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Obras SelectasObras SelectasObras SelectasObras SelectasObras Selectas
NARCISO BASSOLS
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NARCISO BASSOLS
H O M E N A J E
Obras SelectasObras SelectasObras SelectasObras SelectasObras Selectas
P R E S E N TA C I Ó N
ARTURO OSORNIO SÁNCHEZ
P RÓLOGO
ALFREDO GÓMEZ SÁNCHEZ
JOSÉ VICENTE VILLADA 103
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Obras Selectas. Narciso Bassols.
Los ensayos aquí incluidos forman parte de Obras de NarcisoBassols editadas por el Fondo de Cultura Económica, primeraedición, 1964.
Selección: Ignacio Sosa ÁlvarezCuidado de la edición: Carlos Muciño MondragónDiseño: Mónica Segura Camacho
Instituto de Estudios Legislativos de la LIV Legislaturadel Estado de MéxicoJosé Vicente Villada No. 103Col. Centro, C. P. 50000Toluca, MéxicoE-mail: [email protected]
Fotografía portada: Sergio Sánchez Hidalgo García
Serie: Hombres Ilustres
ISBN 968-5127-17-4
DR © 2003. Queda prohibida la reproducción total o parcial deesta obra por cualquier medio gráfico o magnético.
IMPRESO EN MÉXICO
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PRESENTACIÓN
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EEEEE l problema político de la Revolución
Mexicana y se quiere entregar el petróleo forman
parte de la bibliografía de Narciso Bassols,
quien se refiere a uno de los periodos cruciales
que experimentó el país, el de los años de
reconstrucción y desarrollo político nacional, en
el que participó como uno de sus protagonistas
y teóricos más relevantes y polémicos.
Ejerce el rigor crítico desde la
perspectiva del análisis para ubicar en la mesa
de las discusiones los problemas más
relevantes de su tiempo; y por si no fuera
suficiente, reflexiona y debate en torno a
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posibilidades que debían implantarse por su
apego a la realidad y por acercarnos a
principios que hoy, vistos a distancia, le han
dado la razón por tratarse de valores
universales.
Su pensamiento es el testimonio y
registro indeleble de los motivos más profundos
que le preocuparon; es el caso de Se quiere
entregar el petróleo. En tal sentido estas obras
resultan imprescindibles para acercarnos al
escenario en el cual se desarrollaron los hechos
más sobresalientes y reales que terminaron
cambiando al país, y que actualmente todavía
forman parte del debate nacional.
A estas alturas, como es notorio, a nadie
sorprende la trascendente vigencia que tuvo
su pensamiento en las últimas décadas del
siglo pasado, a pesar de abordar asuntos
correspondientes a los cincuentas, pero que
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aún hoy, como se deduce fácilmente, repercute
su vigencia por tratarse, como en este caso,
de las posibilidades para implantar sistemas
de sufragios veraces, apegados a la realidad
como aspiraciones que se debían cumplir,
dentro de las realidades del desarrollo de
México y en el juego de las fuerzas políticas de
entonces.
Con esta obra, la LIV legislatura del
Estado de México, a través del Instituto de
Estudios legislativos, se complace en imprimir
y difundir el pensamiento de quien se ha dicho
que fue «uno de los hombres que más
influyeron en la formación mental de la joven
generación de 1929» y de las que siguieron.
Diputado Arturo Osornio SánchezPresidente de la Gran Comisión
de la LIV Legislatura del Estado de México
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PRÓLOGO
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AAAAA Narciso Bassols se le compara con los
personajes más notables que ha tenido nuestro
país, y con razón. A la fecha se le juzga como
uno de los intelectuales con más claridad de
pensamiento. Sin embargo, por la riqueza y
significación de su obra, y por su trayectoria
de hombre de pensamiento y de acción, no hay
duda de que se le continuará valorando e
interpretando en su real magnitud.
Quien creció y vivió los años duros de la
Revolución Mexicana, una de nuestras épocas
más difíciles, nació en Tenango del Valle, Estado
de México, en 1897. Ejerció múltiples
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actividades que lo hicieron figurar como un
personaje destacado que influyó en el
mejoramiento de las condiciones por las que
atravesaba nuestra nación. Fue abogado,
catedrático, secretario de Estado varias veces,
embajador, Secretario General de Gobierno del
Estado de México; participó en la vida nacional
abordando los problemas fundamentales y de
mayor interés y actualidad en su momento; hoy
se habla de su capacidad para examinar y
polemizar sobre los asuntos más importantes,
reales y trascendentes, con lo que influyó por
tratarse su discurso, como él lo deseó, de un
instrumento útil en la acción.
Para Bassols la política es acción:
“Pensamiento en ejecución y esfuerzo de
transformación de la realidad”, como subraya
al principio de la obra que nos ocupa: El
problema político de la Revolución Mexicana.
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En este breve espacio abordaremos lo más
sobresaliente de este ensayo que ha quedado
como un testimonio de las ideas que sirvieron
para ubicar y desentrañar uno de los problemas
políticos más difíciles y preocupantes de México.
A pesar de que asienta en esos días
(1950) que todo el problema político pudiera
reducirse en que, en efecto, era trascendental
cumplir con la efectividad del sufragio y con la
necesidad de renovar a los gobernantes de
entonces, agrega que el movimiento armado
de 1910 enfocó “su objetivo hacia el sufragio
efectivo y la no reelección”, porque constituía
la aspiración más importante.
El sufragio no existía, recuerda
Bassols, pero sí todo un aparato mentiroso del
voto en elecciones municipales, de
gobernadores y de funcionarios federales, “y
la gran farsa de la elección, reelección y
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reelección del general Díaz.”
Esto es, se mantiene el doble juego entre
la realidad y la apariencia como la falsificación
electoral porfirista que desemboca en
dictadura, sostenida durante mas de treinta
años en el poder. Ubicado el mal, era
indispensable que la demanda inicial de la
Revolución fuera la efectividad del voto, y
suprimir la elección que se decía legítima para
efectuar verdaderas elecciones.
Sin embargo el verdadero
planteamiento del problema era cambiar las
condiciones históricas, políticas y el grado de
desarrollo del pueblo mexicano, que no sería
posible hacerlo de un día para otro, por lo que
debería examinarse, propone, las posibilidades
para implantar un sistema veraz, apegado a la
realidad, porque si no se planteaba el sufragio
efectivo, la democracia era un engaño.
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Había razones inaplazables para
renovar los métodos electorales del México que
le tocó vivir, pues recuerda que la mujer no tenía
derecho al voto, y no tenía ningún sentido
otorgárselo si, afirma irónicamente, se le va a
engañar junto con los hombres. Juzga la vida
política del país envenenada, paralizada,
sofocada, que lleva a no hacer política. Ante tal
situación, ¿qué podía demandar la ciudadanía?
La organización, sostiene, el acto de unificarse
en partidos políticos, porque los ciudadanos de
un partido podían presionar al poder para
contar con un sistema más decoroso y veraz.
Era indispensable organizarse, reitera
una vez más, pero en partidos, “con objetivos
muy precisos y con bandera de lucha también
permanente y precisa”. Lo afirma en una época
entre quienes sostienen que la Revolución esta
viva y otros muerta.
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Plantea que en el fondo lo que en
realidad se debatía era si estaban vigentes las
metas, aspiraciones y principios conocidos
como ideario de la Revolución Mexicana, ante
lo cual el pueblo tenía derecho a exigir que se
cumplieran o no.
Destaca el autor mexiquense ante los
detractores de la Revolución Mexicana, la
diferencia entre los postulados que debían
rectificarse y la vigencia de la Revolución. Ésta
no representaba la energía, la lealtad o el
entusiasmo con que los gobernantes cumplían
el programa revolucionario; por encima de ello
estaban los grandes principios, metas y
aspiraciones de la Revolución. Lo que el
gobierno hacía o dejaba de hacer no era un
factor que determinaba su vigencia, sino que
servía en todo caso para saber si el gobierno
era leal a sus seguidores originales, o faltó a
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sus deberes, y no porque era inútil seguir
sosteniendo los postulados como metas.
La Revolución como la “expresión de las
necesidades del pueblo, como conjunto de
metas a alcanzar, está en pie”, afirma ante los
puntos de vista de la derecha, y de Daniel Cosío
Villegas, quien era más lógico ante los puntos
de vista “del señor Colín o del profesor Silva
Herzog cuando sostienen que la Revolución ha
desaparecido”.
En conclusión, el panorama no podía
ser más desalentador para el mexicano: una
corrupción altiva generalizada que acababa
con los esfuerzos y conquistas, al grado
extremo de ignorar cuál fue el programa inicial
y los resultados que se consiguieron.
Para Bassols estaba claro que un
pueblo sin aspiraciones populares era una
afirmación inaceptable, irreal, y no estaba de
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acuerdo con esa tesis sino que postulaba lo
contrario ante la etapa histórica que le tocó
vivir. Las metas de la Revolución estaban
vigentes y encarnaban las aspiraciones
populares.
En la bibliografía extensa y variada del
autor, se continuará señalando la claridad con
que ubicaba su actitud y posición sobre los
grandes problemas nacionales ante los que fue
protagonista o testigo de su tiempo, pero
comprometido con el desarrollo de la historia
sobre todo con aquellos aspectos claves para
el país, como las reformas que se le deseaban
hacer al decreto mediante el cual se nacionalizó
la industria del petróleo en 1938, y lo que ello
significaba.
En esa ocasión realizó un examen
sereno y profundo, fundado en hechos y razones
que históricamente le dieron la razón, dirigido
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a “quienes se preocupan por la trayectoria
política de la sociedad en que viven, quienes
desean entenderla y si es posible dirigirla en
beneficio común”. Tal vez sin ignorar que dicha
iniciativa tenía que plantearse ante todos los
congresos del país, y los legisladores dar su
aprobación o no a la propuesta que hacía el
presidente Avila Camacho.
De esta manera Bassols nos da una
valiosa información sobre los años en que el
país se ha puesto a prueba cuando se trataba
de eliminar, de una vez por todas, al capital
extranjero que deseaba continuar con el control
que tenía sobre el petróleo.
Se apoya en razones, presenta hechos,
crea conciencia para “plantearse las cuestiones
nacionales como si fueran propias” y, como
testimonio de esta aseveración, se puede
corroborar en la lectura que se haga de Se
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quiere entregar el petróleo, que en esta ocasión
el lector tendrá en sus manos, donde el tono y
el contenido jamás incorporan adjetivos
violentos, injurias, o divagaciones
sentimentales.
En Se quiere entregar el petróleo se
destaca, paso a paso, y de manera ejemplar,
la situación prevaleciente en la Ley del Petróleo
entonces vigente y la que se deseaba derogar,
citando artículos en los que se señalaba la
utilidad o inutilidad de tales disposiciones.
Por supuesto, destaca los efectos
incalculables que hubieran afectado al país, si
los ahora llamados contratistas, ya no
concesionarios extranjeros, se hubieran sentido
justificadamente “dueños de cierta cantidad de
combustible”.
“... con este cambio —enfatizó
Bassols— que el proyecto quiere introducir,
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indudablemente que se viola el Artículo 27 de
la Constitución, pues ya no será la Nación la
que lleve a cabo las explotaciones, sino que
los contratistas habrán sustituido al Estado. Bien
comprendemos que la prisa que siente el
general Avila Camacho para llegar a quién sabe
qué arreglos petroleros en Estados Unidos y
de los cuales esta reforma es una parte sin duda,
es la causa de que no se empiece por pedir a
las Legislaturas de los Estados y al Congreso
de la Unión la modificación de la reciente
modificación del Artículo 27. Sólo que esa
causa, en vez de justificar, empeora y oscurece
la línea de proceder de nuestro gobierno”.
Por las aportaciones al desarrollo del
país, y por el conjunto de sus investigaciones y
estudios, Bassols contribuyó a que
reconozcamos el pasado y lo que hoy es
México; por otra parte, con su conducta política
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nos legó una lección de generosidad intelectual
y se preocupó siempre por el mejoramiento de
la mayoría de los mexicanos.
Sus ideas perduran en estudios y
ensayos ejemplares, con la característica de
que perseguía concientizar y poner al alcance
de todos el conocimiento y los pasos dados que
tuvo que dar para llegar a emitir un juicio de
valor.
En memoria del que fuera un
mexiquense con un talento excepcional, hoy lo
recordamos mediante el mejor homenaje que
se le puede hacer a un autor, que es el de leer
su obra.
