Relatos sobre identidad, nietos y reencuentros
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Bombara - Singer / Rivera - Wernicke Andruetto - Istvansch / Méndez - Bernasconi
Qlibroscopio
Relatos sobre identidad, nietos y reencuentros
Bombara - Singer / Rivera - Wernicke Andruetto - Istvansch / Méndez - Bernasconi
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índice
Introducción 7
Manuel no es Superman 11
¿Sabes, Athos? 29
Los hermanos 53
Querido Melli 75
Ganas de saber MÁS 100
Introducción
Los cuentos, por lo general, salen de la imaginación de los escritores, y la imaginación, como
sabes, puede brotarte de algo que te haya ocurrido, de algo que te hayan contado o, por ejemplo, de
tan solo mirar por la ventana.
Los relatos que vas a leer en este libro son resultado del trabajo de ocho de los más importantes
escritores e ilustradores argentinos, después de que escucharon a cada uno de los protagonistas de las
historias, de ser atravesados por esas palabras y de volcar en sus papeles o teclado las palabras y las imá-
genes de la forma que a ellos les resonaron.
Estos protagonistas, que por estos días rondan los 30 años de edad, fueron víctimas, cuando eran
muy chiquitos (en algunos casos hasta estaban en las panzas de sus mamas), de la etapa más cruel de la
historia de la Argentina. En 1976, el gobierno que había sido elegido democráticamente fue desplazado
por la fuerza, por militares que decidieron los destinos del país.
Y los de la vida de la gente.
Porque muchas de las cosas que estos militares y sus cómplices civiles hicieron, podrían inscribir-
se entre las más aberrantes que sufrió la humanidad.
A estos chicos, los de los relatos de este libro, les robaron su identidad. Les falsificaron sus nom-
bres, les mintieron acerca de cuál era su historia y de quiénes eran sus familiares. Les robaron su iden-
tidad e hicieron desaparecer a sus padres sin saberse, hasta hoy, dónde está la mayoría de ellos.
A medida que los años pasaron, esos chicos, que se calcula son cerca de 400, fueron creciendo
con las familias a las que fueron entregados. Algunos de ellos quedaron con los propios militares asesi-
nos; otros chicos, con familias cómplices de esos militares. Y también hubo personas que recibieron a
los chicos sin saber cuál era su origen.
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Los gobiernos militares se sucedieron sumando cada vez más desastres a nuestra historia. Cuando
se vieron cercados por nuevas protestas de la gente en reclamo de sus derechos, inventaron una guerra
que costó más vidas de jóvenes inocentes.
Fue quizá ese el último intento de los militares por sostenerse, pero terminó en realidad desmo-
ronando su gobierno.
Desde ese momento el país recuperó la democracia, fue cambiando de gobernantes, avanzando,
retrocediendo y volviendo a avanzar en el castigo a los responsables de los graves delitos cometidos.
Lo que nunca cambió fue el empuje y la energía de las abuelas y familiares de todos esos niños, que
los buscaron y los buscan incansablemente para contarles la verdad y darles todo el amor que también
hubieran querido darles sus papas.
La Asociación Abuelas de Plaza de Mayo cumplió 35 años a la cabeza de esa búsqueda irrenun-
ciable. Ya lograron devolver la identidad y la verdad a más de cien personas.
Esas personas, robadas de tan chicas, hoy podrían tener hijos de tu edad. Con este libro que-
remos acercarte al menos cinco de esas historias (narradas en cuatro relatos). Cuatro de chicos que
lograron conocer la verdad y repensar sus vidas. La última, la de una chica que logró hacerlo pero que
aún le falta encontrar a su hermano mellizo, robado cuando era bebé junto con ella.
Es duro pero muy importante conocer estas historias. Como en diferentes etapas de nuestro
crecimiento, es necesario atravesar un tema doloroso para saber, entender, evitar que se repita y poder
construir una sociedad mejor.
El mayor deseo de los que hicimos este libro tiene que ver con que el futuro que te toque vivir
como adulto sea más feliz y más justo, y como es imposible edificar algo así sobre el barro de la mentira,
te contamos y esperamos que cuentes estas historias para ayudar a quienes todavía viven angustiados o
confundidos, entre las dudas de sus orígenes.
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ftantrél no «S S isman Paula Bombara - Irene Singer
Ana al salir el sol no habla ni canta
simplemente es Ana que mira por la ventana
cómo se doblan los pastos para que duerman las hadas.
