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Esta traducción fue hecha sin fines de lucro.

Es una traducción de fans para fans.

Si el libro llega a tu país, apoya al escritor comprando su libro.

También puedes apoyar al autor con una reseña, siguiéndolo en redes

sociales y ayudándolo a promocionar su libro.

¡Disfruta la lectura!

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SSttaaffff

B. C. Fitzwalter

Fiioreee

*~ Vero ~*

Nico

Anelynn

Danny_McFly

Chachii

B. C. Fitzwalter Fiioreee

*~ Vero ~* Nico

Anelynn Danny_McFly

Chachii

Aleja E Annie D

Christicki Sofí Fullbuster

florbarbero Edy Walker

Julieyrr Snowsmily

Eni Valentine Rose

Jessy.

Aileen Björk Aimetz

Helen1 Jasiel Odair

NerianaGarcia Juli

NnancyC Leii123

Alexa Colton Diana

Cath

florbarbero Gabihhbelieber

CrisCras yure8

Jeyly Carstairs Cynthia

Delaney Diss Herzig

Vanessa VR EyeOc

Michelle<3

Adriana Tate Katita

Gaz Holt

Valentine

Alaska

Niki Key

NnancyC mariaesperanz

a.nino Gabbita

Arianyss Karool

Ely

Paltonika

Cami Merryhope

Gaz Andreina

Val Alessa

Daniela Jasiel

Sofi

Gabihhbelieber

Amélie Victoria

AriGabbana itxi

Helen Verito

Sammy Mire

Vanessa

Mel M

Lizzy Meliizza

Aimetz Chio

Melii Mery

Juli

July

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ÍÍnnddiiccee

Sinopsis

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Epílogo

Promise Me Once

Sobre la autora

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SSiinnooppssiiss

“Soy oscuridad, Maddie. Aléjate de los hombres como yo. Solo

saldrás herida.”

Hubo un tiempo en que mi vida era simple. Fácil. Pero eso fue antes de la guerra. Ahora ya no era una estudiante universitaria promedio. Era una sobreviviente. Una mujer viviendo en un mundo

devastado. Mi futuro no estaba claro y mi vida estaba lejos de ser perfecta. La guerra me ha quitado tanto... pero aún no se ha acabado. Quiere más. Quiere mi corazón. Mi Alma. La única persona

sin la que no podría vivir. Quiere a Ryder Delaney. Mi mejor amigo. Al chico malo. La única persona que podría luchar como ninguna otra y amarme como nadie más. Él era el padre de mi bebé. Lo vi

marcharse un verano caluroso y recé para que volviera. Lo necesitaba más que al aire que respiraba, y que al agua para beber. Sin él estaba perdida. Una luz sin su oscuridad. Hasta que vuelva, estaré esperándolo. Y creo que regresará porque el amor es

poderoso… y lo es también la luz llamándolo a casa.

Promise Me, #2

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PPrróóllooggoo

Alguien dijo una vez que cuando cayera la oscuridad, veríamos la luz. No estaba segura de que fuera verdad. La oscuridad había descendido

sobre mi mundo y todo lo que vi fue desesperación.

El país libraba una guerra en su propio territorio. La sociedad se

desmoronaba. Millones de personas pasaban hambre. Miles se morían.

Para mí los días eran negros. Yo ya no era una universitaria sin preocupaciones. Era una sobreviviente. Una luchadora. Una mujer perdida

en el dolor.

***

En mis sueños, me perseguía. A la luz del día, me acechaba. En la oscuridad de la noche, me torturaba. Capturó mi vida y se negaba a liberarla.

Ahora yo era la prisionera del dolor.

Comenzó el día en que se fue Ryder. Cuando lo vi marcharse, en un

intento de rescatar a mi mejor amiga, Eva, sentí que la oscuridad me rodeaba. Sabía que se quedaría conmigo hasta que lo volviera a ver.

Esperé dos semanas. Caminé. Recé y rogué para que Ryder volviera a casa. Era como la épica heroína de una novela de época, anhelando que su verdadero amor volviera a ella.

Pero la vida no era un libro ni yo no era una heroína. Me negaba a sentarme y esperar. Iría tras él.

Guardé pan y botellas de agua en mi mochila. Lo siguiente fue la caja de cartuchos de escopeta y balas para el arma 9 mm que tenía en mi

cintura.

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Cerré la mochila y la colgué en mis hombros. Cuando recogí la

escopeta, un sonido hizo eco a través de la casa. Un golpe sordo en la quietud del día.

Me detuve y escuché. Nada. Solo me recibió el silencio.

Miré la habitación por última vez y cerré la puerta silenciosamente detrás de mí. Date prisa antes de que cambies de opinión me susurró mi

voz interior.

Me lancé por el pasillo; mis zapatillas gastadas hacían poco ruido en

el suelo duro de madera. Podía escuchar el oxígeno entrando y saliendo de mis pulmones y la sangre latiendo en mis oídos.

No llegué muy lejos cuando las náuseas matutinas me hicieron parar en seco. ¡Ahora no! ¡Por favor, ahora no!

Coloqué mi mano sobre mi estómago plano e inhalé respiraciones profundas y tranquilizadoras, intentando olvidar las náuseas. Cuando pasó, saqué una botella de agua de la mochila. Tomé un pequeño sorbo,

esperando que eso ayude a componer mi estómago. No lo hizo. Una capa de sudor apareció en mi frente cuando aumentaron las ganas de vomitar.

Las lágrimas amenazaron con derramarse de mis ojos. Componte, Maddie. Puedes hacerlo.

Cuando las náuseas pasaron por fin, empecé a caminar más rápido por el pasillo. Al pasar por la sala de estar, inspeccioné nerviosamente el entorno, esperando encontrarme a alguien. Solo las cortinas, movidas

suavemente por la brisa, hacían cualquier tipo de movimiento. Aún estoy sola. Puedo salir de aquí sin ningún problema. Conteniendo el aliento, abrí

la puerta del frente, encogiéndome cuando ésta chirrió ruidosamente.

La luz del sol me cegó, pero no tenía tiempo para que mis ojos se

ajustaran a ella. Bajé con prisa los escalones del pórtico y corrí a través del patio. El césped seco crujía bajo mis pies mientras me dirigía hacia el

bosque.

Tengo que irme.

Tengo que encontrarlo.

No podía ignorar la terrible sensación que me recorría día y noche. Algo anda mal.

Las cigarras cantaban en la distancia; un sonido que me era tan familiar como mi propia voz. En algún lugar, mugió una vaca, sonando

perdida y hambrienta. Este era mi hogar. Aquí me encontraba a salvo, pero no significaba nada sin Ryder.

Mantuve los ojos enfocados al frente, sin mirar a mi izquierda ni

derecha. El bosque se hallaba a treinta metros, burlándose de mí para que me diera prisa. Apuré el paso y tiré la mochila más arriba en mi hombro.

Estoy tan cerca. Solo unos pocos metros más…

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—¿A dónde vas?

Me detuve. La voz a mis espaldas era severa y llena de autoridad, sonando como la madre que nunca tuve. Erguí la espalda y di la vuelta,

preparada con una excusa en mente. Pero esta murió en mis labios.

Janice estaba de pie con sus manos en las caderas, frunciéndome el ceño bajo los rayos de sol. Una suave brisa separó unos mechones de su

cabello y éstos se arremolinaron alrededor de su cara, cayendo sobre sus pestañas.

—Iré tras ellos —contesté con firmeza. Decir la verdad te hará libre. Casi reí cuando ese pensamiento apareció en mi cabeza. La verdad no me

daría mi libertad.

Janice arqueó las cejas con determinación. Podía ver las manchas azules en sus ojos y las arrugas alrededor de sus labios vueltos hacia

abajo. Ahora había más líneas en su rostro, todo gracias a nuestra nueva forma de vida. Pero no creía adecuado llamarlo vivir. Es más como existir

para mí.

—¿Estás loca, Maddie? —preguntó—. No puedes ir tras ellos.

No contesté. Tal vez estaba un poco loca. Irme sola en tiempos de guerra y agitación no era lo más inteligente. Llevaba casi dos meses de

embarazo e iba cargada de armas y municiones. Los soldados enemigos recorrían el campo, deteniendo a los estadounidenses como si se tratara de ganado. Pero por Ryder, me pondría en peligro. Lo haría todo. Por él y por

nuestro hijo nonato.

Sabía que discutir con Janice era inútil así que continué caminando.

La escuché seguirme, pero no me detuve. No era mi madre ni mi tutora. No podía detenerme. Solo podía retrasarme.

—¡No puedes irte! ¡Es demasiado peligroso! —dijo Janice con fervor.

La ignoré y continué caminando. Solo tengo que llegar a mi caballo y luego estaré fuera de aquí. Había dejado mi caballo atado y escondido en el

bosque. En cinco metros, yo estaría sobre la silla de montar y en marcha.

—Prometimos que, sin importar qué, nos quedaríamos aquí —me

recordó.

—Y ellos prometieron que regresarían en una semana —repliqué. Me

volteé y la enfrenté de nuevo—. Ya pasaron catorce días, Janice, y no han vuelto a casa.

—Maddie, por favor —suplicó, implorándome que la escuchase.

Estiró la mano para tocarme, pero me alejé. No quería que me tocase. Si lo hacía, mi ira desaparecería. Necesitaba mantenerla. La rabia

era lo único que me mantenía en marcha. Cubría el dolor y lo llevaba al fondo de mi interior. Sin ira, era inservible.

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—Tienes que quedarte aquí. Debemos esperar aquí —insistió Janice

mientras me iba.

Oí la desesperación en su voz, pero no me detuve. Debía encontrarlo,

tenía que encontrar a mi mejor amigo.

—Ryder me hizo prometer que te mantendría a salvo.

Esas palabras me hicieron detenerme. Escuchar su nombre hacía

que las lágrimas comenzaran a formarse detrás de mis ojos. Preocupación constante apretaba mi corazón dolorosamente. Inhalé. Luego otra vez.

—Por favor —me urgió, sin aliento por intentar seguirme el paso.

Cerré los ojos por la tristeza que oí en su voz. No me desmoronaré.

No me desmoronaré. La impotencia surgió dentro de mí, consumiéndolo todo. La empujé al fondo de mi mente, enterrando la desesperación en lo

profundo de mi ser.

Abrí los ojos y miré a Janice. Vi a Ryder en sus rasgos. Y eso solo me recordaba cuánto lo extrañaba.

—Janice, necesito encontrarlo —le dije; mi voz sonaba hueca y triste.

La simpatía borró las líneas de su cara y su ceño fruncido. —Lo sé,

pero Ryder no querría que cabalgues. Te querría aquí. A salvo.

Asentí y me quedé mirando a la distancia. Ryder me mataría por

irme, ¿pero qué opción tengo? Deberían haber regresado hoy. No podría vivir conmigo misma si no hiciera nada mientras él se encontraba lejos, quizás

herido, necesitándome.

Comencé a caminar de nuevo, con paso firme. —Me quedaré pegada al bosque cerca de la carretera. Conozco esta área como la palma de mi

mano. Me llevará directo a la ciudad. Me quedaré en las afueras y preguntaré a las personas de por ahí. Alguien debe de haberlo visto —dije,

mirando a Janice por encima del hombro—. Puedo hacerlo, Janice. Confía en mí.

—Escúchame, Maddie…

Cinco metros. Podía ver a mi caballo detrás de unos altos árboles, esperándome. En unos minutos estaría sobre su lomo y cabalgando lejos.

Ya casi llegaba cuando se escuchó un grito. Protegiendo mis ojos del sol, miré a la distancia. Roger corría desde el granero con una escopeta en

sus manos.

Observé el área a donde se dirigía. La carretera. Lo que vi hizo que

mi corazón se acelerara.

Hombres a caballo cabalgaban por el camino descuidado. Lucían

harapientos y cansados, casi incapaces de mantenerse sentados en las sillas de montar. Debí haber estado asustada; los forasteros representaban

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una amenaza. Sin la suficiente comida y agua en el país, los ciudadanos

peleaban unos contra otros solo para conseguir una comida decente. Las personas eran asesinadas por un recipiente de agua o una taza de arroz.

Extraños que viajaban por la carretera desierta podían estar desesperados por suministros y dispuestos a matar por ellos. Pero estos hombres no eran extraños. Eran familia.

En segundos, corría a toda máquina, dejando caer mi mochila y la escopeta al suelo. El césped crecido rozaba mis piernas, quemándome al

tiempo que azotaba mi piel. Mis zapatos pisaban la tierra, llevándome más cerca. Volé, sin alejar nunca la mirada de los jinetes.

El tiempo se detuvo mientras atravesaba el patio. Janice permaneció justo detrás de mí, igual de ansiosa que yo por alcanzarlos.

Tres caballos. Lo que ello implicaba daba vueltas en mi mente, pero

no me detuve. El sol era despiadado, quemando todo a su paso. El sudor corría por mi espalda, pero me negué a parar.

A un metro de mí, los caballos quedaron quietos, pero jadeaban y su pelaje brillaba. Uno o dos de ellos pisotearon con sus pesuñas, creando

pequeñas tormentas de polvo en el aire y añadiendo otra capa delgada de suciedad a los jinetes.

Me detuve, sin aliento e incapaz de procesar los rostros de los

hombres. Mi corazón latía demasiado fuerte y mis manos temblaban horriblemente. Sentía una dolorosa puntada en mis costillas por la carrera

y un zumbido en mis oídos que me imposibilitaban el pensar.

Luego la oí, una voz familiar que sonaba más dulce que la miel. Me

sentí débil por la felicidad y ligera por el alivio.

Con lágrimas, observé mientras Eva se bajaba del asiento por detrás de Brody y aterrizaba pesadamente. Ella lloraba en voz baja y las lágrimas

creaban rayas en sus mejillas sucias.

Di un paso hacia adelante, sin saber si era real o no. Pero cuando

me miró, supe que no estaba soñando.

—¡Eva! —grité.

Me encontró a mitad de camino, echándome los brazos al cuello y aferrándose como a un salvavidas. —¡Oh, Maddie!— gritó una y otra vez.

Sus lágrimas humedecieron mi camisa y la suciedad en su rostro

manchó mi ropa. No me importaba. Me hacía feliz que Eva estuviera de pie a mi lado otra vez. Segura. Entera. En casa.

Podía sentir sus hombros huesudos bajo mis manos. Su brazo derecho estaba vendado en un cabestrillo sucio y su camisa hecha jirones.

Su hermoso cabello rubio que siempre había parecido tan perfecto ahora era enmarañado y apelmazado con barro. Pero nunca antes había lucido tan bien para mí.

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Sostuve el cuerpo demacrado de Eva junto al mío y eché un vistazo a

los otros jinetes. Gavin bajó lentamente del asiento, con aspecto derrotado y cansado. Como hermano mayor de Ryder, era el líder del grupo. El mayor

y el más sensato de todos ellos.

Brody prácticamente se cayó de su caballo por el agotamiento. Un vendaje sucio fue envuelto alrededor de su cabeza y manchas de sangre

salpicaban el material. La lesión no le impidió mantener sus ojos en Eva. Sabía que su amor por ella era la única razón por la que se encontraba

aquí ahora.

Cash cerraba la marcha. Siempre el solitario, permaneció en la silla,

manteniéndose distante de todos los demás. Su sombrero de vaquero le cubría hasta los ojos, ocultando su expresión y dándole un aspecto de indiferencia.

Pero faltaba una persona.

Dejé de lado Eva y me centré en Gavin. —¿Dónde está Ryder?

Se acercó cojeando a mí, todavía llevando su escopeta. Sus ojos se clavaron en los míos, sin hacer caso a sus padres cuando le preguntaron

si se encontraba bien. Haciendo caso omiso de todo el mundo, menos a mí. Se detuvo a centímetros de distancia, irguiéndose sobre mí, alto como su hermano.

Lo primero que noté fue la cantidad de sangre en su camisa. Lo segundo, fue la expresión de su cara. Tristeza, angustia y mucho dolor.

¡Oh Dios, no!

—¿Gavin? —pregunté, mi voz quebrándose. Di un paso hacia atrás.

Luego otro, de repente asustada. Con cada paso, la bilis se elevó más en mi garganta.

Gavin arrastró los pies hacia delante, intentando alcanzarme con su

mano. —Maddie.

Fue entonces cuando lo supe.

Comencé a sacudir la cabeza, negándome a reconocer lo que leía en sus ojos. Las lágrimas nublaron mi visión y sentí como si una mano me

apretara fuertemente el cuello, sofocándome la vida.

—¡NO! ¡NO! —Las palabras brotaron de mi garganta como gritos de dolor.

Me tapé la boca, conteniendo un grito cuando vi la humedad en los ojos de Gavin. Detrás de mí, Janice gritó de dolor.

Gavin me alcanzó. La parte de mi mente que seguía funcionando notó que su mano estaba cubierta de sangre. Al agarrarme, me manchó el

brazo, e imploró—: Escúchame, Maddie...

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Sacudí la cabeza en negación y me alejé de él. Se apretó el costado

de su cuerpo, retorciendo el rostro de dolor. Se acercó cojeando y mantuvo su mirada en la mía. Me negué a reconocer lo que vi en ellos.

—¿Dónde está Ryder? —pregunté, forzándome a sacar las palabras.

Cuando no respondió, mis lágrimas caían con más fuerza.

—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! —lloré, frotándome la frente y

mirando los alrededores. Todos me miraban con lástima. Siendo incapaz de pensar con claridad, comencé a pasearme, dando pequeños pasos hacia

atrás y delante en frente de Gavin.

¡Esto no puede estar pasando! ¡Es una broma! ¡Una broma cruel!

Comencé a golpear histéricamente el pecho de Gavin, ignorando la forma en que su rostro se volvió blanco. —¡¿Dónde diablos está?! —grité, empujándolo un paso hacia atrás—. ¿Dónde. Está?

Tomó mis dos muñecas con una mano y me sacudió una vez, en un intento de calmarme. —¡Le dispararon, Maddie!

—¡NOOOO! —lloré. Un sollozo salió de mi garganta, seguido de otro. Mis rodillas se debilitaron y mi cuerpo perdió todo el peso. Empecé a

desmoronarse, incapaz de soportarlo por más tiempo.

Gavin logró mantener mi posición vertical, a pesar de que parecía a punto de caerse él mismo. Me jaló hacia delante y envolvió los brazos a mi

alrededor.

—Lo siento, Maddie. Lo siento mucho. Intenté... Intenté llegar a él —

dijo con voz temblorosa.

Agarré un puñado de su camisa y me eché a llorar cuando el dolor

en mi pecho fue más pesado. Podía oír sollozos y llantos. Si se trataba de mí o de alguien más, no lo sabía.

¡Le han disparado a Ryder! ¡No iba a volver a mí! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!

¡Oh, Dios!

—Fue en medio de la lucha. Los disparos volaban desde todos lados,

pero nos manteníamos. Entonces más soldados comenzaron a aparecer de la nada. Traté de cubrirlo para que pudiera retirarse a un lugar seguro,

pero fuimos superados en número. Lo vi caer —dijo con tristeza en su voz. Sus brazos se apretaron a mi alrededor—. La sangre empapaba su camisa y quedó inconsciente, tendido allí en el pasto.

Me agarré de la camisa con más fuerza mientras se asentaban sus palabras. Sangre. Ryder. Tendido allí.

—Se lo llevaron. Después de dispararle, lo arrastraron como a un pedazo de basura. —Su voz adquirió un tono duro—. Lo tienen los

bastardos.

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Con la última palabra, Gavin tropezó contra mí, de repente pesado.

Sentí calor contra mi abdomen. Bajé la mirada y vi sangre empapando mi camisa. Alcé la vista, y vi la cara de Gavin perder todo el color un segundo

antes de que se le pusieran los ojos en blanco. Se desplomó inconsciente contra mí.

Con un grito, lo atrapé, luchando para mantenerlo erguido. Brody se

adelantó y agarró a Gavin antes de que colapsara y me llevara con él. De inmediato, Roger y Janice estuvieron al lado de su hijo, de rodillas junto a

él cuando Brody lo bajó a la tierra.

Bajé la mirada, mirando repugnantemente la sangre que manchó mi

camisa y brazos. En mi cabeza, era la sangre de Ryder, no de Gavin.

Los temblores invadieron cada músculo de mi cuerpo. Mi mente se puso en blanco y me sentí fría. Vacía. Aturdida, di un paso atrás. Luego

otro, al tiempo que sacudía la cabeza. ¡Esto no puede estar pasando! ¡Primero mi papá y luego Ryder! ¡No, no, no!

Eva estuvo junto a mí de inmediato, poniendo un brazo alrededor de mis hombros y abrazándome fuerte.—Todavía podría estar vivo, Maddie —

susurró.

Recé para que fuera cierto. Esperaba nada menos que eso.

Observé de manera inanimada como Janice desgarró la camisa de

Gavin, revelando una herida de arma blanca cerca de las costillas. Usando solo las manos, aplicó presión sobre el corte. Él se quejó en voz alta y se

estremeció de dolor.

—Los bastardos le cortaron cuando intentó ir tras Ryder. Ha perdido

mucha sangre —explicó Brody.

Su voz se desvaneció cuando se acercó Cash. Su mirada se fijó en la mía, plana y distante. Su desaliñada mandíbula flexionada, me recordaba

a alguien obligado a decir algo que no quería. Por una fracción de segundo, se desvaneció el muro que mantuvo en torno de sí mismo, revelando la

tristeza y el cansancio que venía de ver y saber demasiado.

Dejé de lado a Eva para enfrentarlo, necesitando a alguien que me

dijera la verdad. Cash era esa persona. No endulzaba nada.

—¿Está muerto, Cash? —le pregunté, apenas capaz de forzarme a sacar las palabras por mis labios.

Quitándose el sombrero de vaquero, lo golpeó contra su muslo. El polvo se arremolinó a su alrededor, añadiéndose a la suciedad de la ropa

ya apelmazada.

—Le dispararon en el pecho, Maddie.

Noté la verdad detrás de sus palabras. No creía que Ryder siguiera vivo.

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El rugido en mis oídos aumentó. Me sentía débil, con la cabeza más

ligera. Los bordes de mi visión se atenuaron, haciendo que todo parezca borroso. Cerré los ojos, solo queriendo desaparecer.

Mi cuerpo se deslizó en el olvido.

El último pensamiento que tuve fue de Ryder.

***

Nada.

Eso era yo.

Ryder se había ido. Mi mundo se hizo añicos como si un pedazo de cristal delicado hubiese caído sobre un suelo de mármol. Los diminutos fragmentos de la vida que una vez resistí, pero estaban rotos. Inútiles. Solo

los trozos de lo que fueron. No tenía esperanzas. Ni plegarias. Ni deseos de seguir adelante.

Me acosté en la cama durante días. Me negaba a moverme y apenas comía. Janice se enojaba. Gavin se irritaba. Nadie se encontraba contento.

Habíamos perdido a uno de los nuestros.

Yo lo había perdido.

—Te amo, Maddie. Recuerda ser fuerte. Por mí.

Eran algunas de las últimas palabras que me dijo. Me habían estado rondando durante horas. Nunca quería olvidarlas. Necesitaba oírlas como

requería el aire para respirar. Cuando me acosté en su cama, sus palabras daban vueltas en mi cabeza, negándose a dejar que las olvide.

Me toqué los labios con la yema del dedo, recordando nuestro último beso. Quería recuperar ese minuto. Solo un segundo más con él.

Su olor se colaba desde las sábanas de algodón que me rodeaban,

causando que crezca el dolor en mi pecho, paralizándome hasta que pensé que nunca volvería a sentir lo mismo. Las lágrimas empaparon la

almohada debajo de mi cabeza; solo algunas de las miles que ya había derramado.

La luz del sol se filtraba por la ventana, iluminando la habitación, pero solo me rodeaba la oscuridad. La luz en mí se había ido. Como una vela sin su llama, me encontraba sola y sin propósito.

Oí voces desde algún lugar de la casa. Se están yendo. Anoche, oí hablar a Gavin y Cash. Hoy iban tras Ryder. Sería uno de los muchos

intentos que harían para encontrarlo.

—Sé fuerte. Por mí.

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Apreté los ojos mientras las palabras se metían de nuevo a la fuerza

en mi cerebro. No quería ser fuerte. Deseaba meterme bajo las mantas y nunca emerger. Quería disolverme en el suelo y desaparecer.

Como una hoja que cae en un río, quería alejarme flotando. Pero había algo que evitaba que me hundiera más profundo bajo las oscuras aguas.

Mi hijo nonato.

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11

Hay días que nunca olvidaré. Días que cambiaron mi vida para

siempre. Cuando murió mi madre. El conocer a Ryder. La noche en la que le di mi virginidad. El momento en que llegó el pulso electromagnético,

tomando la electricidad de los Estados Unidos. El día que murió mi padre. Enterarme de mi embarazo. Estar de pie bajo las estrellas mientras Ryder me pedía que me casara con él. Así como muchos días importantes, unos

felices y otros tristes. Pero el día que cambió mi vida para siempre fue el que no regresó Ryder. Ese día, mi mundo se derrumbó. Ahora lo único que

me quedaba eran recuerdos.

—¡Maddie Jackson, baja de ese árbol!

Agarrando la rama debajo de mí, me incliné para mirar a Ryder. Se encontraba con los pies separados y los brazos cruzados sobre el pecho.

Lucía muy enojado como para subir al árbol y bajarme él mismo. Quería rodar los ojos. Desde que cumplió los trece años, ya no era divertido.

—¿Qué pasa, Ryder, te da miedo que me vaya a caer? —Me reí, balanceando las piernas juguetonamente en el aire.

—¡Claro que sí, eso es lo que me da miedo! ¡Baja antes de que te rompas el cuello! —gritó, entrecerrando los ojos bajo su gorra de béisbol.

Me reí del ceño fruncido en su rostro y volví a balancear las piernas,

esta vez enviando más alto los pies.

—Maaaddie—advirtió, alargando mi nombre.

No le hice caso. Él era inofensivo y no se atrevería a tocarme ni un cabello de la cabeza.

Con una sonrisa, levanté la mirada, preguntándome cuánto más podría subir. Las hojas verdes me hacían señas, retándome a alcanzarlas. Quería estar en la parte más alta, para ser capaz de mirar hacia abajo y ver

todo.

El sol se filtraba a través de las ramas, cegándome. Cerré los ojos y sentí el calor en la cara. El viento cambió, enfriando mis mejillas. Abriendo los ojos, solté la rama debajo de mí y tomé otra.

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—¡Ni se te ocurra! —gritó Ryder, añadiendo una mala palabra que nunca escuché. Su lenguaje grosero no me molestaba. Papá me dijo que no repitiera nada de lo que dijera Ryder y nunca lo hice, pero a veces pensaba

que todas sus maldiciones sonaban tontas.

—Trataré de llegar a la otra rama. Tal vez pueda ver mi casa desde aquí —le dije, haciendo equilibrio al pararme. No me atreví a bajar la mirada

cuando Ryder empezó a caminar de un lado al otro al pie del árbol, murmurando algo que no podía oír.

—¡Lo juro, Maddie, voy a patearte el trasero cuando bajes! —gritó, deteniéndose justo debajo de mí.

—¡Tendrás que atraparme primero! —grité, mordiéndome el labio inferior al tiempo que me concentraba en alcanzar una rama de más arriba. Salté y probé la fuerza de esta. Las hojas bailaban frenéticamente al final de sus palitos, produciendo un crujido. Me encantaba ese sonido. Siempre me recordaba al verano.

—Oh, te atraparé, Maddie —dijo Ryder, protegiéndose los ojos del sol para que pudiera verme—, y cuando lo haga, te arrepentirás por asustarme.

—Creí que nada te asustaba. ¿Eres una niñita? —bromeé, sabiendo que con solo decirle así lo molestaría.

Un profundo sonido raro salió de su garganta, recordándome al perro

callejero que me gruñó el año pasado. Me preguntaba cómo hizo Ryder ese sonido. Tenía que preguntarle. Tal vez podía enseñarme. Podría ser útil en

esos momentos en los cuales me frustro con Eva.

Sentí una ola de mareo cuando lo observé al bajar la mirada. Se veía

tan lejano que por solo una fracción de segundo creció mi miedo. Entonces ignoré esa sensación y le sonreí. No me convertiría en una cobarde. Podía hacer esto.

Subiendo a otra rama, contuve la respiración, ya que protestó bajo mi peso. Aferrándome, esperé a que esta se rompiera. Nada. Me encontraba a salvo.

—¡Oye, mira, Ryder! ¡Lo hice! —grité, sonriéndole triunfalmente.

—Bien por ti. Ahora vuelve aquí.

Sin hacerle caso, eché un vistazo al sol y traté de mirar la cima de mi casa a través de las hojas. Sabía que se podía ver desde aquí. De repente,

el sol se reflejó en algo brillante a la distancia.

—¡Veo el techo del granero! —grité, sintiéndome emocionada.

—Genial. Ahora baja —espetó Ryder impaciente.

—Espera un segundo.

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Alcé la mirada. Alcancé a ver una buena y gruesa rama por encima de mí. Si podía llegar a ella, tal vez lograría ver a mi caballo, Buttercup, pastando en la pradera.

Levanté un pie y la mano hacia la rama.

—¡Maddie! ¡No!

Una fuerte ráfaga de viento se impulsó contra mi pequeño cuerpo.

Traté de sostenerme del árbol, pero la corteza áspera se deslizó a través de mis deditos. Con un grito de alarma, perdí el equilibrio y caí hacia atrás. Con

desesperación, intenté agarrarme a la rama más cercana pero no pude detener mi caída.

Sucedió en una fracción de segundo. Un minuto me hallaba en el árbol, al siguiente no existía nada más que aire a mi alrededor. Al caer, golpeé con la espalda una rama del árbol. Mi cabeza golpeó contra otra, pero esta era gruesa, y envió una punzada de dolor a través de mí. Mi cabello se enganchó en palitos, dejando detrás mechas cuando seguía cayendo. Creo

que grité pero no lo sé.

Me sentí caer de bruces sobre Ryder. La fuerza nos tiró al piso.

—¡Oh, mierda! ¡Oh, mierda! —dijo frenéticamente, gateando de debajo de mí.

Grité al instante que mi brazo tocó el suelo duro. Un dolor como nunca

llegué a sentir antes me explotó por todos los músculos del cuerpo.

Ryder se arrodilló y tocó mi muñeca. El dolor se disparó por mi brazo.

Grité, sintiendo como si alguien estuviera rasgándolo.

—¡Oh, Jesús! —exclamó al tiempo que las lágrimas rodaban por mis

mejillas—. Creo que se rompió tu brazo.

—Me duele, Ryder —sollocé; mi brazo yacía inútilmente al lado. Traté de moverlo, pero el dolor era demasiado. Volví a gritar, una combinación de

un chillido y llanto de agonía. A través de mis lágrimas, vi el pánico en su rostro. Juré entonces que nunca volvería a decirle niñita.

—Tengo que llevarte a la casa —dijo en voz baja, hablando más para sí mismo que para mí.

Esto fue mi culpa. Le rogué que fuera conmigo. Solíamos pasar todo el tiempo explorando los campos alrededor de las granjas de nuestros papás, pero desde que se empezó a interesar en las chicas, no volvimos a hacer

esas cosas. Lo extrañaba. Pero me alegraba que estuviera conmigo en estos momentos.

Agarrándome el hombro, traté de sentarme, pero me dolía demasiado.

—No te muevas. Yo te llevaré a casa —dijo Ryder. Levantándome con

una mano bajo las rodillas y la otra en la espalda. Como si no pesara nada, empezó a caminar por el campo conmigo en brazos.

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Las lágrimas me corrían por la cara mientras cruzaba apresurado el terreno irregular lleno de baches. Bajó la mirada para verme un par de veces y creo que trató de hablarme, pero el dolor en el brazo era demasiado

terrible para prestar atención.

Lloré todo el camino a casa, pero todo mejoró cuando vi a mi padre.

—¡Papi! —gemí al tiempo que Ryder cruzaba el patio.

Mi padre apartó la mirada de la vieja cortadora de césped que arreglaba. Los rayos de la luz del sol se reflejaban en su cabello castaño y

le hizo entrecerrar los ojos para poder verme con claridad.

—¿Maddie? —preguntó, luciendo estupefacto al darse cuenta de quién

me llevaba cargando.

—¡Se rompió el brazo, señor Jackson! —gritó Ryder.

Mi padre dejó caer el destornillador de su mano y cruzó corriendo el

patio, encontrándonos a mitad de camino.

—¿Qué ocurrió? —preguntó, ayudándome a salir de los brazos de

Ryder.

—Se cayó de un árbol.

—¿Un árbol? Maddie, ¿cuántas veces te he dicho que no subas tan alto? —preguntó mi padre irritado.

Más lágrimas me corrieron por las mejillas. ¡Mi padre nunca se enojó

conmigo!

—Fue mi culpa, señor Jackson. La reté a subir más alto —mintió

Ryder, enfrentando a mi padre sin miedo. Me pregunté por qué me protegía, pero a veces él simplemente hacía ese tipo de cosas.

Mi padre suspiró pesadamente y miró con frustración a Ryder. —Les he advertido a los dos... —Sacudió la cabeza con resignación—. No importa. La llevaré al hospital. Vete a casa, Ryder.

—No, yo también quiero ir —insistió, volviéndome a sorprender por enfrentarse a mi papá. Creo que solo Ryder podría conseguir salirse con la

suya haciendo eso.

Mi padre me llevó a la camioneta, buscando las llaves en el bolsillo y

manteniendo un brazo alrededor de mí. —Vete a casa —le dijo sobre el hombro a Ryder.

—No, señor, no lo haré. Tengo que asegurarme de que esté bien. No la

dejaré.

Mi padre se detuvo. Se giró para enfrentarlo y lo miró con calma a

pesar de su ira anterior. —Yo me encargo, hijo. No tienes que preocuparte por ella.

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Ryder tragó saliva y me miró antes de volver la mirada a mi padre.

—Con todo respeto, señor Jackson, pero siempre me preocuparé por ella y nunca la dejaré. Es mi mejor amiga.

***

Ahora aquí me encontraba, en el mismo árbol. A metros de distancia de donde me atrapó. A kilómetros de distancia de mi mejor amigo.

Y yo era la que se preocupaba por él.

—El árbol muerto a las dos en punto —susurró Gavin cerca de mi

oído, regresándome al presente.

Sin mover un músculo o girar la cabeza, miré a la derecha. Debajo de la capucha de la chaqueta, pude ver una rama moviéndose en lo alto de

un árbol a unos metros de mí. En realidad rebotaba más que balancearse, pero el movimiento no era causado por el viento, sino por un pequeño

animal.

Muy lentamente levanté la pistola, con cuidado de no hacer ruido.

—Tranquila —advirtió Cash.

Lo vi por el rabillo del ojo, de pie detrás de mí. Resistí el impulso de apretar los dientes. Estos hombres pensaban que yo era débil. Tenían

mucho que aprender.

Me apoyé el arma en el hombro. Era pesada, provocándome un

temblor en los brazos. Mirando por el cañón, mantuve un ojo abierto en tanto veía al objetivo. Una ardilla sentada en la rama comía una nuez de

algún tipo. No creía en matar animales. Odiaba la idea de quitar otra vida, pero tenía hambre. Todos la teníamos.

Mi dedo índice descansaba tranquilamente en el gatillo, esperando el

momento adecuado para apretarlo.

—Ahora —ordenó Gavin, prácticamente en mi oído.

Sin pensarlo dos veces, moví el dedo. En una fracción de segundo, el disparo salió del cañón, haciendo saltar el arma de mis manos. Un bum

hizo eco a través de los bosques, fuerte y ensordecedor.

Bajando el arma, vi cuando las hojas muertas caían del árbol junto

con unos trozos de corteza.

—Diablos, creo que le diste al bastardo —murmuró Gavin, poniéndose la escopeta en el hombro y dando grandes pasos en dirección

del árbol.

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Observé mientras sus botas pesadas trituraban las hojas secas y la

hierba muerta debajo. Cash se quedó junto a mí, siempre al cuidado, mientras Gavin se agachó y recogió algo al pie del árbol. Agarró una ardilla

mediana por el final de su cola peluda.

—Golpeaste el punto muerto. La mataste al instante —se burló, sorprendido.

—¿No creías que pudiera? —le pregunté, arqueando una ceja, sin reír por el hecho de matar un animal.

—En realidad no —respondió, metiendo la ardilla en una vieja bolsa de arpillera que llevaba—. Supongo que mi hermano hizo un buen trabajo

enseñándote a disparar. Me alegro de que al menos te dejara eso.

Sentí el dolor que me exprimía el corazón ante la mención de Ryder. Eso tenía el poder para derrumbarme, hacer que mi cuerpo temblara y

dejarme con nada más que dolores de cabeza. Lo que Gavin no sabía era que Ryder me dejó mucho más. Me dejó a su bebé.

Luché contra las lágrimas y vi como Gavin avanzó hacia mí. Todavía no le dije a nadie del embarazo. No podía. Las palabras siempre se me

atascaban en la garganta, negándose a salir. Por alguna razón, decirle a Janice o Eva antes que a Ryder parecía algo definitivo, como si supiera que él no volvería. No me encontraba preparada para hacerle frente. Alguien

podría llamarme tonta por no afrontar la realidad, pero si esta no incluía a Ryder, no quería ser parte de ella.

Negándome a dejar que cayera una lágrima, me centré en Gavin. Sus vaqueros desgastados y la camisa de franela lucían deteriorados y sucios,

pero sin una lavadora, la ropa limpia se convirtió en un lujo, algo del pasado. Hemos tratado de lavar todo utilizando agua del arroyo, pero a medida que bajaba la temperatura, no teníamos manera de secar nuestras

prendas. Vivíamos como nuestros antepasados, lavando todo a mano y luchando por sobrevivir en un mundo duro y severo.

Traté de no pensar en lo que dejé en mi apartamento, a kilómetros de distancia. Un armario lleno de ropa cara en la que gasté dinero ganado

con esfuerzo. Vaqueros perfectamente cortados. Vestidos bonitos. Zapatos de tacón alto. Bolsos de diseñador. Ahora lo único que me quedaba eran unas cuantas piezas de ropa que nos vimos obligadas a compartir con Eva.

Traté de no pensar en el hecho de que llevaba la ropa sucia con la que dormí y había vestido por días.

Existían tantas cosas en mi vida pasada que creí me hacían quien era hoy. La ropa, teléfono, coche o un iPad. Cosas que pensé me definían.

Y desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, volviéndose nada más que un recuerdo. Ya no interesaba nada de eso. Sobrevivir era lo único que importaba.

Sin Ryder.

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Pasó un mes desde que los hombres regresaron sin él. El dolor

desgarraba constantemente mi pecho. Nunca se fue. Llevaba la angustia conmigo en todo momento; se convirtió en parte de mí, como mi propio

brazo o pierna. La mayoría de los días me sentía como si se me hubiera caído encima un edificio gigante, dejándome atrapada y desesperada en busca de aire. Esperé a que alguien me rescatara y me liberara del peso de

un dolor constante, pero nadie vino. Todos los días intentaba arrastrarme de los escombros, cortarme las manos y dejar un rastro de desesperación

detrás. Pero nunca podía ver la luz del día, solo la oscuridad.

Nadie sabía lo mucho que me dolía. Me escondía bien. Lloraba por la

noche, pero no tenía problemas para seguir adelante durante el día. Cada momento sin Ryder me deterioraba. Pero quedaba un poco de terquedad en mí. Sigue adelante, me susurraba. Así que la escuché.

Al pasar sobre un tronco muerto, Gavin me tocó, regresándome a la realidad.

Miré su espalda al alejarse, olvidando mi pena por un segundo. Abrí la boca, para compartirle mis pensamientos, pero recapacité. Él se sentía

herido, justo como todos los demás. Tal vez más, ya que quien se fue era su hermano.

Dejando escapar un suspiro, lo miré mientras se alejaba. Gavin no

parecía el mismo desde que regresó a casa. Ni ninguno de nosotros. Ya no actuaba como el tolerante y bondadoso hermano mayor de Ryder. Ahora

era casi imposible de tratar. Se veía fuerte y enojado, de mal genio y lleno de odio a sí mismo. Se parecía cada día más a Ryder. Lo cambió ver cómo

le dispararon y arrastraron a su hermano. Lo endureció.

Al parecer yo me llevaba la mayor parte de su ira. No sabía con certeza el motivo y no pregunté. Solamente lidié con ello. Todos teníamos

nuestras propias formas de lidiar con el dolor. Si lo ayudaba desquitarse conmigo, adelante. Ya no me importaba.

—Lo hiciste bien, Maddie —dijo Cash, captando mi atención.

Bajo las sombras de los árboles, lo miré. Su postura lucía relajada a

pesar de la pistola del cinturón, el cuchillo atado a su muslo y la escopeta descansándole en las manos. El hombre era un arsenal. Un soldado solitario.

—Bueno, no todos creen lo mismo —dije sobre el hombro y comencé a caminar por el mismo camino en el que desapareció Gavin.

—Ignóralo —dijo Cash, siguiéndome de cerca—. Yo lo hago.

Cash se me unió como pegamento, algo que llevaba haciendo desde

hace días. A pesar de que podía disparar como un hombre y golpear lo que quisiera, ellos nunca me dejaban fuera de vista. Era irritante.

—¿Es el primer animal que mataste? —preguntó con voz tranquila.

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Me tragué el nudo en la garganta, en tanto los recuerdos invadieron

mi mente. —No, ese no es el primer ser vivo que he tenido que matar.

Y no lo era. Meses atrás, maté a un hombre. No. No era un hombre,

sino un animal. Él me había tirado y herido, con ganas de hacerme cosas indescriptibles. Por su culpa, murió mi padre y mi mente nunca olvidaría

el horror de ese día. Siempre me perseguiría.

Nunca escaparía.

Mi chaqueta con capucha me protegió cuando comenzó a caer una

ligera bruma. Con la lluvia se produjo un intenso frío que amenazaba con congelar todo a su paso. Las hojas muertas y ramas caídas se pusieron

resbaladizas y húmedas, obligándome a tomarme mi tiempo y vigilar cada paso a través del denso bosque.

De repente, vino un crujido desde nuestra derecha, sonando como una rama al romperse en dos por una bota. Cash me tomó del brazo, impidiéndome moverme un centímetro más. Mis ojos fueron en dirección

del sonido, tratando de ver a través de los árboles. Cash se me adelantó sin hacer ruido, protegiéndome de lo que se encontraba ahí.

Con lentitud cambié el seguro de la pistola. El chasquido sonó ominoso en el silencio.

Cash elevó el arma al hombro y su cuerpo se puso rígido al instante en que miró por el cañón. Después de un segundo lo vi relajarse. Fuera lo que fuera, no lo creía una amenaza.

—Tal vez se trataba de un animal, pero mantén los ojos abiertos. Hay troncos muy gruesos por aquí. Perfecto para esconderse —dijo.

Asentí. —Vámonos. Estoy empapada y esto se ve un poco extraño.

—Sí. Esos troncos me dan escalofríos —dijo—. Siento como si nos

observaran, pero mierda, siempre me siento de esa manera.

Se rió entre dientes pero sin humor. Era un sonido anormal viniendo de él, o cualquiera de nosotros. No sonreíamos y nos reíamos raramente.

No existía nada para ser feliz. Ryder se fue, y el mundo se desmoronaba. Poseíamos pocos suministros y se asentó el invierno. En poco tiempo,

tendría un bebé sin el único hombre que necesitaba a mi lado. Así que, no, no existiría nunca otra razón para sonreír.

Dejamos el bosque atrás y avanzamos por un campo abierto. Pude ver a Gavin muy adelantado, dirigiéndose a la casa de Ryder. A mi casa.

Caminé en silencio por unos minutos y miré a lo lejos, pensando en lo que había más allá del bosque. ¿Solo temor y muerte? ¿Era eso lo que tenía para ofrecernos el nuevo mundo? Pensé en Ryder, preguntándome

dónde se encontraba o si siquiera vivía.

—Quiero saber lo que pasó ese día —solté.

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Cash me miró, entrecerrando los ojos para protegerse del sol. Sabía

a lo que me refería. Solo hubo un día que me preocupaba.

—Gavin te lo dijo el día que volvimos.

Bufé. —Gavin es sobreprotector. Sé que no me dijo todo. —Me forcé a decir las siguientes palabras—: Tengo que saberlo. Tal vez ayudará. No puedo seguir así, Cash. Me duele vivir.

Miró los alrededores en busca de problemas. —Y la muerte es el camino más fácil, Maddie. —Su voz bajó, provocándome un escalofrió de

aprensión—. Esta guerra nos quitó algo a todos. Perdí a mi familia al igual que tú. Nada nos ayudará a lidiar con eso excepto el tiempo. Los detalles

de lo ocurrido no traerán de vuelta a Ryder.

—Lo sé. Es que pensé que escucharlos me podría ayudar —dije manteniendo mis ojos en el suelo cuando empezamos a caminar de nuevo.

—¿Gavin te dijo algo acerca de nuestros planes? —me preguntó, tratando de cambiar de tema.

—No, ¿qué planes?

—Mierda, no debí abrir mi bocota. Dejaré que te diga él —respondió,

evitando mis ojos.

Antes de que pudiera preguntar más, se adelantó, dejándome sola en los últimos metros a la casa.

Al tiempo que subía las escaleras del pórtico, evité mirar el arroyo que bordeaba la casa de Ryder. Un rubor coloreó mis mejillas al recordar

haber estado ahí con él. Cuando me sostuvo a su lado, pasando las manos por mi cuerpo. En ese momento me dijo que me amaba. Un momento que

jamás olvidaría.

Le di la espalda a la quebrada, pero nunca le daría la espalda a los recuerdos. Ellos me obligaban a levantarme por la mañana. Me seguían a

la cama por la noche. Me hacían compañía y era todo lo que me quedaba de Ryder. Conservaba cada recuerdo cerca de mi corazón y me negaba a

olvidarlos.

Al entrar, mis ojos necesitaron un minuto para adaptarse a la

penumbra de la cocina. Nunca olvidaré cómo era entrar a una habitación iluminada por las luces. Unas brillantes, soleadas y acogedoras. Con la lluvia fuera, la casa se hallaba oscura y fría, y no era donde quería estar

en estos momentos.

Puse la escopeta en la mesa y vi cuando Cash se quitó el sombrero y

lo arrojó a una silla cercana. Parecía tan empapado y abatido como yo me sentía.

—¿Consiguieron algo? —preguntó Brody, entrando en la habitación con una radio de onda corta en la mano. Usando varias capas de ropa,

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guantes sin dedos y un sombrero, no se parecía en nada al típico atleta

americano que era. Ahora parecía un refugiado. Un sobreviviente de la guerra.

—Tenemos un par de ardillas. No vimos mucho más —dijo Cash, descargando las balas de su pistola. Asintió hacia la radio en la mano de Brody—. ¿Arreglaste esa cosa?

Brody colocó la cajita de metal en la mesa y dejó escapar un suspiro de frustración. —Sí, la arreglé. Aunque la pequeña porquería me costó. No

estoy seguro de cuánto tiempo la tendremos.

Vi el estrés que le cubría la cara y el agotamiento que no podía

ocultar. Me preguntaba si yo me veía igual.

—Estaríamos en un montón de problemas sin esa cosa —dijo Cash señalando la radio como si fuera algo asqueroso.

Teníamos una relación de amor/odio con la onda corta. Lo único que traía eran malas noticias. Pero sin ella, no teníamos conocimiento de lo

que sucedía en el mundo exterior. No hubiéramos sabido lo fuerte que se hizo el enemigo. No habríamos oído hablar de la cantidad de personas que

se quedaron sin hogar o la insistencia para que los ciudadanos racionaran los alimentos y el agua. La noticia de la caída de Washington no hubiera llegado a nosotros ni los nombres de los políticos asesinados. No, no nos

gustaba la radio, pero era nuestro vínculo con el mundo, recordándonos el terrible lugar en el que se convirtió Estados Unidos.

Pero hacer frente a un problema a la vez y olvidar lo que no se podía cambiar era algo que tuve que aprender en los últimos meses. Ahora,

había uno con el que podía lidiar.

—¿Cómo sigue, Brody? —le pregunté, empujando de mi cabeza la capucha húmeda.

—Hoy es un mal día.

Aparté la vista del dolor que vi en sus ojos. Brody amaba a Eva con

todo su corazón, pero a veces ni siquiera el amor era suficiente. Eva regresó de la prisión provisional de los terroristas como alguien diferente.

Sufrió heridas leves, pero la mayoría eran internas, algo que nunca vería ni podríamos ayudar a curar.

—Iré a hablar con ella —le dije, saliendo de la cocina.

—Hoy no me ha dicho ni una palabra —dijo Brody con tristeza.

Eso me rompió el corazón. Eva era una chica despreocupada con

una actitud de listilla que no tenía miedo a decir lo que pensaba. Ahora casi no hablaba y era solo una sombra de quien fue una vez.

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—Hablará —le dije con más convicción de la que sentía. Necesitaba a

mi mejor amiga. Ya perdí a Ryder. Gavin no era el mismo de siempre. Me sentía desesperaba por recuperar a Eva.

—Tal vez deberíamos dejarla en paz —dijo Brody, y parecía que las palabras le herían con solo decirlas.

—No. Esto ha ido demasiado lejos —repliqué.

Antes de que pudiera discutir, me dirigí al pasillo y la ira aumentaba junto con mi ritmo. Me encontraba enojada con Brody. Con Ryder por

recibir un disparo y no volver conmigo. Con Eva por no ser la chica que conocía.

La hallé en la habitación de invitados, acurrucada en una silla y mirando cómo caía la lluvia por la ventana.

—Eva, Brody dijo que no hablas. ¿Qué pasa? —pregunté, entrando a

la habitación y deteniéndome frente a ella.

Respiró hondo y soltó el aire con resignación. Se rodeó la esbelta

cintura con los brazos y continuó mirando afuera, ignorándome.

La Eva que conocía no se quedaría así sentada y mirando a la nada.

Se habría reído de lo que le pasó y dicho “¡Jódanse, idiotas!”. Tenía que sacarla de esto antes de volverme loca. Así de desesperada me sentía por tenerla conmigo.

—Eva —susurré, inclinándome para mirarla a los ojos—. Tienes que olvidar esto. Ahora.

Nada. Ni un parpadeo. Ni un giro de cabeza en mi dirección.

Suspiré y miré por la ventana. Podía sentir el frío, empañando el

cristal y poniéndome la piel de gallina. Metí las manos en los bolsillos y apoyé la cabeza contra la pared.

Cerré los ojos y vi a Ryder. Sonriéndome. Tocándome. Pero el dolor

envolvió mi corazón como siempre que pensaba en él. Apretó, rasgó y lo partió en dos. Me mordí el interior del labio, negándome a llorar. No puedo.

He llorado demasiado. Ya no queda nada en mí.

Respiré hondo, abrí los ojos y encontré a Eva observándome. Sus

ojos contenían dolor pero vi algo más. Por un segundo, revivió la rebeldía en ella, amenazando con rasgarme por ser tan débil. Contuve el aliento,

preparándome para el comentario sarcástico que quería oír. Pero se volteó y volvió a mirar por la ventana.

Tengo que seguir intentando. Tal vez insistirle un poco más.

—Hoy le disparé a una ardilla. ¿Puedes creerlo? Nunca pensé que diría esas palabras —comenté, forzándome a sonreír—. ¿Quieres saber que

más nunca pensé que diría?

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Que tendré al bebé de Ryder.

Pero no lo dije. En cambio, me acerqué al escritorio ubicado contra la pared. El mismo escritorio en que me senté cuando registré las fechas y

descubrí el embarazo.

Había papeles esparcidos en la cima, unos con dibujos y otros con números o letras. Mi espalda se puso rígida cuando vi la larga y elegante

letra de Gavin.

Volvió a utilizar el escritorio de Ryder, tomando notas y dibujando

planes para futuros proyectos en todo el rancho. Un sistema de tuberías hechas a mano. Convertir en vagón una camioneta que ya no funcionaba.

Una lista de útiles.

Sé que era irracional, pero me molestó pensar en que Gavin utilizara este escritorio. Desde su regreso a casa, consumió poco a poco todo lo que

era de Ryder. Dormía en su casa. Comía en su mesa. Vestía alguna de su ropa y hasta olía como él. Lo odiaba porque eso me parecía mal, como si

Gavin se hubiera rendido. Como si todos lo hubiéramos hecho.

Aplasté mi ira y me centré otra vez en Eva.

—Lo echo de menos, Eva. Me siento como si muriera por dentro. No sé qué hacer.

Cuando me contestó el silencio, las lágrimas me llenaron los ojos y

la barbilla me empezó a temblar.

Eva siempre sabía qué hacer o decir. La necesitaba. Por semanas,

creí que podía sacarla de la bruma donde se perdió. Todo el mundo lo intentó, pero ella nos miraba con una expresión triste. Nadie sabía lo que

le sucedió en el campo de prisioneros. Brody se volvía loco por no saber cómo ayudarla. Para mí, solo era otra herida en el corazón, que me mataba poco a poco cada día.

Girando, la dejé sola en la fría habitación. Necesitaba escapar antes de derrumbarme. Antes de que el dolor me consumiera y me arrastrara a

ese oscuro lugar del que nunca podría salir. Sentí una desesperación tan pesada, que quería sentarme y no volver a levantarme.

Pero no lo hice.

Exigí que se movieran mis pies y latiera mi corazón. Les dije a mis pulmones que respiraran y a mi mente que pensara. Todos los días, me

obligaba a seguir, rodeada de gente a la que amaba pero sintiéndome más sola que nunca.

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Tomé una respiración profunda y enderecé mi espalda. Todavía tenía

una pequeña cantidad de fuerza interior. Lo último que quería era que un montón de hombres me vea llorando sobre algo que no podía cambiar. No

quería darles más razones para tratarme como si fuera de porcelana. Planeaba cargar con mi propio peso, a pesar de tener pechos y de no tener un pene.

Brody y Cash levantaron la vista cuando entré en la cocina, con una pregunta muda en sus rostros.

—Ella tampoco habla conmigo —le dije a Brody, sintiéndome desesperada.

No dijo nada al principio. Cruzó hasta la ventana y miró fuera en silencio.

Cuando habló por fin, las palabras explotaron de él, con enojo. —

¿Cuánto tiempo va a tomar esto? ¿Una semana? ¿Un mes? ¡Esto me está matando! ¿Qué le hicieron los idiotas?

No tenía respuesta. Ojalá la tuviera. Ojalá pudiera resolver todos los problemas pero se necesitaría un milagro y eran escasos por aquí.

Mirando por la ventana salpicada de lluvia, no veía el húmedo y frío mundo exterior. Veía a Ryder caminando en el patio. Una ilusión. Una imagen que desearía fuera real. Siempre estoy esperando y rezando pero

nunca lo veo. Nunca vuelve. Parpadeé y me obligué a ver el aquí y ahora.

—¿Gavin todavía está afuera? —pregunté.

—Está en el granero —contestó Cash—. Pero están lloviendo gatos y perros, Maddie. Espéralo aquí.

Jalé la capucha sobre mi cabeza y no contesté. No me asustaba un poco de lluvia y necesitaba aire fresco de todas formas.

Casi llegaba a la puerta cuando se abrió de golpe, lanzándome gotas de lluvia. Una gran figura se paró en el umbral. Alto, de hombros amplios, el hombre tomó la mayor parte de la entrada.

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—¿A dónde vas? —preguntó, mirándome debajo de una capucha

oscura. Sus ojos no se hallaban a la vista pero podía verlos perforándome con cautela.

Por solo un segundo, vi a Ryder parado enfrente de mí. La capucha ocultaba sus ojos y la mayor parte de su rostro, pero su altura coincidía perfectamente. Contuve la respiración y mi corazón latía fuera de control.

—¿Maddie? —preguntó Gavin, dando un paso adentro.

Me estremecí, sintiendo culpa por imaginármelo como Ryder.

—Iba a ir a buscarte —dije, retrocediendo más en la habitación al tiempo que él avanzaba hacia mí.

—No necesitas salir allá. La lluvia se está volviendo aguanieve —dijo, echándome un vistazo mientras me pasaba. Se sentó, empujó su capucha hacia atrás y pasó una mano por su cabello negro—. La temperatura está

bajando rápido y todo estará congelado en la mañana. Esta noche vamos a tener los traseros congelados.

El sonido del aguanieve al chocar con las ventanas confirmó sus palabras. El ruido me hizo sentir más fría y más vulnerable. Estamos a

merced de la Madre Naturaleza. No era un buen lugar.

Me senté en frente de él y traté de enterrarme más en el abrigo que

usaba; el de Ryder. Era muy grande para mí y me tapaba completamente. Y todavía olía a él, una esencia que esperaba que nunca despareciera.

Hace dos semanas el clima se había vuelto frío. Los inviernos de

Texas podían ser impredecibles, y algunas veces vertía hielo o nieve a sus desafortunados habitantes. Ya que dejamos la universidad abruptamente,

tomando lo que pudimos guardar en nuestras mochilas, solo habíamos empacado ropa de verano. Ahora estábamos desesperados por ropa más

cálida. La mañana que despertamos con temperaturas congelantes, Eva y yo asaltamos los armarios. Entre las dos, encontramos lo suficiente para que nos durara todo el invierno, si usábamos algunas cosas dos o tres días

consecutivos. Hay tantas cosas que extraño. La ropa limpia y el calor adecuado son dos de ellas.

Me quité la capucha y traté de atraer la atención de Gavin pero evitó mirarme. Algo anda mal.

—¿Qué pasa, Gavin? Cash mencionó algo sobre unos planes —dije, apretando mis manos con fuerza en mi regazo. Esperé las malas noticias.

¿No es eso lo que todos teníamos por aquí?

Su mirada, brillante con irritación, voló hacia Cash. Lo que pasaba, no era bueno.

Tomó una profunda respiración, se inclinó hacia adelante y apoyó los codos en la mesa. Frotándose el rostro, maldijo en voz baja.

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Esperé, moviéndome con nerviosismo en mi asiento, pensando que si

no empezaba a hablar pronto, podría estirarme a través de la mesa y se lo sacaría a la fuerza. Cuando por fin habló, casi deseé que no lo hubiera

hecho.

—Llegó el invierno y el clima podría empeorar. Decidimos… decidí… hacer un recorrido más a la ciudad para buscar a Ryder. Nos vamos en

tres días.

Contuve la respiración. La sangre se drenó de mi rostro. ¡Van a ir a

buscar a Ryder otra vez! Perdí la cuenta de las veces que habían partido a buscarlo, esperando encontrarlo pero volviendo con las manos vacías. Esta

vez sería diferente. Lo sé.

Debió haber visto el brillo de esperanza en mis ojos porque sacudió

la cabeza, curvando hacia abajo las comisuras de la boca.

—Es la última vez, Maddie, al menos hasta que el clima comience a cooperar otra vez.

¿Qué? Eso podría ser en semanas.

—Si no lo encuentran esta vez, tienen que volver, Gavin. Podría no

sobrevivir mucho más tiempo. Sabes cómo es él. Luchará hasta que lo maten —dije desesperadamente.

Suspiró. —No podemos continuar con esto, Maddie. Tenemos que enfrentar la realidad.

Sacudí la cabeza, rehusándome a escuchar. La realidad era que

Ryder iba a volver. En algún momento, de alguna forma, el regresaría a mí. Lo sabía.

—Necesitas entender que podríamos nunca encontrarlo —dijo Gavin, con una expresión triste—. Podría haberse ido para siempre.

Las lágrimas llenaron mis ojos. Bajé la vista a mi regazo y las limpié, sin querer que nadie las viera. Mis ojos aterrizaron en los agujeritos en mi camisa. Y desenredé los hilos como si me estuviera desenredando por

dentro.

—¿Se ha ido para siempre? Diablos, Gavin, ¿podrías ser más frío? —

se quejó Cash, poniéndose de pie y empujando su silla.

Gavin se paró de un salto, y su propia silla golpeó la pared detrás de

él. Repentinamente, estuvo enfrente de Cash, frunciendo el ceño.

—¿Qué demonios quieres que haga, Cash? ¿Mentirle? ¿Decirle que lo traeremos a casa? ¡Esa es una mentira y lo sabes! —espetó, apretando sus

manos en puños y dando un paso amenazador hacia adelante.

Brody había estado parado, quedándose al margen y observando en

tanto avanzaba el drama. Pero la tensión lo llevó al extremo. —¡Cállense los dos! ¡Estoy harto de esta mierda! —gritó.

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El cuerpo de Gavin se tensó, listo para desquitarse también con él.

—Quédate fuera de esto, Brody. Ve a cuidar a Eva o algo así —dijo con aversión.

—¿Tienes un problema conmigo? ¿Quieres decirme qué es? —espetó Brody.

—Te diré cuál es mi problema. Eres un cobarde. Te sientas por allí y

te deprimes porque tu preciosa novia no es la misma. Demonios, claro que no lo es. Pasó semanas dentro de una prisión de un campamento lleno de

hombres que quieren matar americanos. Tiene suerte de estar viva, ¡pero todo lo que haces es desear que vuelva a comportarse con normalidad! —

Fue directo al rostro de Brody, espetando enojado—: ¡Despierta! ¡Todos debemos despertar, joder! ¡Nadie de nosotros es normal! Cash perdió a su familia. Maddie perdió a su papá. Yo perdí a mi hermano. ¡Daría cualquier

cosa por tener a Ryder en casa, incluso si nunca vuelve a dirigirme la palabra! Al menos entonces sabría que estaba vivo.

Me encogí con cada palabra, sintiendo su dolor y el mío.

Cash se plató en medio de Gavin y Brody, proporcionando una pared

sólida de fuerza. —Oye, hombre, tranquilízate —le dijo a Gavin—. Brody solo trata de cuidar a Eva. Tú harías lo mismo si tuvieras una novia.

Gavin cambió su atención a mí. Su mirada corrió rápidamente por

mi cuerpo. —¿Por qué sigues con esa ropa mojada? —Frunció el ceño y rodeó la mesa para pararse directamente enfrente de mí.

Miré fijamente al piso, rehusándome a mirarlo. Me recordaba tanto a Ryder que me dolía.

—¿Maddie? —preguntó cuando no contesté.

De repente, sabía lo que debía hacer. Como un foco al encenderse, la idea brilló en mi mente.

—Voy contigo —dije, mirándolo. Esperé que viera la determinación en mis ojos y no la tristeza.

—¡Diablos, no!

—Soy buena disparando. Puedo ser de ayuda —dije, levantando el

mentón y retándolo a que discrepara.

—Ryder me mataría.

—Sí, pero te seguiré. Sabes que lo haré. O me llevas contigo o estaré

detrás de ti. Es tu decisión. —Miré a Cash, entonces de vuelta a Gavin. Me miraban como si estuviera loca. También Brody. No me importaba. Iba a

ir.

—Parece que la decisión ya fue tomada —murmuró Cash, mirando a

Gavin.

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—Sí, es verdad. Quiero estar allí cuando lo encuentren —dije.

—Si lo encontramos —agregó Gavin.

Esas palabras chocaron contra mí, casi derribándome. Pero la

gravedad me mantuvo en vertical. Al igual que la esperanza que nunca perdería.

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Observé mientras Ryder rebotaba la pelota de tenis en el piso y luego

la tomaba en su mano. Rebote. Atrapada. Rebote. Atrapada. Sus ojos se quedaban en la pelota, y no se molestaba en mirarme.

Levanté las piernas, golpeando contra la paca de heno debajo de mí. Las ramas secas me picaban e hincaban pero me gustaba mi posición. Desde aquí, podía mirar a Ryder desde arriba, en lugar de mirarlo siempre

desde abajo.

—¿Qué haces este fin de semana? —me preguntó, mirándome antes

de rebotar la pelota de nuevo.

Me encogí de hombros. —Nada —le dije con mi voz aguda.

—¿Por qué no?

Me encogí de hombros otra vez. Cogió la pelota y me miró, esperando mi respuesta.

—Porque tengo trece años y mi papá no me deja ir a ninguna parte. —Hice un puchero.

La esquina de la boca de Ryder se levantó en una sonrisa de medio lado. Lanzó la pelota contra el suelo y la cogió en el aire.

—¿A dónde quisieras ir? Si pudieras —preguntó, soltando el balón de nuevo.

—A una cita —contesté, mirando la pelota chocar con el suelo y volar

hacia arriba.

Sus ojos se dispararon a los míos mientras atrapaba la pelota en el

aire.

—¿Con quién? —preguntó, sonando sorprendido. Desapareció la

sonrisa en su rostro, siendo reemplazada por un ceño fruncido. Vi su cuerpo tensarse mientras cambiaba su peso al otro pie, recordándome a alguien de repente incómodo.

Mis ojos se agrandaron ante la cólera que había oído en su voz. ¿Que había dicho? Me encogí de hombros otra vez. (Una mala costumbre) —No lo

conoces.

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—Pruébame.

Llevé mis rodillas hasta el pecho y las abracé con fuerza. —David Peterson.

Él me estudió. Su mirada pasó por encima de mis rodillas huesudas antes de mirarme a los ojos. Me sacudí de nuevo en mi asiento, haciendo caso omiso de la paja espinosa debajo de mí mientras esperaba a que él

dijera algo.

Apartó la mirada y rebotó la pelota de nuevo. El sonido de goma

contra el hormigón rebotó en el granero vacío.

—No lo conozco —dijo, sonando aburrido de la conversación.

—Te lo dije. Está en mi clase de lengua y literatura. Creo que tiene trece años, pero quizá sea un año mayor, ya que soy una de las más jóvenes en la clase. Su padre es dueño de la gasolinera en las afueras de la

ciudad. La conoces. Tu mamá nos llevó allí cuando fuimos al circo hace unos años. ¿Te acuerdas? Nos compró coca-colas y barras de caramelo. —Me

sonrojé al darme cuenta de que balbuceaba de nuevo. Otra mala costumbre que tenía.

Ryder se encogió de hombros, indiferente. Agarró la pelota y la lanzó al otro lado del granero. Pegó en el revestimiento de metal e hizo un fuerte ruido que resonó en la noche. Me encogí, esperando que no se despertara mi

papá.

—Entonces, ¿cómo luce este David?

—Es lindo. A veces consigue detención, pero la mayoría de las veces es por cosas estúpidas como reírse durante la clase cuando estamos

tomando una prueba.

Ryder me observó, esperando a que dijera más. Me moví, de repente incómoda al hablar de un niño con él. ¿Por qué? No lo sé.

—¿Así que es un perdedor? —preguntó, en serio.

Me eché a reír. —El hecho de que tenga detención no lo convierte en

un perdedor. Tú estás en detención todo el tiempo. ¿Qué te hace eso?

Pensé que era divertido, pero Ryder no parpadeó. Ni sonrió. Solo me

miró con esos ojos que me recordaban a los carámbanos. Sí, se enojó.

—Eres demasiado joven para salir, Maddie —dijo, dándose la vuelta y dirigiéndose a las grandes puertas de granero.

—¿Quién eres tú, mi papá? —grité, saltando desde mi posición en el heno.

Mis piernas cortas se apresuraron para ponerse al día con él. Siempre lo perseguía. Era irritante, pero un día él me perseguiría a mí.

Lo sabía. No podía esperar hasta que llegara ese día.

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Casi llegaba a las puertas del establo cuando se detuvo y se volvió hacia mí. Me puse nerviosa bajo su mirada. No me gustaban esas chicas que reían y coqueteaban con él. Este era Ryder. Mi mejor amigo. Iba a

admitir que él era lindo. Todas las chicas pensaban así. Y yo también. Tenía bonitos ojos azules y un rostro perfecto. Pero era una tontería pensar que era guapo. No podía pensar en él de esa manera.

—No soy tu padre, Maddie, pero soy un hombre. Sé que los chicos de tu edad solo piensan en una cosa.

Crucé los brazos sobre el pecho y moví a un lado mi cadera. Tal vez incluso hice un mohín, no lo sé.

—¿Y qué es en lo que piensan los chicos? ¿Besar? —Sonreí.

—Sí. Eso es una cosa.

—Eva besó a Scott ayer —señalé.

—¿Y?

—Así que no soy demasiado joven para besar.

Dando un paso más cerca, sus ojos brillaron hacia mí. —¿Ya has besado a alguien?

—No —le contesté, jugueteando con el final de mi trenza.

—Bueno. No lo hagas.

—Pero yo quiero.

—No, no lo quieres. No sabes nada sobre los besos. O cualquier otra cosa —añadió, mirando a mi pecho y piernas.

Me sonrojé, sintiéndome muy vulnerable. Nunca me había sentido así con Ryder. Fue la primera vez.

Sacudiendo la cabeza con desaprobación, se dio la vuelta para irse.

—Enséñame a besar —le solté antes de que pudiera llegar muy lejos.

Se dio la vuelta. Sus ojos se agrandaron con sorpresa e incredulidad.

—¿Qué?

Moviéndome de un pie a otro, pateé el heno bajo mis pies, pensando

cuidadosamente en mis próximas palabras. —Enséñame a besar, Ryder. No quiero que un chico crea que nunca lo he hecho.

Él negó con la cabeza. —No. No te voy a enseñar.

—¿Por qué no? No significará nada —argumenté, rodando los ojos.

—No.

—¿Gallina? —me burlé levantando una ceja.

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Había dado en el clavo. Sabía que Ryder nunca podía resistirse a un desafío.

Sus ojos bajaron hasta mis labios antes de mirar lejos, incómodo. Se

movió y metió una mano en el bolsillo de atrás. Pude ver como trabajaba su mente, pensando en mi loca solicitud.

—Está bien. Un beso.

Sonreí como una tonta. —Está bien. Déjame entrar en calor —le dije, sacudiendo los brazos y bailando de pie a pie como vi a un luchador hacer

una vez en la televisión.

—Este es un asunto serio, Maddie —dijo Ryder riendo.

Mi sonrisa se hizo más amplia. Me encantaba cuando nos tomábamos el pelo mutuamente.

—Lo entiendo. Besar es un asunto serio. ¿Qué sigue?

—Bueno, tienes que estar cerca. Así.

Se acercó más, dejando solo centímetros entre nosotros. Su camisa

rozaba la mía, dejando un cosquilleo en mi interior. Mi aliento y mi sonrisa se deslizaron antes de que me recordara yo misma que este era Ryder. Un

muchacho que había conocido siempre.

—Está bien. Estar cerca. Listo. ¿Y ahora qué? —le pregunté, sonriendo.

—No dejes que cualquier hombre te toque. ¿Entiendes?

—Entonces, ¿cómo besas? —le pregunté frunciendo el ceño y amando

cada minuto de su irritación.

—Labios solamente. Sin manos —dijo, extendiendo las manos a

ambos lados de mí.

Asentí. —Estar cerca. No tocar. ¿Y?

—Y esto...

Sin previo aviso, se inclinó. Moviendo la cabeza hacia los lados, sus labios cayeron sobre los míos. Me puse rígida, sorprendida. Nunca esperé

que me besara en realidad. Mis labios se congelaron por debajo de los suyos, sin saber qué hacer.

Él sabía a menta verde, mi chicle favorito. Decidí en ese instante que me gustaba esto de los besos. Agarré un puñado de su camisa y separé mis labios. No sabía lo que hacía, pero quería más.

Tan pronto como mi puño se enredó en su camisa, él puso su mano en mi cintura y me alejó, separando nuestros labios sellados.

Por un segundo estuvimos así, mirándonos. Me sentía muy atónita para decir nada y él parecía estar enojado por algo. Al fin, rompió el silencio.

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—Eso es un beso. No dejes que nadie más lo haga —refunfuñó.

Se volteó y se alejó, dejándome con una sensación de ardor en los labios y una sensación extraña en el pecho.

Sabía que nunca volvería a ser la misma.

***

Mi mente regresó al presente. Me quedé en la misma tienda de la

esquina que el padre de David Peterson había tenido tanto tiempo. La misma donde Ryder y yo habíamos comprado barras de chocolate y coca-

colas cuando éramos niños. Ahora el lugar estaba abandonado, saqueado por los suministros. Solo un lugar hueco donde se quedaron los recuerdos del ayer.

Empujé una caja vacía a un lado y me asomé a la parte posterior de la plataforma. La falta de luz solar hacía que fuera difícil ver nada, por lo

que la búsqueda de alimentos era casi imposible. No importaba, porque no quedaba nada. Vacío de todo, solo polvo y la suciedad.

—¿Encontraste algo, Maddie? —preguntó Gavin, deteniéndose a unos metros de mí.

Aparté otra caja del camino y casi grité. Vi una latita de salchichas

de Viena. Las tomé rápidamente, casi con miedo de que desaparecieran si los dejaba fuera de mi vista.

—Solo esto —le dije a Gavin, mostrándole la lata—. ¿Qué hay de ti?

—Nada.

Metí la lata pequeña en el bolsillo de mi abrigo y comprobé el mueble una vez más. Con Gavin siguiéndome de cerca, salí al pasillo y me dirigí a la siguiente. Al darme la vuelta de la esquina, vi a Cash hurgando en un

cubo que una vez pudo haber tenido dulces o papas fritas. Con el rostro sombrío, alzó la vista cuando nos acercamos. No encontró nada. Teníamos

la esperanza de latas de sardinas o algunas barritas energéticas. Cualquier cosa para llenar el vacío de nuestros estómagos. Deseaba en secreto hallar

una botella de vitaminas prenatales. Pero todo se había ido.

Abrí la boca para sugerir que nos fuéramos, cuando de la parte delantera de la tienda vinieron voces de hombres.

—¿Dónde demonios se fueron? —gritó alguien, seguido por el sonido de pies que corrían.

Otro hombre respondió, pero no pude oír lo que se decía sobre los latidos de mi corazón.

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Cash, Gavin y yo nos quedamos congelados, asombrados de no estar

solos. “¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos?” Se repetía una y otra vez en mi mente.

De repente, entraron en acción. Gavin cogió mi muñeca, haciéndome saltar. Con un control firme sobre mí, empezó a correr por el pasillo, casi arrastrándome en su prisa. Cash siguió, caminando hacia atrás mientras

cargaba en silencio un cartucho en la cámara de su escopeta y mantenía un ojo en el pasillo.

Gavin me arrastró hacia un estante de metal que una vez ocupó cajas de cereales o latas de café. Miré por encima del hombro una vez o

dos veces, ya que me aterraba ver que los hombres nos persiguieran. Pero solo vi a Cash, siguiéndonos con un arma levantada.

Las voces de los hombres se escucharon más fuerte, a medida que se

acercaban. Gavin aceleró, sin soltarme nunca. Cash se quedó detrás de mí, proporcionando protección contra nuestros perseguidores anónimos.

Corrimos por la tienda, intentando no hacer ruido. La palabra miedo no describía cómo me sentía. Aterrorizada ni siquiera se acercaba. Mi

corazón latía con tanta fuerza que, seguro, los hombres lo oirían.

Doblamos una esquina y nos dirigimos hacia otro pasillo. Mientras corríamos, Gavin miró hacia atrás. Su mirada fue más allá de mi cabeza, y

sus pupilas se redondearon.

—¡Santo cielo! —gritó, rompiendo nuestro silencio.

Antes de que comprendiera lo que sucedía, él me empujó al suelo. Golpeé el linóleo duro y me quedé sin aliento. Mi barbilla golpeó el suelo

sucio y frío, haciendo que me castañearan los dientes y que me mordiera el interior de la boca, por lo que salió sangre. Mis manos aterrizaron en algo húmedo, pero no tenía tiempo para preocuparme por eso.

