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TESIS DOCTORAL
PERIODISMO MGICO
Propuesta de descripcin de los recursos
compositivos y estilsticos de la crnica
deportiva escrita desde la perspectiva de los
estudios literarios aplicados al realismo mgico
Autor: David Fleta Monzn Fdo:
Director: David Vidal i Castell
Fdo:
Doctorado en Medios, Comunicacin y Cultura. Departamento: Medios, Comunicacin y Cultura.
Universidad Autnoma de Barcelona 2015
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SUMARIO
1.- INTRODUCCIN (p. 4)
2.- DELIMITACIN DEL OBJETO DE ESTUDIO Y JUSTIFICACIN DE SU
ELECCIN (p. 11)
2.1.- HIPTESIS (p. 15)
2.2.- MTODO (p. 17)
2.3.- MARCO TERICO (p. 19)
3.- TEORA DEL PERIODISMO (p. 20)
3.1.- INTRODUCCIN (p. 20)
3.2.- UN ENLACE DE SEMIOSIS (p. 27)
3.3.- UN VELO DE PALABRAS (p. 31)
3.4.- LA SOMBRA SIMBLICA (p. 44)
3.5.- LA PALABRA EN EL PERODISMO (p. 47)
RECAPITULACIN (p. 53)
4.- LO VERAZ, LO VEROSMIL Y LO VERDADERO EN EL PERIODISMO (p. 54)
RECAPITULACIN (p. 74)
5.- ACERCA DEL MITO (p. 76)
5.1.- INTRODUCCIN (p. 76)
5.2.- EL LOGOS CONTRA EL MYTHOS (p. 80)
5.3.- EL MITO ES UNA NARRACIN (p. 92)
5.4.- MITO Y MAGIA (p. 96)
5.5.- UNA EXPRESIN LOGOMTICA (p. 109)
RECAPITULACIN (p. 116)
6.- GNEROS PERIODSTICOS E HIBRIDACIN (p. 118)
RECAPITULACIN (p. 131)
7.- LA CRNICA (p. 132)
7.1.- INTRODUCCIN (p. 132)
7.2.- ASPECTOS PRINCIPALES DE LA CRNICA (p. 143)
7.3.- PROPUESTA DE CARACTERSTICAS DE LA CRNICA (p. 167)
7.4.- LA CRNICA DEPORTIVA (p. 178)
7.5. EL DEPORTE COMO DISCURSO MEDITICO DE MASAS EN LA
SOCIEDAD CONTEMPORNEA (p. 190)
RECAPITULACIN DEL APARTADO 7.5 (196)
8.- EL REALISMO MGICO (p. 197)
8.1.- INTRODUCCIN (p. 197)
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8.2.- ORIGEN Y DEFINICIN (p. 199)
RECAPITULACIN (p. 212)
8.3.- CARACTERSTICAS DEL REALISMO MGICO (p. 213)
8.4.- LO MGICO, LO MARAVILLOSO Y LO FANTSTICO (p. 228)
RECAPITUACIN (p. 239)
8.5.- EL REALISMO MGICO Y SU RELACIN CON LO REAL:
CULTURA Y SOCIEDAD (p. 240)
REPACITUACIN (p. 251)
9.- PUNTOS DE ENCUENTRO ENTRE LA CRNICA DEPORTIVA ESCRITA Y
EL REALISMO MGICO (p. 252)
9.1. PUNTOS DE ENCUENTRO DEFINITORIOS O PRIMARIOS (p. 253)
9.2. PUNTOS DE ENCUENTRO COMPLEMENTARIOS O
SECUNDARIOS (p. 276)
9.3. ELEMENTOS COMUNES A POTENCIAR (P. 298)
10.- TABLA DE ANLISIS (p. 306)
11.- ANLISIS CUANTITATIVO (p. 310)
CONCLUSIONES DEL ANLISIS CUANTITATIVO (p. 331)
12.- ANLISIS CUALITATIVO DE CRNICAS ESCOGIDAS (p. 342)
13.- NADAL CONTRA FEDERER, UNA RIVALIDAD DE CARCTER
MTICO (p. 381)
EPLOGO. EL MITO Y EL DEPORTE (p. 401)
RECAPITULACIN (p. 405)
14.- CONCLUSIONES (p. 407)
15.- BIBLIOGRAFA (p. 429)
16.- ANEXO DE CRNICAS ANALIZADAS (p. 442)
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1. INTRODUCCIN
La crnica deportiva no es realismo mgico. Este arranque burdo de tan obvio
pretende sacrificar la sutileza propia de toda captatio benevolentiae y
substituirla por un incomodidad que, como tal, sea recordada a lo largo de
estas pginas, como una china en el zapato. Un brochazo lgico que utilice su
fealdad deliberada para anclar el discurso dentro de la regin que
pretendemos hollar. Un eslogan, y por tanto simplista, que al menos evite
confusiones.
Porque no se pretende aqu extremar la flexibilidad fronteriza de los gneros
hasta incorporar el subgnero deportivo de la crnica periodstica en la
corriente mgicorrealista. Lo que se persigue es el reconocimiento y la
descripcin de ciertos elementos que creemos al menos parcialmente
compartidos entre algunas crnicas deportivas y las obras mgicorrealistas
ms representativas.
Para encontrar el nexo original del que surgen estos parentescos habr que
detenerse en la calidad de la mirada y en el paisaje de lo observado. Un
afronte sensible de una realidad sugerente. Ms all de la polmica entre el
realismo mgico y lo real maravilloso, que encararemos, acerca de dnde
situar el privilegio de lo mgico, si en la perspectiva del narrador o en la
realidad desaforada, parece innegable que los escritores que propagaron por el
mundo la mirada maravillosa (Gabriel Garca Mrquez, Alejo Carpentier, Juan
Rulfo, Miguel ngel Asturias) pisaban una materia prima mtica, legendaria,
algica, musical, oral, que reclamaba a gritos ser entintada en papel. Eran
gritos, eso s, solo audibles por determinadas sensibilidades. El cronista
deportivo, por su parte, observa un par de veces por semana unos juegos
reglamentados profesionales. En ellos, la exacerbada competitividad enfrenta a
las personas mejor dotadas del planeta en el ejercicio de la destreza fsico-
tcnica. Las inevitables identificaciones grupales, las emociones
desamarradas, la persecucin instintiva de la victoria, la ingobernabilidad de
una esfera que, claro, tiende a rodar y escaparse, el esfuerzo impensado, la
creatividad industrializada, el azar determinado por las reglas del juego, el
relato pico y trgico puede afirmarse que lo extrao sera que cada partido
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de ftbol no desembocara, en uno u otro momento, en acciones inasibles para
el logos.
Tanto el escritor mgicorrealista como el cronista deportivo (podramos decir
tanto el escritor como el periodista, pero tambin podramos decir cualquier
escribidor) enfrentan un material con elevada carga algica. Esta puede ser
ignorada, apartada por inconveniente o infantil, no percibida por su categora
esttica, potica o mgica, como de hecho sucede en la mayor parte de las
actividades interpretativas del orden humano. Pero tanto los mgicorrealistas
como algunos relatores deportivos han decidido no solo incorporar ese
material a sus escritos, sino privilegiarlo. Claro que el rescate de lo mtico no
es tarea exclusiva del mgicorrealismo ni del periodismo deportivo. Seran
muchos los ejemplos, rescatemos el de un escritor tan crtico con el llamado
boom de la literatura hispanoamericana (que no es lo mismo que el realismo
mgico y no debe confundirse, pero que convergen en algunos autores y obras,
principalmente Cien aos de soledad) como Ernesto Sabato, doctor en Fsica
que abandon el mundo ordenado de la razn por el influjo del surrealismo, y
que siempre abog por el hombre integral, que ana los contrarios, lo recto
lgico y lo intuido mtico, para acabar conformando lo total humano.
El privilegio por lo extrao, por supuesto, hace inevitable el clich a escala
industrial. A nadie sorprende ya que a Iker Casillas le llamen El Santo, que a
Rosario Central se le aparezca la virgen, que Xavi juegue con el tiempo, Iniesta
reparta caramelos en el terreno de juego y Messi haga todo esto y adems
sonra a la cmara con cara de Mickey Mouse. Por otro lado, tampoco la
ascensin al cielo de Remedios, la bella, el diamante helado de Melquades o
las conversaciones con los muertos de Pedro Pramo se han salvado de las
ms afiladas crticas desde casi todos los puntos de vista, que acusan de
oportunismo mercadotcnico, de eurocentrismo o de primitivismo.
Lo que al cabo nos interesa es cmo unos y otros asumen esta, digamos,
improbabilidad. Cmo reacciona un cronista deportivo ante el hecho innegable
de que Pirlo se convierte en un hroe posmoderno al lanzar su penalti de la
tanda decisiva de la Eurocopa 2012 contra los ingleses al estilo Panenka, esto
es, acariciando la pelota por abajo para provocar una suave comba que rompe
con toda la lgica imaginable. Pirlo decide esto y consigue, como reconocen
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posteriormente los protagonistas del partido, no solo marcar un gol sino robar
la confianza que guardaban los ingleses y repartirla entre sus compaeros. El
centrocampista, recordemos, ejecuta este movimiento ante la mirada
colapsada y global de millones de aficionados que echan un pulso de apoyo y
ojeriza, vtores e insultos, frenes en ambos casos. Cmo aceptar el reto de
relatar semejante desfachatez sin asumir que el futbolista acert a responder a
la exigencia desde la marginalidad. Prob con lo improbable y triunf. La
locura se impuso. Lo inesperado. Lo exquisito. Lo sutil. No hay manera de
narrar su hazaa deportiva sin hacer referencia a la magia, lo milagroso, lo
mtico, lo pico, lo heroico, lo trgico. Es jugossimo que Pirlo confesara en su
biografa que lanz el penalti as como consecuencia de un anlisis meramente
racional: vio que el portero se iba a vencer a un lado y apost por el
lanzamiento ms seguro. Su racionalidad fue nuestra locura. Su locura es
naturalizada y nuestra razn, descompuesta.
