identidades
sintéticas: las identidades sintéticas esquemáticas y las identidades sintéticas
sistemáticas. Las identidades esquemáticas (o «esquemas de identidad») son
configuraciones que resultan de las operaciones. La configuración «circunferencia»
en Geometría sería un ejemplo de identidad esquemática: el esquema material de
identidad será aquí la equidistancia de los puntos de la circunferencia con respecto
del centro, y la operación que genera la circunferencia podría quedar descrita como
«trazar arcos sucesivos con el compás». La idea de especie exclusivamente
morfológica y los sistemas de clasificación «artificiales», anteriores al darvinismo,
pueden considerarse esquemas materiales de identidad cuando se contemplan desde
el teorema de Darwin o desde la teoría sintética de la evolución (si se supone que
éstos son ya identidades sintéticas sistemáticas). Estos esquemas materiales de
identidad son imprescindibles para la construcción de las verdades científicas puesto
que a partir de los elementos primarios de una ciencia, dados sin ninguna
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46 configuración especial (por ejemplo, los puntos y las rectas, en Geometría o los
organismos individuales en biología), esas verdades no se podrían construir. Por su parte,
las identidades sintéticas sistemáticas son construcciones que exigen el entrelazamiento de
varias identidades esquemáticas (o esquemas de identidad). En el ejemplo geométrico
anterior, esa misma circunferencia con sus radios, sus diámetros, sus arcos, &c., en la
que se puede inscribir un triángulo cuya hipotenusa sea el diámetro, genera un
contexto que hace posible el entrelazamiento entre esas diferentes identidades
esquemáticas (de radios, de diámetros, de rectas secantes), y la construcción de la
identidad sintética sistemática en que consiste el teorema del triángulo diametral.
Precisamente, en los apartados siguientes intentaremos analizar los esquemas de
identidad que se entrelazan y reajustan en la construcción de la identidad sistemática
del «teorema de Darwin». Ahora bien, siguiendo con nuestro ejemplo geométrico,
para poder decir que ese conjunto formado por la circunferencia y los triángulos
inscritos constituyen una multiplicidad de identidades esquemáticas hace falta que el
propio teorema del triángulo diametral esté ya construido como identidad sistemática.
Igualmente, sólo desde el modelo de la evolución de Darwin podrá decirse que ciertas
construcciones (taxonómicas, biogeográficas, geológicas, &c.) cumplen el papel de
identidades esquemáticas.
Es necesario insistir una vez más en que el contexto material en el que se construye
una identidad sintética sistemática es siempre un contexto limitado a unas
determinadas clases de fenómenos y a unos contextos materiales finitos. Es este
carácter finito el que hace que el circularismo por el que hemos caracterizado la
teoría del cierre categorial sea un circularismo que exige determinar los materiales
característicos de cada ciencia, de modo que una verdad científica esté limitada
siempre a un conjunto específico de fenómenos susceptible de ser desconectado de la
totalidad del mundo.
Los teoremas de las ciencias son identidades sintéticas sistemáticas. El teorema es,
desde el punto de vista gnoseológico, la unidad funcional básica de una ciencia.
Ahora bien, para que el campo de una ciencia llegue a constituirse como tal, para que
pueda llegar a tener lugar su «cierre categorial», es necesario que se dé una
multiplicidad de teoremas entrelazados. Esos teoremas estarán regidos por el mismo
conjunto de principios gnoseológicos. Por esta razón, al analizar el «teorema de
Darwin» tendremos que hacer alguna mención, por breve que sea, a la «topología»
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47 del campo de la biología posdarvinista y a los principios gnoseológicos que definen ese
campo.
§4. El origen de las especies entendido como la construcción de una identidad
sintética sistemática
Prácticamente nadie duda hoy de la importancia que para la biología ha tenido El
origen de las especies como el lugar donde se exponen de un modo suficientemente
pausado y sistemático los contenidos de lo que pasó a llamarse la teoría de la
evolución biológica, y tampoco nos parece necesario insistir en este foro acerca del
lugar central que la teoría darvinista ocupa en el campo de la biología: podría decirse
sin exagerar que el cierre categorial biológico (y, por tanto, la constitución de la
biología como ciencia en sentido moderno, estricto) tuvo lugar por medio del
darvinismo (acompañado, sin duda, de otros teoremas como la teoría celular y los
teoremas de la genética y la biología molecular). No se trata aquí, por tanto, de
reivindicar la verdad de la teoría de la evolución, ya que eso nos parece
improcedente. A pesar de las refluencias creacionistas que han llevado a dos
presidentes recientes de los E.U.A. a defender nuevamente, en plena década de los
ochenta, el relato adámico, la teoría de la evolución, en su última versión
(precisamente llamada teoría sintética), goza hoy de una inmejorable salud y de un
potencial indudable para guiar la moderna investigación en biología. Esos presidentes
creacionistas, aunque hayan sido personajes de relevancia en la historia política
reciente, no pasarán a la historia de la ciencia como grandes científicos, y sus
declaraciones antievolucionistas sólo son un indicio de la falsa conciencia que les
envuelve y, quizás también, interpretadas en términos sociológicos, de una situación
educativa degradada en la democracia más poderosa del mundo. Por tanto, en vez de
dedicarnos a una reivindicación innecesaria e inoportuna (pues la discusión de lo que
es verdad o no en una ciencia compete, como ya hemos dicho al principio, a sus
propios científicos), se trataría más bien de ver cómo debe ser entendida esa verdad
científica, cuáles son sus principales constituyentes, dónde radica su objetividad,
cómo fue posible su constitución y, por último, cuáles son sus límites internos. En
todo caso, aun descartando la necesidad de volver sobre la discusión del relato
adámico, en nuestro análisis tendremos que tomar en consideración, inevitablemente,
las dificultades que se han puesto al teorema de la evolución desde dentro del propio
campo biológico.
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48 4.1 ¿Qué significa interpretar El origen como identidad sintética? La biología
evolucionista como parte constitutiva de nuestra realidad presente
La cuestión que plantea este epígrafe afecta al estatuto ontológico que concedemos a las
verdades científicas. Hemos negado que el darvinismo pueda ser considerado una
descripción de la realidad exterior, una descripción que nos muestre la realidad
dejándola intacta. Hemos negado también que la evolución pueda entenderse como
una teoría, más o menos especulativa, en el límite, metafísica (como cree Popper),
una teoría, quizás, al lado de otras (creacionistas, procesionistas, &c.). Hemos
negado, incluso, que la evolución biológica pueda entenderse como una hipótesis
cuya verdad radicara en adecuarse a los hechos, en adecuarse a una realidad a la que
representa fielmente (como un modelo tecnológico, una esfera armilar o un
planetario, por ejemplo, pretende ser una representación de una realidad externa a él).
La inexistencia presente de esos «hechos evolutivos», que son, por definición,
pasados, es una de las razones más poderosas (aunque, desde luego, no la única) para
descartar las concepciones descripcionista y adecuacionista a la hora de enjuiciar el
estatuto ontológico y gnoseológico del evolucionismo. Pero, entonces, ¿cómo debe
ser entendida la verdad de la evolución?
Las verdades científicas y, por tanto, la evolución biológica, se refieren efectivamente
a la realidad, no son construcciones espurias o especulaciones vacías producto de una
«razón raciocinante». Pero se refieren a la realidad no porque «penetren en ella» o «la
representen adecuadamente» sino «porque son ciertas partes de la realidad misma
las que quedan incorporadas a las cadenas constitutivas del cuerpo
científico» (Bueno, 1992-94, v.3:900). De este modo, la realidad ha de considerarse
como un proceso in fieri dependiente, en muchos de sus tramos, de la propia
construcción de las verdades científicas. Así, se va conformando una especie de
«hiperrealidad», una realidad «ampliada» que tiene en cuenta no sólo aquello que se
aparece directamente a nuestros sentidos (las apariencias, los fenómenos) sino
también aquello que actúa y determina lo existente, aunque no lo percibamos: las
ondas electromagnéticas o gravitatorias, las estructuras atómicas, o los procesos
evolutivos biológicos{16}. Por eso la función más característica de las ciencias es
esa función de constituir partes importantes de la realidad, es la construcción de una
«hiperrealidad» que se va ampliando simultáneamente al progreso de esas ciencias. Si
es así, las ciencias no describen o representan la realidad sino que son tramos
importantes de la realidad previa existente los que entran a formar parte de las
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49 ciencias para dar lugar a una realidad nueva. Por eso, desde nuestros presupuestos, la
verdad de la biología evolucionista debe entenderse como una verdad que constituye
nuestra realidad presente y que constituye también nuestra propia conciencia lógica.
Nuestra realidad presente no puede prescindir del teorema científico de la evolución
biológica. El creacionismo es un modo claramente irracional de construir esa realidad
pues la creatio ex nihilo no es más que la formulación de un principio, no ya falso,
sino ininteligible. Además, nuestra conciencia lógica quedará al margen de una
cantidad muy importante de fenómenos, de conceptos y de ideas si no tiene presente
la biología evolucionista. Por eso, los que se oponen al evolucionismo biológico
científico renuncian a contar con una parte importante de la realidad actualmente
accesible, y esta renuncia es doblemente penosa cuando estos esquemas racionales se
ven sustituidos por un conjunto de mitos o de ideas metafísicas.
4.2 Argumentos para interpretar El origen como identidad sintética
Trataremos ahora de argumentar por qué El origen de las especies puede considerarse
un lugar donde se formula una verdad científica. Supondremos, de acuerdo con lo
dicho en los párrafos anteriores, que las verdades científicas son identidades
sintéticas sistemáticas donde se entrelazan relaciones isológicas y sinalógicas.
Además, como ya quedó dicho, para la construcción de una verdad científica no
podremos partir de una multiplicidad de términos completamente vírgenes y
desorganizados sino que será necesaria la existencia de conjuntos de términos
enclasados (sin perjuicio de que esas clases se puedan luego rectificar) y organizados
parcialmente de acuerdo con estructuras fenoménicas y esquemas materiales de
identidad. Esto es, efectivamente, como vamos a ver, lo que hace Darwin en El
origen toda vez que él no parte de un magma caótico de fenómenos sino de una serie
de disciplinas en curso (tecnológicas, protocientíficas, científicas) con grados de
desarrollo desigual: la geología, la biogeografía y la paleontología, la morfología y
anatomía, las taxonomías, las técnicas de selección artificial y de hibridación, los
análisis poblacionales, &c. La identidad sintética sistemática estará construida en la
convergencia de ciertas relaciones que se van decantando a partir de estos materiales
organizados en esferas, en principio, heterogéneas. Precisamente, la necesidad de
considerar temas tan aparentemente alejados entre sí hizo que Darwin tuviera que ser,
en la práctica, geólogo, paleontólogo, zoólogo, botánico, fisiólogo, psicólogo. Ello
contribuyó a que la Academia de Ciencias de París le honrara con el calificativo de
«diletante», muestra de una ligereza de juicio (¿fruto, esta vez, de cierto
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50 chauvinismo?) que se coordina bien con el innecesario retraso de la recepción del
darwinismo en la patria de Lamarck. Pues bien, lo que aquellos académicos consideraron
diletantismo es lo que nosotros consideraríamos más valioso al juzgar la obra de Darwin, y
eso, aun teniendo en cuenta que Darwin no estuvo solo pues contó con la ayuda de
prestigiosos geólogos, anatomistas, morfólogos, botánicos, ornitólogos, &c.(sobre
esto diremos algo más en el apartado 4.3). En la perspectiva gnoseológica, lo que a
otros pudo parecer diletantismo es para nosotros la circunstancia que posibilitó la
identidad sintética sistemática, la verdad científica, del teorema de la evolución
biológica.
4.2.1. El teorema de Darwin como modelo
Desde nuestros presupuestos gnoseológicos creemos poder diagnosticar que el núcleo
del teorema de la evolución biológica tiene el formato de un modelo que toma como
patrón el modelo de la selección artificial, aunque sea para introducir en él
importantes modificaciones. De la naturaleza de esas transformaciones tendremos
ocasión de hablar en el apartado siguiente.
No ignoramos, sin embargo, que de la teoría de la evolución se deducen importantes
consecuencias para las taxonomías biológicas, al poder ahora hacer una
reinterpretación filogenética de unas taxonomías basadas hasta entonces en la
morfología, y consideradas inmutables. En este contexto, la analogía y la homología
entre partes de organismos distintos podrá ahora ser explicada en términos de la
comunidad de estirpe. Otras veces la analogía será interpretada como indicio de la
adaptación a medios semejantes. Tampoco nos pasa desapercibido el hecho de que la
evolución biológica implica una re-definición del concepto de especie. El concepto
tipológico, morfológico, deja paso al concepto evolucionista de especie: según este
concepto la especie es un linaje que evoluciona con independencia de otros. Esta
especie evolutiva podrá luego componerse con la especie en sentido biológico y
genético, y desde ella se podrá reinterpretar el concepto morfológico de especie. Por
último, no negamos que la teoría de la evolución biológica, en muchos de sus tramos,
exija razonamientos o demostraciones de carácter proposicional donde se manejan, a
menudo, argumentos apagógicos que, en ningún sentido, pueden considerarse
meramente ornamentales, superfluos. Muchos de estos argumentos tratan de presentar
al evolucionismo como una metodología que se mantiene de intento en la inmanencia
de los procesos biológicos, y que se recorta polémicamente contra la oscuridad de los
esquemas alternativos creacionistas. El propio Darwin, al comienzo de la
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51 «conclusión» de El origen habla de su libro como de «una larga y sola argumentación».
Sin embargo, sin perjuicio de reconocer que estos aspectos de la evolución biológica
(como clasificación, como definición y como demostración) tienen una presencia
importante en la obra de Darwin y en el evolucionismo posterior, nosotros creemos
poder intepretar el teorema darvinista como un modelo, un modelo construido por
analogía con el modelo de la selección artificial. La novedad darvinista frente al
evolucionismo anterior estaría, si no nos equivocamos, en ese modelo y desde él se
irradiaría la organización de esas nuevas clasificaciones, definiciones y
demostraciones que, sin duda, también son partes formales del teorema de Darwin en
cuanto contenidos constitutivos de su franja de verdad. El concepto de especie, por
ejemplo, meramente fenomenológico en las taxonomías predarvinistas, y, en cierto
sentido, anómalo en el transformismo de Lamarck o en el «evolucionismo» de
Chambers, aparece como una necesidad interna del modelo evolutivo de Darwin. La
reinterpretación filogenética de las taxonomías biológicas estaría también
materialmente determinada por el funcionamiento y el rendimiento del modelo. Y
otro tanto ocurriría con las demostraciones.
La relación entre el modelo de la selección artificial y el modelo evolutivo es, en
cierto sentido, parecida a la relación entre el modelo planetario de Kepler y Newton y
los primeros modelos atómicos (el átomo de Rutherford y luego el de Bohr). El
modelo de Kepler tuvo una influencia conformadora sobre el modelo de Rutherford
(mediando entre ambos los consiguientes ajustes y modificaciones) y del mismo
modo el modelo de la selección artificial, con los cambios consabidos, habría influído
sobre el modelo de la selección natural. Sólo que, en el primer caso, era un modelo ya
científico el que se exportaba a otra ciencia, mientras que en el caso de la biología se
estaba importando un modelo tecnológico, el de la mejora animal y vegetal. De
cualquier forma, tampoco es inusual en la historia de la ciencia la importación de
modelos tecnológicos: el modelo del movimiento parabólico está tomado, en
mecánica, de las prácticas de balística, así como el modelo de ciertos ciclos
termodinámicos resulta indisociable de las máquinas de vapor o de los motores de
combustión interna.
Al hacer nuestro diagnóstico del teorema de la evolución biológica como un modelo
no estamos queriendo decir que Darwin comenzara la construcción de ese teorema
partiendo del modelo de la selección artificial, y no porque empezara por otra parte y
llegara al modelo como conclusión, sino porque sabemos, por sus cuadernos de notas,
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52 que Darwin comenzó por varios sitios a la vez (taxonomías, cuaderno A; biogeografía y
registro fósil, cuaderno B; selección artificial y selección natural, cuaderno C; problemas
poblacionales, cuaderno C; materiales sobre el hombre, cuadernos M y N); incluso
sabemos que el interés de Darwin por la selección artificial estuvo, en un principio,
movido por el objetivo de determinar directamente las causas de la variación
(objetivo que Darwin nunca llego a alcanzar), y sólo más tarde empezó Darwin a
interesarse por el proceso de selección en sí mismo. Pero nosotros no pretendemos
afirmar la prioridad cronológica del modelo de la selección artificial, como si en él
hubiera que poner el origen del propio teorema de Darwin, sino que tratamos de
argumentar a favor de su prioridad lógico-material, de su prioridad como
conformador material y organizador de los términos, relaciones y operaciones del
teorema. Nuestro diagnóstico del teorema de Darwin como un modelo no implica que
ese modelo sea originario en el ordo inventionis sino que el formato gnoseológico del
núcleo de ese teorema, una vez construido, es el de un modelo: es ese modelo el que,
internamente a sus partes, hace posible explicar el origen de nuevas especies y la
extinción de especies antiguas, sin la intervención directa del hombre (ni de ningún
Dios creador) como agente de la selección. Ahora bien, ese modelo alcanza un nivel
esencial sistemático (despegando, por tanto, de su génesis tecnológica) gracias a que
en él convergen los materiales de una serie de tecnologías y disciplinas que Darwin
ya encontró en curso, y de las que recopiló información pertinente en los cuadernos
de notas citados. Esta convergencia, que en un primer momento parece meramente
empírica, es la que pide regresar desde una multiplicidad de términos (términos
materialmente diferentes y enclasados en conjuntos según criterios fenomenológicos
diversos) a ciertas relaciones esenciales (sistemáticas) que son las que quedan
definidas en el modelo darviniano de la descendencia con modificación: en particular,
las relaciones filogenéticas y las relaciones de competencia y lucha por la
supervivencia. Y estas relaciones que componen la identidad sintética del teorema
incluyen tanto aspectos isológicos (la igualdad intraespecífica en donde se define la
variación, los principios del actualismo y del uniformitarismo en Geología, &c.),
como sinalógicos (las relaciones filogenéticas, las relaciones de lucha y competencia,
los procesos reproductivos, &c.). Ahora bien, estas relaciones esenciales y, por tanto,
el modelo, no podrán entenderse nunca como relaciones exentas (relaciones dadas en
un plano proposicional o teórico) pues no significarían nada al margen de esos
mismos términos de partida (aunque, ahora, esos términos aparezcan reorganizados
según nuevas clases, y según nuevas relaciones entre clases). A continuación, muy
brevemente y, desde luego, sin pretender en ningún momento ser exhaustivos en
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53 nuestra exposición, vamos a intentar referirnos a algunos de los materiales de esos cursos
constructivos que convergen y piden la construcción de las relaciones sistemáticas
características del modelo evolutivo tal como lo presenta Darwin en El origen.
