N A C I O N A L I S M O Y D E S A R R O L L O
D A N I E L C O S Í O V I L L E G A S ,
del Colegio de México
L A V E R D A D D E L A S COSAS es que nosotros los la t inoamericanos
(los i n d i v i d u o s y las inst i tuciones) , n o estudiamos d e l todo
nuestros problemas, o los estudiamos tarde o de m a n e r a i n s u
ficiente. Entonces ocurre que, a l vernos forzados p o r a l g u n a
razón a o p i n a r sobre ellos (como ahora yo), tratamos de re
parar nuestra desidia a c u d i e n d o a los estudios hechos p o r
sabios europeos y norteamericanos sobre los mismos fenóme
nos, y sobre fenómenos análogos (real o falsamente análogos).
T r a s esta p r i m e r a tragedia, viene l a segunda: p r o n t o descu
b r i m o s q u e esos estudios nos a y u d a n poco o n a d a , e i n c l u s o
que nos hacen caer en l a t r a m p a de creerlos válidos (total o
par c ia lmente p a r a las condiciones nuestras).
N o estoy sugir iendo, p o r supuesto, que en l a A m é r i c a L a
t i n a l a gravitación u n i v e r s a l o l a selección de las especies
operen o p u e d a n operar en f o r m a diversa de como l o hacen
e n E u r o p a y Estados U n i d o s . Tratándose , s in embargo, de
fenómenos humanos , c o n u n a fuerte, i n c o n f u n d i b l e raíz his
tórica, las variantes que ofrecen las condiciones l a t i n o a m e r i
canas p u e d e n hacer inoperantes las conclusiones basadas e n
condiciones europeas o norteamericanas. A l m i s m o t iempo,
de n i n g u n a m a n e r a descarto l a p o s i b i l i d a d de que justamente
u n a de las formas más obvias e ingenuas de l n a c i o n a l i s m o
l a t i n o a m e r i c a n o nos haga rec lamar con más frecuencia de l a
debida , p a r a cuanto se d a en nuestras tierras, u n cierto grado
de s i n g u l a r i d a d si de m a n e r a fugaz nos sentimos modestos, o
N O T A . L O S artículos de los señores Cosío Villegas, M e d i n a Echavarría y U r q u i d i fueron presentados a la Conferencia sobre Tensiones en e l Hemisferio Occidental , celebrada en Salvador (Bahía), Brasi l , del 6 a ! 11 de agosto de 1962, bajo los auspicios del Counc i l on W o r l d Tensions y la Universidad de Bahía.
3 * 7
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la unicidad absoluta si priva en nosotros una exigencia impetuosa.
T O D O S S A B E M O S , desde luego, que la idea y el fenómeno del nacionalismo han despertado el interés de una verdadera legión de historiadores, sociólogos, teóricos de la política y aun filósofos, europeos y norteamericanos, y que de dos de ellos, por lo menos —Hans Kohn y Carleton Hayes— puede decirse que lo han estudiado a lo largo de sus vidas, singularmente largas, por añadidura. En el caso de Kohn cabe afirmar algo más todavía: considera tan importante y tan general este fenómeno, que le parece propio llamar "la era del nacionalismo' ' a toda la historia moderna de Europa, es decir, la que se extiende desde fines del siglo xvm hasta nuestros días.
Pues bien, no parece que haga falta emprender un estudio muy a fondo de las obras de estos y otros autores para darse cuenta de que su utilidad es muy relativa; la caracterización que hacen del fenómeno del nacionalismo europeo, y los orígenes históricos que le atribuyen, no concuerdan a veces sino parcial o inseguramente con las situaciones propias de la América Latina; en otras ocasiones, apenas pueden despertar en nosotros el deseo o la curiosidad de tomarlos como guía para descubrir los que en verdad corresponderían a esas situaciones; por último, casos hay en que se presiente, o se sabe con alguna certeza, que aun ese esfuerzo sería estéril, pues no se descubre semejanza alguna con las observaciones (seguramente válidas) que han inspirado a esos autores los hechos y las ideas de Europa y de Estados Unidos.
Pueden citarse uno o dos ejemplos, con un fin meramente ilustrativo. Parece aprovechable la observación de Hans Kohn de que en los países donde el dominio popular (o el "tercer poder") llegó primero a su plenitud, el nacionalismo se tradujo muy pronto en cambios importantes de la organización y las instituciones económicas y políticas, y que, por el contrario, en los países donde ese proceso fue más lento o sólo alcanzó resultados parciales, el orden cultural fue el afectado por los cambios. Los historiadores han señalado, en efecto, como la primera manifestación cierta del nacionalismo me-
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xicano, los escritos de u n g r u p o de jóvenes y sabios jesuitas,
que se p u b l i c a n y d i f u n d e n a fines de l siglo x v m .
