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LIBROSnoc(an a medias, el griego, el italiáno me dieval, el inglés. La segunda herejía es más...

Date post: 24-Jan-2020
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LIBROS MONTES DE OCA: LA TRADUCCION CREACION, NO COMO TRADICION Manuel Durán Marco Antonio Montes de Oca: El surco y la brasa. México: Fondo de Cultura Econó- mica, Colección Letras Mexicanas. 1974. 446 pp. Todos los que leemos poesía impu- ne", placer que forma hábito pero no daña nuestra salud-, sabemos, desde hace tiem- po, que Marco Antonio Montes de Oca es uno de los más sensitivos e innovadores de los poetas hispanoamericanos de nuestro siglo. Lo que ignoraba, y lo que el libro que comento subraya, es que Montes de Oca es también buen traductor de poesía, buen compilador de traducciones -es decir, excelente antólogo- y, en definitiva, críti- co certero, capaz de presentar un panorama de poesía en traducción y colocar cada poema en su lugar: dar unas gotas de aceite, ensamblar la complicada maquinaria, y ponerla en marcha. El poeta es, casi siempre, un ser algo tímido y retraído, todo lo contrario de tm "ejecutivo de la cultura", necesaria definición de quien lleva a cabo una obra antológica tan vasta y compleja como la que nos ofrece El surco y la brasa. Pero antes de entrar en materia me permitiré, por lo menos, una digresión. La antología de Montes de Oca abarca las cimas de las traducciones de poesía -poesía mundial: los clásicos, Goethe, los japoneses, Francia, Italia, y, desde luego, mucho más: un panorama casi sin Iímites- llevadas a cabo en México y en nuestro siglo. Y plantea, como todos los textos de poesía en traducción, una serie de proble- mas. Creo, quizá en forma excesivamente simplificada, que estos problemas se pueden reducir a dos. Los llamaría las dos "herej ías del traductor". La primera es, quizá, la más peligrosa y radical: negación total, ateísmo completo, rechaza toda traducción a otro idioma de un lenguaje poético: la poesía -lo ha dicho nada menos que Robert Frost, pero no a quién citaba- es precisamente lo que se pierde, lo que se evapora, cuando se intenta la- traducción. Creo que en este caso el perfeccionismo es un nihilismo provinciano, una absurda tentativa de aislar las cul tu ras, y por tanto de empobrecerlas. La mejor refutación es mostrar la inmensa vitalidad de la poesía traducida. Homero, Dante, T. s. Eliot, entre otros mil, han afectado profundamente el pensamiento poético de autores que no conocían, o solamente co- noc(an a medias, el griego, el italiáno me- dieval, el inglés. La segunda herejía es más sutil, más insidiosa., Impone reglas concretas en nom- bre de una falsa exactitud "científica": a cada palabra en un idioma corresponde otra, exacta, en otro idioma. Lo cual es falso. La poesía es un discurso que es un ritmo y una música y una visión del mun- do, no un montón de palabras. "Traducir -señala Montes de Oca en su prólogo- es trasplantar entidades escritas a otro tiempo y otro espacio en que el riesgo de una alquimia al revés amenaza de firme a la obra constituida." La traducción literal, tan importante cuando se trata de un texto científico, resulta con frecuencia una trai- ción en pOesía. Traducir poesía es siempre recrear, volver a fOJjar el idioma, hacer nacer en otra lengua una sensibilidad, que, más allá del pensamiento, es un ritmo, una música, una movilización de todos los se- cretos del idioma. Algunos traductores, se· ñala también Montes de Oca, "siempre los mejores, optan por una amalgama paradó- jica pero siempre fructífera: son esclavos en cuanto al ritmo, fieles en cuanto al sentido y libres por cuanto eluden. a aquellos mati· ces que se vuelven peso muerto en otro idioma". "El traductor opera desde dentro del idioma al cual traduce, y que es el idioma que debe conocer a la perfección. Pero otra parte de su ser, de su atención, su memoria, su curiosidad, se abre hacia afuera, hacia las voces -y los ecos- de muchas otras culturas. Claro está que el interés de un libro como el que ha compi- lado Montes de Oca es doble. Por una parte ayuda a definir a los traductores, que sue- len ser importantes poetas. "Dime a quién traduces y te diré quién eres": la traduc· ción de un poema es tarea ardua, que se hace siempre por amor, por apasionado interés en la obra que vamos a traducir. Así que una lista de nuestras traducciones poé- ticas proporciona a los lectores