QUA-DERNSDEL CAC
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XXV aniversario del Informe MacBride
Comunicación internacional y políticas de comunicación
21núm. 21
enero - abril 2005
Institut de la Comunicació
Consell de l’Audiovisual de Catalunya
.Presentación 2Joan Manuel Tresserras.Introducción 5Miquel de MoragasMercè DíezMartín BecerraIsabel Fernández Alonso.Tema monográfico: 15Valoraciones históricas del Informe 25 años despuésMustapha Masmoudi 15Hamid Mowlana 19Gaëtan Tremblay 21Andrew Calabrese 23Antonio Pasquali 27Héctor Schmucler 29Luis Ramiro Beltrán 31Enrique E. Sánchez Ruiz 35Eddie C. Y. Kuo y Xu Xiaoge 39Robin Mansell 41Kaarle Nordenstreng 45Patricio Tupper 49Armand Mattelart 53Daniel Biltereyst y Veva Leye 55Ulla Carlsson 59Claudia Padovani 65Fernando Quirós 71Ramón Zallo 75Josep Gifreu 79Miquel de Moragas 83.La comunicación internacional hoy:problemática y perspectivasValério Cruz Brittos 87Divina Frau-Meigs 101Isabel Fernández Alonso 112Martín Becerra 125.Entre la exaltación y la inquietud. El testimonio del 141presidente de la Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de la Comunicación Sean MacBride.Dossier “Documentos históricos”. 143Reacciones de la prensa internacional al InformeMercè Díez 143.Bibliografía 159.Enlaces 161
Sumario
Quaderns del CAC núm. 21, enero-abril 2005
E-mail: [email protected]
Editor:Joan Manuel Tresserras
Consejo editorial:Joan Botella i Corral, Victòria Camps i Cervera, NúriaLlorach i Boladeras, Jaume Serrats i Ollé
Director:Josep Gifreu
Jefe de redacción:Martí Petit
Coordinación general:Sylvia Montilla
Coordinación académica del número: Miquel deMoragas, Isabel Fernández Alonso, Mercè Díez,Martín Becerra (Incom-UAB)
Redacción:Soledat Balaguer, Mònica Gasol, Sylvia Montilla
Traducción:Patrícia Ortíz
Maquetación:Tere Montilla
Impresión:Grinver, S. A.
Depósito legal: B-17.999/98ISSN: 1138-9761
Consell de l’Audiovisual de Catalunya
Presidente: Francesc Codina i CastilloVicepresidenta: Victòria Camps i CerveraConsejero secretario: Jaume Serrats i OlléConsejero adjunto a la presidencia para asuntos internacionales:Joan Botella i CorralConsejeras y consejeros: Núria Llorach i Boladeras, AntoniBayona i Rocamora, Josep Maria Carbonell i Abelló, FernandoRodríguez Madero, Domènec Sesmilo i Rius, Joan ManuelTresserrasSecretario general: Manel Feu i Manso
Generalitat de Catalunya
Entença, 32108029 BarcelonaTel. 93 363 25 25 - Fax 93 363 24 [email protected]
Sumario
Este número de Quaderns del CAC tiene un carácter conmemorativo. Desde el salto de los setenta a los ochentaha transcurrido un cuarto de siglo, el aliento de una generación. Ello proporciona una buena ocasión para elrecuerdo y balance de quienes siguieron de cerca todo el trayecto. Y una ocasión también para el descubrimientode las raíces o de los trasfondos de muchas perspectivas que surgen, recientes, entre los más jóvenes.Celebramos, pues, el Informe MacBride como un hito importante que merece ser evocado y, en buena medida,reevaluado. No tanto para cerrar un selecto puñado de debates fundamentales como para mantenerlos abiertos.Abiertos en su configuración presente y a través de sus actuales retos e interrogantes. Pensando en losproblemas de la comunicación tal y como eran percibidos hace 25 años, pero apuntando hacia el nuevo panoramaque componen los problemas de la comunicación de hoy.
Recurriremos, pues, a la memoria y, en cierto modo, a la reivindicación y al homenaje, a propósito de un trabajoambicioso, estimulante y enriquecedor, que suscitó debates transcendentales y pronunciamientos contrapuestos.Un trabajo que se convirtió inmediatamente en punto de referencia y que después, a menudo y por parte demuchos, fue sucesivamente criticado, silenciado y orillado.
Hoy sabemos que el complejo espacio de la comunicación ha sido decisivo en la conformación de todas lassociedades, pero la toma de conciencia acerca de su centralidad ha sido bastante reciente. Es en nuestra épocade omnipresente opulencia de los medios y las industrias de la comunicación cuando se han tejido teorías einterpretaciones que usan el campo de la comunicación como fuente de metáforas y de denominaciones queaspiran a dar cuenta de la naturaleza profunda de los nuevos modelos de sociedad. Hablamos de lo que esmediático y de lo que no lo es; de la reducción de la política a la comunicación pública; de la sociedad de lainformación; de la información y la comunicación como claves de la productividad de una determinada economía,o del desplazamiento de la religión por las industrias de lo audiovisual como fuente de valores. Tras estasetiquetas, estos indicativos y estos nuevos lugares comunes, encontramos tradiciones que se remontan más alláde las reflexiones de la Mass Communication Research o de la Escuela de Frankfurt, de sus postulados, jergasy métodos, de sus atlas y cartografías pretendiendo ordenar el panorama de la comunicación.
El Informe MacBride aparece como el más ambicioso intento de síntesis de su tiempo para abordar los grandesretos que presentaba, a una escala mundial, el proceso de concentración empresarial de los medios y lasindustrias editoriales y audiovisuales; la adopción de las nuevas tecnologías e infraestructuras de lacomunicación, y el control de la generación de los flujos informativos y los contenidos culturales. Un intento quepuso el acento en la necesidad de corregir la desigualdad y los desequilibrios en términos de comunicación,información y cultura, entre un mundo rico e influyente y un mundo pobre y progresivamente irrelevante.Proclamando que la libertad de información -de emisión y de recepción- no podía reducirse a la libertad delmercado informativo y haciendo necesarios y exigibles el pluralismo y la diversidad. Afirmando el derecho detodas las comunidades y culturas a proyectar su propia voz en un “nuevo orden“ (Un solo mundo, voces múltiples).
Auspiciado por la Unesco, el Informe fue concebido como un “esfuerzo de reflexión colectiva” para enfrentarsea las “fuerzas de la inercia”. Con este objetivo expreso, formulado por el entonces Director General Amadou-Mahtar M’Bow:
“...con el establecimiento de un nuevo orden mundial de la comunicación, cada pueblo debe poder aprender delos demás, informándoles al mismo tiempo de cómo concibe su propia condición, y de la visión que tiene de losasuntos mundiales. Cuando ello se logre, la humanidad habrá dado un paso decisivo hacia la libertad, lademocracia y la solidaridad”.
2Quaderns del CAC: Número 21
Presentación
25 años del Informe MacBride
Un diagnóstico audaz y controvertido sobre la comunicación
3Presentación: 25 años del Informe MacBride: Un diagnóstico audaz y controvertido sobre la comunicación
Algunos enfoques y planteamientos del Informe MacBride mantienen su vigencia a principios del siglo XXI. Hancambiado los ecosistemas de comunicación, su superficie y sus capacidades, pero no han sido substancialmentealteradas las bases de la discriminación en el espacio de lo informativo, lo cultural y lo simbólico. Justamentecuando, en un grado mayor que nunca antes, la dominación económica y la dominación política parecenasentarse en aquella otra dominación construida sobre el acceso desigual a las fuentes del conocimiento.
El Consell de l’Audiovisual de Catalunya, en el desarrollo de su labor como autoridad reguladora, ha adopta-dolos ejes de la defensa radical del pluralismo y de la diversidad como normas inspiradoras de su actuación. Porello, y especialmente tras el Diálogo organizado en Barcelona en junio de 2004 sobre Regulación y DiversidadCultural, trabaja en estos momentos en la vertebración de una Red Mundial de Autoridades de RegulaciónAudiovisual (Broadcasting Regulation & Cultural Diversity o BRCD). Esta red tiene como misión el impulso de ladiversidad cultural en el sector audiovisual desde los organismos de regulación, siendo como son un elementoclave en el impulso de las políticas públicas respecto a la comunicación.
El proceso de globalización no genera automáticamente una nueva cultura global, pero comporta graves riesgosde homogeneización y desplazamiento de los patrimonios culturales y comunicativos menos podero-sos. Losreferentes compartidos que provienen del núcleo hegemónico de las industrias de la cultura y la comunicaciónabastecen ya no sólo a la elite cosmopolita que participa de la nueva cultura metropolitana global, sino tambiéna grupos locales en situación de riesgo de perder el vínculo culto con sus entornos sociales y culturales deprocedencia.
Bien es cierto que aquellos referentes comunes pueden representar una oportunidad para evitar el aislamientoy obtener interconexión. Una oportunidad para acceder a lo nuevo y distinto, y para incorporarlo a los procesosde interpretación y de apropiación, de construcción de sentido y de recreación de su particular tradición. Porquela pluralidad y la especificidad en comunicación y cultura tienen tanto que ver con lo que se mira y se dice, comocon la manera de mirarlo y decirlo. Y porque lo relevante y sustantivo en cultura y comunicación no es únicamenteel momento de la creación y la producción, sino también el del consumo, es decir el de la de la recepción y, amenudo, la participación multitudinaria.
Sin embargo, la capacidad local de producción de contenidos y, por consiguiente, la oportunidad de disponer deunas industrias y unas políticas locales aparece, hoy como hace 25 años, como la pieza fundamental de cualquierpolítica real de defensa de la diversidad. El informe indicaba entre sus primeros párrafos que “sin unos cambiosestructurales fundamentales, la mayoría de la humanidad no podrá aprovechar los progresos de la tecnología yla comunicación”. Ahora sabemos que las culturas de dimensión reducida o mediana solamente podrán renovarsedesde su propia singularidad, y proyectarse hacia el futuro y hacia el exterior, en condiciones de viabilidad, sidisponen de industrias de la comunicación y la cultura capaces de permitir la incorporación diferenciada al cambiotecnológico y la mundialización. Y si disponen de las políticas adecuadas para intervenir en la modulación de losmodos de dicha incorporación.
Es en este marco en el que cabe plantearse cual es la nueva agenda de los problemas de la comunicación y lainformación. El valor de actualidad del Informe MacBride y de sus análisis y sugerencias reside en su capacidadpara proporcionarnos una perspectiva histórica suficiente como para abordar el presente. ¿Contribuye el ejerciciode rememorarlo a disponer de un contexto dinámico de interpretación en el que inscribir nuestros actualesproblemas, nuestra agenda inmediata? Quaderns del CAC así lo ha considerado. Y para proponer su propiobalance ha recurrido a la inteligencia y la capacidad del Institut de la Comunicació de la Universitat Autònoma deBarcelona (InCom-UAB) que dirige Miquel de Moragas. El CAC agradece el empeño y la competencia con queel InCom-UAB ha asumido la tarea de coordinar y elaborar este número, contando con el apoyo del muy
4Quaderns del CAC: Número 21
cualificado conjunto de contribuciones que contienen estas páginas. La agenda de los grandes temas que atraviesan el debate actual sobre la comunicación se establece en pleno
contraste: una parte del mundo se halla en tránsito a la sociedad del conocimiento, mientras la otra parte semantiene sumida en el combate elemental contra la miseria. Desde esta perspectiva, el núcleo del InformeMacBride mantiene su interés, y algunos de los riesgos detectados en él no han hecho en realidad sino agravarsey agrandarse, dando mayor relieve aún a las advertencias expuestas.
Las reflexiones sobre la esfera de la comunicación y sobre la construcción de estrategias para la toma dedecisiones en este campo comprenden hoy un amplio abanico de cuestiones. Algunas son de orden teórico ymetodológico, tales como la propia validez de los paradigmas de referencia, heredados del análisis de lacomunicación de masas. Otras atañen a las políticas de comunicación, como el despliegue de las grandesinfraestructuras de la telecomunicación y la democratización efectiva de las condiciones de acceso. Algunas másremiten a la cuestión de la aceleración y la ampliación de los procesos de concentración y centralización de lasgrandes agencias, los grandes medios y las principales redes de generación, selección y distribución deinformación y conocimiento. Y aún otras, por el contrario, atienden a las tal vez paradójicas posibilidades queofrecen algunas de las nuevas tecnologías de la información para el desarrollo de otras redes, de configuraciónabierta y horizontal.
El catálogo de temas fundamentales debe referirse inevitablemente a las dificultades con las que se topanalgunos países o comunidades para poder planificar y ejecutar políticas locales específicas, que permitan eldespliegue de industrias también locales de la comunicación y la cultura, de modo que lo local plural y diversopueda estar presente en los escenarios globales sin tener que diluirse necesariamente en ellos. Debe referirse,en un sentido parecido, al encadenamiento acumulativo de las formas de dependencia en cuanto a tecnología ya software; en cuanto a los lenguajes y a los estándares; a los géneros; a los formatos; a los derechos de autory a su control. Y también, por supuesto, a la subordinación de las redes de comercialización y distribución, alcontrol sobre los mercados y sobre las rutinas de recepción y de consumo. Todo ello en contextos que traducenlas dificultades de la mayoría de culturas para mantener la capacidad de producir, reproducir y recrear algo de lopropio, frente a la demanda creciente de sus comunidades para consumir y recibir más de casi todo,especialmente de lo metropolitano promocionado, lo hegemónico, lo vinculado a las plataformas predominantes.
La agenda incorpora además la crítica a los discursos actuales sobre el libre flujo de la información y sobre laconsideración de los productos de la comunicación y la cultura como simples mercancías, sujetas a los criteriosfundamentales de la doctrina de la liberalización. Asimismo, reúne las diversas propuestas acerca de la viabilidadde las estrategias de intervención por la vía de la especificidad o la excepción cultural. O bien, para acabar conlos ejemplos, podemos destacar la atención a un elemento tan fundamental como la naturaleza y la delimitaciónde la misión del servicio público en el ámbito de la comunicación y el conocimiento, y de su papel (su función, susobjetivos) ante el mercado, en los diversos modelos de sociedad.
La agenda de hoy, como la de ayer, está en permanente reconstrucción, atendiendo a problemas viejos quepermanecen, y a problemas nuevos que hunden sus raíces en el pasado. Tal vez el recuerdo y la revisión críticadel gran esfuerzo que supuso hace una generación el Informe MacBride nos pueda resultar estimulante y nosayude a calibrar la ambición y las energías que deberemos incorporar a nuestras actuaciones y a nuestrasrespuestas, si las queremos a la altura de los problemas a los que nos enfrentamos.
Joan Manuel TresserrasEditor de Quaderns del CAC
Introducción
Este monográfico de Quaderns del CAC, dedicado al XXV
Aniversario del Informe MacBride, es el resultado de una
colaboración entre el Consell de l’Audiovisual de Catalunya
(CAC) y el Institut de la Comunicació de la Universitat Autò-
noma de Barcelona (InCom-UAB)1. Su pretensión es revi-
sar, con la mirada puesta en los retos de la comunicación
en el siglo XXI, la aportación de uno de los documentos
sobre comunicación más influyentes de las últimas
décadas.
No es un documento académico, en el sentido estricto del
término, aunque sí tuvo importantes influencias aca-
démicas. Se trata de un documento impulsado por la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la
Ciencia y la Cultura (Unesco), cuyo valor emblemático nace
de su propósito de tratar de la comunicación desde una
perspectiva mundial, avanzándose a la idea, hoy mucho
más evidente, de la mundialización de la información y el
hecho de que la democratización de la comunicación debe
plantearse desde esa dimensión.