Por debajo de la capucha, miré hacia arriba. Tres hombres corrían hacia nosotros. El que lideraba me recordó a una enorme bestia cargado

de ira, centrado solo en nosotros y nada más.

Traté de correr hacia atrás, pero Gavin tenía su mano en mi espalda,

sujetándome. Oí el sonido familiar de una escopeta que se bombeaba por encima de mí.

Eché un vistazo, encontrando que tanto Gavin como Cash tenían

sus armas dirigidas, cargadas y apuntadas a los extraños.

El hombre gigante no vaciló. Ver una pistola habría advertido a la

mayoría de los adultos a dar marchar atrás, pero a este no.

—¡DETENTE! —gritó Gavin, quitando su mano de mi espalda para

levantar su arma.

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Libre ahora, me puse sobre las manos y rodillas. Temblaba tanto que

temía no ser capaz de soportar mi peso.

Gavin y Cash se pusieron delante de mí, para dar cobertura al

tiempo que el hombre rugía y aceleraba su paso, resbalando en el piso en el progreso.

—¡Fuera de aquí, Maddie! —gritó Gavin.

No tuvo que decírmelo dos veces. Volteé y me eché a correr. Mis tenis chirriaron sobre el suelo de baldosas falsas mientras corría. No llegué muy

lejos cuando toqué algo resbaladizo en el suelo. Mis zapatillas perdieron tracción y caí. Agarré el estante junto a mí, sosteniéndome con fuerza. El

borde del metal me atravesó la mano, dejando un corte superficial en mi palma. Siseé de dolor, pero recuperé el equilibrio. Desesperada por salir, dejé de lado el estante y salí corriendo, rodeando la esquina rápidamente.

¿Adónde voy? No conocía muy bien la tienda. Habíamos entrado por una ventana rota en la parte delantera, pero no creía que pudiera salir por

allí. Los desconocidos, seguramente la tenían bloqueado.

Miré de derecha a izquierda, tratando de pensar con claridad en

tanto el miedo me consumía. A mi derecha, había puertas refrigeradas que alguna vez tuvieron cerveza y refrescos. Ahora estaban vacías. Inútil. A mi izquierda, tenía la salida, pero los extraños estaban allí, persiguiéndonos.

Estábamos atrapados. Una puerta giratoria grande en la parte de atrás me llamó la atención. Marcaba “ENTREGA”. ¡Mi salida!

La preocupación por mis amigos me hizo dudar un segundo. ¡Corre! ¡Vete! Ellos pueden cuidarse solos, gritó la voz dentro de mi cabeza.

Escuché a mis instintos y me eché a correr. Oí gritos, pero no me detuve. Saltando por encima de una caja vacía, casi me perdí los bordes afilados

de un contador que se había caído.

Me encontraba tan concentrada en llegar a la puerta que nunca vi al

hombre. Apareció de la nada, saltando delante de mí. Un minuto yo estaba sola, y al siguiente, a centímetros de un completo extraño.

—Bueno, hola, cariño. —Sonrió, mirándome de arriba abajo.

Tragué saliva con miedo y di un paso atrás. Mi pie aterrizó en algún vidrio roto y lo escuché crujir amenazadoramente bajo mis pies. Los gritos

detrás de mí se desvanecieron. Todo lo que podía oír era el aire al entrar y salir de mis pulmones.

El hombre empezó a caminar hacia mí. Me acechaba. Era joven. Tal vez de mi edad. La chaqueta de franela roja que usaba se veía sucia y llena de agujeros. Y el olor que emanaba de él... Dios, ¡el olor!

Me tapé la nariz con la manga de mi abrigo y vi como él tocaba algo en su mano. Un cuchillo. Le dio la vuelta, girándolo con sus dedos como

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un lápiz. Sentí que aumentaba mi miedo cuando recordé a otro hombre

con un cuchillo.

—Solo somos tú y yo, cariño. ¿Por qué no nos conocemos mejor? —

dijo, sonriendo—. Pareces muy divertida.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Caminando hacia atrás, miré a mi alrededor, en busca de un arma. La preocupación por mi hijo

nonato era lo único en mi mente. Mi mirada se fijó de nuevo en la puerta de entrega. Si puedo pasarlo, podría ser capaz de salir de aquí.

El hombre debió de haber adivinado lo que iba a hacer. Una mirada brutal sustituyó su sonrisa cuando dejó de balancear el cuchillo. Con un

gruñido, atacó.

Me escabullí hacia un costado, fuera de la línea de ataque. Su mano me alcanzó justo cuando se disparó un arma. La sangre salpicó mi rostro

mientras el hombre caía hacia atrás, agarrándose el hombro.

—¡CORRE, MADDIE! —gritó Gavin a mis espaldas.

Me volteé. Él se hallaba parado con los pies extendidos, apuntando a mi posible atacante. Cuando los gritos llegaron de la parte posterior de la

tienda, giró el arma en esa dirección.

—¡CORRE! —gritó de nuevo, manteniendo sus ojos enfocados en el cañón de la pistola.

Me puse en marcha, esquivando al hombre que sostenía su hombro y se sacudía en el suelo. Mientras corría, me limpié la humedad de mi

cara, intentando no pensar en la sangre del extraño.

Casi llegaba a la puerta de entrega cuando lo sentí. Las nauseas. El

revoltijo en mi estómago. No, ¡ahora no! Rodeé mi cintura con un brazo y apreté los dientes. Con la mano libre, abrí la puerta de metal y me apuré a

entrar. Cerca del fondo de la sala de suministros, vi un cuadradito de luz, indicando el camino de salida.

Estaba a mitad de camino cuando me alcanzó el olor. Algo mohoso y

amargo. Podrido. Me detuve como si hubiese chocado contra una pared. Pero no era una pared. Eran las nauseas matutinas.

Con una mano alrededor de mi cintura, presioné la palma de mi otra mano sobre mi boca, luchando contra la urgencia de vomitar.

Cuando pasó, entré a la habitación. Una ventanita gruesa de cristal se hallaba localizada en la cima de la puerta trasera, atrayéndome con la luz de afuera. Reuniendo todas mis fuerzas, arrojé mi cuerpo contra la

puerta.

Afuera la lluvia se convertía lentamente en lluvia de granizo pero no

tenía tiempo para preocuparme por ello. Me lancé hacia el aguacero. Allí ya

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no pude soportarlo. Lancé el contenido de mi estómago sobre el pavimento,

mientras la lluvia helada empapaba mis ropas, pegándolas a mi cuerpo.

Apenas era capaz de permanecer de pie al instante en que abandoné

la poca cantidad de comida en mi estómago. ¡Estoy tan enferma! ¡Oh dios, no puedo hacer esto! Sentí arcadas de nuevo. Cuando vomité, me limpié la

boca con el dorso de la mano y cerré los ojos contra el dolor de cabeza.

Sin ninguna advertencia, se abrió de golpe la puerta de metal detrás de mí, golpeando fuertemente contra la pared. Salté, esperando lo peor.

Siempre espero lo peor en este pozo de mierda en que se ha convertido el mundo.

—¿Qué diablos? —exclamó Gavin—. ¿Estás enferma?

—Estoy bien —contesté, limpiando nuevamente mi boca mientras la

lluvia me bañaba.

Bajo la seguridad de mi capucha, miré a Cash. Él se hallaba parado detrás de Gavin, moviendo la mirada con ansiedad por los alrededores.

Sostuvo su pistola con fuerza, listo para usarla si era necesario.

—¿Dónde están? —pregunté con una voz temblorosa.

—Están viniendo. Vamos —dijo Cash, vigilando los alrededores. La lluvia helada pasó por el ala de su sombrero de vaquero, empapando su

chaqueta, pero arreglándoselas para mantener seca su cara.

Gavin me estudió por un segundo más largo del necesario antes de tomar mi codo. —Vamos —dijo, empujándome a sus espaldas.

Corrimos lo más rápido posible y el sonido de la lluvia enmascaraba nuestros pasos. Gavin se aferró a mí, prácticamente arrastrándome con él.

En cualquier otro momento, habría protestado pero ahora mismo todo lo que importaba era llegar a un lugar seguro.

Cerca de la esquina de la tienda, Cash alzó la mano, deteniéndonos. Me incliné contra la fría pared de ladrillo, respirando con dificultad. Quise dejarme caer y hacerme un ovillo en la tierra. Desaparecer en las grietas al

igual que la lluvia. Me sentía cansada y hambrienta. Simplemente ríndete, susurró una partecita de mí. Nadie te culpará. Ríndete. Pero no lo hice. Lo

único que me hacía seguir en pie era el saber qué es lo que querría Ryder. Por él y por nuestro bebé.

Observé a Cash y esperé ansiosamente a que dijera que corriéramos otra vez. Bajó la mirada al cañón y comprobó el área, manteniendo un ojo

al entorno para evitar cualquier tipo de compañía no deseada. Después de unos minutos de tensión, nos hizo señas para que nos empezáramos a mover de nuevo.

Reuniendo la poca fuerza que me quedaba, eché a correr, siguiendo de cerca a Gavin. Cash aminoró la marcha, permaneciendo detrás de mí.

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Tuve problemas para mantener el ritmo de Gavin, asustada de que

pudiera tropezar y caer. El pavimento estaba resbaladizo y agrietado, roto por las malas hierbas. Era el escenario perfecto para un esquince de tobillo

o fractura. Cajas húmedas y vacías cubrían la zona, obligándonos a esquivarlas rápidamente como si estuviéramos en una tortuosa carrera de obstáculos.

Me obligué a centrarnos en nuestro destino; la zona arbolada. La única vía de escape

Nos faltaban tres metros cuando fuertes gritos sonaron a nuestras espaldas. ¡Mierda! ¡Nos encontraron!

Gavin me agarró del brazo, para empujarme tras un escarabajo VW abandonado. Caí de rodillas, sintiendo que mis vaqueros se rompían y mi piel se raspaba contra la acera.

Cash se deslizó hasta detenerse, cayendo a mi lado. Descansando su espalda contra el parachoques, se esforzó por recuperar el aliento. Empujó

su sombrero de vaquero hacia arriba y bajó el arma, inspeccionando el área.

Esperé, intentando calmar mi pulso. ¿El hombre nos vio? ¿Vamos a salir de aquí?

Cash alzó cuatro dedos. No tenía idea de si intentaba decirnos que había cuatro o que esperemos cuatro segundos hasta correr otra vez. Me decidí a averiguarlo yo misma, así que comencé a levantarme, esperando

ver a través de la oscura ventana del auto para saber qué ocurría.

Pero Gavin puso una mano sobre mi cabeza, bajándome. Cuando me

dio una mirada de advertencia, me recordó tanto a su hermano que sentí como si otro clavo se enterrara en mi tumba.

—Quédate abajo, Maddie —susurró tan bajo que apenas lo escuché. Me miró fijamente, retándome a que discutiera. No lo hice.

Cuando los gritos del hombre se acallaron, esperamos unos pocos

segundos más antes de ponernos de pie. El clima seguía empeorando. La lluvia helada caía con fuerza, haciéndome temblar. Rogué que los extraños

hubieran decido que no valíamos la pena y nos dejaran en paz.

Sin esperar a averiguarlo, corrimos a la parte posterior de la playa de

estacionamiento. Saltamos sobre una baja valla colgante y cruzamos los últimos pocos metros hacia el denso bosque.

Robles, arbustos de maleza y basura cubrían el área, dándonos la

protección que necesitábamos. Moviéndonos más rápido, corrimos a través de la maleza. Unas ramas espinosas casi llegaron a rasgar mi chaqueta,

amenazando con agarrarme y no soltarme. Pero no me detuve. El susto me hacía correr pero el frío hacía imposible que sintiera algo.

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Estábamos a las afueras de la ciudad, al menos a ocho kilómetros

del bastión terrorista. La tienda de la que huimos se encontraba aislada, rodeada de bosques. Antes del PEM, había sido una estación de gas que

solo visitarían los viajeros desesperados por gasolina o un baño. Ahora era la cascara de una tienda, abandonada en el tiempo.

El camino que seguimos para llegar aquí parecía más gastado que la

carretera transitada que fue meses atrás. Bromeando, Cash la llamó la Carretera al Infierno y supongo que tenía razón. Conducía directamente

hacia el campamento enemigo.

Cuando, hacía una hora, llegamos a la tienda, decidimos que parecía

un lugar seguro para detenerse y buscar suministros. Nos equivocamos. Y ahora aquí estábamos, corriendo. Parece que todo lo que hacíamos tarde o temprano era correr de los problemas.

Mientras corríamos por los bosques, aseguré mi chaqueta, en tanto la lluvia y el granizo caían con más fuerza. De repente, mis cordones se

engancharon en algo. No sabía si era un tronco o una rama, pero supe que iba a caer. Arrojé mis manos en frente de mí e intenté evitar el choque,

desesperada por detener el tiempo. Y así como así, alguien me enderezó, agarrando mi chaqueta desde atrás.

—¿Estás bien? —preguntó Gavin, soltando mi abrigo.

—Sí —respondí, temblando por lo que podría haber sido un desastre. Lo último que necesitaba era doblarme un tobillo o peor, dañar al bebé.

Me estudió un momento. La lluvia caía por su rostro, empapando su cabello y haciendo que brillaran sus pestañas. No parecía darse cuenta de

ello. Simplemente me evaluó como últimamente era su hábito. Al final me dio un empujón para seguir a Cash.

Poco tiempo después, encontramos nuestros caballos. Ellos estaban

escondidos en una zanja que parecía que una vez fue hogar de un pequeño riachuelo. Desde hacía mucho tiempo, el agua se secó, dejando un lugar

perfecto para esconderse. Un pequeño afloramiento de rocas y malezas bordeaban la zona, haciendo que el lugar se sintiera como una cueva.

Cuando mi caballo me miró, relinchó y bailó nerviosamente. Acaricié su cuello, intentando calmarla. Cuando sentí otra ola de nauseas, incliné la frente contra ella mientras los escalofríos sacudían mi cuerpo.

Luchaba por mantenerme de pie y retener las nauseas cuando un cálido abrigo fue arrojado sobre mis hombros. Levanté la cabeza y vi que

Gavin se daba la vuelta. Su campera se había ido y ahora estaba sobre mí.

Estando al otro lado de los caballos, sus ojos me encontraron. Su

expresión era sombría. Vi como sacaba otro abrigo de la mochila y lo pasaba furiosamente a través de su cabeza.

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—¿Nadie tiene un maldito paraguas o algo así? —gritó Cash sobre la

lluvia, excavando en su propia mochila. Sé que intentaba aligerar el humor pero no funcionó.

Todo se hallaba húmedo. Frío. Deprimente. El viento era fuerte y la temperatura disminuía. Pedacitos de hielo golpearon la protección de mi capucha.

Mis dedos estaban entumecidos y mis pies eran bloques de hielo. Nos vamos a congelar hasta la muerte. Este sería nuestro final. Intenté

alejar esos pensamientos pero me costó. No teníamos refugio y tratar de hacer una fogata bajo la lluvia torrencial de aguanieve sería un desperdicio

de energía. Sip, nos encontrábamos en un arroyo sin remos.

Pero a pesar de la lluvia y el frío, aun así, seguiría adelante con el

viaje. Haría lo que pudiera para ayudar a encontrar a Ryder. Siempre habíamos estado ahí para el otro y no iba a rendirme.

—Oye, tengo una manta de emergencia —anunció Gavin sobre el

sonido del granizo al golpear el suelo. Sacó un cuadradito de plata desde su mochila y nos los tendió para que lo veamos. Me recordó a un pedazo

de papel aluminio que había sido desdoblado muchísimas veces hasta que pudo entrar en la palma de la mano.

—¿Qué diablos vas a hacer con esa cosa? ¿Envolver nuestros dedos? —cuestionó Cash, sacando su mochila de la silla de montar y arrojándola al suelo.

Se encogió. —Besa mi culo, Cash, estoy preparado.

—Sí, un verdadero niño explorador. Que mal que no te prepararas

para esa mierda de tormenta en la ciudad —gruñó Cash mientras pasaba junto a mí. Lo vi inclinarse y empezar a escarbar dentro de su mochila.

Pero mi mente no estaba concentrada en lo que hacía; sino en el frío. Parecía que éste tomaba todo mi cuerpo, congelándome desde adentro. Intenté inclinarme contra mi caballo en búsqueda de calor, pero ella se

alejó de mí. No solo necesitaba de su calor sino que también quise cerrar los ojos y recordar mi hogar. El olor a cuero me trajo recuerdos. Necesitaba

recordar esos momentos. Eran los que me hacían seguir en pie.

Gavin tocó mi codo, trayéndome al presente. —Vamos. Necesitas

salir de este clima.

Me llevó hasta la manta que Cash extendió en el suelo. Me dejé caer, sin necesidad de estímulos. Estaba más allá de agotada. La enfermedad de

la mañana y la carrera para escapar del hombre habían drenado toda mi energía.

Cash se sentó a mi lado. Podía sentirlo temblando a mi lado. Frotó sus manos y respiró en ellas. Un sentimiento de temor se apoderó de mí.

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Si alguien tan fuerte como Cash no podía calentarse, ¿Qué oportunidad tenía yo?

Llevé mis rodillas hasta el pecho, intentando hacerme una pequeña

bola para conservar el calor. La fría humedad comenzó a traspasar la manta de lana debajo de mí, congelando mis piernas y trasero. La enorme pared de roca a mis espaldas se comenzó a sentir como un gran bloque de

hielo. Gotitas de granizo golpearon mi nariz, deslizándose por mi piel como pequeños trozos de vidrio.

Levanté la vista y observé a Gavin desplegar la manta de emergencia. La vi descender lentamente, viéndose como metal líquido al aterrizar sobre

Cash y yo. No pensé que ayudara mucho pero era todo lo que teníamos.

Las botas de Gavin eran succionadas por el barro, haciendo ruidos raros mientras él se dirigía hasta los caballos. Regresó un segundo más

tarde, trayendo su mochila y la mía. Las tiró a un lado y se dejó caer junto a mí, prácticamente aplastándome. Me acerqué más a Cash, dándole algo

más de espacio bajo la manta de emergencia.

—Si esto sigue, nos congelaremos hasta la muerte —dijo Cash—. No

se puede hacer una maldita fogata. No se puede hallar refugio. No nos podemos secar. No podemos encontrar a Ryder…

—Cállate, Cash —advirtió Gavin.

—Solo digo…

—Sé lo que acabas de decir y yo estoy diciendo que te calles —espetó

Gavin.

Cerré los ojos y descansé la barbilla contra mis rodillas, cansada de

su discusión. Pelearon todo el camino hasta aquí. Discutieron acerca de ir a la ciudad. Discutieron acerca de qué hacer una vez que llegáramos allí. No pensé que hubiera algo en lo que podrían estar de acuerdo.

Excepto mi presencia en este viaje.

Ambos me dijeron repetidamente que era una terrible idea que fuera

con ellos. Gavin dijo que Ryder lo mataría. Cash insistió que la ciudad no era lugar para una mujer. Sus persistentes discusiones eran agotadoras y

comenzaban a ponerme de mal humor.

Yo intenté bloquear su interminable vociferación, enfocándome en Ryder. Soñé despierta con encontrar un camino dentro de la prisión. Me

gustaría que solo nos topáramos con él. Cash dijo que tomaban a los más fuertes del campamento y los hacían trabajar. ¡Tal vez Ryder fuera uno de

esos prisioneros! Él era fuerte pero también testarudo. Habría luchado con quien fuera que intentara intimidarlo. Eso me preocupó. Su actitud feroz

era lo que amaba de él pero sabía que podría hacer que lo mataran.

—¿Nos adentraremos en la ciudad cuando se detenga la lluvia? —pregunté.

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—Los planes han cambiado —dijo Gavin, sin rodeos.

Alcé la cabeza y le eché un vistazo. Miraba fijamente hacia adelante, evitando mis ojos. Supe entonces que no iríamos tras Ryder.

—Gavin…

—No, Maddie. Tengo que llevarte de vuelta a casa.

Me senté, soltando mis rodillas. Empujando un mechón húmedo de

cabello tras mi oreja, enderecé la columna.

—Dijiste que podríamos ir a ver —discutí, sintiéndome engañada.

—Eso fue antes de que comenzara esta lluvia de granizo y te viera vomitar. ¿Estás enferma? —preguntó, buscando en mi rostro.

Aparté la mirada, impidiéndole ver la verdad. —Simplemente olí algo descompuesto en la tienda. La cosa descompuso mi estómago, eso es todo —mentí.

Arrojé los brazos alrededor de mis rodillas otra vez y descansé mi barbilla. Me negué a mirarlo. Sabía que podía notar mi mentira, maldito

sea. Miré al suelo fangoso y me concentré en el granizo que aterrizaba en el barro, rebotando como bolitas de polietileno.

—Nos iremos cuando se calme esto —dijo—. Volveremos a casa y lo intentaremos otra vez luego.

—No, debemos ir a buscarlo ahora —discutí—. Estamos demasiado cerca de la ciudad como para darnos la vuelta y huir.

—Se lo prometiste —razonó Cash, viniendo a mi rescate al igual que

siempre.

Gavin suspiró. —Bien. Cuando amaine este clima, nos acercaremos.

Pero será un viaje rápido, Maddie. Entrar y salir. Si no lo encontramos, nos iremos a casa. ¿Estás de acuerdo?

Asentí, de acuerdo con sus términos. Por ahora.

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Me desperté. Mi cuello se sentía rígido y una piedra afilada pinchaba

mi espalda, traspasando las capas de ropa. Mi cabeza se hallaba apoyada contra un hombro fuerte, enviándome calor. Me acurruqué más cerca, con

ganas de meterme más adentro de la cama y dormir. Hace mucho frío. Solo unos minutos más y luego me levantaré.

Manteniendo los ojos cerrados, envolví un brazo alrededor del bíceps sólido junto a mí, sintiéndome satisfecha por primera vez en semanas. En algún lugar en el fondo de mi mente caí en la cuenta de que era el brazo de

un hombre el que tenía en mis manos, el calor del hombre al que trataba de acercarme.

Ryder.

Soñé que estaba junto a mí, protegiéndome del frío. Su pierna era la

que cubría.

Entonces me desperté.

Lo que me despertó no era el sonido de los caballos pisando fuerte,

ni mi subconsciente gritando que el hombre a mi lado no se sentía bien. Sino las náuseas matutinas.

Abrí los ojos de golpe. Apartando la manta de mi cuerpo, me arrastré lejos del calor y la seguridad con la que había dormido al lado.

—Maddie —gritó una voz.

No respondí. Apenas arrastrándome, me dirigí a un tronco cercano. Me quité la capucha de mi pelo mojado y tuve arcadas, sin tener nada en

mi estómago para vomitar. Mis músculos abdominales se apretaron de modo doloroso, haciéndome doblar.

—¡Oh, mierda! —dijo alguien detrás de mí, poniendo una mano en mi espalda.

Gavin.

No me molesté en apartar su mano. Me sentía muy mal como para preocuparme por eso.

—¿Cash, tienes algo de agua? —Le oí decir.

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Unos segundos después, me entregó una cantimplora. —Toma, bebe

un trago.

Con las manos temblorosas, agarré la cantimplora de metal y la llevé

a mis labios. El agua fría se sentía bien al bajar por mi garganta seca.

—Obviamente estás enferma, Maddie —dijo Gavin, observándome mientras bebía—. Dios, nunca debí dejarte venir con nosotros.

Tapé la cantimplora y se la devolví. Tomé una respiración profunda y al fin tuve el coraje para mirarlo. Me miró con preocupación, esperando

que dijera algo.

Lo que quería decir era que me cansé de tratar de sobrevivir. De

luchar para seguir adelante sin Ryder. Cansada de estar enferma y de ocultarlo.

Era el momento de decirles a todos la verdad.

Con una respiración profunda, reuní la fuerza para decir lo que temí por semanas.

—Estoy embarazada.

Gavin se estremeció como si le hubiera abofeteado. Su mano se alejó

de mí como si fuera contagiosa. Lo vi apretar la mandíbula con fuerza. Miró mi cuerpo de arriba abajo, en busca de pruebas del embarazo.

—Demonios, no —dijo, volviendo a sentarse en el suelo.

—Gavin, escúchame... —empecé a explicarle todo, pero luego me detuve. No necesitaba justificar el bebé, ni a él ni a nadie. Amaba a Ryder

y amaba a este bebé. Nadie podía quitarme eso. Ni siquiera Gavin.

—Mierda. Mierda —maldijo en voz baja, frotándose la cara con una

mano y mirando a todas partes excepto a mí. De repente, se levantó de un salto. Sus botas llenas de barro taparon mi visión y empezó a pasearse delante de mí.

Cash se acercó a Gavin, haciéndole frente. —Cuida tu boca. Está enferma.

Lo ignoró y bajó la mirada hacia mí. Vi la ira mezclada con lo que creí era dolor.

Aturdida, me puse de pie y enfrenté a Gavin, sin miedo de lo que podría decir o hacer. Este es el bebé de Ryder. Nuestro hijo o hija. Lo único que me quedaba de él. Gavin no me quitaría esa pequeña cantidad de

felicidad.

—Ryder no lo sabía —le dije—. Iba a decirle cuando regresara…

—Bueno, ahora nunca lo sabrá —espetó Gavin.

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Me estremecí, ya que cada palabra me hería, golpeándome como un

látigo de cuero.

—¿En qué mierda pensaba? —continuó, cada vez más furioso—.

¡Creí que era más inteligente que eso!

—Cálmate —le advirtió Cash, interponiéndose entre Gavin y yo.

—¡Demonios, no, no me voy a calmar! ¿Sabe qué diablos hizo? ¡Puso

la vida de ella en peligro! —Su voz se elevó con cada palabra y señalaba en mi dirección con su mano—. ¡Una caja de malditos condones en su casa y

la deja embarazada! ¿De qué mierda se trata eso?

Retrocedí a los tropezones. Gavin nunca me habló así. Ni una sola

vez en todos los años que lo conocía. Pero aún no había terminado.

—¿Pensaba en ti cuando tuvo sexo sin protección o pensaba solo en sí mismo? ¡Porque sabemos que Ryder solo piensa en sí mismo!

Otro paso atrás. No puedo escuchar esto.

—Sin hospital y sin médicos. ¡Ella o el bebé podrían morir!

Era demasiado. Me di la vuelta y corrí por la orilla del arroyo. Mis zapatos se sentían como el plomo, añadiéndose el barro como parásitos

pegados a su huésped.

Sus palabras resonaban en mis oídos. Tenía que escapar. No quería estar cerca de nadie, incluido él. Agarré mi mochila del suelo fangoso,

arrojándola sobre el hombro.

—¿A dónde vas? —gritó Gavin, siguiéndome hacia mi caballo.

No hables con él. Ve a por Ryder, exigió la voz dentro de mi cabeza a medida que chequeaba la correa alrededor de la barriga del caballo, para

asegurarme de que estaba bien y apretada.

—Respóndeme, Maddie. ¿Qué demonios crees que haces? —soltó,

dando un paso más cerca de mí e invadiendo mi espacio personal.

—Déjala en paz —advirtió Cash.

—¿Así que se supone que la deje montar lejos? ¿Es eso, Cash? ¿Es

eso lo que hiciste con tu familia? —gruño Gavin.

—No vayas a esa mierda —gruñó Cash; su voz se volvió mortal.

Rodé los ojos y agarré las riendas en la mano. Había agotado mi paciencia con ellos dos y sus peleas constantes. Siempre se atacaban entre

sí y ya se volvía viejo.

Puse el pie en el estribo y empecé a subirme en la silla de montar. Podían sentarse y luchar durante todo el día si querían, pero me cansé de

escucharlos.

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—¿No lo entiendes? Es mi responsabilidad. Ahora debo protegerlos a

ella y a ese bebé —dijo Gavin, dando un paso amenazador hacia Cash.

Sus palabras me detuvieron. Saqué mi pie del estribo y me volví a

enfrentarlo, al tiempo que la rabia aumentaba dentro de mí. Podía sentirla burbujeando, quemando mi interior a medida que crecía. Luego explotó.

—¡No soy tu responsabilidad! ¡Sácatelo de la cabeza! —grité, alzando

la voz para hacerme oír por encima de la discusión—. ¡No soy responsabilidad de nadie! ¡Este bebé es de Ryder!

Gavin me miró, apretando la boca y olvidándose de su pelea con Cash.

—Lo siento, Maddie —dijo, bajando la voz, pero manteniéndola severa—. No quise decir nada con eso. Alguien tiene que cuidarte. Debería ser yo.

De repente me sentía tan furiosa que quería gritar. ¿Debería ser él? Gavin debía traer a su hermano de vuelta. Era él mayor. Debería haber

mantenido seguro a Ryder. La ira aumentó como nunca antes. Estaba enojada con este nuevo mundo en el que vivíamos. Enojada con Ryder por

dejarme. Enojada conmigo misma por permitir que se vaya. Enfadada con el destino por quitarme demasiado.

Di un paso hacia él, escupiendo enojo. Nunca le temí a Gavin ni a Ryder. Su tamaño y altura enorme asustaba a la mayoría de la gente, pero me negué a amilanarme. Podría ser pequeña, pero era poderosa.

—NUNCA —le golpeé en el pecho con el índice—, JAMÁS me digas que Ryder pensaba solo en él.

Se mantuvo firme, mirándome sin parpadear. Eso también hizo que me enfadara.

—¡Me ama! ¡A MÍ! —grité, golpeando su pecho ahora con mi puño en vez de mi dedo. Mi enojo se convirtió en lágrimas que fluían por mi cara desenfrenadamente.

—Lo sé, Maddie, pero nunca debió haber…

Alejé la mano cuando trató de tocarme. —No lo digas, Gavin. Solo no

digas nada.

Volví a mi caballo y mi estómago se revolvió con náuseas. Haciendo

caso omiso de las lágrimas que rodaban por mi cara, subí a la silla.

Gavin y Cash me observaban de cerca; parecían que tenían miedo de decir algo. Tal vez me escucharán. Si no, más vale que empiecen porque no

iba a ceder y tampoco a rendirme.

—Vamos a buscar a Ryder o te juro por la tumba de mi padre que lo

haré sola —le dije con los dientes apretados, sosteniendo las riendas con fuerza.

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La yegua esquivó a Gavin cuando se acercó, pero agarró las riendas,

tomándola de nuevo bajo control.

—Vamos a ir tras él, Maddie, pero cuando lo encontremos, le voy a

patear el culo por dejarte embarazada.

Me limpié las lágrimas. Buscando profundamente dentro de mí, encontré que quedaba un poquito de coraje. —Haz lo que quieras, Gavin,

simplemente tráelo a casa.

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Un ruido fuerte llegó a mis oídos, despertándome. Jalé una almohada

sobre mi cabeza y traté de bloquear el sonido pero no paraba. Dejando salir un gruñido de frustración, lancé la almohada a través del cuarto, tumbando

un cuadro de la pared.

Agarré mi celular de la mesa de noche. Una de la mañana. Una de la maldita mañana.

El rostro de Ryder encendió la pequeña pantalla, iluminando el cuarto oscuro. Debí haber sabido quien estaría llamando a esta hora de la noche.

¡Ugh!

—¿Hola? —respondí atontadamente.

—¿Estás despierta? —preguntó una voz profunda.

—Uh, no. Es la una de la mañana, Ryder. ¿En dónde estás?

—Fiesta. En un lugar del sur.

Su voz sonó… diablos, estaba borracho.

—¿Dónde exactamente es un lugar del sur? —-pregunté suspirando.

Sabía a dónde se dirigía la conversación.

—Oh, cerca de una hora de donde estás. Oye, preciosa. —Su voz se

desvaneció y podía escuchar a una chica hablando en el fondo.

Puse los ojos en blanco y esperé a que se pusiera de vuelta al teléfono.

—Lo siento, Maddie. Vi a una amiga.

—Sí, apuesto a que sí. Entonces, ¿qué es lo que quieres? No, no me

digas. Quieres un aventón a casa.

—Me conoces muy bien. ¿Puedes venir a buscarme? ¿Por favor?

Pasé una mano por mi rostro, quitando mi cabello oscuro de los ojos en el proceso. No podía creer que iba hacer esto. De nuevo.

—Escríbeme la dirección —dije con un suspiro, cediendo como hacía

siempre.

—¿Vas a salir ahora?

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—Sí.

—Dime que conducirás con cuidado.

Apreté los dientes, frustrada. Si no hubiera bebido tanto, tal vez no se

estaría preocupando por como conduzco. Pero no dije nada, sabía que era inútil argumentar. Lo he intentado antes.

—Estaré tan pronto como pueda —dije.

Una hora después estacioné frente a una gran y bella casa. Estaba en la calle principal, rodeada de acres de tierras de cultivos, luciendo fuera de

lugar en el campo.

Apagando el carro, miré al parabrisas. Podía escuchar la música alta

desde dentro de la casa; un bajo profundo que coincidía con el ritmo de mi pulso.

Le envié un mensaje a Ryder para hacerle saber que ya llegué. Luego

esperé. Sin respuesta. Le escribí de nuevo. Sin respuesta.

La noche había ido de mal a peor. Tenía planeado esperarlo en la

camioneta. Ahora debía ir adentro.

Abrí la puerta de la camioneta y salí. No me vestí para una fiesta…

Me había puesto un cárdigan por encima de mis pantalones cortos y la franelilla con la que dormía. Mi cabello era un desastre y no me maquillé. Pero mis zapatillas de un dólar y mis ropas de Wallmart debían bastar. No

era un desfile de modas. Era un rescate de un borracho.

Lancé la puerta de la camioneta muy fuerte y me dirigí a la casa,

maldiciéndome silenciosamente por tener amigos que siempre necesitaban ayuda para salir de problemas.

Abrí la puerta principal y fui recibida por la música demasiado alta. También por el olor de alcohol. Todo lo que podía ver eran personas. Veinte o treinta chicos de secundaria o universitarios se amontonaron en lo que

parecía ser una sala. Podría haber sido elegante alguna vez pero ahora parecía destrozada.

Miré los rostros a mi alrededor. Ninguna señal de Ryder. Suspirando con decepción, me abrí camino entre la multitud, avanzando más en la casa.

Sostuve mi teléfono fuerte en mi puño todo el tiempo. Era mi contacto con él. Mi manta de seguridad en un cuarto lleno de extraños.

—Oye, ¿quién eres? —gritó alguien por encima de la música.

Miré por encima del hombro, lista para preguntarle si conocía a Ryder pero en su lugar me congelé. A unos metros de mí, estaba Nathan Phillips. El

Nathan Phillips. El chico más caliente en la secundaria, aparte de Ryder. Dos cursos por delante de mí, Nathan siempre había parecido inalcanzable

para los de años inferiores. Él solo salía con porristas y era conocido por sus fiestas extravagantes y rebeldes, eventos que solo los más populares, los

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chicos más geniales de la secundaria, eran invitados. No es necesario mencionar que nunca fui invitada a alguna de ellas.

Pero eso fue hace un año. Ahora ya no íbamos a la secundaria. Todo

ese drama no importaba más. ¿Verdad?

Observé, sin palabras, mientras Nathan se metía entre la multitud. Se detuvo en frente de mí. Vaya. Incluso lucía mejor de cerca. Su cabello rubio

estaba perfectamente arreglado y sus ojos verdes destellaban hacia mí, sonriendo. Esperó pacientemente mi respuesta mientras la multitud se

movía alrededor de nosotros.

Me aclaré la garganta y traté de no parecer nerviosa. —Soy Maddie y

estoy buscando a Ryder Delaney —grité por encima de la música.

Sus cejas se levantaron en sorpresa. —¿Ryder?

—Sí, me llamó para pedirme un aventón.

Sonrió como si le hubiera dicho la mejor broma de todas.

—Creo que Ryder está teniendo un aventón ahora —dijo con una

sonrisa de satisfacción.

Mis cejas se levantaron. ¿Qué quería decir? Si Ryder encontró otro

aventón a casa y conduje hasta aquí…. Lo mataría. Juro que lo mataría con mis propias manos.

Nathan se rió cuando vio la expresión de mi rostro. Me tomó todo un

minuto descubrir a lo que se refería. Ryder se encontraba con una mujer. Mieeeerda.

No podía importarme o estar sorprendida. Ryder estaba con cualquier chica. Rubia, morena, pelirroja. No importaba. Pero por alguna razón empezó

a doler. La presión apretaba mi corazón, dificultándome el respirar. Miré alrededor del cuarto, sintiéndome como una tonta. Me pregunté si todos aquí podían ver lo pésimo que me sentía, esperando a un hombre que estaba con

otra mujer.

—Vamos. Esta es mi fiesta. Puedes quedarte hasta que salga —dijo,

haciendo un gesto para que lo siguiera.

Dudé. Nathan parecía agradable pero no conocía a nadie más y esta

no era mi multitud habitual. Pero ya que debía esperar a Ryder, podría al menos pasar el rato con alguien a quien había visto en la distancia.

Me llevó a través de la casa llena de gente a un lugar de puertas

dobles que llevaban afuera. Al pasar el umbral, traté de no dejar que mi boca cayera abierta con la hermosa escena que tenía en frente de mí.

Un muelle de madera rodeaba una resplandeciente piscina. Antorchas tiki se hallaban colocadas estratégicamente alrededor de la piscina y la luz

hacía que el agua brillara como diamantes. Pequeños grupos de personas se encontraban por allí, riendo y pasando un buen rato.

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Nathan me llevó a una pequeña cabaña donde había un bar. El chico tenía una cabaña en su patio trasero. Sí, esto no era mi zona habitual.

—¿Quieres algo? —preguntó, moviendo las botellas medio vacías del

mostrador.

—No, gracias —dije, mirando a dos chicas pasar. Cada una tenía largo cabello rubio y bronceado perfecto. Ellas me miraron, y sus ojos fueron

de arriba abajo sobre mi cuerpo antes de enderezarse y alejarse.

Sintiendo que el sonrojo subía por mi cuello, chequeé mi teléfono de

nuevo. Aún no había respuesta de Ryder. Genial.

—Entonces, ¿cómo conoces a Ryder? —preguntó Nathan, apoyándose

al mostrador de la cabaña.

—Somos vecinos. Y amigos.

Cuando un alto muchacho musculoso se acercó a mí para tomar una

botella de vodka, no tuve opción que moverme cerca de Nathan, posando mi hombro con su lado. Tocar a Nathan Phillips hubiera sido épico si aún fuera

una estudiante de primer año en la secundaria.

—¿Amigos? ¿En serio? —preguntó, sin ocultar su duda.

Empujé mi cabello lacio detrás de la oreja y me sonrojé de nuevo. Odiaba cuando las personas parecían sorprendidas de que Ryder y yo fuéramos amigos. Como si no fuera lo suficientemente buena para juntarme

con él o algo así.

—Lamento si sonó mal, es solo que no pensé que Ryder pudiera ser

amigo de una chica —dijo encogiéndose de hombros—. No eres su tipo.

—Supongo que soy especial —murmuré, escribiendo otro mensaje

¿En dónde estás, Ryder?

—¿Fuiste a la escuela con nosotros? —preguntó, inclinándose más hacia mí.

—Estaba dos años detrás de ustedes. Clase del 09 —respondí, mirando mi teléfono y rezando por una respuesta.

—Eres joven.

—Hmmm —murmuré, mirando por encima de mi teléfono cuando un

grito vino desde el patio. Un hombre y una mujer se perseguían, corriendo en línea zigzag y riendo.

Mis ojos vieron a las dos rubias caminando hacia nosotros de nuevo.

Las faldas cortas mostraban sus largas piernas. Las flamas de las antorchas tiki hacían que sus cabellos brillaran perfectamente, poniéndome

un poquito celosa.

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Deteniéndose frente a nosotros, dos pares de ojos me miraron de arriba abajo con algo cerca a la repugnancia.

—Oye, Nathan. ¿Quién es tu amiga? —preguntó una de las chicas en

una aguda voz chillona.

Él no se movió. Simplemente la observó, molesto. —Es amiga de Ryder. ¿Por qué?

Una de las chicas se rió, apartando su cabello con sus perfectas uñas con pedicura.

—Ryder no tiene amigas. Solo compañeras para follar. Yo debería saberlo —dijo la rubia número uno con suficiencia, mirándome de arriba

abajo. Sus largas pestañas no dejaban pasar nada, incluyendo mi ropa barata—. ¿En dónde la encontraste? ¿En el estacionamiento de la estación de gasolina?

—Cállate, Julia —advirtió Nathan.

Levantó su mentón, tratando de parecer herida. —No creo que estés

en el lugar correcto, amiga de Ryder —dijo, mirando hacia mis zapatillas baratas.

—Estás drogada hasta las nubes, Julia. Apártate —dijo Nathan con sus dientes apretados.

Julia solo le sonrió dulcemente. Pero tenía el presentimiento de que

ella no sabía lo que significaba la palabra dulce.

—Vamos, Michele —dijo, agarrando la mano de su amiga—. El aire de

aquí me está enfermando.

Miré mientras se alejaban, alegre de verlas partir.

—Ignórala. Es una perra —dijo Nathan, inclinándose sobre el mostrador para abrir una pequeña nevera. Un segundo más tarde, tenía una cerveza en la mano, obviamente olvidando la confrontación con las chicas.

Metí el celular en mi bolsillo, de repente sintiéndome muy insegura. La chica tenía razón. No pertenecía allí. Bebida, sexo, drogas probablemente.

No hacía esto. No iba a estos tipos de fiesta y no me juntaba con esta clase de personas. Necesitaba irme. Rápido.

Nathan se inclinó, su cabeza casi al nivel de la mía. —Solo está celosa porque ha tratado tener a Ryder para ella sola por semanas. Eres linda y una amenaza. —Se detuvo; la botella de cerveza casi en sus labios—. No, lo

retiro... Eres hermosa.

Cambié el peso a mi otro pie, nerviosa bajo su escrutinio. Se puso muy

cerca. O, ¿yo me paré muy cerca de él? Sea cual sea, necesitaba alejarme.

—Entonces, iré a buscar a Ryder —dije incomoda, alejándome. Ya me

aparté unos metros de él cuando me tocó el brazo.

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—Espera…

Me escabullí fácilmente y seguí adelante, ignorándolo mientras me decía que me detuviera.

Abandonando el aire sucio y húmedo, di un paso dentro de la casa y me abrí camino por la muchedumbre. La música me rodeaba, haciendo que mi cabeza siguiera el ritmo. En el rato que estuve afuera, la multitud en la

casa se había triplicado, llenando cada espacio disponible. Eva estaría tan celosa de que yo estuviera en la fiesta de Nathan Phillip. Me mataría por

no despertarla y dejarle venir.

Ya casi atravesaba la multitud cuando Nathan me llamó para que

parara. Seguí adelante, evitando a los borrachos que me rodeaban. Me abrí paso hasta el vestíbulo. Una chica y un chico que se reían me llamaron la atención. Se dirigían a subir un tramo de escaleras. Las manos del chico estaban prácticamente dentro de la falda de la muchacha. De inmediato, supe dónde encontrar a Ryder. Seguí más allá de un grupo de personas, y

me apresuré a subir la escalera alfombrada.

Por el rabillo del ojo, vi a Nathan siguiéndome.

—No creo que se le deba molestar ahora —gritó sobre la música, por detrás de mí.

—Gracias por tu ayuda pero puedo manejarlo —le dije, parada en la

parte superior del rellano y mirando a mi alrededor.

La casa era enorme. Con gente en todas partes. El escenario de arriba

era más tenue que en la planta baja, pero igual de concurrido. Habitaciones abarcaban ambos lados del pasillo. La mayoría de las puertas se hallaban

cerradas, pero había una o dos abiertas. En cualquier otro momento, habría hecho una pausa para disfrutar de la hermosa obra de arte en las paredes o las estatuas de bronce que se muestran en las alcobas, pero ahora, yo solo

quería encontrar Ryder e irme.

—Mira, lo siento. No debí haber dicho que eras hermosa. Me equivoqué —se disculpó Nathan y fui a la primera puerta cerrada

Me reí ligeramente, pero no tenía ningún sentido del humor.

—No, espera, salió mal. Eres hermosa —dijo en tono nervioso—, es que no debí haber dicho nada.

—Será mejor que lo dejes mientras puedas —le dije, llamando a la

puerta cerrada frente a mí.

—Él no está ahí —dijo, apoyado en la pared.

Entrecerré los ojos. —Entonces, ¿dónde está?

Echó un vistazo por mis piernas, deteniéndose en mis chanclas. Me

resistí a la tentación de rizar mis dedos de los pies sin pintar bajo su

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mirada. Cuando sus ojos se encontraron con los míos de nuevo, vi lástima. Mierda.

—Está ahí —dijo, señalando con la cabeza hacia el pasillo.

Dándole una mirada de frustración, me di media vuelta. Mi cabello largo voló por encima del hombro, aterrizando en mi pecho. Lo dejé allí, en realidad sin importarme si era un desastre y necesitaba un peine.

Moviéndome por delante de una pareja que resbalaban sus lenguas en las gargantas del otro, llegué a la puerta cerrada. Levanté la mano para

llamar. Entonces los oí.

—Ohhhh, Ryder —gritó dentro del cuarto la voz de una mujer.

—¿Te gusta así? —preguntó una voz profunda.

Un rubor avanzó lentamente por mi cuello y cara. Sabía lo que hacía Ryder cuando Nathan dijo que él ya tenía un aventón, pero oírlo fue…

chocante. Me hizo retorcerme y sentir cosas que no debía. Como celos.

Sin embargo, una parte de mí tenía curiosidad. Oí los rumores. Sabía

lo que las chicas decían acerca de sus... habilidades. El hecho de que él era mi mejor amigo no quería decir que estaba ciega al aspecto que tenía o lo

que todas las chicas veían en él.

Cuando los sonidos de la respiración bruscas aumentaron desde el interior de la habitación, me aclaré la garganta y tensé mi espina dorsal. No

me importaba lo que hacía allí. Solo quería ir a casa. No era una niñita. Sabía lo que pasaba entre dos adultos. Yo simplemente no quería saber lo

que pasaba entre Ryder y otra mujer.

Con mi frente en alto, levanté mi puño y golpeé.

—No —dijo Nathan, agarrándome el brazo.

Aparté su mano mientras se oían maldiciones desde el otro lado de la puerta.

—Estoy ocupado. Consigue tu propia maldita habitación —gritó Ryder.

Oí una risita y a Ryder mascullando algo.

Volví a llamar, esta vez más fuerte.

—¡Vete lo más lejos posible! —gritó Ryder.

Nathan agarró mi brazo de nuevo. —Vamos, vamos.

Antes de que pudiera discutir, un hombre que parecía pertenecer a un programa de luchas en lugar de un universitario en una fiesta, se acercó a

nosotros, moviéndose de un lado a otro.

—¿Dónde diablos está? —dijo arrastrando las palabras y tratando de

mantener los ojos enfocados en Nathan.

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—¿De quién hablas, Jeremy? —preguntó Nathan, de pie entre el tipo grande y yo.

El hombre de la lucha libre miró por encima del hombro de Nathan,

primero a mí y luego a la puerta.

—El idiota. Ryder. Alguien lo vio entrar aquí con mi hermana.

Oh, demonios.

—¿Cómo voy a saberlo? —dijo Nathan, encogiéndose de hombros.

Pensé que el tipo iba a irse, pero luego vinieron gemidos fuertes desde

el otro lado de la puerta. Antes de que pudiera moverme del camino, Jeremy (o el señor Luchador, como yo pensaba de él), gruñó y empujó a Nathan. Su

mano carnosa me rodeó, girando el pomo de la puerta y abriéndola.

La habitación se encontraba a oscuras, pero pude ver dos figuras en la cama, una encima de la otra. Los músculos tonificados se flexionaban en

la espalda y los hombros del hombre mientras se movía sobre la mujer que se retorcía debajo de él.

Me quedé inmóvil, incapaz de moverme un centímetro. Todo lo que podía ver era el cuerpo desnudo de Ryder. Su cuerpo desnudo perfecto.

Teniendo sexo.

—¡Mierda! —dijo Ryder cuando me vio parada en la puerta. En cuestión de segundos, se apartó de la chica y luchaba para encontrar los

vaqueros.

—¡Hijo de puta! ¿Qué haces con mi hermana? —gritó Jeremy,

empujándome del camino.

Observé con horror como Jeremy entró en la habitación, en busca de

sangre. Metiendo la cabeza contra su pecho enorme, rugió y se abalanzó hacia Ryder, recordándome a un toro y a un torero.

Dejando sus pantalones vaqueros, Ryder se agachó, casi rozando el

puño del chico por unos centímetros.

La embriaguez de Jeremy ralentizó su reacción. No pudo ver lo que

venía. Ryder consiguió darle un puñetazo en la cara, conectando el puño con un hueso. Con un gruñido, Jeremy cayó, aterrizando con fuerza en el suelo.

Fuera de combate. Toalla arrojada. Fin de la lucha.

Me quede de pie arraigada en el lugar, con la mirada fija. Mis ojos corrieron hacia el cuerpo desnudo de Ryder. Respirando con dificultad, su

pecho subía y bajaba mientras miraba al hombre inconsciente. Poco a poco, sus ojos fueron a los míos, sorprendido cuando se dio cuenta que seguía de

pie allí.

—Jesucristo, Maddie! —dijo, recogiendo sus vaqueros desechados

desde el suelo. Saltando de un pie al otro, luchó para ponérselos con la mirada en mí—. ¡Mierda! ¡Joder! ¿Qué haces aquí?

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Nathan me agarró del brazo y trató de sacarme de la habitación. Me negué a moverme. Me hallaba en un trance extraño en el que me congelé. Quería apartar la mirada de Ryder pero no pude. En las sombras de la

habitación, vi como subió la cremallera de sus pantalones vaqueros, cubriendo lo que vi durante unos pocos segundos. ¡Dios! Parpadeé, preguntándome si veía las cosas correctamente. Su cuerpo era... guau.

Simplemente guau.

Incapaz de apartar los ojos de él, traté de liberar mi brazo pero

Nathan tuvo un firme control sobre mí. Cuando Ryder se acercó más, de repente no me importaba la mano que tenía encima. Lo único que importaba

era mirar fijamente su pecho desnudo, formado con músculos perfectos.

Vi en un estado de shock mientras Ryder recogió su camisa y se la puso rápidamente sobre la cabeza, sin apartar su atención de mí. Parecía

preocupado. Asustado.

Parecía como si quisiera vomitar.

La pelirroja en la cama comenzó a reírse, por lo que era imposible ignorarla por más tiempo. Se sentó en la cama, desnuda, sin molestarse en

cubrirse. Sin importarle que su hermano estuviera inconsciente, extendido en el suelo. Su rímel se encontraba corrido, su cabello desordenado, y ella se balanceaba en la cama. Decir que estaba borracha era un eufemismo.

—Vamos —dijo Nathan, tirando de mi brazo.

—¡Deja de tocarme! —le dije, desquitándome con él por mi vergüenza

y celos.

La profunda voz de Ryder estalló detrás de mí. —Mierda, no la toques,

Nathan.

Vi la cara de Nathan tornarse blanca un segundo antes de darme la vuelta. Ryder se encontraba a centímetros, balanceándose sobre sus pies. A

pesar de estar borracho, sus ojos se mantuvieron estables, perforándolo con malicia.

—Solo trato de mantenerla fuera de tus asuntos y lejos de los idiotas que tú enfureces —dijo, soltándome el brazo y señalando con la cabeza

hacia el hombre inconsciente en el suelo.

—Ella ES asunto mío —gruñó Ryder, ya sin balancearse, pero firme como una roca—. Mantente alejado de ella. Es solo una niña.

Me enfade ante su tono. ¡¿Cómo se atreve a decir que soy una niña?! ¿Y qué diablos quiso decir con que “yo era asunto suyo”? Yo no era “asunto”

de nadie.

—Tengo diecinueve años, Ryder —dije—, no soy una niña ni te

concierne lo que haga.

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La chica cayó en la cama, riendo cuando aterrizó en un montón de sábanas y almohadas. La miré y aparté los ojos. Estaba tan desnuda y tan modesta como una puta en el día de su pago.

Ryder ignoró a la chica, mirándome con frialdad. Lo vi tambalearse de nuevo. Podía oler el alcohol, confirmando que sí, estaba borracho, pero no, no era un borracho feliz.

—Eres una niña, Maddie —declaró.

—No se parece a una niña, Ryder. No la trates como una —dijo

Nathan, al parecer con un arrebato de coraje. ¿Se volvió loco? ¿No acababa de ver a Ryder noquear a un tipo con un solo golpe?—. ¿Por qué no vuelves a

tu... fiesta y yo me ocupo de Maddie hasta que hayas terminado? Incluso sacaré a Jeremy de aquí —agregó.

Ryder se acercó a Nathan; su tamaño lo ponía en vergüenza.

—¿Por quién me tomas? ¿En serio crees que dejaría de buena gana a Maddie a solas contigo?

Ya habíamos reunido una pequeña multitud en el pasillo. Miré a los rostros ansiosos, todos a la espera de una lucha, probablemente con la

esperanza de animar la fiesta. Creo que hasta escuché que alguien animaba a Ryder para que lanzara un golpe.

—Escuchen, ustedes dos... tranquilos —dije, para calmarlo antes de

que se lanzara contra Nathan. El Ryder Borracho era desagradable.

—Cállate, Maddie. —espetó, manteniendo la mirada en Nathan.

Bien. Eso fue todo. Había cruzado la raya.

—No, escúchame...

Cuando me agarró del brazo, chillé. Sin molestarse en ser amable, me arrastró al pasillo lleno de gente, apartándolos del camino y sin disculparse por ello.

Sin soltarme, me llevó por las escaleras. Traté de liberarme más veces de las que podía contar, pero no le importaba.

En la parte inferior de la escalera, casi me hizo caer un chico que bailaba allí. (Es probable que acabara de sacar lo que fuera que tenía en

mente.) Empecé a deslizarme hacia adelante cuando Ryder me acercó más, lanzándome contra su costado y manteniéndome a salvo.

—Cuidado, amigo —espetó Ryder, dando una mirada al niño que

decía “da marcha atrás o pagaras las consecuencias” al mismo tiempo que me sostenía en su contra.

Mientras se alejaba, el chico parecía muerto de miedo. Él acababa de mirar a los ojos al diablo y vivido para contarlo. Era una mirada que había

visto muchas veces cuando los hombres enfrentaban a Ryder.

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Una vez que el niño se había ido, Ryder comenzó a cruzar el vestíbulo de nuevo, manteniéndome a su lado.

—Dijiste que estabas borracho, pero no lo parece —le dije, arrastrando

los pies y ralentizándolo al acercarnos a la puerta.

—Era cierto pero ver a Nathan tocarte me puso sobrio enseguida.

—Él no me hizo daño. A diferencia de algunas personas —murmuré,

mirando severamente a su perfil.

Se detuvo y se volvió para mirarme. Sus ojos se calentaron y con su

mano recorrió mi brazo hasta la muñeca, por lo que mi piel quemaba bajo mi chaqueta de punto.

—¿Te estoy haciendo daño, Maddie?

Me mordí el interior de la boca. —Bueno, no.

Sus ojos bajaron hasta mi boca. Él sabía que me estaba mordiendo.

Eso lo volvía loco. Bien.

Dejé escapar un fuerte suspiro y solté el interior de mi mejilla.

Satisfecho, Ryder me condujo a través de la puerta principal, ahora con sus dedos alrededor de mi muñeca. Su toque era casi como una caricia. Una

poderosa y obstinada, pero aun así, una caricia.

Cuando salimos de la casa mis chanclas hacían un ruido al golpear contra mis pies. El aire caliente de Texas nos dejó la piel fría y sudada por

la humedad.

—¿Tomaste algo allí? —preguntó, soltando mi muñeca.

—No —contesté, corriendo para mantenerme a su ritmo.

—Bien. La regla número uno en la universidad es no bebas y, mucho

menos si es algo que te dio un hombre. Podría haber añadido algo.

—¡Ja! —resoplé. Mira quién habla—. Pero, ¿no es ese el sentido de la universidad? ¿Beber e ir de fiestas? ¿Acostarse con cualquiera? —Añadí la

última parte para incitarlo.

Apretó los labios. Pude ver la flexión de su mandíbula bajo su barba.

—No es para ti, es mejor que no lo sea.

—¿Quién eres? Mi...

De repente, se dio la vuelta para mirarme. La luz de la luna brillaba, iluminando la noche como una gran linterna en el cielo, por lo que era fácil verlo.

Cruzó los brazos sobre el pecho, molesto. —¿Por qué diablos entraste allí, Maddie?

—Uh, porque no respondiste mis mensajes. Envié como un millón —le expliqué. Levanté una ceja, retándolo a discutir. Cuando no lo hizo, me alejé,

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dejándolo solo. La hierba suave y perfectamente cuidada no emitió ningún sonido mientras cruzaba el patio a mi camión.

—Vi los mensajes —dijo, alcanzándome—. No eran un millón, pero

casi.

Me detuve al lado de la camioneta y solté un profundo suspiro. No debería enfadarme con él. En realidad no hizo nada malo, excepto hacerme

salir en el medio de la noche para recoger a su trasero borracho. Cualquier otra cosa de lo que hacía no era asunto mío, siempre y cuando él no bebiera

y condujera.

Me volví, sorprendida al encontrarlo tan cerca de mí. Demasiado

cerca. Me encontré mirando a su pecho. Mi mirada se movió por su camisa, notando cuán perfectamente le quedaba. Una vívida imagen de lo que se encontraba bajo esa camisa cruzó por mi mente. Entonces recordé a la pelirroja.

Respirando profundamente, alcé la vista hacia la suya. —Siento haber

interrumpido tu… noche… pero me preocupé. Pensé que tal vez te fuiste sin esperarme y…

—Nunca te haría eso —susurró, como si estuviera contándome un secreto.

Me encogí de hombros con indiferencia y abrí la puerta del camión.

¿Cómo debería saber qué haría o que no? Si había una chica incluida, Ryder podría vender su alma por un polvo. Cosas extrañas sucedieron en el

pasado.

La luz del camión lanzaba un suave destello en el interior, iluminando

las grietas y rajaduras en los asientos de cuero. Comencé a entrar, pero me detuve, dándome cuenta de que Ryder no se movía. Continuaba de pie en el mismo lugar, luciendo un poco perdido. Un poco preocupado.

—Lo que viste esta noche… —comenzó con voz ronca.

Me encogí de hombros. —No es mi problema, Ryder.

—Ella no significa nada para mí, Maddie.

—Parecía que sí significaba algo —respondí. ¿Por qué me lo decía?

Nunca daba excusas por lo que hacía o decía. Era confiado. Una de las cosas que respetaba y admiraba de él—. No tienes que explicármelo —añadí.

—Sí, tengo que hacerlo. —Su voz se hizo más baja, más seductora—. No porque tenga que hacerlo, sino porque quiero.

Nos miramos por unos cuantos segundos. El calor nos oprimía. La música de la casa nos rodeaba, llenando el aire con tecno. Me perdí en los

ojos de Ryder. Vi tantas emociones que no sabía por dónde empezar.

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Arrepentimiento. Vergüenza. Ira. Frustración. Demasiadas emociones para distinguirlas.

Acercándose un paso, sus ojos se movieron por mi cuerpo, para

detenerse en mis pantalones cortos. Las emociones desaparecieron como si nunca hubieran existido. Solo la rigidez permaneció en su expresión.

—Diablos, Maddie, ¿no podrías haberte puesto otra cosa antes de

venir a buscarme?

El sonrojo se extendió por mi rostro mientras bajaba mi camiseta de la

Universidad de Texas. Los pantalones de correr de repente no se sentían tan cómodos como hacía unas horas.

—Es medianoche, Ryder. No me preocupé por lo que llevaba cuando salí de la casa para rescatarte.

Sus ojos se deslizaron de arriba abajo por mi cuerpo una vez más,

más rápido esta vez. Finalmente, alejó su mirada bruscamente. —Mierda —murmuró, pasando una mano por su cabello.

Dándome una irritada mirada, bordeó el camión hasta el asiento del pasajero. Abriendo la puerta de un tirón, entró.

No tenía idea de cuál era su problema, pero no iba a darme el tiempo de averiguarlo. Estuvo bebiendo e interrumpí su fiesta privada de sexo. Obviamente, no se sentía muy feliz conmigo en ese momento.

Me subí al asiento del conductor y metí la llave en la ignición. El camión rugió a la vida, sonando más como un Mustang nuevo que como un

viejo Chevy. Retrocedí en la entrada, preocupándome de no golpear el Porsche aparcado junto a mí. Sí, definitivamente no encajaba en esta fiesta.

—¿Necesitas que te dé un aventón por la mañana para que recojas tu Bronco? —pregunté, manteniendo los ojos en la carretera oscura.

—No, le diré a Gavin que lo haga. Está en el pueblo.

Por un par de kilómetros, no hablamos. El silencio era incómodo e inusual. Por lo general teníamos toneladas de cosas de que hablar, pero

esta noche… creo que no.

Le eché un vistazo, consiguiendo un destello de su perfil cuando

pasamos bajo un farol. Hebras de brillante cabello castaño caían sobre sus ojos, arreglándose para lucir sexys e incontrolables al mismo tiempo. Su firme y dura mandíbula estaba apretada con lo que asumí era enojo. Con

una mano en el asiento, lucía tenso y listo para salir del camión si hacía algún movimiento.

—Así que, ¿esa era la casa de Nathan? —pregunté, necesitando llenar el incómodo silencio.

Estiró sus largas piernas y pasó una mano por su muslo antes de responder. —Sí —dijo, sin dejar de mirar hacia fuera.

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—No sabía que fueran amigos.

Me miró con cautela. —¿Por qué te importa? No sientes algo por él, ¿cierto?

Me encogí de hombros y miré por el espejo retrovisor, evitando su mirada. —Todas las chicas pensaban que era lindo en la secundaria. Eso es todo.

Resopló. —¿Eso es todo? ¿En serio?

—Sí —lo imité, mirándolo rápidamente antes de volver la mirada

hacia la carretera.

Me estudió con un ceño fruncido. Me di cuenta de que podía notar mi

mentira. Siempre era capaz de hacerlo.

—Permanece lejos de Nathan —me advirtió.

—¿Por qué? Pensé que era tu amigo.

Le echó un vistazo a mis muslos desnudos, expuestos por mis pantalones cortos. —Sí, pero eso no significa que debes estar con él. Es

problemático.

—De acuerdo contigo, cada tipo con el que hablo es problemático —

dije, irritada—. Amenazaste a Cash cuando me pidió ir al baile y asustaste tanto al otro tipo que faltó a nuestra cita de la semana pasada. No lo entiendo. ¿Por qué sigues haciendo eso?

Cuando no dijo nada, lo miré por la esquina del ojo. Mantuvo la vista en la carretera, rehusándose a responderme.

—Es molesto —añadí, molestándome incluso más por su silencio—. Ya soy una mujer, Ryder. Puedo escoger mis propias citas, muchas gracias.

—Tú no sabes cómo son los chicos, Maddie. Yo sí. Sé cómo hablan. Qué piensan. Lo que quieren. Y con alguien que luce como tú, solo quieren una cosa.

No estaba segura de si era un cumplido o no. Al escucharle decirlo parecía más una sentencia de muerte, como si fuera una enfermedad letal, y

no un halago.

Al final tuve que preguntar. —¿Cómo luzco exactamente, Ryder?

En la oscuridad dentro del camión, lo sentí mirarme. Me aclaré la garganta y le eché un vistazo, preparándome para lo que sabía sería una respuesta sarcástica. Sus ojos me atravesaron, mirando profundamente en

mi interior. Dentro de mi alma. El lugar del que había sido parte desde que podía recordarlo.

—¿Cómo luzco? —pregunté de nuevo.

—Luces como un ángel que ruega porque la arranquen de su halo.

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Sentí mi corazón acelerarse mientras miraba hacia el vidrio delantero. Me aferré con fuerza al volante, viendo mis nudillos volverse blancos. El aire se sentía pesado entre nosotros, ocupando espacio extra en el camión como

una entidad invisible que no se iba.

Dándole una mirada de reojo, me removí en mi asiento. Su atención se enfocaba más allá de la ventana, perdido en sus propios pensamientos. Sus

palabras hacían eco en mi cabeza, reproduciéndose como una grabación vieja. Sabía que tenía que hacer una última pregunta.

—¿Y eso qué te hace a ti, Ryder?

Resopló, pero no me miró cuando respondió.

—Soy oscuridad, Maddie. Aléjate de los hombres como yo. Solo saldrás herida.

***

Tenía razón. Salí herida. Cuando no volvió, me sentí lastimada. Me dolió. Me movía con la corriente, sin sentir nada más que un dolor en el

corazón que amenazaba con paralizarme. Quería gritarle a todos los cielos por llevarse al padre de mi bebé. Por robarme al único hombre al que amaba. Pero también quería darle las gracias. Tenía una pequeña vida

creciendo dentro de mí. Una a la cual criaría y amaría. Una que le agradecía a Ryder por darme. Pero mientras el mundo se volvía frío y las

oscuras hojas caían de los árboles, aún me sentía sola. Incompleta. Le rogué a Dios. Oré y lloré. Y aun así, Ryder no volvió.

Ahora aquí me hallaba, esperando noticias. Esperando encontrar a Ryder. Este sería nuestro último intento de encontrarlo antes de que el mal tiempo lo hiciera imposible. El último intento. ¡Oh, Dios! No puedo

hacer esto. ¡No puedo rendirme! Cerré los ojos. El dolor no se iba. ¿Alguna vez lo haría?

—¿Dónde demonios está?

Salté ante la voz de Gavin, abriendo de golpe los ojos. Lo encontré

caminando de un lado a otro frente a una pequeña fogata, ignorando el humo que se movía en su dirección.

—¿En dónde infiernos está? —murmuró de nuevo.

Miré en la distancia, sin ver nada realmente. Era tarde y la noche había descendido horas atrás. La lluvia y el aguanieve se detuvieron, por lo

que fuimos capaces de encender una pequeña fogata para darnos calor. Gruesas nubes tapaban la luna y las estrellas, trayendo algo de frío, pero

podría haber estado soleado por todo lo que me importaba.

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Hace dos horas, vi a Cash alejarse. Se fue al pueblo armado con

pistolas, municiones y esperanza. Gavin se rehusó a dejarme sola o a llevarme cerca de la ciudad, diciendo persistentemente que mi embarazo lo

cambiaba todo. No estuve de acuerdo, pero no discutí con él.

Así que Cash fue solo, diciendo que podría acercarse al pueblo sin personas extra siguiéndolo a todas partes. Sabía que era sigiloso, y que

había estado en un campamento para prisioneros de guerra, pero aun así me preocupaba por él. Algo podría suceder. Podría ser atrapado, o peor,

disparado. Podría no volver con nosotros; otro miembro perdido de nuestro pequeño grupo. Otra vida alejada de mí.

Apreté la sábana alrededor de mis hombros mientras el frío se colaba hasta mis huesos. ¿Alguna vez me sentiría caliente de nuevo? Mi tristeza me enfriaba como no podía ninguna nube.

Metí un mechón de cabello detrás de la oreja y dejé escapar un suspiro resignado. Gavin podría querer lucir duro, pero este viaje le ponía

tan nervioso como a mí. Si no podíamos encontrar a Ryder esta vez… bueno, no quería pensar en ello.

—Podríamos hacer otro viaje al pueblo si no lo encontramos —razoné, esperando que estuviera de acuerdo conmigo y me calmara.

Continuó caminado pero sacudió la cabeza. —No, esta es la última

vez. —Deslizó una mano por su cabello, aplastando mi sugerencia—. El invierno va a ser duro para todos. No quiero dejar el rancho por mucho

tiempo. La gente va a comenzar a tener hambre, si ya no la tienen. Se pondrán más desesperados en lo que va de la búsqueda de provisiones. Se

pondrá peor antes de que mejore. No podemos seguir yendo al pueblo, esperando encontrarlo. Tenemos que ser realistas.

Sentí las lágrimas detrás de mis pestañas. Mirando fijamente al

fuego, puse una mano sobre mi estómago. Los próximos meses pasaron frente a mí; un embarazo sin Ryder. Una nueva vida sin él. ¿Cómo podría

hacer esto?

—Lo extraño, Gavin —susurré—. No estoy segura de cómo llevarlo.

¿Qué si nunca vuelve?

No podía pensar en que estaba muerto. Ni siquiera podía pronunciar las palabras.

Dejó de caminar y desapareció la tensión en su rostro. Suspirando, se sentó junto a mí. El tronco se movió bajo su peso, haciendo que me

inclinase hacia él. La calidez que salía de su cuerpo era atractiva, pero me alejé para darle espacio.

—Ryder pelearía con uñas y dientes para regresar —dijo—. Confía en mí. El tipo es terco como una mula.

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—A eso le temo; es demasiado terco. Nunca sabe cuándo parar. Si

trata de salir de esto, podría no lograrlo —dije.

—Es fuerte e inteligente. Hará lo que necesite para sobrevivir. —Se

detuvo un segundo y miró el fuego—. Quiero que sepas que no estás sola en esto. Estoy aquí y me siento tan mal como tú. Lo superáremos juntos. Tú bebé tendrá una familia.

Mi hijo podría tener una familia, pero no quería pensar en que él o ella creciera sin un padre. Sabía por experiencia que tener un solo padre

era difícil. Había pasado por ello la mayor parte de mi vida. No quería eso para mi hijo.

No volvimos a hablar de ello. ¿Qué más había que decir de todas formas? Gavin se sentía preocupado por su hermano. Yo, por la persona que me conocía mejor que nadie más.

Cerré los ojos, escuchando el fuego crujir y explotar. En mi mente, vi a Ryder observándome. Sentí sus manos moviéndose por mis caderas,

acercándome. Una sola lágrima se deslizó por mi mejilla, seguida de otra.

Lo quería en casa.

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Debo haberme quedado dormida, porque cuando desperté, el fuego

estaba casi apagado y el sol se elevaba en el horizonte.

En algún lugar cercano, oí relinchar a un caballo. Con Gavin

saltamos, buscando la fuente del sonido. Él agarró una escopeta que se encontraba tirada cerca, listo en caso de que fuera una amenaza en vez de lo que esperábamos.

Me quedé quieta, esperando que aparecieran las personas. Mis miembros temblaban. Mi corazón latía muy rápido. Me sentía ansiosa y

esperanzada. Este era el momento que esperaba. El momento en que vería a Ryder.

Cash entró en el improvisado campamento, arrastrando las riendas del caballo.

Se encontraba solo.

Cerré los ojos cuando el dolor apuñaló mi corazón, dejándolo en ruinas. No encontró a Ryder

Esperamos ansiosos mientras Cash ataba las riendas del caballo a un árbol cercano. Vi el cansancio en su rostro y sentí su desesperación.

Cuando su mirada encontró la mía, vi tristeza.

¡No! ¡Por favor, no!

—¿Cash? —dijo Gavin, con la voz quebrada.

Bajo la poca luz que daba la hoguera, vi a Cash tragar saliva. —Lo siento, Gavin.

Con mis ojos llenos de lágrimas, vi como Cash se acercó al fuego y se quedó mirando fijamente a las llamas que eran cada vez más escasas.

Mis brazos yacían inútilmente a mi lado. Los músculos de mis piernas se convirtieron en gel. Negándome a ceder a la tristeza, envolví los

brazos alrededor de mi cintura y esperé a que dijera algo. Tenía miedo de preguntar, pero necesitaba saberlo. Simplemente no podía formar las palabras.

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De repente, él explotó. Comenzó a gritar, sobresaltándome. —¡Hijos

de puta! ¡Malditos bastardos! —Pateó tierra a las llamas con sus pesadas botas—. ¡Pedazos de imbéciles de mierda!

Lo miré sorprendida, asustada por su arrebato. Cash siempre había sido el reservado del grupo. Era desconcertante verlo así. Desmotivador.

Se quitó el sombrero de vaquero y lo arrojó a lo lejos, frustrado.

Poniendo sus manos en los bolsillos, me miró a través del fuego, mientras crecía su enojo. En dos zancadas, estuvo frente a mí, a pocos centímetros

de distancia. Lo miré fijamente a los ojos y vi un odio tan poderoso que me hizo dar un paso atrás.

—Lo siento, Maddie, no mereces esta mierda. Él debería estar aquí contigo y su bebé. No en algún otro lugar de la tierra o en alguna prisión infernal —dijo, escupiendo cada palabra.

—Retrocede, Cash —dijo Gavin—. Cálmate y cállate.

—Por supuesto que no, ¡no me voy a callar! ¡Es una mierda! ¡Estoy

cansado de esto! —Levantó los brazos como si se diera por vencido y salió. Se detuvo abruptamente y se dio vuelta—. ¿Qué clase de vida es ésta?

¡Estamos apenas sobreviviendo! ¡Es invierno y estamos pendiendo de un maldito hilo!

Me acerqué, ignorando los troncos quemados que se encontraban a

pocos centímetros de mis pies. —¿Has visto algo? ¿Tienes alguna prueba de que está ahí?

Cash me miró, abandonando su enojo. Vi su cuerpo desinflarse, casi como si estuviera rindiéndose.

—Está muerto, Maddie. Rogaba a Dios no tener que decírtelo, pero está muerto —dijo en un susurro que fue tan fuerte como un disparo de

escopeta.

No.

Se me revolvió el estómago y sentí una opresión en mi pecho.

—¿Qué? —dijo Gavin con voz ronca

Sin responder, Cash agarró un pequeño tronco y lo arrojó al fuego,

que crujió provocando que se elevaran chispas.

Di un paso más cerca de Cash. A una distancia donde no tenía más

remedio que mirarme a los ojos cuando respondiera mi pregunta.

—¿Está muerto realmente? —No quería decir esas palabras, pero tenía que saberlo.

Cuando sus se encontraron con los míos, vi mi respuesta.

—Sí.

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Resistí el impulso de poner la mano sobre mi estómago y proteger a

mi bebé de la fealdad de la palabra. Me negué a derrumbarme y nunca levantarme de nuevo.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté, forzándome a decir las palabras.

—Fui capaz de llegar a la entrada del pueblo. Es malo. Muy malo —dijo, pasándose una mano por la cara—. Yo... yo no sé cómo alguien puede

sobrevivir ahí. —Negó con la cabeza, luciendo sombrío—. Era imposible que pudiera entrar, así que decidí regresar. Cuando ya me iba, me topé

con un tipo que se escapó, apenas saliendo con vida. Le mostré la foto que me diste de Ryder. El hombre dijo que lo conocía, que recibió un disparo

grave, y que vio como arrastraban su cuerpo lejos para enterrarlo.

Sus siguientes palabras casi me mataron.

—Se ha ido.

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El duelo me acompañaba constantemente. No sentía nada, excepto

dolor.

Pasaron cuatro semanas. Sobreviví. Vivía. Pero solo era la mitad de

una mujer.

Las temperaturas eran glaciales, teníamos los dedos helados por el frío que nos rodeaba. Los días eran tristes y las noches eran heladas. Cada

noche nos acurrucábamos alrededor del fuego, envueltos en varias capas de ropa, escuchando atentamente la radio. Conteníamos la respiración,

esperando noticias de la guerra, con la esperanza de que llegara la paz en medio de todo el terror que nos rodeaba.

Pero nunca llegaba…

Los enemigos avanzaban, invadiendo los estados fronterizos y adentrándose. Los estadounidenses luchaban, tanto jóvenes como adultos,

perdiendo la vida al tratar de recuperar su libertad. ¿Cuántos murieron, sin que lo supiéramos? No creía que alguien lo supiera.