una especie de ficha, un carnet de identidad, un sistema de valores del traductor. Y en cuanto ve- mos unos cuantos traductores agrupados por generación y empezamos a comparar sus simpatías y sus diferencias, empezamos a entender más a fondo la evolución del gusto literario, de las influencias internacio- nales, y, en defmitiva, la evolución de la Literatura sujeta a tales gustos y tales in- fluencias, capaz de asimilarlas y hacerlas suyas. Como Montes de Oca ha entendido perfectamente lo que acabo de señalar, y además ha utilizado esta idea como método organizador, no tengo más remedio que citarlo extensamente: "Alfonso Reyes, pun- to de partida de la presente antología, suma a su interés por la poesía universal, vivo ya en traductores anteriores, esa in· quietud que inaugura entre nosotros 'la tradición de la ruptura', rótulo esclarecedor empleado por Octavio Paz para designar la inquietud que anima a los que suceden al modernismo. El rostro de nuestra poesía contemporánea se parece al de sus herma- nos latinoamericanos, pero no a tal grado que no ofrezca peculiaridades, fisonomía propia, que le viene de nuestro pasado indígena y del arribo tardío, entre otros factores, de la influencia surrealista. En este proceso, individuación restringida, _pesa sólo el sistema de islas culturales que _aun se advierte en Latinoamérica, sino también la impronta barroca del siglo XVII y del orden selectivo que aglutina a nuestra sensi· bilidad frente a los fenómenos de lectura y traducción de la poesía. Estoy seguro de que Breton fue más leído en la década de los cuarentas en Perú y Chile que T. S. Elio1. En México sucede a la inversa. El poeta inglés conmueve 'a los Contempo- ráneos, deslumbra a la generación de Tal/er y se adentra en las preocupaciones estéticas de jóvenes que empiezan a escribir en los cincuentas. En cambio el surrealismo entra de puntillas en nuestra escena literaria -precisamente con algunos de los Contem- poráneos- y obtiene con Octavio Paz su nueva vigencia circulatoria. En fm: las dife- rencias no nos convierten en mutantes aun· que nos asignan notas de indudable carácter propio." (págs. 10-11) Así pues, el libro preparado por Montes de Oca nos sirve de guía, de brújula en el mar de las influencias y los cambios del gusto literario. Pero hay otro aspecto, más puramente estético, que no cabe descuidar: el valor de las traducciones mismas, la calidad literaria de estas traducciones, que -como hemos ya señalado- son en reali· dad, en la mayoría de los casos, recrea- ciones, nuevas creaciones que pueden ser apreciadas en forma autónoma. Y cuando los que las han escrito se llaman Alfonso Reyes, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, Rubén Bonifaz Nuño, Ramón Xirau, Tomás Segovia, Rosario Castellanos, José Emilio Pacheéo ... ¿para qué seguir? , sabemos que cada poema re-creado vale la pena de ser leído' y re-leído. Alfonso Reyes, quizá el traductor de gustos más universales, más totales, traduce a Homero, a Goethe, a Mallarmé. Siempre con gracia, con este sentido ligero, neo-po- pular, al borde del rococó, que caracteriza su estilo. Tarribíén le encanta la poesía popular brasileña y su ritmo de marcha o de samba. El Netzahualcóyotl de Angel Ma. Garibay nos recuerda, inevitablemente, a Villon y a Jorge Manrique, pero con una delicadeza y una melancolía muy especia- les. Octavio Barreda interpreta con sobrie- dad a John Donne, T. S. Eliot, Sto John Perse, Ortiz de Montellano prefiere a Rilke, Tagore, Ernily Dickinson, y recala en Eliot Jorge Cuesta nos da un Donne robusto y directo. Xavier Villaurrutia, exquisito y ecléctico, traduce a Blake (el Blake "infer- nal", no el paradisíaco y optimista), Bre- ton, Eluard: el mundo de lo fantástico; y a Langston Hughes como testimonio de su interés por la literatura norteamericana. Sal- vador Novo, también ecléctico, se ocupa de Cocteau (afmidad electiva), Edgar L. Mas- ters, Edna S1. Vincent Millay. Gilberto Owen, de Paul Valéry. Usigli, anglófilo
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Page 1: LIBROSnoc(an a medias, el griego, el italiáno me dieval, el inglés. La segunda herejía es más sutil, más insidiosa., Impone reglas concretas en nom bre de una falsa exactitud

LIBROS

MONTES DE OCA:LA TRADUCCIONC~MO CREACION,NO COMOTRADICIONManuel Durán

Marco Antonio Montes de Oca: El surco yla brasa. México: Fondo de Cultura Econó­mica, Colección Letras Mexicanas. 1974.446 pp.