El presente monográfico se propone hacer una revisión
crítica del debate suscitado por ese documento y de las
resoluciones adoptadas por la Unesco para comprender
desde ellos los retos de la situación presente de la
comunicación. 25 años después, en el contexto de la
celebración de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la
Información (Ginebra 2003-Túnez 2005) se observan
importantes diferencias, pero también grandes similitudes
de fondo, especialmente en lo que respecta a la cuestión
básica de los desequilibrios comunicacionales.
Para emprender esta tarea de revisión crítica, hemos
considerado necesario articular el monográfico en cinco
apartados:
1. El primero, de carácter introductorio, incluye una pre-
sentación a cargo del consejero del Consell de l’Audiovisual
de Catalunya Joan Manuel Tresserras, en la que se expone
el porqué del interés que para este organismo regulador
tiene la experiencia del Informe. En este apartado también
se encuentra el presente texto, elaborado por los coordina-
dores del monográfico. Nuestra pretensión ha sido aportar
referencias sobre los antecedentes, el contenido y las
reacciones al Informe MacBride, procurando facilitar los
conceptos clave que permitan a los lectores una inter-
pretación contextualizada del mismo.
2. La segunda parte del monográfico ofrece la valoración
e interpretación actualizada del Informe por parte de una
veintena de expertos internacionales, a los que se solicitó
su visión panorámica y comparada con la situación actual.
Cabe citar que uno de estos expertos fue miembro de la
Comisión que elaboró el Informe MacBride, se trata del
tunecino Mustapha Masmoudi. Además, otros autores
fueron testigos directos de aquel proceso, concretamente el
venezolano Antonio Pasquali y el boliviano Luis Ramiro
Beltrán. Colaboran asimismo otros significados investigado-
res de América Latina, región que tuvo un especial
protagonismo en la génesis y desarrollo del Informe: Héctor
Schmucler (Argentina) y Enrique Sánchez Ruiz (México).
También se cuenta con el punto de vista de los expertos
asiáticos Eddie Kuo y Xu Xiaoge (Singapur), así como de
autores con una larga trayectoria en la investigación en
comunicación internacional y políticas de comunicación:
Hamid Mowlana y Andrew Calabrese (Estados Unidos),
El Informe MacBride, 25 años después. Contexto y contenido de un debate inacabado
Miquel de Moragas, Mercè Díez, Martín Becerra, Isabel Fernández Alonso
Miquel de Moragas, Martín Becerra, Mercè Díez, Isabel Fernández AlonsoCoordinadores del monográfico (InCom-UAB)
5Tema monográfico: El Informe MacBride, 25 años después. Contexto y contenido de un debate inacabado
6Quaderns del CAC: Número 21
Gaëtan Tremblay (Canadá), Kaarle Nordenstreng
(Finlandia), Armand Mattelart (Bélgica/Francia), Fernando
Quirós (España), Robin Mansell (Reino Unido), Patricio
Tupper (Francia), Claudia Padovani (Italia), Ulla Carlsson
(Suecia) y Daniel Biltereyst, en colaboración con Veva Leye
(Bélgica). Finalmente, también se ha incluido la perspectiva
de autores que han analizado la comunicación internacional
trabajando desde la problemática de las políticas de
comunicación de naciones sin estado: Ramón Zallo (País
Vasco), Miquel de Moragas y Josep Gifreu (Cataluña).
3. La tercera parte está dedicada a la comunicación
internacional actual. Valério Brittos (Brasil) hace referencia
a las condiciones de dependencia que afectan a la comu-
nicación moderna. Divina Frau-Meigs (Francia) analiza el
retorno de Estados Unidos a la Unesco, institución que
abandonó en los años ochenta en parte por su orientación
en temas de comunicación. Isabel Fernández Alonso
(España) presenta una revisión de la actual política de
comunicación de la Unesco. Finalmente, Martín Becerra
(Argentina), catedrático Unesco de Comunicación (InCom-
UAB) 2005, analiza las diferencias y los paralelismos entre
el Informe MacBride y la Cumbre Mundial sobre la Sociedad
de la Información. Fernández y Becerra son coeditores de
este monográfico.
4. La orientación del último apartado es fundamental-
mente testimonial. Por una parte, se reproduce un fragmen-
to de las memorias de Seán MacBride en el que reflexiona
sobre su experiencia al frente de la Comisión Internacional
para el Estudio de los Problemas de la Comunicación, que
elaboró el informe objeto de este monográfico. Por otra, se
recogen diversos testimonios de la prensa de la época
(tanto internacional como española y catalana), que de
manera generalizada acogió con hostilidad los trabajos de
la comisión. Estos testimonios se acompañan de un artículo
de Mercè Díez, también coeditora del monográfico, sobre el
tratamiento que la prensa internacional dispensó a la
Unesco entre 1974 y 1984, período clave de la discusión
sobre la comunicación internacional en este organismo.
5. El monográfico ofrece, finalmente, información biblio-
gráfica y enlaces a recursos disponibles en Internet para la
ampliación de informaciones.
Los editores de este monográfico agradecemos al CAC
que haya hecho posible esta edición, en parte homenaje a
quienes se esforzaron para abrir caminos a la democra-
tización de la comunicación y, en parte, llamada de atención
a los esfuerzos aún pendientes para hacer posible aquellos
mismos ideales en el nuevo siglo.
Antecedentes: del desarrollismo a las teorías dela dependencia
La Unesco en sus primeros años de existencia, y coin-
cidiendo con la Declaración de los Derechos Humanos de
1948, había centrado su atención en los temas relativos a la
libertad de información, uno de los pilares de aquellos
derechos fundamentales. Todavía estaba muy alejada de
una concepción integrada de las relaciones entre comuni-
cación, educación, cultura y tecnologías.
La Unesco de los años cincuenta (la URSS no se integró
en esta organización hasta 1954) siguió basando su filo-
sofía sobre la comunicación en aquellos postulados de
derecho de la información. El interés por la estructura de la
comunicación se despertó en los años sesenta con
la publicación de los primeros documentos estadísticos
sobre los mass media 2. A partir de estos trabajos y de las
aportaciones de distintas corrientes sociológicas (con el
protagonismo del funcionalismo) se empezó a elaborar lo
que sería la ideología, o paradigma dominante, en los estu-
dios de comunicación hasta la llegada del Informe MacBride
en 1980: la teoría desarrollista o de la modernización, entre
cuyos impulsores se cuentan los profesores estadouniden-
ses Daniel Lerner3 y Wilbur Schramm4. La Organización de
las Naciones Unidas adoptaba como propia esta teoría,
según la cual la diseminación del conocimiento y las
tecnologías de los países del Norte, así como la extensión
de la influencia de los medios de comunicación de esos
países, repercutiría directamente en el desarrollo de los
países del Sur. Así, la superación de unos umbrales
mínimos de acceso a medios de comunicación (por cada
100 personas diez ejemplares de diarios, dos asientos de
cine, cinco receptores de radio…)5 equivaldría a una
garantía de desarrollo general.
En los años setenta estos postulados empezaron a ser
claramente cuestionados por las nuevas teorías de la
dependencia que consideraban que la aplicación del
7Tema monográfico: El Informe MacBride, 25 años después. Contexto y contenido de un debate inacabado
modelo de comunicación “desarrollado” generaba depen-
dencia, y que el subdesarrollo de la periferia era requisito
necesario para el desarrollo del centro hegemónico.
Influyeron también las nuevas teorías educativas de Paulo
Freire6 y los autores de la nueva escuela de estudios de
comunicación en América Latina, ya libres de la inicial
influencia funcionalista e identificados con la teoría de la
dependencia que inicialmente formularon Fernando H.
Cardoso, Enzo Faletto y Celso Furtado, entre otros.
Exponentes de los primeros estudios de comunicación en
América Latina con esa matriz crítica fueron Luis Ramiro
Beltrán y Antonio Pasquali, con cuya colaboración
contamos en este monográfico.
Paralelamente, la Unesco empezó a abrir sus foros a
estos nuevos planteamientos, empezando por centrar su
atención en dos aspectos que resultarían fundamentales
para el enfoque futuro del Informe MacBride: las políticas de
comunicación y el estudio de los flujos informativos. Así, en
1970, la Conferencia General de la Unesco acordó un
programa de ayuda a los estados miembros para formular
sus "políticas nacionales de comunicación" y en 1972 se
organizaba en París la primera reunión de expertos en este
ámbito7. Unos años más tarde, en 1974, la Unesco publica-
ba un libro verdaderamente emblemático: Television Traffic.
A One-Way Street?, de Kaarle Nordenstreng y Tapio Varis,
que demostraba las desigualdades en el flujo informativo
internacional y aportaba nuevos argumentos a la teoría de
la dependencia.
Todo este proceso se desarrolla en el marco de la Guerra
Fría y, más concretamente, en el período de mayor expan-
sión del Movimiento de Países No Alineados. En 1973, el
mismo año en que se produce la primera de las
denominadas “crisis del petróleo”, se celebra en Argel la IV
Cumbre de Países No Alineados, que aprobó las líneas
programáticas de lo que se llamaría el Nuevo Orden
Económico Internacional. El concepto se basaba en la
constatación de las desigualdades en la distribución
mundial del trabajo y de la situación de dependencia de los
países subdesarrollados, y proponía una vía de desarrollo
independiente de los modelos capitalista y comunista. A
partir de aquí, se sucedieron las declaraciones en favor de
un sistema de relaciones diferente a nivel mundial en
materia de comunicación —lo que se denominaría Nuevo
Orden Mundial de la Información y la Comunicación
(NOMIC)— en los diversos debates sobre esta materia
realizados desde mediados de los setenta8.
El informe de la Comisión para el Estudio de losProblemas de la Comunicación
De la XIX Conferencia General de la Unesco, celebrada en
Nairobi en noviembre de 1976, emanó el mandato de crear
una comisión de expertos cuya misión sería el estudio de
los problemas de la comunicación. El encargo fue realizado
al entonces director general, el senegalés Amadou Mathar
M'Bow9. La Comisión Internacional para el Estudio de los
Problemas de la Comunicación fue constituida en 1977 bajo
la presidencia del irlandés Seán MacBride, una figura
prestigiosa y de consenso: era cofundador y presidente de
Amnistía Internacional (1961-75) y había recibido los
premios Nobel (1974) y Lenin (1977) de la Paz. En la
elección de los miembros de la Comisión se tuvieron en
cuenta criterios de pluralidad y representatividad tanto
ideológico-política como geográfica10. Además, el espectro
del perfil de los miembros de la Comisión era muy amplio:
desde personas relacionadas con el periodismo a diplomá-
ticos o escritores, no necesariamente familiarizados con el
estudio del sistema de comunicación a nivel internacional.
Para llevar a cabo su cometido, la Comisión contó también
con diversas aportaciones del ámbito académico11.
El Informe final de la Comisión, presentado a la XXI Con-
ferencia General, celebrada en Belgrado en 1980, consistió
en un voluminoso documento, de unas 500 páginas12,
articulado en torno a cinco grandes temas:
1. Comunicación y sociedad: dimensión histórica e
internacional.
2. Comunicación hoy: medios de comunicación, infra-
estructuras, integración, disparidades, propiedad y control.
3. Preocupaciones comunes: relativas a la circulación de
la información, al contenido y la democratización de la
comunicación.
4. El marco institucional y profesional: políticas de comu-
nicación, recursos materiales, investigación, profesionales
de la comunicación y normas de conducta.
5. La comunicación mañana: conclusiones y sugerencias,
y aspectos pendientes de una investigación más profunda.
8Quaderns del CAC: Número 21
La rigurosidad metodológica no es uno de los puntos más
destacables del documento, que además contaba con la
dificultad inicial de la amplitud e indefinición de los temas a
tratar. Aun así su contribución al debate sobre la comuni-
cación internacional fue trascendental:
a) Describe la situación de la comunicación en el mundo y
constata sus desequilibrios, desentrañando los vínculos
entre los problemas de la comunicación y las estructuras
socioeconómicas y culturales, lo que otorga un carácter
político a los problemas de la comunicación.
b) Elabora recomendaciones de carácter ético y de
defensa del derecho democrático a la comunicación, más
que propuestas concretas de políticas de comunicación o
de regulación.
c) Reconoce los derechos inherentes a la información:
participar en la producción (y no sólo en el consumo) de los
flujos informativos; garantizar la diversidad de voces res-
tringiendo los monopolios; defender los derechos de los
informadores y de la libertad de prensa, y apoyar el desarro-
llo de las infraestructuras necesarias para el desarrollo de la
comunicación en el mundo.
El documento, por su descripción-denuncia de los dese-
quilibrios, por su compromiso humanista con el derecho a la
información y por su referencia explícita al NOMIC se
alineaba con las voces críticas de la comunicación y, por
ello, fue duramente etiquetado como contrario al “libre
ejercicio de la información” por parte de las posiciones más
conservadoras y los grandes intereses industriales del
sector, incómodos con el discurso crítico, pero más indis-
puestos aún a aceptar que este discurso se pronunciara
desde un organismo intergubernamental como la Unesco.
Finalmente, en la citada XXI Conferencia General de la
Unesco se adoptó por consenso la resolución que
sancionaba el Informe. Se trataba, sin embargo, de una
decisión altamente retórica, ya que no comportaba la
adopción de propuestas concretas. Así, tal como Héctor
Schmucler inicia su aportación a este monográfico, en el
momento mismo de ser aprobado, el Informe MacBride
“comenzó a pertenecer al pasado”.
Paradójicamente, en la misma Conferencia General de
Belgrado se aprobó la resolución 4/19, que establecía las
bases del NOMIC —y cuya inoperatividad se iría confir-
mando con el paso del tiempo— y la creación del Programa
Internacional para el Desarrollo de las Comunicaciones
(PIDC), que retrocedía a un modelo de ayuda al desarrollo
más relacionado con el paradigma del desarrollismo que
con las ideas que inspiraron la reclamación de un NOMIC
por parte de los países del Tercer Mundo13.
En esa etapa de Guerra Fría, la Unesco se encontraba
constreñida por las dificultades para lograr el consenso y,
en consecuencia, el Informe MacBride se vio condicionado
por tres frentes, encabezados por Estados Unidos, la URSS
y los Países No Alineados. Como señala Mattelart en este
mismo Quaderns, las reacciones postMacBride respon-
dieron a oportunismos de distinto origen: EEUU, defendía la
doctrina del libre flujo de la información; la URSS,
instrumentalizaba las demandas de los No Alineados para
reafirmar su política de blindaje de fronteras, y los No
Alineados, que contaban entre sus filas con algunos países
que suscribían el NOMIC para camuflar las violaciones a la
libertad de expresión en su territorio. A todo esto hay que
añadir la posición de las grandes corporaciones, opuestas a
la regulación y al desarrollo de los medios públicos, y la
desarticulación de la sociedad civil. Las críticas al Informe,
en gran parte vertidas por la autodenominada “prensa libre”,
apenas si encontraron su contrapunto en círculos
académicos de limitada influencia.
Críticas y valoraciones
El Informe MacBride no implicaba facultad mandataria, ni
compromiso de los estados miembros de aplicación de sus
conclusiones, pero reclamaba, por lo menos retóricamente,
la necesidad de establecer políticas de comunicación
democráticas en defensa de la identidad y del desarrollo.
A pesar de ello, como señalan Daniel Biltereyst y Veva
Leye en este monográfico, el Informe consiguió convertirse
en un documento de referencia que llegaría a despertar
importantes críticas, tanto desde la izquierda intelectual,
como (sobre todo) desde posiciones conservadoras.