Éramos débiles. ¿Cómo podríamos luchar si no teníamos poder, ni nada con que comunicarnos? El pulso electromagnético paralizó el país y

nos dejó a merced de los insurgentes. Habíamos vuelto a los días de antaño, cuando los hombres trabajaban con sus manos, defendían a su familia y luchaban por su libertad. Nada era fácil. Que las personas

murieran era más frecuente que el que siguieran con vida. La desnutrición se extendía por todos lados, había hambre y enfermedades. Nuestro país

se encontraba en ruinas.

En el rancho nos encontrábamos a salvo de los combates. Todos

vivíamos hacinados en la casa de Janice y Roger, conservando nuestro calor, compartiendo nuestras provisiones, y así estábamos más seguros por si aparecían forasteros. Así sobrevivíamos. Aprendimos rápidamente

que cuantos más fuéramos, más seguridad tendríamos. Nos convertimos en una máquina bien engrasada; cada uno de nosotros hacía lo que le

tocaba para poder sobrevivir. Estábamos hacinados, pero a salvo. Era todo lo que importaba.

Teníamos poco suministros de alimentos, pero no nos lo habían quitado para que fueran racionados entre los grupos de personas sin

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hogar y con hambre de Estados Unidos, como se había hecho en otros

lados. No teníamos toque de queda, nadie a quien responder más que a nosotros mismos. El rancho era el lugar perfecto para establecer un

bunker. Estábamos apartados del terror del resto del país, escondidos lejos de los combates. Bueno, prácticamente.

Para mí, si los días eran largos, las noches lo eran aún más. Durante

el día trabajaba y ayudaba en el rancho cuando podía. Por la noche, daba vueltas y vueltas. Ryder me obsesionaba durante del día y aparecía en mis

sueños por la noche.

—Te amo, Maddie.

Miré los ojos de Ryder y vi todo lo que siempre necesité o deseé.

Coloqué mi mano en su nuca, y lo atraje hacia mí, muriendo por sentir

su boca en la mía.

—Yo también te amo —susurré, tocando sus labios con los míos—. No

vuelvas a dejarme nunca.

Su boca capturó la mía, con urgencia y lleno de necesidad. Agarrando

mis caderas, me atrajo hacia él. Gemí cuando una de sus manos se introdujo bajo mi camisa, buscando mi pecho.

—Nunca te dejé, Maddie. Siempre he estado aquí con ustedes —dijo,

alejando sus labios de mi boca para viajar a mi oído.

Besó la piel sensible debajo del lóbulo de mi oreja, dejando calor.

Aspiré una bocanada de aire cuando sus dedos rozaron la parte inferior de mi seno.

—Por favor, Ryder, te necesito —susurré, echando la cabeza hacia atrás. Su boca se movió por mi cuello, haciendo que otras partes de mi cuerpo gritaran por ser satisfechas.

—Dime cuánto —exigió cuando su pulgar y su dedo índice encontraron mi pezón—. ¿Necesitas esto?

Abrí la boca para decirle que sí, que eso es exactamente lo que necesitaba, pero nunca tuve la oportunidad de decir nada.

Un disparo atravesó la noche.

Ryder se sacudió contra mí. Sonó otro disparo y se sacudió otra vez, transmitiéndose el movimiento a través de mi cuerpo.

Vi cómo sus ojos se abrieron con temor. Tropezando hacia atrás, sus manos se alejaron de mí, dejándome fría y sola.

Observé con horror cómo un gran círculo de sangre comenzó a formarse en su pecho. El enrojecimiento no se parecía a nada que hubiera

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visto antes. Parecía un objeto viviente, tomando su cuerpo, consumiéndolo con su maldad.

Grité mientras él tocaba la sangre con una mano. Extendió sus dedos

ensangrentados para que los pudiera ver, y me miró con tristeza.

—Lo siento, Maddie —dijo, cayendo de rodillas frente a mí.

—¡NOOOOO! —grité, sosteniéndolo antes de que cayera al suelo.

De la nada, escuché un ruido proveniente de los bosques que nos rodean. El ruido era fuerte y amenazante, rodeándonos como un atacante a

su presa. Sosteniendo a Ryder contra mí, miré a mi alrededor, buscando al enemigo que le hizo esto. Que nos hizo esto.

De repente, a un par de metros de distancia, un bebé empezó a llorar. Un fuerte llanto llenó la noche, desgarrando mis entrañas. Tenía que ir a ver a mi hijo, pero no podía alejarme de Ryder.

—Ve a cuidar de nuestro bebé, Maddie. Déjame ir —susurró, utilizando lo último que le quedaba de energía para decir las palabras.

—¡No, no te voy a dejar! —grité, asfixiándome entre mis sollozos. Matándome.

—Tienes que hacerlo —dijo forzadamente. Su mano tocó mi cara. Pude sentir la mancha de sangre que dejó en mi mejilla, marcándome para siempre—. Te amo, Maddie. Recuerda eso. Te amaré por siempre. Ahora

deja que me vaya.

Observé con horror cómo dio su último suspiro.

—NOOOOO —grité en lo más alto de mis pulmones, uniendo mis gritos a los del bebé.

Alguien me agarró del hombro y, sacudiéndome, me despertó.

—Maddie.

Me levanté de un salto; mi pecho subía y bajaba rápidamente, mi respiración era forzada y entrecortada. Con la mano temblorosa, corrí el

cabello de mi cara, sintiendo el sudor que brillaba en mi frente. Cuando la cama se hundió junto a mí, miré otra vez, con miedo de lo que podría

encontrar a mi lado. O que no encontraría.

Eva se sentó, mirándome con preocupación. Mis ojos se tomaron un momento para acostumbrarse a la oscuridad. Estaba en la antigua cama

de la infancia de Ryder. Bajo sus cubiertas. Mis manos bajaron a mi estómago, sintiendo la pequeña redondez. Estoy bien. Todo fue un sueño.

Solo un sueño.

Eva me tocó el brazo. Solo un pequeño toque para recordarme su

presencia. Durante las últimas semanas, había empezado a comportarse

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con normalidad nuevamente, pero todavía sufría. Podía verlo en sus ojos

cuando pensaba que nadie la miraba. Cuando hablaba, pude escucharlo en su voz, una voz que ya no sonaba como una mujer segura de sí, sino

como una niña perdida. Asustada.

Casi todas las noches, se encontraba a mi lado cuando tenía pesadillas. Eran todas iguales, Ryder muriendo y yo tratando de salvarlo.

Siempre moría y yo siempre despertaba llorando.

Acostada, me tapé con la colcha hasta la barbilla. Mi corazón latía

fuera de control, y las lágrimas amenazaban con ahogarme. Me concentré en la oscuridad de la sala, intentando mantenerme bajo control.

Uno de los pies de Eva tocó mi pierna, empujándola con sus dedos, recordándome que no me encontraba sola.

Cuando empezaron sus pesadillas, me metí en su cama, abrazándola

mientras lloraba. No quería a Brody a su lado, solo me quería a mí. Después de un tiempo, tenía sentido compartir la cama con ella. Las

temperaturas bajas hacían imposible calentar toda la casa, así que solo se calentaban las habitaciones necesarias. Los hombres se acostaban en la

sala de estar, compartiendo el calor de la chimenea, mientras Janice y Roger dormían en su habitación.

Eva y yo compartimos la antigua habitación de Ryder. Nuestro calor

provenía de un calentador improvisado que hizo Brody, usando un tambor de acero. Lo modificó cortando una puerta en un lado, colocando bisagras

en el extremo y un tubo de escape similar a los de los camiones para el humo en el otro. Usando leña o cualquier otra cosa que hayamos podido

encontrar para quemar, tratamos de mantener el fuego durante toda la noche, pero siempre nos despertamos con un cuarto helado por las mañanas.

—Estabas llorando de nuevo por Ryder —susurró Eva junto a mí.

La miré de reojo y me acurruqué más profundo debajo de las

mantas. —Era el mismo sueño. Le disparaban y lo veía morir. Lo sostuve mientras que él tomaba su último aliento —dije, agarrando las sábanas

con tanta fuerza que mis uñas dejaron marcas en mis palmas—. Solo deseo que las pesadillas desaparezcan.

—No creo que alguna vez desaparezcan —dijo—, yo también quiero

olvidar, pero no puedo.

—No quiero olvidar. Quiero soñar con Ryder cada noche, pero no así

—le dije, y las lágrimas se construyeron en mis ojos.

—No quiero volver a soñar —susurró Eva.

—Tal vez si hablamos de ello... nunca has hablado de lo que pasó —le dije, viendo cómo ella recogía los extremos de su cabello—. Siempre has sido capaz de decirme todo, Eva.

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Apartó la mirada con inquietud. —No puedo hablar de eso, Maddie.

Me giré de lado, colocándome frente a ella. No podía ver los detalles de la cara. Solo su silueta.

—¿Te hicieron daño? —le pregunté.

Se secó las lágrimas con rapidez, como odiándose a sí misma. Eva odiaba llorar. Lo veía como una debilidad, diciendo que las mujeres débiles

eras las que lloraban, y por el contrario, las mujeres fuertes se levantaban y hacían algo para cambiar las cosas. Si tan solo pudiéramos.

Esperé a que respondiera mi pregunta, pero no lo hizo. Se cerró de nuevo.

Dejé escapar un profundo suspiro. —Está bien, Eva. No tienes que decirme nada.

Cerré los ojos y recé para que pudiera dormir sin tener otra

pesadilla. Solo una noche sin imágenes de Ryder muriendo, por favor. El frío en la habitación me hizo temblar mientras mis párpados se volvían más

pesados. Ya casi me dormía cuando ella habló.

—Nos golpeaban, Maddie.

Abrí los ojos, y mi sueño desapareció repentinamente.

—Nos golpeaban todos los días. Comíamos pan duro y agua. Nada más. Y cuando nos dejaban dormir, eran solo una o dos horas seguidas.

—Oh, Jesús —dije, con la voz quebrada.

—Sí, bueno, él no estaba por ahí —dijo sarcásticamente.

—Eva, lo siento. —Resopló y se giró, colocándose de espaldas a mí. Me quedé mirando la parte trasera de su cabeza, con ganas de hacer algo,

pero sabiendo que no había nada que pudiera hacer.

—Deberías haber visto lo que hicieron con las otras mujeres. Fue horrible. Muchas fueron violadas. Tuve suerte porque me las arreglé para

esconderme detrás de otras personas, pero luego me sentía como una mierda. Se lo habían hecho a alguien más. —Resopló con disgusto—. Y los

hombres eran torturados constantemente. No creo que nunca vaya a olvidar los gritos. Eran constantes, noche tras noche. Día tras día. Nunca

cesaban. Cuando cierro los ojos, todavía puedo oírlos.

Mi corazón me latía fuerte en el pecho. Ryder podría haber sido torturado y lo podrían haber matado de hambre. No había forma de que

sobreviviera. Él no era así. Habría luchado hasta que lo mataran a golpes.

De repente me sentí enferma del estómago, las imágenes eran muy

difíciles de controlar.

Eva se giró para mirarme, con las mantas enredadas alrededor de

sus piernas.

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—Quiero decirte que lo siento, Maddie. Es mi culpa que Ryder esté

muerto. Sé que no fui buena con él, pero me preocupaba de que te rompiera el corazón. Quería protegerte. Ahora me siento culpable. Dio su

vida por mí y yo lo trataba como a una mierda. Si pudiera, me hubiera quedado en el campamento para que pudieras tenerlo de vuelta.

Envolví los brazos alrededor de ella, apretando con fuerza. —No

digas eso, Eva. Estoy bien.

—No, no lo estás. No me mientas, Maddie Jackson. —Podía oír las

lágrimas en su voz—. Éramos tan jodidamente estúpidas. Solo dos niñas universitarias ingenuas que creían que lo más importante en la vida era

donde iba a ser la próxima fiesta, o donde estaban los mejores bares.

—No podríamos haberlo sabido —le dije, apartando los brazos de ella.

—No quiero decirle a Brody lo del campamento —dijo con convicción—. Le molestará oír lo que pasé y ahora no puedo estar con él.

Hubo una vez...

Cerré los ojos, temerosa de lo que iba a decir a continuación.

—Un hombre me arrinconó y me tocó, pero otra mujer lo detuvo... No sé quién era, pero ella me salvó.

Alcancé las mantas y encontré su mano. Sus dedos eran como el

hielo contra los míos.

—No voy a decir nada pero tienes que hablar con Brody. No lo alejes

—le dije.

—Tengo miedo de decírselo.

—Él te ama, Eva. Todo lo que le importa es que estás en casa a salvo. —Apreté su mano para tranquilizarla.

Bufó. —No lo entiendes ¿verdad, Maddie? Nunca estaremos a salvo

de nuevo. Estos hombres —hizo un gesto hacia la ventana—, quieren matarnos. Nos quieren extintos. —Sacudió la cabeza y sus siguientes

palabras fueron espeluznantes—: Los estadounidenses nunca estaremos a salvo o algo parecido. Ninguno de nosotros.

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Una tarde me alejé. Necesitaba espacio. Estar lejos de los recuerdos. Lejos de todo el mundo que me preguntaba si me encontraba bien o me

decía que todo estaría bien. ¿Cómo pueden decirme eso? Ryder se había ido. Las cosas no andaban bien. Ni de cerca. Yo era un desastre.

En el exterior parecía fuerte, capaz de manejar cualquier cosa. En mi interior me moría. Una muerte lenta que temía, nunca terminaría.

¿Cuántas veces en las últimas semanas le había suplicado a Dios que me enviara a Ryder nuevamente? Maldije al destino. Le grité a los cielos. Lloraba hasta quedarme dormida. ¿Volvería a ser lo misma otra

vez?

El único que me mantenía cuerda y me impulsaba a salir de la cama

todos los días era el bebé que llevaba. Yo soñaba con tener a una niña o a un niño en mis brazos y que al mirarlo, pudiera ver el reflejo de Ryder de

nuevo. Tenía la esperanza de que el bebé tuviera los ojos y la sonrisa de él. Esperaba que si era un niño, sería tan guapo como su padre, por lo que los corazones femeninos aletearían cuando pasara a su lado. Pero más que

nada, solo deseaba que Ryder estuviera aquí para compartir todo esto conmigo.

Por primera vez en días, el sol brillaba. Los cielos sombríos de invierno habían desaparecido. Eva y Janice se encontraban ocupadas. Los

hombres estaban preocupados por el ganado y la comida. Era un día perfecto para estar a sola.

Mientras caminaba por el pasto que se situaba cerca de la casa, la

hierba alta rozó mis dedos. Mis piernas, cubiertas por vaqueros, sentían cada movimiento, cada toque de la hierba, recordándome que seguía con

vida a pesar del firme dolor que tenía en el corazón.

El viento se movió a través de la tierra, doblando y curvando las

hojas marrones del pasto. Me recordó cuando vi las olas del océano en el verano que visité el Golfo de México con mi padre. Tumbada en la playa, me sentía abrumada con la vista de toda esa agua. Me sentía como un

pequeño grano de arena, un pedacito en el gran esquema de las cosas. Todos mis problemas y preocupaciones parecían pequeños al tiempo que

miraba hacia el océano.

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Ahora, parada entre ese mar de hierba, me sentía sola. Perdida. Yo

quería ser más ligera y poder flotar como las nubes en el cielo. Flotar lejos del dolor y de la pena de perder a Ryder.

Pero no podía irme. Tenía un bebé en camino. Podría recordar y me podría doler, sin embargo tenía que seguir adelante.

Giré la cara hacia el sol, sintiendo el calor en mis mejillas. El calor

me calentaba, quitándome el frío. Moviendo una mano sobre la cima de la hierba, cerré los ojos.

El rostro de Ryder apareció detrás de mis párpados. Quería alargar mi mano y tocarlo, pero él solo se hallaba en mi mente, un producto de mi

imaginación. Un recuerdo que jamás desaparecería.

Antes de abrir los ojos, el calor pasó a través de mi brazo y me hizo suspirar. Se sentía tal si alguien me estuviera tocando.

Abrí los ojos de golpe y giré la cabeza. Esperaba ver a Ryder detrás mío, de pie allí con su arrogante sonrisa, no obstante solo me rodeaban los

campos vacíos.

A lo lejos, vi a Gavin venir hacia mí. Sus pasos eran largos y rápidos.

Durante unos segundos, mi corazón latió fuera de control. Desde la distancia, se asemejaba tanto a Ryder que me encontré dando un paso hacia él, desesperada por ir a su dirección.

—¡Maddie! —exclamó su profunda voz de barítono.

—¿Sí? —contesté, calmándome mientras esperaba que se reuniera

conmigo. Es solo Gavin. No Ryder. Solo Gavin.

Se detuvo frente a mí, sin aliento. —¿A dónde diablos has ido? Me

has matado del susto.

—Lo siento. —Aparté la mirada malhumorada. Me cansé de que todo el mundo se mantuviera al tanto mío. Yo era más que capaz de cuidarme

sola. ¿No lo había demostrado ya?

—¿Estás bien? —preguntó.

Nuevamente. Esa horrible pregunta.

—No puedes irte sin decirle a alguien —dijo Gavin, sin aguardar mi

respuesta.

Tomé una respiración profunda, intentando sonar normal. —Solo

necesitaba estar sola.

Dejó escapar un suspiro. —Lo entiendo, pero maldita sea, Maddie, no puedes irte por ahí sola. No es seguro.

—Puedo ver la casa desde aquí. ¿Por qué importa?

—¿Qué? —preguntó con una mezcla de sorpresa y horror.

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Entrecerré los ojos en contra del sol para lograr ver sus ojos. —¿Te

pregunté qué, por qué importa? Si el enemigo se presenta ahora, quizá me llevarían a la ciudad y me tirarían con todos los prisioneros. Entonces

podría encontrar a Ryder. —La idea tomó forma en mi mente. El plan se hizo tan claro como el día. Podría funcionar. Realmente.

Gavin comenzó a sacudir la cabeza, disgustado. —¿Estás loca? Esa

es la peor idea que he escuchado.

Mi tristeza desapareció y fue reemplazada por la impaciencia. ¿Qué

otra cosa haría? ¿Sentarme aquí y esperar a que alguien más rescatara a Ryder?

—Podría funcionar, Gavin. Piénsalo. Nos dejamos atrapar. Nos llevan a su campamento y nos encontramos con Ryder.

Se pasó una mano por la cara, un gesto que le vi hacer a Ryder un millón de veces.

—No, Maddie.

—Pero, Gavin... —Sonaba como un niñito que pedía una galleta más.

Continuó negando con la cabeza, lo que me hizo enfurecer.

—¡Tengo que encontrarlo! ¡No puedo seguir con esto! —supliqué, dando un paso hacia él—. ¡Me mata estar aquí y esperar! ¡Por favor, Gavin,

por favor! ¡Tenemos que ir a buscarlo de nuevo!

Me agarró los brazos, dándome una violenta sacudida. —¿No lo entiendes, Maddie? ¡Se ha ido! ¡Estabas allí ese día! ¡Oíste que Cash dijo

que él estaba muerto!

Le golpeé las manos, luchando para liberarme de su agarre. En ese

momento, lo odiaba más que a nada.

—¡No digas eso! ¡No te atrevas a decir que está muerto! —grité.

Su mano agarró mi brazo otra vez, envolviendo mis capas de ropa. Me jaló hacia él con fuerza. Mi cuerpo se estrelló contra el suyo cuando me dio otra sacudida que castañeó mis dientes.

—¡Está muerto, Maddie! —gritó, a centímetros de mi nariz. Sus ojos eran feroces, llenos de dureza—. ¡Métetelo en la cabeza! ¡Mi hermano está

MUERTO!

—¡Jodete, Gavin! —grité cuando las palabras explotaron de mí.

Su mano agarró la parte posterior de mi cabeza para acercarme más. Antes de que pudiera comprender lo que iba a hacer, sus labios estuvieron sobre los míos.

Me quedé helada. Mi cuerpo se puso rígido y mis labios quedaron duros. Su boca se apretó contra la mía, cálida e insistente. Me atrajo más

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cerca. Una de sus manos se suavizó, soltando mi brazo y arrastrándola

hacia abajo.

Cedí. Durante un segundo, dejé que sus manos se movieran a mi

cintura, sosteniéndome cerca.

Entonces me desperté. La realidad se asentó. El sueño terminó. Este no era Ryder.

Empujé el pecho de Gavin. Nada. No se movió ni un centímetro. Sus labios solo se entusiasmaron, profundizando el beso, y enojándome más.

Usando toda mi fuerza, lo empujé. Esta vez, me soltó.

Al estar libre, levanté la mano y le di una bofetada. El sonido del

golpe rebotó en el aire, sonando fuerte y doloroso. Se lo merecía y mucho, mucho más.

Tropezando hacia atrás, él me miró. —Maddie, escúchame...

Cuando volvió a acercarse, formé un puño y le di un puñetazo en la nariz.

¡Eso llamó su atención! ¡Idiota!

—¡No te atrevas a tocarme! —grité, sintiéndome algo loca por el beso

que me había dado.

—Maddie, santo infierno —maldijo, y se frotó la nariz para luego estirar la mano hacia mí.

Le golpeé la mano. —¡A tu propio maldito hermano, Gavin! ¡Cómo has podido!

—¡Él no volverá, Maddie!

—¿Y eso te da el derecho a darme un beso? —grité.

—¡No! Es decir, ¡sí! —Se frotó la nariz con la manga de la camisa, a continuación comprobó si tenía sangre—. Diablos, Maddie, no lo sé —dijo en voz más baja—. No sé nada.

Me limpié la boca, con ganas de quitarme su sabor. Quería a Gavin, pero no de ese modo. Nunca.

—¿En qué diablos pensabas, Gavin? —pregunté, mirándolo con desconfianza.

Suspirando, se tocó la nariz una vez más y se tomó su tiempo para responder. —La verdad es que siempre me has gustado pero nunca hice nada al respecto porque Ryder siempre se encontraba allí, amenazando

con patearme el culo si te miraba mal.

—¿Y ahora que él no está aquí, crees que es tu turno para tenerme?

¿Ahora soy un juego libre, es así? —escupí, molesta.

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Abrió la boca para responder, sin embargo lo interrumpí; no quería

oír sus excusas.

—Tu hermano está... —Cuando mi voz se quebró, me detuve. No

podía decirlo. La palabra “muerto” no lograba pasar mis labios. Empecé de nuevo—. Crees que puedes tomar su lugar, Gavin ¿Eres jodidamente feliz porque se ha ido? —susurré, con ganas de hacerle tanto daño como sufría

yo—. Ahora que él está fuera del panorama, entras en su territorio ¿no?

—¡Diablos no, Maddie! ¡Daría cualquier cosa por tenerlo en casa,

pero no es un secreto que me gustas! ¡Mierda, hasta Ryder lo sabía!

—¿Qué? —pregunté, sorprendida.

Se pasó una mano por la cara antes de contestarme. —Hace dos años, tú viniste de visita desde la universidad. Yo me encontraba en casa y todos salimos. ¿Recuerdas esa noche?

Pensé. Hubo un receso de primavera en el que regresé, estresada y cerca de las lágrimas, a punto de abandonar la escuela. Ryder me miró

una vez e insistió en que saliera con él. Gavin tenía una cita esa noche, pero, para el gran disgusto de Ryder, decidieron acompañarnos también.

Fuimos a un club local, necesitando ahogar nuestros problemas en la música fuerte y el baile. Pero Ryder pasó la mayor parte de la noche ahogándose en una botella. Gavin y la chica bailaron y se miraban entre sí

con ojos de deseo, ignorándonos en su mayor parte. A medianoche, Ryder me llevó a un salón de tatuajes, para mostrarme como volvía a tatuarse.

Gavin y su cita se fueron a casa. No ocurrió nada. No podía recordar que sucediera algo fuera de lugar.

—Recuerdo esa noche. ¿Qué hay con ella? —pregunté, estrechando los ojos.

—Ryder dijo que quería saber cómo sería estar contigo antes de que

encontraras a un hombre y te casaras.

Sentí un poco de dolor en mi corazón, pero lo ignoré. Ryder ya no era

ese hombre. El tipo que usaba a una mujer y luego la arrojaba a un lado. Yo había sido la única que él dejó entrar en su exterior duro. La única que

había amado.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, cruzando los brazos sobre mi pecho.

—Me dijo que él te quería como nunca había querido a alguien. Eso me molestó porque pensé era una broma. Que él solo quería usarte como

lo hizo con todas las mujeres que conoció. Así que le dije que se callara, que eras demasiado buena para ser usada y tirada a un lado.

—Él no me usó ni me lanzó a un lado, Gavin. Nunca fue así entre nosotros.

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—Ahora lo sé, pero en ese momento... —Se detuvo y sacudió la

cabeza—. Escucha, Maddie, hay más historia que eso. Cuando dije que eras demasiado buena para él, Ryder quedó destrozado. Se puso... diablos,

se puso triste. No hay otra forma de describirlo.

Sus ojos recorrieron el campo que nos rodeaba antes de mirarme.

—Ryder dijo que te merecías a alguien mejor que él. Me acusó de

querer ser ese alguien. Ahí fue cuando las cosas empezaron a aclararse aún más. Dijo que desde que era un niño, nunca sintió que perteneciera a

algún lugar. Que contigo, estaba en casa. Tú lo veías como alguien bueno. Como alguien maravilloso. Y no iba a perderte por mí.

Las lágrimas cayeron por mis mejillas. ¡Maldito! ¡Incluso cuando no estaba aquí, Ryder me hacía llorar!

Gavin se metió las manos en los bolsillos y continuó—: Discutimos.

Dije cosas desagradables de las cuales me arrepiento. Al final, Ryder dijo que tenía que permanecer lo más lejos posible de ti. Que iba a patearme el

culo si te tocaba, divagando un poco de mierda sobre que yo podría ser el perfecto, pero tú eras suya.

—Siempre ha sido él —susurré tan bajo que no creía que Gavin me oyera.

Prosiguió con voz sombría—: Me siento muy culpable, Maddie. Mi hermanito creció pensando que no era lo suficiente bueno para nadie porque siempre había sido comparado conmigo. El niño perfecto. Me

gustaría poder volver atrás y decirle que no era para nada perfecto. Nadie lo es.

—Pero él es perfecto para mí. Siempre lo ha sido —dije, pensando en todas los momentos que pasé con Ryder. Detrás de su mala actitud y su

criterio horrible de la vida. Él tenía un buen corazón. Un alma caritativa. Simplemente se escondía detrás de su exterior duro.

Pero nada de eso era una excusa para lo que hizo Gavin.

Me miró con tristeza. —Más tarde esa noche, luego de muchos tragos de tequila, Ryder dijo que lo mató verte con otra persona, que eso le

comió las entrañas y lo volvió loco. Dijo que a veces lo único que quería hacer era agarrarte y besarte. —Se frotó la nuca con nerviosismo, y sus

siguientes palabras salieron vacilantes—: Pero dijo que si tuviera que elegir a una persona para ti, sería yo. Su propio hermano. De esa manera sabría que estabas a salvo y bien cuidada.

Di un paso atrás, con ganas de alejarme de él y de sus palabras.

—Cuando fuimos a buscar a Eva, me dijo que si le sucedía algo,

tenía que cuidarte. Me hizo prometerlo, Maddie —dijo, extendiendo las manos de modo suplicante.

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—No —dije, sacudiendo la cabeza en negación—. Volverá, Gavin. Me

prometió que regresaría.

—¿Y si no regresa? ¿Qué, entonces?

No le respondí. No quería pensar en ello. No puedo escuchar esto por más tiempo.

Volteándome, me alejé de él, dando grandes zancadas a través de la

hierba alta. Las lágrimas rodaban por mis mejillas, ahogándome.

El mundo era un desastre y yo también.

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Me abotoné la chaqueta de franela rápidamente, a pesar de los dedos

entumecidos por el frío. Era la chaqueta de Ryder y el doble de mi tamaño, pero me mantenía caliente en el clima frío. En piloto automático, trencé

apresurada mi pelo largo y oscuro en una trenza gruesa, dejándolo colgar por el medio de la espalda. Ya era más largo que cuando comenzó este infierno, allá cuando la vida era sencilla.

Entré en la cocina y cogí una botella de agua del arroyo recién esterilizada. No había más agua embotellada, limpia y filtrada. Ahora cada

gota que se usaba tenía que ser esterilizada. Era un largo proceso, pero al menos teníamos agua. Era más de lo que podían decir algunas personas.

Mantuve la vista en la ventana y recogí la escopeta de donde se hallaba apoyada contra la pared. Con movimientos rápidos, comprobé para asegurarme de que se encontraba cargada. Retiré municiones del cajón de

la cocina y dejé las grandes balas en el bolsillo de mi abrigo, sintiendo mi chaqueta más pesada

Sosteniendo la escopeta en una mano, abrí la puerta de atrás, y me encogí cuando los goznes chirriaron en protesta.

Hice una pausa para esperar a que alguien saltara o empezara a preguntar qué hacía, pero no ocurrió. Al echarle un vistazo al patio, no vi nada y escuché poco. El torrente de agua del arroyo afuera de la casa de

Ryder sonaba como si hubieran pasado meses desde que llegamos aquí. Un viento frío soplaba a través de los árboles, haciendo caer un par de

hojas muertas al suelo, abandonando su lucha para colgar un día más.

Corrí por las escaleras del pórtico. Todo el mundo se encontraba

ocupado y no había nadie en la casa. Este era el momento perfecto para escapar. Tal vez mi única oportunidad.

Necesitaba estar sola. Necesitaba aire y soledad.

Ignorando el amargo viento que me atacaba desde el norte, corrí al granero. El suelo se sentía congelado debajo de mis botas desgastadas,

recordándome la tormenta de hielo que teníamos hace apenas unos días.

Abrí la puerta del establo y esperé un minuto para que mis ojos se

acostumbraran a la oscuridad. Hace seis meses, simplemente habría

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tocado el interruptor para encender el granero. Pero ahora la electricidad

era una cosa del pasado. Un viejo amigo que se fue, del que nunca se escuchó de nuevo.

Corrí hacia el cuarto donde se guardaban las sillas de montar. Pasé mi mano enguantada sobre el cuero y encontré el que quería. Ligero y pequeño, era justo para que lo levantara Después de sacarlo del gancho,

cogí una manta de silla y las riendas.

Llevé todo a la puerta de los pastos. Manteniendo la vista en la zona

que me rodeaba, silbé una vez y esperaba que mi caballo me oyera.

Un minuto más tarde un caballo marrón llegó galopando del bosque.

Movió las orejas cuando me vio. Redujo la velocidad y se encaminó hacia mí, mirándome con sus grandes ojos marrones.

—Oye, chica —le susurré, frotándole el cuello como le gustaba.

Relinchó una vez a modo de saludo y se quedó quieta mientras abría la manta de la silla sobre su espalda.

Necesité de todas mis fuerzas lanzar la silla de montar en ella. Saltó ante el trato duro, pero no pude evitarlo. Había perdido mucho peso en el

último par de meses, y no sabía con seguridad cuanta masa muscular me quedaba. Ahora teníamos que racionar nuestra comida. Janice y Roger no planeaban alimentar tres bocas más cuando construyeron sus existencias

de suministros. Yo no comía suficientes calorías, pero no había mucho que pudiera hacer al respecto. Usualmente Cash o Gavin me daban un poco de

sus partes, a pesar de mis protestas. Todos necesitábamos nuestra fuerza. Si uno se enfermaba, todos estaríamos afectados.

Conteniendo mi respiración por la energía que tomó ensillar al caballo, miré alrededor del campo. Todo permanecía en silencio. Recogí las riendas sueltas en mi mano y subí, sin dejar que el embarazo me impidiera

montar el caballo.

Impulsándola hacia adelante, dejé el rancho atrás.

***

Me despertó un ruido suave.

Permanecí en la cama y escuché. Ahí de nuevo. Un golpecito. Algo fue

lanzado contra mi ventana. Se despejó la niebla de la somnolencia. Aparté las mantas y corrí a la ventana. En la oscuridad, apenas podía distinguir a

Ryder de pie a unos metros de la casa. Cuando me vio asomándome por la ventana, me hizo un gesto para que saliera.

Eché un vistazo al reloj cuando pasé mi mesita de noche. Dos de la mañana. Hora de cierre. Suspiré. El momento típico de Ryder para aparecer

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por aquí. Borracho, golpeado y sangrando. Una copa de más y demasiadas peleas.

De puntillas en mi habitación, me moví silenciosamente por el pasillo.

Las tablas del suelo crujían, protestando cuando mis pies descalzos las pisaban. Me detuve y escuché, esperando que el ruido no despertara a mi papá. El sonido de sus ronquidos se hizo eco a través de las delgadas

paredes de la casa, haciéndome saber que no iba a ser descubierta.

El olor a lluvia me recibió cuando abrí la puerta de atrás. Corrí por las

escaleras del pórtico, ignorando el sonido de truenos a lo lejos.

A medio camino a través del patio, me detuve y miré a mi alrededor,

buscando a Ryder en el terreno oscuro.

—Ryder —susurré, frustrándome. Mejor que no me haya despertado de un sueño profundo para darse la vuelta y volver a casa. Lo mataría. Bueno, después de que consiguiera un par de horas de sueño.

Iba a volver a entrar cuando dos manos me agarraron por la cintura,

familiarizado con mi cuerpo. Grité y me di la vuelta, con el corazón en la garganta. Ryder se paró frente a mí con una tonta sonrisa torcida.

—Hola, preciosa.

—¡Ryder, me diste un susto de muerte! —grité, golpeando sus manos.

—¿Cómo está mi amiga recién graduada? —preguntó, balanceándose

en sus pies.

—¿Estás borracho?

Se acercó más, oliendo ligeramente a cerveza, pero todavía a él, algo silvestre y oh, tan varonil.

—Podría estar borracho. ¿Tienes un problema con eso, niña?

No hice caso de la amenaza que escuché en su voz. Ryder era cualquier cosa excepto peligroso. Para otros, era mortal. Fatal. Para mí, él

era… oscuro y lleno de actitud, pero nunca peligroso. Más bien como un cachorro bebé con ganas de jugar. Solo había que manejarlo bien y tener

cuidado de sus garras como cuchillos y dientes afilados.

Una sola gota de lluvia eligió ese momento para aterrizar en mi nariz.

Miré hacia el cielo cuando otra gota de lluvia me golpeó la frente. Un gran trueno retumbó por encima, seguido de un relámpago a través del cielo.

—Oh, demonios, va a llover —murmuró, balanceándose mientras

miraba también hacia el cielo—. No puedes mojarte.

Me agarró la mano, entrelazando sus dedos con los míos. Parecía lo

más natural del mundo. Con un firme control sobre mí, me condujo trotando a través del patio. Corrí tras él, sin dejar su lado, sabiendo que iba lento

para que yo pudiera mantener el ritmo.

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Cuando llegamos a las puertas del granero, el cielo se abrió. Empezó a llover torrencialmente, salpicando barro en mis pies descalzos y dejándome empapada.

Riendo, me paré en el aguacero y esperé pacientemente mientras Ryder abría las puertas pesadas del granero. Me llevó al interior y se apuró a cerrar las puertas contra la lluvia y el viento.

Dentro olía a cuero, caballos y heno mohoso. Uno de mis lugares favoritos en la granja.

Nos detuvimos en el centro del granero, con heno seco debajo de los pies. Un relámpago iluminó de nuevo desde algún lugar, iluminando todo

por una fracción de segundo. Me dio la luz suficiente para ver lo que había delante de mí. Un espécimen perfecto.

Soltando mi mano, Ryder dio un paso más cerca, casi tocando mi cuerpo con el suyo.

La risa murió en mis labios. ¿Desde cuándo su cercanía hacía que mi

corazón se agitara y que mis palmas sudaran?

No podía moverme. Olía a lluvia y loción de afeitar. Quería recordar

esa combinación para siempre.

Elevándose por encima de mí, parecía peligroso. Poderoso. Mi mirada bajó hasta su camisa mojada, aferrándose a su pecho como una segunda

piel. Me recordé que ya no éramos unos niños. Él era un hombre y yo estaba… demasiado cerca.

Di un paso atrás y traté de controlar mis latidos. Latía como si hubiera corrido una maratón. Una caricia suya me iba a enviar al otro lado de la

línea de meta.

Extendiendo la mano, apartó el cabello mojado de mi mejilla, tocando mi piel con sus dedos.

—Te ves como un gato ahogado, Maddie. —El profundo retumbar de su voz me recorrió el cuerpo, haciéndome cosquillas en todos los lugares

correctos. Cómo las palabras podrían hacerle eso a una persona, no lo sé.

Cuando sus dedos se detuvieron en mi mejilla, me alejé, con miedo a

sus caricias. No era el toque de un amigo. Sino el de dos adultos que querían algo más.

Caminé a un establo de caballos, mirándolo a él una o dos veces. Me

miraba, moviendo lentamente los ojos de arriba abajo por mi cuerpo. Mi camiseta sin mangas y pantalones cortos holgados de repente no parecía

suficiente ropa.

El calor recorrió cada centímetro de mi piel, corriendo a través de mí

como un fuego fuera de control. Traté de convencerme de que el rubor que

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sentía era por el calor de la tormenta de verano, pero, ¿a quién engañaba? Era Ryder y nada más.

—¿Por qué estás aquí, Ryder? —le pregunté, con voz tenue.

Caminó hacia mí, rodando casualmente sus caderas con cada paso que daba. Sus botas levantaban pedazos sueltos de heno en el suelo, arrastrando mi atención por sus largas piernas hasta la punta de sus botas

desgastadas. Vi como estas se acercaban, persiguiéndome. Arrastrando mis ojos de su cuerpo, traté de contenerme.

—Vas a volver a la universidad en una semana. Solo quería pasar el rato contigo. Extraño tu culo terco cuando te vas —dijo, dándome una

sonrisa torcida.

—Eso es lindo, Ryder. ¿Puedes ser más dulce? —dije con sarcasmo. Habría sido agradable de escuchar algo más sincero, pero este era Ryder. Él no era dulce.

Deteniéndose frente a mí, se encogió de hombros, y sus músculos se

movieron debajo de la camisa mojada. —Voy a extrañarte. Es la verdad.

¿Qué hacía? No era un coqueteo porque… bueno, porque éramos solo

amigos. Tenía que ser el alcohol hablando.

—Puedes venir a visitarme cuando quieras, Ryder —dije, dándome patadas a mí misma cuando las palabras sonaron sexys. Invitando.

Vi su sonrisa ensancharse en la oscuridad, viéndose como el gato que se comió al canario.

—Ya no me querrás cerca —dijo.

Mi corazón latía más rápido. Maldita cosa.

—Siempre te querré cerca, Ryder.

—Y siempre voy a estar ahí —dijo, con la voz más baja—. Queriendo estar cerca de ti. Nunca voy a necesitar nada más.

***

Los pájaros que volaban alrededor de un matorral sobresaltaron al

caballo, sacándome de mis recuerdos y trayéndome de vuelta al presente.

Sabiendo que tenía que concentrarme en lo que hacía, me senté más erguida en la silla, tratando de sacar de mi mente la imagen de Ryder de

esa noche. Pero mientras se acercaba mi destino, mi corazón se hizo más pesado con los recuerdos de él.

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Es por eso que necesitaba estar sola. Por el duelo. Para aceptar que

él se había ido. Para llegar a un acuerdo con el hecho de que podría nunca volver a mí. Tenía que estar al lado de mi papá para hacerlo.

Los perdí a los dos, a Ryder y mi papá. Los había perdido demasiado pronto. Eran las dos personas que me conocían mejor que nadie. Tenía miedo de que mi corazón nunca se curara o fuera el mismo otra vez sin

ellos.

Repetí las palabras de Cash ese día. Palabras que se quedarían

conmigo para siempre—: Está muerto, Maddie. No quiero tener que decírtelo, pero está muerto.

Tirando de las riendas, apreté mis ojos con fuerza, deseando que se fueran el dolor y la sensación de pérdida.

Ryder estaba muerto. Yo, simplemente existía. Perdida. Desgarrada

hasta que no quedaba nada más que un corazón sangrante. Solo habían pasado dos meses desde que se alejó, pero parecía haber pasado toda la

vida.

Las lágrimas ahora caían más rápido, haciéndome difícil respirar y

concentrarme. El bebé eligió ese momento para patear, recordándome que todavía tenía a Ryder conmigo. Un pedazo suyo viviría, aunque él no.

Me limpié una lágrima y tiré de las riendas cuando el caballo golpeó

con el pie, ansioso de empezar a moverse de nuevo. Cuando me negué a darle rienda suelta, sacudió la cabeza y tiró un poco, tratando de salirse

con la suya obstinadamente.

—Cálmate, chica —le dije, acariciando su cuello.

Sin previo aviso, la aprehensión corrió por mi espina dorsal. Miré hacia la línea de árboles que marcaba el inicio de las maderas. Nada se movía y nada parecía fuera de lo normal, pero me sentí nerviosa de todas

formas.

Empujando al caballo con mis talones, la dejé empezar a caminar de

nuevo. Sus pezuñas al galopar en el duro suelo frío, era el único ruido.

Enterré mis manos enguantadas en los bolsillos, buscando cualquier

pizca de calor mientras el frío y amargo viento soplaba desde el norte. Mi nariz y barbilla se volvían aturdidas por la exposición. Metí la cara en el cuello levantado de la chaqueta de Ryder y de inmediato lo olí, un aroma

silvestre que trajo lágrimas a mis ojos. Aspiré hondo y contuve un sollozo, mordiéndome los labios dolorosamente para no gritar. Envolví un brazo

alrededor de mi cintura con comodidad y dejé que el caballo me llevara a casa.

Me encontraba a la mitad de camino cuando vi la casa avecinándose en la distancia. No podía describir cuánto me alegraba verla. Era el hogar en el que me crié, la casa conde pasé mi infancia, pero para mí, mantenía

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recuerdos horribles. Ser retenida contra mi voluntad. Luchar por mi vida.

Matar a un hombre. Nunca olvidaré lo que pasó detrás de esas paredes. Las pesadillas todavía me perseguían hasta este día.

El caballo galopó sobre una pequeña colina, sin ninguna prisa. Sostuve con fuerza las riendas ya que aumentó la cresta. Desde ahí podía ver el gran roble debajo del cual había enterrado a mi padre. Sentí la

familiar punzada de tristeza cuando vi la cruz que marcaba su tumba. Mi garganta se cerró a cal y canto, mostrando la indicadora tristeza.

Acercándome al árbol, evité mirar a la casa. Mis ojos se dirigieron a la escopeta, colocada en la silla, de fácil acceso, si la necesitaba.

Me mofé mientras me imaginaba a mis antiguos compañeros de universidad en el medio de la nada, montando un caballo en invierno, con una escopeta a su lado. Para mí, era la forma en que crecí. Para otros,

sabía que iba a ser un estilo de vida exterior. Mi padre me dijo una vez que las mujeres podían hacer cualquier cosa que haría un hombre. Esta nueva

vida probaba esa teoría. Hasta ahora, había sobrevivido. A veces por mi cuenta y en ocasiones con la ayuda de los demás, pero sobreviví.

Ahora aquí me encontraba; yo sola, mi caballo, mi pistola y mi bebé nonato en el medio de la nada de Texas con una violenta guerra a nuestro alrededor. Yo era terca y fuerte. Todos los días las palabras de mi padre

sonaban en mi oído, recordándome eso. “Puedes hacer lo que quieras, Maddie. Eres inteligente y resistente. No dejes que nadie te diga lo

contrario.”

No iba a dejar que esta guerra demostrara que se equivocaba.

Deteniendo el caballo a pocos metros de la tumba de mi padre, lancé mi pierna sobre la silla de montar y desmonté. Mis botas se sentían pesadas mientras caminaba a la base del árbol. Inclinándome, aparté de la

tumba algunas hojas muertas y saqué un par de malas hierbas alrededor de la cruz cruda.

Pasé los dedos enguantados sobre la áspera cruz de madera. El caballo relinchó detrás de mí, entonces, me dio un golpe en la espalda con

su nariz suave-como-terciopelo. La ignoré y me agaché en el suelo frío.

—Te echo de menos, papá —le dije—. La guerra continúa fuerte y la gente sigue muriendo. —Puse una mano en mi estómago, al tiempo que las

lágrimas picaban mis ojos—. El bebé está creciendo. Ojalá pudieras estar aquí para conocerlo o conocerla. Pero tengo miedo, papá. No sé si puedo

hacer esto sin Ryder.

Solo me respondió el silencio.

Tragué el nudo en la garganta, luchando para sacar las palabras. —Ellos piensan que está muerto. Si Ryder está contigo, por favor, dile que lo amo. Nunca lo olvidaré, papá. Por favor házselo saber.

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Puse mi sombrero de punto más bajo en mis oídos y miré hacia el

árbol meciéndose por encima en el viento. Debajo de mi dolor, sentí una cantidad de esperanza que no desaparecería, sin importar lo mucho que

Gavin me dijera que afrontara la realidad.

—Pero sigo pensando que está vivo, papá.

El caballo resopló detrás de mí y pisoteó con impaciencia.

Tomé una respiración profunda y me puse de pie. Levanté la mirada al cielo y me estremecí. Un viento frío y amargo sopló a mi alrededor,

haciendo que las hojas se arremolinaran alrededor de mis piernas. Había planeado quedarnos por más tiempo, pero parecía que las nubes tenían

aguanieve y amenazaban con temperaturas gélidas. Debía irme.

—Está bien, vámonos —le dije al caballo. Pero en realidad trataba de hablarme a mí misma para irme. Quería quedarme. Cada adiós dolía a

pesar de no recibir una respuesta.

—Adiós, papá.

Poniendo el pie en el estribo, me subí a la silla de montar. El cuero crujió cuando cogí las riendas. Girando el caballo, me dirigí a casa.

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Me encontraba a medio camino de casa, cuando sentí la ansiedad.

Tirando de las riendas, eché un vistazo alrededor, girándome en la silla de montar para mirar detrás. Nada. Todo parecía tan calmado y silencioso,

pero todavía tenía la sensación de que alguien me observaba.

Sintiéndome como una presa fácil, demasiado expuesta arriba de un caballo, me bajé, manteniendo las riendas envueltas alrededor de mi

mano. Saqué la escopeta de la funda y la comprobé para asegurarme que estuviera cargada, aunque lo hice por lo menos dos veces antes de irme.

El caballo se removía nerviosamente a mi alrededor y las grandes pezuñas se acercaron a centímetros de pisar mis pies. Su enorme cuerpo

chocó contra el mío, casi derribándome.

—¡Guau! —dije en un tono silencioso, tirando de las riendas para tranquilizarla mientras vigilaba la línea de árboles a la distancia.

Mis ojos registraron el área, buscando lo que fuera que me tuviera tan tensa. Árboles llenos de hojas marrones se agitaban en el viento,

ocultando cualquier cosa que estuviera detrás. Todo parecía tranquilo, pero tenía el presentimiento de que no me encontraba sola.

Tal vez no era nada. Solo los nervios venciéndome. Comenzaba a montar de nuevo cuando un ligero movimiento llamó mi atención.

Una persona solitaria caminaba fuera del bosque, dirigiéndose a mí.

—¡Oh, mierda! —murmuré, elevando la pesada escopeta y apuntándola hacia el hombre.

Mi corazón golpeaba ruidosamente mientras continuaba caminando directamente hacia mí, al menos a ciento cincuenta metros de distancia.

Su paso era lento, casi débil.

Mis manos temblaron mientras sostenían el arma. ¿Debería subirme

al caballo y correr como un alma que lleva el diablo o debería hacerme notar? Sin mover la cabeza, escaneé el área boscosa detrás de él. Nadie más emergía de los árboles. Parecía estar solo.

Entornando los ojos, traté de conseguir un mejor vistazo de él. Mi corazón empezó a acelerarse cuando me di cuenta que una pistola colgaba

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lánguidamente en su mano derecha. Estaba armado, lo que significaba

que era peligroso.

Un hombre extraño no presagiaba nada bueno para una mujer sola.

Sabía por experiencia, que los hombres eran peligrosos. Ya asesiné a uno por tocarme. No quería añadir otro a la lista.

Mi caballo comenzó a resoplar y moverse, tirando de las riendas y

aterrorizándome. Sostenía con fuerza las correas de cuero, pero me negaba a bajar el arma.

El hombre seguía avanzando, con la mirada en mí. Su caminata vaciló cuando tropezó en los pequeños valles y zanjas bajas del terreno.

Di un paso atrás, golpeándome con la montura. El caballo se ladeó, alejándose de mí. Huele la esencia del miedo en mí.

A pesar de su peso, sostuve el arma más arriba. Apoyándola en mi

hombro, observé mientras el extraño continuaba tambaleándose más cerca. La mano se aferró a su lado, conservándola ahí como si estuviera

herido.

Pero todavía mantenía un firme agarre en la pistola.

Cargué la escopeta; el sonido fuerte y claro en la tranquilidad del día. El hombre se detuvo, inclinándose como si fuera a derrumbarse en la tierra.

Cuando comenzó a caminar de nuevo, retrocedí. Se hallaba más cerca. Demasiado cerca. —¡No dé otro paso, señor! —grité, llevando mis

dedos al gatillo del arma, descansándolos muy suavemente allí.

Mi voz solo hizo caminar más rápido al extraño. ¡Demonios!

Iba a apretar el gatillo, solo para enviarle un disparo de advertencia, pero algo me detuvo. Bajando la mirada al cañón, estudié al hombre. Podía

ver un largo cabello castaño, que lucía sucio y enmarañado. Una barba oscurecía la mayoría de la parte baja del rostro, escondiendo la boca y la línea de su mandíbula. Parecía alto, mucho más alto que la mayoría de los

hombres.

Alto.

Alejé ese pensamiento. Hay muchos hombres altos. Pero algo sobre la manera en que se movía… el modo en que manejaba las caderas cuando

caminaba…

Aspiré una bocanada de aire y lo observé, notando la ancha postura

de los hombros y el poder desatado detrás de sus pasos.

¿Era posible?

—¿Ryder? —dije débilmente, tan bajo, que no era posible que el

hombre pudiera haberme escuchado.

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La escopeta, de repente, se volvió muy pesada para sostenerla. La

dejé caer un centímetro, sintiendo la presión en mis brazos. Una brisa revolvió los mechones sueltos de mi cabello, enredándolos en mis

pestañas. Pero nunca aparté los ojos del extraño.

Una nube flotó y despejó los cielos, trayendo luz hacia la tierra. El sol brillaba y me llenó con una calidez, que no tenía nada que ver con el

calor verdadero. Como si me condujera a casa, el sol iluminó al hombre justo al frente.

Ojos azules. El hombre tenía brillantes ojos azules.

Di un paso hacia adelante. El mundo se inclinó en un extraño

ángulo como si estuviera en uno de eso juegos remolino chino en una feria estatal.

Los labios de hombre se movieron pero no podía escuchar lo que

decía.

Di otro paso hacia adelante. Todo desapareció. Los árboles, la hierba

seca que me rozaba, los pájaros sobre mi cabeza, todo se esfumó. Solo existía el hombre frente a mí.

Ojos azules. Alto. Caminata familiar.

¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!

Dejé caer las riendas y empecé a correr, volando a través del terreno.

Los músculos en mis piernas se esforzaron para cubrir la distancia. ¡CORRE! ¡Más rápido! ¡Más rápido!

Aumenté la velocidad, observando con agonía mientras se detenía y caía en sus rodillas. La mirada permaneció en mí, silenciosamente rogando

por ayuda. Extendió una de sus manos en mi dirección, necesitando una tabla de salvación a casa.

Corrí más rápido que nunca. La hierba cortaba mis vaqueros,

golpeando contra el material desgastado. Mis pies apenas tocaron el suelo. En pocos segundos, me encontraba frente a él, donde quería estar por el

resto de mi vida.

—¿Ryder? —susurré, temiendo que si hablaba demasiado fuerte su

imagen desaparecería. Solo un espejismo de falsa esperanza.

Cristalinos ojos azules me miraban detrás de la suciedad y la mugre. Por encima de una espesa barba y un pelo largo, luchaba por concentrarse

en mi rostro, forzando a sus ojos a abrirse cada vez que parpadeaba.

—¿Maddie?

Con esa única palabra, lo supe. Se encontraba en casa.

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Dejé escapar un quejido; la cueva protectora alrededor de mi corazón

se hizo polvo. ¡Está en casa!

Los ojos de Ryder se pusieron en blanco y su cuerpo se debilitó.

Comenzó a derrumbarse de cara al suelo, pero solté el arma y lo atrapé, dejando salir un sollozo involuntario. Usando músculos que no sabía que

tenía, lo bajé cuidadosamente hacia la hierba.

—¡Ryder! ¡Ryder! —lloriqueé, dejando escapar otro gemido mientras me agachaba a su lado. Alejé su largo pelo de su rostro, necesitando verlo

y saber que mis ojos no engañaban.

Debajo de su áspera y desaliñada barba, vi sus labios moverse como

si estuviera tratando de decirme algo. Sus oscuras pestañas descansaban contra pómulos cortados y magullados. Un corte ensangrentado cruzaba

su ceja y sangre seca se pegaba a su cabello.

Sus manos rozaron mi pierna, tratando de agarrarme. Miré su mano

y ahí fue cuando lo vi: sangre.

Por todos lados.

Inmediatamente, comencé a pasar mis manos sobre él, tratando de

encontrar la fuente de la sangre. Mis manos se movían frenéticamente, mi mente pensaba en las posibilidades. ¿Cortes? ¿Heridas? ¿En su estómago? ¿Pierna? ¿De dónde proviene?

Desabotonando su andrajoso abrigo, inhalé una bocanada de aire.

¡No! ¡NO! ¡NOOOO!

Sangre emanaba de una herida en su costado. La camisa de algodón que vestía ya no era marrón sino de un intenso rojo oscuro. La sangre

continuaba esparciéndose hacia el exterior, saturando la ropa, tomando su vida y absorbiéndola como una esponja.

Con un gemido, coloqué mi mano sobre la herida y presioné, tratando de detener el sangrado. Gruñó de dolor y rodó su cabeza hacia un

lado, retorciéndose ante mi toque.

A través de mis lágrimas, estudié su rostro. Sus mejillas hundidas, sus labios agrietados. Sus párpados se levantaban lentamente, obligados a

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abrirse contra el dolor. Tenía problemas para centrarse en mí, pero cuando

lo hizo, vi que sus ojos estaban vidriosos.

—Maddie —carraspeó más allá de sus labios secos y agrietados—,

estoy muerto.

Quise quebrarme y llorar, pero no lo hice. Tenía que ser fuerte por él. Su vida dependía de eso.

—No, Ryder. Dios, no, no estás muerto —dije, bajando la mirada a la sangre que cubría mis dedos, tornando mis manos rojas.

Los observé mientras cerraba sus ojos. Mi mirada divagaba por su pecho. Observaba cómo se movía de arriba abajo, su respiración era más

superficial de lo que había sido segundos atrás.

¡Está muriendo! El pensamiento llenó mi mente como una señal de neón que seguía parpadeando odiosamente. Me sentía mal, las náuseas

revolvían mi estómago. Pero no era del embarazo, era por miedo.

Cerré los ojos, presionando más fuerte en su costado, y tomé una

gran bocanada de aire. Inhala a través de la nariz. Exhala a través de la boca. De nuevo. Dentro a través de la nariz. Fuera a través de la boca. De

acuerdo. Podía hacer esto.

Abrí los ojos y observé a mi alrededor, insegura de qué hacer luego.

Cálmate. Piensa en las opciones. Era demasiado pensado para subirlo al caballo y nadie me escucharía si gritaba en busca de ayuda. Eso limitaba mis opciones.

Su pistola llamó mi atención. Reposaba a un par de centímetros de distancia, lo suficientemente cerca para agarrarla. Bajé la mirada hacia la

sangre filtrándose a través de mis manos, insegura de si quería soltarlo. ¿Qué otra opción tenía? Necesitaba ayuda.

Inhalé profundamente, removí mi mano, y me incliné para tomar el arma. Se resbalaba en mis manos ensangrentadas. Apunté a la distancia y disparé tres tiros, uno justo después del otro.

Con cada tiro, el cuerpo de Ryder se estremeció, recordándome a alguien al ser disparado. Quería llorar de angustia, pero me negaba a

desplomarme. Dejé la pistola en el suelo y coloqué de nuevo mis manos sobre su herida.

Ryder comenzó a sacudirse violentamente de la cabeza a los pies. Podría haber sido del frío, pero más que eso, era por la conmoción. Me arranqué la camisa de algodón que vestía y la tendí sobre él.

Pero continuó estremeciéndose.

Me puse de pie y corrí hacia el caballo. Trató de escapar de mí, pero

agarré las riendas. Quitando la silla de montar de ella, la dejé caer al suelo. Arranqué la manta de la silla y corrí hacia Ryder, cubriéndolo a toda

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prisa.

Necesitaba detener el fluido de sangre. Tomé una de las camisas que vestía, reuniéndola en una bola y presionando contra el costado de Ryder.

Instantáneamente absorbió su sangre, volviendo rojo oscuro.

Podía sentirlo debajo de mis dedos, abrigando mi mano, resbaladiza y pegajosa contra mi piel. Las lágrimas se arremolinaban detrás de mis

párpados. ¡Él no puede morir! Lo acabo de encontrar. ¡No puedo perderlo de nuevo! Presioné más fuerte, dispuesta a que la sangre se detuviera,

esperando un milagro.

Gruñó ante la presión y trató débilmente de alejar mi mano. Las

lágrimas cayeron por mis mejillas mientras su mano agarraba mi muñeca, sosteniéndola, sorpresivamente fuerte mientras yo presionaba contra su

herida.

—Está bien, Ryder —dije suavemente, tratando de no encogerme cuando su mano se apretó.

Pareció relajarse ante el sonido de mi voz, pero su mano permaneció en la mía con si tuviera miedo de que lo abandonara.

Nunca.

Miré en dirección a la casa. —¡Apresúrense! ¡Vamos! —rogué en un

susurro, rezando por ayuda.

Traté de no pensar en la sangre que cubría mi mano mientras presionaba más fuerte. Mi cuerpo tembló. No sabía si era por las heladas

temperaturas o por el miedo, pero no podía controlar los temblores. Pero, de cualquier manera, eso no era importante en este momento.

Lo importante era mantener a Ryder con vida.

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Levanté la mirada cuando escuché el galope de unos caballos hacia

mí. Dos hombres montaban a toda velocidad, dirigiéndose en mi dirección con rapidez. Cada uno se inclinaba hacia delante sobre los cuellos de sus

caballos, sujetando con fuerza las riendas mientras sus miradas se enfocaban en mí.

Gavin y Cash se bajaron de las sillas de montar antes de que los

caballos siquiera se hubieran detenido. Con las armas en alto, corrieron hacia mí, cerrando la distancia con urgencia y cautela.

—¡Ayúdenme! —grité; y el sonido salió con esfuerzo de mi garganta. Mis manos y mis pantalones estaban cubiertos de sangre. Incluso el suelo

en donde me encontraba se hallaba salpicado de rojo.

Cuando Gavin vio a Ryder tirado en el suelo, se echó la escopeta en torno a la espalda y se dejó caer de rodillas al suelo al lado de él. —¡Dulce

Jesús! —dijo con voz entrecortada.

—¡Por favor, ayúdalo! —llore, todavía presionando la herida a pesar

de que la sangre cubría mis manos—. ¡No va a parar de sangrar!

Gavin retiró mis manos del camino y puso el cuerpo de Ryder más

cerca. Sin esfuerzo, lo levantó y lo llevó hasta su caballo como si no pesara nada. Observar a un hermano llevar a otro era mucho para asimilar. Me acurruqué en una bola, meciéndome hacia delante y hacia atrás mientras

los sollozos atormentaban mi cuerpo.

No me resistí cuando Cash me instó a ponerme de pie, colocando la

mano debajo de mi codo para sostenerme. Traté de no pensar en la sangre embadurnada sobre mí o en Gavin acuñando a su hermano menor en sus

brazos como un niño.

Observé como ponía a Ryder sobre la silla, manteniéndole una mano encima. Al subirse, Gavin clavó los talones en el costado del caballo, yendo

a todo galope mientras se aferraba a su hermano.

Cash se apresuró a ayudarme a subir a su caballo. No creía que

alguna vez haya subido tan rápido a una silla de montar. Cuando se montó detrás de mí, me di cuenta que mi caballo había desaparecido. Ni

siquiera noté que ella se había ido. Estaba demasiado ocupada tratando de

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mantener vivo a Ryder.

Cuando nos detuvimos frente a la casa de Janice y Roger, parecían haber pasado horas. Salí de la silla antes de que Cash pudiera detener al

caballo y dejarme desmontar.

—¡MAMÁ! —gritó Gavin mientras bajaba a Ryder de la silla. No pude apartarle la mirada mientras lo llevaban a través del patio.

Janice abrió la puerta y dejó escapar un alarido. Por un momento, parecía haber visto un fantasma. Sus ojos redondeados nunca dejaron de

ver a Ryder.

—Está muy mal herido, mamá —dijo Gavin, corriendo por delante de

ella hacia la casa.

Fui hacia el pórtico tomando dos pasos a la vez, observando cuando la puerta se cerró detrás de ellos. Se me aceleró el corazón, provocándome

mareos. Apartando las lágrimas, abrí la puerta y corrí hacia la cocina. En segundos, corría hacia el pasillo, con Cash justo detrás de mí.

Me detuve en la puerta de la habitación, viendo como Gavin bajaba con cuidado a Ryder en la cama de gran tamaño. Su cabeza cayó hacia un

lado y gruñía de dolor. Me sentía muy mal. Se había ido el bronceado que siempre marcó su piel. Ahora se veía pálido.

Janice comenzó a desabotonar su camisa de inmediato, buscando la

fuente de la sangre. Sus manos se movieron con eficiencia, haciendo más rápido el trabajo con los botones.

—¿Dónde lo encontraste? —preguntó, mirándome. La conmoción de su rostro desapareció. Ahora parecía determinada.

—Salió de los bosques entre mi casa y la suya —contesté, con voz temblorosa.

Le quitó su camisa y jadeó. Su pecho estaba cubierto de sangre. En

algunos lugares, era de color rosa pero en otros era de un rojo oscuro, casi negro. Había un vendaje en su lado izquierdo, en la parte baja cerca de su

cadera. Estaba sucio y parecía como si hubiera estado allí por un tiempo. Recordé cuando Gavin dijo que Ryder había recibido un disparo durante la

escaramuza para sacar a Eva. Sabía que era esa vieja herida, algo que no fue atendido debidamente. Pero toda la sangre venía de su lado derecho. Un agujerito, del tamaño de una moneda de diez centavos, estaba a cinco

centímetros por debajo de su última costilla. La sangre goteaba desde el agujero, corriendo por un lado.

—Oh, diablos —susurró Cash desde atrás.

Al oír la angustia en su voz, me estremecí.

—Cash, ve y consigue unos trapos y agua limpia —pidió Janice; sus ojos nunca dejaron a su hijo.

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Cash salió corriendo de la habitación pero yo no podía apartar la

mirada de Ryder. Se veía sin vida, sin nada parecido al hombre que se fue hace unos meses. Temía que con cada gota de sangre, se desvanecía cada

vez más su vida. Me iba dejando con cada gota a la vez.

—Maddie, ¿sabes dónde está el botiquín de primeros auxilios? —preguntó Janice, mirándome.

Asentí, tratando de enfocarme en ella.

—Bueno, ve a buscarlo.

Salí corriendo de la habitación, forzándome a apresurar mis piernas. Me dije que tenía que ser fuerte. Por él. Por nuestro bebé.

En el baño, abrí la puerta del armario para la ropa, ignorando la sangre que quedó en el pomo. Recorrí el contenido frenéticamente con la mirada, buscando el gran recipiente que contenía nuestros suministros

médicos. ¿Dónde está? ¿Dónde diablos está?

Mis ojos se posaron sobre una caja transparente en el centro del

armario. Eso era lo único que teníamos de nuestros suministros médicos. No era mucho pero podría salvar la vida de Ryder.

En cuestión de segundos, regresé a la habitación, con el contenedor en mis brazos.

—Necesito el estetoscopio —dijo Janice mientras ponía el contenedor

al pie de la cama.

Se lo pasé rápidamente. Tragando con fuerza, mis ojos se dirigieron

hacia Ryder, con miedo de lo que encontraría pero incapaz de mirar hacia otra parte.

Su rostro se hallaba cubierto de sangre, cortes y contusiones. Una barba abundante cubría la mitad inferior de su rostro, escondiendo unos cortes y contusiones. Sus mejillas y mandíbula no vieron una máquina de

afeitar desde que se fue, haciéndolo casi irreconocible.

Observé como su pecho subía y bajaba lentamente. Demasiado

lento. Quería alcanzarlo y tocarlo pero temía lastimarlo en caso de hacerlo. Temía que desapareciera si lo tocaba.

Cash regresó a la habitación, con los brazos cargados de toallas y un cubo de agua. Puso las toallas en la cama y el cubo de agua cerca de Gavin, que agarró la toalla y la presionó en la herida, para contener la

sangre.

Observé mientras Janice trabajaba frenéticamente. Su cuerpo rozó el

mío, recordándome que probablemente estorbaba pero no podía moverme. Necesitaba estar cerca de él.

La habitación quedó en silencio mientras ella escuchaba su corazón y pulmones. La vi alzar la mirada hacia Gavin, y la expresión en su rostro

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era seria.

—Maddie, deberías irte —dijo ella, exigiéndolo en lugar de sugerirlo.

Sacudí la cabeza, negándome a moverme. No iba a ninguna parte.

Por meses había esperado el regreso de Ryder. No iba a alejarme ahora que por fin llegó a casa.

Por el rabillo del ojo, vi que Gavin le echaba un vistazo a Cash y

asentía en mi dirección.

Cash cruzó la habitación hacia mí. —Vamos a esperar afuera,

Maddie. Dejemos que hagan lo que saben.

—No me voy.

Antes de que él pudiera discutir, entró Eva, seguida por el papá de Ryder, Roger. Su mirada era una que jamás había visto. El temor por su hijo mal herido se marcaba en su piel dura, haciéndolo parecer más viejo.

Eva jadeó al ver a Ryder. Se cubrió la boca, sofocando otro jadeo cuando vio toda la sangre.

—¿Qué…como llegó hasta aquí? —tartamudeó Roger—. ¿Qué tan mal está?

—No es momento para preguntas, papá —dijo Gavin, tomando otra toalla limpia.

Mientras Janice trabajaba en Ryder, yo lo observaba a través de mis

lágrimas. Con cada inhalación suya, contuve la respiración, temiendo que fuera la última.

Extendí la mano. Tengo que tocarlo otra vez. Necesito sentirlo. Mis dedos rozaron su pantalón. Sentí la mugre bajo mis dedos. Estaba sucio,

su ropa era nada más que suciedad. Mantuve mi mano en su pantorrilla, haciéndole saber mi presencia. Siempre estaría aquí.

Vi como forzaba sus ojos para abrirlos. Capilares sanguíneos habían

irrumpido en la parte blanca, haciendo que se vieran como inyectados en sangre. Su rostro se contrajo de dolor y empezó a toser, sonando como si

estuviera luchando por respirar.

Deje escapar un grito y traté de inclinarme sobre él pero Janice me

sacó del camino, empujándome hacia Eva. —¡Cash, sácala de aquí! —gritó.

Cuando Cash agarró mi mano y comenzó a arrastrarme lejos, me puse frenética. Me asusté.

—¡NO! —grité, luchando contra él. Mis uñas rotas rasgaban la parte superior de su mano, dejando marcas.

—Déjalos hacer su trabajo, Maddie —dijo con calma, llevándome hacia la puerta.

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¡Maldito seas por estar siempre tan tranquilo! ¡Ryder podría morir!

—¡Me quedo! —argumenté, liberándome de sus manos y plantando mis pies firmemente.

¡Tendrán que dejarme inconsciente para sacarme de aquí!

Gavin me miró, dándome solamente un mirada rápida antes de aplicar más presión en la herida de bala. —Deja que se quede. Ryder la

querrá aquí si despierta —dijo él.

Cash dio un paso hacia atrás, proporcionándome espacio.

No perdí tiempo y regresé al final de la cama. Ryder había vuelto a caer en la inconsciencia pero seguía sangrando. Mis ojos se movieron de

su cara a su cuerpo, asimilando cada centímetro. Sus botas de montaña captaron mi atención. Eran las mismas que había usado cuando se fue. Desaparecieron los cordones de una bota. La otra solo tenía media suela.

Recordé verlo pasar por encima de las ramas y palos rotos el día que me llevó a cazar. Había usado las mismas botas. Y cuando se me acercó en su

habitación, acechándome en la oscuridad, esas botas le cubrían los pies. Habían estado al lado de la cama mientras hacíamos el amor, olvidadas,

cuando hizo temblar de deseo a mi cuerpo. Ahora aquí estaban, en frente otra vez. A centímetros de distancia de donde su niño descansaba dentro de mí.

Cerré los ojos. Las lágrimas sobrepasaron mis pestañas, dejando rastros al correr por mis mejillas. No sé si puedo hacer esto.

—Eva, ven aquí —espetó Janice, y la tensión en su voz me obligó a abrir los ojos—. Ayuda a Gavin.

Agarró un trapo y comenzó a limpiar la sangre del costado de Ryder. Parecía que nunca dejaría de sangrar. Está perdiendo demasiada.

La habitación parecía como algo sacado de una película de terror. Janice gritaba, Gavin trabajaba frenéticamente para detener la sangre, y yo seguía parada al pie de la cama, observando todo lo que pasaba en

cámara lenta.

De repente Ryder comenzó a gemir y a retorcerse, haciendo que la

sangre fluyera más rápido. Cubrí mi boca para ahogar los sollozos, viendo como el dolor atormentaba su cuerpo.

Janice luchaba para sujetarlo mientras apartaba una venda sucia de su piel. Una secreción verdosa se pegó al material y a su piel. Una espesa sustancia oscura cubría la herida. Parecía barro seco.

—Él la cubrió para protegerla —dijo Gavin—. Es una herida de bala vieja.

—Está infectada —murmuró Janice. Luego su voz salió autoritaria—: Cash, ven aquí. —Treinta años como enfermera de emergencias le daba el

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derecho de gritar órdenes y exigir acción.

Cash estuvo a su lado en segundos, esperando las instrucciones.

—Sujétalo.

Él puso las manos en los hombros de Ryder, empujándolo contra el colchón.

Janice recogió una botella de suero salino del botiquín de primeros

auxilios. —Sujétalo fuerte —le ordenó a Cash.

Tomó una visible respiración profunda y vertió el líquido puro en la

vieja herida. Tan pronto como el líquido frio golpeó su piel, Ryder rugió de dolor. El sonido lastimó mis oídos y mi corazón, casi doblándome.

Luchó para sentarse y pelear contra quien lo torturaba pero Cash lo mantuvo abajo, usando toda su fuerza.

Bajo el pelo sucio y la barba enmarañada, vi su agonía. Desgarraba

mis entrañas y sus aullidos de dolor resonaban en mi mente.

—¿Sigues con nosotros, Maddie? —preguntó Gavin, presionando la

herida de Ryder.

Asentí mientras las lágrimas corrían por mi rostro.

—No vas a desmayarte, ¿cierto? —preguntó.

Bajé la mirada a sus manos. Se encontraban completamente rojas, manchadas con la sangre de Ryder.

—Estoy bien —logré decir, determinada a ser fuerte. No iba a dejarlo solo. Podía hacer esto.

Cuando Ryder cayó en la inconsciencia de nuevo, Janice pasó junto a mí hacia el otro lado de la cama. Apartó a Cash del camino y removió la

toalla que cubría el costado de su cuerpo.

—Otra herida de bala —dijo ella—. Maldita sea, le dispararon dos veces.

Vi el dolor en su rostro y sabía que apenas mantenía la entereza. Él ya no era un paciente, era su hijo herido acostado allí.

—Vamos a voltearlo —dijo.

Cash y Gavin lo voltearon suavemente, haciendo que se quejara del

dolor.

—¡Oh, Ryder! —exclamó Janice en voz baja y en estado de shock mientras miraba fijamente su espalda—. Mi bebé.

Ante mis ojos, se convirtió en una madre preocupada por su hijo, no solo una enfermera ocupándose de un paciente. Con su mano delgada le

retiró tiernamente el cabello largo de su frente.

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—Él fue siempre el rebelde. Tratando de probarse a sí mismo. Le he

dicho tantas veces que no se meta en problemas. Que se ocupe de sus propios asuntos. Es tan parecido a ella —murmuró.

Mis lágrimas se secaron mientras sus palabras se repetían en mi cabeza. ¿Es tan parecido a ella? ¿Quién es ella?

—Mamá, ¿de qué hablas? —preguntó Gavin, preocupado.

Janice lo miró; la comprensión fue visible su rostro. Era obvio que se le escapó lo que dijo. Secándose la frente con el dorso de la mano, se

aclaró la garganta y miró a su marido con preocupación.

—Más tarde, Gavin —dijo Roger con una voz brusca, cambiando su

peso a su otro pie en la entrada.

Gavin abrió la boca para discutir pero Janice lo interrumpió. —Vamos a cuidar de tu hermano —dijo, volviendo a ser la enfermera a cargo.

Inclinándose, pasó las manos por la espalda, palmeando su costado—. No hay salida de la herida. Eso quiere decir que la bala sigue dentro.

Del equipo de primeros auxilios, Janice sacó una bolsa sellada que contenía unas pinzas quirúrgicas esterilizadas.

Después de poner una toalla bajo el costado de Ryder, vertió alcohol sobre sus manos con el fin de limpiarlas. Luego abrió la bolsa y removió las pinzas, con cuidado de no dejar que el instrumento esterilizado tocara

algo más.

—Voy a tener que buscar la bala. Esto va a doler mucho así que

sosténganlo con fuerza, chicos —les instruyó.

Con una mano firme, introdujo la punta de las pinzas en las costillas

de Ryder. Él comenzó a gritar de dolor, sonidos que nunca le escuché. Quería taparme los oídos pero no podía. Necesitaba oírlo. Necesitaba saber que estaba vivo y respirando.

Él comenzó a sacudirse de un lado al otro, tratando de alejarse del dolor. Sus brazos se extendían y se inclinó sin doblar las rodillas como si

estuviera tratando de escapar del dolor. Gavin y Cash lo sujetaban contra el colchón para mantenerlo inmóvil.

Cerré los ojos; no quería verlo sufrir. Sus gritos seguían y seguían, golpeándome como un dardo envenenado una y otra vez. Las lágrimas corrían más rápido por mis mejillas. ¿Cuándo terminaría? No puedo

escucharlo así. Si la bala se hallaba en lo profundo, Janice no sería capaz de alcanzarla. Sin un doctor o un hospital, podría morir en su propia cama

de infancia. La idea no se iba de mi mente.

Me cubrí la boca con una mano, conteniendo un grito mientras sus

gritos seguían y seguían. No podía alejarme pero no quería escuchar más. Si perdía al hombre que amaba y al padre de mi bebé, se acabaría mi vida.

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De repente, los gritos se detuvieron. Abrí los ojos, petrificada por lo

que encontraría.

Ryder lucía pálido e inmóvil. Por un instante, quedé paralizada, con

temor de que estuviese muerto; pero entonces vi la subida y bajada de su pecho. Arriba. Abajo. Pausa. Arriba. Abajo. Pausa.

