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QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de...

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QUA- DERNS DEL CAC www.audiovisualcat.net XXV aniversario del Informe MacBride Comunicación internacional y políticas de comunicación 21 núm. 21 enero - abril 2005 Institut de la Comunicació Consell de l’Audiovisual de Catalunya
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Page 1: QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana ... El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis

QUA-DERNSDEL CAC

www.audiovisualcat.net

XXV aniversario del Informe MacBride

Comunicación internacional y políticas de comunicación

21núm. 21

enero - abril 2005

Institut de la Comunicació

Consell de l’Audiovisual de Catalunya

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.Presentación 2Joan Manuel Tresserras.Introducción 5Miquel de MoragasMercè DíezMartín BecerraIsabel Fernández Alonso.Tema monográfico: 15Valoraciones históricas del Informe 25 años despuésMustapha Masmoudi 15Hamid Mowlana 19Gaëtan Tremblay 21Andrew Calabrese 23Antonio Pasquali 27Héctor Schmucler 29Luis Ramiro Beltrán 31Enrique E. Sánchez Ruiz 35Eddie C. Y. Kuo y Xu Xiaoge 39Robin Mansell 41Kaarle Nordenstreng 45Patricio Tupper 49Armand Mattelart 53Daniel Biltereyst y Veva Leye 55Ulla Carlsson 59Claudia Padovani 65Fernando Quirós 71Ramón Zallo 75Josep Gifreu 79Miquel de Moragas 83.La comunicación internacional hoy:problemática y perspectivasValério Cruz Brittos 87Divina Frau-Meigs 101Isabel Fernández Alonso 112Martín Becerra 125.Entre la exaltación y la inquietud. El testimonio del 141presidente de la Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de la Comunicación Sean MacBride.Dossier “Documentos históricos”. 143Reacciones de la prensa internacional al InformeMercè Díez 143.Bibliografía 159.Enlaces 161

Sumario

Quaderns del CAC núm. 21, enero-abril 2005

E-mail: [email protected]

Editor:Joan Manuel Tresserras

Consejo editorial:Joan Botella i Corral, Victòria Camps i Cervera, NúriaLlorach i Boladeras, Jaume Serrats i Ollé

Director:Josep Gifreu

Jefe de redacción:Martí Petit

Coordinación general:Sylvia Montilla

Coordinación académica del número: Miquel deMoragas, Isabel Fernández Alonso, Mercè Díez,Martín Becerra (Incom-UAB)

Redacción:Soledat Balaguer, Mònica Gasol, Sylvia Montilla

Traducción:Patrícia Ortíz

Maquetación:Tere Montilla

Impresión:Grinver, S. A.

Depósito legal: B-17.999/98ISSN: 1138-9761

Consell de l’Audiovisual de Catalunya

Presidente: Francesc Codina i CastilloVicepresidenta: Victòria Camps i CerveraConsejero secretario: Jaume Serrats i OlléConsejero adjunto a la presidencia para asuntos internacionales:Joan Botella i CorralConsejeras y consejeros: Núria Llorach i Boladeras, AntoniBayona i Rocamora, Josep Maria Carbonell i Abelló, FernandoRodríguez Madero, Domènec Sesmilo i Rius, Joan ManuelTresserrasSecretario general: Manel Feu i Manso

Generalitat de Catalunya

Entença, 32108029 BarcelonaTel. 93 363 25 25 - Fax 93 363 24 [email protected]

Sumario

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Este número de Quaderns del CAC tiene un carácter conmemorativo. Desde el salto de los setenta a los ochentaha transcurrido un cuarto de siglo, el aliento de una generación. Ello proporciona una buena ocasión para elrecuerdo y balance de quienes siguieron de cerca todo el trayecto. Y una ocasión también para el descubrimientode las raíces o de los trasfondos de muchas perspectivas que surgen, recientes, entre los más jóvenes.Celebramos, pues, el Informe MacBride como un hito importante que merece ser evocado y, en buena medida,reevaluado. No tanto para cerrar un selecto puñado de debates fundamentales como para mantenerlos abiertos.Abiertos en su configuración presente y a través de sus actuales retos e interrogantes. Pensando en losproblemas de la comunicación tal y como eran percibidos hace 25 años, pero apuntando hacia el nuevo panoramaque componen los problemas de la comunicación de hoy.

Recurriremos, pues, a la memoria y, en cierto modo, a la reivindicación y al homenaje, a propósito de un trabajoambicioso, estimulante y enriquecedor, que suscitó debates transcendentales y pronunciamientos contrapuestos.Un trabajo que se convirtió inmediatamente en punto de referencia y que después, a menudo y por parte demuchos, fue sucesivamente criticado, silenciado y orillado.

Hoy sabemos que el complejo espacio de la comunicación ha sido decisivo en la conformación de todas lassociedades, pero la toma de conciencia acerca de su centralidad ha sido bastante reciente. Es en nuestra épocade omnipresente opulencia de los medios y las industrias de la comunicación cuando se han tejido teorías einterpretaciones que usan el campo de la comunicación como fuente de metáforas y de denominaciones queaspiran a dar cuenta de la naturaleza profunda de los nuevos modelos de sociedad. Hablamos de lo que esmediático y de lo que no lo es; de la reducción de la política a la comunicación pública; de la sociedad de lainformación; de la información y la comunicación como claves de la productividad de una determinada economía,o del desplazamiento de la religión por las industrias de lo audiovisual como fuente de valores. Tras estasetiquetas, estos indicativos y estos nuevos lugares comunes, encontramos tradiciones que se remontan más alláde las reflexiones de la Mass Communication Research o de la Escuela de Frankfurt, de sus postulados, jergasy métodos, de sus atlas y cartografías pretendiendo ordenar el panorama de la comunicación.

El Informe MacBride aparece como el más ambicioso intento de síntesis de su tiempo para abordar los grandesretos que presentaba, a una escala mundial, el proceso de concentración empresarial de los medios y lasindustrias editoriales y audiovisuales; la adopción de las nuevas tecnologías e infraestructuras de lacomunicación, y el control de la generación de los flujos informativos y los contenidos culturales. Un intento quepuso el acento en la necesidad de corregir la desigualdad y los desequilibrios en términos de comunicación,información y cultura, entre un mundo rico e influyente y un mundo pobre y progresivamente irrelevante.Proclamando que la libertad de información -de emisión y de recepción- no podía reducirse a la libertad delmercado informativo y haciendo necesarios y exigibles el pluralismo y la diversidad. Afirmando el derecho detodas las comunidades y culturas a proyectar su propia voz en un “nuevo orden“ (Un solo mundo, voces múltiples).

Auspiciado por la Unesco, el Informe fue concebido como un “esfuerzo de reflexión colectiva” para enfrentarsea las “fuerzas de la inercia”. Con este objetivo expreso, formulado por el entonces Director General Amadou-Mahtar M’Bow:

“...con el establecimiento de un nuevo orden mundial de la comunicación, cada pueblo debe poder aprender delos demás, informándoles al mismo tiempo de cómo concibe su propia condición, y de la visión que tiene de losasuntos mundiales. Cuando ello se logre, la humanidad habrá dado un paso decisivo hacia la libertad, lademocracia y la solidaridad”.

2Quaderns del CAC: Número 21

Presentación

25 años del Informe MacBride

Un diagnóstico audaz y controvertido sobre la comunicación

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3Presentación: 25 años del Informe MacBride: Un diagnóstico audaz y controvertido sobre la comunicación

Algunos enfoques y planteamientos del Informe MacBride mantienen su vigencia a principios del siglo XXI. Hancambiado los ecosistemas de comunicación, su superficie y sus capacidades, pero no han sido substancialmentealteradas las bases de la discriminación en el espacio de lo informativo, lo cultural y lo simbólico. Justamentecuando, en un grado mayor que nunca antes, la dominación económica y la dominación política parecenasentarse en aquella otra dominación construida sobre el acceso desigual a las fuentes del conocimiento.

El Consell de l’Audiovisual de Catalunya, en el desarrollo de su labor como autoridad reguladora, ha adopta-dolos ejes de la defensa radical del pluralismo y de la diversidad como normas inspiradoras de su actuación. Porello, y especialmente tras el Diálogo organizado en Barcelona en junio de 2004 sobre Regulación y DiversidadCultural, trabaja en estos momentos en la vertebración de una Red Mundial de Autoridades de RegulaciónAudiovisual (Broadcasting Regulation & Cultural Diversity o BRCD). Esta red tiene como misión el impulso de ladiversidad cultural en el sector audiovisual desde los organismos de regulación, siendo como son un elementoclave en el impulso de las políticas públicas respecto a la comunicación.

El proceso de globalización no genera automáticamente una nueva cultura global, pero comporta graves riesgosde homogeneización y desplazamiento de los patrimonios culturales y comunicativos menos podero-sos. Losreferentes compartidos que provienen del núcleo hegemónico de las industrias de la cultura y la comunicaciónabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana global, sino tambiéna grupos locales en situación de riesgo de perder el vínculo culto con sus entornos sociales y culturales deprocedencia.

Bien es cierto que aquellos referentes comunes pueden representar una oportunidad para evitar el aislamientoy obtener interconexión. Una oportunidad para acceder a lo nuevo y distinto, y para incorporarlo a los procesosde interpretación y de apropiación, de construcción de sentido y de recreación de su particular tradición. Porquela pluralidad y la especificidad en comunicación y cultura tienen tanto que ver con lo que se mira y se dice, comocon la manera de mirarlo y decirlo. Y porque lo relevante y sustantivo en cultura y comunicación no es únicamenteel momento de la creación y la producción, sino también el del consumo, es decir el de la de la recepción y, amenudo, la participación multitudinaria.

Sin embargo, la capacidad local de producción de contenidos y, por consiguiente, la oportunidad de disponer deunas industrias y unas políticas locales aparece, hoy como hace 25 años, como la pieza fundamental de cualquierpolítica real de defensa de la diversidad. El informe indicaba entre sus primeros párrafos que “sin unos cambiosestructurales fundamentales, la mayoría de la humanidad no podrá aprovechar los progresos de la tecnología yla comunicación”. Ahora sabemos que las culturas de dimensión reducida o mediana solamente podrán renovarsedesde su propia singularidad, y proyectarse hacia el futuro y hacia el exterior, en condiciones de viabilidad, sidisponen de industrias de la comunicación y la cultura capaces de permitir la incorporación diferenciada al cambiotecnológico y la mundialización. Y si disponen de las políticas adecuadas para intervenir en la modulación de losmodos de dicha incorporación.

Es en este marco en el que cabe plantearse cual es la nueva agenda de los problemas de la comunicación y lainformación. El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis y sugerencias reside en su capacidadpara proporcionarnos una perspectiva histórica suficiente como para abordar el presente. ¿Contribuye el ejerciciode rememorarlo a disponer de un contexto dinámico de interpretación en el que inscribir nuestros actualesproblemas, nuestra agenda inmediata? Quaderns del CAC así lo ha considerado. Y para proponer su propiobalance ha recurrido a la inteligencia y la capacidad del Institut de la Comunicació de la Universitat Autònoma deBarcelona (InCom-UAB) que dirige Miquel de Moragas. El CAC agradece el empeño y la competencia con queel InCom-UAB ha asumido la tarea de coordinar y elaborar este número, contando con el apoyo del muy

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4Quaderns del CAC: Número 21

cualificado conjunto de contribuciones que contienen estas páginas. La agenda de los grandes temas que atraviesan el debate actual sobre la comunicación se establece en pleno

contraste: una parte del mundo se halla en tránsito a la sociedad del conocimiento, mientras la otra parte semantiene sumida en el combate elemental contra la miseria. Desde esta perspectiva, el núcleo del InformeMacBride mantiene su interés, y algunos de los riesgos detectados en él no han hecho en realidad sino agravarsey agrandarse, dando mayor relieve aún a las advertencias expuestas.

Las reflexiones sobre la esfera de la comunicación y sobre la construcción de estrategias para la toma dedecisiones en este campo comprenden hoy un amplio abanico de cuestiones. Algunas son de orden teórico ymetodológico, tales como la propia validez de los paradigmas de referencia, heredados del análisis de lacomunicación de masas. Otras atañen a las políticas de comunicación, como el despliegue de las grandesinfraestructuras de la telecomunicación y la democratización efectiva de las condiciones de acceso. Algunas másremiten a la cuestión de la aceleración y la ampliación de los procesos de concentración y centralización de lasgrandes agencias, los grandes medios y las principales redes de generación, selección y distribución deinformación y conocimiento. Y aún otras, por el contrario, atienden a las tal vez paradójicas posibilidades queofrecen algunas de las nuevas tecnologías de la información para el desarrollo de otras redes, de configuraciónabierta y horizontal.

El catálogo de temas fundamentales debe referirse inevitablemente a las dificultades con las que se topanalgunos países o comunidades para poder planificar y ejecutar políticas locales específicas, que permitan eldespliegue de industrias también locales de la comunicación y la cultura, de modo que lo local plural y diversopueda estar presente en los escenarios globales sin tener que diluirse necesariamente en ellos. Debe referirse,en un sentido parecido, al encadenamiento acumulativo de las formas de dependencia en cuanto a tecnología ya software; en cuanto a los lenguajes y a los estándares; a los géneros; a los formatos; a los derechos de autory a su control. Y también, por supuesto, a la subordinación de las redes de comercialización y distribución, alcontrol sobre los mercados y sobre las rutinas de recepción y de consumo. Todo ello en contextos que traducenlas dificultades de la mayoría de culturas para mantener la capacidad de producir, reproducir y recrear algo de lopropio, frente a la demanda creciente de sus comunidades para consumir y recibir más de casi todo,especialmente de lo metropolitano promocionado, lo hegemónico, lo vinculado a las plataformas predominantes.

La agenda incorpora además la crítica a los discursos actuales sobre el libre flujo de la información y sobre laconsideración de los productos de la comunicación y la cultura como simples mercancías, sujetas a los criteriosfundamentales de la doctrina de la liberalización. Asimismo, reúne las diversas propuestas acerca de la viabilidadde las estrategias de intervención por la vía de la especificidad o la excepción cultural. O bien, para acabar conlos ejemplos, podemos destacar la atención a un elemento tan fundamental como la naturaleza y la delimitaciónde la misión del servicio público en el ámbito de la comunicación y el conocimiento, y de su papel (su función, susobjetivos) ante el mercado, en los diversos modelos de sociedad.

La agenda de hoy, como la de ayer, está en permanente reconstrucción, atendiendo a problemas viejos quepermanecen, y a problemas nuevos que hunden sus raíces en el pasado. Tal vez el recuerdo y la revisión críticadel gran esfuerzo que supuso hace una generación el Informe MacBride nos pueda resultar estimulante y nosayude a calibrar la ambición y las energías que deberemos incorporar a nuestras actuaciones y a nuestrasrespuestas, si las queremos a la altura de los problemas a los que nos enfrentamos.

Joan Manuel TresserrasEditor de Quaderns del CAC

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Introducción

Este monográfico de Quaderns del CAC, dedicado al XXV

Aniversario del Informe MacBride, es el resultado de una

colaboración entre el Consell de l’Audiovisual de Catalunya

(CAC) y el Institut de la Comunicació de la Universitat Autò-

noma de Barcelona (InCom-UAB)1. Su pretensión es revi-

sar, con la mirada puesta en los retos de la comunicación

en el siglo XXI, la aportación de uno de los documentos

sobre comunicación más influyentes de las últimas

décadas.

No es un documento académico, en el sentido estricto del

término, aunque sí tuvo importantes influencias aca-

démicas. Se trata de un documento impulsado por la

Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la

Ciencia y la Cultura (Unesco), cuyo valor emblemático nace

de su propósito de tratar de la comunicación desde una

perspectiva mundial, avanzándose a la idea, hoy mucho

más evidente, de la mundialización de la información y el

hecho de que la democratización de la comunicación debe

plantearse desde esa dimensión.

El presente monográfico se propone hacer una revisión

crítica del debate suscitado por ese documento y de las

resoluciones adoptadas por la Unesco para comprender

desde ellos los retos de la situación presente de la

comunicación. 25 años después, en el contexto de la

celebración de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la

Información (Ginebra 2003-Túnez 2005) se observan

importantes diferencias, pero también grandes similitudes

de fondo, especialmente en lo que respecta a la cuestión

básica de los desequilibrios comunicacionales.

Para emprender esta tarea de revisión crítica, hemos

considerado necesario articular el monográfico en cinco

apartados:

1. El primero, de carácter introductorio, incluye una pre-

sentación a cargo del consejero del Consell de l’Audiovisual

de Catalunya Joan Manuel Tresserras, en la que se expone

el porqué del interés que para este organismo regulador

tiene la experiencia del Informe. En este apartado también

se encuentra el presente texto, elaborado por los coordina-

dores del monográfico. Nuestra pretensión ha sido aportar

referencias sobre los antecedentes, el contenido y las

reacciones al Informe MacBride, procurando facilitar los

conceptos clave que permitan a los lectores una inter-

pretación contextualizada del mismo.

2. La segunda parte del monográfico ofrece la valoración

e interpretación actualizada del Informe por parte de una

veintena de expertos internacionales, a los que se solicitó

su visión panorámica y comparada con la situación actual.

Cabe citar que uno de estos expertos fue miembro de la

Comisión que elaboró el Informe MacBride, se trata del

tunecino Mustapha Masmoudi. Además, otros autores

fueron testigos directos de aquel proceso, concretamente el

venezolano Antonio Pasquali y el boliviano Luis Ramiro

Beltrán. Colaboran asimismo otros significados investigado-

res de América Latina, región que tuvo un especial

protagonismo en la génesis y desarrollo del Informe: Héctor

Schmucler (Argentina) y Enrique Sánchez Ruiz (México).

También se cuenta con el punto de vista de los expertos

asiáticos Eddie Kuo y Xu Xiaoge (Singapur), así como de

autores con una larga trayectoria en la investigación en

comunicación internacional y políticas de comunicación:

Hamid Mowlana y Andrew Calabrese (Estados Unidos),

El Informe MacBride, 25 años después. Contexto y contenido de un debate inacabado

Miquel de Moragas, Mercè Díez, Martín Becerra, Isabel Fernández Alonso

Miquel de Moragas, Martín Becerra, Mercè Díez, Isabel Fernández AlonsoCoordinadores del monográfico (InCom-UAB)

5Tema monográfico: El Informe MacBride, 25 años después. Contexto y contenido de un debate inacabado

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6Quaderns del CAC: Número 21

Gaëtan Tremblay (Canadá), Kaarle Nordenstreng

(Finlandia), Armand Mattelart (Bélgica/Francia), Fernando

Quirós (España), Robin Mansell (Reino Unido), Patricio

Tupper (Francia), Claudia Padovani (Italia), Ulla Carlsson

(Suecia) y Daniel Biltereyst, en colaboración con Veva Leye

(Bélgica). Finalmente, también se ha incluido la perspectiva

de autores que han analizado la comunicación internacional

trabajando desde la problemática de las políticas de

comunicación de naciones sin estado: Ramón Zallo (País

Vasco), Miquel de Moragas y Josep Gifreu (Cataluña).

3. La tercera parte está dedicada a la comunicación

internacional actual. Valério Brittos (Brasil) hace referencia

a las condiciones de dependencia que afectan a la comu-

nicación moderna. Divina Frau-Meigs (Francia) analiza el

retorno de Estados Unidos a la Unesco, institución que

abandonó en los años ochenta en parte por su orientación

en temas de comunicación. Isabel Fernández Alonso

(España) presenta una revisión de la actual política de

comunicación de la Unesco. Finalmente, Martín Becerra

(Argentina), catedrático Unesco de Comunicación (InCom-

UAB) 2005, analiza las diferencias y los paralelismos entre

el Informe MacBride y la Cumbre Mundial sobre la Sociedad

de la Información. Fernández y Becerra son coeditores de

este monográfico.

4. La orientación del último apartado es fundamental-

mente testimonial. Por una parte, se reproduce un fragmen-

to de las memorias de Seán MacBride en el que reflexiona

sobre su experiencia al frente de la Comisión Internacional

para el Estudio de los Problemas de la Comunicación, que

elaboró el informe objeto de este monográfico. Por otra, se

recogen diversos testimonios de la prensa de la época

(tanto internacional como española y catalana), que de

manera generalizada acogió con hostilidad los trabajos de

la comisión. Estos testimonios se acompañan de un artículo

de Mercè Díez, también coeditora del monográfico, sobre el

tratamiento que la prensa internacional dispensó a la

Unesco entre 1974 y 1984, período clave de la discusión

sobre la comunicación internacional en este organismo.

5. El monográfico ofrece, finalmente, información biblio-

gráfica y enlaces a recursos disponibles en Internet para la

ampliación de informaciones.

Los editores de este monográfico agradecemos al CAC

que haya hecho posible esta edición, en parte homenaje a

quienes se esforzaron para abrir caminos a la democra-

tización de la comunicación y, en parte, llamada de atención

a los esfuerzos aún pendientes para hacer posible aquellos

mismos ideales en el nuevo siglo.

Antecedentes: del desarrollismo a las teorías dela dependencia

La Unesco en sus primeros años de existencia, y coin-

cidiendo con la Declaración de los Derechos Humanos de

1948, había centrado su atención en los temas relativos a la

libertad de información, uno de los pilares de aquellos

derechos fundamentales. Todavía estaba muy alejada de

una concepción integrada de las relaciones entre comuni-

cación, educación, cultura y tecnologías.

La Unesco de los años cincuenta (la URSS no se integró

en esta organización hasta 1954) siguió basando su filo-

sofía sobre la comunicación en aquellos postulados de

derecho de la información. El interés por la estructura de la

comunicación se despertó en los años sesenta con

la publicación de los primeros documentos estadísticos

sobre los mass media 2. A partir de estos trabajos y de las

aportaciones de distintas corrientes sociológicas (con el

protagonismo del funcionalismo) se empezó a elaborar lo

que sería la ideología, o paradigma dominante, en los estu-

dios de comunicación hasta la llegada del Informe MacBride

en 1980: la teoría desarrollista o de la modernización, entre

cuyos impulsores se cuentan los profesores estadouniden-

ses Daniel Lerner3 y Wilbur Schramm4. La Organización de

las Naciones Unidas adoptaba como propia esta teoría,

según la cual la diseminación del conocimiento y las

tecnologías de los países del Norte, así como la extensión

de la influencia de los medios de comunicación de esos

países, repercutiría directamente en el desarrollo de los

países del Sur. Así, la superación de unos umbrales

mínimos de acceso a medios de comunicación (por cada

100 personas diez ejemplares de diarios, dos asientos de

cine, cinco receptores de radio…)5 equivaldría a una

garantía de desarrollo general.

En los años setenta estos postulados empezaron a ser

claramente cuestionados por las nuevas teorías de la

dependencia que consideraban que la aplicación del

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7Tema monográfico: El Informe MacBride, 25 años después. Contexto y contenido de un debate inacabado

modelo de comunicación “desarrollado” generaba depen-

dencia, y que el subdesarrollo de la periferia era requisito

necesario para el desarrollo del centro hegemónico.

Influyeron también las nuevas teorías educativas de Paulo

Freire6 y los autores de la nueva escuela de estudios de

comunicación en América Latina, ya libres de la inicial

influencia funcionalista e identificados con la teoría de la

dependencia que inicialmente formularon Fernando H.

Cardoso, Enzo Faletto y Celso Furtado, entre otros.

Exponentes de los primeros estudios de comunicación en

América Latina con esa matriz crítica fueron Luis Ramiro

Beltrán y Antonio Pasquali, con cuya colaboración

contamos en este monográfico.

Paralelamente, la Unesco empezó a abrir sus foros a

estos nuevos planteamientos, empezando por centrar su

atención en dos aspectos que resultarían fundamentales

para el enfoque futuro del Informe MacBride: las políticas de

comunicación y el estudio de los flujos informativos. Así, en

1970, la Conferencia General de la Unesco acordó un

programa de ayuda a los estados miembros para formular

sus "políticas nacionales de comunicación" y en 1972 se

organizaba en París la primera reunión de expertos en este

ámbito7. Unos años más tarde, en 1974, la Unesco publica-

ba un libro verdaderamente emblemático: Television Traffic.

A One-Way Street?, de Kaarle Nordenstreng y Tapio Varis,

que demostraba las desigualdades en el flujo informativo

internacional y aportaba nuevos argumentos a la teoría de

la dependencia.

Todo este proceso se desarrolla en el marco de la Guerra

Fría y, más concretamente, en el período de mayor expan-

sión del Movimiento de Países No Alineados. En 1973, el

mismo año en que se produce la primera de las

denominadas “crisis del petróleo”, se celebra en Argel la IV

Cumbre de Países No Alineados, que aprobó las líneas

programáticas de lo que se llamaría el Nuevo Orden

Económico Internacional. El concepto se basaba en la

constatación de las desigualdades en la distribución

mundial del trabajo y de la situación de dependencia de los

países subdesarrollados, y proponía una vía de desarrollo

independiente de los modelos capitalista y comunista. A

partir de aquí, se sucedieron las declaraciones en favor de

un sistema de relaciones diferente a nivel mundial en

materia de comunicación —lo que se denominaría Nuevo

Orden Mundial de la Información y la Comunicación

(NOMIC)— en los diversos debates sobre esta materia

realizados desde mediados de los setenta8.

El informe de la Comisión para el Estudio de losProblemas de la Comunicación

De la XIX Conferencia General de la Unesco, celebrada en

Nairobi en noviembre de 1976, emanó el mandato de crear

una comisión de expertos cuya misión sería el estudio de

los problemas de la comunicación. El encargo fue realizado

al entonces director general, el senegalés Amadou Mathar

M'Bow9. La Comisión Internacional para el Estudio de los

Problemas de la Comunicación fue constituida en 1977 bajo

la presidencia del irlandés Seán MacBride, una figura

prestigiosa y de consenso: era cofundador y presidente de

Amnistía Internacional (1961-75) y había recibido los

premios Nobel (1974) y Lenin (1977) de la Paz. En la

elección de los miembros de la Comisión se tuvieron en

cuenta criterios de pluralidad y representatividad tanto

ideológico-política como geográfica10. Además, el espectro

del perfil de los miembros de la Comisión era muy amplio:

desde personas relacionadas con el periodismo a diplomá-

ticos o escritores, no necesariamente familiarizados con el

estudio del sistema de comunicación a nivel internacional.

Para llevar a cabo su cometido, la Comisión contó también

con diversas aportaciones del ámbito académico11.

El Informe final de la Comisión, presentado a la XXI Con-

ferencia General, celebrada en Belgrado en 1980, consistió

en un voluminoso documento, de unas 500 páginas12,

articulado en torno a cinco grandes temas:

1. Comunicación y sociedad: dimensión histórica e

internacional.

2. Comunicación hoy: medios de comunicación, infra-

estructuras, integración, disparidades, propiedad y control.

3. Preocupaciones comunes: relativas a la circulación de

la información, al contenido y la democratización de la

comunicación.

4. El marco institucional y profesional: políticas de comu-

nicación, recursos materiales, investigación, profesionales

de la comunicación y normas de conducta.

5. La comunicación mañana: conclusiones y sugerencias,

y aspectos pendientes de una investigación más profunda.

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8Quaderns del CAC: Número 21

La rigurosidad metodológica no es uno de los puntos más

destacables del documento, que además contaba con la

dificultad inicial de la amplitud e indefinición de los temas a

tratar. Aun así su contribución al debate sobre la comuni-

cación internacional fue trascendental:

a) Describe la situación de la comunicación en el mundo y

constata sus desequilibrios, desentrañando los vínculos

entre los problemas de la comunicación y las estructuras

socioeconómicas y culturales, lo que otorga un carácter

político a los problemas de la comunicación.

b) Elabora recomendaciones de carácter ético y de

defensa del derecho democrático a la comunicación, más

que propuestas concretas de políticas de comunicación o

de regulación.

c) Reconoce los derechos inherentes a la información:

participar en la producción (y no sólo en el consumo) de los

flujos informativos; garantizar la diversidad de voces res-

tringiendo los monopolios; defender los derechos de los

informadores y de la libertad de prensa, y apoyar el desarro-

llo de las infraestructuras necesarias para el desarrollo de la

comunicación en el mundo.

El documento, por su descripción-denuncia de los dese-

quilibrios, por su compromiso humanista con el derecho a la

información y por su referencia explícita al NOMIC se

alineaba con las voces críticas de la comunicación y, por

ello, fue duramente etiquetado como contrario al “libre

ejercicio de la información” por parte de las posiciones más

conservadoras y los grandes intereses industriales del

sector, incómodos con el discurso crítico, pero más indis-

puestos aún a aceptar que este discurso se pronunciara

desde un organismo intergubernamental como la Unesco.

Finalmente, en la citada XXI Conferencia General de la

Unesco se adoptó por consenso la resolución que

sancionaba el Informe. Se trataba, sin embargo, de una

decisión altamente retórica, ya que no comportaba la

adopción de propuestas concretas. Así, tal como Héctor

Schmucler inicia su aportación a este monográfico, en el

momento mismo de ser aprobado, el Informe MacBride

“comenzó a pertenecer al pasado”.

Paradójicamente, en la misma Conferencia General de

Belgrado se aprobó la resolución 4/19, que establecía las

bases del NOMIC —y cuya inoperatividad se iría confir-

mando con el paso del tiempo— y la creación del Programa

Internacional para el Desarrollo de las Comunicaciones

(PIDC), que retrocedía a un modelo de ayuda al desarrollo

más relacionado con el paradigma del desarrollismo que

con las ideas que inspiraron la reclamación de un NOMIC

por parte de los países del Tercer Mundo13.

En esa etapa de Guerra Fría, la Unesco se encontraba

constreñida por las dificultades para lograr el consenso y,

en consecuencia, el Informe MacBride se vio condicionado

por tres frentes, encabezados por Estados Unidos, la URSS

y los Países No Alineados. Como señala Mattelart en este

mismo Quaderns, las reacciones postMacBride respon-

dieron a oportunismos de distinto origen: EEUU, defendía la

doctrina del libre flujo de la información; la URSS,

instrumentalizaba las demandas de los No Alineados para

reafirmar su política de blindaje de fronteras, y los No

Alineados, que contaban entre sus filas con algunos países

que suscribían el NOMIC para camuflar las violaciones a la

libertad de expresión en su territorio. A todo esto hay que

añadir la posición de las grandes corporaciones, opuestas a

la regulación y al desarrollo de los medios públicos, y la

desarticulación de la sociedad civil. Las críticas al Informe,

en gran parte vertidas por la autodenominada “prensa libre”,

apenas si encontraron su contrapunto en círculos

académicos de limitada influencia.

Críticas y valoraciones

El Informe MacBride no implicaba facultad mandataria, ni

compromiso de los estados miembros de aplicación de sus

conclusiones, pero reclamaba, por lo menos retóricamente,

la necesidad de establecer políticas de comunicación

democráticas en defensa de la identidad y del desarrollo.

A pesar de ello, como señalan Daniel Biltereyst y Veva

Leye en este monográfico, el Informe consiguió convertirse

en un documento de referencia que llegaría a despertar

importantes críticas, tanto desde la izquierda intelectual,

como (sobre todo) desde posiciones conservadoras.

Las críticas conservadoras al Informe MacBride tienen un

doble frente, claramente articulado entre sí. Por una parte,

la posición política de Estados Unidos y el Reino Unido

respecto del Informe o, más específicamente, respecto de

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9Tema monográfico: El Informe MacBride, 25 años después. Contexto y contenido de un debate inacabado

la política de la Unesco de apoyo al NOMIC. Por otra parte,

la movilización de ciertas asociaciones profesionales y de

grandes empresas del sector de la comunicación que ven

amenazada su posición dominante por las descripciones y

propuestas del Informe. De hecho, las reacciones contrarias

de estos sectores habían empezado anteriormente a la

conclusión de los trabajos de la Comisión, como se explica

en el artículo dedicado a la relación de la Unesco y la

prensa que se incluye en el cuarto apartado de este

monográfico.

En lo que respecta a las valoraciones académicas, uno de

los primeros autores en formular críticas desde posiciones

de izquierda fue Cees Hamelink (1980 y 1987), como

recuerda Kaarl Nordenstreng en su contribución a este

Quaderns. Desde esta perspectiva, el análisis realizado por

el Informe descontextualizaba la comunicación de la reali-

dad social, económica y cultural, eludiendo diversos aspec-

tos de controversia, tanto en los ámbitos de política interior

—ausencia de democracia en algunos países defensores

del NOMIC— como en el ámbito internacional —falta de

análisis del verdadero papel de las multinacionales de la

comunicación.

Las críticas también se refieren a la inutilidad —o la

ingenuidad— del documento. Nordenstreng nos recuerda

en este monográfico que muchas de las 82 recomendacio-

nes del informe, sino todas, jamás se aplicaron. Para

Schmucler “la multiplicación de documentos y declara-

ciones no lograron reorientar el camino que nos ha llevado

a un mundo cada vez más injusto y cada vez más violento”.

Otras lagunas señaladas en el Informe se han ido

agrandando con los nuevos factores que condicionan la

comunicación en los últimos años. Este es el caso del

“olvido” de las relaciones entre cultura y políticas de

comunicación, o la ausencia de la perspectiva de género o,

muy especialmente, la falta de referencia a la sociedad civil,

tema fundamental en el debate moderno cuya importancia

subrayan diversos autores de este monográfico (Calabrese,

Mattelart, Mowlana).

Sin embargo, Mustapha Masmoudi, integrante de la

Comisión MacBride, subraya en estas páginas el hecho de

que gran parte de las posiciones del Informe son hoy

reapropiadas por la sociedad civil. Para Mowlana, los

importantes cambios registrados desde la aprobación del

documento en 1980 hasta ahora suponen que “el debate

sobre información y comunicación que comenzó hace

varias décadas con el Informe MacBride no murió ni

disminuyó, sino que aparece inserto en un nuevo contexto

a escala global”.

En el mismo sentido, hay autores han señalado el valor

positivo de las ideas contenidas en el Informe. Claudia Pa-

dovani lo hace en estas páginas, coincidiendo con Mastrini

y de Charras (2004), quienes han señalado que “las ideas

contenidas en las cinco áreas claves del informe (…)

constituyen un aporte importante para legitimar la noción de

derecho a la comunicación, superador del ya obsoleto

concepto de libertad de prensa, y mucho más abarcador

que el de derecho a la información”.

Revisar lo sucedido con el Informe MacBride a 25 años de

su publicación constituye una tarea que atañe tanto a los

estudiosos como a los profesionales de la información y

también a los gestores de las políticas de comunicación.

Invitados a reflexionar sobre ello, Beltrán concibe el

documento final de la Comisión MacBride como “fruto de la

ecuanimidad acompañada por la prudencia”, en tanto que

Pasquali afirma que “el mejor pensamiento que piensa hoy

comunicaciones lo sigue haciendo, consciente o incons-

cientemente, empleando en menor medida vocabularios

forjados por diferentes escuelas y disciplinas y en mayor

medida un vocabulario “unesquiano” que salió de documen-

tos para iniciados para ser trasegado urbi et orbi justamente

por el Informe”. Por su parte, Gaëtan Tremblay señala que

“el Informe MacBride no se equivocó, sino que fue dejado

de lado y nunca fue implantado”. En un sentido similar,

Fernando Quirós defiende el contenido de un Informe cuyo

“diagnóstico era correcto y acertado”.

En relación a la vigencia del documento, Enrique Sánchez

Ruiz destaca que los rasgos enunciados por el Informe se

han agudizado desde entonces en un contexto de mayor

interdependencia e interconexión, en un esquema en el que

la expansión de los flujos culturales debería justificar una

mayor atención a las recomendaciones de hace 25 años.

En el mismo sentido, Valério Brittos describe la

profundización de la concentración de las actividades de

información y comunicación y el crecimiento de los

desequilibrios info-comunicacionales que fueran

oportunamente eje de los análisis de la Comisión presidida

por Seán MacBride. Otro de los colaboradores del presente

número, Ramón Zallo, constata la vigencia de al menos tres

Page 11: QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana ... El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis

10Quaderns del CAC: Número 21

tesis del “viejo” NOMIC: la importancia asignada a la

información y a su distribución en las sociedades

modernas, el flujo desigual de contenidos audiovisuales, y

la necesidad de garantizar la diversidad cultural, debate que

es reeditado actualmente a partir de la Declaración

Universal sobre Diversidad Cultural de la Unesco (2001).

En cuanto a los efectos del Informe, Eddie Kuo y Xu

Xiaoge destacan el “fuerte ímpetu” que dio a los medios

asiáticos para reclamar una voz propia que estuviese en pie

de igualdad con los medios occidentales. Por su parte,

Andrew Calabrese valora la previsión de una “globalización”

que, en lugar de significar la división entre los ciudadanos

del mundo, suponía reconocer nuestra común humanidad

en una propuesta de gestión de tensiones que aspiraba a

brindar una pauta de multilatelaridad hoy ausente. Por otro

lado, Miquel de Moragas y Josep Gifreu coinciden en

señalar el efecto beneficioso de aquel debate en las políti-

cas de comunicación de Cataluña en el postfranquismo.

La etapa postMacBride

El período “post MacBride” se convierte rápidamente en el

período de “olvido del MacBride” y de renuncia al NOMIC.

La llegada a la presidencia de Estados Unidos de Ronald

Reagan (1981) hacía aún más difícil cualquier posibilidad

de entendimiento de los diferentes polos en conflicto en el

seno de la Unesco, en gran parte por la visión unilateral (no

multilateral) de las relaciones internacionales del nuevo

gabinete presidencial norteamericano. Aunque el NOMIC

se había convertido en un tabú para la propia la Unesco, ya

no había posibilidad de reestablecer un clima de

entendimiento suficiente: en diciembre de 1983 Estados

Unidos anunció su retirada, que se hizo efectiva un año

después y que estimuló también la salida del Reino Unido

de la organización internacional. La marcha fue justificada,

en parte, por la deriva de la política de comunicación de

la Unesco, a la que los gobiernos de Ronald Reagan

y Margaret Thatcher acusaban de haberse convertido en

un ente burocrático y de atentar contra los cimientos de

las sociedades libres occidentales, particularmente contra

la libertad de prensa. La experiencia histórica ha ido

demostrando, sin embargo, que la razón más importante

de aquella retirada fue el abandono del multilateralismo

en la política internacional. En el apartado de este

monográfico dedicado a la perspectiva actual sobre la

comunicación internacional, puede encontrarse un artículo

de Divina Frau-Meigs sobre el retorno de Estados Unidos a

la Unesco en el que se hace referencia a las razones

previas que motivaron el abandono de esta organización

internacional.

A partir de la Conferencia General de 1987, tras el

reemplazo en la dirección general de M'Bow por Federico

Mayor Zaragoza, la Unesco adopta una nueva orientación,

denominada Nueva Estrategia de la Comunicación. Ésta

comportaba un retorno a la retórica de defensa de la libre

circulación de la información en el mundo, aunque también

del refuerzo de las capacidades de desarrollo de los países

menos adelantados, aunque sin poner en cuestión las

causas de las dificultades estructurales para conseguir

ambos objetivos. La Nueva Estrategia, aunque reconocía

los desequilibrios entre países, no reivindicaba un cambio

global en los procesos comunicativos. Se trataba más bien

de una propuesta pragmática, centrada en aportar solu-

ciones técnicas y fortalecer las infraestructuras y la

capacitación profesional. Su objetivo, además, era conse-

guir un nuevo clima en la Unesco, alejado de las ásperas

controversias de años anteriores.

El planteamiento técnico, que no cuestionaba las estruc-

turas internacionales, representaba una vuelta a la

orientación que tuvo la Unesco en los años 50 y 60. En este

contexto, el PIDC constituía un instrumento de la Nueva

Estrategia. Como sostiene Martín Becerra en estas mismas

páginas, el PIDC adopta la antigua matriz conceptual

“desarrollista” e incluso, “difusionista”. De todas maneras,

éste siempre ha dispuesto de escasos recursos y eficacia

en la transferencia tecnológica. Sus ayudas pueden

calificarse de insuficientes, de insignificantes, como se pone

de manifiesto en el artículo de Isabel Fernández Alonso

sobre las políticas de comunicación de la Unesco.

El MacBride y la CMSI

En este contexto, la ONU realiza la convocatoria de la

Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (Ginebra

2003–Túnez 2005). El organismo responsable de organizar

esta cumbre no es la Unesco, sino la Unión Internacional de

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11Tema monográfico: El Informe MacBride, 25 años después. Contexto y contenido de un debate inacabado

Telecomunicaciones (UIT), ente de carácter más técnico y,

también, más cercano a los sectores empresariales e indus-

triales que participan de su dinámica de funcionamiento

institucional.

La Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información

(CMSI) constituye un espacio de debate a nivel interna-

cional sobre cuestiones políticas, tecnológicas, normativas

y organizativas de la información y, en tal sentido, fue

acogido como oportunidad por el sector de la sociedad civil,

que está representado en las deliberaciones. Desde la

creación de la ONU ha habido pocas convocatorias como la

presente en la CMSI y ello contribuyó a alentar expectativas

sobre el desarrollo de la Cumbre Mundial.

No obstante, las declaraciones oficiales de la CMSI en su

primera etapa distaron de satisfacer e incluir demandas del

sector de la sociedad civil, mientras que fueron apoyadas

por el sector corporativo privado y por las delegaciones

gubernamentales.

Uno de los ejes que sintetiza las diferencias de enfoque

manifiestas en la CMSI entre gobiernos y sector corporativo

privado por un lado, y sociedad civil por el otro, es el que

atañe a la comunicación. De hecho, mientras que en su

historia la ONU, fundamentalmente a través de la Unesco,

canalizó los debates internacionales sobre políticas de

comunicación, esta vez la CMSI ha omitido toda referencia

a la comunicación, con su connotación dialógica y su

potencial deliberativo y democratizador. En las páginas que

siguen, Patricio Tupper analiza las omisiones de la CMSI y

el peculiar papel de la UIT en la organización de la Cumbre

Mundial en el marco de la transformación de “ciertos

conceptos caros al Informe MacBride como acceso,

participación y derecho a la comunicación en nociones

meramente técnicas de “acceso digital”. También Padovani,

quien ha comparado las declaraciones oficial por un lado, y

de la sociedad civil por el otro, con el Informe MacBride,

concluye señalando que existe una mayor correspondencia

entre la posición de la sociedad civil y el Informe de 1980

que entre estos documentos y la Declaración Oficial de la

CMSI.

El sello de la UIT y su énfasis puesto en la diseminación

de infraestructuras, observando los temas de la Cumbre

desde la perspectiva tecnológica, destacan en los funda-

mentos de los documentos aprobados hasta ahora en la

CMSI, lo que ha motivado al sector de la sociedad civil a

redactar otra declaración. En la Declaración de la sociedad

civil se subraya, en cambio, que “la información y el

conocimiento se están transformando cada vez más en

recursos privados que pueden ser controlados, vendidos y

comprados, como si se tratara de simples mercancías y no

de elementos fundamentales de la organización y el

desarrollo social”, por lo que se reconoce “la urgencia de

buscar soluciones a estas contradicciones, ya que se trata

de los principales desafíos que se plantean en las

sociedades de la información y la comunicación” (Sociedad

Civil en la CMSI, 2003).

El interrogante que surge a propósito de la Declaración de

la sociedad civil —titulada “Construir sociedades de la

información que atiendan a las necesidades humanas”— es

si una Cumbre Mundial que está abocada a tratar la centra-

lidad de la información en las sociedades contemporáneas

(centralidad económica, cultural, social y política) puede

omitir la articulación e influencia ejercidas entre las políticas

de información y de diseminación tecnológica, las políticas

culturales y educativas, y las políticas comunicacionales y

del sector de medios de comunicación. Así como existe una

creciente convergencia en el plano de las tecnologías y de

las rutinas productivas entre las telecomunicaciones, las

industrias culturales clásicas y la informática, parece

razonable que el desarrollo de las políticas en estos sec-

tores tienda a hallar puntos de contacto y de mutuos

condicionamientos.

Los planteamientos de la Unesco sobre diversidad cultural

en las últimas dos Conferencias Generales (2001 y 2003),

en la Declaración Universal de 2001 y la preparación de una

convención sobre la protección de la diversidad de los

contenidos y expresiones de la cultura y el arte, procesos

contemporáneos a la celebración de la CMSI, pueden ser

analizados también a partir de las relaciones entre cultura,

comunicación e información. De hecho, en la definición de

cultura adoptada por la Unesco en la Declaración Universal

sobre Diversidad Cultural se advierte que hay lazos

inseparables entre las dimensiones cultural, comunicativa e

informativa: “La cultura debe ser considerada como el

conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales,

intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o

a un grupo social. Engloba las artes y las letras, los modos

de vida, las formas de convivencia, los sistemas de valores,

las tradiciones y las creencias” (Unesco, 2001).

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12Quaderns del CAC: Número 21

De esta manera, la CMSI en su primera fase ni siquiera

encuadra las posiciones y declaraciones que sobre

diversidad viene construyendo la Unesco, a pesar de

tratarse en ambos casos de iniciativas desarrolladas en el

seno de las Naciones Unidas. El texto de Robin Mansell en

este monográfico destaca que tanto la Declaración de la

CMSI como su Plan de Acción cuentan con objetivos a ser

alcanzados hacia 2015, “pero casi todos ellos se refieren a

las tecnologías de información y comunicación antes que al

proceso de comunicación”.

La supeditación del factor cultural al factor tecnológico que

distingue la tendencia dominante en la CMSI, fruto de

controversias entre actores gubernamentales, del sector

corporativo privado y de la sociedad civil que afloran en la

preparación de la etapa tunecina de la Cumbre Mundial, es

un síntoma de la falta de apropiación de las recomen-

daciones del Informe MacBride a 25 años de su publicación

y aprobación en la ONU. A tal punto se destaca esa falta

que, para Mattelart, “se ha tejido una leyenda negra

alrededor del Informe y del tema NOMIC e incluso hoy,

dentro de la propia Unesco, pocos se atreven a recordar

estos antecedentes”.

Por limitaciones propias y por la influencia de un contexto

bipolar de Guerra Fría, con un anhelo de conversión del

mundo en un escenario de multilateralidad que fue

sepultado tras la ofensiva neoconservadora de los años

ochenta, el Informe MacBride no incluyó la participación

activa de la sociedad civil como recomendación de diseño y

ejecución de políticas de comunicación, así como no previó

la radical fragmentación mundial que, como señala García

Canclini (1998), es un rasgo inherente e inalienable de los

procesos globalizadores. No obstante, el Informe MacBride

trazó una hoja de ruta para la comprensión de los

problemas culturales que asignaba la prioridad a la

interacción social y concebía a las tecnologías como

herramientas al servicio de políticas.

La necesidad de garantizar la pluralidad y diversidad de

voces en un mundo cada vez más interconectado resume,

en el título del Informe MacBride, la inspiración humanista

de sus conclusiones. Es la necesidad de sostener esa

inspiración ante los desafíos actuales convocando a

respuestas renovadas, así como la convicción de que la

racionalidad técnica sólo se traduce operativamente en

viejas recetas de transferencia tecnológica que han

demostrado reiteradamente su ineficacia, lo que motiva la

edición del presente monográfico. Muchos de los más

prestigiosos autores del campo de las políticas de la

comunicación y la cultura asumen esa necesidad y honran

este esfuerzo con su inestimable colaboración y su

generoso testimonio.

Notas

1 Contará con ediciones impresas en catalán y en español,

también dispondrá de ediciones en línea (en catalán,

español e inglés), que serán difundidas, por los sitios web

del CAC (www.audiovisualcat.net/) y por el Portal de la Co-

municación del InCom-UAB

(www.portalcomunicacion.com).

2 Unesco (1963). Statistiques de la radiodiffusion et de la

television 1950-1960. París: Unesco.

Unesco (1979). Statistics on Radio and Television 1960-

1976. París: Unesco.

3 LERNER, D., (1958). The Passing of Traditional Society:

Modernizing the Middle East. New York: Free Press.

4 SCHRAMM, W. (1964). Mass Media and National

Development, The role of information in developing

countries. Urbana: University of Illinois Press. Este libro fue

reeditado en español, en 1967, bajo el título El papel de la

información en el desarrollo nacional (Quito: CIESPAL).

5 SCHRAMM, W. (1969), “El desarrollo de las comunica-

ciones y el proceso de desarrollo”, en PYE, L. W. (ed).

Evolución política y comunicación de masas. Buenos

Aires:Troquel (Resumen en:

www.nombrefalso.com.ar/materias/apuntes/html/schramm.html)

6 Recogidas en Pedagogia do oprimido (1968). São Paulo:

Editora Paz e Terra.

7 BELTRÁN, L. R., en entrevista concedida a Pensamento

Comunicacional Latinoamericano, volumen 1, nº 1, octubre

diciembre de 1999:

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www2.metodista.br/unesco/PCLA/revista1/entrevista1.htm

8 Cabe citar, entre otras, las reuniones de expertos en

Bogotá (1974) y Quito (1975), la reunión interguber-

namental sobre políticas de comunicación en Costa Rica

(1976), el simposio sobre comunicación del Movimiento de

Países No Alineados en Túnez (1976). Con anterioridad, en

1969, se celebró en Montreal una reunión de expertos

auspiciada por la Unesco en la que se constató la situación

dependiente, tanto informativa como culturalmente, de los

países del Tercer Mundo, lo que se consideraba una

amenaza para sus señas de identidad. También se hizo

hincapié en la centralización de la producción comunicativa

en los estados más avanzados, y en la consiguiente

deformación en la construcción del mundo transmitida por

los media. Asimismo, se reclamó atención a las

necesidades propias de las áreas en desarrollo,

remarcando no podían entenderse desde la traslación de

las necesidades de los países desarrollados. A partir de la

reunión de Montreal la Unesco comenzó a cambiar sus

planteamientos sobre la información y la comunicación, lo

que motivaría el inicio de las disputas entre partidarios y

detractores de la libre circulación de la información.

9 Accedió a la dirección general en 1974 y fue sustituido en

1987 por Federico Mayor Zaragoza.

10 Con Seán MacBride formaron parte de la Comisión:

Mustapha Masmoudi (Túnez) —que colabora en este

monográfico—, Elie Abel (EEUU), Hubert Beuve-Mèry

(Francia), Elebe Ma Ekonzo (Zaire), Gabriel García

Márquez (Colombia), Sergei Losev (URSS), Mochtar Lubis

(Indonesia), Michio Nagai (Japón), Fred Isaac Akporuaro

Omu (Nigeria), Bogdan Osolnik (Yugoslavia), Gamal El

Oteifi (Egipto), Johannes Pieter Pronk (Países Bajos), Juan

Somavía (Chile), Boobli George Verghese (India) y

Betty Zimmerman (Canadá), que era la única mujer

integrante de la Comisión.

11 Entre ellas, las de Giuseppe Richeri (Italia), Cees Hamelink

(Holanda), Luis Ramiro Beltrán (Bolivia), Wilbur Schramm

(EEUU), Fernando Reyes Matta (Chile), Jean Schwoebel

(Francia), James D. Halloran (Reino Unido), Oswaldo

Capriles (Venezuela)...

12 Unesco (1980). Many Voices, One World. Report by the

International Commission for the Study of Communication

Problems. París: Unesco y Londres: Kogan Page.

Unesco (1980). Un solo mundo, voces múltiples. Informe de

la Comisión Internacional sobre problemas de la

comunicación. París: Unesco y México: FCE.

13 El PIDC fue ampliado en el II Plan a Medio Plazo (1984-

1989), confirmado en el III Plan a Medio Plazo (1990-1995)

y se mantiene aún vigente en 2005. Su misión es la

promoción de “medios libres y plurales” en los países en

desarrollo y en los países en “transición” (ver

portal.unesco.org/ci/en/ev.php-URL_ID=13270&URL_DO=

DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

Bibliografía

BELTRÁN, L. R (1993), “Comunicación para el desarrollo en

Latinoamérica. Una evaluación sucinta al cabo de cuarenta

años en La iniciativa de la comunicación”, IPAL, Lima.

Disponible en www.comminit.com/la/

pensamientoestrategico/lasth/lasld-754.html

CARLSSON, U. (2003), The Rise and Fall of NWICO – and

Then?: From a Vision of International Regulation to a

Reality of Multilevel Governance, mimeo, ponencia

presentada en el EURICOM Colloquium, Information

Society: Visions and Governance, Venecia, Italia, Mayo de

2003. Disponible en www.bfsf.it/wsis/cosa%20dietro%20

al%20nuovo%20ordine.pdf

GARCÍA CANCLINI, N. (1998), “La globalización en pedazos:

integración y rupturas en la comunicación”, en Diálogos de

la Comunicación nº 51, FELAFACS, Lima, p. 9-23.

Hamelink, Cees, (ed) (1980), Communication in the

Eighties: A Reader on the MacBride Report, Rome, IDOC

Internacional.

Hamelink, Cees, (1987) "MacBride with Hindsigth", en Peter

Golding y Phil Harris (Eds.) Beyond Cultural Imperialism,

Londres, Sage.

13Tema monográfico: El Informe MacBride, 25 años después. Contexto y contenido de un debate inacabado

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Mastrini, Guillermo y Diego de Charras (2004), “20 años no

es nada: del NOMIC a la CMSI”, bibliografía de la cátedra

de Políticas y Planificación de la Comunicación de la

Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos

Aires, mimeo, 13 p.

Sociedad Civil en la CMSI (2003), “Construir sociedades de

la información que atiendan a las necesidades humanas”,

Declaración de la sociedad civil a la Cumbre Mundial sobre

la Sociedad de la Información, Ginebra, mimeo, 27 p.

14Quaderns del CAC: Número 21

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15Tema monográfico: Rehabilitación de la Comisión MacBride: 25 años después

Atendiendo al deseo, expresado por la mayoría de los

estados miembros, de proceder a un examen de la totalidad

de los problemas de la comunicación en la sociedad moder-

na, el director general de la Unesco decidió, en 1977, crear

una comisión internacional ad hoc formada por dieciséis

expertos procedentes de diferentes horizontes, y cuya pre-

sidencia se confió a Sean MacBride (periodista irlandés).

El informe que se presentó después de tres años de

laborioso trabajo hirió la sensibilidad de algunos

responsables y fue impugnado durante algún tiempo, pero

numerosos observadores consideran hoy que este informe

debe rehabilitarse, dado su carácter premonitorio y su

singular reflejo en los trabajos de la Cumbre Mundial sobre

la Sociedad de la Información (CMSI). La comparación de

las conclusiones de este informe (redactado hace 25 años)

con las de la CMSI, en 2003, permite confirmar esta

realidad en la forma y en el fondo. En efecto, la clasificación

de los temas principales desembocó en la elección de

títulos casi idénticos; el análisis de las preocupaciones

condujo a las mismas tendencias cuando la misión del

intercambio se confió a los propios miembros asociados,

con especial mención a las ONG.

1. Títulos idénticos

La Comisión MacBride había publicado su Informe en 1980

con el título Un solo mundo, voces múltiples. Después de

analizar todos los aspectos de la comunicación internacio-

nal, los autores del informe separaron 82 recomendaciones

que reagruparon bajo los siguientes títulos (véanse las

páginas 315 a 338 de la versión francesa):

• Política de comunicación para la independencia y el

autodesarrollo.

• Refuerzo de las licencias para las tecnologías

apropiadas.

• Nuevas tareas sociales para los medios de

comunicación.

• Integración de la comunicación al desarrollo.

• El recurso a la ética y a las normas para la integridad

profesional.

• La democratización de la comunicación: componente

esencial del derecho humano.

• El refuerzo de la identidad cultural para la dignidad humana.

• El acceso a la información técnica: recursos esenciales

para el desarrollo.

• La promoción de la cooperación internacional para los

mecanismos adecuados.

• Miembros asociados de desarrollo: todos los actores

implicados.

Estos diez títulos, curiosamente, recuerdan los principios

fundamentales de la sociedad de la información que se

definen en la declaración de principios y el plan de acción

de la CMSI de diciembre de 2003.

Este parecido de forma se confirma en el fondo en cuanto

al análisis y las conclusiones.

2. Un parecido en el análisis de las preocupacionesy las conclusiones

El Informe de la Comisión MacBride insistía en los puntos

que hoy constituyen los pilares de la sociedad de la infor-

mación. En este contexto, deben recordarse tres títulos:

Rehabilitación de la Comisión MacBride: 25 años después

Mustapha Masmoudi

Mustapha MasmoudiMiembro de la Comisión MacBride (CIC)

y presidente de la Asociación Tunecina de Comunicación

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1) Integración de los medios de comunicación y de lainformática para el desarrollo

La revolución de la información se ha de considerar

seriamente. La informática se ha convertido en parte

integrante de las comunicaciones y ofrece una importancia

fundamental para el desarrollo. Esto puede ir alcanzando,

gradualmente, todos los ámbitos: la actividad financiera y

administrativa, la gestión de las empresas, pasando por los

estudios de mercado, la vida bancaria, los seguros, la

agricultura, la educación, la medicina, la hidrología, etc.

Un ámbito nuevo de esta importancia corre el riesgo de

aumentar su dominio y de favorecer las tendencias

oligopolistas. Las estrategias de desarrollo deberían

incorporar políticas de comunicación de acuerdo con el

diagnóstico de las necesidades y con prioridades propias.

Todas las naciones se ven obligadas a tomar decisiones

difíciles respecto a las prioridades de inversión. Resulta de

vital importancia que las diferencias que subsisten en este

ámbito se reduzcan y se satisfagan progresivamente, de

aquí la necesidad de sostener el desarrollo de los países

menos avanzados en comunicación. Estas afirmaciones se

han extraído del Informe MacBride, igual que el párrafo

siguiente.

2) La democratización de la comunicación, componenteesencial del derecho humano

La Comisión MacBride había constatado un déficit en la

democratización de la información y había puesto de relieve

la importancia del artículo 19 de la Declaración Universal de

los Derechos Humanos, así como la necesidad humana de

tener derecho al acceso a las fuentes fiables. En efecto, el

intercambio de información entre los individuos, mediante

un sistema común de símbolos, ha sido siempre objeto de

interés para los teóricos de la comunicación. Constituye un

imperativo que el desarrollo de los nuevos medios de

comunicación se canalice hacia una democratización de la

información. Este desarrollo debe ir seguido del desarrollo

del derecho al conocimiento y a la especificidad de cada ser

humano y de cada grupo, desde la armonía con la

globalización que comporta el progreso permanente de las

comunicaciones.

Se trata, por tanto, de actuar internacionalmente para

crear una armonía entre las legislaciones internas y el

derecho internacional y favorecer la democratización de la

información, tanto en cada país como en las relaciones

entre estados. Los derechos humanos, cuya defensa es

una de las labores primordiales de los órganos de la

información, no sabrían existir fuera de la libertad de

expresión, de prensa, de información y de reunión.

3) Otras cuestiones importantesLa Comisión analizó a fondo las diferentes cuestiones

relativas a las comunicaciones binarias, y sus miembros

consideraron que era necesario adoptar códigos éticos

con la condición de que estos códigos fueran preparados

por los propios profesionales (tal y como estipulaba la

declaración de la Unesco sobre la contribución de los

medios de comunicación al refuerzo de la paz y de los

derechos humanos). También propusieron la

generalización de la instauración de un organismo como los

consejos de los medios de comunicación, ya que

consideraban que la creación generalizada de estos

organismos favorecería, al mismo tiempo, la participación

democrática y la supresión progresiva de las distorsiones

de la información.

Por otra parte, el derecho de autor se halla en el centro de

la internacionalización de intercambios, tanto como instru-

mento en el sector de las telecomunicaciones y de la

electrónica, como producto de los medios de información

escritos y audiovisuales. Pero la tendencia proteccionista

no debe ejercerse en detrimento de los países del Sur y de

la difusión de la información científica. Las ilegalidades

derivadas de la concentración de los medios de

comunicación deberían corregirse de acuerdo con una

mayor atención a las necesidades de las zonas rurales y a

los países menos desarrollados.

Estos estudios deberían llevarse a cabo para decidir los

medios de financiación necesarios y para hacer frente a la

escasez de recursos disponibles, y para ello se propuso la

creación de un centro internacional para el estudio y la

planificación.

La cuestión de la identidad cultural centró también los

debates, y por este motivo la Comisión Internacional de

Estudio de los Problemas de la Comunicación (CIC), o

Comisión MacBride, recomendó la promoción de las

condiciones de preservación de la identidad cultural de

cada una de las sociedades. Cada cultura evalúa su propia

identidad experimentando con otras culturas.

16Quaderns del CAC: Número 21

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Estas recomendaciones sólo se citan a modo de ejemplo,

y todas las otras recomendaciones se asemejan a diversas

resoluciones adoptadas por la CMSI en su primera etapa en

Génova en 2003.

3. Para los mismos socios y los mismosmecanismos

La función atribuida a la sociedad civil en el proceso de

desarrollo de la información no es nueva. Por este motivo,

la reflexión ya se puso sobre la mesa en el seno de la CIC,

que convocó a cien expertos de todos los países para

participar en la reflexión común y elaborar estudios

específicos. Una de estas recomendaciones principales era

la organización, en 1979, en la sede de la Unesco, del

coloquio de las ONG sobre el derecho a la comunicación.

En efecto, más de noventa organizaciones de la sociedad

civil participaron en este coloquio para tratar los diferentes

aspectos de las políticas de la información. Los

participantes formularon numerosas recomendaciones de

diversa índole. Se pidió un esfuerzo particular de la

sociedad civil para promover la idea de la comunicación a

favor del desarrollo endógeno y para actuar para que los

nuevos medios de comunicación (los menos costosos y los

menos dependientes de las redes internacionales de

transmisión) no sean reservados ni acaparados por los más

fuertes.