Las críticas conservadoras al Informe MacBride tienen un
doble frente, claramente articulado entre sí. Por una parte,
la posición política de Estados Unidos y el Reino Unido
respecto del Informe o, más específicamente, respecto de
9Tema monográfico: El Informe MacBride, 25 años después. Contexto y contenido de un debate inacabado
la política de la Unesco de apoyo al NOMIC. Por otra parte,
la movilización de ciertas asociaciones profesionales y de
grandes empresas del sector de la comunicación que ven
amenazada su posición dominante por las descripciones y
propuestas del Informe. De hecho, las reacciones contrarias
de estos sectores habían empezado anteriormente a la
conclusión de los trabajos de la Comisión, como se explica
en el artículo dedicado a la relación de la Unesco y la
prensa que se incluye en el cuarto apartado de este
monográfico.
En lo que respecta a las valoraciones académicas, uno de
los primeros autores en formular críticas desde posiciones
de izquierda fue Cees Hamelink (1980 y 1987), como
recuerda Kaarl Nordenstreng en su contribución a este
Quaderns. Desde esta perspectiva, el análisis realizado por
el Informe descontextualizaba la comunicación de la reali-
dad social, económica y cultural, eludiendo diversos aspec-
tos de controversia, tanto en los ámbitos de política interior
—ausencia de democracia en algunos países defensores
del NOMIC— como en el ámbito internacional —falta de
análisis del verdadero papel de las multinacionales de la
comunicación.
Las críticas también se refieren a la inutilidad —o la
ingenuidad— del documento. Nordenstreng nos recuerda
en este monográfico que muchas de las 82 recomendacio-
nes del informe, sino todas, jamás se aplicaron. Para
Schmucler “la multiplicación de documentos y declara-
ciones no lograron reorientar el camino que nos ha llevado
a un mundo cada vez más injusto y cada vez más violento”.
Otras lagunas señaladas en el Informe se han ido
agrandando con los nuevos factores que condicionan la
comunicación en los últimos años. Este es el caso del
“olvido” de las relaciones entre cultura y políticas de
comunicación, o la ausencia de la perspectiva de género o,
muy especialmente, la falta de referencia a la sociedad civil,
tema fundamental en el debate moderno cuya importancia
subrayan diversos autores de este monográfico (Calabrese,
Mattelart, Mowlana).
Sin embargo, Mustapha Masmoudi, integrante de la
Comisión MacBride, subraya en estas páginas el hecho de
que gran parte de las posiciones del Informe son hoy
reapropiadas por la sociedad civil. Para Mowlana, los
importantes cambios registrados desde la aprobación del
documento en 1980 hasta ahora suponen que “el debate
sobre información y comunicación que comenzó hace
varias décadas con el Informe MacBride no murió ni
disminuyó, sino que aparece inserto en un nuevo contexto
a escala global”.
En el mismo sentido, hay autores han señalado el valor
positivo de las ideas contenidas en el Informe. Claudia Pa-
dovani lo hace en estas páginas, coincidiendo con Mastrini
y de Charras (2004), quienes han señalado que “las ideas
contenidas en las cinco áreas claves del informe (…)
constituyen un aporte importante para legitimar la noción de
derecho a la comunicación, superador del ya obsoleto
concepto de libertad de prensa, y mucho más abarcador
que el de derecho a la información”.
Revisar lo sucedido con el Informe MacBride a 25 años de
su publicación constituye una tarea que atañe tanto a los
estudiosos como a los profesionales de la información y
también a los gestores de las políticas de comunicación.
Invitados a reflexionar sobre ello, Beltrán concibe el
documento final de la Comisión MacBride como “fruto de la
ecuanimidad acompañada por la prudencia”, en tanto que
Pasquali afirma que “el mejor pensamiento que piensa hoy
comunicaciones lo sigue haciendo, consciente o incons-
cientemente, empleando en menor medida vocabularios
forjados por diferentes escuelas y disciplinas y en mayor
medida un vocabulario “unesquiano” que salió de documen-
tos para iniciados para ser trasegado urbi et orbi justamente
por el Informe”. Por su parte, Gaëtan Tremblay señala que
“el Informe MacBride no se equivocó, sino que fue dejado
de lado y nunca fue implantado”. En un sentido similar,
Fernando Quirós defiende el contenido de un Informe cuyo
“diagnóstico era correcto y acertado”.
En relación a la vigencia del documento, Enrique Sánchez
Ruiz destaca que los rasgos enunciados por el Informe se
han agudizado desde entonces en un contexto de mayor
interdependencia e interconexión, en un esquema en el que
la expansión de los flujos culturales debería justificar una
mayor atención a las recomendaciones de hace 25 años.
En el mismo sentido, Valério Brittos describe la
profundización de la concentración de las actividades de
información y comunicación y el crecimiento de los
desequilibrios info-comunicacionales que fueran
oportunamente eje de los análisis de la Comisión presidida
por Seán MacBride. Otro de los colaboradores del presente
número, Ramón Zallo, constata la vigencia de al menos tres
10Quaderns del CAC: Número 21
tesis del “viejo” NOMIC: la importancia asignada a la
información y a su distribución en las sociedades
modernas, el flujo desigual de contenidos audiovisuales, y
la necesidad de garantizar la diversidad cultural, debate que
es reeditado actualmente a partir de la Declaración
Universal sobre Diversidad Cultural de la Unesco (2001).
En cuanto a los efectos del Informe, Eddie Kuo y Xu
Xiaoge destacan el “fuerte ímpetu” que dio a los medios
asiáticos para reclamar una voz propia que estuviese en pie
de igualdad con los medios occidentales. Por su parte,
Andrew Calabrese valora la previsión de una “globalización”
que, en lugar de significar la división entre los ciudadanos
del mundo, suponía reconocer nuestra común humanidad
en una propuesta de gestión de tensiones que aspiraba a
brindar una pauta de multilatelaridad hoy ausente. Por otro
lado, Miquel de Moragas y Josep Gifreu coinciden en
señalar el efecto beneficioso de aquel debate en las políti-
cas de comunicación de Cataluña en el postfranquismo.
La etapa postMacBride
El período “post MacBride” se convierte rápidamente en el
período de “olvido del MacBride” y de renuncia al NOMIC.
La llegada a la presidencia de Estados Unidos de Ronald
Reagan (1981) hacía aún más difícil cualquier posibilidad
de entendimiento de los diferentes polos en conflicto en el
seno de la Unesco, en gran parte por la visión unilateral (no
multilateral) de las relaciones internacionales del nuevo
gabinete presidencial norteamericano. Aunque el NOMIC
se había convertido en un tabú para la propia la Unesco, ya
no había posibilidad de reestablecer un clima de
entendimiento suficiente: en diciembre de 1983 Estados
Unidos anunció su retirada, que se hizo efectiva un año
después y que estimuló también la salida del Reino Unido
de la organización internacional. La marcha fue justificada,
en parte, por la deriva de la política de comunicación de
la Unesco, a la que los gobiernos de Ronald Reagan
y Margaret Thatcher acusaban de haberse convertido en
un ente burocrático y de atentar contra los cimientos de
las sociedades libres occidentales, particularmente contra
la libertad de prensa. La experiencia histórica ha ido
demostrando, sin embargo, que la razón más importante
de aquella retirada fue el abandono del multilateralismo
en la política internacional. En el apartado de este
monográfico dedicado a la perspectiva actual sobre la
comunicación internacional, puede encontrarse un artículo
de Divina Frau-Meigs sobre el retorno de Estados Unidos a
la Unesco en el que se hace referencia a las razones
previas que motivaron el abandono de esta organización
internacional.
A partir de la Conferencia General de 1987, tras el
reemplazo en la dirección general de M'Bow por Federico
Mayor Zaragoza, la Unesco adopta una nueva orientación,
denominada Nueva Estrategia de la Comunicación. Ésta
comportaba un retorno a la retórica de defensa de la libre
circulación de la información en el mundo, aunque también
del refuerzo de las capacidades de desarrollo de los países
menos adelantados, aunque sin poner en cuestión las
causas de las dificultades estructurales para conseguir
ambos objetivos. La Nueva Estrategia, aunque reconocía
los desequilibrios entre países, no reivindicaba un cambio
global en los procesos comunicativos. Se trataba más bien
de una propuesta pragmática, centrada en aportar solu-
ciones técnicas y fortalecer las infraestructuras y la
capacitación profesional. Su objetivo, además, era conse-
guir un nuevo clima en la Unesco, alejado de las ásperas
controversias de años anteriores.
El planteamiento técnico, que no cuestionaba las estruc-
turas internacionales, representaba una vuelta a la
orientación que tuvo la Unesco en los años 50 y 60. En este
contexto, el PIDC constituía un instrumento de la Nueva
Estrategia. Como sostiene Martín Becerra en estas mismas
páginas, el PIDC adopta la antigua matriz conceptual
“desarrollista” e incluso, “difusionista”. De todas maneras,
éste siempre ha dispuesto de escasos recursos y eficacia
en la transferencia tecnológica. Sus ayudas pueden
calificarse de insuficientes, de insignificantes, como se pone
de manifiesto en el artículo de Isabel Fernández Alonso
sobre las políticas de comunicación de la Unesco.
El MacBride y la CMSI
En este contexto, la ONU realiza la convocatoria de la
Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (Ginebra
2003–Túnez 2005). El organismo responsable de organizar
esta cumbre no es la Unesco, sino la Unión Internacional de
11Tema monográfico: El Informe MacBride, 25 años después. Contexto y contenido de un debate inacabado
Telecomunicaciones (UIT), ente de carácter más técnico y,
también, más cercano a los sectores empresariales e indus-
triales que participan de su dinámica de funcionamiento
institucional.
La Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información
(CMSI) constituye un espacio de debate a nivel interna-
cional sobre cuestiones políticas, tecnológicas, normativas
y organizativas de la información y, en tal sentido, fue
acogido como oportunidad por el sector de la sociedad civil,
que está representado en las deliberaciones. Desde la
creación de la ONU ha habido pocas convocatorias como la
presente en la CMSI y ello contribuyó a alentar expectativas
sobre el desarrollo de la Cumbre Mundial.
No obstante, las declaraciones oficiales de la CMSI en su
primera etapa distaron de satisfacer e incluir demandas del
sector de la sociedad civil, mientras que fueron apoyadas
por el sector corporativo privado y por las delegaciones
gubernamentales.
Uno de los ejes que sintetiza las diferencias de enfoque
manifiestas en la CMSI entre gobiernos y sector corporativo
privado por un lado, y sociedad civil por el otro, es el que
atañe a la comunicación. De hecho, mientras que en su
historia la ONU, fundamentalmente a través de la Unesco,
canalizó los debates internacionales sobre políticas de
comunicación, esta vez la CMSI ha omitido toda referencia
a la comunicación, con su connotación dialógica y su
potencial deliberativo y democratizador. En las páginas que
siguen, Patricio Tupper analiza las omisiones de la CMSI y
el peculiar papel de la UIT en la organización de la Cumbre
Mundial en el marco de la transformación de “ciertos
conceptos caros al Informe MacBride como acceso,
participación y derecho a la comunicación en nociones
meramente técnicas de “acceso digital”. También Padovani,
quien ha comparado las declaraciones oficial por un lado, y
de la sociedad civil por el otro, con el Informe MacBride,
concluye señalando que existe una mayor correspondencia
entre la posición de la sociedad civil y el Informe de 1980
que entre estos documentos y la Declaración Oficial de la
CMSI.
El sello de la UIT y su énfasis puesto en la diseminación
de infraestructuras, observando los temas de la Cumbre
desde la perspectiva tecnológica, destacan en los funda-
mentos de los documentos aprobados hasta ahora en la
CMSI, lo que ha motivado al sector de la sociedad civil a
redactar otra declaración. En la Declaración de la sociedad
civil se subraya, en cambio, que “la información y el
conocimiento se están transformando cada vez más en
recursos privados que pueden ser controlados, vendidos y
comprados, como si se tratara de simples mercancías y no
de elementos fundamentales de la organización y el
desarrollo social”, por lo que se reconoce “la urgencia de
buscar soluciones a estas contradicciones, ya que se trata
de los principales desafíos que se plantean en las
sociedades de la información y la comunicación” (Sociedad
Civil en la CMSI, 2003).
El interrogante que surge a propósito de la Declaración de
la sociedad civil —titulada “Construir sociedades de la
información que atiendan a las necesidades humanas”— es
si una Cumbre Mundial que está abocada a tratar la centra-
lidad de la información en las sociedades contemporáneas
(centralidad económica, cultural, social y política) puede
omitir la articulación e influencia ejercidas entre las políticas
de información y de diseminación tecnológica, las políticas
culturales y educativas, y las políticas comunicacionales y
del sector de medios de comunicación. Así como existe una
creciente convergencia en el plano de las tecnologías y de
las rutinas productivas entre las telecomunicaciones, las
industrias culturales clásicas y la informática, parece
razonable que el desarrollo de las políticas en estos sec-
tores tienda a hallar puntos de contacto y de mutuos
condicionamientos.
Los planteamientos de la Unesco sobre diversidad cultural
en las últimas dos Conferencias Generales (2001 y 2003),
en la Declaración Universal de 2001 y la preparación de una
convención sobre la protección de la diversidad de los
contenidos y expresiones de la cultura y el arte, procesos
contemporáneos a la celebración de la CMSI, pueden ser
analizados también a partir de las relaciones entre cultura,
comunicación e información. De hecho, en la definición de
cultura adoptada por la Unesco en la Declaración Universal
sobre Diversidad Cultural se advierte que hay lazos
inseparables entre las dimensiones cultural, comunicativa e
informativa: “La cultura debe ser considerada como el
conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales,
intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o
a un grupo social. Engloba las artes y las letras, los modos
de vida, las formas de convivencia, los sistemas de valores,
las tradiciones y las creencias” (Unesco, 2001).
12Quaderns del CAC: Número 21
De esta manera, la CMSI en su primera fase ni siquiera
encuadra las posiciones y declaraciones que sobre
diversidad viene construyendo la Unesco, a pesar de
tratarse en ambos casos de iniciativas desarrolladas en el
seno de las Naciones Unidas. El texto de Robin Mansell en
este monográfico destaca que tanto la Declaración de la
CMSI como su Plan de Acción cuentan con objetivos a ser
alcanzados hacia 2015, “pero casi todos ellos se refieren a
las tecnologías de información y comunicación antes que al
proceso de comunicación”.
La supeditación del factor cultural al factor tecnológico que
distingue la tendencia dominante en la CMSI, fruto de
controversias entre actores gubernamentales, del sector
corporativo privado y de la sociedad civil que afloran en la
preparación de la etapa tunecina de la Cumbre Mundial, es
un síntoma de la falta de apropiación de las recomen-
daciones del Informe MacBride a 25 años de su publicación
y aprobación en la ONU. A tal punto se destaca esa falta
que, para Mattelart, “se ha tejido una leyenda negra
alrededor del Informe y del tema NOMIC e incluso hoy,
dentro de la propia Unesco, pocos se atreven a recordar
estos antecedentes”.
Por limitaciones propias y por la influencia de un contexto
bipolar de Guerra Fría, con un anhelo de conversión del
mundo en un escenario de multilateralidad que fue
sepultado tras la ofensiva neoconservadora de los años
ochenta, el Informe MacBride no incluyó la participación
activa de la sociedad civil como recomendación de diseño y
ejecución de políticas de comunicación, así como no previó
la radical fragmentación mundial que, como señala García
Canclini (1998), es un rasgo inherente e inalienable de los
procesos globalizadores. No obstante, el Informe MacBride
trazó una hoja de ruta para la comprensión de los
problemas culturales que asignaba la prioridad a la
interacción social y concebía a las tecnologías como
herramientas al servicio de políticas.
