Los hongos y bacterias que habitan los libros
Por: Andrea Uribe Yepes
Ilustración: Cristian Escobar
Fotos: Erick Morales
En la Biblioteca Nacional de Colombia hay un cuartito en el último piso lleno de gente
obsesionada por los hongos y las bacterias que habitan los libros: ¿de dónde salen, qué comen,
cómo se pueden eliminar?. Esta es una historia de amor, guerra y conservación.
De agua vivimos, de migas de aire. “Hongos”. Sylvia Plath
Habría primero que hacer una defensa. Los hongos no saben lo que hacen. O mejor, son
obreros perfectos en su oficio, mas no distinguen entre lo que, bajo una mirada humana, es lo
correcto y lo que no.
Esta idea es algo así: está bien que el hambre de los hongos y bacterias se devore las islas de
basura que ahora invaden el mundo, está bien que funcionen en la infección programada del
queso y que crezcan en las montañas si son alucinógenos o comestibles, pero ni por error son
aceptados en la piel, en las paredes húmedas y mucho menos en los libros que guardan nuestra
historia. Pero ellos no saben nada de esto, cuando se trata de los hongos y bacterias hay que
entender su naturaleza ávida y glotona que no diferencia y que va devastando, alimentándose.
En la Biblioteca Nacional de Colombia saben eso, entienden que, como dice Guadalupe Nettel
en el cuento “Hongos”, “Vivir con un parásito es aceptar la ocupación. Cualquier parásito, por
inofensivo que sea, tiene una necesidad incontenible de avanzar”. Y es por esto que el Grupo
de Conservación creó hace ocho años en el último piso de la Biblioteca Nacional, un
laboratorio de microbiología que acompaña los procesos de conservación de las piezas
bibliográficas y hace, además, una tarea de puntillismo: toman los microorganismos que están
en el ambiente y los objetos que habitan en la Biblioteca y los clasifican, estudian e investigan
para buscarles potencial científico e industrial.
Hay contados ejemplos de bibliotecas en el mundo que cuentan con un laboratorio de este
tipo; incluso en las más grandes y robustas no existe un espacio dedicado a identificar los
organismos que atacan sus bienes más preciados. Las bibliotecas normalmente aplican
productos letales a universos que no conocen. Es por esto que los integrantes de este
laboratorio son unos rockstars en su materia, porque no solamente utilizan procesos en los que
seleccionan el mejor producto de control para eliminar un hongo o una bacteria, sino que
estudian y entregan un diagnóstico de cada libro y cada espacio para entender los organismos
que están haciendo todo por habitarlos.
Luz Stella Villalba Corredor es bacterióloga con MSc. en Microbiología Ambiental y con casi
veinte años de experiencia en microbiología aplicada a la conservación en instituciones como
el Archivo de Bogotá, el Archivo General de la Nación y el Instituto de Antropología e
Historia, y es la líder del laboratorio. Ella trabaja con la microbióloga Eliana Pachón y el
químico con experiencia en patrimonio cultural Darío Alberto Rodríguez en el primer espacio
que uno se encuentra cuando llega al Centro de Conservación de la Biblioteca Nacional. Es un
lugar más pequeño de lo que podría pensarse, al que solo se tiene acceso por un ascensor que
necesita un operador. Hay incubadora, microscopios, campanas de extracción, pocetas de
lavado y una nevera donde se archiva todo el cepario. La mayor parte del espacio es blanco y
gris y no huele a nada —ni a alcohol, ni a húmedo, ni a lejía, ni a viejo—, los toques de color
los dan los cultivos de hongos y bacterias que están sobre una mesa en placas petri y, claro, los
libros o archivos que estén trabajando en ese momento. A pesar de que los cultivos resultan
vistosos, los hongos en los libros se presentan normalmente en colores marrón y beige, como
manchas o pecas. Bajo el microscopio se ven azules por el tinte que se les aplica para poder
observarlos, “estalkearlos”.
Desde que empezó en 2010 este proceso en la Biblioteca Nacional de Colombia, han
identificado y archivado más de cuatrocientos microorganismos (entre hongos, bacterias y
levaduras) de diferentes géneros que han recuperado de los libros y del ambiente de la
Biblioteca. Por su lupa han pasado libros importantes como La Biblia del Oso, que fue
publicada en 1569, pero el trabajo principal se hace con el Fondo Antiguo y colecciones como
las de José Celestino Mutis, Anselmo Pineda, el Jorge Isaacs, el José María Vergara y Vergara,
el Rufino José Cuervo, entre otros. Desde que llega un material bibliográfico, independiente de
su relevancia o estado, empieza un proceso metódico en el que el libro es sometido a un
escrutinio absoluto y minucioso por parte de los científicos que puede durar de ocho a diez
días y con el que determinan el nivel de biodeterioro, toman muestras y formulan el mejor
producto para dejar el libro fuera de peligro.
Existen tres vías comunes de llegada de los microorganismos a un lugar: por vía aérea, por
transportes como los ácaros y por corrientes de agua. Lo más común es que se muevan por el
aire y que por gravedad se depositen en un lugar. Una vez sobre el papel, los primeros que
atacan, normalmente, son los hongos, pues estos producen celulasas, que se alimentan de
celulosa, el material del que está hecho el papel. Los hongos llegan y sacan su arsenal de
enzimas y empiezan a degradar como si fueran cientos de tijeritas microscópicas que vuelven
más pequeñito el papel, y ahí aparecen las bacterias y las levaduras, colonizadores secundarios,
que comen todo lo que el hongo ya ha degradado. Muchas veces los últimos en llegar
(bacterias y levaduras) inhiben el hongo para quedarse con todo y a veces trabajan en sinergia.