Sólo después de haber recalcado la importancia de estas

cuestiones, los participantes del coloquio recomendaron a

las ONG que intervinieran para movilizar a la opinión

pública con el objetivo de garantizar el derecho a la

comunicación como un derecho de las personas. Según los

declarantes, el derecho a la comunicación se deduce del

artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos

Humanos, pero también deben añadirse nuevos elementos

al derecho a la información que ya existe.

Debe establecerse una distinción muy clara entre

información y comunicación, porque la comunicación

implica la idea de repartición de responsabilidades. Los

autores del Informe llegan a preferir la noción de derecho a

comunicar a la de derecho a la comunicación para remarcar

más el aspecto concreto de este derecho que debe cubrir

los intereses de los individuos, de los grupos, de los

pueblos y de los estados.

Por otra parte, los participantes destacaron la necesidad

de estudiar la posibilidad de crear un fondo internacional

para el desarrollo de la comunicación. Fueron los propios

representantes de la sociedad civil quienes, un año

después, participaron de forma activa en la conferencia

intergubernamental para el desarrollo de las redes de

comunicación y de sus contenidos (DEVCOM), organizada

a propuesta de la Comisión MacBride.

Conclusión

Resulta muy significativo que la sociedad civil retome, 25

años después, estas propuestas procedentes de los

representantes del mundo asociativo. A la luz de estas

primeras tendencias, puede resultar tentador concluir que el

Informe de la CIC, tan impugnado en el pasado por los

nostálgicos del monopolio, está a punto de ser rehabilitado

para que pase a ser un verdadero punto de referencia

actual para los responsables de la construcción de la

sociedad de la información y del conocimiento.

17Tema monográfico: Rehabilitación de la Comisión MacBride: 25 años después

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19Tema monográfico: Una nueva lectura del Informe MacBride

Dos grandes progresos han caracterizado el estado de la

comunicación internacional y de las relaciones interna-

cionales durante las últimas décadas. En primer lugar,

desde principios de los años noventa se ha gestado un

nuevo orden global de la información y de la comunicación.

Este orden emergente ha substituido al antiguo régimen de

la información y la comunicación. Tanto en el fondo como

en la forma es diferente del que reclamaba hace tres

décadas —en los años setenta— el grupo de naciones no

alineadas y del Tercer Mundo, conocido en general como

Nuevo Orden Mundial de la Información y de la

Comunicación (NOMIC). Sin embargo, el nuevo orden de

las naciones industrializadas avanzadas fue el que

evolucionó como una quintaesencia a partir de una serie de

progresos econó-micos, políticos y tecnológicos, que

limitarían y bloquearían las demandas originales

propuestas por el Tercer Mundo.

En segundo lugar, desde el Informe MacBride de la

Comisión Internacional de Estudio de los Problemas de la

Comunicación (CIC) de los años ochenta, el mundo

también ha presenciado otra evolución fundamental: un

deseo, en realidad una búsqueda, de un nuevo orden

cultural que no se limita al simple concepto de

comunicación e información. Este nuevo discurso, que

podría convertirse en un gran debate internacional y

mundial, subordina los conceptos de comunicación e

información al concepto más amplio de cultura y ecología

social. Este discurso parte de la idea

de que aunque los primeros defensores del NOMIC

reconocieron y reorganizaron debidamente la interrelación

entre información y cultura, hicieron de los factores

tecnológicos, económicos y políticos el eje de sus

demandas.

Precisamente en este entorno, las fuerzas culturales han

entrado en juego mundialmente. Dado que las relaciones

internacionales se han expandido en múltiples intereses y

estructuras diferentes —militares, políticos, económicos,

culturales, etc.—, la cuestión de la ecología de la

comunicación, y el entorno sobre el que se establecen las

nuevas estructuras, ocupan un lugar preeminente. Las

luchas ideológicas, religiosas y espirituales de los últimos

años ponen de manifiesto la urgencia y la profundidad de

las fuerzas culturales en las relaciones internacionales. En

pocas palabras, el campo de batalla de la política

internacional ha abandonado el ámbito geográfico,

tecnológico y físico, y ahora se sitúa en los ámbitos

ideológico y cultural, con nuevos agentes e interlocutores.

El debate sobre el NOMIC, que dominó los años setenta,

tenía muchos rasgos fundamentales que ponían de

manifiesto sus puntos fuertes y sus puntos débiles. El

debate era ante todo una cuestión de enfrentaba a norte y

sur, donde Estados Unidos y los países capitalistas eran el

centro de las polémicas. El nuevo orden mundial emergente

incluye hoy día no sólo el Norte y el Sur, sino también el

conflicto y las polémicas dentro del mismo mundo

occidental e industrializado. Otro elemento del debate sobre

el NOMIC era la presuposición de que información era un

término universalmente entendido, cuyo significado era

fruto de una convención, lo que no era cierto. Quizás más

que otra cosa, el debate fue ante todo un proceso político

en plena Guerra Fría entre las dos superpotencias. Hoy, sin

embargo, no sólo encontramos opiniones divergentes sobre

el significado de la información y la cultura, sino también un

desacuerdo sobre la forma de legitimar los recursos

Una nueva lectura del Informe MacBride

Hamid Mowlana

Hamid MowlanaProfesor y director del Programa de Comunicación

Internacional de la Escuela de Servicios Internacionales de

la Universidad Americana (Estados Unidos)

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políticos y económicos.

El debate sobre el NOMIC acarreó asimismo otras

repercusiones políticas, económicas y socioculturales.

Legitimó la comunicación y la información como grandes

áreas de discusión en las relaciones internacionales y

también en las organizaciones internacionales. También

aumentó la conciencia sobre la importancia de la

comunicación y la información en los ámbitos nacional y

local, lo que dio lugar a nuevas coaliciones y también a

opiniones divergentes.

Ni el debate sobre el NOMIC ni el Informe MacBride

trataron suficientemente las cuestiones sobre cultura,

espiritualidad o ética. El primer debate sobre el NOMIC se

centró sobre todo en cuestiones infraestructurales. La

importancia conferida a los aspectos políticos y económicos

excluyó las consideraciones culturales de la mesa de

debate. A raíz de la revolución islámica de Irán a finales de

los años setenta, cuando las cuestiones de cultura

adquirieron más importancia que la tecnología y el nuevo

orden cultural mundial se convirtió en el centro de atención,

se generó un segundo debate. La inclusión de la

cosmovisión islámica no fue objeto de debate hasta finales

de los años ochenta, cuando la ofensiva del Primer Mundo

contra la reivindicación de igualdad del movimiento de los

países no alineados provocó una gran dispersión de los

puntos de vista discrepantes. En la última década del siglo

XX, el declive del grupo no alienado y el hundimiento de la

Unión Soviética habían dejado la voz islámica como

principal contrapeso de Occidente.

Actualmente existen dos ideas poco claras pero visibles

del nuevo orden mundial de la comunicación y la cultura.

Una es la versión oficial y divulgada de Estados Unidos y

una serie de países europeos altamente industrializados

bajo la bandera de la infraestructura nacional de la

información y la infraestructura mundial de la información.

Estas nuevas infraestructuras, ya en funcionamiento,

prevén una economía de mercado sin ninguna restricción,

la globalización de la información por parte de las

multinacionales occidentales dominantes, y coaliciones

militares y geopolíticas constituidas por una serie de

estados que utilizan su poder para controlar al resto. La otra

es la no oficial, menos divulgada, y a menudo un

llamamiento desesperado para un nuevo orden cultural y el

acceso a la información por parte de grupos, naciones y

ciudadanos menos afortunados. La cuestión básica en la

nueva era cultural y de la comunicación reside en quién

posee y controla la producción y la distribución de la

información, con qué propósito y con qué intención y en qué

condiciones y con qué valores.

En resumen, en este espacio de veinte años que ha

pasado desde el Informe MacBride, el mundo de la

información y la comunicación ha cambiado mucho. Se ha

caracterizado, en primer lugar, por un clima de competencia

feroz entre las economías industrializadas de Europa,

Estados Unidos y Japón y, en segundo lugar, por una serie

de acuerdos tecnológicos y financieros, hechos que han

creado el fundamento del nuevo orden global emergente de

la información y de la comunicación, que se centra en las

potencias económicas occidentales. Mientras que el debate

sobre el NOMIC se desarrolló en foros como el comité

espe-cializado sobre información y comunicación de las

Naciones Unidas y la Unesco, el nuevo orden emergente se

examina en escenarios como la Organización Mundial del

Comercio (OMC) y la Organización Mundial de la Propiedad

Intelectual (OMPI). Vinculada a la retórica y la conducta de

la política internacional durante este período encontramos

la prueba convincente de la interrelación de la ideología y la

tecnología y, con ello, un llamamiento directo o indirecto de

los individuos y los estados-nación para una nueva ecología

de la información que se centre en la cultura. Por este

motivo, el debate sobre la información y la comunicación

que empezó hace algunas décadas con el Informe

MacBride no sólo no ha muerto ni ha disminuido, sino que,

en realidad, ha entrado en un nuevo contexto de escala

mundial. Ha creado nuevas alianzas y normas. Este nuevo

orden emergente está sustituyendo al antiguo régimen de la

comunicación internacional por un debate intenso sobre

aspectos culturales e ideológicos que aún está por

construirse.

20Quaderns del CAC: Número 21

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21Tema monográfico: El Informe MacBride, siempre de actualidad

La reivindicación de un Nuevo Orden Mundial de la

Información y de la Comunicación (NOMIC), expresada por

los países no alineados desde mediados de los años

setenta, culminó con la emisión por parte de la Unesco, en

1980, del informe titulado Un solo mundo, voces múltiples,

llamado habitualmente Informe MacBride. El informe se

publicó en un contexto internacional poco favorable,

caracterizado por una guerra fría agonizante pero

exacerbada, y el avance de la ideología neoliberal. La

acogida con simpatía que obtuvo en algunas regiones del

mundo no sirvió para oponerse al ambiente negativo que

terminó por condenarlo al aislamiento. Pasados 25 años,

¿qué nos queda de las propuestas del Informe MacBride?

¿Ha cambiado el orden del mundo informático y de las

comunicaciones? ¿Tiene sentido hoy el proyecto de

renovación del que era portador?

La reclamación de un orden más justo, de intercambios de

información más equilibrados, la exposición de las necesi-

dades de infraestructuras comunicativas de los países del

Sur y la afirmación del derecho a la comunicación

condujeron en un primer momento a los países miembros

de la Unesco a adoptar un Programa Internacional para el

Desarrollo de la Comunicación (PIDC). Pero los posiciona-

mientos bipolares, dirigidos por los imperativos de la guerra

fría, contribuyeron a que algunos países occidentales, con

Estados Unidos a la cabeza, percibieran el NOMIC como

una estrategia de los países del bloque del Este. La crisis

que se produjo en el seno de la organización internacional

alcanzó su paroxismo con la retirada de los EE.UU. en

1984, alegando oficialmente el motivo de la mala gestión.

Un año después de hacerse público el Informe MacBride,

Margaret Thatcher se instala en la dirección del Gobierno

británico y Ronald Reagan llega a la Casa Blanca. Este

Informe de izquierdas, heredero de dos decenios de

protesta y de reivindicación, ve la luz en el momento en que

empieza el potente ascenso de la derecha conservadora

inspirada en las teorías de Friedrich Hayek, relevadas por

los seguidores de la Escuela de Chicago. En Occidente, la

influencia del Informe MacBride es barrida desde el prin-

cipio por una oleada de conservadurismo que reclama en

todo el mundo la libre circulación de ideas y bienes materia-

les, y la desreglamentación —o aún más— la rereglamenta-

ción de las comunicaciones como las del transporte aéreo,

para servir mejor los intereses corporativos de los grandes

grupos multinacionales.

El Informe MacBride proponía un esfuerzo colectivo

inmenso para permitir a los países desfavorecidos

satisfacer su atraso en materia de equipos de información y

comunicación. Aspiraba a la instauración de un sistema de

intercambios más justo y más equitativo, apelando a la

solidaridad humana. La ideología hegemónica de la época

opuso el mercado y el librecambio como soluciones

universales a los males del mundo.

El Informe no fue nunca un best-seller. Sólo tuvo en la

escena internacional una repercusión comparable a la que

benefició al informe Nora-Minc en Francia. Obtuvo, no

obstante, un éxito de apreciación en los círculos

intelectuales y académicos, especialmente en las regiones

desfavorecidas y en algunos países pequeños, sin

demasiada influencia en la gestión de los asuntos

mundiales. En Quebec, por ejemplo, la coyuntura política e

ideológica le ofreció un terreno de acogida más favorable.

El Informe MacBride, siempre de actualidad

Gaëtan Tremblay

Gaëtan TremblayProfesor del departamento de comunicaciones

de la Universidad de Quebec (Canadá), director del Centro

de Estudios e Investigación de Brasil (CERB) y codirector

del Grupo de investigación interdisciplinaria sobre

la comunicación, la información y la sociedad (GRICIS)

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La derecha conservadora no había causado nunca tantos

estragos como en otros países occidentales. La oposición a

la guerra de Vietnam había sembrado las semillas de una

desconfianza tenaz ante los objetivos imperialistas

americanos. Quebec constituyó un terreno fértil para las

experimentaciones de los medios de comunicación con

finalidades de educación popular y de animación social, que

convergían con las nuevas ideas expresadas en el Informe

MacBride. La ideología de la participación, muy difundida

en los entornos académicos, los sindicatos y las

asociaciones, se encontraba en la fase de las aspiraciones

a la justicia social y a la democracia participativa, que

constituían sus fundamentos.

Un informe del ministro de comunicaciones evocaba

también, en junio de 1971, el derecho inalienable de todos

los ciudadanos de Quebec a la comunicación según sus

necesidades culturales, sociales, económicas y políticas, y

la obligación del Estado de dotarse de un sistema moderno

de comunicaciones que le permitiera asumir plenamente

sus responsabilidades hacia la población de Quebec. El

adelanto fue, sin duda, muy progresista. Sin que se sepa

exactamente por qué motivos, el informe anual del

ministerio, a partir de 1972-73, abandona esta formulación

en términos de objetivos y hace desaparecer cualquier

mención al derecho de los ciudadanos a la comunicación.

Se contenta a partir de ese momento con enumerar en un

lenguaje completamente neutro las atribuciones del

ministerio.

¿Se ha engañado el Informe MacBride en su inter-

pretación del estado del mundo y de las tendencias que en

él se manifiestan? ¿Ha fracasado el NOMIC? ¿Han queda-

do obsoletas sus recomendaciones o conservan toda la

actualidad?

El mundo de la información y de las comunicaciones ha

cambiado mucho en un cuarto de siglo. Las innovaciones

tecnológicas se han sucedido rápidamente a partir de

principios de los años ochenta: la microinformática, la

cabledistribución, internet, etc. Hoy resulta fácil reprochar a

los autores del Informe MacBride no haberlo tenido en

cuenta, pero ¿quién podría haberlo contemplado? ¿Qué

valor tienen hoy las previsiones promocionales o proféticas

sobre la ciudad cableada, el colegio invisible, el desarrollo

para la microinformática y otros antojos? Las innovaciones

se han extendido, pero no han comportado las transfor-

maciones sociales, culturales, económicas y políticas

inherentes.

De hecho, el Informe MacBride no se ha equivocado, ha

sido arrinconado. El NOMIC no ha sido un fracaso, nunca

se ha implantado.

Algunos progresos, ciertamente, se han registrado a lo

largo de las últimas décadas. La cadena Al Jazeera y sus

émulas proporcionan ahora otra voz a los países del Sur,

más concretamente al mundo árabe. El acceso a internet,

allí donde se ha expandido, abre nuevas posibilidades de

difusión y de intercambios. Pero, en conjunto, el diagnóstico

aportado por el Informe MacBride conserva desgracia-

damente toda su actualidad. La diferencia entre los países

ricos y los pobres, lejos de suprimirse, se ha agravado aún

más con la difusión de las nuevas tecnologías. Que ahora

se hable de brecha digital, de foso numérico, más que de

intercambios desiguales, no cambia mucho la cuestión.

La Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información

organizada por la ONU ha permitido apreciar el alcance de

la profundidad de este desequilibrio. Si la buena voluntad se

ha manifestado ampliamente en Génova, se han anunciado

oficialmente muy pocos compromisos concretos. La ronda

de Túnez debería de permitir apreciar su gravedad a la

comunidad internacional, y en especial a los países de-

sarrollados, en sus aspiraciones hacia un mundo más justo

y más equilibrado en materia de información y de

comunicación. ¿Se vislumbra un Nuevo Orden Mundial de

la Información y de la Comunicación? Deseamos un futuro

más radiante que el que se le reservó al NOMIC de 1980.

MacBride y sus colegas serán los primeros en alegrarse.

22Quaderns del CAC: Número 21

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23Tema monográfico: El Informe MacBride: su valor para una nueva generación

En 2005 se cumplen 25 años del informe de la Comisión

Internacional de la Unesco de Estudio de los Problemas de

la Comunicación, Un solo mundo, voces múltiples, más

conocido como Informe MacBride. Este informe se elaboró

en un contexto mundial muy distinto al actual. En 1980, la

Guerra Fría ejercía una enorme influencia sobre las alian-

zas geopolíticas y la decisión de ser un país no alineado

partía de esta gran polaridad. El Informe MacBride y el

consiguiente llamamiento a un Nuevo Orden Mundial de la

Información y de la Comunicación (NOMIC) precipitaron la

decisión del Gobierno de Estados Unidos de retirarse de la

Unesco. En una carta del 28 de diciembre de 1983, el

secretario de Estado de la Administración Reagan, George

Schultz, explicaba al director general de la Unesco,

Amadou Mahtar M’Bow, los motivos de la retirada de

Estados Unidos. Schultz concedía la misma importancia a

la mala administración y a “la inyección de objetivos

políticos fuera del alcance de la empresa conjunta” (Schultz

1984, 84). Lo que quedaba claro para todos los que tenían

alguna cosa que ver en la cuestión era que la decisión se

había tomado en nombre de los grandes medios de

comunicación y de los intereses del sector de las

telecomunicaciones de Estados Unidos. Schultz, después

de afirmar que el gobierno de Estados Unidos, “junto con el

pueblo americano en general” (p. 82), creían en la

constitución de la Unesco, decía que “tenemos previsto

utilizar los recursos que dedicamos actualmente a la

Unesco a fomentar otros medios de cooperación” (p. 84).

Esta retirada restó legitimidad a las iniciativas multilaterales

de articulación de principios rectores de los medios de

comunicación globales que no se guiasen exclusivamente

por la lógica del mercado.

La posición ideológica detrás de la decisión de Estados

Unidos se ha mantenido durante muchos años en la política

interior y exterior sobre medios de comunicación de este

país. En 1983 Mark Fowler, presidente de la Comisión

Federal de Comunicaciones de Estados Unidos durante la

Administración Reagan, dijo en un discurso que la televisión

era una “tostadora con imágenes”. Según Fowler, los

gobiernos no debían conceder una consideración ni un

tratamiento especiales a la cultura en general, incluidos los

medios de comunicación, en comparación con otros ámbi-

tos del comercio (Mayer 1983). La lógica que esconde esta

concepción es que los gobiernos no han de intervenir para

modelar o alimentar la cultura y que corresponde al

mercado, únicamente, regir la cultura. No es cierto, sin

embargo, que un gobierno que responde a los intereses de

las grandes empresas sea un gobierno que favorezca

necesariamente un mercado libre y competitivo (Calabrese

2004a). La concepción de mercado era coherente con la

retirada de Estados Unidos de la Unesco, una organización

que se había convertido en un foro de iniciativas

multilaterales para oponerse al dominio en el mercado de

los grandes medios de comunicación sobre la producción y

la distribución cultural. Pese a la resistencia que muchos

países han opuesto al tener que someter las prácticas

culturales a la disciplina de las políticas neo(liberales) o de

mercado del comercio y la inversión, Estados Unidos han

aplicado sin tregua una política exterior de medios de

comunicación precisamente con este objetivo (Calabrese y

Redal 1995). Como Estados Unidos no podían controlar las

recomendaciones de la Unesco, y como ésta (a través del

Informe MacBride) recomendaba posiciones contrarias a

las posiciones ideológicas y los intereses económicos de

Estados Unidos, resulta lógico que éstos actuaran conforme

a lo que afirmó el secretario de Estado, George Schultz, es

El Informe MacBride: su valor para una nueva generación

Andrew Calabrese1

Andrew CalabreseProfesor asociado a la Universidad de Colorado (EE.UU.)

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decir, “buscar otros medios de cooperación”. Si bien Schultz

no anticipó cómo iba a implantarse esta cooperación, los

esfuerzos de Estados Unidos por poner fin a la excepción

cultural dentro de la Organización Mundial del Comercio

(OMC) constituyen una prueba clara de la trayectoria

decidida en la política exterior de los medios de comunica-

ción estadounidense durante los últimos 25 años, pese su

reciente reingreso, aparentemente incongruente, en la

Unesco.

Actualmente, las modernas tecnologías de los medios de

comunicación, particularmente internet y la comunicación

por satélite, se han convertido en la infraestructura que ha

hecho posible un nuevo sistema de mercado mundial y un

nuevo contexto para la difusión de las ideas políticas,

económicas y culturales. Con estos nuevos poderes han

surgido oportunidades para eliminar la pobreza mundial y

una mayor capacidad de los ciudadanos de todo el mundo

de ser testimonios de las violaciones de los derechos

humanos, pasen donde pasen, y de combatirlas. Aparte de

los muchos cambios positivos, no obstante, también hay

peligros que deben evitarse, sobre todo los usos de los

nuevos medios de comunicación para violar la dignidad y la

humanidad de otras personas a partir del engaño público, la

explotación económica, la vigilancia y la represión políticas

y otros abusos de poder.

La decisión de los Estados Unidos de reincorporarse a la

Unesco no debe sorprendernos. Desde 1984, los dirigentes

de la ONU han trabajado diligentemente para que Estados

Unidos regresara al foro, hasta el punto de rechazar el

propio pasado de la organización. Thérèse Paquet-Sévigny,

vicesecretaria general de información de la ONU en 1990,

expresó claramente una posición contraria al NOMIC que

coincidía con la política y la ideología oficial de los Estados

Unidos: “Durante muchos años, el debate internacional

sobre la información y la comunicación no propició ningún

acuerdo sobre un planteamiento común. Sólo me refiero a

algunas de las discusiones, por ejemplo, sobre los

conceptos de un nuevo orden mundial de la información,

que, a los ojos de muchos interlocutores del campo de la

comunicación, han perjudicado los esfuerzos internacio-

nales por construir una sociedad mundial de la información”

(Paquet-Sévigny, citada en Roach 1997, 116). El camino

hacia una sociedad mundial de la información no era ni es

algo que deba construirse de una determinada manera, co-

mo da a entender esta afirmación. Pero a raíz de la retirada

de Estados Unidos, los representantes de la Unesco han

tratado de subordinar las antiguas pretensiones de

liderazgo moral de aquella organización a un liderazgo de

contemporización y conciliación, un cambio en el que se ha

abrazado la visión oficial estadounidense sobre cómo ha de

ser una sociedad mundial de la información. Para el

gobierno de Estados Unidos, y para los gobiernos de otros

países ricos, la labor política para el futuro debe consistir en

diseñar la destrucción creativa de los estados del bienestar

y en redirigir las iniciativas de la política nacional para

construir una sociedad mundial de la información neoliberal

(Calabrese 1997, 1999a, 1999b). Esta labor se ha basado

en un giro intelectual en el pensamiento económico desde

Keynes hasta Hayek. La Unesco se ha ajustado, en cuanto

a la idea de la sociedad mundial de la información, a esta

agenda y ha aceptado un marco ideológico favorable a la

OMC, o cuando menos, no ha mostrado una oposición

significativa. En este contexto, la Unesco no sólo ha perdido

buena parte de su antigua importancia como foro de

deliberación sobre la normativa mundial en materia de

medios de comunicación, sino que ha dejado de ser un

símbolo contra las normas culturales del neoliberalismo.

Ahora que la Unesco ya no conduce el eje del discurso

mundial sobre la normativa de los medios de comunicación,

las iniciativas para desarrollar principios democráticos de

regulación mundial de los medios de comunicación han

tenido que buscar otros foros, como la Cumbre Mundial

sobre la Sociedad de la Información (CMSI).

La CMSI, que se reunió en Ginebra en 2003 y culminará

en Túnez en noviembre de 2005, representó para muchas

personas de todo el mundo, en particular del Sur, una

nueva esperanza para conseguir un progreso importante en

la articulación de normas mundiales y políticas relacionadas

con el ámbito de los derechos de la comunicación. La

creación de normas mundiales, o por lo menos transnacio-

nales, no es un fenómeno reciente, si bien el grado de

participación pública en los foros normativos mundiales va

en aumento. Se ha dicho que esta mayor participación es la

voz de la sociedad civil —aquella parte de la vida social que

muchas veces está separada del estado y del sector

empresarial— en la generación de un discurso público

mundial sobre el futuro de los derechos de la comunicación

y las normativas mundiales que se necesitan para

24Quaderns del CAC: Número 21

Page 26: QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana ... El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis

garantizarlos. Son evidentes los desacuerdos sobre el

grado de unión de la voz de la sociedad civil, dada la

heterogeneidad inherente que caracteriza la historia de la

misma idea de sociedad civil, y dado el amplio abanico de

cuestiones que se trataron en la CMSI bajo la bandera de

aquella idea (Calabrese 2004b). Entre esas cuestiones se

encuentran los derechos de la comunicación de los grupos

indígenas, los trabajadores, las mujeres, los niños y las

personas discapacitadas; la propiedad intelectual; los

medios de comunicación colectivos; el software de código

abierto; el acceso a la información y los medios de

comunicación; la ciudadanía global y muchos otros

(Declaración de la Sociedad Civil 2003). En la CMSI de

Ginebra quedó claro que existía una considerable voluntad

política de crear y mantener una presencia efectiva que

representara a la sociedad civil en un proceso que, en

nombre de la legitimidad, estaba aparentemente abierto a

múltiples interlocutores. Aparte de las cuestiones perma-

nentes sobre la viabilidad, la implantación y el cumplimiento

del plan de acción de la CMSI, uno de los mayores retos de

la representación no gubernamental y no empresarial en

futuros foros normativos mundiales, como la segunda fase

de la CMSI, estará relacionado sin duda con la cuestión de

la sostenibildad: ¿en qué medida será sostenible la

participación normativa por la coalición contingente de la

sociedad civil que se ha unido, con carácter circunstancial,

como respuesta a una cumbre importante? ¿Pueden

mantener la longevidad, la receptividad y la legitimidad sin

las ayudas institucionales y financieras que están al alcance

de las empresas y los grupos comerciales? ¿El poder de la

colaboración en red que ha permitido a esta coalición

reivindicar un espacio legítimo en el proceso de la CMSI,

será un poder que seguirá ofreciendo una plataforma para

que las diferentes voces puedan ser escuchadas y tenidas

en cuenta cuando la cumbre haya terminado?

Han cambiado muchas cosas desde que se publicó el

Informe MacBride, no sólo en la política mundial, sino

también en la comunicación mundial. El año 2005 y la CMSI

no son un punto y aparte en el diálogo mundial sobre el

derecho a comunicar, pero sí que este año es una buena

ocasión para conmemorar el legado político del Informe

MacBride. Pese a las limitaciones geopolíticas que filtraron

las aportaciones de sus autores, éstos tuvieron la previsión

de esperar una especie de globalización que, más allá de

representar divisiones entre los ciudadanos del mundo,

reconociera nuestra humanidad común. Con todos sus

defectos, por los cuales los activistas progresistas de la

comunicación, como es lógico, se han distanciado durante

los últimos 25 años, el Informe MacBride proyecta un

espíritu de optimismo en torno a la idea de que un mundo

mejor es posible, de la importancia de las instituciones

públicas como medio para garantizar la justicia mundial en

el ámbito local, nacional y transnacional, y del valor de la

comunicación mundial como medio de conocimiento,

entendimiento y respeto mutuo. Por estas razones, la nueva

generación de defensores de los derechos de la

comunicación debería celebrar el aniversario del Informe

MacBride y entender la complejidad de su legado.

Notas

1 Andrew Calabrese es profesor asociado de la Universidad

de Colorado. Sus libros y artículos se centran en la política

y la normativa sobre comunicación. Recibió el premio

McGannon de investigación sobre política de la

comunicación y fue becario Fulbright en Eslovenia.

Calabrese dirige la colección “Critical Media Studies:

Institutions, Politics and Culture”, para Rowman y Littlefield,

que recientemente volvió a publicar el Informe MacBride en

conmemoración de su 25º aniversario.

25Tema monográfico: El Informe MacBride: su valor para una nueva generación

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26Quaderns del CAC: Número 21

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27Tema monográfico: Sean MacBride: XXV aniversario de la aprobación del Informe Un solo mundo, voces múltiples

La elección de Sean MacBride, en 1977, para presidir la

Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de

la Comunicación, fue uno de los grandes aciertos del

director general de la Unesco de aquel entonces Amadou

Mathar M’Bow (el otro y ni tan menor -al que quisiera rendir

aquí homenaje- fue el haber puesto a Acher Deleon al

frente del Secretariado redactor/editor del Informe). Sin

mencionar otros detalles de su impresionante curriculum,

MacBride llevaba la doble y merecida aureola de Premio

Nobel de la Paz (1974) y de Premio Lenin de la Paz (1977)

y venía de concluir una exitosa misión de Comisionado de

la ONU en Namibia. Emanaba de su penetrante mirada,

mitad hacia fuera mitad hacia adentro, de su cristalino

inglés y de su francés parisino (su voz puede oirse en

www.nobelprize.org/peace/laureates) la reconfortante fasci-

nación de quien manteniéndose conectado como pocos a

realísimos, grandes y crueles problemas, no renuncia ni por

un instante a la utopía real de una humanidad pacificada ni

desespera de una mediación siempre posible. Sabía y

entendía perfectamente que la comunicación era uno de los

más álgidos problemas de nuestra época, logró montar el

magistral Informe Un solo mundo, voces múltiples en plena

Guerra Fría, y dejó impreso en él el poderoso sello de su

humanitas. El que todos, espontáneamente, lo hayamos

rebautizado El Informe MacBride, da fe de ello.

El hecho de que estemos celebrando el vigésimo quinto

aniversario de su aparición con ánimo de homenaje debido,

responde a la pregunta de su posible impacto. Cientos, tal

vez miles de ponderosos informes internacionales han

pasado en este cuarto de siglo a los archivos, muchos a los

archivos muertos. El Informe MacBride sigue siendo

referencia esencial para cuantos se ocupan de comunica-

ciones, y si bien a veces pudiera resultar más citado que

leído (pero esto sucede también con Clausewicz y los

Evangelios, Maquiavelo o Marx), lo cierto es que ignorar

hoy su existencia entre comunicólogos es lanzar una

nefasta señal de ignorancia y desfase.

Multiples razones explican la supervivencia y lozanía de

este delicado trabajo colectivo. Estimo, a título personal,

que una de las más funcionales fue que el equipo redactor

supo evitar los encandilamientos tecnológicos para ir

directo a la substancia moral, social y política del problema.

No es que falten en él estadísticas y referencias tecno-

lógicas, e incluso prospecciones en buena parte acertadas,

pero en lo medular el Informe evita la tentación futurológica

de contarnos cómo sería el mundo de confirmarse ciertas

tendencias (hoy sería ilegible), para atacar con armas y

pertrechos el milenario tema de la humana relacionalidad

en ámbitos tecnológicos y políticos contemporáneos: su

gran ouverture se titula Comunicación y Sociedad y sus

conclusiones se explayan en temas del género conse-

cuencias sociales, democratización de la comunicación o

cooperación internacional. Invoco pues la misma razón que

hace de la Física de Aristóteles una obra científica

terriblemente demodé, y de su Etica Nicomaquea una obra

moral dramáticamente actual. Al Informe MacBride lo salvó

de la desactualización el haber anclado la comunicación

contemporánea, con sus fulguraciones tecnológicas, sus

estados felones, sus multinacionales prevaricadoras y sus

Guerras Frías, no ya a su devenir tecnológico sino a las

imperecederas interrogantes de la relacionalidad humana,

de la presencia del otro, de la intersubjetividad, de los

derechos del hombre.

Me atrevería a afirmar también que el mejor pensamiento

que piensa hoy comunicaciones lo sigue haciendo, cons-

ciente o inconscientemente, empleando en menor medida

Sean MacBride: XXV aniversario de la aprobación del Informe Un solo mundo, voces múltiples

Antonio Pasquali

Antonio PasqualiProfesor de la Universidad Central de Venezuela y

ex subdirector general de la Unesco para la comunicación

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28Quaderns del CAC: Número 21

vocabularios forjados por diferentes escuelas y disciplinas

(el de la Escuela de Francfort en primer término) y en mayor

medida un vocabulario unesquiano que salió de

documentos para iniciados para ser trasegado urbi et orbi

justamente por el Informe MacBride; basta repasar su

Sumario para convencerse de ello.

Durante el cuarto de siglo recién transcurrido, muchos de

los poderes que en su momento no desearon la aparición

del Informe MacBride no han hecho más que reforzarse,

dando vida a una suerte de mitridatización y de resignación

ante los más estridentes desequilibrios e interferencias

comunicacionales. Pero también las ideas son tercas, y lo

son en la medida de su mayor aproximación a un cierto

ideal de justicia. Por eso recordamos y conmemoramos hoy

una obra que no necesita refrescar laureles porque su

verdadera celebridad ha de venir aún.

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29Tema monográfico: Recuerdo de lo que no fue

Extraño destino el del Informe MacBride: en el momento

mismo de ver la luz, al aprobarlo la Asamblea General de la

Unesco en 1980, comenzó a pertenecer al pasado; estricta-

mente el Nuevo Orden Mundial de la Información y la

Comunicación que el Informe venía a sustentar, no existió

jamás. El amplio escrito de la Comisión Internacional para el

Estudio de los Problemas de la Comunicación, Un solo

mundo, voces múltiples, podía hacer pensar en un canto a la

armonía planetaria y apenas fue un documento bienin-

tencionado de los tantos que producen los organismos

supranacionales. No deberíamos disimular que hemos sido

incapaces de hacer otra cosa: la multiplicación de documen-

tos y declaraciones no lograron reorientar el camino que nos

ha llevado a un mundo cada vez más injusto y cada vez más

violento. Los 25 años de la aprobación del Informe MacBride

pueden ser una buena oportunidad para reflexionar con rigor

sobre nuestro presente y sobre la compleja historia que lo

hizo posible. Como cualquier paradoja, la propuesta puede

resultar inquietante: recordar lo que no fue.

Tal vez haya que aceptar que el llamado NOMIC fue una

necesaria construcción mítica; la manera posible de estable-

cer, en ese momento, un relato ilusorio que daba cuenta de

hechos claramente verificables aunque no fueran tan

explícitas las razones últimas que empujaban a mostrarlos.

El NOMIC agitó a algunos sectores académicos, pequeños

grupos políticos, recortados organismos estatales, paraes-

tatales y no estatales; justificó innumerables reuniones inter-

nacionales y autorizó estructuras burocráticas de diversa

índole; fue bandera desplegada en batallas aparentes: la

guerra (es un decir) se decidía en otros escenarios. Es

posible que el NOMIC haya existido siempre como pasado

porque su retórica se agotó en buenos propósitos para el

futuro; el espejo en el que se miraba sólo reflejaba lo que

debería ser. Se conformó con generalidades que nunca

lograron definirlo con rasgos precisos. Bajo su nombre se

ampararon las más diversas sugerencias y casi nada lo

representaba cabalmente. Innumerables escritos de estudio-

sos de la comunicación hablan de lo que el NOMIC podría

haber sido mientras los desacuerdos entre ellos son insupe-

rables. Para la inmensa mayoría de los investigadores el

tema resulta irrelevante. Los actos conmemorativos, como el

presente, corresponden más bien a una inquietud de colec-

cionistas o de arqueólogos y menos a las exigencias de la

época. Quienes nos sumamos voluntarios al recuerdo, segu-

ramente estamos persuadidos de que en la nostalgia, en ese

dolor por lo perdido, hay una nobleza que reinvindica la me-

moria. Lo opuesto es la irreverencia claudicante del olvido.

Durante más de una década, entre los años 1970 y 1980,

los papeles con que concluían los debates internacionales

sobre comunicación enumeraron y condenaron demostra-

bles injusticias; en tiempos del NOMIC la palabra clave era

desequilibrio y su contraparte, libre flujo de la información.

Casi siempre las conclusiones de esos papeles proyectaban

un horizonte promisorio que, con algún esfuerzo, sería

alcanzable; la creencia de que la historia recorría una

marcha constante hacia el bienestar de los seres humanos

obligaba al optimismo. Algunos quisieron ver en el Informe

MacBride la culminación de una pugna en el que, por fin, los

sojuzgados lograban imponer su voz frente a los poderosos.

“Con el establecimiento de un nuevo orden mundial de la

comunicación –señalaba Amadou-Mahtar M’Bow, director

general de la Unesco– cada pueblo debe poder aprender de

los demás, informándoles al mismo tiempo de cómo concibe

su propia condición y de la visión que tiene de los asuntos

mundiales. Cuando ello se logre, la humanidad habrá dado

un paso decisivo hacia la libertad, la democracia y la solidari-

Recuerdo de lo que no fue

Héctor Schmucler

Héctor SchmuclerProfesor Emérito de la Universidad Nacional de Córdoba

(Argentina)

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dad.” Sean MacBride, el presidente de la Comisión, hombre

de vasta experiencia en los asuntos del derecho cuya figura

parecía resumir la voluntad de autonomía y convivencia

–luchador por la independencia de Irlanda, iniciador de

Amnesty International, premio Nobel y premio Lenin por la

paz– era más cauto en el prólogo que encabeza el Informe:

tras señalar el limitado optimismo con que había comenzado

la tarea y la confianza que fue creciendo por la calidad de la

obra realizada y los acuerdos obtenidos, condiciona su

seguridad: “si los futuros diálogos se rigen por ese mismo

espíritu de buena voluntad, será posible construir un nuevo

orden en beneficio de la humanidad”. No hubo tales diálogos

y más bien sobrevinieron tiempos de rupturas. Es historia

conocida el hostigamiento incesante de algunos países,

Estados Unidos sobre todo, contra las discusiones propicia-

das por la Comisión. Las grandes agencias internacionales

de noticias no cesaron de “descubrir” una confabulación

tercermundista que con el beneplácito del campo socialista

buscaba cercenar el libre flujo de la información. La aproba-

ción del Informe tampoco trajo expresiones de algarabía en

el desordenado Tercer Mundo donde, en nombre de los

pueblos, algunas élites sostenían principios cuya compleja

formulación resultaba ajena al conjunto. Predominó la visión

de que los países postergados eran sólo productos de

enemigos externos y una especie de reafirmada inocencia

siguió encubriendo las duras contradicciones y las perversas

condiciones vigentes en muchos de esos países unificados

en su papel de víctimas. Por su parte, los países socialistas

del bloque soviético, que avanzaban hacia su desaparición,

nunca pudieron abandonar el anacrónico y suicida lenguaje

de impostada tolerancia que repartía bendiciones y conde-

nas de acuerdo a su estrategia de acción en la Guerra Fría.

En América Latina los ecos del debate sobre el NOMIC

fueron más persistentes que en otras regiones. Teorías y

prácticas de comunicación habían penetrado desde hacía

tiempo la historia política y social del continente. No son

frecuentes en otras partes del mundo experiencias de tan

estrecha articulación entre comunicación y acción colectiva

como las que fueron proclamadas y muchas veces ejercidas

en numerosos países latinoamericanos. Estos antecedentes

permiten rastrear algunas de las razones que hicieron

posible en 1976 la Conferencia Regional sobre Políticas

Nacionales de Comunicación convocada por la Unesco en

San José de Costa Rica. El hecho es relevante porque nada

similar volvió a ocurrir en ninguna parte del mundo y porque

provocó una agitada campaña difamatoria por parte de la

Sociedad Interamericana de Prensa. Por otra parte, las

consecuencias del encuentro fueron nulas y los argumentos

conceptuales que le dieron sustento hoy pueden resultar

insostenibles. De cualquier manera, y como en otras partes,

en América Latina la discusión específica sobre el NOMIC

no fue más allá de los límites de algunos institutos especiali-

zados y de sectores académicos o profesionales que coyun-

turalmente contaron con el auspicio de sectores estatales o

de organismos internacionales. Se diluyeron sin huellas

algunos intentos de construir formas autóctonas de

intercambio de información entre naciones: la Agencia

Latinoamericana de Servicios Especiales de Información

(Alasei), la Unión Latinoamericana y Caribeña de Radiodifu-

sión (Ulcra), la Acción de Sistemas Informativos Nacionales

(Asin) apenas quedaron en el recuerdo de algunos y sólo por

una generosa expansión semántica puede resonar el

NOMIC en las diversas iniciativas de comunicación popular

(a veces denominadas “alternativas”) que, aunque debili-

tadas, florecen aquí y allá en el espacio latinoamericano.

El balance, a 25 años del Informe MacBride, ofrece datos

para la decepción y tal vez para la alarma ante ciertas ideas

en las que creíamos –el plural inevitablemente me incluye–

como instrumentos para la construcción de una humanidad

menos desconsolada. El pasado donde creció el NOMIC fue

un momento de ocasional fortaleza de los países del llama-

do Tercer Mundo, con el estímulo del reciente poder adquiri-

do por los productores de petróleo agrupados en la OPEP y

en el fragor de la Guerra Fría que unos años después

concluiría con la hegemonía del capitalismo triunfante. Si por

algo se justifica volver a ese pasado es porque su genea-

logía nos habla de nuestros problemas más inmediatos,

aquellos que aún se abren como preguntas inquietantes:

¿cómo pensar en valores que permitan trascender el ciego

pragmatismo mercantil dominante y, a la vez, la escanda-

losa miseria de un número aterrador de seres humanos?

¿cómo atrevernos a evitar atajos tranquilizantes que, entre

otras cosas, ubican el mal exclusivamente en los otros y

eluden reconocerlo en nosotros mismos? ¿cómo arriesgar-

nos en el irremplazable esfuerzo de indagación que no

deberíamos descartar a los momentáneos vacíos de

seguridades que antes nos ofrecían viejas creencias y viejas

instituciones?

30Quaderns del CAC: Número 21

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31Tema monográfico: Un memento latinoamericano del Informe MacBride: sigue en pie el catecismo de utopías

Nunca antes en la historia de las relaciones internacionales

había llegado la comunicación a ser la causa de una

confrontación entre los países desarrollados y los países

subdesarrollados como la muy grave que ocurrió, a escala

mundial, en la década de 1970. En ese año la Conferencia

General de la Unesco reconoció por primera vez que era

necesario formular y aplicar “políticas nacionales de

comunicación” para normar el desarrollo de este campo de

actividad; autorizó, por tanto, a su Director General, René

Maheu, a apoyar a los estados miembros para que lo

hicieran. Y en esa misma asamblea multigubernamental el

Ministro de Información de la India cuestionó, también por

primera vez, la validez del principio de libre flujo de la

información que la Unesco era responsable de aplicar des-

de su creación. Aunque la importancia de esos dos hechos

no fue advertida entonces, ellos constituyeron el momento

raigal de aquella confrontación.

La mecha del conflicto se encendió en 1973 cuando el Mo-

vimiento de los Países No Alineados instituyó en su Cumbre

de Argel un programa para forjar un Nuevo Orden Interna-

cional de la Economía y adelantó la convicción de que

correspondería hacer después algo semejante en materia

de la información hasta entonces regida sin cuestio-

namiento alguno por aquel clásico principio del “libre flujo”.

El fuego comenzó a avivarse en 1974 cuando la Unesco

llevó a cabo en Bogotá la Reunión de Expertos sobre la

Planificación y las Políticas de la Comunicación en América

Latina. Basada en la definición que de ellas había for-

mulado un consultor latinoamericano por encargo de la

Unesco, la reunión cumplió con excelencia su cometido

primordial de trazar en detalle la agenda y los preparativos

para la Primera Conferencia Intergubernamental sobre Po-

líticas de Comunicación en Latinoamérica y el Caribe que la

Unesco previó en principio para 1975. El informe sobre la

reunión de Bogotá fue repudiado áspera y estentóreamente

por la Asociación Interamericana de Radiodifusión (AIR), la

agrupación continental de dueños de radioemisoras y

canales de televisión comerciales, por considerarlo

gravemente atentatorio contra la libertad de información,

principio que más adelante en la década sería cuestionado

para proponer su reemplazo por el concepto más amplio y

ecuánime de derecho de comunicación. En cualquier caso,

avalaron entonces este pugnaz pronunciamiento los pro-

pietarios de medios impresos agrupados en la también

continental Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

Desde el principio de la misma década del 70, unos años

antes de la irrupción política reclamatoria de los Países No

Alineados, comenzó en Latinoamérica una también

vigorosa insurgencia intelectual que no fue sólo crítica de la

dominación externa sino también opuesta a la dominación

interna. Ésta era la tradicionalmente ejercida en cada país

por minorías conservadoras y autoritarias para perpetuar

sus privilegios económicos, políticos, socioculturales y de

comunicación en desmedro de las minorías depauperadas,

sojuzgadas y soslayadas. Precursora eminente de este

movimiento fue una pléyade académica de comunicólogos

comprometidos con el cambio. La región disponía ya

entonces de alrededor de 80 escuelas universitarias de

comunicación y de centros regionales de enseñanza e

investigación en comunicación como el CIESPAL en

Ecuador, el ILET en México y, algo después, el IPAL en

Perú. Y contaba además, desde alrededor de mediados de

la década, con agrupaciones profesionales de inves-

tigadores, como la ALAIC, y de periodistas, como la FELAP,

con las católicas de radio-televisión, cine y prensa y, un

poco más tarde, con la FELAFACS en el campo docente.Luis Ramiro Beltrán SalmónDefensor del Lector del Grupo de Prensa Líder, (Bolivia)

Un memento latinoamericano del Informe MacBride:sigue en pie el catecismo de utopías

Luis Ramiro Beltrán Salmón

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32Quaderns del CAC: Número 21

Fue por todo ello que Latinoamérica ejerció –según lo

señalaría en 1986 el analista catalán Josep Gifreu– un

“protagonismo ejemplar” en la contienda, particularmente

en el planteamiento de las políticas nacionales de co-

municación. También detentó una posición precursora en la

práctica y en la teoría de la “comunicación horizontal,

dialógica y participatoria” y en la crítica a la investigación

sobre comunicación sujeta a premisas, objetos y métodos

foráneos.

El año 1976 marcó el punto culminante del agrio pleito,

principalmente en virtud de cuatro actividades que cons-

tituyeron hitos en el proceso y llevaron el conflicto en cierto

momento hasta una exacerbación crucial. La primera fue el

Simposio sobre la Información entre los Países No

Alineados que, realizado en marzo en Túnez, constituyó la

formalización de la propuesta para establecer un nuevo

orden internacional de la información; ella llegaría a ser

validada, con el apoyo del Grupo de los 77, por la Asamblea

General de las Naciones Unidas. La segunda, la Confe-

rencia Intergubernamental sobre Políticas Nacionales de

Comunicación para América Latina y el Caribe, auspiciada

por la Unesco en Costa Rica en julio, llegó a cumplir con

bien su cometido pese a la tenaz y agresiva campaña

desatada por múltiples medios en su contra por la SIP en

asocio con la AIR. Por medio de una Declaración y 30

Resoluciones, la conferencia adoptó oficialmente la idea de

promover aquellas políticas y brindó bases concretas para

su formulación y aplicación por consenso social en pro de la

democratización de la comunicación en el plano nacional y

en la esfera internacional. La tercera actividad fue la Quinta

Cumbre de los Países No Alineados, realizada en Colombo

en agosto, la que dio rotunda aprobación al programa para

la instauración del Nuevo Orden Internacional de la

Información. Y la cuarta de esas críticas actividades del 76

fue la Conferencia General de la Unesco, realizada en

Nairobi en noviembre, que vino a resultar el campo de

batalla en que se produjo el choque frontal entre los

contendientes, puesto que los países desarrollados, enca-

bezados por Estados Unidos de América, lanzaron en ella

su contraofensiva para aplacar con firmeza la insurgencia

tercermundista. Tan encendida fue al principio la con-

troversia que se temió que la Unesco sufriera un quebranto.

Pero se llegó a lograr cierto apaciguamiento y a comenzar

negociaciones para forjar conciliación. Indicio inicial de ello

fue la aprobación de dos resoluciones que postularon la

circulación de la información no solamente libre sino

también equilibrada tal como lo habían propuesto los

tercermundistas. Y una evidencia no menos significativa de

esa voluntad de entendimiento fue el mandato de la

Conferencia de Nairobi al director general para crear una

comisión que estudie la situación de la comunicación en el

mundo.

El director general de la Unesco, el senegalés Amadou-

Mahtar M’Bow, cumplió aquel mandato al establecer a fines

de 1977 la Comisión Internacional para el Estudio de los

Problemas de la Comunicación, cuya presidencia

encomendó al irlandés Sean MacBride, Premio Nobel y

Premio Lenin de la paz. Ella fue integrada por 15

personalidades sobresalientes en diversos campos

profesionales, representativas de diversas tendencias y

provenientes de todas las regiones mayores del mundo,

incluyendo Latinoamérica que aportó el concurso del

periodista colombiano Gabriel García Márquez y el del

economista chileno Juan Somavía. Trabajó en ocho

períodos de sesiones a lo largo de algo más de dos años

apoyada por un secretariado especial, sustentada por

numerosos documentos, incluyendo los aportados ex-

profeso por expertos de varios países, y apuntalada por

mesas redondas sobre determinados temas específicos.

“Misión Imposible” llamaron algunos a la de MacBride

quien, sin embargo, hizo la hazaña de forjar consenso entre

los miembros de la comisión que pasó a ser conocida por

su nombre.

Al ser aprobado en octubre de 1980 en Belgrado por la

Conferencia General de la Unesco, luego del esperable

debate polémico, el Informe de la Comisión MacBride vino

a poner epílogo conciliatorio a la ardorosa contienda de diez

años. A despecho de inevitables imperfecciones, constituyó

un singular manifiesto político de temple humanista y con

proyección universal que –basado en una amplia reseña

histórica de la situación de la comunicación en el mundo–

hizo una síntesis propositiva general de medidas para

cambiarla en pro de la equidad, la independencia y la

democracia.

Eso significa que la Comisión MacBride acogió en lo

esencial prácticamente todas las tesis centrales del alegato

reclamatorio del Tercer Mundo. En efecto, su informe

–fruto de ecuanimidad acompañada por prudencia–

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gravemente. La brecha de poderío político, económico,

cultural e informativo entre el mundo desarrollado y el mun-

do subdesarrollado, que ya era enorme a fines de la década

del 70, es ahora de una magnitud que diríase sideral.

Antonio Pasquali lo explica así: “Un solo triunfante modelo

económico, una forma monolítica de concebir la política, un

‘pensamiento único’ reinan ahora sobre el universo mundo.”

Por tanto, ahora más que nunca, aquellos viejos ideales

cobran actualidad. Por lo uno y por lo otro ellos merecen

rescate y justifican reiteración con ajustes, desde luego, a

las nuevas realidades de la era de la globalización que ya

anuncia en estos días la alborada de la sociedad de la

información.

Reunidos en 1981 en Talloires, los dirigentes de prensa y

los grandes empresarios de la comunicación transnacional

declararon prácticamente la guerra a muerte al NOMIC y a

las propuestas contenidas en el Informe MacBride. Ya a

partir de entonces los combatientes latinoamericanos por

esos ideales comenzaron a percatarse de que, aunque los

tercermundistas habían ganado la batalla de la palabra por

los ideales de cambio, mal podrían ganar la guerra en el

terreno de las nuevas realidades. Pocos perdieron de inme-

diato, sin embargo, la voluntad de seguir luchando. Líderes

del movimiento, como el peruano Rafael Roncagliolo, se

empeñarían en brindar “plataformas y banderas” para ello.

En 1982, convocados por las organizaciones latinoame-

ricanas de comunicadores católicos, se reunieron en Embú,

Brasil, comunicadores y religiosos que reiteraron su

compromiso con la propuesta para forjar el NOMIC y se

propusieron acuerparse con organizaciones de base para

seguir promoviendo la formulación de políticas de comuni-

cación. En Quito en 1985 otro grupo similar planteó también

insistir en las políticas y acordó, además, promover entre

las principales organizaciones de la Iglesia Católica de la

región “una seria y profunda reflexión sobre las nuevas

tecnologías de comunicación”. En 1990 una consulta a

expertos auspiciada por el IPAL y la WACC produjo la

Declaración de Lima que, sobre la base de un análisis

crítico de la situación regional a diez años de aparecido el

Informe MacBride, enunció entre sus ideales para la nueva

comunicación a partir del año 2000, la efectiva

democratización de la emisión y recepción de mensajes en

condiciones de verdadera libertad y amplio pluralismo y la

urgencia de habilitar a las sociedades latinoamericanas

33

convalidó conciliatoriamente las reivindicaciones de aquél y

señaló cómo debieran ser atendidas. Endosó claramente la

propuesta de implantar, por negociación entre las partes, un

Nuevo Orden Internacional de la Información y la Comuni-

cación. Enunció para ello once principios, consagrando la

noción del libre y equilibrado flujo de la información en

condiciones de igualdad, justicia y beneficio mutuo,

planteando la eliminación de los monopolios de medios de

comunicación y demandando respeto a la identidad cultural

de cada pueblo y a la libertad de información a fin de

descartar la dominación y la dependencia. También abonó

sin vacilación la propuesta de que los países formulen y

apliquen políticas nacionales de comunicación para normar

el comportamiento de los sistemas y procesos de la misma.

Tomó partido por la democratización de la comunicación

caracterizada por la oportunidad igualitaria de acceso,

diálogo y participación para todos. Destacó la fun-ión social,

el pluralismo y la ética como responsabilidades de los

medios. Recomendó el mejoramiento tecnológico. E

inclusive cobijó la inquietud por avanzar en la configuración

del derecho a la comunicación.

¿Se podía pedir más? Ciertamente que no. Pero los

planteamientos de la MacBride –ente asesor temporal– no

conllevaron ninguna facultad mandatoria sobre nadie. Por

tanto, su aceptación y aplicación quedó librada nada más

que a la “buena voluntad” de los países puesto que, con el

retiro de Estados Unidos de América y el Reino Unido y con

la sustitución del director general M’Bow, la Unesco quedó

inhabilitada para seguir cumpliendo su misión de apoyo al

proyecto. ¿A quién podría sorprender pues que, veinticinco

años más tarde, sea evidente que del dicho al hecho hay

muchísimo trecho? Por obra de múltiples factores,

incluyendo el decaimiento del movimiento no alineado y la

abrumadora insurgencia del neoliberalismo globalizante,

prácticamente casi nada se hizo para lograr que el sueño

proclamado se tornara tangible y feliz realidad.

Pero esa gran distancia entre aspiraciones y logros no

debe llamar a engaño sobre la validez de los ideales

compendiados y proclamados en el Informe MacBride. La

gran mayoría de ellos sigue teniendo vigencia hoy. La tiene

porque, de principio, eran justos, bien fundados y

evidentemente necesarios. Y la tiene, además, porque la

situación que propusieron corregir no sólo que no ha

mejorado sino que ha empeorado grande, vertiginosa y

Tema monográfico: Un memento latinoamericano del Informe MacBride: sigue en pie el catecismo de utopías

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34Quaderns del CAC: Número 21

como productoras y difusoras internacionales de mensajes.

Pronunciamientos algo semejantes hicieron grupos

regionales similares en La Paz en 1992, en Quito en 1993

y en Santa Cruz en 1994, sin contar otros parecidos más

recientes.

El comunicólogo brasileño José Marques de Melo hizo

esta recomendación: “A diez años de su publicación, los

objetivos del Informe MacBride siguen vigentes. Pero la

experiencia de América Latina debe conducir a una

profunda revisión de su búsqueda.” Y en las cercanías ya

del 25 aniversario del trascendental documento, el

comunicólogo mexicano Javier Esteinou Madrid emprende

el examen de cinco elementos del mismo cuyo rescate

considera de “importancia vertebral” en la actualidad: “La

unidireccionalidad de la comunicación, la concentración

vertical y horizontal, la trasnacionalización, la alienación

informativa y la democratización de la misma.”

Por lo visto, pervive en algunos en Latinoamérica el

compromiso con la lucha por el cambio aún en las

extremadamente difíciles circunstancias presentes. Ello

debiera llevar a todas las asociaciones regionales de

investigación, enseñanza y producción de comunicaciones

a establecer cuanto antes un comité de coordinación

interinstitucional. Su mandato sería (1) realizar un estudio

regional de situación, (2) derivar de él una estrategia

operativa, y (3) organizar un congreso multi-institucional

que, analizando el estudio y la estrategia, tome decisiones

para la acción concertada y sostenida por conjugación de

recursos y esfuerzos en lo internacional y en lo nacional.

¿Otra vez la utopía pese a todo? Sí, porque aún tiene

razón el viejo proverbio: “Más vale encender una llamita que

maldecir la oscuridad”.

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35Tema monográfico: Aspectos actuales del Informe MacBride: un punto de vista latinoamericano

Se supone que hoy día, cuando se han “comprimido” el

tiempo y el espacio, todo cambia a una velocidad

vertiginosa. Pero también es mucho lo que permanece,

como la desigualdad, la pobreza de muchos, frente a la

opulencia de pocos. En gran medida, ese es el eje del

diagnóstico que realizó la Comisión MacBride1 para la

Unesco a fines de los setenta y que se publicó en 1980.

Mostraba una realidad informativa y comunicativa inter-

nacional caracterizada por tres principales aspectos, de los

cuales surgía una compleja problemática, difícil de solucio-

nar. Estos tres rasgos, desde mi punto de vista, eran: 1) la

enorme concentración internacional —y al interior de los

países también— de las capacidades para producir, hacer

circular y consumir productos comunicativos; 2) derivado de

lo anterior, una serie de disparidades mundiales, regionales

y nacionales que se tradujeron en una tendencia

predominante hacia lo que en ese tiempo se denominó

circulación en sentido único2; y 3) lo que en aquellos

tiempos llamaban transnacionalización acelerada del sector

(y, de hecho, de los sectores más dinámicos de la

economía mundial), que hoy en líneas generales

denominamos como un rasgo central de la globalización.

Finalmente, el gran problema frente a tal estructura

desigual, fue la necesidad de democratización de la

información en los diversos ámbitos y niveles.

Ante las desigualdades mundiales en la información, la

comunicación y la cultura, desde el seno de la Unesco y en

organizaciones como la de Países No Alineados, surgió el

reclamo por un Nuevo Orden Mundial de la Información y la

Comunicación”, que de hecho correspondía en este campo

al llamado por un Nuevo Orden Económico Internacional.

Esos desequilibrios mundiales, regionales y nacionales,

insinuaron a pensadores en muchas partes del mundo, pero

en particular de América Latina, que había que contrarres-

tar al rejuego irracional de las fuerzas del mercado (en esas

fechas defendido como libre flujo de la información), con

políticas nacionales de comunicación. Desde entonces se

proponían políticas públicas como una vía para contrar-

restar lo inadmisible de las fuerzas ciegas de la oferta y la

demanda. Pero a pesar de lo bien documentados que

estaban los diagnósticos, no fue posible que se cumplieran

las propuestas que circulaban en foros como la Unesco, en

virtud de que finalmente predominaron en el mundo, ya

para los ochenta, las voces de quienes controlaban los

flujos financieros, comerciales y comunicativos, es decir, la

postura por la libre circulación de la información. Lo que

aparecía como la única alternativa al predominio del

mercado en todos los órdenes de la vida social, se

derrumbó simbólicamente con la caída del Muro de Berlín.

Aspectos actuales del informe MacBride:un punto de vista latinoamericano

Enrique E. Sánchez Ruiz

Enrique E. Sánchez Ruizprofesor investigador del departamento de estudios de la

comunicación social, Universidad de Guadalajara, (México)

En resumen, la industria de la comunicación está

dominada por un número relativamente pequeño de

empresas que engloban todos los aspectos de la

producción y la distribución, están situadas en los

principales países desarrollados y cuyas actividades

son transnacionales. La concentración y la transna-

cionalización son consecuencias, quizá inevitables,

de la interdependencia de las diferentes tecnologías

y de los diversos medios de comunicación, del costo

elevado de la labor de investigación y desarrollo, y de

la aptitud de las firmas más poderosas cuando se

trata de introducirse en cualquier mercado (MacBride

et al. 1980: 197).

.

Page 37: QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana ... El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis

36Quaderns del CAC: Número 21

Desafortunadamente, además, tal alternativa aparente, el

socialismo real, se vio demasiado ligado con el autorita-

rismo, cuando no con el control totalitario de la vida social

(incluyendo la información y la comunicación). Durante los

decenios de 1980 y 1990 predominó la ideología neoliberal

y cualquier papel o participación del Estado fue minimizada

o deslegitimada.

El contexto actual es el de un mundo altamente interco-

nectado e interdependiente. Es la globalización, etapa triun-

fante del capitalismo, después del derrumbe del llamado

socialismo real. Un indicador posible de la mayor interco-

nexión e interdependencia actual entre las naciones, lo

constituyen los flujos de comercio exterior. En los últimos 50

años, la tendencia mundial general ha sido hacia la apertura

de mercados. En 1997, el comercio internacional era 14

veces el nivel que tenía en 1950. Esta tendencia se ha

acelerado en los últimos años con el surgimiento de

acuerdos comerciales bilaterales y multilaterales, y bloques

comerciales, como la Unión Europea, el TLCAN (NAFTA),

Mercosur, ASEAN, etc. Los mercados de productos

culturales también se han expandido: Entre 1980 y 1998, el

comercio de bienes y servicios culturales se multiplicó por

cinco (Unesco, 2000a).