E n c amb i o , n o puede r e p r i m i r s e l a d u d a ante esta afir
mación r o t u n d a de K o h n : e l nac iona l i smo es inconcebib le s in
l a idea de l a soberanía p o p u l a r , y, p o r l o tanto, n o puede
ser anter ior a l estado. Parte de los países lat inoamericanos (si
es que no de todos) b i e n p u d i e r a revelar que l a noción de l a
soberanía p o p u l a r , o n o existe o es tan confusa que apenas
podría tomársela como u n a condición determinante de esos
movimientos i n d u d a b l e m e n t e nacionalistas. Es cuanto a l es
tado m o d e r n o , si se tratara tan sólo de su idea, l a observación
de K o h n sería ya d iscut ib le , pero si se re f i r iera a l a r e a l i d a d
del estado m o d e r n o , entonces habría que descartarla s i n vaci
lar , pues en n i n g u n o de los países lat inoamericanos es posi
ble señalar hasta l a fecha l a existencia de u n verdadero esta
do m o d e r n o .
Pero, después de todo, tampoco cabe afligirse de m a n e r a
innecesaria p o r esta d i f i c u l t a d (o i m p o s i b i l i d a d ) de transplan-
tar a nuestra A m é r i c a observaciones y conclusiones hechas
o r i g i n a l m e n t e p a r a E u r o p a y Estados U n i d o s . E l m i s m o H a n s
K o h n admite que hay diferentes clases o tipos de nacional is
m o , o sea que cada u n o h a nacido y se h a desenvuelto de
maner a diversa e n partes dist intas del globo. T o d a v í a más:
K e d o u r i e , u n agudo estudioso inglés de l n a c i o n a l i s m o , ase
g u r a tajantemente que l a idea d e l n a c i o n a l i s m o es p r o p i a de
l a E u r o p a m o d e r n a , y que fuera de e l la no se h a dado, n i
tampoco es e l la m i s m a antes del siglo x v m (contradice así a
K o h n y a Hayes quienes l o estudian en l a G r e c i a clásica y
a u n en las organizaciones tribales). Cabe intentar , pues, u n
esquema d e l or igen y de los rasgos dominantes d e l , nacio
n a l i s m o l a t i n o a m e r i c a n o .
T E N G O L A I M P R E S I Ó N de que los románticos y los marxistas
son quienes más h a n p i n t a d o y rep intado, con prec ios idad y
reiteración, el l ienzo de u n vasto paraíso autóctono anter ior
a l descubr imiento y l a conquis ta que de estas tierras h i c i e r o n
españoles y portugueses a fines del siglo x v y p r i n c i p i o s del
x v i . E n esencia, ese c u a d r o paradisíaco presenta en p r i m e r
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plano, con trazos y colores deslumbradores, dos o tres civilizaciones indígenas, la maya, la náhuatl, la incaica, digamos, que habían llegado a ser verdaderamente grandes y a tener todos los atributos de estabilidad y complejidad de una sociedad hecha y derecha. En el trasfondo del lienzo, en este o aquel rincón, con tonos bucólicos, se pintan algunos grupos indígenas pobres y primitivos, pero que gozan de la bendición inestimable de vivir libremente, de sentirse dueños de la tierra que pisan y capaces de afianzar su existencia y hasta de desenvolverla con sus propios recursos.
En este gran lienzo idílico hay, como en toda obra de arte (así sea de pincel marxista, y más todavía si es de paleta romántica), elementos y aun sectores enteros ficticios, pero también aspectos verdaderos o próximos a la verdad. No puede dudarse, por ejemplo, de la grandeza, de la complejidad y del adelanto de las civilizaciones maya o incaica, para citar sólo a dos de las más conocidas. Y puede uno aceptar sin mayores dudas que entonces, como hoy, hasta las pobres y primitivas preferían la soledad y el atraso al sojuzgamiento.
Algunos elementos correctivos, sin embargo, deben introducirse aquí. No han faltado antropólogos, arqueólogos e historiadores que han hecho la observación de que aun las grandes civilizaciones indígenas se encontraban a fines del siglo xv en una situación desconcertante: no parecían estar ya en pleno florecimiento, ni tampoco encontrarse en los albores de una nueva época de expansión. A l contrario, daban la impresión de que habían llegado al límite extremo de su desarrollo, o, por lo menos, que pasaban por una crisis de crecimiento que las tenía sumidas en una especie de letargo. La causa general —y un tanto vaga, es verdad— aducida, es que sus recursos físicos y humanos habían dado ya sus mejores frutos, y que tenían agotadas las posibilidades de renovación que supone la lucha y la mezcla de razas y de civilizaciones distintas. Por otro lado, no parece m u y fundada la esperanza de que si esto ocurría con las sociedades indígenas más avanzadas, se salvaran de esa situación, al menos de un modo inmediato, las organizaciones más primitivas (algunas, en realidad, tribus simplemente nómadas).
