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LOS MANDAMIENTOS
Marc Vilarassau Alsina, sj* Sal Terrae
96 (2008) 781-792
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Apertura
Se me pide una reflexin sobre los mandamientos que sea
digerible para los jvenes. Me gustara proponer un men de
degustacin diferente al de un cierto cristianismo de pop corn con el que pudieran estar ms familiarizados. Quiz porque me aburren ya las palomitas y el fast-food, me apetece tanto cocinar este plato difcil y atrevido. Hemos vaciado el
mandamiento de su sentido religioso para convertirlo en un
producto exclusivamente tico, con la idea de que sea as ms
fcilmente digerible por la gente de nuestro tiempo.
Para m, el reto es mostrar que el sentido tico del mandamiento
va estrechamente unido a su sentido religioso, y que es este
ltimo el que le confiere su ms genuino valor. Para profundizar
en la dimensin tica del mandamiento disponemos de material
abundante y valioso. Autores como Adela Cortina han tratado
con gran acierto este tema y sus implicaciones en la actualidad.
Se me va a permitir que me concentre, pues, en la dimensin
religiosa del mandamiento.
Yendo al grano, con este artculo pretendo bsicamente dos
cosas. La primera es reivindicar el sentido genuinamente
religioso del mandamiento, hijo como me siento de una
cultura que le tiene alergia. La segunda es que con esta
reivindicacin me gustara mostrar que el mandamiento no slo
no constrie, sino que puede liberar al individuo de las cadenas
sutiles de una cultura que, bajo capa de autonoma, nos impone a
todos una misma norma, un mismo y ciego cumplimiento de una
letra sin espritu y de una ley sin alma. Pasen entonces al
comedor. La mesa est servida.
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La matriz juda del mandamiento
No se puede entender el sentido religioso del mandamiento sin
conocer el hogar en que ste naci y se cri. El judasmo es la
cuna del mandamiento, y de ah lo hered el cristianismo. El
tema del mandamiento tiene en el judasmo una riqueza que
frecuentemente nos ha pasado inadvertida. Voy a intentar
mostrarlo con la mxima modestia y respeto.
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Los preceptos y la ley
En el judasmo existe la Ley, en singular y en maysculas
(Torah en hebreo; Nomosen griego); y existen los preceptos de la Ley, en plural y en minsculas (mitzsvot en hebreo; entolai en griego). La Ley, en singular y en maysculas, comprende la ley
del Antiguo Testamento, condensada en el Declogo; o tambin
el conjunto del Antiguo Testamento, visto todo l como Ley.
Mientras que los preceptos, en plural y en minsculas, son todo
el conjunto de prescripciones que aparecen a lo largo y ancho
de la Torah y que, de alguna manera, le dan cuerpo y concrecin en la vida del creyente: concretamente, 613, ni uno
ms ni uno menos.
Aunque distinguibles, el singular y el plural no son separables.
Para un buen judo no hay respeto de la Torah sin un respeto escrupuloso de los mitzsvot. A la Torah le faltara todo si le faltara uno slo de los 613 mitzsvot que la componen. A la Torahno le sobra ni una coma: slo es perfecta si est completa, porque la Torah refleja no slo la ley que rige al pueblo judo, sino la ley que rige el universo entero. Por ello,
aunque el contenido legal o moral de los mandamientos es
diferente, y los hay ms importantes que otros, el sentido
religioso del cumplimiento es el mismo. Dicho de otro modo,
aunque puedan distinguirse por el contenido, todos los
mandamientos se igualan en el cumplimiento. Todos vienen de
Dios, y por esa razn son todos igualmente valiosos y vinculantes
para el creyente.