Pero los flujos de comercio internacional son desiguales.

En el año 2000 los países de Europa occidental, Norte

América (sin México) y Japón concentraban 64.5% de las

exportaciones mundiales y 69% de las importaciones. El

llamado Grupo de los Siete cubría el 51 y 50%

respectivamente. América Latina y el Caribe participaban

solamente del 5.8% de las exportaciones mundiales y del

5.9% de las importaciones. (WTO 2004)

En América Latina, un balance reciente pone de mani-

fiesto que la pobreza continúa representando un desafío de

enorme magnitud. En 2002 el 44% de la población vivía en

situación de pobreza y el 19,4% en condiciones de indigen-

cia. Además, entre 1999 y 2002, la tasa de pobreza se

elevó en 0,2 puntos porcentuales y la indigencia en 0,9, lo

que equivale, en términos absolutos, a un incremento de 10

y 8 millones de personas respectivamente. (CEPAL 2004,

4).

La desigualdad mundial en riqueza y en el acceso de la

población a los beneficios del progreso se refleja en la

inequidad en el desarrollo de las industrias culturales y en

el acceso diferencial de los ciudadanos a estas fuentes de

entretenimiento, información y educación.

Así, por ejemplo según el Informe Mundial de Cultura de

la Unesco de 2001, en 1998 los países industrializados

publicaban 218 periódicos diarios por cada mil personas,

mientras que las naciones en desarrollo tiraban 40 (el

promedio mundial era de 78 diarios por mil personas).

En un Inventario de Medios de Comunicación en América

Latina que realizó CIESPAL3 durante el decenio pasado, se

desprende una alta concentración en el acceso a los me-

dios, de acuerdo con los niveles de desarrollo de los países.

Así, Brasil y México poseían más de la mitad de los

periódicos y de las estaciones de radio y televisión del

subcontinente.

La desigualdad en el desarrollo de las industrias culturales

se refleja, entonces, en los flujos e intercambios internacio-

nales. El comercio de productos culturales ha crecido

exponencialmente. Entre 1980 y 1998, el valor anual del

comercio de bienes culturales pasó de 95,340 millones de

dólares a 387,927 millones de dólares, de acuerdo con

datos de la Unesco. Sin embargo, la mayor parte de esos

intercambios ocurren entre un número pequeño de países:

en 1990, Japón, Estados Unidos, Alemania y el Reino

Unido daban cuenta del 55.4% de las exportaciones

mundiales. Francia, Estados Unidos, Alemania el Reino

Unido importa-ban el 47% del total mundial. En 1998, China

se sumaba a los dos grupos recién descritos, y en cada

caso, los llamados nuevos cinco grandes concentraban el

53% de las exportaciones y el 57% de las importaciones.

En un estudio de la agencia Media Research &

Consultancy-Spain, sobre la industria audiovisual iberoa-

mericana, se muestra que cinco empresas concentraban

casi el 90% de las exportaciones de cine, video y televisión:

Televisa, Rede Globo, Venevisión, Radio Caracas TV y

RTVE. Las exportaciones de Televisa a su vez repre-

sentaban casi el 50% del total. No obstante, las ventas de

programas al extranjero constituyen todavía un porcentaje

pequeño de los ingresos de estas compañías.

A pesar de la imagen optimista que se ha creado de

Latinoamérica, ya sea como autosuficiente en el plano

audiovisual, o incluso como región exportadora (sobre todo,

de telenovelas), hay investigaciones empíricas recientes

que demuestran que su presencia, por ejemplo en Europa,

es menos que marginal (Biltereyst y Meers 2000). En

realidad, la televisión latinoamericana sigue siendo

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37

importadora neta. Según el estudio recién citado de Media

Research & Consultancy-Spain, aun México, que

concentraba el 50% de las exportaciones de la industria

audiovisual de Iberoamérica, era país deficitario: en 1996

se estima que tuvo un déficit de 158 millones de dólares y

en 1997 de 106 millones de dólares (2.247 millones la

región entera) (MR&C 1997; 1998). Partiendo de datos

guber-namentales, yo calculé que para el mismo año

(1997). México habría tenido un déficit de 22,7 millones de

dólares solamente en la balanza comercial televisiva. Un

87% de las importaciones audiovisuales de Iberoamérica,

provenía de Estados Unidos; 6% de otros países europeos

y 5% de la propia región. Solamente de televisión, el 95%

de las señales importadas vía satélite (U$s 925 millones) y

el 77% de los programas (más de U$s 900 millones),

provenían de Estados Unidos. Una alta proporción de las

señales que se importan se transmiten por televisión de

pago, minoritaria en América Latina.

En el diagnóstico que realizó CIESPAL se encontró que

los intercambios entre países latinoamericanos eran menos

intensos de lo que se suele suponer. Así, del total de horas

de programación importada en los 16 países incluidos, el

62% se originaba en Estados Unidos; de los propios países

latinoamericanos provenía el 30%, mientras que de Europa

y Asia eran respectivamente el 6% y 1,7% . Sin embargo,

es claro que unos pocos países latinoamericanos están

adquiriendo mayor capacidad de producción y exportación,

como Brasil, México, Argentina y, en menor medida,

Venezuela, Perú y Colombia. Una pequeña corrección: en

unos pocos países latinoamericanos, una o dos empresas

han desarrollado la capacidad centralizada de producir y,

en ocasiones de exportar, programas televisivos, de pocos

géneros, en especial telenovelas.

Si bien la tendencia en líneas generales en la televisión

abierta es hacia la disminución de la programación

importada de Estados Unidos, en la televisión de pago, que

se está expandiendo rápidamente entre los segmentos

altos y medios del espectro socioeconómico latino-

americano, siguen siendo muy altas las importaciones.

La expansión y diversificación de nuevas opciones

audiovisuales (televisión digital, todas las modalidades de

TV de pago, DVDs, etc.) está trayendo nuevas demandas

de productos culturales audiovisuales. Los países iberoa-

mericanos deben generar la capacidad para cubrir una

parte importante de esa demanda al interior de cada uno,

a fin de no tener que cubrirla principalmente en los

mercados externos. Para que se genere tal competitividad

externa, se necesita crear un ambiente competitivo interno.

Pero la convergencia que se ha ido dando entre las

tecnologías de información, las telecomunicaciones y los

medios audiovisuales a su vez está trayendo consigo otro

tipo de convergencia, en la forma de grandes fusiones,

adquisiciones y alianzas estratégicas entre corporaciones.

La alta concentración en unas pocas empresas de la

producción y puesta en circulación, junto con la disparidad

en los flujos e intercambios internacionales de productos

culturales, limitan la diversidad y pluralidad de las

manifestaciones culturales que circulan. Por ejemplo, en

Iberoamérica el estudio de las principales empresas de

televisión abierta por nivel de ingresos muestra que las diez

mayores concentran el 70% del total de facturación del

sector. Ya vimos que cinco firmas concentraban el 90% de

las exportaciones a fines del siglo.

¿Cuál es la actualidad del Informe MacBride? Podríamos

concluir este escrito con el párrafo que transcribimos al

inicio, y casi nadie notaría que media un cuarto de siglo de

distancia. La actualidad de la cita con la que comenzamos

este trabajo muestra que, al parecer, en los 25 años

transcurridos no ha cambiado prácticamente nada en la

estructura básica de la comunicación en el mundo.

Notas

1 Comisión Internacional sobre Problemas de Comunicación.

2 O flujo unidireccional, (one way flow). Cabe aclarar que la

expresión en realidad soslayaba que desde esos años se

encontró en las investigaciones empíricas que la

sustentaban que también ocurrían flujos regionales, en

razón de ciertas afinidades lingüísticas y culturales.

3 Centro Internacional de Estudios Superiores de Periodismo

para América Latina y el Caribe, de la Unesco.

Tema monográfico: Aspectos actuales del Informe MacBride: un punto de vista latinoamericano

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38Quaderns del CAC: Número 21

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39Tema monográfico: 25 Años del Informe MacBride: experiencia y perspectiva asiáticas

Antes de la publicación del Informe MacBride Un solo

mundo, voces múltiples en 1980, Asia ya había comenzado

a reivindicar la existencia de una voz asiática en el ámbito

de la comunicación internacional. Estas reivindicaciones

fueron adquiriendo más importancia a partir de la década de

1970, a medida que los países asiáticos empezaban a

ganar cierto reconocimiento internacional en la esfera

económica. En este contexto se creó la Comisión MacBride,

como respuesta a la creciente preocupación de los

países del Tercer Mundo, que exigían una evaluación de la

situación y un nuevo orden mundial de la información.

El Informe MacBride proporcionó a los medios de

comunicación asiáticos un impulso importante para

reivindicar una voz asiática y unas condiciones de igualdad

en relación con sus homólogos occidentales. Entre los

países de Asia empezaba a aflorar una nueva conciencia

de conservación de las identidades culturales propias y de

una participación justa en el flujo mundial de información.

Algunos países asiáticos reaccionaron con la imposición de

restricciones, a menudo a través de mecanismos políticos,

para regular la circulación de información transfronteriza.

Estas políticas de protección se justificaron con el

argumento de conservar los rasgos distintivos de la cultura

del país, la armonía religiosa, o la identidad nacional.

La exigencia de contar con una voz asiática y de

establecer una agenda propia del sector de los medios

de comunicación quedó enmarcada en el debate sobre los

valores asiáticos que se inició en la década de 1970.

Los defensores de estos valores reivindicaban el derecho

de interpretar desde la perspectiva asiática los conceptos

de democracia, derechos humanos y libertad de prensa. De

esta forma, se estimulaban los valores asiáticos como

instrumento de la lucha ideológica contra la dominación y el

control occidentales en la era de la globalización. Si bien el

debate sobre los valores asiáticos se fue diluyendo durante

la década de 1990, sobre todo después de la crisis

económica asiática de 1997, se había logrado crear un foro

político que ayudaba a los asiáticos a resistir la hegemonía

ideológica impuesta por Occidente.

Actualmente, Asia (y el mundo) es extremadamente

diferente a la de hace 25 años, cuando se publicó el Informe

MacBride. En este tiempo hemos presenciado la aparición

de los llamados pequeños dragones de Asia oriental, la

desintegración de la Unión Soviética, el final de la guerra

fría, la crisis económica asiática de 1997 y, lo más impor-

tante de todo, la apertura y el crecimiento de China. Todos

estos fenómenos se han producido en una época en la que

las nuevas tecnologías de la información y la comunicación

han ido emergiendo, extendiéndose y, finalmente,

cambiando el panorama comunicativo tanto en el ámbito

personal como mundial. Hoy día, la mayoría de países ha

conseguido avanzar con rapidez en las infraestructuras

comunicativas internas, lo que contribuye a que la

información circule más libremente entre los países y entre

los medios de comunicación.

Con esto no pretendemos afirmar que Asia se encuentre

hoy libre de la dominación de los medios de comunicación

occidentales. Las nuevas tecnologías de la información son

un arma de doble filo, y el hecho de que la información

pueda circular más libremente beneficia a todas las partes.

Si bien es cierto que algunos países han sabido aprovechar

mejor estos beneficios para crear una sociedad rica en

información, otros se han visto obligados a abrir las

Eddie C. Y. Kuo y Xu XiaogeProfesor y profesor adjunto de la Facultad de

Comunicación y de Información de la Universidad

Tecnológica de Nanyang (Singapur)

25 Años del Informe MacBride: experiencia y perspectiva asiáticas

Eddie C. Y. Kuo y Xu Xiaoge

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40Quaderns del CAC: Número 21

fronteras para que entraran flujos de información

procedentes de fuentes externas —algunas convenientes,

pero otras no tanto.

La realidad indica que las redes mundiales de televisión

como la BBC y la Central News Agency (CNA) siguen

siendo las principales fuentes de información mundiales,

también para los países asiáticos. Aún hoy se informa de la

mayoría de hechos que suceden en Asia (y en el mundo)

desde una perspectiva eminentemente occidental —y

norteamericana en el caso de la CNN. El flujo informativo (a

través de películas, revistas, diarios, libros, software

informático, bases de datos, y conferencias y seminarios

internacionales) sigue dominado por Occidente.

No obstante, resulta indicativo el hecho de que estas

redes globales hayan considerado necesario localizar las

noticias relacionadas con Asia concediendo un papel más

destacado a los periodistas asiáticos, así como informar

sobre noticias y hechos —y analizarlos— desde un punto

de vista asiático o local. Este hecho se suele denominar

glocalización, y se refiere a la necesidad de localizar dentro

del contexto de la globalización.

Mientras, los medios de comunicación asiáticos han

ampliado su presencia en la región asiática primero, para

salir después a la palestra mundial de los medios de

comunicación. Los principales diarios de las capitales

asiáticas empiezan a destinar periodistas o enviados

especiales a otras ciudades importantes no sólo de Asia

sino de fuera del continente. Las cadenas de televisión

asiáticas más importantes (las de Japón, China, Hong

Kong, la India y Singapur), aunque aún no se encuentran en

situación de competir con la BBC y la CNN, figuran ya

entre las cadenas que informan de los principales

acontecimientos mundiales, desde los juegos olímpicos

a las guerras o las grandes catástrofes naturales. Estas

cadenas aportan noticias y análisis de los hechos desde

una perspectiva asiática/nacional. Cada vez se escuchan

con más atención las voces de Asia. La circulación de

la información entre los mismos países asiáticos también

ha mejorado gracias a los datos compartidos y al

intercambio de información. Estos movimientos han

contribuido a equilibrar la balanza del flujo informativo que

entra y sale de Asia. Si comparamos la situación de hoy

con la de hace 25 años, podemos afirmar que la ten-

dencia nos permite ser optimistas, aunque la situación diste

mucho de considerarse satisfactoria.

Pese a lo que se ha conseguido en los últimos 25 años, la

batalla contra el desequilibrio del flujo informativo continúa.

Si bien la nueva conciencia y los esfuerzos dedicados tanto

por parte de los medios asiáticos como por parte de los

medios mundiales son muy loables, la lucha no termina

aquí. En previsión del aumento de la influencia de los

países asiáticos, especialmente China y la India, aún

tenemos motivos para ser optimistas en el escenario

mundial. En la medida en que los países asiáticos sigan

fortaleciéndose en términos económicos y políticos, y en la

medida en que Asia cuente como mercado potencial por su

enorme bolsa de población, podemos esperar un trato justo

de los medios de comunicación de todo el mundo con Asia.

Estaremos más cerca del nuevo orden mundial de la

información con Un solo mundo, voces múltiples.

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41Tema monográfico: Las contradicciones de las sociedades de la información

Cuando hablamos del fomento de unas sociedades de la

información provechosas y participativas, podemos afirmar

que el progreso tecnológico —retórico y práctico— y las

propuestas reguladoras no se encuentran hoy mejor

alineadas de lo que lo estaban hace 25 años cuando se

publicó el informe pionero de la Unesco Un solo mundo,

voces múltiples1. Aún hoy, persisten muchas de las mismas

contradicciones, si bien con otras formas, que se pusieron

de relieve en el Informe MacBride. Hemos vivido cambios

importantes en el ámbito de la tecnología, el debate de la

globalización ha subsumido la cuestión de la

transnacionalización, y se reconoce explícitamente la

existencia de un abanico más diverso de público de interés.

A pesar de todo, las aspiraciones de conseguir que la

“comunicación” o las “sociedades de la información”

evolucionen en beneficio de todos son aún difíciles de

alcanzar.

El Informe Un solo mundo, voces múltiples representó la

culminación de años de debate sobre la necesidad de

promover un Nuevo Orden Mundial de la Información y de

la Comunicación (NOMIC). Se insistió muy especialmente

en el proceso comunicativo como medio para difuminar el

poder y reducir las desigualdades. El entorno informativo y

comunicativo del futuro se preveía con bastante presciencia

y se afirmaba que “las decisiones fundamentales para forjar

un futuro mejor para los hombres y mujeres de todo el

mundo, tanto de los países en desarrollo como de los

países ricos, no radican principalmente en el sector del

desarrollo tecnológico: radican esencialmente en las

respuestas que cada sociedad da a los fundamentos

políticos y conceptuales de desarrollo” (se ha añadido la

cursiva para enfatizar esta parte) (CIC 1980, 12-13).

El informe insistía en la necesidad de atacar los problemas

más profundos del proceso de desarrollo. En el idioma de

finales de la década de 1970, los principales problemas y

las tendencias que más preocupaban incluían el potencial

para la extensión de la dominación cultural como resultado

de una única vía o circulación vertical de la información y la

comunicación, la intensificación de la industrialización de la

comunicación y las consecuencias de la preponderancia de

los mercados. Se admitió que “los temas del desequilibrio y

la dominación constaban entre los más discutidos en las

primeras rondas del debate mundial sobre comunicaciones”

(CIC 1980, 164). Hoy la situación no ha cambiado.

Actualmente conocemos nuevas expresiones de desequi-

librio y dominación respecto a la sociedad de la información,

y también sigue existiendo una gran “necesidad de

desarrollo de formas críticas de educación […] y de

promoción de la capacidad de las personas de elegir de

forma más exigente entre los diferentes productos del

proceso comunicativo2”. El NOMIC se concibió como un

marco conceptual abierto que presuponía una nueva

distribución de los recursos de acuerdo con los derechos y

las necesidades de los pobres. Aunque se redactó a finales

de la década de 1970, los autores del informe también

previeron la aparición de algo parecido a internet: “resulta

verosímil imaginar […] un tejido de redes de comunicación,

formado a partir de unidades autónomas o semiautónomas,

descentralizadas” (CIC 1980, 12). También afirmaron que

las contradicciones de la sociedad podrían comportar la

creación de redes de ordenadores que reforzarían los

valores de jerarquía, centralización, control social, todo

acompañado de más desigualdades. Como contrapeso a

estos progresos, los autores reivindicaban una declaración

Robin MansellProfesora del departamento de periodismo y comunicación

de la London School of Economics and Political Science (UK)

Las contradicciones de las sociedades de la informa-ción

Robin Mansell

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42Quaderns del CAC: Número 21

de la ONU que consagrara el derecho a comunicar3.

Comprendieron que los problemas de su tiempo sólo se

podrían resolver invirtiendo un gran esfuerzo que implicaría

la adopción de medidas para promover la cooperación

internacional, el fomento de las alianzas para el desarrollo,

y la puesta en marcha de los mecanismos internacionales

para alcanzar estos objetivos.

Durante estos años pasados las tecnologías de la

información y la comunicación (TIC), también internet, han

penetrado con fuerza en las vidas de las personas que

disponen de los recursos suficientes. Demasiados

aspectos, no obstante, siguen igual. Las contradicciones

subyacentes que impiden que se reduzcan sin más dilación

las divisiones y las diferencias dentro de las sociedades de

la información de hoy, se encuentran aún bien instaladas

entre nosotros.

Aparentemente ha habido un cambio importante en el dis-

curso. El NOMIC se llama hoy sociedad de la información.

La Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información

(CMSI) de 2003 elaboró una declaración que empezaba

con una visión común de la sociedad de la información.

Esta declaración enfatiza los aspectos de información y de

cono-cimiento más que los del proceso comunicativo, pero

sin embargo conserva todavía muchas reminiscencias del

lenguaje utilizado en el Informe MacBride. La visión común

supone:

“... el deseo y compromiso de todos por construir una

sociedad de la información centrada en las personas,

inclusiva y que otorgue importancia al desarrollo; donde

todo el mundo pueda crear, acceder, utilizar y compartir

información y conocimiento; que permita a las personas, las

comunidades y los pueblos desarrollar plenamente su

potencial con el fomento del propio desarrollo sostenible y

la mejora de la calidad de vida, sobre la base de los

objetivos y los principios de la Carta de las Naciones

Unidas, y que respete plenamente y defienda la

Declaración Universal de los Derechos Humanos4”.

La declaración equipara las TIC con el fomento de los

objetivos de desarrollo de la Declaración del Milenio5 y

reitera que “todo el mundo tiene derecho a la libertad de

opinión y de expresión”. Afirma que “la comunicación es un

proceso social fundamental, una necesidad humana básica

y el fundamento de toda organización social. […] Todo el

mundo, en todas partes, debería tener la oportunidad de

participar y nadie debería quedar excluido de los beneficios

que ofrece la sociedad de la información”.

La declaración de la CMSI, así como el plan de acción que

de ésta se deriva, considera importante la necesidad de

cooperación internacional y regional, la promoción del

acceso universal y la reducción de la brecha digital, las

prioridades, las asociaciones entre entes públicos y

privados, y las TIC dominantes dentro de la labor de las

organizaciones. Se espera alcanzar algunos objetivos de

cara al 2015, pero casi todos se centran en las TIC más que

en el proceso comunicativo en sí mismo. Para ser más

exactos, en el texto del Plan de Acción se hace alusión a

temas relacionados con la comunicación como la creación

de capacidades, el fomento de la confianza, el estable-

cimiento de un entorno legal e institucional adecuado, la

diversidad cultural y la identidad, la diversidad lingüística y

los contenidos locales, los medios de comunicación, y las

dimensiones éticas de la sociedad de la información.

No obstante, el estudio de algunos asuntos sin resolver,

una vez finalizada la CMSI en diciembre de 2003, deja

entrever que las contradicciones abordadas por los autores

del Informe MacBride siguen estando presentes, cuando

menos en dos áreas clave: financiación y administración.

En cuanto a la financiación, el plan de acción de la CMSI

establecía una agenda de solidaridad digital con la

intención de “movilizar los recursos humanos, económicos

y tecnológicos para incluir a todos los hombres y mujeres en

la emergente sociedad de la información”. Se creó un grupo

de trabajo para que estudiara los posibles mecanismos de

financiación y la viabilidad de crear un fondo de solidaridad

digital voluntario —que, en realidad, ya se ha creado.6 En

el informe que elaboró a finales de 2004, no obstante, el

grupo de trabajo observa que la financiación “se tendría que

considerar en el contexto de la financiación disponible para

un abanico más amplio de agendas y objetivos de

desarrollo. […]” (CIC 1980, 10-11).7 Exige una mejora de la

coordinación entre sectores e instituciones, más asocia-

ciones de los distintos grupos de interés, un mayor énfasis

en la financiación interna, el apoyo del sector privado para

los programas y contenidos importantes en el ámbito local,

el refuerzo de las capacidades para garantizar los fondos y

para utilizarlos con eficacia, y el fomento de las

contribuciones voluntarias por parte de los consumidores.

A pesar de todo, por lo que respecta al fondo de

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solidaridad digital, parece ser que el “grupo de trabajo

consideró que no se encontraba en condiciones de evaluar

su papel entre los diversos mecanismos económicos de las

TIC” (CIC 1980, 13). De nuevo, parece que dejaremos

escapar la oportunidad de hacer un esfuerzo enorme, como

recomienda el Informe MacBride. La carga económica de

los proyectos más importantes, con sus prioridades

competitivas, recaerá sobre los países y el conjunto de la

comunidad que se dedica al desarrollo. De la misma forma

que el Informe MacBride afirmaba que la financiación

(aranceles) era un elemento de una tríada de temas

cruciales que habría que resolver para corregir las

desigualdades de ese momento, la financiación en términos

de aranceles o precios en la comunicación sigue

desfavoreciendo a las regiones o los países más pobres.

Ésta es la realidad pese a las décadas de dedicación a este

asunto a través de la liberalización y otras políticas

similares. Los convenios de financiación siguen perjudi-

cando el fomento de una comunicación participativa en los

países pobres.

La segunda área de lucha es la administración. En vista

de la controversia se creó un grupo de trabajo sobre la

gobernanza en internet para que investigara y efectuara

propuestas de actuación en el ámbito de la administración

de Internet.8 Se espera que el grupo publique un informe en

2005 en el que tratará las implicaciones de la comerciali-

zación de internet en el marco de la globalización. También

presentará propuestas para conseguir una distribución de

los recursos más justa que permita el acceso a todo el

mundo, y para fomentar unos contenidos estables, seguros,

multilingües y diversos. En este sentido, existen

contradicciones importantes entre los intereses de quienes

defienden una gestión del sector privado en el proceso de

gobernanza, y quienes ven con mejores ojos un papel de

los gobiernos o de los agentes de la sociedad civil.

Como sucedía en la época del Informe MacBride, el

problema radica en la escasez de recursos. Los autores del

Informe MacBride alertaban sobre el tema de la equidad en

la distribución del espectro de frecuencias radiofónicas —un

recurso escaso que exigía un tratamiento justo para poder

promover la participación de todos en el entorno

comunicativo. La escasez de hoy, en cuanto a los nombres

de dominio de internet y como resultado de los intentos por

proteger la información, hace que surjan fuertes tensiones

entre todas las partes interesadas en el futuro de la

administración de internet. Es importante conocer las

consecuencias que acarrearán los resultados que se

obtengan de las deliberaciones en este tema.

Las contradicciones en los asuntos de financiación y

gobernanza responden claramente a cuestiones

económicas y persisten entre aquellos que pretenden sacar

provecho de las sociedades de la información y aquellos

que apuestan por unas sociedades de la información

coherentes con la reducción de la pobreza mundial y por un

entorno comunicativo que promueva la dignidad y el

respeto de las personas. Hasta que no se reduzcan estas

contradicciones, la brecha o división digital actual seguirá

existiendo. Ésta es la realidad a pesar de los grandes

cambios. Actualmente, no obstante, tanto los medios

convencionales como los alternativos que tenemos al

alcance nos ofrecen un potencial para la diversidad y la

elección, aunque parece poco probable que esta realidad

pueda llegar a todo el mundo sin que se invierta un gran

esfuerzo para favorecer los intereses de los sectores que

todavía se encuentran excluidos a causa de la pobreza.

43Tema monográfico: Las contradicciones de las sociedades de la información

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Notas

1 Comisión Internacional de Estudio de los Problemas de la

Comunicación (1980/2004) Many Voices, One World –

Towards a New, More Just, and More Efficient World

Information and Communication Order- The MacBride

Commission, primera publicación a cargo de la UNESCO,

Lanham NJ: Rowman & Littlefield Publishers.

2 En todo el texto del Informe MacBride se hacia referencia

como “él” o “a él”, aunque se hacía hincapié en el tema del

género en algunos apartados. La cita es de la p. 29.

3 Como lo formula L. S. Harms en: An Emergent

Communication Policy Science: Content, Rights, Problems

and Methods, Universidad de Hawái. Véase también

www.righttocommunicate.org/viewDocument.atm?sectionN

ame=rights&id=36.

4 Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información

(2003), «Declaración de Principios – Construir la Sociedad

de la Información: un desafío global para el nuevo

milenio», 12 de diciembre.

www.itu.int/dms_pub/itus/md/03/wsis/doc/S03-WSIS-DOC-

0004!!PDF-E.pdf.

5 www.un.org/millenniumgoals/

6 www.dsf-fsn.org/en/15c-en.htm

7 El informe del grupo de trabajo sobre los mecanismos de

financiación de las TIC para el desarrollo (2004), Financing

ICTD, resumen ejecutivo, http://www.itu.int/wsis/tffm/final-

report-executive-summary.doc.

8 www.wgig.org/About.html

44Quaderns del CAC: Número 21

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45Tema monográfico: Un hito en el gran debate mediático

Desde mi punto de vista, el Informe MacBride constituye un

hito en la historia. Considero que no fue fundamentalmente

un ejercicio científico para descubrir el estado de la

comunicación en el mundo sino, sobre todo, un ejercicio

político de evaluación de las fuerzas socioeconómicas del

mundo en aquella época.

Mi análisis del informe se centra en el contexto de lo que

se conoce como el gran debate mediático de las últimas

tres décadas y media (Nordenstreng 1999. Véase también

Gerbner et al. 1993). Retrospectivamente, el debate ha

pasado por cinco grandes fases con distintos hitos que se

indican a continuación:

1) 1970-75. Ofensiva descolonizadora• la idea de imperialismo informativo

• el concepto de un nuevo orden internacional de la

información

2) 1976-77. Contraataque occidental• creación del Comité Mundial de la Libertad de Prensa

• aplazamiento de la Declaración de la Unesco de

Nairobi sobre los Medios de Comunicación de Masas

• propuesta de un Plan Marshall de telecomunicaciones

3) 1978-80. Tregua• adopción de la Declaración sobre los Medios de

Comunicación de Masas de la Unesco

• trabajo e informe de la Comisión MacBride

• consenso sobre el concepto de un Nuevo Orden

Mundial de la Información y de la Comunicación

(NOMIC)

• establecimiento del Programa Internacional para el

Desarrollo de la Comunicación (PIDC)

4) 1981-90. Ofensiva occidental• conferencia "Voces de Libertad" en Talloires

• retirada de Estados Unidos y del Reino Unido de la

Unesco

• remoción del director general de la Unesco, M’Bow

• muerte del concepto de NOMIC

5) 1991- . Globalización • mercados globales frente a excepción cultural

• sociedades multinacionales frente a sociedad civil

global

El Informe MacBride se sitúa en medio de esta cronología,

cerca de la Declaración sobre los Medios de Comunicación

de la Unesco. En realidad, la idea de una comisión

internacional que estudiara los problemas globales de la

comunicación surgió del punto muerto político en el que se

hallaba la Unesco a mediados de la década de 1970,

cuando trataba de redactar una declaración sobre los

"principios fundamentales que rigen el uso de los medios de

comunicación de masas en el refuerzo de la paz y la mejora

del entendimiento internacional, así como en la lucha contra

la propaganda de guerra, el racismo y el Apartheid". Tal y

como se documenta en el libro que publiqué sobre la

declaración (Nordenstreng 1984, 20 y 112), el entonces

director general de la Unesco, Amadou-Mahtar M’Bow,

sugirió como vía para evitar una crisis política la creación de

un "grupo de observadores objetivos" que se reunió en

1976 durante la XIX Conferencia General de Nairobi, a

consecuencia, básicamente, de los crecientes desacuerdos

respecto a la competencia de la Unesco para establecer

principios normativos para los medios de comunicación. Kaarle NordenstrengProfesor de la Universidad de Tampere (Finlandia)

Un hito en el gran debate mediático

Kaarle Nordenstreng

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Un instrumento paralelo que contribuyó a evitar un punto

muerto en Nairobi fue la idea de crear un fondo internacio-

nal para las infraestructuras comunicativas de los países en

desarrollo. Se trataba de una iniciativa conjunta de países

con un desarrollo medio, en particular Túnez, y destacados

países occidentales que ofrecían asistencia material a los

otros en una especie de "Plan Marshall de las Telecomuni-

caciones". La oferta de Occidente estuvo encabezada por la

Administración del presidente norteamericano Jimmy

Carter, que adoptó un cambio estratégico pasando del

jarabe de palo a la zanahoria con la intención de que los

países en vías de desarrollo abandonaran las posturas

militantes y, por tanto, "cambiaran la ideología por la

cooperación". Posteriormente, este intercambio diplomático

comportó el establecimiento del Programa Internacional

para el Desarrollo de la Comunicación (PIDC) en la Unesco

(véase Nordenstreng 1984, 16-22; 1999, 244-245).

En consecuencia, la creación de la Comisión MacBride fue

esencialmente una maniobra para minimizar el impulso

antiimperialista del movimiento de los Países No Alineados

y neutralizar los intentos para que el sistema de Naciones

Unidas estableciera unas normas para los medios de

comunicación. Desde la perspectiva política de Occidente,

este impulso suponía una amenaza muy grave porque el

Sur político contaba con el apoyo empático del bloque

político del Este liderado por los soviéticos. Seguramente

había también idealistas, como el propio Sean MacBride,

para quienes la Comisión representaba una búsqueda

genuina para descubrir los problemas mundiales de la

comunicación, aunque los motivos principales y las fuerzas

decisivas daban la razón a los realistas, entre quienes se

contaba M’Bow, y que consiguieron un acuerdo entre el

Occidente capitalista, el Este socialista y el Sur no alineado.

Se alcanzó un compromiso —una tregua en una guerra

informativa— a finales de la década de 1970,

principalmente gracias a la distensión Este-Oeste y a la

crisis del petróleo, a la que se mostraban favorables los

estrategas occidentales que preferían la zanahoria al jarabe

de palo.

A pesar de todo, el equilibrio de las fuerzas mundiales

cambió drásticamente poco después de la publicación del

Informe MacBride. La elección de Ronald Reagan como

presidente a principios de 1981 propició un cambio de Es-

tados Unidos en la forma de aplicar la política del poder

desde el multilateralismo al unilateralismo, con una relativa

debilitación de la URSS y del movimiento de los países no

alineados. A la tregua de los años setenta siguió una nueva

ofensiva occidental en los ochenta. En esta fase, todos los

elementos de compromiso que antes se habían considera-

do muy valiosos y honorables caducaron de golpe e incluso

se transformaron en factores de riesgo. Por eso M’Bow

perdió su trabajo y el NOMIC se convirtió en un tabú en la

Unesco.

En un contexto más amplio del escenario político occi-

dental, la Unesco era considerada como una carga, motivo

por el cual la Administración Reagan decidió que Estados

Unidos abandonaran la organización, ejemplo que siguió el

Reino Unido de Thatcher. En este punto hay que poner de

relieve el hecho de que las salidas norteamericana y bri-

tánica de la Unesco no se debieron fundamentalmente al

NOMIC, a MacBride ni a M’Bow. El motivo real de la retirada

respondía a un alejamiento estratégico del multilateralismo:

una advertencia a la comunidad internacional de que las

principales potencias occidentales no perderían las

votaciones por culpa del resto de países del mundo. Como

manifestó un antiguo vicesecretario de Estado de la Admi-

nistración Carter: "La Unesco fue la Grenada de Naciones

Unidas", un objetivo pequeño pero relativamente asequible

para demostrar lo que se puede llegar a hacer a mayor

escala si no se respetan los intereses de la gran potencia.

Visto así, el comportamiento de la Unesco después de

M’Bow —tanto en la comunicación como en otros

sectores— dista mucho de lo que podría considerarse ho-

norable. La organización no sólo dejó de apoyar la posición

estratégica del Sur y del Este, sino que hizo todo lo posible

por acercarse a Occidente —también a Estados Unidos, un

país que no era miembro de la organización— por ejemplo

con el intento de censurar un libro que exponía el cambio de

sentido adoptado por la Unesco en temas relativos a los

medios de comunicación (Preston et al. 1989). En parte,

esta cultura de la década de 1980 favoreció que el Informe

MacBride, como el NOMIC, fueran considerados política-

mente incorrectos.

Así, antes de intentar evaluar el impacto del Informe

MacBride resulta fundamental entender su naturaleza: las

condiciones históricas que propiciaron la creación de la Co-

misión en primer lugar, y el contexto en el que se preparó el

Informe. A partir de ahí, podemos plantearnos la siguiente

46Quaderns del CAC: Número 21

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cuestión: ¿logró el informe descubrir y analizar el mundo de

la comunicación?

Mi valoración del informe justo en el momento de su

publicación, en 1980, era bastante negativa. Me adherí a un

grupo de estudiantes de comunicación que produjeron al

instante un conjunto de trabajos críticos sobre el informe

(Hamelink 1980). En una lectura crítica (Nordenstreng

1980), se puede afirmar que el informe trataba la historia de

la comunicación de forma aislada, sin incluirla en el

contexto de los desarrollos fundamentales en el ámbito

social y global; la noción de "un solo mundo" no contenía

ningún retrato coherente del mundo (ni del de ayer, ni del de

hoy, ni tampoco del de mañana) sino más bien una imagen

abstracta envuelta de un número de fenómenos y debates

más o menos inconexos; la forma en que presentaba los

"problemas cruciales que debe afrontar la humanidad de

hoy" resultaba práctica porque eliminaba cualquier

controversia teórica o política, pero fue contraproducente en

lo que se refiere a evitar que se pudiera apreciar las

profundas interrelaciones y el carácter total y absoluto de

los fenómenos sociales y globales. Además, su concepto

de comunicación representaba la corriente dominante del

liberalismo burgués con un planteamiento funcional-

positivista y humanista. El párrafo final resume mi punto de

vista:

El informe ilustra de forma excelente el dilema del

eclecticismo: como quiere incluirlo todo, se pierde la visión

totalitaria que se supone que debe aportarse. En este

sentido, el informe podría subtitularse por "Misión

imposible".

Aún suscribo esta afirmación. Los otros trabajos críticos

de aquella colección también han pasado el examen del

paso del tiempo. El capítulo que escribió el editor Cees

Hamelink sobre el mal trato dispensado por la Comisión a

las multinacionales ha resultado incluso profético:

El informe, aunque apunta correctamente el papel crucial

de las multinacionales en el campo de las comunicaciones

internacionales, no admitió con suficiente contundencia que

el nuevo orden internacional de la información es, muy

probablemente, el orden de las multinacionales. El "un solo

mundo" al que hace referencia el título del informe puede

muy bien ser el mercado global para las multinacionales.

Hoy, 25 años después, no nos faltan motivos para repetir

estas reflexiones críticas desde un punto de vista científico.

En realidad, el Informe MacBride fue relativamente

superficial si se compara con los criterios académicos. Por

una parte, hay que admitir —y hoy más que en 1980— el

importante peso político que tuvo y que terminó expresando

el movimiento global hacia la democracia y la igualdad en la

comunicación fomentado por la ofensiva descolonizadora

de principios de la década de 1970. Por tanto, hay que

diferenciar entre las perspectivas académicas y políticas,

resulta importante ser intelectualmente inflexible en un

análisis científico del informe, pero es igualmente vital

evaluarlo por sus méritos políticos. Desde este punto de

vista, el informe sobrevivió a la Declaración de los Medios

de Comunicación de Masas, si bien la ofensiva occidental

de los años ochenta lo fue erosionando gradualmente, junto

con el NOMIC. Muchas, si no la mayoría, de las 82

recomendaciones que contiene no se han aplicado nunca

(véase Hancock y Hamelink 1999).

Con todo, en este cambio de milenio los elementos

contradictorios de la globalización han reactivado muchos

de los puntos del gran debate mediático de la década de

1970. Hay quien incluso habla de un retorno del concepto

de NOMIC, pero esto no va a suceder porque los tiempos

han cambiado y las comunicaciones aún más, con internet,

además, como elemento nuevo. Ciertamente, los temas

principales y estructurales siguen siendo los mismos que

afrontó el Informe MacBride y el NOMIC, pero se requieren

nuevas aproximaciones. Cuando nos dispongamos a

buscarlas, deberíamos aplicar las lecciones aprendidas y

documentadas en plataformas académicas y profesionales

como las Mesas Redondas MacBride organizadas desde

1989 (véanse los informes en Vincent et al. 1999).

47Tema monográfico: Un hito en el gran debate mediático

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48Quaderns del CAC: Número 21

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49Tema monográfico: Sí, las ideas del Informe MacBride son todavía vigentes

Sin duda, la movilización, a mediados de la década de los

70, de intelectuales, políticos, académicos y profesionales

en torno a la comunicación en el mundo fue la más grande

de la historia político-cultural de la humanidad. Bajo la égida

de la Organización de las Naciones Unidas para la Educa-

ción la Ciencia y la Cultura (Unesco), dirigida entonces por

el senegalés Amadou Mahtar M’Bow se produjeron miles de

documentos, informes y contribuciones sobre el estado de

las infraestructuras internacionales y locales de la

comunicación, de los desequilibrios informativos existentes

entre las diversas regiones del mundo, de los contenidos de

los mensajes producidos por el sistema transnacional y en

particular de agencias de prensa, de los efectos negativos

de los monopolios y de las concentraciones de los medios

de comunicación.

En el centro de esta reflexión la Comisión Internacional de

Estudio de los Problemas de la Comunicación (CIC) de la

Unesco, presidida por el humanista Sean MacBride, Premio

Nobel y Premio Lenin de la Paz, ex ministro de asuntos

exteriores de Irlanda y fundador de Amnesty Internacional.

La llamada Comisión MacBride, integrada por 16 miembros

de las “diferentes áreas geográficas, culturas, religiones,

ideologías y sistemas económicos y políticos” de la época,

fue creada en diciembre de 1977 por M’Bow por solicitud

expresa de los países del Tercer Mundo. Durante más de

dos años, sus integrantes, apoyados por la secretaría de la

Unesco, reflexionaron, estudiaron, analizaron y sacaron sus

conclusiones sobre el estado de la información y la

comunicación en el mundo y elaboraron un informe de 584

páginas Un solo mundo, voces múltiples1 que se convirtió

para algunos en la Biblia de la comunicación y para otros en

un endiablado documento a combatir y olvidar.

El informe subrayó las disparidades existentes en materia

de comunicación en el mundo y, al mismo tiempo, revindicó

el derecho de los pueblos a la información y a la valori-

zación de sus identidades culturales, dándole así fuerza y

vigor a la demanda hecha por el movimiento de Países No

Alineados (NOAL) y del llamado Tercer Mundo en general

de establecer un Nuevo Orden Mundial de la Información y

de la Comunicación (NOMIC).

En este sentido, las ideas contenidas en las cinco áreas

claves del informe (políticas de comunicación, tecnología,

identidad cultural, derechos humanos, cooperación interna-

cional) constituyen un aporte importante para legitimar la

noción de derecho a la comunicación, avanzada por el

intelectual francés Jean Darcy. Este derecho, consustancial

a los derechos del hombre, le da un sentido jurídico y ético

a la demanda de democratización de las comunicaciones

hecha por los países en desarrollo y, en todo caso,

representa una noción más amplia que el concepto de free

flow of information reivindicado por Estados Unidos y una

parte de los países industrializados de Europa occidental.

Justamente, las criticas se centraron en el flujo unidirec-

cional de la información (entre 80 y 90% de las informacio-

nes mundiales eran producidas por las cuatro agencias de

prensa occidentales: Associated Press, United Press

International, REUTERS y AFP); en el contenido “sensacio-

nalista” o de “desastres” de esas informaciones relativas al

Tercer Mundo; y en el carácter de dependencia informativa

del Sur con respecto al Norte, que crea un nuevo colonia-

lismo con la imposición de sus propios sistemas de valores.

La XXI Conferencia general de la Unesco realizada en

Belgrado en octubre-noviembre de 1980, aprueba por

consenso el Informe de la Comisión MacBride, que propone

principalmente acabar con la información en sentido único,

Patricio TupperMaestro de conferencias y director de investigación

de la Universidad de París 8

Sí, las ideas del Informe MacBride son todavía vigentes

Patricio Tupper

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50Quaderns del CAC: Número 21

eliminar los obstáculos internos y externos para un libre

flujo y más amplia y equilibrada diseminación de informacio-

nes e ideas, eliminar los desequilibrios y desigualdades en

materia de comunicación, suprimir los efectos negativos de

los monopolios y otro tipo de concentración de la propiedad

(pública o privada), pluralidad en las fuentes y los canales

informativos, ayuda a los países "atrasados" por parte de

los países desarrollados para que los primeros sean

autosuficientes en materia de información, respeto a la

identidad cultural de cada pueblo y derecho de cada país a

defender sus valores sociales y culturales, así como sus

intereses de cualquier índole en los medios.

La Conferencia de Belgrado representó el apogeo de los

debates que opusieron el Norte y el Sur del planeta, a los

países ricos y a los pobres, a los incluidos y a los excluidos,

al adoptarse por consenso tres resoluciones básicas para el

futuro de la comunicación internacional: el Informe Mac-

Bride que representa la filosofía de la nueva comunicación

mundial; la resolución relativa al establecimiento del NOMIC

como voluntad política de eliminar los desequilibrios; y la

resolución sobre la creación de un instrumento para la

acción, el Programa Internacional para el Desarrollo de la

Comunicación (PIDC).

Todos estos acuerdos fueron posibles gracias a las

condiciones políticas internacionales en las cuales el Tercer

Mundo, apoyado en buena parte por los países socialistas

del Este europeo, estaba en una fase ascendente tras la

descolonización y la emergencia de nuevos actores que

tendrán una participación activa en el sistema de Naciones

Unidas (ONU). La Unesco asumió el espacio particular de

discusión de lo concerniente al debate en torno al dese-

quilibrio de los flujos de información y de la comunicación.

A partir de los inicios de la década del 80 se asistió a un

cambio sustantivo del contexto político mundial. La llegada

a la Casa Blanca de Ronald Reagan y su alianza

estratégica con la Primera Ministra del Reino Unido,

Margaret Thatcher, pone fin al proceso reivindicativo y abre

paso a la caída brutal de la idea de cambios en el cuadro

internacional. El triunfo de las ideas neoliberales supuso

entre otras cosas que desapareciera el contexto político

que había permitido el desarrollo del Informe MacBride y su

corolario, el NOMIC. La prensa “occidental” liderada por el

periodismo anglosajón comenzará una verdadera “guerra

mediática” en contra del Informe de la Unesco y de su

director general considerando que todo este debate estaba

dirigido a censurar a la prensa, limitar la libertad de infor-

mación y acusar a las grandes potencias de “imperialismo

cultural”. Aún reconociendo las disparidades, los países

industrializados, liderados por los Estados Unidos y el

Reino Unido, consideraron que este debate era una debate

ideológico propiciado por países, dirigentes políticos y fun-

cionarios internacionales “comunistas”. A mediados de los

80, Estados Unidos (1985) y el Reino Unido (1986), junto a

Singapur, se retiran de la Unesco y con ellos la Organi-

zación pierde el 30% de su presupuesto. Así, el debate

queda zanjado: se abandonan las iniciativas sobre políticas

de comunicación consideradas como una indebida ingeren-

cia estatal en el libre mercado. En 1989, la Unesco a-

bandona el NOMIC considerándolo “un gran malentendido”.

Uno de los logros de Belgrado, el PIDC, buscó generar

flujos de transferencia tecnológica de los países centrales

hacia los periféricos, pero como bien señala Colleen Roach,

el programa rápidamente se verificó insolvente para

producir algún cambio significativo, aún en el terreno de la

transferencia tecnológica. La cuenta especial creada para

recibir donaciones sólo consiguió recaudar 20 millones de

dólares en el período 1981-1990, a un promedio de dos

millones de dólares por año2. Así las ayudas prometidas

por los países industrializados a proyectos de comunicación

(radios, prensa, formación profesional, etc.) fueron

insignificantes y, aunque con aportes bilaterales se logró

crear la Agencia de Prensa Panafricana (PANA), ésta no

fue lo suficientemente independientes de los estados africa-

nos que la controlaban ni logró generar recursos ni

infraestructuras regionales para permitir su desarrollo.

30 años después

A comienzos del siglo XXI, treinta años después de iniciarse

el debate, los problemas constatados siguen existiendo y

en muchos sentidos, las brechas se han acentuado. La

caída del muro de Berlín y la explosión tecnológica y de

telecomunicaciones dio lugar a nuevos paradigmas. Si el

NOMIC comenzó a existir en momentos en que se

reconocía la relación entre desarrollo nacional y la

información, hoy en día no existen políticas nacionales de

información o comunicación. No está de moda hablar ni

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51Tema monográfico: Sí, las ideas del Informe MacBride son todavía vigentes

siquiera de identidad nacional. Nos encontramos ante un

Nuevo Orden Mundial de la Información, impulsado y guia-

do por el mercado y se caracteriza por una concentración

creciente tanto de los medios de comunicación como de las

empresas de telecomunicaciones y trae como consecuen-

cia la homogeneización de contenidos e identidades.

En este marco, cabe destacar que el mapa mediático se

ha convertido en un mapa multimediático, en el cual los

principales conglomerados (Rupert Murdoch, Time Warner,

Berlusconi, etc.)3 ocupan las posiciones dominantes y

exclusivas en el mercado, lo que de hecho impide un

verdadero pluralismo. Los desequilibrios de la información,

a pesar de la emergencia de nuevos actores en el área de

los países en desarrollo, se perpetúan y se acrecientan con

la denominada “brecha digital”.

El debate internacional sobre la cuestión, que natural-

mente se hacía en el seno de la Unesco, tiene hoy un nuevo

espacio de discusión, la Unión Internacional de Telecomuni-

caciones (UIT), organización netamente técnica, transfor-

mando ciertos conceptos caros al Informe MacBride como

acceso, participación y derecho a la comunicación en

nociones meramente técnicas de “acceso digital”. En

consecuencia, la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de

Información (CMSI), que tuvo lugar en Ginebra en

diciembre de 2003, no sometió a discusión las tendencias

actuales: el predominio del mercado, cuya potencia

refuerza el proceso de globalización hasta convertirse en el

único factor constitutivo de la sociedad de información,

mientras las tecnologías y redes digitales son tratadas

como asuntos exclusivamente comerciales, descartando la

incidencia que ellas tienen sobre los comportamientos,

valores e identidades. Además y por las propias caracterís-

ticas de la organización convocante, los estados-nación ya

no se encuentran solos, puesto que las discusiones se

realizan con las corporaciones del sector privado que devie-

nen determinantes en la elaboración de políticas, mientras

la llamada sociedad civil, aunque invitada, no es más que

un observador.

Es más, la creación de un Fondo de Solidaridad Digital,

similar al Programa Internacional para Desarrollo de las

Comunicaciones de la Unesco, fue postergado para 2005 y

tiene todas las posibilidades de convertirse en una entidad

financiera precaria como lo fue su predecesor.

Hoy, la globalización, los conglomerados y las redes

digitales ponen nuevamente en el tapete el derecho de los

pueblos a la comunicación y a la identidad (diversidad)

cultural, tal y cual lo planteaba el Informe MacBride4. Si bien

en las discusiones de los años 70 eran los estados que

hablaban en nombre de los pueblos, las nuevas tecnologías

permiten a las comunidades organizadas (la sociedad civil)

y a los profesionales las posibilidades de participar en los

procesos comunicativos. Se trata de una nueva batalla por

la democratización de la información y de la comunicación.

En ella, ya están actuando vastos sectores sociales y

medios de comunicación alternativos o de informaciones

generales. Como dijera el fundador de la agencia de prensa

IPS, Roberto Savio, en febrero de 2001, en el Foro Social

Mundial de Porto Alegre, “a una información regida por los

valores de la globalización mercantil, como son la ganancia,

la eficiencia y la competencia, hay que anteponer una

comunicación con base en los valores de los ciudadanos: la

solidaridad, la justicia, la equidad, el pluralismo y la

participación”5. Todo un reto.

Notas

1 "Un solo mundo, voces múltiples". Informe de la Comisión

McBride. Editorial Fondo de Cultura Económica, México,

1980.

2 Colleen Roach (1997) The Western World and the NWICO:

united they stand?, en Peter Golgin y Phil Harris (Eds.)

Beyond Cultural Imperialism, Londres, Sage

3 Herman, Edward y Mc Chesney, Robert (1999) Los medios

globales. Los nuevos misioneros del capitalismo

corporativo, Ed. Cátedra, Madrid

4 Ver Vincent, Richard.V, Nordenstreng, Kaarle, Traber

Michael, Towards Equity in Global Communication,

MacBride Update, Hampton Press, Inc, USA, 1999.

5 Savio Roberto, La concentración de los medios conduce al

pensamiento único, Other News, agencia IPS, Roma marzo

2004.

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53Tema monográfico:El descubrimiento balbuceante de los procesos de internacionalización

Los años setenta marcan un giro en el pensamiento

comunicacional sobre los procesos de internacionalización

en su relación con la democracia, aunque plantean más

preguntas que respuestas. El Informe MacBride cristaliza

parcialmente este viraje. Más allá de los sesgos, de las

carencias y de su ambigüedad esquizoide, como decía

Herbert Schiller, su mayor mérito es el de existir. Es la

primera vez que un documento, legitimado desde una

institución del sistema de las Naciones Unidas, confiere

visibilidad a los desequilibrios estructurales en el campo de

la comunicación y, al mismo tiempo, propone algunas pistas

para subsanarlos. Al dar visibilidad a los problemas de

comunicación, el Informe ofrece una posible clave común

de lectura a la multitud de iniciativas paralelas que la

Unesco emprende en estos mismos años setenta. Un

ejemplo es el de la serie de conferencias regionales sobre

las políticas culturales decididas en la conferencia sobre

este tema que se desarrolló en Venecia en 1970 —es decir,

antes de que se vislumbrase el debate central sobre el

Nuevo Orden Mundial de la Información y de la Comuni-

cación (NOMIC)—; es el caso también de las conferencias

sobre políticas de comunicación. Esta lectura articulada

despliega un cuerpo coherente de principios básicos de una

regulación democrática de los dispositivos de la comunica-

ción a través de las políticas públicas y de los derechos a la

comunicación como concretización de la carta de los

derechos humanos, aunque estas nociones permanezcan

relativamente vagas. En su descargo se podría alegar que

el trabajo de la Comisión refleja el estado de la reflexión

jurídica alternativa, aún en pañales en esos años. Una

dificultad que persiste hoy para definir la apuesta en este

campo.

En esos años setenta, voces hasta entonces descartadas

de los hemiciclos internacionales hicieron escuchar sus

opiniones sobre el ordenamiento del mundo, tanto al nivel

económico como comunicacional. No es posible aislar el

Informe del trasfondo geopolítico que legitima la irrupción

de otra visión del mundo distinta a la que estaba

acostumbrada la propia Unesco desde los años cincuenta.

De manera general, se puede decir que la entrada en la era

postcolonial significa el surgimiento en el espacio

internacional del actor Tercer Mundo. Lo que empieza a

resquebrajarse es el paradigma evolucionista de la pareja

desarrollo-subdesarrollo y su concepto informacional y

lineal de la historia, extraño a la idea de la diversidad y de

la creatividad de las culturas. La crisis de este retorno de la

vieja ideología del progreso señala la crisis de los

esquemas de la comunicación-modernización por difusión

de las innovaciones a partir de un centro civilizador, que

habían dominado las referencias de los ingenieros y

planificadores sociales de la Unesco durante más de dos

decenios. En cuanto al excesivo peso que adquiere la

cuestión de los flujos de noticias de las grandes agencias

de prensa en la apertura de las discusiones sobre el

intercambio desigual, se debe a acontecimientos históricos

precipitadores de una toma de conciencia. Por ejemplo, lo

ocurrido durante los primeros años setenta en el Chile de

Salvador Allende, donde la AP y la UPI tuvieron un papel

protagónico en las campañas en contra de las reformas de

la Unidad Popular. No por casualidad se invitó a integrarse

en la Comisión MacBride al chileno Juan Somavía,

fundador del Instituto Latinoamericano de Estudios

Transnacionales (ILET), radicado en la ciudad de México en

los años que siguieron al golpe de estado del general

Pinochet. Este Instituto se reveló como un laboratorio deArmand MattelartProfesor emérito de la Universidad Paris 8 (Francia)

El descubrimiento balbuceante de los procesos de internacionalización

Armand Mattelart

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ideas acordes a un proyecto de Nuevo Orden Mundial de la

Información y de la Comunicación.

Las reacciones al Informe están a la medida de la

revelación de los problemas de comunicación. Intolerancia

de Estados Unidos, defendiendo su vieja doctrina del free

flow, y oportunismo de la Unión Soviética, instrumen-

talizando las demandas legítimas del Movimiento de los No

Alineados en favor de un Nuevo Orden para reafirmar su

política de cierre de sus propias fronteras. El

enfrentamiento entre ambas superpotencias reduce el

debate a uno más de los frentes de la guerra fría. No menos

importantes son los intereses que mueven el Movimiento de

los Países No Alineados en sus reivindicaciones: algunos

de sus componentes tomaron la demanda de un Nuevo

Orden internacional como coartada para tapar sus

violaciones de la libertad de expresión en su propio

territorio. Finalmente, mientras las organizaciones

corporativas tomaron rápidamente conciencia de la

necesidad de organizarse para oponerse a la idea de

regulación y de política pública, se observa en cambio la

ausencia de una acción estructurada de la sociedad civil

organizada. Esto fue debido principalmente al hecho de que

la visión reinante sobre la comunicación en las fuerzas de

cambio es por lo esencial instrumental.

Alrededor del Informe y del NOMIC se ha tejido una

leyenda negra. Incluso hoy pocos se atreven a recordar

estos antecedentes dentro de la propia Unesco. Este tabú

ha paralizado la posibilidad de un retorno crítico sobre el

pasado y sus contradicciones. Sigue impidiendo que se

aprecie en su justo valor este momento pionero y original de

la construcción de la larga memoria de las luchas para la

democratización de la comunicación. El periodo de

hibernación de la idea de política pública y de auge paralelo

de la «autorregulación» por virtud del mercado y de la

técnica, en los años de la desregulación y de las

privatizaciones salvajes, ha contribuido a establecer una

tabula rasa epistemológica. Lo menos que se puede decir

es que la vuelta de la delegación estadounidense a la

Unesco en 2003 después de 17 años de ausencia no

favorece la desaparición de la hipoteca.

Hubo que esperar a los inicios del nuevo siglo, con la

quiebra de las promesas del modelo ultraliberal y las

señales dadas por nuevas fuerzas de resistencia, para que

resurjan en los debates internacionales los conceptos de

derechos a la comunicación y de políticas públicas. Las

voces que los defienden se han multiplicado a medida que

se estructuraban las estrategias de los movimientos

sociales y de las coaliciones profesionales. Se han

multiplicado también los lugares institucionales en que se

juega el sentido de estos conceptos que han acabado por

nuclear las negociaciones sobre la excepción cultural y la

diversidad cultural, la sociedad de la información o la

gestión de los bienes públicos comunes. Las discusiones

sobre los artículos de las convenciones, declaraciones y

planes de acción que buscan sustraer la información, la

cultura y el conocimiento al imperio de la mercancía y de las

finanzas toman cada vez más un carácter jurídico y técnico,

prefigurando las luchas culturales del nuevo siglo. Pero no

por ello ha desaparecido la argumentación maniqueísta en

los círculos que se oponen a la idea de regulación

democrática. Más que nunca bajo todas las latitudes se

empeñan en asimilar lo público a la censura y al control de

las mentes.

Si los actores reticulares de la sociedad civil organizada

hacen escuchar cada vez más sus múltiples voces desde

muchos mundos en los debates internacionales, también

tratan, en el terreno, de contrarrestar la relación asimétrica

entre los ciudadanos y los nuevos o antiguos dispositivos

de la hegemonía cultural e informacional. Así, a tientas, han

empezado a imaginar formas inéditas y permanentes de

contrapoder democrático a nivel nacional y local,

construyendo una fuerza ético-moral en contra de la

apropiación indebida de la esfera pública por las lógicas de

la concentración político-financiera.

54Quaderns del CAC: Número 21

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55

El poder de los textos sagrados

Daniel Biltereyst y Veva Leye

Tema monográfico: El poder de los textos sagrados

Daniel Biltereyst Profesor de estudios de medios de comunicación culturales

y de comunicación internacional en la Universidad de

Gante (Bélgica)

Veva LeyeInvestigadora doctoranda del Fondo para la Investigación

Científica de Flandes (Bélgica)

Si se realizara una encuesta en la que se tuvieran que

nombrar los textos más importantes en el campo de la

comunicación internacional y, en general, de los estudios

de los medios de comunicación, es muy probable que el

Informe MacBride figurara entre los más citados. El hecho

de que el informe Un solo mundo, voces múltiples se haya

convertido en un original tan escaso, y que no se haya

vuelto a publicar íntegramente desde 1980 no ha hecho

sino aumentar su valor canónico. Desde que la Comisión

Internacional de Estudio de los Problemas de la

Comunicación, o Comisión MacBride, que empezó a

trabajar en 1977, presentó sus conclusiones tres años

después en la Conferencia General de la Unesco, el

Informe MacBride ha generado debate no sólo dentro de la

misma comisión, la escena política internacional o el sector

de los medios y las comunicaciones.

También ha generado discusión dentro del mundo

académico, donde los especialistas se han peleado por los

significados y las implicaciones de este texto y han

estimulado la investigación académica crítica sobre el

legado del Informe. Aunque el Informe MacBride puede

considerarse un texto muy discutible y de múltiples facetas,

con un espíritu legendario de compromiso, se ha terminado

por mitificarlo porque se considera que vale la pena luchar

(o seguir luchando) por los principios que plantea. Entre

estos principios encontramos ideas como el derecho a

comunicar, un nuevo orden mundial en el ámbito de los

medios y la comunicación, la promoción de la cooperación

internacional, el desarrollo de una auténtica independencia

y autonomía, la mejora de las fuentes internacionales de

información y la mejora de las condiciones de trabajo para

los periodistas, la democratización de la comunicación, etc.

El legado puso de manifiesto la idea de que la información

y la comunicación son un recurso vital y liberador para la

emancipación económica, social y cultural. El Informe

MacBride contó con la participación de expertos y

estudiosos externos, y ejerció mucha influencia sobre el

conocimiento en el campo de la comunicación inter-

nacional, donde hasta hoy ha dado lugar a iniciativas para

la supervisión de los medios y la comunicación mundiales.

No obstante, se han sucedido las críticas al Informe, por

ejemplo, por su tono de compromiso, sus principios vacíos

y su naturaleza ateórica y ahistórica. Según los econo-

mistas políticos, como Herbert Schiller, el informe no

investigó a fondo los modelos de control. Otras críticas se

centran en las asunciones de los efectos generales y

positivos de la comunicación1, la falta de una perspectiva de

género2, o el tratamiento insuficiente de la relación entre la

cultura y la política de comunicación3. Según Hamelink, “la

estructura de las recomendaciones presentaba unas

deficiencias que comportaban casi inevitablemente su

ineficacia”4. Algunos lo consideraban demasiado conserva-

dor, otros, demasiado crítico. Estos últimos le reprochaban

sobre todo que supusiera una amenazara para la doctrina

de la libre circulación de la información, con el intento de

imponer reglas, códigos, nuevas estructuras y otras

intervenciones “centralizadas”. Desde una perspectiva más

reciente, se podría considerar que el Informe descuidaba o

incluso dejaba de lado la dinámica de lo que ahora se

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56Quaderns del CAC: Número 21

conoce como sociedad civil y su fe en el poder de las

organizaciones, los movimientos y los valores de interés

público.