La necesidad de garantizar la pluralidad y diversidad de
voces en un mundo cada vez más interconectado resume,
en el título del Informe MacBride, la inspiración humanista
de sus conclusiones. Es la necesidad de sostener esa
inspiración ante los desafíos actuales convocando a
respuestas renovadas, así como la convicción de que la
racionalidad técnica sólo se traduce operativamente en
viejas recetas de transferencia tecnológica que han
demostrado reiteradamente su ineficacia, lo que motiva la
edición del presente monográfico. Muchos de los más
prestigiosos autores del campo de las políticas de la
comunicación y la cultura asumen esa necesidad y honran
este esfuerzo con su inestimable colaboración y su
generoso testimonio.
Notas
1 Contará con ediciones impresas en catalán y en español,
también dispondrá de ediciones en línea (en catalán,
español e inglés), que serán difundidas, por los sitios web
del CAC (www.audiovisualcat.net/) y por el Portal de la Co-
municación del InCom-UAB
(www.portalcomunicacion.com).
2 Unesco (1963). Statistiques de la radiodiffusion et de la
television 1950-1960. París: Unesco.
Unesco (1979). Statistics on Radio and Television 1960-
1976. París: Unesco.
3 LERNER, D., (1958). The Passing of Traditional Society:
Modernizing the Middle East. New York: Free Press.
4 SCHRAMM, W. (1964). Mass Media and National
Development, The role of information in developing
countries. Urbana: University of Illinois Press. Este libro fue
reeditado en español, en 1967, bajo el título El papel de la
información en el desarrollo nacional (Quito: CIESPAL).
5 SCHRAMM, W. (1969), “El desarrollo de las comunica-
ciones y el proceso de desarrollo”, en PYE, L. W. (ed).
Evolución política y comunicación de masas. Buenos
Aires:Troquel (Resumen en:
www.nombrefalso.com.ar/materias/apuntes/html/schramm.html)
6 Recogidas en Pedagogia do oprimido (1968). São Paulo:
Editora Paz e Terra.
7 BELTRÁN, L. R., en entrevista concedida a Pensamento
Comunicacional Latinoamericano, volumen 1, nº 1, octubre
diciembre de 1999:
www2.metodista.br/unesco/PCLA/revista1/entrevista1.htm
8 Cabe citar, entre otras, las reuniones de expertos en
Bogotá (1974) y Quito (1975), la reunión interguber-
namental sobre políticas de comunicación en Costa Rica
(1976), el simposio sobre comunicación del Movimiento de
Países No Alineados en Túnez (1976). Con anterioridad, en
1969, se celebró en Montreal una reunión de expertos
auspiciada por la Unesco en la que se constató la situación
dependiente, tanto informativa como culturalmente, de los
países del Tercer Mundo, lo que se consideraba una
amenaza para sus señas de identidad. También se hizo
hincapié en la centralización de la producción comunicativa
en los estados más avanzados, y en la consiguiente
deformación en la construcción del mundo transmitida por
los media. Asimismo, se reclamó atención a las
necesidades propias de las áreas en desarrollo,
remarcando no podían entenderse desde la traslación de
las necesidades de los países desarrollados. A partir de la
reunión de Montreal la Unesco comenzó a cambiar sus
planteamientos sobre la información y la comunicación, lo
que motivaría el inicio de las disputas entre partidarios y
detractores de la libre circulación de la información.
9 Accedió a la dirección general en 1974 y fue sustituido en
1987 por Federico Mayor Zaragoza.
10 Con Seán MacBride formaron parte de la Comisión:
Mustapha Masmoudi (Túnez) —que colabora en este
monográfico—, Elie Abel (EEUU), Hubert Beuve-Mèry
(Francia), Elebe Ma Ekonzo (Zaire), Gabriel García
Márquez (Colombia), Sergei Losev (URSS), Mochtar Lubis
(Indonesia), Michio Nagai (Japón), Fred Isaac Akporuaro
Omu (Nigeria), Bogdan Osolnik (Yugoslavia), Gamal El
Oteifi (Egipto), Johannes Pieter Pronk (Países Bajos), Juan
Somavía (Chile), Boobli George Verghese (India) y
Betty Zimmerman (Canadá), que era la única mujer
integrante de la Comisión.
11 Entre ellas, las de Giuseppe Richeri (Italia), Cees Hamelink
(Holanda), Luis Ramiro Beltrán (Bolivia), Wilbur Schramm
(EEUU), Fernando Reyes Matta (Chile), Jean Schwoebel
(Francia), James D. Halloran (Reino Unido), Oswaldo
Capriles (Venezuela)...
12 Unesco (1980). Many Voices, One World. Report by the
International Commission for the Study of Communication
Problems. París: Unesco y Londres: Kogan Page.
Unesco (1980). Un solo mundo, voces múltiples. Informe de
la Comisión Internacional sobre problemas de la
comunicación. París: Unesco y México: FCE.
13 El PIDC fue ampliado en el II Plan a Medio Plazo (1984-
1989), confirmado en el III Plan a Medio Plazo (1990-1995)
y se mantiene aún vigente en 2005. Su misión es la
promoción de “medios libres y plurales” en los países en
desarrollo y en los países en “transición” (ver
portal.unesco.org/ci/en/ev.php-URL_ID=13270&URL_DO=
DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
Bibliografía
BELTRÁN, L. R (1993), “Comunicación para el desarrollo en
Latinoamérica. Una evaluación sucinta al cabo de cuarenta
años en La iniciativa de la comunicación”, IPAL, Lima.
Disponible en www.comminit.com/la/
pensamientoestrategico/lasth/lasld-754.html
CARLSSON, U. (2003), The Rise and Fall of NWICO – and
Then?: From a Vision of International Regulation to a
Reality of Multilevel Governance, mimeo, ponencia
presentada en el EURICOM Colloquium, Information
Society: Visions and Governance, Venecia, Italia, Mayo de
2003. Disponible en www.bfsf.it/wsis/cosa%20dietro%20
al%20nuovo%20ordine.pdf
GARCÍA CANCLINI, N. (1998), “La globalización en pedazos:
integración y rupturas en la comunicación”, en Diálogos de
la Comunicación nº 51, FELAFACS, Lima, p. 9-23.
Hamelink, Cees, (ed) (1980), Communication in the
Eighties: A Reader on the MacBride Report, Rome, IDOC
Internacional.
Hamelink, Cees, (1987) "MacBride with Hindsigth", en Peter
Golding y Phil Harris (Eds.) Beyond Cultural Imperialism,
Londres, Sage.
13Tema monográfico: El Informe MacBride, 25 años después. Contexto y contenido de un debate inacabado
Mastrini, Guillermo y Diego de Charras (2004), “20 años no
es nada: del NOMIC a la CMSI”, bibliografía de la cátedra
de Políticas y Planificación de la Comunicación de la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos
Aires, mimeo, 13 p.
Sociedad Civil en la CMSI (2003), “Construir sociedades de
la información que atiendan a las necesidades humanas”,
Declaración de la sociedad civil a la Cumbre Mundial sobre
la Sociedad de la Información, Ginebra, mimeo, 27 p.
14Quaderns del CAC: Número 21
15Tema monográfico: Rehabilitación de la Comisión MacBride: 25 años después
Atendiendo al deseo, expresado por la mayoría de los
estados miembros, de proceder a un examen de la totalidad
de los problemas de la comunicación en la sociedad moder-
na, el director general de la Unesco decidió, en 1977, crear
una comisión internacional ad hoc formada por dieciséis
expertos procedentes de diferentes horizontes, y cuya pre-
sidencia se confió a Sean MacBride (periodista irlandés).
El informe que se presentó después de tres años de
laborioso trabajo hirió la sensibilidad de algunos
responsables y fue impugnado durante algún tiempo, pero
numerosos observadores consideran hoy que este informe
debe rehabilitarse, dado su carácter premonitorio y su
singular reflejo en los trabajos de la Cumbre Mundial sobre
la Sociedad de la Información (CMSI). La comparación de
las conclusiones de este informe (redactado hace 25 años)
con las de la CMSI, en 2003, permite confirmar esta
realidad en la forma y en el fondo. En efecto, la clasificación
de los temas principales desembocó en la elección de
títulos casi idénticos; el análisis de las preocupaciones
condujo a las mismas tendencias cuando la misión del
intercambio se confió a los propios miembros asociados,
con especial mención a las ONG.
1. Títulos idénticos
La Comisión MacBride había publicado su Informe en 1980
con el título Un solo mundo, voces múltiples. Después de
analizar todos los aspectos de la comunicación internacio-
nal, los autores del informe separaron 82 recomendaciones
que reagruparon bajo los siguientes títulos (véanse las
páginas 315 a 338 de la versión francesa):
• Política de comunicación para la independencia y el
autodesarrollo.
• Refuerzo de las licencias para las tecnologías
apropiadas.
• Nuevas tareas sociales para los medios de
comunicación.
• Integración de la comunicación al desarrollo.
• El recurso a la ética y a las normas para la integridad
profesional.
• La democratización de la comunicación: componente
esencial del derecho humano.
• El refuerzo de la identidad cultural para la dignidad humana.
• El acceso a la información técnica: recursos esenciales
para el desarrollo.
• La promoción de la cooperación internacional para los
mecanismos adecuados.
• Miembros asociados de desarrollo: todos los actores
implicados.
Estos diez títulos, curiosamente, recuerdan los principios
fundamentales de la sociedad de la información que se
definen en la declaración de principios y el plan de acción
de la CMSI de diciembre de 2003.
Este parecido de forma se confirma en el fondo en cuanto
al análisis y las conclusiones.
2. Un parecido en el análisis de las preocupacionesy las conclusiones
El Informe de la Comisión MacBride insistía en los puntos
que hoy constituyen los pilares de la sociedad de la infor-
mación. En este contexto, deben recordarse tres títulos:
Rehabilitación de la Comisión MacBride: 25 años después
Mustapha Masmoudi
Mustapha MasmoudiMiembro de la Comisión MacBride (CIC)
y presidente de la Asociación Tunecina de Comunicación
1) Integración de los medios de comunicación y de lainformática para el desarrollo
La revolución de la información se ha de considerar
seriamente. La informática se ha convertido en parte
integrante de las comunicaciones y ofrece una importancia
fundamental para el desarrollo. Esto puede ir alcanzando,
gradualmente, todos los ámbitos: la actividad financiera y
administrativa, la gestión de las empresas, pasando por los
estudios de mercado, la vida bancaria, los seguros, la
agricultura, la educación, la medicina, la hidrología, etc.
Un ámbito nuevo de esta importancia corre el riesgo de
aumentar su dominio y de favorecer las tendencias
oligopolistas. Las estrategias de desarrollo deberían
incorporar políticas de comunicación de acuerdo con el
diagnóstico de las necesidades y con prioridades propias.
Todas las naciones se ven obligadas a tomar decisiones
difíciles respecto a las prioridades de inversión. Resulta de
vital importancia que las diferencias que subsisten en este
ámbito se reduzcan y se satisfagan progresivamente, de
aquí la necesidad de sostener el desarrollo de los países
menos avanzados en comunicación. Estas afirmaciones se
han extraído del Informe MacBride, igual que el párrafo
siguiente.
2) La democratización de la comunicación, componenteesencial del derecho humano
La Comisión MacBride había constatado un déficit en la
democratización de la información y había puesto de relieve
la importancia del artículo 19 de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, así como la necesidad humana de
tener derecho al acceso a las fuentes fiables. En efecto, el
intercambio de información entre los individuos, mediante
un sistema común de símbolos, ha sido siempre objeto de
interés para los teóricos de la comunicación. Constituye un
imperativo que el desarrollo de los nuevos medios de
comunicación se canalice hacia una democratización de la
información. Este desarrollo debe ir seguido del desarrollo
del derecho al conocimiento y a la especificidad de cada ser
humano y de cada grupo, desde la armonía con la
globalización que comporta el progreso permanente de las
comunicaciones.
Se trata, por tanto, de actuar internacionalmente para
crear una armonía entre las legislaciones internas y el
derecho internacional y favorecer la democratización de la
información, tanto en cada país como en las relaciones
entre estados. Los derechos humanos, cuya defensa es
una de las labores primordiales de los órganos de la
información, no sabrían existir fuera de la libertad de
expresión, de prensa, de información y de reunión.
3) Otras cuestiones importantesLa Comisión analizó a fondo las diferentes cuestiones
relativas a las comunicaciones binarias, y sus miembros
consideraron que era necesario adoptar códigos éticos
con la condición de que estos códigos fueran preparados
por los propios profesionales (tal y como estipulaba la
declaración de la Unesco sobre la contribución de los
medios de comunicación al refuerzo de la paz y de los
derechos humanos). También propusieron la
generalización de la instauración de un organismo como los
consejos de los medios de comunicación, ya que
consideraban que la creación generalizada de estos
organismos favorecería, al mismo tiempo, la participación
democrática y la supresión progresiva de las distorsiones
de la información.
Por otra parte, el derecho de autor se halla en el centro de
la internacionalización de intercambios, tanto como instru-
mento en el sector de las telecomunicaciones y de la
electrónica, como producto de los medios de información
escritos y audiovisuales. Pero la tendencia proteccionista
no debe ejercerse en detrimento de los países del Sur y de
la difusión de la información científica. Las ilegalidades
derivadas de la concentración de los medios de
comunicación deberían corregirse de acuerdo con una
mayor atención a las necesidades de las zonas rurales y a
los países menos desarrollados.
Estos estudios deberían llevarse a cabo para decidir los
medios de financiación necesarios y para hacer frente a la
escasez de recursos disponibles, y para ello se propuso la
creación de un centro internacional para el estudio y la
planificación.
La cuestión de la identidad cultural centró también los
debates, y por este motivo la Comisión Internacional de
Estudio de los Problemas de la Comunicación (CIC), o
Comisión MacBride, recomendó la promoción de las
condiciones de preservación de la identidad cultural de
cada una de las sociedades. Cada cultura evalúa su propia
identidad experimentando con otras culturas.
16Quaderns del CAC: Número 21
Estas recomendaciones sólo se citan a modo de ejemplo,
y todas las otras recomendaciones se asemejan a diversas
resoluciones adoptadas por la CMSI en su primera etapa en
Génova en 2003.
3. Para los mismos socios y los mismosmecanismos
La función atribuida a la sociedad civil en el proceso de
desarrollo de la información no es nueva. Por este motivo,
la reflexión ya se puso sobre la mesa en el seno de la CIC,
que convocó a cien expertos de todos los países para
participar en la reflexión común y elaborar estudios
específicos. Una de estas recomendaciones principales era
la organización, en 1979, en la sede de la Unesco, del
coloquio de las ONG sobre el derecho a la comunicación.
En efecto, más de noventa organizaciones de la sociedad
civil participaron en este coloquio para tratar los diferentes
aspectos de las políticas de la información. Los
participantes formularon numerosas recomendaciones de
diversa índole. Se pidió un esfuerzo particular de la
sociedad civil para promover la idea de la comunicación a
favor del desarrollo endógeno y para actuar para que los
nuevos medios de comunicación (los menos costosos y los
menos dependientes de las redes internacionales de
transmisión) no sean reservados ni acaparados por los más
fuertes.