4.2.2. Los cursos operatorios que confluyen en el modelo evolutivo tal como
aparecen en El origen.
En primer lugar, aunque pueda parecer innecesario por demasiado evidente, hay que
destacar que, en tiempos de Darwin, el ámbito de lo que hoy consideramos biología
es un conjunto de disciplinas muy heterogéneo que giran en torno a ciertas estructuras
fenoménicas (y éstas se nos dibujan comofenoménicas, precisamente, cuando las
evaluamos hoy desde el teorema de la evolución o desde la teoría celular). Un caso de
estas estructuras son los sistemas de clasificación basados en la anatomía, la
morfología y la fisiología comparadas. Los sistemas de clasificación de los
organismos vivos existen ya de un modo meramente práctico, y por eso mismo
parcial, en las culturas preestatales estudiadas por la etnología. La parcialidad de esos
sistemas no debe hacernos ocultar las coincidencias de estas clasificaciones
primitivas con tramos importantes de las clasificaciones aristotélica y linneana. Estas
tecnologías clasificatorias de origen inmemorial se van depurando progresivamente
conforme crece su radio y conforme se va incrementando la comprensión anatómica
y fisiológica de los organismos, y llegan a su culminación predarvinista con los
sistemas de clasificación de las plantas de Linneo y De Candolle y sus homólogos
para los animales de Cuvier y Lamarck. Darwin se encuentra, por tanto, con unos
sistemas de clasificación muy elaborados (y así reconoce su deuda para con Linnneo,
Cuvier o Aristóteles), y con una situación en la que estos sistemas estaban llegando,
en algunos puntos, a los límites de sus propias posibilidades. Un indicio de que esto
es así sería la discusión confusa, arrastrada insistentemente durante todo el siglo
XVIII y la primera mitad del XIX, acerca de cómo debería ser un sistema de
clasificación para poder ser llamado «natural», en contraposición con los sistemas
llamados «artificiales». Otro indicio claro de que esos sistemas clasificatorios
empezaban a ser insuficientes eran los abundantes casos en los que resultaba poco
menos que imposible distinguir entre variedades, subespecies y especies: éste era, sin
duda, uno de los precontextos más claros donde «la cuestión de las especies» se
dibujaba como un asunto problemático, como una anomalía interna a esas disciplinas
clasificatorias. De hecho, parece ser que los problemas taxonómicos que Lamarck se
encontró al tratar con los invertebrados fueron una de las razones que condujeron a
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
54 este autor a sus conocidas posiciones transformistas. Las taxonomías predarvinianas, como
sabemos, están basadas en la morfología, la anatomía y la fisiología comparadas. Estas
disciplinas habían alcanzado un grado de desarrollo y de rigor metodológico notable en la
Europa de la primera mitad del XIX, especialmente, en Inglaterra. Cada una de ellas
tiene sus términos y operadores característicos. La fisiología, por ejemplo, fué
separándose paulatinamente de la morfología conforme lograba aplicar
procedimientos químicos y físicos al estudio de los organismos: las fístulas, el
quimógrafo, la bomba mercurial y el calorímetro respiratorio son algunos de sus
primeros operadores y la primera construcción, desde la química, de una sustancia
orgánica fué, como es bien sabido, la síntesis de la urea por Wöhler en 1828. La
morfología, por su parte, amplió su campo espectacularmente con el
perfeccionamiento del microscopio (el primer microscopio acromático es de 1807)
que trajo aparejado el desarrollo de las técnicas de tinción de tejidos y el invento del
microtomo: Alemania fué, como se sabe, la primera potencia mundial en morfología
microscópica en el XIX. La anatomía comparada de la primera mitad del XIX
también muestra un progreso espectacular de la mano de autores como Cuvier,
Lamarck, Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, Meckel, von Baer, Owen, Huxley,
&c.{17} No podemos, por razones de brevedad, reconstruir toda la historia de estas
disciplinas pero sí, al menos, vamos a llamar la atención sobre ciertos aspectos que
afectan muy directamente a nuestra argumentación. En primer lugar, destacar cómo
estas especialidades tenían tradiciones relativamente independientes dado que exigían
el dominio de técnicas y habilidades diferentes. En segundo lugar, es necesario darse
cuenta de que todas ellas, adoptando una perspectiva comparada más o menos
explícita, fueron determinando las analogías y diferencias entre organismos: de ahí
surgió una primera organización muy sólida del campo biológico no sólo en el
sentido que podríamos considerar más abstracto de la sistemática clasificatoria, sino
en un sentido que, retrospectivamente, podemos interpretar como específicamente
biológico (anatómico, fisiológico, morfológico). Esta organización era, desde luego,
una discriminación de las diferencias entre grupos de organismos pero también trajo
aparejada una sólida fundamentación de las analogías: analogías no sólo de forma
sino también en la composición química y en las funciones fisiológicas. En esa
perspectiva comparada surge el problema de las homologías y se construyen las
primeras teorías acerca de este fenómeno, en particular la teoría del arquetipo de
Owen. Muchas de estas analogías y homologías alimentaron la sospecha del
parentesco entre grupos y, en el límite, la idea de un origen común. Estas ideas, como
es bien sabido, no son de Darwin sino que son comunes a todos los evolucionistas
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
55 predarvinianos. Hacía falta construir un mecanismo de descendencia que permitiera dar
cuenta de la modificación de unas especies en otras y asegurara, al mismo tiempo, su
relativa estabilidad. Una vez constituido ese mecanismo se podría sacar partido de ese
potencial evolucionista que presentaban la anatomía, la morfología, la fisiología y las
taxonomías entendidas como disciplinas descriptivas. Darwin, conocedor de este
potencial, tomó sus notas sobre taxonomías en el Cuaderno A. En las
argumentaciones del capítulo catorce y de la conclusión de El origen, una vez
propuesto su conocido mecanismo de la selección natural, Darwin supo sacar buen
rendimiento de los materiales anatómicos, morfológicos y fisiológicos,
reinterpretándolos desde la perspectiva filogenética, y ajustándolos, en ocasiones
minuciosamente, con su modelo de la selección natural (por ejemplo, en lo relativo a
las homologías y a los órganos rudimentarios): de este modo, el modelo ensanchó
considerablemente su franja de verdad. Con posterioridad a Darwin, sin negar el
interés de realizar clasificaciones fenéticas, por ejemplo las de la taxonomía
numérica, será necesario tener en cuenta las clasificaciones genealógicas (cladistas,
evolutivas, &c.), que traerán consigo, como es bien sabido, problemas característicos.
En el citado capítulo catorce, Darwin añadió, además, materiales procedentes de otra
especialidad cercana a las anteriores pero relativamente diferenciada: la embriología.
Esta disciplina, aunque próxima a la anatomía y a la morfología, también contaba con
su tradición específica como especialidad académica pues no se detenía en las
consideraciones anatómicas sino que había creado su propio campo de operaciones
estudiando las reacciones de los diferentes embriones a los cambios de luz, de
temperatura, de presión, a las alteraciones mecánicas, &c. Como es bien sabido, las
homologías se detectan mejor en los estados embrionarios que en los adultos hasta el
punto de que, como reconocía Louis Agassiz, si no se etiqueta un embrión de un
vertebrado en el momento de su obtención, luego resulta muy difícil determinar si es
de un mamífero, de un ave o de un reptil. Es muy conocido el hecho de que la ley
biogenética de Meckel-Serres data de 1811, mucho antes de la publicación de El
origen. Pero esta circunstancia no debe inducirnos a confusión ya que dicha ley no
exige, por sí misma, una posición evolucionista, incluso fué aducida en múltiples
ocasiones como una prueba de la imposibilidad del evolucionismo (en el contexto de
la teoría de los tipos básicos de von Baer, por ejemplo). Darwin conocía esta ley,
probablemente a través de los Principios de Geología de Lyell donde aparece
discutida (y descartada la interpretación evolucionista). En El origen, Darwin saca
partido de los materiales embriológicos, argumentando que la semejanza de las partes
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
56 homólogas de los organismos en el estado embrionario puede interpretarse como un
indicio más que corrobora la verdad del modelo de descendencia con modificación por él
propuesto, pues el embrión, al no estar afectado directamente por la selección natural, no
ha sido modificado y es como un testigo de los estados más primitivos. Darwin no se
arriesga, sin embargo, con la ley de Meckel-Serres; será Haeckel el que dará ese paso
con su sugerente y errónea teoría de la recapitulación. Esa doctrina de la
recapitulación probablemente actuó como un importante motor de la investigación
embriológica pero, en todo caso, en la década de los ochenta habían quedado ya
discutidas minuciosamente muchas de sus limitaciones.
Desde nuestra interpretación según la cual la verdad del teorema de Darwin reside en
la trama de relaciones entre diferentes cursos constructivos, nos atendremos ahora a
otro grupo de disciplinas cuyos materiales están recogidos en el llamado Cuaderno
B y en los capítulos décimo al décimotercero de El origen. Estas materias son, de una
parte, la geología y la paleontología, y de otra, la biogeografía. La proximidad que
guardan entre sí estas disciplinas era ya evidente en tiempos de Darwin, que había
estudiado con detenimiento los Principios de Lyell y había tenido ocasión de
contrastarlos con los materiales de origen americano recogidos en la expedición
del Beagle. Sin embargo, estas disciplinas tenían una tradición y unos orígenes
independientes entre sí y, desde luego, diferentes de esas otras que hemos
considerado en primer lugar. Por ejemplo, los orígenes tecnológicos del campo de la
geología científica deben ser rastreados en las tecnologías de prospección y
explotación minera que, a su vez, están estrechamente relacionadas con las
tecnologías de la metalurgia. En este contexto, la existencia de los fósiles aparece ya
mencionada en Jenófanes y Herodoto. Los fósiles habían recibido todo tipo de
interpretaciones. Considerados «juegos de la naturaleza» por Plinio, fueron
interpretados en ocasiones como productos errados de la generación espontánea e
incluso, desde posiciones platónicas y neoplatónicas, se llegó a creer que eran
plasmaciones de las Ideas en las rocas. Ahora bien, el estudio de los fósiles se
incrementó notablemente en las últimas décadas del siglo XVIII y principios del XIX
dando lugar a trabajos sistemáticos. Cuvier, por ejemplo, clasificará materiales
correspondientes a vertebrados extintos, y lo mismo hará Lamarck con las conchas
marinas. La asociación de tipos de fósiles con tipos de estratos geológicos explicaría
el interés práctico de los primeros como indicios para la determinación del tiempo
geológico (relativo). Los trabajos estratigráficos de William Smith fueron, en este
extremo, de la máxima importancia. La primera estimación de la edad de la Tierra
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
57 hecha desde un racionalismo ajeno a la religión no fué, sin embargo, geológica: fué Buffon
quien, en su Introducción a la historia de los minerales de 1774, dió un valor de al menos
ciento ochenta mil años (aunque él se inclinaba por un cifra superior de aproximadamente
medio millón de años), valor que hoy nos parece ridículo pero que, en todo caso, se
alejaba ya escandalosamente del cálculo que hiciera el arzobispo Usher a comienzos
del siglo XVII a partir del relato bíblico. Las estimaciones de Buffon estaban basadas
en datos físicos derivados del estudio de los tiempos de enfriamiento de diferentes
sustancias. En este momento histórico el enfoque físico (más o menos científico pero,
en todo caso, claramente racionalista) contribuyó a hacer viable un pensamiento
evolutivo o transformacionista, al contrario de lo que ocurriría en 1865 cuando las
estimaciones de lord Kelvin, con su error necesario por el desconocimiento de la
radiactividad natural, fueron utilizadas como argumentos en contra de Darwin.
No podemos aquí ni siquiera hacer un repaso sumario de las contribuciones de
autores tan importantes en la historia de la geología como Burnet, Steno, Werner o
Hutton, de las polémicas entre vulcanistas y neptunistas o entre los partidarios de un
tiempo geológico cíclico o lineal. Sí vamos a decir dos palabras sobre Lyell y
sus Principios de geología pues la influencia de Lyell sobre Darwin, y de esta obra
sobre El origen de las especies, es inmediata y explícita, y es una referencia obligada
que de ningún modo podría estar ausente en nuestro análisis. Prácticamente todo el
mundo admite que los Principios de Lyell son una parte muy importante, si no la
fundamental, del contexto previo a partir del cual Darwin elabora su modelo de la
transmutación de las especies. Darwin mismo nos narra cómo la metodología de
Lyell fué su guía a la hora de estudiar la geología de América del Sur. Siendo así, era
obligado que Darwin se interesase por los procesos de elevación y hundimiento del
terreno, y el análisis de esos procesos traía aparejado, de acuerdo con el propio modo
de proceder de losPrincipios, el estudio de la distribución biogeográfica, tanto de los
organismos vivos como de los fósiles. Desde luego, antes de Lyell y de Darwin, la
biogeografía era ya, indudablemente, una disciplina en marcha. Los conocimientos
biogeográficos, existentes a un nivel tecnológico desde tiempo inmemorial, habían
recibido un importante impulso, por su valor estratégico, en la época en la que el
capitalismo colonialista alcanzó una escala planetaria. Estos conocimientos, en
principio ordenados de forma enciclopédica, empezaron a generar ciertas
regularidades (que nosotros podemos calificar gnoseológicamente como estructuras
fenoménicas con sus identidades esquemáticas) en la segunda mitad del siglo XVIII.
Así se establecieron nexos entre los tipos de fauna y flora y la altura, se trazaron
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
58 mapas donde se apreciaba de un modo gradual el reemplazo de unos organismos por otros,
se determinaron relaciones entre la flora y la fauna, especialmente en islas y archipiélagos
tanto oceánicos como cercanos al continente, &c. En la obra de Lyell es explícito el interés
de los análisis biogeográficos para la propia geología y paleontología, puesto que el
uniformitarismo y el actualismo de los Principios exigía interpretar los estratos
geológicos y el registro fósil como un resultado de procesos similares a los que se
pueden contemplar en el presente. En la primera mitad del siglo XIX el registro fósil
era muy incompleto, como Darwin se encargó de resaltar en el capítulo diez de El
origen,pero era ya suficiente como para poder empezar a plantear problemas
biogeográficos también a propósito de organismos extintos. Y, para alguien que se
situaba en las coordenadas metodológicas de Lyell, lo mismo que para nosotros hoy,
la distribución geográfica y estratigráfica de los organismos en el registro fósil debía
ser explicada con las mismas leyes que rigen los estudios neontológicos. En
los Principios queda ya muy claro que la distribución de los organismos vegetales y
animales está determinada, en buena medida, por las condiciones de la superficie en
cada momento de la historia geológica (la temperatura, la altura, la humedad, el tipo
de suelo, y el resto de organismos). Si esto es así, los cambios en las condiciones de
la superficie traerán aparejados cambios en las especies animales y vegetales y en su
distribución geográfica. Por eso Lyell admitía que algunas especies, en la lucha por la
supervivencia, podían llegar a extinguirse pero, a renglón seguido, suspendía el juicio
acerca de cómo surgían las especies nuevas. Esta prudencia respecto al tema del
surgimiento de nuevas especies, al margen de que estuviera o no determinada por
motivos religiosos, era justificable desde una argumentación consistente con el
actualismo: nunca se había observado la aparición de una nueva especie y, según
Lyell, era muy posible que nunca se llegara a observar, dado lo infrecuente del
proceso cuando se consideraba en relación con las magnitudes del tiempo geológico,
de modo que el asunto debía permanecer abierto (aunque, para Lyell, ese
«permanecer abierto» era, en la práctica, afirmar la creación independiente). Como se
puede apreciar también en este contexto geológico y biogeográfico la «cuestión de las
especies» aparecía como una anomalía pendiente de resolución. Quizás por eso, a la
hora de discutir la deuda de Darwin para con Lyell, Toulmin y Goodfield, en su
famosa obra El descubrimiento del tiempo (Toulmin y Goodfield, 1965:198),
consideran que puesto que ya Lyell había descubierto que la guerra entre los
organismos podía destruir especies, el genio de Darwin habría consistido en darse
cuenta de que también podía crearlas. Pero, sin entrar ahora a discutir si ésta fué o no
una de las vías de razonamiento seguidas por Darwin en el ordo inventionis de sus
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
59 hipótesis, creemos que la genialidad y la importancia histórica del teorema constituído
en El origen no está en ese lugar puntual, concretísimo, sino en el ajuste de los múltiples
cursos constructivos en una trama que es la que da solidez al modelo de la evolución
biológica, tal como estamos intentando argumentar aquí. Por otra parte, tampoco se
trata de acercar esas dos grandes figuras (Lyell y Darwin) hasta el punto de olvidar
diferencias obvias entre sus posiciones: no hay que perder de vista que para Lyell el
registro fósil no debe entenderse de forma progresiva sino en términos de un
principio de equilibrio dinámico entre lo que se crea y lo que se destruye.