Diputado Alfredo Gómez SánchezPresidente de la Comisión Permanente
de la LIV Legislatura del Estado de México
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EL PROBLEMA POLÍTICO DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA*
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QQQQQuiero dejar por delante una declaración
breve, pero precisa, en el sentido de que esta
Conferencia, que ha tenido “La Tribuna de
México” la atención de permitirme sustentar
ante ustedes el día de hoy, no será una
conferencia sensacional. Para muchos, me
atrevo a creer que para casi todos, esa
declaración, más que otra cosa, será una
garantía, una manifestación tranquilizadora; en
tanto que quizá pueda haber algunos para
quienes el carácter de una conferencia que
puede definirse de antemano como no* Versión magnetofónica de la conferencia pronunciada en la“Tribuna de México”, el viernes 29 de noviembre de 1950.
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sensacional, constituya un desencanto. Y me
atrevo a creer que pueda haber entre los que
me escuchan algunos que se sientan
desencantados al ver desvanecerse la
esperanza de lo sensacional, porque en un país
en el que no es normal y frecuente, como por
desgracia no lo es en el nuestro, un ejercicio
diario, organizado, por causas definidas y con
propósitos precisos, de la ciudadanía, es fácil
caer en la actitud un poco desbalanceada, diría
yo, para no usar un término equívoco,
desequilibrada, que en mayor o menor grado,
hay que confesarlo, tenemos todos los
ciudadanos mexicanos por ineludible
necesidad.
La falta de ejercicio cotidiano y normal
de la ciudadanía conduce naturalmente a hacer
de las escasas reuniones de orden político,
como la que en esta noche celebramos,
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oportunidades excepcionales a las que llega
con un más o menos consciente impulso
morboso, como el que tiene el hambriento
incapaz de satisfacer su necesidad fisiológica
normalmente frente a la comida. Pero no habré
yo, señores, y como digo estoy seguro de que
por fortuna la inmensa mayoría de los presentes
ven esto con tranquilidad, no habré yo, señores,
de acompañarlos en un festín morboso, un
verdadero atracón político, insano, infecundo y
puramente destructivo. Yo los invito a que
acepten como corresponde a nuestra pobreza
política, una simple ocasión frugal, apacible y
serena en que fácil, tranquilamente, podamos
digerir juntos unas pocas, modestas y
elementales, pero eso sí, espero, verdades
políticas. Y otra advertencia más, que también
deseo poner por delante ante ustedes esta
noche. Aquí sí, con el carácter de una
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explicación, encaminada a justificar el modo en
que me he visto inclinado a proceder. Quiero
hacerles sentir de la manera más auténtica el
hecho de que, contra lo que en las conferencias
anteriores ha sucedido, hasta donde mi
información alcanza y contra lo que pudiera
esperarse, me he decidido a traer ante ustedes
no una exposición escrita, sino los elementos
para una intervención más directa, pero sin que
esto implique -y aquí está la satisfacción que
quiero reiteradamente dejarles y estar seguro
de que la aceptan-, sin que esto implique ni un
alarde absurdo de oratoria, puesto que no
traigo el menor propósito de hacerles víctimas
de mis párrafos estudiados y de mis sonoros
periodos; absolutamente no; ni tampoco un
propósito de empequeñecer ni interés o de
aminorar el sentido de mi responsabilidad al
aceptar el compromiso de venir esta noche a
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hablar ante ustedes. No. Les aseguro que más
bien ha determinado mi decisión el propósito
de ser fiel en la mayor medida posible a la
naturaleza de este acto: viva, movediza,
directamente ligada al planteamiento de
problemas que para mí, y creo que también
para casi todos los que me escuchan, más que
requerir el desarrollo profundo de ideas puras,
lo que requiere, y esto nos liga a la palabra
hablada y viviente, es acción. La política es
para mí, como creo que para todo hombre que
tiene una noción justa del mundo en que vive,
acción. Pensamiento en ejecución y esfuerzo
de transformación de la realidad. Sólo en tal
medida he considerado indispensable acentuar
por la forma directa verbal que uso, el carácter
de mi intervención; sólo en esa medida me veo
llevado también a un reconocimiento
anticipado y pleno de que nada de lo que voy
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a decir tiene, serenidad, valor eterno o
significado fundamental. Modesta, directa,
claramente procuraré decir a ustedes mis ideas
sobre el problema político que la Revolución
planteó hace 40 años; y sólo espero, como el
mejor resultado de mi intervención, estimular
su interés activo y su propósito hacia el ejercicio
combatiente de la ciudadanía en nuestro país.
Espero que convencidos ustedes de la
sinceridad de esta explicación, me permitirán
ya entrar de lleno a lo que va a ser el tema de
mis palabras esta noche.
Se ha dicho que con mucha justificación
en alguna revista de esta capital que el tema
anunciado para la Conferencia de esta noche
es un tema de tal amplitud y vaguedad, que se
vuelve por una parte peligroso y por otra parte
casi indeterminable en su contenido concreto
y final.
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Esto es verdad. Esto es verdad, si para
circunscribir el campo de la exposición, para
deslindar el objetivo de la intervención, nos
atenemos solamente al enunciado del tema: el
problema político. Todo podría caber allí y por
consecuencia, en definitiva nada podría ser
tratado con ventaja dentro de un rubro ilimitado,
vago e incierto. Pero no es así, a mi juicio, como
debemos tratar de acotar los linderos del objeto
de esta Conferencia; sino que fácilmente
podemos lograrlo, dándole una precisión
tranquilizadora, si recordamos que se trata de
una Conferencia dentro de un ciclo y que el ciclo
se desarrolla dentro de un ambiente y con un
planteamiento general que son antecedentes
inevitables de la determinación del tema de esta
noche. Así lo entiendo y creo que es claro
entonces ya el tema de la Conferencia; entiendo
que de lo que se trata es de examinar el
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problema político que en la Revolución de 1910
fue planteado como uno de sus aspectos
cronológicamente originales. Y desde el punto
de vista de su importancia, uno de los más
destacados de la plataforma de ideas y de
propósitos que constituían la meta de la
Revolución. No se trata de los problemas
políticos todos del momento presente. Se trata
tan sólo de venir a plantear ante ustedes mi
juicio, con sus fundamentos, acerca de cómo
está a estas horas el problema político que la
Revolución de 1910 puso ante el país como
objetivo de una contienda armada. No todos
los problemas políticos siquiera, sino el
problema político tal como la Revolución de
1910 lo formuló y lo ha dejado puesto en las
páginas de la historia y planteado ante los
ciudadanos del país como una aspiración y un
deber al mismo tiempo. De todos los
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problemas políticos, la Revolución de 1910
señaló en su lema original la idea que para ese
movimiento encarna el problema político por
antonomasia: el Sufragio Efectivo y la No
Reelección. Esos son los dos problemas que
podemos, para comodidad en la exposición,
sintetizar en uno solo; ésos son los problemas
que yo considero constituyen la materia de esta
Conferencia y van a ser objeto del desarrollo
de mis ideas.
No quiere esto decir que en 1910, ni
mucho menos a estas horas, pueda pensarse
o haya podido pensarse originalmente que todo
el problema político de México es el Sufragio
Efectivo y la No Reelección, o que el más
importante, el único trascendental de los
problemas políticos es el de la efectividad del
sufragio y el de la renovación de los
gobernantes. Pero lo que sí es claro es que,
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entre todos los problemas políticos, que son
numerosos y de la índole más variada, el
movimiento que se inicia en 1910 enfoca su
objetivo hacia el sufragio efectivo y la no
reelección; lo convierte en la aspiración política
más importante de ese impulso nacional. Es
esto lo que nosotros debemos estudiar hoy con
la mayor amplitud posible. ¿Cuál es hoy día,
cuáles han sido en los cuarenta años que han
corrido de 1910 para acá, cuáles van a ser
previsiblemente en el futuro las vicisitudes, las
contingencias, los planteamientos, las
implicaciones de este problema que para
nosotros es por antonomasia, decimos, el
problema político: el problema del sufragio
efectivo y la no reelección? Queda ahí esbozado,
entiendo que ya con cierta claridad, en términos
útiles, el objeto de la Conferencia de esta noche.
El problema del sufragio efectivo no es
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conceptualmente, ideológicamente, no es el
primero, ni en un orden lógico de las ideas sobre
el poder y las cuestiones que del poder se
derivan, ni en un orden de importancia o de
significación para los pueblos. No. No es el
primero, pero sí es para la Revolución Mexicana
iniciada en 1910 el más importante. La
selección de los temas políticos y de los
problemas políticos para llegar a la afirmación
de que las necesidades del sufragio efectivo
eran en 1910 las necesidades primordiales, nos
da el hecho político que hemos de tratar de
puntualizar, de ver que significa, de ver cómo
se ha desenvuelto en el curso de cuarenta años
y en qué condiciones se plantea a estas horas
para los mexicanos. ¿El problema del sufragio
efectivo es hoy un obstáculo para el progreso
del pueblo o es ya un problema resuelto? ¿Es
ya un factor de adelanto del mejoramiento, de
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ascenso en el desarrollo histórico del pueblo, o
es todavía por su falta de solución, o por su
solución inaceptable un obstáculo para el
desarrollo y el ascenso del pueblo mexicano?
Y si no se ha resuelto esta cuestión, si el
problema del sufragio está como en 1910, ¿qué
es lo que puede pensarse como más
aconsejable para coadyuvar a que cambie la
situación mexicana en materia de organización
electoral? Para que se adelante en materia
política desde este punto de vista y se cumpla
con ello uno de los más viejos, si no el más
importante -desde luego que no-, de los
objetivos de la Revolución iniciada en 1910? He
ahí pues, el verdadero, modesto, pero muy
importante objeto concreto de esta
intervención.
No todas las revoluciones tienen
objetivos directamente políticos, entre sus
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temas o postulados primordiales, ni cuando los
tienen, todas las revoluciones, todos los
movimientos sociales, se enfocan
preferentemente hacia problemas de
organización del voto público y de integración
del poder.
Hay casos en que revoluciones
fundamentalmente políticas, sin embargo,
plantean demandas que más que al problema
de cómo del seno de la sociedad ha de salir el
gobernante mediante un mecanismo válido y
equilibrador de la vida social, señalan
postulados diferentes; por ejemplo, en la
Revolución de independencia de los Estados
Unidos, postulados referentes a las relaciones
entre un Estado que nace y otro, o en otras
revoluciones, no a la organización electoral, sino
al tipo de gobierno planteando por ejemplo una
aspiración federalista frente a tendencias de
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organización de un gobierno central, o en una
palabra, abordando otros problemas y no el
directamente electoral. Pero la Revolución
Mexicana, desde que nace, plantea una
necesidad de realizar y transformar la situación
política de México en materia electoral. ¿Qué
ha sido de esta exigencia? ¿Cómo está resuelto
el problema a estas horas? ¿Hacia dónde va
México en materia de eficacia del sufragio? Y
los derroteros que tiene ¿qué peligros entrañan
y qué significado alcanzan para quien se
preocupe por el futuro de nuestro país?
Esta será la primera parte de mi
intervención. Pero no habré de dejarla sólo
hasta allí; si la atención de ustedes lo permite y
si no consideran excesivo el alargamiento de
mi intervención, habré de ir a una segunda
parte de tanta importancia como la anterior,
directamente relacionada con ella y que no es,
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al fin y al cabo, sino el examen de la jerarquía y
de la sustanciación política que pueda y deba
concederse a la demanda de sufragio efectivo
en el país. Por que en esto, si es indiscutible
que la aspiración de que el sufragio sea efectivo
constituye uno de los postulados más viejos y
más constantes en el proceso revolucionario de
10 para acá, también es verdad que se altera
de un modo fundamental la fuerza, la jerarquía,
las posibilidades de ese principio de lucha por
la conquista del sufragio efectivo, según que
se considere que ese postulado, como todos
los demás del movimiento, es a estas horas
parte integrante de un movimiento social vivo y
actuante: la Revolución Mexicana, o que se
piense que, por un proceso de degradación,
por un proceso de fatiga y muerte la Revolución
ya no existe y que la aspiración de que el
sufragio sea efectivo ha perdido, por lo tanto,
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la jerarquía que tuvo en un principio de
demanda revolucionaria originalmente
vinculada al grito del 20 de noviembre de 1910,
para convertirse tan sólo en uno de los cien
problemas de la mejor organización política
posible de nuestro pueblo.
De ahí que yo piense que si la atención
de ustedes me lo permite, valdrá la pena, tras
de habernos esforzado en meditar un poco
sobre cómo nació y qué es el principio del
sufragio efectivo a estas horas, que pensemos
también de qué conjunto, de qué constelación
de principios políticos forma parte esta
demanda; o en otras palabras, que nos
preguntemos si a estas horas, la Revolución
Mexicana existe y dentro de ella el postulado
del sufragio efectivo se presenta como uno de
los aspectos mas antiguos o destacados, o si
ya la Revolución Mexicana es un hecho social
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que ha fenecido y que con él feneció también
la jerarquía revolucionaria y el carácter de
aspiración profunda y central de la demanda
de que el sufragio efectivo en México sea
alguna vez realidad.
Estas serán, pues, las dos partes en
que habré de dividir mis palabras a partir de
este instante.
