Orgullo y HumildadPedro Gaia – Madrid, Marzo 2015
Buenas noches! Que la paz de Jesús sea con nosotros!
Sentía el peso de la caída. Mucho más que el dolor físico, me
angustiaba el gran vacío de respuestas que sentía.
¿Quién soy? ¿El hebreo de pura cepa, hijo de la ciudad de Tarso y
por lo que toca a la ley, fariseo? ¿Soy el hombre culto, sabio,
respetado y temido, el orgullo de Jerusalén?
¿Qué hago aquí, arrodillado? Mi poder, mi espíritu de justicia, mi
lucha en la aplicación de las leyes, ¿de que me sirven ahora?
¿Qué luz es esa, que me perturba y fascina?
¿Quién sois, Señor?
¿Qué queréis que haga?
Como Saulo de Tarso en la entrada de la ciudad de Damasco,
también en nuestro día, vislumbramos al Cristo. Pasmados por
su luminosidad, sentimos el corazón llenarse de una claridad
tranquilizadora.
1
Como San Pablo, nos encontramos en el momento decisivo.
Luchamos para superar a nuestro Yo conocido, egoísta, y aceptar
el nuevo Yo, sustentado por la enseñanza de Jesús, donde la
humildad y la comprensión sirven de guía.
Todavía somos como el fariseo, orgulloso y inflexivo, tomados
por dudas, perdidos en nuestra oscuridad interior. Llenos en
nuestro orgullo, insatisfechos en nuestra sed de respuestas.
Ciegos, gateamos en un nuevo camino, sin sentir la arena que
quema bajo las manos. Inseguros, tanteamos en la sombra,
alternándonos entre el sufrimiento y el jubilo, llenos de lagrimas
a caer por las mejillas.
Cautivos de los problemas inmediatos, apenas percibimos la vida
alrededor.
Pero, si!, mismo que débilmente, creemos!
Hay un Sol de Amor sobre nuestras cabezas!
Pero, para verlo necesitamos de ayuda, como la ayuda de
Ananías a Saulo, la ayuda del portador de la Verdad que nos
socorre y finalmente nos permite reabrir los ojos.
Ayuda que nos amplia la visión espiritual. Que nos hace
consientes de la nueva realidad. La verdadera realidad, donde
entendemos porque la felicidad no es de ese mundo. Y que para
alcanzarla, debemos hacernos humildes.
2
Acordando de lo que nos ha enseñado Jesús, “Bienaventurados
los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos”, en
el séptimo capítulo del Evangelio según el Espiritismo, Kardec
hace un análisis del orgullo y de la humildad. Por ejemplo del
orgullo, vemos al sabio, al rico, al noble. Y por ejemplo de
humildad, al servidor, al pobre, al desdichado.
Antes de la segunda mitad del siglo XX, a lo largo de su historia,
la humanidad estuvo marcada por una enorme y muy bien
definida separación económica y social. Amos y esclavos, nobles
y miserables apenas compartían los mismos espacios.
Cuando de la codificación espirita, la clase media era aun muy
incipiente y casi no existía la movilidad social tal cual la
conocemos hoy en día. El que nacía rico o noble, así se quedaría
hasta la muerte, sin que tuviera que hacer mucho esfuerzo para
eso. Al pobre, le tocaría trabajar y sufrir en sus necesidades.
En la Francia de 1850, casi mitad de la población adulta era
analfabeta. El acceso a la información, a la cultura, a la educación
era demasiadamente restricto y caro. En ese contexto, a alguien
con el poder del dinero, del conocimiento, con el poder de los
contactos sociales y políticos, podría resultar difícil controlar a
sus instintos de dominación y de creencia en su superioridad.
Si ponemos atención, casi podemos escuchar al rico francés del
siglo XIX decir:
3
“Soy un semidiós! Disfruto de una vida de confort, y ¿por que
no?, de una vida de excesos! Dime, ¿por qué no voy a cultivar el
orgullo, la soberbia, por que no voy a creerme un elegido de los
cielos? Pues, ¿no es en la glorificación de si mismo que el
aristócrata se reconoce? Si vivo como quiero, en mi mundo,
protegido de la ignorancia, de la privación, me da igual que el
otro nada tenga. Huérfano, enfermo, deforme, hambriento, ¿que
mas me da? Esa fue la vida que le tocó.