Lo que sucedió después de la presentación del Informe

MacBride es sobradamente conocido. Su acogida por parte

de la Unesco, de la escena política internacional y de los

medios de comunicación se podría afirmar que fue, cuando

menos, tumultuosa y que abrió una brecha más profunda

entre las diferentes partes del debate sobre el Nuevo Orden

Mundial de la Información y de la Comunicación (NOMIC).

No obstante, el informe y su controvertida acogida histórica

deben analizarse como signo de los tiempos, en medio de

los cambios en las relaciones de poder y la emergencia de

una (geo)política capitalista más ofensiva. En la década de

1980, la comercialización, la desregulación, la liberalización

y las políticas de libre comercio dominaron el nuevo

discurso político y también el campo de los medios y la

comunicación, donde las nuevas TIC denotaban la euforia

de la globalización.

Es cierto que la Comisión no podía prever los profundos

cambios políticos, económicos, socioculturales y tecnológi-

cos que se producirían en la década siguiente. A pesar de

todo, si bien en los años ochenta y noventa el debate sobre

el Informe MacBride y el NOMIC desapareció de la agenda

de la Unesco, sí que se mantuvo vivo en la agenda de una

incipiente sociedad civil mundial.5 Este debate adoptó

formas muy diversas, desde la Mesa Redonda MacBride,

un grupo de defensa del derecho a la comunicación que se

reunió anualmente entre 1989 y 1999, hasta, más

recientemente, la Campaña por los Derechos de la

Comunicación en la Sociedad de la Información6.

La supervivencia del legado del Informe MacBride

responde al hecho de que, aunque el mundo ha cambiado

sobremanera, siguen plenamente vigentes muchas

cuestiones relativas a los desequilibrios y las desigualdades

de los medios y la comunicación. Las comparaciones en

términos de desigualdad de medios, información y

comunicación se expresan actualmente de una manera

más elegante en términos de una brecha digital. Sin lugar a

dudas, los flujos mundiales de medios y comunicación han

cambiado, pero las tendencias principales siguen poniendo

de manifiesto un desequilibrio, mientras que las grandes

multinacionales ejercen aún sus actividades principalmente

desde uno de los tres centros político-económicos. Todavía

es necesario un modelo de supervisión sistemática de la

comunicación internacional; mientras, el derecho a

comunicar sigue siendo un principio que hay que

reivindicar. La alta comisionada de las Naciones Unidas

para los Derechos Humanos, Mary Robinson, afirmó hace

un par de años que “el aumento de la reacción violenta

contra la globalización se debe al hecho de que, en primer

lugar, sus beneficios y oportunidades se han concentrado

de forma exagerada en un grupo relativamente reducido de

países, y se han distribuido dentro de este grupo de una

manera irregular”7.

Mientras tanto, el Informe MacBride ha acabado

convirtiéndose en una referencia mítica en el campo de las

comunicaciones internacionales y nadie sabe exactamente

quién se ha leído realmente esta obra canónica. Si

prestamos atención a los comentarios de Cees Hamelink

sobre la “ad-hocracia” de la Comisión8, se nos plantea una

cuestión general sobre la naturaleza de estas comisiones. A

menudo, sus recomendaciones no son jurídicamente

vinculantes, lo que se ha vuelto a poner de manifiesto con

la Comisión Mundial sobre Cultura y Desarrollo de la

Unesco (1995), cuyo informe, Nuestra diversidad creativa,

sugería propuestas bastante radicales en relación con los

medios de comunicación. Sin embargo, como indicaron

O'Siochru, Girard y Mahan, estas propuestas “no llegaron

nunca a la siguiente conferencia de la Unesco en 1998 y se

hundieron sin dejar rastro”9. Así, desde una perspectiva

posmoderna, las aseveraciones sobre la verdad que

realizan estas comisiones deberían ponerse en tela de

juicio. Esto nos recuerda la confianza en “la posibilidad de

investigar libremente la verdad objetiva”, avalada en el

preámbulo de la Constitución de la Unesco por parte de los

Estados miembros de la organización. La historia nos ha

demostrado, no obstante, que existen también “muchas

verdades, pero sólo un mundo”.

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Notas

1 BASIL, M. (1999). «Unresearched Assumptions in the

MacBride Report», en: VINCENT, R. C.; NORDENS-

TRENG, K.; TRABER, M. (eds.), Towards Equity in Global

Communication. MacBride Update. Cresskill (Nueva

Jersey): Hampton Press, pp. 223-232.

2 O'SIOCHRU, S. (2004). «Will the Real WSIS Please Stand-

Up? The Historic Encounter of the ‘Information Society’ and

the ‘Communication Society’». Gazette: The International

Journal of Communication, 66 (3-4), pp. 203-224.

3 ADY, J. C. (1999). «Transcending the Dialectic of Culture»,

en: VINCENT, R. C.; NORDENSTRENG, K.; TRABER, M.

(eds.), Towards Equity in Global Communication. MacBride

Update. Cresskill (Nueva Jersey): Hampton Press, p. 213.

4 HAMELINK, C. J. (1997). «MacBride with Hindsight», en:

GOLDING, P.; HARRIS, P. (ed.), Beyond cultural

Imperialism. Globalization, Communication and the New

International Order. Londres: Sage, p. 86.

5 CALABRESE, A. (2004). «The Promise of Civil Society: a

Global Movement for Communication Rights», en:

Continuum: Journal of Media & Cultural Studies, 18 (3), pp.

324-325.

PADOVANI, C. (septiembre 2004). Debating Commu-

nication Imbalances: From the MacBride Report to the

World Summit on the Information Society. An Application of

Lexical-Content Analysis for a Critical Investigation of

Historical Legacies.

http://www.ssrc.org/programs/itic/publications/

knowledge_report/memos/Padovanimemo4.pdf.

NORDENSTRENG, K. (1999). «The Context: The Great

Media Debate», en: VINCENT, R. C.; NORDENSTRENG,

K.; TRABER, M. (eds.), Towards Equity in Global

Communication. MacBride Update. Cresskill (Nueva

Jersey): Hampton Press, p. 262.

6 Cf. Padovani (2004) y O'Siochru (2004).

7 Ponencia para la Fundación Ética Mundial, 21 de enero

de 2002:

http://www.weltethos.org/dat_eng/st_9e_xx/9e_144.htm.

8 “Podría perecer que la creación de estas comisiones refleja

una nostalgia por la vieja confianza en los hechiceros

que poseen el poder misterioso de agitar su varita mágica

para resolver problemas desconcertantes.” (Hamelink,

1997: 89-90).

9 O'SIOCHRU, S.; GIRARD, B.; MAHAN, A. (2002). Global

Media Governance. A Beginner’s Guide. Lanham (Md.):

Rowman and Littlefield, p. 124.

57Tema monográfico: El poder de los textos sagrados

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59Tema monográfico: El Informe MacBride, visto en perspectiva

El Informe MacBride, visto en perspectiva

Ulla Carlsson

Ulla CarlssonDirectora de Nordicom (Centro de Información Noruego de

Investigación sobre Comunicación y Medios de

Comunicación) de la Universidad de Goteborg (Suecia)

Nosotros, los representantes de los pueblos del mundo,

reunidos en Ginebra del 10 al 12 de diciembre de 2003,

con motivo de la primera fase de la Cumbre Mundial

sobre la Sociedad de la Información, declaramos nuestro

deseo y compromiso comunes de construir una sociedad

de la información centrada en la persona, integradora y

orientada al desarrollo, en la que todos puedan crear,

consultar, utilizar y compartir la información y el

conocimiento, para que las personas, las comunidades y

los pueblos puedan emplear plenamente sus

posibilidades en la promoción de su desarrollo sostenible

y en la mejora de su calidad de vida, sobre la base de los

propósitos y principios de la Carta de las Naciones

Unidas, respetando plenamente y defendiendo la Decla-

ración Universal de los Derechos Humanos. (Declaración

de principios. La construcción de la sociedad de la

información: un reto mundial del nuevo milenio).

Estas palabras prologan el plan de acción político aprobado

por la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información

(CMSI), celebrada en Ginebra en diciembre de 2003. No es

la primera vez que la comunidad internacional ha redactado

un proyecto para regular cuestiones relativas a la

información y la comunicación en el ámbito mundial. En sus

primeras décadas de existencia, las atribuciones

normativas de la ONU y la Unesco estaban muy vinculadas

a la protección de los derechos humanos, pero en la década

de 1960 los progresos tecnológicos en el campo de las

telecomunicaciones pusieron de manifiesto la necesidad de

una nueva regulación internacional. Las cuestiones

relativas a la información adoptaron una nueva valencia o

carga política y su debate giró cada vez más en torno a la

doctrina de la libre circulación de la información. La guerra

fría determinó las líneas del frente de ese período, pero

también surgió un nuevo frente, el que separaba el Norte

del Sur. Se formularon demandas de un nuevo orden

internacional de la información y, en 1976, en el punto

álgido del debate, la Conferencia General de la Unesco

asignó a la Comisión MacBride la misión de analizar los

problemas existentes en el campo de la comunicación y de

proponer soluciones. Las autoridades internacionales y la

comunidad diplomática reconocieron el carácter

internacional de los medios de comunicación, sus

estructuras, sus visiones del mundo y sus mercados.

Hoy, transcurridos 25 años, los avances tecnológicos han

vuelto a generar un debate sobre la necesidad de una

nueva normativa internacional en materia de comunicación,

esta vez en el marco de la CMSI y en términos diferentes a

los de la década de 1970. La ONU, la Unesco y la UIT son

los interlocutores de nuevo escenario, donde las cuestiones

relativas a la información y la comunicación se debaten

principalmente en términos relativos a la “gobernanza

mundial”. Hoy, como ayer, las cuestiones relativas a la

democracia y el desarrollo son ejes centrales y se están

haciendo esfuerzos por superar la división digital desde una

perspectiva Norte-Sur.

El Informe MacBride: un hito en el acaloradodebate sobre el NOMIC

Los Países No Alineados pidieron un nuevo orden

internacional de la información a mediados de la década de

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1970 como ampliación de las demandas ya expresadas de

un nuevo orden económico mundial. Aunque los países no

alienados no constituían una unidad en términos de

ideología o sistemas político-económicos y, además, como

grupo, presentaban tendencias hacia un bloque y hacia el

otro, sí que mantuvieron, sin embargo, un frente unido en

relación con la cuestión del nuevo orden internacional de la

información. Fue pura casualidad que la demanda de

reforma del sistema internacional de las comunicaciones

surgiera de las filas del movimiento no alienado. Uno de los

principales factores fue el agitado cambio que se estaba

produciendo en el mercado mundial del petróleo. La crisis

de la OPEP, o crisis del petróleo, de 1973 hizo estallar la

posición de dominio casi absoluto de que había gozado

Estados Unidos durante más de un siglo y los países no

alienados consiguieron una posición de negociación sin

precedentes.

Después de 1973, ya no se trataba de una cuestión de

liberación nacional en un sentido estrictamente político y

jurídico, ya que las aspiraciones también se hicieron

extensivas a los ámbitos económico y cultural. Este hecho

hizo tambalear las relaciones de poder existentes. El nuevo

orden internacional de la información se apoyaba sobre

cuatro pilares, las “cuatro D”: Democratización de los flujos

de información entre países; Descolonización, es decir,

autodeterminación, independencia nacional, identidad

cultural; Desmonopolización, es decir, imposición de límites

sobre las actividades de las multinacionales de las

comunicaciones; y Desarrollo, es decir, política nacional de

comunicación, refuerzo de las infraestructuras, formación

en periodismo y colaboración regional (Nordenstreng 1984).

Los medios de comunicación, sobre todo las agencias de

noticias, eran lo más importante. Se evidenció una nueva

manera de ver el desarrollo, apoyada sobre principios

como: “el desarrollo presupone autodeterminación y

identidad cultural” y “los países receptores deben controlar

la ayuda que reciben”. Añadamos a todo esto una

perspectiva internacional y un compromiso con la

cooperación regional.

Las quejas del Tercer Mundo y las demandas que elevó a

la Unesco respecto a un nuevo orden internacional de la

información generaron una dura batalla que alcanzó un

punto crítico en la “Declaración sobre los medios de

comunicación” a mediados de la década de 1970. Justo

cuando el conflicto sobre esta declaración llegaba a su

punto álgido en 1976, se convocó la Comisión MacBride

para que propusiera principios que orientasen los pasos

hacia un nuevo orden mundial de la información y de la

comunicación (el NOMIC). La comisión —presidida por el

político y diplomático irlandés y premio Nobel Sean

MacBride— presentó su informe final (Many Voices, One

World. Communication and Society, Today and Tomorrow)

justo antes de la Conferencia General de la Unesco

de 1980.

Las grandes diferencias que habían caracterizado los

debates a lo largo de los años setenta también estaban

presentes en la Comisión MacBride. Teniendo en cuenta

que estaba constituida por dieciséis miembros, en

representación de diferentes ideologías, diferentes

sistemas políticos, económicos y culturales y diferentes

áreas geográficas, fue un logro considerable que la

comisión alcanzara un acuerdo sobre tantos puntos. En el

prólogo del informe, Sean MacBride destaca que los

miembros “consiguieron lo que creo que es un grado

sorprendente de acuerdo sobre las grandes cuestiones,

pues las opiniones parecían irreconciliables” (p. 18). A

causa de las diferencias dentro del grupo, el informe no

ofrece ninguna propuesta específica en relación con los

principios reguladores de la comunicación. Sí que ofrece,

en cambio, unas cuantas recomendaciones y propuestas

destinadas a crear un “orden mundial de la información y de

la comunicación más justo y más eficaz”. Hasta entonces

no se había redactado nunca un documento como éste y

después tampoco se ha hecho nada comparable en el

mundo de la comunicación. La mayoría de los que hicieron

comentarios sobre el informe, muchos de ellos críticos,

coinciden en afirmar que se trata del documento más

minucioso que se ha hecho sobre el mundo de la

comunicación (cf. Hamelink 1980).

El informe de la Comisión destaca que no sólo atañe a los

países en vías de desarrollo llevar adelante todos los

cambios necesarios, sino a toda la humanidad, porque, si

no es así, no es posible conseguir la libertad, la reciprocidad

o la independencia en el intercambio de la información en

todo el mundo. La comisión constató la persistencia de los

desequilibrios en los flujos de noticias e información entre

los países y de las fuertes desigualdades en la distribución

de los recursos comunicativos. La comisión, si bien con

60Quaderns del CAC: Número 21

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disparidad de criterios, vio en el dominio de las

multinacionales una amenaza contra la integridad cultural y

la independencia nacional y coincidió en la necesidad de un

cambio porque la situación era “inaceptable para todos”

(Many Voices, One World 1980, 18)

La comisión trató, sobre todo, de hallar soluciones que

permitieran a los países del Tercer Mundo desarrollar y

reforzar su independencia, la autodeterminación y la

identidad cultural. Investigaron vías para mejorar el

funcionamiento de las agencias de noticias internacionales

y las condiciones de trabajo de los periodistas. Algunas

propuestas más básicas se centraron en la democratización

de la comunicación, es decir, en cuestiones relativas al

acceso y la participación; “se hizo hincapié en ‘el derecho a

comunicar’ en todos los ámbitos, internacional, nacional,

local e individual” (Many Voices, One World 1980, 265, 173).

El informe de la Comisión MacBride fue uno de los puntos

principales de la agenda de la XXI Conferencia General de

la Unesco de 1980. Pese a todo, por consejo del director

general, que se vio sometido a una gran presión, las

recomendaciones de la comisión se desestimaron y se

archivaron entre la documentación preliminar del plan a

medio plazo de la Unesco para 1984-1989. La amenaza

lanzada por Estados Unidos de retirarse de la Unesco a

causa del NOMIC empañaron la conferencia. No obstante,

las recomendaciones de la Comisión MacBride aparecían a

menudo en el debate e influyeron indirectamente en la

formulación de la resolución de la Unesco sobre la

Comisión Internacional de Estudio de los Problemas de la

Comunicación (4/19). Las secciones más concretas de la

resolución se referían al desarrollo y la asistencia. Estas

secciones se reforzaron aún más con la creación de un

Programa Internacional para el Desarrollo de la

Comunicación (PIDC), fruto indirecto de la Comisión

MacBride. La posición occidental se vio reforzada; los

intentos por poner en práctica una idea política en algunas

de las recomendaciones quedaron encallados y

prevalecieron las iniciativas de asistencia práctica.

La Comisión MacBride realizó sin duda una importante

aportación al estructurar el área problemática, lo que

permitió elevar el nivel intelectual del debate. Las

cuestiones se concretaron a partir de las soluciones que

proponía la comisión, pero las cuestiones fueron

desapareciendo de la agenda internacional a medida que

aparecía un nuevo clima político y las nuevas relaciones de

poder de los años ochenta. Si miramos atrás, la década de

1970 representó un gran cambio que hizo inclinar la

balanza de la política y la ideología hacia la interacción de

las fuerzas de mercado. Los años sesenta fueron años de

optimismo: las naciones ricas estaban en pleno boom, las

antiguas colonias conseguían su independencia y la fe en el

gobierno y la tecnología era muy sólida. Los años setenta

fueron años turbulentos: las ideologías entraron en

conflicto, los sistemas eran objeto de crítica y se proponían

alternativas; las soluciones colectivas se vieron favorecidas.

Los años ochenta, en cambio, se pueden considerar como

una época de desregulación, comercialización, consu-

mismo y soluciones individuales. Los adelantos se vieron

muy vinculados a la aceleración de un proceso de

globalización impulsado por la tecnología.

La aportación de la Comisión MacBride y lainvestigación en el mundo de las comunicaciones

La ausencia de repercusiones políticas de las recomen-

daciones de la comisión, al contrario de lo que esperaban

sus autores, fue, lógicamente, una decepción. El Informe

MacBride no era un documento teórico, sino las

conclusiones de la comisión a partir de una investigación en

el campo de la comunicación. No en vano, la comisión

solicitó la colaboración de muchos especialistas externos

de diferentes disciplinas para producir informes

especializados sobre aspectos de la labor de la comisión.

Nunca hasta entonces se había hecho un trabajo de tal

magnitud. Entre los estudios figuraban desde análisis

conceptuales hasta informes estadísticos, estudios de

legislaciones nacionales sobre medios de comunicación y

bibliografías, presentados todos ellos en casi cien

publicaciones. Si miramos atrás, uno de los principales

legados de la comisión es la articulación de un tercer

paradigma del desarrollo.

La independencia y la identidad cultural eran los principios

clave en las recomendaciones de la comisión. Se hicieron

explícitos conceptos como el acceso y la participación. La

comisión también introdujo el ámbito local y la

comunicación horizontal en la reflexión sobre el desarrollo.

También se insinuó que las causas del subdesarrollo había

61Tema monográfico: El Informe MacBride, visto en perspectiva

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que buscarlas tanto en los países desarrollados como en

los países en vías de desarrollo. Las recomendaciones de

la Comisión MacBride, no obstante, no eran del todo claras.

Las ambigüedades eran bastante evidentes en el

tratamiento que la comisión daba a la tecnología de la

comunicación y al desarrollo tecnológico. En este sentido,

la reflexión de la comisión oscilaba entre el paradigma de la

modernización y el paradigma de la dependencia. Aun así,

iban tomando forma las líneas de un tercer concepto

alternativo del desarrollo.

A principios de la década de 1980, expertos y

especialistas en desarrollo empezaron a hablar de “otro

desarrollo”. Este tercer enfoque se podría caracterizar como

una reacción contra el paradigma de la modernización y

contra el paradigma de la dependencia. Durante la última

década, gran parte del trabajo de este “otro desarrollo” se

ha centrado en el concepto de multiplicidad. Aquí, el

principio básico es que no existe un camino único hacia el

desarrollo, pues éste debe entenderse como un proceso

integral, multidimensional y dialéctico, específico de cada

país. Por eso, “desarrollo” es un concepto relativo, y

ninguna sociedad ni ninguna parte del mundo pueden decir

que representan el modelo ideal de “desarrollo”. La

importancia concedida a la multiplicidad también ha

propiciado que se dé importancia a una comunicación

participativa que favorezca el cambio social (véase, por

ejemplo, el trabajo de Servaes, Bordenave, Fair, Kivikuru,

Jacobson, Kumar, Lie y White).

Los vínculos entre este tercer paradigma del desarrollo y

el debate sobre el NOMIC y las ideas implícitas en la

resolución de la Comisión MacBride son evidentes.

Conceptos como la independencia y la identidad cultural

consiguieron ocupar un lugar en la agenda internacional y

ganaron, por tanto, aceptación política en el ámbito

conceptual. En la Comisión participaron sociólogos,

politólogos, pedagogos, especialistas en medios de

comunicación, etc., y esto garantizó la inclusión de muchos

de los conceptos que a la postre serían recurrentes tanto en

la teoría como en la práctica en las décadas siguientes.

Resulta difícil, no obstante, distinguir entre la causa y

el efecto. Es muy probable que la posición actual sea

el fruto de los intercambios mutuos entre regiones,

disciplinas académicas, expertos, políticos, etc., gracias

al camino que abrió en su momento la Comisión MacBride.

El conjunto de la investigación que se presentó en relación

con la Comisión MacBride se podría comparar con un

proyecto exhaustivo de investigación multidisciplinaria. Si

comparamos los dos procesos, el de la CMSI destaca por la

ausencia de fundamento científico. En realidad, es

deplorable que la CMSI no haya solicitado la colaboración

de investigadores de diferentes disciplinas y orígenes

geográficos para conseguir un conocimiento mejor y más

profundo de la situación de la comunicación y de los

medios, ya que está relacionada con los fenómenos

actuales de la globalización. Una iniciativa como ésta sin

duda reforzaría la CMSI en la creación de un entorno que

favoreciera la comunicación y los medios en un plano

internacional.

De la Comisión MacBride a la CMSI

Un solo mundo, voces múltiples resiste el paso del tiempo.

Su lectura, hoy día, plantea distintos tipos de reflexiones.

Algunos de los progresos de la última década se podían

predecir incluso en la época de la Comisión MacBride. De

hecho, la creciente concentración de medios de

comunicación, la monopolización de los mercados y la

reducción de la diversidad eran algunas de las quejas que

la comisión puso sobre la mesa. Pero no resultaba nada

fácil prever la amplitud y la profundidad de lo que estaba por

llegar; nadie se podía imaginar todo lo que llegaría a

producir la tecnología de la información. La globalización de

los medios de comunicación se ha acelerado y la división

digital se ha ampliado en los últimos años.

Las relaciones entre los países ricos y los pobres que

describía la Comisión MacBride a finales de los años

setenta no parece que hayan variado demasiado, si bien la

terminología es relativamente nueva. Algunos países del

Sur siguen sin tener infraestructuras adecuadas para los

medios de comunicación modernos, algo que pone trabas a

su desarrollo y al mismo tiempo impide su acceso al

sistema internacional de medios de comunicación y de

noticias. Aquellos que pueden cambiar la situación no

siempre están motivados para hacerlo y aquellos que

quieren cambiar la situación no siempre están en

disposición de hacerlo.

Ahora que las cuestiones relacionadas con la información

62Quaderns del CAC: Número 21

Page 64: QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana ... El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis

internacional y los medios de comunicación vuelven a

acaparar la atención, muchos han expresado su

preocupación por el hecho de que la CMSI acabe

adoptando una perspectiva cada vez más técnica en las

cuestiones relacionadas con las telecomunicaciones e

internet. Muchas voces, no sólo dentro de la sociedad civil,

han exigido que se preste más atención en el documento

definitivo a los medios de comunicación y a su pluralismo, a

los derechos humanos y a los derechos de comunicación.

Cuando se haya aprobado el documento definitivo de la

CMSI en 2005, habrán transcurrido 25 años desde que la

Comisión MacBride presentó su informe a la Unesco.

Aunque los puntos de partida y los términos de referencia

utilizados hoy son bastante diferentes de los años setenta,

el desarrollo sigue vinculado al proyecto de modernización.

Hoy, sin embargo, el proceso para hallar soluciones a estos

problemas no parte de las instancias más altas. La

sociedad contemporánea es mucho más compleja. Ahora

nos encontramos en la era de la gobernanza multilateral del

sistema de la comunicación, donde predomina la

interacción entre muchos interlocutores diferentes, públicos

y privados, en múltiples ámbitos, desde lo local a lo global.

Pero al final, los objetivos de la CMSI y la Comisión

MacBride son esencialmente los mismos, y las palabras de

Sean MacBride sobre la importancia de un nuevo orden de

la información siguen siendo válidas:

[...] el “nuevo orden mundial de la información y de la

comunicación” se podría definir con más exactitud como

un proceso y no como un conjunto determinado de

condiciones y prácticas. Los detalles del proceso se

modificarán constantemente, pero sus objetivos serán

constantes: más justicia, más equidad, más reciprocidad

en el intercambio de información, menos dependencia en

los flujos de la comunicación, menos difusión de los

mensajes desde las altas esferas hacia la población, más

independencia e identidad cultural, más beneficios para

toda la humanidad. (Many Voices, One World 1980, 18)

Bibliografía

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63Tema monográfico: El Informe MacBride, visto en perspectiva

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65Tema monográfico: Del Informe MacBride a la CMSI: herencias y transformaciones del debate mundial sobre los desequilibrios en materia de comunicación

Del Informe MacBride a la CMSI: herencias y transformaciones del debate mundial

sobre los desequilibrios en materia de comunicación1

Claudia Padovani

Claudia PadovaniInvestigadora y profesora de ciencias políticas y relaciones

internacionales del departamento de estudios históricos y

políticos de la Universidad de Padua (Italia)

El año 2005 se caracterizará por la celebración del 25º

aniversario de la aprobación del Informe MacBride por parte

de la Conferencia General de la Unesco en Belgrado, así

como por el fin de un proceso internacional que ha durado

cuatro años3 y que se ha centrado muy especialmente en

las cuestiones de la información y la comunicación: la

Cumbre Mundial de la ONU sobre la Sociedad de la

Información (CMSI). La segunda fase de la CMSI, que se

celebrará en Túnez en noviembre de 2005 bajo los

auspicios de la Unión Internacional de Telecomunicaciones,

y que supone la continuación de la etapa iniciada en

Ginebra en diciembre de 2003, cerrará un proceso político

de alto nivel que se había propuesto “definir una visión

común respecto a la sociedad de la información” y hallar

fórmulas que permitan reducir la brecha digital dentro de los

objetivos del milenio de la ONU.

La CMSI ha vuelto a situar los temas de la información y

la comunicación en el centro de los debates internacio-

nales, y esto, teniendo en cuenta el fracaso de la propuesta

de un Nuevo Orden Mundial de la Información y de la

Comunicación (NOMIC) que el Informe MacBride había

contribuido a articular, ha hecho renacer las expectativas

sobre la necesidad y la posibilidad de encontrar soluciones

a los problemas de comunicación del mundo, y de hacer

frente, al mismo tiempo, a la esencia de la gobernanza de

la comunicación en el siglo XXI. Con todo, no deja de

sorprender que la CMSI haya podido avanzar sin tener

perspectiva histórica alguna. El actual contexto comunicati-

vo mundial, caracterizado por las dinámicas globalizadoras,

la tendencia a crear un “paradigma informativo”, y la apari-

ción de nuevos actores transnacionales, es profundamente

diferente del de la década de 1970. Gran parte de los

progresos que hemos presenciado en los últimos años, sin

embargo, tienen su origen en los cambios tecnológicos,

sociales y políticos que se remontan a los años en los que

se debatían las propuestas para un NOMIC.

Los expertos en comunicación que participaron en el

proceso de la CMSI, conscientes de sus “precedentes”,

consideraron que este “vacío histórico” suponía una

limitación importante. La falta de perspectiva histórica para

hacer frente a los retos actuales en materia de

comunicación refleja una tendencia problemática en el

sentido de que se interpretan estos retos como “novedades”

de la escena mundial que tienen que ver, sobre todo, con

cuestiones tecnológicas y de infraestructura, y que se dan

unas respuestas políticas con muy poca visión de futuro

que no tienen en cuenta el carácter político y la implicación

cultural de los temas y los fenómenos.

En este contexto, he intentado llevar a cabo un estudio

crítico de las herencias y los cambios que se han producido

con el paso del tiempo, a través del análisis de tres

documentos que podrían ilustrar el “clima” de los discursos

políticos que se han ido formulando en los diferentes

períodos y contextos. Los documentos son: el apartado final

de recomendaciones y conclusiones del Informe MacBride,4

donde se presentan varias propuestas, y los dos

documentos principales que salieron de la primera fase de

la CMSI (Ginebra, 2003): la declaración oficial de principios

titulada Construir la sociedad de la información: retos

globales del nuevo milenio, y la declaración alternativa

redactada por el sector de la sociedad civil, muy activo

durante todo el proceso de la CMSI, que llevaba por título

Adaptar la sociedad de la información a las necesidades

humanas (Padovani & Tuzzi 2004, Padovani & Tuzzi 2005).

Page 67: QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana ... El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis

Se han abordado varios puntos de la investigación

relativos a dos momentos históricos y a tres interlocutores

activos (una de las novedades del proceso de la CMSI fue

la voluntad de contar con la implicación formal de

interlocutores gubernamentales y no gubernamentales):

¿Qué puede decirse en relación con las herencias y las

transformaciones si analizamos el lenguaje de los debates

sobre comunicación?

¿Cuáles son los factores que centran los documentos y

los discursos de los ponentes? ¿Qué elementos tienen en

común?

¿Es posible identificar vínculos conceptuales y elementos

de continuidad? En caso de que resulte posible, ¿podemos

identificarlos principalmente entre el Informe MacBride y la

declaración oficial o entre el Informe MacBride y el

documento alternativo de la sociedad civil?

Para poder ofrecer un resumen conciso de los principales

resultados, empezaré con una descripción sucinta de los

elementos comunes que presentan estos documentos, y

luego pasaré a describir las “visiones opuestas” sobre la

comunicación en la sociedad que caracterizan estos textos.

Lo que se desprende de la investigación es que todos

estos documentos presentan pocos elementos comunes.

Parece que los ponentes sólo coinciden al considerar

igualmente importantes los aspectos relativos al desarrollo

y la tecnología, lo que demuestra la necesidad de reducir

las desigualdades (brechas), que se han acentuado en los

últimos 25 años. La importancia que se concede a la

tecnología, utilizando términos muy parecidos, indica

asimismo que pese a los progresos tecnológicos que se

han ido sucediendo en las últimas décadas, el lenguaje que

se utiliza para expresar el papel central de la tecnología de

la información no ha cambiado demasiado.

En cambio, encontramos más elementos en común entre

las recomendaciones del Informe MacBride y la declaración

sobre la CMSI redactada por la sociedad civil que entre las

conclusiones del Informe MacBride y las conclusiones

oficiales de la CMSI. Los temas de interés en los que

coinciden tanto el “discurso de la alternativa antigua” como

el “discurso de la nueva alternativa” son los derechos

humanos, las libertades y las referencias constantes a la

“dimensión pública” (espacios públicos, servicios públicos,

políticas públicas). También se hace referencia a la

responsabilidad institucional de crear marcos legales a

través de un proceso de toma de decisiones que debería

favorecer los procesos de democratización. Con todo, si

bien en el Informe MacBride se menciona la

democratización en términos genéricos, de manera

coherente con el objetivo de una “democratización del

sistema internacional”, el documento de la sociedad civil

considera los procesos democráticos, abiertos e inclusivos,

como factores cruciales, lo que muestra un planteamiento

más centrado en los procesos democráticos en el interior de

las sociedades y entre ellas.

Existen más elementos coincidentes en ambos

documentos, por ejemplo la utilización del término “poder”,

una referencia a la “paz mundial” y dos visiones

interesantes sobre la evolución de los derechos humanos,

muy importantes tanto para el Informe MacBride como para

la sociedad civil. La idea del “derecho a comunicar” la

encontramos en ambos documentos, pero en las

recomendaciones del Informe MacBride aparecía hasta tres

veces y sólo una en la declaración de la sociedad civil. Por

otra parte, la fórmula “derecho a participar” se emplea hasta

tres veces en el documento elaborado por la sociedad civil

después de la CMSI, y sólo una en el Informe MacBride.

Esto, seguramente, pone de relieve los diferentes contextos

en los que se han ido formando las opiniones, y también es

una muestra de la creencia actual de que sólo los procesos

inclusivos de toma de decisiones pueden dar lugar a la

adopción de medidas que favorezcan el desarrollo del

potencial democrático de la comunicación y que, por tanto,

fomenten el derecho a comunicar.

La declaración oficial de la CMSI y el documento de la

sociedad civil coinciden en pocos puntos, especialmente en

lo que se refiere a la “cuestión del acceso” (acceso a la

información, acceso universal, asequible y equitativo) y a la

“cuestión del desarrollo” (promoción y niveles de desarrollo,

TIC para el desarrollo). Por otra parte, existen dos fórmulas

concretas que reflejan la evolución de los conceptos con los

años: “brecha digital” y “desarrollo sostenible”.

Pocos aspectos conectan las recomendaciones del

Informe MacBride con la declaración oficial de la CMSI,

pero podemos mencionar el uso de verbos para indicar los

compromisos que se han asumido (crear, posibilitar,

mejorar), y la referencia a las organizaciones internacio-

nales, la cooperación y los temas sociales, siempre desde

una perspectiva nacional (prioridades, esfuerzos y

66Quaderns del CAC: Número 21

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capacidades nacionales), que encontramos de forma más

marcada en el documento MacBride.

En general, cada documento expresa puntos de vista

bastante diferentes. Del documento MacBride destaca la

referencia a los medios de comunicación de masas, la

televisión, la profesión de los periodistas, las noticias y los

flujos de información. También se centra en la

concentración y la monopolización de las estructuras

comunicativas, y hace referencia explícita a las empresas

transnacionales, algo que no se repite en ninguno de los

otros dos documentos. Esta atención al sistema mundial de

los medios de comunicación y al papel de los medios en el

desarrollo, que en realidad ha sido uno de los temas que ha

centrado los debates anteriores, ha quedado bastante al

margen del discurso oficial de la CMSI,5 y esto ha suscitado

críticas por parte de las organizaciones de la sociedad civil

y de los especialistas (Raboy 2004, Hamelink 2004,

Carlsson 2003). En los textos oficiales de hoy día apenas se

mencionan los problemas que genera la concentración

global de los medios de comunicación, aunque este hecho

suponga uno de los progresos más problemáticos en la

escena mundial de los medios de comunicación. De la

declaración de la CMSI no se desprende ninguna

articulación conceptual relativa a la interrelación entre

medios tradicionales y medios nuevos, ni entre medios

públicos, comerciales y comunitarios.

En el Informe MacBride se suele hacer referencia a la

“comunicación” para designar de manera general a los

medios de comunicación, los flujos de información y la

comunicación para el desarrollo. Pese a la atención

dedicada a los flujos mundiales de información, que centró

el debate del NOMIC, parece que la información y la

comunicación se han concebido como conceptos

separados dentro de una realidad internacional más amplia.

Este escenario propiamente internacional constituía un

factor importante en el Informe MacBride, pero también se

enfatizaba el papel de los países y de los espacios

nacionales, lo que dejaba ver el papel preeminente de las

entidades estatales en el escenario mundial (aunque la

palabra “estado” no se utilizó nunca). Las referencias a la

autoconfianza y la independencia reflejan el contexto

histórico del debate, mientras que nunca se habla de la

sociedad civil y a duras penas se mencionan los grupos

sociales organizados.

La idea fundamental de la declaración oficial de la CMSI

es la de construir la sociedad de la información a través de

la tecnología y sus aplicaciones, con la conectividad, la

transferencia de la tecnología y el desarrollo de las

infraestructuras. El otro punto de interés es el crecimiento

económico, la productividad, la creación de puestos de

trabajo, la competitividad y la inversión. Esto está

relacionado con los discursos sobre la orientación de las

TIC y de la comunicación que han aflorado desde principios

de la década de 1990: la aparición de la Infraestructura

Global de Información y el compromiso europeo con la

“sociedad de la información” de 1994 (Padovani & Nesti

2003). El lenguaje, por tanto, se mantiene coherente con las

actuales tendencias globales, “estimuladas por la

desregulación y la privatización, la concentración y la

comercialización” (Carlsson 2003, 61). En este sentido, una

visión de la transformación social orientada hacia la

vertiente tecnológica va acompañada de un planteamiento

neoliberal, según el cual los interlocutores institucionales

son necesarios, fundamentalmente, para “favorecer los

entornos que ofrecen más posibilidades”.

El otro elemento peculiar del documento es la reiteración

de los temas de seguridad (ciberseguridad, confiden-

cialidad, cultura global de la ciberseguridad). Como ya se

ha dicho en otra ocasión, en la CMSI encontramos “dos

formas de concebir la seguridad. [...] Por un lado, la

seguridad y la estabilidad internacionales y, por otro, la

necesidad de mejorar la confianza de los consumidores en

la sociedad de la información. Lo que parece que aún no se

ha tratado a fondo […] es la dimensión individual de un

derecho humano a la seguridad personal en un entorno

informativo que puede resultar cada vez más inseguro para

los ciudadanos, pero suficientemente seguro para los

consumidores” (Padovani & Tuzzi 2003).

Existen varios elementos que caracterizan la declaración

de la sociedad civil y el lenguaje diversificado que emplea.

Podemos destacar el uso de los plurales —sociedades,

personas, interlocutores— y el hecho de que la nueva visión

sea mucho más “global” (sociedad civil global, gobernanza

global). También hay que observar las referencias a la

comunidad (medios de la comunidad, informática de la

comunidad), mientras que la información se acompaña

siempre de comunicación y/o conocimiento, y por tanto

enfatiza una noción más amplia de los flujos comunicativos

67Tema monográfico: Del Informe MacBride a la CMSI: herencias y transformaciones del debate mundial sobre los desequilibrios en materia de comunicación

Page 69: QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana ... El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis

que interacciona con los conocimientos culturales y

humanos. El Informe MacBride hablaba básicamente de la

comunicación, y parece que las organizaciones de la

sociedad civil hayan querido expresar su preocupación

centrándose en el “conocimiento”, su control, y las

tendencias hacia la privatización y la propiedad de este bien

común. Desde su punto de vista, la democracia implica

responsabilidad, transparencia y receptividad de los

poderes institucionales y de los demás interlocutores, a

quienes se pide que se comprometan a crear unas

sociedades de la información con capacidad para dar

respuesta a las necesidades de las personas. En este

sentido, se utilizan a menudo las perífrasis de obligación,

que acentúan el derecho que debe garantizarse y no sólo la

acción que debe promoverse.

Sería necesario profundizar más en el análisis de algunas

herencias, especialmente en el discurso actual sobre los

derechos a la comunicación y los esfuerzos constantes de

los representantes de la sociedad civil por denunciar el

planteamiento limitado que desde las instancias guberna-

mentales se proyecta acerca de los desequilibrios globales

en términos de conectividad e infraestructuras, que ignora

ciertos elementos sociales y culturales del complejo

panorama comunicativo. Al mismo tiempo, retomando el

tema del análisis del lenguaje y de los temas, considero

importante recalcar la dimensión del proceso de ambas

experiencias y de las consecuencias que pueden tener a

largo plazo.

Como se ha argumentado muchas veces, la relevancia del

Informe MacBride se puede apreciar, desde una

perspectiva histórico-política, en el sentido de que ha

consolidado el conocimiento y ha extendido la conciencia-

ción respecto a los temas de comunicación en un ámbito

internacional, más que en el impacto real que puede provo-

car en las políticas de comunicación. En esta misma línea,

deberíamos seguir reflexionando sobre los debates

contemporáneos, centrándonos en los nuevos factores que

conllevarán unas consecuencias que todavía no podemos

prever: la movilización transnacional y la conexión local-

global a través de un uso inclusivo de las TIC; la nueva

agenda plural surgida de la CMSI (Padovani 2004); o las

nuevas “palabras clave” —como “orientación multilateral”—

, que pueden tener consecuencias en el futuro desarrollo de

las políticas de comunicación.

Notas

1 Este breve artículo complementa un trabajo de

investigación consistente en el análisis del léxico y el

contenido que se sintetiza en “El debate sobre los

desequilibrios en materia de comunicación: del Informe

MacBride a la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la

Información. Aplicación de un análisis del léxico y el

contenido para un estudio crítico de las herencias

históricas”, que se publicará en un número monográfico de

Global Media and Communication (diciembre de 2005).

2 Claudia Padovani es investigadora y profesora de ciencias

políticas y relaciones internacionales del Departamento de

Estudios Históricos y Políticos de la Universidad de Padua.

Imparte clases de comunicación internacional y

gobernanza de la comunicación, y lleva a cabo trabajos de

investigación sobre comunicación global y gobernanza

global y europea en la sociedad de la información, con un

interés especial en el papel de la sociedad civil en los

procesos de toma de decisiones. Es miembro del Comité

Internacional de la Asociación Internacional de Estudios en

Comunicación Social, vicepresidenta de la sección de

Comunicación y Democracia del Consorcio Europeo para

la Investigación en Comunicación, miembro fundadora de

la Campaña por los Derechos de la Comunicación en la

Sociedad de la Información y de su sección italiana, y

miembro del Comité Directivo de Media Watch Italia.

3 El 21 de diciembre de 2001 la Asamblea General de las

Naciones Unidas adoptó una resolución para organizar una

Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información.

4 Debe recordarse que el Informe MacBride fue el resultado

de las investigaciones llevadas a cabo por expertos,

especialistas en comunicación y por responsables

políticos, y no el resultado de una negociación diplomática,

como es el caso de la declaración de la CMSI. A pesar de

esto, fue adoptado por la Conferencia General de la

Unesco, y por este motivo obtuvo la legitimación de la

comunidad internacional.

5 En la declaración oficial de la CMSI sólo se hace referencia

en el párrafo 55.

68Quaderns del CAC: Número 21

Page 70: QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana ... El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis

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71Tema monográfico: El informe MacBride 25 años después: la propuesta que el Primer Mundo se negó a aceptar

El Informe MacBride presentó un diagnóstico muy correcto

sobre la comunicación mundial y sobre las tendencias de

futuro. Fue fruto del consenso y del trabajo riguroso de la

Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de

la Comunicación, que lleva el nombre de su presidente.

Lamentablemente su esfuerzo no se vio coronado por el

éxito. Los países más desarrollados, sobre todo Estados

Unidos de América, no pudieron o no quisieron entender la

necesidad de unas nuevas relaciones internacionales que

precisaban de un cambio estructural profundo tanto en los

campos de la comunicación, la información y la cultura,

como en el terreno del viejo orden económico construido

después de la II Guerra Mundial (Nordestreng 1986;

Preston 1989).

Las dos premisas sobre las que se construyó el Informe

resultan, en 2005, verdaderamente proféticas. En primer

lugar se señalaba que el poder de informar y de ser infor-

mado es una de las claves de las sociedades modernas,

hasta el punto de que la creciente concentración del poder

de informar podría desembocar en nuevas formas de

control en las que ya no habría separación de los poderes

de la sociedad. En segundo lugar, se afirmaba que la

información es un recurso clave en cuyo tratamiento no

pueden dejarse de lado las interacciones entre

comunicación, tecnología y cultura. Y, desde aquí, se

proponían cinco líneas de acción principales:

1) Promover la inclusión de la comunicación como derecho

fundamental de los individuos y las colectividades.

2) Reducir los desequilibrios, desigualdades y distorsiones

que afectaban a las estructuras y a la circulación de

noticias.

3) Alentar todos los esfuerzos para promover una

estrategia global para una comunicación democrática

en un mundo interdependiente, pero respetando las

identidades culturales y los derechos individuales.

4) Impulsar la formulación de políticas nacionales de

comunicación, coherentes y duraderas en el marco más

amplio de los procesos de desarrollo.

5) Explorar las bases sobre las que debería establecerse

un Nuevo Orden Mundial de la Información y la

Comunicación (NOMIC) como componente de un Nuevo

Orden Económico Internacional (NOEI).

Evidentemente, el camino para que las propuestas y las

acciones concretas diesen algún fruto era la cooperación

multilateral a través de las organizaciones del Sistema de

las Naciones Unidas, sobre todo la Unesco. Y el lema era

bien simple: solidaridad. Sin embargo justo cuando se

aprueba el Informe, en 1980, la superioridad tecnológica del

Primer Mundo sobre el resto del planeta es ya definitiva y

favorecía a Estados Unidos de América de forma muy

notable. De aquí que, al no contar ya con mayoría en la

Conferencia General de la Unesco, el Primer Mundo se

sintiese especialmente irritado con una propuesta que, en

esencia, pretendía que la tecnología de la información

fuese patrimonio de todos y que reclamaba que el derecho

a emitir fuera también de todos, en un marco de absoluto

respeto a la identidad cultural de cada país.

Además, la llegada al poder de los conservadores

norteamericanos con la primera Administración Reagan,

cuyo programa había sido elaborado por el think tank

conservador Heritage Foundation, supuso el abandono

de la línea de oposición interna al NOMIC, para pasar al

desarrollo de un programa marcadamente anti-ONU y anti-

Unesco. (Dupont 1986; Gifreu 1986; Pines 1984). Así, seFernando QuirósCatedrático de la Universidad Complutense de Madrid

El Informe MacBride 25 años después: la propuesta que el Primer Mundo se negó a aceptar

Fernando Quirós

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72Quaderns del CAC: Número 21

pasó de las reservas presentadas por el Grupo Occidental

en la XXI Conferencia General (Belgrado, 1980) en todo lo

referente a la eliminación de desequilibrios, control de los

monopolios, eliminación de barreras y pluralidad de fuentes

y canales de información, al anuncio de la retirada de la

Unesco, por parte de EE.UU. Desde entonces (28 de

diciembre de 1983) el NOMIC pasó a ser un conjunto de

proyectos sovietizantes incompatibles con las libertades

básicas de una sociedad democrática (Harris 1984; U.S

Departament of State 1984). Estos juicios sobre el NOMIC

fueron, además, asumidos y difundidos por las grandes

corporaciones mediáticas durante todo el período que va

desde el anuncio de la retirada estadounidense, en 1983,

hasta su salida definitiva en 1985 (Herman 1989).

Sean Macbride y Amadou M. M’Bow significaban

consenso y espíritu constructivo. M’Bow (director general)

no sólo supo frenar la ruptura que estuvo a punto de

producirse en la XIX Conferencia General (Nairobi, 1976),

sino que impulsó la adopción de resoluciones por consenso

y no por mayorías mecánicas y propuso a MacBride como

presidente de una comisión internacional para el estudio de

los problemas de la comunicación en la sociedad moderna.

MacBride era premio Nobel y premio Lenin de la Paz,

cofundador de Amnistía Internacional, hombre con

experiencia de gobierno, y profundo conocedor del mundo

de la comunicación. Su trabajo, como el de toda la comisión

(incluyendo al norteamericano Elie Abel) fue ejemplar. La

derecha conservadora, sin embargo, los convirtió en

obsesión y blanco de ataques, cuando denunció el NOMIC

como un peligro para las libertades de expresión e

información (Dupont 1986; Gifreu 1986; Pines 1984).

MacBride fue silenciado y M’Bow relevado de la dirección

general de la Unesco (1986). Restaba liquidar el Informe y

el espíritu de consenso que lo había hecho posible. Esta

tarea se realizó mediante lo que, en la etapa de Federico

Mayor Zaragoza, se denominó la nueva estrategia de la

Unesco en materia de comunicación.

En la XXIV Conferencia General (París, 1989) empiezan

a diluirse todos los principios relacionados con el NOMIC,

devolviendo los debates sobre los flujos informativos y

sobre el papel de los medios de comunicación en el

desarrollo del Tercer Mundo a los tiempos de la fundación

de la Unesco, que tanto favorecieron la imposición a escala

planetaria de los postulados de Estados Unidos desde 1946

hasta 1970. Conceptos como equilibrio, políticas nacionales

de comunicación y derecho a comunicar dejan de tener

sentido en la nueva orientación de la más importante

agencia de las Naciones Unidas. Por eso, el III Plan a

Plazo Medio introdujo una serie de precisiones y

matizaciones que prepararon el camino de vuelta a la

consideración del libre flujo de la información tal y como lo

entienden los gobiernos occidentales y las grandes

organizaciones profesionales y patronales. Se consideró

que el NOMIC caía en el error de entender la libertad de

información como prerrequisito implícito y se recurrió a

hacerla explícita con la fórmula: libre flujo de la información

en sus niveles nacional e internacional, más amplio y mejor

equilibrado, sin ningún obstáculo para la libertad de

información. Así se resolvían las dudas en lo referente a la

eliminación de los desequilibrios; la supresión de los

efectos negativos de ciertos monopolios; la eliminación de

barreras internas y externas a la libre circulación de

información y la pluralidad de fuentes y canales de

información. En otras palabras: se superaban así las

reservas occidentales manifestadas en la XXI Conferencia

General (Belgrado, 1980). Poco tiempo después quedaron

eliminados (al entenderlos implícitos en la fórmula anterior)

los requisitos de flujo de información más amplio y mejor

equilibrado (Unesco 1989).

Por otra parte, tres reuniones sobre el desarrollo de los

medios y la democracia celebradas en Windhoek (1991),

Almaty (1992) y Santiago de Chile (1994) sirvieron para

retornar al concepto paternalista del desarrollo. Tras la

XXVI Conferencia General (París, 1991) el texto de

referencia será la Declaración de Windhoek (1991). Bajo el

lema de que desarrollo, participación y comunicación son

parte de un continuum, el PIDC reformó sus estatutos y

empezó a aceptar proyectos del sector privado dándoles

prioridad cuando compitiesen con el sector público de su

mismo país. En otras palabras: se abría paso la

reivindicación norteamericana de dar un mayor papel a las

corporaciones privadas en los asuntos internacionales.

En lo referente a los programas de adiestramiento y

formación, también se deshizo el camino. En la nueva

estrategia, la Unesco es definida como foro adecuado para

facilitar el diálogo entre los gobiernos, los profesionales de

la comunicación y la sociedad civil. En este sentido la

política de la Unesco debe ser alentar a los profesionales de

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la comunicación para que se autorregulen, mejor que

establecer leyes y reglamentos que apuntan y controlan, en

otras palabras censuran, el contenido de los medios. Si la

Unesco entrase en este terreno podría correr el riesgo de

socavar uno de los principales objetivos de su Acta

Constitutiva, que es promover el libre flujo de las ideas, las

palabras y las imágenes. Nada quedaba ya del viejo

proyecto del NOMIC.

Al cumplirse los 25 años de la aprobación de Informe

MacBride, se puede afirmar que su diagnóstico era correcto

y acertado. La comunicación mundial de hoy tiene todos los

rasgos negativos enumerados en 1980 corregidos y

aumentados por la doctrina del free flow of information.

Doctrina, que bajo este lema liberal, esconde la

subordinación de todas las libertades a la libertad de

comercio pura y dura. Es decir: la libertad que se arrogan

los más poderosos para apropiarse de recursos, mercados,

tecnologías, cultura… en nombre de una libertad que no

genera beneficios sino para ellos. Por eso, pensamos, que

la política actual de la Unesco (WSIS, proyecto de

convención de diversidad cultural, etc…) tendrá difícil pasar

de la mera formulación a políticas efectivas, porque les falta

la ligazón que sí proporcionaba el NOMIC, sobre todo,

porque éste era indisociable de un Nuevo Orden

Económico Internacional.

Bibliografía

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suire”?. Article 31, nº 24.

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Harris, O. (1984). “Whitlam’s odd Role in World Body”. The

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Review”. Washington: Department of State.

73Tema monográfico: El informe MacBride 25 años después: la propuesta que el Primer Mundo se negó a aceptar

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75Tema monogràfico: Una mirada constructiva sobre el informe MacBride

Ramón ZalloCatedrático de comunicación audiovisual y publicidad

de la Universidad el País Vasco

La mirada displicente de algunos analistas respecto a las

tesis del Informe MacBride que propugnaba un Nuevo

Orden Mundial de la Información y la Comunicación

(NOMIC), o respecto a la Teoría de la Dependencia

económica y comunicativa, no hace justicia a lo que

significaron ni a lo que significan aun hoy. Como corpus

doctrinal aun cabe encontrar ahí, en la época de la

globalización y de las identidades, algunas prometedoras

líneas de trabajo de política cultural y comunicativa.

Las propuestas del Informe MacBride tuvieron un gran

valor educativo: su pretensión de eliminar los desequilibrios

de la información; la reclamación del derecho de las

colectividades a participar en los flujos comunicativos o la

restricción de los efectos de los monopolios de la

información; la defensa simultánea de un libre pero

equilibrado flujo de la información y de los programas, así

como la pluralidad de fuentes; la apuesta por las libertades

generales y las de la profesión periodística para informar

desde la libertad de prensa; la necesidad de desarrollo de

infraestructuras comunicativas y de industrias culturales

propias en los países en vías de desarrollo; el respeto a la

identidad cultural de cada pueblo y su derecho a informar

desde sus propios parámetros... Ése era el sentido de las

once propuestas de la Comisión MacBride y que fueron

ratificadas en la Conferencia General de la Unesco de 1980

en Belgrado.

Hoy los temas han cambiado en parte porque ha cambia-

do el mundo y la reflexión sobre él (ver los dos cuadros

adjuntos sobre similitudes y diferencia en el contexto y en

los discursos alternativos). Donde hace 25 años se veía

desde la geopolítica y los estados, hoy se ven identidades,

comunidades, lenguas y religiones. En aquella época se

miraba más hacia afuera -se ponía el acento en la relación

entre estructuras en el flujo de información y de programas

en torno al paradigma de la igualdad entre países- mientras

que hoy nos miramos hacia dentro, y vemos no sólo

distintos países sino también distintas culturas en riesgo,

distintos intereses clasistas sobre la comunicación y la

cultura, pasando a ser la protección de la diversidad y el

derecho a la cultura los paradigmas al uso. O sea el objeto

de preocupación se ha ampliado desde la Comunicación

hacia la Cultura entendida en sentido muy amplio.

Visto desde la antropología o la gestión cultural de

colectividades, podían echarse a faltar en el NOMIC

análisis más finos sobre las contradicciones sociales y

culturales internas (mestizajes, hibridaciones, análisis en la

recepción, reapropiaciones populares de unos medias

federadores, nuevas identidades y comunidades reales o

virtuales…) pero aquéllos eran tiempos de fracturas y

contradicciones rotundas que se abordaban desde los

“grandes relatos”.

De todos modos, que los “grandes relatos” entraran en

crisis a finales de los 80 no quiere decir que la visión

fragmentada y caleidoscópica posmoderna o el desarrollo

del mito tecnológico por encima de lo comunicacional sea

mejor, y que no se deban reconstruir nuevas visiones

globales y poliédricas. Además, las líneas fuertes de la

política cultural o comunicativa, tanto nacionales como

regionales, se suelen guiar por criterios macro, evaluables

y explícitos, en los que la dialéctica macro-micro o global-

local está presente, y que el legítimo interés por lo micro no

podrá nunca desplazar.

Ciertamente aquellas propuestas estaban planteadas,

desde un enfoque vertical (Norte-Sur), más en el terreno de

los principios que en el plano de las contradicciones

Una mirada constructiva sobre el Informe MacBride

Ramón Zallo

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76Quaderns del CAC: Número 21

internas de los países. De hecho el análisis de los intereses

culturales específicos y diferenciados entre las clases y

estratos de cada país estaba presente pero no estaba en el

centro de las preocupaciones. Sin embargo, pocas veces

una capa intelectual ha trabajado con mas denuedo por

aplicar aquellos criterios en sus respectivos países con una

vocación transformadora, ya fuera directamente en política

comunicativa (en casos como Perú o Venezuela) o en la

lucha ideológica antiimperialista (en los más). La vocación

de intervención era propia de la clase intelectual desde la

consciencia de que si el saber no se aplica en la sociedad,

lo harán inevitablemente el poder y el mercado.

Ciertamente no son las ideas las que mueven el mundo

pero, en todo caso, fue magnífico que las derivadas de la

Teoría de la Dependencia escalaran incluso en las

instituciones internacionales como la Unesco. De todos

modos, si alguien pudo pensar en una revolución ideológica

desde las élites en los países desarrollados –el sueño

marcusiano- o desde los medios de comunicación o desde

una tecnocracia institucional en los países dependientes

estaba muy equivocado.

Tacharlas de erróneas, simplistas o ingenuas es fácil1.

Pero a la doctrina del NOMIC le ocurre como a la Escuela

de Frankfurt. A pesar de algunas exageraciones, guardan

aún un fondo central de rigor analítico y de capacidad

crítica, útil además para la acción transformadora. El

NOMIC no definía un mundo ficticio –pueden ser más

ficticias algunas doctrinas postmodernas que se quedan en

los detalles obviando las temáticas centrales–, ni cabe

endosarle una responsabilidad que atañe a las derrotas

sufridas por las clases populares de las sociedades a las

que acompañaron en su pugna por hacer otro mundo.

Los 60 y 70 eran una época de cambio en la que los

agentes organizados eran conscientes de su capacidad

transformadora. Reducirlo todo a un puro choque de

bloques es tan falso como sostener hoy que vivimos

fundamentalmente una lucha de civilizaciones. Paralelos a

aquel choque, se producían conflictos estructurales y

políticos diversos: entre fuerzas de progreso e imperios u

oligarquías en la periferia (revoluciones y contrarrevo-

luciones); entre modelos de sociedad y políticos en el

corazón de los países centrales capitalistas (mayo del 68,

cambios en el Estado del Bienestar, dictaduras franquista y

salazarista); y, en el caso de los países del “socialismo

realmente existente”, la contradicción entre un modo de

producción para los más y unas libertades reprimidas por

unas burocracias usurpadoras.

En cambio, es una ironía de la historia que algunas

prescripciones no se realizaran por los agentes que

estaban llamados a ello. Por ejemplo, es sabido que las

dictaduras en que desembocaron en aquella época varios

países latinoamericanos, fueron hostiles a establecer

políticas nacionales de comunicación, pero tras la

democratización subsiguiente años o lustros después,

algunos países han encontrado -unos en su dignidad

identitaria y otros en la necesidad de autosurtirse de

imágenes- el desarrollo de una cierta industria cultural

nacional, incluso con vocación exportadora llegando a

irrumpir, en algunos casos, en el mercado televisivo

hispano en Estados Unidos. Asimismo, contrariamente a las

acusaciones de los gobiernos de EE.UU. y el Reino Unido

contra las tesis neutralistas de Un solo mundo, voces

múltiples que supuestamente beneficiaban al Bloque del

Este, fueron los propios burócratas de los partidos

comunistas de los países del Este -posteriormente

reconvertidos en elite del nuevo poder- quienes abrieron el

proceso de implosiones desde dentro en sus países.

Visto a posteriori, cabe constatar el acierto estructural de,

al menos, tres tesis del viejo NOMIC. Así la importancia que

daban a la información y a su distribución en las sociedades

modernas, y que da hoy nombre incluso a la era (era de la

información) en que vivimos, aunque desde otra percep-

ción. En segundo lugar, el flujo desigual de programas de

televisión, audiovisual, y noticias se ha ampliado a escala

internacional y cuando la internacionalización de las

culturas debería ser un fenómeno cuatridireccional de Norte

y el Sur y de Este a Oeste, las limitaciones en la capacidad

de acceso a la información estratégica y para todos los

soportes, genera una brecha digital. Por ultimo, las tesis

actuales en torno a la excepción cultural2 y a la diversidad

tienen sus anclajes en aquella doctrina de la que son

también una derivación natural aplicada a espacios

societarios concretos.

En el 2001 la Conferencia General de la Unesco aprobaba

por unanimidad la Declaración Universal sobre Diversidad

Cultural. Establecía que “toda persona debe poder expre-

sarse, crear y difundir sus obras en la lengua que desee y

en particular en su lengua materna” y a que se “respete

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77

plenamente su identidad cultural” y “debe poder participar

en la vida cultural que elija y ejercer sus propias prácticas

culturales dentro de los límites que impone el respeto de los

derechos humanos y de las libertades fundamentales”. Se

era consciente que el mercado no puede garantizar la

preservación y promoción de la diversidad necesaria para

un desarrollo humano sostenible. Los bienes y servicios

culturales son portadores de identidad y de valores, y no

deben ser tratados como cualquier mercancía, como hoy

pretende la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Ahora le toca el turno -aún en fase de anteproyecto- a la

Convención sobre la protección de la diversidad de los

contenidos culturales y las expresiones artísticas de la

Unesco3 que se dilucidará en octubre de 2005 en su 13ª

Conferencia General, y que parte de la Declaración

Universal antes mencionada.

En franco debate con las tesis liberales de la OMC, la Red

Internacional de Políticas Culturales argumenta a favor del

anteproyecto considerando que “la diversidad cultural

contribuye a la cohesión social, a la vitalidad de la

democracia y a la identidad de los pueblos, todos ellos

componentes esenciales del desarrollo social y económico4”,

por lo que los estados no solo tendrían derecho a tomar

medidas para preservar y promover la diversidad cultural

sino que sería su obligación fomentar, mediante políticas

culturales, la disponibilidad de contenidos culturales

variados y muy especialmente los “vehiculados por las

industrias culturales” (arts. 8 a 11 de la Declaración del

2001).