Puede objetarse que, si bien la magia, el mito y lo extrao son partes
constitutivas y definitorias del realismo mgico, no lo son solo de l. La
literatura fantstica, por ejemplo, juega con estos mismos mimbres. Cierto
pero, como trataremos de explicar a lo largo de estas pginas, lo que distingue
en esencia a la literatura fantstica del realismo mgico es la manera no
conflictiva en que este asume la irrealidad. Podemos afirmar que el logos y el
mythos conviven en el mismo plano de realidad mgicorrealista, de forma que
los sucesos mgicos sorprenden a lector, pero no tanto a los protagonistas del
relato, que los asumen como parte del juego. De la misma forma que aquella
noche de un junio a punto de gastarse el planeta ftbol no tuvo ms remedio
que obligar a la lgica a dejar paso a la genialidad del trequartista italiano,
igual que el sexto sentido del zaguero atemorizado espera lo inesperable
cuando defiende a Messi. Cuando lo vea aparecer tras de s despus de
haberse volatilizado de enfrente de sus narices una vez ms, no buscar una
cmara oculta, no pensar que est viviendo una pesadilla: ser
perfectamente consciente de que aquello ha vuelto a suceder, aunque sea
incapaz (l y todos los dems) de entender cmo.
Tambin nos adentraremos en el nebuloso campo del mito, un concepto de
dificilsimo manejo no solo por su peso y su complejidad intrnseca como
elemento constitutivo del ser humano sino por su polisemia pasada y
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presente. Un mito puede ser una narracin de las hazaas de hroes y dioses
en el tiempo original, o la verdad que transmiten los poetas, o la mentira que
transmiten los poetas, o la forma en que el humano domestica el mundo, o los
grandes temas pasados, o los grandes temas presentes que se mezclan con las
ms variadas formas culturales, o la emocin, o el smbolo, o la imaginacin, o
el hroe, o el bulo. Un mito puede ser el de Prometeo o puede ser Supermn. O
Maradona, desde todos los ngulos (futbolstico, nacionalista, religioso,
revolucionario, cultural, mercantil). Y todo esto desde el estructuralismo, el
funcionalismo, el formalismo
Ms adelante trataremos de definir ms precisamente qu entendemos por
mito en el contexto reducido de este trabajo, una regin insoslayable de la vida
humana basada en la narracin, la imaginacin, la poesa y las cuestiones
fundamentales. Esta regin intentaremos protegerla de dos enemigos grandes:
el exceso empirista, que si bien es de la mxima necesidad en sus justas
proporciones y ubicaciones tambin ha demostrado una ansiedad omnvora y
saqueadora por querer explicarlo todo desde y solo desde la ptica
experimental-racionalista; y la religin, que podra verse tentada de cobijarse
en la ptica mtica para, a modo de caballo de Troya, tratar de recuperar un
papel central como gua espiritual dogmtico y tornarse otra vez
preponderante en la vida privada y social del hombre. Estamos diciendo que,
en cierto modo, es muy probable que debamos proteger al empirismo y al mito
contra ellos mismos. Ms en los tiempos que corren, caracterizados en
palabras de Llus Duch por la remitizacin salvaje, que no es sino la
consecuencia de la tecnificacin racionalista salvaje. La ciencia, la tcnica y el
mercado, las religiones de nuestro tiempo, los creadores de dogmas
incuestionables, aquello que sujeta nuestros pies al suelo, arrasan con lo no
evidentemente cuantificable, tildado de infantil y primitivo. Mas lo mtico,
constitutivamente humano, no ha sido del todo eliminado porque no puede
serlo, de manera que, al igual que un ro cuyo curso se obstruye, desborda
espacios que no le son propios (hasta el punto de mitificar los propios ciencia,
tcnica y mercado). Este clima cultural de posrealidad, de desorden, de gran
incertidumbre, genera discursos que atacan ferozmente los grandes relatos y
que encuentran en lo mgico, lo potico y lo imaginativo un aliado
incomparable. La proliferacin de blogs y pequeos medios de comunicacin
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en internet amenaza, como un ejrcito de hormigas, con devorar la
cuestionada credibilidad de las grandes cabeceras.
Una vez llegados a este punto podremos comprender mejor a Manuel Vicent
cuando caracteriza la rivalidad del tenis mundial como un duelo entre el
dionisaco Rafa Nadal, el hombre de la tierra, el sudor, el moreno melenudo, y
el apolneo Roger Federer, el jugador celestial, la clase y el clasicismo. Nadal y
Federer funcionan para Vicent como arquetipos, pero es que parecera que
ellos mismos fuerzan sus arquetipos para extremarse y parecerse cada vez
ms a s mismos. Aqu enfrentamos una cuestin que consideramos vital para
el estudio de nuestras sociedades. Nadal y Federer, Messi y Cristiano Ronaldo,
Kobe Bryant y LeBron James, son hroes de nuestro tiempo para una
cantidad nada despreciable de nios y adultos. Las retransmisiones deportivas
copan los primeros puestos de los rankings de audiencia, el Comit Olmpico
Internacional estima que 900 millones de personas vieron en directo la
ceremonia de inauguracin de los Juegos Olmpicos de Londres, la cadena
NBC ha pagado 4.400 millones de dlares para asegurarse los derechos de
retransmisin de los JJOO hasta el ao 2020. Agrade o no, resulta innegable
que el deporte juega un papel decisivo en la configuracin de las mediaciones
a travs de las cuales los ciudadanos interpretamos la realidad. Algunas
experiencias ligadas al deporte son literalmente inolvidables para millones de
personas, debido a que estn estrechamente ligadas a la emocin. De ah la
gran facilidad con que la memoria del aficionado al deporte es capaz de
recordar dnde y con quin vivi aquel momento glorioso de su equipo o
deportista favorito.
En este punto es fcil una descarga en tromba de la crtica. Naturalmente, la
acusacin de narcotismo social, de alienacin que recae sobre el deporte y
sobre la mayora del periodismo deportivo que lo amplifica es en parte
justificada. Argiremos, eso s, que en este caso, y una vez ms, se suele
tomar como causa del problema lo que no es sino parte del problema, que
viene provocado por una causa mayor y ms fuerte. Pese al riesgo de anatema,
muchos intelectuales no se ruborizan al confesar su gusto por el deporte, que
incluso se ha convertido en tema de su trabajo. El deporte no est reido con
la sutileza, pese a que su alta carga emotiva lo haga de fcil consumo para
toda clase de espritus. Pero hay algo ms ah detrs. No nos parece acertado
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cargar al deporte con el saco de la incultura, porque cuando aquel lleg, esta
ya estaba. Quien se niegue a verlo, yerra, y comete un error desproporcionado
porque una mala acusacin conlleva un culpable libre. Una fuerte reduccin
de los contenidos deportivos en los medios de comunicacin no implicara, de
ninguna manera, una mayor culturizacin de la sociedad; quien sigue cada
semana la jornada de liga no cambiara su eleccin por la Crtica de la razn
pura. El problema es mucho ms profundo y tiene mayor relacin con el
sistema educativo y la manera de acercar la cultura a la sociedad que con si
hay partido de Champions o no.
Ni siquiera el deporte es unvoco. Pocos privilegiados leen un partido de ftbol
como el jefe de Deportes de El Pas, Jos Smano. Las aproximaciones al
fenmeno deportivo por parte de autores como Mario Benedetti (El csped.
Desde la tribuna es una tapete verde. Liso, regular, aterciopelado,
estimulante. Desde la tribuna quiz crean que, con semejante alfombra, es
imposible errar un gol y mucho menos un pase), Juan Villoro (No soport la
idea de volverse un estorbo til, de correr contra su pasado en la punta
izquierda para justificar de otro modo el estilo de juego que aprendi con el
viejo Scopelli, el extremo fantasma que de golpe aparece en una esquina sin
nadie), Eduardo Galeano (el rbitro es arbitrario por definicin), y tantos
otros, muestran que tras la superficialidad espectacularizante y
mercadotcnica, el deporte es capaz de ofrecer poderosos materiales para las
miradas ms exigentes. Quienes nos dedicamos al periodismo deportivo
sabemos que no es fcil encontrar plataformas desde las que mostrar estas
perspectivas, pero eso no es culpa del deporte ni del periodismo deportivo,
sino de los accionistas de los medios de comunicacin (plano empresarial) y de
los directores de entes pblicos (plano poltico), cuya pasin no ya por el
periodismo deportivo, sino por el periodismo, se oculta fenomenalmente tras el
ansia del beneficio y/o del control ideolgico. Quienes, como es mi caso,
hemos tenido el privilegio de retransmitir finales de Roland Garros, de
Wimbledon, de la Copa Davis, de un Mundial de ftbol, de una Final Four de
baloncesto o de una Copa Amrica de hockey, hemos hecho equilibrios hasta
encontrar la grieta de la estructura, para colar por ah imgenes, historias,
conceptos, que, por encima de todo, son sospechosos.
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Concluyamos, por fin, que este trabajo, es fruto de un placer esforzado y
rebuscado. La mejor manera que hemos hallado de fundamentar la mezcla de
la pasin por el periodismo con la pasin por la literatura, dos actividades
cuya ligazn evidente debe todava ser proclamada y practicada.
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2. DELIMITACIN DEL OBJETO DE ESTUDIO
Y JUSTIFICACIN DE SU ELECCIN
La crnica, gnero anterior al periodismo, atraviesa un momento de esplendor.
Su subjetividad mostrada se ha convertido en una efectiva estrategia para
argumentar que el periodismo, al contrario que el sistema que trata de
describir, tiene alma. Ofrece una voz personalizada la crnica, que a su vez
recoge otras voces y las eleva al espacio pblico de la denuncia social.
Humanidad industrial contra insensibilidad maquinal. Esto lo han detectado
las grandes empresas editoriales, que necesitan visibilizar al sujeto. El
periodismo de papel tiene que ofrecer hoy subjetividad y eso solo puede
hacerlo a travs de los gneros de opinin y de la crnica1, dice Miguel
Aguilar, presidente de Debate. Que sea alguien y no algo quien cuenta lo que
sucede no solo puede parecer ms atractivo sino ms fiable. En un requiebro
de la teora de la credibilidad, la posesin de la verdad podra alejarse del ente
periodstico para recaer en el periodista. Al menos el lector puede
responsabilizar a una persona de lo que lee, una persona que, lejos de la
responsabilidad in vigilando de las plantas ms altas del edificio, vio, escuch,
sinti y entendi a su manera lo que sucedi. Confianza posmoderna,
preferencia por la verdad parcial vivida que por la verdad total supuesta. La
credibilidad se la arrebata la mirada a la marca.
Debate public recientemente la serie Crnicas, con obras de Jagielski, Talese
y Guillermoprieto entre otras. Alfaguara no le fue a la zaga. Reedit Honrars
a tu padre, de Talese, y sac al mercado el periodismo literario de Manuel
Vicent, Juan Villoro y Rosa Montero. Que el olfato del mercado persiga la
superficialidad y el consumismo inmediato no implica vacuidad en este caso.