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El mandamiento ms importante
En la tradicin rabnica existe, de todas maneras, una cierta
gradacin de los mandamientos segn su importancia, un
intento de reducirlos y de condensarlos. Un conocido pasaje del
Talmud de Babilonia (Makkot 24,A) da prueba muy elocuente
de ello:
Rabbi Simelai dijo: Seiscientos trece son los
mandamientos que fueron impartidos a Moiss. 365
preceptos negativos, que corresponden al nmero de das
del ao solar, y 248 preceptos positivos, que corresponden
a las partes del cuerpo humano (...) David los redujo a
once: Seor, quin puede residir en tu santuario?
Quin puede habitar en tu santo monte? Solo el que vive
sin tacha (1) y hace lo bueno (2); el que dice la verdad de
todo corazn (3); el que no habla mal de nadie (4); el que
no hace dao a su amigo (5) ni ofende a su vecino (6); el
que mira con desprecio a quien desprecio merece (7), pero
honra a quien honra al Seor (8); el que cumple sus
promesas aunque le vaya mal (9); el que presta su dinero
sin exigir intereses (10); el que no acepta sobornos en
contra del inocente (11). El que as vive, jams caer (Sl
15,1-5).
Isaas los redujo a seis, porque est escrito: El que
procede rectamente (1) y dice la verdad (2), el que no se
enriquece abusando de la fuerza (3) ni se deja comprar
con regalos (4), el que no hace caso a sugerencias
criminales (5) y cierra los ojos para no fijarse en el mal
(6) (Is 33,15).
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Miqueas los redujo a tres, porque est escrito: El Seor ya
te ha dicho, oh hombre, en qu consiste lo bueno y qu es
lo que l espera de ti: que hagas justicia (1), que seas fiel y
leal (2) y que camines humildemente con tu Dios (3) (Mi
6,8).
Isaas vino otra vez y los redujo a dos, porque est escrito:
El Seor dice: Practicad la justicia (1), haced lo que es
recto (2) (Is 56,1).
Vino Ams y los redujo a uno, porque est escrito: As
dice el Seor a los israelitas: Acudid a m, y viviris (Am
5,4).
El rabino Jess participa tambin de esta discusin sobre la
importancia gradual de los mitzsvot tal como queda plasmada en la pregunta que le dirige otro rabino en la sinagoga: Rabino, cul es el mandamiento ms importante de la ley? (Mt 22,36). Y la posicin de Jess no es unvoca. Por un lado, defiende el
cumplimiento de la Ley hasta la ltima coma (Mt 5,19); por otro,
establece diferencias no slo en el contenido, sino tambin en el
cumplimiento. As, pagar el diezmo de las hierbas aromticas es
secundario con respecto a otros aspectos centrales de la Ley,
como son la justicia y la misericordia (Mt 23,23). Este
rabinofree-lance parece poner en cuestin la identidad religiosa de los mitzsvot en el seno de la Torah. Pero qu es lo que Jess pretende en realidad?
Sentido religioso del mandamiento
A Jess no le interesa tanto cul es el mandamiento ms importante, sino qu eslo ms importante del mandamiento. Dicho de otro modo, qu es lo sustancial, lo
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esencial del mandamiento?; qu es lo que hace que el
mandamiento sea algo profundamente espiritual y, por lo mismo,
algo profundamente humanizador? Dicho de otro modo, qu
Dios se nos revela en los mandamientos?
El mandamiento es voz
Si hay una premisa bblica bsica, es que Dios habla un lenguaje
audible e inteligible para el hombre. Dios no se relaciona con el
hombre a travs de la vista, sino a travs del odo. El hombre no
ve a Dios ms que indirectamente, a travs de sus obras. Pero s
puede or la voz de Dios, que le habla en la intimidad, si se dan
las condiciones para la escucha. La teofana visin de Dios es propiamente, en la Biblia, una teofona audicin de Dios. El hombre no se sita frente a Dios como un vidente, sino como un
oyente.