Ciertamente, el agente por antonomasia de los actuales

34 artículos del anteproyecto son los estados-partes de los

que se apuntan sus derechos y obligaciones. Sin embargo,

también se puede deducir que, en el interior de cada esta-

do, tanto autoridades como sociedad civil de los distintos

territorios de ese estado tienen sus derechos y obligaciones

derivadas de los principios de diversidad cultural y de

subsidiaridad en la gestión, y que el incumplimiento de sus

obligaciones por parte de los estados hacia el interior de las

diversas culturas internas legitimarían las acciones

unilaterales de las culturas amenazadas o que sufran

situaciones de diglosia.

La nueva convención ensayaría proporcionar un marco

para las políticas que traten de lograr un equilibrio entre el

derecho de promover la producción y disponibilidad de los

contenidos culturales nacionales o propios y la obligación

de permanecer abiertos a los contenidos culturales

provenientes de otros países. Con todo, el debate –con

EE.UU., el Reino Unido, Holanda y otros países- se

centrará en el modo de interpretar la zona de contacto

entre los derechos y obligaciones de la Convención y los

derechos y obligaciones que tengan los estados-partes en

virtud de otros tratados internacionales” (art 19), por

ejemplo los derivados de la OMC o los derivados de los

tratados comerciales bilaterales en bienes y servicios. En el

fondo, en estos tiempos difíciles y de retroceso para los

sectores de progreso, es una segunda oportunidad para un

NOMIC pero la condición es la conexión con los

movimientos del Foro Social de Porto Alegre y de la

globalización alternativa.

Afortunadamente el debate ya es sin los tapujos de

antaño. Aparentemente chocaban libertad (libre flujo) e

intervención (políticas de comunicación) cuando lo que

más fuertemente chocaban, antes y ahora, eran sobre todo

la cultura-mercancía–como-cualquier-otra y la cultura-

derecho-identidad. El conflicto de siempre está servido.

Notas

1 Así las ácidas tesis de J. Marques de Melo en

“Comunicación y poder en América Latina”. Telos nº 33.

Mayo de 1993

2 Para una explicación económica de la “excepción cultural“

ver Cohen E., (2001) "Globalización y diversidad cultural"

en VVAA, Informe Mundial de la cultura 2000-2001.

Diversidad cultural, conflicto y pluralismo. Madrid.

UNESCO/Mundi-Prensa.

3 CLT/CPD/2004/CONF.201/2.

4 http://206.191.7.19/meetings/2004/faq_france_s.shtml

Tema monogràfico: Una mirada constructiva sobre el informe MacBride

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78Quaderns del CAC: Número 21

Años 60 y 70 De lo 90 a la actualidad

Geopolítica Guerra fría (2 bloques) Movimiento de no alineados Procesos revolucionarios

Fin de Guerra Fría y terrorismo internacional Nuevo Orden Mundial con unilateralismo preventivo EE.UU. Involuciones en Tercer Mundo

Modelo económico Capitalismo internacional y neocolonialismo Gran concentración de capitales Industria y producción material

Capitalismo global y exclusión Idem y capital financiero global Idem y producción inmaterial y de I+D:

Modelo social Conflictos de clases

Idem y conflictos culturales internos en sociedades y comunidades más hibridadas (cultura, sociedad e inmigración)

Modelo político Estados

Estados+ supraestados + conflictos en zonas geopolíticas + con comunidades y naciones emergentes

Comunicación y cultura

Hacia cultura masiva y homogénea: mercado Flujos desiguales

Idem + fragmentada + comunicaciones horizontales Idem+ Comunicación red + brecha digital

Años 60 y 70

Actualidad

Formulaciones globales

Imperialismo cultural y teoría de la dependencia: antiimperialismo Reequilibrio de flujos y libre flujo comunicativo

Alterglobalismo y mirada hacia contradicciones de cada comunidad Pluralidad, diversidad, propuesta de “excepción cultural” frente al mercado como regulador principal

Referentes Bipolos Norte/Sur

Multidimesionalidad Norte/Sur e intra (grupos sociales, géneros, identidades diversas…)

Marcos de intervención

Estados nacionales Idem + regional + local + popular: las identidades

Paradigmas Flujos libres y equilibrados Proteccionismo y planes nacionales de comunicación

Horizontalidad + derecho a la cultura y a la diferencia Producción propia y estrategias culturales regionales o sectoriales

Contextos

Discursos alternativos en Comunicación

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79Tema monogràfico: El Informe MacBride desde Catalunya: balance de esperanza

Josep GifreuCatedrático de teorías de la comunicación de la

Universidad Pompeu Fabra

Desde Cataluña, teníamos como mínimo tres grandes

motivos para seguir con interés los trabajos y los resultados

de la Comisión Internacional de Estudio de los Problemas

de la Comunicación (Comisión MacBride) que preparó el

Informe MacBride entre los años 1977 y 1979. En primer

lugar, en aquellos años se abría una nueva oportunidad

histórica para la reconstrucción nacional de Cataluña, y

concretamente para la recuperación de la lengua y la

cultura catalanas, en el marco de la transición española

hacia la democracia (primeras elecciones constituyentes de

1977, referéndum de la nueva Constitución de 1978 y

referéndum del Estatuto de Autonomía de Cataluña de

1979). En segundo lugar, existía cierta sensibilización en

los entornos académicos y profesionales sobre la

centralidad de la información y de los medios de

comunicación de masas en los procesos de afirmación

nacional y cultural en la nueva sociedad de la información.

Y, en tercer lugar, aunque sea más anecdótico, en Cataluña

despertaba especial simpatía la personalidad y la figura del

presidente de la Comisión, el irlandés Sean MacBride, uno

de los líderes de la independencia de Irlanda, admirador de

Cataluña y antiguo amigo personal de Francesc Macià, el

primer presidente de la Generalitat de Cataluña,

reinstaurada en 1931.

Personalmente, me siento muy directamente implicado en

el proceso de seguimiento y de recepción del Informe

MacBride en Cataluña. Mi trayectoria como investigador de

la comunicación quedó marcada por la etapa en la que

estalló en el seno de la Unesco la crisis más aguda de su

historia. En efecto, los años que van de la XIX Conferencia

General de Nairobi (1976) hasta la XXI Conferencia de

Belgrado (1980), donde se aprobó definitivamente el

Informe MacBride, y hasta 1983 cuando la Administración

Reagan decide forzar la retirada de Estados Unidos de la

Unesco, corresponden a los años de elaboración de mi

tesis doctoral (Sistema i polítiques de la comunicació a

Catalunya, Barcelona: L’Avenç, 1983). Aquella

investigación pretendía aplicar a Cataluña una de las

líneas-fuerza del debate internacional, la referente a las

políticas nacionales de comunicación, impulsada

singularmente desde América Latina. Una problemática

local vinculada, no obstante, al debate general y a los

grandes retos globales que el Informe MacBride ponía de

relieve, tema que abordé en un informe general posterior (El

debate internacional de la comunicación, Barcelona: Ariel,

1986).

La gran mayoría de cuestiones a las que quería dar

respuesta el Informe MacBride debían interesar a las elites

políticas y culturales de la Cataluña de 1980, que emergían

de la lucha y la resistencia contra la dictadura franquista.

Sin embargo, creo poder afirmar que el impacto del debate

sobre la comunicación aglutinado en el seno de la Unesco

tuvo escasa repercusión en el ámbito público y entre la cla-

se política catalana. ¿Cómo se explica esto? Una primera

hipótesis sería que la clase política y las elites intelectuales

catalanas, como las del resto del Estado español, estaban

plenamente concentradas en el proceso interno de construir

la nueva democracia española. Una segunda hipótesis, no

menos plausible, sería que Cataluña como tal no gozaba de

ningún tipo de representación oficial u oficiosa en la Unesco

ni en las Naciones Unidas. Y aún una tercera que se podría

formular como pregunta: ¿Podían interesar a Cataluña un

debate y unas propuestas sobre la comunicación que no

tuvieran en cuenta la peculiar situación de las naciones sin

estado? Este interrogante hace hincapié en una doble

El Informe MacBride desde Cataluña: balance de una esperanza

Josep Gifreu

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comunicación y del propio Informe MacBride. Aparte de las

contribuciones personales y en distintos ámbitos de algunos

profesores (especialmente, Miquel de Moragas, Marcial

Murciano y Josep Gifreu), aquel departamento creó en

1980 la revista Anàlisi, que contribuyó a difundir la investi-

gación también en los campos próximos a los abordados

por el Informe MacBride (especialmente, los números 5 y 6

(de 1982) sobre las políticas de comunicación en Cataluña;

y el número 10/11 (de 1987) sobre la comunicación

internacional).

Y en tercer lugar, el esfuerzo de introducción y de

aplicación en Cataluña de líneas de investigación orien-

tadas a apoyar las políticas nacionales de comunicación.

Este apartado merecía una consideración particular y más

extensa. Bastará con mencionar algunas actuaciones que

pueden poner de manifiesto una voluntad de incidir desde

la investigación sobre las nuevas oportunidades históricas

de restablecimiento y de potenciación del sistema

comunicativo catalán en la nueva fase de despliegue de la

democracia, del autogobierno y de la normalización

lingüística y cultural.

En este sentido, cabría destacar algunas actuaciones a

principios de los años ochenta que conectaron de forma

más o menos directa con las preocupaciones del espíritu

MacBride respecto del papel de los medios de comu-

nicación y de las nuevas tecnologías en los procesos de

reconstrucción nacional y cultural. No fueron los respon-

sables de la política ni tampoco los grandes medios de

comunicación los que aplicaron esta línea de acción y de

intervención. No obstante, decisiones como la creación de

la Corporación Catalana de Radio y Televisión (CCRTV)

con dos canales decisivos a partir de 1983 (TV3 y

Catalunya Ràdio), adoptada por el Parlamento y el

Gobierno catalanes en 1981, respondían a este “espíritu”.

La atención y la preocupación por la lengua y la cultura

catalanas a través de las nuevas políticas culturales en

Cataluña conectaron también con las orientaciones del

Informe MacBride. Por ejemplo, iniciativas del

Departamento de Cultura como las Reflexiones Críticas

sobre la Cultura Catalana en sus dos ediciones (1983 y

1986), así como la propuesta de “Pacto Cultural” (1985),

abonaban también esta orientación. La celebración en 1986

del II Congreso Internacional de la Lengua Catalana incluía

un área de trabajos dedicada a medios de comunicación y

80Quaderns del CAC: Número 21

consideración: de una parte, la condición de una Cataluña

que, si bien renunciaba a tener Estado propio al aceptar los

pactos de la transición española, no renunciaba sin

embargo a autoafirmarse como nación, o parte de una

nación, diferenciada de las otras naciones de la península

ibérica; y de otra parte, el hecho comprobado de que el

Informe MacBride no tomaba en consideración la existencia

y las necesidades específicas de las naciones sin Estado.

En cualquier caso, sólo a partir de principios de los años

ochenta el debate de la Unesco sobre comunicación y el

Informe MacBride comenzaron a tener cierta incidencia en

Cataluña, si bien en sectores muy particulares. Me gustaría

aventurar que el principal mérito del tímido impacto que

tuvo el espíritu MacBride en una parte de la intelectualidad

catalana debe atribuirse a los núcleos de investigación

universitarios. Más concretamente, los núcleos de la

Universidad Autónoma de Barcelona, especialmente

aglutinados en el entonces llamado Departamento de

Teoría de la Comunicación, dentro de la Facultad de

Ciencias de la Información. Desde el departamento

seguíamos con creciente interés el desarrollo del debate

internacional y las orientaciones de los trabajos de la

Comisión. En este sentido, y con la perspectiva de 25 años,

creo poder afirmar que aquel departamento, bajo la

dirección de Miquel de Moragas, desempeñó un papel

importante por lo menos en tres direcciones, que esbozo

brevemente.

En primer lugar, la conexión de los investigadores

catalanes con la investigación y la problemática

comunicativas internacionales, y singularmente con los

centros del debate en la Unesco y la IAMCR/AIERI/AIECS

(Asociación Internacional de Estudios en Comunicación

Social). La participación desde 1976 en los congresos

bianuales de esta asociación internacional culminó con el

acuerdo de realizar el XVI Congreso de 1988 en Barcelona,

coordinado por el profesor Manuel Parés. También

contribuyó a que la comunicación internacional se situara

como objeto específico de investigación la salida al exterior

de los investigadores catalanes y sobre todo la invitación a

Barcelona de reconocidos investigadores internacionales

de la comunicación (Schiller, Mattelart, Martín Barbero,

Pasquali, Cayrol, Richeri, etc.).

En segundo lugar, la recepción y la difusión en el ámbito

catalán y español del debate internacional sobre la

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nuevas tecnologías, e incorporaba como una de las

conclusiones la constitución de un espacio catalán de

comunicación que comprendiera a ambos territorios de

lengua catalana. Esta línea estratégica de reconstrucción

de la comunicación en el espacio cultural del catalán había

sido, precisamente, una de las conclusiones de un estudio

prospectivo que dirigí gracias al impulso del Instituto de

Estudios Catalanes en plena sintonía con el espíritu

MacBride (J. Gifreu, dir., Comunicació, llengua i cultura a

Catalunya: Horitzó 1990, Barcelona: Institut d’Estudis

Catalans, 1986). La proyección pública en Cataluña de esta

línea de investigación comunicativa culminó en 1986

cuando el Departamento de Cultura de la Generalitat me

encargó la inauguración de las II Reflexiones Críticas sobre

la Cultura Catalana con la conferencia titulada “Cultura,

comunicación y dependencia”.

Durante los últimos años de la década de 1980, el impacto

general del espíritu MacBride, mayoritariamente de la

investigación comunicativa en Cataluña, se manifestó en el

hecho de incorporar el estudio de la comunicación como

dimensión crucial de los procesos de (re)construcción

nacional, cultural y lingüística. Y si a partir de entonces se

comenzó a hablar de una “escuela catalana” de

investigación en comunicación, se debe en gran parte a la

especial sensibilidad de los investigadores catalanes al

relacionar estrechamente políticas de comunicación,

políticas culturales y políticas lingüísticas. Una sensibilidad

que, después de veinte años, nos aproxima al corazón de

las nuevas preocupaciones tanto de la política cultural

europea como de la comunicación internacional crítica. Con

esto quiero manifestar que, hoy, la investigación catalana

en comunicación sintoniza plenamente con la llamada

“excepción cultural” como estrategia y garantía de

afirmación de la diferencia cultural en un nuevo mundo

globalizado que, bajo los dictados de la OMC (Organización

Mundial del Comercio), corre el riesgo de desaparecer por

la vía de los mercados.

81Tema monogràfico: El Informe MacBride desde Catalunya: balance de esperanza

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83Tema monográfico: El Informe MacBride: su huella en Cataluña

Miquel de MoragasDirector del Institut de la Comunicació de la Universidad

Autónoma de Barcelona (Incom-UAB)

El vigor con el que se siguió el debate y la aprobación del

Informe MacBride (1976-1980) contrasta fuertemente con la

rapidez con la que se archivó o, mejor dicho, con el éxito

que tuvieron las presiones para silenciarlo a escala

mundial. La idea de un nuevo orden mundial de la

información y las propuestas de construir políticas de

comunicación, a favor del desarrollo y la democratización,

fueron apartadas rápidamente bajo acusaciones de

intervencionismo y obstaculización de la libertad de

información. La Unesco, afectada por la retirada de Estados

Unidos y el Reino Unido, incorporó este silencio a su propia

política de comunicación.

Por el contrario, el período posterior a MacBride, lejos de

ver enterrar las políticas de comunicación, coincidía con

una revitalización de estas políticas en los países más

desarrollados del mundo. En Europa coincidía con el

proceso de privatización, tanto de la televisión como de las

telecomunicaciones y con los primeros pasos hacia una

nueva política de sociedad de la información. Estados

Unidos, por su parte, una vez neutralizadas, en gran

medida, las voces críticas que cuestionaban su hegemonía

en el sector de las industrias culturales y de la información,

se aseguraban el liderato del sector de las nuevas

tecnologías, impulsando nuevas políticas publicitadas por el

vicepresidente Al Gore con el eslogan de “autopistas de la

información”.

Las críticas al Informe MacBride habían conseguido el

silencio de la Unesco respecto a un nuevo orden, más

equilibrado, de la información, lo que coincidía, precisamen-

te, con una nueva fase de las políticas de comunicación: la

de las estrategias (americanas, europeas y japonesas) para

situarse en la mejor posición posible del nuevo proyecto de

la sociedad de la información.

¿Quienes fueron los grandes perdedores de todo aquel

proceso? Sin duda los países más pobres, los que tenían

más dificultades para poder implantar políticas de comu-

nicación a favor de su desarrollo socioeconómico y de su

democracia.

Recordar hoy el Informe MacBride equivale a volver la

mirada hacia las necesidades de las naciones y regiones

que no sólo no han resuelto sus problemas de desequilibrio,

sino que han visto cómo aumentaban con la expansión

de las nuevas tecnologías de la información y de la

comunicación. En este sentido, se echa de menos un mayor

protagonismo y una posición más resuelta de la Unesco en

la nueva fase que representa la Cumbre Mundial sobre la

Sociedad de la Información —organizada por la Unión

Internacional de Telecomunicaciones (UIT)— que se

clausurará este mismo año (2005) en Túnez.

Estados y naciones en el Informe1

El paso del tiempo ha ido poniendo de manifiesto las

dificultades de aplicación de las propuestas del Informe

MacBride, pero también ha dejado entrever alguna de sus

principales lagunas. Entre éstas encontramos una que,

desde Cataluña, parece más evidente: la ignorancia del

informe respecto de las culturas minoritarias y de las nacio-

nes sin estado del mundo, aunque con una importante

excepción: su defensa de las lenguas como expresión de la

diversidad cultural. El nuevo flujo informativo que reivindi-

caba el Informe MacBride se refería exclusivamente a los

estados, sin considerar la relevancia de otros espacios de

comunicación, cuestión que aún hoy sigue pendiente cuan-

El Informe MacBride: su huella en Cataluña

Miquel de Moragas

Page 85: QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana ... El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis

do nos referimos a la política de comunicación europea.

No obstante, el Informe MacBride tuvo una importante

repercusión en Cataluña y sobre sus políticas de

comunicación.

El informe —y sus propuestas para las políticas de

comunicación— había puesto de relieve que el libre

mercado era incapaz, o por lo menos insuficiente, para

hacer efectivos los ideales democráticos de diversidades y

de participación.

En Cataluña las posiciones neoliberales más radicales se

vieron cuestionadas por una óptica especial: la convicción de

que la identidad y la lengua catalanas eran inviables desde

el único y estricto marco de la libre competencia comercial.

La supervivencia de la identidad cultural implicaba, por tanto,

que fueran necesarias las políticas de comunicación. La

iniciativa privada, el voluntarismo, habían sido unas

herramientas sustitutivas con las que la sociedad civil

catalana había afrontado la dictadura franquista. Pero

entonces, con la transición política a la democracia y la

recuperación de las instituciones catalanas, resultaba más

evidente que las instituciones públicas debían impulsar las

nuevas políticas de comunicación, procurando la

democratización, el desarrollo cultural y la normalización

lingüística.

En este sentido podemos evocar y valorar el nacimiento,

poco después del Informe MacBride, en 1983, de la televi-

sión catalana (TV3), y su opción por un modelo de televisión

pública plenamente competitiva. Se entendía —idea básica

de las políticas de comunicación— que a la delimitación de

un espacio político y cultural debía corresponderle un

espacio de comunicación y que este espacio no lo

garantizaba únicamente la intervención del mercado.

La opción catalana por una televisión pública no siempre

se ha valorado suficientemente, y para hacerlo debe

recordarse el contexto histórico: la aprobación del Informe

MacBride, en 1980, había determinado, también en

Cataluña y España, una dura campaña crítica de las

posiciones liberales más radicales, con una amplia

repercusión en la prensa, movida por sus propios intereses

empresariales en un momento de transformación multi-

media. El contexto mundial no era entonces el más

favorable a las políticas públicas de comunicación. Múltiples

voces se manifestaban contra la intervención del sector

público en los medios de comunicación. Se ponía en tela de

juicio la legitimidad democrática de estas políticas con

farsas como que “la mejor política de comunicación es la

que no existe”. La memoria del franquismo (época de

censura y de estricto control de los medios) se evocaba

como argumento (democrático) contra las políticas de

comunicación.

Influencia actual en Cataluña

La huella del Informe MacBride puede verse, aún hoy, en

distintos aspectos del modelo catalán de comunicación.

La influencia se inició en los ámbitos académicos, para

dejarse oír, posteriormente, en los sectores profesionales y

políticos. En este sentido hay que valorar el papel mediador

de la universidad. Determinados conceptos que hoy son

habituales en el lenguaje parlamentario y periodístico, como

espacios de comunicación, políticas mediáticas, regulación

democrática, convergencias comunicación-cultura, etc., son

conceptos nacidos del debate y la reflexión académica

posterior al período MacBride. Aun más, la idea —y

valoración— de las políticas de comunicación como factor

clave de la democracia y de la identidad cultural puede

interpretarse, cuando menos en parte, como una herencia

de aquel debate.

Las propuestas de regulación democrática de los

medios, tanto por lo que respecta a instituciones públicas

como al Consejo del Audiovisual de Cataluña (CAC)

(www.audiovisualcat.net/), u otras instituciones profe-

sionales de autorregulación, como el Consejo de la

Información de Cataluña (CIC) (www.periodistes.org/cic/),

pueden interpretarse como frutos tardíos de aquellas

influencias.

El Informe MacBride revitalizó la idea de espacios

culturales y de comunicación, concedió importancia al

equilibrio de los flujos, reconoció el derecho a la

autoimagen y a su difusión, defendió los derechos de los

periodistas, e hizo referencia a la necesidad de consenso e

independencia de las autoridades reguladoras. Conceptos,

todos, que en Cataluña se proyectarían fácilmente hacia la

construcción de políticas nacionales de comunicación.

Otra de las contribuciones que recibió Cataluña del

informe fue la necesidad de plantear el debate sobre la

comunicación en un contexto internacional. Así, el contraste

84Quaderns del CAC: Número 21

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entre la reivindicación de identidad catalana y la perspectiva

internacional del Informe MacBride facilitaron que Cataluña

avanzara hacia la comprensión de aspectos clave de la

comunicación y la cultural modernas. La experiencia de

Cataluña no debería interpretarse como algo aislada —y

menos como marginal o intranscendente—, sino más bien

como un ejemplo paradigmático de la dialéctica moderna

entre lo global y lo local.

Futuro

Toda esta experiencia puede ser beneficiosa ante las

nuevas etapas que se abren con las actuales

convergencias entre diversas políticas hasta ahora

autónomas: las telecomunicaciones, la cultura, la

comunicación y, en general, la economía y el bienestar

social.

Las instituciones de comunicación catalanas, también las

universidades, deberían recuperar el espíritu MacBride en

el nuevo marco europeo para favorecer nuevas políticas de

cooperación, no tan dirigidas a la competitividad como a la

búsqueda del equilibrio mundial, cada día más dependiente

de la comunicación.

85Tema monográfico: El Informe MacBride: su huella en Cataluña

Nota

1 El autor se refirió por primera vez a estas cuestiones

en: Miquel de Moragas, “Catalunya i el Nou Ordre Mundial

de la Comunicació”, Revista de Catalunya, número 2,

noviembre de 1986, (páginas 22 a 33).

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87Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global

Valério Cruz BrittosProfesor del Programa de Posgrado en Ciencias de la

Comunicación de la Universidad de Vale do Rio dos Sinos

(UNISINOS) (Brasil)

Introducción

La actualidad está marcada por la desproporción del flujo

infocomunicacional entre países pobres y ricos, que

comprende no sólo el cambio de los productos tradicionales

de las industrias culturales, sino también el intercambio

de informaciones corporativas, espacio creciente desde

las últimas décadas del siglo XX con la aceleración de

la globalización capitalista. Con la digitalización, los

desequilibrios en este sector se multiplican y se potencian

todas las distorsiones ya existentes. Como en el pasado,

también actualmente las relaciones de supremacía

sostienen el sistema global de los medios de comunicación,

lo que justifica las políticas públicas de información y

comunicación como indispensables. Estas políticas, no

obstante, deben concebirse como partes de un proyecto

amplio que tenga por objetivo no sólo la inclusión cultural y

digital, sino también la agregación social en su totalidad, en

los marcos de un proyecto de sociedad que debe

construirse con más equidad y espacio de diálogo.

El origen geográfico del bien cultural en circulación es un

dato que debe considerase, en su relación con las

identidades culturales, en un sentido amplio y por lo que

representa en resultados micro y macroeconómicos,

aunque no sea el único elemento que ha de ser analizado.

Puesto que la dominación no es exclusiva de fuerzas

exteriores, dado que estos procesos se reproducen vertical

y horizontalmente, no existe, por parte de las producciones

nacionales, una carga informativa con superioridad de

principios o una efectividad de compromiso democrático, y

sucede lo mismo con los bienes simbólicos importantes.

Muy al contrario, la cuestión principal es que los productos

de las industrias culturales, tanto nacionales como

internacionales, llevan la cultura global como marca

principal, expandiendo la forma mercancía y la incorpora-

ción al consumo. Paralelamente, un abismo digital enorme

separa y aumenta la distancia económica entre América del

Norte, Europa, y parte de Asia por un lado, y América Latina

y África, por otro.

Durante la Guerra Fría, la libre circulación proponía

principalmente la adhesión de la ciudadanía, mientras que

hoy ha dado lugar a una ampliación de los negocios.

Aunque repercutiera más allá de los círculos económicos

privados y se orientara a la conquista de adeptos al

capitalismo, la libre circulación de la información se

insertaba en el ámbito del mismo espíritu liberal que

Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global

Valério Cruz Brittos

La desigualdad en los procesos de producción,

distribución y consumo de los recursos de comunica-

ción industriales, teniendo en cuenta el panorama

internacional se está ampliando en la fase actual del

capitalismo, lo que propicia una actualización del

debate sobre la necesidad de adopción de políticas

públicas en las áreas de comunicación y cultura,

ahora articuladas globalmente. En un momento en el

que se reanalizan los 25 años del Informe MacBride

y de la propuesta del Nuevo Orden Mundial de la

Información y la Comunicación (NOMIC), las

distorsiones mediático-tecnológicas se expresan de

forma compleja a través de la falta de equidad en la

distribución y el uso de los recursos informativos y

comunicacionales, pero también porque el contenido

circulante suele remitir a la cultura global.

.

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proponía la libertad del comercio. La justificación formal, sin

embargo, era política, basada en el artículo 19 de la

Declaración Universal de los Derechos Humanos de la

Organización de las Naciones Unidas (ONU), y esto tenía

por objetivo la libertad de expresión y comunicación. Ya a

mediados de los años ochenta la discusión perdió fuerza,

coincidiendo con el debilitamiento de la Organización de las

Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura

(Unesco), cuya actuación en el debate de la desigualdad

comunicacional fue sumamente importante, en especial con

la aprobación del Informe MacBride, cuyos once principios

debían fundamentar el nuevo orden mundial de la

información y la comunicación (NOMIC).

Libre circulación

Por tanto, hoy es más importante un nuevo orden

informacional y comunicacional que devuelva este debate a

la actualidad. Y resulta aún más emblemático en este año

2005, porque en la ciudad de Túnez tendrá lugar la segunda

fase de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la

Información (CMSI). La libre circulación de información no

se corresponde con la libertad de información. Por una

parte tenemos la cuestión de los contenidos, donde el

control de los actos de mediatización esencialmente por

lógicas privadas establece pautas y agendas restringidas

que impiden a muchos actores sociales (especialmente los

asociados a los movimientos populares) exponer sus

demandas. Por otra parte, al tratarse de medios de

comunicación de pago para los consumidores, existe una

limitación en el proceso de recepción, en la medida en que

gran parte de la población (sobre todo en los países pobres)

no reúne las condiciones económicas para sufragar sus

costes, y se queda, por tanto, sin derecho a disfrutar de

estos bienes simbólicos.

En esta problemática se hallan el origen y la parcialidad de

lo que se procesa como información. Es decir, la libre

circulación no resulta en diversidad cultural. Además, al no

tratarse de una circulación verdaderamente libre, porque

depende del poder económico superior de quienes pueden

participar con mayor capacidad cualitativa y cuantitativa,

puede terminar con muchas culturas, o redimensionarlas y

volverlas híbridas en el ámbito del capitalismo, algo que, se

mire por donde se mire, mina el proyecto de la diversidad.

Así, resulta evidente que esta circulación es desigual y que

acompaña la tendencia general del capitalismo, que, por sí

mismo, es excluyente y fortalece posiciones imperialistas

aunque, en la circunscripción del capitalismo global, sean

factibles otras posibilidades y convenios de integración, ex-

portación y consumo de productos materiales y simbólicos.

Ante el mantenimiento y la ampliación de las desi-

gualdades, resulta esencial la acción de agentes públicos

sobre el mercado. En la realidad, aunque sin la misma

fuerza movilizadora, la Unesco es uno de los pocos polos

con metas globales de formulación de políticas alternativas.

En este contexto se incluye el Anteproyecto de convención

sobre la protección de la diversidad de los contenidos

culturales y las expresiones artísticas (Unesco 2004, 1),

basado en la idea de que “la libertad de pensamiento,

expresión e información, así como [...] el pluralismo de los

medios de comunicación, garantizan [...] el pleno desarrollo

de las expresiones culturales y la posibilidad de que la

inmensa mayoría de las personas tenga acceso a ellas”. La

convención, que necesita ser aprobada por la Conferencia

General de la Unesco y, después, recibir la adhesión de los

países miembros para ser válida en los territorios

nacionales, puede reforzar la lucha por la democratización

de la cultura y de la comunicación. Las medidas propuestas

engloban: reservar un espacio para los bienes y servicios

culturales nacionales; asegurar a las industrias culturales

indepen-dientes el acceso a los medios de producción y

distribución; promover la libre circulación de ideas y bienes

culturales, ayudando a los órganos sin fines lucrativos; e

impulsar las instituciones de servicio público.

Lógicamente, la acción del estado y de entidades

supranacionales, como la Unesco, tiende a atenuar las

dificultades de las regiones más pobres, ya que los países

ricos, como Estados Unidos principalmente, y los

integrantes de la Unión Europea en general, disponen de

organizaciones suficientemente fuertes como para

beneficiarse de la disputa en el capitalismo global. Además,

las consecuencias de la acción capitalista sobre la cultura

son más perversas en los países poco desarrollados, donde

la regla es el control de los medios por grupos oligopolistas

organizados sobre bases familiares y con lazos políticos.

En el caso brasileño, el retraso histórico relativo al control

público de los actos mediáticos se ha puesto actualmente

88Quaderns del CAC: Número 21

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de relieve, cuando las tentativas de cambio en este sector,

propuestas por el Gobierno del presidente Luis Inácio Lula

da Silva, como las de una Ley del audiovisual y de un

Consejo Nacional del Periodismo, fueron duramente

combatidas por los medios de comunicación, hasta el punto

de que estas propuestas perdieron su esencia o, incluso,

fueron hundidas. Como sucede con las argentinas, las

principales cadenas de televisión brasileñas están

fuertemente endeudadas (en especial externamente), y

esto las incapacita para afrontar las inversiones futuras

necesarias para acompañar el cambio tecnológico.

En Venezuela, el enfrentamiento abierto entre el

presidente Hugo Chávez y las empresas culturales revela la

dificultad de implantación de proyectos antihegemónicos.

Sin embargo, a finales de 2004, el Gobierno obtuvo una im-

portante victoria legislativa al aprobar la Ley de la televisión,

severamente criticada por los sectores dominantes

mundiales. Los medios de comunicación de masas vene-

zolanos llevan a cabo una campaña sistemática contra

Chávez, en la que cuentan con la participación de los

medios de comunicación globales, como sucedió en la

tentativa de golpe de estado de abril de 2002. Entonces,

prácticamente todos los medios de comunicación apostaron

por la caída de Chávez, que se mantuvo en el poder gracias

a amplias negociaciones continentales. Por otra parte,

las radios comunitarias, articuladas por internet y aliadas

a los móviles, movilizaron a la población, lo que demuestra

el potencial crítico y de resistencia que la comunicación

debe tener.

Políticas de comunicación

Más que antes, hoy resulta fundamental la adopción de

políticas de comunicación tanto nacionales como regionales

y globales ante la elevada disparidad del flujo

infocomunicacional entre países ricos y pobres y,

principalmente, por el hecho de que los mensajes se suelen

vincular a las matrices dominantes, independientemente de

su origen. El mundo necesita un choque de

democratización de la comunicación, concebido por el

Informe MacBride (1987, 289) como “el proceso mediante el

cual: (1) el individuo pasa a ser un elemento activo y no un

simple objeto de la comunicación; (2) aumenta

constantemente la variedad de los mensajes que se

intercambian; y (3) aumenta también el grado y la calidad

de la representación social en la comunicación”. Esta

democratización debe procesarse con control social, con

viabilidad mediante políticas públicas que desconcentren la

propiedad mediática y que abran los medios a las

demandas de la sociedad civil. Todo ello pasa por marcos

reguladores que reconozcan el abismo económico en el

seno de las poblaciones y la diversidad cultural que las

demarca, y que permitan el seguimiento, la evaluación

crítica y la fiscalización de los contenidos de las empresas

del sector de la comunicación.

Pero las políticas públicas se debaten cada vez más y se

enmarcan genéricamente como una interferencia estatal en

los negocios privados. Por una parte, el neoliberalismo

económico condena toda acción del Estado sobre el

mercado, acusándolo de reducir la competitividad

empresarial, algo que sólo podría proporcionar plenamente

el libre mercado. Por otra parte, el pensamiento político

liberal también se posiciona contrariamente a la

fiscalización de los contenidos culturales, por miedo a un

regreso de la censura. Mattelart (2002, 156), como siempre,

resume bien la cuestión de la actual dificultad de

proposición y adopción de políticas públicas.

La libertad de comunicación no ha de ser objeto de

cualquier prohibición. Las reservas que pueden hacerse en

relación con esta concepción de la libertad serán tildadas

inmediatamente por los grupos de presión de tentativas de

restauración de la censura. Sólo la sanción ejercida por el

consumidor sobre el mercado de libre oferta debe regir la

circulación de los flujos culturales y de la información. El

principio de autorregulación resta legitimidad a toda

tentativa de formulación de políticas públicas, nacionales y

regionales sobre este asunto. No encuentran acogida ni tan

siquiera las interrogaciones sobre el papel que debe ocupar

el Estado en una coordinación de los sistemas de

información y comunicación con la intención de preservar

los canales de expresión ciudadana en relación con las

lógicas de la segregación ante el mercado y la técnica, ni

las que están relacionadas con la función de las

organizaciones de la sociedad civil como factor de presión

decisivo para exigir de la autoridad pública este arbitraje.

El mundo se metamorfosea en “comunidades de consumo”

89Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global

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90Quaderns del CAC: Número 21

políticas públicas, las decisiones gubernamentales deben

adoptar una dinámica interactiva construida en el terreno

social. Dicho de otra forma, la acción de lo no hegemónico

sobre la tecnología mediática debería completar el ciclo

para su real incorporación social, además de la

mercadológica. En esta mediación incompleta de los temas

mediáticos, donde el dibujo de la realidad que se muestra

no incluye todos los matices, corresponde también a las

alternativas presionar a las industrias culturales con sus

proposiciones para poder ofrecerlas a la sociedad.

No obstante, el estado interviene cada vez menos en los

ciclos económicos. El papel del estado cambia en el

capitalismo global: se aleja mucho de la actividad

económica directa y altera cualitativamente su reglamenta-

ción, reorientada al fortalecimiento de los mercados y al

incremento de las privatizaciones. Existe también un

retroceso de las políticas públicas y privadas de

redistribución de la renta, un declive de la producción

masiva, un aumento de la productividad, una creciente

desintegración vertical de las empresas, que optan por la

contratación de terceros y no por la realización total de los

trabajos dentro la empresa, y flexibilidad general,

manifestada principalmente en lo relativo a espacios de

inversión (a partir de políticas económicas liberales),

ocupación (ruptura de la rigidez de la relación de trabajo),

producción (sistemas más versátiles y rentables, como el

just-in-time y segmentaciones) y consumo (dando una

perspectiva a la mayor variedad disponible). En todo este

proceso, la tecnología permite un intercambio ágil de

informaciones, más eficiencia empresarial y amplitud de

bienes producidos por las empresas, lo que engloba a la

economía como un todo que llega a las industrias de la

comunicación y de la información particularmente.

Este momento representa la recuperación de la

hegemonía de Estados Unidos, como demuestran, en el

plano militar, los ataques a una parte del mundo árabe y, en

el plano cultural, la penetración del cine norteamericano. La

autonomía cultural de la mayoría de los países permanece,

en gran medida, subordinada a los planes de producción y

distribución de los grupos que operan los negocios

culturales y las estrategias de poderosos conglomerados

internacionales. Todos estos procesos entran en el ámbito

de la reordenación capitalista, que tiene por marco inicial la

decisión unilateral norteamericana, tomada en 1971 por el

(consumption communities). En definitiva, la palabra

comunidad nunca había sido utilizada de manera tan

indiferente y vacía.

La conformación de políticas públicas de comunicación

—que han de emerger de la confrontación entre sociedad

civil, Estado y mercado— choca con la falta de movilización

que el tema suscita, en parte porque las empresas

culturales no lo han promocionado. El seguimiento llevado

a cabo por el grupo de investigación Comunicación,

Economía Política y Sociedad, junto con los principales

telediarios, diarios impresos y revistas de Brasil,

muestra que los medios de comunicación no mediatizan

la comunicación, es decir, los grandes temas comunica-

cionales, relativos a la propiedad, el acceso, la pauta y la

forma de divulgación de contenidos, casi no son tratados, y

se prefieren, mayoritariamente, las cuestiones relativas a la

vida privada de los artistas y los actos promocionales de las

empresas y sus propietarios (Brittos 2004). Así, el debate

público de las temáticas contemporáneas (y, particular-

mente, de un asunto tan esencial en la edificación de las

estructuras y vidas de un mundo tan complejo como el de la

comunicación), que hoy día no se puede entablar sin la

colaboración de los medios de comunicación, se ve

perjudicado porque sin la exposición en los medios

televisivos, poco queda de participación de la sociedad en

la edificación de los marcos reguladores.

Este problema genera un círculo vicioso en el que la

ausencia de noticias sobre los medios de comunicación

impide que se genere interés por el tema, que no se pauta

en términos de reglamentación, instrumento que podría

contribuir al hecho de que se adoptara otra postura, y existe

un control público de los contenidos de las industrias

culturales, con la presencia del estado y de la repre-

sentación de la ciudadanía en general. Además, somos

conscientes del drama histórico de la parcialidad que suele

rodear a la cobertura comunicacional, especialmente en los

casos de comunicación industrial (por los compromisos

históricos de las empresas culturales y porque el espacio de

los medios es un espacio precario, ya que presenta

construcciones de la realidad y es un discurso relacionado

con la realidad, pero no es la realidad, porque cuando

presenta los hechos, los construye, lo que implica supresión

y deformación). En el proceso de formulación de las

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entonces presidente Richard Nixon, de poner fin al patrón

oro vinculado al dólar norteamericano, por lo que se disolvía

el modelo de Bretton Woods y, así, dejaba de existir una

moneda internacional. Las instituciones de Bretton Woods

remiten al año 1944, cuando, bajo la presión de Estados

Unidos, los aliados de la Segunda Guerra Mundial

celebraron una conferencia financiera y monetaria (en

Bretton Woods, New Hampshire, Estados Unidos), en la

que se decidió definir el dólar como moneda internacional,

mediante el compromiso de Estados Unidos de asegurar la

convertibilidad del dólar en oro.

Revocado, en 1971, el sistema de tasa de cambio fijo

instaurado por los acuerdos de Bretton Woods, las tasas de

cambio pasaron a ser fluctuantes, dependiendo de

fundamentos económicos (como la tasa de inflación, la

deuda pública y la balanza comercial) y de operaciones

puramente especulativas. Las medidas adoptadas a partir

de la década de 1970 se pueden resumir en una nueva

división internacional del trabajo y un mayor fortalecimiento

de las corporaciones de mayor dimensión, porque

presentaron menores costes relativos. Con la estimulación

de la competencia, puesto que el mercado tiende a actuar

bajo menor tutela del Estado, las grandes compañías

aumentaron las inversiones en tecnología con la auto-

matización de tareas y la interconexión de unidades, que

pasaron a actuar en un número más elevado de lugares.

Hubo un cambio estructural e histórico de la naturaleza del

capitalismo, que resultó en la creciente importancia de los

mercados y que llegó a las empresas dominantes, que

tuvieron que adaptarse para disputar y enfrentarse en un

número superior de plazas.

La aptitud reguladora estatal resultó minada por la

emergencia y consolidación de mercados mundiales de

producción, distribución y consumo, liderados por potentes

conglomerados internacionales, que mueven unas canti-

dades que generan poderes capaces de deteriorar la

actuación de los entes públicos. Dependen directamente de

factores globales como las innovaciones tecnológicas, el

manejo de las culturas, los tipos de interés y la política

monetaria, lo que dificulta la acción de las autoridades

internas. En esta nueva dinámica, los capitales son

disputados internacionalmente por los estados, que también

implementan acciones para su captura, a través de tácticas

dirigidas a aumentar el atractivo de sus mercados internos y

la competitividad de sus corporaciones, algo que pasa por

una desreglamentación y privatización. La estrategia

neoliberal consistió, ante la caída de la demanda interna en

los países céntricos, en el aumento de la productividad

mediante la “reestructuración industrial, las fusiones y

adquisiciones”, y la ruptura del “poder del trabajo organizado,

para reducir la dispersión de lucros, y el cierre de las

‘ventanas de oportunidades’ que se habían abierto, a través

de políticas de sustitución de importaciones, para varias

naciones del Tercer Mundo” (Chesnais 1998, 145). Estas

ideas son diseminadas y aceptadas como un nuevo orden

global, apto para propiciar una nueva etapa de amplio

desarrollo.

Además del neoliberalismo, la globalización contemporá-

nea afecta el poder de decisión terminante en el estado-

nación, ya que las acciones externas implican internamente

más intensidad y los pasos estatales presentan más

repercusión internacional, se recomienda observación y, no

raramente, discusión más allá de las fronteras. Las políticas

de globalización, “inspiradas en la ideología anglosajona

del individualismo competitivo, del mercado libre y del

capital cosmopolita”, “reimpusieron tendencialmente una

lógica del siglo XIX —la del dominio de la economía sobre la

sociedad, del sistema de mercado sobre el estado” (Braga

1998, 140). En el actual sistema, los estados se revelan

con menos fuerza que el mercado financiero internacional,

movilizador de cantidades capaces de alterar las

situaciones de las sociedades nacionales y, aunque bajo

críticas diversas, son el punto de atención de los agentes

económicos y políticos, lo que dificulta acciones

independientes y genera políticas uniformes. Se verifica un

vaciado del poder estatal en la regulación de sus

economías y la formulación de políticas económicas

independientes.

Sociedad de la información

En la nueva realidad capitalista, la información es el gran

valor añadido a la mercancía. Sin embargo, transformada,

la organización del trabajo permanece en la manera

capitalis-ta y su mayor sofisticación, a través de nuevas

tecnologías, no elimina la esencia de su posición ante el

capital. Existe un desplazamiento del capitalismo sobre

91Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global

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92Quaderns del CAC: Número 21

otras áreas y lugares hasta entonces, en mayor o menor

grado, distantes de la disputa de los capitales, así como un

impulso en dirección a un nuevo momento, que se renueva

y no es superado por la intervención del socialismo que, por

el contrario, fracasa en casi todos los países donde se

prueba. En este reposicionamiento capitalista se incluyen

las alteraciones profundas que está sufriendo el panorama

mundial de las comunicaciones, donde la participación de

los capitales privados en muchas áreas y países es nueva,

y el sector es estimulado por el surgimiento y la proliferación

de innovaciones tecnológicas, que incentivan los cambios

económico-culturales.

Por ello la elevación de la tecnología no se corresponde

con una circunstancia revestida de valor único o por lo

menos supremo, en la estructuración social. Para Bernard

Miège (1999, 26), la existencia de una sociedad de la

información es “tan impensable hoy como ayer”, puesto que

una cosa es revelar cambios significativos e identificar la

emergencia de nuevos “paradigmas”, y otra “es concluir por

el paso de una nueva era” de la humanidad, y es engañosa

la impresión de que lo informacional ha afirmado su

supremacía, ya que los elementos de continuidad con la

sociedad industrial capitalista siguen siendo muy fuertes,

incluso donde la producción se encuentra en vías de auto-

matización. Si los trazos de continuidad se superponen a los

de ruptura, existe una evolución dentro del propio sistema,

no una revolución. En términos de organización social o

forma de producción, prosigue (incluso con más fuerza) la

hegemonía capitalista, del mismo modo que los medios de

comunicación tradicionales pasan a convivir con aquellos

surgidos a partir de las décadas finales del siglo pasado,

aunque exista una tendencia de digitalización generalizada.

Pese a los trazos innovadores acoplados a los sistemas

económicos modernos, no se identifica una revolución

efectiva. Existe un cambio promovido en la esfera del

capitalismo, cuyos actores han revelado una innegable

capacidad de adaptación, relacionada también con la

apropiación de la tecnología como un todo, incluso aquella

que ocasionalmente pueda parecer desviada del modelo

hegemónico. “Las transformaciones registradas y anun-

ciadas en el terreno de las tecnologías de la información y

de la comunicación (TIC), en las dos últimas décadas del

siglo XX, fueron penetrando en el consciente colectivo con la

idea de fondo de que nos encontramos ante ‘un nuevo

modelo de revolución’, cuya culminación será el alzamiento

de un mundo nuevo” (Prado; Franquet 1998, 16). Por este

motivo, la idea de una revolución a partir de la información

está tan extendida. La sociedad de la información, según

Becerra (1998, 36), es una nueva forma de desarrollo

productivo (lo informacional), donde la fuente de

productividad y la estrategia de extensión del capital se

asientan en la innovación tecnológica, vinculada a la

centralidad del procesamiento de datos, así como en la

desigualdad creciente en la distribución de los beneficios.

Pero la cuestión es que el crecimiento del flujo informacio-

nal y de tecnologías que permite esta ampliación se

desarrolla y se incluye en el ritmo industrial. El principal

problema de la idea de admitir la llegada de la sociedad de

la información es que se conciba como un cambio definitivo

en dirección a un rumbo opuesto.

Una distinción especial presenta Castells (1999, 46), entre

sociedad de la información y sociedad informacional: la

primera indica el papel de la información en la sociedad,

pero en un sentido amplio, como comunicación de conoci-

mientos, aspecto decisivo en la historia de la humanidad,

hasta la “Europa medieval que era culturalmente estructu-

rada y, hasta cierto punto, unificada por el escolasticismo”;

el segundo corresponde a un período histórico específico

“en el que la generación, el procesamiento y la transmisión

se convierten en unas de las fuentes fundamentales de

productividad y poder a causa de las nuevas condiciones

tecnológicas surgidas” en esta formación social. Al aplicar

el término sociedad de la información con la intención de la

centralidad contemporánea del fenómeno comunicacional,

deberían hacerse reservas, enfatizando la no superación de

la sociedad industrial y su inserción en un sistema de

producción capitalista. No obstante, aunque se haga una

reserva al uso del término, es importante precisar que la

idea de sociedad de la información no requiere

necesariamente un juicio de valor, de apreciación positiva,

pero sí de constatación de un nuevo lugar de la información

en la sociedad y en las corporaciones.

Si se diseminan indistintamente, las construcciones

tecnológicas se unen al mismo tiempo que se reproducen,

participan de los desafíos individuales y colectivos diarios, y

transmiten mucha de su lógica al contexto en el que se

desarrollaron. Así, el proceso de innovación tecnológica

suele producir rupturas, aunque parciales, relativas a las

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93

formas de crear precedentes, conectadas con el

procesamiento de nuevas estéticas, que pueden ser

absorbidas de forma creativa, subvirtiendo lo que está

puesto e incluso creando nuevos paralelismos con

propuestas no homogéneas. Sin embargo, como término

medio el capitalismo establece regulaciones de las

tecnologías que favorecen el proceso competencial entre

los capitales individuales. Estas rupturas tienden a ser

periféricas o a estar incorporadas merca-dológicamente.

Al volverse la dicotomía información/comu-nicación

elemento clave de la racionalidad productiva capitalista

contemporánea, esta configuración ha producido una seria

interpenetración y no una sustitución de las actividades

industriales por las informacionales. No se niega la

importancia de la información y de la comunicación en la

contemporaneidad, pero se cuestiona su papel autónomo.

Así, si se considera la producción cultural en el

capitalismo, históricamente determinada por este modo

de producción, se impone una lectura problemática

del modelo estructura-superestructura, que relaciona

históricamente los ámbitos económico, político e ideológico.

Se puede afirmar que, a medida que avanza la conexión

de las compañías de cultura con las reglas de

funcionamiento propias del mercado, o con la estructura,

se desconectan de la relación superestructural directa, o de

la obligación de servir ideológicamente al capitalismo,

aunque el nivel ideológico no desaparezca, ya que se

delinea desde el compromiso (renovado) con la sociedad

de consumo. En este rumbo, hay que concordar con

Garnham (1983, 22), para quien, a partir del “capitalismo

monopolista, la superestructura se industrializa y es

invadida por la estructura”, y no se respeta la distinción

entre estructura y superestructura, “no, como tienden a

pensar los post-althusserianos, porque la estructura se

transforme en un nuevo discurso superestructural

autónomo, sino porque la superestructura es englobada por

la estructura”.

Circulación cultural

Esta industrialización de la superestructura representa el

avance de los capitales sobre el mundo de la cultura, lo que

implica, necesariamente, la absorción de técnicas de

gestión propias de la industria tradicional por los mercados

de producción y distribución de bienes simbólicos. El

avance llega a las relaciones de trabajo y también a los

métodos de control de la concepción y el desarrollo de los

elementos comunicacionales, aunque la aleatoriedad de

realización de estos productos siga existiendo, y aunque no

exista la misma certidumbre sobre sus resultados,

comparativamente con las áreas económicas tradicionales.

Este movimiento se incluye en la lógica de un capitalismo

todavía en expansión, un modelo no acabado, lo que se

corrobora con la crítica a las ideas de una nueva sociedad,

ante las alteraciones de las últimas décadas, enfáticamente

aquellas que se encuentran conectadas a la innovación

tecnológica y al reposicionamiento de la información: la

base sigue siendo la misma, aunque con la incorporación

de otras técnicas exista una ampliación de la racionalidad

capitalista para otras áreas de rentabilidad, también la

cultural. Es decir, los cambios se producen bajo la égida de

la industrialización, que avanza y se transforma, pero no

termina.

El drama de los desequilibrios infocomunicacionales no se

limita a la cuestión geográfica, pero sí al compromiso de los

mensajes en circulación. Se trata de una cultura global

comprometida con el capitalismo, en su macroproceso de

reproducción, sin que por ello sea necesario apropiarse de

referentes de otras culturas ni de respuesta al sistema.

Benjamin Barber (2003, 41) habla de la cultura McWorld, de

matriz norteamericana: según el autor, esta “cultura mundial

americana —la cultura McWorld— es menos hostil que

indiferente a la democracia”, y su objetivo es “una sociedad

universal de consumo que no estaría compuesta ni por

tribus ni por ciudadanos, todos malos clientes potenciales”,

sino únicamente por consumidores, que forman una nueva

raza de hombres y mujeres. Este contenido, al circular

preponderantemente por todas las redes hegemónicas, crea

un desequilibrio, ya que los canales alternativos, además de

ser infinitamente reducidos, no disponen de recursos para

llegar al gran público (o para conquistarlo mediante conte-

nidos atractivos).

Aquí la cuestión es de patrón de producción; existe una

forma hegemónica de desarrollar productos culturales, que

incluye inversiones económicas elevadas, pero también

experiencia en el desarrollo, el control del conjunto de pro-

cesos de producción y distribución, la reunión de equipos

Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global

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94Quaderns del CAC: Número 21

adecuados y la presencia de profesionales adecuados.

Está claro que estas condiciones tienden a diseminarse por

el abaratamiento de los recursos tecnológicos, y especial-

mente por la difusión de los profesionales cualificados.

Aunque la ampliación de algunos elementos suele favo-

recer, principalmente, a las demás empresas activas en el

mercado, que no ocupan las dos primeras posiciones pero

que están medianamente capitalizadas para beneficiarse

de la nueva situación. Por otra parte, las organizaciones no

hegemónicas, que actúan en el espacio de la comunicación

alternativa, difícilmente consiguen promoverse hasta el

punto de producir un patrón parecido al dominante y que es

reconocido como superior por la mayoría de los consumi-

dores, que le dan preferencia no sólo ocasional, en la

medida en que son fidelizados constantemente en este

espacio. Así, este público termina recogiendo una forma de

hacer cultura que le da sentido, aunque se ofrezca con

otros medios de comunicación, de la misma forma que el

navegador de internet se deja introducir cada vez más por

las páginas web y por los productos ofrecidos por las

tradicionales industrias culturales.

No obstante, este patrón hegemónico no representa la

uniformidad de toda la realidad cultural, ya que es lo

suficientemente amplio como para incluir un conjunto de

patrones distintos, conectados a la producción capitalista de

comunicación. Son los patrones diversos que garantizan la

especificidad empresarial, la capacidad de concursar con

alguna diferenciación, por parte de las diversas organizacio-

nes, y aun más, por los diversos productos para una única

compañía. Cuantos más datos cuantitativos y cualitativos

componentes del patrón tecnoestético reúna, mayor será la

atención que la organización obtendrá del público. A partir

de aquí se distribuyen las empresas en la preferencia

popular, tanto en términos de mercado generalista como de

mercados segmentados. En realidad, aquí también la

relación es dialéctica, y se resuelve a partir de la fórmula

homogeneización y diferenciación, característica de la

producción cultural. Para conquistar al consumidor, el bien

simbólico deberá respetar un conjunto de caracteres pro-

pios de la realidad hegemónica, necesarios para que sean

reconocidos por el público. Cuando se haya completado

esta etapa, deben presentar alguna diferenciación, de baja

dimensión, ya que si el producto es totalmente igual a los

otros no representará nada nuevo que merezca el acto de

compra, abono o simple atención (que será rentabilizado en

el mercado publicitario).

Aunque el problema tenga varias entradas, persisten los

desequilibrios conectados al espacio geográfico de

producción de los contenidos y de la desigualdad en la

distribución de las tecnologías de la información y la

comunicación. Al tratarse del audiovisual, el dominio

norteamericano es discrepante, y queda poco espacio

incluso para otros países desarrollados en el enfrenta-

miento con la fuerza de la industria hollywoodiense,

presente en el imaginario de muchísimas poblaciones del

planeta, y se forma, en este sector, la excelencia de lo que

se concibe como cultura global (para concordar con las

ideas discutidas de Barber). Lo que sucede es que las

grandes majors norteamericanas dominan el patrón con

mucha más seguridad, saben hacer cine, dentro de los

moldes de fácil asimilación por parte del gran público, como

ninguna otra industria de cualquier otro país. Por este

motivo se encuentran capitalizadas, y reúnen tecnología y

material humano hasta el punto de producir un producto

cinematográfico que es absorbido por el imaginario de los

consumidores como algo esperado, reconocido o deseado.

Esto no elimina, sin embargo, el espacio de creación y de

producción de otros países, como la India, que tiene un

gran número de espectadores, ni todo el conjunto de otros

públicos, formadores de nichos de mercado, interesados en

cine de arte. Además, el éxito norteamericano (y de toda la

industria, cultural o no) reside en la conjugación de

estrategias de producción bien montadas, aliadas a

privilegiadas vías de acceso al consumidor, que distribuyen

el producto al lugar y en cantidades adecuadas,

normalmente en detrimento de la cinematografía local.

De esta forma, la hegemonía capitalista es en gran

medida norteamericana, porque, en términos de cultura de

masas, Estados Unidos, al tener la ventaja de la preceden-

cia, trabajan principalmente sus mismos elementos, que

pasan a formar parte de la cultura global y se integran en la

memoria colectiva global. De ahí que resulte fundamental

su fuerza económica, como mayor productora y

exportadora de bienes simbólicos industrializados. “Los

medios globales comerciales están dominados por unos

diez conglomerados integrados verticalmente”, en su

mayoría estadounidenses, y sus características esenciales

son “sus intereses financieros en la publicidad y su

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95

mercantilismo absoluto” (Herman; Mcchesney 1999, 170).

Esta relación entre EE.UU. y la cultura global no excluye, no

obstante, el aprovechamiento de referentes de otras

culturas diversas, occidentales o no, que son

reinterpretados en esta absorción.

Espacios mercadológicos

Para su construcción y para que se apunte un liderazgo en

el exterior, es importante tener un mercado interno fuerte,

que permita entradas elevadas de recursos, algo

indispensable para cubrir los altos costes de realización.

Los costes deben pagarse dentro del país de producción,

con el objetivo de que los precios practicados

internacionalmente sean competitivos. Todo se consigue

con primacía Estados Unidos, tanto cuando se trata de

público que paga directamente (cine), como cuando es la

publicidad la que sostiene un medio de comunicación.

Siguiendo tal raciocinio —y aunque este trabajo no haya

concluido, en especial, en un raciocinio de análisis crítico y

teórico de la sociedad y de los fenómenos mediáticos—, el

cuadro 1 muestra a grandes rasgos la ecuación producción-

exportación de los EE.UU., que es el país donde se realizan

más inversiones publicitarias, tres veces más que el total

del segundo posicionado y más de diez veces en

comparación con el tercero. Si se acepta la fuerza de los

mercados publicitarios como indicativo de la posibilidad de

pujanza de las industrias culturales, los números indican la

supremacía de Estados Unidos, incluso sobre los otros

países del eje del Norte, y queda también patente la

ausencia de África en el listado, lo que viene a confirmar el

lugar de exclusión de este continente en el escenario

global.

Es obvio que Europa es el continente que reúne el mayor

número de países dentro de los principales mercados

Cuadro 1. Los veinte mercados publicitarios más importantes en 2003

Fuente: Grupo de Mídia de São Paulo, Mídia dados 2004. São Paulo, 2004. p. 586.

Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global

País Presupuesto total publicidad (millones de dólares)

Presupuesto total publicidad en TV (millones de dólares)

Publicidad per cápita (dólares)

EE.UU. 231,448 52,821 812,669

Japón 37,037 15,711 290,943

Alemania 17,221 4,153 208,993

Reino Unido 15,418 4,737 259,126

Francia 9,123 2,833 154,105

China 7,489 3,349 5,828

Italia 7,071 3,783 121,914

Corea del Sur 6,307 2,336 133,340

Canadá 5,392 1,775 173,376

España 5,128 2,137 127,246

Brasil 5,048 2,470 28,536

Australia 4,383 1,579 224,769

México 3,655 2,036 35,904

Holanda 3,156 – 197,250

Rusia 2,744 1,300 19,003

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96Quaderns del CAC: Número 21

publicitarios: de los quince, seis son europeos (o siete, con

Rusia). Pero debe también testificarse la fuerza asiática, ya

que cuatro se encuentran situados en Asia (con Rusia,

cinco). Del resto, dos son de América del Norte, uno de

América Central y uno de América del Sur. Oceanía

presenta sólo un país. Si se estudia la inversión del

presupuesto publicitario en la televisión se aprecia algún

cambio de posición, Holanda queda fuera de la lista, por

ejemplo; también China sobrepasa a Francia, Brasil pasa al

octavo lugar y dentro de la Unión Europea se observa

alguna alteración, con el Reino Unido por delante de

Alemania. Cuando se pasa al análisis de la inversión

publicitaria per cápita, China, el sexto país con más

inversión en publicidad, queda por debajo de los demás del

cuadro. En este caso, los países en desarrollo son

sobrepasados por los desarrollados, y Brasil y México

quedan por detrás de la mayoría de las naciones europeas.

No obstante, los números brutos, aunque se deban más a

la extensión territorial y a la cantidad de población que a la

fuerza de los mercados, ofrecen una escala suficiente como

para que el país reúna un presupuesto publicitario

suficiente para invertir con contundencia en sus

producciones culturales y, a partir de aquí, exportarlas.

El problema de las distorsiones de los flujos se reproduce

cuando se abordan las nuevas tecnologías de la

información y de la comunicación (TIC). En el cuadro 2 se

observa que Estados Unidos siguen a la cabeza, en

relación con el número de usuarios de internet, pero China

pasa al segundo lugar (se encontraba en la sexta posición

en los mercados publicitarios más importantes). De los diez

países, cuatro son europeos, lo que se explica ante la alta

inversión en los programas de expansión del instrumental

digital implementados por la Unión Europea y sus

miembros. No obstante, esta lista se debe, en parte, a las

dimensiones de las poblaciones de estos países, de forma

parecida al cuadro 1. Al abordar la cuestión relativamente,

considerando la penetración de internet entre la población,

los Estados Unidos mantienen el liderazgo, pero China

pasa a la última posición y es sobrepasada por países que

no figuran en el listado. Entonces, lo que coloca a China en

el segundo lugar en cuanto al número de usuarios es el

hecho de ser la población más elevada del planeta, incluso

sabiendo cómo se controla el acceso a esta tecnología en

aquel país. Brasil, marcado por la pésima distribución de la

riqueza, también cae hasta situarse sólo por delante de

China, con un 10,8% de su población “conectada”. Los

países europeos figuran con índices de entre un 40 y casi

un 60% de la población que se conecta a internet, lo que

demuestra el acierto de las políticas que trataron de

recuperar la distancia digital que inicialmente alejaba a

Europa de Estados Unidos. África vuelve a quedarse

totalmente fuera de esta clase de listados.