Fragmento de un poema de Gastón Gongalves a Ana Granada
fe *"*• *** ••** ** f
¿Tu papá y tu mamá saben quiénes son? Manuel sí. Ahora sabe. No ahora ahora. Hace un tiempo que sabe. Pero no lo supo siempre. Yo tampoco lo supe siempre. Me enteré hace poco de la historia de Manuel. Me la contó mi amiga Martina. Y te la quiero contar porque... me sigue sonando adentro la voz de Martina. No sé bien por qué. Durante 19 años Manuel Gongalves estaba seguro de que era Claudio. Claudio Novoa. Y una tarde le contaron que no, que no era Claudio Novoa, que era Manuel Gongalves. Así nomás. Paf. Y se tuvo que hacer el documento otra vez. Y le preguntaron con cuál nombre se quería quedar. ¿Raro eso, no? Yo, entre Claudio y Manuel, también hubiera elegido Manuel. Me gusta el nombre Manuel. A Martina también le gusta. Y mientras me seguía contando yo pensaba en la historia de Superman.
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VISTC OuC SoPCRHAN NACIÓ CN OTRO PLANCTA,
UNO ouc CSTABA POR EXPLOTAR.
CNTONCCS SuS PAPAS LO nCTlCRON CN UNA
CÁPSULA CSPACIAL PARA SALVARLC LA VIPA.
LO AANPARON AL PLANCTA TICRRA T CATÓ CCRCA PC LA CASA
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CLARO, CON LOS SüPCRpopCRCS OuC DESARROLLÓ, NO LCS OuCPÓ
OTRA OuC PCCIRLC CSO.
PCRO PCSPUCS, CuANPO PIPIÓ nÁS DETALLES
SE LCS CoflPLICÓ.
CAíSTE: DEL CICLO, LC PIJCRON. CRA LA VCRPAP.
PCSPuCS CL AVCRI6UÓ OuC VENÍA PC KRYPTÓN T OUC SU NOflBRC RCAL CRA
KAL-CL. PC AÁS 0RANPC AVCRI0UÓ.
Pero su mamá lo envolvió en unas mantas para salvarlo. Y lo escondió en un placard, lleno de
almohadas. Hizo eso mientras militares y policías lanzaban granadas
y gases tóxicos adentro de la casa de San Nicolás donde estaban escondidos con unos
amigos. Valiente, la mamá. Ana se llamaba. Cuando los que tenían armas entraron en la casa ni pensaron si los de adentro eran valientes: los mataron a todos y chau. A Ana la mató uno que se llama Carlos. Esto pasó en 1976. Noviembre, creo. El día no me lo acuerdo porque estaba mirando la cara de Martina mientras me contaba. Hace una sonrisa como de
costado que me gusta y... no me acuerdo el día. La cosa es que Manuel quedó adentro del placard.
Y cuando los policías dejaron de disparar lo
escucharon. Lo escucharon porque ... lloraba. Lloraba un montón.
Parece de película. Un placard todo hecho pelota, no se ve nada por el
humo y el sonido de un llanto de bebé.
Lo buscaron, lo encontraron, |^. „,— vieron que estaba medio
sin respirar y lo llevaron al hospital.
Ahí los médicos lo curaron y, cuando quisieron llevarlo con el resto de los bebés, los policías les dijeron que no, que ese bebé tenía que estar solo. Solo con dos policías en la puerta. Como si estuviera preso. Cinco meses, tenía. Más de cien días lo tuvieron así. Cuando escuché esto se me estrujó la panza. Mamá dice que de los cinco a los nueve meses los bebés cambian un montón, aprenden millones de cosas. Cosas que después nos olvidamos pero que en algún lugar del cerebro están. Saber eso es lo que me estruja la panza. Saber que a Manuel se le quedó adentro todo ese tiempo solo. Lo usaron de carnada. Martina dijo esa palabra: carnada. Yo pregunté, no sabía lo que era. Es lo que se pone en el anzuelo de las cañas de pescar. Para atrapar peces. Querían atrapar a los que fueran a preguntar por el bebé.