Las lágrimas de Janice aterrizaron en el cuerpo de Ryder, y se

mezclaron con su sangre mientras continuaba con la búsqueda de la bala. Gavin limpió la sangre con sus suaves y gentiles manos, y ella permanecía

como una roca mientras indagaba en busca de la pieza perdida de metal. Cómo persistía tan perfectamente inmóvil, sin que temblaran sus manos,

no lo sé.

Todos contuvimos el aliento. Nadie habló. Nadie se movía más que Janice. Eva me dirigió una mirada desolada. Solo ella sabría el desastre

que yo era en ese momento, cuán apenas podía mantenerme fuerte. Roger seguía de pie en la esquina de la habitación, inquieto mientras esperaba

cualquier señal de que su hijo estuviera bien.

En tanto esperaba, los recuerdos me invadieron de nuevo, como una

vieja película reproduciéndose silenciosamente en la pantalla. Ryder y yo jugando cuando niños. Saliendo como adolescentes. Bailando cerca en la pista. Haciendo el amor en medio de la noche. Cada recuerdo grabado por

siempre en mi memoria. Recordaba cada detalle, cada toque, cada vez que me miraba. Todas las pelea que tuvimos, cada sonrisa que me dio. Todo se

encontraba ahí y nunca iba a desaparecer.

Cuando Janice retiró la bala, solté un tembloroso suspiro. Mi cuerpo

pareció perder todo el peso. Me sostuve del marco de la cama, luchando con la urgencia de arrodillarme de alivio. Todavía no se hallaba fuera de peligro, pero al menos se encontró y sacó la bala.

Ahora era un deformado pedazo de metal, luciendo más como un bultito de acero que una bala. Janice la tiró sobre la cama y de inmediato

presionó un paño en la herida cuando la sangre se deslizaba por el lado.

Observé con desesperanza la mirada que le dio a Gavin. Sabía que

algo iba mal, pero tenía miedo de preguntar. Mi mente se enloqueció cuando pensé que todo podría ir mal. La bala puede que haya cortado

algún musculo o alguna arteria principal. Él podría estar muriendo ahora, justo frente a mis ojos.

—Maldita sea, Cash, ve a conseguirle algo para sentarse —ordenó

Gavin, mirándome fijamente mientras bajaba otra toalla ensangrentada al suelo—. Si vas a ser malditamente terca, Maddie, puede que también te

sientes antes de que te caigas.

Cuando me encontré con su mirada, vi el miedo dominar la frialdad

que se instaló últimamente en ellos. Supe inmediatamente que estaba asustado. Ryder no va a lograrlo. Se hallaba escrito por todo el rostro de

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Gavin. Alejé la mira, rehusándome a creer algo tan terrible.

Cuando Cash fue a buscar la silla, observé con miedo como Janice limpiaba sus manos en una toalla limpia. Estaban repletas de rojo con

sangre bajo sus uñas.

—Eva, dame una aguja e hilo. Creo que están en el botiquín —pidió Janice, señalando el lugar.

Eva le entregó todo cuando Cash trajo una silla para mí. Me senté, sin alejar mis ojos de Ryder.

Janice vertió alcohol en el hilo y aguja. —No es lo más higiénico, pero es lo mejor que puedo hacer ahora. Tenemos que cerrar esa herida lo

más pronto posible antes de que se infecte.

—¿Seguro que puedes hacer esto? —le preguntó Gavin a su mamá, observando fijamente las lágrimas que caían por su rostro.

—Puedo hacerlo —respondió, sonando exhausta. Suspiró una vez y sabía que ver tan inmóvil a Ryder y envuelto en sangre, era mucho para

ella.

—¿Por qué no me dejas a mí? Sé cómo poner puntos —dijo Gavin,

ofreciendo su mano.

Janice cerró los ojos fuertemente y asintió, dándole la aguja e hilo.

Tan pronto como se cerró la herida, la antigua fue vendada de nuevo

y su pecho fue limpiado de la sangre. En ese momento, la temperatura de Ryder había subido.

—Hay que revisar los cortes en su espalda, pero todavía no quiero moverlo —murmuró Janice, más para ella que para cualquiera.

—¿Cómo demonios las obtuvo? —preguntó Roger, alejándose de la pared y parándose por completo. Detrás de su barba gris y las arrugas que rodeaban sus ojos, vi el enojo de que alguien lastimara a su hijo.

—Parecen marcas de latigazos —le contestó Gavin—. Alguien lo golpeó y azotó. Algunas son cicatrices, otras son nuevas. Cualquiera que

haya hecho esto, lo ha estado haciendo por un tiempo.

¡Oh, Dios! Pensar en Ryder siendo golpeado fue una tortura en sí. Me

obligué a respirar profundamente. Todo estará bien. Sobrevivirá. Es fuerte y orgulloso. No se rendirá tan fácilmente.

Janice se acercó a mí, abrazándose con fuerza. —No está muy bien, Maddie. No sabemos si la bala golpeó algo vital y perdió mucha sangre. —Miró a Ryder, yaciendo petrificado en la cama—. Las próximas cuarenta y

ocho horas serán críticas. Necesitamos llegar a un acuerdo con el hecho de que puede no lograrlo.

—No. No —dije, levantándome lentamente de la silla.

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El labio inferior de Janice comenzó a temblar. Las emociones que se

aseguró de resistir finalmente se desencadenaron; sus silenciosas lágrimas se transformaron en grandes sollozos que sacudían todo su cuerpo y la

hicieron encorvarse de dolor. Rápidamente la envolví en mis brazos, sin querer verla sufrir así.

Roger la alejó de mí, y envolvió los brazos a su alrededor. —Vamos a

sentarnos por un rato. Estás a punto de derrumbarte —dijo, ayudándole a sentarse.

Mientras Roger consolaba a Janice, caminé hacia la cabecera de la cama, con la concentración solo en Ryder. Una venda blanca envolvía su

cintura. Los tatuajes aún decoraban su cuerpo, pero ahora lucían severos en su piel pálida. Levanté una mano temblorosa, con miedo de tocarlo, más necesitando sentirlo contra mis dedos. Toqué su frente. Ardía. Hervía

en fiebre, otro problema que amenazaba con su vida.

—¿Te dijo algo? —preguntó Gavin, limpiándose con una toalla limpia

las manos ensangrentadas mientras esperaba mi respuesta.

—Solo mi nombre y que pensó que estaba muerto —respondí con voz

temblorosa.

—¿Viste a alguien más?

Incliné a un lado la cabeza, mirándolo fijamente. —Si hubiese visto a

otra persona, ¿no crees que ya te habría dicho?

Mirándome fijamente, Gavin bajó las esquinas de su boca, haciendo

un mohín desaprobador. Lo miré, resistiéndome a empujarlo lejos de mí. Ryder estaba en riesgo de muerte; no necesitaba preguntas estúpidas.

—Sí, pero estabas enojada así que quizás lo olvidaste —contestó, llevando su atención a su papá y Cash—. Su herida de bala se ve como de hace unas pocas horas. Quien sea que le disparó, está cerca.

Sentí la sangre abandonar mi cuerpo. Sus palabras trajeron una imagen de un ejército entero corriendo por el bosque, armas elevándose y

gritos de guerra resonando por todo el área. Todo por la sangre de Ryder.

—O bien cualquier persona al azar le disparó… —comenzó Cash.

—O lo están cazando —terminó Gavin, mirándolo fijamente.

Vi un mensaje silencioso entre ellos, uno que me puso nerviosa.

—Estoy en ello —dijo Cash, volteándose y cruzando la habitación;

sus largas piernas haciendo el trabajo en el piso de madera. A la salida, recogió su sombrero de vaquero y lo situó en la cima de su cabeza,

ajustándolo.

—Revisaré la casa y graneros —agregó Roger, pasando su mano por

el hombro de Janice antes de irse.

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Después de que se fuera su papá, Gavin se pasó la mano por su

rostro, pensando intensamente. Por último, miró a Eva. —¿Dónde está Brody?

—No… no lo sé —respondió con duda.

Se dirigió a la puerta con paso rápido. —Quédense aquí. Si él se despierta, traten de que beba algo de agua. Está deshidratado y con esa

fiebre, debe estar hidratado. —Miró a Eva—. Iré a encontrar a Brody, luego debemos cerrar la carretera. Si los terroristas están cazando a Ryder, los

trajo directo a nosotros.

Eva y yo nos miramos cuando Gavin se fue, intentando comprender

qué sucedía. Ryder se encontraba en riesgo de muerte y los terroristas pueden estar siguiéndole, poniéndonos a todos en peligro.

Eva miró por la habitación y cambió el peso al otro pie. Podía notar

que no sabía qué hacer. Brody estaba perdido y nosotros éramos blancos de ataque. La conocía lo suficientemente bien para saber que, como yo,

necesitaba mantenerse ocupada en algo para distraerse de la creciente crisis. Fijándose en las toallas ensangrentadas en el suelo, se agachó para

tomarlas.

—Voy a buscar algo para desechar esto —dijo, caminando hacia la puerta.

La escuché, pero mi concentración permanecía en Ryder. Sabiendo que no me encontraba sola en mi angustia, miré a Janice, sentada inmóvil

en la silla. Su rostro fue tapado por las manos, escondido detrás de sus dedos.

—¿Janice? —pregunté vacilante.

Alejó las manos y cuando levantó la mirada, vi desesperación en sus ojos.

—Oh Dios, Maddie. Debí haberle dicho. Merecía saber la verdad —lloró, poniéndose de pie—. Ahora él nunca lo sabrá.

—¿De qué estás hablando? —pregunté recelosa.

—Tuve una hermana —comenzó, limpiándose las lágrimas—. Era

rebelde, siempre rehusándose a seguir las reglas de alguien. Hacía lo que quería, cuando y con quién quería. ¿Te suena conocido?

Asentí, sorprendida de nunca haberla escuchado hablar de su

hermana.

—Era cinco años menor que yo. Mis padres no podían controlarla y

yo tampoco. Siempre se metía en problemas y, luego, dejó la secundaria. No la vi mucho después de eso. Entraba y salía de rehabilitación por

drogas o alcohol la mayoría de las veces, y cuando no era así, se mudaba con frecuencia. Pero un día, recibí una llamada. Se hallaba en el hospital.

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Pensé que estaba herida o en problemas, pero llamó para decir que iba a

tener un bebé. Gavin tenía tres años en esa época. Lo alcé y me fui a la ciudad, desesperada por ver a mi hermana… y su nuevo bebé. Había sido

casi un año desde que la vi.

Su mirada era distante, mientras recordaba el pasado. —Entré a la habitación del hospital y vi a mi hermana con un bebito. Era tan hermoso

con los ojos más azules que alguna vez he visto. Se parecía tanto a Gavin que era como si estuviese viendo a mi propio bebé.

Observé a un Ryder inmóvil en la cama. Mi corazón latía más fuerte. Sabía adónde se dirigía esto.

—Ella no lo tocaba. Se rehusaba a mirarlo y me rogó que me lo quedara. Insistió que no quería estar atada a nadie. Ni siquiera su propia carne y sangre. —Janice se agachó para acomodar la sabana alrededor de

las piernas de Ryder—. Así que más tarde ese día, lo llevamos a casa. Ryder ha sido nuestro desde entonces.

Todo tenía sentido. Todo. Por qué Ryder pensaba que no pertenecía a su familia. Por qué nunca sintió que era tan bueno como Gavin frente a los

ojos de sus padres. Siempre decía que no encajaba con ellos, que sus padres lo miraban diferente. Janice y Roger deben haber visto a su madre biológica en él: alguien rebelde e indomable. Una persona que no seguía

las reglas y no le importaba pagar las consecuencias de ello.

—¿Por qué no le dijiste? —pregunté—. Tenía derecho a saber.

Sacudió la cabeza y comenzó a recoger los utensilios de primeros auxilios, llevándolos de nueva al botiquín con movimientos torpes. —Nadie

lo sabe, ni siquiera Gavin. Traté de que mi hermana viviera con nosotros después de ser dada de alta en el hospital, pero lo rechazó. Pienso que tenía miedo de encariñarse con alguien, incluyendo a su bebé. Unas pocas

semanas después, la localicé. Se alojaba a unos cuantos pueblos de distancia, destrozada y durmiendo en una habitación de mala muerte con

otras personas. Se enfadó y me gritó por encontrarla. Así que me fui. Después de eso, solo la vi una vez. Estaba drogada y apenas supo quién

era yo.

—Lo siento mucho, Janice —dije suavemente.

Sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo. Las quitó y continuó—:

Cuando Ryder tenía dos años, recibí otra llamada. Ella había muerto de sobredosis. Con Roger simplemente pensamos que no era necesario decirle

lo de la adopción. Él era nuestro. Lo hemos criado desde el instante en que tenía horas de haber nacido. No importaba quién lo trajo a la vida; él era

nuestro hijo.

—Se parece a ti y a Gavin —dije, tratando de comprender todo lo que decía.

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—Mi hermana era mi vivo retrato. No tengo idea quién fue el padre

de Ryder. Ni siquiera creo que lo supiera ella.

—¿A eso te referías cuando dijiste que él es igual a ella? —pregunté.

—Sí. Cada vez que Ryder llegaba ebrio o cubierto de moretones por una pelea, veía a mi hermana. No tenía escrúpulos al ponerse en peligro a sí misma y él es igual. Siempre que él se rebelaba, veía las actitudes de

ella, todas las veces que sobrepasaba sus límites. Heredó su pasión por la vida, pero también su imprudencia. En el fondo, era una buena persona;

solamente estaba perdida.

Levantó la mano y tocó mi mejilla; sus dedos se sintieron fríos contra

mi piel. —Mi hermana no tenía a nadie, se negaba a dejar que alguien se acercara. Pero Ryder te ha tenido todos estos años, para mantenerlo con los pies en la tierra. Los observaba jugar juntos cuando niños. He visto el

modo en que te mira. Eres la única persona que deja entrar en su vida. Quizá sea alguien de trato difícil y grosero, pero te ama más que a nada en

este mundo.

Las lágrimas cayeron por mi rostro, entristecidas por el bebé que fue

menospreciado por su propia madre. El niño que pensó que no pertenecía. El hombre que aún seguía herido.

—Cuando se despierte, le diré. Debo hacerlo, pero solo espero que

nos perdone por ocultarle la verdad. —Mojó un paño y me la entregó—. Mantenlo lo más frío posible, Maddie. Si su temperatura sube…

Tomé el paño que me ofrecía, asintiendo distraídamente. Sabía que si su temperatura subía de los cuarenta grados, las células en su cerebro

comenzarían a fallecer. Su corazón se esforzaría más para llevar sangre a sus extremidades. Posteriormente, sus órganos dejarían de funcionar. Él moriría. La idea hizo que mi garganta se cerrase, ahogándome. Sacando

todo el aire de la habitación.

Con una mano temblorosa, sostuve el paño mojado y lo pasé por el

pálido rostro de Ryder. Su cabello estaba largo y enredado. La suciedad inundaba cada hebra y creaba una barba en su cara. No sabía qué hacer,

dónde comenzar. Me sentía inservible y temerosa.

Pero debía ser fuerte. Sintiendo un renovado sentido de propósito, empecé a limpiar la mugre en su rostro, esperando desesperadamente ver

al hombre que amaba bajo esa suciedad.

Mi mirada se dirigió bajo su pecho, para ver la sangre coagulada.

Mojé el paño de nuevo y lo pasé delicadamente por su clavícula, luego por su abdomen. Mientras la sangre desaparecía, los moretones en

su cuerpo se hicieron más notables. Fue golpeado tan duramente que casi tenía miedo de tocarlo.

Mis ojos fueron a los fuertes músculos de sus brazos, deteniéndose

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en su mano. La alcancé y volteé su palma, encogiéndome cuando vi los

pequeños cortes y rasguños en su piel. Algunos eran profundos mientras otras eran finos cortes de navajas. Recorrí mis dedos por su rugosa palma,

recordando sus manos en mí. Tocando, atormentando y salvándome.

No puedo creer que realmente esté de vuelta. Era como si estuviera soñando. Si era así, no quería despertar nunca.

Oí que Janice abandonó la habitación, pero no me moví ni solté la mano de Ryder. Con el corazón en mi garganta, entrelacé mis dedos con

los suyos. Sosteniendo con fuerza su mano, la atraje a mí y presioné su palma en mi vientre.

Una vez fue un bebé menospreciado y no amado. Un niño perdido. Ahora era un hombre encontrado. Uno que yo necesitaba y nuestro bebé también.

—Vas a ser papá, Ryder —susurré, apretando con más fuerza sus dedos—. Te necesito. Quédate conmigo, por favor. Te amo demasiado para

dejarte partir.

No hubo respuesta. Ni presión en mis dedos. Ni un susurro con mi

nombre. Solo había un silencio proveniente de él, recostado ahí, luchando para sobrevivir.

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Oré. Suplique. Juré nunca volver a dudar de los milagros. Lloré

tanto esos primeros días que me sentía vacía. Agotada.

Lo habíamos encontrado, pero seguía perdido para nosotros.

Lo observé mientras luchaba contra la infección. Me esforcé en mantenerlo con vida. Luché con la fiebre que hacía estragos en su cuerpo, amenazando con quitármelo. Pero tenía la esperanza de que iba a mejorar.

Y esta vez, la esperanza ganó.

En el octavo día, la fiebre de Ryder cesó por primera vez desde que

había regresado a casa.

Me hallaba sentada junto a su cama, con los ojos cerrándoseme por

el cansancio. Ya sin poder mantenerlos abiertos, me quedé dormida, tan cansada que me sentía como si estuviera en un sueño. Tenía la barbilla apoyada en la mano y el codo en el brazo del sillón. Al quedarme dormida,

mi cabeza cayó hacia atrás, despertándome de un tirón. Traté de encontrar una posición más cómoda y me hice un ovillo, jalando mis pies debajo de

mí y acurrucándome en el calor de la silla. En segundos estuve dormida.

—Maddie.

Un sueño. Soñaba otra vez, pero esta vez parecía tan real. Casi podía extender la mano y tocarlo. La voz me rodeaba, calentándome. Sonreí en mi sueño, feliz de escuchar nuevamente a Ryder.

—Maddie. —La rugosa voz sonaba como papel lija contra el grano de madera. Amaba la manera en que decía mi nombre.

Alguien cerca tosió. Mis ojos se abrieron lentamente, obligando al sueño a alejarse. Lo primero que vi fueron unos ojos azules mirándome

fijamente.

Me desperté de un golpe, sin apartar nunca los ojos de los que me miraban. ¿De verdad está despierto? ¿Estoy soñando de nuevo?

Ryder me observaba, con los párpados pesados, cayendo un segundo antes de levantarse otra vez.

Sin saber si lo que veía era real o no, poco a poco bajé los pies al piso y me puse de pie.

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—¿Ryder? —pregunté con voz temblaba y di un paso vacilante hacia

adelante.

Debajo del largo cabello y barba, sus ojos se encontraron con los

míos, sin abandonar nunca mi rostro. Los cerró por medio segundo antes de obligarlos a abrirse otra vez, enfocándose en mí.

—Di algo más —dijo con voz ronca—. Quiero escuchar tu voz.

¡Oh, Dios mío! ¡Está despierto! Me tiré a la cama, incapaz de contenerme. Mis brazos fueron alrededor de su cuello al tiempo que las

lágrimas rodaban por mi rostro.

Dejó escapar un silbido de aire cuando caí contra él. Una de sus

manos tocó mi costado, tan ligeramente que casi no la sentí. Quería llorar. ¡Ryder está tocándome! ¡Me está sosteniendo! Tenía miedo de nunca volver

a sentir sus manos en mí. Pensar que tal vez nunca volvería a envolver sus brazos a mi alrededor era un miedo que me había perseguido día y noche.

Cuando gimió de dolor, lo solté, con miedo de estar haciéndole daño.

Las lágrimas inundaron mis ojos, dificultándome la vista. Pero a través de la humedad, pude ver el vendaje alrededor de su abdomen. Todavía estaba

blanco. Sin sangre empapándolo.

Su mano rozó mi pierna y luego cayó débilmente en la cama.

Inspeccioné su rostro, viendo sus mejillas hundidas y los círculos bajo sus ojos. Los cortes y contusiones en sus mejillas y frente sanaban lentamente y la hinchazón alrededor de sus ojos bajaba.

Sus párpados empezaron a ir a la deriva para cerrarse, pero los obligué a abrirse de nuevo.

—Maddie —dijo con su profunda voz y sus ojos intentaron enfocarse en mi rostro.

—Estoy justo aquí —dije, inclinándome más cerca.

Sus dedos rozaron mis vaqueros antes de descansar en mi cadera.

—Quédate conmigo —susurró, agarrando mi cadera con su mano,

sorprendentemente fuerte.

—No voy a ir a ningún lado —dije.

—Volví a ti —dijo, forzando cada palabra.

—Sí, regresaste a mí.

—Siempre.

La palabra salió justo cuando volvía a entrar en la inconsciencia.

***

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Música fuerte llenaba el salón de tatuajes. Sonaba más como alguien gritando que cantando. Era sábado por la noche y el lugar estaba lleno de todo tipo de personajes interesantes.

No era mi típico lugar de reunión, pero me encontraba aquí con Ryder. Él tenía dieciocho años. Yo quince. Lo sé —no debería estar aquí con él, por ser menor de edad y todo eso, pero Ryder conocía al dueño, así que estaba

bien. Al menos eso era lo que me seguía diciendo.

Me encogí y vi cómo un tatuador trazaba la piel de Ryder. El zumbido

de la maquina daba miedo. Pero no importaba.

—Amigo, esto va a ser malditamente genial —dijo el hombre tatuado

que trabajaba en Ryder. Estuve sorprendida de que pudiera decir siquiera una sola palabra coherente con todos los aros que tenía en su labio inferior. Y su pelo en punta de color verde oscuro hacía juego con el verde del tatuaje de dragón que rodeaba su cuello. Intenté no mirarlo fijamente, pero se veía impresionante. Algo ardiente, de una manera extraña y retorcida.

—Malditamente geniiiial —repitió el hombre.

—Sí, a eso me refería —dijo Ryder sarcásticamente, viendo como el

tipo se inclinaba más sobre su brazo y trazaba en su piel con la aguja.

Imaginando lo mucho que eso dolía, di un paso atrás, chocando con la bandeja de suministros detrás de mí.

Ryder levantó la mirada y curvó la comisura de su boca. —¿Estás bien, Maddie? Te ves un poco pálida.

Le di una sonrisa dulce, totalmente falsa. —Estoy bien. Simplemente admiro la obra de arte de este chico.

Notando mi mentira, su sonrisa se volvió más grande. Tuvimos una discusión con respecto a venir aquí, pero insistió, diciendo que me quería con él. Sabía que eran un montón de idioteces pero cedí, como siempre.

Hace una hora estuvo en mi umbral, lleno de tristeza e ira. Esperando golpear a alguien. Necesitando hablar. Tuvo otra pelea con sus padres, esta

vez por romperse la mano en una pelea de bar. Escuché mientras él maldecía una y otra vez, odiando a Gavin por ser el hijo perfecto. Odiándose

por no ser lo que querían sus padres. Cuando finalmente se calmó, me rogó que me subiera a su camioneta y fuera a dar un paseo con él. Quería un tatuaje. Al final, solo otra manera de revelarse.

—¿Son una pareja o algo? —El tatuador cabeceó hacia mí, pero siguió trabajando.

—O algo —contestó Ryder, y su sonrisa decayó un poco.

—Qué mal, amigo. Ella es linda —dijo el hombre.

—Sí, pero es una fiera —respondió, con sus ojos en mí.

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—Esas son las mejores, hombre. Te mantienen en vilo. Nunca tienes un momento aburrido. Mejor tómala antes de que lo haga alguien más —dijo el hombre, limpiando con una tela la piel de Ryder antes de volver a bajar la

aguja.

—Lo tendré en mente —dijo Ryder con voz ronca; sus ojos corrieron a toda velocidad por mi cuerpo.

Me mordí la parte interior de la mejilla, mirando los alrededores de la habitación. Seguíamos rodeados de gente, la mayoría con tatuajes, pero se

sentía como si fuéramos solo Ryder y yo. Raro. Creí que eso solo pasaba en los libros.

El gurú del tatuaje comenzó a tararear, desapareciendo en un mundo propio que aparentemente incluía una música que no sonaba tan mal. Intentaba averiguar qué canción era cuando Ryder atrajo mi atención, haciéndome un gesto con la cabeza para que me acercara.

—Ven aquí —dijo, ignorando la aguja que marcaba su brazo.

La habitación se hallaba tan llena de personas y equipamiento que tuve que encimarme a la silla que él ocupaba. Mis piernas desnudas rozaron

los vaqueros que cubrían sus rodillas, enviando una sensación nueva e inusual a mi cuerpo. De repente, la habitación se volvió muy caliente. Y ¿por qué comencé a sudar?

Mojando mis secos labios, di un paso al lado de Ryder. Me miró y sus ojos cayeron a mis labios por un segundo.

—¿Duele? —pregunté, apuntando a su brazo.

—Un poco —admitió, bajando la mirada a la aguja contra su piel.

Miré al tatuador, aún sorprendida de que Ryder estuviera haciendo esto. Su primer tatuaje y yo estaba aquí para presenciarlo.

—Gracias por venir conmigo —dijo, lo bastante bajo para que pudiera

escucharlo únicamente yo—. Y gracias por escucharme.

—Para eso están los amigos —dije, encogiéndome de hombros. Le

eché un vistazo al tatuaje en su brazo otra vez. Estaba en carne viva y rojo contra su piel bronceada. Se veía muy doloroso.

Él no dijo nada por un segundo, solo me observaba admirar la tinta que estaría ahí por siempre.

—¿Te gusta el tatuaje? —preguntó, mirando a su brazo.

Un diseño intrincado cubría su bíceps, girando alrededor de él como si se estuviera apoderando de su cuerpo.

—Es perfecto —dije en serio. El tatuaje no hacía que Ryder pareciera peligroso, él lo hacía por su cuenta, pero aun así estaba muy bien.

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—Bien. Mientras a ti te guste, es todo lo que cuenta —dijo, elevando la comisura de su boca—. Nada más.

—Demonios, hombre, las chicas se van a volver locas por ellos —dijo

el hombre—. A las chicas les gusta la tinta, amigo.

—No me importa —dijo Ryder, con los ojos fijos en mí—. A Maddie le gustan. Tal vez vaya a hacerme un centenar más.

***

Desperté con gritos de rabia. Mis parpados se sentían pesados en

tanto intentaba concentrarme en la figura tumbada en la cama frente a mí.

Estoy soñando otra vez, pero esta vez Ryder está gritando, no mirándome con deseo.

Las voces me habían forzado a abrir bien los ojos, apartando la necesidad de dormir.

Fue entonces cuando me encontré con que Gavin y Janice venían rápidamente hacia la cama y uno de ellos llevaba una linterna. El otro

traía un arma. Ambos se veían privados de sueño.

¿Qué pasaba? La confusión me tenía tratando de parpadear para alejar las telarañas en mi mente.

Sin advertencia, un rugido dolorosamente angustiado estalló en la habitación. Salté, pero no antes de que el movimiento en la cama llamara

mi atención. Ryder se revolcaba de un lado al otro, con movimientos espasmódicos, tirando de un golpe una almohada al suelo.

Janice y Gavin llegaron al borde de la cama justo cuando mi nombre salía de los labios de Ryder. Todo pensamiento de sueño desapareció de mi mente. Sacando el edredón de mis piernas, salí de la silla de un salto,

empujando del camino a Janice para llegar a él.

—¡Maldita sea, Maddie, regresa! —gritó Gavin, agarrando los brazos

de Ryder e intentando mantenerlo quieto mientras se sacudía.

Sin miedo de los brazos oscilantes de Ryder, puse una mano en su

frente, ignorando a Gavin.

—Janice, está ardiendo —dije, sintiendo como si estuviera tocando carbones ardientes.

—Su fiebre está alcanzando el máximo —dijo ella, haciendo a un lado la camisa para inspeccionar el vendaje de su centro—. Maddie, coge la

linterna y acércala.

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Gavin utilizó toda su fuerza para mantener a Ryder inmóvil mientras

yo sostenía la linterna.

Janice sacó el vendaje ensangrentado, provocándole un gemido. Pus

amarillo rezumaba entorno a la pequeña herida de bala en su costado.

—Se infectó y él está desgarrando los puntos —dijo conteniendo la respiración.

—¿Crees que se esté volviendo séptico? —preguntó Gavin, tratando de mantenerlo boca abajo mientras él seguía retorciendo y sacudiéndose.

—Dios, espero que no. Si es así, el antibiótico que tengo puede que no funcione —murmuró Janice, explorando el costado de Ryder.

Él gritó, intentando alejar de un golpe sus manos.

Coloqué mi palma contra su frente. Con mi mano enfriando su carne caliente, se quedó quieto.

—Si se establece la sepsis, en un lugar habrá una dosis más fuerte de antibióticos —advirtió.

—El hospital —dijo Gavin, rotundamente.

—Sí, el hospital que fue invadido por los insurgentes hace días, si

los reportes son ciertos. —Usando el dorso de su mano, Janice se apartó el cabello gris del rostro. Los círculos bajo sus ojos eran negros a la luz de la linterna, dándole un aspecto más cansado.

—No podemos ir al hospital —dijo Gavin—. Es demasiado peligroso.

—Lo sé. —Janice me miró con los ojos sombríos.

Un nudo se instaló en mi pecho, ya que la mirada en su rostro me aterrorizaba.

—Voy a suturarlo —dijo, con solemnidad—. Voy a traer a Roger para que caliente algo de agua. Mantendremos una compresa tibia en sus heridas: treinta minutos, luego una hora. Si eso no ayuda…

Asentí; las lágrimas quemaban la parte posterior de mis ojos. Las palabras no necesitaban ser dichas. Puede que Ryder no supere esto. La

infección podría viajar por su cuerpo como una ola, destruyendo todo a su paso. Quitándomelo.

Al único hombre que siempre me había salvado, y que tal vez no podría ser salvado.

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—Entonces, ¿cómo está?

Miré a Eva mientras entraba en la cocina. Se hallaba sentada en la mesa, rodeando una taza de algo caliente con las manos. Estaba envuelta

en un enorme abrigo que probablemente pertenecía a Roger.

Éramos siete y no había suficientes abrigos para todos. Así que hacíamos lo debido: compartir todo. Era eso o morir de frío. Nuestras

opciones eran muy limitadas, pero hicimos lo mejor con lo que teníamos.

La lavadora y secadora de Janice se encontraba en el granero ahora,

destruidos por Brody para conseguir los cables y mangueras del interior. Era nuestro ingeniero, capaz de construir algo con sus manos. Nuestro

baño tenía agua corriente, gracias a su diseño de la recogida de las aguas pluviales y las tuberías por dentro. Nuestras radios portátiles seguían funcionando gracias a él y también trataba de convertir uno de los

vehículos para que funcionara sin gasolina. Supongo que esos años de clases de ingeniería van dando sus frutos.

—¿Hola? ¿Tierra a Maddie? ¿Vas a contestar o a ignorarme? —preguntó Eva de nuevo, levantando una ceja rubia.

Al pasar por ella, equilibré un recipiente de agua sucia en mis brazos, tratando de no dejar que el agua cayera sobre el borde. Acababa de

terminar de limpiar las heridas de Ryder, con la esperanza de detener la infección y que no se propagara por todo su cuerpo. Hasta ahora no funcionaba.

—Está mejor, supongo. La fiebre no es tan alta, pero su herida todavía se ve infectada —le dije, encontrando imposible no desmoronarme

y romperme. En los últimos días, me las había arreglado para mantenerme fuerte, intentando parecer fuerte a pesar de que lo único que quería hacer

era llorar.

Eva levantó la taza a los labios, pero se detuvo antes de tomar un trago. —No te preocupes, Maddie, va a salir adelante. Es un hijo de puta

demasiado terco como para no hacerlo.

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Sabía que tenía razón. Él era demasiado terco como para rendirse

fácilmente, pero tenía miedo de que esta vez, tal vez perdiera el partido contra la infección y las lesiones sufridas.

Contuve la angustia que surgió en mí. —¿Dónde está todo el mundo? —murmuré.

Se encogió en sus delgados hombros y estos apenas se movieron por

debajo de su capa de gran tamaño. —Por ahí. Gavin y Brody iban a viajar para revisar todo. Cash está ausente como de costumbre. Janice y Roger

tratan de pescar algo para la cena.

Me aferré al tazón con un brazo cuando llegué a la manija de la

puerta.

—Voy a ir a volcar esta agua y estaré de vuelta —le dije, dando un paso fuera. Un fuerte viento sopló contra mí, enredando mi pelo en nudos

y echándomelo en la cara.

Iba a medio camino a través del patio cuando los pelos de la nuca se

me erizaron. Bajé la velocidad, escuchando a mi instinto advertirme de que algo andaba mal. Tal vez solo es Cash, acercándose a mí sigilosamente en

su modo tranquilo. Volví la cabeza y alcancé a ver a alguien siguiéndome.

No era Cash. Era un extraño.

—¡Hola! ¡La de ahí! —gritó.

Mi corazón empezó a latir más rápido y mi pulso se aceleró hasta estar fuera de control. Con cuidado de no hacer movimientos bruscos,

apuré el paso, sin preocuparme por el agua que salpicaba al salir del cubo. Mis instintos me gritaban que corriera. ¡Lárgate! ¡Sal de aquí YA!

Arrojé el cubo al suelo y aceleré con los ojos fijos en el granero. Si pudiera entrar, podría armarme con algo. Una pala, un martillo. Cualquier

cosa era mejor que mis manos vacías.

Mi corazón latía con fuerza en mis oídos, por lo que era difícil

escuchar nada más que el aire al entrar y salir de los pulmones. Iba a medio camino a través del patio cuando la voz del hombre me detuvo.

—¡Eh! Para un minuto, ¿quieres? —gritó el hombre.

—¿Qué quieres? —le grité por encima del hombro, casi corriendo.

—Comida. Agua. Alguien con quien hablar —respondió mientras sus

pesadas botas repicaban en el suelo al seguirme.

Mi paso vaciló. ¿Todo lo que tenía que hacer era darle unas cuantas

latas de comida y un par de botellas de agua y seguiría su camino? Parecía demasiado fácil. Pero tal vez no era una amenaza. Tal vez no era más que

un hombre desesperado por comida. Me volví, sabiendo que no tenía otra opción.

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El hombre se encontraba a unos metros de mí; tenía un tamaño

medio y no descriptible. No tenía ni idea de si era uno de los insurgentes. No era ni de raza caucásica ni asiática. Ni ruso ni afgano. Ni joven ni viejo.

No tenía nada especial. Nada raro.

Lo inusual era su apariencia. Parecía saludable. Limpio. Eso no tenía sentido; la mayoría de la gente se moría de hambre. ¿Cómo hizo para

tener ropa limpia cuando la mayoría de la gente ni siquiera tenía agua limpia para beber, mucho menos con la que lavarse?

Di un paso lejos de él y levanté la barbilla, mostrando mi falta de voluntad para tener miedo.

—Te puedo traer algo de comida y agua —le dije, mirando a la casa, con la esperanza de ver ayuda.

Siguió mi mirada. Al no ver nada inusual en la casa, sus ojos se

movieron por la zona, evaluando todo. Finalmente, me miró y sonrió. Sus dientes blancos parecían demasiado perfectos, relucientes bajo el sol.

—Está bien —dijo en tono de confianza—. Voy a esperarte aquí. No te preocupes.

Una sensación de inquietud me llenó mientras hacía un amplio círculo alrededor del hombre. Mientras lo observaba por el rabillo del ojo, me resistí a la tentación de colocar la mano sobre mi estómago para

protegerlo.

Era más alto que yo, pero no tanto como Ryder. Llevaba su cabello

castaño casi rapado, demasiado perfecto para un mundo sin máquinas de afeitar eléctricas. Y su mandíbula era suave, sin rastrojos presentes. Metió

las manos en los bolsillos de la chaqueta, en un gesto de relajación. No confiaba en él.

Le pasé, y Eva salió al pórtico. Sus ojos se centraron de inmediato en

el desconocido. Cuando me miró, vi miedo. Sacudí la cabeza, un pequeño movimiento que esperaba que ella reconociera como una advertencia.

¡Ve dentro, Eva!, quería gritarle.

—¿Maddie? —dijo en voz alta, observando al extraño con recelo.

Antes de que pudiera responder, brotó de ella un grito que me heló la sangre.

Me di la vuelta, sintiendo que me movía en cámara lenta. Frente a

mí, se hallaba el hombre, esta vez con una pistola apuntando directamente a mi corazón.

Me quedé inmóvil; mi único pensamiento era salvar a mi bebé. Me rodeé la cintura con un brazo, tratando de no mirar al arma 9mm a

centímetros de mí.

—¿Dónde está? —preguntó el extraño, borrando su sonrisa artificial.

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—¿Quién? —le pregunté con voz temblorosa, dando un paso atrás.

—Un hombre. Alto —respondió, con su arma estable—. Tiene un par de agujeros de bala.

Ryder.

Tragué saliva, casi perdiendo el equilibrio cuando tropecé con una roca detrás de mí.

—Yo... no sé de quién hablas —balbuceé, recuperando el equilibrio.

—Oh, creo que sí. Le seguí hasta aquí. —Levantó una ceja y frunció

las esquinas de su boca—. Es bastante fácil con el rastro de sangre que dejó atrás.

Mi rostro palideció al pensar en Ryder dejando un rastro de sangre. Nos preocupamos por varios días por si alguien lo había seguido. Supongo que teníamos razón.

El hombre dio un paso más cerca, perforando mis ojos con los suyos oscuros, casi negros. —Perdí su rastro en un campo cerca de aquí. Pero

luego me enteré de tu casa y pensé: “quizás está ahí”. Así que me escondí y observé el lugar, esperando que saliera el que me interesara, pero nunca lo

hizo. Cuando tus hombres salieron hoy —se encogió de hombros—, decidí que era el día para encontrar a quien he estado buscando. ¿Dónde está?

—No sé de quién hablas —repetí, sin dejar de caminar hacia atrás.

Si tan solo pudiera llegar a la casa, estaría segura.

Detrás de mí, escuché a Eva corriendo por los escalones del pórtico,

gritándole al hombre que no me tocara.

Fue entonces cuando supe que era hora de volver la espalda y

correr.

Como un animalito desesperado por escapar de una muerte segura, corrí lejos. Antes de que llegara muy lejos, el hombre extendió la mano y

me agarró. Chillé en alarma. Sus dedos se clavaron en mi piel. Luché, tratando de soltar mi brazo. Cansado de luchar, me sacudió con fuerza,

haciendo que mi cabello cayera en mi cara y me cegara.

Moviendo de un tirón el arma, lo levantó por encima de mi cabeza. El

cañón se encontraba en su puño, luciendo mortal. Va a pegarme, pensé con horror.

Antes de que tuviera la oportunidad de pelear contra él, se oyó un

disparo. Grité mientras una bala golpeaba el suelo cerca de los pies del hombre, a centímetros de mi propio pie. La suciedad y la hierba volaron

por todas partes, cubriendo mis zapatos.

El desconocido me dio la vuelta para dejarme mirando a la casa con

mi espalda pegada a él. Usándome como un escudo humano, me mantuvo frente a su cuerpo.

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Fue entonces cuando vi a Ryder de pie en el pórtico, con una

escopeta apoyada en el hombro con la que apuntaba al extraño. Tenía la camisa desabrochada, y los bordes se movían con el viento. Había unos

vaqueros desteñidos en sus caderas, con la cremallera subida pero no abotonados. Podía imaginarlo colocándolos en su prisa por llegar a mí, lo que los dejó apenas colgando. Había un vendaje alrededor de su abdomen,

asomándose desde los bordes de su camisa y pantalones. No comprendía cómo había logrado ponerse en pie y salir de la cama.

—¡Déjala ir! —gritó Ryder, mirando por el cañón de la pistola.

El hombre que me sostenía movió el arma, poniéndola en mis

costillas.

—Mi búsqueda terminó. Por fin he encontrado lo que buscaba —murmuró, apretando su agarre en mí.

Oí el disparo de la escopeta un segundo antes de que sonara otro disparo. Por encima de mi cabeza. Mis oídos resonaban, amortiguando por

un segundo la explosión.

—¡He dicho que la dejes o eres hombre muerto! —gruñó Ryder,

cargando la escopeta de nuevo. Debajo de su barba desaliñada, sus ojos brillaban con un tipo peligroso de azul. Lleno de asesinato.

—He venido por ti, amigo mío —le gritó el desconocido—. No necesito

a esta mujer. —Su acento americano desapareció, reemplazado por uno que no reconocí.

—Más vale que sueltes a la mujer o la próxima vez que respires será la última —bramó Ryder, con la cabeza baja sobre el arma y sus ojos

mirando hacia abajo.

Contuve la respiración sin inmutarme cuando el extremo de la pistola se clavó dolorosamente en mi caja torácica. Esperé a que disparara,

lo que pondría fin a mi vida. Sabía que Ryder lo haría también. Apretar el gatillo y matar al hombre solo para protegerme.

Pero no tuvo que hacerlo. El hombre me soltó, y me dio mi libertad. Aturdida, me volví, mirándole mientras se alejaba. Alzó los brazos sobre su

cabeza en señal de rendición, en la que yo no confiaba.

Sus ojos oscuros lucían vigilantes y se mantuvieron en Ryder. Una sonrisa levantó la comisura de su boca. —Dicen que eres hombre muerto,

amigo mío. Los hombres creen que te has convertido en un fantasma que anda en medio de ellos. Yo digo que se equivocan. Eres un hombre con

suerte. Pero un día, no la tendrás y cuando eso suceda voy a estar allí.

Siguió caminando hacia atrás, y sus siguientes palabras iban llenas

de advertencia. —Los norteamericanos han dicho que los terroristas han invadido sus tierras, pero deberías saber esto, amigo mío, voy a invadir las tuyas. —Me miró; su significado era claro.

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Sonó otro disparo. Esta vez, dio en el blanco.

La bala desgarró el hombro del hombre, y éste se echó hacia atrás. Un chorro de sangre salió volando por el aire, casi manchándome. De

algún modo, el desconocido logró mantenerse en pie a pesar de la sangre que corría por su brazo. Agarrando su hombro, miró a Ryder un segundo más antes de correr por el patio.

—Maddie.

Me di la vuelta, olvidando al desconocido cuando oí a Ryder gritar mi

nombre. Vaciló en el escalón superior, con sus ojos fijos en mí.

Corrí hacia el pórtico, y el terror me hacía difícil moverme. Los ojos

de Ryder nunca me abandonaron, pero rodaron hacia atrás en su cabeza una vez, antes de que los obligara a abrirse de nuevo. En el momento en que lo alcancé, se encontraba pálido y luchando por mantenerse en pie.

—Maddie —dijo con una voz ronca y tan baja que casi no lo oí—, entra a la casa.

La sangre empapaba el vendaje, tiñendo el blanco de rojo. Cuando pareció que podría desmayarse, envolví de inmediato mi brazo alrededor de

su cintura. Lo apoyé en mí, con su brazo en mis hombros, sosteniéndole.

Eva puso un brazo alrededor de su otro lado, ayudando a llevarlo a la casa. Una vez dentro, cerró la puerta detrás de nosotros, dejando el

peligro afuera.

—Alguien debería ir detrás del hombre —dijo Eva, mirándome con

una expresión de miedo—. Puede regresar y traer a los otros aquí.

—No. —Ryder apretó los dientes por el dolor, obligándose a decir las

palabras—. Es demasiado peligroso.

Comenzó a balancearse, haciéndose más pesado. Eva y yo apenas lo habíamos metido en el interior cuando cayó, tirándonos con él al suelo de

la cocina.

Frenéticamente, me puse de rodillas junto a él. Su mano se quedó en

mí mientras comprobaba su herida. La sangre corría por sus costillas; el vendaje hacía poco para atraparla.

—¿Estás bien? —me preguntó, con voz débil.

No hice caso de las lágrimas que corrían por mi cara hasta caer en mi regazo. Ryder se hallaba tendido en el suelo, sangrando, con un agujero

de bala, pero se preocupaba por mí. ¡Por mí! ¿Y Eva se preguntaba por qué lo amaba? ¿Había alguna duda?

—Estoy bien —dije, agarrando una toalla de la mesa de la cocina para presionarla contra la herida. Cualquier cosa para detener el flujo de

sangre.

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Vi cómo dejaba de luchar y se desmayaba, con la mano aún en mí.

Las lágrimas corrían más rápido por mi cara, dejando marcas en mis mejillas.

Esto era todo. La verdad. La razón por la que ambos vivimos y respiramos. Algunos lo llamaban amistad. Otros, amor. Yo solo lo llamaba el uno al otro.

Nos necesitábamos el uno al otro para sobrevivir.

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Caminé a través del patio, mientras el frío viento azotaba mi cuerpo en su mejor intento de derribarme. Girando el rostro en el volteado cuello de mi chaqueta, traté de ocultarme de la cortante y fría brisa. El final de

mi trenza cayó contra mi pecho, sintiéndose pesada contra mi esternón. Empujé el sombrero tejido sobre mi frente y luego metí las manos en mis

bolsillos, buscando algo de calidez para mis dedos.

Me sentía tan débil, pero no tenía tiempo como para estar cansada.

Por días, todos habíamos estado nerviosos, esperando a que el terrorista volviera, pero no apareció. Nadie se aventuró al rancho y no había señal de que alguien lo transgrediera. Tal vez nos encontrábamos a salvo. Tal vez lo

olvidarían.

Solo podía rezar.

Mi estómago rugió; la sensación de hambre se hacía constante. Un pedazo de pan, una lata de frutas, un duro trozo de carne. Ese había sido

nuestro desayuno, almuerzo y cena por las pasadas semanas. El arroz y las judías presenciaban siempre en el menú, dos cosas que temía nunca dejáramos de comer. Las odiaba bastante. Nuestro café también se acabó.

Todo lo que teníamos para beber era agua filtrada del arroyo. Quería tanto una coca-cola de dieta que casi podía saborearla, fría y burbujeante en mi

lengua.

Tragué y alejé el recuerdo de mi mente mientras caminaba hacia la

casa. Pensar en lo que extrañaba solo me volvería loca. Recordar lo que no tenía solo me pondría histérica y me dejaría en un oscuro lugar del cual sería imposible salir. No podía deprimirme porque extrañaba una bebida, o

la comida real. Había tantas cosas más por las que preocuparse, como el colapso del país y los cientos de muertes. O el miedo de tener un bebé sin

el equipo médico apropiado. No, había demasiadas cosas por las que estar preocupada; lo que no podía tener ya no era importante.

Un grito en la verja delantera llamó mi atención, sacándome de mi trance. Volví el rostro hacia el viento, viendo a Cash arrear el ganado hacia el granero. El borde de su sombrero de vaquero se había alzado por el

viento y casi cayó de su cabeza. Lo vi moverlo, manteniéndolo en su lugar mientras mantenía un ojo en una vaca en particular que no seguía al

ganado.

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Trasladé la mirada hasta Roger. Cabalgaba su propio caballo, uno

grande que tenía mala actitud pero que era buen trabajador. El caballo hacía que el ganado siguiera moviéndose y que Roger luciera como si solo

estuviera allí para cabalgar.

Temblé cuando Brody caminó hasta la verja, con un gran cuchillo en sus manos. Sabía que esperaba que le llevaran otra vaca para matarla tan

humanamente como fuera posible.

Hace dos días, nos encontrábamos sentados alrededor de la mesa,

todos envueltos como esquimales mientras comíamos la cena. La radio de onda corta estaba encendida, puesta honorablemente en el centro de la

mesa. Era nuestra nueva forma de entretenimiento.

La voz metálica de un hombre repiqueteó a través de la pequeña radio, llenando el silencio en la cocina. —Las tropas del gobierno están

revisando el campo, para apoderarse del ganado. Este será sacrificado para nutrir el hambre. Los caballos también serán tomados, usados como

comida o para la caballería de Estados Unidos. Cualquiera que se rehúse a entregar su ganado será arrestado. Ténganlo en cuenta, rancheros.

Dejamos de comer para escuchar. Una palabra quedó estancada en mi mente: apoderarse.

—Repito, el gobierno está apoderándose del ganado para racionarlo. —La transmisión cayó en la estática, codificando el resto de las noticias.

Brody estiró su brazo para golpear el costado del portátil como su

forma de arreglarlo. Aunque esa vez, no funcionó. La cosa murió.

Gavin bajó su tenedor, olvidando la pequeña cantidad de comida en

el plato. —¿Papá? —preguntó, mirándolo en busca de instrucciones.

Roger puso algo de tomates enlatados en su boca y masticó por un

momento. Podía verlo pensando y sopesando nuestras opciones. Después tragó, y bajó su tenedor en silencio. Plegó las manos sobre la mesa y nos miró a todos.

—Cuando era pequeño, mi bisabuela me contaba historias sobre la Depresión. Dijo que el gobierno se llevó el ganado de los ranchos en

Oklahoma y Texas para aumentar el precio de la carne de res. Cuando escucharon las noticias, mis bisabuelos sacrificaron todas sus vacas. El

maldito gobierno no iba a conseguir su ganado. Así que enlataron la comida y la escondieron. Al final, eso fue lo único que les salvó de no morirse de hambre ese año.

Se frotó la barbilla, pensando en sus siguientes palabras. —La cosa no ha cambiado mucho, niños. Gracias a ese maldito ladrón, solo nos

quedan cinco vacas. Creo que debemos empezar a sacrificarlas mañana. Digo que conservemos dos escondidas para leche. Mi nieto necesitará leche

eventualmente.

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Desde esa noche, ayudaba a los demás desde el amanecer hasta el

anochecer. Era un horrible y sangriento trabajo. Nunca olvidaría la imagen del ganado siendo matado, quemado y cortado para que lo enlatáramos.

Los hombres hacían el sacrificio. Las mujeres cortábamos y enlatábamos. Gracias al conocimiento de Janice de cómo preservar la comida, más la pasión de Roger de almacenar artículos de supervivencia, teníamos una

olla a presión y suficientes latas para guardar carne y todo tipo de comida que pudiéramos encontrar. Era un extenso e interminable proceso, pero al

menos, no nos moriríamos de hambre.

Eso es lo que no paraba de decirme mientras la fatiga casi me hacía

imposible el estar de pie. Respirando profundamente, subí los peldaños del pórtico, sujetándome de la barandilla. Estoy tan cansada. Mis pestañas se sentían pesadas y mis piernas como gelatina. Nunca me había sentido tan

cansada en toda mi vida, ni siquiera cuando caminamos a casa después del ataque de pulso electromagnético.

Aparte de ayudar a enlatar, nos tomábamos turnos para cuidar a Ryder. Seguía inconsciente. Luchando contra la desagradable fiebre. Ese

día, cogí la pajilla más corta, por lo que tenía que ayudar a sacrificar.

Abriendo la puerta de la casa, entré, queriendo cambiarme de ropa y un suave lugar donde poner mi cabeza. Tal vez también una barra de

jabón. Lo que no esperaba encontrar era una voz gritando, tronando a través de la casa.

—¿¡Dónde demonios está!? ¡Voy a salir de esta maldita cama si no me dicen dónde está Maddie!

Ryder. ¡Está despierto!

Olvidando mi cansancio, corrí a lo largo del pasillo, dejando marcas de lodo por mis botas. Mi bufanda se balanceaba, moviendo los punteados

hilos contra mi espalda al correr. En segundos, me encontraba de pie en la puerta abierta, mirando fijamente la escena frente a mí.

La calidez el improvisado calefactor me rodeó mientras permanecía de pie en el umbral, calentando mi nariz y barbilla. Eva se hallaba de pie

junto a la cama con las manos en sus caderas, mirando furiosamente a Ryder mientras ponía sus piernas a un lado de la cama. Se apoyó en su lado herido, y la agonía retorció su rostro.

—Está despierto, Maddie —soltó Eva—. Y vuelve a ser el Príncipe Encantador. Qué suerte.

Los ojos de Ryder encontraron inmediatamente los míos. Vi el alivio cruzar por su rostro, borrando su preocupación.

—Maddie —dijo; su voz llena de emoción. Sus ojos se deslizaron por mi cuerpo, asegurándose de que estuviera bien. Extendió los dedos en su

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regazo, con las palmas extendidas, de alguna forma rogándome que me

acercara.

Vi su mano y escuché la súplica en su voz, pero no podía moverme.

Solo quería permanecer allí y mirarlo. Necesitaba mirarlo.

Su cabello estaba más largo. Nuevas manchas rubias se hallaban entrelazadas con el castaño, haciéndome pensar que había estado bajo la

luz del sol por largos períodos de tiempo. Escasos rizos se curvaban contra su cuello, dándole un aspecto inocente que sabía era una fachada. Una

gruesa barba cubría la mayor parte de su rostro, haciéndolo lucir como un extraño. Fueron los brillantes ojos azules los que me dijeron que era él

realmente.

—Diablos, Maddie, di algo. Por favor. Luces como si hubieras visto un fantasma. Estás asustándome, joder —dijo roncamente.

Supe entonces que estaba de vuelta. Las groserías nunca sonaron tan dulces. Mi hombre imperfecto se encontraba en casa.

En segundos, me hallaba en sus brazos.

—Pensé que te había perdido —dije, enterrando mi rostro en su

cuello. Su aroma giró en torno a mí, recubriéndome de comodidad. Quiero quedarme aquí para siempre. En sus brazos. Contra su cuerpo.

Sus manos se movieron alrededor de mi caja torácica, acercándome más. Las lágrimas se deslizaron por mi rostro al tiempo que sus dedos se extendían, abarcando mi cuerpo y acercándome incluso más, necesitando

abrazarme tanto como yo necesitaba ser abrazada.

Extendiendo las piernas, me acunó contra su cuerpo, dureza contra

suavidad. Sus manos se movieron de arriba abajo por mi espalda, sintiendo cada centímetro de mi cuerpo. Sus muslos descansaban contra

mis caderas, manteniéndome como rehén entre sus piernas.

—Mierda, Maddie, te he extrañado —dijo con voz ronca. Sus manos se deslizaron hasta los costados de mi cabeza, enredando sus dedos en mi

cabello—. ¿Estás bien? Eva no me quería decir dónde estabas.

Asentí. —Estoy bien. Más que bien —dije en un susurro. A través de

las lágrimas que corrían por mi rostro, lo miré a los ojos. Ojos limpios de fiebre.

—Me sentía tan asustada, Ryder. Pensé que habías muerto.

—No llores —dijo, y borró con su pulgar una lágrima que corría por mi mejilla—. Volví, tal como te dije.

Me limpié las lágrimas, dejando seguramente una mancha en mi rostro.

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Sus manos cayeron a la parte delantera de mi chaqueta. Sujetó las

solapas con fuerza y me acercó. Sus ojos se deslizaron hasta mi boca y se le escapó un gemido.

Al principio, pensé que el gemido era por deseo, pero entonces hizo una mueca. Soltando mi chaqueta, tocó su costilla. Lo escuché aspirar cuando sintió el dolor. La camisa de franela se encontraba desabotonada,

dejando su pecho al descubierto. Podía ver los tatuajes que decoraban un lado de su cuerpo, descendiendo hasta desaparecer debajo del vendaje

blanco envuelto en su cintura. Un vendaje que ya no era blanco.

—¡Estás sangrando! —exclamé, alejando su mano para examinar las

manchitas de sangre en el vendaje.

Cuando no dijo nada, alcé la mirada para verlo, temiendo encontrar de nuevo sus ojos llenos de ira desconocida. En lugar de eso, me estudiaba

con ojos claros que parecían ver a través de mí.

—No estabas aquí cuando desperté —susurró suavemente.

—Estoy aquí ahora.

Una de sus manos acunó mi barbilla. Frotó mi labio inferior con su

pulgar, y su piel callosa se sentía áspera contra mi labio.

—No puedo creer que esté aquí, tocándote —dijo sonando cansado, al tiempo que miraba mi boca.

—Lo sé. Te he extrañado demasiado —susurré; las lágrimas llenaron de nuevo mis ojos.

Removí suavemente su mano. Cuando comencé a quitar el vendaje, aspiró profundamente. Me mordí el labio inferior, luchando con la urgencia

de alejar la agonía que vi en su rostro.

—Debes recostarse antes de que te quite los puntos —dije, poniendo el vendaje en su lugar.

—¿Cuán malo es? —preguntó con los ojos en mí.

—Tu madre sacó la bala, pero perdiste demasiada sangre.

—Casi te perdimos —intercedió Eva, ubicándose junto a mí.

La mirada de Ryder se deslizó hasta ella; sus manos nunca soltaron

las mías. —¿Estás bien, Eva? —preguntó.

Ella removió su peso de un pie a otro, mirando el suelo y luego el techo. De repente, corrió hasta Ryder, lazándose hacia él.

—Gracias —dijo, abrazándolo—. Nunca olvidaré lo que hiciste por mí. Nunca.

Ryder palmeó su espalda torpemente. —Lo haría de nuevo, Eva.

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Ella se alejó y aspiró. —Te amo en una forma retorcida de amor-odio.

Como amigos, tú entiendes.

Ryder se aclaró la garganta. —Sí, yo también.

Luciendo satisfecha, y un poco atontada, Eva se alejó.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó.

—Casi dos semanas —respondí.

—Mierda —maldijo. Comenzó a soltar palabrotas cuando el dolor le golpeó de nuevo.

—¿Por qué no te recuestas? —sugerí, alejándome para darle espacio.

Antes de que me alejara demasiado, estiró las manos y agarró mi

muñeca. El calor de sus dedos viajó por mi brazo para bajar hasta el centro de mi cuerpo.

—Eva, ¿podrías dejarnos solos? —dijo Ryder, con ojos ardientes.

—¿Por qué? ¿Qué van…? —Una esquina de su boca se curveó en una sonrisa—. Oh.

Ryder la ignoró mientras sus ojos se deslizaban de arriba abajo por mi cuerpo, deteniéndose en mis pechos. Mi estómago de cuatro meses de

embarazo se encontraba oculto por las capas de ropa que llevaba para mantenerlo abrigado. Aún no se me notaba demasiado, pero el tiempo le diría la verdad.

Eva dejó la habitación, cerrando la puerta silenciosamente detrás de sí. Era la primera vez que Ryder y yo quedamos solos sin que la fiebre se

interpusiera entre nosotros, dejándolo inconsciente de todo. Éramos solo nosotros dos. Me sentía nerviosa, excitada y asustada a la vez.

—Ryder, por favor, recuéstate. No podré soportar que te enfermes de nuevo —le rogué, poniendo una mano en su pecho.

—Todavía no. Necesito hacer algo. —Me jaló hacia él. No me hallaba

preparada para la fuerza en sus manos.

Mi respiración salió en un silbido cuando caí contra él. Sus fuertes

muslos me capturaron, manteniéndome en el lugar.

—Ryder, ¿qué haces? Vas a lastimarte —dije, sin aliento.

No respondió. Movió una de sus manos a mi cadera, sujetándome. La otra se deslizó debajo de mi trenza, aferrándose mi nuca.

—Lo que me está lastimando es no hacer esto —dijo.

Antes de que pudiera darme cuenta de lo que quiso decir, su boca estuvo sobre la mía. Su abundante barba se frotó contra mi barbilla,

sintiéndose áspera contra mi piel sensible. Sus labios capturaron los míos, tomando lo que extrañaba y necesitaba. Sensaciones se dispararon dentro

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de mí. Calor, necesidad, fuego y pasión. Todas allí, construyéndose en

algún lugar en la parte baja de mi cuerpo y moviéndose hacia arriba.

Por primera vez en meses, me sentí viva.

Gemí mientras su boca se inclinaba contra la mía, demandando más. Mis labios se abrieron, dándole lo que quería.

Solté un gemido de decepción cuando su mano me abandonó. Pero

no tuve que esperar demasiado para que regresara a mí. Con un tirón, me sacó mi gorro y lo lanzó a través de la habitación. Tan pronto como mi

cabello estuvo libre, sus dedos se deslizaron a través de él, enredándose entre las hebras.

Cuando su lengua entró en mi boca, me volví loca. Mis manos se movieron por su pecho desnudo, sintiendo el calor en las puntas de mis dedos. Podía sentir sus músculos delineados, recordándome que podría

haber perdido peso en el campamento de prisioneros, pero que todavía era fuerte, construido para luchar.

—Quítate esto —rechinó contra mi boca, tirando de mi chaqueta—. Tengo que sentirte. Tocarte. Dios, tengo que asegurarme de que eres real y

no estoy soñando.

Me congelé. Quiere que me quite la chaqueta. Eso era todo. Había llegado el momento de la verdad. El momento en que descubriría que iba a

ser padre.

Su boca cubrió la mía de nuevo, más urgente esa vez. Mientras me

besaba, estiré las manos para desabrochar la chaqueta que llevaba.

—Solo podía pensar en ti, Maddie. Estabas en mi mente día y noche.

Podía ver tu rostro. —Su boca bajó hasta mi mandíbula, dejando un rastro de humedad. Su pulgar se deslizó hasta debajo del collar de mi camisa, frotando mi clavícula y enviando un escalofrío a través de mí.

Saqué un botón de su agujero, tratando de concentrarme en ello. Pero con sus labios en los míos, el deseo llegaba a niveles peligrosos.

—Y tu cabello. Podía sentirlo en mis manos. Recordarlo envuelto alrededor de mis dedos mientras me hallaba profundamente en tu interior

—chirrió contra mi cuello, sacando la tira del final de mi trenza. Muy lento, se deshizo de mi trenza. Cuando mi cabello se encontraba libre y colgando en mi espalda, metió sus dedos a través de él.

Recliné la cabeza hacia atrás mientras su boca formaba un cálido camino hasta mi cuello. Sus dedos se apretaron en mi cabello, sosteniendo

mi cabeza mientras saboreaba mi piel.

Con los ojos cerrados, respiraba pesadamente. Ahora me temblaban

las manos, dejando que mi chaqueta se deslizara hasta sus muslos.

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—Y tus labios. —Su boca regresó a la mía, frotándose contra mis

labios—. Mierda, Maddie, recordar tus labios me mantenía duro por las noches.

Su boca tomó salvajemente la mía, forzándome a separar los labios. Gemí, encontrando su lengua con urgencia. Encargándose del trabajo, desabrochó otro botón.

—Pensar en ti me mantuvo vivo —susurró.

Tan pronto como desabrochó el último botón, sacó la chaqueta de

mis hombros. Se sentía como un charco a mis pies, cubriendo mis botas y enredándose alrededor de mis piernas. No me cubría nada más que capas

de camisas.

Sus dedos alcanzaron el primer botón de mi camisa al tiempo que su lengua se deslizaba en mi boca, llenándome. No podía resistirme. Mis

manos viajaron hasta su cabello, enredándose en las largas hebras y acercándolo.

Cuando gimió, no con necesidad, sino con dolor, la preocupación me congeló.

—No podemos hacer esto, Ryder —dije, alejando mis labios de los suyos.

Me siguió, inclinándose sobre el borde la cama para seguir mi boca.

—Al diablo si no podemos —gruñó, agarrando la parte de atrás de mi cabeza y jalándome hacia él.

Su boca se posó en la mía mientras sus manos fueron de nuevo a mi camisa. En cuestión de segundos, la había desabrochado por completo.

Llegó el momento de decirle.

—Ryder, tengo algo que decirte —le dije, alejándome y odiando cada segundo de ello.

—Más tarde. Te necesito —dijo, agarrando mi pelo suelto en un puño y acercándome más.

—¿Una herida de bala no te detendrá? —le pregunté con una sonrisa.

—Contigo no, nena.

Al oír sus palabras, enredé mis dedos en su cabello, colocando su boca de nuevo en la mía. Gruñó cuando le di un beso y sus manos fueron

a mis caderas.

Cogí una de sus manos. Con mis dedos alrededor de su muñeca,

empecé a llevarlo poco a poco a mi estómago. Mi corazón se aceleró y mis manos temblaban. Esto era todo. ¿Qué va a decir?

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Él ya casi tocaba mi estómago justo cuando se abrió la puerta del

dormitorio.

Su madre estaba en la puerta, con lágrimas en los ojos. Detrás de

ella, se encontraba Roger, con una gorra de béisbol en la mano y pasando de un pie a otro, nervioso.

—Mamá. Papá —dijo Ryder, llevando la mano hasta mi cadera, para

mantenerme cerca.

Tan pronto como la nombró, Janice entró a la habitación, mientras

los sollozos sacudían su cuerpo. Me aparté de Ryder, dejándole el lugar a ella que cruzó la habitación hasta él. En segundos, lanzó los brazos a su

alrededor, sosteniéndolo como seguramente lo hacía cuando era un niño.

—Ryder, oh, cariño —susurró, alisando su rebelde y largo cabello.

Él envolvió los brazos alrededor de su delgada figura, mirando por

encima del hombro a su padre. Roger permaneció en la puerta, mirando a su esposa e hijo con cuidado.

—Está bien, mamá —dijo con una voz suave.

Janice resopló y se alejó, manteniendo las manos apoyadas sobre

sus hombros. —Creíamos que no lo lograrías. La fiebre subió y…

—Estoy bien —interrumpió Ryder, mirándome a los ojos—. Nunca he estado mejor.

Sus palabras enviaron un escalofrío a través de mí. La necesidad que vivía entre nosotros era tan fuerte ahora como siempre lo había sido.

El tiempo no podía cambiarlo. Nada podía.

Janice le apartó el pelo de la frente. Una imagen de ella haciendo eso

cuando él tenía catorce años pasó por mi mente. Ryder siempre se enojaba, diciendo que ya no era un bebé. En respuesta, ella le decía que siempre sería su bebé. Ahora comprendía que significaba más que algo que

una madre le decía a su hijo.

Durante diez o quince minutos, él habló con sus padres, dándoles la

seguridad de que se sentía bien. Janice escuchaba pero sus cejas estaban muy fruncidas por la preocupación. Me di cuenta de que quería decir algo

más y finalmente, lo hizo.

—Estás bien. No podría pedir más. Pero hay algo que debes saber, Ryder. Algo que debería haberte dicho hace mucho tiempo. Me asustada

tanto lastimarte y que te fueras. —Se aclaró la garganta y las lágrimas hacían sus ojos más brillantes—. Cuando pensé que estabas muerto, casi

me muero también. Tenía tanta culpa, tanto que no te había contado. Es hora de que sepas la verdad.

Ryder se mantuvo a su lado y trató de sentarse erguido, de repente muy alerta.

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—¿Qué está pasando?

Me sentí incómoda, como espiando un momento muy privado. Iba a irme cuando Janice me detuvo.

—Quédate, Maddie. Por él.

Asentí, tomando asiento en una silla cercana. La misma silla en que me senté cuando Ryder se desangraba después que lo trajimos a casa.

Tomando una profunda respiración, Janice le contó todo. Le habló de su hermanita, la verdadera madre de él. Como ella tenía problemas con

las drogas y el alcohol, y siempre se metía en problemas. Describió todos los años que trató de ayudarla, la agonía de no saber dónde se encontraba

la mayor parte del tiempo. Le explicó la llamada telefónica que recibió y la noche que se lo llevó a casa desde el hospital, en la que él se convirtió en su hijo.

Ryder mantuvo los ojos en su madre, sin mover ni un músculo mientras le hablaba.

—Te amaba, Ryder, a su manera. No quiero que pienses mal de ella. Simplemente no sabía cómo criar a otro ser humano —dijo, en voz baja—.

Tenía problemas y sabía que no podía ser la mamá que necesitabas.

Su mandíbula se apretó más fuerte bajo su espesa barba. Pude ver en sus ojos lo herido que se sentía, escondiéndolo detrás de la habitual

dureza.

—Tú eres nuestro hijo en todo el sentido de la palabra —añadió

Roger—. No lo olvides.

La boca de Ryder era una línea sombría, y sus ojos se endurecieron

cuando echaron un vistazo de su madre a su padre.

—Pero no soy tu hijo. Parece que soy igual a ella. Tengo la necesidad de pelear y beber y de enojarme con todo el mundo. —Sacudió la cabeza,

disgustado—. ¿Por qué diablos no me lo dijiste? Eso lo explica todo, maldita sea.

Roger se apartó del marco de la puerta. —¡No, no lo explica! Tú eres quien eres. Tomas tus propias decisiones. Quieres salir y emborracharte,

lo haces. ¡No a causa de tus malditos genes!

Janice se puso de pie, enderezando las sábanas y las mantas de la cama en un gesto nervioso.

—Sé que es impactante y que debí habértelo dicho antes, pero eres mi hijo aunque no te di a luz. Siempre serás mi hijo —dijo.

Ryder asintió, apretando en puños sus manos. —Entiendo —dijo con aspereza.

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Por unos momentos, nadie habló. El silencio en la habitación era

muy pesado, por lo que me retorcí en mi asiento. Al saber que esto le había hecho daño, quería ir hacia Ryder, pero me quedé sentada.

Al final, Roger le hizo un gesto a Janice. —Vamos a darles un poco de espacio, cariño —dijo—. Creo que tal vez lo necesitan.

Ella miró a Ryder a regañadientes con indecisión en su rostro, pero

Roger tomó su mano y la condujo fuera de la habitación.

Después de cerrar la puerta, no estaba muy segura de qué hacer.

Esta es una noticia que te cambia la vida. ¿Quería estar solo? ¿Debería dejarlo en paz? ¿Quedarme?

Ryder cerraba los puños, haciendo que crecieran los músculos bajo su camisa.

—¿Lo sabías? —preguntó, con los ojos fijos al frente.

—Ella me lo dijo el día que te encontramos —le contesté.

Frotándose la cara, suspiró. —Maldita sea —susurró.

Esa palabra contenía tanto dolor como angustia que tuve que ir con él. Apresurada, me acerqué a la cama. Cuando estuve lo suficientemente

cerca, me alcanzó, tirándome entre sus piernas.

Por un momento, nos abrazamos. Sus manos acunaban mi cabeza mientras mis dedos se posaban en la piel caliente de su cuello.

Después de lo que pareció una eternidad, apartó mi pelo del cuello, dejando mi oído al descubierto.

Bajando la cabeza, sus labios rozaron la delicada piel del lóbulo de mi oreja mientras susurraba a mi oído—: Gracias por soportarme todos

estos años. No habría sobrevivido a toda esta mierda loca sin ti.

Sus manos vagaban por mis costillas, deteniéndose en mis caderas. Sus labios se alejaron, abandonando mi oído.

Agarré su cabeza. Al girar su cara hacia mí, bajé mis labios a los suyos. —Te amo, Ryder —susurré contra su boca.

Un gemido fue su respuesta cuando mis labios se abrieron bajo los suyos.

Estábamos solos. Ahora era el momento de decirle lo del bebé. Pero no pude. Acababan de decirle que toda su vida era una mentira, que había sido adoptado. Contarle que iba a ser padre un poco más tarde parecía

muy pronto. Dime lo que quieras, pero no podía pronunciar las palabras.

Su mano se deslizó bajo mi camisa, tocando mi cadera desnuda. Él

podría estar herido y yo podría estar escondiendo mi embarazo, pero lo quería. Nada habría detenido eso.

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Movía su mano a mi abdomen cuando la puerta se abrió de nuevo,

deteniéndolo.

Arranqué mis labios de los suyos. ¿Todo el mundo se había olvidado

de cómo tocar?

—Mierda. Estoy ocupado, Gavin —dijo Ryder, sacando su mano de mi camisa cuando vio a su hermano de pie en el umbral.

—Bueno, diablos. Mira quién se ha levantado de la tumba —bromeó Gavin al tiempo que entraba en la habitación—. El todopoderoso Ryder.

Traté de alejarme y dejar que los dos hermanos reconectaran, pero Ryder me mantuvo a su lado, negándose a dejarme ir.

—¿Cómo estás? —preguntó Gavin, parado en el borde de la cama. Poniendo su mano sobre el hombro de su hermano, le dio una buena y firme palmadita.

—He estado mejor, hermano, ¿o debo decir primo? —dijo Ryder, en voz baja.

—¿Así que mamá te dijo? —preguntó Gavin, borrando su sonrisa.

—Sí. Una mierda, ¿no?

—Sí. —Se rascó la barbilla barbuda, pareciendo desconcertado. Puso las manos en los bolsillos traseros y se aclaró la garganta—. Me lo dijo

hace unos días. Pero toda esa mierda no importa. Seguimos siendo hermanos, Ryder.

—Bueno, a mí me importa. ¿Otro secreto que no sepa? —preguntó

Ryder, con ojos penetrantes.

Gavin se frotó la punta de la nariz y me miró. Esperé que dijera las

palabras que le destruirían: Besé a Maddie. Contuve el aliento, rezando para que Ryder no nos odiara al escucharlas. Pero no dijo nada.

Aparté la vista al mismo tiempo que Gavin se movió y centró en sus botas. Ryder nos miraba, pasando los ojos de Gavin a mí.

—¿Qué pasa con ustedes dos? —preguntó, apartando sus manos de

mí—. ¿Qué es lo que no me están diciendo? —La dureza bordeaba su voz y sus ojos se volvieron fríos; una mirada que reconocí muy bien.

—Nada —respondió Gavin, mirándome de nuevo.

—¿Por qué no te creo? —replicó Ryder. Como una criatura que se

camufla para su protección, lo vi ocultar sus emociones, cubriéndolas con ira y rencor. Se estaba alejando de mí, arrastrando una cortina sólida a su alrededor para que nadie pudiera llegar a él.

Encogiéndose, Gavin se giró, pero la culpa se encontraba escrita por toda su cara. A diferencia de su hermano, no podía ocultar sus emociones

tan bien y, por lo general, llevaba su corazón en la manga. Agarró una silla

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de reposo en la esquina de la habitación y la llevó junto a la cama. La

volteó y se sentó a horcajadas sobre ella, frente a Ryder.

—Vayamos a lo importante —dijo, cruzando los brazos sobre el

respaldo—. ¿Qué pasó ahí fuera?

—¿Qué parte quieres oír? La parte donde me dispararon y luego me arrastraron a su agujero del infierno o donde me golpearon y me dejaron

ensangrentado para que las moscas se dieran un festín —preguntó Ryder, sin rodeos.

Toda la sangre se drenó de mi cara. De repente tenía que sentarme, por lo que descendí a una silla. Sabía que Ryder fue golpeado. Su espalda

era un entrecruzado de marcas y cortes, colocado allí por algún látigo o cadena. Grandes moratones se cruzaban con las marcas, con el tamaño perfecto del puño de un hombre. Había sido golpeado, torturado, tirado y

dado por muerto. Era un milagro que siguiera vivo. Pero era horrible oírlo hablar de lo que pasó.

—¿Cuántos soldados se encontraban en el campamento? —preguntó Gavin, sonando como si estuviera en una interrogación militar.

Se encogió de hombros. —No lo sé. Si tuviera que adivinar, diría que un centenar, pero iban y venían, así que no puedo estar seguro.

—¿Cuántos prisioneros?

—¿Cincuenta? ¿Sesenta? Me encontraba inconsciente la mayor parte del tiempo, así que no tengo idea —contestó Ryder.

—¿Armas?

—Todo lo que puedas imaginar. Ametralladoras, granadas, bazucas.

También tenían generadores. Uno con la maldita energía suficiente para iluminar un edificio.

—¿Qué pasa…?

—Oye, Gavin, por qué no te digo simplemente el infierno que pasé. Si vas a hacerme un puñado de malditas preguntas, estaremos aquí toda la

noche. —Me miró, bajando la vista a mis labios—. Y tengo que hacer cosas más importantes.

—Entonces escúpelo —dijo Gavin, endureciendo su voz al nivel con la de Ryder—. Y voy a dejar que vuelvas a tus cosas.