Por lo que toca al problema primero, el
de precisar cuál ha sido la suerte en 40 años y
cuáles son las perspectivas hoy de este
postulado de sufragio efectivo y no reelección,
voy a procurar rápidamente sintetizar ante
ustedes las más destacadas razones históricas,
etnográficas, geográficas etc., que explican por
qué puede afirmarse que aun en un continente
como América, en el que la inmensa mayoría
de los países en proceso de desarrollo político
y social arrastran las consecuencias de la
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conquista todavía hoy, aun en el Continente,
México es, en materia de efectividad del
sufragio y de organización política, uno de los
más atrasados; no sólo eso, sino que también
puede afirmarse que a estas horas es todavía,
en materia de sufragio, nuestro país, uno de
los países más atrasados de la tierra. No es
uno de los más atrasados de América, es uno
de los más atrasados del mundo.
¿A qué se debe esta característica
situación de retraso en un aspecto importante
de la vida social de México que sin embargo
no vemos que coincida de un modo paralelo
con un retraso equiparable en los demás
órdenes de la vida nacional?
De esta situación de acentuado retraso
político en materia electoral, se ha querido
sacar, y esto es lo que me importa subrayar
ante ustedes, se ha querido sacar y se saca
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aún hoy, con más o menos franqueza y de modo
más o menos explícito, la conclusión de que
detrás de ese retraso hay una inferioridad del
pueblo mexicano, que el retraso de la
organización de los sistemas electorales
expresa y que no habrá de poderse superar
fácilmente, porque arranca de una tara
constitucional, orgánica pudiéramos decir, de
nuestro pueblo, que es democráticamente más
inepto, o menos apto que otros pueblos del
mundo, aun cuando se trate de pueblos que
en otros aspectos de su vida colectiva alcanzan
grados más bajos de retroceso o de
estancamiento, o que en aspectos semejantes
apenas si logran equipararse al desarrollo de
nuestro país.
De esta teoría, de donde se derivan
actitudes que señalaré al terminar este primer
capítulo de la conferencia, de esa teoría es de
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la que habremos de ocuparnos con un poco
más de amplitud. Quiero insistir en lo que
significa esa afirmación y en las consecuencias
que tiene como obstáculo serio, aunque
absolutamente injustificado, para permitir el
desarrollo y el progreso de la organización
electoral del pueblo mexicano. ¿Pero cuáles
son las principales razones que explican el
retraso en que el pueblo mexicano se ha venido
encontrando en materia de efectividad del
sufragio, de realización positiva de la elección
como acto primordial de la constitución de los
gobiernos? Si no se trata de una incapacidad
consustancial para nuestro pueblo; si no se trata
de una tara del mexican. ¿Cuál es la razón de
que a estas horas nos encontremos en una
situación tan lamentable desde el punto de vista
del sufragio? Un esfuerzo para comprender
por qué el pasado ha tenido los caracteres que
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ha tenido en este punto, no es de ningún modo
un intento de extender o ampliar las tazones
que en el pasado han operado, para justificar
la prolongación inadmisible hacia el futuro, de
la situación existente.
La explicación data, claro está, desde
la conquista. Arranca de raíz de un fenómeno
como la Conquista, que súbitamente rompe y
desarticula los sistemas de vida de los pueblos
nativos, que se ven objeto de una absorción
militar y política y de una dominación ilimitada
que no respeta, que no trata de mantener en
pie y cultivar y desenvolver los sistemas
autóctonos de vida, sino que, con más o menos
paliativos, con más o menos disfraces, lo que
hace es imponer de una manera brutal la
dominación absoluta del conquistador sobre el
conquistado. Cultural, económica,
biológicamente, el conquistador trata de ahogar
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las manifestaciones de vida de los pueblos
autóctonos; y esto se revela no sólo en México,
sino en todos los países del Continente, como
un factor que hasta nuestros días viene aún
estorbando el desarrollo de la organización
política del pueblo.
Además de este hecho histórico de peso
inmenso, la hetereogeneidad misma que la
Conquista acarrea, hetereogeneidad racial y
económica, régimen de desigualdad, -aparte
de la dispersión de los elementos autóctonos
primitivos-, la heterogeneidad es otro factor que
contribuye a estorbar durante todo el curso de
la colonia y en el primer siglo de Independencia
la iniciación de actividades, de experiencias,
de prácticas cívicas basadas en la emisión del
voto ciudadano como sistema para integrar el
gobierno con eficacia. Contribuye también de
una manera muy importante, casi podemos
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decir, de primer rango, el enorme retraso
cultural y político de los conquistadores por ser
españoles, por estar poseídos del espíritu de
intolerancia, de absoluta dominación sobre el
conquistado y el hecho de no contar ellos
mismos, por razones que vienen del desarrollo
de su vida nacional, con métodos de gobierno
capaces de trasladarse con un sentido
progresivo hacia la colonia. Por último, quiero
señalar también como un factor importante,
ya en el desarrollo de nuestra vida cívica en el
curso del siglo XIX, la circunstancia histórica,
infortunada, de que la lucha de Independencia,
en vez de haber culminado en un triunfo militar
y político bajo el cura Hidalgo o bajo el mando
directo de Morelos, haya venido a culminar en
1821 no como resultado de la fuerza y el
prestigio, las inspiraciones y la iluminación de
los caudillo populares en contacto directo con
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la masa, sino como resultado de movimientos
en los pasillos y las celdas de La Profesa, entre
los miembros del clero, de la burguesía civil y
de los jefes militares reaccionarios. Hecho que
mantiene una estructura atrasada, latifundista,
de aislamiento de la masa, de la verdadera
acción cívica del país. Habría dádose lugar a
un muy distinto comienzo de nuestra vida
independiente, si en vez de que culminara la
lucha por la liberación política en 1821, hubiera
dádose la coyuntura feliz de que después del
ataque del Monte de las Cruces, o en el
momento de auge máximo de la obra de
Morelos, la Independencia política hubiese
podido llegar como un triunfo ostentoso,
aplastante, definitivo, de la gran mayoría del
pueblo mexicano puesto en armas y dirigido
por un gran caudillo de su estatura.
Estos factores actúan durante el siglo
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XIX para estorbar el desarrollo y la
transformación de los viejos sistemas de
gobierno. El latifundismo subsiste, la dispersión
de la población rural se mantiene, el predominio
cultural y político de la Iglesia perdura, el
militarismo es una realidad, el predominio de
los viejos criollos, insurgentes contra las
instituciones españolas, subsiste también, y
como consecuencia, a pesar del movimiento
de reforma, por encima de los esfuerzos
realizados desde 1856 en adelante, el
porfirismo puede implantar en definitiva, como
método de su administración, un régimen
político que consiste en la negación absoluta
del sufragio; pero con la característica de
duplicidad que toda la construcción porfirista
se esfuerza en mantener; el sufragio no existe,
pero sostiene un aparato mentiroso de sufragio,
cuidadosamente mantenido en cada elección
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municipal, en cada elección de gobernador de
un estado o en cada elección de funcionarios
federales. No hay el menor concurso de la
voluntad del pueblo en el voto para determinar
quien ha de triunfar. Ni en escala mínima en el
pueblo más modesto, ni en la gran farsa de la
elección, reelección y reelección del general
Díaz, cada cuatro o seis años; pero sin
embargo, del mismo modo que, tratándose de
la vigencia de las leyes de Reforma en las
relaciones con el clero, en vez de derogar las
leyes de Reforma, para sancionar legalmente
los hechos, lo que se hace es mantener un doble
juego entre la realidad y la apariencia; del
mismo modo en materia electoral se cubren
siempre cuidadosamente las formas. No es por
cierto lo más importante, para examinar y
entender por que es que el porfirismo se
mantiene en el poder señalar esta tara profunda,
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este vicio íntimo de la elección. La continuidad
y persistencia del régimen porfiriano arrancan
de otras causas. Y no se podría, sin invertir las
cosas, decir que es por la falsificación electoral
por lo que se explica el porfirismo; si no que
más bien es por el porfirismo por lo que se
explica la falsificación electoral.
Es natural, sin embargo, que los
ciudadanos que a principio de siglo -teniendo
enfrente el fenómeno de la dictadura, de su
obstinada persistencia, de su cada día más
estrecha base de sustentación y más definida
incapacidad para renovarse-, tratan de producir
un cambio, pongan los ojos en las apariencias
electorales en primer termino, antes que en las
causas más profundas de por qué ese régimen
había podido sostenerse treinta y tantos años
en el poder. Es natural; se había mantenido la
majestad de la ley en apariencia y el más
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chocante y crudo de los contrastes era la pugna
entre la elección que se decía legítima y la brutal
realidad de que la elección no había existido.
Ahí estaba el mal. Por eso era indispensable
proclamar que la demanda inicial de la
revolución era la efectividad del sufragio, la
supresión de esa situación de falsificación
permanente en que las elecciones serían para
que las prolongaciones de los gobernantes se
efectuaran.
Que el sufragio sea efectivo; no había
tiempo, para los promotores iniciales de la
revolución, de ponerse a pensar y de tratar de
esclarecer por qué el sufragio no era efectivo y
cuales eran las causas de que un régimen
político, que hasta ese extremo de escarnio
falsificaba la elección, hubiese estado y
estuviera todavía en 1910 en aptitud de
mantenerse con las riendas del poder en la
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mano. Ese era un problema superior a las
aspiraciones, a los sentimientos, a la
comprensión inmediata de los inconformes, que
eran la mayoría de los ciudadanos de la clase
media de México. De ahí que, inicialmente -aun
cuando bien pronto el curso de la revolución
mismo enseñó que esto no era si no un
planteamiento previo-, inicialmente, antes que
tratar de encontrar las causas más profundas
de que sin el sufragio estuviera este régimen
en el poder, lo que se pidió fue que el sufragio
no se falsificase. Comenzó la Revolución con
ese lema. Se incorporó a la Constitución de
1857, reformada por el porfirismo, el
antireeleccionismo; y se reiteró en todos los
tonos, desde que amenazó la Revolución, no
hubo que esperar a que triunfara, desde que
amenazó la Revolución se anunció en todos los
tonos una nueva etapa política en nuestro país:
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el sufragio iba a respetarse; la reelección iba a
terminar. Sin embargo, ustedes saben cuál ha
sido el desarrollo de los acontecimientos de
1910 para acá, en materia de efectividad del
sufragio. La Revolución Mexicana, esto es
indiscutible, ha transformado en buena parte
los cimientos económicos y sociales de nuestra
vida nacional; ha removido obstáculos enormes
que detenían y embotellaban el progreso del
pueblo; ha sentado las bases para el desarrollo
magnifico en muchos aspectos, precario en
otros, nulo en otros, de nuestra economía, de
nuestra vida cultural y de otros aspectos de la
vida colectiva. Pero ¿qué es lo que en realidad
ha acontecido, tratándose de la realización de
este propósito de hacer que el sufragio sea
efectivo?
Aconteció que después de 1917,
cuando la nueva Constitución sustituye a la
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anterior y el movimiento revolucionario entra en
vigor, desde el punto de vista de los textos
legales, no hubo un progreso importante en
materia de garantías al sufragio efectivo. Si
comparan ustedes lo que la Constitución de
1857, como principio general y como texto
concreto, contenía respecto al sufragio, las
garantías de efectividad, el carácter que tiene
de punto de partida y base del poder político,
etc., con lo que a ese mismo respecto contiene
la Constitución de 1917, encontrarán ustedes
que se trata de preceptos esencialmente
idénticos. Y es que no era una cuestión
susceptible de ser resuelta por simples
enunciados en la Constitución. La organización
del pueblo mexicano desde el punto de vista
electoral, para darle efectividad al sufragio, es
un problema de mayor complejidad, de mayor
amplitud, que está por encima y más allá de
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los preceptos escritos en la Constitución, que
demanda una solución integral, positiva, para
la que no es bastante por cierto introducir
cambios en un precepto aislado.
Al día siguiente de expedida la
Constitución de 1917, viene una ley electoral
en 1918. La Ley Electoral se basa en una
intención sana, de hombres que habían hecho
la Revolución con el lema del sufragio efectivo
en primer término, para implantar el sufragio
efectivo si es posible. El sufragio efectivo no se
implanta con la ley de 1918; y no se realiza
desde 1918 en que la ley entra en vigor, hasta
1943 en que la ley deja de estar vigente. El
sufragio efectivo se trata de implantar, pero no
se consigue implantar. ¿Cual es la razón de esta
ineficacia, de este fracaso, de esta incapacidad
del pueblo mexicano para haber logrado,
desde 1918 hasta 1943, con la ley electoral
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original del movimiento revolucionario armado,
el establecimiento de un sufragio efectivo? La
explicación es clara y sencilla. Es que el
sufragio efectivo no habrá de venir como mero
resultado automático de la expedición de una
ley. No existe la falta del sufragio por falta de
una ley; y la expedición de una ley por perfecta
que sea, por sí sola no es capaz de producir la
aparición de sistemas eficaces en la
computación del voto. ¿Es esto consecuencia
simplemente de la deslealtad de la infidelidad
de los gobernantes en lo personal; de tal
manera que desde 1918 en adelante la única y
llana explicación de lo acontecido en México
consista en decir que todos los gobernantes
han sido desleales al postulado revolucionario,
que obliga a imponer el sufragio efectivo como
base de la organización de nuestro gobierno?