Yo creí que así habían atrapado al papá de Manuel. Porque Manuel tampoco -tiene papá. Pero no. Martina me dijo que no fue así. Gastón se llamaba el papá. Me gustan los nombres Ana y Gastón. Al papá lo habían atrapado antes, cuando Manuel todavía no había nacido. Eso fue en una ciudad que se llama Escobar y está al norte de la provincia de Buenos Aires. Creo. No soy muy bueno en geografía. No importa. Lo secuestró otro policía, uno que se llama Luis Abelardo. Lo secuestró y jamás dijo adonde lo llevó. Lo desapareció. Y tardaron como veinte años en encontrar los huesos. Estaban en una tumba sin nombre del cementerio de Escobar. Lo secuestró en 1976, justito el 24 de marzo. Esa fecha es fácil acordársela porque no hay escuela ese día. Es el Día de la Memoria. Y en la casa de Manuel todos se acuerdan mucho de Gastón y de Ana. Y van a la marcha. Yo quiero ir a la marcha que viene. Quiero ir con Martina. Estuvo muy mal lo que les hicieron. Yo por un momento pensé que Ana y Gastón habían sido supervillanos o espías o algo así, como se ve en las películas. Pero no. Eran personas de verdad, parecidas a tus abuelos, que seguro no están de acuerdo con todo lo que dice el gobierno que hay ahora. Mi papá me dijo que lo que era distinto era justamente eso, el gobierno. Era una dictadura. Hicieron pedazos la democracia dijo mi papá. Y empezaron a agarrar o a matar a todos los que no pensaban como ellos. Y listo. Ya está. Al que no le guste, ¡pum! A Ana y a Gastón no les gustó. A mucha gente no le gustó. Si yo hubiera sido grande en esa época, no me hubiera gustado tampoco. Mi papá también me dijo que lo ponía contento que habláramos de la dictadura así, sin vueltas. Porque los militares no tuvieron vueltas a la hora
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de disparar y desaparecer gente, así que nosotros no tenemos por qué dar vueltas para hablar con la verdad. Mi papá y mi mamá saben quiénes son. Se ve que a los grandes hablar de la dictadura los pone mal. A mí no. Me da cosa que haya pasado pero bueno, qué se yo. Tampoco me da miedo, porque los que hicieron eso tienen que estar presos. Eso está bueno. Que los metan presos.
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Después de los cuatro meses solo en el hospital, un juez dio la orden de que dieran ese bebé robado para que lo adoptaran los Novoa en otra ciudad. Y los tuvo vigilados mucho tiempo. No averiguó ni un poquito adonde estaba la familia de Manuel. Se sacó el tema de encima y el bebé fue a parar a Quilmes, donde los Novoa lo adoptaron. Manuel quiere a sus papas adoptivos. Elena y Luis se llamaban. Ellos le pusieron Claudio. Claudio Novoa. Y le dijeron desde un principio que era adoptado. Mientras Manuel crecía siendo Claudio, su abuela Matilde lo estaba buscando como loca. Matilde era una de las Abuelas de Plaza de Mayo. Y no paró de buscarlo ni un minuto. Porque en San Nicolás, que es donde mataron a la mamá, todos sabían que al bebé lo habían llevado al hospital. Lo que no sabían era que estaba con los Novoa en Quilmes. Martina me dijo que Manuel creció sin saber nada nada nada de todo esto. Hasta que un día, un señor que se llama Alejandro golpeó la puerta de su casa y le contó. Era un científico que identifica huesos, del equipo que colabora con las Abuelas de Plaza de Mayo. Alejandro y otras personas del equipo además ayudaban a Matilde a encontrar a su familia. Tenían juntados un montón de datos sobre el bebé robado en San Nicolás, sobre lo que había hecho el juez, sobre la familia que lo había adoptado y bueno, con todo eso Alejandro agarró y se fue a la casa donde vivían Manuel y su mamá adoptiva.
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Martina me dijo que Manuel va a hacer que la Justicia los condene a todos, que está trabajando en eso todos los días. Por suerte lo encontraron y pudo conocer a su abuela Matilde y pasar unos años con ella. Y también tiene tíos y tías y primos y primas y hasta con un hermano se encontró. Resulta que Gastón, el papá de Manuel, había tenido un hijo antes, con otra mujer. Un hijo que se llamaba Gastón como él. Y ese hijo Gastón, apenas supo que tenía un hermano menor también se puso a buscarlo. Así que cuando Manuel se enteró de todo, también se encontró con que tenía un hermano más grande. Y encima, que su hermano era músico de una banda que a él siempre le había gustado: Los Pericos. Fue gracioso porque cuando el científico le dijo que tenía un hermano que era bajista de Los Pericos, Manuel se levantó de la silla, buscó un cd del grupo para verles la cara y le preguntó cuál era. Había mirado a su hermano mil veces y no lo sabía. Hasta estuvieron juntos sin saber que eran hermanos, uno arriba del escenario y otro abajo, saltando y bailando mientras lo escuchaba. Qué loco, ¿no? Aunque más loco todavía es que anda mucha gente de la edad de nuestros papas y mamas que no tiene ni ¡dea de quiénes son de verdad. Todavía hay como cuatrocientas personas que no saben que los robaron, o que saben que fueron adoptadas y nada más que eso. Gente a la que están buscando hace años y años... Uy. No sé si estuvo bien que le dijera a Martina lo de Superman.