Su apuesta se asienta en el impulso que la crnica en particular y el
periodismo literario en general viene dando hace aos en Latinoamrica, cuna
nueva de tanto. Gatopardo, Etiqueta Negra, El Malpensante, Soho, Pie
Izquierdo, Marcapasos, Letras Libres publicaciones que exhiben un estado
de forma que lleva al poeta, novelista y ensayista Daro Jaramillo a afirmar
que la crnica periodstica es la prosa narrativa de ms apasionante
1 Periodismo, literatura y viceversa, publicado en El Pas el 18-2-2011, p. 34.
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lectura y mejor escrita hoy en da en Latinoamrica.2 No entraremos en la
relacin de jerarqua entre el periodismo literario y la novela latinoamericanos,
pero resulta admirable el empeo de algunos periodistas del continente por
crear crnicas y por entender la crnica, gnero central de la narrativa
hispanoamericana.
En Espaa es un tipo de crnica deportiva la que mejor parece exprimir las
posibilidades del gnero. Decimos alguna porque nos referimos a la anttesis
del tratamiento periodstico que la prensa deportiva especializada suele
ofrecer. Hablamos de las pginas de deportes de El Pas, que desde hace aos
llevan a cabo un evidente esfuerzo por prestigiar la crnica deportiva,
alejndola del amarillismo, el simplismo y el servilismo y acercndola a la
exigencia, la literaturizacin y la complejidad. El prestigioso periodista Enric
Gonzlez suele afirmar que las mejores pginas de El Pas corresponden a la
seccin de Deportes. Cronistas como Jos Smano, Ramon Besa, Diego
Torres, Juan Jos Mateo, Eduardo Rodriglvarez y algunos de otros peridicos
como Orfeo Surez, de El Mundo, y Santi Segurola, ahora pluma destacada en
Marca y anteriormente jefe de Deportes primero y de Cultura despus en El
Pas, demuestran en cada ejercicio una sensibilidad narrativa que no nos
parece casual. El deporte y la literatura han mantenido estrechas relaciones
siempre, desde los epinicios de Pndaro hasta los cuentos de Mario Benedetti,
Eduardo Galeano, Miguel Delibes, Roberto Fontanarrosa, Javier Maras, Julio
Llamazares, Manuel Rivas, Juan Villoro y Manuel Vicent, pasando por los
anlisis de Albert Camus, Manuel Vzquez Montalbn o Enrique Vila-Matas. A
pesar del vituperio gratificado al que es sometido el fenmeno deportivo por
buena parte de la intelectualidad, son demasiados los acercamientos excelsos
como para obviarlos o desacreditarlos.
La mirada desprejuiciada encuentra su correspondencia en el hecho social
total del que habla Ignacio Ramonet. El deporte, en concreto el ftbol
globalizado, ha crecido tanto que no es aceptable el desdn ante sus
implicaciones econmicas, sociales, culturales, identitarias o rituales.
Ramonet otorga la categora de presagio a los enfrentamientos entre los
aficionados croatas del Dinamo de Zagrev y los serbios del Estrella Roja de
2 D. JARAMILLO. Antologa de crnica latinoamericana actual. Madrid, Alfaguara,
2012, p. 11.
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Belgrado, a los protagonizados por los eslovacos del Slovan de Bratislava y los
checos del Sparta de Praga3. Y Marc Aug llama a la puerta del paraso
racionalista occidental para mostrarle un espejo y sealar que es posible que
Occidente est en la vanguardia de una religin y no lo sepa.4 Demasiado
significado para no escucharlo, demasiado estruendoso para tan siquiera orlo.
Buen odo es precisamente lo que mostraron tener los escritores que
cultivaron el realismo mgico, una de las etapas ms luminosas del siglo XX
literario. Fuegos artificiales para algunos, luz que sigue atravesando el tiempo
y alumbrando a quien se quiera aproximar en opinin de otros, la polmica
acompa al trmino y a sus estandartes desde el momento en que se
convirti en sinnimo de xito. Acusado de responder desde el exotismo a la
bsqueda europea de lo remoto, negado su carcter americano y
americanizante por la influencia del surrealismo francs, el desacuerdo lleg
incluso al tutano de la corriente literaria. Alejo Carpentier, con su prlogo a
El reino de este mundo, situ en la Amrica mgica la frontera de lo real
maravilloso y anul as que lo extraordinario anide en la mirada del escritor.
Su postura fue atacada, con razn, con los ms variados argumentos y
posturas, rescatando la magia de los barrotes arbolados haitianos.
Aqu trataremos de atravesar la polmica por el tramo ms corto exigible hasta
arribar a la manera como el realismo mgico incorpora lo azaroso,
extraordinario, supersticioso, improbable, sorprendente, mgico, milagroso e
incluso lo todava imposible al plano de lo cotidiano y natural. Tambin
reivindicaremos la vigencia de la mirada mgica, ms all de su supervivencia
en obras o productos culturales que se cobijan en el halo mgicorrealista: en
cualquier mirada, en la mirada de cualquiera que afronte el relato de su vida
de forma plena. Una mirada que encaja magnficamente en el punto de vista
de la crnica deportiva.
Si la magia, la maravilla, lo posible conforman una de las patas compartidas
por el realismo mgico y la crnica deportiva, el mito es la siguiente (la tercera
es la voluntad explicativa). Parte definitoria e imprescindible del realismo
3 I. RAMONET. Un hecho social total, en Ftbol y pasiones polticas. Madrid, Debate,
1999, p. 14. 4 M. AUG. Un deporte o un ritual?, en Ftbol y pasiones polticas. Op. cit., p 66.
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mgico, su presencia es tan aplastante que ms que sealarla se tiende a
relacionar. El propio Gabriel Garca Mrquez califica Cien aos de soledad de
relato mtico. Un mito vivo, vivido, explicado solo en tanto que experimentado.
De origen irrastreable y conformacin sedimentaria, contrasta con la
construccin plastificada e instantnea de los mitos deportivos. Seres que
apenas rozan la mayora de edad copan portadas, tertulias, resmenes
televisivos. Las jugadas de sus goles, repetidas una y otra vez, son como
tragos de brebaje embriagante que elevan al deportista a los altares de la
instantaneidad. Tan peligrosa y criticable es esta prctica ilusionista que en
ocasiones la crtica oculta el hecho, que sigue ah. Real, capitalista,
mercadotcnico, colorido, farandulero, inamovible de un sistema de
produccin de emociones en serie. Todo este sentido de mito sin pedestal
habr que apartar para poder ver el otro, el permanente, el ganado jornada a
jornada.
Se observar que, al cabo y como siempre, de lo que estamos hablando es del
lenguaje. Un lenguaje que sirve a la vez para reflejar la voluntad explicativa del
realismo mgico, que es la de descubrir la autntica realidad de Amrica5,
y de la crnica, cuya finalidad ltima es comunicar un hecho construido
socialmente y considerado noticiable. Entendemos el lenguaje como la
mediacin que por un lado impide el contacto directo sujeto-mundo y por otro
crea la nica va de comunicacin posible del humano con sus congneres y la
realidad.6 Una mediacin en absoluto asptica sino absolutamente plena de
humanidad, y por tanto irremediablemente retrica, deliberada, corrompida de
voluntad hasta su unidad ms minscula. Una mediacin que se piensa
porque es el pensamiento. Sin agotarlo, sin poder ser reducido exclusivamente
a l, lo constituye, lo define, lo existe, como la esencia a la cosa.
A travs de este marco que encuadra el realismo mgico y la crnica deportiva
pretendemos detectar los lazos que, creemos, los unen, estableciendo una
suerte de contacto que bien podra denominarse periodismo mgico.
5 D. VILLANUEVA y J. M. VIA LISTE. Trayectoria de la novela hispanoamericana actual. Del realismo mgico a los aos ochenta. Madrid, Espasa Calpe, 1991, p. 10. 6 Ver LL. DUCH y A. CHILLN. Un ser de mediaciones. Antropologa de la comunicacin. Vol. 1. Barcelona, Herder, 2012.
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2.1. HIPTESIS
Dado que:
a) Entendemos la literatura como una forma de conocimiento capaz de
aprehender y expresar lingsticamente la calidad de la experiencia, definicin
acuada por Albert Chilln.7
b) Consideramos la crnica deportiva un gnero que permite al redactor volcar
su personalidad en el texto y expresarse de forma ms libre que en el comn
de textos periodsticos informtivos, que no exige una estructura cronolgica
rgida y en pirmide invertida sin que se atente por ello contra los principios
de veracidad y honestidad periodstica.
c) Algunos de los escritores ms representativos del realismo mgico, como
Juan Rulfo o el padre de lo real maravilloso, Alejo Carpentier, trabajaron en
algn momento de sus vidas como periodistas y que en algn caso utilizaron
sus conocimientos como reporteros para escribir una obra literaria, como en el
caso paradigmtico de Gabriel Garca Mrquez en Relato de un nufrago o
Crnica de una muerte anunciada.
Consideramos posible demostrar que:
1.- Existen en el gnero periodstico de la crnica diversos elementos utilizados
de forma habitual en la narrativa.
2.- Algunos de esos elementos son caractersticos y definitorios del realismo
mgico, corriente literaria del mbito de la ficcin alejada del concepto de
veracidad, ya que no trata de elaborar un relato que se corresponda de forma
coincidente con los hechos.
7 A lo largo de su obra: El reportatge novelat: tcniques novellstiques de composici i estil en el reportatge escrit contemporani (Bellaterra, UAB, 1992), Literatura i periodisme: literatura periodstica i periodisme literari en el temps de la post-ficci (Valencia, Universitat de Valncia, 1993), La literatura de fets: els nous periodismes i lart del reportatge (Barcelona, Llibres de lndex, 1994) o Literatura y periodismo: una tradicin de relaciones promiscuas (Bellaterra, UAB, 1999).
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3.- Estos puntos en comn tienen una presencia especialmente remarcable en
ciertas crnicas deportivas, caracterizada en parte por su carcter mitopotico
y emotivo. Creemos poder establecer ciertos puntos de encuentro entre el
realismo mgico y algunas crnicas deportivas publicadas en el diario El Pas.
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2.2. MTODO
Para realizar tal tarea llevaremos a cabo un trabajo de bsqueda sistemtica
de base documental y libresca en manuales de periodismo, de teora de la
crnica y de la crnica deportiva, teora de la literatura y literatura
comparada, especialmente aquellos que atienden al debate sobre veracidad,
verdad y ficcin, y los que se ocupan del realismo mgico.