Sólo después de haber recalcado la importancia de estas
cuestiones, los participantes del coloquio recomendaron a
las ONG que intervinieran para movilizar a la opinión
pública con el objetivo de garantizar el derecho a la
comunicación como un derecho de las personas. Según los
declarantes, el derecho a la comunicación se deduce del
artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, pero también deben añadirse nuevos elementos
al derecho a la información que ya existe.
Debe establecerse una distinción muy clara entre
información y comunicación, porque la comunicación
implica la idea de repartición de responsabilidades. Los
autores del Informe llegan a preferir la noción de derecho a
comunicar a la de derecho a la comunicación para remarcar
más el aspecto concreto de este derecho que debe cubrir
los intereses de los individuos, de los grupos, de los
pueblos y de los estados.
Por otra parte, los participantes destacaron la necesidad
de estudiar la posibilidad de crear un fondo internacional
para el desarrollo de la comunicación. Fueron los propios
representantes de la sociedad civil quienes, un año
después, participaron de forma activa en la conferencia
intergubernamental para el desarrollo de las redes de
comunicación y de sus contenidos (DEVCOM), organizada
a propuesta de la Comisión MacBride.
Conclusión
Resulta muy significativo que la sociedad civil retome, 25
años después, estas propuestas procedentes de los
representantes del mundo asociativo. A la luz de estas
primeras tendencias, puede resultar tentador concluir que el
Informe de la CIC, tan impugnado en el pasado por los
nostálgicos del monopolio, está a punto de ser rehabilitado
para que pase a ser un verdadero punto de referencia
actual para los responsables de la construcción de la
sociedad de la información y del conocimiento.
17Tema monográfico: Rehabilitación de la Comisión MacBride: 25 años después
19Tema monográfico: Una nueva lectura del Informe MacBride
Dos grandes progresos han caracterizado el estado de la
comunicación internacional y de las relaciones interna-
cionales durante las últimas décadas. En primer lugar,
desde principios de los años noventa se ha gestado un
nuevo orden global de la información y de la comunicación.
Este orden emergente ha substituido al antiguo régimen de
la información y la comunicación. Tanto en el fondo como
en la forma es diferente del que reclamaba hace tres
décadas —en los años setenta— el grupo de naciones no
alineadas y del Tercer Mundo, conocido en general como
Nuevo Orden Mundial de la Información y de la
Comunicación (NOMIC). Sin embargo, el nuevo orden de
las naciones industrializadas avanzadas fue el que
evolucionó como una quintaesencia a partir de una serie de
progresos econó-micos, políticos y tecnológicos, que
limitarían y bloquearían las demandas originales
propuestas por el Tercer Mundo.
En segundo lugar, desde el Informe MacBride de la
Comisión Internacional de Estudio de los Problemas de la
Comunicación (CIC) de los años ochenta, el mundo
también ha presenciado otra evolución fundamental: un
deseo, en realidad una búsqueda, de un nuevo orden
cultural que no se limita al simple concepto de
comunicación e información. Este nuevo discurso, que
podría convertirse en un gran debate internacional y
mundial, subordina los conceptos de comunicación e
información al concepto más amplio de cultura y ecología
social. Este discurso parte de la idea
de que aunque los primeros defensores del NOMIC
reconocieron y reorganizaron debidamente la interrelación
entre información y cultura, hicieron de los factores
tecnológicos, económicos y políticos el eje de sus
demandas.
Precisamente en este entorno, las fuerzas culturales han
entrado en juego mundialmente. Dado que las relaciones
internacionales se han expandido en múltiples intereses y
estructuras diferentes —militares, políticos, económicos,
culturales, etc.—, la cuestión de la ecología de la
comunicación, y el entorno sobre el que se establecen las
nuevas estructuras, ocupan un lugar preeminente. Las
luchas ideológicas, religiosas y espirituales de los últimos
años ponen de manifiesto la urgencia y la profundidad de
las fuerzas culturales en las relaciones internacionales. En
pocas palabras, el campo de batalla de la política
internacional ha abandonado el ámbito geográfico,
tecnológico y físico, y ahora se sitúa en los ámbitos
ideológico y cultural, con nuevos agentes e interlocutores.
El debate sobre el NOMIC, que dominó los años setenta,
tenía muchos rasgos fundamentales que ponían de
manifiesto sus puntos fuertes y sus puntos débiles. El
debate era ante todo una cuestión de enfrentaba a norte y
sur, donde Estados Unidos y los países capitalistas eran el
centro de las polémicas. El nuevo orden mundial emergente
incluye hoy día no sólo el Norte y el Sur, sino también el
conflicto y las polémicas dentro del mismo mundo
occidental e industrializado. Otro elemento del debate sobre
el NOMIC era la presuposición de que información era un
término universalmente entendido, cuyo significado era
fruto de una convención, lo que no era cierto. Quizás más
que otra cosa, el debate fue ante todo un proceso político
en plena Guerra Fría entre las dos superpotencias. Hoy, sin
embargo, no sólo encontramos opiniones divergentes sobre
el significado de la información y la cultura, sino también un
desacuerdo sobre la forma de legitimar los recursos
Una nueva lectura del Informe MacBride
Hamid Mowlana
Hamid MowlanaProfesor y director del Programa de Comunicación
Internacional de la Escuela de Servicios Internacionales de
la Universidad Americana (Estados Unidos)
políticos y económicos.
El debate sobre el NOMIC acarreó asimismo otras
repercusiones políticas, económicas y socioculturales.
Legitimó la comunicación y la información como grandes
áreas de discusión en las relaciones internacionales y
también en las organizaciones internacionales. También
aumentó la conciencia sobre la importancia de la
comunicación y la información en los ámbitos nacional y
local, lo que dio lugar a nuevas coaliciones y también a
opiniones divergentes.
Ni el debate sobre el NOMIC ni el Informe MacBride
trataron suficientemente las cuestiones sobre cultura,
espiritualidad o ética. El primer debate sobre el NOMIC se
centró sobre todo en cuestiones infraestructurales. La
importancia conferida a los aspectos políticos y económicos
excluyó las consideraciones culturales de la mesa de
debate. A raíz de la revolución islámica de Irán a finales de
los años setenta, cuando las cuestiones de cultura
adquirieron más importancia que la tecnología y el nuevo
orden cultural mundial se convirtió en el centro de atención,
se generó un segundo debate. La inclusión de la
cosmovisión islámica no fue objeto de debate hasta finales
de los años ochenta, cuando la ofensiva del Primer Mundo
contra la reivindicación de igualdad del movimiento de los
países no alineados provocó una gran dispersión de los
puntos de vista discrepantes. En la última década del siglo
XX, el declive del grupo no alienado y el hundimiento de la
Unión Soviética habían dejado la voz islámica como
principal contrapeso de Occidente.
Actualmente existen dos ideas poco claras pero visibles
del nuevo orden mundial de la comunicación y la cultura.
Una es la versión oficial y divulgada de Estados Unidos y
una serie de países europeos altamente industrializados
bajo la bandera de la infraestructura nacional de la
información y la infraestructura mundial de la información.
Estas nuevas infraestructuras, ya en funcionamiento,
prevén una economía de mercado sin ninguna restricción,
la globalización de la información por parte de las
multinacionales occidentales dominantes, y coaliciones
militares y geopolíticas constituidas por una serie de
estados que utilizan su poder para controlar al resto. La otra
es la no oficial, menos divulgada, y a menudo un
llamamiento desesperado para un nuevo orden cultural y el
acceso a la información por parte de grupos, naciones y
ciudadanos menos afortunados. La cuestión básica en la
nueva era cultural y de la comunicación reside en quién
posee y controla la producción y la distribución de la
información, con qué propósito y con qué intención y en qué
condiciones y con qué valores.
En resumen, en este espacio de veinte años que ha
pasado desde el Informe MacBride, el mundo de la
información y la comunicación ha cambiado mucho. Se ha
caracterizado, en primer lugar, por un clima de competencia
feroz entre las economías industrializadas de Europa,
Estados Unidos y Japón y, en segundo lugar, por una serie
de acuerdos tecnológicos y financieros, hechos que han
creado el fundamento del nuevo orden global emergente de
la información y de la comunicación, que se centra en las
potencias económicas occidentales. Mientras que el debate
sobre el NOMIC se desarrolló en foros como el comité
espe-cializado sobre información y comunicación de las
Naciones Unidas y la Unesco, el nuevo orden emergente se
examina en escenarios como la Organización Mundial del
Comercio (OMC) y la Organización Mundial de la Propiedad
Intelectual (OMPI). Vinculada a la retórica y la conducta de
la política internacional durante este período encontramos
la prueba convincente de la interrelación de la ideología y la
tecnología y, con ello, un llamamiento directo o indirecto de
los individuos y los estados-nación para una nueva ecología
de la información que se centre en la cultura. Por este
motivo, el debate sobre la información y la comunicación
que empezó hace algunas décadas con el Informe
MacBride no sólo no ha muerto ni ha disminuido, sino que,
en realidad, ha entrado en un nuevo contexto de escala
mundial. Ha creado nuevas alianzas y normas. Este nuevo
orden emergente está sustituyendo al antiguo régimen de la
comunicación internacional por un debate intenso sobre
aspectos culturales e ideológicos que aún está por
construirse.
20Quaderns del CAC: Número 21
21Tema monográfico: El Informe MacBride, siempre de actualidad
La reivindicación de un Nuevo Orden Mundial de la
Información y de la Comunicación (NOMIC), expresada por
los países no alineados desde mediados de los años
setenta, culminó con la emisión por parte de la Unesco, en
1980, del informe titulado Un solo mundo, voces múltiples,
llamado habitualmente Informe MacBride. El informe se
publicó en un contexto internacional poco favorable,
caracterizado por una guerra fría agonizante pero
exacerbada, y el avance de la ideología neoliberal. La
acogida con simpatía que obtuvo en algunas regiones del
mundo no sirvió para oponerse al ambiente negativo que
terminó por condenarlo al aislamiento. Pasados 25 años,
¿qué nos queda de las propuestas del Informe MacBride?
¿Ha cambiado el orden del mundo informático y de las
comunicaciones? ¿Tiene sentido hoy el proyecto de
renovación del que era portador?
La reclamación de un orden más justo, de intercambios de
información más equilibrados, la exposición de las necesi-
dades de infraestructuras comunicativas de los países del
Sur y la afirmación del derecho a la comunicación
condujeron en un primer momento a los países miembros
de la Unesco a adoptar un Programa Internacional para el
Desarrollo de la Comunicación (PIDC). Pero los posiciona-
mientos bipolares, dirigidos por los imperativos de la guerra
fría, contribuyeron a que algunos países occidentales, con
Estados Unidos a la cabeza, percibieran el NOMIC como
una estrategia de los países del bloque del Este. La crisis
que se produjo en el seno de la organización internacional
alcanzó su paroxismo con la retirada de los EE.UU. en
1984, alegando oficialmente el motivo de la mala gestión.
Un año después de hacerse público el Informe MacBride,
Margaret Thatcher se instala en la dirección del Gobierno
británico y Ronald Reagan llega a la Casa Blanca. Este
Informe de izquierdas, heredero de dos decenios de
protesta y de reivindicación, ve la luz en el momento en que
empieza el potente ascenso de la derecha conservadora
inspirada en las teorías de Friedrich Hayek, relevadas por
los seguidores de la Escuela de Chicago. En Occidente, la
influencia del Informe MacBride es barrida desde el prin-
cipio por una oleada de conservadurismo que reclama en
todo el mundo la libre circulación de ideas y bienes materia-
les, y la desreglamentación —o aún más— la rereglamenta-
ción de las comunicaciones como las del transporte aéreo,
para servir mejor los intereses corporativos de los grandes
grupos multinacionales.
El Informe MacBride proponía un esfuerzo colectivo
inmenso para permitir a los países desfavorecidos
satisfacer su atraso en materia de equipos de información y
comunicación. Aspiraba a la instauración de un sistema de
intercambios más justo y más equitativo, apelando a la
solidaridad humana. La ideología hegemónica de la época
opuso el mercado y el librecambio como soluciones
universales a los males del mundo.
El Informe no fue nunca un best-seller. Sólo tuvo en la
escena internacional una repercusión comparable a la que
benefició al informe Nora-Minc en Francia. Obtuvo, no
obstante, un éxito de apreciación en los círculos
intelectuales y académicos, especialmente en las regiones
desfavorecidas y en algunos países pequeños, sin
demasiada influencia en la gestión de los asuntos
mundiales. En Quebec, por ejemplo, la coyuntura política e
ideológica le ofreció un terreno de acogida más favorable.
El Informe MacBride, siempre de actualidad
Gaëtan Tremblay
Gaëtan TremblayProfesor del departamento de comunicaciones
de la Universidad de Quebec (Canadá), director del Centro
de Estudios e Investigación de Brasil (CERB) y codirector
del Grupo de investigación interdisciplinaria sobre
la comunicación, la información y la sociedad (GRICIS)
La derecha conservadora no había causado nunca tantos
estragos como en otros países occidentales. La oposición a
la guerra de Vietnam había sembrado las semillas de una
desconfianza tenaz ante los objetivos imperialistas
americanos. Quebec constituyó un terreno fértil para las
experimentaciones de los medios de comunicación con
finalidades de educación popular y de animación social, que
convergían con las nuevas ideas expresadas en el Informe
MacBride. La ideología de la participación, muy difundida
en los entornos académicos, los sindicatos y las
asociaciones, se encontraba en la fase de las aspiraciones
a la justicia social y a la democracia participativa, que
constituían sus fundamentos.
Un informe del ministro de comunicaciones evocaba
también, en junio de 1971, el derecho inalienable de todos
los ciudadanos de Quebec a la comunicación según sus
necesidades culturales, sociales, económicas y políticas, y
la obligación del Estado de dotarse de un sistema moderno
de comunicaciones que le permitiera asumir plenamente
sus responsabilidades hacia la población de Quebec. El
adelanto fue, sin duda, muy progresista. Sin que se sepa
exactamente por qué motivos, el informe anual del
ministerio, a partir de 1972-73, abandona esta formulación
en términos de objetivos y hace desaparecer cualquier
mención al derecho de los ciudadanos a la comunicación.
Se contenta a partir de ese momento con enumerar en un
lenguaje completamente neutro las atribuciones del
ministerio.
¿Se ha engañado el Informe MacBride en su inter-
pretación del estado del mundo y de las tendencias que en
él se manifiestan? ¿Ha fracasado el NOMIC? ¿Han queda-
do obsoletas sus recomendaciones o conservan toda la
actualidad?
El mundo de la información y de las comunicaciones ha
cambiado mucho en un cuarto de siglo. Las innovaciones
tecnológicas se han sucedido rápidamente a partir de
principios de los años ochenta: la microinformática, la
cabledistribución, internet, etc. Hoy resulta fácil reprochar a
los autores del Informe MacBride no haberlo tenido en
cuenta, pero ¿quién podría haberlo contemplado? ¿Qué
valor tienen hoy las previsiones promocionales o proféticas
sobre la ciudad cableada, el colegio invisible, el desarrollo
para la microinformática y otros antojos? Las innovaciones
se han extendido, pero no han comportado las transfor-
maciones sociales, culturales, económicas y políticas
inherentes.
De hecho, el Informe MacBride no se ha equivocado, ha
sido arrinconado. El NOMIC no ha sido un fracaso, nunca
se ha implantado.