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-A,
Superman no existe, Manuel sí; es una persona de verdad. Aunque le hayan inventado una parte de la vida, lo que le pasó le pasó de verdad... Espero que Martina no piense que soy un tonto. Lo que le voy a decir a Martina es que estuve pensando que las que se parecen más a los superheroes son las Abuelas de Plaza de Mayo, que siguen buscando y buscando. ¡Otra que la Liga de la Justicia! Yo creo que si Manuel, Gastón y otras personas grandes como ellos que tienen historias parecidas viven tranquilas, a veces más felices y otras menos, como cualquiera, es porque saben quiénes son. Porque ya no tienen ninguna duda. Martina me dijo que lo que sí tienen, y rnuóna, es alegría. Por haberse encontrado. Ella debe saberlo bien porque Manuel es su papá. Me gusta el nombre Martina. Mucho me gusta.
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/
Cómo se escribió este cuento
Había una vez un bebé. Chiquito, blandito,
lleno de vida, como todos los bebés.
Ese bebé resistió una tragedia, se desencontró,
creyó que no lo querían, se resignó y después, una
tarde, el joven en que se había convertido se en-
teró de toda su historia y cambió completamente
su vida. Hoy, Manuel Goncalves es un hombre,
tiene una hija llamada Martina, tiene un trabajo
y todas las complicaciones de la vida de cualquier
papá.
Ese es el Manuel que yo conocí una tarde de
jueves en Plaza de Mayo, casi de casualidad.
Cuando nos saludamos, yo ya sabía lo que
tenía que contar; lo había visto en películas, lo
había leído en reportajes, lo había escuchado.
Él también sabía quién era yo: la escritora que le
había tocado en suerte. Y tenía un dato más: a mi
papá también lo secuestraron y lo desaparecieron,
unos meses antes que al suyo y mucho más al sur
de la provincia de Buenos Aires, en Bahía Blanca.
Eso le dio confianza, supo que lo entendería.
Aquel jueves me dijo que escribiera tranquila
y nos despedimos con un abrazo y una sonrisa.
Ya en casa me puse a pensar: quizás, el papá
y su hija Martina
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o la mamá de alguno de los lectores que tendrá
este libro puede ser una de las 400 personas que
aún desconocen su verdadero nombre, su verda-
dera identidad. Entonces, hablé con Manuel y
le pregunté: ¡no estaría bueno que la historia la
contara un nene de unos diez u once años y que
reflexionara de alguna manera sobre la identidad
de su papá y de su mamá?
La gran tarea de las Abuelas de Plaza de Mayo,
y de todos los que las acompañamos, es encontrar
a los nietos que nos faltan y, como ellas se están
poniendo grandes, tenemos que transmitirles un
mensaje importante: esta búsqueda no se deten-
drá, seguirá hasta encontrar al último nieto robado.
Decidí que esa intención, la de acompañar, la de
sumarse, tenía que ser el corazón del cuento.
Y quería que el relato contara lo que en verdad
sucedió, con palabras que entendiéramos todos.
Con nombres y fechas ciertas. 24 de marzo de
1976. 19 de noviembre de 1976. Que estuvie-
ran nombrados Ana María del Carmen Granada
y Gastón Goncalves. También sus asesinos, Car-
los Azzaro y Luis Abelardo Patti. Y, por supuesto,
la abuela, Matilde Pérez, y el hermano, Gastón
Goncalves. Ya tenía el corazón y el esqueleto del
cuento, solo restaba ponerse a escribir con todo
el cuerpo.
Entre los que perdimos a nuestros padres de
esta manera tan terrible hay un deseo primordial:
que quienes los desaparecieron y los asesinaron,
torciéndonos la vida para siempre, estén presos.
Eso está sucediendo de a poco. Hablamos mu-
cho con Manuel sobre la justicia. Justicia como
un viento fresco que por fin nos revuelve la ca-
beza, justicia como agua cristalina que por fin
inunda los rincones, justicia que termine con la
impunidad. En varias ocasiones me dijo, "pensá
que quienes los estamos metiendo presos somos
nosotros, que éramos tan chiquitos cuando esto
pasó". Y lo hacemos pensando en nuestros hijos,
en ustedes, en todos los que crecerán en un mun-
do más justo, más libre, más seguro. Exactamente
ese era el sueño de nuestros padres, de los 30.000
que desaparecieron y de otros tantos miles que
sobrevivieron y hoy son abuelos o pronto lo serán.