Todos los que leemos poesía -'~vicio impu­ne", placer que forma hábito pero no dañanuestra salud-, sabemos, desde hace tiem­po, que Marco Antonio Montes de Oca esuno de los más sensitivos e innovadores delos poetas hispanoamericanos de nuestrosiglo. Lo que ignoraba, y lo que el libroque comento subraya, es que Montes deOca es también buen traductor de poesía,buen compilador de traducciones -es decir,excelente antólogo- y, en definitiva, críti­co certero, capaz de presentar un panoramade poesía en traducción y colocar cadapoema en su lugar: dar unas gotas deaceite, ensamblar la complicada maquinaria,y ponerla en marcha. El poeta es, casisiempre, un ser algo tímido y retraído,todo lo contrario de tm "ejecutivo de lacultura", necesaria definición de quien llevaa cabo una obra antológica tan vasta ycompleja como la que nos ofrece El surcoy la brasa. Pero antes de entrar en materiame permitiré, por lo menos, una digresión.

La antología de Montes de Oca abarcalas cimas de las traducciones de poesía-poesía mundial: los clásicos, Goethe, losjaponeses, Francia, Italia, y, desde luego,mucho más: un panorama casi sin Iímites­llevadas a cabo en México y en nuestrosiglo. Y plantea, como todos los textos depoesía en traducción, una serie de proble­mas. Creo, quizá en forma excesivamentesimplificada, que estos problemas se puedenreducir a dos. Los llamaría las dos "herej íasdel traductor".

La primera es, quizá, la más peligrosa yradical: negación total, ateísmo completo,rechaza toda traducción a otro idioma deun lenguaje poético: la poesía -lo ha dichonada menos que Robert Frost, pero no sé aquién citaba- es precisamente lo que sepierde, lo que se evapora, cuando se intentala- traducción. Creo que en este caso elperfeccionismo es un nihilismo provinciano,una absurda tentativa de aislar las cul turas,y por tanto de empobrecerlas. La mejorrefutación es mostrar la inmensa vitalidadde la poesía traducida. Homero, Dante,T. s. Eliot, entre otros mil, han afectadoprofundamente el pensamiento poético deautores que no conocían, o solamente co-

noc(an a medias, el griego, el italiáno me­dieval, el inglés.

La segunda herejía es más sutil, másinsidiosa., Impone reglas concretas en nom­bre de una falsa exactitud "científica": acada palabra en un idioma correspondeotra, exacta, en otro idioma. Lo cual esfalso. La poesía es un discurso que es unritmo y una música y una visión del mun­do, no un montón de palabras. "Traducir-señala Montes de Oca en su prólogo- estrasplantar entidades escritas a otro tiempoy otro espacio en que el riesgo de unaalquimia al revés amenaza de firme a laobra constituida." La traducción literal, tanimportante cuando se trata de un textocientífico, resulta con frecuencia una trai­ción en pOesía. Traducir poesía es siemprerecrear, volver a fOJjar el idioma, hacernacer en otra lengua una sensibilidad, que,más allá del pensamiento, es un ritmo, unamúsica, una movilización de todos los se­cretos del idioma. Algunos traductores, se·ñala también Montes de Oca, "siempre losmejores, optan por una amalgama paradó­jica pero siempre fructífera: son esclavos encuanto al ritmo, fieles en cuanto al sentidoy libres por cuanto eluden. a aquellos mati·ces que se vuelven peso muerto en otroidioma". "El traductor opera desde dentrodel idioma al cual traduce, y que es elidioma que debe conocer a la perfección.Pero otra parte de su ser, de su atención,su memoria, su curiosidad, se abre haciaafuera, hacia las voces -y los ecos- demuchas otras culturas. Claro está que elinterés de un libro como el que ha compi­lado Montes de Oca es doble. Por una parteayuda a definir a los traductores, que sue­len ser importantes poetas. "Dime a quiéntraduces y te diré quién eres": la traduc·ción de un poema es tarea ardua, que sehace siempre por amor, por apasionadointerés en la obra que vamos a traducir. Asíque una lista de nuestras traducciones poé­ticas proporciona a los lectores una especiede ficha, un carnet de identidad, un sistemade valores del traductor. Y en cuanto ve­mos unos cuantos traductores agrupadospor generación y empezamos a compararsus simpatías y sus diferencias, empezamosa entender más a fondo la evolución delgusto literario, de las influencias internacio­nales, y, en defmitiva, la evolución de laLiteratura sujeta a tales gustos y tales in­fluencias, capaz de asimilarlas y hacerlassuyas. Como Montes de Oca ha entendidoperfectamente lo que acabo de señalar, yademás ha utilizado esta idea como métodoorganizador, no tengo más remedio quecitarlo extensamente: "Alfonso Reyes, pun­to de partida de la presente antología,suma a su interés por la poesía universal,vivo ya en traductores anteriores, esa in·quietud que inaugura entre nosotros 'latradición de la ruptura', rótulo esclarecedorempleado por Octavio Paz para designar lainquietud que anima a los que suceden almodernismo. El rostro de nuestra poesíacontemporánea se parece al de sus herma­nos latinoamericanos, pero no a tal gradoque no ofrezca peculiaridades, fisonomíapropia, que le viene de nuestro pasadoindígena y del arribo tardío, entre otrosfactores, de la influencia surrealista. En este