Ya ya, me dices que el otro existe. Pues claro, para servirme. Leo
en la Biblia las palabras de Jesús, que debo pensar en el otro, que
el es mi hermano, mi semejante. ¿Cómo mi semejante? Míralo
con esas ropas, con esa tos, con ese hambre que no imagino cual
sea.
¡Que humillante! Que cobarde, como se rebaja! Y me suplica una
ayuda, de ojos bajos, arqueado.
Y dicen que Jesús fue humilde, para salvarnos… Por lo que veo en
el mundo, además de llevarlo a su vía crucis, no le ha servido de
mucho eso de la humildad.”
Cuantas veces no hemos escuchado a alguien decir eso? Por
tantos que se creían muy sabios, muy nobles y ricos. Y otras
veces, ¿no fuimos nosotros mismos a decir y a pensar, de esa
manera?
4
Sin embargo tantas veces ya escuchamos también el mensaje de
Amor Supremo de Jesús! Y porque insistimos en ignorarlo y
olvidarlo, la Bondad Divina, que es infinitamente mas
perseverante que el mal, ofrécenos una y otra oportunidad.
Con sus palabras, y su ejemplo, Jesús vino aproximar el hombre a
Dios, enseñando que la humildad, la misericordia y la caridad
equivalen a un acto de amor a Dios y al prójimo.
“Luego que Jesús hubo pronunciado esta divina palabra: Amor,
hizo con ella estremecer a los pueblos. El Espiritismo, a su vez
viene a pronunciar la segunda palabra del alfabeto divino, la
‘Reencarnación’ ”.1
El Espiritismo viene aclararnos lo que no querríamos entender.
Su “palabra levanta la piedra de las tumbas vacías, y revela al
hombre ofuscado la razón de ser hermano de su prójimo”.
Explícanos que el otro, iracundo o servil, odioso o perezoso,
ignorante o orgulloso, ese otro, con sus defectos y errores, es hoy
lo que fuimos en otras vidas. La lógica del espiritismo nos hace
ver que ese prójimo esta mas cerca de nosotros de lo que nos
gustaría admitir.
El Espiritismo nos hace aceptar que el prójimo soy yo mismo.
La doctrina espirita nos ayuda a transformar el ser pesado de
antaño en el espirito liberto, conocedor de que la muerte no
existe. Permítenos escapar del sufrimiento moral que a tantos
aflige. 1
ESE cap XI - A lei de amor - Lazaro
5
“El Espiritismo bien entendido, cuando identificado con las
costumbres y creencias, transforma los hábitos, usos y
relaciones sociales”2 , permitiendo descubrir la capa que recubre
los mitos, que nada más son que la representación de la
experiencia humana.
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En la mitología griega, Hércules y sus 12 tareas reflejan la
transformación del ego inferior en espíritu elevado, a través de
sus caídas, superaciones y éxitos.
En una de sus pruebas, Hércules debió vencer a la Hidra de
Lerna, una serpiente acuática con numerosas cabezas. Un
monstruo de tal fealdad, que parecía hecho de todos los peores
pensamientos y miedos de la humanidad. Una bestia que
mientras devoraba a la población, arruinaba los campos con su
respiración venenosa, transformándoles en estériles pantanos.
La atmósfera odiosa de Lerna desalentaba a todos los que ahí
llegaban. Al inicio, Hércules casi fue vencido por el terrible olor
del lugar. Más de una vez, el temió ser succionado por su
peligrosa arena movediza.
2 LE preg 917
6
Después de encontrar la guarida de la Hidra, una caverna donde
reinaba la noche perpetua, en vano Hércules esperó el momento
en que ella saldría.
Entonces el hizo llover flechas ardientes dentro de la caverna y
la Hidra emergió. Rápidamente Hércules se puso en batalla. Para
su sorpresa, a cada cabeza que el cortaba, dos otras nacían en su
lugar.