Algunos progresos, ciertamente, se han registrado a lo
largo de las últimas décadas. La cadena Al Jazeera y sus
émulas proporcionan ahora otra voz a los países del Sur,
más concretamente al mundo árabe. El acceso a internet,
allí donde se ha expandido, abre nuevas posibilidades de
difusión y de intercambios. Pero, en conjunto, el diagnóstico
aportado por el Informe MacBride conserva desgracia-
damente toda su actualidad. La diferencia entre los países
ricos y los pobres, lejos de suprimirse, se ha agravado aún
más con la difusión de las nuevas tecnologías. Que ahora
se hable de brecha digital, de foso numérico, más que de
intercambios desiguales, no cambia mucho la cuestión.
La Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información
organizada por la ONU ha permitido apreciar el alcance de
la profundidad de este desequilibrio. Si la buena voluntad se
ha manifestado ampliamente en Génova, se han anunciado
oficialmente muy pocos compromisos concretos. La ronda
de Túnez debería de permitir apreciar su gravedad a la
comunidad internacional, y en especial a los países de-
sarrollados, en sus aspiraciones hacia un mundo más justo
y más equilibrado en materia de información y de
comunicación. ¿Se vislumbra un Nuevo Orden Mundial de
la Información y de la Comunicación? Deseamos un futuro
más radiante que el que se le reservó al NOMIC de 1980.
MacBride y sus colegas serán los primeros en alegrarse.
22Quaderns del CAC: Número 21
23Tema monográfico: El Informe MacBride: su valor para una nueva generación
En 2005 se cumplen 25 años del informe de la Comisión
Internacional de la Unesco de Estudio de los Problemas de
la Comunicación, Un solo mundo, voces múltiples, más
conocido como Informe MacBride. Este informe se elaboró
en un contexto mundial muy distinto al actual. En 1980, la
Guerra Fría ejercía una enorme influencia sobre las alian-
zas geopolíticas y la decisión de ser un país no alineado
partía de esta gran polaridad. El Informe MacBride y el
consiguiente llamamiento a un Nuevo Orden Mundial de la
Información y de la Comunicación (NOMIC) precipitaron la
decisión del Gobierno de Estados Unidos de retirarse de la
Unesco. En una carta del 28 de diciembre de 1983, el
secretario de Estado de la Administración Reagan, George
Schultz, explicaba al director general de la Unesco,
Amadou Mahtar M’Bow, los motivos de la retirada de
Estados Unidos. Schultz concedía la misma importancia a
la mala administración y a “la inyección de objetivos
políticos fuera del alcance de la empresa conjunta” (Schultz
1984, 84). Lo que quedaba claro para todos los que tenían
alguna cosa que ver en la cuestión era que la decisión se
había tomado en nombre de los grandes medios de
comunicación y de los intereses del sector de las
telecomunicaciones de Estados Unidos. Schultz, después
de afirmar que el gobierno de Estados Unidos, “junto con el
pueblo americano en general” (p. 82), creían en la
constitución de la Unesco, decía que “tenemos previsto
utilizar los recursos que dedicamos actualmente a la
Unesco a fomentar otros medios de cooperación” (p. 84).
Esta retirada restó legitimidad a las iniciativas multilaterales
de articulación de principios rectores de los medios de
comunicación globales que no se guiasen exclusivamente
por la lógica del mercado.
La posición ideológica detrás de la decisión de Estados
Unidos se ha mantenido durante muchos años en la política
interior y exterior sobre medios de comunicación de este
país. En 1983 Mark Fowler, presidente de la Comisión
Federal de Comunicaciones de Estados Unidos durante la
Administración Reagan, dijo en un discurso que la televisión
era una “tostadora con imágenes”. Según Fowler, los
gobiernos no debían conceder una consideración ni un
tratamiento especiales a la cultura en general, incluidos los
medios de comunicación, en comparación con otros ámbi-
tos del comercio (Mayer 1983). La lógica que esconde esta
concepción es que los gobiernos no han de intervenir para
modelar o alimentar la cultura y que corresponde al
mercado, únicamente, regir la cultura. No es cierto, sin
embargo, que un gobierno que responde a los intereses de
las grandes empresas sea un gobierno que favorezca
necesariamente un mercado libre y competitivo (Calabrese
2004a). La concepción de mercado era coherente con la
retirada de Estados Unidos de la Unesco, una organización
que se había convertido en un foro de iniciativas
multilaterales para oponerse al dominio en el mercado de
los grandes medios de comunicación sobre la producción y
la distribución cultural. Pese a la resistencia que muchos
países han opuesto al tener que someter las prácticas
culturales a la disciplina de las políticas neo(liberales) o de
mercado del comercio y la inversión, Estados Unidos han
aplicado sin tregua una política exterior de medios de
comunicación precisamente con este objetivo (Calabrese y
Redal 1995). Como Estados Unidos no podían controlar las
recomendaciones de la Unesco, y como ésta (a través del
Informe MacBride) recomendaba posiciones contrarias a
las posiciones ideológicas y los intereses económicos de
Estados Unidos, resulta lógico que éstos actuaran conforme
a lo que afirmó el secretario de Estado, George Schultz, es
El Informe MacBride: su valor para una nueva generación
Andrew Calabrese1
Andrew CalabreseProfesor asociado a la Universidad de Colorado (EE.UU.)
decir, “buscar otros medios de cooperación”. Si bien Schultz
no anticipó cómo iba a implantarse esta cooperación, los
esfuerzos de Estados Unidos por poner fin a la excepción
cultural dentro de la Organización Mundial del Comercio
(OMC) constituyen una prueba clara de la trayectoria
decidida en la política exterior de los medios de comunica-
ción estadounidense durante los últimos 25 años, pese su
reciente reingreso, aparentemente incongruente, en la
Unesco.
Actualmente, las modernas tecnologías de los medios de
comunicación, particularmente internet y la comunicación
por satélite, se han convertido en la infraestructura que ha
hecho posible un nuevo sistema de mercado mundial y un
nuevo contexto para la difusión de las ideas políticas,
económicas y culturales. Con estos nuevos poderes han
surgido oportunidades para eliminar la pobreza mundial y
una mayor capacidad de los ciudadanos de todo el mundo
de ser testimonios de las violaciones de los derechos
humanos, pasen donde pasen, y de combatirlas. Aparte de
los muchos cambios positivos, no obstante, también hay
peligros que deben evitarse, sobre todo los usos de los
nuevos medios de comunicación para violar la dignidad y la
humanidad de otras personas a partir del engaño público, la
explotación económica, la vigilancia y la represión políticas
y otros abusos de poder.
La decisión de los Estados Unidos de reincorporarse a la
Unesco no debe sorprendernos. Desde 1984, los dirigentes
de la ONU han trabajado diligentemente para que Estados
Unidos regresara al foro, hasta el punto de rechazar el
propio pasado de la organización. Thérèse Paquet-Sévigny,
vicesecretaria general de información de la ONU en 1990,
expresó claramente una posición contraria al NOMIC que
coincidía con la política y la ideología oficial de los Estados
Unidos: “Durante muchos años, el debate internacional
sobre la información y la comunicación no propició ningún
acuerdo sobre un planteamiento común. Sólo me refiero a
algunas de las discusiones, por ejemplo, sobre los
conceptos de un nuevo orden mundial de la información,
que, a los ojos de muchos interlocutores del campo de la
comunicación, han perjudicado los esfuerzos internacio-
nales por construir una sociedad mundial de la información”
(Paquet-Sévigny, citada en Roach 1997, 116). El camino
hacia una sociedad mundial de la información no era ni es
algo que deba construirse de una determinada manera, co-
mo da a entender esta afirmación. Pero a raíz de la retirada
de Estados Unidos, los representantes de la Unesco han
tratado de subordinar las antiguas pretensiones de
liderazgo moral de aquella organización a un liderazgo de
contemporización y conciliación, un cambio en el que se ha
abrazado la visión oficial estadounidense sobre cómo ha de
ser una sociedad mundial de la información. Para el
gobierno de Estados Unidos, y para los gobiernos de otros
países ricos, la labor política para el futuro debe consistir en
diseñar la destrucción creativa de los estados del bienestar
y en redirigir las iniciativas de la política nacional para
construir una sociedad mundial de la información neoliberal
(Calabrese 1997, 1999a, 1999b). Esta labor se ha basado
en un giro intelectual en el pensamiento económico desde
Keynes hasta Hayek. La Unesco se ha ajustado, en cuanto
a la idea de la sociedad mundial de la información, a esta
agenda y ha aceptado un marco ideológico favorable a la
OMC, o cuando menos, no ha mostrado una oposición
significativa. En este contexto, la Unesco no sólo ha perdido
buena parte de su antigua importancia como foro de
deliberación sobre la normativa mundial en materia de
medios de comunicación, sino que ha dejado de ser un
símbolo contra las normas culturales del neoliberalismo.
Ahora que la Unesco ya no conduce el eje del discurso
mundial sobre la normativa de los medios de comunicación,
las iniciativas para desarrollar principios democráticos de
regulación mundial de los medios de comunicación han
tenido que buscar otros foros, como la Cumbre Mundial
sobre la Sociedad de la Información (CMSI).
La CMSI, que se reunió en Ginebra en 2003 y culminará
en Túnez en noviembre de 2005, representó para muchas
personas de todo el mundo, en particular del Sur, una
nueva esperanza para conseguir un progreso importante en
la articulación de normas mundiales y políticas relacionadas
con el ámbito de los derechos de la comunicación. La
creación de normas mundiales, o por lo menos transnacio-
nales, no es un fenómeno reciente, si bien el grado de
participación pública en los foros normativos mundiales va
en aumento. Se ha dicho que esta mayor participación es la
voz de la sociedad civil —aquella parte de la vida social que
muchas veces está separada del estado y del sector
empresarial— en la generación de un discurso público
mundial sobre el futuro de los derechos de la comunicación
y las normativas mundiales que se necesitan para
24Quaderns del CAC: Número 21
garantizarlos. Son evidentes los desacuerdos sobre el
grado de unión de la voz de la sociedad civil, dada la
heterogeneidad inherente que caracteriza la historia de la
misma idea de sociedad civil, y dado el amplio abanico de
cuestiones que se trataron en la CMSI bajo la bandera de
aquella idea (Calabrese 2004b). Entre esas cuestiones se
encuentran los derechos de la comunicación de los grupos
indígenas, los trabajadores, las mujeres, los niños y las
personas discapacitadas; la propiedad intelectual; los
medios de comunicación colectivos; el software de código
abierto; el acceso a la información y los medios de
comunicación; la ciudadanía global y muchos otros
(Declaración de la Sociedad Civil 2003). En la CMSI de
Ginebra quedó claro que existía una considerable voluntad
política de crear y mantener una presencia efectiva que
representara a la sociedad civil en un proceso que, en
nombre de la legitimidad, estaba aparentemente abierto a
múltiples interlocutores. Aparte de las cuestiones perma-
nentes sobre la viabilidad, la implantación y el cumplimiento
del plan de acción de la CMSI, uno de los mayores retos de
la representación no gubernamental y no empresarial en
futuros foros normativos mundiales, como la segunda fase
de la CMSI, estará relacionado sin duda con la cuestión de
la sostenibildad: ¿en qué medida será sostenible la
participación normativa por la coalición contingente de la
sociedad civil que se ha unido, con carácter circunstancial,
como respuesta a una cumbre importante? ¿Pueden
mantener la longevidad, la receptividad y la legitimidad sin
las ayudas institucionales y financieras que están al alcance
de las empresas y los grupos comerciales? ¿El poder de la
colaboración en red que ha permitido a esta coalición
reivindicar un espacio legítimo en el proceso de la CMSI,
será un poder que seguirá ofreciendo una plataforma para
que las diferentes voces puedan ser escuchadas y tenidas
en cuenta cuando la cumbre haya terminado?
Han cambiado muchas cosas desde que se publicó el
Informe MacBride, no sólo en la política mundial, sino
también en la comunicación mundial. El año 2005 y la CMSI
no son un punto y aparte en el diálogo mundial sobre el
derecho a comunicar, pero sí que este año es una buena
ocasión para conmemorar el legado político del Informe
MacBride. Pese a las limitaciones geopolíticas que filtraron
las aportaciones de sus autores, éstos tuvieron la previsión
de esperar una especie de globalización que, más allá de
representar divisiones entre los ciudadanos del mundo,
reconociera nuestra humanidad común. Con todos sus
defectos, por los cuales los activistas progresistas de la
comunicación, como es lógico, se han distanciado durante
los últimos 25 años, el Informe MacBride proyecta un
espíritu de optimismo en torno a la idea de que un mundo
mejor es posible, de la importancia de las instituciones
públicas como medio para garantizar la justicia mundial en
el ámbito local, nacional y transnacional, y del valor de la
comunicación mundial como medio de conocimiento,
entendimiento y respeto mutuo. Por estas razones, la nueva
generación de defensores de los derechos de la
comunicación debería celebrar el aniversario del Informe
MacBride y entender la complejidad de su legado.
Notas
1 Andrew Calabrese es profesor asociado de la Universidad
de Colorado. Sus libros y artículos se centran en la política
y la normativa sobre comunicación. Recibió el premio
McGannon de investigación sobre política de la
comunicación y fue becario Fulbright en Eslovenia.
Calabrese dirige la colección “Critical Media Studies:
Institutions, Politics and Culture”, para Rowman y Littlefield,
que recientemente volvió a publicar el Informe MacBride en
conmemoración de su 25º aniversario.
25Tema monográfico: El Informe MacBride: su valor para una nueva generación
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EE. UU., George Schultz, al director general de la
UNESCO, Amadou-Mahtar M’Bow, donde anunciaba la
decisión del Gobierno de los Estados Unidos de retirarse de
la UNESCO (28 de diciembre de 1983). Journal of
Communication, 34(4), 82, 84.
26Quaderns del CAC: Número 21
27Tema monográfico: Sean MacBride: XXV aniversario de la aprobación del Informe Un solo mundo, voces múltiples
La elección de Sean MacBride, en 1977, para presidir la
Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de
la Comunicación, fue uno de los grandes aciertos del
director general de la Unesco de aquel entonces Amadou
Mathar M’Bow (el otro y ni tan menor -al que quisiera rendir
aquí homenaje- fue el haber puesto a Acher Deleon al
frente del Secretariado redactor/editor del Informe). Sin
mencionar otros detalles de su impresionante curriculum,
MacBride llevaba la doble y merecida aureola de Premio
Nobel de la Paz (1974) y de Premio Lenin de la Paz (1977)
y venía de concluir una exitosa misión de Comisionado de
la ONU en Namibia. Emanaba de su penetrante mirada,
mitad hacia fuera mitad hacia adentro, de su cristalino
inglés y de su francés parisino (su voz puede oirse en
www.nobelprize.org/peace/laureates) la reconfortante fasci-
nación de quien manteniéndose conectado como pocos a
realísimos, grandes y crueles problemas, no renuncia ni por
un instante a la utopía real de una humanidad pacificada ni
desespera de una mediación siempre posible. Sabía y
entendía perfectamente que la comunicación era uno de los
más álgidos problemas de nuestra época, logró montar el
magistral Informe Un solo mundo, voces múltiples en plena
Guerra Fría, y dejó impreso en él el poderoso sello de su
humanitas. El que todos, espontáneamente, lo hayamos
rebautizado El Informe MacBride, da fe de ello.
El hecho de que estemos celebrando el vigésimo quinto
aniversario de su aparición con ánimo de homenaje debido,
responde a la pregunta de su posible impacto. Cientos, tal
vez miles de ponderosos informes internacionales han
pasado en este cuarto de siglo a los archivos, muchos a los
archivos muertos. El Informe MacBride sigue siendo
referencia esencial para cuantos se ocupan de comunica-
ciones, y si bien a veces pudiera resultar más citado que
leído (pero esto sucede también con Clausewicz y los
Evangelios, Maquiavelo o Marx), lo cierto es que ignorar
hoy su existencia entre comunicólogos es lanzar una
nefasta señal de ignorancia y desfase.