Intentaremos realizar un trabajo deductivo argumentativo para relacionar las
caractersticas primordiales de la crnica, en especial de la crnica deportiva,
con algunas de las caractersticas ms relevantes del realismo mgico literario.
Este ejercicio terico contendr numerosos ejemplos tomados de textos
periodsticos y literarios que ayuden a fundamentar las bases del trabajo.
La tercera parte del estudio consistir en el anlisis, tanto cuantitativo como
cualitativo, de diferentes crnicas deportivas, la inmensa mayora de ellas
publicadas en el diario El Pas. Realizaremos un anlisis cuantitativo sobre las
74 crnicas publicadas en El Pas correspondientes a los partidos
correspondientes al campeonato de la Liga de Ftbol Profesional disputados
por el Ftbol Club Barcelona y por el Real Madrid durante la temporada 2010
2011.
Los criterios que hemos seguido para realizar esta eleccin son,
principalmente, la hegemona del Bara y el Madrid en la configuracin del
discurso meditico deportivo en Espaa; la rivalidad histrica existente entre
ambos clubes que sobrepasa con mucho el terreno deportivo y se encuadra en
el espacio de lo nacional y lo simblico, rivalidad acentuada por el
enfrentamiento entre sus entrenadores, Josep Guardiola y Jos Mourinho,
durante aquella temporada; el carcter mitopotico que contienen los relatos
periodsticos que versan sobre ambos clubes y sobre el deporte en general; y el
hecho de que el diario El Pas ha apostado tradicionalmente por un periodismo
de calidad que, consideramos, se expresa de manera especialmente
satisfactoria en las pginas dedicadas a la informacin deportiva.
Los anlisis cualitativos, por su parte, tratarn de mostrar la presencia y
explicar la funcin de los principales puntos de encuentro que detectemos
18
entre la crnica deportiva escrita y el realismo mgico literario en 19 textos
periodsticos. Tambin en este punto, por las razones antedichas, la casi
totalidad de los artculos escogidos han sido pubicados en el diario El Pas.
19
2.3. MARCO TERICO
Partiremos de la epistemologa y la teora del periodismo (enriquecida por las
aportaciones de la nueva lingstica, la filosofa del lenguaje, la sociologa y la
antropologa), para cuestionar la perspectiva objetivista de raz positivista,
dominante en la teora del periodismo durante dcadas.
Nos apoyaremos en las perspectivas ms relevantes del estudio del mito desde
un enfoque antropolgico para sealar de qu manera se encuentra presente y
qu funcin cumple tanto en el realismo mgico como en la crnica deportiva.
Nos aproximaremos al fenmeno del realismo mgico desde el campo de los
estudios literarios que analizan la corriente mgicorrealista en el contexto de
la literatura hispanoamericana del siglo XX, prestando atencin a sus
influencias ms poderosas y al concepto de magia que propone.
A partir de la narratologa, la literatura comparada, los estudios literarios y el
comparatismo periodstico literario8 intentaremos destacar los lazos comunes
entre el periodismo y la narrativa, y cmo esta ha influido de forma decisiva en
aquel.
8 Herramienta metodolgica propuesta por Albert Chilln en Literatura y periodismo: una tradicin de relaciones promiscuas, op. cit..
20
3. TEORA DEL PERIODISMO
3.1. INTRODUCCIN
Dos aos antes del estallido del sistema econmico occidental, Le Monde
Diplomatique alert de la mala salud del periodismo. En septiembre de 2005 el
especial Medios de comunicacin en crisis identificaba y analizaba los
principales riesgos del sector: las concentraciones conservadoras en grandes
grupos empresariales, la irrupcin de internet y el descrdito de un sistema
carente de intelectualidad crtica y sobrante de desinformacin. Tras el fallo
sistmico, el desplome de los ingresos por publicidad, su traduccin en
despidos, cierres de cabeceras y la an mayor precariedad de las condiciones
laborales han derivado en una prdida de credibilidad meditica sin
precedentes, agravada por la fragmentacin del discurso en la red. Ignacio
Ramonet habla ya de explosin del periodismo.9
A todos estos factores debemos sumar otro no menor, de hecho causante o
agravante de algunos de ellos: la irrupcin definitiva y el protagonismo
acaparador de internet en el mbito comunicacional. No importa la tendencia
del experto consultado, todos coinciden en un punto: internet est aqu para
quedarse, el debate debe partir de este punto. Los acuerdos no acaban aqu.
Resumimos algunos de los ms relevantes:
- Existe consenso en afirmar que la informacin ya no circula en una
forma cerrada sino fluida, que se va completando a medida que los
periodistas (o quienes actan como tales) adquieren nuevas
informaciones con que ampliar o corregir la informacin inicial.
- Agrade ms o menos, todo ciudadano con acceso a internet se ha
convertido, si no en un periodista potencial, al menos en un informador
potencial. Esta tendencia se agudiza en la medida en que los mismos
medios de comunicacin demandan la participacin ciudadana en sus
pginas web.
- La informacin es veloz y voraz. Ya no hay tiempo para contrastar una
noticia, el privilegio recae ms que nuca en quien la lanza primero. Se
9 I. RAMONET. La explosin del periodismo. Madrid, Clave Intelectual, 2011.
21
valora ms una primicia imperfecta que un buen reportaje que pueda
ser tildado de seguidista.
- Los medios de comunicacin tradicionales han sufrido un descenso de
ventas y de publicidad muy severos. Segn Ramonet, entre 2003 y 2008
la venta mundial de peridicos de pago se desplom un 7,9% en Europa
y un 10,6% en Amrica del Norte.2 Y la tendencia contina. Esto se
traduce en cierres de empresas periodsticas, algunas de ellas con ms
de un siglo de historia, como The New York Sun o el Seattle Post-
Intelligencer. La consecuencia es que miles y miles de periodistas y se
quedan sin trabajo (remunerado).
- Paradjicamente, los medios de comunicacin tradicionales son ms
seguidos que nunca. The New York Times, cuya tirada en papel no llega
al milln de ejemplares, es consultado va internet por ms de 43
millones. En Espaa, El Pas, con picos de casi medio milln de tirada,
supera las siete millones de visitas en su formato web.
- La presin combinada de la urgencia y la crisis econmica est hiriendo
gravemente la calidad de los textos. Los puestos y los gneros que
requieren mayor inversin, como las corresponsalas y los reportajes de
investigacin, respectivamente, estn desapareciendo de los grandes
medios (por no hablar de los medianos y pequeos).
A partir de aqu, se abre el debate. Algunos de los temas de discusin son tan
apasionantes que marcarn de devenir mundial del oficio. Como el del modelo
de negocio, es decir: cmo se hace para equilibrar las balanzas, no ya para
obtener grandes beneficios, sino para cortar la hemorragia. Este punto, de
vital importancia, se aleja bastante del espacio que privilegiamos en este
trabajo. Por ello preferimos tratar, aunque sea de manera sucinta, otro punto
polmico, el del valor otorgado a las redes sociales. Simplificando, podemos
encontrar dos puntos de vista enfrentados. Uno afirma, como hace Ramonet,
que, en efecto, cada ciudadano es un periodista en potencia, porque el
sistema de informacin sometido a la dictadura de la urgencia3 impide al
periodista profesional contrastar correctamente la informacin, lo que lo
asemeja a cualquier ciudadano (nadie puede demostrar, a priori, que la
comunidad de internautas no pueda contrastar, retocar y confirmar una
2 Ibid, p. 28. 3 Ibid, p. 19.
22
noticia con el mismo rigor y seriedad, o ms, que un periodista
profesional4). Por ello, Ramonet apuesta por el triunfo del amateur, del
prosumidor (productor-consumidor de informacin).
En el otro extremo se sita el director de El Pas, Jos Mara Izquierdo, quien
se esfuerza en distinguir internet y sus bondades de las redes sociales. En su
opinin5, estas estn cargadas de defectos, entre los que destacamos los
siguientes: el anonimato encubridor que empuja al insulto, la generacin de
bulos y noticias falsas, la banalidad reinante en muchos de los temas
dominantes, la superficialidad en la que se estancan muchos usuarios, y la
obsesin cuantitativa de muchos periodistas para quienes la mejor noticia es
la ms retweeteada. En resumen, para Izquierdo las redes sociales tienen
mucho ms de superficialidad efmera y vacuidad que de profundidad.
Nuestro punto de vista mezcla los tipos puros, el optimismo casi
rousseauniano de Ramonet y la uniformizacin a la baja de Izquierdo. Internet
es el medio ms democrtico que existe y como tal arrastra algunos de los
defectos de la democracia. Vale lo mismo el voto de un premio Nobel que el de
un bala perdida, conviven en la red blogs sesudos y originales con loas a
Hitler. Creemos que las redes sociales pecan de todos y cada uno de los
defectos que enumera Izquierdo, pero tambin que pueden convertirse en un
fabuloso enlace de conocimiento, en un conector de mentes inquietas, en un
amplificador de la transparencia. Nos parece obvio que, de igual modo que un
lector elige en el kiosko qu peridico o revista adquiere, el internauta optar
por sus webs, blogs o foros favoritos. No apostamos por la estupidizacin de la
poblacin por el mero hecho de que los ciudadanos gocen de mayor libertad.
No obstante, es necesario resaltar algo. El periodista realiza, o aspira a
hacerlo, un trabajo lingstico de carcter intelectual. Sus noticias (a las que
consideramos ms cercanas al concepto de obra periodstica que al de
producto) no deben competir en la carrera de lo cuantitativo. Cuanto ms lo
hagan, ms se alejarn de la excelencia periodstica y ms fcil de imitar ser
para un ciudadano sin una mnima formacin. No negamos la capacidad de
elaborar textos interesantes, incluso magnficos, a quien no haya cursado la
4 Ibid, p. 20. 5 J. M. IZQUIERDO. Para qu servimos los periodistas? (hoy). Madrid, Catarata, 2013.
Pp. 55 a 86.
23
carrera de periodismo. Pero s afirmamos con rotundidad que para llegar a tal
meta es necesario haber realizado un recorrido de formacin intelectual y
emocional, vital, experiencial. Este recorrido puede haberse realizado en un
aula o de manera autodidacta, utilizando ms la lgica o la intuicin,
siguiendo una direccin estricta intelectualmente caprichosa, pero es
necesario, sencillamente imprescindible si el objetivo es construir una
narracin verdaderamente slida y profunda.