Efectivamente, todavía en 1851, en una reunión de la Sociedad Geológica de la que
era presidente, Lyell continuaba defendiendo una interpretación del registro fósil que
de ningún modo podría ser considerada «evolutiva» (lo que le valió una dura réplica
de Owen{18}). La interpretación de Lyell en esa ocasión no consideraba para nada
esquemas de tipo arborescente con ramificaciones y divergencias, siendo, sin
embargo, esos esquemas tan característicos del modelo darvinista. Como es bien
sabido, el proceso que condujo a Lyell a abandonar la hipótesis de la creación
independiente de las especies para sustituirla por una perspectiva evolutiva fué lento
y no culminaría hasta el año 1865. Precisamente los numerosos materiales de los
estudios biogeográficos que se incorporaron rápidamente al modelo evolutivo
resultaron el argumento que más pesó a la hora de producirse este cambio de
perspectiva. Y es que los descubrimientos biogeográficos fueron, ya desde los
primeros momentos de la formulación del modelo darvinista, uno de los lugares
donde éste se mostró más fértil y donde siempre encontró una base sólida. Las
semejanzas y diferencias entre especies (independientemente de que fueran extintas o
actuales), interpretadas en combinación con su distribución geográfica y temporal,
podían hacerse encajar con el supuesto de una ascendencia común. La rápida
aclimatación de algunas plantas traídas desde las colonias a Europa y llevadas desde
Europa a países lejanos, y el modo como estas plantas importadas ocupaban nuevos
nichos ecológicos e incluso desplazaban a otras autóctonas, era un argumento muy
potente contra la hipótesis de la creación independiente que pone a cada organismo,
de un modo providente, en su lugar óptimo (y hasta el propio Lyell fué consciente de
esta dificultad). Contra ese mismo creacionismo irenista también se alzaba la
evidencia de aquellas situaciones en las que dos regiones con las mismas
características físicas (por ejemplo, dos islas) aparecían habitadas por especies
endémicas diferentes. Sin embargo, esos procesos y estas situaciones encajaban con
toda facilidad en el modelo evolutivo, como Darwin se encargó de destacar y explicar
en El origen.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
60 Los materiales de las disciplinas consideradas por nosotros hasta este momento (anatomía,
fisiología, morfología, embriología, geología, paleontología, biogeografía) ya son
suficientes como para poder empezar a percibir esas convergencias, confluencias y
rectificaciones a través de las cuales, según nuestros presupuestos, se construye
materialmente la trama de toda verdad científica. Darwin mismo destacó con suma
claridad estos lugares de encaje, de isología, y de rectificación. Como mera
ilustración, sin pretender recorrerlos todos, baste destacar algunos de los más
sobresalientes. Todos los organismos conocidos, tanto actuales como extintos,
pertenecen a un número reducido de grandes clases. Esas afinidades, desde el punto
de vista de la taxonomía fijista eran fenómenos y serán precisamente estos fenómenos
los que queden ahora causalmente interpretados en términos filogenéticos (que
incluyen identidades isológicas y sinalógicas). Los fósiles de formaciones geológicas
consecutivas presentan más afinidad entre sí que con terceros, y los de formaciones
geológicas intermedias presentan rasgos intermedios. Estos fenómenos se explican
suponiendo que hay descendencia con variación y selección natural. También, desde
la teoría de la descendencia con modificación, se pueden explicar las afinidades entre
ciertos organismos actuales y otros fósiles, y se pueden ligar estas afinidades con
procesos biogeográficos. La selección exige, a su vez, la extinción de muchas
especies, esa extinción que encajaba con dificultad en la teoría de Lamarck, dado que
para el francés los organismos se van adaptando al medio según lo requieren. La
extinción resultaba ya necesaria desde las estructuras fenoménicas de la paleontología
preevolucionista y queda perfectamente incorporada como una pieza clave del
modelo de Darwin. En el límite, si un grupo desaparece completamente, no podrá
volver a aparecer al haberse roto la cadena de las relaciones sinalógicas que une una
generación con la siguiente. Por su parte, la variación y la divergencia se refieren a un
conjunto de fenómenos construido tanto desde la paleontología como desde la
biogeografía (y lo será también desde la mejora animal), si es que tanto en un
contexto como en otro se construyen estructuras que revelan la sustitución progresiva
de unos organismos por otros. El fenómeno de la variación también es un fenómeno
taxonómico: Darwin lo discute como tal, de un modo detenido, en el capítulo
segundo de El origen.
En cuanto a las rectificaciones exigidas por la identidad sintética sistemática, quizás
merezca la pena mencionar la necesidad de descartar la idea de unos organismos
diseñados y adaptados de un modo perfecto (reflejo de la perfección de su creador),
para ir sustituyéndola por la idea de una adaptación relativa a las condiciones de vida,
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
61 una adaptación que puede estar por debajo del óptimo e incluso puede ser compatible con
las situaciones llamadas de hipertelia; en suma, la rectificación del esquema armonista de
Paley. Todos estos nudos de la trama del modelo darvinista, y otros más que se podrían
mencionar, están discutidos con detalle en El origen y son sobradamente conocidos
por todos.
Pero para intentar reconstruir la confluencia de materiales que hacen del modelo de la
evolución de Darwin una identidad sintética sistemática, nos falta referirnos a otros
dos cursos operatorios alejados, en apariencia, de las disciplinas biológicas
académicas de la primera mitad del siglo XIX. Los materiales referentes al primero
de estos cursos constructivos están recogidos en el Cuaderno C de Darwin y en el
capítulo primero de El origen: nos referimos a las técnicas de selección artificial
(Darwin escribiría, además, en 1868 una obra monográfica sobre este tema, Las
variaciones de animales y plantas en estado de domesticación). Estas técnicas de
mejora animal y vegetal habían dado lugar a una serie de estudios de carácter práctico
que, para utilizar la propia expresión de Darwin, habían sido «muy comúnmente
descuidados por los naturalistas»{19} a pesar de que, si se acepta el teorema de la
evolución, «aumentará[n] inmensamente de valor»{20}. Los materiales darvinianos
sobre selección artificial incluyen referencias a dos opúsculos sobre el tema: uno de
ellos de John Sebright, de 1809, (The Art of Improving the Breeds of Domestic
Animals, in a Letter Addresed to the Right Hon. Sir Joseph Banks), y otro de John
Wilkinson, de 1820 (Remarks on the Improvement of Cattle, etc., in a Lettter to Sir
John Saunders Sebright). Darwin se interesó por el estudio de los procesos de
hibridación en un intento de determinar los agentes causantes de las variaciones de
los organismos, agentes que habrían de explicar la descendencia con modificación.
Darwin, sin embargo, nunca llegó a dar cuenta adecuadamente de cuáles eran las
causas de las variaciones (sobre su apoyo a la teoría de la pangénesis diremos alguna
cosa más adelante), lo cual es un indicio de que la perspectiva delordo
inventionis frecuentemente no conduce donde inicialmente se pretende (y,
consiguientemente, que la historia de la ciencia no puede reducirse a la recuperación
de esta perspectiva si es que resulta obligada la reconstrucción gnoseológica de las
verdades científicas y no su mera suposición). Siendo así, no es de extrañar que el
capítulo quinto de El origen («Sobre las leyes de la variación») tenga el formato de
una rapsodia de fenómenos agrupados de un modo meramente tentativo. Sin
embargo, el interés original de Darwin por los procesos de hibridación le condujo al
estudio de la selección artificial. Los orígenes de las técnicas de selección artificial a
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
62 propósito de ovejas, bueyes, caballos, perros, palomas, gallos, gallinas y plantas son, en
algunos casos, muy remotos, pero de lo que no cabe ninguna duda es de que estas técnicas
gozaban de muy buena salud en la Inglaterra decimonónica. Darwin se interesó muy
especialmente por la cría de palomas, quizás por razones de tradición familiar pero,
fundamentalmente, porque en este caso existían pocas dudas de que todas las razas
domésticas tuvieran idéntica procedencia. Nos interesa mucho resaltar en este
momento la circunstancia de que, antes de que la verdad del modelo de la evolución
biológica estuviera constituída, las técnicas de mejora animal y vegetal eran
cultivadas por ganaderos, agricultores, jardineros, cazadores, coleccionistas
o sportmen más o menos ociosos, y estaban muy alejadas de esas otras disciplinas a
las que hemos hecho ya referencia (las contenidas en los Cuadernos A y B de
Darwin). Y nos interesa destacar esta lejanía (en cuanto a su origen y a su tradición) y
esta independencia para insistir en el carácter constructivo del teorema de Darwin,
carácter constructivo que supone la confluencia y el ajuste de materiales pues,
precisamente, desde nuestros presupuestos, es en esa confluencia y ajuste donde
radica su verdad y, seguramente también, su mayor mérito.
A nosotros nos parece que estos fenómenos acerca de la cría y mejora, y las
consiguientes reglas tecnológicas, prácticas, construidas en este contexto, tienen una
importancia indudable en la constitución del teorema de Darwin, si es que este
teorema se configura fundamentalmente como un modelo, como el modelo de la
selección natural. La mejora animal y vegetal es el contexto donde la fecundación,
mediada por la selección, se constituye como auténtica operación gnoseológica cuyos
resultados generan términos nuevos. Estas operaciones de fecundación selectiva
estaban determinadas, en cada caso, por los intereses prácticos de los criadores
(gallinas que pongan más huevos, gallos más fieros en las peleas, caballos más
veloces, &c.) pero, por analogía, podría considerarse la situación en la que la
selección fuera un resultado no proyectado de antemano, un resultado de fuerzas que
actuaran de un modo espontáneo, no mediado por el hombre. Darwin habría tenido
presente, sin duda, el importante papel que su profesor y amigo Herschel concedía a
la analogía en el proceso de elaboración de las verdades científicas. Analizada desde
el materialismo gnoseológico, esa analogía entre la selección artificial y la selección
natural permitiría interpetar el modelo de la evolución biológica como una variante
del verum est factum. Sólo que nosotros no interpretaríamos el verum de la evolución
como el conocimiento (por participación) de una realidad diseñada por un demiurgo,
sino como la construcción de una realidad, construcción que resulta posible, entre
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
63 otras cosas, porque tiene rasgos comunes con el factum tecnológico de la selección
artificial. La crítica a la expresión «selección natural» por su formato antropomorfo (al
considerar que la naturaleza es un agente que selecciona) es muy temprana. El mismo
Wallace propuso a Darwin que sustituyera esa expresión por la fórmula spenceriana
«supervivencia del más apto». En cualquier caso, Darwin dejó muy claro en múltiples
lugares de El origen que esa selección natural no era efectuada por ningún sujeto
(como en el caso de la selección artificial), sino que era un resultado de la lucha por
la existencia. Ese resultado, en muchas ocasiones, era consecuencia de procesos
subóptimos, contingentes, oportunistas. Y, siendo así, Darwin no veía mayor
inconveniente en usar esa fórmula tan pregnante, aunque reconocía su carácter
metafórico; pero también los físicos hacían uso de fórmulas metafóricas, por ejemplo,
cuando hablaban de la «atracción».
Llega el momento de referirse a los materiales del Cuaderno D de Darwin, el
cuaderno de notas dedicado a los problemas de las poblaciones. Nuevamente
apreciamos el carácter constructivo, sintético, del teorema de Darwin, ese carácter
que exige la convergencia de materiales tomados de contextos muy diversos. Como
es bien sabido, Darwin, leyendo el Primer ensayo sobre la poblaciónde Malthus de
1798, tiene conocimiento de la «ley de Malthus» que describe el crecimiento de la
población humana como una progresión geométrica, frente al crecimiento de los
recursos alimentarios según una progresión aritmética. De esta ley, deductiva y
cuantitativa, paradigma para Darwin de cientificidad, se sigue la lucha por la
existencia y la necesidad de que muchos de los hombres que llegan a nacer
encuentren enseguida la muerte. Se ha discutido mucho sobre la importancia
biográfica del episodio «lectura de Malthus» en el proceso que condujo a Darwin a la
elaboración de su teorema. Desde nuestros presupuestos, para ponderar la
importancia de este episodio en relación con otros descubrimientos implícitos en el
teorema darviniano habría que diferenciar la perspectiva biográfica de la perspectiva
lógico material. Desde un punto de vista biográfico, ateniéndose a los cuadernos de
notas de Darwin, parece que no hay razones para interpretar como un ¡eureka! el
hallazgo de las leyes de Malthus. Darwin da tan sólo una descripción breve, a la que
no acompaña ningún signo de exclamación (cuando Darwin utilizaba hasta tres de
estos signos en otros contextos en los que él consideraba haber descubierto algo
importante), y esta impresión de no conceder demasiada importancia a Malthus en
ese momento se ve confirmada por el hecho de que al día siguiente del hallazgo
continuara con otros trabajos no relacionados con él (pues en el cuaderno de notas
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
64 aparecen, al día siguiente, notas sobre la curiosidad sexual del chimpancé). Pero, lo que
más nos interesa aquí es el análisis desde la perspectiva lógico material. En este contexto,
el episodio de la «lectura de Malthus» no es sino otro de esos múltiples cursos operatorios
que Darwin logra ajustar y hacer confluir en su modelo. Que esa pieza sea o no la
última que se ajusta puede tener importancia desde una perspectiva subjetiva, pero
resulta menos importante desde la perspectiva de la estructura esencial, gnoseológica,
del teorema que se ha construído.
En cualquier caso, la idea de «lucha por la supervivencia» aplicada a poblaciones no
humanas juega un papel muy importante a la hora de trasladar el modelo de la
selección artifical a la naturaleza pues el papel del criador será jugado ahora por esa
lucha entre organismos, lucha que se genera, en gran medida, por el exceso de
población. Al final del capítulo cuarto de El origen, Darwin hace un resumen del
modelo de la selección natural. Lo reproducimos íntegramente porque su brevedad y
concisión hacen que carezca de sentido ofrecer una paráfrasis: «Si en condiciones
cambiantes de vida los seres orgánicos presentan diferencias individuales en casi
todas las partes de su estructura, y esto es innegable; si, debido a su progresión
geométrica, hay una rigurosa lucha por la vida en alguna edad, estación o año, y esto,
ciertamente, es innnegable también; entonces, considerando la complejidad infinita
de las relaciones de los seres orgánicos entre sí y con sus condiciones de vida, que
hacen que sea ventajosa para ellos una infinita diversidad de estructura, constitución
y costumbres, sería el hecho más extraordinario que nunca hubieran tenido lugar
variaciones útiles para la prosperidad de cada ser, del mismo modo que se han
presentado tantas variaciones útiles al hombre. Pero si las variaciones útiles a un ser
orgánico ocurren alguna vez, los individuos caracterizados de este modo tendrán
seguramente las mayores probabilidades de conservarse en la lucha por la vida y, por
el poderoso principio de la herencia, estos tenderán a producir descendientes con
caracteres semejantes. A este principio de conservación o supervivencia de los más
adecuados lo he llamadoselección natural. Este principio conduce al
perfeccionamiento de cada ser en relación con sus condiciones de vida orgánica e
inorgánica, y, por consiguiente, en la mayoría de los casos, a lo que puede ser
considerado como un progreso en la organización. Sin embargo, las formas inferiores
y sencillas persistirán mucho tiempo si están bien adecuadas a sus sencillas
condiciones de vida». Y, después de este párrafo, añade Darwin una explicación del
modo cómo la extinción (que nos muestra la geología), la divergencia de caracteres
(descrita por la biogeografía), y las afinidades entre grupos (conocidas por la
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
65 taxonomía y la sistemática), pueden explicarse coherentemente desde su modelo de la
selección natural. El texto citado tiene el formato de una inferencia, formato que se ajusta
muy bien a la concepción que Darwin tenía acerca de la ciencia, si es que esa concepción
era, como nosotros suponemos, una variedad del adecuacionismo (sobre este asunto
añadiremos alguna cosa más en nuestro apartado 4.2.3). Sin embargo, desde la
interpretación que nosotros estamos ensayando, podría verse en este texto uno de esos
momentos en los que se hace explícito el ajuste de los diferentes materiales (los
diferentes esquemas de identidad) que confluyen en el teorema-modelo de Darwin.
Consideremos, por otra parte, otro asunto tratado por Darwin en El origen: el tema
del instinto, abordado en el capítulo octavo. El propio autor reconoce que el análisis
de los instintos de los animales está todavía muy poco desarrollado pero trata de
ajustar algunos fenómenos aparentemente ininteligibles con su modelo de la
supervivencia de los más aptos. El instinto podrá sufrir variaciones, como cualquier
otro aspecto del organismo, y no hay nada de contradictorio en pensar que, de esas
variaciones, puedan seleccionarse aquellas que sean importantes para la
supervivencia del animal. Y así tenemos otro curso constructivo convergente que, si
bien no está dotado de la fuerza de los materiales biogeográficos o paleontológicos, sí
permite ajustar con el modelo evolutivo unos fenómenos que resultarían ininteligibles
desde otras perspectivas (por ejemplo, desde el creacionismo).
Que, desde un punto de vista gnoseológico, haya que considerar el teorema de
Darwin como un modelo (el modelo de la selección natural) no implica que su verdad
se sostenga solamente sobre los materiales de la mejora animal y vegetal. Su verdad
radica en la confluencia de todos esos materiales heterogéneos a los que nos venimos
refiriendo. Si nos atuviéramos solamente a la selección artificial, el modelo darvinista
presentaría importantes problemas. Uno de estos problemas, denunciado ya
tempranamente por Fleeming Jenkin en 1867, podría resumirse de este modo: las
operaciones de la selección artificial chocaban con unos límites irrebasables, ya que
resultaba imposible crear especies distintas nuevas (hoy en día, se han llegado a crear
especies nuevas de drosophila en el laboratorio por procedimientos de selección
artificial severa). Por tanto, los conocimientos de mejora animal y vegetal probaban,
precisamente, que habría límites que no se podrían sobrepasar en la modificación de
los organismos. Darwin no pudo hacer frente directamente a esta crítica y, por eso,
admitió que esta imposibilidad de crear especies nuevas (definibles por la
inviabilidad de sus cruces) era, de momento, un hecho empírico, y prefirió hacerse
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
66 fuerte en otros frentes (geología, paleontología, biogeografía, &c.). Así, Darwin volvió a
insistir en el carácter convergente de los argumentos que sostenían su teorema. Es en este
ajuste entre los diversos cursos materiales considerados donde reside la objetividad del
teorema donde se aprecia su carácter de construcción cerrada. Por ejemplo, quizás se
pudiera considerar un modelo de evolución en que haya una variación de caracteres
discontinua que no vaya seguida de selección natural, de modo que los organismos no
muestren adaptación alguna al medio (en la línea propuesta por Eimer y Bateson). Sin
embargo, la coincidencia en varias especies de mecanismos de adaptación análogos
(como, por ejemplo, puede ser el mimetismo) resulta inexplicable desde el supuesto
de la evolución no adaptativa, mientras que es perfectamente posible desde el modelo
evolutivo de la selección natural.