proceso, individuación restringida, _pesa ~o

sólo el sistema de islas culturales que _aunse advierte en Latinoamérica, sino tambiénla impronta barroca del siglo XVII y delorden selectivo que aglutina a nuestra sensi·bilidad frente a los fenómenos de lectura ytraducción de la poesía. Estoy seguro deque Breton fue más leído en la década delos cuarentas en Perú y Chile que T. S.Elio1. En México sucede a la inversa. Elpoeta inglés conmueve 'a los Contempo­ráneos, deslumbra a la generación de Tal/ery se adentra en las preocupaciones estéticasde jóvenes que empiezan a escribir en loscincuentas. En cambio el surrealismo entrade puntillas en nuestra escena literaria-precisamente con algunos de los Contem­poráneos- y obtiene con Octavio Paz sunueva vigencia circulatoria. En fm: las dife­rencias no nos convierten en mutantes aun·que sí nos asignan notas de indudablecarácter propio." (págs. 10-11)

Así pues, el libro preparado por Montesde Oca nos sirve de guía, de brújula en elmar de las influencias y los cambios delgusto literario. Pero hay otro aspecto, máspuramente estético, que no cabe descuidar:el valor de las traducciones mismas, lacalidad literaria de estas traducciones, que-como hemos ya señalado- son en reali·dad, en la mayoría de los casos, recrea­ciones, nuevas creaciones que pueden serapreciadas en forma autónoma. Y cuandolos que las han escrito se llaman AlfonsoReyes, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz,Rubén Bonifaz Nuño, Ramón Xirau, TomásSegovia, Rosario Castellanos, José EmilioPacheéo... ¿para qué seguir? , sabemos quecada poema re-creado vale la pena de serleído' y re-leído.

Alfonso Reyes, quizá el traductor degustos más universales, más totales, traducea Homero, a Goethe, a Mallarmé. Siemprecon gracia, con este sentido ligero, neo-po­pular, al borde del rococó, que caracterizasu estilo. Tarribíén le encanta la poesíapopular brasileña y su ritmo de marcha ode samba. El Netzahualcóyotl de Angel Ma.Garibay nos recuerda, inevitablemente, aVillon y a Jorge Manrique, pero con unadelicadeza y una melancolía muy especia­les. Octavio Barreda interpreta con sobrie­dad a John Donne, T. S. Eliot, Sto JohnPerse, Ortiz de Montellano prefiere a Rilke,Tagore, Ernily Dickinson, y recala en EliotJorge Cuesta nos da un Donne robusto ydirecto. Xavier Villaurrutia, exquisito yecléctico, traduce a Blake (el Blake "infer­nal", no el paradisíaco y optimista), Bre­ton, Eluard: el mundo de lo fantástico; y aLangston Hughes como testimonio de suinterés por la literatura norteamericana. Sal­vador Novo, también ecléctico, se ocupa deCocteau (afmidad electiva), Edgar L. Mas­ters, Edna S1. Vincent Millay. GilbertoOwen, de Paul Valéry. Usigli, anglófilo