Percibiendo que era imposible vencer solo y a través de la
fuerza, Hércules pidió ayuda a su sobrino, Yolaus. Ahora con
ingenio, mientras Hércules cortaba las cabezas a la Hidra, Yolaus
quemaba sus cuellos, para que no volvieran a crecer.
7
El orgullo es nuestra Hidra, un horrible monstruo formado por el
espectro de los males que acumulamos del pasado, que se
esconde dentro de las oscuras cavernas de nuestra mente. Solo
después de descubrirlo, y enfrentarlo con valor y razón, es que
podremos vencerlo.
Si nos fijamos en el cuerpo del orgullo, vemos destacarse las
cabezas de la autosuficiencia, de la independencia, de la
soberbia, de la arrogancia y de la autorreferencia.
Autosuficiente, el orgullo nos hace creer que ya tenemos todas
las respuestas y soluciones. Guiados por el orgullo pasamos a
creer que ya no necesitamos ayuda. Y nos desconectamos del
mundo, transfiriendo nuestra atención del alrededor hacia
nuestras capacidades, que nos parecen superiores a lo que de
verdad son.
Desconectados del mundo, nos desconectamos también del otro.
Independientes, nos aislamos en la búsqueda de la satisfacción
de nuestros propios intereses. Adentrados en la autosuficiencia,
creemos que no necesitamos del otro, olvidados de la ley de la
interdependencia, explícita en la naturaleza.
8
Egocéntricos y Aapartados del prójimo, impedimos que ese
nossu ayudea y desperdiciamos oportunidades de ayudarle, en
sus necesidades. Denegamos entrada a nuestras vidas, por
miedo de mostrarnos como de verdad somos, por miedo de que
veamos nuestras limitaciones y fallas expuestas y reconocidas
por el otro.
Infalibles en la soberbia, pendientes de las apariencias,
suponemos ser los merecedores naturales de lo que sea, por
sentirnos muy grandes e importantes. En la ilusión de
superioridad, pasamos a compararnos con el otro. Ensalzamos
nuestros méritos y criticamos al prójimo, ignorando que somos
tan susceptibles de faltas como nuestro hermano.
Arrogantes, creemos tener más razón que un santo,
minimizando el aporte de los demás. Olvidamos que jamás el
éxito es el resultado de un esfuerzo solitario, sino el reflejo de
múltiples factores, donde hemos sido apenas un instrumento
más para su realización.
Despistados en la autorreferencia, nos sentimos imprescindibles
y no confiamos en nadie más que en nosotros mismos.
Pretendemos que si todos fueran como nosotros, el mundo seria
el paraíso. Deslumbrados en la quimera del Yo distorsionado,
negamos el obvio: que el trabajo, la familia, el mundo ya existía
antes de nuestra llegada y sobrevivirá a nuestra partida.
9
Al impedir que uno se reconozca como de verdad lo es, al nos
alejar de la realidad, el orgullo se torna el gran enemigo de
nuestra felicidad.
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Decía Hipocrates, y lo han reiterado Paracelso y Hahnemann,
que sin embargo, la diferencia entre el veneno y la medicina está
en la dosis.
Si el orgullo está incorporado en el espíritu, debemos emplearlo
como fuerza motriz para dominar nuestras debilidades y de esa
forma, subir poco a poco, hasta llegar a la cumbre de nuestro
desarrollo.3
Sentirse orgulloso de si mismo por algo que se hizo bien es
saludable, porque genera la confianza positiva que nos fortalece
para intentar algo nuevo.
El orgullo bien aplicado, nos permite valorarnos a nosotros, a lo
que somos capaces, a nuestros propios logros, y también a los
logros y acciones de los demás.
Sin el orgullo, no hay deseo de avanzar. Sin ese deseo, no hay
manera de aspirar a algo mejor, y sin esa aspiración no hay
esfuerzo en mejorarse.
En la alquimia del espíritu, el veneno del orgullo se transforma
en la medicina de la perseverancia, que potencia la capacidad de
trabajo del espíritu, y le ayuda en el desarrollo de sus virtudes.