¿O hay algo más, sin desdeñar el factor de
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responsabilidad y de deslealtad de los
gobernantes, en condiciones y grados distintos,
según los momentos y las circunstancias de
cada quién? ¿Hay algo más para explicar este
hecho? ¿Es éste un problema histórico en una
parte y político actual en otra parte?
Después de 1943 se expide una
segunda Ley Electoral que es la que está
vigente a estas horas; se aplica por primera vez
en la elección de 1945-46 y está en vigor
todavía en los momentos actuales, con leves
reformas que fueron introducidas hace apenas
dos años ¿Puede decirse que el cambio de
legislación, de la Ley Electoral de 1943 para
acá, ha traducídose en un progreso, en un
avance relativo siquiera en materia de
efectividad del sufragio? ¿O nos encontramos,
antes y después de la ley de 1943, como nos
encontrábamos antes y después de la ley de
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1918, en una situación de plena y real, cabal y
absoluta ineficacia del sufragio como sistema
para la designación de los gobernantes en
nuestro país?
Es éste el problema que debemosEs éste el problema que debemosEs éste el problema que debemosEs éste el problema que debemosEs éste el problema que debemos
plantearplantearplantearplantearplantear.....
La afirmación de que factor
determinante, el único factor determinante de
la ineficacia de lo hecho hasta hoy para cambiar
la situación electoral de la República es una
deslealtad política de los gobernantes a uno de
los postulados de la Revolución, no es una
explicación suficiente , sin que haya en ello,
estoy cierto de que ustedes lo perciben con
claridad, el más ligero intento de paliar,
oscurecer o reducir en forma alguna la
responsabilidad de ninguno de los gobernantes,
ni de los anteriores, ni de los actuales; y sin que
yo en lo personal tenga necesidad de recurrir
OBRA
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a esta explicación, puesto que jamás he tenido
a mi cargo la responsabilidad del manejo y la
intervención directa en un fenómeno electoral,
como autoridad en México.
No. A mi juicio, lo que sucede es que
efectivamente la afirmación de que la falta de
efectividad del sufragio es algo más que un
producto de la perversa voluntad individual de
los gobernantes, es una afirmación evidente
de que ustedes están en posibilidad de
comprender sin una explicación muy dilatada.
No habrá de ser mediante una ley ni mediante
una pura decisión aislada de un gobernante,
ya sea el más alto o el más modesto, como
habrá de salirse de la situación en que nos
encontramos. Ni es tampoco el mismo el
planteamiento del problema en 1918, al día
siguiente de la terminación de la lucha armada,
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de cómo se plantea hoy, en 1950, a treinta y
tantos años de la terminación de la contienda y
después de una serie de intentos y de sucesos
políticos mas o menos desafortunados y
peligrosos. El problema debe examinarse en
cada época en función de los factores que en
cada momento juegan y de las posibilidades
que en cada instante constituyen realmente una
posibilidad política alcanzable, mediante un
esfuerzo realizable - y aquí esta la dosis de
responsabilidad - a través de un esfuerzo
organizado del pueblo, por una parte, y de los
gobernantes por la otra.
Visto hacia atrás es evidente a estas
horas que en 1918, en vísperas de una
renovación de poderes en 1920, no era factible
- hoy podemos contemplar lo que significaban
los intereses y las pasiones, las fuerzas
económicas y sociales en juego alrededor del
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movimiento obregonista y de su llegada al
poder -, no era factible implantar mediante una
simple ley, por perfecta que fuese, de la noche
a la mañana, el sufragio efectivo en nuestro país.
Esto era en 1918 una imposibilidad política
evidente. Y lo grave, lo peligroso, es que
precisamente el carácter de imposibilidad
histórica que en los momentos iniciales tuvo la
consumación súbita de un sistema de sufragio
efectivo de nuestro país, es el elemento que se
aprovecha en el curso del tiempo para
mantener indefinidamente una situación
planteada cada día en términos distintos. Como
si los tiempos no hubieran cambiado y las
condiciones históricas y políticas y el grado de
desarrollo del pueblo mexicano no hubiéranse
modificado también; y como si las
circunstancias e imposibilidades en 1918
fueran en 1950 de la misma índole y de la
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misma claridad en su influencia sobre el
desarrollo de la lucha social y política de México.
Es éste, a mi juicio, el verdadero
planteamiento del problema. Es indispensable
en cada momento - en el de hoy sobre todo y
en el futuro, a cada hora, examinar cuales son
las posibilidades que dentro del juego de las
fuerzas que hay en nuestro país y de las
realidades del desarrollo de México, cuales son
las posibilidades de implantar un sistema de
sufragio más veraz, más apegado a la realidad
y que permita acercarnos al cumplimiento de
la aspiración inicial.
En 1918 encontramos, especulando ya
sobre el pasado, que no había elementos
económicos y políticos suficientes para
implantar de golpe un sistema que funcionara
eficazmente. ¿Es ésa la situación hoy? ¿O es,
acaso, un simple uso lícito de las
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transformaciones que México ha alcanzado, el
que quiere hacerse, cuando se postula que hoy
sí es posible la implantación de un régimen más
eficaz de sufragio, siendo así que se niega la
posibilidad en 1918? ¿En qué momento dejó
de ser ya, ha dejado de ser, o va a dejar de ser
posible detener la transformación progresiva de
los sistemas electorales? ¿y por lo tanto, en que
momento es que la responsabilidad de los
gobernantes y del pueblo, por la parte que a
cada uno toca, existe ya no como una mera
declaración en el vacío, sino como una
afirmación políticamente válida y
suficientemente comprobable?
Claro está que no será posible que esta
noche vayamos momento a momento
examinando las condiciones en qué cada
elección se ha desenvuelto, para determinar
hasta qué y en qué momento era ya factible
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haber introducido un cambio ventajoso en la
implantación de un sistema electoral más
honrado, más apegado a la verdad. Pero si no
podemos hacer eso, sí creo que no podemos
eludir, por lo menos, el examen de las
condiciones en que hoy, dada la realidad del
México contemporáneo, se plantea el problema
no resuelto de la necesidad de implantar un
sufragio más efectivo como sistema de la
elección de los gobernantes. Se ha dicho que
mientras la implantación del sufragio efectivo
no se realice, la democracia en México es un
engaño, es una palabra vana y que no hay en
nuestro país, en ningún aspecto, un régimen
democrático.
Esta afirmación es también a mi juicio
falsa; es cierto que la efectividad del sufragio
es un elemento indispensable para el desarrollo,
para la consolidación, para el progreso de los
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gérmenes del sistema democrático que existe
en nuestro país, pero no es verdad que todo el
sistema democrático en su totalidad dependa
y esté condicionado absolutamente por la
existencia o inexistencia de un sufragio efectivo.
El sufragio, ciertamente, determina un
mecanismo auténtico para seleccionar a los
gobernantes, pero esto no es sino un aspecto
entre otros muchos de la determinación del nivel
de la vida democrática de un país; pero lo que
sí es verdad es que cuando hay ya en el
desarrollo histórico de un pueblo las
condiciones para la implantación de un régimen
,más eficaz de sufragio y este régimen de
sufragio no se implanta, se afecta y se detiene
la marcha general, no sólo de los aspectos
directamente políticos, sino también del
desarrollo económico y cultural en sus más
variadas manifestaciones, y que con eso se
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paraliza en realidad de un golpe el progreso
general de una república. ¿Cuándo ha podido
decirse que llegó el momento en México para
implantar un sistema mejor de representación?
Si ha llegado ese instante ¿cuáles han sido las
causas que han detenido su implantación? Si
ha llegado ya ¿qué perspectivas hay de que se
implante en el futuro? ¿Qué consecuencias
tiene el que se esté evitando la adopción de las
medidas indispensables?
Estas son las más destacadas entre las
mil preguntas que se derivan de lo expuesto
hasta aquí. ¿Cuál es la respuesta?
Mi respuesta, la respuesta válida para
mí, con la apreciación que yo soy capaz de
hacer y que supongo habrá de ser objeto de
un cotejo con la apreciación y la comprensión
que cada uno de ustedes tenga de la realidad
en México, desde mi punto de vista es la
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siguiente: Hoy día no sólo existen ya las
condiciones necesarias para emprender con
eficacia y con buenos resultados una tarea de
reforma electoral profunda y de transformación
real de los sistemas de sufragio en nuestro país,
sino que si no se emprende esta tarea y se
prolonga por más tiempo sin justificación
histórica ya la perpetuación de un sistema que
se traduce en la negación del sufragio, no
solamente se corre el riesgo de detener en
todos los demás aspectos el progreso y el
crecimiento del país, sino que más o menos
pronto y más bien pronto que tarde, se está
corriendo el riesgo de quebrantar la
tranquilidad y la paz de la República, como una
consecuencia directa de la ineficacia de
métodos electorales ya inaceptables a estas
horas.
La justificación histórica de los
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gobernantes que en el pasado se abstuvieron
sincera, prácticamente, de adoptar pasos
encaminados a implantar un sufragio efectivo
en México, es una justificación que a cada
quien le toca hacer y de la que la historia habrá
de ocuparse. Es lástima que nosotros no
podamos hoy, uno por uno, ir tratando de
puntualizar hasta dónde cada gobernante ha
sido responsable y en qué medida frente a su
deber abstracto, había una respuesta válida en
la afirmación de que dentro de la realidad del
país, en el instante de que se trate, las fuerzas,
los intereses, las necesidades apremiantes,
actuaban de tal modo que hubiera sido en
detrimento del desarrollo del programa de la
Revolución haber tratado a la ligera de
implantar de la noche a la mañana un sistema
de sufragio efectivo. Quizá –ésta es mi opinión
personal– ninguno de los gobernantes pueda
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salir totalmente indemne del cargo de no haber
sembrado, por lo menos como semilla o como
germen inicial, un plan previsor y de desarrollo
lento, amplio en el tiempo, pero honesto y
sincero, encaminado a llegar algún día a la
creación de un honrado aparato electoral en
nuestro país.
Habrá gobernantes que puedan
ampararse con la afirmación de que tenían
enfrente medio ejército dispuesto a lanzarse
contra el otro medio, para apoderarse por la
violencia del poder; que así era insensato tratar
de crear utópicamente un mecanismo electoral
más o menos perfecto en el papel; habrá
gobernantes que puedan alegar que la
violencia, el ímpetu de sus reformas en materia
social y económica hacía poco importante y
de secundaria trascendencia la implantación
de un principio modesto de métodos
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electorales más honrados.
Mi opinión personal, sin embargo, es
que en una escala más o menos definida, en
grado mayor o menor, mucho trabajo costaría
encontrar un gobernante que pueda a los ojos
de la historia, apreciándose su labor en forma
amplia y final, eximirse ciento por ciento de toda
la responsabilidad, de una responsabilidad que
también a nosotros, ciudadanos de México , y
no gobernantes, nos toca; porque todos
también tenemos una más o menos grande y
definida dosis de responsabilidad, en la medida
en que no hemos coadyuvar eficazmente a
acelerar el proceso de esta Institución tan
urgente y hasta hoy conquistada: el sistema
electoral auténtico y positivo como método para
escoger a los gobernantes.
Éstos son problemas que no vamos a
decidir en esta noche. Pero sí podemos, con
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firmeza creo yo, establecer lo siguiente: hemos
llegado a un punto en la vida de México, en su
vida política, en que el argumento de la falta
de cultura del pueblo, del gran número de
analfabetos entre los ciudadanos mexicanos,
es ya un argumento que nadie acepta, que a
nadie convence y que ninguna validez histórica
o política tiene como obstáculo para la
implantación de un verdadero sistema electoral.
En la India, el 92% de los electores es
iletrado y vota marcando figuras de animales o
figuras de utensilios o de instrumentos de
trabajo que simbolizan a los diversos
candidatos que han de escogerse a la hora de
una votación. Y las votaciones en la India, hoy
en día, son defectuosas como lo son en muchas
democracias del mundo, o
pseudodemocracias del mundo; pero como
elecciones –y nosotros pedimos la aplicación
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de sistemas electorales de ese tipo, no de
sistemas electorales incompatibles con el tipo
de organización social y económica en que nos
encontramos, sino sistemas electorales dentro
de esa imperfección de la democracia en que
vivimos–, las elecciones en la India funcionan y
la selección de los gobernantes mediante el
voto es una realidad.