Quizás sí resulte conveniente recordar que, desde nuestra interpretación, esta
confluencia de fenómenos y de cursos operatorios no debe entenderse como una
síntesis exclusivamente proposicional, argumentativa, silogística o conjuntista, ni
como una mera convergencia de inducciones (como probablemente la entendía
Darwin, siguiendo a Whewell), sino como una construcción material que incluye los
fenómenos mismos a los que nos venimos refiriendo considerados como partes
imprescindibles constitutivas del teorema. Si es así, nuestra interpretación está muy
alejada del estructuralismo adecuacionista que presentaba las disciplinas evolutivas
como aplicaciones de la teoría evolutiva. El concepto de aplicación parece sugerir
una perspectiva descendente según la cual la teoría se construye previamente y luego
se aplica a contextos diferentes e independientes como, por ejemplo, la mecánica de
Newton cuando se aplica tanto al control de la trayectoria de un ingenio espacial
como al análisis de las fuerzas que actúan sobre un automóvil en marcha. Pero, para
el materialismo gnoseológico, la verdad del modelo evolutivo es posible,
precisamente, por la confluencia y el ajuste de ciertos aspectos de esos cursos
constructivos heterogéneos que venimos considerando: taxonomías, morfología,
fisiología, paleontología, geología, biogeografía, análisis de poblaciones, mejora
animal y vegetal. Esta confluencia y ajuste no es un proceso que se mueva en una
esfera formal, proposicional, sino que es un proceso que se efectúa con los propios
materiales (con los objetos, con las operaciones quirúrgicas efectuadas con esos
cuerpos, gracias a las relaciones materiales que se van estableciendo entre ellos, &c.)
a pesar de su naturaleza, en principio, tan heterogénea. Esa verdad del modelo, esa
identidad sintética sistemática, exige progresar constantemente hacia los fenómenos
tratados y hacia otros fenómenos nuevos que se van dibujando gracias, precisamente,
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
67 al modelo construido: nuevos fenómenos taxonómicos, biogeográficos, paleontológicos,
&c. Y ello sin contar con que la franja de verdad del modelo se pueda ensanchar para, con
los ajustes convenientes, dar cuenta de nuevos cursos constructivos auténticamente
imprevistos: citológicos, bioquímicos, etológicos (nos referiremos a este asunto
cuando hablemos del modelo evolutivo después de Darwin). En todo caso, el teorema
deberá tener una franja de fenómenos finita, no podrá extenderse indefinidamente a
la omnitudo rerum. El doble circuito que va desde los materiales (construidos y
definidos por las operaciones y las relaciones) a los componentes esenciales del
teorema para progresar nuevamente desde estos hacia nuevos fenómenos y nuevos
materiales, y el carácter finito, limitado, de los materiales incluidos en el teorema,
caracterizan las construcciones científicas frente a las teorías teológicas y metafísicas.
Esta dialéctica fenómenos/esencias puede observarse con claridad a propósito del
teorema de Darwin. También es una constante en el proceder de Darwin restringir su
teorema a las especies existentes y extintas, y dejar fuera problemas más generales
como el origen de la vida o la evolución futura. Resulta chocante, entonces, que
Popper clasifique el teorema de Darwin al lado de las teorías metafísicas.
Precisamente en el género de la metafísica y de la teología el doble circuito
esencias/fenómenos o no existe o está mal construido. Resulta también chocante que
Popper no se dé cuenta de las diferencias de radio que hay entre la obra de Darwin y
las de Chambers o Spencer.
Siendo así las cosas, si la verdad del teorema de Darwin radica en la confluencia y el
ajuste de todos estos cursos constructivos y exige aclarar los contextos materiales que
posibilitan ese ajuste, estamos ahora en condiciones de entender aquello que el
enfoque sociológico no podía más que dar por supuesto, a saber: las razones que nos
exigen descartar las obras de Patrick Matthew y William Charles Wells como los
lugares donde se formula el teorema de la evolución. El teorema está en estas obras
presentado de un modo oscuro, imperfecto, muy incompleto, mezclado con contextos
impertinentes hasta el punto de que pasa inadvertido: se trataría, como ya hemos
dicho, de un descubrimiento material. Todo lo contrario de la discusión
pormenorizada, completa (para la época), explícita, sistemática, «clara y distinta» que
aparece en El origen, características de un descubrimiento formal. Desde perspectivas
descripcionistas o adecuacionistas, sin embargo, habría que seguir reivindicándo a
Matthew o a Wells como los autores del descubrimiento de la evolución biológica; no
así desde nuestros presupuestos, pues de ningún modo se puede decir que esos
autores construyeran identidad sintética alguna. Y si esto es así, también habría que
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
68 sacar conclusiones gnoseológicas sobre las diferencias entre la obra de Darwin y la de
Wallace; esta última, aunque explícita y acertada (olvidándose ahora, por un momento, de
sus nexos con el espiritismo de Wallace) no deja de ser meramente programática si se la
compara con El origen. Pero, hablando en términos históricos, el programa para la
construcción de una identidad sintética no es lo mismo que la identidad sintética
sistemática ya constituida.
4.2.3. Sobre la diferencia entre la concepción del teorema de la evolución tal
como se le podía aparecer a Darwin y la interpretación propuesta desde la teoría
del cierre categorial.
Vamos a referirnos ahora a la diferencia entre la autoconcepción gnoseológica que
tenía Darwin de su propio teorema y la interpretación que estamos intentando esbozar
desde la teoría del cierre categorial. El asunto merece un comentario, por breve que
sea, porque hay coincidencias aparentes entre ambas que encubren importantes
diferencias. Es bien sabido que, en lo relativo a sus ideas sobre la ciencia, Darwin
estuvo influenciado directamente por el filósofo y teólogo William Whewell a quien
conoció en Cambridge, y cuya amistad siguió cultivando intensamente durante su
estancia en Londres posterior al viaje del Beagle. No podemos referirnos ahora a la
interesante biografía intelectual de Whewell ni a sus relaciones con Darwin (su
oposición frontal al darvinismo le llevó al extremo de prohibir que la biblioteca del
Colegio de la Trinidad de Cambridge, bajo su dirección, incluyera un ejemplar de El
origen). Lo que sí nos interesa resaltar aquí es su teoría de las ciencias inductivas en
la que se define la verdad científica como el resultado de una convergencia de
inducciones independientes acompañada de una vera causa (Whewell, 1840). Así
como en un juicio las diferentes pruebas convergen en el veredicto de culpabilidad, el
científico de la naturaleza va buscando pruebas inductivas que converjan en una
determinada verdad, en una vera causa. Esta vera causa se construye deductivamente
y podrá ser considerada verdadera cuando confluyan en ella un conjunto de
inducciones independientes. Michael Ruse argumenta que Darwin conocía estas ideas
de Whewell y estaba de acuerdo incondicionalmente con ellas, de modo que El
origen no sería más que «un ejemplo escolar de convergencia» (Ruse, 1875, 1979 y
1986). Según Ruse, la teoría de la evolución tendría la estructura de un abanico de
subdisciplinas girando en torno al eje de la selección natural (Ruse, 1979:250-51).
Desde estos presupuestos, la interpretación histórica que Ruse hace de Darwin
pretende reexponer a Darwin desde el propio Darwin, presentando El origen como
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
69 una aplicación, al caso de la evolución biológica, de la concepción que tenía Darwin
acerca de la ciencia. Así se evita Ruse la molestia de tener que tomar partido por una idea
de ciencia determinada y parece poder mantenerse en la inmanencia del siglo XIX, como
un historiador «neutral». En realidad lo que ocurre es que la idea de ciencia del
propio Ruse está muy cercana, en algunos momentos, a la de Whewell, y quizás más
cercana aún a la de Darwin.
Vaya por delante que a nosotros nos parece muy plausible la influencia de Whewell
sobre Darwin en los asuntos tocantes a la filosofía de la ciencia, y tampoco tenemos
inconveniente en reconocer que esta influencia se aprecia, en el ejercicio, en el modo
como están dispuestas las partes de la obra de Darwin que venimos comentando.
Seríamos, sin embargo, algo más cautos en lo tocante a la cuestión de si muchas de
las discusiones características del idealismo kantiano presentes en la filosofía de
Whewell pueden reconocerse también, en la misma medida, en la obra de Darwin.
Decimos esto porque es evidente que Darwin no tenía los intereses ni la formación
filosófica de Whewell (y esto probablemente fué para él una ventaja si es que
contribuyó a alejarle de posiciones idealistas). Su interés por la filosofía de la ciencia
era más inmediato: conocer los métodos a seguir para construir una teoría
verdaderamente científica, y las características que debería tener esa teoría para que
fuese reconocida (por científicos y filósofos) como científica, para que se pareciera lo
más posible, por su formato, a la mecánica newtoniana. Resulta difícil imaginar a
Darwin discutiendo cuestiones puramente filosóficas de la obra kantiana y
whewelliana, como la distinción entre conceptos e ideas, o entre verdades necesarias
y verdades empíricas, o intentando dilucidar la relación entre la forma y la materia de
las leyes fundamentales de la naturaleza. Esta distancia entre Darwin y Whewell
estaría determinada también por la influencia sobre Darwin de la filosofía de la
ciencia de John Herschel, con su insistencia en la importancia para la ciencia de la
analogía y de las verificaciones empíricas. Así pues, creemos poder concluir que la
autoconcepción que Darwin tiene de su tarea puede ser calificada sin tergiversación
como un realismo adecuacionista: la realidad está dada de una vez por todas y el
científico elabora teoremas que se adecuan, en mayor o menor medida, con esa
realidad. Ese adecuacionismo yuxtapone esquemas teoreticistas y descripcionistas:
escora hacia el teoreticismo cuando encarece la importancia de progresar desde las
hipótesis hacia la experiencia, y se inclina hacia el descripcionismo cuando insiste en
la importancia decisiva de la convergencia de inducciones como la mejor garantía de
la verdad de una ley científica. Por ejemplo, dice Darwin en su obra de 1868, La
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
70 variación de animales y plantas bajo domesticación: «Ahora esta hipótesis [la hipótesis de
la selección natural] puede verificarse (y ésta me parece que es la única manera justa y
legítima de considerar toda la cuestión) comprobando si explica varias clases grandes e
independientes de hechos; tales como la sucesión geológica de los seres orgánicos, su
distribución en épocas pasadas y actuales, y sus afinidades mutuas y sus homologías.
Si el principio de la selección natural explica realmente estos y otros grandes grupos
de hechos, debería ser aceptado» (Darwin, 1868, v.l:657; subrayado nuestro).
Ahora bien, no hay que olvidar que las autoconcepciones que los científicos ofrecen
de su trabajo no tienen por qué ajustarse a su proceder efectivo, aunque puedan
cumplir y cumplan una función metodológica (como guías de la investigación, como
organizadoras de metas en la perspectiva emic,incluso como motores de la voluntad
de los científicos). La creencia de estar descubriendo la organización de la naturaleza
dada por el Sumo Hacedor, antes que una cortapisa, fue para Linneo un objetivo que
le animó en la gigantesca tarea del Systema Naturae, y resulta prácticamente
imposible analizar la historia que condujo a Kepler a la construcción de sus famosas
leyes sin referirse a las concepciones teológicas del Mysterium
cosmographicum. Naturalmente, sería necio negar la necesidad de referirse a la
perspectiva emic a la hora de reconstruir un episodio de la historia de la ciencia.
Ahora bien, esa perspectiva emic habrá que confrontarla con la perspectiva etic, si es
que se es capaz de adoptar una perspectiva etic adecuada y suficiente para dar cuenta
del proceso en cuestión. Por nuestra parte, como ya hemos dicho varias veces, nuestra
perspectiva etic a la hora de analizar las ciencias desde el presente es la de la teoría
del cierre categorial. Dejamos para otra ocasión la discusión pausada de las
semejanzas y diferencias entre la filosofía de Whewell y la de Bueno. Esta discusión,
aunque reviste la mayor importancia, no podemos incluirla aquí pues nos exigiría
inevitablemente una revisión crítica de la errónea distinción de Whewell entre
ciencias inductivas y ciencias formales y, más en general, requiere argumentar contra
tramos importantes de la filosofía kantiana, lo que nos aleja excesivamente de los
problemas propios de esta conferencia.
Volviendo, por tanto, a Darwin, a nadie se le escapa que el esquema de la
convergencia de inducciones seguido en El origen presenta similitudes con la idea de
la verdad como identidad sintética sistemática: se nos podrá acusar, entonces, de que,
desde nuestra interpretación, no hemos hecho otra cosa que presentar los capítulos
de El origen tal y como los diseñó Darwin. Podría parecer una mera quaestio
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
71 nominis el que hablemos de «convergencia de inducciones» o de «identidad sintética»: al
fin y al cabo, en ambos casos, es esa convergencia o confluencia la que asegura la
legitimidad de la verdad científica. Sin embargo, no es lo mismo entender esa confluencia
desde una perspectiva adecuacionista, como la que suponemos en Darwin, que desde
la perspectiva circularista del cierre categorial. La perspectiva adecuacionista va
ligada a un realismo que presenta la evolución biológica como una realidad dada,
cuyas leyes habrán de ser descubiertas por la ciencia biológica. Para ello los
científicos elaborarán sus hipótesis y las someterán a verificación o a refutación. Para
la teoría del cierre categorial, sin embargo, el descubrimiento de la evolución
biológica no es un descubrimiento manifestativo, un descubrimiento que saque a la
luz una configuración preexistente (como se supone que existió previamente el acto
de un sujeto que se reconstruye, en un juicio, a partir de una serie de pruebas
circunstanciales independientes y convergentes). Para el materialismo gnoseológico
el descubrimiento de la evolución biológica es un descubrimiento constitutivo, una
construcción sui generis que literalmente constituye la realidad y, consiguientemente,
la amplía.{21} Y para constituir ese descubrimiento no se parte de unos hechos para
proceder inductivamente a verificar o refutar unas hipótesis (pues insistimos en negar
la existencia de hechos puros o de hipótesis teóricas puras), sino que se parte de una
realidad constituida ya de antemano por un conjunto de teoremas y principios de
rango menor, teoremas y principios que habrá que confirmar o rectificar, y rango que
se intentará ampliar al mayor número de fenómenos, teoremas y estructuras posible.
En el caso del darvinismo, ya lo hemos dicho, podemos referirnos a los teoremas
clasificatorios de la sistemática, los teoremas y principios geológicos que aparecen en
la geología de Hutton y de Lyell, las leyes de la difusión biogeográfica, los principios
prácticos ejercitados en la mejora animal y vegetal, los teoremas de Malthus, los
teoremas sobre el desarrollo embriológico, sobre la fisiología común de los
organismos, &c. El teorema de Darwin logra precisamente la convergencia de partes
muy significativas de estas construcciones independientes en torno a un modelo que
posibilita encajar esos teoremas y principios previos en una unidad sistemática,
esencial. Esta confluencia, en todo caso, no tiene por qué tener la simetría que Ruse
presupone en su modelo «en abanico». La metáfora del abanico sigue presa de la
dicotomía hechos/teorías: las disciplinas biológicas son los hechos que se relacionan
con la teoría de la selección natural como los radios del abanico con su centro de giro
(pues las diferentes áreas de esa ciencia derivarían de un mismo principio: la
selección natural). Pero para el materialismo filosófico la verdad del teorema de
Darwin surge de la confrontación y el ajuste entre esos cursos constructivos
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
72 diferentes, surge, por así decir, en las relaciones «transversales» entre esos diferentes
cursos operatorios, y estas relaciones «transversales» no tienen por qué ser simétricas ni
transitivas, y ligan de diferente manera los materiales de unos cursos y los de otros. No
todas las partes de esa trama operatoria que se genera quedan anudadas con la misma
fuerza ni del mismo modo. Precisamente, los detalles hasta los que baja Darwin en
cada uno de los capítulos de su obra sobre las especies no son detalles oligofrénicos
sino que tratan de mostrar cuál es la topología de esta trama que se está construyendo
y en la que se hace residir la verdad del teorema. Y porque es así, es por lo que surge
una verdad científica con una solidez, un alcance y una potencia explicativa muy
superior a la que tenían por separado esos contextos previos y esos «detalles» cuando
«flotaban», independientes unos de otros, en una masa caótica de fenómenos.
En todo caso, el carácter constitutivo de las verdades de las ciencias naturales y
formales no tiene por qué conducir necesariamente a las posiciones del idealismo
trascendental kantiano (ni del «kantismo whewelliano»). Cabe una interpretación
materialista en la que esa constitución se entiende como indisolublemente ligada a
procesos constructivos materiales, a procesos de tranformación de la realidad que
tienen lugar a través de las operaciones manuales, quirúrgicas, de los sujetos. Porque
esa trama de confluencias y ajustes no es una trama exclusivamente proposicional (un
libro) sino que compromete a los estratos geológicos mismos, a los organismos
mismos con sus partes anatómicas y su fisiología, a los embriones, a las poblaciones,
o a los fósiles que, en cuanto objetos corpóreos, también constituyen esa verdad. En
el último párrafo de esta conferencia, cuando discutamos los límites del teorema de
Darwin, podremos apreciar cómo esos límites no están determinados por la mayor o
menor potencia lógico-formal (proposicional, conjuntista, &c.)del teorema sino que
dependen, fundamentalmente, de las posibilidades operatorias y constructivas de los
propios materiales con los que está forjado el teorema.