3 Ceu inferno cap IV – Principe Ouran – Guia do medium
10
11
Según Aristóteles, toda virtud es una potencia, una fuerza de
acción que confiere a la persona su verdadero valor, y se
transforma, al final, en su forma de ser, adquirida y duradera. La
virtud es lo que somos en esencia, porque hemos llegado a serlo.
Por eso en los hombres y mujeres virtuosos, sus virtudes se
revelan con naturalidad.
A través de nuestras vidas y experiencias, alcanzamos y
sumamos múltiples virtudes, que conforman, en nuestro
espíritu, nuestro conjunto de valores morales.
Personales y intransferibles, esos valores se manifiestan de
manera singular en cada individuo. Lo mismo ocurre con los
vicios, que las virtudes vienen a combatir en una dura pelea.
Imaginaban los griegos antiguos que toda virtud es una cumbre
entre dos vicios, como la cresta de una montaña entre dos
abismos.
El abismo del orgullo es uno de los lugares más oscuros del
espíritu, donde se originan muchas enfermedades de la psique
humana. Cuando, en una marcha incansable, logramos salir de
ese sombrío valle, al sobrepasar las nubes del egoísmo,
encontramos una de las más luminosas cumbres de la moral:
¡La Humildad!
12
No por casualidad, la humildad es una virtud humilde. Antes que
nada, la humildad enseña que ningún portador de virtudes debe
vanagloriarse de sus valores morales. La humildad hace a las
otras virtudes discretas, convierte el humilde en un Ser
consiente de sus limites, de todo lo que es y, principalmente, de
lo que no lo es.
Cuando nos creemos más de lo que somos, desdeñamos de la
verdad, y de esa manera despreciamos a Dios y a nosotros
mismos. Cuando no reconocemos lo que somos, nuestro entorno,
nuestra vida, nuestro lugar en la eternidad, caemos en el
autoengaño y permanecemos en la ignorancia. Y en la ignorancia
está viva la semilla del orgullo.
Descuidados, nos hundimos en un terrible circulo vicioso. Sobre
la semilla del orgullo, echamos el fertilizante del poder, que
volverá a alimentar aun más nuestro orgullo.
Atrapado en una adicción psicológica, nuestro subconsciente nos
avisa que necesitamos el poder para aplacar nuestra sed de
superioridad.
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13
Como me imagino que pocos aquí sufren de ese mal, me gustaría
invitaros a un ejercicio de imaginación.
Imaginemos que entra ahora en esa sala el genio de los deseos. Y,
muy simpático diga a cada uno: “Buenas noches! ¿Te gusta el
poder, si? Entonces te voy a conferir un deseo. Si, solo uno, pues
con eso de la crisis… ya lo sabes, las opciones se fueron
acortando. Bueno, piensa en alguien con muchísimo poder! Un
político, un artista, un financiero, un futbolista; tu jefe. Que te
parece esa persona, sus actos, su conducta? Ya está? Pues te voy
a poner en el lugar del otro, te otorgo ese puestazo! Listos? Ah,
no lo estas? Y tu tampoco? Da igual…. Vámonos!!!!”
14
En general, cuando uno se imagina en una posición de poder,
suele creer que podría hacer distinto, y mejor, claro, que el otro.
No obstante, condescendientes, repetimos que “el poder tiende a
corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”4. O sea,
pensamos que además de incapaz, la persona ya tenia una
tendencia a ser de esa manera, orgullosa, soberbia, arrogante.
Pero estamos seguros que con el poder se le fue la olla…
Sin embargo algunas investigaciones psicosociales sostienen que
cuando uno tiene mucho poder, decidiendo sobre muchas cosas
y muchas vidas, su relación con la realidad se pierde. El que
detiene el poder termina por crear su propio mundo, una especie
de realidad virtual, donde es muy difícil evadirse.5 Immanuel
Kant, en el siglo XVIII ya afirmaba que “El disfrute del poder
corrompe de manera inevitable el juicio de la razón y pervierte
su libertad.”
Sin importar el nivel de poder que detenemos, cuando nos
sentimos en una posición de superioridad, con un familiar, un
empleado, un encargado, un indigente en la calle, reiteradas
veces somos tomados por nuestras propias limitaciones. Sordos
al bien, nos olvidamos de tratar a los demás como un fin y no
como medio para lograr nuestros objetivos6.