Dios habla, por tanto, en los mandamientos, que son
las palabras que llevan suvoz. La voz de Dios se hace audible en la palabra de los mandamientos. Por eso quien guarda los
mandamientos es como si hiciera vibrar las cuerdas vocales de
Dios, siendo la voz el soporte fsico de la palabra, que es
espiritual. Es por ello por lo que la palabra de Dios no se lee, sino que se proclama en medio de la asamblea: es la voz de Dios la que resuena en la voz del lector para que pueda ser de
nuevo acogida por los oyentes como lo que es: palabra de Dios.
El mandamiento recibido como voz nos muestra cul ha de ser la
actitud del hombre ante la Palabra: una actitud de atencin y de
disponibilidad. El hombre ha de esperar a que Dios hable y ha
de esperar en silencio, en forma de receptculo. Si se
impacienta y se llena con otras voces, no oir la voz de Dios
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cuando se produzca, o confundir sta con otras voces. Cunto
miedo le tenemos a la Palabra de Dios...!; cunta pereza mental
y religiosa para captar su sentido...!; cunta precipitacin para
hacerle decir slo aquello que estamos dispuestos a escuchar...!
No debe extraarnos que Dios calle y nos deje a merced de
nuestros monlogos vociferantes.
El mandamiento es anillo
Las normas estn para ser cumplidas, pero el mandamiento est
para ser guardado. El mandamiento se repite como un mantra, se saborea (Tu promesa es ms dulce a mi paladar que la miel a mi boca: Sl 119,103); se canta (Tus leyes han sido mis canciones en esta tierra, donde soy un extranjero: Sl 119,54). El mandamiento se guarda como el anillo que recuerda una Alianza
y la renueva. El amante se deleita en el anillo cuando la amada
est ausente, lo acaricia, le da vueltas, lo besa, como los
futbolistas cuando marcan un gol. Guardar el mandamiento es
guardar la alianza, darle vueltas, acariciarla, besarla.
El mandamiento, como expresin de la alianza, es estable y
permanente. Resiste el paso del tiempo y los embates del
desnimo, las fluctuaciones del alma e incluso la mirada oblicua
del absurdo. No porque est fuera del tiempo, sino porque lo
consagra, porque dice del tiempo lo que es eterno. Hay algo en
nuestra vida que permanece fiel, aunque nosotros vayamos y
vengamos; algo slido, que nos da equilibrio y nos devuelve las
coordenadas cuando las hemos perdido; algo no negociable, un
punto de no retorno que marca los lmites de nuestra humanidad
y su proyecto: los lmites que la disgregan si se sobrepasan, pero
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tambin aquellos hacia los que conviene no dejar nunca de
tender si no se quiere dejar el proyecto a medias. No robars,
no matars, no codiciars el bien ajeno... marcan los lmites
negativos de la humanidad. Honrar al padre y a la madre, amar
al prjimo como a uno mismo... marcan los innegociables lmites
positivos de nuestra humanizacin. En los mandamientos Dios
nos devuelve, dignificado, lo que es nuestro, para que no lo
olvidemos. Los mandamientos son una consagracin de la
memoria de la humanidad y su proyecto.
El mandamiento es promesa
El mandamiento no es una premisa, sino una promesa. Lo
explico. Pongamos, por ejemplo, esta premisa: si no comis, no
viviris. En este caso, el comer no es un mandamiento, sino una
necesidad, porque el comer es una premisa del vivir. El
mandamiento, en cambio, propone una condicin extrnseca al
objetivo que se persigue: Para que no mueran, debern lavarse las manos y los pies. sta ser una ley permanente a lo largo de los siglos para Aarn y sus descendientes (Ex 30,21). De hecho, no pasara nada si uno no se lavase las manos; pero
entre el lavarse las manos y el vivir, el mandamiento crea un
vnculo nuevo que se justifica por s mismo, que se entiende, ya
no simplemente como premisa, sino como promesa: lavarse las
manos es un gesto gratuito que remite al Seor de la vida. As,
un gesto rutinario, saludable, conveniente... se convierte en una
accin de gracias innecesaria pero indispensable. Es
precisamente esta condicin de exigencia innecesaria pero
indispensable la que distingue el mandamiento y le confiere su
sentido religioso.