Rozamos ya el terreno de la epistemologa, que tambin cuestiona
decididamente el quehacer periodstico. Su marco terico tradicional, de raz
positivista, basado en la capacidad del periodista en trasladar los hechos al
medio de comunicacin, est en cuestin. Las aportaciones interdisciplinarias
provenientes de la teora del conocimiento o de la filosofa del lenguaje llevan
tiempo falsando una parte de los postulados fundamentales que defiende la
perspectiva empirista de la comunicacin periodstica. Las investigaciones de
autores como Luis Nez Ladevze, Francesc Burguet, Fernando Martnez
Vallvey, Manuel Brua, Albert Chilln, David Vidal, Elvira Teruel o Leonor
Alfuch han ido abriendo una brecha en esta perspectiva, que no solo ha sido
dominante en las facultades de periodismo sino tambin (y sobre todo) en las
redacciones de los medios de comunicacin.
En esencia, todo gira en torno a la crisis de la palabra denunciada por George
Steiner. Mientras no podamos devolver a las palabras en nuestros
peridicos, en nuestras leyes y en nuestros actos polticos algn grado de
claridad y de seriedad en su significado, ms irn nuestras vidas
acercndose al caos.6 David Vidal ha profundizado en la cuestin7,
caracterizada por el exceso de palabras, la inflacin de significantes, el exceso
de palabras secundarias (palabras referidas a otras palabras), la devaluacin
de la palabra, la desconfianza en la palabra, la escisin del sujeto y, en fin, la
crisis general de la credibilidad.
6 G. STEINER. Lenguaje y silencio. Barcelona, Gedisa, 2003, p. 51. 7 D. VIDAL. Alteritat i presncia. Bellaterra, Departamento de Periodismo y Ciencias de
la Comunicacin de la UAB, 2000.
24
De nuevo con Vidal8 convenimos que es lcito concluir que la perspectiva
hegemnica periodstica se encuentra en crisis. Los sntomas que muestra la
teora del periodismo corresponden de manera alarmante con las premisas
crticas que Thomas Kunh estableci en Estructura de las revoluciones
cientficas o Segundos pensamientos sobre paradigmas. Vidal cita cuatro:
poner diferentes nombres a las mismas cosas, hacer frente a cosas o
fenmenos que antes no pasaban (internet), utilizar nuevos puntos de vista
para estudiar fenmenos ya conocidos y descubrir nuevos problemas o
fenmenos que los anteriores puntos de vista no haban sido capaces de
detectar.
Decamos que todo gira en torno a la palabra. Ms concretamente, en la
credibilidad de la palabra. El tradicionalismo periodstico confa doblemente
en ella, y es engaado dos veces. Primero, cuando no atisba traduccin alguna
entre el lenguaje del mundo y el humano (sin reparar en que la nica
posibilidad de que as sea se da cuando quien responde no es el mundo, sino
el mismo humano). Despus, cuando tampoco la ve entre la palabra
explicadora y el hecho explicado. No acierta a distinguir las dificultades del
precario encaje con que funciona cualquier proceso de interpretacin. Es para
l un ciclo aproblemtico, una cadena de montaje industrial en que los hechos
van naciendo en el mundo, viviendo en el medio de comunicacin y muriendo
felizmente, idnticamente a s mismos, en la interpretacin plana del
consumidor de informacin, que los paladea como si los viviera. Una vez
cumplida su perentoria y efmera tarea, los hechos, colmados de sentido,
interpretados una sola e inequvoca vez, pasan a formar parte del background
de informacin del periodista, accesibles como una ficha, mediante un simple
rebuscar de dedos.
Si el medio de comunicacin es un transmisor puro de informacin, de
hechos, de vivencias lacrimosas y emocionales, es exigible el respeto a la
objetividad. Warren, Dovifat, Copple, Martnez Albertos, Aguilera, los autores
cannicos del hecho trasladado, resumen su ideario: La necesaria
manipulacin informativa debe llevarse a cabo con una evidente
8 D. VIDAL. La transformacin de la teoria del periodisme: una crisi de paradigma?,
dentro de Anlisi, n 28. Departamento de Periodismo y Ciencias de la Comunicacin
de la UAB, 2002.
25
disposicin psicolgica de no intencionalidad9, los hechos son sagrados,
y aparecen diseminados por aqu y por all en todos los lugares del
peridico10 o la finalidad del periodismo es especficamente informativa
u orientativa. De ah que los mensajes periodsticos puedan reducirse a
tres: el relato informativo, el relato interpretativo y el comentario. Y,
como es fcilmente deducible, para la elaboracin de estos tres tipos de
mensajes existe un tcnica y un lenguaje propios, que difieren de los
puramente literarios.11
La sacralidad de los hechos encuentra en la transparencia de la objetividad su
virtuoso medio de trasporte. La objetividad, capacidad del periodista no solo
de entender los hechos tal y como son (dando por supuesto que poseen una
calidad inteligible concreta y clara) sino de comunicarlos de manera mimtica,
es la piedra angular, el principio fundamental del periodismo positivista. Tanto
desde el punto de vista terico, como acabamos de comprobar, como en el
prctico. La objetividad es considerada por los medios de comunicacin como
una virtud, la base sobre la que se asienta la credibilidad. Los ejemplos son
inacabables. Cuando un editorial de El Pas pretende elogiar un discurso,
asevera: Los razonamientos fueron presentados en forma atpicamente
objetiva. El texto, publicado el 20 de diciembre de 2009, hace referencia al
debate que se celebr en el Parlament cataln sobre la prohibicin de las
corridas de toros.
Objetividad es pues aqu sinnimo de informacin contrastada, de verdad, de
certeza, de veracidad, y antnimo de opinin desinformada, mentira, incerteza
o engao. Se trata de aproximar la descripcin del mundo a un paseo con un
espejo que fuera reflejando la realidad, a la manera de Stendhal o Pla.
Si los hechos son sagrados es pertinente que a todas las cosas, ideas y
sentimientos les corresponda un nombre preciso y no otro. El libro de estilo de
El Pas indica que los periodistas deben llamar las cosas por su nombre, sin
caer en los eufemismos impuestos por determinados colectivos. As, por
ejemplo, el impuesto revolucionario debe ser denominado extorsin
9 A. MARTNEZ ALBERTOS. La noticia y los comunicadores pblicos. Madrid, Pirmide,
1978, p. 76 10 Ibid., p. 101 11 J. O. AGUILERA. La literatura en el periodismo. Madrid, Paraninfo, 1992, p.23.
26
econmica, al reajuste de precios deber llamrsele subida, y nunca una
polica tuvo que utilizar medios antidisturbios, sino que simplemente,
los utiliz.12 La verdad queda fijada de forma objetiva en un libro de estilo
que, paradjicamente y sin pretenderlo, confirma la idea de Wilde: la verdad es
ciertamente una cuestin de estilo. Todo lo dems es eufemismo.
Manipulacin periodstica.
Frente a esta confianza en la verdad de los hechos y en la facilidad en
trasladarlos, nos situaremos en una perspectiva crtica, que considera que no
es humanamente posible transportar de manera objetiva, mimtica, un hecho
noticiable a la ciudadana a travs de la mediacin periodstica. Entiende que
en el proceso de comunicacin existe una inevitable manipulacin por parte
del periodista, que comienza en la seleccin de qu es noticia y qu no lo es (o
antes, en el mismo encaramiento interpretativo primero con el mundo); que
pasa por la eleccin de los trminos lingsticos con que el periodista
interpreta los hechos noticiables, eleccin estilstica esencial para la
confeccin del relato; que contina en la mirada que el periodista dirige a esos
hechos ya lingsticos, traducidos a lenguaje humano (por tanto
humanizados) para ser comprendidos; y que se ve tambin configurada por el
marco ideolgico y las experiencias vitales del periodista. No cree, por tanto,
en aquel tipo de objetividad. Pero s en la capacidad del periodista para
transmitir una informacin veraz.
12 Tomado del enlace: http://estudiantes.elpais.com/libroestilo/indice_estilos.htm
27
3.2. UN ENLACE DE SEMIOSIS
El pensamiento sobre el que se basar el posterior desarrollo argumental
podra instalarse, a simple vista, en el terreno de la tautologa: el ser humano
solo puede conocer desde un punto de vista humano. Desde una perspectiva
trgica podra aadirse: est condenado a ello. Por ms que las cadenas
nietzscheanas que atan su baile sean para l invisibles e ingrvidas, aunque
no tome conciencia con Schopenhauer de que no puede vivir ms que en su
representacin, la trada yo otros mundo est plagada de incertidumbre,
ambigedad y contingencia. Tambin de certezas, pero de certezas construidas
por l, a partir de materiales humanos racionales y sensibles y en
colaboracin con su cultura y los dems moradores de esta cultura. Las
certezas no son, por tanto, esencias ideales e inamovibles, intemporales
verdades extra-humanas, sino acuerdos, tratos, conveniencias: decisiones
comunes que otorgan la categora de verdad a una expresin. Lo que no
significa que sean falsas ni que alguna vez lo hayan de ser, ni que no
funcionen, o que deban reservar un espacio a su lado para la instalacin de la
mentira en pie de igualdad. Su humanidad no implica error necesario, sino
perspectiva obligada. Una perspectiva que, por fuerza, impide al ser humano
un conocimiento directo y aproblemtico de la realidad, y que se impone como
inevitable mediacin entre el yo, los otros y el mundo.13
Se trata, por tanto, de un movimiento sutil en el que conviene evitar dos tipos
de brusquedades. La primera, ya advertida, de la objetividad periodstica de
raz positivista. La segunda, altamente peligrosa, de un relativismo extremo
que derive en el solipsismo (que tanto pretende alejarse del acuerdo que acaba
por convertirse en lo que tericamente combate, un totalitarismo intelectual).
La certeza de que todo conocimiento humano es un construccin en la que
intervienen la cultura, la perspectiva, el contexto, las influencias, el momento
histrico, etc., no justifica, como pretende el relativismo extremo, la
equiparacin de valor entre dos juicios, valoraciones u opiniones cualesquiera
bajo la inasumible premisa de que ambos estn formulados desde la lgica del
lenguaje.
13 Ver Un ser de mediaciones. Antropologa de la comunicin. Vol. 1, de LLUS DUCH y
ALBERT CHILLN, op. cit., obra que gua el recorrido de nuestro trabajo en el anlisis
de las mediaciones desde las que conoce el hombre.
