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Pequeña Liebre y la TIERRA RETUMBANTE

Date post: 10-Mar-2016
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Viaje a Anchorage El 27 de marzo de 1964 fue un día que Luisa iba a llegar a odiar y a amar. Pero como su abuelo decía siempre: “¡De lo increíble surge lo común!”.
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Page 1: Pequeña Liebre y la  TIERRA RETUMBANTE

ISBN-13:978-0-547-03829-2ISBN-10:0-547-03829-1

1034064

4.3.2

Nivel: S

EDL: 40

Género: Ficción histórica

Estrategia: Visualizar

Destreza: Secuencia de sucesos

Número de palabras: 1,496

HOUGHTON MIFFLIN

Libritos niveladosen línea

HOUGHTON MIFFLIN

por Gerard Danielsilustrado por David Sheldon

TIERRA RETUMBANTE

Pequeña Liebrey la

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4 Navegar hacia un lugar seguro

Pequeña Liebre y la tierra retumbante

Dos contra el Mississippi

Lecturas niveladas

Número de palabras: 1.496

1505334

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Page 2: Pequeña Liebre y la  TIERRA RETUMBANTE

por Gerard Danielsilustrado por David Sheldon

Pequeña Liebre y la

TIERRA RETUMBANTE

Copyright © por Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este trabajo puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma o medio, electrónica o mecánicamente, incluyendo fotocopia o grabación, ni por ningún sistema de almacenamiento de infor-mación, sin el permiso por escrito del propietario de los derechos del contenido, a menos que dicha copia esté expresamente permitida por las leyes federales de propiedad intelectual. Cualquier solicitud de permiso para copiar cualquier parte de este trabajo debe ser enviada a Houghton Mifflin Harcourt School Publishers, atención Permisos, 6277 Sea Harbor Drive, Orlando, FL. 32887-6777.

Impreso en Chile

ISBN: 978-0-547-03829-2 ISBN Edición Chile: 978-0-547-87361-9

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La posesión de esta publicación en formato impreso no autoriza a los usuarios a convertir esta publicación, o cualquier parte de ésta, en formato electrónico.

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Viaje a AnchorageEl 27 de marzo de 1964 fue un día que Luisa iba

a llegar a odiar y a amar. Pero como su abuelo decía siempre: “¡De lo increíble surge lo común!”.

El concejo tribal inuit siempre elegía los lugares más alejados para los festivales culturales. Era bastante difícil hacer salir al abuelo de su litera, mucho más detrás del volante para viajar desde la aldea a Anchorage. Luego tendrían que abrirse paso a través del tránsito hasta la casa del hermano de Luisa. Después de eso, aún tendrían que viajar al otro lado de Anchorage para el festival.

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Como siempre, el abuelo practicaba el canto de garganta mientras conducía. Cantaba en voz tan alta que ahogaba el sonido de las llantas que sonaban con estruendo sobre el camino de tierra rocosa. Tal vez, fue por eso que tampoco notaron el murmullo sobrenatural cuando comenzó.

¡Terremoto!Acababan de llegar a la carretera principal que iba

hacia Anchorage y doblaron hacia el pavimento liso. De repente, como en un sueño, Luisa vio que los postes telefónicos a lo largo de la carretera se elevaban uno a uno. Se elevaban 1,80 metros en el aire, como los fanáticos que hacen la ola en un partido de fútbol. Luego se quebraron como ramitas y cayeron al suelo detrás de ellos.

Después, la carretera misma pareció partirse ante los ojos de Luisa. Y aunque estaba bastante segura de que no podrían practicar surf en tierra firme, Luisa sentía como si el automóvil estuviese andando sobre olas líquidas.

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Los árboles saltaban del suelo, pero el automóvil seguía andando. El terraplén que estaba a lo largo del camino se desplomó, exponiendo un nido de raíces mientras los árboles caían. El automóvil rebotaba mientras el suelo temblaba.