Observemos, por otra parte, que, desde la interpretación ofrecida por la teoría del
cierre categorial, podemos dar cuenta del papel metodológico que han jugado las
concepciones realistas adecuacionistas en la historia de la ciencia (y, desde luego,
también en la propia Historia con mayúsculas, es decir, no ya entre los científicos
objeto de esa historia, sino entre los propios historiadores). Efectivamente, si es
acertado nuestro diagnóstico, con toda probabilidad Darwin compartía la idea de un
método científico, inventado por los físicos y exportable a la biología, que se basaría
en el ajuste entre hechos y teorías. Frente a la interpretación ensayada por nosotros
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
73 podría parecer más clara una historia que tenga el siguiente argumento: las ciencias
existentes antes del descubrimiento que se considera (pongamos por caso,
los Principios de Lyell, en cuanto ciencia probada anterior a El origen) son los hechos (se
hablará del hecho del registro fósil, del hecho de las afinidades entre géneros o
especies, del hecho de la distribución geográfica, del hecho del crecimiento
exponencial de las poblaciones, &c.), y la hipótesis que se propone (en nuestro caso
la hipótesis de la evolución con sus hipótesis asociadas) es una teoría científica
gracias a la convergencia de inducciones cuya materia son esos hechos. El
origen sería la obra donde esas hipótesis aparecen, en primer lugar, verificadas y,
ulteriormente, contrastadas, ya que las sucesivas ediciones incluyeron las respuestas
de Darwin a sus críticos. Habría una segunda manera de entender el método científico
y de organizar la interpretación histórica: se supondría ahora que la ciencia existente
con anterioridad a El origen constituye un conjunto de teorías (parcialmente
erróneas) que han de adecuarse a los nuevoshechos que se van descubriendo; algunos
de esos hechos anómalos los habría recogido el propio Darwin en la expedición del
Beagle, otros procederían de otros contextos. A la vista de estos nuevos hechos se
rectificarían aquellas teorías. En un caso a la ciencia previa se le considera «materia»
(hechos) y en el otro se le considera «forma» (teoría). El adecuacionismo se ejercita
así en una perspectiva diacrónica que puede tener cierta utilidad como
autoconcepción asociada al trabajo de los propios científicos, en la medida en que
trata de sistematizar las relaciones de un científico con el precontexto de su
descubrimiento. Lo que es más dudoso es que este tipo de interpretaciones pueda
sostenerse a la hora de ensayar una historia gnoseológica de las ciencias pues la
misma posibilidad de aplicar ad hoc, según convenga en cada caso, uno u otro de
estos dos esquemas incompatibles es un indicio de su falsedad. En efecto, tan
improcedente es considerar la geología predarvinista como un hecho o una
multiplicidad de hechos empíricos, como considerarla como una teoría o conjunto de
teorías, porque esas ciencias, técnicas y protociencias a partir de las cuales está
constituido el darvinismo son ya construcciones materiales complejísimas donde los
aspectos formales y materiales están tan intrincadamente entrelazados que carece de
sentido referirse a ellas globalmente como «hechos» o como «teorías». Precisamente,
y para decirlo una vez más, nuestra reexposición del teorema de Darwin desde la
filosofía del cierre categorial pretende que la verdad de ese teorema no reside en un
ajuste pensamiento/realidad o teorías /hechos, sino en el ajuste entre unos cursos
constructivos materiales ya dados a una determinada escala y otros dados en
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
74 contextos materiales diferentes. Cuando ese ajuste es posible y está correctamente
realizado es cuando se constituye una nueva realidad que es la del nuevo teorema.
4.3 Reinterpretación gnoseológica de la importancia de algunas circunstancias
que hicieron posible El origen
Como ya quedó dicho, nos parece que cuando se estudia un episodio de la historia de
la ciencia se puede distinguir el enfoque sociológico del enfoque gnoseológico. El
primero trata de analizar las circunstancias económicas, sociales, políticas, &c., que
rodean un descubrimiento, sin discutir directamente el estatuto gnoseológico de la
verdad construida. El segundo se centra, precisamente, en el problema de la verdad
científica y de los procesos que conducen a su constitución como tal verdad. Ahora
bien, ateniéndonos ahora concretamente al enfoque gnoseológico de la teoría del
cierre categorial, la verdad científica aparece, como ya hemos dicho, por la
confluencia y el ajuste de cursos operatorios inicialmente independientes. Estos
cursos se construyen a partir del «mundo heredado», o el pre-contexto del
descubrimiento, e incluyen una serie de materiales, de objetos, de técnicas, de
aparatos, &c., como partes constitutivas de esas ciencias y de esas verdades
científicas (cuando éstas llegan a constituirse). Por eso, ciertos aspectos sociales,
económicos, tecnológicos, políticos, &c., pueden llegar a formar parte de una historia
de la ciencia gnoseológica (materialista) sin que el enfoque gnoseológico se confunda
con el enfoque sociológico.
En todo caso, la hora de analizar el precontexto material (social, económico, político,
tecnológico, &c.) que influye en un determinado teorema científico habrá que hacerlo
desde los componentes gnoseológicos de ese teorema y, eminentemente, desde los
cursos constructivos que posibilitan la verdad del teorema (incluyendo, además, las
circunstancias que hacen posible que tenga lugar la confluencia de esos cursos
heterogéneos e independientes). Tomando como referencia los componentes
gnoseológicos que hemos venido analizando en el modelo de la evolución de Darwin,
vamos ahora a referirnos a la influencia que el precontexto de ese teorema pudo haber
tenido en su constitución.
Pues bien, esta influencia del «mundo heredado» sobre el nuevo mundo recién
construido (sobre la nueva verdad científica) puede ser de tres tipos (Bueno, 1992-94,
v.1:§14). En primer lugar, una influencia limitativa: el estado de la investigación en
bioquímica, en biología molecular y en citología en 1859 no permitía conocer los
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
75 mecanismos de la herencia ni las causas responsables de la variabilidad. Este hecho fue
uno de los obstáculos más importantes con los que tropezó reiteradamente el darvinismo, y
condujo al propio Darwin a sostener posiciones ambiguas y erróneas (posiciones
lamarckistas, teoría de la pangénesis, &c.). Estos límites del mundo heredado por
Darwin solo serían sobrepasados tras su muerte, pues exigieron la mejora de muchas
tecnologías (de microscopía, de síntesis de compuestos orgánicos, de química
analítica, de espectroscopía, tecnología de rayos X, &c.). Y estas tecnologías se
desarrollaron en algunas ocasiones por razones internas a la investigación
evolucionista pero, las más de las veces, por razones, en principio, externas a esa
investigación (aunque luego se muestren relevantes para hacer la historia
gnoseológica de ese evolucionismo). La investigación en medicina, y el desarrollo de
una industria (textil, alimentaria, metalúrgica, de la automoción, de guerra, &c.) cada
vez más dependiente de la química orgánica podrían ser algunas de estas razones.
En segundo lugar, el mundo heredado por Darwin, el precontexto de su
descubrimiento, ejerció sobre él una influencia directiva, selectiva, pues el tema del
origen de las especies aparece reiteradamente de un modo más o menos explícito en
la biología del siglo anterior a Darwin. Los transformistas y evolucionistas
predarvinianos (y precientíficos o, en el mejor de los casos, protocientíficos) serían
un indicio de este hecho. Como ya hemos dicho, el «problema de las especies» estaba
ya definido como tal desde contextos taxonómicos, anatómicos, fisiológicos,
paleontológicos, biogeográficos. La Inglaterra en la que Darwin construyó su teorema
era un estado colonialista con intereses prácticos inmediatos en la botánica, en la
zoología, en la geología, en la geografía, &c., y todas estas disciplinas en marcha
posibilitaron y dirigieron la investigación de Darwin. Por otra parte, tampoco hay que
olvidar que, dentro de ese estado colonialista, Darwin pertenecía a una clase social
que tenía influencia allí donde hacía falta tenerla, lo cual posibilitó su formación, su
periplo marítimo y sus relaciones con las personas adecuadas. Basta recordar que los
materiales recogidos en la expedición del Beagle fueron estudiados y catalogados por
naturalistas tan prestigiosos como Owen, Waterhouse, Gould, Jenyns, Hooker, Lyell,
Bell. Probablemente en ningún otro país del mundo podrían haberse encontrado, en
aquel momento, un elenco de geólogos, botánicos, y zoólogos con tan alto grado de
especialización y conocimiento.
Por otra parte, durante aquel siglo, la actitud de las iglesias, manteniéndose fieles al
relato literal delGénesis y del mito adámico, contribuyó, por paradójico que pueda
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
76 parecer, a seleccionar los intereses de aquellos biólogos y geólogos cristianos y, también, a
dirigir muchas de sus discusiones (independientemente del partido que tomaran a favor o
en contra del creacionismo). Es en este punto donde los Vestigios de Chambers tendrían su
puesto asegurado en la historia de la biología (dejando al margen ahora las
interpretaciones psicologistas que nos presentan esta obra como un producto de la
hexadactilia de su autor). Desde luego, como es bien sabido, la presión social de la
Inglaterra victoriana anglicana influyó sobre Darwin, obligándole a trabajar sobre sus
materiales durante un periodo de veinte años antes de dar a conocer sus conclusiones,
y exigiéndole, en todo momento, tener presentes (para refutarlas) las líneas de la
argumentación teológica. Esta afirmación no implica para nada negar el hecho de
que, en el último tercio del siglo XIX, las iglesias adoptaron una actitud de cierto
repliegue en relación con sus pretensiones de seguir manteniendo una interpretación
literal delGénesis. La crítica bíblica de los historiadores alemanes (la Vida de
Jesús de Strauss), la progresiva sistematización de la investigación en arqueología y
prehistoria, y los absurdos a los que conducía una interpretación literal de
la Biblia puestos de manifiesto, entre otros, por el propio obispo Colenso, despejaron
indirectamente el camino al darvinismo.
Por último, el contexto previo a la elaboración de El origen influyó sobre el
naturalista de Down de un modo conformativo. Fué conformativa la influencia de
los Principios de Geología de Lyell, sin duda, en la medida en que esa geología fue
para Darwin la llave que le permitió interpretar otros muchos materiales geológicos y
paleontológicos, los de la América meridional, hasta el punto de conducir a la
rectificación de algunos de sus puntos de partida. Pero quizás esta influencia será
considerada por los historiadores de la historia sociológica demasiado «interna»
como para que pueda hablarse de «aspectos sociales o socioeconómicos que
influyeron sobre el darvinismo». Serán esos historiadores los que tendrán que
explicarnos entonces qué es lo que significa «interno», ¿o acaso la geología de Lyell,
aun siendo como es ciencia universal, no es también, en su origen, «ciencia de la
universidad inglesa de la primera mitad del siglo XIX», ciencia social y
económicamente implantada? También podríamos interpretar como conformativa la
atmósfera ideológica de la economía del laissez-faire(Malthus, Adam Smith), según
la interpretación de Gould, lo que exigirá precisar en qué medida el modelo evolutivo
biológico y el modelo económico pueden considerarse isomorfos. En todo caso,
donde los historiadores de esta historia que nosotros caracterizamos unos párrafos
más arriba como sociológica tendrán que reconocer el carácter conformativo de una
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
77 influencia, en principio, externa a la ciencia biológica es en el modelo de la selección
artificial tomado, sobre todo, de la práctica de los ganaderos, agricultores, cazadores y
colombófilos. Efectivamente, si no nos equivocamos, las técnicas de mejora animal y
vegetal se abrían paso, en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX, dentro de
instituciones sociales y económicas de naturaleza muy heterogénea: explotaciones
agrícolas y ganaderas en busca de mejores rendimientos y determinadas por el
crecimiento de la población urbana, actividades de recreo de una nobleza y una
burguesía que sale de caza regularmente, ociosidad de «coleccionistas» que se
enfrascan en la obtención de nuevas variedades de palomas o de perros, &c. La
familia Darwin era conocida en los círculos colombófilos, y el tío de Darwin, Josiah
Wedgwood, era uno de los grandes criadores de ovejas de la Inglaterra de la primera
mitad del XIX. Desde luego, estas instituciones y gremios de ganaderos, de criadores,
&c., no formaban parte de la ciencia pues incluso los naturalistas dedicados a la
ciencia amable cuidaban mucho de no ser confundidos con jardineros y hortelanos.
Sin embargo, desde nuestra particular perspectiva gnoseológica resulta indudable que
la teoría de la descendencia con modificación por selección natural está conformada a
imagen y semejanza del modelo de la selección artificial, y en continuidad con él. Si
es así, estaríamos entonces ante un caso en el que unos contenidos «externos» a la
biología («externos» antes de 1859), y procedentes de grupos sociales diversos y de
prácticas con funciones sociales y económicas diferentes, ejercen una influencia
conformadora (por tanto, a partir de ese momento «interna» en cuanto dator
formarum de la nueva realidad que se construye) sobre la verdad científica de la
evolución biológica.
Desde luego, los encargados de hacer la historia social y económica del darvinismo
no analizan la influencia del mundo heredado sobre el nuevo descubrimiento en los
términos que acabamos de utilizar, es decir, distinguiendo la influencia limitativa,
directiva y conformativa de aquél sobre éste, pues esta clasificación implica un juicio
que es ya, en sí mismo, gnoseológico. Desde ese punto de vista gnoseológico no se
trata sólo de reconocer la continuidad entre los fenómenos y las operaciones
mundanos y los propiamente científicos sino que se trataría de mostrar la diferente
manera en que esas influencias limitativas, directivas y, sobre todo, conformativas,
hacen posible la construcción de una verdad científica, y cómo ésta reabsorve y
reorganiza todos esos materiales para constituir una realidad nueva cuyo significado
rebasa ampliamente el de esos contextos de partida. Esa nuevo teorema que
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
78 constituye una nueva realidad será, a su vez, un nuevo lugar desde el cual seguir haciendo
más ciencia.
4.4 El modelo evolutivo después de Darwin
Una de las pruebas más fiables para considerar un determinado teorema como
verdaderamente científico es que ese teorema sirva de punto de partida para el
desarrollo fértil de la ciencia posterior, y se entreteja con los otros teoremas del
campo. Casi siglo y medio después de El origen podemos estar seguros de que eso ha
sido así en el caso del modelo de Darwin, sin duda. En este apartado no pretendemos
hacer una historia de la biología después de Darwin, pues esta tarea excedería
claramente los límites que nosotros mismos nos hemos impuesto, pero vamos a
referirnos a ciertos contextos que han desarrollado y ampliado el modelo evolutivo y
lo han dotado de una solidez y una potencia muy superiores a las de su primera
formulación. (No estamos, con esto, pretendiendo que no haya continuado habiendo
un modo de hacer biología al margen del evolucionismo o incluso contra él, por
ejemplo, la morfología formalista de D'Arcy Wentworth Thompson, pero su historia
nos alejaría demasiado de nuestra argumentación que presentamos necesariamente
simplificada).
En primer lugar, se podría asegurar que el teorema de Darwin reordenó, de un modo
notable, no sólo las relaciones entre ciertas disciplinas tecnológicas y científicas ya en
curso, sino también la organización interna de los materiales de muchas de esas
materias. Por ejemplo, en lo relativo a la anatomía comparada y a la morfología,
Haeckel y Huxley, ya en un primer momento, desarrollaron estas disciplinas desde la
perspectiva darvinista. Más importantes fueron todavía las contribuciones de Carl
Gegenbaur a la anatomía comparada filogenética de invertebrados y, sobre todo, de
vertebrados. Gegenbauer fundó en 1875 el Morphologisches Jahrbuch, una revista de
anatomía comparada evolucionista. En 1883, publicó su Lehrbuch der Anatomie des
Menschen donde se estudia al hombre desde los presupuestos de la anatomía
evolucionista comparada, y en el periodo 1898-1901 apareció su
monumental Vergleichende Anatomie des Wirbelthiere donde se hace otro tanto con
los vertebrados.
Por otra parte, el teorema de Darwin hizo que la paleontología pasara de ser una
disciplina clasificatoria a ser un intento de reconstruir la historia evolutiva. En 1873,
V.O. Kovalevski presentó una historia paleontológica de los ungulados del terciario
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
79 construida a partir del análisis de las extremidades y las piezas dentales, y hacia 1900 se
habían construido ya líneas evolutivas relativamente fiables de corales y amonitas. Por su
parte, la paleontología humana es posdarvinista en su práctica totalidad: antes de 1850 no
se conocía ningún fósil humano o prehumano que pudiera considerarse seguro, en
cuanto a su clasificación y datación. El famoso descubrimiento del valle de Neander
es, como se sabe, de 1856, y el del homo sapiens de Cromagnon es de 1868. Por su
parte, el primer homo erectus descubierto fué el famoso «hombre de Java» que halló
Dubois en 1891, mientras que los australopithecos pertenecen ya a la paleontología
del siglo XX. Pero esta paleontología humana no es una aplicación más de la teoría
de la evolución (como pretende Cadevall desde presupuestos estructuralistas,
adecuacionistas) sino que es un curso constructivo (pues no es meramente empírico),
que se ajusta con todos los anteriormente considerados, y cuyos materiales amplían la
franja de verdad del teorema de Darwin (que, dado que incluye todos esos materiales,
todos esos fósiles que son objetos corpóreos, es también un teorema material).
Los estudios biogeográficos, tanto de organismos actuales como extintos, conocieron
también un importante avance posibilitado por los principios del modelo de Darwin
y, a su vez, este modelo se benefició de los datos aportados por la biogeografía. Por
lo demás, a nadie se le oculta el ajuste mutuo entre la biología evolucionista y la
teoría de la deriva continental. El modelo de Wegener, visto desde el teorema de
Darwin, es otro curso constructivo más que contribuye a dar solidez al teorema y que
demuestra su fertilidad.
También es evidente que el teorema de Darwin determinó que creciera el interés por
el estudio de las relaciones entre los organismos. Estos estudios condujeron a la
constitución de una disciplina biológica nueva: en 1866, en su Morfología general de
los organismos, Haeckel presenta un programa para la investigación en este nuevo
campo al que él mismo dió el nombre de «ecología». Sería Karl Möbius, en un
estudio sobre la bahía de Kiel publicado en 1877, el que introduciría el concepto de
«biocenosis», de tan importante rendimiento en la futura investigación ecológica.
Dollo, por su parte, ampliaría estos estudios ecológicos a los materiales
paleontológicos.
La teoría de la evolución también contribuyó al estudio de las semejanzas entre el
hombre y los animales en lo relativo a cuestiones psicológicas y etológicas. Ya
Darwin, en los cuadernos M y N,había tratado de analizar esas semejanzas en lo
relativo a los actos propositivos, estudios que se continuaron en La expresión de las
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
80 emociones en los animales y en el hombre y en La descendencia del hombre. Por lo
demás, a nadie se le oculta la importancia que tienen en la actualidad los estudios del
comportamiento animal en el contexto de las investigaciones en biología evolutiva. Y
destacamos esta importancia aun a sabiendas de que éste es uno de los lugares donde
la verdad del teorema de Darwin tiene que enfrentarse con una serie de materiales
que resultan especialmente problemáticos. Nos estamos refiriendo a la circunstancia
de que, a través de la etología, las operaciones de los animales entran a formar parte,
como términos, del campo de la biología evolucionista. El teorema de Darwin tendrá
entonces que intentar dar cuenta de estas operaciones: ya sea como resultado de
relaciones físico-contiguas (el caso de las hormonas sociales), o ya sea como
resultado de estructuras que envuelven esas operaciones y las determinan desde fuera
(el caso de las estructuras topológicas o de las estructuras culturales){22}. Sin
embargo, no parece imposible enfrentarse a este reto desde la confluencia de los otros
cursos constructivos entre los que cabría destacar especialmente la ecología (sin
olvidar la anatomía y la fisiología).