Multiples razones explican la supervivencia y lozanía de
este delicado trabajo colectivo. Estimo, a título personal,
que una de las más funcionales fue que el equipo redactor
supo evitar los encandilamientos tecnológicos para ir
directo a la substancia moral, social y política del problema.
No es que falten en él estadísticas y referencias tecno-
lógicas, e incluso prospecciones en buena parte acertadas,
pero en lo medular el Informe evita la tentación futurológica
de contarnos cómo sería el mundo de confirmarse ciertas
tendencias (hoy sería ilegible), para atacar con armas y
pertrechos el milenario tema de la humana relacionalidad
en ámbitos tecnológicos y políticos contemporáneos: su
gran ouverture se titula Comunicación y Sociedad y sus
conclusiones se explayan en temas del género conse-
cuencias sociales, democratización de la comunicación o
cooperación internacional. Invoco pues la misma razón que
hace de la Física de Aristóteles una obra científica
terriblemente demodé, y de su Etica Nicomaquea una obra
moral dramáticamente actual. Al Informe MacBride lo salvó
de la desactualización el haber anclado la comunicación
contemporánea, con sus fulguraciones tecnológicas, sus
estados felones, sus multinacionales prevaricadoras y sus
Guerras Frías, no ya a su devenir tecnológico sino a las
imperecederas interrogantes de la relacionalidad humana,
de la presencia del otro, de la intersubjetividad, de los
derechos del hombre.
Me atrevería a afirmar también que el mejor pensamiento
que piensa hoy comunicaciones lo sigue haciendo, cons-
ciente o inconscientemente, empleando en menor medida
Sean MacBride: XXV aniversario de la aprobación del Informe Un solo mundo, voces múltiples
Antonio Pasquali
Antonio PasqualiProfesor de la Universidad Central de Venezuela y
ex subdirector general de la Unesco para la comunicación
28Quaderns del CAC: Número 21
vocabularios forjados por diferentes escuelas y disciplinas
(el de la Escuela de Francfort en primer término) y en mayor
medida un vocabulario unesquiano que salió de
documentos para iniciados para ser trasegado urbi et orbi
justamente por el Informe MacBride; basta repasar su
Sumario para convencerse de ello.
Durante el cuarto de siglo recién transcurrido, muchos de
los poderes que en su momento no desearon la aparición
del Informe MacBride no han hecho más que reforzarse,
dando vida a una suerte de mitridatización y de resignación
ante los más estridentes desequilibrios e interferencias
comunicacionales. Pero también las ideas son tercas, y lo
son en la medida de su mayor aproximación a un cierto
ideal de justicia. Por eso recordamos y conmemoramos hoy
una obra que no necesita refrescar laureles porque su
verdadera celebridad ha de venir aún.
29Tema monográfico: Recuerdo de lo que no fue
Extraño destino el del Informe MacBride: en el momento
mismo de ver la luz, al aprobarlo la Asamblea General de la
Unesco en 1980, comenzó a pertenecer al pasado; estricta-
mente el Nuevo Orden Mundial de la Información y la
Comunicación que el Informe venía a sustentar, no existió
jamás. El amplio escrito de la Comisión Internacional para el
Estudio de los Problemas de la Comunicación, Un solo
mundo, voces múltiples, podía hacer pensar en un canto a la
armonía planetaria y apenas fue un documento bienin-
tencionado de los tantos que producen los organismos
supranacionales. No deberíamos disimular que hemos sido
incapaces de hacer otra cosa: la multiplicación de documen-
tos y declaraciones no lograron reorientar el camino que nos
ha llevado a un mundo cada vez más injusto y cada vez más
violento. Los 25 años de la aprobación del Informe MacBride
pueden ser una buena oportunidad para reflexionar con rigor
sobre nuestro presente y sobre la compleja historia que lo
hizo posible. Como cualquier paradoja, la propuesta puede
resultar inquietante: recordar lo que no fue.
Tal vez haya que aceptar que el llamado NOMIC fue una
necesaria construcción mítica; la manera posible de estable-
cer, en ese momento, un relato ilusorio que daba cuenta de
hechos claramente verificables aunque no fueran tan
explícitas las razones últimas que empujaban a mostrarlos.
El NOMIC agitó a algunos sectores académicos, pequeños
grupos políticos, recortados organismos estatales, paraes-
tatales y no estatales; justificó innumerables reuniones inter-
nacionales y autorizó estructuras burocráticas de diversa
índole; fue bandera desplegada en batallas aparentes: la
guerra (es un decir) se decidía en otros escenarios. Es
posible que el NOMIC haya existido siempre como pasado
porque su retórica se agotó en buenos propósitos para el
futuro; el espejo en el que se miraba sólo reflejaba lo que
debería ser. Se conformó con generalidades que nunca
lograron definirlo con rasgos precisos. Bajo su nombre se
ampararon las más diversas sugerencias y casi nada lo
representaba cabalmente. Innumerables escritos de estudio-
sos de la comunicación hablan de lo que el NOMIC podría
haber sido mientras los desacuerdos entre ellos son insupe-
rables. Para la inmensa mayoría de los investigadores el
tema resulta irrelevante. Los actos conmemorativos, como el
presente, corresponden más bien a una inquietud de colec-
cionistas o de arqueólogos y menos a las exigencias de la
época. Quienes nos sumamos voluntarios al recuerdo, segu-
ramente estamos persuadidos de que en la nostalgia, en ese
dolor por lo perdido, hay una nobleza que reinvindica la me-
moria. Lo opuesto es la irreverencia claudicante del olvido.
Durante más de una década, entre los años 1970 y 1980,
los papeles con que concluían los debates internacionales
sobre comunicación enumeraron y condenaron demostra-
bles injusticias; en tiempos del NOMIC la palabra clave era
desequilibrio y su contraparte, libre flujo de la información.
Casi siempre las conclusiones de esos papeles proyectaban
un horizonte promisorio que, con algún esfuerzo, sería
alcanzable; la creencia de que la historia recorría una
marcha constante hacia el bienestar de los seres humanos
obligaba al optimismo. Algunos quisieron ver en el Informe
MacBride la culminación de una pugna en el que, por fin, los
sojuzgados lograban imponer su voz frente a los poderosos.
“Con el establecimiento de un nuevo orden mundial de la
comunicación –señalaba Amadou-Mahtar M’Bow, director
general de la Unesco– cada pueblo debe poder aprender de
los demás, informándoles al mismo tiempo de cómo concibe
su propia condición y de la visión que tiene de los asuntos
mundiales. Cuando ello se logre, la humanidad habrá dado
un paso decisivo hacia la libertad, la democracia y la solidari-
Recuerdo de lo que no fue
Héctor Schmucler
Héctor SchmuclerProfesor Emérito de la Universidad Nacional de Córdoba
(Argentina)
dad.” Sean MacBride, el presidente de la Comisión, hombre
de vasta experiencia en los asuntos del derecho cuya figura
parecía resumir la voluntad de autonomía y convivencia
–luchador por la independencia de Irlanda, iniciador de
Amnesty International, premio Nobel y premio Lenin por la
paz– era más cauto en el prólogo que encabeza el Informe:
tras señalar el limitado optimismo con que había comenzado
la tarea y la confianza que fue creciendo por la calidad de la
obra realizada y los acuerdos obtenidos, condiciona su
seguridad: “si los futuros diálogos se rigen por ese mismo
espíritu de buena voluntad, será posible construir un nuevo
orden en beneficio de la humanidad”. No hubo tales diálogos
y más bien sobrevinieron tiempos de rupturas. Es historia
conocida el hostigamiento incesante de algunos países,
Estados Unidos sobre todo, contra las discusiones propicia-
das por la Comisión. Las grandes agencias internacionales
de noticias no cesaron de “descubrir” una confabulación
tercermundista que con el beneplácito del campo socialista
buscaba cercenar el libre flujo de la información. La aproba-
ción del Informe tampoco trajo expresiones de algarabía en
el desordenado Tercer Mundo donde, en nombre de los
pueblos, algunas élites sostenían principios cuya compleja
formulación resultaba ajena al conjunto. Predominó la visión
de que los países postergados eran sólo productos de
enemigos externos y una especie de reafirmada inocencia
siguió encubriendo las duras contradicciones y las perversas
condiciones vigentes en muchos de esos países unificados
en su papel de víctimas. Por su parte, los países socialistas
del bloque soviético, que avanzaban hacia su desaparición,
nunca pudieron abandonar el anacrónico y suicida lenguaje
de impostada tolerancia que repartía bendiciones y conde-
nas de acuerdo a su estrategia de acción en la Guerra Fría.
En América Latina los ecos del debate sobre el NOMIC
fueron más persistentes que en otras regiones. Teorías y
prácticas de comunicación habían penetrado desde hacía
tiempo la historia política y social del continente. No son
frecuentes en otras partes del mundo experiencias de tan
estrecha articulación entre comunicación y acción colectiva
como las que fueron proclamadas y muchas veces ejercidas
en numerosos países latinoamericanos. Estos antecedentes
permiten rastrear algunas de las razones que hicieron
posible en 1976 la Conferencia Regional sobre Políticas
Nacionales de Comunicación convocada por la Unesco en
San José de Costa Rica. El hecho es relevante porque nada
similar volvió a ocurrir en ninguna parte del mundo y porque
provocó una agitada campaña difamatoria por parte de la
Sociedad Interamericana de Prensa. Por otra parte, las
consecuencias del encuentro fueron nulas y los argumentos
conceptuales que le dieron sustento hoy pueden resultar
insostenibles. De cualquier manera, y como en otras partes,
en América Latina la discusión específica sobre el NOMIC
no fue más allá de los límites de algunos institutos especiali-
zados y de sectores académicos o profesionales que coyun-
turalmente contaron con el auspicio de sectores estatales o
de organismos internacionales. Se diluyeron sin huellas
algunos intentos de construir formas autóctonas de
intercambio de información entre naciones: la Agencia
Latinoamericana de Servicios Especiales de Información
(Alasei), la Unión Latinoamericana y Caribeña de Radiodifu-
sión (Ulcra), la Acción de Sistemas Informativos Nacionales
(Asin) apenas quedaron en el recuerdo de algunos y sólo por
una generosa expansión semántica puede resonar el
NOMIC en las diversas iniciativas de comunicación popular
(a veces denominadas “alternativas”) que, aunque debili-
tadas, florecen aquí y allá en el espacio latinoamericano.
El balance, a 25 años del Informe MacBride, ofrece datos
para la decepción y tal vez para la alarma ante ciertas ideas
en las que creíamos –el plural inevitablemente me incluye–
como instrumentos para la construcción de una humanidad
menos desconsolada. El pasado donde creció el NOMIC fue
un momento de ocasional fortaleza de los países del llama-
do Tercer Mundo, con el estímulo del reciente poder adquiri-
do por los productores de petróleo agrupados en la OPEP y
en el fragor de la Guerra Fría que unos años después
concluiría con la hegemonía del capitalismo triunfante. Si por
algo se justifica volver a ese pasado es porque su genea-
logía nos habla de nuestros problemas más inmediatos,
aquellos que aún se abren como preguntas inquietantes:
¿cómo pensar en valores que permitan trascender el ciego
pragmatismo mercantil dominante y, a la vez, la escanda-
losa miseria de un número aterrador de seres humanos?
¿cómo atrevernos a evitar atajos tranquilizantes que, entre
otras cosas, ubican el mal exclusivamente en los otros y
eluden reconocerlo en nosotros mismos? ¿cómo arriesgar-
nos en el irremplazable esfuerzo de indagación que no
deberíamos descartar a los momentáneos vacíos de
seguridades que antes nos ofrecían viejas creencias y viejas
instituciones?
30Quaderns del CAC: Número 21
31Tema monográfico: Un memento latinoamericano del Informe MacBride: sigue en pie el catecismo de utopías
Nunca antes en la historia de las relaciones internacionales
había llegado la comunicación a ser la causa de una
confrontación entre los países desarrollados y los países
subdesarrollados como la muy grave que ocurrió, a escala
mundial, en la década de 1970. En ese año la Conferencia
General de la Unesco reconoció por primera vez que era
necesario formular y aplicar “políticas nacionales de
comunicación” para normar el desarrollo de este campo de
actividad; autorizó, por tanto, a su Director General, René
Maheu, a apoyar a los estados miembros para que lo
hicieran. Y en esa misma asamblea multigubernamental el
Ministro de Información de la India cuestionó, también por
primera vez, la validez del principio de libre flujo de la
información que la Unesco era responsable de aplicar des-
de su creación. Aunque la importancia de esos dos hechos
no fue advertida entonces, ellos constituyeron el momento
raigal de aquella confrontación.
La mecha del conflicto se encendió en 1973 cuando el Mo-
vimiento de los Países No Alineados instituyó en su Cumbre
de Argel un programa para forjar un Nuevo Orden Interna-
cional de la Economía y adelantó la convicción de que
correspondería hacer después algo semejante en materia
de la información hasta entonces regida sin cuestio-
namiento alguno por aquel clásico principio del “libre flujo”.
El fuego comenzó a avivarse en 1974 cuando la Unesco
llevó a cabo en Bogotá la Reunión de Expertos sobre la
Planificación y las Políticas de la Comunicación en América
Latina. Basada en la definición que de ellas había for-
mulado un consultor latinoamericano por encargo de la
Unesco, la reunión cumplió con excelencia su cometido
primordial de trazar en detalle la agenda y los preparativos
para la Primera Conferencia Intergubernamental sobre Po-
líticas de Comunicación en Latinoamérica y el Caribe que la
Unesco previó en principio para 1975. El informe sobre la
reunión de Bogotá fue repudiado áspera y estentóreamente
por la Asociación Interamericana de Radiodifusión (AIR), la
agrupación continental de dueños de radioemisoras y
canales de televisión comerciales, por considerarlo
gravemente atentatorio contra la libertad de información,
principio que más adelante en la década sería cuestionado
para proponer su reemplazo por el concepto más amplio y
ecuánime de derecho de comunicación. En cualquier caso,
avalaron entonces este pugnaz pronunciamiento los pro-
pietarios de medios impresos agrupados en la también
continental Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
Desde el principio de la misma década del 70, unos años
antes de la irrupción política reclamatoria de los Países No
Alineados, comenzó en Latinoamérica una también
vigorosa insurgencia intelectual que no fue sólo crítica de la
dominación externa sino también opuesta a la dominación
interna. Ésta era la tradicionalmente ejercida en cada país
por minorías conservadoras y autoritarias para perpetuar
sus privilegios económicos, políticos, socioculturales y de
comunicación en desmedro de las minorías depauperadas,
sojuzgadas y soslayadas. Precursora eminente de este
movimiento fue una pléyade académica de comunicólogos
comprometidos con el cambio. La región disponía ya
entonces de alrededor de 80 escuelas universitarias de
comunicación y de centros regionales de enseñanza e
investigación en comunicación como el CIESPAL en
Ecuador, el ILET en México y, algo después, el IPAL en
Perú. Y contaba además, desde alrededor de mediados de
la década, con agrupaciones profesionales de inves-
tigadores, como la ALAIC, y de periodistas, como la FELAP,
con las católicas de radio-televisión, cine y prensa y, un
poco más tarde, con la FELAFACS en el campo docente.Luis Ramiro Beltrán SalmónDefensor del Lector del Grupo de Prensa Líder, (Bolivia)
Un memento latinoamericano del Informe MacBride:sigue en pie el catecismo de utopías
Luis Ramiro Beltrán Salmón
32Quaderns del CAC: Número 21
Fue por todo ello que Latinoamérica ejerció –según lo
señalaría en 1986 el analista catalán Josep Gifreu– un
“protagonismo ejemplar” en la contienda, particularmente
en el planteamiento de las políticas nacionales de co-
municación. También detentó una posición precursora en la
práctica y en la teoría de la “comunicación horizontal,
dialógica y participatoria” y en la crítica a la investigación
sobre comunicación sujeta a premisas, objetos y métodos
foráneos.