4 Lord Acton
5 Alonso Salazar - escritor colombiano
6 Kant
15
Nos olvidamos, principalmente, del mayor mandamiento de
Jesús, recordado por el apóstol Pablo, en su carta a los romanos:
“El que ama al prójimo ha cumplido la ley. En efecto, todo se
resume en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo.
La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es la ley en su
plenitud”7
Jesús, el gran psicólogo de la humanidad, conocía como nadie
nuestras limitaciones morales y el esfuerzo que debemos
emprender en el camino hacia la redención. Recordando la
preocupación que debemos tener en el control de nuestra índole,
nos alentó diciendo: “Velad y orad para que no entréis en
tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.”8
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Atento al potencial corruptor del poder, el papa Francisco en su
discurso a la Curia Romana, en vísperas de la Navidad de 2014,
hizo un llamamiento a sus cardenales para “mejorarse, a
mejorarse siempre y a crecer en comunión, santidad y sabiduría
para realizar plenamente su misión”.9
El mensaje del papa al corazón intelectual y administrativo de la
Iglesia, es tan poderoso y universal que lo podemos trasladar
para nuestra evaluación personal de conducta.
7 (Rm 13, 8-10)
8 Mateo 26:41
9 http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2014/december/documents/papa-francesco_20141222_curia-
romana.html
16
Diciendo que “todo cuerpo está expuesto a los males, al mal
funcionamiento y a la enfermedad”, el papa presentó un listado
de 16 enfermedades psicológicas del espíritu. Aquí destacamos 8
de esas molestias, todas frutos del orgullo:
• Primero está el mal de sentirse «inmortal», «inmune», e incluso
«indispensable». El que no se autocrítica, que no se actualiza,
que no busca mejorarse, es un cuerpo enfermo. Una simple visita
a los cementerios podría ayudarnos a ver los nombres de tantas
personas, alguna de las cuales pensaba quizás ser inmortal,
inmune e indispensable.
Es el mal también de aquellos que se convierten en amos, y se
sienten superiores a todos, y no al servicio de todos. Esta
enfermedad se deriva a menudo de la patología del poder, del
«complejo de elegidos», del narcisismo que mira
apasionadamente la propia imagen y no ve la imagen de Dios
impresa en el rostro de los otros, especialmente de los más
débiles y necesitados.
• Segundo, existe el mal de la «petrificación» mental y espiritual,
es decir, el de aquellos que tienen un corazón de piedra y son
«duros de cerviz»10; de los que, a lo largo del camino, pierden la
serenidad interior, la vivacidad y la audacia.
10 (Hch 7,51);
17
Es peligroso perder la sensibilidad humana necesaria para
hacernos llorar con los que lloran y alegrarnos con quienes se
alegran. Ser cristiano, en efecto, significa tener «los sentimientos
propios de Cristo».11 Sentimientos de humildad y entrega, de
desprendimiento y generosidad.
• También existe la enfermedad del «Alzheimer espiritual», el
olvido de la «historia de la salvación», de nuestra historia
personal con lo espiritual. Es una disminución progresiva de las
facultades espirituales que, en un período de tiempo más largo o
más corto, causa una grave discapacidad de la persona, que pasa
a vivir un estado de dependencia absoluta de su manera de ver el
mundo, a menudo imaginaria. Lo vemos en los que han perdido
el recuerdo de su encuentro con el Señor; en los que dependen
completamente de su presente, de sus pasiones, caprichos y
manías; en los que construyen muros y costumbres en torno a sí,
haciéndose cada vez más esclavos de los ídolos que han fraguado
con sus propias manos.
• El cuarto es el mal de la rivalidad y la vanagloria. Es cuando la
apariencia, el color de los atuendos y las insignias de honor se
convierten en el objetivo principal de la vida, olvidando las
palabras de san Pablo: «No obréis por vanidad ni por
ostentación. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad
el interés de los demás».12
11 (Flp 2,5).
12 (Flp 2,3-4).