Ahora bien, la consideración del modelo evolutivo después de Darwin exige
necesariamente referirse a dos nuevos frentes de investigación que Darwin no pudo
considerar y que, sin embargo, aportan nuevos materiales y nuevos fenómenos a la
identidad sintética de la evolución biológica. Nos referimos, por una parte, a la teoría
celular y, por otra, a los importantísimos logros de la biología molecular y de la
genética de poblaciones durante el presente siglo, logros que condujeron, como es
bien sabido, al nuevo ajuste de la teoría sintética.
El desarrollo de la teoría celular, desde las primeras formulaciones de Schleiden,
Schwann y Henle hasta su culminación con los descubrimientos de Cajal sobre las
células nerviosas, supuso el abandono progresivo de una serie de principios erróneos
que acompañaban el estudio de los organismos, y posibilitó, tanto o más que la teoría
de la evolución, el cierre categorial del campo biológico. En primer lugar, la teoría
celular eliminó, de una vez por todas, la hipótesis de la generación espontánea: toda
célula proviene de otra célula y, por tanto, todo organismo proviene de otro anterior,
lo que asegura la continuidad reproductiva ininterrumpida. Este principio es un
auténtico principio gnoseológico que define la inmanencia del campo biológico. Es
uno de esos principios materiales que un campo se da a sí mismo como norma
indispensable para su constitución. No hace falta insistir en que este principio se
encuentra ejercido en el teorema de Darwin cuando se niega la creación puntualex
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
81 nihilo y cuando se afirma la unidad de descendencia de todos los organismos. Aquí
tenemos uno de los lugares en los que el teorema de la evolución se articula con otros
teoremas del campo biológico (pues consideramos la teoría celular como uno de los
teoremas más importantes de ese campo). La teoría celular, además, rompió la barrera
entre el reino animal y vegetal y estableció la célula como unidad morfológica y
funcional de todos los organismos. En este extremo, su ajuste con el teorema de
Darwin es también muy evidente si se interpreta esa ubicuidad de la célula en todos
los organismos como una prueba de la unidad de estirpe. La teoría celular también
contribuyó a eliminar una serie de hipótesis animistas y vitalistas acerca de fuerzas o
energías que serían específicas de los organismos vivos, para sustituirlas por el
estudio físico-químico de los procesos que tienen lugar en los diversos componentes
de la célula. El teorema de la célula y el teorema de Darwin se coordinan a la hora de
descartar las hipótesis vitalistas, porque la vitalidad de los organismos no obedece a
un principio inmaterial sino a una determinada organización, y esa organización es
fruto de la selección natural. La teoría celular sin teoría de la evolución correría,
quizás, el riesgo de degenerar en un reduccionismo químico y físico (por ejemplo, el
del propio Schwann que compara el proceso de citogénesis, a partir de lo que él llama
el citoblastema, con el proceso químico de cristalización) o, en otro sentido, correría
el peligro de volver a formular un principio vitalista a propósito de la célula o a
propósito del organismo (considerado como un todo que, misteriosamente, es más
que la suma de las partes, por ejemplo, en la interpretación de Henle). Pero la
consideración evolutiva del origen de la célula y de los procesos que conducen a sus
sucesivas especializaciones vuelve a dejar estos asuntos en la inmanencia del campo
biológico. El establecimiento de la célula como unidad funcional biológica (sede de
la actividad metabólica, secretora, nerviosa, reproductora, &c.) subraya esta
inmanencia pues permite el estudio de los procesos de reproducción celular y del
desarrollo embrionario en términos de sus causas próximas (físico-químicas) y de su
historia evolutiva, lo que descarta las explicaciones de tipo epigenético. Fué en el
marco de la teoría celular donde los trabajos de Weismann sobre la relación entre las
células sexuales y el resto de las células del organismo condujeron a descartar la
teoría de la pangénesis (apoyada por Darwin) y el lamarckismo (y ya estamos,
entonces, en los orígenes del neodarvinismo, el darvinismo sin herencia de los
caracteres adquiridos, en la definición que diera Romanes en 1896). Subrayamos el
hecho de que el modelo de Darwin se articula con el teorema de la célula (y
vicecersa) no sólo porque consideremos que la teoría celular es otro de los cursos
constructivos que, en muchos aspectos, convergen con el modelo de Darwin, sino
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
82 también porque suponemos que un teorema científico (como el de la evolución) no es
nunca un teorema aislado sino que forma parte de un campo constituido por una
multiplicidad de teoremas entrelazados y regulados por los mismos principios.
Por último, tenemos que referirnos a un conjunto de construcciones científicas
nuevas, que Darwin no podía haber previsto de ningún modo, fundamentalmente lo
que actualmente se conoce con el nombre de biología molecular y genética de
poblaciones. En este nuevo contexto es donde se formula uno de los principios
gnoseológicos más importantes del campo actual de la biología, principio que
inmediatamente afectará al teorema de la evolución y al teorema de la célula. Este
principio, el llamado «dogma» de la biología molecular, acaba ya de una vez por
todas con la hipótesis de la herencia de los caracteres adquiridos y obliga a una
modificación del teorema de Darwin que conduce a un nuevo teorema, aún más
sólido y más potente, con una banda de fenómenos más amplia y más rico en
posibilidades constructivas, que es la teoría sintética. Teoría «sintética» porque aúna
el darvinismo clásico con los principios de la biología molecular y de la genética
mendeliana. Pero, como venimos argumentando, también el teorema evolutivo en la
versión de Darwin era «sintético» (tenía el formato gnoseológico de una identidad
sintética sistemática) pues estaba posibilitado por el ajuste de una multiplicidad de
cursos constructivos. Y en el nuevo teorema, aquellos cursos referidos por Darwin
(paleontológicos, biogeográficos, ecológicos, &c.) seguirán jugando su importante
papel, sin duda alguna. A ellos se unirán ahora nuevas construcciones que resultarán
convergentes con esos cursos taxonómicos, paleontológicos, anatómicos,
morfológicos, &c. que continúan, por su parte, ampliándose con materiales
renovados. Por ejemplo, son materiales que consolidan el teorema de Darwin la
semejante composición bioquímica de todos los organismos (los azúcares, las bases
nitrogenadas, los aminoácidos y, slobre todo, la estructura ubicua de las moleculas de
ADN y ARN); también contribuye a ampliar la cientificidad del teorema la
confluencia entre las secuencias filogenéticas construidas desde los análisis
comparados de los mapas genéticos de diversos organismos con las construidas desde
la anatomía y la fisiología comparadas o desde la paleontología (y no estamos aquí
haciendo apología del reduccionismo bioquímico sino insistiendo en la necesidad de
ajustar las partes del teorema, en este caso, la necesidad de ajustar la reconstrucción
bioquímica con la fenotípica, con la paleoecológica o la paleogeográfica, &c., para
construir conceptos tan importantes y fértiles como el de «evolución en mosaico» o
para desenmascarar casos crípticos de convergencia). También añaden solidez al
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
83 teorema los análisis matemáticos de la genética de poblaciones, donde el concepto de
selección natural puede reconstruirse en términos mucho más precisos que en cualquier
otro contexto precedente.
El análisis del teorema de Darwin desde la nueva teoría sintética de la evolución
quizás nos permita entender algunas de las dificultades irrebasables con las que tuvo
que enfrentarse el autor de El origen. Y así como desde la teoría de la relatividad
general podemos entender, incluso mejor que Newton, ciertos aspectos de la
mecánica clásica (la coincidencia entre masa gravitacional y masa inercial), así
también hoy, desde la teoría sintética, podemos entender, quizás mejor que Darwin,
la circunstancia de ciertos errores necesarios: nos referimos a la teoría de la
pangénesis ya citada. El propio Darwin se dió cuenta perfectamente del carácter
problemático de esta teoría a la que consideraba sólo una hipótesis floja y
provisional, hipótesis desaprobada por algunos de los darvinistas más fervientes
como el propio Huxley. De hecho, Darwin nunca incluyó esta teoría en El
origen aunque sí aparece formulada en su obra de 1868 sobre las variaciones de los
animales y las plantas en estado de domesticación. Si nos atenemos estrictamente a El
origen podemos decir que Darwin se conforma con dar por supuesta la variabilidad
espontánea ligada a la herencia, haciendo compatible esta variabilidad con la
influencia directa del medio (manteniendo siempre un cierto grado de lamarckismo
compatible con su teoría de la selección natural). Darwin no conoció la obra de
Mendel, aunque es sabido que Mendel le envió una copia de su trabajo de 1865 que
no llegó nunca a consultar. En todo caso, Darwin sí conocía los estudios del francés
Charles Naudin, que llegaba a conclusiones parecidas a las del sacerdote austríaco, y,
sin embargo, se opuso una vez más a la hipótesis de la herencia dura en favor de la
herencia mezclada, y mantuvo esas mismas posiciones hasta el final de su vida. Para
poder entender las razones de esta oposición tan tenaz quizás sea pertinente recordar
que Darwin construyó su teorema de la evolución en polémica contra el creacionismo
y contra cualquier hipótesis que supusiera en la historia natural algún tipo de salto o
discontinuidad inexplicable en términos biológicos. La reiterada apelación darviniana
a la inexistencia de saltos en la naturaleza (el famoso lema tomado de
Leibniz: Natura non facit saltum) podría interpretarse no tanto como un
requerimiento ontológico (la naturaleza es continua) o matemático (la continuidad en
biología puede ser definida en términos matemáticos), cuanto como un principio
gnoseológico: no puede haber en la filogénesis de los organismos procesos que no
tengan una explicación internamente biológica (ésta sería la lectura que nosotros
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
84 haríamos del párrafo final del capítulo séptimo de El origen). Desde estos presupuestos, y
en ausencia de una teoría celular y una teoría genética firmemente desarrolladas, las
hipótesis de la herencia blanda y de la pangénesis podían parecer más atractivas. De hecho
Darwin, aunque reconoció la variabilidad espontánea (probablemente porque no tenía
más remedio, ya que ésta se daba en el contexto de la selección artificial), siempre
desconfió de esa variabilidad dado su carácter opaco, inanalizable en términos
biológicos.
Vamos a terminar este párrafo acerca del teorema de la evolución después de Darwin
haciendo una brevísima referencia a los principios gnoseológicos que van asociados
con este teorema. Llamamos principios gnoseológicos de una ciencia a aquellas
normas que el campo de esa ciencia se da a sí mismo para hacer posible su
constitución como tal campo. La unidad y organización interna de un campo
científico es posible a partir del momento en que se dispone de un número mínimo de
teoremas, si es que consideramos el teorema como la «célula gnoseológica», el
elemento funcional básico de la ciencia. Pero una multiplicidad de teoremas, cuando
pertenecen a un mismo campo o están en trance de constituirlo, no tienen una
independencia total, no están aislados, sino que se nos aparecen entrelazados unos
con otros compartiendo un conjunto de principios. Ahora bien, estos principios no
son principios en un sentido lógico (axiomas, postulados), ni en un sentido ontológico
(primeros principios por razón de su obviedad o de su «claridad y distinción»), sino
en un sentido gnoseológico y constructivo. Con esto queremos decir que estos
principios comprometen a los objetos corpóreos y a las operaciones manuales que
conforman los campos materiales de las ciencias. De ningún modo habrá que
considerarlos principios en un sentido cronológico (aquello que se pone al comienzo),
entre otras cosas porque su justificación no se alcanza hasta que no se construyen
esos teoremas que los exigen y los hacen posibles. De los principios de la biología no
se van a derivar las configuraciones de las especies, de los organismos o de las
biocenosis. Son los propios principios los que se construyen a partir de los
organismos, las especies, las biocenosis o los fósiles ordenados en estratos; sólo si los
principios se muestran útiles en el análisis de estas configuraciones podrán ser
reivindicados como auténticos principios materiales del campo, como principios no
espurios. En el marco de esta conferencia, la discusión sistemática acerca de cuáles
deban considerarse los principios gnoseológicos de la biología contemporánea rebasa
claramente nuestro espacio disponible pues obligaría a analizar el resto de los
teoremas de ese campo. Pero con todo, vamos a intentar referirnos, aunque sea de
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
85 modo sucinto, a algunos principios que afectan más directamente al teorema de Darwin en
su formulación actual de la nueva síntesis.
En primer lugar, el teorema de Darwin es indisociable del establecimiento de un
principio gnoseológico que llamaremos, con Bueno, el «principio del cierre
interespecífico», según el cual el problema de la transformación de unas especies en
otras queda definido como un problema biológico. Este principio quedará, a su vez,
limitado por el «principio del cierre específico», exigido por el teorema de Mendel,
que supone que los organismos se reproducen manteniendo sus características
específicas según leyes determinadas (Bueno, 1983). Precisamente, la teoría sintética
de la evolución se construirá conservando la tensión entre estos dos principios. Como
ya quedó dicho, nosotros seríamos partidarios de interpretar el lema Natura non facit
saltum en el contexto de este requerimiento gnoseológico de mantenerse en la
inmanencia de los fenómenos biológicos a la hora de reconstruir los procesos
filogenéticos. En todo caso, si analizamos el principio interespecífico desde la
actualidad, resulta que, tras su apariencia inocua y trivial, esconde las mayores
dificultades, si es que se pretende entender de un modo no dogmático el teorema de la
evolución biológica. Si interpretamos ese principio como un principio ontológico,
como una verdad evidente en sí misma, intuitiva (desde el descripcionismo), o como
un auténtico primer principio axiomático justificado en su adecuación con la realidad,
estaremos cayendo en esa concepción dogmática, metafísica, del modelo evolutivo.
Pero si lo interpretamos como un principio gnoseológico, constructivo, dentro de una
estrategia materialista y circularista, resultará ser un auténtico «postulado de cierre»
que nos estará marcando críticamente muchos de los límites de la franja de verdad del
teorema de la evolución. Estos límites se dibujan frente a otras ciencias en curso
(mecánica cuántica, geodinámica, climatología, &c.): en el último apartado de esta
lección diremos alguna cosa más acerca de este asunto.
El modelo de la evolución exige, por razones evidentes, utilizar el principio del
actualismo (tomado de la geología) en el contexto de los fenómenos biológicos, con
el objeto de poder establecer relaciones isológicas entre los materiales pretéritos y los
actuales. Ahora bien, no creemos que este principio pueda considerarse un principio
ontológico o lógico formal. No es un principio ontológico porque no habría ninguna
justificación ontológica para mantener el actualismo más que el catastrofismo. No es
lógico formal porque sus contenidos están claramente determinados por
materialidades muy específicas (no exclusivamente tipográficas). Nosotros
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
86 interpretamos este principio como un principio gnoseológico, un principio que se adopta
en virtud de su fertilidad para generar cursos constructivos e identidades sintéticas. Ahora
bien, el alcance del principio del actualismo está inmediatamente compensado por el
principio de Dollo, formulado ya por Darwin, acerca del carácter irreversible e
irrepetible de los procesos evolutivos. También aquí el teorema de Darwin se mueve
en la tensión entre estos dos principios, y también de esta tensión se derivan
importantes consecuencias para la comprensión no dogmática del teorema, como
veremos enseguida.
Por otra parte, es importante referirse a ciertos supuestos que hace falta negar para
poder constituir el teorema de Darwin, y que dan lugar a principios negativos,
principios que centrifugan de la categoricidad biológica ciertas tesis, y que,
precisamente por esto, posibilitan la constitución de ese campo científico. Por
ejemplo, es indudablemente un principio del campo biológico, que posibilita todos
sus teoremas, el principio que niega la generación espontánea. La conformación de
este principio se consolidó históricamente en torno al teorema de la célula pero afecta
de manera central, como no podía ser de otro modo, al teorema darviniano. Afecta a
este teorema, en primer lugar, como principio de los términos porque implica la
imposibilidad de un organismo que aparezca ex abrupto, sin proceder de otro, creado
de la nada. Pero afecta, además, como un principio que regula las operaciones
porque, en el contexto de la mejora animal y vegetal, la reproducción selectiva puede
considerarse, desde el punto de vista gnoseológico, una operación y, para nosotros,
como quedó dicho, esta operación (de origen tecnológico) habría quedado
incorporada, gracias al teorema de Darwin, en el campo de la biología. Una vez
establecido este principio, la generación espontánea y lacreatio ex nihilo serán
incompatibles con la constitución de la biología como campo científico y quedarán
relegadas a disciplinas metafísicas, como la Teología, o a contextos acausales como,
por ejemplo, en la magia.
El conocimiento negativo no es la ausencia de conocimiento: el segundo principio de
la termodinámica, definido como la imposibilidad de construir un móvil perpetuo de
ciertas características, es, sin embargo, imprescindible para que el campo pueda
constituirse como tal campo científico. En el caso del teorema de Darwin, otro de los
supuestos que resulta negado es el de que los organismos están adaptados de una
manera óptima, como consecuencia de que participan de la perfección del Dios que
los creó. Como es bien sabido, el teorema de la evolución sólo exige que la
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
87 adaptación sea suficiente como para posibilitar la reproducción (diríamos nosotros que se
trata de un concepto de adaptación diamérico, frente a la definición metamérica que exige
la referencia al demiurgo{23}). Si es así, no puede resultar sorprendente que la mayor
parte de los organismos muestren caracteres subóptimos, y dejan de resultar tan
enigmáticos los casos de hipertelia.