Quizá pueda decirse que no porque el
voto en la India es efectivo, la riqueza, la
felicidad, la prosperidad del pueblo de la India
se alcanza. Es verdad; el voto no es ninguna
panacea, los ciudadanos norteamericanos
tienen un sistema de voto que existe, que
cuenta y mucho distan los ciudadanos
norteamericanos de vivir en una situación
holgada en lo económico siquiera y mucho
menos aún de amplia y democrática libertad.
No. Y los ciudadanos de Cuba no viven por
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cierto en un régimen de verdadera democracia;
pero para ellos el voto existe. Los ciudadanos
chilenos padecen bajo un gobierno que por
otras razones es abominable desde mi punto
de vista personal, pero el voto en Chile existe.
Eso es lo que los mexicanos necesitamos
implantar. No pedimos un tipo de voto utópico
que venga a cambiar la esencia de la
organización social o a transformar las cosas
por arte de magia en felicidad y abundancia.
Sabemos lo que el voto no puede dar, pero
sabemos también que sin el voto no podemos
conquistar muchas otras cosas más
sustanciales y positivas, indispensables para el
desarrollo general de nuestro pueblo. No es una
concepción utópica la que pide vigencia del
voto, independientemente del desarrollo de la
lucha contra el analfabetismo o del desarrollo
de la cultura en el país. Con el nivel de incultura
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tan terrible que todavía existe entre nosotros,
pero muy inferior al que existe en muchos otros
pueblos, es posible, como lo están
demostrando ellos, implantar un sistema de
sufragio, en el que se salga de una situación
que vamos a caracterizar dentro de unos
instantes, y que constituye por si sola la mas
grave acusación contra la labor de sabotaje,
de aplazamientos, de obstaculización de la
renovación electoral que está urgiendo al país.
Se dice también que aparte del retraso
cultural de los mexicanos hay una razón de
orden revolucionario para no transformar los
temas electorales dándoles autenticidad. Los
gobernantes se suceden unos a otros
pasándose de mano a mano la revolución y sus
esencias. Es indispensable impedir que
mediante la intromisión, desconocida en sus
alcances y en sus proyecciones, de la masa
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del pueblo, se vea en peligro este guardado
santo, respetable y perfecto de las esencias de
la Revolución en manos del grupo de
gobernantes.
Nadie a estas horas en México cree que
esta afirmación sea cierta. Nadie a esta horas
lo cree, porque en primer lugar no es verdad,
sino como calumnia para el pueblo mexicano,
que haya un peligro para los principios de la
Revolución en la intervención auténtica, fecunda
real de la masa del pueblo para escoger los
gobernantes.
¿Quién autoriza a hablar de que el
pueblo de México es enemigo en su inmensa
mayoría de los principios y de las demandas
del movimiento social que conocemos como
la Revolución Mexicana?
¿Es eso simplemente un pretexto para
mantener un monopolio cerrado del poder y
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para escoger unos gobernantes a sus
sucesores por encima del pueblo?
Pero hay otra razón más que impone
como inaplazable la renovación de los métodos
electorales en México. Y es que la mitad de la
población de México - la mujer - está fuera del
sistema electoral. Pero no tiene ningún sentido,
no tiene ninguna dignidad siquiera, abrirle las
puertas del voto a la mujer para engañarla junto
con los hombres.
Toda la posibilidad de progreso en la
organización del gobierno, en la
responsabilidad de los funcionarios, en la
lealtad con que ejerzan el poder, está vinculada
a reforzar a los electores, con la mitad de la
población que forma la mujer; pero hombres y
mujeres juntos no podrán cumplir su función
democrática si no hay previamente,
simultáneamente a lo menos, una modificación
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profunda en los métodos electorales.
¿Cuál es en realidad la consecuencia de
la prolongación antihistórica, superada ya por
la evolución y el desarrollo material y social de
México, de un sistema electoral arcaico y digno
del latifundismo de 1890 y no de lo que hoy es
México, con un latifundismo aún no
desaparecido, pero mucho menor, en 1950?
¿Cual es la consecuencia de ese
sistema electoral?
No exagero, estoy cierto que todo
ciudadano que por serlo haya vivido ya unos
cuantos años siquiera las realidades políticas
de México, todo ciudadano sabe que la
consecuencia más clara, la consecuencia más
grave de la prolongación de la situación
electoral actualmente existente, no es tan sólo
la de falsificar, la de torcer los resultados de la
elección, que ya esto seria bastante grave, sino
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algo mucho más importante; no solamente en
lo que toca a la elección se resiente el sistema
político de México, sino que toda la vida política
del país está ya viéndose envenenada,
paralizada, sofocada. No son solamente ciertos
sectores de la ciudadanía los que sufren la falta
de autenticidad del sufragio; lo que es más
revelador y lo que nos enseña que se trata de
un cáncer que está corroyendo al sistema, es
que el propio aparato de mistificación del
fenómeno electoral no tiene más camino que
la inacción: no tiene más vida política que al
que lo lleva a no hacer política.
No tiene más actividad que la de
paralizar toda actividad.
No tiene más desarrollo que el de
impedir todo desarrollo de la vida política de
México.
Ésta es la situación; si hasta ese extremo
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ha llegado ya el carácter retardatario y
obstaculizado de los sistemas electorales en
vigencia, ¿Cuál es, por lo menos en sus grandes
lineamientos, el camino? ‘¿Qué puede
demandar la ciudadanía? ¿Qué puede exigir
el cuerpo electoral de México, con visos a
alcanzar un progreso definido y permanente en
este punto?
En primer lugar, a mi juicio es
indispensable que todo ciudadano comprenda
que no podrá lograrse una reforma del sistema
electoral si los ciudadanos no proceden a
organizarse, a unificarse en partidos; ciudadano
que no esté en un partido, será ciudadano que
no esté en condiciones de presionar al poder
para arrancarle un nuevo sistema electoral más
decoroso y más veraz.
Todos sabemos: sin ello no seremos
ciudadanos en realidad, todos debemos formar
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parte de partidos políticos . Y debemos formar
los partidos políticos sin demora; no para
prestarnos a la farsa electoral, Si no para luchar
contra la farsa electoral. Debemos
organizarnos, no con el propósito de coadyuvar
a que se mantenga en aparente desarrollo un
sistema político que sabemos que es falso, sino
para contrarrestar la subsistencia y la
consolidación, así sea por poco tiempo, de un
sistema electoral falsificado hasta en sus bases.
No hemos de organizar partidos
políticos sin tomar en cuenta su carácter de
instrumentos provisionales para la conquista de
una ciudadanía más eficaz. Como instrumentos
habrán de ser muy útiles y sin ellos muy
difícilmente se arrancará al poder un monopolio
que es desde muchos puntos de vista
explicable y fisiológicamente sabroso para los
que se encuentran disfrutando del presupuesto.
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Es indispensable la organización en
partidos; los partidos son el instrumentos natural
de lucha por la conquista de la ciudadanía
eficaz. Los partidos no por fuerza han de ser
partidos nacionales destinados a influir a través
de las elecciones, que son falsas, en el
desarrollo democrático para alcanzar una
elección mejor.
De las dimensiones que sea factible,
con la fuerza que se pueda, pero ciudadanos
organizados en cauces permanentes, con
objetivos muy precisos y con bandera de lucha
también permanente y precisa por la conquista
del sufragio y por la transformación de nuestro
régimen electoral. De otro modo, seguirá
habiendo, con variantes que dependerán de
los momentos y de las circunstancias,
falsificaciones, mistificaciones, funcionamiento
prolongado de un régimen históricamente
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muerto. Esto durará todo lo que los ciudadanos
mexicanos toleren, ni un minuto más, pero ni
un minuto menos.
Ahora bien, para no alargar de un modo
excesivo mis palabras, entraré ya a la segunda
parte que anuncié para esta Conferencia.
Si esta aspiración, si esta exigencia de
la conquista de un sufragio efectivo, es una de
las necesidades más apremiantes (por
supuesto, claro está, no tan apremiante como
abatir el nivel del costo de la vida) pero si es,
en fin, una de las necesidades más
apremiantes del desarrollo de México, ¿Cómo
es que debemos considerar que este principio,
este postulado de la reforma electoral opera
en nuestra vida cívica? ¿es parte de la metas
de una revolución que aun esta viva? ¿O
estamos en México en una época negra, en la
que ya no hay metas vivas y en la que el pueblo
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carece de objetivos concretos y se desliza o se
arrastra en la sombra y con una carencia total
de propósitos y de perspectivas definidas?.
En otra palabras; ¿es la lucha por el sufragio
efectivo parte de los postulados revolucionarios
en México, por que existen los postulados
revolucionarios, por que esta en vigor la
revolución mexicana? ¿ o es que la revolución
es ya un hecho histórico; la revolución ya murió
y la aspiración por el sufragio efectivo habrá
de buscarse sin la jerarquía y sin el impulso,
sin la fuerza motriz que arranque de un basto
movimiento social como el que se inicio en
1910?.
Creo que ustedes habrán percibido ya
la trascendencia que tiene para la orientación
y la vigorización de la lucha por la reforma
electoral el saber a que orden de ideas
corresponde esta meta que se propone el
OBRA
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pueblo; dentro de que conjunto de principios;
con que rango histórico; con que validez es que
hablamos de sufragio como postulado
revolucionario, o si debemos despojarlo de esa
categoría.
Algo hemos oído ya a este respecto al
principio de la reunión algo se oyó ya en la
conferencia que el licenciado Luis Cabrera
envió para ser leída hace unos días en esta
misma sala. Hubo contradictores; ha habido
una replica a la replica, y creo que bien vale la
pena que aun cuando no sea sino muy de prisa
y deplorando que esto impida en realidad
agotar de un modo cabal el problema, también
de yo a ustedes mi personal punto de vista
sobre esta cuestión y les suscite apreciaciones,
interpretaciones que seguramente podrán ser
de alguna utilidad para más tarde.
Como señala en sus palabra enviadas
OBRA
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esta noche el licenciado Luis Cabrera, el primer
peligro en esta discusión consiste en que
personas que están de acuerdo en el fondo
discutan por aspectos puramente verbales del
problema y magnifiquen artificialmente sus
diferencias sin que en realidad haya detrás una
discrepancia substantiva, importantes sobre la
esencia real del problema. Este es el peligro
mas grande.
Desgraciadamente en la discusión entre
si la revolución mexicana existe o no existe
todavía, hay algo más que ese peligro de una
discrepancia puramente verbal que haga
perder el tiempo. Ojalá entre quienes sostienen
que la revolución ha muerto y quienes sostienen
que la revolución esta todavía viva, no hubiese
si no una confusión de términos, una falta de
unidad en el lenguaje y una sencilla pero
intrascendente discrepancia superficial y
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aparente tan solo; ojalá. Desgraciadamente no
es así; el peligro de una discrepancia
puramente verbal es más grave, pero no por
que la discrepancia verbal sea grave en sí, sino
porque coadyuva a obscurecer el verdadero
alcance de las diferencias, el verdadero punto
enfermo en la controversia, que es el que a mi
juicio conviene señalar con la mayor precisión
que sea factible.
Mientras tanto solo se trata de saber si
es correcta o no la idea de que una revolución
termina cuando después de la lucha armada,
tomado el poder, dictadas las leyes necesarias
se entra a un periodo de constitucionalidad en
el régimen de gobierno y de aplicación de leyes
nuevas, o si la revolución incluye también la
etapa siguiente de aplicación de esas leyes
mientras esta es la pura discusión simplemente,
cabe convenir con el que diga que una
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revolución, entendiendo por revolución un
movimiento armado y una transformación
súbita, profunda del cuadro leyes de un país,
es simplemente eso una revolución. Mientras
no haya mas problema que el de saber si
después de consumada esa transformación
violenta, viene o no un periodo distinto, la
discusión no tiene trascendencia. Sin embargo,
la discrepancia no radica ahí, la discrepancia
radica en que con la apariencia de sostener
que sólo es revolución el periodo de lucha
armada y de transformación súbita de las leyes,
lo que en la realidad política de México viene
tratando de obtenerse con la tesis de que la
revolución concluyo y a muerto ya, es liberar a
los gobernantes de la responsabilidad de ser
desleales a los principios de la revolución.
Y proclamar - como lo ha hecho el
profesor Jesús Silva Herzog de un modo
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expreso al abordar este problema - que “... a
nadie hay que culpar, nadie es responsable,
por que así como nadie tiene la culpa de que
los hombres sean mortales, de igual manera
nadie la tiene de que las leyes históricas sean
como son, dinámicas, implacables y
creadoras”. Es decir, la trascendencia de esta
cuestión no consiste en la terminología de
cuando empieza y cuando acaban las
revoluciones, si no en la discusión política de
cual es y donde termina la responsabilidad de
gobernantes que llegan al poder con el
compromiso de implantar un principio de
conjuntos nacidos de un movimiento armado -
que se llaman los principios de la revolución - y
que mas tarde se consideran desligados de esa
responsabilidad, por que la revolución ya no
esta vigente, por que la revolución ya no
subsiste.