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L a f a l l a m a y o r d e l paraíso autóctono, más que e n i n v e n
tar esa p i n t u r a idíl ica de las c ivi l izaciones indígenas ameri
canas en vísperas d e l descubr imiento y l a conquista , r a d i c a ,
p o r u n a parte, en suponer que podía haberse p r o l o n g a d o de
manera i n d e f i n i d a e l a is lamiento de l continente occ identa l
u n a vez i n i c i a d a l a era que n o en balde se l l a m a de " los gran
des descubrimientos"; y, p o r otra parte, en o l v i d a r que esas
civi l izaciones habían v i v i d o hasta el siglo x v s i n e l benef ic io
de l a l e v a d u r a tan constante y tan vigorosa que en E u r o p a
representaron los cruces viejísimos y cont inuos de razas, len
guas, rel igiones, arte, de c ivi l izaciones y culturas enteras, en
r igor . E n f i n , si los marxistas y los románticos se h a n l a n
zado a p i n t a r con colores t iernos o arrebatados a l paraíso
autóctono, es p o r q u e los pr imeros s in confesarlo, y los se
gundos proclamándolo, añoran y l a m e n t a n l a destrucción o
el sojuzgamiento que de esas civi l izaciones h i c i e r o n los con
quistadores le España y P o r t u g a l . A q u í a más de l a f a l l a de
no considerar y a u n de n o a d m i t i r l a i n e v i t a b i l i d a d de u n a
confrontación de las cul turas indígenas c o n l a occidental euro
pea, habría de caracterizar aquéllas y ésta p a r a explicarse l a
imposición de E u r o p a sobre América .
I N D E P E N D I E N T E M E N T E D E L A S opin iones y de los gustos de unos
y otros, l a r e a l i d a d histórica es que, en efecto, las sociedades
indígenas, avanzadas o p r i m i t i v a s , estables o trashumantes,
fueron sometidas, y en gran m e d i d a destruidas. E n este he
cho, u n o de los más lejanos de nuestra h is tor ia , parece ha l lar
se el or igen remoto de b u e n a parte de l nac iona l i smo d e l que
hoy gozan, o que hoy padecen, nuestros países, sobre todo,
p o r supuesto, de aquel los en que e l pasado indígena fue i m
portante. A ese hecho histórico, se h a sumado después, p a r a
s u b l i m a r el n a c i o n a l i s m o , l a idealización d e l i n d i o y de sus
obras.
¿Qué puede s igni f icar p a r a ellas el s imple hecho d e l des
c u b r i m i e n t o ? D e m a n e r a i n e v i t a b l e debió parecerles, p r i m e
ro, u n a i m p e r t i n e n c i a i r r i t a n t e , de i g u a l ca l ibre a l a que co
mete u n sujeto que se trepa a u n a b a r d a p a r a espiar l o que
ocurre en el s a n t u a r i o de u n a casa p r i v a d a ; y después, tam-
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bien inevitablemente, debió parecerle un negro presagio de que a esa impertinencia iba seguir algo muchísimo más grave.
Y siguió la conquista, que, como toda conquista, fue invasión, guerra, destrucción, pillaje y dominación. En el caso que nos interesa, varias circunstancias agravaron sus efectos destructores desmoralizantes. Los historiadores parecen estar de acuerdo en que sus móviles más enérgicos fueron el lucro y la catequización religiosa. El lucro tenía que conducir, sin remedio, al pillaje, desenfrenado en el caso del conquistador considerado como individuo, organizado, metódico, pero no menos extenuante, en el caso del estado. Cuando el pillaje dejó de ser tan notoriamente vandálico, el lucro siguió operando en detrimento de las colonias españolas y portuguesas. Primero, porque las dos naciones conquistadoras (como todas las de Europa, por lo demás) creían entonces que el oro era la riqueza misma o la clave para obtenerla. Así, la economía impuesta por España y Portugal se enderezó primariamente a la extracción de los metales preciosos, y a las necesidades de ella se sujetaron la mano de obra, los transportes, la agricultura, el comercio, las finanzas, etcétera. Con el oro que España y Portugal sacaron de América aumentaron su poderío político y marítimo, y luego sus industrias, con la consecuencia de que las colonias, a más de proporcionar el oro y la plata, tenían que consumir las manufacturas metropolitanas sin poder ensayar siquiera su propio desarrollo industrial. No deja de ser simbólico que en 1810, el año en que se inicia en México la rebelión militar y política para conseguir la independencia nacional, el gobierno español ordenara la destrucción de un plantío de moreras del cura Miguel Hidalgo, del iniciador, el caudillo y mártir de esa rebelión. Todas estas circunstancias le dieron al desenvolvimiento económico de las colonias un sesgo forzado, a veces violento. No fue un proceso "natural", es decir, dictado por sus propias necesidades y no por las del dominador.