El primer paso del proceso de identificación de estos hongos, bacterias o levaduras es pasar
por el área de saneamiento, donde se hace un diagnóstico. Allí, con guantes y tapabocas, se
estudian los indicadores de biodeterioro: las manchas cafés o amarillas, o el papel raído, o los
parches de hongos comunes en las tapas interiores. Si se detecta que el ejemplar tiene
biodeterioro activo, se aísla, se toman muestras, se hacen cultivos y se identifican los agentes
que lo están impactando, bien sean hongos o bacterias. En otras bibliotecas, es común que se
apliquen un par de productos para controlar el biodeterioro, es decir, que prescriban
ibuprofeno para todos los males, pero en la Biblioteca Nacional de Colombia, luego de
identificar lo que está enfermando el material, hacen una prescripción de sales de plata,
alcohol, amonios cuaternarios, azoles o isotiazolinonas, según el tipo de hongo, bacteria o
levadura.
Una vez se escoge el mejor producto para el tratamiento, se hace el saneamiento puntual
aplicando el “remedio” manualmente con algodón, y luego un control de calidad para revisar
que no crezca nada más, asegurarse de que se pusieron los límites adecuados para detener la
invasión. Pero el proceso no para ahí. El laboratorio de microbiología es solo una parte del
Centro de Conservación. Una vez el libro está libre de hongos, bacterias o levaduras, debe
pasar por restauración. Allí ponen los faltantes a las cubiertas con tela (ya no se restaura con
cuero porque con el tiempo se descompone y empieza a manchar el libro), y reparan las
páginas con el papel con el que está construido el libro o papel japonés, pues este no se oxida
ni se deteriora ya que está hecho completamente de celulosa. Hay libros y documentos que del
proceso salen curados, con arreglos apenas visibles y con cada fibra limpia, pero hay otros con
menos suerte que pierden información, pues los hongos afectan lugares donde hay registro. En
este caso no puede recuperar la información, pues alterarlo hace que se pierda su valor
patrimonial. Y hay casos extremos cuando el deterioro biológico es avanzado y ha degradado
el material a tal punto que debe desecharse como residuo de riesgo.
Además de los hongos que están directamente sobre los archivos, el laboratorio se encarga de
monitorear la calidad del aire de cada espacio de la Biblioteca, de saber qué organismos habitan
el ambiente y la concentración de polvo que hay en cada uno. Otro de los factores que todo el
tiempo están revisando es la temperatura, que, junto con la rugosidad del material, es una de
las condiciones primordiales para que el hongo o la bacteria se acomode, crezca y se alimente.
Los libros funcionan igual que la piel humana: si las temperaturas son altas, se humedecen, y si
están muy bajas, se resecan.
Con todas las investigaciones y monitoreos que hacen en ambos campos —en el material y en
el ambiente— se han identificado los organismos que más atacan las colecciones de la
Biblioteca y las formas más pertinentes para combatirlas. Los hongos de géneros como el
Penicillium, el Aspergillus y el Cladosporium, las bacterias de género Bacillus y levaduras como la
Rhodotorula son los más comunes que se encuentran sobre el soporte. En el ambiente, la
diversidad es mayor y allí es común encontrar hongos dematiáceos, que producen pigmentos
como las melaninas que tenemos los seres humanos y que les ayudan a protegerse de los rayos
ultravioleta, del estrés, la sequedad. Este tipo de hongos, por ejemplo, producen antibióticos o
agentes repelentes que una vez aislados pueden tener aplicabilidad en la industria farmacéutica
y alimentaria.
Así como los pigmentados, mucho hongos, bacterias y levaduras que habitan en la Biblioteca
Nacional de Colombia tienen cualidades que pueden ser usadas en los campos científicos e
industriales, y encontrar este tipo de cualidades en los microorganismos es gran parte del
trabajo de Luz Stella y su equipo: “Investigamos el cepario para ver el potencial riesgo que
tienen para las colecciones, pero también para ver el potencial enzimático de cada
microorganismo, y para ver el poder de degradación que tienen las enzimas. Una vez aislamos
esta información podemos ver si tiene una aplicabilidad”. Por ejemplo, hay hongos que
producen enzimas que pueden usarse para desarrollar detergentes, e incluso pueden ser útiles
para la biorrestauración, que es usar los mismos microorganismos para regenerar materiales
que han sido afectados.
En la actualidad, el laboratorio se encuentra haciendo un catálogo de todos los
microorganismos que han identificado con el fin de hacer alianzas académicas que puedan
potenciar el conocimiento que están generando.
Otro de los intereses del laboratorio es que se entienda que estos organismos están comiendo
libros porque les toca, porque su función es la de degradar, y sin ellos estaríamos llenos de
basura. Por eso es importante, afirma Luz Stella, entender la diferencia entre biodeterioro y
biodegradación. Los hongos cumplen una función ambiental sustancial como degradadores
primarios del universo. Si ellos no existieran, estaríamos rodeados de basura. Pero ellos no
saben la diferencia entre lo que es o no patrimonio, y es por eso que cuando impactan bienes
de relevancia histórica u objetual, se llama biodeterioro.
Y es así, como muchas veces, y sobre todo en una biblioteca que guarda en sus paredes nuestra
historia, el mayor enemigo no es el paso del tiempo, ni el olvido, sino los hongos, que no
saben lo que hacen.
Fuente original: Uribe A. (16 de agosto de 2018). Los hongos y bacterias que habitan los libros.
Revista Bakánika. Recuperado de https://www.bacanika.com/seccion-cultura/los-hongos-de-
las-bibliotecas-no-saben-lo-que-hacen.html