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Jess denuncia la dureza de corazn que se encuentra en la
base de nuestra relacin con la ley como premisa (Mt 19,8).
Nosotros solemos rebajar la ley al mnimo para poder cumplirla
como si fuera el mximo. Para Jess, el mandamiento es siempre
un mximo, porque no se basa en nuestra fidelidad, sino en la
fidelidad de Dios. Nosotros siempre estamos lejos del
mandamiento, y no es el esfuerzo las obras lo que nos acerca,
sino la gracia. Jess le devuelve al mandamiento su condicin de
mximo: no mximo cumplimiento por parte del hombre, sino
mxima fidelidad por parte de Dios. No es el hombre quien se
acerca a Dios por el cumplimiento, sino Dios quien se acerca al
hombre en el mandamiento.
De ah que el mandamiento, propiamente, no se cumple, sino
que se guarda. O, dicho de otro modo, no nos sita fuera de la
ley el hecho de no cumplirla escrupulosamente porque eso es
imposible para el hombre, sino el hecho de no guardarla, de no
encaminarnos hacia ella, de no seguir su estela en humildad (Mi
6,8). Jess, pues, se aleja por igual del rigorismo como de la
laxitud y nos sita en unas nuevas coordenadas, no basadas ya
en la norma, sino en el amor.
Un cristianismo sin mandamiento?
No s si por conveniencia o por desgana, la verdad es que
solemos vivir una simplificacin ideolgica de nuestra fe, una
reduccin empobrecedora de sus credenciales ms genuinas: las
que Jess present en su tiempo y tuvo que defender frente a
los zelotas, por la izquierda, y frente a los fariseos, por la
derecha. Unos lo festejaban por su rigorismo tico y por las
posibilidades que ofreca su carisma natural a la causa de la
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liberacin del pueblo judo. A los otros, por un lado, les
sorprenda la autoridad que emanaba de su conocimiento de la
Torah y, por otro, les incomodaba la libertad que mostraba
frente a las sagradas tradiciones heredadas de los antepasados.
Tanto los unos como los otros acabaron desengaados.
Hoy tambin basculamos entre el zelotismo y el farisesmo.
Unos reducen el cristianismo a cuatro valores ticos barnizados
de evangelio. Otros lo reducen a la defensa a ultranza de sus
tradiciones y sus instituciones frente a los embates del enemigo.
Los primeros convierten el cristianismo en una tica ms; los
segundos, en una identidad y una casta. En ambos casos, tenemos
un cristianismo sin vinculacin religiosa a Dios, un cristianismo
sin verdadero culto en espritu y en verdad, un cristianismo, en
definitiva, sin mandamiento.
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Pero no son stas las dos nicas vas de simplificacin y
empobrecimiento de la fe cristiana; hay formas nuevas y ms
sutiles de llegar a un punto parecido. Son los intentos de
reducir el cristianismo a un mnimo comn mltiplo que lo haga
compatible, por un lado, con la secularizacin de la sociedad y,
por otro, con la pluralidad religiosa. Por un lado, tendramos el
intento de identificar el cristianismo a una tica de mnimos,
liberada de los mximos del mandamiento. Por otro, trataramos
de conseguir una espiritualidad qumicamente pura, resultado
de una destilacin perfecta de las mejores esencias espirituales
de las diferentes tradiciones religiosas, liberadas, eso s, de los
particularismos culturales que las lastran. Los dos intentos, me
atrevo a juzgar, empiezan bien, pero acaban mal.
Una tica sin mandamiento?
