PREPARADO PARA GELATINA Ruth Piedrasanta
.. . tina, ácido fumárico, citrato trisódico, saborizantes y colorantes
artificiales ...
Tenninó de leer la etiqueta con los ingredientes al reverso de la envoltura. El agua
estaba a punto de hervir y pequeñas burbujas emergían a la superficie. Sentada sobre
la mesa, miró sus manos un tanto adelgazadas con el tiempo e inmediatamente le
sobrevino la misma inconfonnidad que sintió al comenzar a caminar, minutos antes,
tras ese hombre.
Después de todo, éste sólo había sido un encuentro fortuito y bastante breve, no pensó
nunca en buscar una vieja relación amorosa, que por lo demás jamás dio señales de
tener futuro. Pero el rostro de él sin preguntar, sin hablar siquiera, parecía acusarla.
Galú no acertó siquiera a despedirse de aquel viejo amigo y luego de haber visto a su
marido, salió tropezando y como magnetizada tras de él.
Su marido era algo que Galú no acababa de entender. En efecto, le había significado
una serie de sentimientos concatenados: primero, un impetuoso afecto, que si bien
supuso un tímido acercamiento al comienzo, pronto había transitado hacia una clase
de pasión que no admite un No. luego, al vivir juntos fueron sus tres hijas y el
compromiso doméstico refrendado día con día. Además, quince piezas añadidas a su
antiguo mobiliario y los raros objetos de arte que decoraban el comedor -dos cruces de
1.20 x 2 metros con pequeñísimos glifos dorados y grabados tan sólo en uno de los
costados de la superficie frontal- . Claro, también y má5 con el paso del tiempo, le daba
la relativa seguridad de un hombre en casa, lo cual parecía ser a ojos de todos, muy
valioso. Galú acabó por estar convencida.
Al cabo de los años, un día entre otros, la pasión por él murió y por la misma puerta
pareció irse ese fervor del cuerpo que le había despertado el amor, ese amor al cual de
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otro modo, le habían cnseliado a ser adepta las mujeres de su casa. sus amigas. las
cursis canciones de la radio, las murmuraciones generales y los sueiios adolescentes
de su derredor. A tal clase de ruptura le sucedió el vínculo de la costumbre. la necesidad
de compartir con él los cuidaLios infanti les, el salario, el precio de la crisis, la que en los
últimos tiempos se había vue lto un mara<;mo en donde permanecían fundid :L<; la del
país . su ciudad, el mundo y la de el la misma. Juntas sacudiéndola, dej ándola
desconcertada.
EI. ... a veces le parecía raro collvivir con alguien quien ya le resultaba extralio desde
hacía tiempo. EI1 todo caso, lo sentía ajeno. como un vecino distante o un simple
conocido. Con ideas, expectativas y estilos cada vez más apartados del suyo. Incluso, a
parti r de semanas atrás, había caído en cuenta que toda una serie de pequeiios deta lles
cotidianos ligados a él, le empezaron a parecer por entero contradictorios. De todas
maneras, debía de compartir con esa especie de morador próximo y desamado, los
tiempos de comida, las hijas, ... la misma cama.
El agua hervía bulliciosa y Galú se dispuso a preparar el postre. Vació el contenido
del preparado y con cortos 'llovimientos giratorios, hizo pronto la disolución. Un
volumen líquido, pero con muy tenues movimientos de vieja obesa se presentó entre
sus manos. Quemaba y tuvo que verterla apresurada en el molde: sin embargo no
debía meterla a refrigerar tan pronto. Ya dentro del recipiente cristalino, la depositó
con suavidad sobre la mesa. Ante la vista del movimiento violeta-obeso de la gelatina,
se sumió otra vez en sÍ.