Quedan patentes los desequilibrios entre ricos y pobres

cuando se observa que los diez países que van a la cabeza

presentan una tasa de penetración en internet del 25,2%,

cuando los otros países del mundo no sobrepasan el 6,1%.

Estos diez países reúnen el 69,2% de los usuarios del

planeta, y todos los demás representan sólo el 30,8%, de

acuerdo con la misma fuente del cuadro 2. El problema es

demasiado serio para que se resuelva con acciones

aisladas, como la distribución de ordenadores con acceso a

internet en una región o en otra.1

Al abordar el tema de la

falta de acceso a internet, existe un principio anterior, el

de la educación, que debe tratarse previamente, como

bien indica Dominique Wolton (2000, 97): “El límite se

encuentra en la competencia. El acceso a toda ‘la

información’ no sustituye la competencia previa para saber

qué información debe pedirse y qué uso hay que darle. El

acceso directo no suprime la jerarquía del saber y de los

conocimientos. Quizás se exagera cuando se cree que sólo

el acceso a las redes puede viabilizar la instrucción de la

población. En el capitalismo los daños suelen presentar una

raíz común, y el problema de la educación, en sentido

amplio, no se resuelve manteniendo la injusticia económica.

Estos desequilibrios en los usos tecnológicos mediáticos y

en la circulación de estos productos están unidos al

capitalismo contemporáneo, y requieren cambios estruc-

turales para su eliminación.

Consideraciones finales

El legado crítico y aclaratorio de las discusiones del NOMIC

fue prácticamente abandonado en las últimas décadas, con

una apuesta por parte de los agentes públicos y privados

sobre la base de soluciones de mercado, como si las

tecnologías de la información y de la comunicación fueran

capaces de garantizar por sí mismas la pluralidad y el

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97Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global

Cuadro 2. Los diez países líderes en el uso de internet en 2004

Fuente: Éxito exportador. Estadísticas mundiales de Internet.

Disponible en: www.exitoexportador.com/stats.htm. (acceso: 10 de abril de 2005).

País Usuarios Población Población usuaria de

internet

EE.UU. 201.661.159 293.271.500 68,8%

China 87.000.000 1.288.307.100 6,8%

Japón 66.763.838 127.853.600 52,2%

Alemania 47.182.628 82.633.200 57,1%

Reino Unido 34.874.469 59.595.900 58,5%

Corea del Sur 30.670.000 49.131.700 62,4%

Italia 28.610.000 57.987.100 49,3%

Francia 24.352.522 60.011.200 40,6%

Canadá 20.450.000 31.846.900 64,2%

Brasil 19.311.854 179.383.500 10,8%

Los diez países líderes 560.876.470 2.230.021.700 25,2%

Resto del mundo 252.055.22 4.160.125.787 6,1%

Total mundial 812.913.592 6.390.147.487 12,7%

equilibrio en el acceso y en los flujos culturales y mediá-

ticos. A medida que pasa el tiempo, se supera más la

expectativa de la eliminación del abismo comunicacional y

digital a partir de la aparición de una sociedad de la

información, y se crea la convicción de que un nuevo nivel

tecnológico únicamente es posible con la acción de

políticas públicas y la consecuente acción de la sociedad

civil.2 La desigualdad entre las fuerzas de las industrias

culturales, de los mercados publicitarios y del consumo

interactivo digital de los países ricos y pobres demuestra

que el neoliberalismo y el capitalismo global sólo hacen

más profundas las diferencias, ante el desequilibrio entre

América del Norte y la Unión Europea (con parte de Asia),

por una parte, y América Latina y, especialmente, África,

por otra.

La problemática va más allá de las divisiones geográficas

y de los límites entre el norte y el sur, pero a pesar de

superaciones ocasionales, como la exportación mundial de

telenovelas por parte de países latinoamericanos, en

especial México y Brasil, el mapa de la desigualdad

mediático-digital tiende a reproducir las deficiencias que

dividen las diversas regiones del planeta. Pasados 25 años

del Informe MacBride, la hegemonía informativa del mundo

desarrollado no sólo se mantiene, sino que se amplía con la

incorporación de nuevas tecnologías, otros modelos de

desarrollo de mercancías y distintos referentes del

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98Quaderns del CAC: Número 21

designado mundo de la vida, para captar y fidelizar mejor a

los consumidores. El debate generado por el NOMIC no

concluye en la sociedad de la información, sino que

renueva la necesidad de la formulación y la adopción de

políticas públicas que, cada vez, deben planearse y

fomentarse ante lógicas globales, ya que si la producción y

el consumo remiten a estrategias mediático-operacionales

pensadas y reproducidas internacionalmente, también la

posibilidad de reacción y de desarrollo no hegemónico

pasan por movimientos articulados a nivel mundial.

Notas

1 Al ser una de las organizaciones promotoras de estas

compañías, Microsoft, el principal agente del proceso de

apropiación privada del conocimiento en el ámbito de los

medios comunicación digitales, resulta difícil creer en la

capacidad de estas iniciativas de ofrecer una solución

efectiva para eliminar el llamado abismo digital. Si estas

compañías pretendieran resolver el problema, deberían

sentenciar a muerte su negocio.

2 Finalmente, la cuestión incluye desigualdades históricas,

conectadas con debilidades macroestructurales.

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99Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global

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101Tema monográfico: El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco: ¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride?

Divina Frau-MeigsCatedrática y socióloga de los medios de la Universidad

París 3-Sorbonne. (Francia)

Sumario

Preguntarse acerca de las razones del retorno de Estados

Unidos a la Unesco en 2003 implica considerar también las

razones de su retirada en 1984, es decir, veinte años antes.

Este artículo analiza una de las mayores crisis culturales de

la Guerra Fría y el nuevo planteamiento después de esta

etapa. Dilucida esta crisis en sus dimensiones estructural,

personal y sociopolítica, y subraya sus continuidades y

mutaciones. Considera el intervalo y los diferentes tipos de

movilizaciones (diplomática, económica, cultural) que lo han

caracterizado, así como las crisis intermedias (en especial

las relacionadas con la diversidad cultural). También tiene

en cuenta las recaídas coyunturales de los atentados

terroristas del 11 de septiembre de 2001 que han dado

plena legitimidad a los argumentos intervencionistas de la

nueva derecha americana.

La autora examina las condiciones de un retorno

falsamente paradójico, que marca menos una ruptura que

una radicalización de las posiciones anteriores, y en el que

debe apreciarse más un endurecimiento que una flexibili-

zación de la política exterior estadounidense, un

endurecimiento de las modificaciones aportadas por la

doctrina de Bush al sistema de gobierno matricial adoptado

y lustrado por sus predecesores después de la Segunda

Guerra Mundial. La Unesco corre el riesgo, así, de

convertirse en un arma suplementaria dentro del arsenal de

la lucha contra el terrorismo, si permite que Estados Unidos

sigan adelante con sus proyectos educativos y culturales en

Oriente Medio, con vistas a afianzar la seguridad de su

democracia. Sin embargo, ante esta excepcionalidad, la

Unesco sigue siendo igualmente una instancia de diálogo

intercultural, lo que puede hacer renacer en Estados

Unidos, a medio plazo, los sentimientos multilaterales y un

mayor espíritu de entendimiento.

La salida estadounidense de la Unesco en 1984 causó

estupor: ¿acaso los norteamericanos no habían contribuido

en gran medida a la implantación de todas las grandes

instancias internacionales de posguerra, como la

Organización de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario

Internacional, o la Organización Mundial del Comercio?1 La

creación de estas entidades certifica el genio diplomático de

Estados Unidos en el siglo XX, con la doble mira

universalista y utilitarista (en el sentido anglosajón de self-

interest).2 Marca el éxito de un poder hegemónico

paradójico, que puede promover al mismo tiempo sus

intereses personales y ofrecerlos al mundo como intereses

generosos y democráticos. Y lo hace con la ayuda de dos

herramientas: la puesta a disposición a bajo coste de

productos de primera necesidad y la gestión de conflictos

mediante el derecho contractual y las normativas

internacionales, para construirse un entorno favorable, sin

ocupación territorial.3

Así, Estados Unidos han proyectado, con éxito, una

imagen de no ingerencia que les ha conferido una

verdadera autoridad moral y política, reafirmada por la

fuerza militar, sobre todo después de la Segunda Guerra

Mundial. No obstante, con la descolonización y la

remontada del bloque soviético, el equilibrio de alianzas

estables tuvo que ser replanteado por los anhelos

emancipadores de los estados del Tercer Mundo recelosos

de la influencia occidental. Llegados para engrosar las filas

de las Naciones Unidas, obligaron al poder hegemónico

americano a convertir su política exterior en instrumento de

lucha anticomunista durante toda la Guerra Fría.

El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco:¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma

de MacBride?

Divina Frau-Meigs

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102Quaderns del CAC: Número 21

Internamente, este período vio cómo se derrumbaba el

consenso de la posguerra y se instalaban los grandes

cambios de los años ochenta, que predicaban el retorno de

los valores de base del Partido Republicano (liberalización

de mercados, desnormativización económica, reducción de

las ventajas sociales, etc.). La subida al poder de la nueva

derecha ha vuelto a cuestionar todas las políticas de la

identidad (apoyo a las minorías, solidaridad con los

desfavorecidos, etc.), que han quedado sustituidas por las

políticas de la moralidad (responsabilidad individual,

gobierno local, etc.). Externamente, esto se ha traducido en

una gran ofensiva por la apertura de mercados internacio-

nales, los ciclos de negociación de los acuerdos del GATT

y una despreocupación del estado por la ayuda al

desarrollo.

Éstos son los factores clave para comprender la posición

de Estados Unidos respecto a la ONU y aún más respecto

a la Unesco. Porque fue precisamente con la llegada de un

presidente promocionado por la nueva derecha, Ronald

Reagan, cuando Estados Unidos salió de la organización, y

ha sido con otro presidente de la nueva derecha, George W.

Bush, cuando ha regresado a ella. En ambos casos, por la

política de la silla vacía o la de la silla ocupada, esta

continuidad conservadora es una paradoja que hay que

tratar de explicar a la luz de los intereses americanos y de

los envites de igualdad y de diversidad de la comunicación.

1. La crisis de 1983-84: uno de los enfrentamientosmás fuertes de la Guerra Fría

El 31 de diciembre de 1984, Estados Unidos efectúa su

amenaza de salida. Un comunicado de la Casa Blanca

expone los motivos oficiales: “La politización externa fuera

de las atribuciones continúa, y esto es lamentable, igual que

la hostilidad endémica hacia las instituciones de base de

una sociedad libre; en particular, una prensa libre,

mercados libres y por encima de todo, los derechos del

individuo”.4

Además de una crítica personal al director general de la

Unesco, Amadou-Mahtar M'Bow, senegalés, musulmán y

perteneciente al Tercer Mundo, percibido como la

encarnación de la falta de transparencia y del clientelismo

de la agencia, los puntos de enfrentamiento son múltiples,

de naturaleza estructural y política, lo que explica la dureza

de la confrontación entre los Estados Unidos, de un lado, y

las instancias dirigentes de la Unesco del otro, sostenidas

por los países del Tercer Mundo y la URSS. Las fuerzas

presentes son, por tanto, de talla, y enfrentan a los países

que suministran las contribuciones de más peso (22%

Estados Unidos, 12% la URSS).

1.1. Una crítica estructural EE.UU. se lamenta del peso burocrático de la Unesco.

Sienten una carga jerárquica demasiado pesada,

denuncian la elección de personalidades en los puestos

importantes sobre la base del clientelismo más que de la

competencia. Sostienen que el 80% del presupuesto se

absorbe en la Oficina Central de París, en lugar de invertirlo

en acciones sobre el terreno. Consideran fuera de lugar los

gastos honoríficos y suntuarios de la dirección, y también

opinan que existe un exceso de redundancia con

programas ya conducidos por otras agencias de las

Naciones Unidas. En fin, denuncian el juego de alianzas

diplomáticas que es un factor de corrupción y lesiona los

principios de la transparencia de gestión.

Estas críticas, por muy justificadas y compartidas que

sean por parte de varios países (entre ellos, los europeos),

emanan de una postura acusadora americana clásica y

recurrente. Estados Unidos sufre una gran desconfianza

hacia las instancias centralizadoras; prefiere deslocalizar

para evitar toda burocracia, generadora de lentitudes y de

costes de funcionamiento inútiles a sus ojos. Sólo puede

remarcar su impaciencia ante una instancia como la

Unesco, que aumenta este fenómeno multiplicándolo por

los 180 países que desarrollan allí su diplomacia. Estas

críticas, que los norteamericanos dirigen, por otra parte, al

conjunto del sistema de la ONU, no apuntan a la Unesco

por azar: de todas las agencias de la ONU, los Estados

Unidos ha retado a la Unesco desde su origen. No

corresponde al modelo utilitarista americano, que detesta

separar la esfera cultural y educativa de la esfera privada y

comercial. En esta perspectiva, no puede existir espacio

derogatorio en el mercado y no debería existir ingerencia de

los estados en los dominios que atañen a la esfera

comercial y la gestión individual.5

Las controversias han esmaltado sus relaciones con

Estados Unidos. Durante la era McCarthy, justo antes de la

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103Tema monográfico: El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco: ¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride?

entrada de la URSS en su seno, la Unesco fue denunciada

por ser un nido de comunistas. En 1974, el Congreso

americano, de acuerdo con el presidente republicano Henry

Ford, había suspendido ya la contribución americana como

consecuencia del reconocimiento de la Organización de

Liberación de Palestina y de la condena del estado de

Israel. En 1983, la Unesco agrava su caso con una nueva

condena del estado de Israel: se suspende la ayuda

cultural, como sanción por su política de educación en los

territorios ocupados, percibida como una tentativa de

asimilación cultural de los árabes. Por su parte, la OLP

recibe el 7% de las becas de estudios atribuidas en 1981-

83. Israel es fustigado igualmente por las extracciones en

Jerusalén, que habrían modificado algunas características

de la ciudad, patrimonio de la humanidad. El desliz entre la

crítica estructural y la crítica política se opera por la

afirmación de que las actividades llevadas a cabo son

contrarias a la carta de la Unesco, con una politización

comunista que el presidente Reagan no puede avalar.

En consecuencia, los americanos piden que la

administración financiera de la agencia se confíe a

los principales donantes, que se adopten nuevos

procedimientos de voto, que se abandonen algunos

programas demasiado politizados, y que se apliquen

severas restricciones presupuestarias. Consideran que los

resultados obtenidos ponen de manifiesto una falta de

transparencia endémica en la organización, y que tanto

esto como la mayoría de los textos producidos por la

Unesco y aprobados por la dirección son ofensivos por su

retórica antiamericana.

La Unesco intenta entonces responder a alguna expec-

tativa de Estados Unidos con la creación de comisiones ad

hoc y cooperando en una auditoría sobre la gestión de la

agencia dirigida por la General Accounting Office. Algunos

programas sospechosos se colocan en una lista de

evaluación. La dirección propone también congelar el

presupuesto durante dos años. Suspende algunos de los

programas, así como una conferencia prevista sobre “la

protección de los periodistas” percibida por los americanos

como un ensayo de control de los medios por parte de los

gobiernos no democráticos. Pero no puede por iniciativa

propia responder a las exigencias americanas: deben

aprobarse en la Conferencia General de los Estados

Miembros, donde los americanos son sólo una voz entre

todas las demás.

1. 2. Una crítica política y culturalEl obstáculo más difícil se halla en la naturaleza de las

actividades de la Unesco, que parecen dominadas por un

bloque de países soviéticos aliados en una coalición del

Tercer Mundo (los No Alineados). Estos países buscan un

nuevo orden mundial de la economía y de la comunicación

que no satisface ni a Estados Unidos ni a sus aliados

conservadores, en particular a Thatcher, primera ministra

que desarrolló una relación especial con el presidente

Reagan. La Unesco es fustigada por compartir los puntos

de vista económicos del mundo soviético y del Tercer

Mundo, con un control del Estado intolerable para los

defensores de la economía liberal.

Estos temores se concretan en las proposiciones de un

Nuevo Orden Mundial de la Información y de la Comuni-

cación (NOMIC), aparecidas a raíz del Informe MacBride.

Éste identifica problemas en las estructuras de

comunicación internacionales, sobre todo un desequilibrio

en el flujo de la información, en su acceso y control.6

Después de elaborar una relación de la posición de los

medios de comunicación en el planeta, el informe examina

los cambios que parecen necesarios para una redefinición

del bien común, a escala internacional. Los países que

sostienen el NOMIC desean encontrar una alternativa a lo

que perciben como una dominación occidental en materia

de información y una visión parcial en los medios de

comunicación occidentales. Sus detractores, con los

americanos y los ingleses a la cabeza, consideran que este

nuevo orden trata de establecer un control de la prensa y de

la libertad de expresión por los gobiernos, que refleja las

visiones soviéticas y restringe la libertad de los individuos.

Independientemente de los fundamentos de las críticas en

contra del NOMIC, la gestión americana se explica

igualmente por intereses comerciales. También la del Reino

Unido, aunque en menor grado, ya que el eje angloame-

ricano domina el acceso a la información mundial desde

dos agencias de prensa casi monopolios (Associated Press

y Reuters). Contrariamente a sus afirmaciones, Estados

Unidos son de lo más intervencionistas en materia de

información y de comunicación. El estado ha consentido

ayudas financieras enormes (el Pentágono y la NASA) para

la investigación y el desarrollo en este dominio con

finalidades tanto militares como comerciales. Joseph S.

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104Quaderns del CAC: Número 21

Nye, consejero próximo al presidente Bill Clinton, ha podido

así afirmar que Estados Unidos está situado en la hege-

monía mundial del siglo XXI, porque ostentan el control de

los recursos hard y soft de la información.7 Este control,

históricamente, ha incluido las telecomunicaciones y las

nuevas tecnologías de la información en sus estructuras

utilitaristas de dominación y de vigilancia, sean cuales sean

las tendencias políticas de sus dirigentes. Así, con el

gobierno de Clinton se votó la Ley de telecomunicaciones

de 1996, que facilitaba la convergencia de empresas

multimedia, con finalidades de competencia internacional.

También fue Clinton quien declinó la invitación de retorno

de Estados Unidos al seno de la Unesco en 1997, mientras

que el Reino Unido se acomodaba en la organización

(después de haber salido en 1985).

La otra inquietud americana se relaciona con el nuevo

orden económico internacional, una fórmula que los

conservadores americanos traducen como una contraseña

para la oposición mundial a la liberalización del comercio,

que encuentra su exponente en el presidente Reagan. El

argumento económico se perfila aquí en términos de déficit

comercial americano. Para evitar la financiación por

impuestos, siempre mal vista por el electorado, la solución

del desarrollo del comercio exterior resulta la menos

onerosa política y financieramente para los americanos. Se

trata de una cuestión de conservación del nivel de vida de

la nación (y de la financiación de sus planes de defensa).

Esta vez el marco ultrapasa a la Unesco, con ciclos de

negociaciones multilaterales que atañen a la OMC, y cada

uno de los integrantes de los nuevos sectores ha de levan-

tar barreras aduaneras internacionales. Estados Unidos

desea introducir la información y sus servicios, así como las

cuestiones de propiedad intelectual en el proceso, algo que

ya hizo durante los años noventa en la ronda de Uruguay.8

En su deseo unilateral de retirada, el Gobierno americano

desatiende la consideración de los aspectos beneficiosos

de su presencia en algunos proyectos, en especial en los

programas científicos, algo que lamentan educadores, inv-

estigadores y empresarios. Algunos políticos, incluidos los

republicanos, preconizan la continuación de presiones para

una reforma estructural interior, ya que la política de la silla

vacía sólo puede dar a los adversarios de Estados Unidos

“una extraordinaria capacidad de influencia” en el seno de

la mayor instancia internacional, repitiendo las palabras de

Jim Leach (republicano de Iowa). Son los conservadores de

la nueva derecha instalados cerca de Reagan quienes la

ejercen, sobre todo por la orientación de las presiones de

grupos de reflexión como la influyente Heritage Foundation,

por la cual la Unesco “durante mucho tiempo ha dado

prioridad a políticas antiamericanas y antioccidentales y ha

dejado de interesarse de cerca por las necesidades

mundiales en materia de educación, ciencia y cultura”.9

Los objetivos de los americanos al retirarse son triples:

conseguir que pese una amenaza creíble sobre los países

comunistas y sus aliados, intimidar a los países que tengan

tentaciones de alinearse con las posiciones tercermun-

distas, captar a los europeos, y ver cómo éstos les siguen

en su retirada (algo que sí hará el Reino Unido). Por la

radicalización de las posiciones querían irse para actuar

libres de manos, pero guardando la posición del poder

ofendido, que diplomáticamente otorga cierta ventaja.

Pusieron el grito en el cielo, esperando libertades de

comercio y de expresión, designando chivos expiatorios y

enemigos con los que era imposible pactar. Actuando de

esta forma, esperaban demostrar que, sin ellos, la Unesco

no podría sobrevivir.

Sin embargo, se encontraron con un aislamiento real: los

países comunistas y los no alineados se acantonaron en

sus posiciones mientras que los aliados europeos

tradicionales intentaron temporizar y convencer a Estados

Unidos de reformar la Unesco desde dentro. Los diez

también escribieron una carta al presidente Reagan

pidiéndole que reconsiderara su retirada. La dificultad para

la Europa de entonces (estaba discutiendo los términos de

la próxima gobernación, la entrada de nuevos miembros,

los detalles de su moneda única, etc.) reside en la

necesidad de presentar un frente unido y de posicionarse

como no americana, sin ser antiamericana. Sin lugar a

dudas, su situación de dependencia respecto a los Estados

Unidos y sus propias veleidades de independencia en

relación con los dos bloques inhibieron las reacciones, tanto

que la liberalización de mercados podía ser prematura para

la puesta a punto de sus industrias culturales.

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105Tema monográfico: El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco: ¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride?

2. 1983-2003: El intervalo de la guerra fría a laguerra contra el terrorismo

2. 1. La movilización diplomática: el mantenimientode los observadores

La política de la silla vacía, no obstante, sólo fue a medias.

Estados Unidos crearon un grupo de observadores, con la

misión de controlar las actividades de la Unesco en su

Oficina Central de París. El intervencionismo de estos

observadores se irá evidenciando poco a poco en la medida

en que algunos debates o los intereses comerciales

americanos estén en juego. Esta misión de observación se

mantuvo durante todo el período de retirada, y las

contribuciones voluntarias estadounidenses representaron

cerca de dos millones de dólares al año. Además, los

americanos mantuvieron su participación selectivamente,

en la discusión sobre la Convención Universal sobre

Derecho de Autor, la Comisión Oceanográfica

Internacional, el Comité del Patrimonio Mundial, y el

programa Hombre y Biosfera, así como en algunos cambios

en el ámbito de la educación.

Asimismo, Estados Unidos hizo que algunas ONG

desempeñaran un verdadero papel de lobby y de perro

guardián: si bien la Fundación para la Educación, la

Fundación Internacional para la Ciencia, el Centro del

Patrimonio Mundial, o el Fondo Mundial para la Naturaleza

actuaron con discreción, no es el caso del Comité, Mundial

de la Prensa Libre que se movilizó por todas las cuestiones

relevantes de la información y de la comunicación, o de la

Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI),

que lo hizo por los derechos de autor y la propiedad

intelectual. La instrumentalización de algunas ONG no

implica que éstas fueran sospechosas a los ojos de los

países del Tercer Mundo, que veían en ellas una

herramienta de la panoplia utilitarista americana.

Asimismo, los Estados Unidos se revelan muy activos en

la creación de una subdivisión suplementaria, en el seno de

la agencia, pese a sus recomendaciones de economía. Se

trata de la subdivisión dedicada específicamente a la

«libertad de expresión, la paz y la democracia», que

coexiste junto a las subdivisiones de la información y de la

comunicación.

2.2. La movilización económica y culturalPor otra parte, Estados Unidos apoya la ciencia, la

educación, la cultura y la comunicación desde la

perspectiva de otras agencias de las Naciones Unidas,

vinculadas a la Unesco, en especial UNICEF, la Oficina

Internacional de Educación (OIE), la Organización de las

Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación

(FAO), y el Programa de las Naciones Unidas para el

Desarrollo (PNUD). Pero una parte de los fondos

concedidos a estas agencias se reserva a agencias

federales americanas, como la Agencia de Información de

los Estados Unidos o la Agencia de los Estados Unidos

para el Desarrollo Internacional (USAID). Las otras

beneficiarias son el Servicio de Agricultura Exterior, la

Oficina de Asuntos de Organizaciones Internacionales, la

Agencia de Protección Ambiental (EPA), la Comisión

Nacional de Bibliotecas y Ciencias de la Información, la

Administración Nacional de los Océanos y la Atmósfera

(NOAA), la Fundación Nacional de la Ciencia, Peace Corps

y la Agencia de los Estados Unidos para el Comercio y el

Desarrollo. Las misiones de estas agencias son paralelas a

las de la Unesco, e incluso a veces entran en competencia

directa.

Los Estados Unidos crean una gran panoplia de ayuda al

desarrollo; su estrategia consiste en tratar bilateralmente

con los países solicitantes, discriminando a los “estados

canallas” de los otros.10 Sus acciones apuntan hacia varios

tipos de países, y apartan a otros. Su capacidad de presión

y de disuasión aumenta, con el final de la guerra fría, sobre

los países que desean ser aceptados en la OMC, como los

de Europa del Este y Asia (especialmente, China), dos

zonas de mercado interesantes para los Estados Unidos,

sin industrias culturales nacionales capaces de competir

con las multinacionales americanas.

2.3. Las crisis intermediasPero con la retirada consumada, el debate no se cerró y

los envites que tensaban el conflicto persistieron, incluso

después de la caída del muro de Berlín en 1989. Las

políticas culturales emprendidas por los estados naciones,

tanto en Europa como en el Tercer Mundo, se

endurecieron, y la liberalización mundial de los mercados

no hizo más que exacerbarlas.

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Se produjo cierta alarma con la doble toma de conciencia

de que la mundialización avanzaba por el mercado, pero

que debía pasar también por una visión de sociedad, que

no podía entregar un cheque en blanco a la hegemonía

americana. Se oponían dos conjuntos de argumentos con

postulados de retirada que se referirán a retos de

civilización: un discurso de la diversidad contra un discurso

de la prosperidad, una oposición a la uniformización contra

una oposición al proteccionismo nacionalista. Todo

alrededor de un objeto común, la cultura, y en nombre de la

libertad, que es el valor de base compartido y reivindicado

por ambos campos.

2.3.1. La excepción culturalAunque la caída del muro de Berlín confirmó la victoria de

las posiciones americanas y obligó al sector de los antiguos

países soviéticos a reconvertirse, incluidos los del seno de

la Unesco, se toman otros relevos, esta vez en el mismo

sector de los países aliados de Estados Unidos. Las

posiciones se radicalizaron en torno a la expresión

excepción cultural, suscitada por las negociaciones del

GATT en 1994. Esta expresión subraya que las políticas y

las industrias culturales van más allá de las cuestiones

económicas y van intrínsecamente asociadas a cuestiones

lingüísticas y de identidad. Los librecambistas predicaban el

abandono total de medidas de protección con su defensor

americano, mientras que los excepcionistas querían

mantener las industrias nacionales sin cerrar hermética-

mente sus fronteras. Su defensora era la Unión Europea,

impulsada por Francia y apoyada por Canadá.

Los acuerdos del GATT dejan la puerta abierta a las

interpretaciones de unos y otros, y mantienen cierto statu

quo en las medidas de protección nacional. El Acuerdo

Multilateral sobre la Inversión (AMI) produce nuevos enfren-

tamientos en el marco de la Organización de Cooperación

y Desarrollo Económico (OCDE) que, al contrario del GATT,

preveía sanciones financieras para los estados reacios.

También para la nueva ronda de la OMC, la “Ronda de

Doha”, que confirma la emergencia de una proximidad

tercermundista renovada, la altermundialización.

2.3.2. Los debates sobre la infoética y ladiversidad cultural

La Unesco, al ser la entidad intelectual y cultural de la

comunidad internacional, registra estos debates mundiales

como si fuera una caja de resonancia. Sin embargo, en

tanto que agencia de la ONU, sólo puede reflejar las

tensiones que existen y hacerse eco de las voces opuestas.

Paradójicamente, esto la sitúa en el centro de las críticas:

es más fácil “disparar al mensajero” que al mensaje.

En los años noventa, varios informes muy sensibles

saltaron a la palestra de los debates en la agencia, referidos

en conjunto a cuestiones de información, de propiedad

intelectual y de diversidad cultural. Estaban exasperados

por la preparación de la Cumbre Mundial de la Sociedad de

la Información (Génova 2003, con una continuación prevista

en Túnez en 2005) y por el resultado de los debates sobre

el proyecto de recomendación sobre multilingüismo y

acceso universal al ciberespacio. Estos debates dejan con

creces espacio para entidades múltiples, tanto desde el

punto de vista de los estados como de las ONG y los

lobbies de los sectores industriales implicados. En ellos se

pueden oír las demandas de la sociedad civil sobre los

abusos de la posición dominante y sobre las mutaciones de

los equilibrios entre derechos de los creadores, derechos

de los difusores y derechos de los usuarios. Están teñidos

por la evolución de la altermundialización y por lo que se

podría denominar el “efecto ONG”, para rendir cuentas de

la paradoja de una clase media occidental que defiende los

intereses del Tercer Mundo, en la medida en que también

son sus intereses, especialmente en lo que concierne a las

preocupaciones globales como el medio ambiente, la

fractura numérica, el derecho de los usuarios, etc.

La agencia actúa así como reflejo del viejo debate,

relanzado por las nuevas tecnologías, y como reflejo del

interés general contra la libertad privada. Rinde cuentas de

la renegociación necesaria de los diferentes equilibrios

jurídicos y legales que han quedado obsoletos por las

costumbres de la sociedad civil y las convergencias

multimedia. Es la punta de las nuevas ideas en la materia,

en su búsqueda de principios rectores universales, incluso

si han de descansar sobre el difícil equilibrio del respeto a

la diversidad y a la libre circulación de las ideas. La

situación no deja de evocar semejanzas con la del Informe

MacBride, lo que inquieta a Estados Unidos.

En efecto, los grandes lobbies del sector privado

consideran que el posicionamiento de la agencia va más

allá de sus misiones. Su análisis reproduce la antigua

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establecer un sistema de ciberseguridad global, como

indican sus distintas intervenciones en las conferencias

preparatorias de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la

Información (especialmente en Bucarest en 2002).

La nueva derecha enfoca también la moralización del

espacio público mundial; su mesianismo tiene como misión

reducir el terrorismo de origen islámico, sobre la vaga idea

del choque de civilizaciones que permite reencontrar, como

en los tiempos de la Guerra Fría, un enemigo exterior. La

polarización se efectúa sobre la defensa, pero sobre la

escuela y la cultura como herramientas de socialización que

hay que reinvertir. El mensaje es simple por dentro y por

fuera: el liberalismo social es la causa de los males de la

sociedad, la defensa nacional es la mejor prevención contra

el comunismo y el terrorismo. Las soluciones se hacen

evidentes: el mercado es el mejor regulador de la sociedad,

el presupuesto de defensa y vigilancia de la seguridad debe

aumentar. Así, la visión extraterritorial es coherente con la

mira interna, sólo puede ser unilateral porque es mesiánica.

Así, la que proponen los estados es una visión paradójica

de la mundialización, ya que coexiste con un gran

proteccionismo. La política internacional de G. W. Bush se

caracteriza por el rechazo sistemático de cualquier

ingerencia extranjera en los intereses económicos o

políticos americanos: denegación de los tratados de

protección del medio ambiente (Tokio), denegación de un

tribunal de justicia internacional (La Haya), denegación de

las opiniones de la ONU (Iraq). La inversión en la Unesco,

en este contexto, sólo puede verse como un intento de

recuperación en manos de la agencia.

Este proteccionismo se caracteriza por un unilateralismo

de hierro en las relaciones tanto con los aliados como con

los enemigos, de modo que las lecciones aprendidas a raíz

del 11 de septiembre no son las de la alianza sino las de la

desconfianza. Se vuelve a culpar al enemigo exterior, que

pasa de Bin Laden a Saddam Hussein; la menor duda de

los aliados los coloca en la lista de traidores en quienes no

se puede confiar. Se trata, en concreto, del caso de Francia,

que se encuentra en las primeras casillas de los ataques

americanos, tanto por sus posiciones sobre la diversidad

cultural, el ámbito público mundial, como por sus posiciones

contra la entrada en guerra con Iraq, amparándose en la

ONU.

Francia se encuentra en una posición compleja ante el

107Tema monográfico: El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco: ¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride?

confusión entre los puntos de vista de las naciones

individuales de algunas ONG que representan los intereses

de la sociedad civil con las actividades de la propia agencia.

Esta confusión ha contribuido a removilizar a Estados

Unidos; su grupo de observadores estaba frustrado al no

poder votar para alterar el sentido y el alcance de varias

recomendaciones y convenciones.

Estallaron varias polémicas en el seno de la agencia.

Sobre la infoética, las definiciones del dominio público

global fueron objeto de depuraciones sucesivas, porque se

percibían como un ataque contra los derechos de autor, lo

que movilizó a la OMPI y al conjunto del lobby de los

editores. Sobre la diversidad cultural y su repercusión en el

ciberespacio, las cuestiones de su financiación y del rol

controvertido de las fuerzas del mercado fueron objeto de

quejas del Comité Mundial de la Prensa Libre que veía ahí

un retorno al control de la libertad de expresión y de prensa.

Sin embargo, la Declaración Universal sobre la Diversidad

Cultural fue adoptada por unanimidad por todos los Estados

miembros en la conferencia general de 2001, poco después

de los atentados del 11 de septiembre. Recibida como una

nueva ética para la paz y el desarrollo, implica una mayor

atención al ámbito público de la información y al servicio

público de los medios de comunicación, no con una misión

de control del estado, sino como garantía para el estado de

la diversidad y la pluralidad de puntos de vista.11 Estados

Unidos la perciben como una muestra de resistencia a las

evoluciones globales que ellos preconizan y como una

amenaza a sus intereses comerciales, lo que les incita a

reconsiderar su reintegración en la Unesco.

2.3.3. El 11 de septiembre de 2001: el terrorismo y sus repercusiones en la seguridad pública

La movilización de Estados Unidos se acrecienta después

de los cambios en política interior tras los atentados

terroristas del 11 de septiembre de 2001. Los conser-

vadores de la nueva derecha, que no habían podido

recoger los frutos de su política anticomunista después de

la caída del mur, (habían perdido el poder en beneficio de

los demócratas socioliberales) recuperan el terreno perdido.

Con un balanceo brusco, su discurso guerrero, militarista,

patriótico, predicador de la especificidad mesiánica

americana, se encuentra de repente en sintonía con la

mayoría de países. Para los americanos, resulta crucial

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108Quaderns del CAC: Número 21

gobierno global predicado por Estados Unidos. Su tradición

de centralización y de dirigismo de estado la sitúa mal en la

mundialización, sostenida por los actores del sector privado

y el individualismo.12 De ahí su tendencia a erigirse en

portavoz de los países desfavorecidos, aunque su visión

universalista le lleve a defender el interés general contra el

interés privado. En el seno de Europa, predica, no obstante,

alianzas negociadas con Estados Unidos, pero éstos

responden desde ahora a la retórica de las alianzas con la

retórica de sus intereses. Con un curioso giro, los Estados

Unidos se convierten en unilateralistas cuando los

franceses y los europeos se vuelven multilateralistas y

predican un modelo de gobierno respetuoso con las

diferencias. Allí donde éstos jugaban la partida de las

alianzas estables, ellos promueven a partir de ahora la

desestabilización de las alianzas, poniendo constantemente

en peligro su modelo de control flexible, que tiende a evitar

la ocupación territorial y prefiere la gestión de los conflictos

por normativas internacionales.

3. Las condiciones de retorno falsamente paradójico

Estas condiciones internas y externas dan una mala imagen

de la hegemonía americana. El regreso al seno de la

Unesco se ha alentado como una iniciativa positiva,

presentada como uno de los medios para establecer una

paz duradera para el mantenimiento del desarrollo y la

educación. La agencia aparece como uno de los lugares

estratégicos para combatir la intolerancia y el terrorismo de

origen islámico. Así opinan algunos miembros del Gobierno,

entre ellos el antiguo ministro de Asuntos Exteriores,

George Shultz, que propició la retirada en su momento.

Obtienen la financiación de 60 millones de dólares

requeridos para la reintegración (53 millones/año y 5,3

millones de reintegración, es decir, cerca del 11,5% de

participación), votado por el Congreso en 2001.

Los grupos de reflexión conservadores se mantienen,

respecto a ellos, bastante mitigados, sobre todo la Heritage

Foundation, que no ve qué interés puede tener Estados

Unidos en convertirse en una voz entre las 188 de la

Conferencia General, y en contribuir notablemente al

presupuesto de la Unesco para programas que son o bien

inútiles o bien contrarios a los derechos humanos.

Consideran que el Gobierno ha cedido a la presión externa

y a la necesidad de no parecer demasiado unilateral en su

política exterior.

Las razones oficiales del retorno se indican en un

documento del Ministerio de Asuntos Exteriores. Además

del homenaje rendido al nuevo director japonés y

proamericano, Koïchiro Matsuura (elegido en 1999), por su

exitosa reestructuración de la agencia, los americanos

avanzan que los programas de la Unesco promoverán

desde ahora la responsabilidad cívica y la tolerancia, que es

un arma para combatir el terrorismo. Admiten la

redundancia entre los programas de la ONU y los

programas americanos, como en el caso de “Educación

para todos”, que se parece al “No Child Left Behind”

(Ningún niño sin atender), que se presenta como un

progreso de las ideas americanas en el mundo. Las otras

ideas americanas también se han confirmado, como la

adopción de normas científicas sólidas o la promoción de la

libertad de prensa. El documento también menciona las

orientaciones hacia el futuro, en cuanto a la bioética y la

diversidad cultural. A la política de la silla vacía, Estados

Unidos opone desde ahora la de la ocupación en todos los

frentes: “Estados Unidos tiene la intención de participar

activa y plenamente en estos debates”.13

3.1. Una razón estructuralEl retorno se presenta, principalmente, como algo natural,

ya que la Unesco parece haber conseguido su

reestructuración de acuerdo con las exigencias americanas.

En el discurso que anunciaba la reintegración, pronunciado

en la ONU por George W. Bush, éste subraya que “la

institución se ha reformado en aquellos ámbitos que

Estados Unidos ha tratado de reformar después de su

salida, lo que supone una gestión más sana, una

depuración de las actividades y una adecuación a sus

misiones, en particular a la libertad de prensa”14

Estados Unidos acaba de anunciar su plan de

participación, que apunta hacia la ONU en conjunto y hacia

la “eliminación del derroche y de la ideología antilibertad de

la Unesco”. Se caracteriza por su voluntad intervencionista,

por el rechazo de países y dirigentes que violan las normas

de la ONU, por la búsqueda de finanzas saneadas y bajo

vigilancia, y por una evaluación constante de los programas

con obligación de resultados, deseando “eliminar las

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109Tema monográfico: El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco: ¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride?

agencias, departamentos y programas ineficaces o

inútiles”.15 Implica también recursos humanos y en especial

puestos de dirección para sus miembros, según su contri-

bución, en todas las instancias de la Unesco,

especialmente en los sectores clave de la información y la

educación. Obtienen así un espacio inmediato en el

Consejo Ejecutivo donde los miembros son generalmente

elegidos (esto obliga a algunos países europeos, entre ellos

Grecia y Portugal, a retirar su candidatura).

La política estadounidense ha presentado el plan de

participación activa hacia los países en desarrollo expuesto

por el presidente Bush en 2002 con la fórmula del “Plan

para la Cuenta de los Desafíos del Milenio”,16 sometido al

Congreso en febrero de 2003 y presentado como nueva

visión de la ayuda al Tercer Mundo. Lo que significa una

mayor financiación (50% más en tres años) para “proyectos

en naciones que gobiernan con justicia, que invierten en su

pueblo y que fomentan la libertad económica”. Acción muy

dirigida, por tanto, que trata de responder a las críticas que

apuntan que Estados Unidos es, de todos los países

desarrollados, el que suministra menos ayuda al desarrollo.

Este programa selectivo se fundamenta en el apoyo al

sector privado. Se impone la colaboración con la Unesco,

en la medida en que “los programas de la Unesco reflejan y

promueven los intereses estadounidenses”.

3.2. Razones políticas y culturalesLa declaración sobre la diversidad cultural es, sin lugar a

dudas, una de las razones más poderosas que explican el

retorno de Estados Unidos, porque se percibe como un

ataque contra las normativas del comercio internacional

establecidas por la OMC y como una tentativa de protección

contra los productos americanos. Por otra parte, hay quien

ve un proteccionismo americano a contrapelo, el de los

intereses de los estudios hollywoodienses. A la defensa del

pluralismo como una forma de defensa de la libertad de

expresión se opone la concepción de una libertad de

expresión entendida como una libertad de consumo. Al

deber de los poderes públicos de reequilibrar los extremos

del mercado se opone el rechazo de cualquier traba a la

competencia.

Se trata, así, de un retorno a la casilla cero en relación con

los motivos de la salida. Además, en ambos casos Estados

Unidos se encuentran en condiciones de aislamiento

parecidas. El NOMIC o la diversidad cultural expresan el

intento de muchos países de oponerse a la hegemonía

americana, tanto por lo que respecta al comercio mundial

como a la difusión de la información y de los productos

culturales. Persisten ambos problemas, a los que deben

sumarse la amalgama de la crisis israelo-palestina y el

conflicto contra el terrorismo de origen islámico. El

fantasma de MacBride sigue vagando sobre las cuestiones

de equidad y de diversidad de la comunicación mundial.

Así, pese a la distensión del debate y al desplazamiento

de alianzas y envites, la decisión americana sólo resulta

contradictoria en apariencia. Los móviles americanos no

han cambiado, sólo ha variado el método. El retorno no se

interpretará como un relajamiento o una debilidad en

relación con la ONU o la Unesco, ni un giro humanitario,

que puede explicar una conducta fracasada, sin excusas,

donde el mensaje moralista es el orden: “¡Que os sirva de

lección!”. Es también una afirmación del poder de la nueva

derecha y una ocasión para que el mundo conozca sus

ambiciones y las acciones que han de tener lugar. La

elección de la Unesco mediante todas las agencias de la

ONU no es precisamente inocente y no puede considerarse

amistosa. La nueva derecha no está a favor del

internacionalismo sino del patriotismo; se preocupa por la

educación en su aspecto religioso y por el humanitarismo

en su aspecto caritativo, muy lejos en este sentido de los

planteamientos de la Unesco.

Más allá de la Unesco, apunta sin duda hacia la ONU en

una maniobra de intimidación de la comunidad internacional

que revela el mismo procedimiento que el del reingreso en

el Consejo de Seguridad. Se trata de una recuperación de

poder en conexión con el proyecto hegemónico reafirmado

de Estados Unidos, que es en realidad uno de los muchos

resultados del final de la Guerra Fría. El multilateralismo de

la Unesco contribuye a las necesidades de esta empresa

internacional, por su legitimidad y su funcionamiento

colectivo. El país necesita una legitimación de su presencia

en Iraq, y de su ofensiva —cruzada— contra el mundo

árabe. La Unesco, arma suplementaria en el arsenal de la

lucha contra el terrorismo, le permite que avancen sus

proyectos educativos y culturales en Oriente Medio, con el

fin de garantizar la seguridad de su democracia.

Por tanto, esta política, fomentada por la doctrina de

Bush,17no es el síntoma de una subida, sino más bien de

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110Quaderns del CAC: Número 21

una radicalización de la política internacional estadouniden-

se, según el principio de que lo que es bueno para Estados

Unidos es bueno para todo el mundo: el excepcionalismo

justifica entonces la guerra preventiva, el aislacionismo

autoriza el unilateralismo. Este principio existe en

proporción inversa a cómo se percibe el país en la realidad

internacional, lo que lo vuelve vulnerable. En efecto, existen

algunos riesgos, además de un antiamericanismo flagrante

y un aislamiento creciente, también por parte de otras na-

ciones democráticas. Así, Estados Unidos son vulnerables

en la contradicción entre su excepcionalismo y la necesidad

de forzar al mundo a que se parezca a ellos. También

corren el riesgo de creer que sólo con el poder militar se

puede reforzar la seguridad a largo plazo. Otro riesgo es

que tiendan a los peligros de la autosatisfacción, a una

percepción exagerada de su recto derecho, a hacer oídos

sordos respecto a la realidad del reposicionamiento de las

alianzas.

El retorno no es la prueba de una flexibilización, sino de un

endurecimiento, como ponen de manifiesto dos medidas

inmediatas: la implantación de Microsoft y el vaciado de la

Convención sobre la Diversidad Cultural. La Unesco tiene

por costumbre establecer colaboraciones con el sector

privado, concretamente con las fundaciones sin finalidades

lucrativas, como sucede con la Fundación Hewlett-Packard.

Para ello procede mediante una consulta a los Estados

miembros, que se pronuncian sobre la naturaleza y la

extensión del contrato. En el caso de Microsoft, la entidad

comercial ha sido impuesta, sin consultar a los estados, por

negociación directa con Matsuura. La corporación

multinacional americana aporta, además, no sólo su

material y sus programas, sino también su logística y su

modelo de organización y de formación de los usuarios. El

vaciado de la Convención sobre la Diversidad Cultural se

traduce en una doble estrategia retórica y jurídica. Las

discusiones semánticas sobre el texto cuestionan la

presencia de algunos términos como protección, industrias

culturales o incluso contenidos y expresiones. Las

discusiones sobre el fondo tienden a anular la creación de

un derecho que compensaría los otros instrumentos

existentes, especialmente los de la propiedad intelectual e

industrial, ambos protegidos por la OMPI. Estados Unidos

cuestiona el rol de la Unesco como organismo de referencia

para regular las consultas y las diferencias y han propiciado

la retirada de las sanciones y los anexos que enumeran las

distintas industrias culturales implicadas. La Convención, si

su texto queda ratificado por la Asamblea General de 2005,

se habrá despojado de su legitimidad como instrumento

jurídico internacional.

Del mismo modo que conviene apaciguar el optimismo del

retorno, tampoco hay que verlo sólo con pesimismo. Los

Estados Unidos todavía son una gran potencia democrática

en cuyo seno existen fuerzas de desobediencia civil, así

como fuerzas de multilateralismo y de tolerancia, que

sobrepasan de lejos la coyuntura política actual. Además, si

algunas exigencias americanas se aprueban en el ámbito

de la Unesco, es también porque otras potencias así lo

quieren, sobre todo los países europeos (los mayores

donantes), que piden asimismo transparencia y claridad

en la gestión. No se trata, en el futuro, de aislar a Estados

Unidos, aunque él mismo sepa hacerlo soberbiamente, sino

de mostrarles que si han hallado una virtud en su

excepcionalismo, no pueden reprocharles a los demás que

reclamen respeto para ellos. Una cultura universal no se

puede elaborar sin diálogo entre las culturas específicas,

pero la batalla sobre las posiciones de igualdad y de libertad

será larga y difícil. El fantasma de MacBride amenaza con

vagar aún durante mucho tiempo.

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111Tema monográfico: El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco: ¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride?

Notas

1 Este artículo es una versión revisada y puesta al día del

capítulo “UNESCO: le retour des États-Unis” (UNESCO: el

retorno de los Estados Unidos), publicado en el Annuaire

Français de Relations Internationales, vol. 5, París y

Bruselas: La documentation française et Bruylant, 2004,

pp. 860-877.

2 FRAU-MEIGS, D. (2201). Médiamorphoses américaines

dans un espace privé unique au monde, París: Editions

Economica, cap. 1, pp.7-10.

3 JOFFE, J. (2001). «Who is Afraid of Mister Big?», The

National Interest.

4 «U.S. affirms Plan to Leave UNESCO at End of month»,

The New York Times, 20 de diciembre de 1984, p.1.

5 D. Frau-Meigs, ibídem, cap. 1.

6 MACBRIDE, S. (dir). Voix multiples, un seul monde.

Communication et société, aujourd’hui et demain, París:

Unesco-La documentation française, 1980.

7 NYE, J. S., (1990). Born to Lead. The Changing Nature of

American Power, Nueva York: Basic Books.

8 FRAU-MEIGS, D. «La excepción cultural», Quaderns del

CAC, n.º 14, septiembre-diciembre 2002, pp. 3-18,

consultable en línea http://www.audiovisualcat.net, en

francés, inglés, español y catalán.

9 «U.S. affirms Plan to Leave UNESCO at End of month»,

The New York Times, 20 de diciembre de 1984, p.1.

10 MÉLANDRI, P. y VAÏSSE, J. (2001). L’empire du milieu,

Odile Jacob: París.

11 FRAU-MEIGS, D., (enero 2005). «La diversité culturelle est-

elle l’avenir du service public?», Médiamorphoses, pp. 173-

181.

12 MEUNIER, S. «The French Exception», Foreign Affairs,

julio-agosto de 2000, pp. 104-114.

13 Ministerio del Interior, Oficina de Programas de Información

Internacional del Departamento de Estado de EE. UU.

«The United States Rejoins UNESCO», comunicado oficial

del 22 de septiembre de 2003, http://www.usinfo.state.gov.

14 Presidente George W. Bush, 57ª Asamblea General de la

ONU, 12 de septiembre de 2002.

http://www.usinfo.state.gov.

15 Presidente George W. Bush, ibídem.

16 Presidente George W. Bush, Banco Interamericano de

Desarrollo, 14 de marzo de 2002.

17 LAFEBER, W. (2002). «The Bush Doctrine», Diplomatic

History 26 - 4, pp. 543-556.

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113Tema monográfico: Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride?

Isabel Fernández AlonsoProfesora del departamento de periodismo y ciencias

de la comunicación de la Universidad Autónoma

de Barcelona (UAB) e investigadora del Instituto de la

Comunicación (InCom-UAB)

El informe Un solo mundo, voces múltiples, aprobado en la

Conferencia General de Belgrado de 1980, supuso el

primer gran cuestionamiento del sistema de comunicación

inter-nacional, caracterizado por los flujos unidireccionales

Norte-Sur. Tenía, además, el especial valor de haber sido

gestado en el marco de un organismo multilateral como es

la Unesco.

El conocido como Informe MacBride apoyaba así las

reivindicaciones de los Países No Alineados en el debate

que sostenían en el seno de la Organización de las

Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura

con los países occidentales. Reclamaban los primeros un

Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación

(NOMIC) frente a la doctrina del free flow of information,

articulada fundamentalmente desde Estados Unidos y muy

bien acogida por los grandes medios del ámbito occidental.

Para alcanzar ese Nuevo Orden, el Informe planteaba

una serie de recomendaciones que se pueden sistematizar

en cuatro puntos: “desarrollo de los países del Tercer

Mundo, de tal modo que lleguen a ser realmente

independientes y autosuficientes y desarrollen sus

identidades culturales (...); mejor acopio internacional de

noticias y mejores condiciones para los periodistas (...);

democratización de la comunicación (acceso y participa-

ción, derecho a comunicar)(...); y fomento de la cooperación

internacional (...)” (Carlsson 2003, 18).

Pero tras la marcha de Estados Unidos (1984), el Reino

Unido y Singapur (1985) y el cambio en la dirección general

de la Unesco, con la llegada de Federico Mayor Zaragoza

(1987), se produce un giro importante en lo que respecta a

las políticas de comunicación de este organismo de

Naciones Unidas, un giro que se concreta con la aprobación

de la Nueva Estrategia de Información y Comunicación.

Esta Nueva Estrategia —que se define en la Conferencia

General celebrada en París en 1989, coincidiendo con la

caída del telón de acero— tiene como objetivos “fomentar la

libre circulación de la información en los planos

internacional y nacional, favorecer una difusión más amplia

y mejor equilibrada de la información, sin ningún obstáculo

a la libertad de expresión, y crear todos los medios

apropiados para fortalecer la capacidad de comunicación

en los países en vías de desarrollo a fin de que aumente su

participación en el proceso de la comunicación”1.

Se apuesta, por tanto, por la doctrina del free flow

combinada con medidas de ayuda al desarrollo, eludiendo

cualquier referencia crítica a los fenómenos que explican

los desequilibrios en la comunicación internacional.

No obstante, pese a la filosofía que supone esta Nueva

Estrategia de Información y Comunicación, en este artículo

pretendemos ver si aún queda en las políticas de

comunicación de la Unesco algún eco de las ideas básicas

que recogía el Informe MacBride hace un cuarto de siglo.

Para ello analizaremos las principales acciones que

promueven y desarrollan en este ámbito la Sección de

Comunicación e Información y la Sección de Cultura de

esta agencia de Naciones Unidas. Y ello en el marco de los

postulados que, en materia de políticas de comunicación,

recoge el texto prográmatico más reciente de la Unesco: la

Estrategia a medio plazo, elaborada para el periodo 2002-

2007 (Unesco, 2002).

Dedicaremos una especial atención a las políticas de la

Sección de Cultura pues consideramos que el debate

Las políticas comunicación de la Unesco en 2005.¿Qué queda del espíritu MacBride?

Isabel Fernández Alonso

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114Quaderns del CAC: Número 21

promovido por la Unesco en torno a la diversidad cultural

(sobre todo a partir de la aprobación en 2001 de la

Declaración Universal sobre esta materia) es la primera

medida que, tras la desaparición de los ecos del Informe

MacBride, devuelve un cierto protagonismo a este

organismo de la ONU en el ámbito de las políticas de

comunicación a nivel internacional.

1. Las políticas de la Sección de Comunicación eInformación: PIDC, IFAP y libertad de prensa

La Sección de Comunicación e Información fue creada en

1990, un año después de la aprobación de la referida

Nueva Estrategia de Comunicación. La Sección cuenta con

tres divisiones (División para el Desarrollo de la

Comunicación, División de Libertad de Expresión,

Democracia y Paz, y División de Sociedad de la

Información) y se responsabiliza, entre otras cosas, del

Secretariado de los dos principales programas

intergubernamentales que gestiona actualmente la Unesco

en el ámbito de la comunicación: el Programa Internacional

para el Desarrollo de la Comunicación (PIDC) y el

Programa Información para Todos (IFAP).

Según declara la propia Unesco, los tres principales

objetivos de estos programas, los mismos que plantea la

referida Estrategia a medio plazo de la Sección de

Comunicación e Información, son promover la libre

circulación de ideas y el acceso universal a la información,

la expresión del pluralismo y de la diversidad cultural en los

medios y en las redes mundiales de información, y el

acceso universal a las tecnologías de la Información y la

Comunicación (TIC)”2.

Pero no hace falta profundizar mucho en el análisis para

darse cuenta de que difícilmente se podrán alcanzar unos

objetivos tan ambiciosos con los presupuestos con los que

han contado normalmente el PIDC y el IFAP.

Así, el ya histórico Programa Internacional para el

Desarrollo de la Comunicación3 ha tenido problemas de

financiación a partir de la segunda reunión de su Consejo

Intergubernamental (Acapulco, 1982)4, puesto que Estados

Unidos se mostró contrario a que la Unesco centralizase la

gestión de los fondos destinados a este programa (a través

de la denominada cuenta especial). Además, a la reunión

de Acapulco siguió una actitud de distanciamiento y de

incumpliminento de los compromisos de contribución

económica que habían asumido diversos países

occidentales (Gifreu 1986, 179).

Como afirma Colleen Roach (1997, 111-112), al evaluar el

papel del PIDC en la construcción del NOMIC, “Estados

Unidos utilizaron la estratagema de la ayuda para combatir

las peticiones radicales de cambio pero sin aportar

realmente nada salvo que contemos las contribuciones a

proyectos de su propia elección (fondos en depósito), que

en realidad servían para burlar el marco multilateral del

programa”.

En todo caso, las cantidades que maneja el PIDC

veinticinco años después de su aprobación continúan

siendo irrisorias en relación con los objetivos que persigue.

En este sentido, en marzo de 2005 el Bureau que gestiona

el Programa5 concedió 1,05 millones de dólares a 51

proyectos de medios en países en desarrollo o en transición

(500.000 dólares se destinaron a la reconstrucción de las

radios de la provincia indonesia de Aceh, muy afectada por

el tsunami que arrasó sus costas unos meses antes). En

2004, el PIDC había distribuido 1.840.000 dólares entre 66

proyectos6.

Los beneficiarios de estas ayudas pueden ser medios de

comunicación, centros de formación de periodistas,

organizaciones profesionales del sector, agencias de ayuda

al desarrollo de los medios…, que han de someter sus

proyectos a la valoración previa de los consejeros

regionales de la Unesco para la Comunicación y la

Información. Los criterios que se priorizan a la hora de

conceder las ayudas son “la promoción de la libertad de

expresión y del pluralismo, el desarrollo de los medios

comunitarios, el desarrollo de los recursos humanos y la

promoción de acuerdos internacionales”7.

La financiación se continúa realizando por dos vías:

• a partir de la cuenta especial del PIDC, un fondo común

que sostiene el conjunto de proyectos que financia el

Programa y que funciona desde su lanzamiento8

• y a partir de fondos en déposito, destinados a proyectos

concretos, aprobados por el Bureau del Consejo

Intergubernamental del PIDC9.

Tanto la cuenta especial como los fondos en depósito

provienen de aportaciones voluntarias de los Estados. El

PIDC no cuenta con recursos procedentes del sector

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Jamaica 4 500 0

Japón 3 763 648

Kuwait 100 000

Luxemburgo 919 379 540 000

Malta 5 000 0

Mauricio 1 000 0

México 10 000 0

Nigeria 145 825 0

Noruega 12 205 696 0

Omán 20 000 0

Pakistán 25 000 0

Países Bajos 1 465 461 510 000

Portugal 21 244 107 000

Katar 10 000 0

San Marino 5 000 0

Suecia 2 713 923 421 000

Suiza 1 863 581 3 615 000

Surinam 2 500 0

Túnez 19 566 0

Turquía 6 438 0

Trinidad y Tobago 4 000 0

Venezuela 250 437 0

Yugoslavia 39 995 0

Zambia 5 231 0

Contribuciones 85 000 0excepcionales

Intereses ganados 3 953 403 0

País Cuenta Fondos Especial* en depósito*

En el cuadro 1 se recogen las donaciones que han

realizado al PIDC, desde su creación, los diferentes países,

a través de las dos vías mencionadas. En total, 86.987.396

dólares: 46.241.396 destinados a la cuenta especial y

40.746.000, a los fondos en depósito.

115Tema monográfico: Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride?

Fuente: Sección de Comunicación e Información de la Unesco11

Argelia 10 000 0

Alemania 1 073 526 21 627 000

Arabia Saudí 100 000 50 000

Australia 0 464 000

Bangladesh 2 000 0

Bénin 10 000 0

Camerún 10 714 0

Canadá 282 389 106 000

China 135 000 0

Chipre 1 944 0

Corea 100 000

Dinamarca 6 915 093 8 391 000

Egipto 15 000 0

España 12 587 50 000

Estados Unidos 0 465 000

Federación Rusa 3 843 037 0

Finlandia 1 613 497 0

Francia 3 170 966 3 888 000

Gabón 17 094 0

Ghana 5 000 0

Grecia 32 500 0

Guayana 2 000 0

India 1 280 000 0

Indonesia 93 505 0

Irak 100 000 0

Islandia 13 390 0

Italia 839 853 512 000

*(en dólares de Estados Unidos)

País Cuenta Fondos Especial* en depósito*

*(en dólares de Estados Unidos)

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116Quaderns del CAC: Número 21

privado10.

Entretanto, el Programa Información para todos (IFAP)

reemplaza desde el 1 de enero de 2001 al Programa Gene-

ral de Información y al Programa Informático

Intergubernamental12.

El IFAP, en su afán por recortar la fractura digital, tiene

como objetivos más concretos: “promover la reflexión y el

debate internacional sobre las grandes cuestiones éticas,

jurídicas y socioculturales de la Sociedad de la Información;

favorecer el acceso a la información de dominio público,

organizándola, digitalizándola y preservándola; impulsar la

formación, la educación permanente y el aprendizaje en los

ámbitos de la comunicación, la formación y la informática;

apoyar la producción de información de interés local y

fomentar los saberes autóctonos garantizando una

instrucción elemental y conocimientos básicos sobre las

TIC; recomendar la utilización de normas internacionales y

prácticas óptimas en materia de comunicación, información

e informática en los ámbitos de competencia de la Unesco;

y contribuir a la distribución a través de Internet de la

información y de los saberes en los ámbitos local, nacional,

regional e internacional”13.

La cuenta especial del programa Información para Todos

se sustenta con contribuciones voluntarias de los países

miembros o de otros donantes. Y concretamente, el fondo

disponible para la financiación de proyectos en 2005 se

eleva a 750.000 dólares. Los proyectos financiables han de

enmarcarse en los objetivos de desarrollo de la ONU para

el Milenio y en los fijados en el Plan de acción adoptado por

la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información. En

concreto, se financiarán con un máximo de 25.000 dólares

los proyectos nacionales y con un máximo de 45.000, los

internacionales, siempre que unos y otros estén orientados

a la alfabetización digital, a reforzar la toma de consciencia

sobre la importancia de la preservación de la información de

todo tipo y a sensibilizar sobre las implicaciones éticas,

legales y sociales de las tecnologías de la información y la

comunicación14.

Habrá que ver si el IFAP se beneficia, por ejemplo, del

acuerdo suscrito en noviembre de 2004 entre la Unesco y

Microsoft para reducir la fractura digital15. En todo caso, no

parece fortuito que el sector privado opte por apoyar los

proyectos de esta organización de Naciones Unidas

relacionados con las nuevas tecnologías de la información

y la comunicación, dejando completamente de lado otros

programas con más transfondo sociocultural como el PIDC.