18
• Existe también el mal de la indiferencia hacia los demás. Se da
cuando cada uno piensa sólo en sí mismo y pierde la sinceridad y
el calor de las relaciones humanas. Cuando el más experto no
pone su saber al servicio de los colegas con menos experiencia.
Cuando uno tiene conocimiento de algo positivo y lo retiene para
sí. Cuando, por celos o pillería, se alegra de la caída del otro, en
vez de levantarlo y animarlo.
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• El sexto es el mal de la cara fúnebre. Es decir, el de las personas
rudas y sombrías, que creen que, para ser serias, es preciso
untarse la cara de melancolía, de severidad, y tratar a los otros –
especialmente a los que considera inferiores – con rigidez,
dureza y arrogancia. En realidad, la severidad teatral y el
pesimismo estéril son frecuentemente síntomas de miedo e
inseguridad de sí mismos. Hay que esforzarse por ser una
persona educada, serena, entusiasta y alegre, que transmite
alegría allá donde esté.
Un corazón lleno de Dios, se le nota a simple vista, es un corazón
feliz que irradia y contagia la alegría a cuantos están a su
alrededor. No perdamos, pues, ese espíritu alegre, lleno de
humor, e incluso autoirónico, que nos hace personas afables, aun
en situaciones difíciles.
19
• En séptimo, el mal de acumular que se produce cuando se
busca colmar un vacío existencial con la acumulación de bienes
materiales, no por necesidad, sino sólo para sentirse seguro.
En tiempos pasados, los jesuitas españoles describían la
Compañía de Jesús como la «caballería ligera de la Iglesia». En un
traslado, un joven jesuita, mientras cargaba en un camión sus
numerosos haberes: maletas, libros, objetos y regalos, oyó decir
a un viejo jesuita de sabia sonrisa que lo estaba observando: «¿Y
esta sería la “caballería ligera”?».
Cuando de la muerte, no podremos llevarnos nada material con
nosotros y todos nuestros tesoros terrenos nunca podrán llenar
ese vacío existencial, es más, lo harán cada vez más exigente y
profundo. La acumulación solamente hace más pesado el camino
y lo frena inexorablemente.
• Y el último: el mal de la ganancia mundana y del
exhibicionismo, cuando se transforma el servicio en poder, y su
poder en mercancía para obtener beneficios mundanos o más
poder. Es la enfermedad de las personas que buscan
insaciablemente multiplicar poderes y, para ello, son capaces de
calumniar, difamar y desacreditar a los otros.
Estos males pueden afectar tanto en el plano individual como en
el comunitario y son naturalmente un peligro para toda persona,
y también para toda familia o grupo social.
20
Es preciso curar toda enfermedad. Además de una decisión
personal y comunitaria, la curación es también fruto del tener
consciencia de la enfermedad, y de soportar el proceso de cura
con paciencia y perseverancia.
Jesús afirmo que son “Bienaventurados aquellos que lloran,
porque serán consolados”. Enseño Jesús, en palabras y ejemplos,
que debemos vivir el dolor aceptando la realidad de la vida con
confianza y esperanza, colocando también en el sufrimiento el
amor de Dios y del prójimo.
Mientras en el poder encontramos la semilla del orgullo, en el
interior del dolor, encontramos la semilla de la humildad.
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Todo sufrimiento es la ocasión de practicar y fortalecer la
humildad. Cuando tomamos consciencia de una enfermedad, es
también cuando nos hacemos conocedores de nuestras
limitaciones, de cómo somos falibles. Es la gran oportunidad de
entender y aceptar que no somos dioses. Es la dura confirmación
del limitado control que podemos ejercer sobre nuestras vidas.
Si no llegamos a la humildad por la vía del esfuerzo, de la labor
moral, no hay otro remedio que llegar a la humildad a través del
dolor. Pues solo de esa manera es que pasamos a percibir con
mayor claridad lo pequeño que somos.
21
Ya consciente de su misión como apóstol del evangelio, san
Pablo escribió que “si yo quisiera gloriarme, no sería insensato,
porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie piense de mí
más de lo que en mí ve.