OBRA
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Si se quiere, si se trata simplemente de
puntualizar cuestiones fisiológicas, aunque no
es este el modo de trabajar las realidades
políticas con los pueblos llamémosle a uno el
periodo violento de la revolución y al otro, el
periodo de aplicación y vigencia realización y
cumplimiento de sus postulados y sus
principios; pero entendamos que los dos están
determinados y condicionados por las grandes
metas, por los grandes anhelos que la
Revolución violentamente trató de conquistar y
que después obligadamente ha de implantar
en la realidad.
Llamémosle al primero momento inicial
de la Revolución; llamémosle al segundo
momento de consolidación y aplicación de los
principios revolucionarios; pero no es eso lo que
en realidad está debatiéndose en México. Lo
que se debate es si el conjunto de
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postulaciones, de principios, de metas, de
aspiraciones que se conocen con el nombre
de Ideario de la Revolución Mexicana, es un
conjunto de aspiraciones y de metas que están
en pie y que el pueblo tiene derecho a exigir
que se cumplan, o no. A este respecto, es muy
reveladora la posición de uno de los publicistas
que han emprendido la tarea de explicar que
la Revolución ha muerto, el señor José R. Colín;
la posición que el señor José R. Colín ha
seguido al desenvolver esta cuestión en
diversos momentos a través del último par de
años en que ha hablado del problema.
Mientras por una parte sustenta la tesis
de que la Revolución ha muerto porque es
indispensable replantear los problemas de
México - lo cual implica necesariamente la idea
de que el planteamiento de esos problemas y
el señalamiento de las metas tal como la
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Revolución lo ha hecho, está equivocado y es
falso -, en otras ocasiones reconoce que las
metas son correctas, que el planteamiento es
justo, que las metas tienen vigencia. Y entonces
no percibo ya, ni creo que haya quien pueda
percibir, cual es la diferencia entre reconocer
que la Revolución está viva porque se reconoce
que sus postulados están vivos, están vigentes
y es indispensable que se apliquen, y declarar
por otro lado que la Revolución ha entrado a
un periodo de aplicación pacífica de sus
postulados; pero en cambio, la diferencia sí es
clara entre la afirmación de que los postulados
de la Revolución deben rectificarse y la
afirmación de que la Revolución está vigente.
Si la Revolución está vigente, es porque sus
postulados están vigentes también.
He aquí la forma en que por una parte
en un momento y por otra parte en otro, el señor
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Colín ha expresado su criterio a este respecto.
En artículo muy reciente publicado
apenas el 21 del mes en curso, el señor Colín
manifiesta:
Toda revolución tiene una duración
definida, circunscrita al periodo de la lucha por
unas determinadas conquistas, las cuales se
pretenden asegurar dentro de un nuevo orden
jurídico que fragua la propia revolución. Los
ideales y metas de la Revolución cristalizaron
en la Constitución de 1917. Hasta ahí la
Revolución. Estoy de acuerdo en que muchas
de las metas de la Revolución de 1910 están
todavía por alcanzarse; muchas de las
conquistas forjadas en leyes han sido
invalidadas, pero este es un fenómeno normal
en el curso de la historia; esto solo demuestra
que el ciclo histórico conocido como la
revolución mexicana, esta liquidado
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definitivamente, como en 1910 estaba
liquidado el ciclo de la reforma por
incumplimiento de la constitución de 1857 y por
que se había consolidado en el poder de una
oligarquía que había estructurado un orden
jurídico para su provecho y beneficio.
El cuadro clínico de 1910 se ha repetido
en nuestros días. En 1950 la Revolución de
1910 es una cuarentona a la que ya no sacan a
bailar, ya pasó su época; en esencia ya está
muerta, pertenece a la historia.
El que éste haya sido el fin de la
Revolución Mexicana, no es desdoro alguno,
es destino obligado, biológico de todas las
revoluciones.
No significa esto que creamos que el
espíritu revolucionario que es esperanza y es
progreso y es promesa, no esté vivo; por el
contrario, ahora es cuando empieza a florecer.
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A la noche, siempre sucede la aurora.
Insensiblemente se irán planteando
nuevamente los grandes problemas nacionales
de acuerdo con las nuevas modalidades de
estos tiempos, y así se abrirá en nuestra historia
otra vez más un nuevo capítulo lleno de
promesas y de esperanzas.
Y con más claridad aun, en un artículo
publicado hace un año, el 23 de noviembre de
1949 dice: “ El capítulo de nuestra historia que
conocemos con el nombre de la Revolución
Mexicana se ha cerrado definitivamente.
Enhorabuena, a la nueva etapa histórica en la
que habrán de replantearse correctamente de
los problemas nacionales.” Esto quiere decir
que a juicio del señor Colín en estos dos
artículos la Revolución ya no existe por dos
razones: Porque su planteamiento de los
problemas nacional es inadmisible a estas
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horas y lo será más y más cada día, y porque
los gobernantes en el poder constituyen una
oligarquía que no cumple la Constitución y que
no realiza las aspiraciones revolucionarias.
Ninguna de las dos razones es justa; no lo es la
primera, porque no es verdad que la Revolución
Mexicana pueda verse repudiada por un
planteamiento superior, nuevo, distinto de los
grandes problemas nacionales. Si esto fuera
así, habría ya en marcha una nueva revolución
pero no es verdad, no hay, y lo vamos a ver
bien pronto – dicho por el propio señor Colín –
no hay un replanteamiento de los problemas
nacionales que haga que las grandes metas
de la Revolución sean otras y que haya de
enderezarse el movimiento para pensar en la
aparición de uno nuevo.
Y menos aún puede admitirse la tesis
de que por el hecho de que los gobernantes
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constituyan una oligarquía que desdeña sus
deberes revolucionarios, la Revolución ha
muerto; porque, señores, la Revolución no es
el Gobierno, La Revolución no es el grado de
lealtad o de entusiasmo o de energía con que
los gobernantes cumplan el programa; antes
de los gobernantes, como imperativo de ellos,
por encima de ellos están los grandes
principios, las metas, las fuerzas motrices de
las aspiraciones de la Revolución. No se
determina la vigencia de una Revolución por lo
que el gobierno hace o deja de hacer, sino en
todo caso eso sólo ha de servir para saber si el
gobierno es leal a sus compromisos originales
o si ha faltado a los deberes que contrajo
cuando conquistó el poder inicialmente.
Tan es así que en un momento dado el
señor Colín tropieza con la negativa, esa sí
cruda y brutal, no nada mas de la subsistencia
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sino de la validez y del significado en el pasado
y en el futuro y siempre de la Revolución,
negativa salida de los labios audaces de uno
de los portavoces de la reacción en México; el
señor Colín tropieza con la declaración del señor
Guisa y Acevedo que dice: ¿Cual será, según
todo esto, el futuro de las ideas revolucionarias
en este año de 1950? México tiene que
sacudirse la Revolución y arrojar sus llamados
ideales y sus famosas conquistas a la basura.
Y ante eso, el señor Colín reacciona diciendo:
Nosotros nos proponemos dentro de los limites
de nuestro humilde esfuerzo luchar en contra
de las fuerzas antirrevolucionarias,
contrarevolucionarias y regresivas que, hoy
como ayer, brotaron y brotarán a la primera
oportunidad para conservar viejos privilegios en
contra del interés nacional.
En 1910, la opinión pública de la nación
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se unificó y hubo necesidad de alterar la paz
yendo a la Revolución porque el pueblo de
México repudiaba, primero, la imposición
electoral; segundo, la farsa del Gobierno
Federal; tercero, la inoperancia del Poder
Legislativo; cuatro, prácticamente el
Ayuntamiento no existía; quinto, el país estaba
gobernado por y para una oligarquía; sexto, los
monopolios; séptimo, el cacicazgo en el campo;
octavo, la ausencia de espíritu democrático,
noveno, la miseria de los campesinos; décimo,
las miserables condiciones de vida de los
obreros y la imposibilidad del proletario para
exigir mejores jornales por falta de derechos.
(La falta de protección en las fabricas, capítulo
décimo del programa político del partido
democrático de 20 de enero de 1909.)
En esencia, los problemas políticos y
económicos de 1910 eran los mismos que ha
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confrontado nuestro pueblo desde la conquista
hasta la fecha; eran los problemas seculares
de México que habían adquirido una vez más
periodo álgido de crisis.
En lo económico, la miseria de la
mayoría de la población. En lo político, la no
participación del pueblo en el manejo de la cosa
publica.
Y pregunta el señor Colín: ¿Son estos
los ideales de la revolución que el doctor Guisa
y Azevedo propone tirar a la basura? ¿por qué?
¿por qué se logro y probó su ineficacia o por
qué no se han logrado y por tanto es inútil
seguirlos sosteniendo como metas? Y afirma:
estos ideales tienen aun vigencia; si se lograron
en parte a raíz de la revolución y en el eterno
devenir ya hemos regresado al punto de partida
de 1909, y si todos ellos ahora incumplidos dan
el aspecto de letra muerta, esta no es causa
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suficiente para desecharlos. Si acaso el doctor
Guisa apoya su proposición en que los logreros
de la revolución han traicionado a la revolución
aun cuando insistan en taparse con sus ideales
como con un escudo, ni aun así nosotros lo
creemos justo, como tampoco creeríamos
justo querer tirar por la borda los principios del
cristianismo sólo porque en esta época
neopagana y atómica no se cumplan. Como
también consideraríamos injusto querer tirar a
la basura las encíclicas papales que pugnan
por una mejor justicia social sólo porque los
farsantes que se escudan y tapan con la Santa
Religión citen las encíclicas como medio
apaciguador para impedir que el proletariado
plantee correctamente sus justas
reivindicaciones, mientras ellos agudizan el
problema en aras de su codicia sin límites,
apoyada en un liberalismo económico,
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biológico y anticristiano.
Admitimos que el ilustre escritor católico
(entre comillas), es un exponente de cierto
pensamiento de la época; sus deseos de arrojar
los ideales de la Revolución y sus conquistas a
la basura como un fervoroso deseo de año
nuevo, han coincidido con la reaparición de los
pretorianos y el reverdecimiento de los laureles
de Cananea y Río Blanco.
Es verdad que la discusión sobre la
subsistencia o no subsistencia de la Revolución
no es una discusión sobre la fraseología en
cuanto a saber lo que la palabra “revolución”
encarna; es una discusión mucho más honda,
es una discusión sobre la validez, el vigor, la
fuerza y la corrección en el planteamiento de
las grandes metas, de los grandes propósitos
del pueblo. Y si se sostiene que la Revolución
como conjunto de principios debe ser ya
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considerada caduca porque su planteamiento
es incorrecto, lo que se hace es llevar agua al
molino de los reaccionarios del tipo de Guisa y
Acevedo, como el propio señor Colín muy
justamente lo sintiera el 14 de Enero de 1950
en este artículo. Por eso tiene trascendencia
decidir si está o no en vigor la Revolución de
1910.
Si hacemos coincidir la Revolución con
la obra de los gobernantes, muchos de
nosotros habremos de decir: La Revolución,
sino nuestra, está boqueando; pero no es por
fortuna la vida de la Revolución medida por la
lealtad de los funcionarios, transitorios por
necesidad. La validez de los postulados
revolucionarios está determinada por su
relación con los problemas nacionales y con
las aspiraciones del pueblo; y desde este punto
de vista, mientras no se cumpla un ciclo
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histórico cuya duración no cabe anticipar a estas
horas, que venga a plantear la posibilidad de
una nueva revolución para lograr metas de las
que no voy a ocuparme en este instante, que
no es por cierto la posibilidad de hoy, la
Revolución como conjunto de postulados,
como expresión de las necesidades del pueblo,
como conjunto de metas a alcanzar, está en
pie. Sólo puede en realidad declararse que la
Revolución ha dejado de significar una fuerza
real en la vida de México cuando se llega a
plantear la vida histórica de nuestro país en la
forma en que el primero de los sostenedores
recientes de la tesis de la muerte de la
Revolución - Daniel Cosío Villegas - lo hizo hace
cerca de 4 años ya. Daniel Cosío Villegas es
más lógico que los puntos de vista del señor
Colín o del profesor Silva Herzog cuando
sostienen que la Revolución ha desaparecido.
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Daniel Cosió Villegas niega la Revolución
porque niega a México, porque encuentra,
como él mismo lo dice, que la aspiración única
de México sólo se conseguirá a satisfacción con
el fuego que arrase hasta la tierra misma en
que creció tanto mal. México entero está
perdido; es México el que para Cosió Villegas
ha entrado en una decadencia profunda,
definitiva, irremediable. Se agotó el programa
de la Revolución Mexicana - dice Cosío -; no
sólo el país ha perdido su impulso motor sin
lograr hasta ahora subsistuirlo, sino que este
fracaso es una de las pruebas más claras a
que se ha sometido el genio creador del
mexicano.