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desde que lo apaludi6 Bernard Shaw, seocupa de Eliot y de Robert Graves. JoséFerrel, que no conocía antes, traduce, ybien, a Rimbaud y Lautréamont. Paz, tanuniversal 'como Alfonso Reyes -y que haheredado con creces lo que podríamos lla­mar la "presidencia de la República de lasletras mexicanas" que Reyes ocupó tantosaños- traduce a Apollinaire, Breton, Crane,Curnnñngs, Char, Donne, Eluard, los suecoscontemporáneos, Michaux, Nerval, Pessoa,los japoneses... la rosa de los vientps de lapoesía mundial. Y siempre' sensible, inte­ligente, y sin dejar de ser él mismo. Arreolaañade al conjunto varios admirables poemas·en prosa, que nos recuerdan sus "Puntas deplata" y su La Feria, pero que pertenecen,en su texto original, a Claudel, Jules Re­nard, Pierre·Jean Jouve, Michaux. José LuisMartínez nos da un Rilke emotivo y obse­sionado, tal como debe ser. Alatorre, Boni­faz Nuño -tan hábil en la versificación, tanbuen clasicista-, Jaime García Terrés, taninteligente como abierto a mil corrientes...la lista es interminable. Entre los traduc­tores más jóvenes mis preferencias van aTomás Segovia y a José Emilio Pacheco, noen vano los dos poetas de primera fila, sinolvidar a Salvador Elizondo, admirablepoeta en prosa y curiosísimo en sus gustosliterarios; al propio Montes de Oca, del queprefIero sus versiones de Dylan Thomas,tan afín al propio poeta mexicano; GarcíaPonce, uno de nuestros valores más sólidosy completos; Aridjis, siempre de vuelocomo un personaje de Ch¡¡gall; Carlos Mon·temayor, exacto y original. Bueno, ¿a quéseguir? Las cosas no deben andar tan malcuando es posible en México reunir ungrupo tal de traductores y de poesías tradu­cidas por ellos. Señalo de paso que casitodos estos poemas se publicaron en revis­tas literarias de difícil acceso en un paíscon bibliotecas pobres vigiladas por biblio­tecarios que más parecen perros de presa, ypor ello el libro resulta aún más atractivo,más necesario y digno de aplauso.

VOCES DEESTE MUNDOKrystyna Rodowska

La primera edición del Llano en llamassalió en 1953; pasados veinte años, casitodos ellos han soportadp la reimpresióndel libro. Todo parece indicar que los cuen·tos de Juan Rulfo no pasan, pues sontestimonio de la realidad del país en llamascontinuas.

¿En qué consiste su actualidad? ¿Eseclaro-oscuro humano espeluznante, ese pai·saje en acecho y de miedo donde huele acrimen, esos personajes capaces sólo dematar soñando a los que están viviendo suspesadillas, no pertenecen a una época deter·minada, la de la Revolución? ¿Hasta quépunto es histórica lél visión del mundo de~ulfo? Histórica en un doble sentido, nosolo de narrar los hechos y estados de

I conciencia pasados, sino también de pro­yectar por medio de una técnica literariaescogida un mensaje social.

Hay sólo tres cuentos que abordan direc­tamente el tema de la Revolución: "Llanoen llamas,", "Nos han dado la tierra" y"La noche que lo dejaron solo". Lo propiode Juan Rulfo es no hablar directamente.Sugiere más y de un~ manera mucho másinquietante por medio de callar lo esencial.Todos los cuentos del Llano en llamas noson más que una herencia triste de laRevolución, de la cual el mexicano de losaños setenta no puede desprenderse. LaRevolución aparece allí como una fuerzaciega que invade a sus personajes como unainundación, un incendio más, dejándolosdescargarse, olvidarse de sí mismos en unmundo de irresponsabilidad colectiva. Es elcuento titular del libro, el "Llano en lla­mas", el que desarrolla un panorama másamplio del campo de batalla, dándonos aconocer lo que era una batalla perdida. Yno porque fueron,los federales quienes tu­vieran más fuerza que los revolucionarios.La batalla está perdida, la lucha no tienesentido si no hay motivación ideológica, sino hay conciencia clara de por qué estamosmatando gentes y qué nos proponemosdefender. "Era más fácil caer sobre losranchos en lugar de estar emboscando a lastropas del gobierno". El narrador es unmuchacho como otros, su Mbil "yo" perte­nece enteramente a "nosotros". Le gustaparticipar en estos juegos de niños esclavi·zados que conquistaron por un rato elpoder de todas las violencias imaginadas. Legusta hacer "iluminaciones" de los pueblossorprendidos, robarse a las muchachas quele van a llenar los oídos con sus llantos,admirar a su jefe jugando "al toro" con sus'víctimas. La Revolución vivida por los queno sabían qué diferencia había entre BenitoJuárez y Morelos, que honraban con ofren­das a los monumentos de héroes desconoci­dos, se convirtió en una fiesta de instintos,impregnada de espíritu de reivindicación.Por eso el "Pichón", narrador del "Llanoen llamas" se acuerda muy bien de todoslos hechos espectaculares, de todas las "ha­zañas" que había vivido, drogándose con lasangre y la victoria fácil. "Debemos apurar·nos a amontonar dinero para que cuandovengan las tropas del gobierno vean quesomos poderosos". Y la otra frase: "Porqueno tenemos por ahorita ninguna banderapor qué pelear". A las "Perras", a los PedroZamarra, a los "Pichones", no les importamás que esto: tener poder, gozarlo con laavidez angustiada de los esclavos sueltos yfuriosos que no han podido madurar ideasde libertad auténtica. No se puede esperarmucho de la primera generación de los"Pichones".