Nuevamente su marido ganó terreno. En realidad, ¿por qué diablos mantenía esa
sumisión ante él, qué la obligaba a seguir allí como un perro faldero u otra mascota
cualquiera y salir en pos de él, de prisa, obedeciendo el menor gesto, la más mínima
indicación de su parte? Casi de inmediato esa rabia se quedó hilvanada con las imágenes
de su familia, en casa de sus padres, cuando niña y le dió por acordarse de las actitudes
de sus mayores, de los regalios, las prohibiciones .. . el recuerdo de su padre apareció
nítidamente, con ese carácter un poco seco, pero amoroso; aunque colérico, lo cual
tantas veces le causó miedo.
Se sorprendió por la certidumbre que le vino luego de acordarse. Sí, si algo le tenía a su
marido era miedo. El miedo jugaba un papel claro, inequívoco sobre todo cuando
después de discusiones maritales sin fin , sobrevinieron los knock-outs de su parte para
convencerla.
Por el miedo siempre se había dejado llevar como una especie de orden apremiante,
que como relámpago recorría activo y fulminante su cuerpo ya la vez, en tanto descarga,
la dejaba quieta.
También se acordó del mar, de cuando la llevaban a las playas del pacífico con sus
primos durante la Semana Santa y el calor del sol y los juegos le despertaban el ansia
de meterse agua dentro. Pero no lograba hacerlo con el ímpetu y aplomo que todos los
demás mostraban. Ellos parecían tan jubilosos entre las aguas como cuando se tiraban
entre sí la pelota; en cambio Galú sólo conseguía traspasar luego de pensarlo un rato
y con gran esfuerzo, la espuma del oleaje. Un poco temerosa y titubeando en cada paso
avanzaba, mas sin poder retirarse ya de la inminencia del lenguaje acuático. Habría
de aceptar sin embargo, que tanlbién se sentía enormemente atraída por esa calma
superficial que ocultaba un torrente de agitación interna. Así, al tiempo que sus piernas
se iban humedeciendo y su cuerpo se cubría de azul, comenzaba pronto a sentir los
fuertes y bruscos movimientos del oleaje, con giros cada vez más contundentes y ante
todo capaces de hundirla, llenándole de agua los pulmones.
Algo del miedo hacia su marido se parecía al susto de mar que alguna vez tuvo,
cuando supuso muy próxima a la muerte, la cual le pareció a ella, la había apresado
entre sus manos, forzándola a participar en una especie de danza bufa, donde los
demás mediante rudos zarandeos, le sacudían los brazos, dejándole duras las piernas,
jugando con ella como una alga o un molusco más, como una muñeca de trapo
arrojada al vaivén del oleaje iY en el mar había tanto oculto!, fuerzas que ella no sólo
desconocía, sino que se le figuraron tan parecidas a un ataque.
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Todo eso envolvía aquel y este miedo y también la pérdida de la tierra, la seguridad de
una casa, de su casa, de su pedazo de tierra, delimitado y preciso. Y ese mismo miedo
la obligaba a permanecer situada en el umbral del peligro, donde se rompen las olas,
en el margen de los violentos choques, en el espacio justo donde la violencia se resolvía
continua e insistente.
Había algo más en común entre el mar y su marido. Ambos eran fuertes, se desplazaban
rápido, así una no podía salir de entre sus olas hacia la playa, así no de su área de
influencia, así no de sus puños, de su furia ... y la marea que subía.
También, esa violencia suspendida en el aire podía sobrevenir como una exacta
evocación de los sucesivos estados de sitio que a ella le tocaron e incluso se asociaba a
alguna de varias sobremesas inacabables en casa paterna, cuando casi todos los tíos se
hallaban reunidos, con caras si no largas, sin avistar mucho entusiasmo y donde de
pronto, por un hecho inesperado o un pequeño detalle, se perturbaban y encendían
las voces, el color de los rostros y las emociones de unos de ellos, hasta acabar la
reunión entre azotes de puertas, maldiciones, llantos y vidrios rotos. Tan1bién se parecía
con aquella otra que había pululado, según se recordaba por boca de todos, entre los
cuartos y el corredor de viejas casonas coloniales [como la de su abuelo 1, las cuales
era sabido, guardaban sus secretos y fantasmas dentro del grosor de sus paredes. De
todas formas y por igual se trataba de violencia, la cual de cualquier momento o
situación podía desprenderse sin que ella se enterara exactan1ente de la causa.