Y las conclusiones, por desgracia, no
pueden ser más desalentadoras para el
mexicano. Una general corrupción
administrativa, ostentosa y agraviante - que
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claro está, existe, pero de la que él sólo saca
esta conclusión-, ha dado al traste con todo el
programa de la Revolución, con sus esfuerzos,
con sus conquistas; al grado de que para el
país, para México, ya poco importa saber cual
fue el programa inicial, qué esfuerzos se hicieron
para lograrlo y si se consiguieron algunos
resultados. La aspiración única de México,
como leí al principio, es que el fuego lo queme
y lo arrase.
A esto, señores, sólo se me ocurre
contestar en la forma en que Voltaire contestó
en cierta ocasión cuando alguien le planteó
como necesidad fundamental, ineludible en
cualesquiera condiciones, la necesidad de vivir:
pero uno debe vivir, necesita vivir. Y con malicia,
ante la clase de pregunta que le hacían y en
las condiciones en que se la planteaban,
contestó: “No veo la necesidad”. Hay veces en
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que no se ve la necesidad de que ciertas
personas vivan; pero para los pueblos como
el pueblo mexicano, que ni han entrado en un
periodo de decadencia ni puedan colocarse en
la actitud que Voltaire sugería maliciosamente
de que no es necesario vivir, para quienes sí
consideran con justicia que es necesario vivir,
la afirmación de que México ha entrado en un
periodo sin fuerzas motrices, sin aspiraciones
populares, sin deseos, sin sacrificios, sin
abnegación y sin lucha, es una afirmación
inaceptable, quemante y vergonzosa porque
no expresa la realidad; porque en México, si
los gobernantes son millonarios y desleales, el
pueblo sufre, el pueblo hace esfuerzos, el
pueblo es abnegado. No tiene ningún
intelectual el derecho de olvidarse con el ojo
izquierdo del pueblo, para abrir muy grande el
ojo de una falsa inconformidad, por la derecha,
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contra los abusos y las intemperancias de los
millonarios en el poder. Condénese la
intemperancia del enriquecimiento; lúchese
contra todas las formas de corrupción, pero
lúchese; no se haga una labor destructiva
negando al pueblo de México, desconociendo
la realidad de sus sufrimiento y de su esfuerzo,
simplemente para poder sustentar una tesis
novedosa, elegante y sensacional.
Yo, señores, para concluir, habré pues,
de declarar - casi no es necesario - que no estoy
ni puedo estar nunca de acuerdo con esa tesis
y que por el contrario, postulo la subsistencia
de las metas de la Revolución Mexicana en la
etapa histórica que estamos viviendo, y la
existencia enérgica y casi ya incontenible de
los sacrificios y las ansias del pueblo que la
Revolución encarna y sólo la Revolución puede
ayudar a redimir.
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SE QUIERE ENTREGAR
EL PETRÓLEO*
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AAAAAl darse a la publicidad las dos iniciativas
más importantes que ha formulado ante el
Congreso de la Unión el Presidente de la
República, o sean los proyectos de reformas a
la Ley del Petróleo y la Ley Federal del Trabajo,
Combate, sin demora, denunció al pueblo el
peligro que ambos proyectos entrañaban, y por
medio de carteles fijados en los muros de todos
los rumbos de la capital de la República, se
esforzó por obtener que la conciencia de los
ciudadanos despertara ante la gravedad de la
amenaza.
*Combate, 24 de febrero de 1941; Núm. 8.
OBRA
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Nos pareció que era indispensable
apresurarse a señalar el verdadero significado
que las iniciativas tienen, pues conociendo a
fondo nuestra ciudad de México y sabiendo la
forma en que en ella se hacen y deshacen las
opiniones en materia política y social, sobre
todo bajo la tremenda influencia de una prensa
mercantil y retrógrada que es la primera aliada
del gobierno en todo lo que este haga en contra
de los intereses del pueblo mexicano;
conociendo esas circunstancias, creímos de
nuestro deber dar la voz de alarma, antes de
que por mera desorientación, por falta de
opiniones propias lo suficientemente claras y
definidas, muchos hombres y mujeres de
conciencia política amplia y bien intencionada,
fueran a dar su aceptación moral y su tácita
conformidad por lo menos, a pasos cuyo
alcance desaprobarían sin duda al llegarlo a
OBRA
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percibir con claridad.
Pero no debe confundirse la actitud de
Combate. No se debe creer que la profusión
de los carteles que hemos hecho fijar en la
ciudad anunciando este número, significa que
deseamos escandalizar y que, a falta de hondas
razones en que apoyar nuestra oposición a lo
que el gobierno pretende hacer, recurrimos a
dar grandes voces, sonoras pero vacías. Nada
de eso. Para corroborarlo, sólo pedimos a
nuestros lectores que examinen el tono y el
contenido de nuestros artículos. Que fijen su
atención en el hecho de que no atacamos las
iniciativas mediante adjetivos violentos, injurias
contra sus autores o meras divagaciones más
o menos sentimentales.
Aducimos razones. Presentamos
hechos. Nos apoyamos en promesas solemnes
y graves compromisos políticos y sociales que
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los gobernantes han contraído con el pueblo
de México. En una palabra: pensamos los
problemas de nuestro país y por medio de este
seminario trasmitimos nuestros pensamientos
a los ciudadanos que no sólo se preocupan por
sus mezquinos asuntos personales, sino que
tienen vitalidad y conciencia bastante para
levantar la mirada un poco más arriba, con
mayores horizontes, y plantearse las cuestiones
nacionales como si fueran propias, convencidos
de que si no lo hacen así, por inconscientes
llegarán a verse privados hasta de esa egoísta
y personal esfera de tranquilidad y paz personal
que tanto interesa a los cobardes y los timoratos.
Deténganse, pues, quienes no
consideren que la suerte de México es lo más
importante para ellos. Váyanse en busca de
otro pasatiempo, aquellos que conciben su vida
y su felicidad como algo ajeno a los problemas
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políticos de la República, y que como ideal sólo
tienen el de no trabajar sino lo menos posible y
disponer de la mayor cantidad de dinero. Para
ellos no está escrito Combate.
Pero quienes sí se preocupan de la
trayectoria política de la sociedad en que viven,
quienes desean entenderla y si es posible
dirigirla en beneficio común, aquí hallarán un
examen sereno y fundado de pasos
importantísimos, y desgraciadamente mal
encaminados, del gobierno de nuestro país.
Combate ha dicho en sus carteles de
anuncio de este número que la iniciativa del
Presidente de la República en materia de
legislación petrolera no sólo pone en grave
peligro las conquistas fundamentales de la
Revolución Mexicana, sino que entraña la
nulificación práctica de la obra de expropiación
de la industria petrolera – que se decretó en
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marzo de 1938 según todos sabemos– y pone
otra vez a merced del capitalismo yanqui ese
precioso recurso nacional que es el petróleo.
Lo dijimos y lo hemos de repetir.
Porque es una afirmación fundada.
Porque en ella no hay la menor
exageración hija de un apasionamiento
mezquino o de una torcida comprensión de los
alcances reales de la medida que el Presidente
Ávila Camacho se ha decidido a preconizar y
poner en práctica.
Y sobre todo, porque tenemos fe en la
comprensión y virilidad del pueblo mexicano y
sabemos, por lo tanto, que una vez que se dé
cuenta exacta de lo que se quiere hacer con
su destino, dejará de sentir en toda su magnitud
el peso de su decisión incontrastable.
Todo esto que escribimos tiene un
propósito creador, constructivo, eminentemente
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social. Lo único que no nos interesa es el
desahogo. Lo único, que en cambio nos
importa, es la acción encauzada y consciente
del pueblo. De momento, quizás habrá quienes
consideren que nuestro esfuerzo de crítica y
exhibición de errores, de protesta y afán de
rectificación hacia el buen camino, no es útil ni
coadyuva a construir. Nos han de tildar de
enemigos de todo intento fecundo. Nada
importa. Sabemos que bien pronto, como va
sucediendo día a día, nuevos hechos vendrán
a confirmar la justeza de nuestra posición y la
utilidad de nuestra lucha.
SITUACIÓN ACTUAL, ANTES DE LASITUACIÓN ACTUAL, ANTES DE LASITUACIÓN ACTUAL, ANTES DE LASITUACIÓN ACTUAL, ANTES DE LASITUACIÓN ACTUAL, ANTES DE LA
REFORMAREFORMAREFORMAREFORMAREFORMA
Para medir la trascendencia de la
iniciativa petrolera, hay que tener ante los ojos
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la situación que quiere modificarse con ella. En
los términos más breves que sea posible, nos
encargaremos de trazar sus rasgos
sobresalientes.
La expropiación de marzo de 1938 y la
lucha enconada que planteó entre México y las
compañías extranjeras condujo de una manera
natural, y como acto de mera defensa biológica
para el futuro, a la reforma de la Constitución.
Se percibió que a menos de eliminar al
capital extranjero de una vez por todas, del
control que tenía en materia de petróleo,
nuestro país no podría jamás considerarse
seguro, ni cabría organizar la vida económica
de las industrias de transformación y transporte
de la riqueza, ni el Estado podría en verdad
llamarse representante de la soberanía del
pueblo, pues por encima de su autoridad
estaban los grandes empresarios dueños del
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petróleo y con ello amos de México. Por
consiguiente se decretó la nacionalización de
la industria, que supone no sólo la extirpación
de la hegemonía de capitalistas extranjeros,
sino también la eliminación de todo interés
particular, para dar lugar a un sistema de
explotación sin propósitos de enriquecimiento,
llevada a cabo por el Estado mismo.
SE MODIFICA LA CONSTITUCIÓNSE MODIFICA LA CONSTITUCIÓNSE MODIFICA LA CONSTITUCIÓNSE MODIFICA LA CONSTITUCIÓNSE MODIFICA LA CONSTITUCIÓN
En síntesis, pues, la nacionalización
implica dos cosas igualmente importantes,
aunque la primera sea aun más urgente que la
segunda:
1. Extirpación del capital extranjero, y
2. Explotación directa por el Estado, en
forma de que, cuando llegue a ser necesario
dar alguna intervención a los particulares, es
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decir, a los capitalistas, por lo menos no sean
extranjeros los que coadyuven a la explotación
petrolera, sino mexicanos.
Para consagrar esa nueva forma de
manejo de la riqueza petrolera, se llevó a cabo
una modificación del Artículo 27 de la
Constitución. Al párrafo que dice que se podrán
otorgar concesiones para la explotación por
particulares -mexicanos- de las riquezas
naturales de México, con la condición de que
cumplan las leyes y efectúen trabajos regulares
de explotación, se le agregó lo siguiente:
“Tratándose de petróleo y de los
carburos de hidrógeno sólidos, líquidos o
gaseosos, no se expedirán concesiones, y la
ley reglamentaria respectiva determinará la
forma en la que la Nación llevará a cabo las
explotaciones de esos productos “.
Esta nueva disposición constitucional se
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incorporó al Artículo 27 apenas el 9 de
Noviembre de 1940, hace menos de cuatro
meses.
Como consecuencia de la obligación
que se impuso al Estado de ser él, con exclusión
de particulares, el que explota el petróleo, hubo
que expedir una nueva Ley Reglamentaria en
materia de Petróleo. En ella encontramos el
Artículo 6º., que dice:
El petróleo al que se refiere el artículo
1º. ( todo el del país ) será explorado y explotado
por la Nación como sigue:
I. Mediante trabajos realizados en forma
directa y
II. Por conducto de las instituciones que
al efecto cree la Ley.
A renglón seguido, pensando que los
trabajos que el Estado haga de modo directo
pueden necesitar el concurso de empresarios
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particulares, pero con la mira de no hacerlos
nunca dueños de una parte siquiera del petróleo
nacional, el Artículo 7º ., dice lo siguiente:
En el caso previsto por la fracción I del
artículo anterior, podrán celebrarse contratos
con los particulares, a fin de que éstos lleven a
cabo, por cuenta del Gobierno Federal, los
trabajos de exploración y explotación, ya sea
mediante compensaciones en efectivo, o
equivalentes a un porcentaje de los productos
que se obtengan.