El móvil religioso no tuvo mejores consecuencias: las religiones propias de los indios fueron declaradas, lógicamente, no sólo falsas, sino paganas e idolátricas; por lo tanto, la casta sacerdotal fue suprimida y los templos destruidos y arra-
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sados, y las creencias y las prácticas penadas c o m o u n pecado
c a p i t a l . Puede imaginarse e l grado de subversión que t o d o
esto significó si se recuerda q u e las c iv i l izac iones indígenas
eran, más que n a d a , sociedades teocrá t i c o - m i l i tares: vencidos
sus ejércitos y destruidas sus rel igiones, los dos grandes sopor
tes en que descansaban, se d e s p l o m a r o n l i teralmente, y, a l
caer p o r t ierra , se h i c i e r o n añicos.
A l descubr imiento y l a c o n q u i s t a siguió l o que los histo
riadores l l a m a n l a Colonización, es decir, u n a dominación
de l a que h a n desaparecido las formas más violentas de l a
opresión. A esa etapa se l legó m u y rápidamente, pues a l en
frentarse c o n l a occ identa l europea, a u n las más avanzadas de
las c ivi l izaciones indígenas resul taron débiles y atrasadas: e l
i n d i o americano no conocía las armas de fuego n i las de ace
r o ; tampoco el cabal lo n i l a r u e d a . L u e g o , E u r o p a trajo a
A m é r i c a armas ideológicas que h a b r í a n de resultar todavía
más destructoras que e l arcabuz y l a espada; u n a de ellas, de
u n poder corrosivo i n c a l c u l a b l e , fue e l i n d i v i d u a l i s m o , que
pulverizó las sociedades indígenas, eminentemente colectivis
tas, donde el g r u p o era todo y e l i n d i v i d u o u n a m e r a partí
c u l a suya.
E n todo caso, l a colonización n a d a significó e n e l sent ido
de volver a dar a l g u n a autonomía a las comunidades indíge
nos, o a los nuevos grupos mestizos que se i b a n f o r m a n d o .
Baste recordar que en e l terreno polít ico, p o r ejemplo, en
los dos siglos o dos siglos y m e d i o de "colonización", toda l a
a u t o r i d a d estaba en l a c o r o n a española; l a que tenían sus
representantes en A m é r i c a era sólo u n a a u t o r i d a d d e r i v a d a
o secundaria. Pues b i e n , esta ú l t ima n o fue ejercida n u n c a
p o r e l i n d i o o e l mestizo, y n i s i q u i e r a p o r el c r i o l l o , o sea
e l h i j o de padres españoles n a c i d o y a en América.
N o se trata aquí , p o r supuesto, de hacer u n balance de
l a dominación española y portuguesa en América; de p o n e r
sus beneficios en u n o de los p l a t i l l o s de balanza y sus per
ju ic ios en el otro, p a r a aver iguar cuáles pesan más. Sólo se
pretende recalcar u n hecho: los tres siglos de esa dominación
dejaron inevi tablemente , en el h o m b r e y en l a t ierra ameri
canos, u n a h u e l l a i m b o r r a b l e de l a intromisión extraña, aje-
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na a América, y en consecuencia, dejaron también la simiente de un nacionalismo exaltado, de aquel que se nutre en experiencias históricas perdurables.
S E M E J A N T E N A C I O N A L I S M O no sólo se manifiesta en la rebelión militar, política y moral que en 1825 da * a independencia nacional a los actuales países latinoamericanos, sino en hechos más hondos y más significativos. Que yo sepa, ninguno de los prohombres de la época repasó a fondo la larga experiencia del gobierno español en América para ver si no habría en ella elementos aprovechables en la vida nacional de los nuevos países; por ejemplo, una autoridad ejecutiva, central y fuerte, que permitiera al estado acaudillar, en función de los intereses y aspiraciones nacionales, el desarrollo económico y social. Las personalidades y los grupos políticos que favorecieron el "centralismo" tuvieron siempre un signo "reaccionario" y no progresista, es decir, querían retardar el avance hacia la independencia real reteniendo las formas del gobierno español, pero de ninguna manera se proponían usar los elementos aprovechables de éste para acelerar y afianzar la independencia.
Lejos de repasar esa experiencia de tres siglos a la luz de su posible aprovechamiento, repudiaron apasionada, ciegamente, cuanto olía a España, y adoptaron la filosofía y las instituciones políticas de Francia, de Estados Unidos y aun de Inglaterra —las más alejadas de su situación de entonces.
Esta irreflexividad, inmadurez, si así se la quiere llamar, echó a andar un proceso hondo y continuo, que se inicia con la independencia y que subsiste y se agiganta en el día de hoy, y que quizás sea el mirador más alto para contemplar y entender la historia "verdadera" de nuestros países. Por un lado, el latinoamericano busca en el extranjero las soluciones a sus problemas; las estudia, las admira y confiadamente las adopta hasta el grado de poner la vista, el oído, el olfato y el tacto en el exterior, con el resultado de no darle a su propio suelo sino la espalda, aquella parte del cuerpo donde no está radicado ninguno de los sentidos. Estudia, conoce y compara el pensamiento y las instituciones políticas de los países
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"más avanzados"; se recrea en e l aprendizaje y en e l d o m i
n i o de las lenguas extranjeras; se suma enardecido — c o m o
si él los h u b i e r a i n v e n t a d o — a los grandes movimientos
l i terarios , artísticos o filosóficos de c u a l q u i e r parte del m u n
d o ; derrocha todo su d i n e r o , despliega sus mejores sonrisas y
usa los más finos modales p a r a r e c i b i r en casa a l forastero.