28
Como zon politikon o animal social, el hombre necesita de la comunicacin
para escapar de los abismos de soledad. Necesita compartir con el grupo
referencias que supongan un significado igual o equivalente para sus
miembros, a fin de alcanzar un relativo xito relacional. Necesita un sistema
de signos.
Pese a que pensadores de la talla de Agustn de Hipona, Bacon, Locke y
Husserl dedicaron parte de su trabajo a estudiar la decisiva funcin
representativa del signo, el pensamiento filosfico dominante ha tendido a lo
largo de la historia a arrinconarlo en los mrgenes del debate. Solo desde
mediados del siglo XX el signo se situ en un lugar central (a partir de los
estudios de Barthes, Eco, Morris, Greimas, Sebeok, Apel, Colli y Simon)
gracias, principalmente, al desarrollo de las aportaciones de Charles S.
Peirce14 a finales del XIX.
Dos ideas nos interesa rescatar de su pensamiento. La primera es la
colocacin del signo en el ncleo del pensamiento. Peirce pasa a considerar la
semitica de mero transportador de informacin a materia prima del razonar.
El signo es, entonces, el traductor necesario del ser humano en su relacin
con la realidad (yo otros mundo).
La segunda, su definicin de signo y lo que de ella se deriva: algo que
representa algo para alguien en algn aspecto o carcter.15 Consideramos
relevante seguir la explicacin de Duch y Chilln16 y desgranar los siguientes
corolarios:
a) El proceso de semiosis es ilimitado. Un signo refiere a otro signo, por lo
que el hombre vive en un universo de significados. Sirva como ejemplo
un diccionario: definimos palabras con ms palabras. Si alguien, ante
la palabra, rosa, mostrara una rosa, su definicin cosificada y no
empalabrada tendra xito funcional (en efecto, a eso nos referimos
cuando pronunciamos la palabra rosa) pero, y esto es lo fundamental,
14 Ver, entre otros, C. S. PEIRCE. Obra lgico-semitica. Madrid, Taurus, 1987. 15 Ibid., p. 69. 16 L. DUCH y A. CHILLN, 2012, op. cit., pp. 81-85.
29
la persona a la que le fuera mostrada esa rosa no aprehendera la rosa
en s, ni que decir tiene que tampoco todas las rosas en s.
Aprehendera un signo de la rosa. Sus manos sentiran, sin duda, el
tacto de la rosa. Pero sera, claro, un tacto humano. La aprehensin
sentida no es la rosa, es la sensacin humana del tacto de la rosa. No
es posible acceder a la rosa sin mediacin. De ningn modo. Para ello
deberamos ser la rosa.
b) El signo no es una copia de la cosa (ni mucho menos la misma cosa)
sino una alusin, una representacin.
c) El proceso mediante el cual el signo representa a la cosa es de carcter
metafrico (por semejanza) o metonmico (por sincdoque).
Estas ideas comportan unas consecuencias de colosal relevancia. La semiosis
deja muy atrs una simple capacidad representativa y deviene en el proceso
mediante el cual el ser humano se relaciona con la realidad y la conoce. Lo
que el ser humano conoce se presenta ante l en forma de signos (y queda
excluida, por tanto, una relacin directa, en igualdad de plano con la
realidad). Igual que el hombre ve el mundo en la forma particular que le
muestran sus ojos, de la misma manera que oye solo lo que sus odos son
capaces de captar (y en la forma en que lo captan), conoce lo que (y como) su
capacidad semitica puede aprehender. Y as como los ojos que ven no son
vistos ni el odo que escucha es escuchado, la capacidad semitica no se hace
directa ni evidentemente presente, ni en el plano sensible ni en el racional.
Solo a partir del razonamiento se es capaz de llegar a ella.
A lo largo del siglo XX, tres autores asumieron y potenciaron las ideas fuerza
de Peirce. Karl-Otto Apel17 puso el acento en cmo el mundo humano es
construido por la semiosis, en qu valor tiene la palabra en la construccin de
ese mundo (y, por lo tanto, en su conocimiento) y en cunto depende el
individuo de una comunidad de interpretacin para asignar significado y, por
tanto, categora de verdad a las cosas. Giorgio Colli18, rememorando a Agustn
de Hipona, Dilthey y Husserl, insisti en el carcter memorstico del
conocimiento, en la imposibilidad de conocer desde la inmediatez, en la
funcin epistemolgica del recuerdo.
17 K.-O. APEL. Semitica trascendental y filosofa primera. Madrid, Sntesis, 2002. 18 G. COLLI. Filosofa de la expresin. Madrid, Siruela,1996.
30
Es en Josef Simon19 donde encontramos probablemente la mayor
profundizacin en el estudio del signo en las ltimas dcadas. l,
desmarcndose de la ortodoxia, lo situ en el centro mismo del conocer
humano, y neg el instinto metafsico de buscar la verdad (nomenos, cosas
en s, ideas platnicas) ms all de los signos. Su obra describe cmo los
hombres buscan la cosa tras el signo, y en ocasiones creen encontrarla sin
reparar en que esa cosa no es sino un signo cosificado, una respuesta
(palabras, signos) que responde a sus expectativas: La respuesta a la
pregunta por la diferencia objetiva entre signos y cosas tiene lugar
siempre en signos.20
As, es mediante el signo como el hombre conoce, se conoce y se relaciona, a
partir del acuerdo comn de designar a las cosas de una manera y no de otra,
construyendo un mundo sgnico que le permita ordenar el mundo y tener la
sensacin, al menos la sensacin, de que el orden se impone al caos.
19 J. SIMON, Filosofa del signo, Madrid, Gredos, 1998. 20 Ibid, p. 84.
31
3.3. UN VELO DE PALABRAS
Conocemos mediante el signo, y el signo de signos es la palabra. No se trata de
plantear una competencia feroz entre las diversas mediaciones que posibilitan
el conocer y el ser humanos (semiosis, palabra, smbolo, lgica, mito) para
dirimir una relacin de jerarqua. No degradaremos unas y potenciemos otras,
ni mucho menos negaremos casi todas para imponer el imperio de una sola.
Todas ellas colaboran en el proceso cognoscitivo y desde esta colaboracin las
entenderemos, pese a los conflictos que innegablemente afrontan. Todo
proceso de relacin implica una tensin, que en algunas ocasiones ser
creativa y en otras, destructiva.
Es adecuado recordar con Manuel Cruz que la relacin lgica, identificada
con la estructura del lenguaje, no agota el ser del mundo.21 Chase afirma
que existen ideas no lingsticas a las que no se puede empalabrar y que, por
tanto, no van a ninguna parte, precisamente porque sin lenguaje que les sirva
de soporte no es posible demostrar su existencia. Gadamer contravino a
Nietzsche en este punto y se esforz en distinguir que una cosa es la
constitucin lingstica del mundo y otra diferente que el comportamiento
humano hacia el mundo quede constreido a un entorno esquematizado
lingsticamente. () Esta libertad frente al entorno es tambin libertad
frente a los nombres que damos a las cosas.22 Concluiremos, con Jorge
Urrutia, que tanto si la estructura mental modelara nuestro conocimiento de
forma primordial como si lo hiciera el lenguaje, lo decisivo es que mediante la
percepcin seleccionamos lo que nos resulta significativo, es decir, portador de
significado.23
No clasificar jerrquicamente no implica negar la evidencia de la supremaca
de la palabra en el proceso cognitivo. Dice Gadamer que para el hombre el
mundo est ah como mundo, en una forma bajo la cual no tiene
existencia para ningn otro ser vivo puesto en l. Y esta existencia del
mundo est constituida lingsticamente.24 Pero es preferible evitar una
21 M. CRUZ. Narratividad, la nueva sntesis. Barcelona, Ediciones Pennsula, 1986, p.
107. 22 H. G. GADAMER. Verdad y Mtodo. Salamanca, Sgueme, 1977, p. 532. 23 J. URRUTIA. La verdad convenida. Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, p. 49. 24 H. G. GADAMER. 1977, op. cit. p. 531.
32
lucha de titanes que apenas resolver algo y que, antes que nada, impedir
arribar a las cotas ms altas que la coimplicacin sugiere.
Entendemos la palabra como mediacin de mediaciones, estrato superior del
manto que cubre al hombre y desde el cual elabora las construcciones de
sentido que lo acercan a s mismo, a los dems y al mundo; cerca como para
obtener una relacin cualitativa, lejos como para aprehender la (supuesta)
pureza esencial ms all de toda forma. Una postura esta que choca
frontalmente con la corriente epistemolgica objetivista propia del llamado
sentido comn, la de mayor presencia en los medios de comunicacin. Aquella
que confa ciegamente en una relacin aproblemtica entre el ser y la realidad,
a los que equipara no solo ontolgica sino tambin epistemolgicamente,
eliminando toda tensin, imaginando una suerte de vasos comunicantes en
que el intercambio de esencias campa a sus anchas en un ideal trfico de
nomenos. El conocimiento es para el objetivismo un sencillo relleno de la
mente, equiparable al guardar objetos en una caja vaca: las cosas del mundo
pasan a formar parte de la psique sin mediacin ni obstculo. La esencia pasa
de estar fuera a estar dentro. Si alguien lo duda, se mostrar la esencia (una
fotografa, una declaracin, una secuencia audiovisual) y se dir: esta es la
prueba.
Segn este proceso cognitivo y relacional, la labor del lenguaje no pasa de
identificar y nombrar las cosas que la mente aprehende. Su funcin es
meramente tcnica, ya que, como instrumento, no tiene ms que manejar las
piezas fijas que son las palabras para expresar verdades, como hemos
comprobado en el libro de estilo de El Pas.
Nuestra postura se aleja al mximo de esta visin industrial del lenguaje como
cadena de montaje. Para ello partimos de la toma de conciencia lingstica que
inaugura Wilhelm von Humboldt25, deudora de la reaccin romntica ante la
Ilustracin. Su gran aportacin es sacar al lenguaje de la caja de herramientas
y reconocerle la funcin primordial del conocimiento. No se trata, pues, de
poner nombre fijo y expresar con precisin milimtrica unas ideas puras que
acceden a la mente sin el concurso de la palabra, sino de hacer accesibles
25 W. VON HUMBOLDT. Sobre la diversidad de la estructura del lenguaje humano y su influencia en el desarrollo espiritual de la humanidad. Barcelona, Anthropos, 1990.
33
esos conocimientos mediante la palabra. El lenguaje no solo est presente en
el proceso del conocimiento, sino que lo gua y le da forma.