Como una prueba más acerca del carácter constructivo de los principios
gnoseológicos de una ciencia, como una prueba también de que esos principios no
son evidentes por sí mismos sino que, por decirlo de algún modo, «se prueban por sus
conclusiones», nos basta con observar que algunas de las grandes discusiones
actuales de la biología evolucionista tienen que ver, precisamente, con la
determinación de algunos de esos principios. Por ejemplo, en la versión ortodoxa de
la teoría sintética, son principios establecidos que las unidades de variación son los
genes, las unidades de selección son los organismos individuales, y las unidades de
evolución son las especies. Se trata de una correspondencia biunívoca que define,
unos por otros, ciertos procesos biológicos y ciertas clases de términos característicos
del campo. Pero, en este momento, la discusión apasionante acerca de los contenidos
de esta ortodoxia es una discusión esotérica que compete exclusivamente a los
biólogos profesionales y que, si nuestro diagnóstico es correcto, no seguirá tanto la
vía ex principiis cuanto la vía ex consequentiis.
4.5. Breve referencia al problema de los límites del darvinismo
La verdad de la teoría de la evolución biológica, tal como aparece formulada en las
versiones modernas de la teoría sintética, organiza una cantidad tal de fenómenos
biológicos que, hoy en día, puede decirse, con Dobzhansky, que es casi imposible
hacer biología al margen de las explicaciones evolucionistas. La teoría de la
evolución, junto con la teoría celular, son dos de los teoremas constitutivos más
importantes del campo categorial de la biología científica. Ahora bien, la potencia
indudable de la teoría de la evolución como identidad sintética no debe tampoco
ocultarnos los límites de la «franja de verdad» abarcada por esta teoría. Todas las
verdades científicas y todas las ciencias tienen unos límites que vienen determinados,
fundamentalmente, por las verdades y las construcciones de las otras ciencias; por
esta razón la discusión de esos límites se convierte necesariamente en una reflexión
de segundo grado, filosófica, una reflexión que puede diferenciarse de la evaluación
de la verdad de los teoremas científicos tal como la realizan los propios científicos
desde la inmanencia de sus campos. Esta discusión es, para nosotros, importantísima
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
88 ya que, desde las posiciones del circularismo materialista, la misma posibilidad de las
verdades científicas es indisociable de la definición de un campo de inmanencia que pueda
ser desconectado, en ciertas condiciones, del resto de los fenómenos. Por eso, sería
inmediatamente sospechoso un teorema que pretendiera referirse a la totalidad de los
fenómenos existentes.
Vamos a referirnos aquí a tres frentes en donde se nos dibujan los límites del
evolucionismo biológico, unos límites que, si no nos equivocamos, serían
inseparables de esa verdad y vendrían determinados por los propios fenómenos que
posibilitan su existencia. Estos límites marcan, a la vez, algunos de los contornos más
importantes del cierre categorial biológico, un cierre categorial efectivo, pero
«infecto» y problemático (aunque quizás no más problemático que los cierres de otras
ciencias que, sin embargo, se presentan a sí mismas como «perfectas» sin serlo).
En primer lugar, es un problema actualmente abierto y sujeto a importantes
discusiones e investigaciones el de determinar en qué momento el modelo evolutivo
deja de ser aplicable cuando descendemos en la escala filogenética: ¿puede aplicarse
el modelo de la lucha por la supervivencia y la selección natural a macromoléculas
orgánicas separadas, o a los protobiontes anteriores a los primeros procariontes?
¿Puede establecerse una modulación climacológica del modelo que nos permita
entender, desde sus determinaciones internas, su funcionamiento diferencial
conforme descendemos en la escala evolutiva, hasta llegar a su propia degeneración,
degradación y desaparición como tal modelo, pongamos por caso, en el nivel de
ciertas estructuras de la química del carbono? Si estas preguntas pudieran ser
respondidas o, al menos, precisadas en alguna medida, se arrojaría mucha luz acerca
de los límites de la categoría biológica con respecto a la categoría físico-química y,
más en general, sobre el alcance de ciertas teorías metafísicas que pretenden poder
progresar causalmente desde las moléculas, los átomos, o incluso, las estructuras
subatómicas, hasta las células, los tejidos, y los organismos de la biología. Al
descender en esa escala filogenética, el momento en el que el modelo de la evolución
deja de engranar con los materiales y los fenómenos habrá que interpretarlo como un
indicio sólido de que esos procesos considerados ya no son categoriales,
determinados, sino que conducen a teorías metafísicas, a teorías que son incapaces de
progresar nuevamente a los fenómenos. Pero la crítica de estas teorías sólo puede
hacerse desde las ideas de materia y tiempo en sentido ontológico general. El riesgo
incesante de convertir los procesos categoriales en teorías metafísicas (Alexander con
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
89 su «emergencia absoluta» o Bergson con su «evolución creadora») vuelve a reproducir la
oscuridad y el error del creacionismo. Si el creacionismo predarvinista imposibilitaba el
cierre categorial de la biología, este emergentismo también es hoy un obstáculo para poder
precisar los límites inmanentes de ese cierre.
No faltan quienes pretenden borrar estos límites del campo biológico proponiendo
una reducción de ese campo al campo de la física (una reducción que nosotros
calificaríamos de «reduccionismo descendente»): J.J.C. Smart, en su Philosophy of
Scientific Realism (Smart, 1963, p. 57), da por supuesta esta reducción, y E. Nagel,
en La estructura de la ciencia (Nagel, 1961, cap. XI), considera el problema de la
reducción de la biología a la física como una cuestión empírica pendiente de los
posibles desarrollos de la biología molecular (como si la biología molecular pudiera
llegar a dar cuenta, desde sus principios, de la etología, la ecología o la biogeografía
implicadas en el evolucionismo biológico).
Pero también hay un modo de entender estos límites del modelo evolutivo que supone
considerarlos necesarios, necesarios como límites que posibilitan y constituyen el
modelo y el mismo campo biológico. Desde esta posición, resulta improcedente
considerar un defecto del darvinismo el no poder explicar el origen de la vida, como
hace Popper (Popper, 1974:228). Popper, además, deduce de esa imposibilidad que el
darvinismo es entonces una lógica situacional ya que exigiría asumir «que la vida y
su marco constituyen nuestra 'situación'». Nuevamente volvemos a topar aquí con la
sutil agudeza de Sir Karl. Darwin, por su parte, se dió cuenta muy tempranamente (en
sus Notas viejas e inútiles de 1837) de que el problema del origen de la vida quedaba
fuera del horizonte de su teoría pues ésta exigía partir in medias res de los
organismos vivos como términos del campo ya dados, para intentar esclarecer los
mecanismos responsables de la descendencia con modificación. Darwin sabía que los
términos característicos del campo biológico eran los organismos (actuales y
extintos) y el origen de la vida no era un asunto inmanente al campo biológico. En la
conclusión de El origen, Darwin se defiende de aquellos que critican su teoría por no
poder dar cuenta «de la esencia u origen de la vida» argumentando que tampoco la
mecánica de Newton, paradigma indiscutible de cientificidad, «explica qué es la
esencia de la atracción de la gravedad». Darwin también fué plenamente consciente
de la imposibilidad de reducir íntegramente el mundo orgánico al mundo inorgánico,
dada la especificidad material de los fenómenos biológicos y, en este sentido, fué
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90 siempre contrario a ese «reduccionismo descendente» (y ello a pesar de que considerara
las ciencias físicas como un modelo metodológico para las biológicas).
En segundo lugar, la verdad de la teoría de la evolución biológica encuentra también
sus límites cuando se intenta aplicar a las últimas decenas o incluso centenas de miles
de años de la especiehomo sapiens, a la culturología e incluso a la historia. El
proyecto de los sociobiólogos sería la muestra más importante de este intento, aunque
no la única, puesto que caben versiones del evolucionismo culturológico menos
dependientes de la genética (en la línea del llamado darvinismo social de Spencer).
Pero ¿puede utilizarse la teoría de la evolución biológica con algún sentido (y con
algún rendimiento) para analizar la especie homo sapiens sapiens actual dados los
propios progresos de la biología y de las tecnologías biomédicas? ¿Acaso no son,
precisamente, esas tecnologías las primeras encargadas de mantener estables las
características de la especie subsanando ortopédicamente las variaciones que se
produzcan? ¿La selección natural y la selección sexual pueden aplicarse sin más,
directamente, al hombre actual sin mediar contenidos históricos y culturales? Si
vamos a fijarnos en el parecer de Darwin, no es fácil exponer de modo resumido su
posición. Por una parte, él consideraba que el modelo de la evolución biológica no
era aplicable al terreno social, y por eso no consideraba de ninguna utilidad la obra de
Spencer (como nos narra en suAutobiografía), y más absurdas todavía le parecían las
comparaciones entre el evolucionismo biológico y la historia política{24}, pero, por
otra parte, según sabemos por su correspondencia, Darwin trasladaba la lucha por la
existencia a las razas humanas y sostenía que las razas caucásicas, más civilizadas,
habían vencido a la raza turca{25}.
No podemos abordar ahora el análisis de aquellas situaciones en las que ciertos
componentes del modelo evolucionista refluyen en el seno de materiales etnológicos
e históricos. Esta refluencia se da, sin duda, y su estudio es una tarea urgente pues
tiene implicaciones para la filosofía moral y política del presente; es, además, una
tarea que exige tomar partido sobre el carácter prescindible, sustituble o
imprescindible de la refluencia en cada caso. A pesar de reconocer estas refluencias,
las prognosis acerca de la evolución biológica del hombre actual (y de otros
organismos) entrarían, sin embargo, para nosotros, dentro del género de la ciencia
ficción. Incluso parece pertinente dudar hoy de la aplicabilidad del modelo de la
selección natural no sólo a nuestra especie sino a todas las demás en la medida en que
el hombre ha alterado de forma muy importante la «economía de la naturaleza» y está
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91 dispuesto a alterarla aún más (sea en el sentido que sea, incluido el de un
conservacionismo ecologista --culturalmente construído, sin duda-- que no parece tener
muy bien definidos los contenidos de aquello que pretende conservar: ¿el paisaje? ¿la
biomasa? ¿la diversidad, incluido el virus de la viruela?); y esta alteración de
etiología humana obedece, sin duda, a causas que ya no caen dentro de la categoría
biológica (la lucha por la supervivencia, &c.) sino dentro de otras categorías
(culturología, historia, economía, sociología, política, &c.). Este intento de aplicar el
esquema de la evolución biológica a materiales culturológicos, históricos,
sociopolíticos, éticos, morales, &c., cuando se presenta como el único modo
científico de tratar estos asuntos, da lugar a un «reduccionismo ascendente». Los
límites de este reduccionismo no siempre son fáciles de determinar ya que puede
darse el caso de contenidos aparentemente culturales o históricos que resultan
efectivamente reductibles por vía biológica. Así ocurre, por ejemplo, con la fobia
hacia el consumo de leche de muchas poblaciones humanas, que en vez de explicarse
como un tabú dietético de etiología cultural, debe entenderse como un efecto de una
deficiencia de lactasa genéticamente determinada, de modo que las poblaciones con
capacidad de sintetizar cantidades suficientes de lactasa serían un resultado de un
proceso de evolución biológica.
El tercer frente en el que se dibujan también importantes límites de la verdad de la
teoría de la evolución implica criticar un uso del modelo que conduce a la
construcción de una historia natural atributiva, global. Son totalidades atributivas
«aquellas cuyas partes están referidas las unas a las otras, ya sea simultáneamente, ya
sea sucesivamente» frente a las totalidades distributivas «cuyas partes se muestran
independientes las unas de las otras en el momento de su participación en el todo»
(Bueno, 1992-94, v.5:1441). Se entiende el modelo de la evolución biológica como
modelo atributivo cuando se supone que este modelo permite hablar de una historia
natural científica total. Las partes de este modelo serían, entonces, las diferentes fases
de la filogénesis que se podrían conectar sucesivamente en una construcción global
científica. Ahora bien, si entendemos el modelo evolutivo como modelo atributivo
global, entonces todas esas conexiones que aseguran la unión de las partes de ese
todo sucesivo (de esa historia natural global) serían conexiones científicas, y lo
serían gracias, precisamente, a ese modelo de la evolución biológica. Nos parece, sin
embargo, que esa totalidad atributiva histórica, cuando pretende dar cuenta
causalmente de la totalidad de los fenómenos que cubre, cae inevitablemente en el
sofisma del post hoc ergo propter hoc. Y este error no sólo se da en el ámbito de la
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92 historia natural, sino también en el de la historia cosmológica y en el de la historia política.
La causalidad, como sabemos, no es mera sucesión, porque puede haber acontecimientos
sucesivos no ligados causalmente. La causalidad tampoco es, para nosotros, percepción de
una regularidad (como pretendía Hume), porque puede haber regularidades no
causales o cuyas causas estén en terceros componentes no aparentes. En este sentido
la teoría científica de la evolución biológica no puede explicar todo acontecimiento
como un efecto de la sucesión histórica porque de ese modo «probaría demasiado».
Quizás pudiera pensarse que la biología molecular podría asegurar la
continuidad material efectiva de esa historia evolutiva. Pero este supuesto choca con
la incertidumbre cuántica, donde la posibilidad de construir esquemas causales
encuentra sus límites, y conduce nuevamente o al reduccionismo descendente o a las
concepciones metafísicas.
La verdad de la teoría de la evolución la haríamos residir en su carácter de modelo
genérico,distributivo, variacional, pero también de modelo determinado, limitado.
Entendido de este modo, el modelo es una totalidad, un género, pero una totalidad
cuyas partes, cuyas especies, son distributivas y, por tanto, independientes las unas de
las otras en la conformación del todo. Esa independencia de los diferentes tramos o
contextos donde funciona el modelo exige su relativo aislamiento (temporal, espacial
o ambas cosas a la vez) y, por tanto, requiere determinar los límites del proceso
evolutivo que se está considerando en cada caso. De este modo, el modelo será
variacional y modulante pues cubrirá una multiplicidad de situaciones heterogéneas:
desde aquellos contextos en los que el modelo pueda aplicarse con la máxima
perfección y un alto rendimiento (por la abundancia de los fenómenos, por su
accesibilidad, por su fácil manipulación, por la posibilidad de hacer un tratamiento
matemático de los resultados, &c.), hasta aquellos contextos donde la aplicación del
modelo sea problemática, precaria, incluso mínima (debido también a razones
diversas: el ignorabimus fenoménico{26} como uno de los límites internos de la
paleontología, las dificultades debidas a la destrucción y alteración de muchos
ecosistemas, &c.). Tanto Darwin como los creadores de la teoría sintética intentaron
estudiar comparativamente los diferentes procesos de especiación para construir un
cierto sistema básico modulante que se repitiera en todos ellos. Lo anteriormente
dicho no significa negar que gracias al darvinismo se pueda fundamentar la categoría
de la biología como categoría atributiva. Pero esta categoría no sólo resulta del
teorema de Darwin sino del resto de los teoremas del campo biológico, entre los que
están los teoremas de la célula, de la genética de poblaciones o de la biología
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93 molecular. Además, la categoría biológica no debe ser confundida, sin más, con la idea de
Naturaleza, idea que nosotros consideramos mítica en cuanto presupone la unificación
metafísica de una serie de categorías heterogéneas (física, termodinámica, biología, &c.)
cuyas relaciones son, de hecho, polémicas.
Nosotros pretendemos que el proceso de evolución biológica considerado como
historia natural total, como proceso idiográfico global, resulta ininteligible si
partimos de la inexistencia de otros mundos (al menos accesibles) donde haya habido
evolución biológica, para poder efectuar comparaciones, para poder construir una
identidad esencial sistemática aún más general acerca de los procesos evolutivos
considerados globalmente. En este sentido, el carácter idiográfico del tiempo total
(geológico, biológico, histórico, cosmológico) no es un componente de una identidad
sintética, de una verdad científica. Ese tiempo total es una idea mítica, metafísica. Esa
idea deberá ser sustituida por una idea de tiempo crítica (como la idea de tiempo en
sentido ontológico general que nosotros hemos expuesto en otro lugar). Será
entonces, desde esa idea crítica desde donde podremos apreciar los límites de cada
una de esas categorías (geología, biología, historia, física relativista). Es difícil
pronunciarse acerca de hasta qué punto Darwin fué consciente de este tercer frente de
dificultades. En todo caso, de lo que Darwin se dio perfectamente cuenta en El
origen fue de la imposibilidad de aplicar el determinismo reversibilista característico
de la mecánica clásica a los materiales de la biología porque «una especie
desaparecida no reaparece jamás, incluso aunque se vuelvan a dar las mismas
condiciones vitales orgánicas e inorgánicas»{27}. La ley de Dollo (Dollo, 1893)
marcaría por vía negativa uno de los límites más importantes de la franja de verdad
del darvinismo, afectando de manera central y ubicua a la estructura de la identidad
sintética de la que venimos hablando. Al mismo tiempo, esta ley pondría de
manifiesto el carácter trascendental (en sentido positivo, recursivo) que tiene la
estructura de los organismos actuales (su anatomía, su fisiología, sus relaciones
ecológicas y etológicas, &c.) respecto de los procesos evolutivos próximos.
La negación de esa historia natural atributiva global, total, no significa, sin embargo,
negar la posibilidad y la efectividad de una teoría de la evolución científica cuya
identidad sintética sistemática sea un modelo limitado capaz de desplegarse como un
género distributivo, variacional (como es variacional el género «palanca» respecto a
sus especies), a propósito de los materiales más diversos del campo biológico (hasta
tal punto esto es así que ese campo biológico empieza a quedar internamente definido
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
94 por los conjuntos de materiales que pueden pasar a constituir ese modelo). De este modo,
la evolución biológica no sería una identidad sustancialista sino funcional, un modelo
genérico en el sentido de los géneros combinatorios (esos géneros que se construyen por
combinación de los rasgos específicos), un modelo susceptible de aplicarse a
contextos finitos que puedan desconectarse unos de otros y de la totalidad del mundo
o de esa historia total a la que hacíamos referencia. Si entendemos el modelo de este
modo resulta fácil argumentar contra la acusación (ya formulada muy
tempranamente) de que la teoría de la evolución no es más que una tautología (pues
explica la supervivencia por la adaptación y recíprocamente): esta acusación se
sostendría sobre la falsa expectativa de poder dar cuenta íntegramente de esa historia
natural total.