Y para que la grandeza de las revelaciones de Jesús no me
exaltase en demasia, me fue dado un aguijón en mi carne, para
que yo no me enaltezca sobremanera.”13
“Soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser
llamado apóstol, porque perseguí a Jesús. Pero por la gracia de
Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo,
antes he trabajado más que todos los otros apóstolos.”14
San Pablo demuestra el orgullo conciente por contentarse con si
mismo y valora a sus logros. Aun así, manteniendo el espíritu
humilde, el acepta a su éxito como el fruto de un formidable
esfuerzo, porque sabia que hay que reconocerse sin ilusionarse.
Sabia que no hay que creerse el más grande, tampoco el peor de
los seres. Pues en ese caso, en nuestro esfuerzo de escapar del
valle del orgullo, rodeamos la cumbre de la humildad para volver
a caer en otro valle, el de la bajeza.
En ese desolado valle, encontramos la falsa humildad, un
monstruo de dos cabezas: el menosprecio y el desprecio de uno
mismo. El poder hipnotizador de la falsa modestia lleva el
espíritu a rebajarse sin razón, a privarse de su propia dignidad.
13 San Pablo, 2 Corintios, v 12
14 San Pablo, - 1 Corintios, v 15.1-58
22
Uno pasa a desconocer su valor real, hasta llegar a anularse de
cualquier acción elevada, por no sentirse capaz de realizarla.”15
Para el filosofo Espinoza, “aquellos que parecen estar más llenos
de menosprecio hacia si mismos y de humildad, generalmente
son los que están más llenos de ambición y de envidia.”
El falso humilde contestaría a Espinoza diciendo: “Me conozco
demasiado bien como para glorificarme de lo que soy. Más bien
necesito toda la misericordia de la que soy capaz para poder
solamente soportarme…” Pero, al fin y al cabo, no seria eso
rebajarse para afirmarse como un superhombre? En su vana
pretensión de exhibirse muy humilde, uno se revela muy
orgulloso.
El que se cree conocedor en plenitud de si mismo, en su íntimo
se cree un semidiós. En ese autoengaño, el falso humilde
subvierte el sentido de la humildad, de reconocerse tal como lo
es, en sus defectos y virtudes. Pasa a creer que el limitado
conocimiento de su Yo ya le basta y menosprecia su real
divinidad. Con esa actitud, el falso humilde se convierte tan ateo
con respecto a sí mismo como el no creyente lo es con respecto a
Dios.16
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15 Andre comte – pequeno tratado virtudes
16 Andre comte – pequeno tratado de las virtudes
23
¿Cómo es posible que uno valga desvalorizándose?, si la
humildad es la conciencia y el sentimiento del poco valor que
uno tiene en comparación con la Ley. La verdadera humildad es
la conciencia de nuestra pequeñez frente al divino que un día
podremos llegar a ser y, principalmente, frente a Dios. 17
La falsa humildad es el reflejo del orgullo, que ocurre, según
Kardec, cuando la persona empieza a tener tan alta opinión
formada de si mismo y de su superioridad que empieza a mirar
las cosas divinas como indignas de su atención.18 Abrazarse a la
falsa modestia no es subir a la cumbre de la humildad, es alejarse
del principal mandamiento del Cristo: amar a Dios sobre todas
las cosas y al prójimo, como a uno mismo. Pues ¿cóomo puede
alguien puede uno amar a Dios sin amar al prójimo? Y como
amar al prójimoa su hermano sin primero amar primero a unosi
mismo?
Para ser de verdad humildes, hemos de admitir nuestras faltas.
Debemos abrirnos y sincerarnos conozco, con el otro, con la
vida. Porque “la sinceridad sin ilusiones, es para el sincero una
continua lección de modestia. Y viceversa, la modestia favorece
el ejercicio del autoanálisis sincero.”19
En ese ejercicio seguramente llegaremos a un punto clave, en un
momento de crisis, de revisión de lo que realmente somos. Y
también aquí el genio de los deseos nos acuerda que no nos
17 Kant
18 El evangelio según el Espiritismo - CAPÍTULO VII - Bienaventurados los pobres de espíritu
19 andre comte – pequeño tratado de las grandes virtudes
24
restan muchas opciones: hay que elegir entre amar a la Verdad o
amarse a si mismo.