Galú no sabía precisar cuándo comenzó el miedo, sólo registraba que se había
convertido en una constante. Tal vez fue desde pequeña o cuando joven. Pero no era
necesario esforzarse demasiado para traer a su piel esa especie de descarga eléctrica
que le producía ese estado.
Le vino a la mente una ocasión en que por correr tras unos polluelos, Anaí y ella se
metieron a un patio vecino. Dos enormes perros de oscuro pelaje, con los dientes más
grandes que hasta entonces creía haber visto, le salieron al paso. Ella no pudo escaparse
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de una mordida en seco porque se quedó allí. Pálida y endurecida como una estaca,
clavada al piso, mientras Anaí parecía volar por los aires con sus ágiles piernas saltando
ligeras, veloces y enarbolando como sellal de su acelerado escape, un vaporoso vestido
color naranja.
Después ... después había sido la noche del cateo, cuando entraron los soldados a su
casa en busca de propaganda política o cualquier otra cosa a su juicio comprometedora.
Todos en casa pusieron cara de haber visto un anticipo de la muerte, mirando al
grupo compacto-annado penetrar la puerta, desplazarse de una habitación a otra,
revolviendo los papeles, los libros, volteando camas, rompiendo colchones, derribando
roperos, las cómodas, la luna llena.
Quebraron cuanto pudieron, cuanto se les puso en el camino al tiempo que toda la
familia esperaba fuera, alineada, con la cara hacia la pared del corredor, al amparo
del ojo de una metralleta sostenida por un raso joven de rasgos indios, un poco menos
espantado que sus conminados. Esa vez el miedo había durado horas y no sólo Galú
sino los demás, compartieron la misma tensión del espinazo.
El miedo no era únicamente porque habían llegado los soldados o porque
desmembraron las cosas familiares, fue también porque se llevaron a su tío y a raíz de
eso y en adelante, poco importaba lo que dijese su tío a las autoridades, todos serían
tenidos como sospechosos y sobre ellos habría de pesar la duda de ser conspiradores
por el resto de sus vidas.
El miedo de la noche del cateo no fue igual al de después, pero era miedo. La zozobra no
fue tan intensa, pero desde entonces se instaló entre ellos cierta dosis de reserva que los
volvió aprensivos y les enselló a desconfiar en adelante de casi todos los demás.
La mancha violeta-obesa se entibió y al moverla, agitó su mole gelatinosa. Aún era
prematuro meterla a refrigerar. Esperó otros minutos mas y nuevamente empezaron a
correr las imágenes ... esta vez actuales.
Ahora, el miedo constituía un adecuado ingrediente en medio de ese estado de
indefinición perpetua, de no pertenencia y compromiso mutuo que entre su marido y
ella se había establecido. Era el nexo que mantenía la unión. Había llegado a ser la
peculiar manera de continuar con una rel ación que aprendió como vital , pero hacía
buen rato había dejado de serlo. Sin embargo, tal vez allí se metía a funcionar un
resorte interno incomprensible, bien afianzado, estable y filoso , en cierto modo
engarzado a la moral de familia, el cual la hacía mantenerse en el mismo sitio, como
un imperativo sin cuestionar. Pendiente de la salud de todos, de los guisos, de la
administración doméstica y el desamor. Evitando pensar en algo más. Distinto, mejor
o peor, pero otra cosa.
A lo mejor el miedo era todo eso. lIna fina y basta red que suti I y pegajosa, dulce, hasta
cursi mente si se quiere, la envolvía y de la cual, a ojos vistas, no parecía haber
escapatoria, obligándola a pemlanecer allí, finne y sujeta, como apostada en una
metálica estructura junto a él.