Se trata, como afirman Duch y Chilln, de un avance respecto a la zancada
dada por Kant26 en su establecimiento de las categoras: la representacin, por
decirlo en trminos kantianos, depende del lenguaje y se conforma a partir de
l. Otorgndole una importancia determinante al sonido mismo de la oralidad
(llega a calificar al hombre como ser que canta27), Humboldt concede a la
palabra la primaca del conocer.
El lenguaje es el rgano que forma la idea. La actividad intelectual, por
entero interior y que en cierta manera pasa sin dejar huella, se vuelve
exterior en el discurso gracias al sonido, y con ello perceptible a los
sentidos. Por eso actividad intelectual y lenguaje son uno e indivisibles.
Mas aquella contiene tambin en s misma la necesidad de entrar en
unin con el sonido lingstico; de otro modo el pensamiento no
alcanzara nitidez, ni la representacin se volvera concepto. La unin
indivisible de idea, rganos de la fonacin y odo con el lenguaje tiene
su raz en la disposicin originaria de la naturaleza humana, no
susceptible ya de ulterior explicacin.28
Es en el uso social del lenguaje, mediante la pronunciacin de las palabras, en
la creacin del sonido (objetivo) cargado de significado (semntico) destinado a
los otros, cuando el lenguaje se activa. En busca de la comunicacin efectiva,
la actividad conformadora de enunciados sacrifica parte de su libertad
creadora. El signo, solidificacin semntica parcialmente fijada (pero no
definitivamente) a lo largo de la historia de cada cultura, trata de imponerse al
aura de connotaciones que desprende cada palabra. Solo que lo que en l
me constrie y determina ha entrado en l desde una naturaleza humana
ntimamente ligada a m, de modo que lo extrao en l solo es tal para mi
naturaleza individual momentnea, no en cambio para mi verdadera
naturaleza originaria.29 El principal continuador del legado de Humboldt,
quien toma sus argumentos y los amplifica hasta el lmite de sus decibelios, es
26 I. KANT. Crtica de la razn pura. Madrid, Alfaguara, 1998. 27 W. VON HUMBOLDT. 1990, op. cit., p. 83. 28 Ibid., p. 74. 29 Ibid., p. 87.
34
Nietzsche30, para quien el lenguaje es concebido en naturaleza esencialmente
retrica.
Es, por tanto, persuasivo y sugerente, y todo intento de aprehender con l la
esencia de las cosas concluir en fracaso, dado que el lenguaje no har sino
dar vueltas sobre s mismo, creyendo sealar a la cosa pero apuntando en
realidad para s, tratando de asirla pero sin poder romper la propia burbuja de
palabras de que est formado; tocndola, jugando con la cosa pero siempre
mediante la fina capa de sentido que la separa de ella y al tiempo la une.
La cosa en s (esto sera justamente la verdad pura, sin
consecuencias) es totalmente inalcanzable y no es deseable en absoluto
para el creador del lenguaje. Este se limita a designar las relaciones de
las cosas con respecto a los hombres y para expresarlas apela a las
metforas ms audaces. En primer lugar, un impulso nervioso
extrapolado en una imagen! Primera metfora. La imagen transformada
de nuevo en un sonido! Segunda metfora. Y, en cada caso, un salto
total desde una esfera a otra completamente distinta.31
As, de metfora en metfora, de conversin en conversin, de realidad a
sensacin, de sensacin a imagen, de imagen a palabra y de palabra a
concepto, as conoce el hombre. Transustanciando. Esa transformacin
permanente no solo impide el acceso directo a la cosa en s, sino que dificulta
enormemente la distincin individual de la cosa, de esa cosa individual,
concreta.
Ciertamente no sabemos nada en absoluto de una cualidad esencial,
denominada honestidad, pero s de una serie numerosa de acciones
individuales, por lo tanto desemejantes, que igualamos olvidando las
desemejanzas, y, entonces, las denominamos acciones honestas; al final
30 Dejamos constancia de que L. DUCH y A. CHILN insisten en Un ser de mediaciones, op. cit. en lo deudores que son los planteamientos de Nietzsche respecto de los de Gustav Gerber. Se basan para ello en J. CONILL, El poder de la mentira. Nietzsche y la poltica de la transvaloracin. Madrid, Tecnos, 2007 y en la introduccin a Nietzsche de L. E. DE SANTIAGO GUERVS en Escritos sobre retrica. Madrid,
Trotta, 2000. 31 F. NIETZSCHE. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, en id. y H. VEIHINGER. Sobre verdad y mentira. Madrid, Tecnos, 1996, p. 22.
35
formulamos a partir de ellas una qualitas occulta con el nombre de
honestidad.32
El conocer humano no es objetivo. No puede serlo. Es aproximativo, relacional,
metafrico y metonmico, cultural, tradicional, imaginativo, simblico,
lomogtico, creativo, construido.
Qu es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metforas,
metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de
relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas
potica y retricamente y que, despus de un prolongado uso, un
pueblo considera firmes, cannicas y vinculantes; las verdades son
ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metforas que se han
vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su
troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como
metal.33
Insistamos una vez ms, para alejar el fantasma solipsista, que segn nuestro
punto de vista el nfasis de Nietzsche no tiene, como tiende a pensarse, el
objetivo de degradar a la verdad hasta equipararla a la mentira, sino de
mostrar su carcter consensual, acordado, pactado. Insistimos en que este
carcter social de la verdad no le resta utilidad (al menos, en el aqu y ahora).
Adems de al giro lingstico que ha caracterizado a la filosofa del lenguaje en
el siglo XX habremos de prestar atencin al giro retrico. Cada vez que
utilizamos el lenguaje lo hacemos de forma retrica. Con intencin, inters,
finalidad.
La fuerza que Aristteles llama retrica, la que consiste en
desenmaraar y hacer valer para cada cosa lo que es eficaz y produce
impresin, es, al mismo tiempo, la esencia del lenguaje, el cual guarda
la misma relacin mnima- que la retrica a lo verdadero, a la esencia
de las cosas; no pretende instruir, sino transmitir a otro una emocin y
una aprehensin subjetivas. El hombre que conforma el lenguaje no
aprehende cosas y hechos, sino excitaciones: no devuelve sensaciones,
32 Ibid., p. 24. 33 Ibid., p. 25.
36
sino simples copias de las mismas. La sensacin provocada por una
excitacin de los nervios, no alcanza la cosa en cuanto tal: dicha
sensacin aparece al exterior a travs de una imagen.34
Maticemos de nuevo el alcance del discurso nietzscheano para evitar
malentendidos habituales. Que todo conocimiento posible sea, al cabo,
metafrico y transustanciado; que toda relacin con la realidad sea mediada y
tentativa; que el uso del lenguaje sea indefectiblemente retrico; que toda
verdad posible sea, en fin, construccin humana y no aprehensin objetiva y
sea deudora de su utilidad prctica, supone cuestionar las bases de una
filosofa del conocimiento de carcter objetivista y fidesta. Pero no niega, es
preciso remarcarlo, la relacin del ser humano con la realidad. Cuando
Nietzsche avisa de que mentimos de acuerdo con convenciones, entendemos
que se refiere a mentiras opuestas a verdades puras, noumnicas, ideales y
objetivas, es decir, verdades inexistentes o existentes solo en abstracto, en
tratados de filosofa. La mentira de Nietzsche es la verdad humana. No es que
el conocimiento est vedado para el hombre, no es que el terremoto nihilista
todo lo destruya, no es que la ficcin (por decirlo en palabras de Hans
Vaihinger) del conocimiento no encuentre caminos relacionales con lo real, es
que el hombre podr comprenderse, comprender a los otros y comprender el
mundo solo en tanto que hombre. No hay ms que aadir el matiz humana, a
las categoras verdad y mentira.
Porque dentro de la mentira nietzscheana, es decir, en la verdad humana, hay
verdades acordadas, verdades probables, incertezas, mentiras probables y
mentiras acordadas. Y si es cierto que, por ser acordadas, no son extensibles
al Mundo y no podremos calificarlas de Verdades, por el mismo motivo s
podemos llamarlas verdades, pues pese al perspectivismo propio a cada
individuo, al peculiar y concreto constructo cultural que lo conforma y define,
l y todo el resto de los seres humanos se encuentran entrelazados por la
mediacin sgnica, lingstica y simblica que los atraviesa y los iguala, es
decir, los hace reconocibles a s mismos y a los dems y posibilita, al cabo, la
comunicacin. Que la humanidad haya tenido que recular tantas y tantas
veces, que lo siga haciendo da tras da en mayor o menor medida, debera
alertarnos sobre el carcter caduco, consensuado, construido, frgil que
34 F. NIETZSCHE. El libro del filsofo. Madrid, Taurus, 1974, p. 138.
37
poseen en potencia nuestras verdades, incluso las ms indiscutidas, hasta las
ms sagradas. Precisamente estas deberan ser las consideradas menos
estables, dado que la abrumadora acumulacin de capas protectoras de rigor,
cientificidad (o misticismo, segn el caso) e innegabilidad, mezcla de voluntad
de progreso o de conservacin y de miedo al fracaso, asfixian la crtica y
aseguran su asuncin plena y su asentamiento bsico.
De esos cimientos se yerguen las verdades que guan el mundo en su da a
da, sin reparar en que un simple guisante bajo el primer estrato puede dar al
traste con la tranquilidad de generaciones. Y, son capaces las generaciones
de encontrar un pequeo guisante entre tanta edificacin? Antes an: les
vale la pena remover tanto concepto patritico, poltico, econmico, cientfico,
religioso, moral por una insignificante molestia verde? Incluso: accederan las
sociedades, gigantes de la construccin, a plantearse la posibilidad de la
existencia de una burbuja objetivista? Probablemente no, como asumimos da
a da, y as la comprobada capacidad humana para asumir la contradiccin y
olvidar lo que no es til seguir siendo exigida, forzada, seguir teniendo
sobradas ocasiones para demostrar su vigencia35 y el mal uso que de ella
puede hacerse.
Si, como hacemos, asumimos que el lenguaje co-construye el mundo humano,
admitimos, aunque con reservas, la hiptesis de Sapir-Whorf, segn la cual la
estructura gramatical de una lengua determina el modo en que este lleva a
cabo el acto de conocer.36 Vemos, escuchamos y obtenemos experiencia
como lo hacemos principalmente porque los hbitos lingsticos de
nuestra comunidad nos predisponen hacia ciertas clases de
interpretacin37, dice Sapir, hacindonos recordar los habitantes de tierras
cubiertas por el hielo y la nieve, y su amplia gama de colores para identificar
lo que para un occidental es un solo color, el blanco.