E n suma, a d m i r a e i m i t a c u a n t o le parece grande, be l lo y
ú t i l d e l extranjero. Este proceso, que h a d u r a d o más de siglo
y m e d i o , h a p r o d u c i d o en el l a t i n o a m e r i c a n o — c o m o l o h a
observado A l f o n s o R e y e s — l a s e n s i b i l i d a d más f ina, más ex
q u i s i t a que existe en l a t ierra p a r a conocer y gozar de l o aje
n o , y también p a r a recrearlo y hacer lo suyo.
P o r otro lado, a l a e x p e r i e n c i a secular de l a opresión es
p a ñ o l a y portuguesa, que crea e l sent imiento y e l afán nacio
nal i s ta , se añaden a h o r a las consecuencias de ese proceso de
admirac ión e imitación de l o extranjero. R a r a vez — o n u n
c a — d a los mejores resultados posibles el trasplante íntegro,
t a l cua l , de u n a idea, de u n a institución y a u n de u n a s i m p l e
m o d a extraña. E n el mejor de los casos, el traje resulta
a n c h o o estrecho, largo o corto, y l o que menos puede infe
rirse de u n a exper iencia repet ida de esta clase, es que l a tela
puede v e n i r de fuera, pero que l o mejor es conf iar lo a u n
c o r t a d o r indígena. D e all í se pasa a i m p o r t a r l a l a n a p a r a
fabr icar u n o m i s m o l a tela; después, a cr iar las ovejas, y, f i
na lmente , a p r o c l a m a r a g r i t o pelado, o urbi et orbi (como
se diría ref inadamente) , que D i o s m i s m o se cobi ja con las
telas que tejen desde hace más de cuatrocientos años los i n
dios tlaxcaltecas.
P e r o l o que más h a c o n t r i b u i d o a exaltar el nac ional i smo
h i s p a n o a m e r i c a n o son otros dos factores; u n o q u e operó desde
e l p r i m e r m o m e n t o , y o t ro que h a empezado a actuar a par
t i r de l a p r i m e r a guerra m u n d i a l .
E l p r i m e r o es lo que f a m i l i a r m e n t e se l lamaría " l a d u r a
r e a l i d a d de l a v i d a c o t i d i a n a " . Pongamos u n solo ejemplo.
T o d o s los países la t inoamericanos n a c i e r o n a l a independen
c i a s i n los recursos económicos necesarios p a r a sostenerla y
menos p a r a hacer la fecunda. E l poco d i n e r o que había era
d e l conquis tador y de l a ig lesia católica, y como el m o v i -
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miento de independencia se enderezó contra ambos, el dinero huyó o se ocultó.
Los gobiernos acudieron a Londres, entonces casi el único mercado de capitales. Pues bien, recordar hoy, a un siglo o siglo y cuarto de distancia, las condiciones en que consiguieron allí sus primeros empréstitos, engendra una reacción de absoluta incredulidad. En 1824, P o r ejemplo, el gobierno de México lanzó en Londres bonos del 5 % por la cantidad de 3.200,000 libras esterlinas; la casa Goldschmidt y Cía. compró esos bonos al 50 % de su valor nominal; además, dedujo de inmediato 10,547 libras por gastos de operación y 305,496
por amortización e intereses adelantados. El resultado neto de la operación fue que, a cambio de recibir real, positivamente, 1.283,957 libras, el gobierno de México adquirió la obligación de pagar 3.584,000, o sea, no muy lejos de tres tantos más.
No fue éste el único ni el peor de los casos, por supuesto: no el único, porque echar a andar con el motor de un miserable millón de libras esterlinas la economía de un país de cuatro millones de kilómetros cuadrados y de diez o doce millones de habitantes, era francamente imposible; y no fue el peor de los casos porque, al no pagarse el primer empréstito, las condiciones impuestas para conseguir el segundo fueron muchísimo más desventajosas. Pero no paró allí la historia: los convenios que ampararon los primeros empréstitos habían sido hechos entre un gobierno latinoamericano y éste o aquél particular inglés; pero pronto el gobierno inglés (como el francés o el español y el norteamericano) exigió que esos convenios fueran de gobierno a gobierno, que los préstamos se ampararan con un tratado internacional. Y como el mayor y más seguro ingreso que Latinoamérica tuvo durante casi todo el siglo xix eran los impuestos a la importación, pronto también se vio a funcionarios extranjeros apostados en las principales aduanas del país en cuestión cobrando ellos mismos los impuestos, deduciendo lo que debía pagarse al acreedor extranjero y pagándolo, y, ai final, en último término traspasando el sobrante —si lo había— al infeliz gobierno latinoamericano. Y quedaba muy poco: todavía en 1861, el pago
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de l a d e u d a inglesa se l levaba e n M é x i c o el 79 % de l a recau
dación a d u a n a l ; a eso había que agregar l o que debía pagarse
a F r a n c i a y España. A M é x i c o le q u e d a b a exactamente e l
1 0 % .