Por otro lado, cabe subrayar que la Sección de

Comunicación e Información desarrolla una significativa

labor en defensa de la libertad de expresión y de la libertad

de prensa (fundamentalmente en países que viven

situaciones de conflicto). En este sentido, merecen mención

la proclamación del 3 de mayo como Día Mundial de la

Libertad de Prensa16 o la creación en 1997 del Premio

Mundial Unesco Guillermo Cano17, también sobre la libertad

de prensa. Ambos proyectos dan pie al debate —

seminarios y talleres en los que se intenta concienciar a los

profesionales sobre la importancia de unos medios

independientes para la prevención y superación de los

conflictos— y a la denuncia de las agresiones que sufren

los profesionales de la información en el mundo.

Cabe matizar que las acciones en favor de la libertad de

prensa que promueve la Unesco aparecen con frecuencia

ligadas al PIDC. Por citar un ejemplo reciente, la Press

Freedom Network —que denuncia, a través de la web de la

Associação Nacional de Jornais, las violaciones al libre

ejercicio del periodismo en Brasil— ha sido lanzada en abril

de 2005 con el apoyo de este programa18.

2. Las políticas de la Sección de Cultura: haciauna convención sobre diversidad cultural

El fomento de la diversidad cultural ha sido objeto de una

constante preocupación en el seno de la Unesco. De

manera explícita o implícita —aunque con variedad de

enfoques a lo largo del tiempo— siempre ha estado

presente en los planteamientos sobre políticas culturales o

políticas de comunicación de esta agencia de Naciones

Unidas. Sin embargo, tras la celebración de las dos últimas

Conferencias Generales (París, 2001 y 2003), puede

considerarse que el tema ha pasado a estar de candente

actualidad.

La 31ª Conferencia General (2001) adoptó la Declaración

Universal sobre la Diversidad Cultural19 y durante la

celebración de la siguiente Conferencia (2003), el director

general de la Unesco, Koïchiro Matsuura, recibió el encargo

de elaborar un anteproyecto de convención “sobre la

protección de la diversidad de contenidos culturales y de

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expresiones artísticas”20. Este anteproyecto, que ha de ser

presentado en la Conferencia de 2005, sentaría las bases

para dar valor jurídico —vinculando, por tanto, a los

Estados del modo que lo hace un tratado— a lo que hasta

el momento son únicamente declaraciones de intenciones

sobre la materia.

En todo caso, la aprobación de la Declaración y la puesta

en marcha de los trabajos para la elaboración de una

convención subrayan la importancia que en el ámbito de las

relaciones internacionales está adquiriendo el tema de la

diversidad cultural, coincidiendo —conviene no olvidarlo—

con un momento histórico especialmente delicado en el que

está cobrando fuerza de manera preocupante la teoría del

“choque de civilizaciones”21.

Otro aspecto relevante a tener en cuenta es el hecho de

que la dimensión económica de los bienes y servicios

culturales cotiza al alza en el contexto de la llamada

sociedad de la información o del conocimiento22. Y, en este

sentido, la mundialización de los mercados puede constituir

una seria amenaza para la diversidad y, por el contrario,

favorecer la homogeneización cultural.

En las páginas que siguen analizaremos en primer lugar

cómo ha ido evolucionando la idea de diversidad cultural en

el marco de la Unesco para centrarnos después en el papel

que se asigna a los medios de comunicación, tanto en la

Declaración Universal de 2001 como en el anteproyecto de

convención que se está elaborando, a la hora de diseñar las

estrategias en pos de esa diversidad. Finalmente, nos

detendremos en el programa Alianza Global para la

Diversidad Cultural, orientado al fomento de las industrias

culturales de los países en desarrollo y en transición.

2.1. La evolución del concepto de diversidadcultural en la Unesco

Como se ha comentado anteriormente, a lo largo de toda

su historia —desde su creación en noviembre de 1946—, la

Unesco ha tenido presente en sus postulados la cuestión de

la diversidad cultural. No obstante, la significación de dicho

concepto ha ido variando con el tiempo, en consonancia

con las transformaciones del contexto geopolítico

internacional. Así, según Stenou (2003), pueden distin-

guirse cuatro etapas en la aproximación que ha ido

haciendo la Unesco a la idea de diversidad cultural y en las

líneas maestras de actuación de la organización sobre esta

cuestión.

Tras la Segunda Guerra Mundial, durante la primera fase

de funcionamiento de la Unesco y del sistema de Naciones

Unidas, se enfatiza la importancia de la educación y el

saber como elementos clave para la paz. En esta etapa, la

diversidad cultural únicamente se plantea en relación a

diferencias internacionales y no intranacionales (los

estados-nación se consideran entidades unitarias).

Además, la cultura se concibe fundamentalmente en

términos de producción artística y no como un conjunto de

modos de pensar, sentimientos y percepciones creadores

de identidad.

Con posterioridad, el surgimiento de nuevos países

independientes vinculará el concepto de cultura al de

política, ya que las identidades culturales propias de estas

naciones serán la justificación de su independencia y de su

existencia en el concierto internacional. En esta etapa, que

se inicia en la década de los cincuenta y abarca

aproximadamente hasta la primera mitad de la de los

sesenta, el concepto de cultura se ve ampliado para

englobar también el de identidad.

El tercer periodo, además de profundizar en el

componente político, también enfatiza los aspectos

materiales mediante la vinculación de la cultura con la idea

de desarrollo. Desde la Unesco se toma conciencia de que

no es posible plantear políticas para el desarrollo sin tener

en cuenta las particularidades culturales de los territorios en

los que se intentan aplicar. También en esta etapa,

especialmente durante la década de los setenta, aparece

cada vez más clara la idea de que los problemas sobre

relaciones interculturales se dan tanto entre sociedades

como en el seno de éstas.

A partir de la década de los ochenta, cultura y democracia

se vinculan para poner el acento en el deseo de tolerancia.

La existencia de tensiones a todos los niveles (local,

regional, internacional) hace que la atención se concentre

en los conflictos sociales que se dan en los centros

urbanos, en los derechos de las minorías y en la

coexistencia de comunidades culturales diversas. Queda

claro, además, que los derechos culturales pueden ser

reivindicados por individuos o grupos tanto de los países

desarrollados como en desarrollo. Además, Stenou (2003:

20) señala que en este principio del siglo XXI se establece

también una vinculación explícita entre cultura y seguridad,

117Tema monográfico: Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride?

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118Quaderns del CAC: Número 21

que sirve para poner todavía más de relieve la importancia

de las relaciones interculturales positivas como piedra

angular de la paz internacional.

2.2. La Declaración Universal y el proyecto deconven-ción sobre Diversidad Cultural

Con los precedentes descritos, la Declaración Universal

sobre Diversidad Cultural fue adoptada por unanimidad en

la 31ª Conferencia General de la Unesco (París, 2 de

noviembre de 2001). Aunque puede considerarse que este

documento recoge los frutos del trabajo desarrollado

durante más de dos décadas en multitud de encuentros

auspiciados por la Unesco, la proximidad de la fecha de su

aprobación con los acontecimientos del 11 de septiembre

de 2001 refuerza aún más su oportunidad. La Declaración

supone una reafirmación del compromiso de la Unesco con

la promoción del diálogo intercultural como medio para

hacer frente a la pesimista visión del choque de

civilizaciones. Esta posición se manifiesta claramente en el

preámbulo del texto, donde se afirma que “el respeto a la

diversidad de las culturas, la tolerancia, el diálogo y la

cooperación, en un clima de confianza y de comprensión

mutuas, son los mejores garantes de la paz y la seguridad

internacionales”.

La Declaración considera por primera vez la diversidad

cultural como patrimonio común de la humanidad. Además,

constata que la cultura se encuentra en el núcleo de los

debates contemporáneos sobre la identidad, la cohesión

social y el desarrollo de una economía basada en el saber.

Su visión sobre los procesos de mundialización es

ponderada, ya que sostiene que si bien constituyen un reto

para la diversidad cultural, también crean las condiciones

para un diálogo renovado entre las culturas y las

civilizaciones.

La única referencia explícita al papel de los medios de

comunicación se encuentra en el artículo 6, si bien hay que

tener en cuenta que las referencias a los medios quedan

integradas en otros conceptos más amplios como el de

industrias culturales. Dicho artículo se refiere al pluralismo

de los medios de comunicación como uno de los elementos

que garantizan la diversidad cultural, juntamente con la

libertad de expresión, el multilingüismo y la igualdad de

acceso a las expresiones artísticas, al saber científico y

tecnológico y la posibilidad, para todas las culturas, de estar

presentes en los medios de expresión y de difusión.

También cabe destacar el artículo 8, en el que se sostiene

que los bienes y los servicios culturales no pueden

considerarse mercancías como las otras, porque son

portadoras de identidad, de valores y de sentido. Es decir,

confirma su carácter específico frente a otros bienes de

consumo.

Las referencias al papel de las políticas públicas se

encuentran recogidas especialmente en los artículos 9 y 11.

En el primero se apunta que las políticas culturales deben

“crear las condiciones propicias para la producción y

difusión de bienes y servicios culturales diversificados,

gracias a industrias culturales que dispongan de los medios

para afirmarse a escala local y mundial”. De todas formas,

con una visión que puede considerarse excesivamente

restrictiva, en este artículo 9 se atribuye la potestad de

definir las políticas culturales únicamente a los Estados. El

artículo 11, por su parte, advierte que las fuerzas del

mercado no pueden garantizar la preservación de la

diversidad cultural y reafirma la importancia de las políticas

públicas.

La Declaración se aprobó acompañada de un plan de

acción que propone 20 objetivos. En este documento se

encuentra una única referencia explícita a los medios de

comunicación: se trata del objetivo 12, que propugna

“estimular la producción, la salvaguarda y la difusión de

contenidos diversificados en los medios de comunicación y

las redes mundiales de información”. Con esta finalidad se

propone impulsar el papel de los servicios públicos de

radiodifusión y de televisión.

Más abundantes son las referencias a las nuevas

tecnologías de la información y la comunicación y a las

redes de telecomunicaciones. En este caso se pretende:

• Impulsar la alfabetización digital (objetivo 9).

• Promover la diversidad lingüística en el espacio digital y

fomentar el acceso universal a las informaciones de

dominio público (objetivo 10).

• Luchar contra la fractura digital favoreciendo el acceso de

los países en vías de desarrollo a las nuevas tecnologías,

ayudándolos a dominarlas y facilitando la circulación digital

de sus productos culturales y el acceso de estos países a los

recursos digitales disponibles a escala mundial (objetivo 11).

El plan de acción, además, incide en la necesidad de

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119Tema monográfico: Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride?

avanzar en la reflexión sobre la oportunidad de un

instrumento jurídico internacional sobre la diversidad

cultural. Esta reflexión toma forma concreta en una

resolución adoptada en la 32ª Conferencia General (París,

septiembre-octubre 2003) en la que se decide que la

cuestión de la diversidad cultural será objeto de una

convención internacional.

El calendario para la elaboración de este instrumento

normativo tiene una fecha clave: la Conferencia General de

la Unesco de 2005, en la que deberá presentarse el ya

referido anteproyecto de convención sobre la protección de

la diversidad de contenidos culturales y de expresiones

artísticas.

Tras los trabajos realizados hasta abril de 2005 en las tres

reuniones de expertos independientes y en las dos

reuniones intergubernamentales de expertos (a las que han

asistido representantes de Estados y de organizaciones

intergubernamentales y no gubernamentales)23, aún

quedan cuestiones muy importantes por consensuar, lo que

hace imposible evaluar qué anteproyecto de convención se

presentará finalmente en la Conferencia prevista para

octubre de 2005.

En opinión de Ivan Bernier (2005), del contenido de los

debates celebrados hasta el momento se puede concluir

que existen dos concepciones claramente diferenciadas

sobre el tipo de convención que se ha de aprobar. La

primera de ellas, avalada por un mayor número de Estados

pero que cuentan con una economía más frágil, apuesta por

“la instauración de una convención internacional que

reconcoza la especificidad de los bienes y servicios

culturales así como el derecho de los Estados a aplicar

medidas de conservación y promoción de sus expresiones

culturales permaneciendo, al mismo tiempo, abiertos a las

otras expresiones culturales. Este instrumento incitaría a

esos mismos Estados a adoptar las medidas necesarias

con el fin de preservar y promover sus propias expresiones

culturales y los comprometería a reforzar de manera

concreta la cooperación para el desarrollo en el ámbito

cultural. Para que la convención no resulte papel mojado y

pueda evolucionar con el tiempo también se muestran

favorables a la incorporación de un mecanismo de

seguimiento y de solución de controversias, siempre que se

evite toda lentitud burocrática y no resulte excesivamente

costoso”.

En cuanto a la segunda concepción sobre cuál ha de ser

el contenido del anteproyecto que se está preparando, el

mismo Bernier apunta que se articula en torno a la

preocupación de un número más reducido (aunque más

rico) de Estados (entre los que se cuenta EE.UU., que

regresó a la Unesco en 2003) por las implicaciones de la

convención en los intercambios comerciales. De esta

preocupación se derivan, siempre según Bernier, no pocas

reservas sobre aspectos importantes del anteproyecto. Así,

estos Estados consideran que la convención que se plantea

está “demasiado orientada hacia los bienes y servicios

culturales y hacia la protección de las expresiones

culturales y no lo suficiente hacia la promoción de la

diversidad cultural. También se refieren al derecho

soberano de los Estados a adoptar medidas para proteger

y promover la diversidad de las expresiones culturales en

su territorio, que juzgan potencialmente incompatible con

los compromisos de las partes en la OMC; al compromiso

de los Estados signatarios de promover los objetivos y

principios de la convención en otros foros internacionales y

de consultarse entre ellos a tal efecto, al que definen como

peligroso; a los mecanismos de seguimiento y solución de

controversias, que deberían reducirse a su más mínima

expresión o eliminarse completamente porque los

consideran inadecuados en materia cultural; a los acuerdos

de coproducción y al trato preferente para los países en

desarrollo, que consideran incompatibles con los

compromisos de las partes en la OMC; y, finalmente, al

artículo 19, relativo a las relaciones con otros instrumentos

internacionales, que para ellos debería establecer

claramente que la convención siempre se ajustará a los

otros acuerdos internacionales existentes y futuros”.

En todo caso, lo que sí parece evidente es que la Unesco,

gracias al proceso de elaboración de la convención sobre

diversidad cultural, está recuperando un cierto

protagonismo como foro multilateral de intercambio de

ideas en torno a la cultura, la información y la comunicación.

Ese protagonismo, que sin duda ya había tenido en los

años setenta –gracias al debate suscitado por la propuesta

del Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comu-

nicación–, fue asumido en las dos décadas siguientes

primero por el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles

Aduaneros y Comercio) y, desde su creación en 1995, por

la Organización Mundial del Comercio –donde el debate se

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120Quaderns del CAC: Número 21

generó en relación al concepto de excepción cultural.

2.3. Programa “Alianza Global para la DiversidadCultural”

Pero, paralelamente al proceso descrito, la Sección de

Cultura de la Unesco está poniendo en práctica una serie

de medidas encaminadas a lograr lo que constituye su

objetivo estratégico número 8 para el periodo 2002-2007:

“la salvaguarda de la diversidad cultural y la promoción del

diálogo entre culturas y civilizaciones” (Unesco 2002, 41-42).

Entre las medidas encaminadas a lograr este objetivo,

merece especial mención el programa Alianza Global para

la Diversidad Cultural24, aprobado por la Conferencia

General de 2001 y puesto en marcha en enero de 2002 por

la División de las Artes y las Industrias Culturales,

dependiente de la Sección de Cultura de la Unesco25.

Este programa, con una duración prevista de seis años,

pretende reforzar las industrias culturales en los países en

desarrollo y en transición —intentando en la medida de lo

posible distribuir sus productos en otros mercados—, así

como garantizar una protección más eficaz de la propiedad

intelectual.

Cuando apenas había transcurrido un año de su

lanzamiento, a finales de noviembre de 2003, la Alianza

contaba ya con más de 170 socios (empresas privadas,

ONG, fundaciones, asociaciones profesionales, centros de

investigación, etc.), estaba presente en 64 países y había

movilizado unos 850.000 dólares, aportados por inversores

públicos y privados26. En octubre de 2004 el número

de socios se elevaba a 340, que pueden entrar en contacto

a través de una base de datos on line (www.unesco.org/

culture/alliance), que facilita el intercambio de experiencias

y el desarrollo de proyectos conjuntos. De los proyectos ya

concluidos, algunos se están reproduciendo en otros

países. Así, por citar un ejemplo, el orientado a la “Reforma

y profesionalización de los oficios del libro en Argelia” ha

inspirado diversas iniciativas encaminadas a impulsar el

sector de la edición en Camboya, Senegal, Guinea,

Mauritania y en los países lusófonos africanos. Al mismo

tiempo, la Alianza ha promovido proyectos de notable

envergadura como el destinado a “La promoción de las

industrias culturales para el desarrollo económico local en

las comunidades creadoras de Asia Pacífico”, en el que

colaboran la Organización de Naciones Unidas para el

Desarrollo Industrial y el Banco Mundial. Con esta iniciativa

se intentan “paliar los desequilibrios entre los países en

desarrollo y los países industrializados de la región,

creando para ello mecanismos de consulta que favorezcan

la cooperación intersectorial, el acceso a los créditos, el

refuerzo del derecho de autor, el control de calidad y la

investigación de nuevos mercados”27.

Un dato significativo del potencial movilizador de la

Alianza Global para la Diversidad Cultural lo constituye, por

ejemplo, la decisión del Ministerio de Asuntos Exteriores de

España que, en marzo de 2005, se comprometía a aportar

anualmente y hasta 2008, 250.000 dólares al fondo

especial de este programa28. El hecho resulta

especialmente relevante si consideramos que el Gobierno

español, como apuntábamos líneas atrás, únicamente ha

otorgado al PIDC, desde su lanzamiento, 62.587 dólares.

Conclusiones

Si, tras haber revisado algunas de las acciones más

relevantes en materia de políticas de comunicación que

desarrolla la Unesco en 2005, volvemos sobre las

recomendaciones del Informe MacBride, podemos concluir

que —pese a que el documento ha sido claramente

marginado de la agenda de esta organización— hay

algunos planteamientos de aquel histórico texto que sí que

tienen vigencia (aunque nunca de manera explícita, claro

está). Nos referimos a las cuestiones relacionadas con la

promoción de la libertad de prensa y la libertad de expresión

en general o la protección de los periodistas,

particularmente los implicados en situaciones de conflicto y

más concretamente en territorios donde se vulneran con

frecuencia y abiertamente los derechos humanos.

En lo que se refiere al fomento de la cooperación

internacional, se observa que ésta se vuelca en los años

2000 hacia proyectos relacionados con las TIC y con el

impulso de las industrias culturales en general. Sin

embargo, el programa que se orienta de una manera más

específica, y desde hace ya veinticinco años, a los medios

de comunicación (el PIDC), atraviesa una situación

realmente crítica, como lo prueba la nimiedad de sus

presupuestos. Igualmente cabe subrayar que las

condiciones en que se otorga la ayuda (normalmente

orientada a proyectos concretos), tanto si procede del

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121Tema monográfico: Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride?

sector público como del sector privado, limitan con

frecuencia el potencial de la Unesco como organismo capaz

de impulsar el multilateralismo en las políticas culturales y

de comunicación a nivel internacional.

Por lo que respecta a la protección de las identidades

culturales, hemos de estar muy atentos a la capacidad que

en este sentido otorgue a los estados la convención sobre

diversidad cultural que se está preparando.

En todo caso, lo que sí parece evidente es que el peso

que la Unesco tuvo en los años setenta como tribuna de

discusión y de concertación internacional sobre cultura,

información y comunicación se está recuperando en una

pequeña parte gracias a los procesos de debate y

aprobación de la Declaración y de la Convención sobre

Diversidad Cultural, si bien, por el contrario, ha sido

marginada de la organización de la Cumbre sobre la

Sociedad de la Información, a la que se dedica

íntegramente el siguiente artículo de este monográfico.

Finalmente, no podemos dejar de subrayar que hay una

cuestión esencial del MacBride que va más allá de las

recomendaciones concretas y de la que no queda ni rastro

en las políticas actuales de la Unesco: se trata de su visión

crítica de la estructura de la comunicación internacional, de

los flujos de comunicación Norte-Sur. Y esto no puede dejar

de sorprender en un contexto en el que se han acelerado

progresiva y enormemente los procesos de desregulación,

concentración y convergencia tecnológica. En definitiva, se

ha pasado de reclamar un Nuevo Orden Internacional de la

Comunicación a pedir que se reconozca la especificidad de

las industrias culturales por cuanto son portadoras de

valores y de identidad. Esperemos, no obstante, a ver qué

contenidos se recogen en la convención sobre diversidad

cultural y qué mecanismos se establecen para intentar

asegurar que se respetan porque, por más que

cuestionemos muchas de sus políticas, la Unesco continúa

siendo el único foro multilateral donde la voces más frágiles

tienen una cierta presencia.

Notas

1 www.unesco.org/webworld/com_media/

communication_democracy/newcom.htm

2 portal.unesco.org/ci/en/ev.php-URL_ID=1509&URL_DO=

DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

3 El PIDC fue aprobado, al igual que el Informe MacBride, en

la Conferencia General de Belgrado de 1980, con el

objetivo de “intensificar la cooperación y la asistencia para

el desarrollo de las infraestructuras de las comunicaciones

y reducir la diferencia que existe entre diversos países en

el ámbito de las comunicaciones” (resolución 4/21).

4 El Consejo Intergubernamental del PIDC es el organismo

que elabora y aprueba desde 1981 las líneas maestras del

Programa. Está conformado por representantes de 39

países, designados por la Conferencia General de la

Unesco.

5 Este Bureau, que es el órgano ejecutivo del PIDC, está

formado por 8 miembros de otros tantos países, elegidos

por el Consejo Intergubernamental.

6 portal.unesco.org/ci/fr/ev.php-URL_ID=18385&URL_DO=

DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

7 portal.unesco.org/ci/fr/ev.php-URL_ID=14284&URL_DO=

DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

8 Los 51 proyectos financiados hasta el momento para 2005

corren a cargo de esta cuenta especial.

9 Un fondo en depósito puede financiar un proyecto en su

totalidad o sumarse a la ayuda que éste reciba de la

Cuenta Especial.

Junto a estas dos vías, determinados países aportan

contribuciones es especie como becas o estancias de

formación, servicios de expertos, equipamientos, etc.

10 Dato confirmado por Valeri Nikolski, especialista del PIDC

(División para el Desarrollo de la Comunicación), en

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122Quaderns del CAC: Número 21

conversación telefónica (mayo de 2005).

11 portal .unesco.org/ci / fr /ev.php-URL_ID=13516&

URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

12 Decisión 3.6.1 de la 160ª sesión del Consejo Ejecutivo

de la Unesco.

13 por ta l .unesco.org/c i / f r /ev.php-URL_ID=1630&

URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

La dirección y gestión del IFAP corre a cargo de un

consejo intergubernamental, que cuenta con

representantes de 26 Estados miembros de la Unesco,

elegidos periódicamente por la Conferencia General. El

consejo elige, a su vez, entre sus miembros a los 8

integrantes del bureau ejecutivo del Programa.

14 portal .unesco.org/ci / fr /ev.php-URL_ID=17828&

URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

15 portal .unesco.org/ci / fr /ev.php-URL_ID=17504&

URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

16 El 3 de mayo se conmemora el aniversario de la

Declaración de Windhoek (Namibia) sobre la promoción

de una prensa africana independiente y pluralista.

17 Guillermo Cano, periodista colombiano asesinado en

1987 por denunciar a importantes narcotraficantes de

su país.

18 portal .unesco.org/ci / fr /ev.php-URL_ID=18745&

URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

19 Unesco (2001): “Actes de la Conférence Générale”,

vol. 1, París, 15 de octubre-3 de noviembre, p. 73-77

(unesdoc.unesco.org/images/0012/001246/124687f.pdf)

.

20 Unesco (2003a): “Rapport de la Commission IV”, París,

16 de octubre, p. 27-28 (unesdoc.unesco.org/images/

0013/001321/132141f.pdf)

21 Expuesta en 1993 en la revista Foreign Affairs por el

politólogo estadounidense Samuel Hungtington. Según

este autor, las tensiones presentes y futuras en el

marco de la política internacional ya no se explican por

razones de índole ideológica o económica sino por

divergencias culturales de amplio calado y difícilmente

superables, entre las que sobresalen las que, en su

opinión, explican el enfrentamiento entre Occidente y el

Islam. La oposición de la Unesco a esta visión

determinista se pone claramente de manifiesto con la

celebración en París entre el 17 y el 19 de enero de

2004 del Euro Mediterranean Forum for Science,

Development & Peace, bajo el título “The ‘clash of

civilizations’ will not take place”. Otra muestra evidente

del interés de la Unesco por esta cuestión es su

participación y promoción de otros encuentros sobre el

diálogo entre civilizaciones (Yemen, febrero 2004;

Macedonia, agosto 2003 o Nueva Delhi, julio 2003).

22 Cabe mencionar que para la Unesco la diversidad

cultural se plantea —junto con la igualdad de acceso a

la educación, el acceso universal a la información y la

libertad de expresión— como uno de los cuatro

principios indispensables para el advenimiento de

sociedades del saber equitativas. Esta posición se

pone de manifiesto en Unesco (2003b): “Contribution de

l’Unesco au Sommet Mondial sur la Societé de

l’Information” (París, 3 de marzo), disponible en línea en

(unesdoc.unesco.org/images/0012/001295/129531f.pdf)

23 portal.unesco.org/culture/fr/ev.php-URL_ID=26320&

URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

24 portal.unesco.org/culture/es/ev.php-URL_ID=24468&

URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

25 Otras medidas que se apuntan en la estrategia definida

en el apartado 3.2 del programa y presupuesto de la

Sección de Cultura para 2004-2005 (Unesco, 2003c)

son, por ejemplo, la celebración de la jornada mundial

del libro y del derecho de autor, la designación de la

capital mundial del libro y el desarrollo de la iniciativa

Libros para todos (todas ellas con el ánimo de relanzar

la lectura y la industria de libro); la creación del Index

Translationum y del Centro de información en línea

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123Tema monográfico: Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride?

sobre la literatura y la traducción (con el fin de promover

la diversidad cultural y lingüística y el acceso a las obras

literarias); la elaboración de una lista de obras

representativas del cine mundial en colaboración con el

Consejo Internacional del Cine y la Televisión; y la

formación y educación en cuestiones de derechos de

autor mediante la versión electrónica revisada del

Boletín de los derechos de autor y los sitios web sobre

la materia.

26 portal .unesco.org/es/ev.php@URL_ID=17418&

URL_DO=DO_PRINTPAGE&URL_SECTION=201.html

27 portal.unesco.org/culture/es/ev.phpURL_ID=24468&

URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

Véase Informe de resultados de octubre de 2004

28 portal.unesco.org/culture/es/ev.php-URL_ID=26763&

URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

Page 125: QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana ... El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis

124Quaderns del CAC: Número 21

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Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)125

Martín Becerra Catedrático UNESCO 2005, Instituto de la Comunicación

de la Universidad Autónoma de Barcelona (InCom-UAB) y

profesor de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina)

La sede escogida para la segunda etapa de la Cumbre

Mundial sobre la Sociedad de la Información (CMSI) a

realizarse en diciembre de 2005 bien podría inspirar aquella

cita hegeliana de El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte

sobre la propensión a la reincidencia que tiene la historia.

En efecto, la Cumbre Mundial de Túnez se desarrollará, con

controversias2, 29 años después que en el mismo lugar se

concretara uno de los hitos de la historia contemporánea de

las políticas de información y comunicación (en adelante:

infocomunicación) a nivel internacional: el Simposio sobre

Políticas de Información del Movimiento de Países No

Alineados que, en 1976, convocó a “descolonizar la

información” y preparó el terreno que inspiró la

consagración del Nuevo Orden Mundial de la Información y

la Comunicación (NOMIC), por parte de la Unesco en su

Conferencia General de 1978 de París y que fuera

reconocido por la 33ª Asamblea General de las Naciones

Unidas el mismo año3.

La CMSI, en sus dos etapas (Ginebra en 2003 y Túnez en

2005) presenta atributos innovadores respecto de las

estrategias de concertación de las políticas mundiales en el

ámbito de la información y la comunicación, incorporando

en el extenso proceso de realización de la Cumbre a

actores de la sociedad civil. Asimismo merece ubicarse

como uno de los eventos convocados en la historia de las

Naciones Unidas donde la carga ideológica ha sido mayor,

en sintonía con los principios que desde los años noventa

fundamentan el impulso del proyecto de construcción de la

sociedad de la información4.

En el presente texto se identificarán las principales

directrices de políticas de infocomunicación impulsadas en

el marco de la CMSI, su complejo proceso de elaboración y

los principales actores involucrados en dicho proceso.

Estas directrices se examinarán en comparación con las

principales líneas de desarrollo del proyecto de sociedad de

la información.

El concepto de políticas de infocomunicación, si bien es

usualmente aludido en textos académicos y en el discurso

político, merece una aclaración a los fines del presente texto,

como herramienta conceptual para proceder al análisis de los

procesos y de los sucesos mencionados anteriormente. El

concepto de políticas de comunicación es medular toda vez

que, como señala el Informe MacBride, “no es posible

entender la comunicación, considerada globalmente, si se

hace caso omiso de sus dimensiones políticas. La política

–en el sentido más noble de la palabra- no puede disociarse

de la comunicación” (Unesco 1980, 44).

La noción de políticas de comunicación fue paralela, en su

formulación histórica, a la de planificación, por lo que a

comienzos de los años setenta se asociaba a las políticas

de comunicación con tres puntos: la necesidad de

garantizar pluralismo, democracia y participación; la acción

promotora del Estado; y la orientación hacia la integración

regional (Quirós y Segovia, 1996). La cualidad explícita de

las medidas adoptadas en un sector por parte del Estado y

su vinculación con las aplicadas en otros sectores son

requisitos, según Capriles (1980), para reconocerlas como

“políticas”. En el presente texto se utiliza tal definición como

punto de partida pero desde una perspectiva más abierta,

identificando como “políticas de información y comuni-

cación” aquellas acciones emprendidas por entidades

estatales (o supraestatales) que asumen, efectivamente,

Las políticas de infocomunicación1 ante la CumbreMundial de la Sociedad de la Información (CMSI)

Martín Becerra

Page 127: QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana ... El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis

126Quaderns del CAC: Número 21

nexos orgánicos con medidas ejecutadas en otros ámbitos,

por lo que se les distingue una orientación coherente con

los fines de cada gobierno (o conjunto de gobiernos),

aunque no sean formuladas expresamente como tales.

Por lo tanto, a los fines de este análisis se comprenderá

por políticas de información y comunicación a las estra-

tegias y prácticas de ordenamiento, regulación, gestión,

financiamiento y formulación de planes y prospectivas

relativas a las actividades infocomunicacionales.

El examen de la evolución de dichas actividades,

mediadas o no por tecnologías, así como el enfoque sobre

la singular diseminación que protagonizan en los últimos 35

años, permite observar que en cada contexto histórico y

geográfico se materializa un tipo de organización, con unos

determinados actores habilitados para gestionar la

información y la comunicación, según determinadas reglas,

con una peculiar modalidad de financiamiento y,

generalmente, en función de un modelo de sociedad. En

consecuencia, el estudio sobre la evolución de las

actividades infocomunicacionales permite elucidar las

políticas inherentes a dicha evolución.

Las políticas del proyecto de la Sociedad de laInformación

Concebido en la última década del Siglo XX en el contexto

de la diseminación de infraestructuras convergentes de

telecomunicaciones, informática y audiovisual por parte de

los gobiernos de países centrales (Estados Unidos, Unión

Europea, Organización para la Cooperación y el Desarrollo

Económico, Grupo de los Siete), el proyecto de la Sociedad

de la Información fue al finalizar los años noventa adoptado

también por países periféricos: los estados africanos

cuentan con acciones tendientes a estimular la “sociedad

informacional” (Van Audenhove et al. 1999). También en

América Latina los gobiernos de Brasil, México, Argentina,

Chile y otros países desarrollan, con ritmos distintos y

resultados muy dispares, programas plurianuales de

incentivo a la sociedad de la información (Becerra 2003a).

Más allá de los caracteres idiosincráticos, del orden de

prioridades asignado en cada país y de los matices

diferenciales, el proyecto de la sociedad de la información

se asienta sobre tres ideas fuerza, no exentas de

controversias: la liberalización, la desregulación y el

fomento a la competitividad internacional de las actividades

infocomunicacionales5, entendiendo que las mismas se

organizan como un mercado planetario de creciente

importancia e incidencia en la reestructuración de los

procesos productivos y en la correspondiente generación

de riqueza en el mundo.

Con una década de desarrollo continuo tras sus primeras

formulaciones por parte de la Unión Europea (ver Comisión

Europea, 1994), el proyecto de la sociedad de la

información alude a un conjunto amplio, multiforme y

mutante, de procesos de reciente fecha: la mayoría de ellos

comenzó a gestarse a partir de la década de los setenta del

siglo XX. Si bien no existen definiciones ampliamente

aceptadas sobre la sociedad de la información” y, al igual

que con la noción de globalización, hay autores que

cuestionan la denominación misma, la Comisión Europea

plantea que:

En los últimos veinte años venimos presenciando una

revolución en las tecnologías de la comunicación y de la

información cuyo alcance es mucho mayor de lo que la

mayoría de nosotros pudimos haber imaginado. Uno de los

principales efectos de estas nuevas tecnologías ha sido la

reducción drástica del coste y del tiempo necesario para

almacenar, procesar y transmitir la información. Estos

impresionantes cambios en las relaciones de precios

afectan de manera fundamental al modo en que

organizamos la producción y distribución de bienes y

servicios y, por ende, al propio trabajo. Esta evolución está

transformando el trabajo, las estructuras de cualificaciones

y la organización de las empresas, lo que introduce un

cambio fundamental en el mercado de trabajo y en la

sociedad en su conjunto (CE 1996a, 9).

Esta definición permite organizar la multiplicidad de

abordajes a los cambios sociales, económicos, políticos y

culturales bautizados como sociedad de la información. El

proyecto de la sociedad de la información, tal como se

deduce de la cita de la Comisión Europea, descansa en una

serie de cambios de índole fundamentalmente tecnológica y

económica, y ha sido robustecido en casi todo el mundo

durante la década de 1990 merced a los programas

gubernamentales de las autopistas de la información

Page 128: QUA- 21 - cac. · PDF fileabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana ... El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis

127Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)

(EE.UU., ver Gore 1994) y la sociedad informacional

(Comisión Europea –ver CE 1994, 1996a, 1996b y 1996c,

1997 y 1998; OCDE –ver OCDE 2003).

Como indica la cita de la Comisión Europea, el

fundamento de estos proyectos está ligado a la revolución

tecnológica en información y comunicación ocurrida en los

años setenta, cuando se registró la génesis de la

microinformática. Para Manuel Castells (1995), un nuevo

modo de desarrollo, el informacional, nace en esos años

setenta al calor del salto tecnológico consolidado durante la

crisis del modelo keynesiano en los países centrales, como

una apuesta histórica de generación de una nueva lógica

de crecimiento y acumulación del capital.

Compartiendo en parte las causas que fundamentan el

advenimiento de un nuevo modo de desarrollo que plantea

Castells, otros autores como Claudio Katz (1998) o Armand

Mattelart (2002) advierten que la creciente segmentación

social en el acceso a los bienes y servicios ofrecidos en el

marco de la SI, además de ser funcional a la lógica

socioeconómica dominante, expresa cuestionamientos al

discurso promotor del proyecto, toda vez que la conver-

gencia en tecnologías de información y comunicación a

partir de las políticas liberalizadoras y desreguladoras tiene,

en función de sus impactos productivos, determinaciones

estructurales –sociales, culturales, económicas– que son

regresivas.

La lógica argumental del proyecto de la sociedad de la

información es opuesta en varios sentidos a la que inspiró

el NOMIC veinte años antes: allí donde el NOMIC

denunciaba desequilibrios y rémoras colonialistas, la

sociedad de la información avizora oportunidades de

intercambio y modernización. Allí donde el NOMIC

pretendía sembrar el germen de Políticas Nacionales de

Comunicación (PNCs) con márgenes autonómicos ciertos,

el proyecto de la Sociedad de la Información distingue que

hay mercados para las corporaciones transnacionales de

comunicación (Roach, 1997). El sector de las tecnologías

infocomunicacionales constituye uno de los centros de

gravitación del NOMIC y también del proyecto de la

Sociedad de la Información, pero este último aspira a

acompañar y robustecer esas tecnologías sin reparar en los

criterios que determinan su desigual producción,

distribución y apropiación en el planeta.

De modo tal que las políticas infocomunicacionales en el

marco del proyecto de la sociedad de la información se han

venido orientando a la diseminación de tecnologías,

favoreciendo las condiciones para que los constructores de

infraestructuras y los proveedores de servicios asociados a

las mismas –que en muchos casos son los mismos actores

corporativos, o bien actores distintos pero integrados en

sociedades- pudiesen extender la geografía de las redes

hasta que, como si fuera una metáfora ingeniosa de

Borges, el mapa de las redes se asimilara al mapa del

mundo.

La filiación tecnocéntrica de las políticas enmarcadas en el

proyecto de la sociedad de la información está certificada

por la financiación que los estados y las entidades

supraestatales como la Comisión Europea asignan a las

partidas de I+D en tecnologías de la información, que

suelen ser las de mayor envergadura tomando como

referencia el conjunto de recursos destinados a I+D. En el

VI Programa Marco de I+D de la CE (2002-2006), por

ejemplo, la prioridad temática que recibe mayores recursos

es la de Tecnologías para la sociedad de la información

(presupuesto de 3.625 millones de euros, sobre un total de

13.345 millones). Esta prioridad temática está subdividida

en los siguientes ejes: investigaciones sobre ámbitos

tecnológicos de interés prioritario para ciudadanos y

empresas; infraestructuras de comunicación y tratamiento

de la información; componentes y microsistemas; y gestión

de la información e interfases.

De manera que el mayor volumen de la inversión pública

en investigación, desarrollo e innovación se concentra en el

sector de infraestructuras de la información. Paralelamente,

se promueven políticas de liberalización de los servicios

vinculados con esas infraestructuras, como sucedió en casi

todo Occidente en los años noventa con la informática y con

las telecomunicaciones6, sector éste último que fue, de

manera generalizada, primero privatizado y más tarde par-

cialmente liberalizado en el lapso de los últimos veinte

años.

El caso de las telecomunicaciones merece un examen

específico, toda vez que es el segmento económicamente

más rentable de las actividades infocomunicacionales (el

volumen sumado de facturación de la telefonía básica y de

la telefonía móvil, suele representar el doble –como

mínimo- que el del conjunto de las industrias culturales7).

Dada esta importancia económica, y para impulsar la

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128Quaderns del CAC: Número 21

dinámica del sector, se formularon políticas de apertura a

nuevos concurrentes pretendiendo con ello estimular su

desarrollo y generar condiciones de libre competencia, bajo

el presupuesto ideológico de alentar con ello la innovación,

la mejora del servicio, la extensión de las prestaciones y, en

suma, el beneficio para los usuarios8.

A pesar de la amplia ejecución en distintos contextos de

esas políticas, al cabo de dos décadas en los países

pioneros en aplicarlas (como el Reino Unido o Chile) o diez

años en casi todos los demás países occidentales, la

evidencia demuestra que el ingreso de nuevos

competidores en los mercados no ha sido significativo y se

ha desplazado la etapa de carácter monopólico de esos

mercados (hasta los años ochenta y noventa) por la etapa

actual, que puede tipificarse como oligopólica9, protago-

nizada por pocos actores que controlan las variables

medulares del mercado y continúan cultivando de facto

barreras de ingreso a nuevos concurrentes. Por lo tanto, las

ideas fuerza de liberalización y desregulación del proyecto

de la sociedad informacional ameritan ser revisadas a la luz

de la configuración de mercados poco abiertos que,

además, precisan una ingente actividad reguladora por

parte de los poderes públicos para consolidarse.

Discurso y decurso de la “oportunidad digital”

El ejemplo de las telecomunicaciones resulta oportuno

además porque la agencia que se ha ocupado de articular

las normas y estándares técnicos del sector desde los

orígenes de esta industria, la Unión Internacional de las

Telecomunicaciones (UIT)10, es el organismo internacional

organizador de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la

Información (CMSI).

La extensión de las infraestructuras en telecomuni-

caciones es interpretada por la UIT como condición

necesaria para la generalización de “sociedades

informacionales” en las que los ciudadanos puedan mejorar

el control de los asuntos de gobierno; se beneficien de un

entorno económico competitivo y dinámico; accedan a

fuentes de conocimiento on line; desarrollen capacidades

vinculadas con la reestructuración de la economía; accedan

a una oferta más variada de bienes y servicios de carácter

simbólico; y dispongan de una mejor planificación y uso del

tiempo libre11.

Estas nociones, revitalizadas con las nuevas tecnologías

de la información y su potencial convergente, remiten al

difusionismo como modelo de política infocomunicacional

que escinde el aspecto tecnológico de aquel relativo a

contenidos, usos y prácticas.

El difusionismo ha sido históricamente criticado por los

estudios sociales desde la gestación misma del modelo

desarrollista como paradigma de transferencia de

tecnología en tanto que estrategia de modernización de los

países del Tercer Mundo. Las críticas al difusionismo

desarrollista fueron profundizadas a fines de la década del

sesenta, por omitir en su matriz de argumentación las

condiciones sociales, políticas, culturales y económicas por

las cuales países enteros, o sectores sociales dentro de un

país, no consiguen integrarse a los patrones de desarrollo

establecidos como ideal. El Informe MacBride puede ser

analizado desde esta perspectiva crítica, y no es casual que

en los ochenta la Unesco apoyara, como una situación de

compromiso sostenida por los países del Occidente

desarrollado y con el propósito de archivar (o “desviar”,

según Roach, 1997) la tentativa de construcción del

NOMIC, el Programa Internacional para el Desarrollo de la

Comunicación (PIDC), cuya matriz conceptual responde al

modelo desarrollista12.

El determinismo tecnológico del difusionismo reside en la

convicción de que la difusión y extensión de las

infraestructuras de la información y la comunicación

producirán, naturalmente, el bienestar y los efectos

positivos que, se supone, traen aparejados las tecnologías

info-comunicacionales. En este sentido, el difusionismo

resulta funcional a los intereses de las principales

corporaciones del sector, comprometidas con la

comercialización de las infraestructuras y los servicios que

ellas mismas prestan en mercados de tipo oligopólico. Para

autores como Aníbal Ford no es casual que los organismos

públicos y privados en donde las corporaciones info-

comunicacionales ejercen fuerte influencia asuman

políticas netamente difusionistas: un ejemplo con el que se

abrió el siglo XXI ha sido la Cumbre del G8 en Okinawa,

donde el Digital Opportunity Task Force (integrado por

las principales corporaciones de telecomunicaciones

e informática del planeta) lanzó la llamada “Digital

Opportunity”, como estrategia de creación y consolidación

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129Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)

de mercados infocomunicacionales donde colocar su

voluminosa producción (Ford 2002).

La convocatoria a la Cumbre Mundial de la Sociedad de la

Información por parte de la ONU, con la intervención directa

de un organismo originalmente concebido con perfil técnico,

como la UIT, y el acompañamiento de otro organismo

creado como ámbito internacional de articulación de

políticas culturales, comunicacionales, científicas y

educativas, como la Unesco, representaba la posibilidad de

someter a juicio crítico las directrices dominantes que

conformaron el proyecto de “sociedad informacional”, así

como las nociones ligadas al difusionismo tecnológico como

estrategias de desarrollo. En tal sentido, la convocatoria a

la CMSI realizada en 2001 por la Asamblea General de la

ONU fue percibida como una oportunidad mundial de

deliberación de políticas.

La oportunidad de la CMSI

La Cumbre Mundial sobre Sociedad de la Información es la

tercera intervención concertada a nivel internacional que

impulsa o aloja (según el caso) la ONU sobre cuestiones

vinculadas a la información y la comunicación desde la

creación de la ONU en 1945.

En efecto, en 1948 la ONU organizó en Ginebra la

Conferencia sobre Libertad de Información; en los años

setenta en el ámbito de la Unesco se albergó y desarrolló el

proceso –sostenido en Asambleas Generales y en

directivas, en reuniones regionales y en conferencias- de

construcción del Nuevo Orden Mundial de la Información y

la Comunicación (NOMIC), cuya síntesis representa el

Informe MacBride (Unesco 1980); y ahora la CMSI

constituye la tercera gran actividad programada por la ONU

en materia de debate en el concierto internacional sobre

información y comunicación.

Convocada por la ONU, y dirigida por la UIT, la CMSI fue

planificada en dos etapas: la primera que concluyó en

Ginebra, en diciembre de 2003, mientras que la segunda

etapa terminará en diciembre de 2005 en otra reunión a

celebrarse en Túnez. Cada etapa ha tenido períodos y

conferencias preparatorios (PrepComs) en donde se

exponen posiciones desde los distintos actores organizados

en “familias”, con el objetivo de avanzar en la definición de

las posiciones que son finalmente tratadas en las dos

reuniones mencionadas.

Hay más de 175 delegaciones gubernamentales partici-

pando directamente en la CMSI (indirectamente, a través

de la UIT, están representados 191 países). El sector

público estatal conforma una de las tres divisiones de la

CMSI y las otras dos el sector corporativo privado y la

sociedad civil.

Los organizadores de la CMSI suelen mencionar que la

cumbre es una “red tripartita (o trisectorial) de políticas”,

aludiendo a la participación de los tres sectores (público,

privado-corporativo, civil) que dan origen a las divisiones.

Pero, ¿existe una correlación de fuerzas que se acerque a

un modelo tripartito en la participación de cada uno de estos

grupos? La modalidad definida para la toma de decisiones

–indicativa de una política en este sentido- revela que no.

De hecho, al igual que sucede en todas las Cumbres de

las Naciones Unidas, el proceso decisorio característico de

la CMSI es básicamente intergubernamental, es decir, los

actores habilitados para tomar decisiones son los Estados,

y únicamente las delegaciones gubernamentales tienen

derecho a voto.

Mientras la presencia de los estados conforma entonces el

corazón de la CMSI, el sector corporativo privado contó con

pocas presencias significativas pero coincidió con la tónica

general de los acuerdos, documentos y declaraciones, en

tanto que, por último, la sociedad civil representada en la

CMSI influyó mucho menos en las conclusiones de la

Primera Fase, amén de que debió superar condiciones

internas y externas desfavorables (que serán aludidas más

adelante).

El tema dominante en la CMSI es la extensión de

infraestructuras de información y comunicación para

promover los objetivos de desarrollo de la Declaración del

Milenio13 aprobada en la Cumbre del Milenio de la ONU del

año 2000, con el compromiso de “convertir la brecha digital

en una oportunidad digital para todos, especialmente

aquellos que corren el peligro de quedar rezagados y aún

más marginados” (CMSI 2004a, 2).

Los principios de una sociedad de la información

integradora son, según la Declaración de Principios de la

CMSI aprobada en Ginebra: “ampliar el acceso a la

infraestructura y las tecnologías de la información y las

comunicaciones, así como a la información y al

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130Quaderns del CAC: Número 21

conocimiento; fomentar la capacidad; reforzar la confianza

y la seguridad en la utilización de las TIC; crear un entorno

propicio a todos los niveles; desarrollar y ampliar las

aplicaciones TIC; promover y respetar la diversidad cultural;

reconocer el papel de los medios de comunicación; abordar

las dimensiones éticas de la sociedad de la información; y

alentar la cooperación internacional y regional” (CMSI

2004a, 3).

Los documentos de la CMSI contrastan con las tesis que

distinguieron la segunda etapa de concertación interna-

cional de políticas de infocomunicación en la década del

setenta y que fueron sintetizadas por el Informe MacBride

(Unesco 1980). En efecto, los temas destacados del

Informe MacBride (unidireccionalidad de la comunicación;

trans-nacionalización; concentración y consecuente

necesidad de articulación de políticas de comunicación y

cultura para lograr un escenario mundial más justo y

equilibrado) son los temas tabú de la Cumbre, muy proclive

a aceptar las menciones sobre propagación de las

tecnologías, tan caras al paradigma difusionista, pero con

una expresa omisión a cuestiones sobre contenidos y

políticas.

La carga simbólica del Informe MacBride opera en la

agenda de la CMSI como el lugar de lo no-posible, en un

marco interpretativo que pondera el ingrediente conflictivo

que asumía el documento de 1980, ingrediente que tributa

al peculiar sesgo con el que fue descifrado el Informe a

partir del reflujo de las posiciones por la democratización de

la comunicación internacional de los años ochenta. El

dispositivo del silencio se resume en el Informe MacBride

pero abarca todos los aspectos que aquel documento

sintetizaba y aquellos que no estaba en condiciones aún de

diagnosticar: tal el caso del software libre.

En los documentos oficiales de la CMSI se ha evitado toda

referencia a la comunicación, se ha matizado y moderado

toda mención al derecho humano a la comunicación y a la

información, se han eliminado las argumentaciones de

organizaciones de la sociedad civil acerca de las

inequidades propias del contexto globalizador. La CMSI

tampoco ha recogido los aportes de la sociedad civil

orientados a articular la capacidad de producir (y no

solamente consumir) información por parte de los distintos

pueblos del mundo, de fomentar la diversidad, de respaldar

la participación de grupos marginados, de promover el uso

y construcción de software de código libre y abierto, de

impulsar legislaciones que garanticen el desarrollo de

condiciones laborales estables y justas o la protección de la

privacidad de la ciudadanía por parte de los gobiernos.

El concepto de comunicación, en su acepción dialógica,

interactiva e interactuante, negociada y continente de

actores diversos, sintetiza el tabú medular de la Cumbre.

Evidente en el repaso de las declaraciones oficiales, la

omisión del término “comunicación” en una Cumbre Mundial

que aspira a relevar el estado de la información no deja de

ser una constatación elemental.

Todo ello motivó numerosas controversias, en el seno

mismo de las organizaciones de la sociedad civil, así como

advertencias que fueron hechas públicas por parte del

conjunto de los representantes de la sociedad civil de la

Cumbre a los otros actores (gobiernos y corporaciones)

acerca de la dicotomía que se vislumbraba entre

contemplar los aportes de las entidades no

gubernamentales civiles o quitar la legitimidad de la

sociedad civil a los pronunciamientos de la CMSI, si es que

ello no sucedía.

En cambio, los delegados gubernamentales en la CMSI

apoyaron mayoritariamente los principios difusionistas, de

los que se deducen apelaciones a sostener políticas

“favorables para la estabilidad” y que atraigan “más inver-

sión privada para el desarrollo de infraestructuras de TIC y

que al mismo tiempo permitan atender al cumplimiento de

las obligaciones del servicio universal en regiones en las

que las condiciones tradicionales del mercado no funcionen

correctamente” (CMSI 2004a, 4). También la división del

sector corporativo privado acuerda con la tendencia

reflejada en los documentos oficiales emitidos por la CMSI,

que enfatizan justamente el rol de las fuerzas de mercado

en carácter asociativo con el sector público.

De hecho, la Cámara de Comercio Internacional (CCI)

asumió la representación del sector corporativo privado,

que actuó fiel a sus principios en cada una de las

declaraciones que realizó, a pesar de no involucrarse

decididamente en la CMSI por considerar que el ámbito

ideal de definición de los temas allí abordados son la

Organización Mundial del Comercio y la Organización

Mundial de la Propiedad Intelectual. No obstante, el sector

corporativo privado fue claro y preciso cuando debió

pronunciarse en la CMSI. Así, por ejemplo, en el World

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131Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)

Electronic Media Forum se conoció una declaración de la

World Boradcasting Unions donde se postula la importancia

de los medios de comunicación comerciales como refugios

de conservación de pluralidad de fuentes informativas

(World Broadcasting Unions 2003).

Por su parte, los actores de la sociedad civil presentes en

la CMSI, superando su propia heterogeneidad, alcanzaron

acuerdos en los que manifiestan la percepción crítica que

provocan los ejes temáticos dominantes de la Cumbre:

La estrategia para la sociedad de la información sobre la

cual se ha basado la CMSI refleja en gran parte, un

entendimiento estrecho en el cual las TIC significan

telecomunicaciones e internet. Esta estrategia ha

marginado temas claves relacionados al desarrollo

potencial inherente en la combinación de conocimientos y

tecnología, y así tiene conflictos con el mandato de

desarrollo más amplio estipulado en la Resolución 56/183

de la Asamblea General de Naciones Unidas (Sociedad

Civil CMSI 2003a)14.

El “entendimiento estrecho” predominante en la CMSI

sobre las TIC, que denuncia el párrafo citado, ha impedido

que muchas de las iniciativas promovidas por la sociedad

civil prosperasen: en la primera fase de la Cumbre, Ginebra

2003, “consideramos que nuestras opiniones y el interés

general que expresamos colectivamente no quedan

adecuadamente reflejados en los documentos de la

Cumbre”, subraya la Declaración de la sociedad civil en la

CMSI intitulada Construir sociedades de la información que

atiendan a las necesidades humanas (Sociedad Civil CMSI

2003b) y aprobada por unanimidad en el plenario de la

sociedad civil de diciembre de 2003.

Uno de los términos más utilizados (y aceptados) en la

CMSI, el de acceso, puede resultar de utilidad para

enmarcar la participación de la sociedad civil en la CMSI. El

concepto de acceso presenta múltiples aproximaciones.

Una de ellas, muy explorada por los investigadores que

propugnaban el NOMIC y las políticas nacionales de

comunicación (PNCs) en los años setenta (Capriles 1980),

es la que se refiere a la recepción pasiva de mensajes y/o

datos, desvinculándola de la que remite al concepto de

participación (que supone la influencia en la toma de

medidas concretas).

Las conclusiones parciales de la CMSI y el rol de la

sociedad civil pueden ser interpretados en función del

acceso que tuvieron representantes y organizaciones

civiles y también, de la imposibilidad hallada en lograr una

efectiva participación que les permitiera incidir en el rumbo

general de los acontecimientos, de los documentos y de las

políticas resultantes de la CMSI.

La sociedad civil en la Cumbre

Para muchos de los representantes de la sociedad civil en

la CMSI y para investigadores como Selian (2003), el

carácter tripartito que intentó imprimírsele a la Cumbre es

retórico, toda vez que el ámbito de las decisiones está lejos

de contener la dinámica de los actores de la sociedad civil

y, en cambio, se percibe el dominio de la agenda por parte

los intereses del sector privado con negocios en

telecomunicaciones y tecnologías de la información.

La participación de organizaciones de la sociedad civil

presenta varias aristas dignas de análisis: por un lado, la

representatividad de quienes acceden a este tipo de

encuentros que articulan la noción de gobernabilidad

mundial en nombre de la sociedad civil, es muy relativa. Por

otro lado, las ONGs más poderosas de los países más

desarrollados suelen ejercer un rol protagonista en

detrimento de entidades con sede en países periféricos

donde habitan más de los dos tercios de la población

planetaria (de las organizaciones de la sociedad civil

acreditadas, la mayoría eran del hemisferio norte).

Asimismo, en algunos casos la presencia de

organizaciones de la sociedad civil en la cumbre contribuye

a brindarles visibilidad y representatividad a quienes, en

algunos casos, carecen de ella en sus propios países. Por

último, Chock (2003) destaca que se ha aceptado como

integrantes de la sociedad civil a instituciones privadas con

ánimo de lucro.

La conjugación de estos problemas vinculados con la

presencia de la sociedad civil en la Cumbre no es nueva,

sino que responde a la lógica de acción de las

organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil

en diferentes cumbres mundiales, como ha sucedido en la

Cumbre de Río de Janeiro sobre Medio Ambiente de 1992.

Selian ha medido la cantidad de organizaciones no

gubernamentales que en la última década participa en las

conferencias y cumbres mundiales en el ámbito de la ONU,

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132Quaderns del CAC: Número 21

subrayando que las 481 ONGs apuntadas en la CMSI

conforman una baja cantidad si se la compara con las que

se acreditaron en la Cumbre del Medio Ambiente (2.400

organizaciones); en la Conferencia Mundial sobre la Mujer

de Beijing en 1995 (5.000 organizaciones); o en la Cumbre

Mundial sobre Desarrollo Sostenible de Johannesburgo de

2002 (737 organizaciones).

Los integrantes de la división de la sociedad civil en la

Cumbre debieron lidiar con la estrecha visión marcada-

mente tecnologista de los representantes del sector público

y del sector corporativo privado. Por ello, la sociedad civil en

la Cumbre conformó una coordinación (Civil Society

Bureau) con el objeto de articular el trabajo de las diferentes

“familias” de las entidades no gubernamentales y también,

de ser la interlocución de la coordinación de gobiernos y del

sector corporativo privado.

No obstante, en la definición misma de la agenda de la

Cumbre la participación de la sociedad civil ha quedado

subordinada: “de 86 recomendaciones realizadas por la

sociedad civil, 49, es decir más del 60 por ciento, fueron

totalmente ignoradas. Solamente 12 recomendaciones

pueden ser halladas, aunque rescritas, mientras el resto

desapareció en formulaciones generales”, señala una de

las familias de la sociedad civil (citada por Selian, 2003).

Para Alain Modoux, ex asistente del director general de la

Unesco en Información y Comunicación, los Estados han

bloqueado la participación de la sociedad civil, “condenada

a jugar un rol observador” (2003).

Beatriz Busaniche, una de las integrantes del Civil Society

Bureau durante la primera etapa de la CMSI, evalúa que si

bien la sociedad civil logró la inclusión en la Declaración de

la Cumbre de la Declaración Universal de los Derechos

Humanos como base de la sociedad informacional, “sin

embargo, la agenda está bastante cerrada”. Un ejemplo “es

el trabajo que está haciendo ahora el Working Group on

Internet Governance (WGIG), que tiene en su agenda

temas que distan mucho de ser propios del gobierno de

internet, por lo que muchas organizaciones de la sociedad

civil tratamos de quitarlos, sin lograr absolutamente nada”.

Uno de los aspectos más controvertidos del WGIG está

relacionado con el papel de los Estados Unidos en la autori-

zación y administración de nombres y dominios de internet

y con la resistencia de muchos actores gubernamentales y

del sector corporativo privado a aceptar el enfoque de

orientar la discusión sobre gobernabilidad en internet hacia

“los derechos humanos de libertad de expresión y

privacidad, apertura y transparencia” (Burch 2005).

Las situaciones de conflicto en la Cumbre se dirimen en

función del interés de los actores más poderosos, apunta

Busaniche, ya que “hay grandes disparidades al interior de

la sociedad civil misma, y por supuesto, a la hora del

dialogo, los gobiernos prefieren dialogar con las ONGs que

les son más afines”15. Las ONGs afines son aquellas que

centraron el eje de su reclamo en temas de acceso e

infraestructura, en sintonía plena con las posiciones de la

división de gobiernos y con la del sector corporativo privado

y su énfasis difusionista (de hecho, como se señaló,

entidades que correspondería clasificar como del sector

corporativo privado fueron admitidas como parte de la

sociedad civil). También hubo buena acogida para los

reclamos de inclusión de segmentos y sectores sociales

que sostienen dificultades para acceder a las tecnologías

de info—comunicación por cuestiones de género, de edad

o de habilidades diferenciales.

Sin embargo, fueron descartados los trabajos vinculados

con el derecho a la comunicación (consagrado por la

Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948), el

copyright, las patentes y el abordaje crítico del sector de

medios de comunicación. También “hubo un fuerte lobby

del sector privado para evitar toda mención al software

libre” señala Busaniche, quien añade como matiz que “hay

que decir que el hecho de que los documentos oficiales

reconozcan la existencia de software libre y de software

privativo es un paso adelante”16.

La Declaración de la Sociedad Civil destaca que “la

comunicación es un proceso social esencial, una necesidad

humana básica y el fundamento de toda organización

social” y afirma que es “necesario que cualquier persona

deba tener acceso a los medios de comunicación y estar en

condiciones de ejercer su derecho a la libertad de opinión y

expresión, lo que incluye el derecho a tener opiniones y a

buscar, recibir y difundir información e ideas por cualquier

medio de comunicación y con independencia de fronteras

nacionales” (Sociedad Civil CMSI 2003b). La capacidad de

producir y no sólo recibir información sitúa el proceso de

comunicación, a juicio de la división de la sociedad civil en

la Cumbre, como un derecho esencial e inalienable y lo

emparenta con algunas de las conclusiones y

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133Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)

recomendaciones finales del Informe MacBride17.

No obstante, el Plan de Acción que oficialmente consagró

la primera etapa de la CMSI presenta una lista de objetivos

reducidos a temas de conectividad y acceso, entendido

éste como mera capacidad de recepción de mensajes

(CMSI 2004b). El aliento a la formulación de

ciberestrategias nacionales (sic.) del Plan de Acción no

debe leerse como un reconocimiento a la autonomía de los

estados y países participantes de la Cumbre, porque se

puntualiza que las ciberestrategias deben lograr “que el

sector privado participe en proyectos concretos de

desarrollo de la sociedad de la información en los planos

local, regional y nacional” (CMSI 2004b, 3).