—¡Detén el automóvil! —gritó Luisa. Pero su voz quedó ahogada por el rugir de lo que parecía ser un tren de carga interminable que se agitaba debajo de ellos. La tierra estridente aullaba mientras los temblores estremecían todo debajo de ellos.

El abuelo no podía controlar el automóvil y Luisa observaba a los otros autos que saltaban hacia el costado y chocaban entre sí, como carros chocadores en el parque de diversiones.

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Luisa gritaba mientras su abuelo se esforzaba por controlar el automóvil. No había nada que ella pudiera hacer. Alrededor de ellos los automóviles patinaban y la gente se tropezaba.

Continuaron avanzando y las grietas de cinco centímetros de ancho en el pavimento continuaron abriéndose más y más ante sus ojos.

Luego, con un tremendo aullido, un lado de la carretera colapsó debajo de ellos. Un gigantesco bloque de la carretera y la mitad de la colina sobre la que estaba cayeron como si fueran un ascensor enloquecido. Arrastró a Luisa, a su abuelo y a media docena de automóviles.

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La tierra transformadaAl principio, Luisa pensó que la otra mitad de la

carretera se estaba elevando, pero luego se dio cuenta de que la tierra estaba adquiriendo una nueva forma. Las casas se movían junto a ellos. Algunas casas se deslizaron enteras por la colina. Otras se rompieron mientras rodaban y rodaban.

Las tuberías de agua y los tubos de las alcantarillas se quebraron y luego salían expulsados de la colina. Las líneas eléctricas y de gas pendían en el aire como espaguetis cocidos. El agua y las chispas salían de todas partes, y salían llamas de las ruinas de los edificios que se habían partido en dos.

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Parecía que todo sucedía en cámara lenta. El abuelo ya no conducía, pero el automóvil no se detenía.

De pronto, el automóvil golpeó el suelo con un ruido sordo. El suelo pareció detenerse bruscamente, y las llantas rebotaron hacia el aire. Luisa y el abuelo rebotaron también en el asiento, y el abuelo se golpeó la cabeza con el techo.

El suelo continuaba estremeciéndose y el rugido espantoso no se callaba. Luisa miró por la ventanilla al puerto que estaba abajo. La bahía estaba más cerca que antes de que comenzaran los temblores.

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Luisa podía ver un inmenso agujero que se arremolinaba en la bahía. Parecía agua que bajaba por un enorme drenaje. Luego del fondo del puerto salió disparado un chorro de lodo. Luisa no podía creer lo que veía. Casas enteras habían desaparecido en el suelo hasta la altura del techo. Los postes telefónicos y eléctricos colgaban de las líneas como dijes en un brazalete. Los ladrillos saltaban de un edificio escolar como palomitas de maíz.

Y luego, tan rápidamente como había comenzado, el ruido ensordecedor se acalló y todo quedó horriblemente silencioso.

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Búsqueda de un camino hacia la seguridad

Los terremotos no eran hechos raros en Alaska, sin embargo, este parecía como algo que ella había visto en una película. Luisa se dirigió al abuelo. Él tenía su cabeza entre las manos.

—Estamos bien, abuelo —Luisa lo tranquilizó. Pero no estaba segura. Los rodeaban los escombros de los edificios colapsados. El camino era una masa inmensa de restos y maderos astillados de las vallas de seguridad. Las pertenencias de la gente estaban diseminadas por todas partes.

La familia de Luisa la llamaba “Miki Ukaliq”, o “Pequeña Liebre”, porque le gustaba correr como una liebre ártica en busca de pasto en la nieve. Ella podía pintar un cuadro desde las cuatro esquinas al mismo tiempo. Comía un poco de todo lo que tenía en el plato antes de volver a comer lo primero que había probado. Ahora, tenía miles de cosas qué hacer, y no sabía por dónde empezar.

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Luego, recordó que podrían enfrentar temblores secundarios que podían ser aun más peligrosos que los primeros temblores espantosos. Sabía que tenía que ser cuidadosa.