En "Nos han dado la tierra" ya vemoslos resultados de la Revolución. Un grupode hombres desarmados [ya sin' sus carabi­nas] caminan desesperadamente por el llanosin fin. Es que esta tierra les pertenece aellos, "miles y miles de yuntas". La Re vo·lución les está saludando con una muecaferoz y revanchista, pero los que no hantenido clara la conciencia de los objetivosde la Revolución son los mismos que notienen ahora la fuerza de reclamar sus

derechos 'conculcados. "Ellos no han dichonada contra el Centro. Todo es contra elLlano". Si los héroes de este cuento nohubieran caminado por el llano de la in­mensa burla de ellos, con los ojos tapados,"Nos han dado la tierra" habría adquiridouna fuerza amenazante, habría sido un ver·dadero cuento revolucionario. Pero a ellos,les han quitado no sólo sus caballos y suscarabinas. Les' habían quitado hace siglos elacceso a los bienes que estaban producien­do, esclavizándoles la conciencia. Los cua­tro "dueños del llano" no se muestrancapaces de rechazar en la presencia de losrepresentantes del gobierno este don ri­dículo, este "duro pellejo de vaca", aunquesientan el coraje que les haga intentar una,discusión. El empleado sabe que puedeperfectamente darles un cortón insolente:"No se vayan a asustar por tener tantoterreno para ustedes solos". Lo único quepueden los que apenas se habían quitadolas armas, es llenarse los ojos con la inmen­sidad de su humillación, sintiendo el absur­do de una Revolución que está pasando ala etapa de las palabras vacías y papelesmentirosos. Cuando el "Centro", la Justiciay Dios vuelven la espalda al hombre, éste sequeda sólo consigo mismo, atado a la tierraque lo condiciona.

La soledad de los personajes de Rulfono parece un hecho dado y natural. Es másbien la condena y el abandono. Los héroesrulfianos tienen que convivir con su agravioy nadie les ayudará a sobrellevarlo. Lamano poderosa de la Revolución no llevadaal cabo los ha colocado al margen de unasociedad satisfecha, los está aplastando laotra, la mano de la invencible Naturaleza.El hombre apartado por la Historia tieneforzosamente que ignorarla. Ni siquiera lepertenece a él su historia personal, siendoél el poseído de sus pasiones y sus pesa­dillas. Pero su profundo fatalismo es tamobién producto social, consecuencia de lossiglos de enajenación. Todos estos fantas­mas reales de Rulfo que viven sólo paramorir, ,parecen hundidos en "La noche quelos dejaron solos". El muchacho del cuentoque lleva este título, del movimiento de loscristeros conoce sólo las caras ennegrecidasde sus tíos colgados y el impulso de unmiedo animal. La situación de los crimina·les y los desdichados de Rulfo es existen­cialista por no haber podido resultar socia­lista.

En el mundo abandonado, dejado a sudestino, es la muerte quien tiene la primeray la última palabra. La muerte rulfianatiene varios nombres, varios disfraces. Lostiene bastantes para que nadie se quede sinla suya. Allí, a esta altura de las circunstan­cias, el único alimento que se le sirve allector es el pan de muertos con su dulceingrediente -la resignación.

La fIgura más impresionante de la muer­te me parece "El hombre". Dividido en dos

, existencias diferentes, pero único en suobsesión de matar, en su trauma de perseoguir y sentirse perseguido, desconocido, os­curo para sí mismo y anónimo hasta volver­se símbolo. El hombre lel perseguido] yelperseguidor viven en dos tiempos diferen·tes, el primero ya había matado [¿quizástambién por venganza? ] y el otro tiene que


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