Hemos visto antes que la tendencia a separar el sentido religioso
del mandamiento de su sentido tico es de factura antigua. Se ha
dado de diversas formas a lo largo de toda la historia. En la
actualidad, cuntos cristianos se definen hoy en da como
creyentes no practicantes? Manera de decir que suscriben la
dimensin tica del mandamiento, pero prescindiendo de su
dimensin religiosa. Signo de una sociedad progresivamente
secularizada, como la nuestra.
En nuestra sociedad se da un fenmeno an ms interesante: a
medida que aumenta la secularizacin, aumenta tambin la
diversidad cultural y religiosa de la sociedad. Cmo lograr,
entonces, que convivan pacficamente estos dos datos que
parecen ser los rasgos caractersticos de la sociedad moderna?
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Cmo ir integrando pacficamente en una misma sociedad, con
unas mismas normas de convivencia igualmente vinculantes para
todos, las diversas identidades y prcticas religiosas que la
integran? Cmo conseguir unos mnimos ticos y civiles que
faciliten la convivencia, sin que por ello sofoquen los mximos
religiosos y espirituales de los individuos y las comunidades?
En cualquier caso, una tica civil que responda positivamente a
tamao desafo no puede ser una tica basada en promesas, sino
en premisas. Ha de ser necesariamente una tica de mnimos
basada en principios unvocos y vinculantes para todos. Y es
bueno que as sea. Tal como la define Adela Cortina, una tica civil consiste en un conjunto mnimo de valores tal que, si no es compartido por los ciudadanos de una sociedad pluralista, la convivencia entre ellos se hace imposible (tica civil y religin, PPC, p. 14). Como queda de manifiesto en esta definicin, se trata de una tica definida en negativo, ms que en
positivo, obligada a dibujar el lmite el mnimo, ms que el
horizonte el mximo. sta es su virtud, pero tambin su
desdicha. Una tica civil basada en mnimos ticos es tan
necesaria para la convivencia como insuficiente para la felicidad.
La felicidad pertenece, a nuestro modo de ver, al mbito del
sentido, del exceso, del mximo... de lo religioso. Y eso slo se
puede dar si se invita al individuo, no slo a cumplir a mnimos la norma, sino a guardar a mximos el Mandamiento.
Una espiritualidad sin mandamiento?
Actualmente se habla mucho de la diferencia entre
espiritualidad y religin. Hay un cierto consenso en que lo
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importante es la espiritualidad la experiencia personal y
subjetiva de Dios, mientras que la religin la dimensin
colectiva y objetiva de esa experiencia no es ms que una
rmora del pasado. Se propone una espiritualidad sin
mandamiento para un mundo sin religin. Pero as no se
responde a la cuestin que recorre este artculo de principio a
fin: cmo puede pervivir y ser compartida una experiencia
espiritual si no es objetivada de alguna manera? Cmo evitar
que esa experiencia se diluya sin una instancia objetiva que le
sirva de estmulo y de contraste? No necesitamos reivindicar
de forma creble el sentido positivo y hasta cierto punto
necesario del mandamiento?
Quin, sino el mandamiento, le dice al espritu cules son sus
lmites y cul su horizonte? Quin, sino el mandamiento, es la
instancia crtica capaz de desenmascarar un espiritualismo que,
so pretexto de buscar a Dios, acaba buscndose a s mismo?
Quin, sino el mandamiento, le puede dar a la espiritualidad
esa dimensin comunitaria y celebrativa que la aleje por igual
del solipsismo y del elitismo? Quin, sino el mandamiento, le
ensea a la espiritualidad que, por mucho que deseemos ver a
Dios, lo primero y principal es aprender a escucharlo? Quin,
sino el mandamiento, le recuerda a la espiritualidad que ese
trayecto que nos acerca a Dios lo inici l mucho antes de que
nosotros nos pusiramos tmidamente en camino?