Pero e l proceso n o se detuvo all í : a l a f i r m a de convenios
internacionales que h i c i e r o n de los gobiernos extranjeros los
abogados y los representantes directos y ostensibles del acree
d o r p a r t i c u l a r extranjero; a l f u n c i o n a r i o extranjero que se
ins ta laba e n suelo ajeno para ejecutar esos convenios, siguie
r o n en no pocas ocasiones las escuadras y los ejércitos de ocu
pación. Así , México p u d o ver cómo en L o n d r e s se f i r m a b a
e l 31 de octubre de 1861, u n convenio en v i r t u d del c u a l las
tres potencias signatarias, Ing laterra , F r a n c i a y España, envia
r ían a M é x i c o las escuadras y los ejércitos necesarios p a r a
hacer efectivos sus créditos; y v i o también a los ejércitos fran
ceses que, como de paso, imponían u n m o n a r c a extranjero y
le hacían a l país toda u n a guerra general que duró seis
largos, in terminables años. Y c u a n d o M é x i c o vence en l a
g u e r r a y resuelve fusi lar a l emperador traído p o r los franceses,
expresando así su decisión de acabar para siempre con l a i n
tromisión y el yugo extranjero, F r a n c i a y España, Inglaterra
y A u s t r i a , como Bélgica y Estados U n i d o s , l o declaran u n
p u e b l o de salvajes.
N o todas estas lecciones de " l a d u r a v i d a c o t i d i a n a " tu
v i e r o n su or igen en las deudas que contraían en el extranjero
los países la t inoamericanos; s in embargo, p o r u n a razón o p o r
otra , el saldo trágico de las relaciones que tuv ieron con el
ex ter ior durante los c i e n pr imeros años de v i d a " i n d e p e n
d i e n t e " puede medirse con el caso de México ; México pierde
e n 1848 a manos de Estados U n i d o s más de l a m i t a d de su
t e r r i t o r i o ; de 1850 a 1885, fuerzas locales o federales norte
americanas cruzan y recruzan l a f rontera p a r a internarse e n
t e r r i t o r i o m e x i c a n o ; e n 1914 fuerzas navales y terrestres de
Estados U n i d o s o c u p a n el puer to de V e r a c r u z y establecen
en él u n gobierno m i l i t a r ; en 1916 i n c u r s i o n a n b i e n adentro
d e l t e r r i t o r i o m e x i c a n o 15,000 soldados norteamericanos bajo
e l m a n d o d e l general P e r s h i n g . C o n F r a n c i a tuvo México dos
guerras, en 1838 y 1862-67; Ing la terra y España, p o r su parte,
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bloquearon más de una vez puertos mexicanos, y aun desembarcaron en ellos algunas tropas. Creo que esto es bastante.
Por supuesto que siempre hubo "motivos" que pretendían explicar esos hechos; pero no puede dudarse de que los países ofendidos jamás aceptaron que hubiera razones jurídicas o morales. La conclusión es que en las páginas más negras de nuestra historia aparece siempre la mano más negra todavía del negociante extranjero, del gobierno extranjero, del diplomático extranjero, del soldado extranjero.
E L O T R O F A C T O R Q U E H A reavivado el nacionalismo latinoamericano durante los últimos treinta años, digamos, es que los países que fueron sus modelos tradicionales han dejado de serlo en gran medida; su grado de progreso sigue siendo mayor, y, si se quiere, ha aumentado su ventaja relativa; pero, aun así, ninguno puede jactarse de haber resuelto siquiera uno de los problemas humanos fundamentales: el del bienestar general, el de la paz, el de la igualdad, el de la felicidad, en suma. Ante ese espectáculo, al cual debe agregarse el desencanto o la duda que los mismos países modelos tienen ahora de muchas ideas e instituciones suyas, el latinoamericano ha acabado por creer que, después de todo, no está tan atrasado como antes lo creía, y que no es él tan torpe como otros habían dicho.
Aparte de este proceso muy humano de creer que uno crece porque el vecino se acorta, hay un nacionalismo en la América Latina que cabe considerar; es, desde luego, antiguo (de él se encuentran algunas muestras en el siglo xvni), espontáneo, irracional, en general de mal gusto, y cosa curiosa, se manifiesta no ya en la América Latina como unidad frente al mundo exterior, sino en un país latinoamericano con respecto a otro país latinoamericano. En cualquiera es general la idea de que en él se dan todos los frutos de Europa más muchos otros que sólo en la América se dan. Y se cree también que si un árbol es singularmente hermoso, se debe a que creció en suelo colombiano o chileno, y no porque resultó ser un espécimen excepcional que, de haberse plantado en Estados Unidos, se habría dado también hermo-
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sámente. Pero , además, e l c o l o m b i a n o cree que en su país se
h a b l a y se escribe e l mejor español, g l o r i a que le d i s p u t a n
perseverantemente, p o r l o menos, e l peruano y e l m e x i c a n o .