No obstante, esta asuncin queda condicionada a la contencin y al
reconocimiento del valor de las otras mediaciones que forman parte de las
35 Nos referiremos a la constitucin contradictoria del ser humano en el captulo
dedicado al conocimiento logomtico del hombre. 36 Ver B. L. WHORF. Science and Linguistics, en Language, Thought and Reality. Cambridge, MIT Press, 1956 y E. SAPIR. El lenguaje. Mxico, FCE, 1954. 37 E. SAPIR, citado por B. L. WHORF en Lenguaje, pensamiento y realidad. Barcelona,
Barral, 1970, p. 155.
38
capas que separan/unen al ser humano del Mundo y conforman su
perspectivismo, y no a su aplicacin absolutista y bruta, cuyas ltimas y
siniestras consecuencias derivan en el relativismo extremo, un solipsismo tan
terrible e inhumano como el objetivismo que intenta negar. Tambin es
necesaria aqu la vacuna contra el impulso fronterizador que para alumbrar la
caracterstica propia refuerza los muros de contencin con los otros cuerpos,
en absurdo intento de parecer ms libre cuando solo consigue perecer ms
incomunicado, ms ensimismado. La sutileza del matiz no debe ser utilizada
para sepultarse en la soledad.
Los que se han criado en una determinada tradicin lingstica y
cultural ven el mundo de una manera distinta a como lo ven los que
pertenecen a otras tradiciones. () Y sin embargo lo que se representa
es siempre un mundo humano, esto es, constituido lingsticamente, lo
haga en la tradicin que lo haga. Como constituido lingsticamente
cada mundo est abierto por s mismo a toda posible percepcin y, por
lo tanto, a todo gnero de ampliaciones; por la misma razn se
mantiene siempre accesible a otros.38
El debate restar siempre abierto dada la imposibilidad de oponer a estas
acepciones del mundo el mundo en s, como si la acepcin correcta
pudiera alcanzar su ser en s desde alguna posible posicin exterior al
mundo humano-lingstico. () Lo que el mundo es no es nada distinto
de las acepciones en las que se ofrece.39
Establecida nuestra postura alrededor de la palabra, remarcaremos ahora lo
avanzado al inicio de la seccin: el imperio de la palabra no puede lanzarse a
la absurda conquista y aniquilacin de la imagen:
Apoyada en Humboldt, Gerber y Nietzsche, la nocin del lenguaje que
vindicamos sostiene que todo enunciado es logomtico desde la raz, y se
halla por ello implicado en la dialctica entre sensorialidad y
abstraccin. Los sujetos imaginan las vivencias y sensaciones que
empalabran: confieren una espacialidad vicaria, una virtual res
38 H. G. GADAMER. 1977, op. cit., p. 536. 39 Ibid..
39
extensa a lo que fue impulso ptico, acstico, tctil, gustativo,
cenestsico u olfativo en origen, y lo hacen gracias a su facultad
metaforizadora y simbolizadora. La metfora es metamorfosis:
transustancia cada ente o acaecer bruto en otro distinto, de carcter
semitico; y el smbolo pariente ntimo de ella- otorga sentido mediante
una imagen inteligible.40
La misma ideacin y formacin de los enunciados parte de un tropismo
previo: antes de devenir lgica y racional, el habla es mtica y figural sin
remedio.41 Una psique hiperlgica, sin espacio para el mythos, la imagen
(entendiendo imagen en un sentido muy amplio, en el que caben olores,
sabores y por supuesto colores), la contingencia, la pluralidad de
posibilidades, devendra en una crcel tenebrosa, de barrotes forjados con
negras palabras.
Sin dejar la obra de Duch y Chilln, nos adentraremos ahora en su particular
nocin de la ficcin, para llegar con ellos hasta sus ltimas consecuencias, de
gran utilidad para nuestro trabajo. Partiendo de la base del carcter semitico
y hermenutico del conocimiento, debido a los inevitables empalabramiento e
imaginacin que implica, concluyen que hablando con propiedad, cualquier
acto de diccin lo es tambin de ficcin, dado que no cabe referir lo real sin
imaginarlo y trocarlo en fenmeno o fantasma, por ms que el fidesmo
realista jure y perjure lo inverso.42 As, tanto los mundos reales como los
mundos posibles estn construidos con el mismo material: signos, palabras y
smbolos, imaginacin. Si el discurso configura nuestra realidad habremos de
admitir que asume tambin la accin contenida en dicha realidad, y la
empalabra en una trama de habla y accin. De esta forma, el decir y el hacer,
tan separados por el sentido comn, caminaran de la mano. Todos los
individuos fabulan, sin excepcin, inspirndose en una realidad que
rebasa con creces la supuesta objetividad ajena al discurso, porque en
realidad est compuesta de hechos que entreveran diccin y ficcin en su
seno.43
40 L. DUCH y A. CHILLN. Op. cit., pp. 152 y 153. 41 Ibid., p. 152. 42 Ibid., p. 153. 43 Ibid., p. 156.
40
Nuevamente, tal aseveracin no implica la ruptura de la veracidad, aunque s
la alumbra desde otro ngulo. Los autores distinguen entre ficcin (diccin en
que prima la libertad creativa y a la que no se exige una correspondencia
verista respecto a lo sucedido) y faccin (diccin fiel al compromiso tico de
referir lo sucedido como se cree que sucedi). El lmite terico de la veracidad
en el relato se sita en el mismo punto en que se detienen las capacidades
cognitivas y la honestidad (como esquema genrico y primario, al que habra
que sumar factores secundarios como la capacidad de esfuerzo, las presiones
recibidas, la capacidad de relacin interpersonal, la peculiar individualidad de
cada cual, sus perspectivas sociocultural y polticoeconmica, las
herramientas tcnicas a su disposicin y un buen nmero de elementos ms
que no influyen en el desarrollo del argumento).
Ms all de ese lmite, no hay mundo que conocer para el ser humano. Porque
los hechos no estn ah, materializados de una vez por todas al modo de
montaas o ros, sino que son complejos dialcticos de accin y discurso
() No debe olvidarse, empero, que los hechos son aconteceres humanos
desencadenados por motivos y razones de muy varia ndole, y no solo
acaeceres precipitados por causas y procesos fsicos. Ello implica que,
amn de basarse en la reunin de evidencias y en la inferencia de pruebas
de las que no se dispone a menudo-, su inteligencia depende de la
comprensin y la interpretacin de indicios, a saber, de su proceder
hermenutico.44
Es decir, que si todo relato faccional quedara reducido nicamente a lo
indudablemente verificable, el discurso se vera privado de todos los materiales
significativos con los que el relator rellena los huecos de la narracin. No nos
referimos solo a los hilos de causalidad con los que va tejiendo el material que
considera verificable. Tambin al forro de presunciones y suposiciones con que
es necesario recubrirlo; sin ir ms lejos, las atribuciones de sentido implcitas
o explcitas que son atribuidas a los protagonistas de la historia.
44 Ibid., p. 159. Ver Hacer los hechos, en ibid.
41
Al cabo, Duch y Chilln proponen una tipologa de la diccin, de gran valor
para cualquier estudio sobre la epistemologa en la comunicacin o el
periodismo, que aqu resumimos.45
a) Diccin facticia o ficcin tcita. Propia de los enunciados de vocacin
veridicente. El peso de la ficcin es aqu el mnimo posible, es decir, se
circunscribe exclusivamente al proceso de metaforizacin segn el cual las
palabras tratan de referirse a la realidad. Para que se d necesita de un pacto
de veridiccin entre los interlocutores.
Puede, a su vez, dividirse en dos tipos, segn si su verificabilidad es alta, en
cuyo caso la diccin facticia es de carcter documental (crnicas,
documentales, etc.), o problemtica, lo que llevara a calificarla de testimonial
(memorias, dietarios, etc.).
b) Diccin ficticia o ficcin manifiesta. La vocacin ya no es veridicente sino
fabuladora. Se divide en tres tipos:
b1) Diccin ficticia realista, basada en la verosimilitud (que no veracidad)
referencial, es decir, en la representacin mimtica de mundos reales (sirva
como ejemplo la novela realista).
b2) Diccin ficticia mitopotica, cuyo afn es la verosimilitud
autorreferencial. La mirada se fija en la experiencia interior propia de la
imaginacin, el sueo o el ensueo.46 Hablamos, entre otros, de mitos,
leyendas, literatura expresionista o fantstica.
b3) Diccin ficticia falaz. Busca de forma deliberada la mentira y el
engao. Se diferencia de las anteriores en que aqu no existe el pacto de
suspensin de la incredulidad, es decir, que al menos uno de los
interlocutores tomar la diccin como facticia siendo utilizada a sabiendas
como ficticia por el emisor. Es relevante destacar el concepto de mentira segn
45 Ibid., pp. 161 a 165. 46 Ibid., p. 163.
42
Agustn de Hipona, que recogen los autores: Una mentira es la enunciacin
premeditada de una falsedad inteligible.47
Como los mismos autores advierten, esta divisin gradual de las dicciones
permite tipos mixtos (un documental en que la lnea narrativa ha de optar por
uno de los varios caminos que deja abiertos una declaracin poco clara o
directamente no verificable, por ejemplo)
Por otra parte, nos parece de gran inters cuestionarnos acerca de en qu
lugar debera encuadrarse el tipo de comunicacin que, a nuestro entender,
domina la relacin entre los medios de comunicacin y sus destinatarios en la
actualidad (o que, al menos, posee un gran peso). Nos referimos al caso en que
el medio de comunicacin omite reiteradamente determinadas informaciones
(interpretadas, naturalmente) pese a ser relevantes (dada su innegable
relacin con el tema tratado) para la conformacin de la opinin de la
ciudadana sobre un tema concreto, cabra situarlo por omisin en una
diccin ficticia falaz? No cumplira, es cierto, la mxima de Agustn, y por lo
tanto no cabra una acusacin de falsedad. Pero violara, creemos, la mxima
conversacional de cantidad propuesta por Grice, ya que la contribucin no
sera tan informativa como requerira el propsito de la comunicacin.48
Consideramos que si un medio de comunicacin cree pertinente informar a la
ciudadana acerca de un tema concreto, debera presentar cada elemento
noticioso que con este tuviera relacin, y desde un tratamiento parejo, sea que
la interpretacin probable de la noticia apunt