Ser humilde es elegir a todo momento amar a la verdad más que
a si mismo. Es trabajar en la búsqueda de la Verdad Divina. Por
lo más doloroso que sea, es aceptar que es justo ese esfuerzo que
nos hace libertos de las ilusiones. Ser humilde es ante todo
reconocernos como en realidad somos. Ser humilde es entender
y aceptar Es aceptar la vida, los sufrimientos, l. Las causas y
efectos.
Cuando seamos consientes de nosotros mismos, llegaremos a
entender también al otro. Y es en la comprensión y aceptación
del otro que encontraremos las claves para un día llegar a
entender a Dios.
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En el bellísimo libro Jesús y el evangelio, Joanna de Angelis hace
un estudio sobre el legado psicológico de la enseñanza del Cristo
y cómo alcanzaremos la liberación de nuestros espíritus a través
del amor. Según Joanna, “toda la esencia de la vida se encuentra
establecida en el amor. El ser vive para amar y ser amado,
iluminar la oscuridad y hacer prevalecer su individualidad.
El amor es la terapia eficiente para la superación de la sombra,
es la medicina para el ego enfermo.
25
Amar es abrir el corazón sin reservas, sin sentimientos de
oposición, siempre favorable al bien. Amar es nunca ofenderse.
El amor es un mecanismo de compasión y misericordia para
consigo y principalmente para con el prójimo.
El amor es el lazo sutil que une el interior al exterior del ser.
Es gracias al amor que las relaciones alcanzan su plenitud,
porque el egoísmo cede lugar al altruismo. Cuando amamos,
superamos nuestra propia humanidad, elevándonos hacia el
mundo espiritual.
Jesús, el Ser más notable de la Historia, es el ejemplo más
elocuente del amor. Vivió en una época en que predominaba la
ignorancia individual y colectiva, como ocurre también en
nuestros días. Así mismo, Jesús separo el lado oscuro de la
sociedad y de las criaturas, iluminando las conciencias con la
propuesta de liberación por medio del conocimiento de la
Verdad e integración en los postulados soberanos del amor.
El Cristo nos ha demostrado como en la existencia terrena el ego
cede lugar a favor del prójimo. Jesús luce el amor, en su ejemplo
de abnegación, transformando una condición existencial efímera
hacia otra espiritual y eterna.
26
Sometido a las pruebas por las cuales pasan todas las criaturas,
su trayectoria quedó marcada por las más vigorosas paginas de
la comprensión y de la mansedumbre para con todos, ejerciendo
la autoridad y el cariño en perfecta armonía, sin perder el
equilibrio ni la afectividad.
Su revolución por medio del amor suplantó todo cuanto antes
fuera presentado por el pensamiento humano, invirtiendo las
propuestas sociales y políticas que primaban por la superioridad
del ego dominante.
Jesús exalta el nacimiento del Yo profundo, de carácter eterno y
muy por encima de todas las obligaciones transitorias del
mundo físico.”20
Jesús nunca ha desperdiciado la oportunidad de enseñar la
misericordia y la caridad implantadas en el “amarás a tu prójimo
como a ti mismo”.
20 Joanna de Angelis - Jesus y el evangelio - Liberacion por el amor
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En una potente metáfora de nuestra ascensión espiritual, el
Maestro Jesús elige subir al Monte para ofrecer a la humanidad
un nuevo código de conducta, ahora basado en el Amor y en la
Justicia, resumido en esas palabras21:
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy
nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.
21 Mateo, cap 6 – v 9-13
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Ojala podamos a todo momento, superando el orgullo y siendo
conscientes de nuestra humildad, reflejar esas palabras en
nuestros pensamientos, palabras y conducta.
Ojala a lo largo de nuestra caminada, tengamos la felicidad de un
día decir, como el Convertido de Damasco: “ya no soy yo el que
vive, sino es el Cristo quien vive en mí!”22
Que la paz de Jesús siga con nosotros, hoy y siempre.
22 Gálatas 2:20
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