Le lanzó una mirada de disgusto. —¿Quieres saber lo que pasó? El

infierno fue lo que pasó. Me golpearon al menos dos veces al día con todo lo que podían tener a mano. Alambres, tubos, cadenas. No les importaba.

Me dieron pan lleno de gusanos y agua que parecía orina. Olía muy mal. —Se pasó una mano de la nuca a la parte delantera, y el movimiento me

recordó a alguien nervioso e incómodo con la conversación—. Trataron con algún tipo de mierda de tortura mental, como algo salido de una maldita

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película. Y demonios, funcionó. Tenía miedo de dormir. Las pesadillas eran

demasiado horribles. No puedo asegurar que ya se hayan ido.

Me moví en el asiento, sintiendo la angustia al recordar todas las

noches que se despertaba gritando y agitándose como si luchara contra alguien. Pensé que era debido a la fiebre que hacía estragos a su cuerpo, pero ahora sabía que era las pesadillas que lo atormentaban.

Ryder se pasó una mano por el pelo, después a su barba, luciendo incómodo por hablar de esto.

—¿Qué es esto en mi cara? —preguntó, rascándose la mejilla—. Esta mierda pica. Necesito una navaja.

—Más tarde. Necesitamos los detalles antes de que más bastardos aparezcan aquí —dijo Gavin, cada vez más impaciente.

Sosteniendo su lado lesionado, Ryder se enderezó y todo su humor

desapareció. —¿Mas? ¿Qué diablos pasó mientras estuve inconsciente?

—¿No te acuerdas?

—No recuerdo una mierda —admitió, notablemente molesto—. Todo lo que sé es que me dispararon y llegué a casa arrastrándome. Lo último

que recuerdo es ver a Maddie. ¿Me dices que aquí pasó algo mientras me encontraba en la cama como un inválido?

—Cálmate. Vas a tirar de los puntos si te exaltas —se quejó Gavin.

Él puso las manos en sus hombros y me echó un vistazo.

—Hace unos días, diablos, tal vez más, uno de ellos vino a buscarte.

Encontraron a Maddie —dijo.

—Maldita sea —murmuró Ryder, girando los ojos hacia mí—. ¿Estás

bien?

—Estoy en una pieza así que sí, estoy bien —le respondí, sintiendo el enrojecimiento arrastrarse hasta mi cuello mientras me evaluaba con sus

ojos.

Empezó a decir algo más, pero Gavin lo interrumpió. —De algún

modo, saliste y disparaste unos tiros. Pusiste una bala en el hombro del hombre, pero se fue. No pudimos encontrar ni un pelo de él. Ni una

maldita huella.

—Son unos hijos de puta astutos —dijo Ryder.

—Entonces, ¿qué es lo que quieren? —preguntó Gavin.

Vi como trabajaba la mente de Ryder. Sus ojos se quedaron en mí un segundo más antes de responderle a Gavin. —Quieren matarme. Colgarme

por lo que hice —dijo, sombríamente.

—¿Qué hiciste? —preguntó.

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La dureza estuvo de nuevo en sus ojos, uniéndose con la frialdad. —

Maté a su maldito líder.

—¡Oh, mierda! —dijo Gavin entre dientes; su cuerpo desinflándose.

—Creyeron que había muerto y me iban a enterrar a un lado de la prisión. Una vez que cruzamos la maldita valla que rodeaba el lugar, maté al hijo de puta. Se acercó lo suficiente como para poder sacarle el arma y

dispararle en el pecho. En el caos me escapé, pero no sin una bala como regalo de despedida. —Respiró hondo y soltó el aire en un silbido—. Van a

volver. Es solo cuestión de tiempo. Armé un alboroto y ahora van en busca de sangre.

Gavin se pellizcó el puente de la nariz, luciendo exhausto. —Vamos a tener una pelea pronto.

—Ya la tenemos. En el momento en que puse un pie cerca de su

campamento, nos dibujé una diana en la espalda. Y ahora los he llevado directamente a Maddie —dijo, odiándose a sí mismo—. Los puse a todos en

peligro.

—No si tengo algo que decir al respecto —declaró Gavin—. Vamos a

refugiarnos y luchar.

Traté de escuchar mientras hablaban de estrategia, pero no podía mantener los ojos abiertos. Ya casi me dormía cuando la voz profunda de

Ryder retumbó por toda la habitación.

—Gracias por mantenerla a salvo.

—Te dije que lo haría —respondió Gavin.

Mantuve los ojos cerrados, vagando entre ese lugar del sueño y la

vigilia.

—Si algo le pasaba —dijo Ryder en voz baja—, podría haberte roto en dos con mis propias manos.

—No pasó nada. Ella está bien.

—Pero si no lo estuviera, si estuviera herida o peor... demonios, no

puedo ni siquiera pensar en ello. Pelearé con cada maldito terrorista para protegerla. Ella es...

—La amas, lo entiendo —refunfuñó Gavin.

—Significa más para mí que solo alguien que amo. Mucho más.

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Algo empujó el costado de mi cuerpo. Me acurruqué más debajo de

las sábanas, más cerca de la calidez a mi lado. Mi barbilla y nariz estaban entumecidas del frío. Coloqué las piernas más cerca de mi pecho y envolví

los brazos alrededor de mi cintura, sintiéndome contenta y en paz. En el fondo de mi mente, me preguntaba quién me había puesto en la cama, pero no importaba. Me sentía más cálida bajo las sábanas que en la silla

así que no iba a quejarme.

Alguien me empujó de nuevo, pero esta vez fue más fuerte. Abrí los

ojos pero la habitación se encontraba en oscuridad total.

¿Qué está pasando?

Notando a alguien detrás de mí, empecé a darme la vuelta cuando de repente un puño voló por el aire, golpeándome en el brazo.

Grité y me deslicé hasta el borde de la cama. La frialdad se apoderó

de mí, haciendo que la habitación pareciera más un cuarto de refrigeración que un dormitorio. Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad rápidamente.

Vi la silueta de una persona tumbada a mi lado, gimiendo y agitándose, pateando las sábanas.

—¿Ryder? —Me acerqué, tocándole el brazo.

Él se estremeció, moviendo la cabeza hacia atrás y hacia adelante en la almohada. —¡Nooooo! —gritó con los ojos cerrados, alejándose de mí.

—Ryder —dije más fuerte, sacudiéndolo. Me estaba asustaba. Pateó, pasando sus piernas muy cerca de mis pies. Su gran puño giró en el aire,

casi golpeándome en la cabeza.

La luz de la luna iluminó la blancura del vendaje que rodeaba su

cintura. ¡Si no lo despierto, van a soltarse las suturas! Haciendo caso omiso de la amenaza hacia mí, me puse de rodillas. Arrastrándome más cerca,

traté de agarrar sus brazos y detenerlo, pero luchó, peleando contra mí.

—¡Ryder!, ¡despierta! —grité, tratando de despertarlo.

Gruñó, con los ojos aún fuertemente cerrados. —Intenta matarme,

cabrón —rugió.

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De repente, sus ojos se abrieron de golpe, pero seguían aturdidos,

nublados. Vi el frío sudor en su frente, pero sentí el calor emanando de su cuerpo.

Le volvió la fiebre.

Con otro gruñido, agarró mis muñecas con una mano y me volcó sobre mi espalda, rodando encima de mí. Respirando con dificultad, me

miró, sujetándome por debajo de él. Recordé sus palabras de antes, al describir las pesadillas que seguía teniendo. Entonces supe que no estaba

viéndome a mí, sino a la pesadilla que lo torturaba.

—Ryder, soy yo. Maddie —dije con voz temblorosa, suplicando que

se despertara. Traté de mover las muñecas de sus manos pero tenía un firme control sobre mí.

Sus ojos no reconocían nada. No me reconocía. No había estado de

insomnio. Solo la fiebre y el delirio.

Transfiriendo mis muñecas a una mano, deslizó lentamente la otra

por mi brazo. Su toque era áspero, sus dedos violentos.

Respiraba con fuerza, todavía acostada debajo de él. Tenía miedo de

moverme, de asustarlo más.

—¿Ryder? —Esperaba que el sonido de mi voz lo despertara. Parecía calmarlo. ¿Por qué ahora no?

Sus dedos rozaron mi clavícula, moviéndose lentamente hacia arriba.

—Ryder, despierta —le dije, moviéndome debajo de él.

Un gruñido brotó de su garganta mientras sus dedos se extendían

alrededor de mi cuello, envolviéndolos fácilmente alrededor de mi garganta con una sola mano. Comencé a sentir un poco más de presión a medida que sus dedos se clavaron en mi cuello. Envolví los dedos alrededor de sus

muñecas y traté de apartarlo, pero él era fuerte, demasiado para mí.

Grité. Era lo único que supe hacer. Esta persona encima de mí no

era Ryder, sino un extraño. Un hombre atormentado por demonios de lo que había visto y hecho.

Cerré los ojos, porque no quería que sucediera esto. No quería verlo así. Sentirlo tocándome así. Yo lo amaba. La violencia de la guerra no iba a interponerse entre nosotros y quitarme al hombre que conocía.

—Ryder, detente. —Me atraganté, temiendo que apretara más sus dedos. Él solo gruñó, mientras su cuerpo ardía de fiebre.

Grité por ayuda e inmediatamente escuché el correr de unos pies en el pasillo. Un segundo más tarde, la puerta del dormitorio se abrió con

fuerza, golpeando la pared.

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—¡Qué demonios! —gritó Cash, corriendo dentro. Gavin y Brody lo

siguieron de cerca, dispuestos a luchar contra la amenaza imprevista. En cuestión de segundos, Cash lo sacó de encima, arrojándolo al otro lado de

la cama.

Me senté, mirando con temor como sostenía a Ryder, prácticamente sentado encima de él.

—¿Qué pasa? —gritó Gavin, balanceando su linterna y alumbrando sobre la cama.

—¡Le volvió la fiebre! —le dije, poniéndome de rodillas mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas—. ¡Ayúdalo!

Ryder movía los puños, golpeándole a Cash a un costado de la cabeza. Cuando él fue arrojado a un lado, Brody saltó encima de Ryder, sujetándolo antes de que pudiera escapar.

Gavin se unió a la pelea, gritando—: ¡Sal de aquí, Maddie!

Mis ojos parpadearon hacia Ryder, vacilante a dejarlo. Su mandíbula

se veía dura y el dolor palideció su cara. Pero fue el vacío en sus ojos lo que me asustó. Continuaba perdido en su pesadilla, luchando contra las

fuerzas invisibles.

—¡Maddie, vete! —gritó Gavin, en tanto su cabello oscuro caía en sus ojos.

Me puse al lado de la cama, enredada entre las sabanas por un segundo. Mis piernas temblaban, casi negándose a mantenerme en pie.

—¡Sujétalo, Brody! —gritó Gavin cuando Ryder comenzó golpear de un lado a otro, gritando acerca de matar a alguien y escapar.

Sin ser capaz de ver más, salí de la habitación. Sus gritos hicieron eco detrás de mí. Llenándome de dolor, desgarrando mis entrañas. En el pasillo, pasé a Janice. Vestida con pijamas de franela, una chaqueta

gruesa y un gorro de lana, corrió junto a mí.

—¿Ryder? —preguntó, sin aliento.

Asentí, aturdida y petrificada en el pasillo oscuro. No presté atención a Roger cuando pasó cerca de mí. Me obligué a pronunciar las palabras

cuando Eva se detuvo frente a mí, exigiendo saber si estaba bien.

Apoyándome contra la pared, puse una mano sobre mi estómago, sintiendo la ligera redondez. La oscuridad de la casa me tragó y me dejó

fría y sola. Bloqueé los ruidos provenientes de la habitación, los sonidos de la lucha. Sonidos de pesadillas y dolor. Cerré los ojos, obligándome a

tomar respiraciones profundas por la nariz.

—Está bien —le susurré, a mi bebé y a mí—. Vas a estar bien. Él va

a estar bien.

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Solo esperaba que fuera cierto.

***

Una hora más tarde, alguien me sacudía el hombro, en un intento de despertarme. Me obligué a abrir los ojos.

Se encontraba sentado a mi lado en el sofá, luciendo alto y ancho de hombros en la oscuridad de la habitación. De alguna manera, sabía que

no era Ryder. Mi cuerpo no tarareaba y mi corazón no revoloteaba como lo hacía ante su cercanía.

—¿Estás bien? —preguntó Gavin, observándome en la oscuridad de la sala.

Me senté, metiendo los pies debajo de mí y quitando mi cabello de

los ojos.

—Sip —respondí y llevé la mano a la garganta, para tocar la piel

sensible allí.

—¿Estás segura? ¿Dejó moretones? —preguntó, al ver que me froté

la piel.

—No. Él puso su mano alrededor de mi garganta, pero no me hizo daño. Era como si algo le impidiera apretar demasiado.

Apoyando los codos sobre las rodillas, Gavin soltó un profundo suspiro, sonando cansado. —Le volvió la fiebre.

—¿Se abrió las suturas? —pregunté.

—No.

—Fue una de las pesadillas —le dije, necesitando tranquilizarnos a los dos.

—Lo sé. Mamá y yo hablamos… Creemos que tiene trastorno de

estrés postraumático, Maddie. Tiene todos los síntomas clásicos. Las pesadillas, ver cosas que no están allí. ¿Recuerdas cómo estaba Eva al

volver? Bueno, piensa en la mala actitud normal de Ryder y añádele el ser golpeado y pasar hambre durante semanas. Podría romper a cualquiera.

Incluso a Ryder.

—Tal vez es solo por la fiebre. Estaba muy bien esta tarde. Incluso después de enterarse de su adopción, parecía estar bien —le dije.

—No lo estaba. Cuando te quedaste dormida, él… bueno, se volvió loco. Papá entró a la casa y cerró la puerta. Supongo que el ruido provocó

algo. Ryder enloqueció, diciendo que alguien le disparó. Tenía una mirada salvaje. Nunca lo había visto así, Maddie —dijo Gavin, claramente molesto.

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Ryder siempre había sido fuerte, el que salvaba a los demás. Verlo

así era difícil, casi imposible de soportar. ¿Dónde se hallaba el hombre que amenazaba con hacerle daño a cualquiera que me miraba mal? ¿El que no

conocía el miedo?

—Ya he hablado con papá acerca de los veteranos que regresan de la guerra con trastorno de estrés postraumático. Parece igual. Se asustan por

un ruido fuerte. Las pesadillas. Puede que él no sea un soldado, pero fue a la guerra.

—Y sigue allí —añadí.

Afuera, el viento soplaba, haciendo vibrar las ventanas. Parecía solo,

con ganas de entrar. Saqué mis pies de debajo de mi cuerpo y me levanté, sabiendo donde debería estar ahora.

—¿A dónde vas? —preguntó Gavin, mirándome.

—Vuelvo a la cama —le contesté, caminando delante de él.

Gavin se levantó de un salto, siguiéndome a través de la habitación.

—No creo que sea seguro.

—No va a hacerme daño, Gavin.

—Pero no es él mismo.

Me di la vuelta para enfrentarlo. —Ryder puede ser frío y duro, pero nunca me haría daño. No voy a dejarlo solo. Voy a dormir en la silla si es

necesario, pero no voy a renunciar a él.

—Solo dale tiempo, Maddie.

Eso era fácil, porque tenía todo el tiempo del mundo.

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La fiebre persistió y las pesadillas también. Insistí en que se debían

a la fiebre que hacía estragos en su cuerpo. Gavin insistió en que era el trastorno de estrés postraumático. No coincidíamos. Pero no le dijimos a

Ryder. Si él supiera que me atacó esa noche... bueno... tenía miedo de lo que le haría eso.

Dos días más tarde, sacrificamos otra vaca. Era un trabajo sucio y

asqueroso, pero tuvimos suficiente carne para aguantar todo el invierno. Dos vacas lecheras recorrían los campos, rumiando suavemente durante el

día y quedándose en el corral por la noche.

Envasamos lo último de la carne, escondiendo un poco en la salita

bajo el suelo del establo. El resto fue escondida en el granero, donde se mantendría fría durante el invierno.

Desde temprano en la mañana, había trabajado afuera, manteniendo

el fuego lo suficientemente caliente como para hervir los frascos de vidrio, enrojeciendo mis manos y quemando mis dedos. Cerca del atardecer, por

fin me arrastraba hasta la casa, un paso a la vez. Abrí la puerta de atrás y me apoyé contra el marco, tratando de encontrar la energía suficiente para

entrar. Descansé mi cabeza contra la pintura desconchada de la puerta y cerré los ojos, dejando que la oscuridad se deslizara por los bordes de mi visión. Podría dormir de pie, pensé. Sería mucho más fácil que caminar por

el pasillo.

Los sonidos de actividad en la casa me hicieron abrir los ojos,

volviendo a la conciencia. Me aparté de la puerta, cuando un bostezo se abrió paso entre mis labios. Arrastrándome por el pasillo, me sentí como si

fuera sonámbula. Al girar la esquina, me dio la bienvenida un dormitorio oscuro.

La cama se encontraba vacía. Me sentía demasiado cansada como para preocuparme por la ubicación de Ryder, y sin pensarlo dos veces, me metí en la cama, con ropa y todo. En cuestión de minutos, me quedé

dormida.

Desperté mas tarde en una habitación fría. Frotándome los ojos, me

estiré debajo de las mantas, preguntándome cuánto tiempo había estado dormida. De acuerdo a la oscuridad de afuera, me perdí la cena. De nuevo.

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Por tercera vez esta semana, pero me sentía demasiado cansada para

comer. Después de conservar carne durante todo el día, no me apetecía la idea de comer.

El bebé eligió ese momento para patear mi costado, tomándome por sorpresa. Con una mano, hice pequeños movimientos circulares sobre mi estómago, sintiendo el movimiento del bebé profundo dentro de mí. Debo

decirle a Ryder. Todavía me sentía nerviosa por decirle después de todo lo que pasó: La tortura, la lucha por llegar a casa, las pesadillas, la verdad

detrás de su nacimiento. Pero él necesitaba saberlo. Llegó el momento.

En algún lugar de la casa, se cerró una puerta. Voces murmuraron.

Sentándome, tiré mi largo cabello oscuro detrás del hombro, deseando haberlo trenzado para mantenerlo fuera del camino.

Saqué los cobertores de mis piernas y bajé de la cama. Necesitaba quitarme la ropa maloliente, conseguir algo de comida y encontrar a Ryder.

Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad de la habitación, pero la

falta de luz de luna dificultaba la visión. Encendí una vela pequeña junto a la cama, inundando la habitación con suave luz amarilla. Cruzando hasta

el armario de Ryder, agarré una camisa nueva, porque ya no quería oler como ganado.

Me desabroché la camisa y la tiré al suelo. Solo con mi sujetador, me quedé de espaldas a la puerta cerrada del dormitorio. Mis dedos pararon en mi estómago, sintiendo la apenas redondez bajo mis manos. Se sentía

tibio, pero mis manos estaban frías, filtrando el frío en mi piel. Acunando mi abdomen con ambas manos, me quedé sola en el dormitorio, mientras

mi mente se remontaba al día en que creo que nuestro bebé podría haber sido concebido. La noche que entramos a esa casa de camino a nuestro

hogar, en busca de refugio.

Seguía allí de pie, recordando, cuando la puerta del dormitorio se abrió. Girándome, dejé escapar un gritito. Había un hombre en la puerta,

alguien a quien casi no reconocí.

Era alto, con un cuerpo sólido. Hermoso. La vela parpadeaba sobre

él, dándole un aspecto crudo y peligroso. Atrás quedó la barba espesa. Su mandíbula y mejillas se veían suaves, pidiendo ser tocadas. Mis dolían los

dedos por querer deslizarse por la piel bien afeitada. Tenía el pelo húmedo por el baño reciente, peinado y luciendo perfecto. Sus pómulos lucían prominentes por su pérdida de peso, y sus ojos parecían más azules, más

sorprendentes. Más penetrantes.

Un calor puro me devolvió la mirada, haciendo que mi corazón se

detuviera y el aliento se me atascara.

Oh. Dios.

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No podía apartar la mirada. Un pensamiento pasó por mi mente. Lo necesito.

Sus ojos se movieron lentamente sobre mí, centímetro a centímetro,

tomándose su tiempo. Mis nervios ardieron a la vida mientras su mirada viajaba por mi pecho, demorándose en mi sujetador antes de viajar más

abajo.

—¿Qué diablos? —Miró mi estómago con incredulidad, encontrando mis ojos una vez antes de bajar la vista. No parecía muy feliz con lo que

vio.

Me di la vuelta, temblando de repente. ¡Así no! ¡No debía saberlo de

esta manera! Alcanzando su camisa, me apresuré a meter los brazos por las mangas, frenética por cubrirme.

Miré por encima del hombro y me apresuré a abotonarme la camisa. Ryder entró cojeando a la habitación, sosteniendo el lado de su cuerpo y

caminando directamente hacia mí como un hombre con una misión.

—Ryder, escúchame... —comencé, abrochando el último botón.

Me agarró del brazo y me hizo girar. Un ceño cruzó su perfectamente

lisa cara. Sus cejas se juntaron sobre su mirada dura. Soltando mi brazo, sus dedos empezaron a desabrochar mi camisa; sus manos trabajaban tan

rápido como era posible.

—¿Qué haces, Ryder? —pregunté con una voz temblorosa, dando un

paso atrás.

No contestó, pero me agarró la muñeca, jalándome hacia él. Sus ojos fijos en los míos me enviaban un mensaje silencioso de estar quieta y en

silencio. Normalmente no le hacía caso, pero esta vez lo hice.

Volviendo a los botones, sus grandes manos hicieron un trabajo

rápido con las pequeñas y redondas piezas de plástico.

—Ryder, detente —supliqué, apartándole las manos.

—Maddie —advirtió, apartando mis manos del camino—. Quédate quieta.

Sus dedos volvieron a los últimos botoncitos que mantenían unida

mi camisa.

Mi corazón latía con tanta fuerza, que tenía miedo de que pudiera

oírlo. Di un paso hacia atrás. Mi trasero golpeó la cama, atrapándome entre el colchón y el cuerpo duro de Ryder. Extendiendo sus piernas a

cada lado de mí, me mantuvo prisionera. Sus manos trabajaron en los últimos botones. Con tres giros más de sus dedos, la camisa quedó desabrochada.

Sus ojos se movieron hasta mi cintura mientras jalaba los bordes de la camisa. Cerré los ojos, apretándolos fuerte, temiendo ver la expresión de

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su cara cuando descubriera el embarazo. Va a estar enojado. Va a estar enojado. La oración no dejaba de reproducirse en mi mente, recordándome la clase de hombre que fue una vez. Prostituto. Mujeriego. ¿Pero padre?

Ryder Delaney no era hombre de familia o bebés. Él solo era… mío.

Ryder contuvo el aliento y sus manos se pusieron rígidas mientras

sostenía mi camisa. Abriendo los ojos, observé sorprendida cuando sus manos empezaron a temblar. Tragó saliva una vez. Luego dos. Casi podía sentir la tensión saliendo de él.

De repente, se puso de rodillas delante de mí.

El tiempo se detuvo. Se me cortó la respiración y mi corazón se

agitó.

La luz de la vela parpadeaba sobre su rostro mientras sus ojos

recorrían mi abdomen. Lentamente, como si tuviera miedo de tocarme, puso una mano contra mi estómago. Sus dedos me atravesaron, cubriendo mi abdomen completamente.

Me derretí. No había otra palabra para eso. Mi mejor amigo se hallaba de rodillas delante de mí, con la mano sobre su bebé. Nuestro

bebé.

—¿Maddie? —dijo con voz ronca mientras me miraba a los ojos.

—Estoy embarazada de cuatro meses.

Abrió la boca, pero no salió ninguna palabra. Lo vi tragar otra vez, su fuerte garganta trabajando para dejar salir algún sonido.

—Un bebé. Vamos a tener un bebé —dijo asombrado, deslizando la mirada hacia mi abdomen.

—Iba a decírtelo cuando regresaras a casa, pero entonces no regresaste y cuando lo hiciste estabas herido. Y luego, con la noticia acerca

de tu madre biológica...

—¿Cómo te sientes? —preguntó, cortando mis divagaciones. Movió la mano más abajo, debajo de mi ombligo—. Si algo te sucede…

—Detente —dije, poniendo mi mano sobre la suya—. Estoy bien.

—Eres demasiado pequeña. Demonios, ¿qué pasa si no puedes... —

Se puso de pie, rozando su cuerpo con el mío—. Maldita sea, no puedo ni pensarlo. No quiero, porque asusta demasiado.

—Yo también tengo miedo —admití.

Sus ojos ardían en los míos, viéndolo todo, queriéndolo todo.

—No voy a dejar que te pase nada, Maddie —susurró—. Si tengo que

luchar con cada maldita persona en este país para llegar a un hospital, lo haré. Nada te apartará de mí. —Sin esperar un segundo más, bajó la

cabeza.

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Dejé escapar un gemido cuando su boca tocó la mía. Eso era lo que necesitaba. Al igual que un trago de agua fría, él me aplacaba, y me daba lo que yo quería.

Acercándose más, sus labios tomaron el control, sosteniendo mi cuerpo contra el suyo en el borde de la cama. Puse mis manos alrededor

de su cuello, enredando los dedos en su pelo mojado y jalándolo hacia mí. Inclinó la cabeza y profundizó el beso, volviéndose más urgente. Su lengua arremetió, tocando mi labio inferior antes de zambullirse en mi boca.

Gemí, agarrando su camisa y aferrándome a él para salvar mi vida.

—Sabes maravilloso —dijo en torno a mi boca. Capturó mi labio

inferior entre sus dientes y luego lo liberó, deslizando sus labios por mi mandíbula. Bajo mi camisa, sus manos rozaron mi caja torácica.

—Cada centímetro de tu piel es mío, Maddie. Para saborear. Para lamer. —La punta de su lengua tocó la piel suave y sensible de mi cuello, enviando un escalofrío a través de mí—. Para tener.

—Entonces tómame —dije, entrelazando mis manos entre su pelo húmedo, sintiendo las hebras enredarse en mis dedos.

Sacó mi camisa desabrochada. Su boca fue a la piel expuesta de mi hombro, tocando el área con sus labios.

—Dios, Maddie, te deseo —dijo; su aliento rozaba mi piel.

—Tal vez no deberíamos hacer esto. Estás herido —dije, forzando las palabras, deseando no tener que decirlas.

—Voy a sobrevivir. Diablos, me sacaré estos puntos yo mismo si eso significa que puedo estar dentro de ti —dijo. Llevó la mano a la cima de

mis vaqueros, bajando el cierre y sacándolos en un solo movimiento.

Las puntas de sus dedos se detuvieron en la parte superior de mi

ropa interior, dejando un rastro de calor. —Esto es muy sexy —dijo, con una voz profunda—. Llevabas solo mi camisa y este pequeño pedazo de encaje. Tan jodidamente sexy.

—Ummm —murmuré, perdida en la sensación de la provocación de sus dedos.

Movió los labios para besar la piel debajo de mi oreja. —Pero se interponen en mi camino. Ese es un problema —susurró, empujando mis

bragas por mis piernas dolorosamente lento.

Di un grito ahogado, agarrando sus hombros, cuando su mano fue a mi trasero. Sus dedos apretaron, sus huellas invisibles grabadas a fuego

en mí para siempre. Marcándome como suya.

Le agarré la nuca y traje su boca a la mía. Abriendo mis labios,

deslicé mi lengua para pasarla a través de su labio inferior.

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—Haz eso otra vez y voy a explotar —gruñó.

Así que lo hice de nuevo.

Con un gemido, abrió su boca, aceptando mi lengua. Enhebrado sus

dedos en mi pelo, me sostuvo fuertemente, haciendo lo que quería conmigo.

—Mi turno para volverte loca —dijo. Sus dedos fueron entre mis

piernas, buscando por... ¡Oh, sí! Jadeé. Sus dedos eran... oh mierda, ¡eran mágicos!

Hundió un dedo dentro de mí, luego dos. Su mano agarró mi cabello, manteniéndome inmóvil cuando empecé a moverme y retorcerme.

Necesitaba... quería... OhDiosmío.

No podía pensar con claridad. Cuando sus dedos se retiraron para

acariciarme, me destrozó. Mi mundo explotó. Luces brillantes aparecieron detrás de mis párpados cerrados.

Sus labios cubrieron mis gritos pero sus dedos no se detuvieron. Se

deslizaron de nuevo en mí, yendo más profundo.

—Ryder —jadeé, retirando mi boca de la de él, necesitando que se

detuviera, esperando que no lo hiciera.

Usando el puño envuelto en mi pelo, tiró mi boca de nuevo a la suya.

—Estás tan estrecha y mojada —dijo él, moviendo su boca a lo largo de mi mandíbula.

Yo quería responder, pero no podía. No era más que una maraña de

terminaciones nerviosas, pulsando por todas partes. Desesperada por ser tocada, anhelando ser satisfecha.

—Quítate el sostén —exigió, mordiendo mi cuello.

Lo hice. Rápidamente.

Bajó la cabeza, su aliento caliente rozó mi piel mientras viajaba por mi cuerpo. Con los dedos de una mano dentro de mí, su otra mano apretó mi pecho, mientras su boca se cerraba alrededor de todo mi pezón.

Agarrando su pelo, me aferré a él mientras su lengua se movía sobre mi pezón, enviándome oleadas de electricidad. Grité cuando sus dientes

me pellizcaron; suave un instante, áspero al siguiente. Lamió y chupó al tiempo que sus dedos se deslizaban dentro y fuera de mí. Solo sus manos

y la cama detrás de mí me mantenían de pie.

Justo cuando pensé que me iba a romper, su boca y dedos dejaron mi cuerpo. Tejiendo sus dedos por mi pelo, su boca capturó la mía de

nuevo.

—Estoy tratando de controlarme, pero no puedo. Me vuelves loco,

Maddie. Tan malditamente loco —dijo contra mis labios.

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—Muéstrame.

Gimió ante mis palabras y tomó mi boca de nuevo. Sus labios se volvieron exigentes, frenéticos por poseerme. Su mano se movió hacia

abajo para agarrar mi trasero desnudo y pellizcar en mi piel.

—Cama. Ahora —demandó.

No lo dudé. En menos de un segundo, me encontraba arrodillada en

medio de la cama, mirándolo arrastrase hacia mí. Sus ojos ardían, recorriendo mi cuerpo con hambre cruda.

Sus manos fueron a mi pelo, esta vez suave. Sin puños en mi cabello. En su lugar, tocó las puntas apoyadas contra mi pecho. Su palma

rozó mi seno mientras acariciaba las puntas lisas. Me estremecí, y extendí la mano para sacarle los botones de la camisa, necesitando sentirlo.

Siguió tocándome por todas partes, como si estuviera tratando de

memorizar cada centímetro de mí. Pero cuando me tocó la garganta, un ceño fruncido cruzó su rostro y curvó los labios hacia abajo, como si

estuviera tratando de recordar algo.

Temiendo que sus recuerdos arruinaran el momento, trabajé con

rapidez en los botones de la camisa, frenética por conseguir deshacerlos. Cuando el último fue puesto en libertad, saqué del camino el material.

Se quitó la camisa mientras sus ojos caían hacia mis pechos. La luz

de las velas lanzó un suave resplandor sobre su cuerpo, resaltando los músculos que seguían allí. Moretones amarillentos todavía marcaban su

torso, arruinando el tono perfecto de su piel.

Con mi mano, seguí el corte y la curva de cada músculo del pecho.

Su piel se sentía suave. Lamible. Inclinándome, toqué con mis labios su pectoral. Él gimió y agarró mis caderas, clavándose sus dedos en mí.

Mi lengua tocó su piel caliente mientras deslizaba mi mano por su

espalda. Las puntas de mis dedos rozaron las marcas de latigazos y cortes.

Cuando su mano se movió bruscamente, agarrando mi muñeca,

grité. No con dolor, pero sí con sorpresa. Había estado tan envuelta en la sensación de su piel que no presté atención a la rigidez repentina de su

cuerpo.

Sus dedos se cerraron alrededor de los delgados huesos de mis muñecas. Sus ojos eran claros, vacíos de la altísima fiebre que lo persiguió

durante días o la desilusión que lo molestaba por la noche. La frialdad me devolvía la mirada. Era capaz de hacer estremecer a los hombres más

grandes, pero no a mí.

—¿Ryder? —dije en voz baja, necesitando que viniera de nuevo a mí.

El hombre que no era frío y duro.

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Cerrando los ojos, apretó los dientes, luchando contra algo que yo no

podía ver. Sus dedos se aflojaron en mi muñeca, pero no me soltó. Sus ojos se abrieron, toda la frialdad desaparecida. Vi como bajaban de nuevo

hasta mis pechos desnudos, con hambre en su mirada.

—Ryder, no creo que debamos...

Sin previo aviso, me jaló hacia él, cortando la frase. Los músculos

duros de su pecho presionaron contra mis senos, dejando más duros mis pezones.

Su boca tomó la mía de nuevo, haciéndome olvidarme de todo. Su lengua se deslizó dentro de mi boca mientras bajaba la cremallera de sus

vaqueros.

Separándose, tiró de sus pantalones y los arrojó al suelo. Con impaciencia, me alzó, llevándome a su regazo.

Envolví las piernas alrededor de su cintura y me senté a horcajadas. Mis brazos le rodearon el cuello cuando se reajustó debajo de mí,

presionándome con su longitud. Gemí, ya que la fricción enviaba ondas de choque a través de mi cuerpo.

Acunando un pecho, se inclinó para tomarlo en su boca. Jadeé y agarré su cuello con fuerza mientras tiraba de mi pezón con los dientes. Una dureza empujó entre mis piernas. Burlándose de mí. Rogando estar

donde yo quería que estuviera.

Me encontraba jadeando al momento en que su boca dejó mi pecho.

Traté de tirar de sus labios de nuevo hacia mi pezón, pero se resistió.

—De rodillas —ordenó, con las manos alrededor de mi caja torácica.

Obedecí, llevando mis rodillas a ambos lados de él. Eso puso mis pechos justo en línea con su boca. Hombre inteligente.

Sus manos me sostenían cautiva cuando sus ojos cayeron a mi

estómago. —No quiero hacerte daño —dijo con voz ronca y llena de preocupación.

—No lo harás.

Eso era todo lo que necesitaba oír.

Su boca se abalanzó, hambriento por saborearme de nuevo. Se me escapó un gritito cuando su lengua se deslizó por mi pezón una y otra vez. Al mismo tiempo, su erección me incitaba, solicitando entrar. Manteniendo

las manos plantadas en mi caja torácica, me bajó, centímetro a centímetro. Llenándome y estirándome más allá de mi límite. Me estremecí,

levantándome solo para hundirme con más fuerza.

—Cristo, Maddie —dijo con voz ronca, hundiendo los dedos mi piel—

. Te sientes tan jodidamente bien.

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Sus manos fueron a mi pelo, agarrando puñados y dejándolo hecho

un revoltijo. Inclinándose, sus dientes pellizcaron mi cuello mientras se deslizaba más profundo en mí.

Mi pulso saltó cuando se retiró, dejando solo una pequeña parte de sí mismo dentro de mí. Traté de descender, pero me sujetó las caderas, tomando el control.

Mientras se deslizaba de nuevo en mí, su voz vibró contra mi cuello—: Voy a tratar de ir lento pero... diablos, puede que no sea capaz de

hacerlo.

—Solo no pares —dije, forzando las palabras a medida que avanzaba

más profundo dentro de mí, enviando vibraciones a través de mi cuerpo. Tan pronto como estuvo enterrado hasta la empuñadura, me levanté lentamente y bajé de nuevo.

Siseó, y el aliento golpeó mi piel, dejando calor y humedad atrás. Sus dedos se clavaron en mi cuerpo mientras sus caderas se levantaban

para encontrarse con las mías.

Gemí cuando chupó uno de mis pezones. Salió y se sumergió en mí

otra vez. Me mordí el labio, casi sacando sangre, cuando se deslizó fuera y luego se introdujo de nuevo.

Desde algún lugar muy dentro, algo se comenzó a construir. Algo

intenso. Algo que podría hacer arder mi piel, convirtiéndola en llamas.

—Ryyyyder —dije, arqueando mi espalda cuando me encontré con

su embestida otra vez.

—Háblame, nena. —Su voz profunda retumbó junto a mi oído.

—Por favor —gemí, necesitando más, pero temiendo no sobrevivir.

—Esto es lo que quería. Sentirte a mi alrededor. —Salió lentamente y luego se hundió de nuevo en mí—. Escucharte rogar. Verte venir mientras

te lleno. Una y otra vez.

Jadeé cuando mordió el lóbulo de mi oreja y me penetró con más

fuerza.

—Quiero escucharte. Quiero oírte gritar mi nombre. Despierta a la

maldita casa, Maddie.

Lo perdí. Cuando su pulgar pellizcó mi pezón y se deslizó dentro otra vez, perdí todo el control. Arqueando mi espalda, le concedí su deseo.

Grité, sin importarme a quién despertaba.

Ryder me agarró la cabeza, llevando mis labios a los suyos. Tragando

mis gritos, continuó tomando mi cuerpo, hundiéndose dentro y fuera de mí con frenesí. Moviéndose más rápido, los músculos de su estómago se

apretaron mientras sus caderas se sacudían contra las mías. Sus dedos se apretaron en mi pelo, sosteniéndome firme al tiempo que aumentaba la

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velocidad de sus caderas. Con cada exigente embestida, dejé escapar un

grito ahogado.

—Una vez más —insistió, extendiendo la mano entre nosotros para

tocarme mientras me movía hacia arriba y hacia abajo.

Grité, sin necesidad de estímulo.

Bombeaba dentro de mí. Más duro. Más rápido. Cerrando los ojos,

clavó los dedos en mis caderas, impulsándome hacia él. Grité cuando él explotó en mi interior.

Enterrando su cara en mi cuello, se quedó quieto, palpitando muy profundo dentro de mí. Un escalofrío recorrió su cuerpo, viajando al mío.

Respirando con dificultad, su pecho subía y bajaba. Podía sentir el rápido latido de su corazón. Coincidía con el ritmo del mío.

Sus labios volvieron a los míos, besándome primero con urgencia,

luego con dulzura.

—Dios, Maddie, nunca he... —Se aclaró la garganta y lo intentó de

nuevo—. Mierda, no puedo pensar contigo. —Me tocó el labio inferior con la yema de su dedo pulgar—. ¿Estás bien?

Sonreí. ¿Él era el que tenía un agujero de bala y se preocupaba por mí? Típico de Ryder.

—Estoy bien. ¿Y tú? —le pregunté, pasando mis dedos por la parte

superior de su vendaje.

Inhalé. —Estoy más que bien. Estoy en casa, dentro de ti, donde

pertenezco.

Me sonrojé, sintiéndose tímida de repente.

—Diablos, Maddie, deja de ruborizarte o podría tomarte de nuevo.

—¿Lo prometes? —pregunté, inclinándome para tocar su mandíbula suave con mis labios.

Sus dedos se apretaron en mi pelo, llevando mi boca de nuevo a la suya. —Te prometeré cualquier cosa si puedo quedarme enterrado en ti —

susurró, rozando sus labios con los míos.

Gemí mientras lamía la esquina de mi boca, enviando un escalofrío a

través de mí.

—Tienes frío —dijo, pasando un brazo sobre la piel de gallina en mi brazo. Retirándose de mí, tomó mi camisa, tirada en el extremo de la

cama. La sostuvo mientras yo metía los brazos a través de los agujeros, envolviéndome en el algodón suave que olía a él.

Me miraba, sin apartar los ojos de mi cuerpo. Empecé a abotonar la camisa, levantando la vista para encontrar su mirada en mi estómago. En

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cuestión de segundos estaba a mi lado otra vez, tirando de mí en su regazo

en el medio de la cama.

Su mano fue a mi abdomen; la suave franela era la única cosa entre

nosotros. Con dedos extendidos, me cubrió completamente. Lo vi tragar saliva mientras la luz de las velas parpadeaba sobre él.

—Dios, un bebé —dijo, con la voz susurrante en el silencio de la

habitación—. No sé qué decir.

—Solo dime que me amas.

—Te amo, Maddie, y te aseguro que sé cómo demostrarlo —dijo, agarrando mi cabeza y llevando mis labios a los suyos.

Y así lo hizo. Sin palabras bonitas ni largas confesiones de amor, me mostró lo mucho que me amaba.

***

Unas horas más tarde, yacía despierta, incapaz de dormir. Mi padre siempre se burlaba de mí ya que cuando tenía algo en mente, nunca lo

dejaba pasar. Supongo que eso era lo que me pasaba ahora.

—¿Estás despierto? —susurré, mirando como el pecho de Ryder se movía arriba y abajo lentamente.

—Sí —dijo, con los ojos cerrados.

Yo jugueteaba con el borde de la sábana. —Sobre el bebé...

Había suficiente luz de la luna en la habitación para ver cómo abría los ojos y me miraba, esperando que continuara.

Tomé una respiración profunda. Exhalando, dejé correr las palabras que había estado aguantando durante tanto tiempo.

—¿En serio estás de acuerdo con esto? Me refiero a ser papá. Sé que

este bebé es una sorpresa y después de todo lo que hemos pasado...

Ryder repentinamente se inclinó sobre mí; sus manos a ambos lados

de mi cuerpo. Aspiré una bocanada de aire, al ver sus labios tan cerca de los míos y recordando lo que podían hacerme. Una de sus manos se movió

bajo las sábanas, corriendo por mi lado. Mi corazón se aceleró, sintiendo sus dedos en mí. Corrieron debajo de mi camisa, encontrando la pequeña curva de mi estómago.

—Maddie, escucha. No soy perfecto, he hecho algunas cosas de mierda en mi vida, pero voy a ser el mejor maldito padre posible —dijo,

acariciando mi piel con la mano—. Puede que mi verdadera madre no me haya querido, pero estoy contento de que se haya dado por vencida. De lo

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contrario, puede que no te hubiera conocido cuando era ese niñito que

necesitaba un amigo. —Bajó la mirada, viendo su mano moverse debajo de las sábanas—. Siempre he dicho que el destino es despreciable, pero esta

vez hizo algo bien. Me trajo al bebé y a ti. Le debo a lo grande.

Sonreí, feliz. Me sorprendí al escuchar a Ryder Delaney siendo tan... dulce. Solo deseaba que la sensación hubiera podido durar más tiempo.

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Truenos retumbaron afuera, despertándome. El frío en la habitación

me hizo tiritar y enroscarme aún más bajo las sábanas. Tiré de la sábana de algodón por encima de mi cabeza, durmiéndome de nuevo.

Pump. El ruido me despertó, haciéndome abrir los ojos. Oí. Pump. Esta vez no era un trueno, sino un sonido proveniente de la habitación.

Ryder se trasladó fuera de la cama, tirando las mantas. Me di la vuelta, preguntándome a dónde iba en medio de la noche.

Se sentó en el borde de la cama, de espaldas a mí. Vi las cicatrices

del látigo, algunas de ellas de color rojo, otras hinchadas. Escuché algo por lo bajo, casi un susurro.

—Pendejos de mierda.

—¿Ryder? —Me senté rápidamente. Mis ojos trataron de ajustarse a

la oscuridad. ¿Había alguien más en la habitación? ¿Alguien al que no podía percibir? Esperé ver a un atacante, alguien viniendo hacia nosotros con un cuchillo, pero no había nadie.

Algo no iba bien. Los hombros de Ryder estaban rígidos, tensos. Los músculos de sus brazos se flexionaron mientras apretaba sus puños.

—Ryder, ¿qué pasa? —le pregunté, asustada.

En respuesta, se puso de pie. Extendió los pies en el suelo y agrupó

con fuerza los músculos. La luz de la luna lo iluminó, destacando cada músculo de su pecho.

Tiré las mantas de mis piernas, siguiéndolo fuera de la cama. Está

teniendo otro sueño. Otra pesadilla.

Me detuve frente a él, a un pie de distancia.

—Ryder, despierta —le dije. No me di cuenta de la frialdad en la habitación. Solo vi la mueca furiosa en su rostro mientras él miraba por

encima de mi cabeza, viendo cosas que no estaban allí.

Los dedos de la mano derecha se reunieron en un puño, dispuesto a

golpear a alguien. Parecía dispuesto a atacar y me encontraba en su línea de fuego.

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—Me están matando —murmuró, mirando por encima del hombro—,

y ellos van matarla. —Sus palabras se sentían como hielo apoderándose de mí, haciendo que mi corazón latiera más fuerte.

—Ryder —le dije, mirándolo—. Despierta. Por favor.

Ignorándome, avanzó un paso más. —Bastardos —gruñó, moviendo los hombros de nuevo—. No pueden seguirme aquí. —La parte posterior de

mis piernas golpeó la silla detrás de mí cuando él dio un rápido paso hacia adelante. Lo esquivé, pero tendí la mano para detenerlo. Mis dedos se

posaron en su abdomen. Los músculos de su estómago se sentían rígidos bajo mi mano, recordándome su fuerza. Empecé a tener miedo.

—Despierta, Ryder. Por favor —dije, con voz temblorosa. Sabía que nunca me haría daño, pero este no era Ryder. Era un hombre perdido en una pesadilla.

Lo empujé, necesitando que retrocediera. Mal movimiento.

Se enfureció, agarrando mi muñeca y sacudiéndome hacia él.

—No vuelvas a tocarme —gruñó, sonando como un animal rabioso—. Ryder, ¡por favor! —le grité cuando mis dedos se entumecieron por su

férreo control. Para alguien que pasó las últimas semanas en la cama, su fuerza era formidable.

Él pareció no oírme. Con su mano alrededor de mi muñeca, me dio un tirón hacia adelante. Caí contra su pecho, presionando mi pequeño sobresaliente estómago contra él.

—Soy yo. Maddie. Estás a salvo —le dije, hablándole con voz suave.

Cualquier cosa para llegar a él. Puse mi mano libre sobre su pecho,

esperando que mi contacto lo hiciera despertarse. Pero no lo hizo.

Un terrible sonido brotó de lo profundo de su pecho. Me empujó lejos

de él, soltando mi muñeca. De manera nada elegante, perdí impulso y caí hacia atrás contra las puertas del armario. Mi cabeza golpeó contra la madera, haciéndome llorar y ver estrellas detrás de mis párpados. Alcé la

mirada justo cuando Ryder vino hacia mí, con una mirada feroz.

—¡Aléjate de ella! —gritó. Le grité que se detuviera. No sabía qué más

hacer para que se despertara.

Se encontraba a unos pocos centímetros por encima de mí cuando la

puerta del dormitorio se abrió de golpe, chocando la pared. Miré cuando irrumpieron Gavin y Cash, seguido de Roger. Cuando vieron a Ryder de pie junto a mí, se precipitaron como dos linebackers1 derribando al grande y

musculoso mariscal de campo.

1 Apoyador en futbol americano.

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Ese fue el momento en el que se despertó. Vi el reconocimiento en

sus ojos un segundo antes de que Cash chocara contra él. Dejó escapar un silbido cuando el hombro de él conectó con su sólido estómago, haciéndole

gruñir de dolor.

Grité, viendo como Ryder fue eliminado un par de metros hacia atrás, sorprendido. Pero la sorpresa duró unos pocos segundos antes de

que se desatara el caos.

Ryder recuperó el equilibrio y fue tras él, empeñado en derribarlo.

Balanceó el puño hacia delante, clavándolo en su mandíbula. La cabeza de Cash se balanceó abruptamente hacia atrás, y el sonido de los nudillos al

golpear la piel me causó un estremecimiento.

Corrí hacia adelante, pensando en saltar en medio de ellos, pero Gavin me agarró del brazo, sosteniéndome de nuevo.

—¡Suéltame, Gavin! —grité, mirando como Cash agarraba a Ryder por la cintura en un fuerte abrazo, arrastrándolo unos pasos hacia atrás.

Ryder le dio un golpe a las costillas de Cash, pero éste lo bloqueó—. ¡Está despierto! ¡Déjalo en paz! —grité, luchando contra el agarre.

La cabeza de Ryder giró para mirarme. La ira ardió en sus ojos, al ver el brazo de Gavin en mi cintura, pero también vi la confusión. ¡Él no sabe lo que está pasando!

Viendo una oportunidad, Cash se precipitó hacia Ryder, pero olvidó con quién trataba. Él era un luchador experto y mortal que perdía rara

vez. Alguien que dejaba huesos rotos y orgullos magullados.

Ryder apartó la vista de mí, segundos antes de que lo derrumbara

Cash. Levantando el puño, puso fuerza detrás de sus golpes, conectando con la cara de Cash, mientras éste se abalanzaba sobre él. Pero Cash era un bulldog detrás de un hueso; él no se daba por vencido. Recuperándose

del golpe, sus brazos rodearon la cintura de Ryder, lanzándolo contra una mesita de noche.

Ryder dejó escapar un silbido de dolor cuando su espalda chocó contra una lámpara inútil. Esta se inclinó y luego cayó al suelo, olvidada

mientras continuó la lucha. Ryder rugió y alzó sus puños para golpear a Cash en un lado de la cabeza, ignorando cuando Brody y Eva corrían hacia la habitación.

Cash se agachó, tratando de evitar los golpes. Ryder se abalanzó otra vez, sin darse por vencido. Su puño rozó el costado de la cabeza de Cash,

casi dándole a una oreja. Pero éste último se quedó pegado a él como un mal salpullido que no desaparece.

—¡Suéltame, maldita sea! —gritó Ryder, tratando de empujar a Cash cuando lo envolvió con los brazos, apretando firmemente como una pitón que exprime su cena.

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—¡Cálmate! —gritó Cash, agachándose cuando Ryder se soltó y trató

de lanzarle otro golpe.

—¡Suéltame, Gavin! —grité, mirando como Cash alzaba sus puños y

los clavaba a un lado de la cabeza de Ryder.

—¡NO! —gritó Gavin, abrazándome fuerte mientras luchaba contra él.

—¡Voy a matarte! —rugió Ryder, empujando a Cash del camino. Corriendo hacia nosotros, su mirada mortal se centró en su hermano—.

¡Aléjate de ella, Gavin!

Roger apoyó el arma contra el marco de la puerta y corrió con

torpeza a través del cuarto, a pesar de que la artritis en sus rodillas le molestaba en el clima frío. Agarró a su hijo por lo alto de los brazos y lo arrastró de nuevo al borde de la cama. Brody saltó en escena, poniendo su

cuerpo sólido delante de Ryder.

Verlos luchar hizo que las lágrimas rodaran por mis mejillas. Se hizo

difícil respirar. Difícil no estar herida cuando veía a Ryder lleno de tanto dolor y rabia.

Él peleó contra ellos, enfocando sus ojos, llenos de desesperación y furia, en mí cada pocos segundos. Intenté ir con él, pero Gavin se puso delante, bloqueando mi vista.

—¿Estás bien? —preguntó.

Asentí, demasiado alterada para responder.

—Maddie —exclamó Eva, corriendo hacia mí—. ¿Te lastimó? Porque te lo juro…

La interrumpí. —Estoy bien, Eva —le dije al borde de las lágrimas, viendo cuando Janice entró a la habitación. Todavía podía oír la lucha de Ryder, gritando a todo el mundo que le quitaran las manos de encima.

—¿Seguro que no te hizo daño? —preguntó Gavin, pasando sus ojos por mi cara.

—Solo me golpeé la cabeza —le contesté, tratando de ver más allá.

—Le dije que si alguna vez te hacía daño, lo mataría —dijo Eva,

rodeándome—. Trastorno de estrés postraumático o no.

Antes de que supiera lo que hacía, ella cruzó la habitación.

Miré alrededor de Gavin justo cuando ella se detuvo frente a Ryder.

Lanzó hacia atrás su puño y lo golpeó en la nariz.

—¡EVA! —grité, viendo como la cabeza de Ryder iba hacia atrás.

—Eso es por lastimar a mi mejor amiga —soltó antes de alejarse—. La próxima vez voy a apuntar más abajo.

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La atención de Ryder se concentró en mí y su rostro palideció al oír

esas palabras. Él no trató de luchar mientras Cash y Brody sostenían sus brazos.

Gavin se puso delante de mí, bloqueando mi vista. Su mano fue a mi cintura, sosteniéndome.

—Déjame ver tu cabeza —dijo. Antes de que pudiera protestar, él

pasó una mano por mi pelo, comprobando las lesiones en la parte superior de mi cabeza.

—¿Está herida? ¡Maldición! ¡Que alguien me diga si está herida! —gritó Ryder. Me asomé para darle un vistazo y vi la mirada frenética en sus

ojos mientras luchaba contra Brody y Cash.

Se convirtió en un hombre salvaje, luchando para llegar hasta mí.

—¡Ryder, cálmate antes de que te abras esas puntadas! —lo regañó

su madre, sin miedo a su ira. Cuando las manos de ella le tocaron la piel rota encima de la ceja, él dejó de luchar.

Sus ojos nunca dejaron los míos mientras movía con cuidado las manos de su madre. Iba a dar un paso hacia mí, pero Cash lo detuvo,

reteniéndolo.

—Maddie, habla conmigo —dijo Ryder y sus manos cayeron a los costados.

—Vamos —murmuró Gavin, tomando mi brazo y llevándome hacia la puerta—. Él es demasiado impredecible.

—¡No! —grité, tratando de escapar del agarre.

—¡No la toques! —rugió Ryder, luchando contra Cash y Brody.

—¡Suéltame, Gavin! —grité, tratando de sacar mi brazo de su firme agarre.

—No. ¡Quédate lejos de él! —gritó Gavin—. ¡Está jodido! ¡No se puede

estar cerca suyo hasta que esté bien de la cabeza!

Aparté mi brazo, cansada de sus manos sobre mí. Cansada de esta

vida. De estar separada de Ryder. De lo que nos hacía esta guerra.

Di la vuelta, haciendo que mi pelo largo volara por el aire. Corriendo

a través del cuarto, empujé a Janice, Brody y Cash. Tenía que estar al lado de Ryder. Debía hacerle saber que me encontraba bien. Que estaríamos bien.

Tan pronto como estuve frente a él, envolví los brazos alrededor de su cuello. Levantándome en puntillas, hundí mi cara en su pecho. Estaba

caliente, ardiendo en mi mejilla. Su pecho subía y bajaba, respirando con dificultad. Podía sentir su latido por debajo de mi oído, un rápido golpe en

sintonía con el mío. Ryder permaneció mortalmente quieto, olvidando la

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pelea. Toda la tensión en su cuerpo se evaporó al estar presionado contra

el mío.

—Suéltenme. Solo suéltenme —dijo con voz ronca, pidiéndole a los

hombres que lo liberaran. Poco a poco, para asegurarse de que no haría ningún movimiento brusco, Cash y Brody lo liberaron, todavía listos para abalanzarse sobre él si era necesario.

No lo fue.

Los brazos de Ryder se envolvieron a mi alrededor, sosteniéndome

como si pudiera romperme.

—¿Qué pasó? —murmuró contra mi pelo, frotando mi espalda con

una mano.

Sacudí la cabeza, negándome a decirle. Las lágrimas corrían por mis mejillas. Se hallaba herido. Quería quitarle su dolor. Quería hacer su dolor

mío; así él no tenía que lidiar con eso.

—¿Estás bien, Maddie? —preguntó Cash, de pie a unos metros.

Asentí contra el pecho de Ryder, negándome a moverme.

—¿Por qué no duermes en otro lugar esta noche, así Ryder puede

descansar? —dijo Janice detrás de mí.

—No —murmuré contra su pecho al mismo tiempo que él decía que no. Oí el suspiro resignado de Janice. No me importaba lo que pensaran

ellos, yo no iba a dejarlo.

Un minuto más tarde, oí que se cerró la puerta del dormitorio. Nos

encontrábamos solos. Apartándome de modo que pudiera ver mi cara, Ryder me miró. —¿Qué pasó?

Negué con la cabeza, evitando sus ojos. No puedo hacer esto. No puedo herirlo más. Si él sabe que me asustó, eso lo matará.

—Maddie, habla conmigo —repitió, llevando las manos debajo de mi

pelo para atrapar mi nuca.

Tomé una respiración profunda. Como siempre, no pude resistirme.

—Tuviste una pesadilla...

—Sí, lo recuerdo —dijo cuando me detuve—. Los terroristas me

golpeaban y yo trataba de escapar. Pero solo fue... —Se detuvo y frunció el ceño—. ¿Qué he hecho? Eva dijo que te lastimé.

—Pensaste que yo era uno de ellos.

—¡Oh, mierda! —maldijo, soltándome y hundiendo las dos manos en su pelo.

Dándose la vuelta, empezó a pasearse por el pequeño dormitorio, pareciendo un animal enjaulado.

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—¡Maldita sea! ¡Maldita sea! ¡Maldita sea!

Me estremecí, con lágrimas en los ojos. No quise lastimarlo. Odiaba verlo sufrir. Iba y venía, marcando una trayectoria en el piso de madera.

Nos hallábamos parados en su dormitorio de la infancia, el lugar donde solíamos jugar. Donde, cuando niños, nos contábamos secretos y reíamos. Donde soñamos y hablamos sobre el futuro. Ahora, aquí estábamos, sin

reír. Sin hablar sobre el futuro. Desmoronándonos juntos.

De pronto, Ryder dejó de pasearse, destacando en la oscuridad. Por

la luz de la luna, pude ver la tensión en su cuerpo y la firmeza de su mandíbula.

—¿Te he hecho daño? ¿Al bebé? —preguntó, con voz rasposa. Quebrada.

—No.

—¿Entonces por qué Gavin te revisaba la cabeza? Él te tocó. Puso sus malditas manos en tu pelo, como si pertenecieran allí —dijo, dando un

paso hacia mí.

Aparté la mirada, mordiéndome el labio inferior con nerviosismo. La

preocupación me hacía difícil responder y respirar.

—¡Oh, mierda! Te lastimé, ¿verdad? Eva tenía razón.

La desesperación cruzó su rostro. Sus manos volvieron a su cabello,

dejando blancos sus nudillos mientras agarraban un puñado de hebras de color castaño claro. De repente, se soltó el pelo y dio dos pasos rápidos

hasta que estuvo frente a mí, a pocos centímetros de distancia.

—Lo siento, Maddie. Dios, lo siento mucho —dijo, mirándome con

ojos tristes—. Tú eres la única persona que nunca quise herir. La persona que significa más para mí que nada.

—Ryder, estoy bieeen.

—Si alguna vez te hago daño... —Su voz se apagó. Extendiendo las piernas, me colocó cerca de él. Sus brazos me envolvieron, sosteniendo mi

cabeza con las manos.

Durante lo que pareció una eternidad, él solo me sostuvo. Pasó el

tiempo. Todo desapareció. La guerra, sus pesadillas, mis preocupaciones, todo. Éramos solo nosotros dos. Mejores amigos. Dos personas que siguen

creyendo en el amor, que siguen creyendo en la amistad. Haríamos lo que sea el uno por el otro. Me abrazó como si fuera su único salvavidas. Su único vínculo con el presente y con el pasado. Su única esperanza. Mi

único futuro.

Al final, su voz retumbó contra mí, rompiendo el silencio. —Todos

los días me sentaba en ese infierno, golpeado y apenas aguantando. Veía a la gente morir a mi alrededor. Pero cuando cerraba los ojos, estabas solo

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tú, Maddie. Me hiciste sobrevivir. No pudieron romperme. Lo intentaron.

Demonios, trataron tanto, pero no pudieron sacarme tu recuerdo.

Sus manos se movieron a mi cuello y su pulgar rozó mi piel. Sus

ojos siguieron el movimiento, mirándome bajo el claro de luna. —Lo que me trajo a casa fueron los pensamientos sobre ti. Tenía que verte y tocarte una vez más. Sobreviví gracias a ti. Estoy aquí por ti. Siempre ha sido

gracias a ti.

Inclinándose, sus labios capturaron los míos con tanta ternura, que

me dieron ganas de llorar. Sus manos se movieron para acunar mi cara mientras colocaba pequeños besos en la esquina de mi boca, tomándose

su tiempo.

—Le pedí a Dios estar contigo una vez más. Rogué por otro segundo a tu lado. Otra noche en tu interior —dijo, rozando su pulgar por mi labio

inferior. Levantando la cabeza, observó como mi lengua salió a probar la sal que dejó su piel—. Pero no quiero hacerte daño, Maddie. Estoy roto.

Siempre lo he estado. No me quería ni mi propia madre. Es necesario que te mantengas alejada. Por tu propia seguridad. —Sus ojos miraban fijos a

los míos y sus próximas palabras fueron dichas en voz tan baja que casi no las escuché—. Déjame. Corre lo más rápido que puedas.

—Nunca —le susurré—. No correré a menos que sea hacia ti.

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Las pesadillas de Ryder continuaron. A veces, solo forcejeaba en la cama, luchando contra fuerzas invisibles. Otras, les gritaba, rogándoles

que no le hicieran daño. Permanecí a su lado a pesar de todo, negándome a irme. Negándome a tener miedo. Lo sostuve cuando se despertaba,

sudando y temblando. Lloré cuando vi el terror en sus ojos.

Pero nunca me di por vencida con él.

Cuando Ryder parecía mejorar, todos íbamos a su casa, incluso

Janice y Roger. Era más seguro de esa manera. Nos encontrábamos más atrás en la propiedad, ocultos de la carretera principal.

Recordé las numerosas veces que estuve en su casa. Solo éramos dos amigos pasando un buen momento. Queriéndonos el uno al otro en

secreto y sin hacer nada al respecto. Ahora no había nada secreto.

El brazo de Ryder se deslizó alrededor de mi cintura, acercándome más a él. Mi espalda se hallaba alineada contra su pecho, mi cuerpo se

ajustaba a su perfección. Desde detrás de mí, bajó el cuello de mi camisa, y puso sus labios en mi hombro desnudo. Un escalofrío me recorrió,

haciendo que me moviese en su contra. Sus labios viajaron hasta mi nuca, alejando mi pelo del camino para llegar al lugar detrás de mi oreja.

Cuando su mano se movió bajo mi camisa, me arqueé contra él. Mi trasero se presionó en su entrepierna, encontrándolo duro.

Cerré los ojos mientras sus labios descubrían cada centímetro de mi

cuello. Pasó la mano por encima de mi estómago, dirigiéndose hacia mis pechos. Casi había llegado a su destino cuando alguien golpeó con fuerza

la puerta cerrada del dormitorio.

Los dos nos congelamos.

La persona golpeó de nuevo, esa vez más fuerte.

—¿Van a dormir todo el día y dejar que hagamos todo el trabajo por aquí o se van a levantar? —gritó la voz de Brody desde el otro lado de la

puerta.

—Diablos —murmuró Ryder contra mi piel, provocándome un

escalofrío—. Necesitamos la casa para nosotros solos. ¿Tal vez por unos días o una semana?

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Tenía razón. Se encontraba lleno de gente y muy ruidoso. Pero había

un acuerdo tácito entre todos; no nos separábamos. Nos manteníamos juntos. Sobrevivíamos juntos. Nos apoyábamos y protegíamos entre sí.

Habíamos estado haciéndolo durante meses y no nos detendríamos ahora a pesar de la casa abarrotada.

Todo el mundo se acostó en la sala de estar, compartiendo el calor

de la chimenea. Ryder insistió en que los dos nos quedáramos en su habitación. Durante las últimas noches, nos mantuvimos calientes entre

nosotros. Y cansados.

Brody volvió a llamar, cada vez más impaciente.

Ryder gruñó con falsa rabia y frotó su barbilla barbuda contra la suave piel de mi hombro, haciéndome reír y que quisiera alejarme pero me mantuvo cerca, negándose a dejarme ir.

—Tenía grandes planes para las otras partes de la casa —dijo, levantándose para inclinarse sobre mí. Sus manos fueron a cada lado de

mi cuerpo en la cama, manteniéndome fija debajo de él.

Por enésima vez en mi vida, me sentía fascinada. Asombrada.

Hipnotizada. Este hombre —duro, a veces enojado, peligroso, luchador hasta la muerte— me amaba. A mí. Su mejor amiga. Un hombre por el que

las mujeres se desmayaban. Que se convertía en alguien temeroso. Que tenía los ojos más azules, el rostro y el cuerpo más fuerte y hermoso que había visto en mi vida. Él. Me. Amaba. A. Mí.

No era perfecto. Tenía un pasado que superar. Una madre que no lo quería. La creencia de que nunca pertenecería. El pensamiento de que

nunca podría ser lo suficientemente bueno para mí. Luchaba. Bebía. Follaba a cualquiera. Estaba contaminado, pero lo amaba de todos modos.

Era algo más fácil de lo que pensaba él.

Extendiendo la mano, la pasé sobre unos pelitos gruesos de barba que le habían crecido en la mandíbula en los últimos días. Me encantaba

la sensación de aspereza en contra de mis dedos. Me recordaba a nosotros; rugosidad contra suavidad.

—¿No tenemos un asunto pendiente del que ocuparnos? ¿Algo que comenzó en tu cuarto de baño? —preguntó con una voz profunda y ronca

que sentí en cada fibra de mi ser. ¿Cómo lo hacía?

—Creo que nos ocupamos de eso un par de veces —le dije y mi voz sonó sexy. Tengo una gran voz por la mañana. Toda sexy y llena de deseo.

O tal vez es porque tengo sed... Pero me gustaba pensar que era lo primero.

Ryder se inclinó hacia abajo, y su boca fue a mi cuello mientras su

mano desaparecía bajo mi camisa de nuevo, corriendo suavemente por mi abdomen.

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—Quiero tomarte en un mostrador de baño, Maddie. Quiero estar

entre tus piernas y decirte cuánto te quiero. Cuánto quiero follarte. ¿Lo recuerdas? —Cuando asentí, continuó torturándome con sus palabras—:

Creo que tenemos que repetir ese momento —dijo, mientras los labios dejaban un camino caliente en mi cuello—. Unas cuantas veces.

Me sonrojé y mi piel se puso caliente.

—¡Vamos! ¡Estamos esperando! —gritó Brody, golpeando la puerta con la palma de su mano.

La cabeza de Ryder cayó contra mi cuello mientras dejaba escapar un profundo gemido de frustración. Sostuve su cabeza, manteniéndolo a

mi lado mientras una sonrisa se deslizaba en mi cara. Es tan impaciente cuando se trata de sexo.

Con un gruñido, saltó de la cama, tirando las sábanas y maldiciendo

entre dientes todo el tiempo. Recogiendo sus pantalones del suelo, se los puso, lanzando dagas con la mirada hacia la puerta.

Cuando Brody volvió a llamar, Ryder se dirigió a la puerta, pero se detuvo. Me senté, mirándolo cuando se dio la vuelta. De repente, volvió

junto a la cama, mirándome con calor en los ojos. Sus manos fueron a mi pelo, entrando en la maraña que había creado anoche.

Abrí la boca para preguntarle qué hacía, pero su boca estuvo allí de

inmediato, cubriendo la mía. Haciéndome saber lo que me perdería cuando saliera de la habitación.

Su lengua me probó. Sus dientes me mordieron.

Estaba perdida.

Apartándose, mantuvo sus manos en mi pelo. Ambos respirábamos con fuerza, con ganas de más.

—Te amo, Maddie —susurró.

—Yo también te amo.

Dejándome ir, se dio la vuelta. Observé cómo su cuerpo se movía con

gracia. Un hombre en control de sí mismo, todo y todos lo que lo rodeaban.

Abriendo la puerta del dormitorio, se enfrentó a Brody que tenía una

mano levantada, dispuesto a golpear de nuevo. Quedó boquiabierto al ver la expresión feroz en el rostro de Ryder.

—¡Qué mierda, Brody! No encontrábamos un poco ocupados —dijo,

cerrando la puerta detrás de sí. Sus voces se desvanecieron mientras caminaban por el pasillo.

Me acosté de nuevo y llevé la colcha hasta mi barbilla. Tenía frío sin él. La cama, la habitación, todo se sentía vacío sin Ryder a mi lado.

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Sonriendo, recordé sus manos sobre mí. Él era mi adicción y yo era

su obsesión. No podíamos conseguir lo suficiente el uno del otro.

Nunca lo haríamos.

Pero mi padre siempre decía: “Nunca digas nunca”.

***

Las cosas parecían perfectas en nuestra burbujita del mundo. Nos

encontrábamos protegidos y escondidos del terror que consumía el resto del país. Nuestras vidas se hallaban tan cerca de la perfección como era

posible teniendo en cuenta que una guerra arrasaba nuestro entorno. Pero la perfección era solo una ilusión. Una que podría romperse en un minuto. Desmenuzarse en un segundo. Morir en un momento.

En el baño, me lavé los dientes y la cara con el agua helada del arroyo que fue esterilizada después de traerla a la casa. Al cepillarme el

pelo, intenté deshacer los nudos, sonrojándome cuando me acordé de por qué tenía tantos enredos. Ryder y sus manos.

Recogí su chaqueta que se hallaba cerca y me la puse antes de salir del baño. Mientras caminaba por la casa, me puse un gorrito de lana con los dedos entumecidos de frío. Alguien debió dejar que el fuego se apagase

de nuevo. Está helando.

Me froté las manos, para luego ahuecarlas alrededor de la boca y

respirar en ellas. El cielo nublado le daba a la casa una sensación lúgubre y oscura. Me dieron ganas de agarrar a Ryder y pasar el día acurrucados

en la cama. Sí, claro. Ryder no se acurrucaba, solo foll…

Me detuve en la puerta de la cocina y mis pensamientos de estar en

la cama con Ryder desaparecieron.

La habitación estaba echada a las sombras. Alguien había encendido una linterna, colocándola en el centro de la mesa. Iluminaba la habitación,

pero no ahuyentaba el frío en el aire.

O la tensión en la sala.

Ryder y Gavin se enfrentaban entre sí, con aspecto de gigantes en la pequeña cocina. La mesa se hallaba entre ellos, rebosante de botellas de

agua, platos de huevos triturados que se habían congelado en un lío apestoso, y lo que parecía trozos de carne seca que Janice había hecho cuando masacramos el ganado.

—Vamos a dejar a Cash y Brody aquí con las chicas. Papá está en su casa, verificando todo —dijo Gavin, mirándome cuando entré.

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El miedo rodó a través de mí. ¿Se van a ir? ¡No! ¡Ryder no podía irse de nuevo! ¡Acaba de llegar!

—¿A dónde vas? —le pregunté, tratando de controlar mi pánico al

tiempo que me acercaba a Ryder.

Bajó la mirada hacia mi cuerpo, entonces, por encima de mi pelo recién peinado. Sus ojos tenían ansias de ellos, pero sus palabras eran

duras, su tono monótono.

—Vamos a recorrer a caballo los límites de la propiedad. Cash creyó

ver algunos ocupantes, así que vamos a revisar.

Gavin alzó la escopeta de la mesa. Con un movimiento impaciente de

sus muñecas, abrió el cañón.

—¿Estás preparado? —preguntó, mirando a Ryder y agarrando un par de cartuchos de una caja. Su cabello negro cayó sobre sus ojos

mientras empujaba los cartuchos en la recámara de una escopeta de doble cañón.

Con una expresión distante y fría, Ryder observó a Gavin cargar el arma. Otro cartucho fue metido en el cañón, provocando un sonido mortal

y amenazador al raspar el metal. Usando las dos manos, cerró la escopeta de golpe y el ruido sonó fuerte en la pequeña cocina.

El cuerpo de Ryder se tensó y su espalda se puso rígida. Bajando la

mirada al arma en las manos de Gavin, su rostro quedó en blanco. Sus emociones se cerraron para todos. Sabía que las pesadillas seguían siendo

una preocupación. Continuaban allí, sin dejarlo nunca. El sonido, la vista de un arma, podía haber hecho regresar los recuerdos, enviando su mente

a un lugar oscuro que solo podía ver él.

—¿Seguro que te encuentras bien? —preguntó Gavin, mirándolo con cautela—. Estás un poco pálido.

Ryder recogió un cuchillo, elevando su camisa lo suficiente para ponerlo en el bolsillo trasero de sus vaqueros. Antes de que dejara caer su

camisa, vi dos pequeños vendajes blancos que cubrían las heridas de bala, recordándome que estaba casi completamente curado.

Miró fijamente a Gavin y apretó los dientes, manteniendo su ira a raya. Apenas conteniéndola.

—Estoy bien —dijo en una voz seria, que decía: no jodas conmigo.

Sus ojos nunca dejaron a su hermano mientras se miraban el uno al otro; la hostilidad entre ellos se construyó a un punto que me sorprendía que no

comenzaran con los puñetazos.

Desde que Ryder me acorraló en el dormitorio, haciendo que me

golpeara la cabeza, la tensión entre ellos había crecido. Podías sentirla cuando te acercabas. Podías verla cuando se miraban. Y en ese momento, la tensión era enorme, amenazando con explotar y liquidarnos a todos.

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No sabía lo que pasaba entre ellos. Pensé que descubrir que eran

primos, no verdaderos hermanos, podría quitar algo de la competición, pero no lo hizo. Parecía estar empeorando.

—Solo quiero asegurarme que no eres una responsabilidad para mí allí afuera —dijo Gavin con un encogimiento de hombros, sonriendo ampliamente mientras le entregaba la escopeta, casi retándolo a tomarla.

—No necesito un jodido niñero —gruñó Ryder, quitándole el arma de las manos.

La puerta de atrás se abrió, poniendo fin al concurso de meadas entre los hermanos. El aire frío se envolvió alrededor de mí, haciéndome

desear algo de calor. En ese instante, daría cualquier cosa para sentir la brisa cálida desde los orificios de ventilación en el techo. Nunca más. Es algo del pasado, Maddie. Se acabó.

Cash entró tranquilamente, cerrando la puerta tras él. Usaba una chaqueta de la armada llena de agujeros y una de las mangas apenas

colgaba por los hilos. Sus ojos claros se encontraban ocultos detrás del sombrero de vaquero que usaba siempre. Hicieron contacto con cada uno

de nosotros, analizando la situación en segundos como solo podía hacerlo él.

Se sacó el sombrero y pasó una mano por su cabello, mirándome

con una ceja elevada.

—¿Tienes algo que decir? —le preguntó Ryder, sosteniendo la

escopeta flojamente en una mano.

—No —contestó Cash con calma, dejando su sombrero en la mesa y

recogiendo un pedazo de carne seca. Mordió el extremo y masticó con lentitud, desafiándolo en silencio a decir más.

A pesar de asegurarle que Cash era inofensivo, Ryder todavía no se

sentía feliz con que estuviera aquí. Decía que no podía dejar pasar el hecho de que me llevó al baile de fin de curso y que quisiera salir conmigo en la

secundaria. Sí, fue hace años, pero no podía culparlo. No creía que habría querido vivir con uno de sus ex rollos de una noche.

—Quiero ir con ustedes —dije, rompiendo la tensión llena de testosterona en la habitación.

Tres pares de ojos me miraron. Dos “no” y un “diablos, no” muy

fuerte fueron mi respuestas.

Resoplé con frustración, cansada de que me mandaran. Si no era

Ryder, era Gavin. Si no Janice. Me cansé de ello.

—¿Por qué no puedo ir? Me cansé de estar atascada en esta casa. —

Hice un puchero—. Y de todos modos, solo cabalgarán a los límites de la propiedad. Cabalgué hasta la ciudad. Puedo manejar un par de horas en la silla.

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Quizás era un poquito terca. Al menos iba tras lo que quería.

El rostro de Ryder se volvió oscuro. Con una calma que no podía combinar con su mirada, dio un paso más cerca, poniendo mis ojos a nivel

de su pecho. Bajó la vista hacia mí y parecía intimidante con las facciones tensas de su rostro y la rigidez de su mandíbula. Pero no funcionó. Bueno, casi lo hizo.