EL ESTEL ESTEL ESTEL ESTEL ESTADOADOADOADOADO, ÚNICO DUEÑO DE TODO EL, ÚNICO DUEÑO DE TODO EL, ÚNICO DUEÑO DE TODO EL, ÚNICO DUEÑO DE TODO EL, ÚNICO DUEÑO DE TODO EL
PETRÓLEOPETRÓLEOPETRÓLEOPETRÓLEOPETRÓLEO
Como se ve, la intervención de los
particulares es la de cualquier empresario de
obras, que sin ser dueño ni asociado del dueño,
recibe el encargo de efectuar determinados
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trabajos concretos, que le dan derecho a que
se le pague la suma convenida, pero nunca le
confieren propiedad sobre los frutos de la
propiedad en la que trabaja como perforador,
refinador, o lo que fuere. En otras palabras, los
particulares serían, como en las carreteras lo
son los contratistas de las obras, meros
instrumentos materiales, simples ejecutores de
los planes y proyectos del gobierno.
El pago podría calcularse sobre la base
de ser equivalente a un porcentaje pero sin ser
un porcentaje, esto es, sin que entre el petróleo
extraído y los contratistas se creara el menor
vínculo, la menor relación. El petróleo todo era
de México, por más que para saber cuánto
dinero –no cuánto petróleo- debería pagarse
al perforador por ejemplo, se pudiese tomar
en cuenta, como base de cálculo, la idea de
un porcentaje de lo extraído con la perforación.
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LÍMITE A LA CONCENTRACIÓN ENLÍMITE A LA CONCENTRACIÓN ENLÍMITE A LA CONCENTRACIÓN ENLÍMITE A LA CONCENTRACIÓN ENLÍMITE A LA CONCENTRACIÓN EN
POCAS MANOSPOCAS MANOSPOCAS MANOSPOCAS MANOSPOCAS MANOS
Con la mira de evitar que los favoritos
se hicieran dueños de todo el trabajo de
contratistas, la Ley del Petróleo aún vigente y
que se quiere derogar, establece en su Artículo
8º., que se fijará:
“ La extensión máxima de terreno que
podrá ser objeto de contrato con una sola
persona, ya sea en un solo acto o en actos
separados “.
Más adelante veremos la utilidad de esta
disposición.
FUERA LFUERA LFUERA LFUERA LFUERA LOS CAPITOS CAPITOS CAPITOS CAPITOS CAPITALISTALISTALISTALISTALISTASASASASAS
EXTRANJEROSEXTRANJEROSEXTRANJEROSEXTRANJEROSEXTRANJEROS
Por último, el Artículo 9º., en forma
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expresa, elimina a los extranjeros de toda
participación en esos contratos:
“Los contratos de que hablan los
artículos anteriores, sólo podrán celebrarse con
nacionales o con sociedades constituidas
íntegramente por mexicanos.”
Según hemos visto, además de que se
ha tendido a eliminar la especulación y el lucro
de la industria petrolera, por consideraciones
políticas y de orden histórico muy reciente, se
ha puesto empeño en colocar nuestros
recursos naturales fuera del alcance de los
capitales extranjeros, aparte de por ser
capitales, por ser extranjeros, precisamente por
lo que la experiencia nos enseña en cuanto a
peligros y amenazas que encierra la entrega
de los elementos esenciales para nuestro
desarrollo económico, a unos cuantos
magnates o trusts que con la protección de sus
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gobiernos imperialistas, comprometen
perpetuamente nuestra existencia y nuestra
dignidad. Frente a esas tres características que
ofrece la situación legal existente veamos qué
modificaciones propone el Presidente Ávila
Camacho:
Trata de destruir las tres limitaciones
protectoras de los intereses nacionales. De ahí
nuestra protesta y la alarma que sin duda sentirá
todo el país, al darse cuenta del propósito
presidencial.
EL ESTEL ESTEL ESTEL ESTEL ESTADO YADO YADO YADO YADO YA NO SERÁ DUEÑO ÚNICOA NO SERÁ DUEÑO ÚNICOA NO SERÁ DUEÑO ÚNICOA NO SERÁ DUEÑO ÚNICOA NO SERÁ DUEÑO ÚNICO
Al Artículo 6º. que como vimos tiene dos
fracciones, una para los trabajos directos del
gobierno y otros para los de la institución oficial
“Petróleos Mexicanos”, se le agrega una tercera
que establece que, aparte de las explotaciones
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directas del Estado, habrá las que hagan por
contrato los particulares o sociedades.
Para precisar mejor la nueva situación
que se crea, en la cual los contratistas ya no
serán meros ejecutores materiales de las obras
del Estado, sino explotadores con derechos
propios nacidos del contrato que celebren con
el gobierno de México, se dice en el Artículo 8º
del proyecto del Presidente, lo que sigue:
“... Podrán celebrarse contratos con
particulares o sociedades para que lleven a
cabo los trabajos respectivos, a cambio de
compensaciones en efectivo o de un porcentaje
de los productos que se obtengan”.
También la Ley del Petróleo vigente
habla de “cantidades equivalentes a un
porcentaje”, pero no es eso lo mismo que un
“porcentaje en especie”, en petróleo, es decir,
una cantidad determinada del combustible
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extraído, que pertenecerá en propiedad, desde
el momento mismo de la extracción, a los
contratistas -que sólo por variar de nombre no
son denominados concesionarios como
antiguamente.
Este hecho de que nuevamente se cree
un régimen legal en el que ya no sólo el Estado
será dueño de petróleo sino que también lo
serán los contratistas, es de inmensa
importancia. Y de efectos prácticos también
incalculables. Examinaremos los principales.
Se acaba, desde luego, la posibilidad
de levantar sobre bases firmes una exportación
en grande del petróleo mexicano por el Estado,
pues si los contratistas extranjeros van a ser
los dueños de una parte del conbustible, lo
lógico y casí lo único posible será que ellos se
atribuyan la exportación a sí mismos. México
quedará, pues, despojado de uno de los
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renglones más cuantiosos de la industria
petrolera.
Pero además, en materia de consumo
interno también quedaremos en condiciones
desastrosas. Imposible será que teniendo en
frente a los contratistas, el gobierno o sus
instituciones oficiales planeen una política de
consumo interior. Habrá siempre el factor de
perturbación que constituirán los contratistas.
Además, todas las posibilidades de
controversia internacional renacen, dado que
los contratistas extranjeros podrán
justificadamente sentirse dueños de cierta
cantidad de combustible, y, con pretextos o
causas reales, hablar de despojos en su
propiedad petrolera. De una plomada se borran
las grandes finalidades de la nacionalización.
Por ultimo, con este cambio que el
proyecto quiere introducir, indudablemente que
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se viola el Artículo 27 de la Constitución, pues
ya no será la Nación la que lleve a cabo las
explotaciones, sino que los contratistas se
habrán sustituido al Estado. Bien
comprendemos que la prisa que siente el
general Ávila Camacho para llegar a quien sabe
qué arreglos petroleros en Estados Unidos y
de los cuales esta reforma es una parte sin duda,
es la causa de que no se empiece por pedir a
las Legislaturas de los Estados y a los Congreso
de la Unión la modificación de la reciente
modificación del Artículo 27. Sólo que esa
causa, en vez de justificar, empeora y oscurece
la línea de proceder de nuestro gobierno.
SE BORRA EL LÍMITE A LASE BORRA EL LÍMITE A LASE BORRA EL LÍMITE A LASE BORRA EL LÍMITE A LASE BORRA EL LÍMITE A LA
CONCENTRACIÓN EN POCAS MANOSCONCENTRACIÓN EN POCAS MANOSCONCENTRACIÓN EN POCAS MANOSCONCENTRACIÓN EN POCAS MANOSCONCENTRACIÓN EN POCAS MANOS
El Artículo 9º. del proyecto, dejando con
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ello ver la finalidades que se persiguen, suprime
los límites a la concentración de nuestra riqueza
petrolera en pocas manos. Ya no habrá, si el
Congreso da su aprobación, imposibilidad legal
alguna para que todo el petróleo de México se
ponga en manos de una sola persona o
corporación.
Es tan patente la inconveniencia de
semejante supresión, que creemos inútil insistir.
En renglones posteriores podremos ligar este
cambio con el de la admisión de extranjeros y
veremos su trascendencia más claramente.
VUELVUELVUELVUELVUELVEN LVEN LVEN LVEN LVEN LOS CAPITOS CAPITOS CAPITOS CAPITOS CAPITALISTALISTALISTALISTALISTASASASASAS
EXTRANJEROSEXTRANJEROSEXTRANJEROSEXTRANJEROSEXTRANJEROS
En el Artículo 10º. del proyecto que
comentamos, se introduce una nueva fracción
para dar entrada a los contratistas extranjeros.
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Aparentemente se hace esto en una forma que
debería considerarse inofensiva, pues se exige
que los extranjeros entren en una sociedad de
las que se llaman de “economía mixta”, esto
es, de aquellas que tienen parte de su capital
propiedad del Estado y parte propiedad de
particulares, que serían en este caso los
extranjeros. Sin embargo, la tal garantía de que
la entrada de extranjeros será inofensiva en esas
condiciones , no pasa de ser mero truco, una
apariencia meramente destinada a cubrir la
realidad ante los ojos de quienes no saben de
estas cosas. La explicación de por qué
hablamos así no es difícil.
Se dice que en las sociedades de
“economía mixta” el Estado es el principal
accionista y con ello tiene garantizado el control
y la administración de la compañía. Pero eso
es, hoy día, completamente falso. Ya no
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corresponde, como era hace cincuenta años,
la mayoría del capital al control de una
compañía. Actualmente, y esto lo sabe
cualquiera, los socios que tienen minoría
pueden tener y tienen todos los derechos de
las antiguas mayorías. Y es cierto lo mismo
tratandose del reparto –desigual pero admitido
por la ley- de la utilidades, que de cada uno de
los aspectos de la actividad de la compañía.
Por consiguiente, en realidad de
verdad, lo que se quiere hacer es dar cabida
lisa y llana a los extranjeros. Sólo que hasta con
una ventaja: que la mayor parte del capital se
sacará del patrimonio de nuestro país en vez
de que siquiera venga del exterior.
Si ahora que hemos visto
separadamente las tres principales
modificaciones, pasamos a valorizarlas en
conjunto, tendremos una expectativa en verdad
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pavorosa del futuro que aguarda a nuestra
pobre industria petrolera y de lo ridículamente
poco que le quedará a la expropiación
nacionalizadora que se decreto en marzo de
1938.
Un porcentaje – que sin exageración
puede ser concedido por gobernantes
entreguistas, hasta de 90 por ciento del total -
de nuestro petróleo dejará de ser de nosotros
para pasar a la propiedad de los contratistas;
la concentración de los contratos en pocas
manos, legalmente autorizada ya, puede llevar
y llevará a un acaparamiento en dos o tres
firmas, si acaso, de la totalidad de la industria;
y, por último, esos dos o tres dueños únicos del
90 por ciento de todo nuestro petróleo pueden
ser y serán extranjeros.
¿Exageramos al decir que el proyecto
reduce a nada la nacionalización? Los lectores
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pueden responder por nosotros.
Porque una cosa es cierta: Petróleos
Mexicanos, la Pemex actual, aunque no es
suprimida en la forma externa de la ley, morirá
por consunción, se marchitará por falta de
recursos y de oportunidades. Por consiguiente,
todo el peso de la industria volverá a pivotearse
sobre las compañías particulares de llamada
“economía mixta”, inspirada en el lucro, ajenas
a los intereses nacionales, o mejor dicho,
enemigas de ellos y en contraste afán de
vulnerarlos; de tal suerte que corridos tres o
cuatro años no quedara en pie ni la sombra del
régimen ideado tras de una lucha de las más
importantes y valiosas de cuantas ha sostenido
en el curso de su historia el pueblo mexicano.
No es solamente el hecho de que se
destruya un esfuerzo ya bastante adelantado,
ni es tampoco la mera circunstancia de que
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para hacerlo se viole la Constitución en
vez de proponer valientemente su reforma, no
es eso, decimos, lo único que provoca
inconformidad de parte nuestra. Es también la
convicción que abrigamos de que éste es lo
que podría llamarse un mal innecesario, que si
no es legal ni revolucionario, ni acorde con el
programa del Plan Sexenal, tiene, por
añadidura un vicio más encima: es innecesario.
No lo imponen las circunstancias. No es
producto de una dolorosa pero ineludible
exigencia de la época. No. Es, dicho con
franqueza, un paso torpe, determinado por la
incomprensión de unos, la vanidad y cobardía
de otros, la codicia de los más y la transigencia
sin límites de los menos.
Combate plantea esta magna cuestión
ante la conciencia nacional, firme en su
seguridad de que los resortes morales y políticos
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del pueblo no están enmohecidos ni rotos.
Los diputados y senadores dirán, de las
últimas palabras, la primera.
México entero los escucha.
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ÍN D I C E
PRESENTACIÓN
PRÓLOGO
EL PROBLEMA POLÍTICO DE LA REVOLUCIÓN
MEXICANA
SE QUIERE ENTREGAR EL PETRÓLEO
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
5
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OBRAS SELECTAS DE NARCISOBASSOLS SE TERMINÓ DEIMPRIMIR EN EL MES MARZO DE2003