El miedo ... los miedos ... sus miedos eran así: consistentes e irrazonables. Habían
comenzado siendo instinto, el que la obligaba a proteger el pellejo, mas ahora por el
contrario, llegaban a producirle una veloz emoción que instalada desde el interior
parecía cubrirla por completo, abotagándola, entumeciéndola, impidiéndole actuar,
moverse por si misma.
Tal vez tendría que preguntarse más sobre por qué ese sentimiento se situaba tan cerca
de su marido. Por qué se daba esa asociación, esa Íntima proximidad o desde cuándo
había sido. Porque en cualquier caso si se veía con calma el asunto, con su marido no
siempre fue igual tal sobrecogimiento, aunque algo de ello hubo desde el principio.
Primero, cuando se casaron, ella secretamente empezó a temer que él se fuera por
cualquier causa, justificada o no, como por otro lado solía en circunstancias que le
resultaban inoportunas o difíciles de sobrellevar. Luego, cuando se fue y volvió, el miedo
consistió en que volviera a irse y cuando por fin ella quiso que él se fuera, el miedo fue
justo porque él se quedó allí, sin moverse.
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Durante esos períodos se desplegaron distint,L, medidas y dosis de violencia, que
cumpliendo la función de un aderezo, podían acrecentar o matizar el miedo. Pero el
temor seguía. Ahí. Clavado. como aguijón. Ponzoiioso. Paralizando sus funciones, sus
instintos. trastornando su metabolismo. Extendiéndose más allá de toda ira, de toda
agresión que ella pudo haber querido externar también , mostrar alguna vez al menos
o bien, expresar de otro modo que no fuese mediante ataques de desesperados de llanto,
a los cuales ya todos parecían estar habituados.
Así, por múltiples canales, el miedo parecía se r capaz de penetrar en ella sin
contratiempos y hacerse presente hasta invadirla )' disolver toda otra reacción. Luego,
lograba mantenerse agazapado en ella, volviéndola quebr;¡diza, muy vulnerable.
No por nada, se solía identificar, m(lS que con cualquier otro ser en el mundo, con los
espantados, con quienes como ell;¡, se ve ían de antemano abatibles, perseguidos y
apaleados. Pero sobre lodo, con un soplo de miedo metido hasta el fondo del corazón,
ocupando una amplia plaza, inamovible. Sin embargo, el mismo miedo a su vez los
prendía, dejándolos sujetos a una materia distinta, aglutinante, la cual en rigor no
podría decirse que era ellos mismos, pero formaba parte de sus cuerpos.
Sólo así era posible que pudiera caberle tanta cobardía y por ella lograr soportar la
suma de pequeñas intoleranci:L, o francas y desagradables sensaciones diarias que
acababan por aplastarla como la nn,a verde-caqui del día del cateo.
Galú fi jó, como cnun descuido, los ojos en la mesa, la mancha I'ioleta-obesa pareció
cobrar su denso cuerpo característico. Ella la ignoró sin mucho esfuerzo.
Ese temor que ahora tenía enclavado tan dentro lo había ido guardando como un
germen, no import:lba si eran tiempos de paz o de batall;L'i. Galú se mantenía quieta,
apagada, por completo expuesta. Apresada entre una masa pegajosa, fr ía que se
contoneaba frente a ella, forz:índola a seguir SllS movimientos l ' a sacudi rse con la
viscosidad l ' desfach:ltc7, de ulla obesa.
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Ella estaba dentro de esa masa violeta que había dejado atrás su liquidez y se
untaba adhiriéndosele, refregándose, cerrándose sobre sí misma, hasta dejarla
cautiva. Allí, dentro de la gelatina de miedo, sobre la mesa de la cocina, dentro de
casa, en el seno mismo del hospedero de larvas.