Me quedé quieta y nerviosa, posando mi mirada sobre su pecho. Recordé los músculos ocultos allí. Su piel contra la mía. Mis senos

presionados sobre él, frotando toda su piel.

¡Maldita sea! De acuerdo, me mentía a mí misma; la intimidación, al

estilo Ryder, funcionaba.

—Primero que nada, no puedes ir porque estás embarazada —dijo, bajando su mirada a mi redondeado estómago—. No quiero que la madre

de mi bebé se lastime montando un cabello loco. Segundo, ¿qué mierda hacías en la ciudad?

Gavin vino a mi rescate. —No estábamos en la ciudad en sí —dijo.

Ryder se dio la vuelta para enfrentarlo. —¿Y qué en sí hacían en la

ciudad con Maddie? ¿Sabes lo que le habrían hecho si la atrapaban? La habrían violado, luego asesinado —dijo, enfurecido.

Gavin abrió la boca para contestar, pero Cash interrumpió—: Oye, hombre. Fue hace un tiempo. Íbamos a intentar sacarte y Maddie quería ir. Era llevarla con nosotros o dejar que nos siguiera. Iba a ir de una forma

u otra.

Guau. No he oído tantas palabras de parte de Cash en semanas.

Ryder masajeó su frente, asimilando las palabras de Cash.

—Sé lo terca que puede ser. La he conocido toda mi vida —dijo, y

sus ojos me recorrieron antes de volver su atención a Cash y Gavin—. Y me alegra que la mantuvieran a salvo. Demonios, les debo mi vida por eso, pero si vuelven a poner a Maddie y a mi bebé en riesgo, andarán cojeando

por aquí con algunos huesos rotos y algunas bolas menos.

—Lo escuchamos fuerte y claro. ¿Ahora podemos irnos? —preguntó

Gavin, luciendo aburrido y poco afectado por las palabras bruscas.

—Sí, dame un segundo.

Sosteniendo la escopeta en una mano, Ryder se acercó a mí. Su brazo envolvió mi cuerpo, atrayéndome cerca. Sus labios fueron a la cima de mi cabeza. Sentí los mechones de mi pelo atrapados en la barba de su

mandíbula. Sosteniéndome cerca, su mano se posó debajo de mi abrigo, fuera de la vista. Las capas que usaba no podían protegerme del deseo que

estallaba entre nosotros, saliendo de control siempre que estábamos cerca el uno del otro.

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—Ya volveré. ¿Todavía tienes la pistola? —preguntó, moviéndose sus

labios contra la cima de mi cabeza.

Asentí y agarré su camisa más fuerte, sin querer que se fuera. Sé

que sonaba tonto, pero tenía esta sensación horrible de que las cosas eran demasiado buenas para ser ciertas. Todos los días esperaba que cayera el yunque y nos aplastara. Terminando lo que teníamos.

Aparté el pensamiento y comencé a decirle que no se preocupara, pero Gavin me interrumpió.

—Estará bien, Ryder. Vamos antes de que este tiempo se vuelva de mierda —dijo sobre el hombro, dirigiéndose a la puerta de atrás.

La mano de Ryder permaneció un segundo más antes de dejarme ir. Lo miré alejarse; sus vaqueros desgastados, colgando bajo en sus caderas y su camisa ajustada en sus hombros.

Se detuvo para agarrar una chaqueta que había sido arrojada sobre la parte posterior de la silla. Metiendo los brazos por las mangas, le dio

una mirada de advertencia a Cash.

—Mantenla a salvo —dijo—. Con tu vida, si tienes que hacerlo.

—Entendido —dijo Cash, asintiendo.

Ryder comenzó a alejarse, luego se detuvo. Giró en el mismo lugar y enfrentó a Cash, con una mirada severa. —Esto ya no es la secundaria.

Ella no es tu cita para el baile. No vas a darle un ramillete y esperar anotar al final de la noche. Es la madre de mi bebé. La mujer con la que planeo

casarme. ¿Entendido? —dijo, su amenaza era evidente.

—Recibido —contestó Cash, con sarcasmo.

—Oigan, estoy parada justo aquí —dije, haciendo un puchero—. Dejen de hablar de mí como si fuera invisible.

Ryder me miró una vez más antes de girar. Un segundo después,

desapareció en el exterior, permitiendo entrar más aire frío, pero dejando atrás un vacío que siempre me abrumaba donde sea que se fuera.

El resoplido ruidoso de Cash me llamó la atención, haciéndome mirarlo con curiosidad.

—Si supiera que del único que debe preocuparse está montando junto a él, podríamos tener un asesinato en nuestras manos —murmuró.

—¿De qué estás hablando? —pregunté; mi corazón latiendo con más

fuerza.

—Hablo sobre ese beso que compartieron Gavin y tú. Él no puede

mantener un secreto. Va a desembucharlo, Maddie. Y cuando diga la verdad —hizo una pausa, poniéndose el sombrero de vaquero de nuevo—,

ten cuidado. No va a ser bonito.

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Me mordí el labio inferior, mirando la puerta cerrada una vez más.

Tenía razón. Solo esperaba que ese no fuera el día en que las cosas fueran reveladas.

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2200

—Golpéalo otra vez.

Brody se inclinó sobre la mesa y dio una palmada en la parte superior del radio de mano, haciendo desaparecer la estática y una voz

incoherente rompió el silencio.

—El suelo está pintado de rojo. Repito, el suelo está pintado de rojo —dijo la voz de un hombre, quebrándose cada pocos segundos.

Escuchamos, con la esperanza de oír más, pero el himno nacional empezó a sonar; un sonido metálico hizo que me preguntara cómo podía

reproducirse, ya que la mayoría de la electrónica se había freído hace meses.

—¿Qué diablos significa eso del “el suelo está pintado de rojo”? Suena como algo sacado de una mala película de espías —dijo Eva, con los ojos muy abiertos mientras miraba primero a Brody y luego al resto de

nosotros.

—Para mí es una especie de código secreto —dijo Cash, abriendo y

cerrando una navaja. Abriéndola y cerrándola.

Vi el movimiento de sus dedos, con creciente irritación. Él estuvo

haciéndolo durante los últimos minutos, volviéndome loca. Llegando a mi límite, me incliné sobre la mesa y cogí la navaja de sus manos. Levantó la vista, sorprendido. Alzó las manos y me miró como diciendo “¿qué carajo?”

pero sabía que Cash nunca pronunciaría esas palabras.

—¡Me estás volviendo loca con esta cosa! —dije, cerrando la navaja.

El lado de su boca se curvó en una sonrisa de niño que a veces se le escapaba cuando pensaba que nadie lo miraba.

—Creo que lo que realmente te vuelve loca es saber que Ryder está fuera con su hermano —dijo—, hablando de Dios sabe qué.

Le entrecerré los ojos, dándole mi mejor mirada de no-vayas-allí.

Se rió entre dientes y metió la mano en el bolsillo. Un momento después, apareció otra navaja en sus manos. Ugh.

Eva se frotó las manos con entusiasmo, haciendo caso omiso de las miradas sucias que le lanzaba a Cash. —¡Oh, qué bien! Por fin un poco de

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emoción por aquí. Me he estado perdiendo mis programas de televisión,

pero siempre puedo contar con mi buen amigo, Ryder, para que me traiga un poco de drama.

Rodé los ojos. Estaba siendo la típica Eva, lo que era bueno teniendo en cuenta todo lo que pasó, pero en estos momentos no necesitaba su actitud.

—No es gracioso, Eva. No creo que te rieras si descubrieses que besé a una chica, pensando que estabas muerta —dijo Brody.

—¿De qué hablamos? —preguntó Janice, entrando en la habitación con unas pocas latas de sopa en sus brazos.

—Así que, ¿qué estás diciendo, Brody? —preguntó Eva, ignorando la pregunta de Janice—. ¿Que besarías a otra persona si no estuviera aquí? ¿Es eso lo que quieres? ¿A alguien más?

Janice se quedó inmóvil, mirando de Brody a Eva con confusión. Al igual que ella, me preguntaba qué pasaba entre estos dos.

Brody se pasó una mano por la cara, exasperado. —No, no quiero a alguien más. Eso no es lo que digo. Estoy tratando de decir que Ryder va a

estar enojado. Cualquier chico normal lo estaría. No es una broma, Eva. Tienen un bebé en camino.

Eva cruzó los brazos sobre su pecho, levantando el mentón. —Soy

plenamente consciente de eso, Brody —dijo—. Voy a ser una pseudotía pronto y seré la que va a estar sosteniendo la mano de Maddie cuando ella

expulse esa cosa, así que no necesito que me recuerdes que va a tener un hijo del diablo.

—Excelente, Eva. Tienes un don con las palabras. ¡Quizá te mereces a Ryder porque eres una bruja! —espetó Brody, luciendo molesto.

Guau.

Vi el dolor en el rostro de Eva. Brody miró hacia otro lado, su cara roja, ya sea con vergüenza o con ira. No podría decir cuál. Sabía que tenía

que intervenir antes de que Eva saltara sobre la mesa y lo estrangulara.

—No sé lo que está pasando entre ustedes dos, pero creo que todos

necesitamos… —No tuve la oportunidad de terminar el resto de la frase.

La puerta trasera se abrió de golpe, golpeando la pared interior. De inmediato rebotó, y apareció un agujero en el yeso de la pared debido a la

manija de la puerta.

Salté, con el corazón acelerado. Eva gritó a mi lado, un sonido que

nunca le había escuchado hacer. Cash saltó, su silla voló hacia atrás. Una pistola apareció de la nada, apuntando al hombre que había irrumpido en

la cocina.

Ryder.

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Y estaba como loco.

Haciendo caso omiso de todos los demás, Ryder me miró fijamente. Su boca era una línea firme. Su cuerpo se hallaba listo para atacar. Era

imposible no ver la ferocidad dirigida hacia mí. Era obvio que de repente entré en su lista negra.

—¿Ryder? —me obligué a decir.

—¿Cariño? ¿Qué está pasando? —preguntó su madre.

Él no contestó a ninguna de las dos. Quitándose los guantes, los tiró

en una silla cercana, sin perder el paso mientras se adentraba más en la cocina.

Iba tras una cosa y eso era yo.

Congelada en el lugar, vi como vino a mí como un animal a punto de atacar. Me sorprendió que no estuviera mostrando los dientes y gruñendo.

Cuando llegó lo suficientemente cerca, agarró mi codo, poniendo la cantidad justa de presión sobre mi brazo para levantarme.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, cavando mis talones cuando se dirigió de nuevo hacia la puerta, arrastrándome con él.

Deteniéndose, me frunció el ceño. Perforándome con los ojos llenos de nada más que fragmentos fríos de hielo.

Fue entonces cuando lo vi. Odio. Para mí.

Él lo sabía. Jesús, lo sabía.

—Suéltala —exigió Cash, bloqueándolo para que no se alejara más

conmigo. La pistola que sostuvo anteriormente, ahora estaba en la cintura de sus pantalones vaqueros, de fácil acceso si lo necesitaba.

Ryder miró a Cash, y sus labios se encresparon con un gruñido. —Retrocede —gruñó, dando un paso y poniendo su cuerpo delante del mío.

—No puedo hacer eso, Ryder —dijo—. Sé que estás enojado y tienes

todo el derecho a estarlo pero debes calmarte. No quieres hacerle daño a Maddie o a tu bebé.

Ryder miró a su alrededor, viendo a Eva y a Brody de pie. Viendo a su madre cerca de la mesa, con la espalda recta y sus labios en una línea

delgada.

La furia salía de él. Lo sentía mientras me mantenía detrás de su espalda, casi protegiéndome de sí mismo, de alguna manera retorcida.

—Estoy molesto y probablemente ahora podría matar, pero ¿herir a Maddie? ¿O a mi hijo? ¿Quién carajo crees que soy? —gruñó.

Nadie dijo nada. Esa era toda la respuesta que necesitaba.

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—Sí, eso es lo que pensé —dijo, burlándose con disgusto—. Puedo

ser un hijo de puta, pero no se preocupen, me marcharía antes de dañarle un pelo a ella.

Sin decir una palabra, me llevó con él a la puerta.

El viento me golpeó, abofeteándome en la cara con un frío que se fue directamente a mis huesos. La puerta trasera se cerró detrás de nosotros,

ya que el viento la forzó a cerrarse, bloqueándonos en el exterior.

—¡Ryder, más despacio! —exclamé, casi cayéndome por las escaleras

del pórtico mientras él se aferraba a mí. Sus largas piernas cubrían más terreno que las mías. Creo que a veces se olvidaba de eso. Si su mano no

estuviera apretada en mi brazo, podría haber aterrizado de bruces en el suelo.

Sin decir una palabra, me soltó y siguió caminando, dejándome de

pie sola. Actuando como si no existiera.

Miré su espalda mientras se dirigía hacia el granero. ¿Cuál era su

problema? ¿Primero me agarraba y me arrastraba fuera de la casa y luego me daba la espalda? No lo creo, amigo...

A punto de perder los estribos, fui tras él, siguiendo sus pasos. Lista para aclarar las cosas.

—Ryder, escúchame, sé lo que pasa pero necesitas...

Se detuvo de repente, casi haciéndome tropezar con su espalda. Se giró y sus ojos se posaron en mí, llenos de repugnancia.

—No me digas lo que debo hacer, Maddie. Ya no tienes ese derecho —dijo, mirándome directamente a los ojos, y dejándome ver el odio allí.

Sentí una punzada en mi corazón, como si una de las navajas de Cash se estuviera clavando poco a poco.

Comenzó a andar de nuevo, encaminándose como si se fuera a irse

para siempre. Lo seguí, haciendo caso omiso de los latidos de mi corazón y de la vista de sus músculos moviéndose bajo su chaqueta. Mantente

enfocada, Maddie. Está enojado. Mantén la calma. Estaba tan concentrada en tratar de mantener mi ira, que me tropecé con una piedra grande.

La mano de Ryder salió disparada, agarrando mi brazo e impidiendo mi caída.

—Mira por dónde vas, Maddie. Puedo estar jodidamente loco en este momento, pero si te rompes una pierna, voy a perder la poca cordura que me queda.

Manteniendo su mano alrededor de mi brazo, siguió jalándome, sin detenerse en su búsqueda de a dónde íbamos.

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Miré hacia el cielo nublado, mientras mi aliento dejaba bocanadas

pequeñas de vapor. Un copito de nieve cayó sobre mi nariz, derritiéndose al instante. Dos pájaros llamaron mi atención, volando en el viento, sus

grandes alas aleteaban en el aire. Sus opacas plumas negras eran oscuras contra el cielo gris, representando peligro y amenaza. Aterrizando en una rama de árbol cercana, graznaron ruidosamente. El sonido me provocó un

escalofrió.

—Tenemos que hablar de esto —dije, trayendo mi atención a Ryder.

—Oh, hablaré contigo, pero no te va a gustar lo que tengo que decir —dijo, con palabras cortantes.

El viento se impulsaba contra mí, depositando más diminutos copos de nieve en mi pelo y rostro. El arroyo estaba a la izquierda, corriendo paralelo a la propiedad de Ryder. Evité mirar en esa dirección, con miedo

de que el recuerdo de nosotros haciendo el amor en el agua meses atrás fuera demasiado.

En cuestión de segundos, estuvimos de pie delante de las grandes puertas del granero. La chapa de metal de color gris se veía vieja y

gastada, pero sabía que era más gruesa de lo que parecía.

Con un movimiento de sus muñecas, Ryder abrió la puerta. Sentí el olor a humedad de heno y estiércol de vaca. Las lágrimas brotaron de mis

ojos, recordándome que el ganado tenía que ser asesinado. Pero tal vez las lágrimas eran más de lo que me temía que se avecinaba. Podría perderlo.

Este puede ser el fin para nosotros.

Cerrando la puerta tras él, Ryder me llevó a la oscuridad del establo.

Deteniéndose, me miró, alzándose en toda su altura. Parecía un hombre salvaje, alguien cercano a perder la cordura. Su cabello estaba despeinado,

cayendo sobre sus ojos, pero no lograban ocultar el ceño fruncido dirigido a mí.

Dando un paso hacia mí, invadió mi espacio personal. Me mantuve

firme, al menos durante unos segundos. —Así que ¿me vas a decir? —preguntó, avanzando hacia mí lentamente.

Di un paso atrás, poniendo mi mano sobre su pecho.

—¿Sobre Gavin?

—Sí —respondió, sin prestar atención a mi mano.

—Así que ¿supongo que te lo dijo? —pregunté, mordiéndome el labio inferior con nerviosismo a medida que continuaba caminando hacia atrás.

Mi mano cayó de su pecho. Incluso a través de las capas de ropa, no podía manejar el tocarlo. Causaba una necesidad, un deseo que era simplemente

demasiado.

Sus ojos se dirigieron hacia mis labios. Me di cuenta de que mi labio

inferior fue atrapado entre mis dientes, siendo mordido hasta la muerte.

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Lo dejé ir. Mis dientes dejaron pequeñas muescas en el labio que podía

sentir con mi lengua.

—¿Le hiciste esa mierda a él? —preguntó, viendo mi boca—. ¿Te

muerdes el labio? ¿Le coqueteas? —Me volvió a mirar a los ojos—. ¿Qué más le hiciste? ¿Eh?

¿Qué? ¡Cómo podía siquiera pensar en eso! Vi rojo un segundo antes

de que explotara. —¡No te atrevas a decir eso! —grité, empujándolo. No se movió, siguió caminando hacia mí, acechándome. No se detuvo hasta que

mi espalda golpeó el establo de caballos detrás de mí.

Inclinándose, Ryder puso las manos sobre la madera torcida detrás

de mí, sujetándome. Debajo de su chaqueta, tenía los músculos de sus brazos flexionados. Sabía que tenían el poder de herirme con un movimiento de su muñeca o abrazarme fuerte cuando me venía con él

dentro de mí. Quería darle una bofetada por hacerme sentir así. ¡Maldito por hacerme pensar en sexo cada vez que estaba cerca!

Traté de controlar mi respiración cuando su gran cuerpo bloqueó mi escape. El calor de su cuerpo me envolvió, empapando mi piel. Tocándome

en lugares donde solo sus dedos y dureza habían llegado.

Pero sus palabras causaron un tipo de reacción distinta.

—Lo besaste, Maddie. Besaste. A. Mi hermano —dijo, acercándose más, mirándome con una mezcla de odio y dolor.

Me estremecí con cada palabra, odiando que fuese verdad. Odiando

que él lo supiera. Odiándome por hacerle daño.

Pero no lo suficiente para acobardarme.

Me agaché y rápidamente me zafé de su brazo. Antes de que pudiera detenerme, corrí hacia las puertas del granero, pero él tenía otros planes y

no incluían el dejarme ir.

—¿LO BESASTE? —rugió, y su voz hizo eco en las paredes del granero.

Me di la vuelta para mirarlo.

—¡NO! ¡Él me besó! —le grité—. Pensaba que estabas muerto y creyó

que era su deber cuidar de mí. ¡Le hiciste prometer que lo haría! ¡Le dijiste que era perfecto para mí! ¿Cómo pudiste? —grité, metiendo mi dedo índice

en su pecho cuando se acercó lo suficiente—. ¡No puedes darte por vencido tan fácilmente, Ryder! A veces, eres muy frustrante... —Respiré profundo, tratando de calmarme, pero no ayudó—. ¡El beso no significó nada, Ryder!

¡NADA!

Asintió, como si entendiera. Sentí alivio. Desapareció la presión en

mi pecho. Pero sus siguientes palabras me golpearon como un ladrillazo en la cabeza.

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—¿Nada? Desde que he vuelto, he visto cosas, Maddie —dijo, dando

pasos más cerca—. Lo vi poner sus manos en tu cabello. He visto la forma en que te mira y he visto lo cercanos que se han vuelto desde que me fui.

Diablos, no pude resistirme a ti. Nadie puede. Así que dime, ¿qué más le han hecho esos labios a mi hermano?

Era como un disparo al corazón.

Mi barbilla temblaba y mi garganta se cerró herméticamente. Era un desastre. Pero todavía me aferraba, luchando por nosotros, incluso si él

no.

—¡Estos labios no hicieron nada con él! Estuviste con innumerables

chicas ¿y estás furioso conmigo porque tu hermano me dio un beso? ¡Fue un maldito beso!

—¡Sí, me acosté con un puñado de chicas! Mierda, ¡si fuera posible

lo borraría! —gritó, dando un paso más. Pero luego su voz bajó, corriendo por mis terminaciones nerviosas—. Nunca hubiese tocado a otra chica si

habría sabido que podía tenerte. Ese es el problema. No quiero a nadie más, pero tal vez tú sí.

—¡No! —Sacudí la cabeza, aterrorizada de que él lo creyera—. Tenía los brazos de Gavin a mi alrededor y deseaba que fueran los tuyos. ¡Que tú me besaras! Hubiera dado mi vida por tenerte de vuelta. ¡Te extrañaba!

—Diablos, Maddie, yo también te eché de menos. Me tumbaba en el suelo duro por la noche y te añoraba. —El dolor y la furia se mezclaron en

sus ojos y en su rostro—. Respiré y viví por ti. Caminé por el bosque solo, sin comida ni agua solo para volver a ti. —Su voz se hizo más dura y

desapareció el dolor. Solo se mantuvo la rabia—. Entonces llego a casa. Mi familia está hambrienta, apenas resistiendo. Me entero que soy adoptado y que mi verdadera madre era una drogadicta que no me quería.

Se paró sobre mí como un gigante. Sus siguientes palabras fueron duras y las dijo con los dientes apretados. —Luego descubro que la mujer

que amo y mi hermano se estaban enrollando aquí en casa mientras yo agonizaba. ¿Crees que no debería estar echando humo, como un maldito

loco?

Mi sangre hirvió y la frialdad llenó mis venas. —Sí, tienes todo el derecho a estar enojado, ¡pero Gavin y yo no estábamos enrollándonos! —

grité—. ¡Maldita sea, Ryder! ¡No ocurrió nada más! ¿Por qué no puedes entenderlo?

Me miró con frialdad, carente de toda emoción. Ni amor, ni odio, ni pasión. Nada

—¿Y se supone que debo creerlo? —Se mofó, asqueado—. Mis padres me mintieron durante todos estos años acerca de mi nacimiento. Tal vez mi mejor amiga también está mintiéndome.

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Me puse recta, expulsando todo el aire de mis pulmones. Dándome

cuenta que tenía un control firme sobre su abrigo, obligué a mis dedos fríos a soltarlo.

Poniendo mi pecho en alto, lo miré a los ojos. ¿Cuál era el dicho? ¿Nunca dejes que te vean sudar? Bueno, yo no iba a dejar que me viera

herida. Quería gritar como un bebé. Tenía ganas de gritar como una loca. Quería golpearlo hasta hacerlo sangrar. Pero me quedé tranquila. En el pasado, él me había llamado terca. Iba a ver lo terca que podía ser.

Di un paso hacia atrás, forzando una pared invisible entre nosotros. Sus ojos se movieron por mi cuerpo, quemándome de alguna manera.

Quería agarrar su nuca y besarlo. Sus vaqueros para montar se burlaban de mí, haciéndolo verse más provocativo de lo que tenía derecho. Quería

desabrocharlos y meter mi mano, para luego envolverla a su alrededor y mostrarle lo mucho que me encantaba cada centímetro de su cuerpo. Pero en cambio, apreté mis manos en puños a los costados. Bastante triste,

Maddie. ¿No te puedes resistir a él, ni siquiera cuando te odia?

Tomando una bocanada de aire muy necesaria, me volví y me alejé,

dejándolo solo. Y me permitió irme. Eso me dolió tanto como sus palabras anteriores.

A medio camino a través del piso del granero polvoriento, me detuve, cuando una pregunta apareció en mi mente. Tomando el control de nuevo, me enfrenté a él. Su mirada se quedó en mí, mirándome con una expresión

cerrada.

—¿Dónde está él? —le pregunté.

Ryder bufó y desvió la mirada, sacudiendo la cabeza con disgusto. Me dolió verlo actuar así, pero no era un santo. Lo había sabido mi vida

entera. Él podía ser un bastardo sin corazón, pero sabía que era una fachada para protegerse. Una manera de ocultar sus emociones a los demás.

—Lo dejé en el campo, fuera de combate. Tiene suerte de que no le haya disparado y lo dejé pudrirse —dijo.

El terror inundó mi cuerpo. ¿Gavin estaba allí solo? ¿Tendido en el suelo y lastimado? Sin pensarlo dos veces, corrí a uno de los establos.

—¿Qué haces? —preguntó, viendo como jalaba una manta de un lado de la silla en lo alto. El polvo se arremolinó a mi alrededor, haciendo

que mi nariz picara cuando la manta cayó en la paja a mis pies.

No le contesté, tratando de alcanzar la silla de montar acomodada en su sitio. Colocando las manos en el cuero, tiré de ella pero no se movió.

—Jesús, Maddie, ¿qué demonios te crees que haces? —preguntó, dando grandes pasos por el piso del granero, deteniéndose solo cuando

estuvo a mi lado.

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Me negué a mirarlo y tiré de la silla. Esta vez, empezó a caer. El peso

casi me derribó, pero Ryder la atrapó con facilidad.

—Maldita sea, Maddie, te vas a hacer daño —murmuró, bajando la

silla al suelo—. Estás embarazada. No puedes levantar cosas pesadas, ¿recuerdas?

Quería decir: Soy una mujer adulta y no necesito que me digas lo que

puedo o no puedo hacer, pero mantuve la boca cerrada. Fue algo muy difícil.

Inclinándome, intenté levantar la silla, cualquier cosa para mantener mi mente fija en la tarea y no en el cuerpo de Ryder junto a mí. Pero me

rendí y dejé la silla en el suelo, cuando se hizo evidente que era demasiado pesada para que la levantara.

En su lugar, tomé algunas riendas y la herradura que colgaba sobre un clavo cerca. Sin mirar a Ryder, cogí la manta de la silla y me alejé, dejando la silla detrás. No la necesito. Podía hacerlo sin un pedazo de cuero.

O sin Ryder.

—No irás detrás de él —dijo, siguiéndome por el granero.

—Trata de detenerme. —Apreté los dientes, enfocada en las puertas de metal.

—No me tientes, Maddie. No quiero una excusa para tocarte.

Sus palabras dolieron, pero ignoré el dolor.

Al abrir de golpe la puerta del establo, sentí el viento frío, enfriando

mi cara y arremolinando los copos de nieve a mis pies. Ignorando el frío, salí del establo. Mis brazos estaban llenos de riendas que colgaban detrás

de mí y la manta de caballo rasposa irritaba mi piel, pero no me importó y seguí adelante.

Por el rabillo del ojo, vi a Eva y Brody en el pórtico, mirándonos. Yo sabía que Eva estaba enojada, con ganas de envolver sus manos alrededor del cuello de Ryder. Bienvenida al club.

Cash se acercó a nosotros con un propósito, moviendo sus caderas casualmente con cada paso. Su andar era relajado pero yo sabía que iba a

estar listo para pelear al momento de la noticia. El omnipresente sombrero de vaquero que tenía en su cabeza, ocultaba sus ojos del mundo. Un rifle

estaba sujeto a su mano derecha, una que bien podría inclinar el arma y disparar en cuestión de segundos. Pero sabía que no era la única arma

que llevaba. El hombre era un ejército andante, capaz de hacer que un hombre se rindiera con apenas un sonido.

Ignorándolos, corrí hasta el borde del granero. A pocos metros, se

hallaba la pastura. Tres caballos al lado del abrevadero nos observaban con interés. Me dirigí a ellos, sin prestarle atención a Ryder ni al frío viento

que me hacía temblar.

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—Maddie —dijo Ryder, como si decir mi nombre fuera todo lo que

debía hacer para detenerme. Bueno, esta vez no.

En la verja, quité el candado y lo colgué cerca del alambre de púas.

Los caballos me observaron acercarme, moviendo las orejas hacia atrás y hacia adelante. Pasando más allá de ellos, me acerqué a mi caballo cuarto de milla. Ella sacudió la cabeza, mientras sus grandes ojos marrones me

miraban con fiereza indomable.

—Oye, chica —le dije, extendiendo la mano y dejando que oliera mis

dedos fríos.

—Maddie, te juro que si montas y vas tras él...

Tiré la manta en la parte posterior del caballo y miré por encima del hombro a Ryder. —¿Qué harás? ¿Te enojarás conmigo? —le pregunté con indiferencia—. Voy a ir tras él, Ryder. Es tu hermano y mi amigo. No trates

de detenerme porque no puedes.

Cash se detuvo a unos metros de nosotros, mirando con recelo a

Ryder. —¿Todo bien, Maddie? —preguntó.

Mis ojos se dirigieron hacia el arma en su mano, mientras los copos

de nieve caían a nuestro alrededor.

Escuché a Ryder moverse tras de mí, listo para atacar a Cash como si hubiese sobrepasado alguna tonta y estúpida frontera. Simplemente me

irritaba más.

—Maddie, ¿qué está pasando? —volvió a preguntar Cash.

—Ryder noqueó a Gavin y lo dejó allá afuera —contesté, asintiendo hacia el campo mientras ponía el frenillo sobre la cabeza de mi caballo—.

Alguien debe ir a buscarlo. Bien podría ser yo, ya que estamos tan cerca. Ya sabes, como mis labios han hecho todo tipo de cosas con él.

De acuerdo, no debería haber dicho la última parte, pero no pude

resistirme. Estaba tan enojada que solo quería gritar. Y no era la única.

Ryder explotó. Su cara se puso roja y su mano me agarró del brazo,

haciéndome girar.

—Lo juro, Maddie, estoy cerca de estrangularte —se forzó a decir con

los dientes apretados.

Ambos ignoramos a Cash mientras daba un paso más cerca, siempre

de guardaespaldas.

—Adelante —le susurré, con ira y dolor—. Casi lo haces una vez. Envolviste tus manos alrededor de mi cuello y poco a poco comenzaste a

apretar. Te reto a que me toques nuevamente.

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Se me quedó mirando, sorprendido por mis palabras. Sabía que no

me haría daño, pero tuve que presionarlo. Él me volvía demasiado loca como para no hacerlo.

Alcanzándolo, agarré su mano y la puse en mi cuello, forzando a sus dedos. Se sentían calientes contra mi piel. Familiares. Quería sus manos por todas partes en mí, pero deseché el deseo. No quería volver a sentirlo.

Quería sentir la furia, no el deseo que me consumía por la mañana y la noche.

—Adelante, Ryder. Aprieta. Demuéstrame cuánto me odias —le dije, taladrando sus ojos con los míos.

Tragó saliva duramente. Sus dedos recorrieron mi piel suavemente, al tiempo que sus ojos observaban el movimiento. Deslizó el pulgar debajo de la parte superior de mi camisa, luego desapareció debajo del cuello de

mi chaqueta.

Cuando su pulgar se movió sobre mi clavícula, aspiré una bocanada

de aire, llevando el aire frío dentro de mis pulmones.

—¿En serio crees que podría hacerte eso? ¿Herirte? —preguntó, lo

suficientemente bajo para que solo yo pudiera oírle.

—Ya me has dañado una vez hoy al no creerme. ¿Por qué no torcer el cuchillo un poco más? —le dije, tratando de no desmoronarme cuando

su mano se movió a mi nuca.

Vi una grieta, un pequeño atisbo de sentimiento en sus ojos. Luego

desapareció, cubierto por una expresión retraída. Entonces supe que se había perdido en la ira.

—Déjame ir, Ryder —susurré.

—Voy a ir con ella —intervino Cash a nuestro lado.

Apretó su mano en mi nuca, acercándome. Lo dejé, pensando que

iba a rodearme con sus brazos y decir que lo sentía. O suplicar mi perdón. Debí haberlo sabido. Éste era Ryder.

—Ve. Corre hacia él —gruñó; sus palabras salieron suaves pero la amenaza detrás de ellas era real—. Pero tú siempre serás mía, Maddie.

Poco a poco, sus manos me abandonaron. Me dejaba ir, pero yo supe que nunca sería libre de él.

Nunca quise serlo.

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2211

Encontramos a Gavin a medio kilómetro de la casa, cerca del arroyo

que corría a lo largo del rancho. Por encima del sonido del viento, podía oír el agua y sabía que se encontraba cerca una zona donde se arremolinaba y

burbujeaba sobre grandes rocas. Ryder y yo habíamos jugado allí cuando éramos niños. Una o dos veces Gavin se nos unió cuando nadábamos o intentábamos atrapar pececillos en el agua. Muchos días me había sentado

en la orilla arenosa, mirando y riendo mientras ellos competían sobre quién podría atrapar la mayor cantidad de peces pequeños. Eran feroces

competidores, antes y ahora. Solo que ahora, competían por otra cosa. Pero yo ya sabía quién era y siempre será el ganador.

Gavin tenía una bota en el estribo e iba a montar su caballo cuando nos vio a Cash y a mí cabalgando hacia él.

Llegué antes que Cash; mi caballo galopó hasta la zona sombreada

cerca de Gavin. Tan pronto como se detuvo mi caballo, bajé de la silla, con la mirada fija en él. Cruzando la tierra helada, caminé a través de las altas

malezas que me rodeaban hasta la altura del muslo.

—Diablos, Maddie, ¿qué haces aquí afuera? —preguntó, deslizando

sus ojos por mi cuerpo.

Tengo frío, pero estoy aquí para salvar tu culo, casi dije.

Me miró cautelosamente mientras me acercaba. Le sangraba la nariz y la piel alrededor de su ojo estaba rota, dejando tras de sí un moretón desagradable gracias a Ryder.

—Ryder dijo que te dejó inconsciente. ¿Estás bien? —le pregunté.

Se limpió la nariz con el dorso de la mano y luego miró a la sangre.

—Sí. Me merecía cada golpe que me dio —murmuró, tocándose el rabillo de su ojo—. Probablemente merecía mucho más.

Hice una mueca. Su ojo, que ya se hinchaba rápidamente, parecía doloroso.

—Entonces, ¿qué tan enojado estaba? —preguntó.

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—Enojado no empieza a describirlo. Me sorprende que sigas en una

sola pieza —respondió Cash, inclinándose hacia delante en la silla—. No puedo decir que lo culpo por patearte el culo. Yo hubiera hecho lo mismo.

Gavin soltó un bufido y pasó por delante de mí, llevando su caballo al mío.

—Quiero patear mi propio culo —murmuró—. Lo siento, pero tuve

que decirle, Maddie. Me carcomía por dentro. Cada vez que me miraba, me sentía muy culpable.

Fruncí el ceño, recordando las palabras de Ryder. —Le dije que no significó nada, pero está enojado. Furioso.

Me miró. El viento levantaba mechones de su cabello oscuro; mucho más oscuro que el de Ryder. Parecían hermanos, pero había pequeñas diferencias entre ellos. Además de la oscura personalidad que tenía Ryder,

y Gavin no, éste último era más delgado. Tenía el cuerpo de un corredor, más delgado, pero muscular. Ryder tenía el cuerpo de un luchador, fuerte

y tallado en piedra, listo para pelear con alguien. Al igual que había hecho con su hermano.

—¿Cómo lo llevas? —me preguntó.

Mirando a lo lejos, me encogí de hombros. Estaba molesta, pero más que nada, enojada. Quería golpear a alguien o algo. Es decir, a alguien alto

que me enfurecía como nadie más.

—Lo siento por todo esto, Maddie. Solo espero que él se dé cuenta de

lo que tiene y no lo tire a la basura. Si lo hace, voy a patearle el culo de aquí hasta el próximo domingo —dijo Gavin—, por ti.

—Gracias, Gavin.

La comisura de su boca se elevó en una media sonrisa tonta que habría hecho desmayarse a las mujeres de Dallas. Sus largas pestañas

negras capturaron un copo de nieve, dejando un toque de humor en sus ojos.

—No hay problema, pequeña.

Sonreí, su viejo apodo curvó mis labios en una sonrisa.

Tal vez no debería haber sonreído. Ryder estaba enojado conmigo. Nevaba y tenía frío. No teníamos suficiente ropa para el invierno. Nuestro suministro de alimentos iba disminuyendo. Echaba muchísimo de menos

a mi padre y me faltaban poco meses para tener a un bebé sin atención médica adecuada. Sonreír no parecía correcto. ¿Llorar? Sí. ¿Lamentarse?

Claro. Pero creo que a veces la felicidad significaba vivir. Estar presente. Estar vivo. Estar rodeado de los que más amas.

Incluso si a veces te hacen enojar.

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2222

El viaje a casa fue horrible. La nieve se volvió más pesada, cubriendo poco a poco el terreno en una ligera capa de blanco. Pero cuando aterriza

en mí, simplemente se convierte en humedad fría, empapando mi chaqueta y mis vaqueros.

Mi cabello estaba mojado, sintiéndose como hielo contra la piel de mi garganta y cara. Mis dientes castañeteaban y todo mi cuerpo temblaba con grandes estremecimientos que hacía difícil concentrarse. Necesitaba calor

y lo necesitaba ahora.

Pero nunca parecía conseguir lo que quería. La vida simplemente no

funcionaba de esa manera para mí. Si lo hubiera hecho, no tendría frío y hambre al tiempo que la nieve que cubre mis inadecuadas zapatillas de

tenis. Yo estaría a salvo y cálida en mi apartamento, riendo con Eva sobre los chicos y preocupándome por estudiar para los exámenes finales.

No estaría preocupada por una guerra en nuestra propia tierra, que

mataba a miles y millones de hambrientos. Tendría electricidad, un coche, suficiente comida para todo el invierno, y agua limpia que no tenía que ser

filtrada. Tendría a mi padre. Nunca habría perdido a mi madre. Pero de nuevo, tal vez no hubiera tenido a Ryder ni tampoco a nuestro bebé.

Le decía a Gavin sobre el críptico mensaje que escuchamos en la radio de onda corta, cuando de repente Cash tiró de las riendas, para detener su caballo. Cuando él hacía cosas así, yo le prestaba atención.

Nunca hacía ningún movimiento brusco sin una razón. Y sea cual sea la razón, llenó su cuerpo con tensión.

Gavin y yo seguimos su ejemplo, y detuvimos los caballos. Nuestra conversación se desvaneció cuando vimos la cara de Cash. Su mandíbula

barbuda parecía tallada a piedra. Debajo del sombrero de vaquero, vi sus ojos fijos al frente con precisión mortal. Seguí su mirada, en busca de lo que le hizo tensarse. Fue entonces cuando los vi.

—Maldita sea —susurró Gavin, chocando mi pierna con la suya cuando su caballo se acercó al mío.

Mi corazón se detuvo. Mis pulmones dejaron de respirar. El frío no importaba. La nieve que caía a nuestro alrededor no importaba. Lo que

importaba eran los soldados de pie en frente de la casa.

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Sin hacer ruido, Cash llevó la mano hacia atrás y lentamente retiró

el rifle de la funda en la silla. Apoyando las riendas en su regazo, controló el caballo con sus muslos mientras llevaba el rifle a su hombro, haciendo

que se vea como lo más natural del mundo. Desde debajo de su sombrero de vaquero, él observo por la mira montada en la cima del rifle. Sin binoculares, era la única manera de saber a qué nos enfrentábamos.

—Soldados. Quince o algo así —dijo, moviendo el rifle lentamente y explorando la zona—. Todos armados.

Apreté los dedos alrededor de las riendas y sentí pánico. Mi caballo sacudió la cabeza y pateó el suelo, ansiosa por empezar a moverse. No le

presté atención. Mi cuerpo se sentía flojo, abandonada por todo lo que me mantenía entera.

Han encontrado a Ryder.

Ve por él, instó mi voz interior. Clavé los talones en los constados de mi caballo, haciendo que la parte trasera de su cabeza fuera hacia atrás

por la sorpresa. Aflojando las riendas, la dejé en libertad, libre para que despegara en un galope.

Pero Gavin me detuvo. Extendiendo la mano, agarró las riendas de mi caballo y le impidió ir más lejos.

Todo lo que podía pensar era en el enemigo, tratando de herir a

Ryder. Haciéndole pagar por haber matado a su líder. No quería sentarme aquí y observar mientras suceda. No podría.

—¡Tenemos que ayudarlo! ¡Lo matarán! —exclamé en un susurro; mi miedo se mezclaba con la ira.

—Espera, Maddie —dijo Gavin en voz baja, con los ojos fijos en la casa.

—Son americanos —interrumpió Cash, sin dejar de observar a los

soldados a través de la mira del rifle.

—¿Cómo lo sabes?

—Visten ropa de camuflaje estadounidense. No son desgraciados extranjeros —explicó Cash.

—¿Ves a alguien más? —le pregunté, tratando de reprimir el pánico en mi voz.

—Sí —respondió Cash, su voz silenciada contra el viento.

—¿Quién? ¿Ryder? —pregunté, tentada de agarrar el arma y echar un vistazo por la mira.

Cash no respondió, lo que me preocupó.

—¿Cash? ¿Ves a Ryder? —pregunté de nuevo, tratando de no gritarle

en frustración.

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Empujando el sombrero hacia atrás en su cabeza, movió el arma a la

izquierda

—Sí, está ahí. Sigue en pie, y es sorprendente ya que... —Detuvo sus

palabras. De repente, sus hombros se tensaron bajo su chaqueta gruesa—. Oh, infiernos —murmuró.

—¿Qué? —preguntó Gavin, mirando con los ojos abiertos cuando

Cash bajó el rifle y se apresuró para poner meterla en la funda.

—Nos han visto.

Tratando de controlar el pisoteo impaciente de mi caballo, eché un vistazo a la casa. Cinco hombres nos apuntaban. De repente, empezaron a

correr hacia nosotros.

Ellos venían por nosotros.

Un movimiento llamó mi atención. Alguien nos miraba. Parecía más

alto que el resto, de pie en medio del patio, rodeado por los hombres.

Ryder.

Ahí fue cuando lo escuché. Un grito.

—¡Oye!

Observé con creciente pánico cuando se giraron los cinco hombres, olvidándose de nosotros durante un minuto.

¿Qué está haciendo?

Dándose la vuelta, Ryder le dio un puñetazo en la cara al hombre más cercano. Luego le lanzó un puño en el estómago. Un segundo más

tarde, los soldados se apresuraron hacia él.

—¡Sácala de aquí! —gritó, apenas esquivando un gancho al mentón

antes de que alguien le clavara uno en el estómago.

—No, no, no —dije en voz baja, sabiendo lo que hacía.

Nos daba tiempo.

La idea me hizo sentir mal del estómago. Él permitía que le den una paliza para que Gavin y Cash pudieran ponerme a salvo. Se sacrificaba

para que pudiéramos escapar.

—¡Mierda! —maldijo Gavin, tirando de las riendas cuando su caballo

alzó la cabeza—. ¿Qué diablos está pasando? ¡Somos americanos!

—¿Qué crees? —dijo Cash, gritando y tratando de controlar a su propio caballo—. Es una gran fiesta y acaban de invitarnos.

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La táctica de Ryder no funcionó. Solo nos ahorró unos segundos.

—¡Maldita sea! ¡Aquí vienen! —nos advirtió Gavin, mirando como los cinco hombres comenzaron a correr por la hierba alta hacia nosotros.

—Maldita sea —murmuró Cash, tratando de controlar a su caballo nervioso—. Estamos entre la espada y la jodida pared. Si damos la vuelta y

corremos, podría avecinarse una lucha que involucre balas. Te aseguro que no quiero eso cuando Maddie esté con nosotros.

Lanzando una pierna por encima de la silla, desmontó rápidamente. Quitó la pistola y los cuchillos escondidos en varios lugares de su cuerpo,

dejándolas caer en la hierba alta a sus pies.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Gavin, viendo como las armas desaparecían en los tallos y las malas hierbas que los rodeaban.

—Me estoy acordando de mis clases de historia —respondió Cash, levantando la vista por debajo de su sombrero—. El gobierno está débil. Lo

hemos escuchado y lo he visto muy bien. Armas de fuego, balas o armas de cualquier tipo, son mercancía que necesitan los ejércitos. Que me

condenen si les doy el mío.

Gavin miró a los soldados antes de regresar su mirada a nosotros, mostrándose indeciso sobre qué hacer.

Yo ya lo sabía. Lancé la pierna sobre la silla y me deslicé hasta el suelo congelado. No me importaban los soldados. Lo único que importaba

era recuperar a Ryder y a Eva y mantener a mi bebé nonato a salvo. Permanecer juntos. Ese había sido nuestro lema desde hace meses y no lo

íbamos a cambiar a corto plazo. Cuando lo hacíamos, sucedieron cosas malas.

Gavin me copió y desmontó. El hielo incrustado en la hierba crujía

bajo sus botas, y el sonido por sí solo me hacía temblar. Inmediatamente él descolgó la escopeta de su silla de montar. Con el ceño fruncido, lo

colocó en el suelo. El arma desapareció de la vista en la hierba alta que nos rodeaba.

—Me quedo con mi cuchillo —afirmó obstinadamente.

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—Esa es tu maldita propia decisión. Pero no arruines todo por jugar

al héroe —dijo Cash—. Tenemos suficiente de eso con Ryder.

Ante la mención de su nombre, toda la sangre corrió de mi cabeza.

Apenas podía verlo, de pie en medio de los hombres. Vi que lanzaban puñetazos y sabía que Ryder no iba a devolverlos. Él era el único dispuesto a ser un saco de boxeo para que pudiera escapar.

Vi a los soldados siguiéndonos. La bilis subió por mi garganta. Cada uno de ellos tenía un arma de fuego, algunos incluso más de una. Otros

tenían la cara manchada de negro, haciéndoles de camuflaje, con aspecto listo para la batalla. Otros parecían a punto de matar a cualquier cosa que

se moviera; animal o humano. Tenía la sensación de que no les importaba mucho.

Gavin y yo seguimos la caminata de Cash, dejando nuestras armas

escondidas detrás.

—Solo debes comportarte con naturalidad y darles lo que quieren —

murmuró Cash, con los ojos fijos en los hombres que se acercaban.

Mi corazón se aceleró. Mis piernas se pusieron rígidas con la bajada

de las temperaturas. Hacía frío y tenía hambre, pero teníamos problemas mayores.

—¡Ustedes! ¿Quiénes son? —gritó uno de los hombres y levantó la

pistola. Los soldados nos rodearon. Nos superaban en número y armas. Podían ser aliados pero parecían hostiles, listos para abalanzarse sobre

nosotros si cometíamos un movimiento en falso.

—Vivimos aquí —respondió Gavin, señalando hacia la casa—. ¿Qué

está pasando?

Nadie le contestó. Todos se detuvieron, con las manos en las pistolas y los ojos puestos en nosotros.

—¿Tienen armas? —preguntó uno en un profundo acento del este de Texas.

—No, señor —respondió Cash.

El hombre se le acercó, y las malezas golpeaban sus pantalones con

cada paso que daba. Deteniéndose a sesenta centímetros de distancia, retrajo la recámara de su arma. Era una amenaza, una advertencia silenciosa de que estaba armado y cargado.

—¿Me dices que están dando vueltas mientras los terroristas hijos de puta se encuentran a la caza de estadounidenses y que no tienen

armas? —preguntó, mirando brutalmente a Cash antes de escupir en el suelo.

—Eso es correcto, señor. No tenemos nada de armamento. No las tuvimos antes de que los hijos de puta atacaran y ahora tampoco tenemos

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una mierda —respondió Cash con su acento tejano. Él jugueteó con las

riendas en la mano y cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro, como si estuviera nervioso. Jamás lo había visto nervioso. Todo era una fachada.

Una actuación y una muy buena.

El soldado nos estudió durante un minuto, tomándose su tiempo para decidir si decíamos la verdad o no.

—Está bien, únanse a sus amigos —dijo finalmente, señalando con un gesto hacia la casa.

Con Gavin y Cash flanqueando mis extremos, empezamos a caminar hacia la casa. Gavin llevó su caballo y el mío, quedándose cerca de mí. Los

hombres nos seguían de cerca, preparados para disparar si hacíamos un movimiento en falso.

Comencé a temblar, no por miedo, sino por el frío. Se filtró en mis

huesos, congelándome desde dentro. Desde la última hora más o menos, la temperatura había descendido significativamente. El aire, ya glacial,

quemando mis pulmones al respirar. Para el momento en que habíamos llegado a la casa, la nieve caía con más intensidad, cubriéndolo todo.

Empecé a temblar sin control, temiendo que nunca pudiera volver a entrar en calor.

Los soldados nos detuvieron en el centro del patio. Cash tenía razón,

parecía que había quince de ellos. Todos se veían con hambre y frío, pero también con un aspecto mortífero, como diciendo “te desafío a hacer un

movimiento”. Pero solo había un hombre al que quería ver.

Ryder permaneció de pie con las manos atadas al frente, mientras

un soldado hacía guardia a cada lado. Él no llevaba una chaqueta, pero no era posible saber si tenía frío o no. Al igual que un inmortal que no sentía, él se quedó quieto, sin mover ni un músculo. Sus pies estaban separados y

los músculos de sus brazos rígidos. Había un corte debajo del ojo que ya sangraba y su labio inferior estaba partido. Sus ojos me siguieron tan

pronto como entré en el patio, evaluando cada centímetro de mí. Con odio, miró a los hombres que me rodeaban y sus ojos se volvieron fríos.

Empecé a dirigirme a él, pero Gavin extendió el brazo y me agarró, manteniéndome a su lado. Vi a Ryder rechinar los dientes y mirar a otro lado con disgusto. Sus puños se abrían y cerraban, tirando de la tensa

cuerda que rodeaban sus muñecas. Sabía que si hubieran estado sueltas, sus manos se habrían envuelto alrededor del cuello de su hermano.

Eché un vistazo a Eva y Brody. Ambos de pie un par de metros de distancia, con soldados a cada lado de ellos. Detrás, se hallaba Janice, con

aspecto asustado y preocupado. Roger debía seguir en su casa, con suerte, sano y salvo.

Me moví más cerca de Gavin cuando un hombre mayor, tal vez de

unos cincuenta años, se acercó hacia nosotros. Tenía el pelo blanco con

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un corte al estilo militar, casi rapado. Sus mejillas y mandíbula estaban

cubiertas de barba blanca y sus pantalones de color verde oscuro se veían arrugados y fangosos. La chaqueta que llevaba no era norma del Ejército

estadounidense, pero creo que sería seguro decir que los reglamentos se habían tirado por la ventana cuando ocurrió el pulso electromagnético.

—¿Quién eres? —preguntó, deteniéndose a centímetros de Gavin. Se

oía como si hubiera fumado demasiados cigarrillos en su vida.

—Delaney. Vivo aquí —respondió Gavin, moviendo su barbilla hacia

la casa.

Los ojos del hombre recorrieron a Gavin y luego a Cash. Finalmente,

me miró. Quería ser valiente, pero cuando sus ojos negros me miraron, me quedé petrificada. Él tenía arrugas de expresión alrededor de los ojos, pero su mirada no tenía ningún sentido del humor. Solo locura.

Sabiendo que este tipo era un problema, instintivamente di un paso atrás. Gavin se puso delante de mí de inmediato, bloqueando la vista de

todos.

—¿Qué escondes, muchacha? —preguntó el hombre con una sonrisa

que pretendía ser genuina, pero no fue nada agradable. Tendió una mano para mí, moviendo sus dedos—. Ven aquí.

Me encogí lejos de él, algo de lo que no estaba orgullosa —pero había

tenido suficiente desde el pulso electromagnético. Además, tenía un bebé al que proteger. No quería que este hombre me tocara. Algo en él se

sentía... mal.

—Ven aquí, no muerdo —dijo sonriendo y agitando la mano hacia

delante. Sus labios se separaron, mostrando los dientes que podrían haber sido blancos una vez.

Tenía dos opciones: o bien esconderme detrás de Gavin y que este

hombre me tirara lejos o enfrentarme a él por mi cuenta. De cualquier modo, sabía que él iba a salirse con la suya. Moví nerviosamente la mirada

hasta Ryder mientras tomaba mi decisión. Parecía dispuesto a destrozar hasta el último hombre al tiempo que observaba como yo pasaba por

delante del líder. Sus ojos refulgían con una mirada fría, permaneciendo en mí como si nadie más existiera, solo nosotros dos.

La tensión en el patio se hizo tan espesa como la nieve que caía. El

viento empezó a soplar, volándome el pelo hasta la cara e impidiéndome la visión. Aparté los mechones y bajé la mirada, tratando de controlar el

miedo que no se iba. Mis ojos se posaron en las botas de combate negras del líder a pocos metros de mí. Se hallaban cubiertas de nieve derretida y

barro. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Estos hombres eran problemas, mucho más que un par de golpes y narices ensangrentadas. Pero no tenía mucho tiempo para pensar lo que querían. El líder empezó a

gritar órdenes, con la voz llena de autoridad.

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—¡Lleva los caballos al establo y desensíllalos! —ordenó, señalando a

nuestros caballos.

Apoyando una mano en la pistola que tenía enfundada en la cadera,

el líder volvió su atención a Gavin y Cash. —¿Los comprobaron para ver si llevan armas? —soltó, señalándonos.

—No, señor —respondió uno de los hombres.

El líder suspiró; la decepción con sus hombres era evidente. —Paul, ven aquí y regístralos —dijo con irritación.

Vi como un soldado se dirigió con las piernas rígidas hacia Cash. Era de baja estatura, con el pelo rubio sucio y un cuerpo trabajado como

un luchador. El barro y algo que se parecía sospechosamente a sangre, manchaban su chaqueta verde oscuro. Me ponía nerviosa el arma semi-automática que llevaba. Parecía inquieto, como si no estuviera seguro de lo

que hacía. Solo esperaba que su dedo en el gatillo no fuera tan inestable.

Comenzó a registrar a Cash con movimientos rápidos. Profesional.

Como un prisionero obediente, Cash levantó los brazos por encima de la cabeza y dejó que el hombre lo cacheara. El soldado le registró los

bolsillos, debajo de la chaqueta y le dio una palmada a la parte superior de sus botas.

Mientras él revisaba a Cash, yo inspeccioné la zona. La nieve ya se

acumulaba en el suelo alrededor de nuestros pies. A lo lejos, no podía ver nada más que el viento moviendo los copos de nieve antes de colocarlos

con cuidado en el suelo.

Ya no podía sentir mis extremidades. Mis pies se encontraban

totalmente entumecidos gracias a mis calcetines empapados y zapatillas delgadas. Mis dedos y cara se sentían fríos, los músculos inamovibles. Sabía que estaba lejos de la hipotermia, pero eso no quería decir que no

me hallaba helada.

Miré a los dos camiones desconocidos a pocos metros de distancia.

Eran vehículos de modelos más antiguos; si tendría que adivinar, diría que eran de principios de los setenta.

Los neumáticos de camiones que conducían desde la casa de Janice y Roger a la de Ryder. El pasto ya había sobrepasado las huellas de los neumáticos, ocultando el camino gastado como si ya no existiera, pero los

hombres lo encontraron. Eso significaba que ya habían estado en la otra casa. Puede que todavía haya soldados allí. Recé para que Roger estuviera

seguro, sano y salvo de estos hombres.

Asustada al pensar que Roger podría estar herido en algún lugar,

miré de nuevo a los soldados, notando que algunos me observaban. Volteé mi cara, porque no quería hacer contacto visual con nadie.

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—Está limpio —dijo Paul, apartándose después de no encontrarle

ningún arma encima.

Gavin era el siguiente. Paul parecía más cauteloso con él que con

Cash. No podía culparlo, ya que era alto y musculoso. No tenía la mínima expresión en su rostro, solo una indiferencia que vi tantas veces en la propia cara de Ryder. Pero éste último era más impredecible y más mortal

de lo que nunca pensaría ser su hermano.

Ambos eran feroces guerreros pero sabía cuál lucharía por mi vida.

Por mí.

El que me miraba desde el otro lado del patio.

Encontré los ojos de Ryder, deseando que se volvieran suaves en tanto me miraban. Nunca ocurrió. En cambio, su mirada me atravesaba, dejando un rastro de destrucción a su paso al tiempo que fulminaba con la

mirada al soldado de guardia detrás de mí.

Paul le pasó las manos por el pecho, buscando alguna protuberancia

debajo de su chaqueta que indicara un arma oculta. Al no encontrar nada, después le dio unas palmaditas debajo de la cintura. Todavía sin encontrar

nada, sus manos sucias corrieron desde las caderas de Gavin hasta sus piernas.

Vi el brillo en los ojos de Gavin cuando comenzó a inspeccionarle la

espalda hasta las piernas. ¡Oh, no! Cuando uno de los hermanos Delaney tenía esa mirada, era conveniente que la gente corriera a las montañas y

se cubriera.

—Un poco a la izquierda y encontrarás lo que buscas, nenaza —dijo

Gavin con una sonrisa arrogante.

¿Qué estaba haciendo, tratando de que lo maten?

El rostro de Paul se volvió de un rojo remolacha, lleno de rabia al

tiempo que le fruncía el ceño. Pero detrás de su ira, estaba la vergüenza. Ser insultado frente a sus compañeros era peor a que si Gavin lo hubiese

tomado por sorpresa y conseguido darle un golpe.

—Cállate —farfulló Paul, tratando de ocultar su vergüenza. Con un

fuerte empujón, le hizo retroceder un paso, pero Gavin se inmovilizó con facilidad, manteniendo la sonrisa en su cara. Esa sonrisa solo conseguirá

que lo maten, pensé. ¿Qué demonios está haciendo?

Con las mejillas sonrosadas y la vergüenza llameando en sus ojos, Paul lo ignoró y se volvió hacia mí. Sus ojos se movían de arriba abajo por

mi cuerpo con una mezcla de aprecio y deseos de venganza. Sonriendo como si estuviera a punto de disfrutar de una comida sabrosa, él se paseó

hacia mí. Traté de ocultar mi miedo detrás de una expresión en blanco al tiempo que mi ritmo cardíaco se triplicaba.

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Siguió mirando todo mi cuerpo mientras me rodeaba. La manga de

su chaqueta rozaba mi cuerpo cada pocos pasos, seguramente a propósito. Me alejé un paso, pero se acercó más, y me dejó una sensación viscosa y

repulsiva. A pesar de llevar un abrigo y capas de ropa, todavía me sentía expuesta ante su evaluación.

—Ahora tengo que registrarla a ella —dijo, elevando en una sonrisa

las esquinas de sus delgados labios.

Sabiendo que mi única opción era cumplir, copié a Cash y Gavin, y

levanté los brazos por encima de la cabeza para que pudiera revisarme. Pero cuando me tocó los hombros, salté de miedo. Gavin cambió el peso a

su otro pie, girando su cuerpo hacia mí como si fuera a lanzarse al hombre que me tocaba.

El soldado de pie detrás de Gavin levantó el arma, apuntando a su

espalda. Poco a poco, él levantó los brazos por encima de la cabeza, sin apartar su mirada de la mía. Vi el mensaje detrás de su mirada. Mantén la

calma y haz lo que dicen.

Asentí solo un poco, lo suficiente para hacerle saber que lo entendía.

—Ella no tiene ningún tipo de armas —anunció Gavin, mirando al líder.

—Me aseguraré —replicó Paul detrás de mí. Sus manos corrían por mis brazos, dándome una palmada por encima del material grueso de mi chaqueta. Tratando de bloquear la sensación de las manos de un extraño,

dirigí mi mirada a Ryder, en busca de la única persona que siempre me daba una sensación de seguridad.

Pero sus ojos no estaban puestos en mí, sino en las manos de Paul. Por su expresión, supe que en cualquier instante, Ryder podría atravesar

el patio y estar encima de Paul. Si él se desatara, se derramaría sangre y rodarían cabezas.

Cerré los ojos y traté de bloquear el terror, pero solo aumentó

cuando las manos de Paul se mudaron a mi cintura. Mi embarazo estaba escondido debajo de mi chaqueta, pero con un solo toque, los soldados lo

sabrían. Cuando él acarició mi estómago, justo donde descansaba el bebé, toda la sangre abandonó mi rostro.

—¡No la toques! —rugió Ryder.

Abrí los ojos, asustada cuando escuché la rabia en su voz.

Dio unos pasos hacia mí, con furia en su cara y una frialdad mortal

en sus ojos. Dos soldados lo agarraron por los brazos, manteniéndolo inmóvil. Luchó contra ellos, pero lo sostuvieron firme, negándose a dejar

que se moviera un centímetro.

—Esta está embarazada —dijo Paul, haciendo caso omiso de Ryder.

Su mano se quedó en el estómago, envolviendo mi cintura desde atrás.

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Me sentí mal. Quería quitarme las manos de este hombre, pero tenía

miedo de moverme. Miedo de perder por todo el suelo, a los pies del líder, lo que quedaba en mi estómago.

El líder sonrió y miró por encima del hombro a Ryder, viendo como él luchaba contra los hombres. Luchando para llegar a mí.

—Supongo que tenemos otro bebé americano en camino —dijo el

líder, riendo—. Dios bendiga a los Estados Unidos de América

Iba a vomitar. Su voz se arrastró sobre mí como una enfermedad

sucia, llenándome con disgusto.

—Continúa cacheándola. No confío en las mujeres —dijo el líder,

olvidando su anterior buen humor.

Paul apartó las manos de mi estómago y las llevó a mis caderas; su toque ahora era más una caricia que una palmadita.

—¡Eres un hijo de puta muerto! —gritó Ryder, luchando contra las manos que lo sujetaban—. ¡Te voy a cortar en pedazos!

Paul alzó la cabeza, ensanchando los ojos con sorpresa mientras lo miraba. Pero, al parecer, no le temía lo suficiente porque dejó sus manos

en mí, demorándose mucho tiempo.

—¡Oye! —gritó Gavin, capturando su atención.

Vi como metió la mano en su bota, con la mirada fija en Paul. Un

segundo después, un cuchillo largo y mortal apareció en su mano. Lo abrió, dejando que la luz solar se reflejara en la hoja brillante.

Fue entonces cuando se desató el caos.

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Gavin gritó, llamando la atención de todos los soldados. Lanzó un

cuchillo en el aire, casi rozando el estómago de un hombre. Cuando un soldado se le acercó, se agachó, moviendo el cuchillo en su mano para

apuñalar a su atacante. Pasaron tres segundos antes de que los hombres lo alcanzaran, tirándolo al suelo. Paul me empujó del camino, acercándose a ayudar a los hombres a quitar el cuchillo de las manos de Gavin.

Al mismo tiempo, Brody corrió por el patio. Alguien trató de dar un paso en su camino, pero le soltó un puñetazo, que aterrizó en la nariz del

hombre. La sangre salpicó cuando la cabeza del hombre fue azotada de nuevo. Otro soldado lo encontró, enterrándole su puño en la caja torácica.

Brody tropezó y se dobló. Eva dejó escapar un grito junto con Janice al tiempo que más hombres se acercaron, tirándolo hacia abajo mientras se encontraba debilitado.

Cuando lanzaron a Brody al suelo, Cash vio su oportunidad. Le dio un codazo en el costado de la mandíbula al hombre a su lado, seguido de

un gancho a la cabeza. Tambaleándose sobre sus pies, los ojos del hombre se le pusieron en blanco. Cash se enfrentó al próximo. Era más grande,

más ancho y tenía alrededor de cincuenta kilos más que Cash. Pero eso no lo detuvo de lastimarlo. Con un solo golpe, el hombre se encontraba en el suelo, inconsciente. Juego terminado.

Vi todo nublado. Se hizo realidad el temor más grande. Durante meses estuvimos intactos e indemnes de la locura. Ya no más. La guerra

llegó a nuestro territorio.

Cuando Cash levantó el brazo y lanzó otro puño, vi mi oportunidad.

Nadie mira. Es el momento perfecto.

Salí corriendo. Rodeando al líder, me encontré con el claro. Escuché el grito del hombre, pero no podía descifrar sus palabras. El viento era

demasiado fuerte y la sangre latía fuertemente en mis oídos como para escucharlo.

En medio de los sonidos de la lucha y gritos, corrí, resbalando, pero sin disminuir la velocidad. No hasta que llegué adonde quería estar.

Observé con miedo como Ryder le dio un codazo en el estómago al hombre junto a él. Éste se dobló, agarrándose el vientre con dolor. Antes

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de que otro soldado pudiera detenerlo, Ryder lo tomó, golpeándole la nariz

con los nudillos. Cuando estuvo libre, comenzó a correr directamente hacia mí.

—¡Maddie! ¡Corre! —gritó, señalando a lo lejos con sus manos atadas.

Me dirigí en la dirección que indicaba; no quería dejarlo atrás, pero

sabía que debía proteger a nuestro bebé.

Ryder corrió detrás, quitando a un hombre que corría muy cerca de

mí. Miré por encima del hombro, viendo cuando su rodilla aterrizó en la entrepierna del chico. Tiró a otro hombre, impidiéndole perseguirme.

Me encontraba tan ocupada viéndolo luchar contra los hombres que nunca vi al soldado. Apareció de la nada, agarrando mi brazo y girándome con violencia. Grité cuando sus dedos agarraron mi chaqueta.

—¡NOOOO! —gritó Ryder, mirando como Paul me tiraba lejos. Ese momento de distracción le costó.

Sintiéndome histérica, vi como un soldado lo abordó, y se deslizaron ambos por el suelo cubierto de nieve.

Mientras lo observaba luchar por escapar, Paul me agarró por los pies como si fuera un saco de patatas. Empecé a luchar como una loca hasta que me puso de pie, pero mantuvo un firme control sobre mi brazo.

Grité, tirando de mi brazo. En lugar de soltarme, me miró con el ceño fruncido. Había solo malicia y odio en sus ojos locos.

—¡Paul! ¡Llévala a la casa! —exigió el líder desde el pórtico.

—Vamos —dijo con voz ronca y sacudiéndome. Me agarró del brazo

con más fuerza, por si me atrevía a discutir.

Miré a Ryder; necesitaba la seguridad de que todo iba a estar bien. Debí saber que todo lo que vería en sus ojos sería furia y ganas de matar.

Dos soldados lo pusieron de pie, uno a cada lado. Los músculos de sus hombros y brazos se tensaron, esperando el momento oportuno para

liberarse y lastimar a los desafortunados bastardos.

Me llevaron de un tirón hacia la casa, y miré asustada alrededor del

patio. ¿Qué pasa? ¿Por qué estos soldados nos tratan como si fuéramos delincuentes?

Vi a Cash detenido a punta de pistola con un fusil AR-15. Gavin se

hallaba en el suelo, todavía luchando y pateando a los hombres que lo mantenían retenido. Oí golpes y gruñidos cuando sus puños aterrizaban

en los hombres, golpeándolos un segundo antes de que se abalanzaran sobre él.

Brody luchaba para llegar a Eva cuando fue arrastrada hacia el pórtico, gritando. Con pánico, vi cómo ella pateó en la entrepierna a un

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hombre. Él la soltó para sostenerse, aullando de dolor. Se puso en pie y

echó a correr. El líder le gritó a alguien que la detuviera pero siguió su camino, corriendo con sus largas piernas hacia el camino cubierto y la

libertad.

—¡Eva! —grité cuando vi a dos hombres ir tras ella, alcanzándola rápidamente. Se giró justo cuando la tiraban al suelo. Verla caer me hizo

gritar y Brody rugió con furia.

Empecé a luchar, explotando cuando vi la brutalidad con la que esos

hombres trataban a Eva. ¡Ella ya había sufrido suficiente!

Paul me apretó con más fuerza, dejando moretones en mi brazo. Sin

pensar en las consecuencias, levanté el pie para darle una patada. ¡Una patada en la espinilla y tal vez me soltaría!

—¡Maddie! ¡PARA! —gritó Ryder, dándose cuenta de lo que iba a hacer.

Le eché un vistazo, mientras luchaba contra Paul. Vi la advertencia

en el rostro de Ryder. No lo hagas, Maddie, casi podía oírle decir.

Bajé mi pie y dejé que Paul me empujara a los escalones del pórtico.

Ryder luchó contra los hombres que lo sostenían, con una mirada feroz en su rostro mientras me observaba. Paul me arrastró a unos centímetros de

él, casi como si me tomara el pelo.

Cuando me acerqué, Ryder dejó de luchar contra sus captores. Sus ojos me abandonaron para moverse a Paul.

—Lastímala y voy a terminar contigo —gruñó—. Ni siquiera sabrás lo que te golpeó, pero te aseguro que lo haré.

El rostro de Paul se puso blanco, pero no soltó mi brazo. Su nuez de Adán subía y bajaba en su delgado cuello pero al final logró pronunciar

algunas palabras.

—Cierra tu puta boca o voy a ser el que te golpee y ese no es mi objetivo —advirtió. Satisfecho con su amenaza, me llevó a empujones por

las escaleras.

En el interior, Paul me lanzó hacia la mesa. Me sorprendió, casi

haciéndome clavar mi cadera en el borde.

—¡Siéntate! —gritó, señalando una silla junto a Janice.

Caí en la silla. Mis rodillas se sentían débiles pero mi cuerpo ansiaba defenderse. Eché un vistazo alrededor de la cocina, en busca de cualquier cosa que pueda ser utilizada como arma. Cuchillos. Tenedores. Cacerolas

de hierro fundido. Cosas que estaban fuera de mi alcance y que debería luchar para conseguirlas.

Solté un profundo suspiro, y el aire frío se hizo visible cuando salió de mis labios. A pesar de estar en el interior había un aire gélido casi como

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una manifestación de nuestras terribles circunstancias. Lo que querían y

anhelaban estos hombres, era lo que no podíamos darles. No teníamos mucho.

Mantuve la mirada al frente, negándome a reconocer al hombre en guardia permanentemente sobre mí o a los otros soldados que caminaban en la habitación. Sé fuerte y no muestres miedo. Hazles saber que no te

pueden asustar, me sermoneó mi voz interior, negándose a dejar que me acobarde.

No moví un músculo hasta que Eva fue lanzada en una silla junto a mí, aterrizando con fuerza. Las lágrimas corrían por su rostro, dejando

huellas en sus mejillas rojas. Uno de los lados de su cara tenía un raspón y el labio inferior un corte, que parecía doloroso. Como yo, se hallaba

aterrorizada, mirando frenéticamente a través de la habitación.

Brody fue arrojado dentro de la casa, luchando contra los soldados a cada paso. Su mandíbula se tensó cuando vio el rostro de Eva y murmuró

por lo bajo unas amenazas de muerte.

Los otros soldados llevaron a Gavin y Cash al interior de la cocina,

empujándolos cada pocos segundos solo por diversión.

La pequeña cocina ahora se encontraba llena de hombres, pero solo

quería ver a uno. El único que podría hacerme gritar de ira, gemir de deseo y gritar de frustración.

Fue traído al final, seguido de dos soldados con armas apuntando a

su espalda. No me miró. Sus ojos se quedaron en Paul de pie detrás de mí. Cuando el hombre puso una fornida mano en mi hombro y otra en Eva, vi

la rabia estallar al rojo vivo en los ojos de Ryder. Nunca apartó la mirada de Paul cuando fue empujado para colocarse entre Gavin y Cash.

—Entonces, ¿quién es el cabecilla de este grupo? —preguntó el líder, de pie en la cabecera de la mesa, mostrando autoridad.

Nadie le contestó. Eva mantuvo los ojos fijos en su regazo, pero yo...

yo me quedé mirando al hombre, odiándolo con pasión. ¿Quién demonios se cree que es, llegando a nuestra casa y tratándonos de esta manera? No

me importa si es militar, ¡no tiene derecho! ¿Has oído hablar de la Cuarta Enmienda, imbécil? ¿Búsqueda y captura ilegal de alguien?

El líder esperó un segundo, pero nadie respondió a su pregunta. Las ventanas traqueteando con el viento fue su única respuesta.

—¿Nadie va a confesar? Hmmm, interesante —dijo; su tono lleno de

cortesía. Se paseó, empujando a Paul del camino. De pie detrás de mí y Eva, puso una mano en nuestros hombros, con dedos cortantes y ásperos.

El olor que emanaba era nauseabundo. Era algo dulzón pero sudoroso. A exceso de desodorante sobre un cuerpo sucio.

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Tragué saliva, luchando contra el impulso de vomitar. Cuando sus

dedos se movieron desde mi hombro a mi cuello y presionó en mi garganta, supe que su cortesía era una farsa. Todo en él parecía falso, pero el peligro

era real.

Sentí al miedo arrastrarse a través de mi piel como cucarachas que se dispersan por una pared. Y al igual que el bicho desagradable, iba a ser

una mierda deshacerse de este líder.

Su mano dejó mi garganta para agarrar mi codo. Antes de que lo

notara, me arrastró fuera de la silla, tirando de mí tan rápido, que me quedé sin aliento.

Eva gritó, alcanzándome. Paul la empujó de inmediato hacia atrás en la silla, golpeando duramente su hombro.

El líder me tiró hacia atrás, lejos de la mesa. Resbalé y me tropecé

con mis propios pies y los suyos. Se aferró a mí y me dio la vuelta para mirar a los demás.

—Está bien, vamos a intentar esto de nuevo —dijo con dura voz. Tocó mi larga trenza cariñosamente, acariciándola de arriba abajo.

—¿Quién es el líder de este grupo? —preguntó nuevamente de modo amable.

—No tenemos un líder —respondió Cash, con una voz tranquila,

como siempre.

—Todos los grupos tienen un líder. Alguien más fuerte que el resto.

Valiente. Dispuestos a morir por proteger a las personas de su grupo. ¿Quién de ustedes es esa persona? ¿El que no tiene miedo a nada? El que

esté dispuesto a ponerse en peligro para salvar a... ésta —dijo el líder, tirando con fuerza de mi trenza.

Mi cabeza se echó hacia atrás y la humillación cruzó por mi cara

cuando el hombre empezó a envolver mi trenza alrededor de su puño.

Ryder se apoyó en su otro pie; sus manos rogaban ser envueltas

alrededor del cuello del hombre. Vi sus hombros contraerse y los músculos de sus brazos ponerse rígidos. Si las miradas mataran, el líder de este

montón de bastardos ya estaría muerto. Muerto y enterrado.

—Soy el líder —dijo Gavin, dando un paso adelante—. Ahora déjala.

Vi los dientes apretados de Ryder, moviendo sus ojos a Gavin y

luciendo cualquier cosa menos feliz.

—Bueno, estamos llegando a algo —dijo el líder, empujándome a la

silla. Pero en lugar de dejar que me vaya, siguió torciendo mi pelo con su puño, tirando de mi cuero cabelludo y trayendo lágrimas a mis ojos. No

pude contener un grito cuando tiró mi cabeza hacia atrás, haciendo de mi

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cuello casi un objetivo para poder envolver su mano. No sabía qué iba a

pasar, pero enviaba escalofríos por mi columna.

—¿Sabes lo que es tener insectos y gusanos comiéndose tu piel?

¿Cavando profundamente en tu cuerpo y comiéndote desde adentro? —dijo Ryder con una voz profunda que sonaba como la muerte misma.

Nadie le contestó. Era una pregunta retorica.

—Si no le sacas tus malditas manos de encima, vas a descubrirlo a dos metros bajo tierra —gruñó, mirando al líder con los ojos llenos de

oscuro odio.

—Entendido. —El líder se rió, soltando mi trenza y acariciando la

cima de mi cabeza.

Dejé escapar un suspiro de alivio, pero fue de corta duración. Debí haber sabido que no era tan simple.

—Ocúpense de él, muchachos —dijo el líder con voz aburrida, asintiendo hacia Ryder.

—¡NOOOO! —grité, saltando de la silla.