E L N A C I O N A L I S M O D E L O S pueblos de l a América Hispánica es,
pues, m u c h o más ant iguo, más h o n d o , menos v e r b a l y más
consecuencia de verdaderas y m u y amargas experiencias his
tóricas y de sacrificios materiales y humanos que e l nac iona
l i smo de muchos otros pueblos "subdesarrol lados". L o s i n d i o s
americanos fueron "descubiertos", como se sabe, p o r error,
pues el objet ivo de Cristóbal C o l ó n , era dar con A s i a . A u n
así, n o se les dejó en paz: su dominación data de p r i n c i p i o s
de l siglo x v i , d u r a tres siglos cont inuos, y l a ejercen España
y P o r t u g a l , los dos p r i m e r o s i m p e r i o s coloniales de l a h i s t o r i a ,
y, en consecuencia, menos experimentados, menos alertas y
menos i lustrados de l o que fueron más tarde H o l a n d a , F r a n c i a
e Inglaterra , p o r ejemplo. Esa dominación se ejerce en u n a
época en que e l derecho i n t e r n a c i o n a l no rec lama p a r a sí l a
naturaleza de u n a n o r m a jurídica, cuando n o existen las cor
tes internacionales de just ic ia , l a opinión públ ica y los orga
nismos internacionales; antes b i e n , se ejerce e n u n a época
en que es posible presentar a l m u n d o la? conquista y l a d o m i
nación de todo u n cont inente bajo el m a n t o piadoso de u n a
" c o n q u i s t a e s p i r i t u a l " ; ganar p a r a el catol ic ismo (la única
rel igión verdadera, p o r supuesto) a pueblos paganos e idóla
tras. P o r si algo fa l tara, los pr imeros c incuenta o setenta
años de l a v i d a independiente de los pueblos la t inoamericanos
c o i n c i d e n con l a peor época, l a más agresiva y descarnada,
d e l i m p e r i a l i s m o extranjero, cuyas víctimas predilectas fueron
también esos pueblos.
T o d o esto le da a l n a c i o n a l i s m o l a t i n o a m e r i c a n o u n ca
rácter bastante s ingular ; su n a c i m i e n t o m i s m o , y su fuente
constante de al imentación, ra ra vez h a sido l a fe en los valores
propios , l a idea de que los lat inoamericanos poseen prendas
intelectuales y morales n a d a comunes, l a creencia de que tie
ne por delante u n a misión o u n destino superior , y de que
cuentan c o n los recursos necesarios p a r a c u m p l i r l o s . L a regla
h a sido que ese n a c i o n a l i s m o nazca, crezca y se s u b l i m e como
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una reacción de protesta, de recelo y aun de odio o de desprecio por los agravios (la mayor parte de ellos reales, pero no pocos imaginarios) que han recibido de individuos, de empresas y de gobiernos extranjeros. Nada de extraño tiene, así, que la actitud nacionalista de los latinoamericanos sea predominantemente negativa e irracional frente a la ayuda exterior que se les ofrece y que ellos mismos buscan para su desarrollo económico y social.
En realidad, los países latinoamericanos, en esto de la ayuda exterior —como en mil cosas más— tienen una larga experiencia. En la etapa cruda y desconsiderada del imperialismo a la que ya nos hemos referido, sucedió lo que se ha llamado la "penetración pacífica" visible, digamos, hacia 1875 o 1880. Todos, sin excepción, deben al capital y a la técnica extranjera sus primeros y aun todos sus ferrocarriles, más el telégrafo, el teléfono y las comunicaciones marítimas; los primeros servicios bancarios; las explotaciones modernas de yacimientos mineros y petrolíferos, e incluso muchas de sus mejores empresas agrícola y ganaderas. No creo que sea exagerado afirmar que a ese capital y a esa técnica extranjeros deben cuanto de moderno o de nuevo, cuanto de siglo xx (o, por lo menos de siglo xix), tenían, digamos, hasta 1920.
Lógicamente debiera uno suponer que si es así de grande y de palpable su deuda, los países latinoamericanos deberían estar agradecidos al capitalismo extranjero y desear y buscar —hoy más que nunca, pues está tan de moda la idea de un desenvolvimiento acelerado— más capital y más técnica extranjeros. Pues no es así, y para avanzar algo en el problema podría decirse que racionalmente los desean y los buscan, pero que emocional, irracionalmente, los temen y los rechazan.