En medio de este proyecto festejamos la con-
dena a prisión perpetua y en una cárcel común
para los asesinos de Gastón, el papá de Manuel.
Fue un día muy importante para nuestra historia
pues un asesino de la talla de Luis Abelardo Patti,
ti
protegido durante mucho tiempo por el poder
político, poderoso como pocos en la zona de Es-
cobar, hoy está en la cárcel de Ezeiza, sin privile-
gios, como corresponde.
En medio de este proyecto también festejamos
la condena a prisión perpetua y en una cárcel co-
mún para los asesinos de Ana, la mamá de Ma-
nuel, y de la familia que vivía con ellos en San
Nicolás, los Amestoy. En este caso, los que están
presos son quienes planificaron los asesinatos: M.
Fernando Saint Amat, Jorge Muñoz y Antonio
Bossie. Carlos Azzaro, aunque reconoció haber
Manuel y Martina inaugurando
una placa tras la sentencia
a los asesinos de Ana
disparado el arma que terminó con la vida de
Ana, no fue sometido a juicio.
Era un sueño que se hizo real: la justicia llegó
para quedarse. Y eso es motivo de una gran ale-
gría y de un gran orgullo porque es un logro de
todo un pueblo que jamás olvidará, que crecerá
conociendo su pasado.
Quizás, para cuando vos estés leyendo estas
palabras, ya estamos festejando nuevas alegrías.
Ojalá. Ojalá las festejes con nosotros.
Con todo esto y mucho más que no puede ex-
presarse con palabras, este cuento se forjó, se hizo
parte de mí, fue escrito y corregido, mirado y aca-
riciado más de un año entero. Mis colegas, Iris
y María Teresa, fueron sostén y escucha, amigas
orfebres de la palabra. Mi compañera ilustradora,
Irene, aumentó la poesía. Walter, Judith y Laura,
nuestros editores, nos acompañaron en todo
el proceso con gran calidez y mucha libertad.
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Las Abuelas, Manuel y su familia lo aceptaron
con alegría y entusiasmo, con ganas de verlo im-
preso. Nuestras historias, las de todos nosotros,
flotaron encima de nuestras realidades y posibili-
taron un encuentro de emociones que recordare-
mos siempre. El producto, este cuento, este libro,
es, para mí, la forma más bella de festejarlo.
Así escribí "Manuel no es Superman": con
ganas de justicia, emoción, alegría, confianza y
libertad.
Parque de la Memoria
Ciudad de Buenos Aires
Parque de la Memoria
Ciudad de Buenos Aires
Quien soy: relatos sobre identidad, nietos y reencuentros / María Teresa Andruetto ... [et.aL ilustrado por Pablo Bernasconi... [et.ai.]. - 1a ed. - Buenos Aires: Calibroscopio, 2013. 104 p.: i l . ; 26x21 cm.
ISBN 978-987-1801-63-3
1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Andruetto, María Teresa II. Bernasconi, Pablo, ilus. CDD A863
Quien soy Relatos sobre identidad, nietos y reencuentros. Textos: Paula Bombara, Iris Rivera, María Teresa Andruetto, Mario Méndez Ilustraciones: Irene Singer, María Wemicke, Istvansch, Pablo Bernasconi Ilustración y diseño de tapa: Istvansch Idea original: Walter Binder Edición: Laura Giussani y Judith Wilhelm Diseño y armado: María Inés González Corrección: Pilar Muñoz Lascano y Diego Dente
© de los textos: Paula Bombara, Iris Rivera, María Teresa Andruetto, Mario Méndez
© de las ilustraciones: Irene Singer, María Wernicke, Istvansch, Pablo Bernasconi
© de las fotografías: Gentileza de Abuelas de Plaza de Mayo (págs. 9-24-26-70-71-72-73-97-101 y 103) Paula Sansone (págs. 24 y 26) Damián Neustadt (pág. 101) Uri Gordon (págs. 27-51 y 98)
© Calibroscopio Ediciones, 2013 Aguirre 458 (1414) - Buenos Aires Telefax (54 11) 4855-8657 [email protected] www.calibroscopio.com.ar
ISBN 978-987-1801-63-3
Libro de edición argentina
Esta edición de 5.000 ejemplares se terminó de imprimir en Casano Gráfica, Ministro Brin 3932, Remedios de Escalada, Buenos Aires, en julio de 2013.
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización previa, y por escrito, de la editorial. Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.
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