Me tiró hacia abajo, sacándome el aire de mis pulmones e hice una

mueca de dolor. Fue entonces cuando Ryder explotó.

Golpeó con la cabeza al chico a su lado. El aliento del hombre lo dejó en un silbido, tirándolo hacia atrás. Las muñecas atadas de Ryder volaron,

golpeando en la nariz del otro tipo. La sangre salió volando y el hombre aulló por la sorpresa. Gavin quiso saltar entre ellos pero fue empujado

hacia atrás y un arma apareció en su rostro.

Ryder lanzó el codo, centrando su objetivo en la barbilla del hombre

a su lado, pero nunca le dio. El puño del tipo conectó con su mandíbula, lanzando su cabeza hacia atrás. Se recuperó con rapidez y rugió, corriendo hacia adelante para atacarlo. El hombre no se rindió tan fácilmente. Tiró

hacia atrás su puño y plantó un gancho a la cara de Ryder, luego un puñetazo en el estómago.

—¡Ryder! ¡Detente! —grité, luchando por escapar de la mano que me mantenía en la silla.

De inmediato, se calmó. Su pecho subía y bajaba, respirando con dificultad mientras me miraba. Uno de sus párpados ya estaba hinchado, y un pequeño corte en la ceja se le añadía al dolor.

—Basta —le supliqué, tratando de mantener la compostura—. Estoy bien. Estoy bien —repetí, porque no quería que sufriera por mí.

—Eso está mejor. Escucha a la jovencita —dijo el líder, riéndose cuando él lo fulminó con la mirada—. Ahora, ¿por qué no nos sentamos y

tenemos una conversación civilizada?

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Gavin sacó un asiento. Ryder, Brody y Cash se encontraban detrás

de él; el primero sangrando y enojado.

—Para empezar, me llamo Frankie. Mis hombres y yo provenimos del

sur de Texas. No estoy en libertad de decir dónde exactamente —dijo el líder, sentándose en la cabecera de la mesa, como si fuera el dueño del lugar.

—No eres militar —dijo Ryder.

El líder lo miró, sorprendido. —Infiernos hijo, no solo estás lleno de

energía, sino que también eres inteligente. Podrías gustarme después de todo. —Me miró y sonrió—. Tu chica también.

Vi a Ryder rechinar los dientes, y moverse de un pie al otro.

Gavin interrumpió, intentando que las cosas no se salieran de las manos nuevamente. —¿Vas a decirnos quién eres o vas a sentarte y decir

mentiras todo el día? —preguntó con aburrimiento.

El líder se quedó mirándolo, ya sin sonreír. Creo que no le gustaba

que le respondieran con impertinencia. Qué pena. Se metió con la gente equivocada. Pasó un minuto antes de que hablara otra vez, recuperando

su sonrisa.

—Somos milicias. De los mejores. Nos hemos estado preparando por

años para algo así. La gente nos consideraba locos por los entrenamientos diarios. —Resopló, fijándose en una de sus uñas sucias—. Ahora, esas mismas personas están probablemente muertas o moribundas y nosotros

estamos vivos y florecientes. ¿Quién se ríe ahora?

Quería rodar los ojos y resoplar pero me quedé quieta. Así que, pues,

las milicias podían ser buenas. Si recuerdo bien mi clase de historia de quinto grado (el señor Hill fue un maestro horrible, pero aun así, aprendí

algo), las milicias ya nos han salvado en el pasado. Durante la Guerra de la Independencia y la Civil, las milicias formadas libremente ganaron muchas de las batallas. La historia, incluso, dice que la mayoría de los

militares en ese momento no tenían ningún entrenamiento militar formal. No eran más que gente común luchando por su país. Pero los hombres de

pie alrededor de esta cocina, me resultaban más parecidos a los matones que a las máquinas de lucha bien aceitadas.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres? —preguntó Gavin, inclinándose hacia adelante en su asiento para mirarlo a los ojos.

—Todo —respondió el líder, sonriendo.

Se inclinó hacia atrás, cruzando los brazos sobre el pecho. —¿Qué es todo? —preguntó.

El líder hizo un gesto alrededor de la cocina. —La comida, el agua, los suministros. Los tienen, los necesitamos. No podemos luchar contra los

malditos terroristas con el estómago vacío. Al ver tu casa en el medio de la

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nada, lo supimos. —Sacudió su dedo—. Supimos que hallamos un negocio

redondo. ¡Aleluya!

—Sí, bueno, también necesitamos alimentos y agua para sobrevivir

—dijo Brody, señalando con la barbilla hacia arriba obstinadamente.

—Comprendo —dijo el líder, asintiendo—. En serio. Diablos, ¿si todo el mundo se muere, para quien estamos luchando? —Se rió de su propia

broma—. Pero, ¿los niños saben lo que está pasando ahí fuera? —Cuando nadie respondió, continuó—: Estamos ganando esta maldita guerra —

dijo—. Estamos echando a los hijos de puta. Despejamos los pueblos del sur y vamos hacia el norte. Los demonios tienen armas y suministros pero

nosotros tenemos pura determinación. Sobreviviremos tal como lo hicieron nuestros antepasados. —Se inclinó hacia delante, bajando la voz—. No pueden traer a sus soldados lo suficientemente rápido para que nosotros

los derribemos.

—¿Quiénes son? —preguntó Cash, cruzando los brazos sobre el

pecho.

El hombre se encogió de hombros, haciendo que su chaqueta se

estirara. —¿En teoría? El Medio Oriente y Corea del Norte. Pero los chicos en Washington D.C. creen que con la mano de obra y la tecnología con la que nos atacaron, en realidad Rusia y China están detrás de todo esto.

Si este hombre decía la verdad, la guerra era más grande de lo que pensábamos. Hablábamos de la Tercera Guerra Mundial. Nosotros contra

medio mundo.

—Pero estamos ganando, amigos —dijo, encogiéndose de hombros—.

El gobierno se encuentra trabajando para recuperar la energía. Vienen a ayudarnos otras naciones. Estamos luchando con todo lo que tenemos contra los invasores. ¿Cualquier hijo de puta que se atreva a poner un pie

en nuestro suelo? Los sacaremos. Siempre lo hacemos y siempre lo haremos.

Nos quedamos en silencio, dejando que se asimile la información. ¿Estamos ganando? No quería hacerme ilusiones, basado en lo que decían

un montón de milicias rebeldes, pero era imposible no tener esperanza cuando estábamos helados y hambrientos.

—Por eso necesitamos suministros. Piensen en ello como donarlo a

una buena causa —añadió el líder, ensanchando su sonrisa. De repente, la sonrisa se desvaneció y su voz se puso seria—. Ahora, muchachos, tomen

todo. Vacíen el lugar. El granero también.

Los soldados entraron en acción, abriendo armarios y tirando cosas.

Latas, envases de alimentos, botellas de agua esterilizada. Todo se hallaba en la mesa. Todo lo que teníamos. Algunos de los hombres corrieron hacia afuera. Encontrarán la carne enlatada.

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Eva me miró, con los ojos redondos y llenos de lágrimas. Vi a Janice

temblando, con la mirada fija al frente. Cash y Ryder permanecieron inmóviles, viendo como los hombres iban y venían de la cocina, poniendo

todo lo que encontraron en la mesa.

Gasas, curitas, una botella de alcohol. Todo estaba situado allí. Me alegré de haber escondido algunas de mis cosas debajo de la cama. Quizá

fue una corazonada o ser paranoico, pero Ryder había hecho que esconda objetos en la casa. Era casi como si estuviera sintiendo que algo grave iba

a suceder.

Después de lo que pareció una eternidad, los soldados terminaron.

Latas de carne y verduras se situaron en la mesa junto a los contenedores de frijoles y arroz, algunas velas, nuestros suministros médicos y una linterna utilizable. ¿Qué haríamos ahora?

—A cargar, muchachos —le dijo el líder a sus hombres, señalando con la cabeza hacia afuera.

Llenaron los brazos de suministros y empezaron a llevarlos fuera. Vi cómo nuestras cosas desaparecían como si nunca hubieran existido. Se

fueron en un abrir y cerrar de ojos.

Antes de salir por la puerta, el líder se detuvo y se volvió hacia nosotros.

—Por cierto, vamos a llevarnos toda la gasolina que les queda. Y no traten de seguirnos o se van a arrepentir. —Con una mirada más severa,

nos saludó, pero el movimiento fue una despedida ofensiva de alguien que acababa de jugar a los soldados—. Su país les agradece el apoyo —dijo

antes de salir por la puerta. El resto de sus hombres lo siguieron. Paul fue el último en irse, no sin antes mirar con odio a Ryder.

Tan pronto como la puerta se cerró de golpe, todo el mundo entró en

acción. Brody corrió a Eva, reuniéndola en sus brazos. Janice puso su rostro en las manos, al tiempo que los sollozos sacudían su cuerpo. Cash

sacó un cuchillo de su bota (¿por qué no me sorprende que tuviera algo oculto?), y Gavin saltó de su silla, haciendo que cayera al suelo. Los dos

corrieron hacia la puerta de atrás, abriéndola para ver a los soldados irse. El sonido de los motores rugió cerca de la casa, un ruido que no oía desde hace mucho tiempo.

Me puse de pie, para ir con Ryder.

Me miró fijamente; su postura ancha y los músculos de sus brazos

tensos. Su cara se veía terrible, con cortes y magulladuras en todas partes. La sangre manchó su camisa y goteaba de su nariz. Observándome de

cerca, me miró cauteloso. Sus manos seguían atadas y la cuerda cortaba en su piel.

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Me detuve junto a él y me agaché para arremangar mis pantalones

en una de las piernas. La cima de mi cabeza rozó su muslo. Le oí inhalar rápidamente.

Haciendo caso omiso a su reacción, metí la mano dentro del calcetín y saqué una navajita. Abriéndola, me enderecé, con la pequeña cuchilla en la mano.

Ryder miró el cuchillo en mi mano. —¿Tuviste eso todo el tiempo, Maddie? ¿Sabes lo que habrían hecho si lo encontraban? —Frunció el

ceño, enojado.

Levantando sus muñecas atadas, empecé a cortar la cuerda, pero la

pequeña cuchilla no hacía mucha diferencia.

—Cálmate, Ryder, estoy bien —dije, manteniendo el enfoque en lo que hacía.

Pero no me sentía bien. Junto a él, las lágrimas rodaban por mis mejillas. Él sangraba. Yo temblaba. Vamos a morir de hambre. Teníamos

muy poca comida. Nada, excepto lo que había en la casa segura de Roger y Janice. La carne que habíamos enlatado y la reserva de emergencia extra

era todo lo que quedaba. Nunca sería suficiente para ocho personas.

Estábamos en problemas.

Mientras cortaba la cuerda, cayó una de mis lágrimas, aterrizando

en la muñeca de Ryder. Se estremeció cuando otra golpeó su mano.

—¿Maddie?

Levanté la mirada e inhalé. Usando la parte posterior de la mano que sostenía el cuchillo, sorbí por la nariz. Fue un gesto muy poco femenino,

pero los modales no se hallaban en mi lista en ese momento.

—Estoy bien —le solté, un poco severo al tiempo que las lágrimas inundaron mis ojos—. Solo quiero sacarte esta maldita cuerda. Estás

sangrando —le dije, cortando más rápido.

—No te preocupes, no necesito que me ayudes —gruñó, alejando de

mi alcance sus muñecas atadas.

Sentí dolor a través de mí, cortándome profundo. En un día normal,

podría haberle dicho que se vaya a la mierda, pero este no lo era. Nos robaron y lo habían golpeado. Se encontraba herido y yo asustada. No había nada normal en este mundo.

No pude contener el sollozo que se escapó por mis labios pálidos. Cuando salió otro, toda la ira desapareció de la cara de Ryder.

—¡Que alguien me desate! —rugió.

Brody se precipitó a un costado, con el cuchillo de caza listo. De pie

a mi lado, Ryder extendió las manos, mirando como el cuchillo fácilmente

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cortó la soga alrededor de sus muñecas. Cuando estuvo libre, Ryder

envolvió sus brazos alrededor de mí.

No dijo nada, solo me sostuvo.

Eso es todo lo que necesitaba. Como un bálsamo curativo para mi alma, sus brazos me dieron paz. Pero entonces la burbuja estalló.

—¡Vamos, Ryder! —gritó Gavin desde la puerta de atrás—. ¡Tenemos

que ir a ver a papá!

Su espalda se puso rígida. Creo que escuchar la voz de Gavin trajo

todo lo que pasó. El beso. El enojo. Nuestra disputa.

Sus brazos cayeron lejos de mí. Dando un paso atrás, el frío volvió a

sus ojos.

Sin decir una palabra, se alejó, pero no antes de que su cuerpo rozara contra el mío, dejándome saber que todavía no había terminado.

Cerré los ojos, sentirlo contra mí era demasiado. La sensación de que alejaba de mí, deprimente. El conocimiento de que teníamos muy poca

comida, indescriptible.

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Hambre. Era solo una de las muchas cosas que podría haberme

roto. Muerte. Violencia. El dolor y la tristeza. Habían tratado de vencerme, y perdido. Ahora, me enfrentaba a otro enemigo, uno que nos atormentaría

antes de matarnos. El hambre, una criatura fea que roía el estómago de una persona. Un síntoma de los hambrientos.

Las cosas parecían sombrías. Había suficiente comida para un mes,

tal vez dos si es que ahorrábamos, pero después de esto, íbamos a estar muy hambrientos. Cuando sucediera, cambiaría el juego. Nuestra realidad

sería lanzada en una bola rápida. Una que esperaba pudiéramos alcanzar.

Roger apareció minutos después de que se fue la milicia, angustiado

y desesperado por asegurarse de que todos estábamos bien. Los hombres también le quitaron sus suministros, incluso se llevaron alguna ropa de cama y utensilios básicos. Afortunadamente, no encontraron el escondite

secreto de comida escondida debajo del piso del granero. Era nuestra salvación, la pequeña habitación segura rellena de alimentos, preparada

para casos de emergencia como este. Cubos de arroz y frijoles. Latas de alimentos y paquetes de carne y frutos secos. No iba a durar para siempre,

pero al menos teníamos algo. No muchas personas en el país podían decir eso.

Ryder me evitó como la peste el resto del día, dejando que su mamá

le curara los cortes. No le dejé ver lo mucho que me dolía, pero más que nada me sentía enojada. Enojada porque los hombres tomaron nuestros

suministros. Porque Ryder volvía a ser distante.

Cuando me senté en la mesa para la cena, ya se encontraba oscuro

y el frío trataba de adentrarse en la casa. Brody, Cash y Eva ya estaban sentados, comiendo en silencio la sopa de pollo que hizo Janice, utilizando solo pollo enlatado y agua. Aunque no fuera la mejor sopa que probé, sabía

rico y caliente, pero, ¿cómo decía el viejo refrán? ¿“A caballo regalado no se le miran los dientes”? Muy pronto, podríamos estar así.

Nadie habló mientras comíamos; todo el mundo se sentía deprimido y preocupado por nuestra situación. Moví mi plato de sopa, observando

cómo el vapor se elevaba y desaparecía en la pequeña luz de queroseno. Levantando una cucharada a la boca, me pregunté cuántas cenas como

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esta tendríamos en el futuro: agua sazonada con lo que tuviéramos a

mano.

Levanté la mirada cuando Ryder se sentó frente a mí, evitando mirar

en mi dirección. Decidí hacer lo mismo. No quería ver el disgusto en sus ojos.

Gavin tomó la única silla vacía que quedaba, la que estaba justo a

mi lado. Su brazo se frotaba contra el mío cada pocos segundos ya que nos encontrábamos todos amontonados alrededor de la mesa. Me deslicé para

darle más espacio y le eché un vistazo a Ryder.

Tenía la cara magullada y su ojo estaba hinchado de la lucha con los

hombres. Parecía peligroso y locamente cabreado. Entonces, ¿cómo es que quería agarrarlo y tirarlo a la cama? Aclarando mi garganta, me obligué a

prestar atención a la sopa.

El único ruido en la habitación era el tintineo de las cucharas contra los tazones. El fuego del calentador improvisado que Brody había diseñado

nos mantuvo cálidos. Me quité la chaqueta cuando mi cuerpo se calentó por el fuego y la sopa caliente.

Cash y Brody hablaban de hacer un viaje a la ciudad, queriendo saber si era cierto lo que dijo la milicia, que el enemigo estaba siendo

forzado a irse. Eva era todo oídos. A pesar del peligro, ella quería buscar a sus padres. La última vez que los vio, la obligaron a salir por la puerta, enviándola al campo para escapar de algún peligro.

Yo los escuchaba hablar cuando Ryder se inclinó sobre la mesa y vertió su sopa en mi plato vacío. Lo miré con sorpresa y asombro.

No me miró, solo cogió su vaso de agua y bebió un largo sorbo.

Mi tazón ahora estaba lleno de sopa humeante. Una segunda ración.

Algo que hace un mes no hubiera sido mucho. Ahora era todo.

Ryder renunció a su comida por mí. Él pasaría hambre esta noche por mí.

—Gracias —dije en voz baja, recogiendo mi cuchara.

Por fin me miró. La nitidez de sus ojos no podía ocultar lo que

acababa de hacer por mí.

A él le importaba.

Gavin me dio un codazo, acaparando mi atención. Se inclinó, con la cabeza hacia la mía.

—No lo mires a los ojos. Lo harás enfadar —susurró, de modo

dramático—. Saldrá su naturaleza salvaje, se ha sabido que puede atacar a personas inocentes por mirarlo directamente. Debemos tener cuidado en

no despertar a la bestia.

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—Gavin, ¿qué haces? —susurré en voz baja, echando un vistazo a

Ryder.

Estrechó los ojos con una mirada glacial. La cuchara se congeló en

su mano, agarrándola con firmeza y yendo a ninguna parte.

Los lados de la boca de Gavin se curvaron en una sonrisa. Le echó un vistazo con un desafío en sus ojos y sonriendo. Oí la cuchara de Ryder

golpear el plato, sonando como un cañón disparándose en la habitación tranquila.

Gavin se inclinó de nuevo hacia mí. —Alguien debe hacerte sonreír. Si Ryder... —Nunca terminó la frase.

Al ponerse de pie, la silla de Ryder se cayó al suelo. De un salto, se encontraba al otro lado de la mesa. Los platos, la sopa y el agua salieron volando, cubriendo todo a su paso.

La sopa caliente me salpicó el pecho, empapando mi camisa y pantalones, pero no tenía tiempo para preocuparme por ello.

Ryder agarró la parte delantera de la camisa de Gavin y lo levantó de su asiento. Antes de que pudiera defenderse, lo lanzó contra la pared.

Brody y Cash se pusieron de pie, Eva y Janice los siguieron. Roger se quedó sentado, mirando todo con calma.

El desastre, los platos rotos, la sopa, todos fueron ignorados.

—¿Todavía tratas de tomar mi lugar, hermano? —escupió Ryder en la cara de Gavin.

Salté de mi silla, observando con horror como Ryder estrellaba a Gavin contra la pared otra vez. La sopa quedó en el olvido. El líquido que

corría por mi ropa no era importante.

—¡Te hice una pregunta! —gritó, sacudiendo a Gavin—. ¿QUIERES TOMAR MI LUGAR?

—No —respondió, alzando la barbilla obstinadamente—. ¿Por qué? ¿Quieres que lo haga? Porque si lo haces, estaré encantado de tomar tu

lugar.

El puño de Ryder aterrizó en el estómago de Gavin, haciendo que

éste se doble. Recuperándose al segundo, aterrizó un golpe solido en las costillas de Ryder. Pero él se defendió, usando el codo para golpearlo en la mandíbula. Una vez, dos veces. Una y otra vez.

Me adelanté rápidamente para separarlos, harta de todos las peleas. ¡Suficiente! Entonces ocurrió algo. Me detuve. La niebla en mi cabeza se

despejó. Mirarlos golpearse parecía... ridículo. Habían estado peleándose así desde que eran niños. Tan tonto como parecía, eran así. Se amaban,

pero los dos eran la clase de hombres con demasiada testosterona. Si

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necesitaban hacer esto, los dejaría. Mi papá lo habría llamado “liberar un

poco de tensión”.

—¡Maddie! ¡Controla a tu novio! —gritó Brody, mirando como Ryder

le daba puñetazos a Gavin.

—No lo creo —dije, con calma. Dándome la vuelta, salí de la cocina, dejándolos hacer lo que querían.

—¿Maddie? ¿A dónde vas? —gritó Eva mientras yo caminaba por el pasillo.

Dándome la vuelta, caminé hacia atrás, respondiéndole—: Voy a cambiarme de ropa, Eva. Deja que se golpeen. Ya me he cansado de esto.

—Esa es mi chica —dijo, sonriendo.

***

Antes de ir al baño, agarré algo de ropa limpia. Usando una linterna

de manivela que tuve que girar un minuto o dos para conseguir ocho minutos de luz; me despojé de mis pantalones y de mi camiseta en el frío

baño.

Intenté girar la llave del agua, con la esperanza de que los aparejos improvisados de Brody con las tuberías puedan producir un poco de agua.

Nada. El agua debe estar congelada. Un gran contenedor de plástico se encontraba colocado afuera, reuniendo agua de lluvia y operando solo con

presión y gravedad, pero no se hallaba protegido de las temperaturas frías. Hoy el sistema no estaba funcionando.

Así que en su lugar, usé el agua limpia que alguien había traído. Humedecí un paño y comencé a frotar mi pecho, limpiándome la sopa. Me di prisa mientras la piel de gallina surgía en mi piel. Olía a pollo, pero me

parecía bien; estaba limpia. Me puse una camiseta nueva, una de Ryder que me llegaba a las rodillas.

Me agaché a buscar mis pantalones cuando se abrió la puerta detrás de mí. Chillando, me di la vuelta.

Ryder estaba en la puerta, con sus ojos llameantes. Su pelo era un desastre, y el rostro cortado y lastimado. El rastrojo de su barba le hacía parecer tosco. Rebelde. Increíble no comenzaba a describirlo. Sal de ahí,

Maddie. El hombre es frío en un momento, caliente al siguiente. ¿Quién necesita eso?

Sin apartar los ojos de mí, cerró la puerta. El chasquido de la cerradura verificó que él no me dejaba ir a ninguna parte. Genial, atrapada

con un hombre enojado. Literalmente. Enojado conmigo.

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Me di la vuelta, agarrando mis vaqueros firmemente para no tener la

tentación de pegarle.

—No quiero hablar contigo. Déjame en paz —dije sobre el hombro.

Él no dijo nada, solo se movió para pararse detrás de mí.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza pero preferí ignorarlo. Me incliné y empecé a tirar de mis pantalones vaqueros. Metí una pierna con

enojo. Levanté la otra pierna, pero mi trasero rozó su pelvis, lo que causó una descarga de electricidad. No le hagas caso, me dije. Hazle saber que no

vas a soportar más de su mierda de macho.

Pero ignorar a Ryder era algo difícil.

Su mano se deslizó bajo mi camisa, moviéndola por mi espalda. Me detuve; la sensación de sus dedos vagando sobre mis costillas, me quitaba el aliento. Calentándome como no podría ningún incendio.

—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunté, indignada.

Sin responder, sus manos vagaron más arriba, tocándome en todas

partes.

Enderezándome, olvidé los pantalones vaqueros en mis manos. Me

olvidé del frío en el aire. Lo olvidé todo excepto a nosotros dos.

Jalándome contra su pecho, mi espalda contra él, sacó del camino mi sujetador. Una vez que estuve libre, acunó mis pechos, tomando

posesión de lo que quería. Cuando sus dedos se posaron en mis pezones, contuve el aliento.

Oh, dulce madre de todo lo que es santo, el hombre me va a hacer explotar solo por hacer eso.

Me aferré a sus muñecas mientras sus dedos se burlaban de mis pezones. Sus labios encontraron mi nuca, lamiendo y mordiendo mi piel.

La luz de la linterna de manivela empezó a desvanecerse, dejándonos

en la oscuridad. No importaba. Solo importaba lo que me hacía.

Ambas manos apretaron mis pechos, tirando de mis pezones.

—Maddie, ¿quieres esto? —Su profunda voz retumbó detrás de mí, su aliento caliente sobre mi piel.

—Mmmm —fue todo lo que pude decir.

Una mano agarró mi pecho mientras que la otra se movió hacia abajo, al borde del encaje de mis bragas.

Mis labios se separaron en un suspiro mientras su mano bajaba aún más, desapareciendo en el interior del material sedoso. Antes de llegar a

donde lo quería, él retiró la mano y me dejó con ganas de más.

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De repente se puso de rodillas, sorprendiéndome. Miré por encima

del hombro, un poco sorprendida de encontrarlo arrodillado detrás de mí. Sus labios estaban a centímetros de mis caderas. Levantando la mirada, se

encontró con mis ojos, con un deseo intenso. Impaciente. Diablos, exquisito.

Sus manos recorrían mis piernas, amasando mi piel con la cantidad justa de presión. Sus ojos seguían el movimiento con restricción forzada. Empecé a darme la vuelta, con ganas de tocarlo. Queriendo mis brazos a

su alrededor. Pero él tenía otros planes.

Apretó las manos en mis piernas, fijándome en el lugar.

—No te dije que te movieras —dijo en un tono bajo. Dios, incluso su voz podía hacerme añicos.

Sintiendo que me iba a volver loca de deseo, me di la vuelta, dándole la espalda.

—Ryder, no sé lo que estás haciendo...

—No hables —ordenó, recorriendo mis piernas con sus manos, sus pulgares en la parte interior de mis muslos.

¿Qué? Si había algo que me molestaba, era que me dijera que me callara. Abrí la boca, con la intensión de decirle lo que pensaba. Juro que

estoy cansada de ordene cosas. Esta es la última vez... Ohhhhh.

Su boca se posó sobre mí, subiendo lentamente por mi pierna derecha. Pasó la lengua y saboreó mi piel, causándome un escalofrío.

Necesitando algo para aferrarme, alcancé la encimera, agarrando el borde firmemente.

—Abre las piernas —dijo, pasando los dedos por la parte superior de mis muslos mientras su boca se movía a mi cadera.

Dudé, en tanto un rubor ascendía por mi cuerpo. Nosotros nunca… yo nunca he…

—Dije que abras las piernas —dijo con voz dura.

—No —espeté, odiando decirlo pero necesitando mantener al menos algo de control. Mi cuerpo me gritaba que hiciera lo que me indicó. Mi

cabeza me decía que no cediera.

—Está bien. —Agarró mi ropa interior en un puño y tiró, bajándola

por mis piernas y dejándome desnuda.

Empujando mi camisa más arriba por mi espalda, su mano ascendió

por mi columna mientras su boca iba a mi cadera, saboreando y chupando cada centímetro de mí. La barba de su mandíbula se frotaba contra mi piel sensible, haciéndome arder. Marcándome.

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Jadeé cuando sus dedos se deslizaron entre mis piernas, tocándome.

Mostrándome un indicio de lo que me harían si se lo permitía.

—¿Quieres abrir las piernas ahora? —preguntó roncamente.

—Dios, sí —respondí con voz ronca.

Tan pronto como lo hice, sus dedos estuvieron allí, llenándome. Lancé la cabeza hacia atrás, dejando escapar un gemido.

—No hagas ningún ruido —ordenó, pasando un dedo sobre mí.

¿Sabía él lo imposible que era eso?

Agarré la encimera con más fuerza cuando sus dedos ahondaron en mi interior. Con una mano en mi cadera y la otra volviéndome loca, su

boca saboreó mi cadera. Mi trasero. Todas las partes. Retiró sus dedos antes de empujar de nuevo en mi interior. Era demasiado.

Empecé a moverme, empujando contra su mano. Sostuvo mi cadera

con fuerza mientras yo lloriqueaba; suaves sonidos de maullidos se me escapaban.

Nunca le oí levantarse. Me hallaba demasiado ocupada montando el orgasmo que recorría mi cuerpo. Pero le oí bajarse la cremallera.

—Inclínate hacia delante.

Lo hice, sintiendo como si estuviera girando fuera de control.

—Más —dijo, con sus dedos extendidos a través del centro de mi

espalda, presionando hacia abajo.

Obedecí, inclinándome más. Con una mano en mi columna, se guió

a sí mismo hasta mi interior, centímetro a centímetro. A mitad de camino se detuvo, esperando a que me ajustara a su longitud. Gemí y empujé

hacia atrás con mis caderas, desesperada por más.

—Maldición —siseó, llevando sus manos a mis caderas para sostenerme con fuerza mientras se hundía profundamente.

Jadeé, arqueando la columna.

Una de sus manos dejó mi cadera para ascender por mi espalda,

sosteniéndome con firmeza mientras se mecía dentro de mí.

—Dios, te sientes increíble. Dime si te duele.

Cerrando los ojos, asentí.

Empezó a embestir, sus caderas rodando contra las mías. Cada vez que se retiraba solo para deslizarse de nuevo dentro de mí, sentía el

éxtasis ondular a través de mí. La sensación era tan intensa, construida a tantos niveles insuperables, que sentí como si fuera a romperme.

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Sus dedos se clavaban en mi piel con cada embestida. Me aferré a la

encimera, agarrándome al mármol. Mordiéndome el labio, me contuve de gritar mientras él entraba y salía de mí, acercándome a otro orgasmo.

Agarrando un puñado de mi pelo, tiró de mi cabeza. Abriendo los ojos, pude verle detrás de mí en el espejo, su cuerpo moviéndose contra el mío. Sus ojos estaban cerrados, su mandíbula apretada con fuerza.

Abriendo los ojos, miró fijamente nuestro reflejo, al tiempo que se deslizaba profundamente dentro de mí. Manteniéndose inmóvil, espero un

segundo antes de salir a medio camino. Sus ojos ardían en los míos mientras volvía a entrar, más profundo esta vez. Jadeé pero mantuve los

ojos abiertos. Nos observamos el uno al otro, la sensación construyéndose y vibrando entre nosotros. Su mano descendió por mi espalda, su toque delicado mientras sus caderas se movían contra las mías con brusquedad,

una y otra vez.

Cerré los ojos cuando la sensación llegó a ser demasiado. Algo se

construía dentro de mí, suplicando ser liberado. El momento en el que perdería todo control.

De repente, se detuvo y se retiró.

—Ryder, no pares —susurré, encontrando sus ojos en el espejo.

—Date la vuelta —indicó, dando un paso hacia atrás.

Me giré; la encimera a mi espalda. Mi mirada aterrizó en Ryder. Sus vaqueros estaban bajados alrededor de sus caderas, su dureza requiriendo

atención.

Y yo quería dársela, pero antes de que pudiera, él estaba frente a mí,

levantándome con sus manos para sentarme en la encimera. Mis brazos rodearon su cuello, aferrándome con fuerza mientras me equilibraba en el borde.

En un movimiento fluido, se deslizó en mi interior, haciéndome jadear. Colocó las manos debajo de mis muslos, enganchando mis piernas

para levantarlas y evitar que me cayera. Contuve una bocanada de aire cuando se retiró y luego volvió a embestir, aumentando la velocidad.

Arqueé la espalda, dejando mi cuello expuesto. Sus labios cayeron para saborearme, un momento besándome, al siguiente pellizcando mi piel sensible.

—Te dije que quería follarte sobre la encimera del baño. ¿Cómo se siente? —preguntó, su voz era baja en mi oído mientras se enterraba

profundamente dentro de mí.

—Hmmm —fue mi única respuesta mientras sus manos subían aún

más por mi cuerpo, ahuecando mis pechos. Asegurando mis piernas alrededor de sus caderas, apreté mis músculos alrededor de él, haciéndole gemir mientras sus pulgares rozaban mis pezones.

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¡TOC! ¡TOC!

De la nada, alguien golpeó la puerta del baño.

—¿Maddie? —dijo una voz profunda desde el otro lado.

Ryder se quedó inmóvil, su cara enterrada en mi cuello, su dureza enterrada en mí.

No dije nada, congelada por la sorpresa. ¿Gavin?

—¿Maddie? —preguntó otra vez.

—Respóndele —susurró Ryder en voz baja en mi oído.

—¿Sí? —dije, mi voz demasiado aguda para que sonara normal.

Hubo una pausa.

—¿Estás bien? —preguntó, sonando preocupado.

Me aclaré la garganta. Santo cielo, podía sentir a Ryder palpitando en mi interior. —Estoy bien —me las arreglé para decir.

—Bueno. Escucha, Ryder es un imbécil de primera clase y no te merece. Su pérdida de control de esta noche lo demuestra. Pero se ha ido

ahora. Puedes salir.

Ryder se puso rígido. Empezó a retirarse, pero lo agarré, negándome

a dejarlo irse.

—Saldré en un minuto —dije, tratando de no gemir cuando Ryder

empezó a deslizarse fuera de mí. Apreté las piernas alrededor de su cintura, llevándole de vuelta a mi interior. ¡Ahhh!

—Está bien. Bueno, solo quería ver cómo estabas —dijo Gavin.

No nos movimos, escuchando mientras se alejaba. Cuando se fue, Ryder empezó a moverse otra vez. Lentamente, como si cada embestida

fuera un castigo. Me volvía loca. Agarré su pelo, girando su cara hacia la mía.

—Bésame, Ryder —supliqué en un susurro, apretando mis dedos en su pelo mientras él embestía con más fuerza en mi interior.

—No —dijo, descendiendo sus labios por mi cuello.

Gemí mientras sus dedos jugueteaban con mis pezones.

—Maldita sea, Ryder —siseé, sintiendo algo construirse dentro de

mí.

Colocó los labios cerca de mi oreja, acariciando mi lóbulo con su

boca. —Vente para mí, nena.

Y lo hice. Cuando empezó a deslizarse dentro de mí con más y más fuerza, exploté.

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Todo mi cuerpo vibraba mientras me sacudía el orgasmo. Un grito

brotó de mi garganta, pero él colocó su mano sobre mi boca, ahogándolo. Gemí detrás de su mano, cerrando los ojos con fuerza mientras mi mundo

explotaba. Desesperada por saborearlo, necesitando tenerle en mi boca, separé los labios debajo de su mano. Mi lengua salió, atrayendo su dedo índice al interior de mi boca. Pasé la lengua por encima de la punta y luego

empecé a chupar, atrayéndolo más profundamente. El sabor salado y la áspera textura de su dedo se reunieron con la suavidad de mi boca.

—Mierda, Maddie —dijo Rayder con voz áspera, entrando en mí con más urgencia.

Mi lengua se arremolinaba alrededor de su dedo y sus caderas comenzaron a embestir más rápido. Con un gruñido, sacó su mano de mi boca, dejando que la punta húmeda de su dedo pasara a través de mi labio

inferior. Un segundo después, su boca se hizo cargo, haciendo estragos en la mía mientras su dura longitud se hundía y salía de mi cuerpo.

Le hice mimos a su lengua dentro de mi boca y le di el mismo tratamiento que a su dedo, lamiendo y chupando. Tan pronto como lo

hice, el cuerpo de Ryder se sacudió. Un orgasmo le atravesó. Se enterró tan profundamente dentro de mí como pudo. Un gruñido escapó de su garganta al tiempo que montaba su liberación. Su boca se hizo más

demandante mientras palpitaba dentro de mí, vaciándose en mi interior.

Cuando ambos nos tranquilizamos, su agarre sobre mí se suavizó.

Pasó una de sus manos por mi cuerpo, curvándola para acunar la parte de atrás de mi cabeza. Su otra mano se envolvió alrededor de mi cintura,

manteniéndome conectada a él.

Su boca se volvió suave sobre la mía, besos dolorosamente suaves, como si tuviera miedo de que fuera a romperme.

—¿Estás bien?

Asentí, todavía tratando de recuperar la respiración.

Nos quedamos de esta manera durante un minuto, tal vez dos. Mi cuerpo vibraba, cada terminación nerviosa viva y gritando. Él besaba la

esquina de mi boca cuando oímos una conversación. La voz de un hombre.

—Es una bomba de tiempo. Solo espero que no le haga daño a Maddie. Ha estado malditamente cerca antes. Un pequeño desliz y podría

matarla, o a su bebé.

Fue entonces cuando el momento entre Ryder y yo terminó como si

nunca hubiera existido.

De repente, se alejó de mí, dejando mi boca y mi cuerpo. Retrocedió

un paso y no me miró ni una vez mientras se subía la cremallera de sus vaqueros.

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Todavía sintiendo las sensaciones vibrar a través de mí, me puse de

pie sobre mis piernas temblorosas. Doblándome, agarré mi ropa interior y volví a ponérmela.

Me observó en la oscuridad. Su mirada se desvió hacia mis piernas desnudas, expuestas debajo de la camisa que llevaba. Maldiciendo por lo bajo, apartó la mirada.

—¿Ryder? —pregunté en un susurro—. ¿Qué está mal?

Se pasó una mano a través del pelo, mirando al suelo.

—¿Ryder? —pregunté otra vez, dando un paso hacia él.

Él se apartó de golpe, negándose a dejar que me acercara. Alcanzó el

picaporte de la puerta y miró por encima del hombro. Sus ojos me recorrieron con actitud distante.

—Gracias, necesitaba eso.

Por un segundo, sentí como si mi corazón hubiera sido arrancado. Agarré mis vaqueros hasta que mis nudillos se volvieron blancos. Un dolor

de corazón me llenó, pero luego se desvaneció en el aire, reemplazado por pura rabia al rojo vivo.

Tirando mis vaqueros al piso, alcancé a Ryder antes de que pudiera abrir la puerta del baño. Sin pensarlo dos veces, lo empujé, golpeando su ancho hombro.

Se dio la vuelta, sorprendido. —¿Qué? —siseó en un susurro burlesco.

—¡Cómo te atreves! ¡No puedes hablarme de esa manera!

—Acabo de hacerlo —se burló—. Solo estoy demostrando que no soy

lo suficientemente bueno para ti. ¿No los oíste? Soy una bomba de tiempo, Maddie. Tic, tac.

Lo empujé nuevamente, pero no se movió. Traté de empujarlo una

tercera vez pero no se movió.

Mis hormonas de embarazada estaban jugando racketball con mis

emociones. Quería venirme abajo y llorar, pero también quería provocarle una hemorragia nasal a Ryder. No podía controlarme a mí misma. Incluso

mis palabras eran estallidos espontáneos de tonterías sin sentido.

—¡Gavin tiene razón! ¡Eres un imbécil!

La expresión de su rostro casi me hizo querer disculparme de

inmediato, pero luego su expresión se endureció.

—Sí, lo soy. Deberías mantenerte alejada de mí.

Con una mirada más hacia mí, alcanzó el picaporte otra vez.

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Sentí ambos; tanto miedo ante la idea de que se marchara como ira

porque lo haría.

—¡Está bien, lo haré! ¡VETE! —arremetí, perdiendo el control.

¡Aléjate de mí!

—Eso es fácil porque ya me he ido.

Observé en una bruma de dolor mientras salía del baño sin mirar

atrás.

La puerta se cerró silenciosamente detrás de él.

Cerrándonos la puerta.

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Salí del baño con los ojos enrojecidos y un corazón endurecido.

Decidida a aclarar las cosas con él de una vez por todas. ¿A quién le importa si el embarazo tenía mis emociones por todas partes? ¡No me podía

hablar de esa manera!

La linterna de manivela lanzó un suave resplandor sobre el pasillo,

gracias a los ocho minutos adjudicados de arranque. Enfoqué la luz en el suelo delante de mí, en dirección al dormitorio. Las palabras que le diría a Ryder se repetían en mi cabeza; Sé que estás sufriendo. Has pasado por

mucho. Pero tienes que dejarme entrar.

Seguía ensayando lo que iba a decir cuando gritos de frustración

interrumpieron mis pensamientos. Corrí hacia los sonidos de la discusión. En el salón encontré a Eva y Brody, enfrentándose como si estuvieran a

punto de entrar en una ronda en una jaula de lucha.

—¡Te odio! —gritó Eva, señalándolo.

Mis ojos se agrandaron, nunca esperé escuchar esas palabras de su

parte.

—¿Sí? ¿Y qué hay de nuevo en eso? —gritó Brody—. ¡Siempre estás

jodidamente enojada conmigo!

—¿Qué está pasando, Eva? —pregunté, dando otro paso dentro de la

habitación.

—Lo siento mucho, Maddie —balbuceó, su pelo rubio se balanceó suavemente sobre sus hombros—. Traté de detenerlo, pero Brody lo dejó

ir. Prácticamente lo empujó hacia la puerta.

Sus palabras no tenían sentido pero mi corazón empezó a latir con

fuerza. Me daba miedo preguntar, pero debía saber.

—¿De qué estás hablando?

—Ryder. Se fue —dijo, torciendo nerviosamente los extremos de su cabello—. Llenó un bolso y cruzó directamente la puerta. Intenté detenerlo pero estaba decidido a marcharse.

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Sus palabras chocaron contra mí, vaciando todo el aliento de mis

pulmones. La sangre abandonó mi rostro, acumulándose en mis pies, entumecidos de frío.

—¿Dónde se fue? —preguntó Gavin, apareciendo detrás de mí.

—No quiso decirlo —contestó Brody, dejando escapar un suspiro de frustración—. Solo dijo que cuidáramos de Maddie. Por la expresión de su

rostro, pensé que lo mejor era dejarlo tranquilo.

—Diablos —murmuró Gavin en voz baja—. Espero que esté cavando

su propia tumba, porque lo voy a matar.

Agarrando una escopeta que se hallaba apoyada contra la pared, se

dirigió a la puerta principal. Un segundo más tarde, se cerró detrás de él.

No podía moverme. Mis ojos se encontraron con Eva, mis lágrimas me dificultaban ver con claridad.

Dio un paso vacilante hacia mí. —Lo siento mucho, Maddie. Él es un horrible idiota.

No escuché. No podía. Con las piernas rígidas, salí de la habitación, ignorando a Eva. Ignorando el frío que me envolvió. Ignorando el dolor en

mi cabeza, los latidos de la sangre en mis oídos. Ignorando todo, excepto el dolor.

Me paré en medio de su dormitorio, mientras el dolor arañaba mis

entrañas. Cuando vi las perchas vacías en el armario, supe que era real. Ryder se había ido.

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Cuatro días. Noventa y seis horas. Esa era la cantidad de tiempo que Ryder estuvo desaparecido. Demasiado tiempo.

Cada minuto me llevaba más cerca a la sensación de pérdida que me negaba a reconocer. La oscuridad se cernía a la vuelta de la esquina,

amenazando con acercarse sigilosamente a mí y robarme la poca luz que me quedaba. Me sentía culpable por decirle que se marchara. Me aferré a la esperanza de que iba a regresar. No el hombre furioso que se fue, sino el

mejor amigo sin el que no podía vivir.

Pero tal vez Ryder y yo nos equivocamos. Tal vez los mejores amigos

no deben enamorarse. Él había dicho en un principio que era un error. Que nunca amaría a nadie. Tal vez, solo tal vez, llevaba razón.

Gavin fue a buscarlo pero regresó con las manos vacías. Me aterraba que estuviera en problemas, regresando a la ciudad para desquitar su ira con los hombres que lo habían torturado. Pero Gavin me dijo que no me

preocupara, que Ryder nunca me dejaría. No estaba tan segura.

Para el cuarto día, tuve que huir.

Era casi el anochecer cuando ensillé mi caballo y me fui. Unos pocos copos de nieve caían, el viento soplaba y la temperatura descendía, pero

tenía que salir. No había estado en la tumba de mi padre desde el día que encontré a Ryder. Debía hablar con él. Tenía que sentarme en su tumba y llorar.

Debajo del gran roble, me deslicé de la silla y dejé las riendas caer al suelo. Respiré hondo y miré a la puesta de sol, tan hermosa a pesar del

intenso frío. Naranjas y rojos marcaban el cielo, pareciéndose a una pintura en lugar de un simple cielo. Siempre me sorprendía que algo tan

hermoso pudiera existir cuando el mundo se había convertido en un lugar tan feo.

Sintiendo una gran sensación de tristeza, caí de rodillas a los pies de

la tumba de mi padre. Mi estómago gruñó dolorosamente, recordándome que no comí nada desde el desayuno. Eva y yo habíamos compartido una

lata de peras pero no fue suficiente. La cena probablemente sería algo que los hombres capturaron o asesinaron. Sentí desesperación ante la idea.

Quería una comida no cocinada en llamas abiertas. Un comida que no

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supiera a madera o humo o caza silvestre. Pero entonces me recordé que

teníamos suerte. Teníamos un refugio y una pequeña cantidad de comida. Eso era más de lo que podía decir la mayoría de la gente.

Meses atrás, intercambiábamos dinero por una bolsa de comestibles. Un tanque de gas. Un artículo de ropa. Esos días se habían ido. La gente se moría de hambre, consumiéndose hasta que solo pueden esperar la

muerte. El otro día oí en la radio de onda corta que si no tenía hambre y frío, no estaba viviendo en Estados Unidos.

Era nuestro mundo ahora. Nuestra realidad.

Sorbiendo, me cobijé con el gran abrigo que llevaba. Con una mano

enguantada, limpié las hojas muertas dejándolas fuera de la improvisada lapida de madera. El viento azotaba el cabello en mi cara, picándome los ojos cuando los hilos se enredaban en mis pestañas. Ignoré el viento y me

acurruqué más profundamente en mi abrigo.

—Se acabó, papá —susurré, mirando hacia el suelo helado debajo de

mí—. Lo de Ryder y yo. Creo que se acabó realmente. Se ha ido y no sé qué hacer.

Dolió decir las palabras en voz alta. Traté tanto de no llorar. Había derramado tantas lágrimas en los últimos meses que lo único que quería era nunca llorar de nuevo. Pero las lágrimas cayeron de todos modos, frías

y húmedas en mis mejillas congeladas. Las dejé sin restricción negándome a quitarlas. Me recordaban lo que había perdido. Lo que no tenía. Lo que

nunca tendría de nuevo. Lloré por mi papá y por mi bebé, con la esperanza de que él o ella pudiera sobrevivir en este duro y violento mundo. Lloré por

los Estados Unidos, la guerra, y todas las personas que se perdieron en esta.

Lloré por Ryder.

Sentada sobre mis talones, puse una mano en mi estómago cuando el bebé pateó. Entonces lo escuché. El sonido de pesadas botas al crujir

sobre la hierba congelada detrás de mí. Mi desesperación desapareció. Me encontraba sola, en la mitad de la nada. Tenía que centrarme.

Extendí lentamente la mano por debajo de mi abrigo, envolviendo el frío metal de la pistola. ¡Puedo hacer esto! ¡Puedo hacer esto! Las palabras se sacudieron ruidosamente dentro de mi cabeza, paralizándome.

Sintiendo mi corazón acelerado, esperé hasta que escuché al hombre detenerse detrás de mí. Sabiendo que tenía que protegerme y proteger a mi

bebé nonato, saqué la pistola de debajo de mi chaqueta y me di la vuelta, apuntando al desconocido.

Pero no era un extraño. Era Ryder. De pie a un metro de distancia con una expresión sombría en su cara. El cuello de su chaqueta elevado, protegiéndolo del frío y ocultando su mandíbula. Una gorra de béisbol le

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ocultaba los ojos y lo hacía lucir más como un estudiante universitario que

un hombre que vive en un mundo que se ha vuelto loco. Pero para mí, nunca se había visto tan bien.

Bajé el arma, mis manos temblaban repentinamente.

—¿Qué estás haciendo aquí sola? —preguntó.

Me encogí de hombros, con miedo de decir cualquier otra cosa. Si

abría la boca, podría gritarle. Podría sollozar y llorar. Podría hacer el ridículo.

—Demonios, Maddie, ¿qué pensaba Gavin al permitirte cabalgar por tu cuenta? —murmuró, con la mirada perdida en la distancia.

Rodé los ojos y sacudí la cabeza con incredulidad. ¿Seguía pensando que había algo entre Gavin y yo? ¿En serio?

Sorbí y limpié una lágrima perdida. Sus ojos se encontraron con los

míos, viendo mientras otra lágrima escapaba por mi mejilla.

Mi corazón latía a mil por minuto, haciendo que la simple tarea de

pensar fuera difícil. Me levanté sin gracia, todavía acostumbrándose a mi creciente cintura. Ryder dio un paso hacia delante, con la mano extendida

para ayudarme pero luego se detuvo, dejándola caer. Esa maldita barrera se alzó, limpiando todas las emociones de su cara.

—¿Así que aquí es donde te has estado escondiendo? —pregunté,

ignorando el viento que soplaba el cabello a mis ojos.

Su mirada me recorrió lentamente. —Sí. Necesitaba tiempo —

respondió.

Asentí, llenándome con dolor. Pero luego solo me enfadé.

—¿Necesitabas tiempo? Bien, te daré todo el tiempo que quieras —murmuré, pasando por delante de él. La manga de mi chaqueta rozó la suya, la fricción despertó mi cuerpo como siempre lo había hecho cuando

estamos cerca del otro.

Ya casi llegaba a mi caballo cuando extendió la mano, agarrando mi

brazo.

—Solo hay algo que quiero, Maddie —dijo, con sus ojos en mí.

—¿Y qué es eso? —pregunté, sintiendo mariposas revolotear en mi estómago, al igual que me envolvían sus palabras.

—Ven a la casa y habla conmigo —respondió—. Dime que estás bien.

Que el bebé está bien.

Negué con la cabeza. —No puedo volver allí. No he vuelto a esa casa

desde… que los hombres… —Mi voz tembló mientras echaba un vistazo a la casa.

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—Son solo recuerdos, Maddie. He estado huyendo de ellos en los

últimos días. Demonios, he estado huyendo por años.

No está hablando de las torturas que sufrió. Está hablando de mí. Soy

solo un recuerdo. Uno del que ha estado deseando huir desde hace años.

—¿Soy uno de esos recuerdos? —le pregunté.

No dijo nada. Esa era toda la respuesta que necesitaba.

Me volteé hacia mi caballo y agarré las riendas. Forzándolo a Ryder a soltarme.

—¿Eso es todo? ¿Te vas? —preguntó.

Lo miré de nuevo, viendo una frialdad en sus ojos que me causó un

estremecimiento. Cuando no respondí, murmuró unas palabras, tirando el ala de su gorra hacia abajo.

—Muy bien. Vuelve con Gavin. A ver si me importa una mierda —

gruñó, dándose vuelta. Con grandes zancadas, cruzó el campo, luchando contra el viento mientras se dirigía hacia la casa.

¿No le importaba? ¡Muy bien! Tampoco a mí.

Recogí las riendas en una mano temblorosa y puse mi pie en los

estribos. Iba a subirme a la silla cuando la tumba me llamo la atención.

Flotaron de regreso a mí las palabras que me dijo mi papá el día de su muerte. Palabras que recordaría por el resto de mi vida: “Ryder te ama.

Me lo dijo.”

¿Cuántas veces dijo mi papá que Ryder se haría cargo de mí? ¿Que

teníamos un vínculo especial que nadie podría romper? Dijo una vez que los hombres ocultaban sus sentimientos detrás de músculos fuertes y

pocas palabras, algo que Ryder hacía muy bien. Juró que me necesitaba tanto como yo a él. Mi padre lo creyó hasta el día de su muerte, pero ya no estaba segura de creerlo yo.

Cuando me encontraba a mitad del campo, las imágenes del pasado volvieron rápidamente. Ryder y yo cuando niños, jugando a la casita en el

granero. Nadando en los arroyos. Montando caballos en el verano. Compartiendo secretos y sueños.

Las veces que lo llamé llorando, diciendo que odiaba la universidad y extrañaba mi casa. Escuchando mientras me decía que podía hacerlo, que era la persona más inteligente que conocía. Diciéndome lo mucho que me

extrañaba pero que me vería en las vacaciones de verano. Las veces que me hacía reír, obligándome a sonreír cuando todo lo que quería era llorar.

Las noches que me hizo enojar, encontrándolo borracho y magullado, roto y en el fondo de una botella.

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A pesar de todo, nos mantuvimos juntos. Nunca me asustó. Nunca

intenté apartarlo al crecer. Pero ahora, este amor nos destrozaba. Tomaba nuestra amistad y la pisoteaba contra el suelo, tratando de aplastarnos.

Eché un vistazo a la casa. De repente, lo supe. No podía renunciar a lo nuestro, ni aunque quisiera.

Jalando mi pie del estribo, dejé mi caballo y comencé a cruzar el

campo. Cada paso me llevaba más cerca de casa. Más cerca de él. A donde pertenecía.

El viento se arremolinaba, azotando la hierba alta marrón en contra de mis pantalones vaqueros. Tirando de la capucha de mi chaqueta aún

más, vi como Ryder abría de un tirón la puerta, dejando que se cerrara de golpe detrás de él.

Crucé el patio delantero, el patio donde había muerto mi padre. El

lugar donde tomó su último aliento y me dejó. Las lágrimas amenazaban pero las alejé. Tenía que hacer esto. Tenía que ser fuerte.

Puse el pie en el primer escalón. La madera podrida crujía, amenazando con ceder bajo mi peso. Tomando una respiración profunda,

miré hacia la casa. Hazlo. Solo respira.

Pisé el siguiente escalón. El horror se apoderó de mí en sus puños

con garras y no me dejaba libre. Los recuerdos me golpeaban desde todos los lados.

Un hombre agarrándome. Lastimando mi costilla rota, haciéndome

gritar. Otro hombre tocándome. Sonriéndome de modo maligno.

Di otro paso, al tiempo que seguía viendo el pasado.

Gritando. Ser lanzada a través de la habitación como una muñeca de trapo. Aterrizando contra la pared con un ruido sordo. El dolor recorriendo

mi cuerpo.

Otro paso.

Un cuchillo. Cortando mi camisa. La sensación de ella en mi mano,

agarrándola fuertemente. Mi única fuente de protección.

Dos pasos más. Ya me encontraba en el pórtico, con la puerta frente

a mí.

La puerta que los hombres atravesaron para llegar a mí.

Mi mano temblaba cuando alcancé la manija. Blanca con pintura astillada, esta era la puerta que atravesé la mayor parte de mi vida. La puerta de mi casa. La que abría de niña, viendo a un niño sonriéndome. La

puerta que me llevaría de nuevo a él.

Giré el pomo. Parpadeaba la luz de una vela, lazando un suave

resplandor sobre el hombre de pie en medio de la habitación.

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El hombre que necesitaba más que la vida misma.

Ryder entrando en la habitación, con el arma levantada, dispuesto a matar a cualquiera que me estuviera haciendo daño. Cayendo de rodillas a

mi lado. Diciéndome que estaría bien. Que todo siempre estaría bien.

Sus ojos se movieron sobre mí cuando di un paso dentro de la casa. Eché un vistazo alrededor de la cocina, la presión en mi pecho era cada vez

mayor.

—¿Cambiaste de opinión? —preguntó Ryder, con palabras duras.

Aparté la vista del sitio donde los hombres me atacaron hacia el lugar donde se encontraba Ryder. Abrí la boca para decir algo pero los

recuerdos eran demasiados poderosos. Me ahogaba con el terror. Estaba paralizada por el miedo.

—¿Qué? ¿Ni siquiera puedes hablar conmigo? Está bien. Puedes irte

—dijo, dando la vuelta y saliendo de la cocina—. No necesito esta mierda.

Lo vi salir. Desapareció por el oscuro pasillo, sus botas silenciosas

sobre el suelo.

Mientras mi corazón latía con fuerza, miré alrededor de la cocina,

viendo las revistas de granjas y ranchos de mi padre. Lo recordé al leerlas temprano en las mañanas, mientras sus gafas caían sobre el puente de su nariz cada pocos minutos. Podía imaginarlo mirando por encima de la

montura mientras entraba en la cocina, empujándolas más arriba en su nariz mientras me sonríe, con ojos brillando de admiración.

Mis ojos se movieron a la estufa, ahora una pieza inútil de metal. Podía imaginar a mi padre de pie allí, dando vuelta al tocino. Mirando por

encima del hombro mientras Ryder entraba a la cocina, con resaca de la noche anterior. Nunca preguntó por qué él hacía tales cosas ni el motivo por el que siempre terminaba en nuestro sofá, durmiendo toda la noche en

su estado de borrachera. Solo le entregaba una taza de café y le hacía tocino y huevos.

Miré al mostrador, el lugar donde Ryder estuvo apoyado cuando le dije que me iba a la universidad. Se había visto enojado, alterado, frenético

y asustado; todo a la vez. Lo recuerdo con los brazos envueltos a mi alrededor, susurrando que iba a perderme.

Recordé todo. Cada momento, cada segundo grabado para siempre

en mi mente.

Las lágrimas cayeron por mis mejillas, difuminando la habitación a

mi alrededor. La vela que parpadeaba en el centro de la mesa me llamó la atención. Su llama ahuyentó las sombras, trayendo una sensación de

calidez a la cocina. A su lado, se hallaba una botella de vodka, casi vacía por completo. Y debajo de la botella, había una fotografía. Una imagen que se había hecho añicos y luego se arregló.

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Una foto de nosotros.

Di un paso más cerca, al tiempo que mi corazón latía con fuerza. Con dedos temblorosos, extendí mi mano y tomé la foto.

Era una de Ryder y yo cuando éramos niños, abrazados. Sonriendo. Felices. Juntos.

Al girar la imagen, vi unas palabras, escritas en una caligrafía tonta

y afeminada:

“Ryder y Maddie. Mejores amigos por siempre.”

Por siempre.

Dejando caer la foto, eché a correr por toda la casa. Los recuerdos, el

miedo, el terror que una vez llenaron la casa desaparecieron. Todo lo que quedaba era Ryder y yo.

Dos niños que eran inseparables.

Dos niños que estaban enamorados.

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Lo encontré en mi antiguo dormitorio, en el centro de la habitación. Se hallaba parado con los pies separados y las manos en puños a los

costados. Su cara apartada de mí; oculta en las sombras de la habitación.

Di unos pasos hacia la oscuridad. El aire era frío, haciendo que

nubes pequeñas de vapor salieran de mis labios, pareciendo como nubes de humo que desaparecían rápidamente.

Mis ojos recorrieron la cama, mi viejo escritorio y los cuadros

colgados en las paredes. Eché un vistazo a la ventana que Ryder le tiraba piedras para despertarme.

Quería volver a ser esa chica. La que se sentaba en el medio de la cama, estudiando álgebra y hablando por teléfono con Eva. La que se reía

con las bromas tontas que le decía Ryder. La que rodaba los ojos cuando él llamaba en medio de la noche, necesitándola para rescatarlo.

Todavía era esa chica y él todavía era ese chico. Solo necesitábamos

recordarlo.

—Ryder…

Levantó la cabeza con ojos ardientes. Sentí su rencor, fijándome en el lugar.

—¿Qué? —preguntó con voz profunda e impaciente.

—Yo…Yo… —Diablos, ni siquiera podía hablarle.

Cruzó los brazos sobre su pecho y esperó, probablemente esperando a que me fuera. Pero no lo hice.

Valiente, di un paso más cerca, pero al instante me arrepentí.

Pude ver odio en sus ojos. Para mí. Era demasiado.

No puedo hacer esto.

Me di la vuelta, planeando alejarme. Pero mi mirada fue al marco de la puerta y me detuve. Recordé a Ryder apoyado allí y mirándome hace

años, mientras empacaba para ir a la universidad.

Frunciéndome el ceño cuando le dije que estaría de vuelta en un par de semanas. Haciéndome prometer que tendría cuidado.

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Todos esos recuerdos regresaron a mí. Los de nosotros. No, no iba a

dejar que me alejara. Otra vez no. Lo que teníamos, nuestra amistad, nuestro amor, era demasiado importante para perderlo. Volviendo atrás,

levanté la barbilla en desafío.

—Me dejaste, Ryder. Sin una palabra, nos dejaste a mí y a tu bebé —dije, con voz rotunda en la oscuridad de la habitación—. Estuviste en

esta habitación hace años y me viste empacar. Me ayudaste a mudarme. Me ayudaste a salir y ahora me estás apartando.

Sabía que di en el clavo. Se estremeció, mis palabras lo abofetearon como mi palma nunca pudo. Pero luego lo encubrió y la dureza regresó en

su cara.

—Te estoy apartando porque trato de protegerte. Eres la única mujer que he amado. La única mujer que siempre quise. La que me hizo querer

algo mejor en la vida —dijo, elevando la voz mientras caminaba cerca de mí.

Sus palabras me provocaron un aumento en el pulso. Su cercanía me hizo enrojecer.

Siguió caminando hacia mí, bajando la voz. —¿Sabes que pensaba en ti todos los días que estuviste en la universidad? Tuve que hacer un gran esfuerzo para no llamarte a cada hora. Para no hacer las maletas e ir

a buscarte. Eras lo único real en mi vida, Maddie. La única persona que amaba más que a nada.

Dio un paso más cerca. Mirando a mis labios, cogió mi bufanda. La envolvió con su mano y me jaló hacia él, llevando mis labios a los suyos.

—Sé qué clase de hombre soy. Un bastardo problemático al que le gusta follar, pelear y beber. Te mereces más. Siempre lo has hecho. El dolor de tener una bala en mi cuerpo no era nada comparado con el dolor

de saber que te lastimé —dijo—. Así que me fui.

—¿Cómo pudiste? —exclamé, ignorando su cercanía—. Me ocupé de

ti cuando estabas borracho. Cuando llegabas a casa golpeado y sangrando, estuve allí, vendándote. Juramos siempre cuidarnos.

Me detuve, el nudo en mi garganta me ahogaba y provocaba una ronquera en mi voz, pero necesitaba continuar. Él tenía que escuchar la verdad. —Te he dado todo, Ryder, y todavía te contienes. ¿De qué tienes

tanto miedo? ¿De amarme?

—Amarte es fácil. Perderte es lo que haría daño.

—¿Quién te dijo que me vas a perder? ¿Gavin? ¿Eva? —No esperé a que respondiera—. Ya no se trata solo de mí, Ryder. Este bebé te necesita.

Te necesito.

Su mirada se volvió fría de nuevo. Dura.

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—Bueno, supongo que estás jodida —dijo tranquilamente, soltando

mi bufanda—, debido a que ambos están mejor sin mí.

—¿De verdad piensas eso? —susurré.

No respondió. Solo me miró.

Mordí mi labio, sin saber qué hacer. Esta guerra me había quitado mucho. Tenía miedo de que también me quitara a Ryder. Lo amaba. No

podía imaginar no amarlo. Pero tenía que darle lo que quería.

—Nunca estaré mejor sin ti, Ryder. Siempre seré esa chica que te

seguía a todas partes cuando era una niña y pasaba tiempo contigo cuando era una adolescente. Siempre serás mi mejor amigo, no importa lo

que digas o hagas.

Apartó la mirada, luciendo tímido.

Se me rompía el corazón, pero tenía que continuar. Él necesitaba oír

las palabras y yo necesitaba decirlas.

—Cuando estés herido y enfadado, estaré aquí. Cuando necesites a

la persona que te conoce como nadie, voy a estar aquí esperándote. Puedes renunciar a mí, pero nunca voy a renunciar a ti. Siempre te amaré, pero te

estoy dejando libre.

—Mierda, Maddie, no…

—El bebé y yo siempre seremos tuyos, pero... —Se me atascaron las

palabras en la garganta. Dilo, insistió mi voz interior. Dale su libertad.

Tomé una respiración profunda.

—Se acabó, Ryder. Déjame ir.

Esas palabras lo terminaron. Nosotros terminamos. Él estaba roto.

Estábamos rotos.

Y acabados.

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Traté de no mostrar lo mucho que dolían decir esas palabras. Pero

las lágrimas nadaban en mis ojos, desbordándose por mis mejillas.

Sin saber qué hacer, las limpié en silencio y miré más allá de Ryder,

sin querer verlo más. No quería ver la indiferencia en su rostro que sabía estaría allí. Y preferiría morir antes que ver su frialdad.

Me giré para irme. Tenía que salir de allí. Necesitaba correr lo más lejos posible. Desaparecer. Necesitaba kilómetros entre nosotros. Él lo era todo para mí y ahora habíamos terminado.

Las lágrimas me dificultaban la vista mientras corría por el pasillo oscuro. Un sollozo se escapó de mi pecho, sin poder contenerlo. ¿Qué estoy

haciendo? ¿Qué estoy haciendo? Pensé. Las palabras se reproducían en mi mente, golpeando dentro de mi cabeza hasta que pensé que iba a estallar.

Me sentía confundida. Asustada. Y tan enamorada que me lastimaba.

Me encontraba a mitad de camino por el pasillo, cuando oí a Ryder

trotar detrás de mí. No me volví. No podía. Si lo hacía, estaría perdida.

De repente, sus manos me agarraron por detrás, girándome. Con los dedos apretados en mis brazos, me inmovilizó contra la pared, robándome

el aliento. En la oscuridad, lo miré, sorprendida. Colocando una mano en cada lado de mi cuerpo, me atrapó contra la pared.

Sus dientes rechinaron con ira y sus ojos corrían por mi rostro, deteniéndose en mi boca. Mientras me mantenía prisionera los músculos

de sus brazos se tensaron; sus bíceps abultados debajo de su camisa.

—Ryder…

—Maddie, lo siento. Maldición, lo siento tanto —dijo pareciendo

molesto. Su voz era tan ronca y quebrada que me destrozó—. Tú y este bebé son mi vida y nunca los dejaré ir.

Bajó la cabeza, tomando mi boca con la suya con desesperación. Inclinando sus labios sobre los míos, tomó el control, demostrándome que

de verdad nunca me dejaría ir.

El deseo saltó a la vida, bloqueando las palabras que ya habíamos intercambiamos. Era el mismo deseo que se salía de control cada vez que

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me encontraba cerca de él, quemándome cada vez que me tocaba. Era una

adicta a él; nunca conseguía suficiente y nunca quería nada más.

Sus manos fueron a mi cabeza, sosteniéndome en tanto su beso se

volvía más suave. Después de un segundo, se apartó. Sus ojos se veían intensos mientras me miraba. Había preocupación en ellos. Una especie de desesperación que no había visto antes.

—Perdóname —susurró, enredando sus manos en mi pelo—. Por favor, perdóname.

Sabía que no podía resistirme a él. Siempre lo amaría, sin importar lo mucho que peleáramos. Era así de simple.

—Te perdono. Siempre lo hago —le dije, mirando sus ojos bajando a mis labios.

Su boca se abalanzó de nuevo, volviéndose frenética sobre la mía. Al

igual que un hombre salvaje desesperado por más, tiró de mi chaqueta y bufanda, arrojándolas al otro lado del pasillo. Tan pronto como estuvieron

fuera del camino, llevó las manos a la pared detrás de mí, bloqueándome con sus fuertes brazos.

Cuando su lengua se introdujo en el calor de mi boca, extendí la mano y agarré la cintura de sus vaqueros. Tirándolo con fuerza hacia mí, deseando más. Accedió y presionó su cuerpo contra el mío, pero teniendo

cuidado con mi panza redonda del embarazo.

Condujo su lengua dentro de mí, queriendo probar el interior de mi

boca. Mi lengua se encontró con la suya, chupándolo mientras una de sus manos se trenzaba en mi cabello. Cuando sus dedos repentinamente se

volvieron bruscos y tiró mi cabeza hacia atrás, jadeé. Dejó mis labios para seguir por mi cuello, dejando detrás un camino mojado. Quemándome por dentro.

Se me escapó un gemido cuando sus labios se movieron más abajo, hasta llegar a la curva de mi cuello. Cuando su boca probó mi piel, pasé

los dedos sobre la dureza de su estómago.

Al tocarlo, gimió y apretó su agarre en mi cabello. Su boca se movió

por mi cuello, tomándose tiempo. Probándome. Lamiéndome. Chupando mi piel como si no pudiera tener suficiente.

—Dijiste que había terminado —susurró contra mi piel, enviándome

un escalofrío—. Pero nunca terminamos.

Su boca cayó sobre la mía de nuevo, tomando cada centímetro de

mis labios. Animándome a abrir la boca. Obedecí, dispuesta a darle todo lo que quería y más. Él era mi para siempre, sin importar lo jodido que

estuviera.

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—Siempre habrá un nosotros —dijo con voz áspera contra mi boca y

bajando su mano de mi pelo para empezar a desabrocharme la camisa—. Juntos.

Cuando soltó el último botón de mi camisa, el aire frío pasó por encima de mis pechos desnudos. Me estremecí, pero sus manos cálidas se posaron allí, calentando mi piel. Protegiéndome.

Una de sus manos acunó mi pecho, llenando su palma como si yo estuviera hecha especialmente para él. Al igual que la primera vez que me

tocó, jadeé y me sonrojé cuando su pulgar corrió por mi pezón, haciendo que cada terminación nerviosa saltara y gritara en necesidad.

—¿Están sensibles? —preguntó, pasando otra vez su pulgar por mi pezón.

—Sí —me las arreglé para decir; mi corazón latía tan rápido que no

podía pensar con claridad.

—Bien —gruñó.

Sin previo aviso, bajó la cabeza, tomando mi pezón en su boca.

Lanzando mi cabeza hacia atrás, grité. Su lengua se arremolinó,

lamiendo, luego la giró sobre mí. Su mano acarició mi pecho, apretando con suavidad mientras metía todo mi pezón dentro de su boca. Su otra mano me desabrochó los pantalones, para luego bajarlos junto con la ropa

interior por mis piernas.

Puse las manos en su cabeza, sosteniéndolo cerca mientras quitaba

mi ropa. Cuando volvió su atención a mi otro seno, lo atraje hacia mí, empuñando su cabello. Gimió sobre mi pezón, provocándome oleadas de

electricidad.

Iba a volverme loca de placer cuando su boca liberó mi pezón. Sus ojos se encontraron con los míos en la oscuridad. Vi el hambre en él, la

desesperada necesidad de hundirse más profundo en mí. Sabiendo que apenas se mantenía calmado, traté de jalarlo más cerca.

Se resistió, agarrando mi mano. Llevándola hacia él, la colocó en su entrepierna. Mi corazón se aceleró cuando lo sentí bajo mis dedos, duro y

listo.

—Siente lo mucho que te necesito, Maddie —dijo, manteniendo su mano sobre la mía—. Cada vez que estoy cerca de ti. Cada vez que pienso

en ti, esto es lo que sucede. Es tuyo. Tómalo.

Mi boca comenzó a saborearse, sabiendo lo que quería. Sintiéndome

nerviosa, empecé a desabrocharle sus vaqueros. Se quedó en silencio, mirándome mientras bajaba la cremallera. Mordiéndome el labio nerviosa,

metí la mano, envolviéndola alrededor de él. Como un animal entrenado, mi cuerpo se animó por la anticipación.

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Sus manos volvieron a la pared, una a cada lado, sujetándome. Moví

la mano arriba y abajo de su longitud, amando el sentirlo. Contuvo el aliento y cerró los ojos. Sintiéndome en control, moví la otra mano hacia

su pecho, pasándola por los duros músculos de su abdomen. El calor de su piel me quemaba, corriendo por mis dedos, por mi brazo y en lugares desconocidos.

Respirando con dificultad, temblaba en tanto mi mano lo seguía acariciando. Su cuerpo se estremeció, amenazando con perder el control.

De repente, su boca se apoderó de la mía rudamente. Sus dedos bajaron, hundiéndose dentro de mí. Grité, moviendo la mano más rápido en él. Su

boca se volvió frenética en la mía, desatando el salvajismo.

Con una maldición, sacó sus dedos y me agarró la mano.

—Para, Maddie —dijo, con voz áspera. Movió su mano a mi muslo—.

Quiero estar dentro de ti.

Jadeé cuando subió mi pierna, sosteniendo mi muslo en su mano y

dejándome vulnerable. Dando un paso más cerca, sus labios se movieron a mi oído y me atrapó contra la pared. Solté un gemido cuando sentí su

dureza contra mí.

—Exijo estar dentro de ti —dijo.

Y con solo una embestida, estuvo completamente dentro de mí.

Llenándome. Amenazando con romperme por la mitad. Dejé escapar un gemido ante la invasión, sintiendo mi estrechez rodeándolo.

—Pasé por un infierno para llegar aquí —dijo con voz ronca, rodando sus caderas contra las mías—, pero ahora estoy en el cielo.

Grité cuando su mano pasó alrededor de mi cintura, levantándome. Mis piernas se envolvieron automáticamente alrededor de sus caderas, llevándolo más profundo dentro de mí. Gimió, moviendo sus caderas entre

mis muslos. Presionando mi espalda contra la pared, salió y luego otra vez se enterró dentro de mí.

Di un grito ahogado y cerré los ojos mientras se mecía conmigo.

—Sujétate, bebé —susurró y sus labios fueron a mi cuello.

Obedeciéndolo, envolví su cuello con los brazos, presionando mis pechos desnudos contra el suyo.

Puso sus manos en mis caderas y comenzó a moverse, lentamente al

principio. Usando la pared como palanca, me sostuvo arriba, deslizándose contra mí. Acariciándome desde adentro. Haciéndolo una y otra vez hasta

que quise gritar. Me estaba volviendo loca y haciéndome olvidar todo salvo este momento.

—Te sientes tan bien —dijo con voz ronca, deslizando su longitud dentro y fuera de mí, tortuosamente lento—. Creo que fui hecho para ti.

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Manteniendo un brazo a mi alrededor, miró como me mordí el labio.

Gemí al tiempo que su longitud entraba y salía, ganando velocidad.

Tomando de nuevo mis labios, su lengua se introdujo para probar mi

boca. Sus caderas bombearon embestidas poderosas, satisfaciéndome y conduciéndose profundamente en mi estrechez.

Cuando su boca abandonó la mía para ir a mi oído, la sensación de

caer comenzó muy dentro de mí.

—Ryder, no te detengas —gemí, echando mi cabeza hacia atrás y

cerrando los ojos.

—Nunca, Maddie. Nunca dejaré de amarte —dijo, rozando sus labios

contra la curva de mi oreja mientras se deslizaba cada vez más profundo.

No pude luchar más. El orgasmo me alcanzó, haciéndome gritar incoherencias. Oleada tras oleada de éxtasis se apoderó de mí, dejándome

ver las estrellas, iluminando la oscuridad detrás de mis párpados. Agarré su cabello, necesitando aferrarme a algo sólido y real mientras perdía el

control.

—¡Por favor! —grité, sintiendo como si estuviera explotando en mil

pedazos.

Gruñó, la barba en su mandíbula se frotaba contra mi cuello en tanto me penetraba una y otra vez. Su mano encontró mis pechos, y se

burló de mi piel sensible. Cerré los ojos cuando las vibraciones sacudieron mi cuerpo.

—No. Abre los ojos —ordenó Ryder, moviendo sus caderas contra mí.

Abrí los ojos, dispuesta a hacer lo que quisiera él. Al tiempo que me

miraba, comenzó a bombear más rápido. Aspiré una bocanada de aire y comencé a moverme arriba y abajo en su dura longitud, tomando el control.

Pero Ryder no lo permitió. Rodeando la cintura, me mantuvo firme mientras salía a medias antes de sumergirse de nuevo en mí, enterrándose

profundamente.

Jadeé; su plenitud era demasiado. No podía soportarlo.

—¿Una vez más? —preguntó Ryder, con voz ronca.

—Sí —gemí, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás. Incapaz de resistirme, me mordí el labio, casi sacándome sangre.

—Maldita sea, Maddie —gruñó, inclinándose para chupar mi labio inferior donde había dejado las marcas de mis dientes. Saliendo de mí, se

sumergió de nuevo, haciéndome agarrar sus hombros con fuerza.

—Di mi nombre —exigió, contra mis labios—. Entonces, te dejaré

venir otra vez.

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—Ryder —gemí, respirando con dificultad.

—Una vez más —dijo, abrazándome por la cintura mientras se movía dentro y fuera de mí.