Luisa miró a su alrededor. El abuelo estaba sentado frotándose la cabeza. Ella no podía abrir la puerta de su lado porque una gran piedra había rodado hasta detenerse contra la puerta. Se arrastró sobre el asiento y salió por la puerta trasera del lado del conductor. Comenzó a despejar con esfuerzo los restos. Había tantos objetos que quitar que, como una pequeña liebre, trató de empujarlos a todos al mismo tiempo. Como resultado, logró quitar muy pocos.

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Luisa comenzó a sentir pánico. Otros sobrevivientes del terremoto salían de sus automóviles y casas tambaleándose atontados. Nadie podía ayudarla. Afortunadamente, era fuerte para su edad y no tuvo problemas para empujar los arbustos que habían caído rodando por la colina. Luchó con rocas y muebles. El automóvil todavía estaba medio enterrado y el abuelo seguía quejándose.

Se volvió hacia él, jadeando mientras tiraba de la manija de la puerta. —Relájate, pequeña liebre —dijo el abuelo en un susurro—. El hermano Pablo vendrá por nosotros.

Al principio, ella estaba convencida de que no necesitaban a su hermano. Pero cuando vio los cables eléctricos que danzaban como fuegos artificiales, supo que estaba equivocada. Una inmensa torre de agua se había inclinado hacia un lado y el contenido se vertía como si un gigante estuviera derramando su taza de té.

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Pequeño LoboLuisa intentó concentrarse a pesar de la confusión que

la rodeaba. Su problema era que siempre deseaba hacer millones de cosas, entonces le resultaba difícil centrarse en una sola. Justamente el día anterior había deseado tallar su propia flauta, charlar con sus amigas y aprender el antiguo idioma inuktitut... ¡todo al mismo tiempo!

Luisa se detuvo a pensar. Al cabo de un momento de concentración, se le apareció una solución. Si empujaba las rocas a un costado, tal vez podría despejar un sendero adelante del automóvil para poder salir antes de que la colina que tenían detrás se les cayera encima, aplastándolos a ella y al abuelo con su peso.

Se movió lentamente y con gran determinación. Primero, usó un madero que había caído de una casa de vecindad junto a la carretera, para usarlo de palanca y alejar una piedra del costado del automóvil.

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Luego, construyó puentes sobre las grietas más anchas de la carretera usando bloques de contrachapado que también habían caído de la casa de vecindad. Reunió maderos y construyó una rampa que se extendía desde lo que quedaba de la carretera hasta un pequeño camino secundario debajo de ellos. Milagrosamente, el camino todavía estaba intacto.

Después de trabajar un rato, Luisa trepó adonde estaba el abuelo y se aseguró de que estuviera bien.

—Despejé un sendero a través de todas las ruinas —anunció con orgullo—. Es probable que podamos salir.

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—¿Quién necesita a tu hermano cuando tengo a la Pequeña Liebre conmigo? —preguntó el abuelo. Arrancó el automóvil y comenzó a conducir lentamente sobre la ruta de escape que Luisa había despejado.

Al poco tiempo, vieron a Pablo que los buscaba en la bicicleta. El abuelo describió el sendero que Luisa había construido y la voluntad con que lo había hecho.

—A partir de hoy ya no eres la Pequeña Liebre —anunció Pablo—. Ahora eres “Miki Ulva”, o el Pequeño Lobo, el animal más organizado de la naturaleza.

Luisa sonrió. El increíble poder del terremoto le había enseñado una destreza muy sencilla: cómo concentrarse.

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Nivel: S

EDL: 40

Género: Ficción histórica

Estrategia: Visualizar

Destreza: Secuencia de sucesos

Número de palabras: 1,496

HOUGHTON MIFFLIN

Libritos niveladosen línea

HOUGHTON MIFFLIN

por Gerard Danielsilustrado por David Sheldon

TIERRA RETUMBANTE

Pequeña Liebrey la

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4 Navegar hacia un lugar seguro

Pequeña Liebre y la tierra retumbante

Dos contra el Mississippi

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Número de palabras: 1.496

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