¿Por qué? En primer lugar, porque la experiencia anterior, la de la "penetración pacífica", no fue, ni mucho menos, satisfactoria, ¿Por qué de nuevo? Por dos razones principales: la primera es el descubrimiento y la comprobación de que el afán de lucro (comprensible y legítimo) del inversionista extranjero, y las necesidades y aun los gustos de los países que reciben la inversión, rara vez coinciden; la segunda
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es e l descubr imiento y l a comprobación de que a l a penetra
ción económica suele seguir l a penetración política.
P a r a c o m p r o b a r l a segunda observación, basta ver q u e los
países la t inoamericanos (como todos los subdesarrollados) pre
fieren s iempre que es posible el préstamo de u n a organización
i n t e r n a c i o n a l a l a de u n gobierno, y, en ú l t imo caso, e l prés
tamo de u n a empresa p a r t i c u l a r a l de u n gobierno extran
jero. P a r a c o m p r o b a r l a p r i m e r a afirmación basta considerar
e l caso de los ferrocarri les: en general fueron construidos, no
para favorecer e l desarrol lo i n t e r n o , armónico, de l país, s ino
para sacar de él las materias pr imas en cuya elaboración es
taba interesada l a i n d u s t r i a extranjera. Y puede considerarse
también e l caso de u n a b e b i d a refrescante, espantosa p o r su
color, p o r su sabor y a u n p o r su olor , y que ahora se vende
e n todo el cont inente y a u n en el m u n d o entero. ¿ T i e n e
algo que ver e l d i n e r o que se gasta en su producción y en
su embote l lamiento , y sobre todo en su p u b l i c i d a d y e n su
distribución, c o n e l desarrol lo de los países atrasados? E n
este caso p a r t i c u l a r — ¡ y en tantos otros !—, e l inversor extran
jero n o sólo h a pasado p o r a l to los verdaderos deseos y las
necesidades fundamentales de esos países, s ino que h a ofen
d i d o a sus habitantes a l exigir les que estropeen su p a l a d a r
hasta e l extremo de perder todo sentido de l b u e n gusto con
e l f i n de ayudar a crear " u n c l i m a p r o p i c i o , , p a r a las inver
siones extranjeras.
P O R S U P U E S T O Q U E E N L O S últ imos q u i n c e o veinte años l a
situación h a c a m b i a d o m u c h o ; pero h a cambiado tanto en
u n sentido favorable como en el sentido adverso. E n el sen
t i d o favorable, en el d e l e n t e n d i m i e n t o entre el país d o n a d o r
de l a ayuda técnica o f i n a n c i e r a y el país beneficiante de
e l la , cuentan varios factores. E n primerísimo lugar, l a obra
de las organizaciones internacionales: las Naciones U n i d a s y
sus organismos especializados; las Comisiones económicas
Regionales; el P r o g r a m a de Asistencia Técnica; el F o n d o Es
pecia l ; el B a n c o y el F o n d o M o n e t a r i o I n t e r n a c i o n a l ; la O r
ganización de Estados A m e r i c a n o s y sus Programas de Becas
y Cátedras; el B a n c o I n t e r a m e r i c a n o de Desarro l lo , etcétera.
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Ha ayudado mucho también la liquidación casi cabal del imperialismo político y un mayor entendimiento de las susceptibilidades y del recelo de los países pobres por parte de las grandes potencias o los antiguos países imperiales.
Pero ha empeorado la situación porque nunca ha sido tan exaltado y ciego el nacionalismo latinoamericano, y las causas que en nuestros tiempos lo han atizado nunca han sido tan graves como la tristemente célebre "guerra fría". En 1868, un año después de concluida la intervención francesa, un modestísimo vicecónsul francés hacía en beneficio de sus superiores esta observación: en México se cree que la simple presencia de un diplomático extranjero es el principio de una intervención armada. Esta frase era una fantasía pura cuando se pronunció, y de haber correspondido a los hechos, tenía amplia justificación; pero en el día de hoy, no dista mucho de ser cierta en cualquier país latinoamericano. Aquí está el paralelo: al regresar de la Conferencia de Punta del Este donde se externó la Alianza para el Progreso, el secretario de Hacienda de uno de los países "grandes" de la América Latina declaró parentoriamente en el aeropuerto: "no vendimos a la Patria en Punta del Este".
Si algunas conclusiones pueden sacarse de este repaso, serían éstas:
a) E l nacionalismo latinoamericano es viejo, es hondo, se nutrió en atropellos, en despojos y en sangre, y su existencia tiene por lo tanto, una amplísima justificación histórica;
b) Todo él, o mucho de él, se manifiesta negativamente, en recelo, en desprecio o en odio al extranjero;
c) En los últimos veinte años, por causas que ni siquiera se bosquejarán aquí, se ha exaltado hasta extremos increíbles de emoción y de irracionalidad.
Y podría agregarse que combatirlo, reducirlo a sus proporciones justas y, sobre todo, convertirlo en una fuerza fecunda, es tarea difícil, que requiere, entre otras cosas, paciencia, mucha paciencia, y, desde luego, más entereza de la que habitualmente tienen los gobernantes de la América Latina y quienes manejan los principales órganos de la opinión pública.