Este tercer frente de limitaciones en la franja de verdad de la teoría de la evolución
afectaría por igual a los diferentes momentos de la filogénesis (no ya sólo a sus
orígenes o a sus postrimerías) pues es, en buena medida, un resultado de las
dificultades que plantea el concepto de «medio de un organismo». Como sabemos el
concepto de «medio» y de «adaptación al medio» es central en la teoría de la
evolución biológica, tanto en su versión darvinista como en la teoría sintética. Ahora
bien, el «medio» de un organismo se puede referir a materiales muy heterogéneos: en
principio, es todo aquello que afecta al organismo. Y al organismo le pueden afectar
los rayos cósmicos, la radiactividad natural, los procesos geológicos (el vulcanismo,
los cambios del nivel del mar, la deriva continental), el clima y los meteoros y, desde
luego, también los otros organismos (la biocenosis de la que forma parte) que son
parte importantísima constitutiva de su medio. Incluso acontecimientos de etiología
extraterrestre como el meteorito que, en la hipótesis de Álvarez{28}, podría haber
sido responsable de la extinción de los dinosaurios. Siendo así las cosas, podría
decirse que, dado que el medio de un organismo es todo aquello que le afecta, y
puesto que no podemos saber qué es lo que le afecta hasta que ya se haya visto
afectado, y puesto que ningún agente puede descartarse a priori (pues las vías en que
un agente externo puede afectar a un organismo son, en principio, impredecibles),
parece indudable que el cierre categorial de la teoría de la evolución es, en este
sentido preciso, problemático. Hoy, mucho más que en tiempos de Darwin, somos
conocedores del importante papel que juegan en la evolución biológica los procesos
estocásticos y las contingencias más diversas que se intercalan en secuencias
deterministas: las mutaciones, las roturas de cromosomas y su entrecruzamiento, &c,
se intercalan en los mecanismos hereditarios; la misma selección de los gametos en la
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
95 reproducción sexual resulta, en parte, fruto del azar, por no hablar de los avatares
climatológicos, geológicos, o astronómicos, o, incluso, de las contingencias etológicas que
pueden ser decisivas en los procesos de especiación. De este modo, estamos en
condiciones de poder dibujar con mayor precisión los límites gnoseológicos del
campo biológico, esos límites que se van definiendo en la dialéctica entre las
categorías: entre la biología evolucionista y la física cuántica o la astronomía o la
geodinámica , &c. Los límites, en todo caso, son necesarios si es verdad que los
contextos científicos son, obligadamente, contextos finitos, limitados, susceptibles de
desconectarse relativamente de su entorno.
Darwin consideró, en la primera edición de El origen, que el aislamiento era
responsable, en muchos casos, de la especiación. Ulteriormente, sin embargo, al
preparar la última edición de esta misma obra (en 1876), Darwin restó importancia al
aislamiento como factor de especiación, probablemente porque consideró que las
causas que producían el aislamiento de una especie eran, en muchos casos, abióticas.
Darwin prefería explicar la especiación mediante procesos internamente biológicos (o
que él consideraba, en aquel momento, como propiamente biológicos): variación,
herencia, multiplicación, lucha por la supervivencia. Esta diferente importancia dada
al aislamiento, en el '59 y en el '76, quizás podría interpretarse como un intento de
«mejorar» más la teoría de la evolución en el sentido de hacer de ella una teoría «lo
más biológica posible», si se nos permite esta expresión, en el sentido de limitar y
determinar el contexto determinante de la evolución como un contexto
exclusivamente biológico (no geológico o geográfico). Este intento, sin embargo, ha
resultado ser ilusorio pues, como sabemos, la importancia de los factores abióticos
(astronómicos, geodinámicos, físico-químicos, cuánticos, &c.) en la historia natural
ha ido revelándose cada vez mayor. En todo caso, Darwin fué muy consciente de que
la selección natural no era el único medio responsable de la modificación, aunque sí
fuera el más importante{29}. Todavía en nuestros días, los biólogos evolucionistas
siguen discutiendo acerca del mayor o menor peso que ha de concedérsele, en cada
caso, a la selección natural como mecanismo causante de evolución.
Desde nuestros presupuestos, los factores abióticos que entran a formar parte de la
historia natural, sobre todo aquellos que son determinantes de procesos de extinción
masiva, cumplen una función gnoseológica muy específica en relación con el modelo
de la evolución biológica que venimos comentando. Son, en cierto, sentido,
componentes de la historia natural que nos sacan fuera de la inmanencia del campo
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
96 biológico. Así como el individuo psicológico, entendido en primera persona a través de la
introspección, queda fuera del campo de la psicología empírica, del mismo modo que el
valor de uso queda fuera de la economía política (que sólo se interesa por el valor de
cambio), de modo análogo los factores abióticos que determinan la historia natural
quedan, en parte, fuera de modelo evolutivo biológico. Con esta afirmación no
estamos negando la presencia de esos factores, su presencia empírica en el ámbito de
la historia natural; lo que estamos es precisando en qué medida determinados
acontecimientos (por ejemplo, una extinción masiva de etiología extraterrestre)
pueden quedar incluidos en las concatenaciones que anudan los términos del modelo
de la evolución biológica. Porque esos acontecimientos habría que interpretarlos, en
muchas ocasiones, como los interruptores que nos permiten construir el modelo como
modelo distributivo, modulante yvariacional, como un modelo cuya estructura se
repite en las diversas épocas geológicas a propósito de materiales biológicos
diferentes. Estos «interruptores temporales» serían los análogos de la interrupción
espacial que supone el aislamiento biogeográfico (y ese aislamiento espacial es
también imprescindible para que el modelo funcione como modelo distributivo). Y,
siguiendo con esta analogía entre aislamiento geográfico y aislamiento temporal
(determinado por extinciones masivas), habrá que considerar la situación en que esos
«cuellos de botella» que representan las grandes extinciones sean responsables de una
explosión ulterior de nuevos procesos de especiación. Una comprensión dialéctica del
teorema de la evolución implica reconocer que estos componentes abióticos, por una
parte, nos ponen en los límites del modelo en cuanto modelo específicamente
biológico (no geológico, geodinámico o astronómico) pero, por otra parte, esos
mismos componentes son, en muchas ocasiones, los responsables del carácter
distributivo del modelo y, por tanto, de su posibilidad como identidad sintética
sistemática, como modelo científico. Con esto no estamos queriendo decir que estos
componentes abióticos no deban ser estudiados: es imprescindible estudiarlos, pero
no tanto para colonizar nuevos terrenos en favor del campo biológico como para
comprender, dibujar y delimitar los límites de este campo. Esta situación dialéctica
no debe confundirse, sin más, con el problema de la macroevolución. En primer
lugar, porque los factores abióticos afectan tanto a la macro como a la
microevolución, y, en segundo lugar, porque los procesos macroevolutivos podrían
explicarse, en ocasiones, por mecanismos internamente biológicos, como en los
modelos de especiación peripátrica de poblaciones con alto grado de homozigosis.
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97 Pero, en todo caso, la franja de verdad del teorema de Darwin es indudablemente amplia
pues incluye materiales cuya construcción procede por vías muy heterogéneas, lo que le da
una riqueza y una solidez indiscutible. Por supuesto, ni el modelo de Darwin, ni sus
reformulaciones en la teoría sintética, son capaces de reducir la totalidad de los
fenómenos que rodean a los organismos vivos (actuales y extintos). Esto ocurre en la
biología como en cualquier otra ciencia pues ningún teorema (o conjunto de
teoremas) de ninguna ciencia reduce íntegramente todos los fenómenos del campo. Si
fuera así, ese campo, esa ciencia, sería ya una ciencia acabada, perfecta, sería una
ciencia muerta. Una comprensión no dogmática del darvinismo exige reconocer los
límites de su franja de verdad, pero ello no niega la existencia del teorema de Darwin
como teorema científico en aquellos contextos materiales donde efectivamente pueda
constituirse. Contando, desde luego, con que su desarrollo puede conducirnos a una
nueva variedad del teorema aún más sólida y potente.
* * *
Aquí termina, por fin, nuestra exposición, aunque en absoluto pretendemos haber
agotado los problemas filosóficos suscitados por la biología evolutiva. En particular,
no podemos dejar de referirnos a un asunto central que quizás haya causado cierta
perplejidad. Nuestro análisis gnoseológico del darvinismo, en la medida en que está
hecho desde una filosofía de la ciencia constructivista circularista, supone considerar
la evolución biológica como un teorema que construye una realidad nueva (una
realidad, por tanto, que no existe previamente como tal). Por eso hemos argumentado
que no es posible describir el pasado, o construir una teoría que se adecue al pasado,
y hemos preferido hablar de la constitución del pasado o, por lo menos, de la
constitución de algunas partes del pasado. El pasado, por definición, no existe, y tan
sólo podemos hablar con sentido de él en cuanto construcción realizada a partir de
vestigios, reliquias y cursos operatorios presentes. Ahora bien, parece evidente que el
teorema de la evolución biológica, una vez construido, exige la existencia de una
serie de procesos que son anteriores a la aparición del teorema; anteriores, incluso, a
la existencia de sujeto gnoseológico alguno. Efectivamente, los procesos evolutivos
resultarían ininteligibles si no suponemos su existencia previa al siglo XIX. Pero, la
pre-existencia de los procesos evolutivos parece que entra en contradicción con
nuestra interpretación del modelo de Darwin como descubrimiento constitutivo.
Estaríamos diciendo, por una parte, que la evolución biológica no existe previamente
a la construcción del teorema de Darwin y, por otra, que tendría que existir
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
98 previamente, si es que ese teorema ha de resultar inteligible. Estaríamos, en fin, hablando
de un descubrimiento constitutivo que, sin embargo, exigiría la preexistencia de lo
descubierto.
Vamos a referirnos a esta dificultad considerándola desde un punto de vista
gnoseológico, aunque no estamos muy seguros de que sea posible separar aquí la
perspectiva gnoseológica de la ontológica. Pues bien, desde la gnoseología
materialista, habrá que reconocer explícitamente una tensión ineludible entre dos
requerimientos que afectan a toda verdad científica. Por un lado, consideramos que
una verdad científica es posible por la neutralización de los aspectos subjetivos de las
operaciones, y suponemos que esta neutralización se produce cuando múltiples cursos
operatorios confluyen en una identidad sistemática. Hemos intentado exponer cómo
este proceso tiene lugar en el teorema de Darwin. Nos alejamos así del
operacionalismo radical del primer Bridgman que llega a reducir los conceptos de las
ciencias a series de operaciones. Para nosotros, la neutralización de los aspectos
subjetivos de las operaciones supone reconocer en las verdades científicas ciertos
componentes que no están en las operaciones, fundamentalmente, los contenidos de
esas verdades que se imponen a los propios sujetos gnoseológicos. Ahora bien, por
otro lado, es necesario hacer notar que, desde el punto de vista gnoseológico, esos
contenidos no se imponen al sujeto de un modo inmediato, ni en la perspectiva del
Mundo o del Hombre, sino que implican sólamente la franja de fenómenos que cubre
el teorema. La verdad del teorema de la evolución se impone si es que hay que
mantener necesariamente esas armaduras de cuya confluencia surge: el registro fósil,
las analogías y homologías anatómicas y fisiológicas, la distribución biogeográfica,
&c. Esto es tanto como decir que esa verdad no puede considerarse como una verdad
exenta, separada totalmente de los fenómenos y de las estructuras fenoménicas de
donde brota, y por eso es imprescindible restituirla contínuamente a esos contextos
que la hacen posible (y esos contextos están dados en el presente, necesariamente). Si
esto es así, y ateniéndonos al punto de vista gnoseológico (si es que ello es posible),
el reconocimiento de la evolución biológica como un proceso pasado no exige una
concepción descripcionista o adecuacionista de la ciencia. Tan sólo es necesario
reconocer que el pasado está constituido siempre desde el presente (con todo lo que
esto supone), y que la verdad científica que construye ese pasado, aunque tenga
componentes que se imponen como objetivos: (1) no llega nunca a ser independiente
de los cursos operatorios fenoménicos que la hacen posible, (2) no es una descripción
del pasado, (3) no es una teoría que se adecua al pasado, y (4) puede ser considerada
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
99 una construcción material sintética que conforma nuestra realidad actual. La realidad
presente incluye el «pasado construido» porque ese pasado, aunque no lo percibamos
directamente, afecta y determina lo existente.
El análisis de la idea de Pasado en su relación con la teoría ontológica del
materialismo filosófico conduce, por su parte, a multitud de problemas que merecen
una discusión detenida. Ello exige, en primer lugar, exponer la distinción entre
ontología general y especial, y referirse a la teoría de los géneros de materialidad
(Bueno, 1972 y 1990b). También supone desarrollar una teoría filosófica acerca de la
idea de Tiempo y analizar cómo las ideas de Pasado y de Tiempo se abren paso a
través de una multiplicidad de categorías (físico-química, biología, historia, &c). Será
necesario, además, decidir cuál es la figura dialéctica que permite constituir una idea
de Pasado que no sea metafísica (por ejemplo, habría que responder a preguntas
como la siguiente: ¿se acomoda esta idea al modelo de la catábasis o de
la catástasis?). Pero todo ello habrá de quedar para mejor ocasión.
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{1} Texto de la conferencia impartida en Zaragoza, el 3 de julio de 1995, dentro
del Seminario Interdisciplinar de la Universidad de Zaragoza.
{2} vid. C. Burret (ed.), 1967, p.26. El desarrollo de la biología evolucionista no
parece haberse visto afectado, en cualquier caso, por el desprecio del autor
del Tractatus. Sin embargo, es discutible que una obra como el Tractactus pueda
escribirse si uno se toma la verdad de la evolución biológica en serio.
{3} Citamos a Gustavo Bueno, 1994, vol.5, p. 221.
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104 {4} A lo largo de esta lección utilizaremos la distinción emic/etic tal como la usan los
antropólogos culturales (por ejemplo, Harris) para distinguir el punto de vista del nativo,
interno a una cultura (en nuestro caso, a un momento histórico que ya no existe), que sería
el punto de vista emic, frente al análisis de esa cultura desde fuera, tal como la
reconstruye el antropólogo (en nuestro caso, tal como aparece ese momento histórico
al historiador actual), que sería la perspectiva etic.
{5} vid. Bueno, 1989, para más información acerca de la distinción entre
descubrimientos negativos y descubrimientos particulares.
{6} vid. Gustavo Bueno, 1979.
{7} J.H. Woodger, 1978: 155.
{8} vid. op.cit., pp. 154-183.
{9} op. cit., p. 33.
{10} Ch. Darwin, 1876, Autobiografía (publicada en 1887), en el último capítulo
titulado: «Residencia en Down, desde el 14 de septiembre de 1842 hasta la fecha,
1876», en el apartado titulado «Mis publicaciones».
{11} tomado de F. Darwin y A.C. Seward (eds.), 1903.
{12} Francis Darwin ,1892, The Autobiography of Charles Darwin and Selected Letters, citamos por la versión española de Alianza (1977, 1984), vol.1, pp. 160-161.
{13} Dice Darwin: «Ningún otro trabajo mío comenzó sobre una base tan deductiva
como éste, ya que había imaginado toda la teoría [mientras me hallaba] en la costa
occidental de Sudamérica, antes de haber visto un verdadero arrecife coralino»,
Darwin, Autobiografía, en el apartado en el que narra su estancia en Londres 1839-
1842.
{14} vid. Popper, K.R., 1984: 32-34. Popper cita a Bergson y vuelve a insistir en su
errónea teoría de la presión interna de selección de 1974.
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105 {15} Sobre el carácter tautológico de la teoría de la evolución vid. Manser, A.R., 1965.
Sobre la imposibilidad de realizar predicciones desde el evolucionismo
biológico vid. Rosenberg, A., 1983.
{16} Con algunas modificaciones parafraseamos a Gustavo Bueno, 1992-94, v.3:869.
{17} Para una visión de conjunto de la anatomía comparada anterior a Darwin puede
consultarse López Piñero, 1992.
{18} Un resumen de las posiciones de Lyell y de la réplica de Owen puede verse en
Michael Ruse, 1979:170 y ss.
{19} Darwin en el «Prólogo» a El origen de las especies.
{20} Darwin, en la «Recapitulación y conclusión» de El origen.
{21} Sobre la diferencia entre descubrimientos constitutivos y manifestativos puede
verse Bueno, 1989.
{22} La teoría del cierre categorial analiza estas situaciones en las que las
operaciones de los sujetos (animales) entran a formar parte, como términos, del
campo de las ciencias por medio de la distinción entre metodologías a y b operatorias.
Un resumen reciente de esta teoría puede encontrarse en Gustavo Bueno, 1995: 74-
88.
{23} Diamérico: «Dado un término o configuración definidos, diamérico es todo lo
que concierne a la comparación, relación, cotejo, confrontación, inserción,
coordinación, &c. de este término o configuración con otros términos o
configuraciones de su mismo nivel holótico (distributivo o atributivo)». Metamérico:
«Para un término o configuración dados es metamérica toda relación, comparación,
inserción, &c. de este término o configuración con otros de superior [...] nivel
holótico» (Bueno, 1992-94, vol.5: «Glosario»).
{24} Darwin escribió en 1879: «Qué absurda idea parecen sostener en Alemania
sobre la conexión entre socialismo y evolución por selección natural», en F. Darwin,
1887, vol. III:237.
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106 {25} Darwin, F., 1887, t.1:316.
{26} Con Bueno, llamamos ignorabimus fenoménico a aquellos fenómenos que
ignoramos en la actualidad y que ignoraremos siempre sencillamente porque han
desaparecido como tales fenómenos, atomizados en sus partes materiales. Los
organismos del pasado que no se han fosilizado o que, habiéndose fosilizado, han
desaparecido ulteriormente por erosión o por la acción de altas prsiones y
temperaturas serían ejemplos de este ignorabimus. También son ejemplos de
este ignorabimus la situación fenoménica de hace, pongamos por caso, tres mil o
cuatro mil millones de años: esos fenómenos no existen y, contrariamente a lo que se
suele decir, no se pueden reproducir en un laboratorio las condiciones fenoménicas de
ese mundo de hace tres mil o cuatro mil millones de años. Lo que se construye en el
laboratorio es, siempre, algo bien diferente, sin duda. Véase Bueno, 1990a.
{27} On the Origin of Species, 5ª ed., 1869, p.388.
{28} Álvarez, L.W; W. Álvarez; F. Asaro; y H.V. Michel, 1980. Álvarez, L.W.,
1982. Un magnífico análisis de la extinción masiva en E. Molina, 1995.
{29} vid. el final del «Prólogo» a El origen.