Algunas de las iniciativas de la primera etapa de la CMSI,

como la creación de un Fondo de Solidaridad Digital

(FSD)18 para disminuir los desequilibrios comprendidos, en

la perspectiva predominante en la Cumbre, en la expresión

brecha digital, revelan los problemas de las políticas

difusionistas que se apoyan en los mecanismos del

mercado como garantes del desarrollo: todo indica que la

CMSI impulsará finalmente una declaración favorable a la

creación del FSD, que se financiaría con el 1% de las

licitaciones de bienes y servicios digitales, proveniente del

margen de ganancia del vendedor. El margen de ganancia

del vendedor surge del precio del servicio, que es soportado

por los usuarios es decir que, como advierten Mastrini y de

Charras (2004), el costo del FSD lo asumen indirectamente

los consumidores.

Según Sally Burch, del colectivo CRIS (Communications

Rights in the Information Society), “el Fondo cubrirá

principalmente las iniciativas comunitarias en TIC,

incluyendo capacitación, contenidos y otros; pero no podrá

dar solución a los grandes proyectos de infraestructura de

telecomunicaciones, para los cuales la estrategia prioritaria

sigue siendo la desregulación del sector para favorecer la

inversión privada” (Burch 2005). Mastrini y de Charras

(2004) comparan el FSD con el Programa Internacional

para el Desarrollo de la Comunicación gestado en tiempos

del NOMIC subrayando que, con todas las limitaciones que

exhibía el PIDC, al menos era soportado por los Estados

participantes según el porcentaje de contribución de los

mismos al sistema de Naciones Unidas.

La distancia que separa a la Declaración de Principios

oficial (CMSI 2004a) y a la Declaración de la sociedad civil

(Sociedad Civil CMSI 2003b) es ostensible. Esa distancia

expresa el desplazamiento de las directrices políticas

adoptadas en el marco del proyecto de la Sociedad de la

Información respecto de los ejes que originaron la etapa de

reclamos por la constitución de un orden justo, libre y

equilibrado de las comunicaciones en el mundo y que

representó el Informe MacBride.

A modo de conclusión

Veinticinco años después de la aprobación del Informe

MacBride por parte de la Unesco, la Organización de

Naciones Unidas convocó, por tercera vez en su historia, a

un espacio de deliberación en torno al diagnóstico y al

diseño de políticas internacionales del sector infocomunica-

cional con la realización de la Cumbre Mundial de la

sociedad de la información.

Aunque la inclusión de la sociedad civil en la Cumbre

aspira a consolidar un modelo tripartito de actuación en el

diseño de políticas en las cumbres mundiales (gobiernos

–sector corporativo privado– sociedad civil) que resulta

novedoso en el marco de la discusión internacional sobre

políticas de comunicación, la CMSI exhibe las limitaciones

y condicionantes que aparecen cuando se pretende influir

en la agenda que domina el ordenamiento de un sector me-

dular en la estructura de las sociedades contemporáneas

como el de tecnologías de la información y la comunicación.

En efecto, la CMSI certifica la metamorfosis de la agenda

mundial sobre políticas de infocomunicación, si se toma

como indicador las estrategias y actores identificados para

el desarrollo del sector por parte de los documentos

oficiales aprobados en la primera etapa realizada en

Ginebra y ratificados por las posiciones conocidas en

vísperas de la segunda etapa que concluirá en Túnez en

noviembre de 2005. La tendencia de la CMSI a confiar en la

diseminación de infraestructuras tecnológicas como vía

para “alcanzar el objetivo de integración en el ámbito digital”

y propiciar “el acceso universal, sostenible, ubicuo y

asequible a las TIC para todos” (CMSI 2004b, 3), contrasta

con la orientación del NOMIC sobre políticas de

comunicación, que se centraba tanto en los contenidos

como en las infraestructuras.

Las estrategias propuestas por la CMSI merecen

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134Quaderns del CAC: Número 21

destacarse como continuidad de las directrices políticas

trazadas por el proyecto de la Sociedad de la Información.

El difusionismo tecnológico ocupa un lugar esencial en el

diseño de dichas políticas, que consagran a la actividad

privada, notablemente a la vinculada con el sector de

infraestructura y servicios de telecomunicaciones e

informática, como el actor privilegiado del entorno de

diseminación tecnológica.

Dicho entorno es promovido al rango de ideal con el

presupuesto de que dicha diseminación de infraestructuras

info-comunicacionales favorecerá la modernización, el

desarrollo y la superación de los desequilibrios que, en el

esquema semántico prevaleciente en la CMSI, son

reducidos a la expresión brecha digital.

El acceso es una de las pocas nociones que sobrevivieron

del naufragio padecido por la agenda del NOMIC, aunque

resignificada: acceso corresponde, en el marco de la CMSI,

a acercamiento a las infraestructuras de tecnología info-

comunicacional. Otros conceptos clave, como participación,

democratización, desmonopolización o descolonización,

han sido ausentados de los debates. Esta ausencia se debe

a una intención expresa de eludir el tratamiento de temas

que, por el peso que han tenido en el pasado en la

deliberación sobre políticas info-comunicacionales, pueden

considerase verdaderos tabúes. El mayor tabú es el que

rodea al término comunicación, prudentemente evitado en

las declaraciones oficiales de la Cumbre.

El derecho a la comunicación (que supone el derecho a

comunicar, a comunicarse y a estar comunicado), principio

introducido en los sesenta en las políticas internacionales

de comunicación por Suecia y Francia, es otro de los

principios eliminados de la CMSI.

El desplazamiento de la Unesco19 a la UIT como ámbito

de diagnóstico y regulación de las políticas internacionales

de comunicación, que fuera tempranamente observado en

los años ochenta como directa consecuencia del Informe

MacBride (Reyes Matta 1984 y Schmucler 1984), queda

patentado en una Cumbre que a su vez confirma los

principios del proyecto de sociedad de la información

-liberalización, desregulación y competitividad- como

rectores.

La UIT fue la agencia escogida por el secretario general

de la ONU para organizar la CMSI por el perfil técnico que

invoca el organismo, que sin embargo fue en la década

pasada un activo promotor de la estrategia mundialmente

concertada de privatización de las telecomunicaciones. La

elección de la UIT como anfitriona de la Cumbre es

coherente con otro de los supuestos ideológicos del

proyecto de la sociedad de la información: lo político

supeditado al ámbito presuntamente neutral de lo técnico

como si ello no fuese, en definitiva, una opción

esencialmente política.

Entendidas como estrategias de ordenamiento, gestión y

regulación del sector, las políticas de comunicación,

información y cultura revelan su determinación por parte del

contexto socioeconómico en el que son formuladas: las

políticas de comunicación distintivas de la CMSI, a 25 años

del Informe MacBride, son tributarias del orden mundial que

afloró en los años ochenta y se expandió en los noventa,

con las referencias de los procesos de globalización y de

diseminación y convergencia tecnológica infocomunica-

cional. Ello ha provocado el cambio del orden mundial de la

información (Carlsson 2003), así como el cuestionamiento

al orden económico establecido había precipitado en los

setenta el debate acerca del orden informativo y

comunicacional que le era consustancial.

Los problemas que surgen del diagnóstico del Informe

MacBride bien podrían haber inspirado la agenda de la

CMSI 25 años más tarde. La concentración de las industrias

culturales y la conformación de mercados oligopólicos20, los

efectos de la internacionalización de la actividad info-

comunicacional, las amenazas sobre la diversidad cultural y

sobre el pluralismo informativo que encierra el orden info-

comunicacional, la relación entre medios de comunicación y

educación, cuestiones relativas a la censura y a la auto-

censura, fueron enunciados como cuestiones medulares en

el marco del NOMIC y hoy están expulsados de una agenda

de construcción de sociedades informacionales sostenidas

por mercados de tecnologías e infraestructuras cada vez

más potentes.

La sociedad civil, cuya participación auspicia la posibilidad

de un espacio de intervención de un sujeto colectivo sin

ánimo de lucro que no presenta (necesariamente) vínculos

orgánicos con los proveedores de infraestructuras y

servicios de infocomunicación, ha logrado introducir en la

CMSI referencias a los derechos humanos básicos como

esencia del proyecto de sociedad de la información. No

obstante, la heterogeneidad de los actores de la sociedad

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135Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)

civil y la ausencia de espacios claros de incidencia en la

agenda general de la Cumbre han atemperado gran parte

de las iniciativas impulsadas por el sector.

A la luz del paradigma difusionista en políticas de comu-

nicación sostenido por los actores público y corporativo

privado en la CMSI, las voces múltiples a las que aspiraba

respaldar el Informe MacBride en un mundo cada vez más

interconectado siguen siendo parte de los problemas

irresueltos, antes que de las soluciones exhibidas, en el

panorama internacional de la comunicación.

Notas

1 El concepto de infocomunicación que se utiliza en el

presente texto se destaca por su utilidad analítica porque

refiere tanto a la industrialización creciente de la

información, de la cultura y de los intercambios sociales,

como al rol desarrollado por las tecnologías de la

comunicación acompañando cambios sociales y culturales.

El concepto de infocomunicación plantea la articulación

entre economía, comunicación y cultura.

2 La elección de Túnez como sede de la segunda etapa de la

CMSI ha suscitado numerosas quejas, toda vez que se

trata de un país donde la libertad de informar y ser

informado está restringida.

3 En su 19º Conferencia General de Nairobi en 1976, la

UNESCO había aprobado su contribución al

establecimiento de un Nuevo Orden Económico

Internacional (NOEI), adoptado por la ONU dos años antes

en Nueva York, en donde se denunciaba “la dominación y

la dependencia” del orden entonces vigente. En 1976 se

realizó en San José de Costa Rica la primera de una serie

de conferencias intergubernamentales sobre políticas de

comunicación con auspicio de la UNESCO, que demandó

“criterios más justos para los intercambios entre naciones”

(Hamelink, 1985). Con estos antecedentes, la 20º

Conferencia General de la UNESCO en París aprobó una

resolución donde se subraya “la evidente necesidad de

poner fin a la dependencia del mundo en desarrollo en los

campos de información y comunicación”, y se considera

que “el desequilibrio de las corrientes de información se

acentúa cada vez más en el plano internacional, a pesar

del desarrollo de las infraestructuras de comunicación”, por

lo que “aprueba los esfuerzos tendientes al establecimiento

de un nuevo orden mundial de la información y la

comunicación más justo y equilibrado” (UNESCO, 1977 y

1979).

4 Para ampliar los fundamentos del proyecto de “Sociedad de

la Información” ver Mattelart (2002), Bustamante (1997),

Becerra (2003a y 2003b) y OCDE (2003).

5 Las ideas fuerza mencionadas son las que los propios

organismos interesados en el proyecto de Sociedad de la

Información destacan como modelo (ver Comisión

Europea, 1994).

6 Una de las excepciones a la norma de los procesos de

privatización y liberalización de las telecomunicaciones en

Occidente lo brinda Uruguay. Esta República

sudamericana presenta una interesante antítesis al

discurso promotor de la liberalización del sector, discurso

fundado en la presunta ineficacia del Estado para gestionar

servicios económicamente rentables: Uruguay continúa

con el mercado de telefonía fija en régimen de monopolio

operado por el Estado, sin que ello haya mermado la

calidad del servicio ni resentido el crecimiento del sector.

7 El sector de industrias culturales comprende las fases de

producción, edición y distribución de contenidos

audiovisuales (radio, televisión abierta y de pago,

cinematografía, fonografía) y editoriales (prensa, libros).

8 Se califica de “presupuesto ideológico” la doctrina de libre

mercado que inspira la llamada “liberalización” de los

mercados info-comunicacionales ejecutada en los años

ochenta y noventa en el mismo sentido que plantea

Tremblay cuando cuestiona la denominación misma de

“sociedad informacional” (Tremblay, 1996).

9 El signo oligopólico de los mercados info-comunicacionales

es una de las características más estudiadas por la

economía política de la comunicación y algunos autores

como Robert McChesney (2002), Juan Carlos de Miguel

(2003) y Nicholas Garnham (2000), demuestran que la

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136Quaderns del CAC: Número 21

concentración de estos mercados no constituye una suerte

de “enfermedad juvenil” sino un rasgo inherente a su

funcionamiento.

10 Originalmente creada como órgano técnico primero ligada

a la telegrafía (en 1865 fue fundada como Unión

Telegráfica Internacional y sus miembros eran 20 Estados),

la UIT es hoy una organización internacional del sistema de

las Naciones Unidas que funciona como escenario de

concertación de políticas entre los gobiernos de los

Estados miembros y el sector corporativo privado,

productor y distribuidor de infraestructuras info-

comunicacionales. No hay representantes de la sociedad

civil que graviten en las decisiones de la UIT. Para

Hamelink (1997), a partir de los años ochenta se

incrementa el rol de la comunidad internacional de

negocios como influencia central de los foros como la UIT

o el GATT (OMC).

11 Entre los numerosos estudios empíricos que contestan

estas hipótesis que correlacionan bienestar con

diseminación de tecnologías info-comunicacionales caben

citar los de Frissen y Punie (1997), Punie et al. (2003) y de

Nie et al. (2004).

12 El virtual fracaso del PIDC puede ser analizado en función

de sus determinaciones desarrollistas y difusionistas

vinculadas a un planteo “pragmático, desideologizado”

(Fasano Mertens, 1984) y también en función de la

ofensiva conservadora de los años ochenta emprendida

por el gobierno republicano de Ronald Reagan (Reyes

Matta, 1984) en sus dos presidencias consecutivas.

Hamelink (1997), en tanto, complementa esta explicación

argumentando el vacío de recursos que sufrió el PIDC

como una de las causas de su fracaso, sumado a la

incapacidad de transformarse en un foro genuinamente

multilateral de asistencia técnica.

13 Según enumera la Declaración de Principios de la CMSI,

“erradicar la pobreza extrema y el hambre, instaurar la

enseñanza primaria universal, promover la igualdad de

género y la autonomía de la mujer, reducir la mortalidad

infantil, mejorar la salud materna, combatir el VIH/SIDA, el

paludismo y otras enfermedades, garantizar la

sostenibilidad del medio ambiente y fomentar asociaciones

mundiales para el desarrollo que permitan forjar un mundo

más pacífico, justo y próspero” (CMSI, 2004a).

14 El documento “Puntos de referencia esenciales de la

sociedad civil para la CMSI”, del que se extrajo el párrafo

citado, es como su nombre aclara un texto de trabajo con

puntos de referencia, sin que los actores de la división de

sociedad civil presentes en la CMSI hayan alcanzado

completo consenso sobre el mismo.

15 Correspondencia personal.

16 Idem nota anterior.

17 Por ejemplo, la recomendación 29 del Informe señala que

debería facilitarse el acceso a los medios de comunicación

“tanto de los creadores como de los diversos grupos que

están en la base de la sociedad, para que puedan

expresarse y hacer oír su voz” (UNESCO, 1980: 442) y las

recomendaciones referidas a la “democratización de la

comunicación” (de la 52 a la 54) van en el mismo sentido.

18 EL FSD fue creado en el marco de la primera etapa de la

CMSI a propuesta de Senegal, Nigeria y Angola.

19 La mutación de la UNESCO en los últimos 25 años no pasa

desapercibida: de ser la caja de resonancia del entonces

pujante –aunque heterogéneo- Movimiento de Países No

Alineados en su estrategia de diagnóstico, regulación y

desafíos en materia de política internacional de

comunicación y cultura (Carlsson, 2003), la UNESCO

acusó la salida de Estados Unidos y Gran Bretaña en los

ochenta cuando iniciaba un giro representado por el

Programa Internacional de Desarrollo de la Comunicación

(PIDC) y por la “Nueva Estrategia de Comunicación” (NEC)

a partir de 1988. Con la NEC la UNESCO pretendió superar

y olvidar la década en que se abocó al Nuevo Orden

Mundial de la Información y la Comunicación.

20 En un escenario de concentración de grandes

conglomerados multimedia, inédito en la historia por

magnitud y alcances geográficos, la CMSI reconoce en los

medios de comunicación “su importante contribución a la

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137Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)

libertad de expresión y a la pluralidad de información

(CMSI, 2004b:13).

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141Entre la exaltación y la inquietud. El testimonio del presidente de la Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de la Comunicación

Sean MacBridePresidente de la Comisión Internacional para el Estudio de

los Problemas de la Comunicación

En junio de 1977 pasaba unos días de vacaciones en las

Landas (...). Tenía que pronunciar un discurso importante

unos días después, en el que quería abordar el papel y la

importancia de la prensa. Durante las discusiones Eric

Laurent sugirió que debería remarcar especialmente su

fragilidad y vulnerabilidad, y señaló las extraordinarias

presiones económicas, financieras y políticas a las que

estaban sometidos los medios de comunicación:

dominados por los intereses de las multinacionales de

importantes órganos de prensa, fruto del reagrupamiento y

de la concentración.

En el Reino Unido, el gran rotativo The Observer, creado

tras la Revolución Francesa, ha estado bajo control de una

sociedad petrolera americana, igual que The Times. Una

sociedad multinacional inglesa, Lonhro, descrita por el

Primer Ministro británico como la “cara inaceptable del

capitalismo”, está a punto de adquirir otros órganos

importantes de la prensa británica, como ya había hecho en

África. En Alemania el monopolio de Springer controlaba el

30% de la prensa, mientras que en Italia el importante diario

La Stampa es propiedad de Fiat. Finalmente, en Francia

hay actividades dirigidas al control de numerosos rotativos

de la prensa francesa.

Mi intervención se centró en este tema, y sugerí que quizá

había llegado el momento de que una organización como

la Unesco estudiara el problema y propusiera un objeto de

declaración o incluso de convención para salvaguardar el

derecho a la libertad de información. “Es importante”, añadí,

“que no seamos manipulados por los gobiernos ni por la

conjura de intereses económicos”.

Algunos meses más tarde el director general de la

Unesco, M.M’Bow, me propuso la presidencia de una

comisión internacional de estudio de los problemas de la

comunicación que agrupaba a dieciséis personalidades de

primer orden, como el fundador de Le Monde, Hubert

Beuce-Mery, el escritor colombiano Gabriel García Már-

quez, el portavoz del gobierno soviético Leònidas Zamiatine

y el sociólogo canadiense Marshall MacLuhan.

Los trabajos comenzaron en diciembre de 1977 y duraron

tres años. Experimenté, en el inicio de nuestro periplo por el

mundo de la comunicación, un sentimiento de exaltación y

también algunas inquietudes. Exaltación ante la

oportunidad que se me brindaba de estudiar un tema tan

importante para la paz y la expansión del hombre, e

inquietud ante la amplitud del sujeto y del carácter crucial de

los problemas.

Las circunstancias que rodeaban la creación de esta

comisión no me inspiraban el más mínimo optimismo. En

los años 70 las discusiones internacionales sobre el

problema de la comunicación habían llegado, en

numerosos puntos, y después de muchos esfuerzos, al

estadio del enfrentamiento directo. Las protestas que

levantaba el Tercer Mundo contra el flujo invasor de las

informaciones procedentes de los países industrializados

eran a menudo interpretadas como atentados a la libre

circulación de la información. Aquellos que defendían la

libertad de prensa eran acusados de atentar contra la

soberanía nacional.

La discordia que reinaba en el inicio de nuestros trabajos

era tal que quise que llegásemos urgentemente a un

análisis equilibrado, no partidista. Publicando nuestro

informe no pretendíamos poner punto final a una cuestión

tan gigantesca como la comunicación. Queríamos única-

mente que nuestro trabajo no se quedara en la búsqueda y

en la difusión de la información, sino que se situara en una

Entre la exaltación y la inquietud. El testimonio delpresidente de la Comisión Internacional para

el Estudio de los Problemas de la Comunicación

Sean MacBride

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142Quaderns del CAC: Número 21

perspectiva más amplia, histórica, política y sociológica.

Dado que, por otro lado, la comunicación está en el centro

de todas las actividades humanas, diría parafraseando a

H.G. Wells que la historia de la humanidad es cada vez más

una carrera de velocidad entre la comunicación y la

catástrofe. La utilización completa de la comunicación, en

toda su diversidad, es vital si queremos que la humanidad

sea algo más que una historia... En otras palabras, si

queremos asegurar un porvenir a la infancia.

Algunos hechos me tenían particularmente preocupado.

En mi opinión, era imposible seguir confrontándose en un

mundo en el que el 6% de la población consume el 60% de

los productos básicos, y donde la desviación entre los

países situados en los dos extremos de la escala de

desarrollo es de 1 a 100.

Los mass media internacionales describen con frecuencia,

de manera contundente, las miserias, las inundaciones, las

epidemias y otros desastres de los cuales son víctimas los

países en desarrollo. Ayudan a desencadenar la asistencia

y la intervención de los gobiernos y de las organizaciones

privadas. Pero sería necesario que los mass media

superasen el estadio de los primeros auxilios y de la

reconstrucción para contribuir al desarrollo y al cambio, y

para adentrarse en el análisis de las causas.

En ese momento me acordé de una teoría periodística,

expresada por el magnate de la prensa americana W.

Randolph Hearst, que me asusta: “Las noticias son aquello

que es interesante, no necesariamente aquello que es

importante”. De la misma manera, en el curso de nuestras

encuestas, hemos tenido que acoger la constatación

siguiente: “Desde el momento en que las noticias no se

ocupan más que de aquello que es extraordinario, aquello

que es ordinario se hace invisible a los mass media y a su

público. Desgraciadamente, estamos habituados cultural-

mente a las noticias espectaculares, y encontramos

molestas las noticias que no lo son”.

Asimismo, defendí hasta el final la “necesidad de una

protección a los periodistas”, que a menudo son testimonios

molestos y constituyen por esta razón un blanco

privilegiado. Están expuestos a daños físicos en períodos

de conflicto o de guerra, igual que cuando trabajan en un

reportaje sobre reuniones o manifestaciones reprimidas por

las fuerzas del orden. Esta profesión tiene buenas razones

para recordar los 28 periodistas que han desaparecido en

Camboya sin dejar rastro, o el reportero de televisión

abatido a sangre fría por un oficial de la llamada Guardia

Nacional de Nicaragua. En 1977 Amnistía Internacional

contó 104 corresponsales de prensa desaparecidos o

encarcelados en 25 países. Las informaciones recogidas

por el Instituto Internacional de la Prensa sobre un período

de veinticinco meses, entre 1977 y 1978, señalaban las

cifras siguientes: 24 periodistas muertos; 57 heridos,

torturados o secuestrados; y 13 diarios víctimas de

atentados.

Finalmente recomendé el desarrollo del investigate

reporting (periodismo de investigación) al estilo anglosajón.

Su importancia había surgido durante y después de la

guerra del Vietnam, y había llegado al punto álgido con la

revolución de la administración Nixon. El periodismo de

investigación había jugado también un papel importante en

la denuncia de la tortura y de los maltratos. Igualmente

había descubierto numerosos casos de corrupción y de

operaciones financieras deshonestas. En conclusión,

revestía una gran importancia para la protección del público

contra la explotación comercial sin escrúpulos.

Fuente: MACBRIDE, S. L’exigència de la llibertat. Barcelona:

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143Tema monográfico: La Unesco en la prensa internacional (1974-1984)

Mercè DíezProfesora del departamento de periodismo y ciencias de la

comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona

(UAB) y coordinadora de la Cátedra Unesco de comunica-

ción (Instituto de la Comunicación-Universidad Autónoma

de Barcelona)

Buena parte de la prensa occidental acogió con hostilidad

los trabajos de la Comisión Internacional para el Estudio de

los Problemas de la Comunicación (Comisión MacBride),

hasta el punto de que, en uno de sus últimos textos2, Seán

MacBride escribió que la campaña contra la Unesco y su

director general tuvo “reminiscencias de macartismo”.

Esta situación, sin embargo, no representaba una

novedad para esta organización internacional, sino que era

la conclusión coherente del clima de confrontación en los

debates que empezaron a producirse en el seno de la

Unesco ya desde principios de la década de los setenta. A

partir de ese momento se empezó a valorar un nuevo

enfoque de análisis centrado en las causas y las

consecuencias del desequilibrio en los flujos interna-

cionales de la comunicación, en el que se hacía hincapié en

la situación de dependencia informativa y cultural de los

países del Tercer Mundo y en la centralización de la

producción comunicativa en los países más avanzados.

Dicho planteamiento supuso la revisión del concepto de

desarrollo y el cuestionamiento de la doctrina

norteamericana de la libre circulación de la información que

hasta entonces habían regido la actuación de la Unesco.

El salto hacia las tribunas periodísticas de los debates que

desde hacía algunos años se estaban produciendo en la

Unesco se hizo especialmente patente con motivo de la I

Conferencia Intergubernamental sobre Políticas Nacionales

de Comunicación para América Latina y el Caribe,

celebrada en San José (Costa Rica) en julio de 1976. El

planteamiento de esta conferencia desató una amplia

oleada crítica por parte de asociaciones profesionales y

grandes medios privados.

A partir de un análisis del contenido de las informaciones

y artículos relacionados con los problemas de la

comunicación y los encuentros organizados por la Unesco,

Roger Heacock (1977)3 llega a la conclusión de que puede

hablarse de una campaña concertada entre diversos

organismos de prensa, que contó con el apoyo de agencias

de noticias y organizaciones profesionales. Entre las

entidades que protagonizaron las posiciones más críticas,

identifica a la Asociación Interamericana de Radiodifusión

(AIR) y a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que

representaban a propietarios de medios. Así mismo, la

prensa norteamericana mostró una reprobación prác-

ticamente unánime de la conferencia. Para Heacock esta

posición estaba en sintonía con ciertos intereses que se

sentían amenazados, particularmente los de agencias de

noticias como Associated Press (AP) y United Press

International (UPI).

En lo que respecta a la posición de los representantes de

los medios europeos, Heacock la considera más relajada,

y lo atribuye a la mayor familiaridad y aceptación del papel

de los gobiernos en el terreno de los medios de

comunicación, especialmente en lo que respecta a la

radiodifusión.

Las expresiones favorables al encuentro sobre Políticas

Nacionales de Comunicación para América Latina y el

Caribe únicamente se dieron en unos pocos países de la

región (Perú, Cuba, Venezuela4, Costa Rica). Según el

estudio de Heacock, en estos países la prensa apelaba a

la necesidad de buscar un mayor equilibrio en los flujos de

La Unesco en la prensa internacional (1974-1984)1

Mercè Díez

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144Quaderns del CAC: Número 21

información, y destacaba la relación entre subdesarrollo y

dependencia.

Oposición a los encuentros de Bogotá y Quito

La preparación de la cumbre intergubernamental de San

José contó con dos reuniones de expertos previas, que se

celebraron en Bogotá (julio de 1974) y Quito (junio de

1975). Como explica Beltrán (1993), los expertos reunidos

en Bogotá recomendaron que las políticas estimulasen el

acceso a los mensajes de los medios de masas, así como

el uso de estos medios con finalidades educativas y

culturales. No se sugirió, sin embargo, su sustitución por

monopolios estatales de medios de comunicación. Beltrán

relata que, a pesar de ello, las asociaciones internacionales

de propietarios y directores de medios de comunicación

interpretaron las recomendaciones del encuentro de Bogotá

como amenazas a la libertad de prensa y a la empresa

privada. Por ese motivo iniciaron una campaña

internacional contra la realización del previsto encuentro

interguberna-mental sobre políticas de comunicación. Las

conclusiones de esta primera reunión de expertos, según

explica Heacock (1977, 32) provocaron conmoción en la

prensa norteamericana y latinoamericana, que empezó a

difundir la idea de que la Unesco favorecía la censura

gubernamental de los medios; una idea que se convertiría

en tópico en el debate sobre las políticas de comunicación.

De hecho, Heacock (1977, 41) atribuye a la presión

ejercida por la prensa la circunstancia de que la propia

Unesco denegara su reconocimiento al informe final de la

reunión de expertos de Bogotá. La AIR articuló su posición

crítica frente al documento de Bogotá en una reunión en

Manaos, en la que además expuso como uno de sus

principios básicos el de la libertad de empresa. La

respuesta de la Unesco, formulada desde la oficina del

propio director general5, remarcó, por un lado, que las

recomendaciones del documento no representaban la

opinión de la organización, sino simplemente la de los

expertos que lo habían elaborado, y por otro, que no

asumía el documento, ya que lo consideraban parcial y

desafortunado.

En lo referente a la reunión de Quito, el informe final del

encuentro indicaba la necesidad de asegurar un flujo

óptimo y equitativo de información entre América Latina y

los países caribeños, para salvaguardar su soberanía y

promover el desarrollo de la identidad nacional y regional.

Para ello se advertía sobre la conveniencia de crear

infraestructuras apropiadas, como agencias nacionales de

noticias, así como una agencia para toda la región

latinoamericana. En el documento también se señalaba que

los gobiernos que participasen en el establecimiento de la

agencia latinoamericana deberían arbitrar medidas legales

para facilitarle apoyo efectivo contra la competencia de las

agencias foráneas. Otro aspecto que se recogió en las

conclusiones era el estímulo de la cooperación con otras

regiones, como África y Asia. Heacock (1977:33) considera

que estas recomendaciones fueron formuladas con

circunspección, pero eso no evitó las críticas, que

provenían principalmente de las asociaciones de

empresarios de prensa y radiodifusión, así como de

grandes agencias, como la UPI.

Hacia mediados de marzo de 1976, tras el “triunfo” de las

posiciones empresariales que supuso la desvinculación de

la Unesco de las conclusiones del encuentro de Bogotá y a

pocos meses de la celebración de la conferencia

intergubernamental de Costa Rica, Heacock constata que la

campaña de prensa arreció y encontró un lugar

especialmente prominente tanto en los periódicos

estadounidenses como en los latinoamericanos6. Luis

Ramiro Beltrán (1993) retrata ese contexto diciendo que la

conferencia se llevó a cabo “bajo rudos ataques de los

medios de comunicación masiva”7.

Los lugares comunes de la prensa

Heacock observa una uniformidad en las tesis presentadas

por buena parte de la prensa a lo largo de todo el continente

americano, cosa que relaciona con el hecho de que las

fuentes de información dominantes eran idénticas y

contaban con similares intereses en la preservación de las

condiciones existentes de propiedad y flujos mediáticos.

En el núcleo de la argumentación crítica con las

actividades promovidas por la Unesco se destacaba la

vinculación entre la libertad de prensa y la democracia, a lo

que se contraponía, como una amenaza, la supuesta

voluntad de la Unesco de dar amparo a la censura y el

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145Tema monográfico: La Unesco en la prensa internacional (1974-1984)

control gubernamental mediante apelaciones al

nacionalismo y la solidaridad regional. De hecho, esta

organización de Naciones Unidas era presentada como un

instrumento en manos de las fuerzas que aspiraban a

restringir la libertad de prensa, fundamentalmente

identificadas con los proyectos de la Unión Soviética en el

terreno de la información8. Entre los conceptos empleados

de manera recurrente también se encontraban los de

ilegalidad (de las propuestas), corrupción y conspiración.

En noviembre de 1976, pocos meses después de la

celebración de la conferencia de San José sobre políticas

de comunicación, la XIX Conferencia General de la Unesco,

celebrada en Nairobi, acordó crear la Comisión para el

Estudio de los Problemas de la Comunicación, que sería

presidida por Seán MacBride. El clima en la organización

era de extremo enfrentamiento. Las críticas suscitadas por

la conferencia de políticas de comunicación no sólo no se

habían disipado, sino que se recrudecieron con uno de los

puntos de la agenda de la conferencia de Nairobi. La Unión

Soviética presentaba de nuevo una propuesta, que ya

había planteado en 1970, donde reclamaba la

responsabilidad de los estados por la actividad internacional

desarrollada por los medios de comunicación dependientes

de su jurisdicción, lo cual implicaba el derecho de los

gobiernos a la rectificación de informaciones consideradas

erróneas o tendenciosas. Esta pretensión fue rechazada

por los representantes occidentales, ya que entendían que

se trataba de un control inadmisible sobre los medios que

entrañaba un grave peligro para la libertad de información.

Los trabajos de la comisión presidida por MacBride se

llevaron a cabo entre 1977 y 1979, “bajo el fuego nutrido de

los medios de comunicación”, según señala Luis Ramiro

Beltrán (1993). Durante ese período, concretamente

durante la celebración de la XX Conferencia General, en

1978, la Unesco incorporó por primera vez en sus

resoluciones el concepto de Nuevo Orden Mundial de la

Información y de la Comunicación (NOMIC)9.

En febrero de 1980 se presentó al director general el

informe final de la comisión. Como era previsible, el informe

suscitó rechazo por parte de los medios profesionales más

radicalmente opuestos a las tesis del Nuevo Orden. Un

ejemplo de este rechazo se puso de manifiesto en la

asamblea anual del Instituto Internacional de Prensa

(International Press Institute, IPI), celebrada en Florencia en

mayo, donde fue objeto de crítica por parte de numerosos

participantes10.

Un solo mundo

Sin embargo, en este mismo período de principios de 1980

también podían encontrarse iniciativas periodísticas que se

mostraban en sintonía con las tesis que abogaban por la

necesidad de plantear un debate sobre los flujos de

información y comunicación a nivel internacional. Cabe citar

aquí la experiencia de la edición del suplemento Un solo

mundo —que se presentaba con el subtítulo Suplemento

mundial para un nuevo orden económico internacional11. En

este proyecto participaron, a modo de pool, diarios como El

País (España), Le Monde (Francia), La Stampa (Italia),

Frankfurter Runschau (Alemania), To Vima (Grecia), El

Mudjahid (Argel), Indian Express (La India), Jornal do Brasil

(Brasil), Excelsior (México) y Dawn (Pakistán), entre otros.

El pool se constituyó en 1979 en una reunión convocada

por el diario Politika (antigua Yugoslavia). El objetivo

declarado del suplemento era proporcionar a los medios

participantes, especialmente a los del Tercer Mundo, así

como a las organizaciones de Naciones Unidas, la

posibilidad de publicar sus puntos de vista sobre el nuevo

orden internacional. Por medio del suplemento se pretendía

contribuir al diálogo necesario para la instauración de “un

orden económico más justo, más solidario y más eficaz”.

En este suplemento el diario La Stampa contribuía con un

artículo valorativo sobre el informe MacBride. En él se

destacaba que el informe era producto de un compromiso,

por lo que satisfacía y decepcionaba a la vez. También se

constataba que no ofrecía “respuestas claras” a las

cuestiones tratadas, pero a pesar de sus “insuficiencias” se

concluía afirmando que constituía “un gran paso de avance

hacia una mejor comprensión internacional”.

El diario El País, por su parte, contribuyó a dicho suple-

mento con un artículo sobre la libertad de expresión en

España, en el que explicaba las duras restricciones impues-

tas durante el período dictatorial. Ese contexto le servía

para argumentar las reticencias de la prensa española ante

cualquier propuesta de intervención estatal en materia de

información.

“De este oscuro túnel sale ahora la prensa española,

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146Quaderns del CAC: Número 21

precisamente cuando la sociedad mundial se plantea la

necesidad de un nuevo orden de la información. Muchos

profesionales del periodismo y muchas empresas

periodísticas de España no pueden evitar un cierto temor

ante algunas formas que se ofrecen para conseguir tan

justo objetivo. La experiencia vivida durante cuarenta años

bajo el control y la tutela del Gobierno les dice que siempre

la intervención del Estado en materia de información ha

sido a costa de la libertad”12.

Unos meses más tarde, poco antes de la celebración de la

XXI Conferencia General de la Unesco en Belgrado, donde

debía presentarse el informe MacBride13, el diario El País

publicó un editorial de tono marcadamente crítico con el

informe y con la Unesco. En este artículo se avanzaba que

el informe de la comisión no sólo defraudaría las

expectativas despertadas, sino que además podría ser

utilizado fácilmente “por quienes desean restringir todavía

más las escasas áreas y los modestos techos de la libertad

de expresión en el planeta”. En este editorial el rechazo a

cualquier intervención de carácter estatal en el terreno de la

información era más explícito y tajante que las reservas

expresadas en el artículo publicado en el suplemento Un

solo mundo.

“Lo que asoma en el horizonte de ese preconizado

equilibrio entre libertades y responsabilidad, entre los

derechos y las necesidades de los individuos, de las

colectividades y de las naciones no es la figura de la

tolerancia, la equidad y la solidaridad como atributos de la

sociedad, sino el rostro del Estado censor e inquisitorial que

disfraza sus intereses materiales y de dominio con el ropaje

del bien común” 14.

El párrafo final del editorial reproducía otros los lugares

comunes de las críticas a la Unesco: su politización y su

carácter burocratizado.

“El informe MacBride parece, en definitiva, un gran

empeño y una preocupante realidad. Ya es lástima que algo

diseñado en principio para ampliar los techos de libertad y

desarrollo cultural de los hombres, como es la Unesco,

acabe siendo un foro de intereses y presiones políticas

destinado a garantizar a los regímenes que sean y a los

altos funcionarios internacionales en su inamovilidad en el

puesto”.

Desconfianza hacia el PIDC

Tras la ratificación del informe por parte de la Conferencia

General, Le Monde15 publicó un editorial en el que

argumentaba que, al haber sido ratificado por consenso, sin

votación, los delegados a la Conferencia General de

Belgrado habían aceptado “un compromiso lleno de

malentendidos”, con el que se había pretendido terminar

con el debate.

Con frecuencia, sin embargo, la crítica se simplifica y se

deforma el contenido del Informe hasta hacerle cómplice de

una política de limitación de la libertad de información y, por

ende, de la misma democracia16. Las reacciones contrarias,

en forma de artículos y editoriales periodísticos, ponían de

manifiesto la desconfianza de la prensa internacional hacia

el documento, que se centraba en las hipotéticas

restricciones a la libertad de prensa que implicaría su

aplicación. The New York Times17, por ejemplo, afirmaba

que “las naciones que respetan la libertad de comunicación

no necesitan de esas declaraciones o protecciones” y se

oponía a cualquier pretensión de crear un “sistema

internacional de supervisión”, aduciendo que los medios

privados de comunicación de Estados Unidos no lo

aceptarían de su propio gobierno.

La sospecha con la que se observaban las iniciativas de la

Unesco llegaba hasta tal punto que la IPI acogió con

inquietud el acuerdo para poner en marcha el Programa

Internacional para el Desarrollo de la Comunicación (PIDC),

que era producto de una propuesta occidental y que, de

hecho, supuso un intento de despolitización de la Unesco

mediante el impulso de una línea de actuación no

ideologizada y de carácter eminentemente técnico.

La cobertura periodística de la Conferencia General de

Belgrado por parte de los medios norteamericanos fue

analizada por el National News Council (NNC), un

organismo independiente estadounidense creado en 1973

con la intención de servir al interés público en la

preservación de la libertad de comunicación y fomentar las

buenas prácticas periodísticas18. El balance del informe del

NNC fue crítico con la prensa norteamericana. La primera

constatación del estudio fue que el 80% de las piezas

periodísticas provenían de las agencias AP y UPI. Desde el

punto de vista de los contenidos, se apreciaba que la

atención se había concentrado de manera abrumadora en

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147Tema monográfico: La Unesco en la prensa internacional (1974-1984)

los temas referidos a la comunicación, sin mencionar

actividades fundamentales de la Unesco, como la lucha

contra el analfabetismo o la protección de monumentos

históricos. En el análisis de los artículos editoriales

dedicados a la política de la Unesco en relación a la

circulación mundial de la información se constató que la

mayoría (158 de 181) se mostraban muy hostiles, y que una

parte no despreciable (27, casi el 15%) abogaba por la

retirada de Estados Unidos de la organización. Otro

aspecto destacado era la preeminencia de la perspectiva de

los medios occidentales, que no era contrastada con otros

puntos de vista19.

La Declaración de Talloires

La coordinación de las posiciones críticas con la Unesco se

puso de manifiesto en una reunión celebrada en Talloires

(Francia) entre el 15 y el 17 de mayo de 1981 con el lema

Voces de libertad. En el encuentro se reunieron 63

representantes de empresas de comunicación (editores,

directores, periodistas) procedentes de 21 países, bajo los

auspicios del Comité Mundial de Libertad de Prensa (World

Press Freedom Committee)20. Los acuerdos de dicha

reunión quedaron plasmados en la Declaración de

Talloires21, que se presentaba explícitamente como una

respuesta de los medios del “mundo libre” a la formulación

del Nuevo Orden Mundial de la Información y la

Comunicación, que era considerada producto de una

campaña del bloque soviético y de ciertos países del Tercer

Mundo para otorgar a la Unesco la autoridad de trazar el

rumbo de los medios. La Declaración formulaba un

decálogo de principios a suscribir por parte de la

denominada “prensa libre”22. Entre los acuerdos, adoptados

por unanimidad, se encontraba un llamamiento a la Unesco

para que abandonase cualquier pretensión de regular la

prensa. Así mismo se instaba a esta organización de

Naciones Unidas a concentrarse en la aplicación de

“soluciones prácticas” para el avance de los medios del

Tercer Mundo. Por su parte, los firmantes de la declaración

se comprometían a expandir el libre flujo de la información

a nivel mundial y a dar apoyo a los esfuerzos de organismos

internacionales, gobiernos e instancias privadas en la

cooperación con el Tercer Mundo para mejorar sus medios

de producción y su formación.

Tan sólo unos días después de la reunión Talloires, 300

editores se reunían en Madrid, en el XXXIV Congreso de la

Federación Internacional de Editores de Diarios (FIEJ), y

declaraban su oposición a las propuestas del NOMIC

formuladas en la Conferencia General en Belgrado. Las

tesis expuestas se encontraban en plena sintonía con las

argumentaciones sostenidas con anterioridad en Talloires.

De esta manera, por ejemplo, se insistía en la idea de que

la Unesco ni respetaba el concepto occidental de la libertad

de prensa, porque facilitaba el intervencionismo estatal en

materia periodística, ni ayudaba al desenvolvimiento de los

medios de comunicación de los países en vías de

desarrollo. En una comunicación pronunciada en el

congreso, el director general de Time Newspapers llegó a

plantear la posibilidad de que los “países libres”

abandonasen la Unesco, e hizo un llamamiento a que la

FIEJ informase de “las auténticas actividades” de este

organismo23.

La reacción del movimiento de los Países No Alineados se

produjo en el mismo mes de mayo de 1981, en una reunión

intergubernamental para la coordinación de la información

celebrada en Georgetown (Guayana), donde se expresó el

“total apoyo a las actividades de la Unesco concernientes a

la promoción del NOII”, al mismo tiempo que rechazaban “la

campaña de desestabilización promovida por los centros

del poder transnacional contra la organización interna-

cional” (Nordenstreng, Gonzales i Weinwächter 1986, 37).

Los principios de la Declaración de Talloires (1981) se

reafirmaron en una nueva reunión de representantes de la

prensa que se celebró en esta misma localidad francesa

entre el 30 de septiembre y el 2 de octubre de 198324. En

esa conferencia se condenaron, entre otras cuestiones, las

propuestas destinadas a definir un derecho de comunicar

(se consideraba una restricción de un derecho universal),

las medidas gubernamentales o intergubernamentales para

el fomento de la democratización y la participación en la

comunicación (se consideraba que amenazaban a la

prensa y que eran innecesarias si existía una multiplicidad

de fuentes) o la imposición de códigos de conducta.

Como contrapartida, la conferencia de Talloires de 1983

acogió positivamente una declaración contenida en una

resolución adoptada en diciembre de 1982 por la

Conferencia General Extraordinaria de la Unesco, que

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148Quaderns del CAC: Número 21

señalaba que “los medios de comunicación social podrían

realizar un importante aporte al escrutar todas las acciones

tendientes a suscitar abusos de poder”. Se interpretaba que

esta declaración reconocía “el aporte positivo que puede

realizar la prensa independiente a la protección de las

libertades individuales y al fortalecimiento de la sociedad

libre”.

En relación a las políticas nacionales de comunicación, los

asistentes a la conferencia no las rechazaron, pero siempre

y cuando se vinculasen a la promoción del desarrollo de

medios de comunicación privados e independientes, por lo

que aconsejaron que los organismos internacionales

siguiesen esa directriz en sus labores de asistencia a las

naciones en desarrollo.

Las conclusiones del encuentro recogían también una

recomendación sobre el tono del debate internacional sobre

la comunicación:

“Los debates internacionales sobre las comunicaciones

debieran cesar en su recriminación, represión o pesimismo.

En estos instantes se halla en pleno desarrollo una

expansión sin precedentes de todas las formas de

comunicación, hecho del cual se benefician aquellos que

están cerca tanto como aquellos que están lejos, las

naciones pobres tanto como las prósperas”.

El testimonio de un debate de sordos

Henri Pigeat, presidente de la AFP (Agence France Press)

entre 1979 y 1986 fue uno de los asistentes a las reuniones

de Talloires25. Su testimonio sobre el encuentro de 1983 se

recoge en una obra con un título que ya supone una

declaración de principios: Le Noveau Désordre Mondial de

l’Information. En ella comenta que el debate en la Unesco

entre la libertad de información y las demandas del Tercer

Mundo, constituyó “el ejemplo perfecto de un debate de

sordos, ciertamente agravado por el fogoso temperamento

de su director general” (Pigeat, 1987:216). En la Unesco se

estaban superponiendo dos debates, uno explícito y otro

oculto, según la opinión de Pigeat. En el primer caso, se

trataba del análisis de las causas de la debilidad de los

medios del Tercer Mundo y de las razones que impedían

que su voz fuera suficientemente atendida. El segundo

caso, el debate esencial, se encontraba subyacente al

anterior y afectaba a la misma concepción de la

información. Pigeat desarrolla un argumento según el cual

en la medida en que la mayor parte de los medios del

Tercer Mundo son gubernamentales, ya sea por razones

políticas o económicas, nos encontramos ante una

concepción de la información que preconiza el control

gubernamental de la prensa. Esto implica que los

responsables políticos pueden determinar objetivos

concretos a los medios, como por ejemplo favorecer el

desarrollo. El siguiente paso en el razonamiento de los

países del Tercer Mundo, según la versión de Pigeat, es

pensar que los medios internacionales no deben

contrarrestar las tareas de desarrollo en las que se

encuentran comprometidos los medios de estos países, lo

que justifica la adopción de medidas que eviten eventuales

perjuicios por parte de los medios internacionales,

especialmente de las agencias de prensa.

“Le débat est ainsi très vite devenue une attaque en règle

contre les agences mondiales, accusées tout à la fois

d’empêcher le développement des agences locales et de

nuire aux pays en voie de développement.” Pigeat

(1987:220)26.

La argumentación de Pigeat, sin embargo, va más allá del

mero ataque a la libertad de prensa. En su opinión el debate

no era sólo político, sino filosófico. Lo que estaba en juego

era el cuestionamiento, en nombre del desarrollo, de una

serie de valores que constituían el fundamento de la

autonomía individual, lo cual podía afectar a las

democracias occidentales.

“Le débat international sur l’information est donc un

révélateur de l’affaiblissement de l’idée de liberté de la

presse mais aussi de la valeur de l’esprit critique. C’est à cet

égard qu’il est le plus pervers, au sens où il s’agit d’un

empoissonnement surnois des idées et des principes. Le

poison a déjà commence son œuvre et j’ai parfois pu

constater que le débat sur l’information n’était pas sans

écho en Europe ou en Amérique et fournissait des

arguments à ceux qui, d’une manière ou d’une autre,

voulaient contrôler les médias”

“Sans en être conscients, nous avons laissé affaiblir des

principes qui étaient indiscutablement l’un des fondements

de notre civilisation et de nos institutions démocratiques”

(Pigeat 1987, 224)

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149Tema monográfico: La Unesco en la prensa internacional (1974-1984)

Una decisión anunciada

Para el ex presidente de la AFP, fue el debate sobre la

circulación internacional de la información lo que condujo a

Estados Unidos y, posteriormente, al Reino Unido a

abandonar la Unesco, y no cuestiones vinculadas a la

financiación o a cuestiones personales. Sin embargo, las

críticas periodísticas que prepararon el terreno a la salida

de los Estados Unidos de esta organización se centraron

especialmente en remarcar su burocratización y cargaron

las tintas contra su director general, al que se

responsabilizaba del clima de enfrentamiento. Sólo unos

días antes del anuncio oficial de la administración Reagan

de la retirada norteamericana de la Unesco The New York

Times27 publicó un editorial en el que sentenciaba que “una

retirada norteamericana no dañaría ninguna causa

democrática ni el entendimiento internacional”, incluso se

consideraba que si era explicada convenientemente podría

promover los valores científicos y culturales28.

La retirada de Estados Unidos de la Unesco fue anunciada

en diciembre de 1983 y ejecutada un año mas tarde.

Edward S. Herman (1989, 238) constata que la Unesco

había despertado poco interés en la prensa antes de ese

anuncio, y que una vez consumada la salida de Estados

Unidos y del Reino Unido de la organización volvería a

mostrar escaso interés. Sin embargo, en el período que va

del anuncio oficial a la retirada se intensificaron las

informaciones, que se centraron especialmente en la

supuesta situación de despilfarro y corrupción en esta

organización internacional.

Para Anthony Giffard (1989) —que analizó los términos en

que se posicionó la prensa norteamericana sobre la Unesco

entre 1983 y 1987— la prensa estableció relaciones de

simbiosis con el Departamento de Estado y con

determinados grupos de interés para crear un clima de

aceptación pública de la posición de Estados Unidos en

relación a la Unesco. La imagen que la prensa proyectó de

esta organización fue abrumadoramente negativa, según el

estudio de Giffard. Además, en el tratamiento del debate

por parte de los medios norteamericanos se tendió a ignorar

el contexto internacional, por ejemplo, la posición del

movimiento de Países No Alineados en relación a la libertad

de prensa y los derechos de comunicación, lo cual hubiese

podido ofrecer otras perspectivas de interpretación. Para

Giffard la razón que motivó esta beligerancia era que la

propuesta de un Nuevo Orden de la Información y la

Comunicación era percibida como una amenaza a los

intereses norteamericanos. Con una perspectiva más

amplia, sin embargo, las razones deben buscarse en las

dificultades de Estados Unidos y de otros países

occidentales para adaptarse a los efectos de un proceso de

descolonización que había comportado la irrupción de

nuevas voces en un foro destinado al debate internacional

como la Unesco.

Notas

1 Para la elaboración de este texto se contó con una

colección de artículos de prensa de los años cruciales del

debate sobre el Nuevo Orden Internacional de la

Información y la Comunicación, que fueron facilitados por

Manuel Parés y Miquel de Moragas. Mi agradecimiento por

su amabilidad.

2 Prefacio de la obra de Preston, Herman y Schiller (1989).

3 El trabajo de Heacock se planteó inicialmente a petición de

funcionarios de la propia organización internacional,

aunque fue patrocinado por el Graduate Institute of

International Studies, con sede en Ginebra. Un primer

borrador se presentó en la XIX Conferencia General de

Nairobi (octubre-noviembre de 1976), pero, según

Heacock, la Unesco se mostró escasamente interesada en

el informe elaborado, ya que por aquel entonces, bajo la

presión de los Estados Unidos, intentaba conciliar las

críticas occidentales y “moderar el conflicto” (Heacock

1977, 6).

4 El Colegio Nacional de Periodistas de Venezuela aprobó un

documento de apoyo a la conferencia de San José.

5 Desde enero de 1974 era el senegalés Amadou-Mahtar

M’Bow.

6 Este autor constata que las críticas más duras al papel de

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150Quaderns del CAC: Número 21

la Unesco fueron formuladas antes de la conferencia de

San José por la prensa latinoamericana. Una vez

clausurada la conferencia, su posición pasó a ser más

moderada, mientras que las críticas serían ampliamente

difundidas por medios norteamericanos. Para Heacock

este giro en la actitud de la prensa latinoamericana se pudo

producir como consecuencia del posicionamiento público

de los gobiernos latinoamericanos a favor de las políticas

nacionales de comunicación.

7 El producto de la reunión fue una declaración “equivalente

a un credo de la democratización de la comunicación”, en

opinión de Beltrán (1993). Así mismo, se aprobaron una

treintena de recomendaciones con la intención de que cada

país aplicase la política más adecuada según sus

circunstancias.

8 El argumento no entraba a analizar la correlación de

fuerzas existente en el seno de la organización, que no se

mantuvo al margen de la emergencia de los Países No

Alineados en el concierto internacional, a menudo

apoyados desde la órbita soviética. De hecho, como señala

Heacock (1977, 52), se distorsionaba el papel de la

Unesco, que era presentada como un actor con un papel

específico y no como un foro de debate en el que las

decisiones se tomaban mediante procedimientos

democráticos, ya fuese por mayoría o por consenso.

9 El británico The Observer publicó la misma semana en que

se celebraba la XX Conferencia General un artículo bajo el

título de “El pecado original de la Unesco” (“Unesco’s

original sin”) en el que criticaba el proceso de diálogo

impulsado desde esta organización y, más concretamente,

por la comisión MacBride sobre conceptos clave de la

esfera comunicacional, como el de libertad de información.

“Countries where the Government controls de press, and

countries where the Government does not control it, cannot

share a common code of values, or issue valid common

declarations, on the subject of freedom of information.

Obviously, it suits governments that control their own press

to pretend publicly that they are champions of freedom of

information” (The Observer, 22 de octubre de 1978).

10 El País, 8 de mayo de 1980. Unos meses más tarde, el

mismo periódico recogía unas declaraciones del presidente

del IPI en las que afirmaba que el informe MacBride estaba

en contra de la libertad de prensa porque favorecía la

intervención de los gobiernos (El País, 24 de enero de

1981). Así mismo, con posterioridad publicaba una

entrevista con el director general de la Unesco en la que

éste acusaba al IPI de estar sistemáticamente en contra de

la Unesco y de atribuirle “puntos de vista y actitudes falsos”

(El País, 8 de marzo de 1981).

11 Entre otros, el suplemento fue publicado por Le Monde el

28 de marzo de 1980 y por El País el 4 de abril.

12 El País, 4 de abril de 1980. Suplemento Un solo mundo, III.

13 En esta Conferencia General, celebrada en octubre de

1980, además de aceptarse el informe por consenso, se

aprobó una resolución que establecía las bases del Nuevo

Orden Mundial de la Información y la Comunicación, y se

renovó el mandato del director general hasta 1987.

14 El País, 30 de septiembre de 1980.

15 Le Monde, 28 de octubre de 1980.

16 Un buen ejemplo es un artículo del norteamericano Paul

Chutkow —asistió a la conferencia de Belgrado como

corresponsal de AP— que publicó La Vanguardia en dos

entregas, bajo el título “Desafío a Occidente”. En él ya se

apuntaba la posibilidad que algunos gobiernos

occidentales reevaluasen su participación en la

organización internacional.(La Vanguardia, 18 y 19 de

marzo de 1981; previamente había sido publicado en

L’Express, concretamente los días 7 y 13 de marzo). El

mismo periodista firmaba una información publicada el 22

de octubre de 1980 en el International Herald Tribune en la

que se aseguraba que William Harley, jefe del secretariado

de la comisión de los Estados Unidos en la Unesco, había

presentado una declaración en la XXI Conferencia General

que representaba un ataque contra los representantes

oficiales de este organismo internacional y que anunciaba

una futura confrontación entre Occidente y una coalición de

países comunistas y del Tercer Mundo. Sin embargo, en

una información de Le Monde (18 de marzo de 1981, pág.

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151Tema monográfico: La Unesco en la prensa internacional (1974-1984)

42) se recogía la sorpresa de Harley por esta versión de su

informe, ya que en él había mostrado su apoyo a las

propuestas de M’Bow, director general de la Unesco.

17 27 de octubre de 1980.

18 El NNC no tenía capacidad sancionadora. Desarrolló su

labor por un período de diez años. Aunque encontró el

apoyo de algunas grandes empresas, como la CBS, el

conjunto de los medios no le prestó excesivo apoyo, e

incluso algunos periodistas influyentes se manifestaron

contra su existencia, bien por considerarlo un organismo

superfluo o bien porque pensaban que constreñía la

libertad de la prensa.

Para una reflexión sobre el NNC puede consultarse el

artículo de Mike Wallace “Why My Mind Has Changad

about the Value of a Nacional News Council”, en línea en

www.news-council.org/articles/95wal.html

19 18 de marzo de 1981, Le Monde, pág. 42 y El País, pág. 33

20 El Comité, creado en 1976, agrupaba a la Asociación

Norteamericana de Diarios, las agencias AP y UPI, y a la

Federación Internacional de Periodistas.

21 World Press Freedom Comittee. The Declaration of

Talloires. A Constructive Approach to a Global Information

O r d e r .

www.wpfc.org/site/docs/pdf/Publications/Declaration %20

of%20Talloires.pdf

22 Edward S. Herman apunta que, en el discurso de los mass

media, la prensa libre está implícitamente o explícitamente

en manos privadas, se financia principalmente mediante

publicidad y no está sujeta a controles gubernamentales o

cualquier otra norma obligatoria de responsabilidad social.

Edward S. Herman. “U.S. Mass Media Coverage of the

U.S. Withdrawal from Unesco”, a Preston, Herman y

Schiller (1989).

23 El País i Avui, 26 de mayo de 1981.

24 El lema del encuentro era “Voces de Libertad 83: prensa

libre, pueblo libre”, y en su organización participaba,

además del Comité Mundial de Libertad de Premsa, el

Instituto Internacional de la Prensa. Ver “Voces de Libertad

83: Prensa libre, pueblo libre”. Documento final de la

reunión de Talloires. Cuadernos de Información, núm. 1 /

1984. Facultad de Comunicaciones. Pontificia Universidad

Católica de Chile.

www.uc.cl/fcom/p4_fcom/site/artic/20041217/pags/

20041217164740.html

25 Con posterioridad Pigeat colaboró con la Unesco formando

parte del comité consultivo del Informe mundial sobre la

comunicación y la informacion 1999-2000

26 Si bien se muestra refractario a las propuestas reforma-

doras que provenían de los países menos desarrollados,

Pigeat (1987:221) remarca sin embargo la predisposición

de las agencias de noticias a participar en programas de

desarrollo a favor de los países del Tercer Mundo. En

concreto destaca que AFP prestó ayuda en la creación de

agencias en África, Ásia y Oriente Medio, que contaron con

la intervención de la Unesco.

27 16 de diciembre de 1983.

28 En una información firmada por José Maria Carrascal en el

conservador diario ABC (30-12-1983, pág. 31) se

interpretaba que este artículo fue el detonante de la salida

de estados Unidos de la Unesco porque “la Administración

Reagan no podía consentir que el New York Times les

sobrepasase por la derecha”. El artículo concluía

ironizando que “la Unesco había conseguido algo bien

difícil y que seguramente no estaba en sus propósitos:

poner de acuerdo a Ronald Reagan y al New York Times.

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152Quaderns del CAC: Número 21

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153

Reproducciones de algunos textos periodísticos significativos

Reproducciones de algunos textos periodísticos significativos

Fuente: El País, 4 de abril de 1980

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154Quaderns del CAC: Número 21

Fuente: The Observer, 22 de octubre de 1978

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155Reproducciones de algunos textos periodísticos significativos

Fuente: Le Monde, 18 de marzo de 1981

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156Quaderns del CAC: Número 21

Fuente: El País, 30 de septiembre de 1980

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157Reproducciones de algunos textos periodísticos significativos

Fuente: La Vanguardia, 18 de marzo de 1981

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158Quaderns del CAC: Número 21

Fuente: Avui, 2 de diciembre de 1980

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.Presentación 2.Introducción 5.Tema monográfico. Valoraciones históricas del Informe 25 años después 15Rehabilitación de la Comisión MacBride: 25 años después Mustapha Masmoudi 15Una nueva lectura del Informe MacBride Hamid Mowlana 19El Informe MacBride, siempre de actualidad Gaëtan Tremblay 21El Informe MacBride: su valor para una nueva generación Andrew Calabrese 23Sean McBride: XXV Aniversario de la aprobación del Informe Un solo mundo, voces múltiples Antonio Pasquali 27Recuerdo de lo que no fue Héctor Schmucler 29Un memento latinoamericano del Informe MacBride: sigue en pie el catecismo de utopías Luis Ramiro Beltrán 31Aspectos actuales del Informe MacBride: un punto de vista latinoamericano Enrique E. Sánchez Ruiz 3525 años del Informe MacBride: experiencia y perspectiva asiáticas Eddie C. Y. Kuo y Xu Xiaoge 39Las contradicciones de las sociedades de la información Robin Mansell 41Un hito en el gran debate mediático Kaarle Nordenstreng 45Sí, las ideas del Informe MacBride son todavía vigentes Patricio Tupper 49Una nueva lectura del Informe MacBride Armand Mattelart 53El poder de los textos sagrados Daniel Biltereyst y Veva Leye 55El Informe MacBride, visto en perspectiva Ulla Carlsson 59Del Informe MacBride a la CMSI: herencias y transformaciones del debate mundial sobre los desequilibrios 65en materia de comunicación Claudia PadovaniEl Informe MacBride 25 años después: la propuesta que el Primer Mundo se negó a aceptar Fernando Quirós 71Una mirada constructiva sobre el Informe MacBride Ramón Zallo 75El Informe MacBride desde Cataluña: balance de una esperanza Josep Gifreu 79El Informe MacBride: su huella en Cataluña Miquel de Moragas 83.La comunicación internacional hoy: problemática y perspectivas 87De la fractura mediática a la fractura digital. El incremento de los desequilibrios comunicativos entre el Norte y el Sur Valério Cruz Brittos 87Salida y regreso de Estados Unidos a la Unesco: ¿flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride? Divina Frau-Meigs 101Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride? Isabel Fernández Alonso 112Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información(CMSI) Martín Becerra 125.Entre la exaltación y la inquietud. El testimonio del presidente de la Comisión Internacional 141para el Estudio de los Problemas de la Comunicación Sean MacBride.Dossier “Documentos históricos”. Reacciones de la prensa internacional al Informe 143

La Unesco en la prensa internacional (1974-1984) Mercè Díez 143Reproducciones de algunos textos periodísticos significativos 153.Bibliografía 159.Enlaces 161

SUMARIO

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