En esta lnea, os propongo esta reflexin de un clebre sabio
judo de nuestro tiempo:
No existe el misticismo en abstracto, es decir, un
fenmeno o experiencia independiente de otros fenmenos
religiosos. No existe un misticismo qumicamente puro, sino
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el misticismo de un sistema religioso en particular:
misticismo cristiano, musulmn, judo... y as sucesivamente.
La muy difundida idea del mstico como un anarquista
religioso que no siente ninguna lealtad ni compromiso hacia
su religin no est confirmada por la historia. sta
demuestra, en realidad, que los grandes msticos fueron
fieles discpulos de las grandes religiones (Gershom Scholem).
Por fieles discpulos no debemos entender aqu seguidores
ciegos y aborregados, sino todo lo contrario: personas a
quienes la religin ha dado alas y personas para las que el
mandamiento ha producido su ms preciado fruto, a saber, la
autntica libertad. Porque eso es lo que hace el mandamiento:
libera a quien lo guarda; lo libera de los otros dolos que exigen
sumisin; lo libera para el bien, para la justicia y para el amor,
las nicas prescripciones que, en lugar de someterte, te hacen
ms libre.
Sentido cristiano del mandamiento
Sea como sea y venga de donde venga la inercia que pretende
separar la dimensin religiosa del mandamiento de su dimensin
tica y espiritual, cmo intenta el cristianismo evitar esa
separacin empobrecedora?; cmo guardar el mandamiento sin
perder su fundamento?; cul es la propuesta unificadora que
Jess nos propone en el Evangelio?; cul sera, si es que la hay,
la perspectiva especficamente cristiana del mandamiento?
San Pablo supo explicar mejor que nadie lo peculiar de esa
nueva perspectiva que Jesucristo haba abierto sobre el
mandamiento. Es cierto que el aspecto religioso de la Ley es
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insuficiente, pero tambin lo son el aspecto moral y espiritual
por s solos. La moral y el culto, la tica y la espiritualidad, sin la
gracia, son letra muerta y pura hybris de cara a la salvacin. No son las obras ni los sacrificios los que nos abren a la salvacin,
sino la fe. No es la profesin de lo polticamente correcto ni el
dominio de los efectos iniciticos del incienso aromtico lo que
salva, sino el saberse amado incondicionalmente por Dios.
San Pablo est reivindicando, a su manera y delante de sus
interlocutores, el sentido religioso del mandamiento, tal como
lo venimos explicando. Para Pablo est ms claro que para
ningn otro que esto de la salvacin no puede ser de ninguna
manera una premisa, sino estrictamente una promesa. Slo
as se puede percibir, sin reducirlo, todo el alcance del
mandamiento nuevo que Jess nos da: el mandamiento del amor.
Slo el amor une lo que los hombres tienden a separar; slo el
amor condensa y resume lo que el mandamiento ampla; slo el
amor guarda a la perfeccin lo que Dios propone a travs del
mandamiento. Pero entonces surge la siguiente pregunta.
Puede el amor ser objeto de un mandamiento?
Si somos coherentes con todo lo escrito hasta el momento,
deberemos concluir que s, y ms que cualquier otra cosa.
Mandamiento quiere decir aprendizaje y proyecto: aprendo a
hacer aquello a lo que estoy obligado, lo intento una y otra vez,
me veo muy lejos y, a pesar de todo, cada vez ms atrado, ms
decidido, ms animado. Dios nos manda el amor, no puede ser de
otra manera; nos lo propone como deber, como proyecto y como
sentido de nuestra vida.
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Por lo tanto, el amor puede ser objeto de un mandamiento,
porque el amor autntico es exigente. Porque, ms que un
sentimiento, el amor es un convencimiento. Nos produce un
saludable hormigueo interior, pero tambin abre heridas y nos
hace sufrir. Estarais de acuerdo si dijramos que el sentido de
nuestra vida es amar cada vez ms y cada vez mejor? Pues si
estamos de acuerdo con este proyecto de vida, ahora tenemos
que ver cmo lo ponemos en prctica. Hace falta que el amor
pase, de ser un principio general, a ser una realidad concreta. El
mandamiento es la dimensin realista del amor, su dimensin
pedaggica, porque a amar se aprende amando. San Pablo
dice que la Ley es el pedagogo cuya funcin y sentido es
conducirnos al amor. El amor es el cumplimiento perfecto de la
Ley. Por eso, cuando hay amor, y slo entonces, toda ley est
de ms.