—Ryder —grité, siendo golpeada duramente por otro orgasmo. Mi mundo explotó y las estrellas aparecieron detrás de mis párpados.

—Así es, grita mi nombre. Es el único nombre que quiero en tus

labios, Maddie. Eres mía —dijo, gruñendo—, nunca lo olvides.

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Sus labios se volvieron suaves, sus manos una caricia. Me derretí,

sintiéndome ingrávida en sus brazos. Muy pronto se retiró, bajándome a mis pies. Sus manos se quedaron en mi cuerpo por un momento,

asegurándose de que podía sostenerme por mi propia cuenta.

—¿Estás bien? —preguntó, preocupado.

—Sí —dije sin aliento.

Se pasó una mano por la nuca, luciendo avergonzado.

—Me dejé llevar. Estaba tan condenadamente asustado de que me

dejaras.

—¿Cómo me dejaste tú? —le pregunté, incapaz de detener las

palabras.

Dando un paso atrás, se subió la cremallera de los pantalones, sin mirarme. Sabía que era el momento en que ponía una cortina sobre sus

emociones, protegiéndose de algo que no podía comenzar a entender. Inclinándose, tomó mis pantalones y ropa interior, entregándomelos con

una mano extendida.

—Toma. Vístete. Tengo que llevarte de regreso.

Sus palabras fueron como una bofetada en la cara, tan retraídas y frías. Un escalofrío me recorrió, recordándome que hace un segundo, él era el único que podía calentarme.

—¿Echándome de mi propia casa, Ryder? Eso es bajo incluso para ti —dije, apresurándome a ponerme los pantalones—. ¿Pensé que no había

que correr más el uno del otro?

Se quedó inmóvil, sin responderme ni mover un músculo. Observó

mientras me abotonaba la camisa con dedos temblorosos y sus ojos fueron persistentes en mi pronunciado estómago más de lo que era necesario.

A su silencio, las lágrimas obstruyeron mi garganta pero me negué a

dejar que me viera llorar. Las hormonas del embarazo siempre causan estragos con mis sentimientos. Un momento quería sonreír, y al siguiente

llorar.

Alcé mi barbilla y lo miré obstinadamente.

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Dejó escapar un suspiro y se alejó unos pasos. Inclinándose, recogió

mi chaqueta y bufanda del piso alfombrado y me los lanzó. Atrapándolos con una mano, lo miré fijamente.

—No me mires así, Maddie. No te estoy alejando. Te quiero segura en casa —dijo, resignado.

—No me importa —dije, metiendo los brazos por los agujeros de mi

chaqueta. Mirándolo, envolví la bufanda alrededor de mi cuello y la tiré con fuerza en tanto aumentaba mi enojo. Por qué estaba enojada, no tenía

idea. Mis emociones se hallaban por todas partes.

Sin esperar, giré y caminé por el pasillo, sin importar si me seguía o

no.

—¡Espera! —espetó Ryder, su voz era como una escopeta explotando en la casa.

Me detuve y me di la vuelta. Con dos zancadas se encontraba ante mí, luciendo prohibido y peligroso. Su cuerpo me bloqueaba para no ir a

ninguna parte.

Levanté la vista, encontrando sus ojos en la oscuridad. Cuando no

dijo nada, decidí que estaba cansada del silencio.

—Solo llévame a casa, Ryder —dije.

Agarró la parte trasera de mi cabeza y me jaló hacia él. Sus manos

alcanzaron mi estómago, extendiendo sus dedos sobre mi vientre mientras su otra mano se enredaba en mi cabello.

—Vamos a aclarar algunas cosas antes de irnos, Maddie. Este bebé es mío —gruñó; su profunda voz retumbaba en la oscuridad—. Tu cuerpo

y corazón son míos. Pelearé y moriré por ellos. Nunca lo olvides.

Abrí los labios para decirle donde podía meterse la mierda de “mío” pero su boca descendió rápidamente, cortando cualquier palabra que iba a

decir. Su mano se apretó en mi cabello cuando su boca reclamó la mía. A pesar de la frialdad de la casa, mi cuerpo se calentó de nuevo.

Terminando el beso, se apartó para mirarme. Sin otra palabra, me soltó, dejándome en el oscuro pasillo. Me quedé de pie aún conmocionada,

sintiéndome como si estuviera cayéndome y no pudiera sostenerme a mí misma.

Estar con Ryder era como un paseo en montaña rusa que nunca

terminaba. Había curvas cerradas, subidas y bajadas. Nunca sabías lo que te esperaba a la vuelta de la esquina. El paseo era desigual y algunas veces

agitado. Un momento querías reír, al otro gritar. Pero a pesar de todo, era emocionante y de ritmo rápido. El paseo de tu vida.

Y nunca quería terminarlo.

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Pasé mi lengua sobre el labio inferior, saboreándolo en mí. Por un

momento, me permití desaparecer en la felicidad de unos minutos atrás; cuando me sostuvo y dijo palabras que nunca olvidaría.

Un golpe sordo vino desde el interior de la casa. Sacudí la cabeza. Me hallaba parada sola en el pasillo, la oscuridad de la noche se envolvía a mi alrededor. El ruido me recordó que hace meses el mal había puesto un

pie aquí. El cuerpo de Ryder podría haberme hecho olvidar la pesadilla, pero de repente volvió a toda prisa, dándome una palmada en la cara y

dejándome aturdida.

Corrí tras él, dejando la oscuridad atrás. Lo encontré en la cocina,

encendiendo un fósforo. Vi como el palillo estallaba a la vida, destacando su rostro. Llamándome.

Envolviendo los brazos alrededor de mi cintura, traté de controlar mi

corazón, mirando como Ryder encendía una pequeña vela. Un escalofrío me recorrió y no sabía si fue por las frías temperaturas o los terribles

recuerdos. Había un solo hombre que podía expulsar a ambos y se hallaba parado frente a mí, dejándome caliente un momento y fría el siguiente.

Ryder lanzó el extinguido fósforo a la mesa, a un lado de la botella de vodka. Mis ojos se posaron en la foto de nosotros. Cuando éramos felices. Juntos. Niños que no tenían preocupación en el mundo.

Él también la vio. Mi corazón latió cuando la recogió. Me asustaba que pudiera derrumbarla con su puño. Desgarrarla en pedazos con sus

fuertes dedos. Desmembrarla con sus propias manos. En cambio, me miró. La luz de la vela se reflejaba en sus ojos, iluminando el azul de sus

iris y llenándome con anhelo.

Sin apartar los ojos de mí, metió la foto en el bolsillo de su chaqueta, justo encima de su corazón. El simbolismo no se me escapó pero dudaba

que supiera lo que hizo.

—¿Quieres algo antes de irnos? —preguntó.

Mis ojos recorrieron la cocina, viendo las cosas de mi padre y recordando el pasado. Había tantas cosas que quería, cosas que no podría

tener nuevamente. Mi papá. Mi antigua vida. La muerte y la desesperación de desaparecer.

Las lágrimas llenaron mis ojos, haciendo todo borroso. Eva tenía

razón. El embarazo me ponía muy emocional. ¡Era un desastre sollozante! Alejé la mirada de Ryder, no quería que viera mis lágrimas.

—¿Maddie? —preguntó de nuevo.

Tomé una profunda respiración.

—Quiero que mi vida vuelva a ser como antes —murmuré—. Cuando las cosas eran más simples. Extraño a mi papá y a mis amigos. Extraño la

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universidad. Pero más que nada, nos extraño, Ryder, ojalá pudiéramos ser

dos chicos normales de nuevo.

—¿Dos chicos normales que no están enamorados? —preguntó con

rotundidad—. ¿Es eso lo qué tratas de decirme?

¡Oh, maldición!

—Ryder, eso no es lo que quería decir.

—Creo que sí, Maddie —dijo, caminando junto a mí y recogiendo su bolsa de lona del suelo. Lanzándola a la mesa, comenzó a empacar cosas

dentro de ella; velas extra, algunas latas de comida que había encontrado en alguna parte, y una cajita que reconocí como la caja de recuerdos de mi

mamá—. No sé si puedo comportarme normal contigo pero estoy dispuesto a intentarlo. Nada como dos mejores amigos con un montón de lujuria entre sí —gruñó, recogiendo la botella de vodka. Desenroscando la tapa,

mantuvo sus ojos en mí mientras la llevaba a su boca.

Lo observé cómo se tomaba hasta la última gota de alcohol, luciendo

tan sexy que quería partearme a mí misma por notarlo.

—Oh, no olvides la parte del amor —dijo, golpeando la botella vacía

contra la mesa—. Porque te amo más que a la maldita vida misma pero si tú quieres normalidad, lo haré.

Se colgó la bolsa de lona en el hombro. Después de soplar la vela,

caminó hacia mí. Cuando llegó lo suficientemente cerca, agarró mi brazo y me arrastró a través de la habitación.

—Ryder, tienes una habilidad con las palabras —dije con sarcasmo, sin pelear mientras me llevaba hacia la puerta.

—No has visto todo lo que puedo hacer con mi boca, Maddie.

Me detuve, boquiabierta. Cuando la comisura de su boca se elevó en una media sonrisa que no se ajustaba con la frialdad en sus ojos, cerré la

mía. La irritación estalló en mí.

—Sabes que eres un gran idiota —dije, esperando odiarlo pero

sabiendo que nunca podría. Insultarlo era lo siguiente mejor—. No quiero normalidad… te quiero a ti. Pero también quiero darte un puñetazo en este

momento. Estoy embarazada, soy un desastre emocional y realmente solo quiero hacerte daño.

—Sé que lo quieres, cariño —murmuró—. Y puedes si eso te hará

sentir mejor. Para eso estoy aquí.

Abriendo la puerta trasera, comenzó a jalarme fuera pero el helado

aire nos golpeó, casi derribándome. Sorprendida, mis ojos se deslizaron por el patio. La luz de la luna iluminaba los grandes copos de nieve que

caían tranquilamente a la tierra. Una ligera capa de nieve cubría todo con la blancura.

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—¡Mierda! —maldijo, bloqueándome del viento con su cuerpo. Pero

aun así el viento encontró una manera de entrar, envolverme y atravesar el delgado abrigo y bajo mi camiseta de franela.

Ryder se giró y me llevó de vuelta dentro de la casa, cerrando la puerta tras él.

—Cambio de planes —respondió, soltando mi brazo y caminando

hacia la mesa. Puso la bolsa de lona en la superficie de madera y excavó dentro del bolsillo de su pantalón. Un segundo después, otro fósforo

llameó a la vida. Encendió la vela de nuevo, proyectando la habitación con un resplandor amarillo.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunté.

—Nos vamos a quedar aquí esta noche —dijo, sin parecer demasiado feliz por ello. Alcanzando la bolsa de lona, sacó una pistola. Jalando la

corredera, revisó la cámara para ver si estaba cargada.

—Está demasiado helado y no te arrastraré afuera.

—Estaré bien.

—No estoy preguntando —dijo. Colocando la pistola sobre la mesa,

al fin encontró mis ojos—. Iré a buscar tu caballo y lo pondré en el establo con los míos.

Metió la mano dentro de la bolsa de lona y sacó una gorra de

béisbol. Era una de las gorras que le compré el primer año que estuve en la universidad. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, al saber que la tuvo

guardada todo este tiempo.

Poniéndosela, bajó la visera, escondiéndome sus ojos.

—Pero todo el mundo estará buscándome —dije—. Debo volver. La única que sabía dónde iba es Eva y le pedí que guardara el secreto pero cuando se entere de que estoy sola afuera todo este tiempo, enloquecerá.

—Todos saben dónde estás. No te preocupes.

Junté mis cejas, confundida. —¿Qué? ¿Cómo?

Ryder dejó escapar un suspiro. —Porque Cash te siguió. Lo vi.

Sus palabras me golpearon como un balde de agua fría. No por el

hecho de que Cash me siguiera, lo que parecía ser considerado. Era solo miedo de pensar que fui seguida sin saberlo. Si hubiese sido un extraño, podría estar herida o muerta en algún lugar.

Al pensarlo un sentimiento de inquietud se apoderó de mí. El terror regresó, amenazándome con sumergirme de nuevo.

—Regresaré en un segundo —dijo Ryder, caminando delante de mí. Dejándome con una creciente sensación de pánico.

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Escucharlo al alejarse me dejó helada. Comencé a temblar. Primero

mis manos, luego mis piernas. ¡Odiaba ser débil! Supéralo, me dije. Pero casi fui violada en esta casa. No importaba lo mucho que tratara, no podía

olvidar mi miedo.

Me masajeé mis sienes con una mano temblorosa, tratando de concentrarme en respirar. Fue inútil. Comencé a hiperventilar, incapaz de

recuperar mi respiración. El pánico me invadía.

Nunca lo escuché regresar a Ryder. Un segundo me encontraba sola,

escuchando mientras él se alejaba. Al siguiente, estaba a mi lado otra vez, rodeándome con su calidez.

Inclinó mi barbilla hacia arriba, obligándome a concentrarme en él.

—Mírame, Maddie.

Encontré sus ojos bajo la visera de la gorra. La dureza continuaba

en ellos, pero también vi inquietud, preocupación. Por mí.

—Respira —susurró, su voz rasposa se envolvía a mi alrededor.

Tomé una respiración profunda por mi nariz.

—De nuevo —dijo.

Tomé otra respiración, concentrándome en su rostro. Una sensación de calma se apoderó de mí. La rápida subida y bajada de mi pecho se detuvo al tiempo que mi ritmo cardíaco volvía a la normalidad.

—¿Mejor?

Asentí, sintiendo que se disipaba el pánico.

Pasó su pulgar por mi labio inferior, siguiendo el movimiento con sus ojos.

—Son solo recuerdos, Maddie. No pueden herirte. Reemplázalos con el recuerdo de lo que acabamos de hacer. Como te sostuve contra la pared, con tus piernas envolviéndome. —Se acercó más, moviendo sus cálidos

dedos para agarrar mi nuca—. Como dije que te amaba más que cualquier cosa en este mundo. Esos son recuerdos que quiero que guardes.

Estudiándome un segundo más, se dio la vuelta y salió de la cocina, dejándome sola en una casa llena de recuerdos.

Nuevos recuerdos.

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3311

Me puse de pie en la sala de estar, mirando a la pila de mantas y

almohadas en la parte superior de la camilla. Ryder había dormido aquí durante los últimos días. Escondiéndose de mí. Pensando que yo no lo

quería cerca.

Con movimientos rápidos, construí una hoguera en la chimenea, utilizando palos y ramas rotas que él trajo en algún momento. Después de

unos minutos, las llamas saltaron a la vida. Aticé el fuego cada vez, viendo como las chispas se elevaban y desaparecían en la chimenea.

Echando un vistazo a los rincones oscuros de la habitación, me puse una manta alrededor de mis hombros. Sentada en el suelo, me aferré al

atizador de la chimenea con más fuerza. Yo podría tener nuevos recuerdos de esta casa, pero los viejos todavía persistían.

Cuando la puerta de atrás se abrió, seguía mirando al fuego, por lo

que me sobresalté. Dejé escapar un suspiro de alivio y la tensión en mi cuerpo desapareció tan rápido como llegó. Ryder regresó. Segundos más

pasos, oí pasos caminando hacia mí.

—Ella está en el granero.

Levanté la mirada para encontrar a Ryder. Su nariz y sus mejillas lucían rojas y su gorra de béisbol se había ido. Se quedó mirando el fuego

un segundo, viendo como las llamas bailaban y saltaban. Cuando mi estómago gruñó en voz alta, volvió su atención hacia mí. La luz del fuego se reflejaba en sus ojos mientras estos se movían por mi cuerpo.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —preguntó.

Me encogí de hombros, tratando de recordar lo que era comer una

comida real. Una que contenía todos los grupos de alimentos esenciales.

—¿En el desayuno? —respondí.

—Mierda, Maddie —murmuró en voz baja. Sin una palabra más, dio media vuelta y regresó a la cocina. Le oí moverse, escuchando sus pesadas botas contra el suelo de linóleo.

Unos minutos más tarde, regresó, esta vez con dos latas, una cacerola y un recipiente de acero inoxidable con agua. Sentado al lado de

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la chimenea, puso la olla cerca de las llamas. Abriendo la primera lata con

una navaja de bolsillo, volcó la carne enlatada en la bandeja y cortó en trozos pequeños. A continuación, abrió una lata de patatas y la puso en la

sartén. Sentado sobre los talones, vio cómo la comida se calentaba.

Las llamas danzaban sobre su rostro, destacando su perfil. Los músculos de sus hombros se hincharon mientras se inclinaba para

revolver la comida improvisada. Debajo de la camisa, podía ver el contorno de sus bíceps, los mismos que me habían mantenido presionada contra la

pared.

Él me echó un vistazo, atrapándome mirándolo. Dejando la navaja,

me enfrentó.

—Quiero que sepas que nunca te abandoné, Maddie. Permanecí cerca, cuidándote. Todo el mundo sabía dónde me encontraba. Salvo tú.

—¿Todos lo sabían? —pregunté, asombrada.

Asintió, mirándome de cerca.

—¿Gavin?

Ryder volvió a mirar el fuego. —Me encontró justo después de que

me fui. Diablos, él sabía dónde estaría. Es el lugar al que iba siempre que me enojaba; a tu casa. Intercambiamos palabras y algunas amenazas. Me dijo por qué te besó. Le expliqué lo que yo haría si volvía a intentarlo.

—¿Acaso Eva también lo sabía?

—Sí. Le dije antes de irme.

Bueno, eso duele. Eva siempre me lo contaba todo. Sin secretos, era nuestra regla.

—Ella me dijo que no sabía —le dije, frunciendo el ceño—, estaba muy enojada contigo.

Bufó. —Ella se puso furiosa. La amenacé para que no te lo dijera.

Brody estuvo a punto de amordazarla para mantenerla callada.

—Eso explica por qué estaban peleando —le dije. Nadie amenazaba

con amordazar a Eva. Ese era el error más grande de todos. Se hizo más claro por qué nadie se preocupó por el paradero de Ryder. Ellos lo sabían

desde el principio. Pero ¿por qué no me lo dijeron?

—Toma. Come —dijo, colocando la bandeja en el suelo delante de

mí.

Eché un vistazo a la comida y de repente no tenía apetito.

—¿Por qué nadie me lo dijo? —le pregunté, ignorando la comida.

—Déjalo, Maddie —murmuró—. Come.

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Cuando él se cerraba así, me ponía furiosa. Recogí un tenedor y

apuñalé un pedazo de carne. Mordí un par de veces antes de forzarme a pasar la comida por mi garganta, sintiendo como si estuviera comiendo

plomo. Pero de alguna manera, me las arreglé para comer la mitad. Tal vez porque estaba tan molesta que ni pensaba en lo que hacía.

Apartando la bandeja, me acerqué más a él, con ganas de ir lo más

cerca posible para poder darle una bofetada. O un puñetazo. Cualquiera vendría bien.

—¿Por qué te fuiste, Ryder? Sé qué te lo dije yo, pero fue solo debido a mis emociones. Nunca esperé que te fueras. ¿Por qué lo hiciste? —le

susurré, observándolo fijamente mientras él veía el fuego, con los brazos colgados entre las rodillas.

Se quedó callado, mirando fijamente al frente. Cuando fue evidente

que no iba a hablar conmigo, empecé a levantarme, pero él me detuvo, extendiendo la mano y agarrando mi muñeca.

Jalándome hacia él, me puso en su regazo. Fui de buena gana, envolviendo las piernas alrededor de él. Pasó las manos por mis muslos,

deteniéndose en mis caderas.

—Porque tenía que hacerlo —dijo con voz ronca.

Lo vi tragar saliva. Sus ojos miraban profundamente los míos. Esta

vez no trató de ocultar sus emociones. Todas se hallaban allí, dispuestas para verlas.

—Tienes que odiarme, Maddie, por todo. Cada vez que te llamaba, totalmente borracho. Cada moretones o sangrados por la nariz que tuviste

que atender. Deberías odiarme por todas las mujeres con la que traté de reemplazarte. Lamento todo eso.

Sus manos dejaron mis caderas para acunar mi cara, volviendo mi

rostro hacia el suyo.

—No soy lo bastante bueno para ti. Nunca lo he sido. Mi partida lo

demuestra. Me parezco a mi verdadera madre, solo una causa perdida. Estaba tan jodidamente celoso porque Gavin es malditamente perfecto y tú

eres... —Tomó una respiración profunda—. Tú eres mi vida y no quiero perderte. Me temo que un día te despertarás y darás cuenta del pedazo de mierda que soy.

—Ryder, no eres un pedazo de mierda...

Negó con la cabeza, interrumpiéndome. —Cuando supe que Gavin te

besó, enfurecí. Estallé. Quería hacerlo pedazos. Eras mía, Maddie. Mía —dijo, con los ojos brillantes—. Esa sensación me aterrorizó. No quería

hacerle daño a nadie. Solo te quería a ti.

—Todavía soy tuya, Ryder.

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—Diablos, lo sé —susurró, pasando una mano por mi estómago y

tocando mi redondez—. Nunca debí haberte dejado, pero hay más que eso.

—Entonces dime.

—Estas malditas pesadillas no desaparecen. Me despierto por la noche sudando, incapaz de recuperar el aliento. Veo hombres azotándome hasta que sangro. Sueño que estoy muriendo y tratando de llegar a ti, pero

nunca lo logro —dijo; sus últimas palabras eran un susurro—. No puedo llegar a ti ni a nuestro bebé. Te veo. Te escucho, pero luego me disparan y

muero.

Sus palabras me provocaron dolor. Envolví los brazos alrededor de

su cuello, acercándolo más.

Otra mujer tal vez se habría alejado de Ryder. Quizá hubiesen renunciado a él hace mucho tiempo. Pero yo no era una de esas mujeres y

Ryder no era cualquier hombre. Era el que había estado a mi lado todo el tiempo, sentándose y dejándome vivir mi vida mientras él observaba desde

la banca. Era un poco tosco. Un hombre que prefería maldecir antes que hacer un cumplido. Un hombre que lanzaba un puñetazo y preguntaba

más tarde. No amaba con facilidad, pero cuando era así, lo hacía con todo lo que tenía.

Sus manos recorrían mi espalda, enredándose en mi pelo largo. Sus

ojos se clavaron en los míos, sin mirar a ningún otro sitio.

—Cuando Gavin dijo que te dio un beso, todo se vino abajo. Luego,

cuando envolviste tu cuello con mi mano... —Se pasó una mano por la cara y sacudió la cabeza con disgusto—. Tuve que salir. No quería hacerles

daño a ti ni al bebé. Sabía que si lo hacía, moriría. Así que vine aquí y me emborraché con un viejo licor que tenía tu padre. Me senté en esta casa y me dije que era un tonto. Me maldije por querer volver a ti. Lo último que

necesitabas era que yo estuviera cerca. Hiriéndote. Haciéndote llorar.

—Ryder, tú no me harás daño. Confío en ti. Siempre hemos sido el

uno para el otro. Déjame estar aquí para ti. —Me incliné para besarle la comisura de la boca—. Te amo —le dije—. No me alejes.

—Dios, Maddie, no voy a ninguna parte. Yo también te amo. Siempre te he amado. Puede que sea un hijo de puta jodido, pero no puedo vivir sin ti.

Sus manos se profundizaron en mi cabello para asirme con más fuerza. —Nunca volveré a dejarte, Maddie —dijo, rozando sus labios con

los míos.

—Prométemelo —le susurré.

—Con todo mi corazón.

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El invierno llegó y se fue. Por algún milagro, sobrevivimos. Muchos

días pensábamos que no lo lograríamos. El clima era frío y, a veces duro. Intransigente y empeñado en destruirnos. Pero éramos fuertes. Nos

teníamos el uno al otro. Teníamos esperanza y determinación. Con eso, podríamos sobrevivir.

Cash y Gavin empezaron a hacer viajes a un pueblo vecino, donde

no había terroristas. Al principio, negociaban el alimento. Era lo que más necesitábamos. Luego de un tiempo, empezaron a negociar otros artículos,

gasolina, ropa, artículos para el bebé. La ciudad era muy grande y se había convertido en un campo de refugiados de todo tipo. Dijeron que era

una mina de oro de suministros, un centro para el comercio donde la gente venía desde muy lejos para hacer trueques. Me hubiera gustado ir, pero el embarazo se encontraba muy avanzado, y el viaje era muy peligroso

cerca de mi fecha límite.

Gavin y Cash no solo traían suministros, sino que también noticias.

Se enteraron de que la milicia tenía razón; los Estados Unidos ganaban, obligando a los insurgentes a irse. Era un proceso lento y continuaba la

lucha, pero se vislumbraba la esperanza en el horizonte. Esperanza de paz.

Pero aún no me había encontrado.

***

Me pasé la mano sobre el estómago, sintiendo al bebé patear bajo mi palma. Mirando fijamente el techo, deslicé los dedos sobre mi octavo mes

de embarazo, tratando de calmar al bebé.

Durante las últimos tres noches, él o ella me desveló, moviéndose sin parar en la noche. Le dije a Ryder entre risas que se parecía a mí y le

gustaba bailar. No creyó que fuera muy divertido, recordándome cómo bailé con él esa noche en el club. Yo me sonrojé, recordando cuando fui

presionada contra su cuerpo al tiempo que la música sonaba a nuestro alrededor. Sin preocuparnos por nada más que el otro.

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De repente, sentí un dolor en medio de la espalda, envolviéndose

alrededor de mis caderas. Traté de cambiar de posición, pero no sirvió de nada.

Cuando tuve un dolor similar esta mañana, se lo mencioné a Janice. Me hizo un examen rápido y dijo que todo parecía bien, advirtiéndome que podrían haber sido contracciones. Le hice prometer no decirle a Ryder

porque se volvería loco de preocupación y tenía suficientes preocupaciones en este momento.

Todos estábamos preocupados. Gavin, Brody y Eva debían de haber estado en casa hace dos días, pero todavía no regresaban. Salieron hace

casi una semana, dirigiéndose a la ciudad en busca de suministros, y para hallar a los padres de Eva y de Brody. Recé para que los encontraran con vida y a salvo, pero aprendí que en este nuevo mundo, no todas las

oraciones eran escuchadas.

Cash se quedó, negándose a dejarme sola al estar tan cerca la fecha

de parto. Ayer, decidió irse a vivir con Janice y Roger, dándonos el tiempo a solas que tanto necesitábamos.

Sintiéndome incómoda otra vez, me volví a mi lado. Mi estómago se apretó contra él, su piel caliente contra la mía. La sábana se enredó alrededor de su cintura, dejando su pecho desnudo. Extendiendo la mano,

tracé las líneas de sus tatuajes; tinta negra contra su piel. Abrió los ojos, levantando lentamente los párpados. Mirándome, sonrió.

—¿Estás despierta? —preguntó, extendiendo la mano para jalarme más cerca.

—Sí —le respondí, pasando la mano por los músculos de su abdomen.

—Diablos Maddie, sigue adelante —susurró, sumergiendo la mano

en mi pelo.

Sonreí, deslizando mis dedos suavemente sobre su ombligo.

El bebé pateó de nuevo, esta vez empujando el lado de Ryder.

—¿Es él otra vez? —preguntó, llevando su mano a mi estómago muy

abultado.

—Sí, ella es muy activa —le dije, convencida de que era una chica.

Se rió entre dientes mientras extendía los dedos sobre mi ombligo,

sintiendo el movimiento del bebé en mí.

—¿Necesitas algo? —preguntó, con sus labios contra la cima de mi

cabeza.

Un dolor comenzó en mi espalda, uno que casi me hizo retorcerme.

Una opresión extraña se apoderó de mi estómago, apretándome. Me senté, necesitando moverme.

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—¿Maddie? —preguntó, preocupado.

—Estoy bien —mentí—. Solo tengo que caminar. —A veces, cuando me sentía incómoda por la noche o no podía encontrar una buena posición

para dormir, me gustaba pasearme por la casa. Parecía calmar al bebé y ayudar a mi cuerpo a relajarse.

Tiré mis piernas por el borde de la cama, aterrizando con los pies

descalzos en el suelo de madera. La camisa larga de Ryder me llegaba a la rodilla, suave contra mi piel y oliendo como él.

—Iré contigo —dijo, sentándose.

Miré por encima del hombro. Mi respiración se detuvo por lo que vi.

Tenía el cabello sobre los ojos, desordenado como siempre. Su mandíbula estaba cubierta de una barba incipientemente sexy. Sabía que sería áspera contra mis dedos y haría cosquillas a mi piel. Me sonrojé, recordando las

veces que experimenté esa sensación.

Los músculos de sus brazos se flexionaron mientras se quitaba las

mantas de las piernas, dejando a la vista sus abdominales. Era tan sexy ahora como lo había sido hace un año, cuando lo confronté en el baño de

mi apartamento. Las palabras que me dijo ese día estarán por siempre grabadas en mi mente. “Años, Maddie, te he deseado por años”.

Y ahora me tenía para siempre.

Me puse de pie y estiré la espalda, tratando de deshacer los calambres.

—¿Maddie?

—Estoy bien, Ryder. Quédate aquí —le dije.

—¿Estás segura? —preguntó, mirándome mientras me levantaba.

Asentí. Se veía cansado. A veces, las pesadillas aún lo molestaban. Se despertaba enojado, sudando y buscando algo para golpear. Yo lo

abrazaba mientras temblaba, esperando que desaparecieran los recuerdos y el pánico lo dejara. Pero esas noches eran cada vez menos frecuentes.

Sabía que me observaba mientras salía de la habitación, evaluando con sus ojos cada movimiento. Últimamente, se encontraba aterrorizado,

pensando en el parto. Rara vez me dejaba fuera de su vista por mucho tiempo.

En la cocina, encendí una vela en el centro de la mesa. Necesitaba

hacer algo con mis manos; me serví un vaso de agua del arroyo limpia y esterilizada. Se sentía fresca al pasar por mi garganta. Nunca olvidaría la

sensación de andar por un camino desierto, sedienta y quemada por el sol. Tratando de llegar a casa de mi padre. Ryder a mi lado, manteniéndome a

salvo. Tratando de resistirnos uno al otro y perdiendo.

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Cuando sentí los movimientos del bebé, caminé por la habitación,

balanceando mis caderas con el movimiento. Miré hacia afuera cuando las nubes se movieron, dejando un torrente de la luz de luna a través de la

ventana. Tal vez si usara la letrina, me sentiré mejor.

Tomé una linterna que conservábamos en la puerta trasera. No lo

molestaré. Solo iré a unos metros de la casa. Desde que me embaracé había hecho viajes a la letrina sola demasiadas veces para contarlas.

Abriendo la puerta trasera, el aire frío rodeó mis piernas desnudas,

haciéndome temblar. El invierno se marchaba lentamente. Los días eran más calurosos, pero las noches todavía eran frías.

Descalza, me dirigí hacia las escaleras del pórtico, iluminando el camino con la linterna. A lo lejos, un búho ululaba. El sonido hizo que un

escalofrío me recorriera la espalda, pero no me detuve.

La hierba se sentía húmeda bajo mis pies, pegándose entre mis dedos. Apurándome, crucé hacia la letrina y miré por encima del hombro

una vez, cuando me pareció oír algo.

Al terminar, cerré la puerta de madera detrás de mí y empecé a

caminar hacia la casa. Me hallaba a solo unos pasos del pórtico cuando un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Mirando el entorno, de repente me

sentí incómoda. Algo se sentía mal, como si alguien me vigilara. Levanté mi pie para pisar el primer escalón cuando todo se vino abajo.

Alguien me agarró por detrás, quitando el arma de mis dedos. Grité

pero una mano sucia me tapó la boca de inmediato, apagando cualquier sonido. Lancé mis puños, golpeando al extraño en la cabeza una o dos

veces. En respuesta, un fuerte brazo me envolvió el cuello, cortando mi suministro de aire.

Empecé a arañar los antebrazos del desconocido, clavando mis uñas en la piel y dejando marcas sangrientas. Traté de apartarle el brazo, desesperada por aire, pero el brazo apretaba mi cuello.

—Hola. Me recuerdas —dijo una voz profunda en mi oído, enviando escalofríos a lo largo de mi espina dorsal.

Reconocí al instante la voz. Era el mismo terrorista que apareció aquí en busca de Ryder hace unos meses. El mismo que amenazó con

volver.

Me apretó el cuello con el antebrazo, haciendo que mis ojos se ampliaran y mi cara se volviera roja. Volví a arañar su brazo, desesperada

por escapar.

Ignorando mi lucha, apretó con más fuerza. —Vamos a caminar muy

lentamente hacia el bosque. ¿Entiendes? —preguntó, con inglés perfecto—. No harás ningún sonido.

Asentí lo mejor que pude, en tanto mi corazón latía fuera de control.

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—Voy a soltar tu cuello si haces lo que te digo.

Asentí otra vez, mi tráquea empezaba a sentirse constreñida.

—Bueno. —Quitó su brazo. Agarrando mis dos muñecas, tiró mis

manos detrás de mi espalda, manteniendo una de sus manos sobre mi boca—. Vamos —instruyó, empujándome para que empezara a andar.

Hice lo que me dijo, pero mis piernas se sentían como goma. Su

mano sobre mi boca presionó dolorosamente mis labios contra los dientes. Si aflojara la mano lo suficiente, podría morderlo. Planeé mi fuga mientras

me empujaba adelante, sabiendo que si me metía al bosque, era mejor estar muerta.

Estábamos a mitad de camino a través del patio, cuando se detuvo y me dio la vuelta.

—No quiero hacerte daño. Eres mi seguro —dijo—. Sacaré mi mano

si te comprometes a estar en silencio.

Asentí, necesitando desesperadamente oxígeno.

Lentamente, bajó la mano. Inhalé grandes bocanadas de aire a mis pulmones.

Los ojos del extraño cayeron a mi estómago. Quería cubrirme de su mirada, pero seguía sosteniendo firmemente mis muñecas.

Tragué saliva, con mi garganta dolorida. Otro dolor comenzó en mi

espalda, pero lo ignoré. Tendrá que esperar...

—¿Qué quieres? —le pregunté, mirando hacia la casa.

El hombre inclinó la cabeza hacia un lado. Sin responder, me giró y me empujó para que empezara a caminar.

—Vine por tu hombre. Tengo que llevarlo —respondió.

—¡No! ¡Déjelo en paz! —le supliqué. Ya estábamos casi en el bosque.

Necesitaba detenerlo.

—No te hemos hecho nada.

—Tu hombre mató a mi líder. Por eso, debe morir.

Tropecé y el dolor irradiaba por mi espalda, casi trayendo lágrimas a mis ojos. El hombre no pareció darse cuenta.

—Te diré algo para que lo entiendas. Yo era parte de una célula durmiente, establecida en su lugar hace muchos años. He estado en los

Estados Unidos por siete años. Conocí a una americana y me enamoré de ella. Traté de protegerla de esta guerra, de esta violencia —escupió, con rabia—, pero no pude.

Sus manos se apretaron alrededor de mis muñecas, haciéndome estremecer y morderme el labio.

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—¿Y cómo me retribuyó mi país por ese servicio? Se llevaron a mi

esposa e hijo. Los están manteniendo como rehenes, al igual que los estadounidenses que capturan. A cambio de la liberación de mi familia,

quieren a tu hombre vivo. Así que se los llevaré y recuperaré mi familia —dijo—. Tú eres mi anzuelo.

Me detuve y me di la vuelta. Mi corazón empezó a latir con fuerza y

mis palmas se volvieron sudorosas.

—No tienes que hacer esto. Por favor —le supliqué.

Abrió la boca para responder, pero nunca tuvo la oportunidad. Una bala pasó rozando nuestras cabezas, un tiro de advertencia que casi

chamuscó mi cabello.

—Déjala ir —dijo una voz mortal.

El terrorista se giró, usando mi cuerpo como escudo. Ryder se paró a

unos metros de mí, con un rifle en la mano. Sus pies se separaron mientras observaba el cañón de la pistola, listo para disparar otra vez.

—Ahí estás, amigo mío. Me preguntaba cuándo te encontrarías con nosotros —dijo el extraño, apretando mis muñecas dolorosamente.

Preparó otro tiro en el rifle, centrado solo en el extraño. —Ya estoy aquí. Deja que se vaya.

El desconocido me soltó. Así de fácil, era libre. Corrí hacia Ryder, y

extendió su mano libre para agarrarme. Se colocó delante de mí al tiempo que mantenía el arma apuntando al terrorista.

El hombre levantó las manos, rindiéndose.

No puede ser tan fácil.

—No te muevas, Maddie —dijo. Sacando una pistola de su cintura, la apretó en mi mano—. Si pasa algo, echa a correr donde mamá y papá, ¿lo entiendes?

—Sí —dije, tomando el arma y quitándole el seguro.

Continuó mirando el cañón del rifle mientras se acercaba lentamente

al hombre. Me quedé quieta, viendo como el hombre movía su peso de un pie al otro, con los ojos en Ryder. No confiaba en él ni por un segundo.

—Mátame. Sácame de mi desgracia —escupió, inclinando la barbilla hacia Ryder—. No soy nada.

Él no respondió. Vi los músculos de su espalda flexionarse y apretar

los brazos. Se detuvo a unos metros del hombre, apuntando con la pistola a la cabeza de éste.

—Hazlo —siseó el hombre, mirando al cañón sin miedo—. ¡HAZLO!

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De repente, el dolor me golpeó, corriendo por mi espina dorsal. Esta

vez fue algo que nunca había sentido. Aspiré una bocanada de aire y me encorvé. Esa pequeña entrada de aire se hizo eco a través de la noche,

cambiando todo.

Ryder volvió la cabeza hacia mí.

El desconocido vio su oportunidad. Balanceó la mano hacia arriba,

golpeando el lado del rifle. El impacto tiró el arma a un lado, lejos de él. Fue entonces cuando el puño del hombre conectó con el estómago de

Ryder.

Él se dobló por un segundo, pero no tardó en recuperarse. Pero para

entonces, el desconocido tenía la sartén por el mango.

Grité cuando el tipo le sacó el arma de las manos. En un movimiento perfecto que solo haría un soldado profesional, le dio la vuelta al rifle y lo

apuntó.

Observé con horror como Ryder ignoró el arma. En un movimiento

rápido, su puño conectó con la mandíbula del extraño. El hombre se tambaleó hacia atrás. El arma cayó al suelo, olvidada. Ignorándola, Ryder

siguió al hombre, golpeando el lado de la cabeza del desconocido con los puños. La sangre le manaba de la nariz y de la boca, esparciéndose en el aire.

¡Va a matarlo!

—Ryder —grité, dando un paso adelante.

Otro dolor me golpeó, haciéndome morderme el labio y salir sangre. Grité, sintiendo como si estuviera siendo rasgada en dos. Traté de respirar,

pero era demasiado. Mi estómago se apretó, poniéndose duro. De repente, una sensación de calor corrió por mis piernas. En estado de shock, bajé la mirada.

Mi fuente acababa de romperse.

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Alzando la mirada con pánico, encontré a Ryder sosteniendo contra

el piso al terrorista. Sus puños golpeaban la cara del hombre una y otra vez. Toda su frustración, toda la tortura por la que lo hicieron pasar, era

desquitada con el hombre.

—¡Ryder! —grité, muriéndome de dolor.

Caí de rodillas, sin ser capaz de sostenerme. Cerrando los ojos,

monté la ola de dolor. Nunca había experimentado algo tan horrible. Un dedo roto y una costilla con fisura no comenzaban a compararse.

Cuando el dolor aquietó, abrí los ojos. Ryder estaba levantándose de encima del hombre sangriento y retorcido de malestar. Caminando unos

cuantos pasos, se inclinó y recogió el rifle. Levantando el arma a su hombro, apuntó al extraño.

—¡Esto está terminado! —gruñó.

Temblé con miedo, sabiendo lo que iba a hacer. Sabiendo que era la única que lo podía detener.

—¡Ryder! —grité, tratando de tener su atención. Ahí fue cuando el dolor me golpeó otra vez, partiéndome en dos. Esta vez grité.

—¿Maddie?

Abriendo los ojos, lo vi bajar el arma, con sus ojos en mí.

—Déjalo ir —dije; mi respiración entrecortada—. Te necesito.

En segundos se arrodilló a mi lado, olvidando al hombre.

—¿Qué pasa? ¿Te disparó? Maldición Maddie, ¿Qué demonios pasa?

—gritó, moviendo sus manos por encima de mí.

No pude contestar. El dolor era demasiado.

—¡Maddie! —gritó, sacudiéndome.

—Mi fuente acaba de romperse —logré decir.

—¡Mierda! —dijo, con horror en su cara.

No desperdició más tiempo. Deslizando sus manos debajo de mis rodillas y detrás de mi espalda, me levantó. Miré sobre su hombro para ver

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al extraño levantarse, sosteniendo su lado. Mirándonos una vez, se alejó

corriendo hacia el bosque. Por alguna razón, supe que sería la última vez que lo veríamos.

Nos encontrábamos a mitad del patio cuando escuché a alguien corriendo hacia nosotros. Dejé salir un suspiro de alivio cuando vi que solo era Cash.

—¿Qué está pasando? —preguntó, luciendo estupefacto cuando vio que Ryder me cargaba.

Él no paró pero volteó su mirada hacia Cash.

—Maddie está en trabajo de parto. ¿Por qué demonios te demoraste

tanto tiempo en llegar aquí?

Cash nos siguió a un ritmo apresurado, con sus ojos en mí. —Vine tan pronto como escuché el disparo. Tus padres deberían de estar aquí

pronto.

—Volvió nuestro invitado indeseado. Se fue al bosque cerca de la

vieja pila de piedra —dijo Ryder, asintiendo hacia la línea de arboles en el bosque.

Cash no vaciló. —Estoy en ello. Solo cuídala.

—Con todo lo que tengo —contestó, caminando más rápido cuando hice una mueca de dolor.

Abrió la puerta trasera y me cargó dentro de la casa oscura. En segundos, estábamos en la habitación. Cuando me recostó en la cama,

sentí otra ola de dolor, esta se deslizó por mi espalda y mi cintura. Grité, tomando su mano, sintiendo como si estuviera siendo cortada a la mitad.

Se sentó en la cama a mi lado, recorriendo mi cuerpo con sus ojos. Era la primera vez que lo había visto asustado.

—Es muy pronto, Maddie. Tenemos otro mes —dijo—. Si algo está

mal… no puedo…

—Ryder —dije, poniendo todo lo que sentía en esa única palabra.

Me estudió un segundo. Vi al Ryder que sabía tomaría las riendas. En control. Sin miedo. Listo para pelear por proteger lo que era suyo.

—Está bien, dime que hacer —dijo, firmemente.

—No… no sé —dije, respirando a través del dolor—. Nunca he hecho esto.

—No es chistoso, Maddie —dijo, llevando su mano a mi estomago.

Mis músculos abdominales se contrajeron bajo su mano, tensándose

hasta que creí que me partiría. Me retorcí de dolor, apretando los dientes para contener mis gritos.

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—Ryder, el dolor es demasiado —dije, con lágrimas en mis ojos.

—Está bien, está bien —murmuró, pasándose una mano por su cabello—. Iré a traer a mi mamá.

Comenzó a irse pero tomé su mano, manteniéndolo a mi lado.

—¡No! ¡No te vayas! ¡Por favor! Estoy asustada —chillé.

Se dejó caer a mi lado otra vez, envolviendo su mano en la mía.

—Está bien. No iré a ningún lado —susurró, apartando de mi frente hebras de cabello pegajosas con su otra mano.

Asentí y cerré los ojos, sintiendo que venía más dolor. Mi respiración se aceleró y sentí que me ahogaba. Comencé a tener problemas para

respirar, sintiendo pánico cuando no pude.

—Ryder, no puedo respirar —dije, vagamente capaz de decir las palabras.

—Está bien. Estoy aquí, bebé —dijo, inclinándose para presionar sus labios en mi frente—. Justo donde quiero estar.

Eran las mismas palabras que me había dicho hace tiempo atrás.

Eran las últimas palabras que recordé.

***

—Está despertando, Ryder.

Abrí los ojos. La primera persona que vi fue a Ryder, sentado en una

silla a un lado de la cama. Sus codos descansaban sobre sus rodillas y su cara sobre sus manos. Cuando levantó la cabeza, vi que sus ojos estaban

rojos y su cabello era un desastre, luciendo como si hubiera pasado sus dedos por él un millón de veces.

Al verme despierta, se levantó. En segundos estuvo a mi lado, con

sus manos en mi cara.

—Mierda, Maddie, me asustaste —susurró, y su voz salió gruesa con

emoción.

—¿Qué pasó? —pregunté, mirando a la habitación.

—Te desmayaste. Seguramente por la hiperventilación —dijo Janice, acunando mi mano en la suya mientras sentía el pulso en mi muñeca.

Sentí un dolor como nunca antes. Comencé a encogerme en la cama,

alcanzando la mano de Ryder y manteniéndola apretada.

—¡Mamá, haz algo! —exclamó, mirando frenéticamente a su mamá.

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—Respira Maddie. Respira a través del dolor —dijo ella, tomando

respiraciones profundas como ejemplo.

Traté de copiarla pero la agonía era demasiado.

En ese momento, voces llegaron desde más lejos de la casa. Miré cuando Eva, Brody y Gavin se detuvieron en el pasillo. Sus ojos amplios me miraban como si tuviera dos cabezas. Luego, como si alguien hubiese

apretado el botón de inicio, entraron en acción.

Eva entró apresuradamente a la habitación.

—¡Maddie! —chilló, tumbándose a mi lado en la cama. Aún usaba lo que tenía al dejar la casa, pantalones de mezclilla y una camisa café de

hombre, algo con lo que hace un año no la hubiera visto ni muerta.

—Llegaste —susurré, estirándome por su mano.

—Sí —dijo, apretando con fuerza mis dedos—. Me alegra porque

quería estar aquí para ver al engendro de Ryder.

Esta vez Ryder ni siquiera le gruñó.

—¿Encontraste a tus padres? —pregunté, haciendo una mueca al sentir que el dolor comenzó en mi espalda.

Negó con la cabeza al tiempo que decaía su sonrisa.

—Más tarde —dijo Ryder, sin apartar los ojos de mi cara.

Vi que Gavin entraba rápido a la habitación, cayendo a mi lado en el

otro lado de la cama. —¿Cómo están sus signos vitales? —le preguntó a su mamá, escudriñando cada parte de mí.

Cuando Janice le contestó, me di cuenta que alguien faltaba. Brody se había ido de la habitación y podía escuchar a Roger hablando en el

pasillo pero, ¿dónde estaba Cash?

—¿Ya volvió Cash? —pregunté, forzando a mis parpados a quedarse abiertos. Estoy tan cansada.

Gavin dejó de hurgar en una bolsa de primeros auxilios para echarme un vistazo. —No te preocupes, está aquí y todo se encuentra bajo

control.

Miré a Ryder. —Estás a salvo —dije entre dientes cuando la presión

me taladró, urgiendo a mi cuerpo a pujar.

—No, estamos a salvo —dijo, entrelazando sus dedos en los míos—. Se acabó. Ahora quiero que te enfoques y des a luz a este bebé. No puedo

perderte.

Asentí y comencé a retorcerme en la cama cuando el dolor volvía a

construirse. Al momento en que explotó la agonía, rechiné los dientes y

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apreté su mano, aplastando los huesos de sus dedos. Pero cuando el dolor

fue demasiado, no pude estar callada.

—¡Mierda! —grité.

Los ojos de Ryder se ampliaron y todo el color abandonó su cara. Raramente maldecía pero en ese momento, se sintió muy bien gritar las palabras.

—Mamá, ayúdala —rogó, mirando a su mamá.

Se encontraba hincada entre mis piernas con una mueca en su cara.

Levantando la vista, ignoró a Ryder y se enfocó en mí.

—Está bien, Maddie. Puedo ver la cabeza. Cuando estés lista, puja.

Grité otra vez, sintiendo como si se rasgara mi abdomen.

Pujé por lo que se sintió una eternidad pero nada pasó. Continuó el dolor. Mi energía decaía. No tenía más la habilidad para pujar pero el dolor

seguía ahí, instándome a pujar y dar a luz a este bebé.

Grité una vez mas mientras el dolor me desgarraba.

—Mamá, ¡mierda! ¡Has algo! —gritó Ryder—. ¡Está sufriendo!

—Gavin, revisa su presión sanguínea —dijo, mirando a su otro hijo—

. Algo está mal. Su pulso es débil.

—¡Mierda! ¡Mierda! —exclamó Ryder, luciendo frenético.

—Cálmate, Ryder. Maddie te necesita —dijo Janice con voz calmada

y serena. Lo miró, dándole una mirada severa que me recordó a todas las veces que lo miró así cuando regresaba a casa ebrio o con moretones por

otra pelea.

Gavin rodeó mi brazo con un esfigmomanómetro. —Aguanta, Maddie

—dijo, su boca en una línea firme—. No puedes irte a ningún lado. Sé que Dios extraña a uno de sus ángeles pero todavía no puede tenerte de vuelta.

—Demonios Gavin, cállate —dijo Ryder, apretando sus dientes con

rabia—. No hables así, joder.

No me importaba lo que dijeron. Podían comenzar a darse golpes

siempre y cuando desapareciera el dolor.

Pero no desapareció. El dolor se puso demasiado intenso como para

soportarlo. Las lágrimas rodaban por mi cara. Estoy muriendo. Este bebé me va a matar. Me enfoqué en Ryder. Miraba a su hermano, con lágrimas

en sus ojos. ¡Santa mierda! Está llorando. Si está llorando, eso significa que estoy muriendo.

El dolor me golpeó otra vez, haciéndome gritar.

—¿Gavin? —preguntó Janice, esperando mientras él me tomaba la presión arterial.

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—Su presión arterial está decayendo —dijo, removiendo el

esfigmomanómetro de mi brazo.

—Diría que la pusiéramos de lado para aumentar su presión arterial

pero no tenemos tiempo —dijo Janice.

Empujó sus mangas hacia arriba y se estiró por un par de tijeras quirúrgicas. Colocándolas en la cama cerca de mi pie, puso una mano en

mi rodilla. —Está bien, Maddie. Quiero que pujes. Necesitamos sacar a tu bebé ahora.

Negué con la cabeza, frenéticamente. —No puedo —dije, sollozando.

—Tienes que poder —dijo.

—No —dije, mientras las lágrimas rodaban por mi cara.

—Ryder, debe pujar. Habla con ella —dijo su mamá, la preocupación comenzaba a quebrantar su rígida voz—. El bebé está atorado en el canal

de parto y la presión sanguínea de Maddie está bajando…

Asintió una vez, luciendo asustado. Acunó mi cara en cada lado,

haciéndome mirarlo a los ojos, lo que me hizo sentir como si fuéramos las únicas dos personas en la habitación.

—Escúchame, Maddie. Eres la persona más fuerte que conozco. Me pateas el trasero cuando lo necesito y nunca te diste por vencida conmigo. No te des por vencida con nuestro bebé —dijo; su garganta batallaba para

decir las palabras.

—Lo siento, Ryder… —dije, llorando—. No puedo.

Cerró los ojos. Cuando los abrió, el miedo se había ido. En su lugar, había dureza, una frialdad que vi muchas veces.

—Diablos, Maddie, sí puedes. Pelea conmigo. Chilla y grítame. Dime que me odias. Dime que soy el más grande idiota de la historia —dijo, con voz dura—. Pelea. Sé esa chica que es terca y un dolor en el culo. La que

me volvía loco. La que aún lo hace.

Miré profundamente a sus ojos y supe que podía hacerlo. Por él.

Cuando sentí otra vez el dolor, pujé.

Minutos más tarde, un llantito llenó la habitación. Escuché el llanto

de Eva. Oí las instrucciones que Janice le daba a Gavin para que revisara mi presión arterial otra vez. No me importaba lo que hicieran. Mi cuerpo se aflojó. Lo último que me quedaba de energía se había ido.

Ryder me miró, con ojos húmedos. Inclinándose, besó mis labios.

—Te amo, Maddie —susurró—. Te amo mucho, maldita sea.

—También te amo —dije, débilmente.

—Ryder —dijo su mamá, obteniendo su atención.

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Alejándose, soltó mi mano. Me estiré hacia él, ya que no quería que

me dejara. Con los ojos medios cerrados, miré como su madre le entregaba un bulto pequeño a Ryder, envuelto en una toalla.

—Es una niña —dijo, mirándome con lágrimas en sus ojos.

Giró para encararme, sosteniendo el bulto incómodamente. Sus ojos encontraron los míos y vi amor en ellos.

Frente a mí, estaba mi mejor amigo, sosteniendo a nuestro bebé. El hombre que peleaba con todas sus fuerzas y amaba con más intensidad.

Que preferiría tirar un golpe que admitir sus sentimientos. Un hombre cubierto de tatuajes y lleno de mala actitud.

El hombre que amaba sosteniendo nuestra hija.

—¿Está bien? —pregunté.

Me miró; sus ojos seguían mostrando preocupación.

—Es perfecta. Igual que su madre —dijo.

Traté de sonreír pero tomó mucho esfuerzo.

—Mamá, ¿Maddie está bien? —preguntó Ryder, mirándola.

—Su presión arterial sigue baja —contestó—, pero creo que estará

muy bien.

Asintió una vez, preocupado. Sentándose a mi lado en la cama, bajó el bulto que sostenía con sus grandes manos a mi pecho. Una bebita me

entrecerró los ojos y abrió su boca pequeña. Era hermosa.

—¿Cuál es su nombre? —preguntó Eva, mirando por encima del

hombro de Ryder.

—Emma —dijo él, encontrando mis ojos—. Por la mamá de Maddie.

Esta vez sonreí.

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3344

—¿A dónde vamos?

—Solo daremos un paseo —dijo Eva, mirándome con una sonrisa amplia en su rostro. Arqueando una ceja, invitándome a discutir.

Miré por el parabrisas, sabiendo que era infructuoso interrogarla aún más. Eva haría lo que quisiese. Yo solo le seguía la corriente.

El viento susurraba dentro de la cabina de la camioneta, lanzando el

cabello a mis ojos. Aparté los mechones, manteniéndolas en la base de mi cuello con una mano.

—Sabes que Ryder me matará por salir —dije.

—Oh, que se joda —murmuró, con los ojos fijos en el camino—. ¿Y

desde cuándo te importa lo que piensa él?

Tenía razón. Yo hacía lo que quería. Ryder podría gritarme todo lo

que deseara, al final me había convertido en la mujer fuerte que dijo mi padre. Secretamente, sé que Ryder me ama por eso.

Emma se movió en mis brazos, sus pequeños puños bombeando en

el aire. Eva la miró con una sonrisa en su rostro.

—¿Te gustó la manta que hice para ella?—preguntó, con su voz llena

de orgullo.

—Sí, es hermosa —dije.

La manta blanca fue elaborada a partir de una vieja sabana que Eva encontró atiborradas en el fondo del armario de Ryder. Lo que ella no sabía es que era la misma sabana que usamos cuando éramos niños para

construir fuertes. Sentados bajo la carpa improvisada, nos contábamos historias y reíamos. A veces luchábamos con malos imaginarios. Otras,

fingíamos que era nuestro hogar. Éramos solo dos niños divirtiéndose.

Ahora, esa sabana estaba envuelta alrededor de nuestra hija.

—Esto significa todo para mí, Eva —dije, pasando una mano sobre la manta—. No tienes ni idea.

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—No me hagas llorar, Maddie. Lo juro, voy a detener este camión y

patearte el trasero. Con o sin bebé —dijo, volviendo serio su hermoso rostro.

Sonreí, algo que ahora parecía hacer todo el tiempo.

Un cómodo silencio llenó el camión. Los rayos del sol entraban a través de la ventana; halos de luz calentando los viejos asientos de cuero

del auto. Nunca pensé que iba a volver a estar en un vehículo, pero Brody y Cash lo hicieron posible. El primero con sus retoques de motor y Cash

intercambiando suministros por gasolina.

Acuné a Emma en mis brazos, mirando por la ventana mientras

acres de terreno del rancho se deslizaban lentamente. Al contrario del pasado, Eva condujo lentamente, arrastrándose a paso de caracol. El camino se hallaba casi terminado, el pavimento daba paso a la maleza y la

hierba. Pero ella mantuvo sus ojos enfocados al frente, manteniendo las llantas en lo que podía ver de asfalto.

—¿Cuántas veces hemos conducido por este camino? ¿Escuchado música a todo volumen y dejado que el viento alborote nuestro cabello? —

preguntó, descansando su mano sobre el volante.

—Demasiadas veces para contar —respondí, mirando por la ventana.

—Todas esas noches que salimos y llegamos tarde a casa. Todos los

partidos de futbol a los que fuimos —dijo Eva, su mente en otro lugar—. Se ha terminado. Nunca volveremos a hacer esas cosas.

—Eva… —comencé a protestar, sin querer arruinar mi buen humor con los recuerdos de cosas que yo nunca experimentaría otra vez.

—Parece que fue ayer que condujimos por aquí para recoger a Ryder, nuestro camino de vuelta a la universidad.

Recordé aquel día como si fuera ayer. El recuerdo de él de pie con

sus padres en la puerta de la casa, mirándome con desinterés, sería para siempre parte de mí.

—¿Nunca pensaste que estarías aquí? ¿Sosteniendo a su bebé? —preguntó Eva.

Bajé la mirada hacia Emma, viendo a Ryder en ella incluso a su joven edad.

—Nunca —respondí—. Éramos solo amigos. Y él era tan mujeriego.

Nunca imaginé que nos enamoraríamos.

Eva sonrió con una mirada cómplice. Quería preguntarle porque

todas las preguntas sobre Ryder, pero cuando doblamos una esquina, eché un vistazo por el parabrisas, sorprendida de ver donde estábamos.

Mi viejo hogar.

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—Eva, ¿qué hacemos aquí? —pregunté, sentándome más recta. Mis

ojos recorrieron el patio cubierto de hierba y la pintura descascarillada a un costado de la casa. Sentí un dolor en mi corazón cuando recordé como

había lucido la casa hace un año; perfecta.

Eva detuvo el camión cerca del pórtico trasero, estacionándolo.

—Entremos por un momento —dijo, evitando mi pregunta.

Con un bebé durmiendo en mis brazos, la seguí dentro de la casa. Olía a viejo y encerrado. Ya no tenía miedo de entrar. Ahora no había nada

más que recuerdos felices aquí.

La cocina se veía igual. La antigua cafetera de mi papá continuaba

colocada en el mismo lugar. La botella vacía de vodka seguía en la mesa. Justo donde Ryder la había dejado la noche que lo encontré en la casa.

—Iré a ver las otras habitaciones. Ya vengo —dijo, alejándose.

—¡Eva, espera! —exclamé, dando unos rápidos pasos para seguirla. Solo porque no tenía miedo de estar en la casa no significaba que quería

quedar sola.

Pero Eva tampoco me escuchó o solo me ignoraba. Cualquiera que

fuese, me quedé de pie en la cocina sola.

Sosteniendo a Emma, miré alrededor de la habitación. Sin poder evitarlo, recordé todo los recuerdos que contenía está casa. Ryder. Mi

padre. Crecer aquí. Pasar los veranos corriendo descalza dentro y fuera de la casa. Empacando antes de dejar la casa en otoño.

Podía imaginar a mi padre aquí, diciéndome que me cuidara en la universidad. Recordando que yo siempre sería su pequeña.

Y luego, apareció el recuerdo de un Ryder de dieciséis en la entrada. Arrogante y pretencioso. Más allá de atractivo. Sonriendo orgullosamente, preguntando si quería salir a dar un paseo el día que consiguió su licencia

de conducir. Por supuesto, había dicho que sí.

Todavía podía imaginármelo años después, sentado en la silla de la

cocina mientras yo atendía su corte y moretones en su rostro. Sus manos sobre mí, llevándome entre sus piernas. Diciendo lo que me haría si yo

fuera su novia.

Sonreí. Recordando todo. Esta casa se hallaba llena de recuerdos.

Pero había uno más que añadir.

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3355 ♡

Llamaron a la puerta de atrás. Un golpe lo suficiente fuerte como

para ser escuchado por toda la casa. Un golpe que envió escalofríos por mi columna vertebral.

Solo los desconocidos golpeaban.

Me enderecé, mi corazón latiendo con más fuerza en mi pecho. Sostuve firmemente a Emma, al tiempo que sentí una descarga de pánico.

Los hombres todavía viajaban por la deteriorada carretera cerca. Hombres que estaban hambrientos y desesperados. Dispuestos a herir y matar para

conseguir lo que querían. Esta guerra sacó lo peor de la humanidad. Esperaba que quien estuviera parado en el umbral no fuese uno de ellos.

Emma empezó a llorar y su carita se volvió roja. La hice callar en voz baja mientras mis ojos se movían alrededor de la cocina, en busca de algo que pudiera utilizar como arma. Tenía que proteger a Emma.

Volvieron a golpear, esta vez más fuerte. Mi corazón amenazaba con salirse de mi pecho mientras me dirigía hacia el pasillo, tratando de no

hacer ruido. Busqué a Eva. Nada. No había sonido que me dijera dónde se encontraba.

—¿Eva? —exclamé en un susurro fuerte.

Nadie respondió.

¿Dónde estaba? Acababa de estar aquí.

Se escuchó otro golpe, esta vez más suave. La manija de la puerta traqueteó. Oí el roce de las botas en el pórtico. Pesadas botas de hombre.

—Maddie, soy yo.

El timbre profundo viniendo desde el otro lado de la puerta sonaba

perfecto, una voz que reconocería en cualquier lugar y momento. Solté un suspiro de alivio. ¿Por qué tocaba? ¿Qué pasaba? Si se trataba de una

nueva manera de conseguir que me enfadara, hizo un buen trabajo.

Sosteniendo a Emma con una mano, desbloqué el pestillo y abrí la

puerta. Entró una brisa fresca, trayendo mi pelo por encima de mis hombros. La luz del sol me cegó por un segundo, haciéndome entrecerrar

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los ojos para protegerme del resplandor. Pero eso no importaba. Solo

importaba el hombre de pie delante de mí.

Ryder.

Desde sus botas hasta la parte superior de su cabello perfectamente despeinado, él era magnífico. Ocupaba la mayor parte de la entrada. Su musculoso pecho era ancho y su postura era de poder. Su barba de pocos

días lo hacía parecer peligroso y mortal. Su fuerte mandíbula se flexionó, dándome ganas de acercarme y tocarlo. Pero eran sus ojos los que siempre

me afectarían. Podrían hacerme arder con deseo, calentarme con rabia o mirarme con amor. Pero hoy sus ojos se encontraban ocultos detrás de la

sombra de una gorra.

—¡Ryder, me diste un susto de muerte! ¿Qué haces aquí? Y ¿por qué estás llamando? —le pregunté, irritada.

Sin contestarme, se desplazó a la derecha. Ahí fue cuando vi a todos detrás de él. Janice, Roger, Brody, Cash, Gavin y Eva. ¿Eva? Se hallaba de

pie con una gran sonrisa de satisfacción que me dejó preocupada.

—¿Ryder? —pregunté, mi voz era apenas un susurro cuando lo miré

de nuevo.

Él solo me miró fijamente, sin decir una palabra. Con una expresión en blanco, una que había visto tantas veces. ¿Qué ocurría?

Sintiéndome aturdida, vi como Janice rodeó a Ryder. Deteniéndose a mi lado, alcanzó a Emma. Aturdida, la dejé alzarla. Sonrió con lágrimas en

sus ojos.

Ryder no apartó la vista de mí ni siquiera cuando su madre regresó

con Emma para estar al lado de los otros. Cambié mi peso al otro pie, sintiéndome cálida bajo su escrutinio. Mi cuerpo hormigueaba, algo que

hacía seguido cerca suyo. Con solo una mirada, podía hacerme desearlo.

Lo necesitaba como ninguna otra cosa. Era muy injusto.

Agarró el borde de su gorra de beisbol y se la quitó de la cabeza. En

tanto la sujetaba en sus manos, su cabello soplaba con el viento. Se pasó los dedos por los mechones, erizándolos por todas partes. Deslizó la vista

lentamente por mi cuerpo, tocándome en todas partes. Donde quería que estuvieran sus manos.

Sentí que el rubor coloreaba mis mejillas. También lo notó. Sus ojos brillaron de deseo antes de caer a mis labios.

—Ryder, ¿Qué está pasando? —pregunté, dando un paso hacia él.

—Quiero hacer algo —dijo extendiendo una mano para que dejara de acercarme—, algo que debería haber hecho hace mucho tiempo.

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En tanto me hablaba, todo lo demás desapareció. La brisa que se

envolvía a mi alrededor. La luz del sol que brillaba sobre nosotros. Las miradas de nuestra familia. Éramos solamente él y yo.

Tragó nerviosamente, con los ojos en mí.

—Me encontraba aquí de pie cuando te conocí —dijo, señalando al pórtico de madera a sus pies.

—Lo recuerdo —susurré

—Y sigo siendo el mismo chico que estuvo aquí cuando tenía nueve

años, mirando a la chica que me volvería loco por el resto de mi vida —dijo

Dando un paso más cerca, se puso de pie en el umbral.

—Esta es la puerta que atravesé un millón de veces para llegar a ti. La puerta que siempre me llevó de nuevo a ti —dijo con voz ronca.

Sin previo aviso, lanzó su gorra a la cocina.

Vi cómo esta se perdió y cayó debajo de la mesa, aterrizando en el piso viejo. Lo miré de nuevo y el mundo cayó. Mis pulmones se olvidaron

de respirar, mi corazón se olvidó de latir. Nunca lo oí moverse. Nunca vi lo que venía.

Permaneció de pie en la puerta. Llevaba en la mano una cajita que reconocí. Una caja de mi pasado. Una que sabía iba a ser mi futuro.

—Este es el lugar donde me quiero casar contigo, Maddie. El lugar

donde nos conocimos. Donde conocí a mi mejor amiga.

Las palabras se me escaparon. Las lágrimas llenaron mis ojos.

Dando un paso en el interior, su cuerpo rozó contra el mío. Empecé a dar un paso atrás, pero me agarró la mano, manteniéndome cerca de él,

sosteniendo mis dedos con los suyos.

—Aquí es donde quiero casarme con la mujer que amo. —Bajó la voz y sus palabras salieron apenas en un susurro—. Cásate conmigo, Maddie.

Ahora mismo.

Soltando mi mano, abrió la cajita. La caja de mi madre. La que había

visto a mi papá sujetar con cuidado. Buscando dentro, Ryder sacó un anillo de oro simple. El anillo de bodas de mi madre.

—¿Ryder? —pregunté, mirándolo con sorpresa.

—Tu padre me lo regaló la noche que llegamos a casa —dijo.

Las lágrimas corrían por mis mejillas cuando volvió el recuerdo de

esa noche.

—Esa noche que dejaste el dormitorio, pero él me pidió que me

quedara. ¿Te acuerdas? —dijo Ryder.

Asentí, secándome las lágrimas de mis mejillas.

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—Le dije que te amaba y que siempre te amaría. Pero me sorprendió

y me dijo que ya lo sabía y lo veía cada vez que estábamos juntos.

Sonreí con tristeza, recordando cómo mi padre siempre bromeaba

con respecto a los nietos que le daríamos Ryder y yo. Tenías razón, papá.

—Le dije que me iba a casar contigo —dijo.

—Pero eso fue antes de que admitieras que me amabas —dije,

sorprendida.

—Siempre has sido tú, Maddie —dijo, limpiando una lágrima perdida

de mi cara—. Le dije a tu padre que sin importar lo que ocurriera, ni el

infierno que pasáramos, siempre cuidaría de ti. Te amaba demasiado.

Su mano fue debajo de mi pelo, para agarrar mi nuca suavemente.

Bajando la cabeza, sus labios rozaron los míos. Una beso suave, uno que prometía mucho más.

—Puede que sea un hijo de puta, pero siempre te voy a amar —susurró contra mis labios—. Eres todo para mí.

—Te amo —dije—. Por siempre y para siempre.

Mirando hacia abajo y sosteniendo mi mano en la suya, deslizó el anillo en mi dedo. Tan pronto como estuvo puesto, sus labios capturaron

los míos; una promesa detrás de su beso de lo que vendría. Una promesa de un para siempre.

Luego susurró las palabras que recordaría hasta el día de mi último aliento.

—Te amo, Maddie. Eres mi pasado. Mi presente. Mi futuro. Eres mi vida. Y siempre te amaré.

Tomando mi mano, puso algo en mi palma. Bajé la mirada.

Era una foto arrugada de dos niños. Sonriendo. Felices. Inseparables.

Mejores amigos.

Enamorados.

Para siempre.

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EEppiillooggoo

—¡Papi!

Me agaché para atrapar a Emma mientras corría hacia mí. Sus piernitas corrían por la hierba y sus pies descalzos se asomaban bajo su

vestido. Su oscuro cabello rebotaba por su espalda, largo como el de su madre.

—¡Hola, hermosura! —le dije, acercándome a ella. Sus bracitos se

extendieron alrededor de mi cuello, apretándome con más fuerza de la que ningún niño de dos años tenía derecho.

Me puse de pie, sosteniéndola en mis brazos. Ella se echó para atrás para mirarme mientras jugueteando con el cabello en mi nuca.

—¿Dónde has estado, papi?

Ojos muy parecidos a los míos me devolvieron la mirada. Emma podría ser la viva imagen de su madre pero tenía mis ojos. Eran azules

brillantes enmarcados con pestañas oscuras y una terquedad en ellos que reconocía demasiado bien. Cabello castaño oscuro enmarcaba un rostro

perfecto de forma ovalada, uno que seguramente cuando creciera volvería loco a los hombres. La idea me hacía querer golpear algo sólido.

Era menuda, igual que su madre. Gavin comenzó a llamarla cosita pequeña, algo que me pareció lindo pero claro que no lo admitiría.

—He estado visitando a tus tíos —le dije, llevándola hacia la casa.

Un ceño fruncido atravesó su rostro. Uno que había visto a Maddie hacer numerosas veces cuando la frustraba.

—¿Por qué? —preguntó; su palabra favorita.

—Fui a ayudar a la tía Eva y al tío Brody a cortar la madera para

calentar su casa para este invierno —le expliqué.

Tres años después del pulso electromagnético, todavía no teníamos electricidad. Millones de personas habían muerto y más todavía seguían

sufriendo, pero el país se recuperaba lentamente. La guerra continuaba, pero ahora la mayoría de los combates ocurrían en el extranjero. La mayor

parte de los enemigos fueron forzados a irse, pero unos cuantos se habían

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quedado. El gobierno restauraba lentamente el poder en el país, pero era

un proceso lento.

En cuanto a mí, nunca había sido tan feliz. Tenía a dos hermosas

chicas con otro en camino.

—¿Dónde Avin y Cass?

Quería reírme ante su intento de decir Gavin y Cash pero no podía.

Me sentía muy preocupado por ellos. Se habían tomado unas semanas para encontrar a la hermana menor de Cash, la única que quedaba de su

familia. No sabíamos nada de ellos. Sé que Maddie pensaba en ellos noche y día. Demonios, yo también. Solo esperaba que estuvieran bien.

—Gavin y Cash estarán pronto en casa —le dije a Emma, rezando para que fuera verdad.

Sus deditos se alzaron y empujaron el borde de mi gorra de béisbol.

Era nuestra rutina. Ella empujaba mi gorra hasta que se caía. Y yo le hacía cosquillas hasta que se daba por vencida. Pero al igual que su madre

nunca se daba por vencida.

—¿Dónde está tu mamá? —le pregunté, abrazándola con fuerza en

tanto se meneaba en mis brazos.

Metió un dedo en su boca y señaló hacia la casa.

Colocando mi gorra más abajo en mi cabeza, miré hacia mi hogar.

Fue entonces cuando la vi. Maddie. Su cabello estaba suelto hoy, justo como me gustaba. Era más fácil enredar mis dedos en él. Algo que

probablemente hacía demasiado, pero demonios, nunca podría tener suficiente de ella.

La observé caminar hacia mí, tan enamorado de ella ahora como lo había estado años atrás. En mi mente, la veía como una niña, incitándome a corretearla por los pastos y campos. Retándome a subir el árbol más

alto. La veía como una adolescente, torpe y testaruda, volviéndome loco con su belleza. Haciéndome querer pasar cada momento de mi vida con

ella y a la vez odiándome yo mismo por ello. La veía como una estudiante universitaria, bailando cerca de mí en la pista de baile, sonriéndome con

fuego en sus ojos. Demostrándome que podía amar sin miedo.

—Hola —le dije, deteniéndome frente a ella.

Me sonrió y estiró los brazos para alzar a nuestra hija.

Las dos chicas que amaba más que la vida misma se encontraban paradas frente a mí.

—Te extrañamos, Ryder —dijo, estirando su mano para tocarme.

Me le adelanté. Jalándola contra mi cuerpo, puse mi mano en su

cadera, con Emma entre nosotros.

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—Dios, Maddie, yo también te extrañé —le dije, moviendo mi mano

más abajo. Mis dedos se arrastraron a lo largo de su trasero.

Ella se sonrojó y sus ojos se volvieron más ahumados con deseo.

Esa mirada que me volvía jodidamente loco.

Inclinándome, mis labios encontraron su oreja y besé la piel debajo de ella.

—Te necesito —le susurré.

Su mano se envolvió alrededor de mi cuello, manteniéndome a su

lado.

—Soy toda tuya —dijo en tono seductor.

La observé mientras se alejaba, mirándome por encima del hombro. Sus ojos prometían cosas que solo había soñado hacer con ella años atrás.

La veía como era ahora. Maddie. Mi esposa. La madre de mi hija y de mi hijo nonato. Mi mejor amiga. La mujer sin la cual no podía vivir. La

mujer que amé.

Siempre.

F i n

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PPrroommiissee MMee OOnnccee

Una vez con él no fue suficiente.

Yo soy la chica que desagrada. La chica que es

rechazada en las fiestas. Soy la que coquetea con los hombres y no conoce límites. Yo soy sobre la

que se susurra. La que no tiene reglas. Soy la que toma y utiliza sin ningún arrepentimiento ni excusas.

En el exterior soy perfecta. Tengo dinero, una apariencia y una personalidad que hace que la

gente se ponga de pie y preste atención, pero por dentro, estoy rota y herida.

Entonces conocí a Cash Marshall.

Él no era lo que necesitaba, pero yo lo quería de todos modos. Era su cuerpo tallado y musculoso en lo que pensaba. Era

su toque calmo y seguro el que ansiaba. Juré que sólo sería una aventura de una noche, otra distracción para quitar el dolor.

Pero entonces nuestro mundo cambió.

Nuestra historia no se trata de amor. El amor es bonito y dulce y lleno de

sutilezas. Aquellos ya no existen. Nuestra historia se trata de volver a encontrarnos mutuamente en un mundo que se ha vuelto loco. Se trata de sobrevivir a lo imposible cuando la guerra asoló nuestra tierra. Se trata de

salvarnos de la oscuridad y descubrir lo fuerte que podríamos ser.

Y tal vez, sólo tal vez, a lo largo del camino, vamos a encontrar el amor...

De una vez por todas.

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SSoobbrree llaa aauuttoorraa

Paige Weaver es oriunda en Texas y todavía reside en la ciudad que la vio nacer. Vive con su

marido y dos hijos. Cuando no está escribiendo o leyendo, puedes encontrarla persiguiendo a sus

hijos y viviendo su propia historia felizmente. Entre otras cosas, es adicta a los medios de comunicación social. Síguela para saber de sus

próximos libros y extras. Le encanta escuchar a sus lectores.


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