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PalabrPalabraa
de de vidavidaDiciembre 2008
«No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42)
Esta palabra expresa en toda su intensidad el drama que se
desarrolla en lo íntimo de Jesús. Es la laceración interior provocada por
la repugnancia profunda de su naturaleza humana ante la muerte
deseada por el Padre.
¿La recuerdas? Es la palabra que Jesús dirige al Padre en el Huerto de Getsemaní y da sentido a su pasión, seguida
de su resurrección.
Pero Cristo no esperó a ese día para conformar su voluntad con la de Dios. Lo hizo toda la vida.
Si ésa fue la
conducta de Cristo,
ésta debe ser la
actitud de todo
cristiano. También
tú debes repetir en
tu vida:
«No se haga mi voluntad, sino la
tuya».
Quizás hasta ahora no lo has pensado, a pesar de estar bautizado y ser hijo de la Iglesia.
Tal vez has reducido esta frase a una expresión de resignación que se pronuncia cuando no se puede
hacer otra cosa. Pero no es ésta su verdadera interpretación.
Escúchame. En la vida puedes elegir dos direcciones: hacer tu voluntad o hacer
libremente la voluntad de Dios.
Y tendrás dos experiencias: la primera será rápidamente desalentadora, porque quieres ascender el monte de la
vida con tus ideas limitadas, con tus medios, con tus pobres sueños, con tus fuerzas.
De ahí surgirá, antes o después, la experiencia de la rutina de una existencia que te llevará al aburrimiento,
a no concluir nada, a una vida gris y, a veces, a la desesperación.
Y de ahí todavía, al final, una muerte que no deja huella: alguna lágrima y el inexorable olvido total y universal.
La segunda experiencia es ésa en la que tú también dices:
De ahí una vida monótona que, aunque le quieras dar color, no satisface nunca tus aspiraciones más profundas. Lo tienes
que confesar. No puedes negarlo.
«No se haga mi voluntad, sino la
tuya».
Mira: Dios es como el sol. Del sol parten muchos rayos que llegan a cada hombre.
Son la voluntad de Dios para ellos.
En la vida, el cristiano y todo hombre de buena voluntad está llamado a caminar hacia el sol, en la
luz de su propio rayo, único y diferente de todos los demás. Y así realizará el maravilloso y particular
designio que Dios tiene sobre él.
Si tú también haces así, te sentirás arrastrado hacia una divina
aventura jamás soñada. Serás actor y espectador a la vez de algo grande, que Dios realiza en ti y, a
través de ti, en la humanidad.
Todo lo que te suceda, como dolores y alegrías, gracias y desgracias, hechos notables (como éxitos y fortuna, accidentes o
muertes de seres queridos), hechos insignificantes (como el trabajo cotidiano en casa, en la oficina o en el colegio), todo, todo adquirirá un significado nuevo, porque te llega de la mano de Dios
que es Amor.
Él quiere o permite cada cosa por tu bien. Y si al principio lo piensas sólo con la fe, luego verás con los ojos del alma un hilo de oro que une los acontecimientos y las cosas, y
compone un magnífico bordado: el designio que Dios tiene para ti.
Quizás esta perspectiva te atrae. Quizás quieres sinceramente dar un sentido más profundo a tu vida.
Entonces escucha: Primeramente te diré cuándo tienes que hacer la voluntad de Dios.
Piensa un poco: el pasado ya se ha ido y no puedes recuperarlo. No te queda más que ponerlo en la
misericordia de Dios. El futuro todavía no existe. Lo vivirás cuando sea real. En tus manos sólo tienes el
momento presente. En él tienes que tratar de realizar la palabra:
«No se haga mi voluntad, sino la
tuya».
Cuando quieres hacer un viaje –y la vida es también un viaje– estás tranquilo sentado en tu asiento. No se
te ocurre caminar adelante y atrás por el vagón. Así haría quien quisiera vivir la vida soñando un futuro que no existe todavía, o pensando en el
pasado que nunca volverá.
No: el tiempo camina por sí solo. Es necesario estar quietos en el presente y así llegaremos a la
realización de nuestra vida aquí abajo.Me preguntarás: ¿Pero cómo puedo distinguir la
voluntad de Dios de la mía?En el presente no es difícil saber cuál es la voluntad
de Dios. Te indico un camino.
Escucha dentro de ti: hay una voz sutil, quizás sofocada muchas veces por ti y que
casi se ha hecho imperceptible. Pero escúchala bien: es la voz de Dios, y te dice que ése es el momento de estudiar, o de amar a quien lo necesita, o de trabajar, o de superar una tentación, o de cumplir un
deber de cristiano, o de ciudadano.
Te invita a escuchar a alguien que te
habla en nombre de Dios, o a afrontar
con valor situaciones difíciles…
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Escucha, escucha. No hagas callar esa voz: es el tesoro más precioso que posees.
Síguela.
Y entonces, momento tras momento, irás
construyendo tu historia, que es
historia humana y divina a la vez, porque la llevas a cabo tú en
colaboración con Dios. Y verás maravillas: verás lo que puede realizar Dios en una
persona que dice con toda su vida:
«No se haga mi voluntad, sino la
tuya».
“Palabra de Vida”, publicación mensual del Movimiento de los Focolares.
Texto de: Chiara Lubich (8/1978)Gráfica de Anna Lollo en colaboración con don Placido D’Omina
(Sicilia - Italia)