Un mandamiento suavsimo
El amor es un munus suavissimus, un mandamiento suavsimo, una dulce exigencia. El mandamiento nos recuerda que el amor lo
tenemos que poner ms en las obras que en las palabras, y que
ponerlo en las obras no es fcil: pide mucha abnegacin y mucha
determinacin. Pero es suavsimo, porque la fuerza necesaria
para llevarlo a la prctica viene de Dios, de la fuerza y la
determinacin con que l nos ama. Algunos dicen que lo primero
es amar a los dems; despus vendr el amor a Dios. Como si el
amor a Dios fuera secundario y prescindible. Amar a Dios
significa amar su amor, la manera y la radicalidad con que Dios
ama, porque el amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que l nos am primero (1 Jn
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4,10). En este sentido, el amor a Dios es el alma del amor
humano. Sin el amor a Dios, nuestros amores flaquean y pierden
el alma, acaban fcilmente convertidos en puro voluntarismo y
en ideologa.
El amor a Dios hace mucho ms exigente y radical el amor
humano: lo hace posible a partir del reconocimiento justo y
lcido de que para nosotros ese tipo de amor es imposible. sta
es la razn de que el amor pueda y tenga que ser objeto de un
mandamiento. Slo si Dios lo manda, el amor verdadero es
posible en nuestro mundo, porque Dios nos da previamente lo
que despus nos manda. Como dice uno de los versculos del
himno judo El Da del Perdn, de la Liturgia de Ao
Nuevo, el precepto y la prctica son de Dios, que vive eternamente. Dicho de otro modo, Dios nos promete aquello que ya nos ha dado; y slo porque l ha cumplido ya su parte de
la promesa, podemos intentar cumplir nosotros la nuestra.
Despedida y cierre
Nos quedar siempre est pregunta: es acaso posible vivir sin
mandamiento? Vivir sin reglas quiz sea posible, aunque no s si
demasiado conveniente para uno mismo y para los que le
rodean; pero, en todo caso, no me parece posible vivir sin
mandamiento, sin una orientacin positiva que tire de nosotros
cuando estamos eufricos y cuando estamos cansados, cuando lo
vemos y cuando no lo vemos; en definitiva, algo slido donde
apoyar nuestras opciones y donde anclar nuestra ansia de
sentido y de felicidad.
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El amor es el sentido y la felicidad que Dios nos propone con el
mandamiento, y por eso, porque de veras lo quiere, nos lo
manda. Hay muchas maneras, muchos caminos, muchos gestos,
muchas traducciones concretas, muchas prcticas posibles que
nos ayudan a obedecerle; y, en este sentido, hay muchos
mandamientos. Aunque eso no nos hace olvidar al contrario:
nos lo hace ms evidente que en realidad el Mandamiento es
uno y nico: la voz de Dios, el anillo que nos la recuerda y la
promesa de su cumplimiento definitivo.
Empezaba el artculo con la promesa de un plato difcil y
atractivo. No s si lo habr conseguido, pero me sentira
satisfecho si, despus de leerlo, nos quedara al menos este
regusto en el paladar: el mandamiento no es algo que Dios nos
da; es Dios mismo quien se nos da en el Mandamiento. Y si Dios
mismo es el Mandamiento, cmo no bamos a tratar de
guardarlo nosotros?
http://www.franciscanos.es/index.php/jovenes/recursos/fraternidad-boaxente/792-llos-
mandamientosr
[03/08/2014]