El año 1976 marcó el punto culminante del agrio pleito,
principalmente en virtud de cuatro actividades que cons-
tituyeron hitos en el proceso y llevaron el conflicto en cierto
momento hasta una exacerbación crucial. La primera fue el
Simposio sobre la Información entre los Países No
Alineados que, realizado en marzo en Túnez, constituyó la
formalización de la propuesta para establecer un nuevo
orden internacional de la información; ella llegaría a ser
validada, con el apoyo del Grupo de los 77, por la Asamblea
General de las Naciones Unidas. La segunda, la Confe-
rencia Intergubernamental sobre Políticas Nacionales de
Comunicación para América Latina y el Caribe, auspiciada
por la Unesco en Costa Rica en julio, llegó a cumplir con
bien su cometido pese a la tenaz y agresiva campaña
desatada por múltiples medios en su contra por la SIP en
asocio con la AIR. Por medio de una Declaración y 30
Resoluciones, la conferencia adoptó oficialmente la idea de
promover aquellas políticas y brindó bases concretas para
su formulación y aplicación por consenso social en pro de la
democratización de la comunicación en el plano nacional y
en la esfera internacional. La tercera actividad fue la Quinta
Cumbre de los Países No Alineados, realizada en Colombo
en agosto, la que dio rotunda aprobación al programa para
la instauración del Nuevo Orden Internacional de la
Información. Y la cuarta de esas críticas actividades del 76
fue la Conferencia General de la Unesco, realizada en
Nairobi en noviembre, que vino a resultar el campo de
batalla en que se produjo el choque frontal entre los
contendientes, puesto que los países desarrollados, enca-
bezados por Estados Unidos de América, lanzaron en ella
su contraofensiva para aplacar con firmeza la insurgencia
tercermundista. Tan encendida fue al principio la con-
troversia que se temió que la Unesco sufriera un quebranto.
Pero se llegó a lograr cierto apaciguamiento y a comenzar
negociaciones para forjar conciliación. Indicio inicial de ello
fue la aprobación de dos resoluciones que postularon la
circulación de la información no solamente libre sino
también equilibrada tal como lo habían propuesto los
tercermundistas. Y una evidencia no menos significativa de
esa voluntad de entendimiento fue el mandato de la
Conferencia de Nairobi al director general para crear una
comisión que estudie la situación de la comunicación en el
mundo.
El director general de la Unesco, el senegalés Amadou-
Mahtar M’Bow, cumplió aquel mandato al establecer a fines
de 1977 la Comisión Internacional para el Estudio de los
Problemas de la Comunicación, cuya presidencia
encomendó al irlandés Sean MacBride, Premio Nobel y
Premio Lenin de la paz. Ella fue integrada por 15
personalidades sobresalientes en diversos campos
profesionales, representativas de diversas tendencias y
provenientes de todas las regiones mayores del mundo,
incluyendo Latinoamérica que aportó el concurso del
periodista colombiano Gabriel García Márquez y el del
economista chileno Juan Somavía. Trabajó en ocho
períodos de sesiones a lo largo de algo más de dos años
apoyada por un secretariado especial, sustentada por
numerosos documentos, incluyendo los aportados ex-
profeso por expertos de varios países, y apuntalada por
mesas redondas sobre determinados temas específicos.
“Misión Imposible” llamaron algunos a la de MacBride
quien, sin embargo, hizo la hazaña de forjar consenso entre
los miembros de la comisión que pasó a ser conocida por
su nombre.
Al ser aprobado en octubre de 1980 en Belgrado por la
Conferencia General de la Unesco, luego del esperable
debate polémico, el Informe de la Comisión MacBride vino
a poner epílogo conciliatorio a la ardorosa contienda de diez
años. A despecho de inevitables imperfecciones, constituyó
un singular manifiesto político de temple humanista y con
proyección universal que –basado en una amplia reseña
histórica de la situación de la comunicación en el mundo–
hizo una síntesis propositiva general de medidas para
cambiarla en pro de la equidad, la independencia y la
democracia.
Eso significa que la Comisión MacBride acogió en lo
esencial prácticamente todas las tesis centrales del alegato
reclamatorio del Tercer Mundo. En efecto, su informe
–fruto de ecuanimidad acompañada por prudencia–
gravemente. La brecha de poderío político, económico,
cultural e informativo entre el mundo desarrollado y el mun-
do subdesarrollado, que ya era enorme a fines de la década
del 70, es ahora de una magnitud que diríase sideral.
Antonio Pasquali lo explica así: “Un solo triunfante modelo
económico, una forma monolítica de concebir la política, un
‘pensamiento único’ reinan ahora sobre el universo mundo.”
Por tanto, ahora más que nunca, aquellos viejos ideales
cobran actualidad. Por lo uno y por lo otro ellos merecen
rescate y justifican reiteración con ajustes, desde luego, a
las nuevas realidades de la era de la globalización que ya
anuncia en estos días la alborada de la sociedad de la
información.
Reunidos en 1981 en Talloires, los dirigentes de prensa y
los grandes empresarios de la comunicación transnacional
declararon prácticamente la guerra a muerte al NOMIC y a
las propuestas contenidas en el Informe MacBride. Ya a
partir de entonces los combatientes latinoamericanos por
esos ideales comenzaron a percatarse de que, aunque los
tercermundistas habían ganado la batalla de la palabra por
los ideales de cambio, mal podrían ganar la guerra en el
terreno de las nuevas realidades. Pocos perdieron de inme-
diato, sin embargo, la voluntad de seguir luchando. Líderes
del movimiento, como el peruano Rafael Roncagliolo, se
empeñarían en brindar “plataformas y banderas” para ello.
En 1982, convocados por las organizaciones latinoame-
ricanas de comunicadores católicos, se reunieron en Embú,
Brasil, comunicadores y religiosos que reiteraron su
compromiso con la propuesta para forjar el NOMIC y se
propusieron acuerparse con organizaciones de base para
seguir promoviendo la formulación de políticas de comuni-
cación. En Quito en 1985 otro grupo similar planteó también
insistir en las políticas y acordó, además, promover entre
las principales organizaciones de la Iglesia Católica de la
región “una seria y profunda reflexión sobre las nuevas
tecnologías de comunicación”. En 1990 una consulta a
expertos auspiciada por el IPAL y la WACC produjo la
Declaración de Lima que, sobre la base de un análisis
crítico de la situación regional a diez años de aparecido el
Informe MacBride, enunció entre sus ideales para la nueva
comunicación a partir del año 2000, la efectiva
democratización de la emisión y recepción de mensajes en
condiciones de verdadera libertad y amplio pluralismo y la
urgencia de habilitar a las sociedades latinoamericanas
33
convalidó conciliatoriamente las reivindicaciones de aquél y
señaló cómo debieran ser atendidas. Endosó claramente la
propuesta de implantar, por negociación entre las partes, un
Nuevo Orden Internacional de la Información y la Comuni-
cación. Enunció para ello once principios, consagrando la
noción del libre y equilibrado flujo de la información en
condiciones de igualdad, justicia y beneficio mutuo,
planteando la eliminación de los monopolios de medios de
comunicación y demandando respeto a la identidad cultural
de cada pueblo y a la libertad de información a fin de
descartar la dominación y la dependencia. También abonó
sin vacilación la propuesta de que los países formulen y
apliquen políticas nacionales de comunicación para normar
el comportamiento de los sistemas y procesos de la misma.
Tomó partido por la democratización de la comunicación
caracterizada por la oportunidad igualitaria de acceso,
diálogo y participación para todos. Destacó la fun-ión social,
el pluralismo y la ética como responsabilidades de los
medios. Recomendó el mejoramiento tecnológico. E
inclusive cobijó la inquietud por avanzar en la configuración
del derecho a la comunicación.
¿Se podía pedir más? Ciertamente que no. Pero los
planteamientos de la MacBride –ente asesor temporal– no
conllevaron ninguna facultad mandatoria sobre nadie. Por
tanto, su aceptación y aplicación quedó librada nada más
que a la “buena voluntad” de los países puesto que, con el
retiro de Estados Unidos de América y el Reino Unido y con
la sustitución del director general M’Bow, la Unesco quedó
inhabilitada para seguir cumpliendo su misión de apoyo al
proyecto. ¿A quién podría sorprender pues que, veinticinco
años más tarde, sea evidente que del dicho al hecho hay
muchísimo trecho? Por obra de múltiples factores,
incluyendo el decaimiento del movimiento no alineado y la
abrumadora insurgencia del neoliberalismo globalizante,
prácticamente casi nada se hizo para lograr que el sueño
proclamado se tornara tangible y feliz realidad.
Pero esa gran distancia entre aspiraciones y logros no
debe llamar a engaño sobre la validez de los ideales
compendiados y proclamados en el Informe MacBride. La
gran mayoría de ellos sigue teniendo vigencia hoy. La tiene
porque, de principio, eran justos, bien fundados y
evidentemente necesarios. Y la tiene, además, porque la
situación que propusieron corregir no sólo que no ha
mejorado sino que ha empeorado grande, vertiginosa y
Tema monográfico: Un memento latinoamericano del Informe MacBride: sigue en pie el catecismo de utopías
34Quaderns del CAC: Número 21
como productoras y difusoras internacionales de mensajes.
Pronunciamientos algo semejantes hicieron grupos
regionales similares en La Paz en 1992, en Quito en 1993
y en Santa Cruz en 1994, sin contar otros parecidos más
recientes.
El comunicólogo brasileño José Marques de Melo hizo
esta recomendación: “A diez años de su publicación, los
objetivos del Informe MacBride siguen vigentes. Pero la
experiencia de América Latina debe conducir a una
profunda revisión de su búsqueda.” Y en las cercanías ya
del 25 aniversario del trascendental documento, el
comunicólogo mexicano Javier Esteinou Madrid emprende
el examen de cinco elementos del mismo cuyo rescate
considera de “importancia vertebral” en la actualidad: “La
unidireccionalidad de la comunicación, la concentración
vertical y horizontal, la trasnacionalización, la alienación
informativa y la democratización de la misma.”
Por lo visto, pervive en algunos en Latinoamérica el
compromiso con la lucha por el cambio aún en las
extremadamente difíciles circunstancias presentes. Ello
debiera llevar a todas las asociaciones regionales de
investigación, enseñanza y producción de comunicaciones
a establecer cuanto antes un comité de coordinación
interinstitucional. Su mandato sería (1) realizar un estudio
regional de situación, (2) derivar de él una estrategia
operativa, y (3) organizar un congreso multi-institucional
que, analizando el estudio y la estrategia, tome decisiones
para la acción concertada y sostenida por conjugación de
recursos y esfuerzos en lo internacional y en lo nacional.
¿Otra vez la utopía pese a todo? Sí, porque aún tiene
razón el viejo proverbio: “Más vale encender una llamita que
maldecir la oscuridad”.
35Tema monográfico: Aspectos actuales del Informe MacBride: un punto de vista latinoamericano
Se supone que hoy día, cuando se han “comprimido” el
tiempo y el espacio, todo cambia a una velocidad
vertiginosa. Pero también es mucho lo que permanece,
como la desigualdad, la pobreza de muchos, frente a la
opulencia de pocos. En gran medida, ese es el eje del
diagnóstico que realizó la Comisión MacBride1 para la
Unesco a fines de los setenta y que se publicó en 1980.
Mostraba una realidad informativa y comunicativa inter-
nacional caracterizada por tres principales aspectos, de los
cuales surgía una compleja problemática, difícil de solucio-
nar. Estos tres rasgos, desde mi punto de vista, eran: 1) la
enorme concentración internacional —y al interior de los
países también— de las capacidades para producir, hacer
circular y consumir productos comunicativos; 2) derivado de
lo anterior, una serie de disparidades mundiales, regionales
y nacionales que se tradujeron en una tendencia
predominante hacia lo que en ese tiempo se denominó
circulación en sentido único2; y 3) lo que en aquellos
tiempos llamaban transnacionalización acelerada del sector
(y, de hecho, de los sectores más dinámicos de la
economía mundial), que hoy en líneas generales
denominamos como un rasgo central de la globalización.
Finalmente, el gran problema frente a tal estructura
desigual, fue la necesidad de democratización de la
información en los diversos ámbitos y niveles.
Ante las desigualdades mundiales en la información, la
comunicación y la cultura, desde el seno de la Unesco y en
organizaciones como la de Países No Alineados, surgió el
reclamo por un Nuevo Orden Mundial de la Información y la
Comunicación”, que de hecho correspondía en este campo
al llamado por un Nuevo Orden Económico Internacional.
Esos desequilibrios mundiales, regionales y nacionales,
insinuaron a pensadores en muchas partes del mundo, pero
en particular de América Latina, que había que contrarres-
tar al rejuego irracional de las fuerzas del mercado (en esas
fechas defendido como libre flujo de la información), con
políticas nacionales de comunicación. Desde entonces se
proponían políticas públicas como una vía para contrar-
restar lo inadmisible de las fuerzas ciegas de la oferta y la
demanda. Pero a pesar de lo bien documentados que
estaban los diagnósticos, no fue posible que se cumplieran
las propuestas que circulaban en foros como la Unesco, en
virtud de que finalmente predominaron en el mundo, ya
para los ochenta, las voces de quienes controlaban los
flujos financieros, comerciales y comunicativos, es decir, la
postura por la libre circulación de la información. Lo que
aparecía como la única alternativa al predominio del
mercado en todos los órdenes de la vida social, se
derrumbó simbólicamente con la caída del Muro de Berlín.
Aspectos actuales del informe MacBride:un punto de vista latinoamericano
Enrique E. Sánchez Ruiz
Enrique E. Sánchez Ruizprofesor investigador del departamento de estudios de la
comunicación social, Universidad de Guadalajara, (México)
En resumen, la industria de la comunicación está
dominada por un número relativamente pequeño de
empresas que engloban todos los aspectos de la
producción y la distribución, están situadas en los
principales países desarrollados y cuyas actividades
son transnacionales. La concentración y la transna-
cionalización son consecuencias, quizá inevitables,
de la interdependencia de las diferentes tecnologías
y de los diversos medios de comunicación, del costo
elevado de la labor de investigación y desarrollo, y de
la aptitud de las firmas más poderosas cuando se
trata de introducirse en cualquier mercado (MacBride
et al. 1980: 197).
.
36Quaderns del CAC: Número 21
Desafortunadamente, además, tal alternativa aparente, el
socialismo real, se vio demasiado ligado con el autorita-
rismo, cuando no con el control totalitario de la vida social
(incluyendo la información y la comunicación). Durante los
decenios de 1980 y 1990 predominó la ideología neoliberal
y cualquier papel o participación del Estado fue minimizada
o deslegitimada.
El contexto actual es el de un mundo altamente interco-
nectado e interdependiente. Es la globalización, etapa triun-
fante del capitalismo, después del derrumbe del llamado
socialismo real. Un indicador posible de la mayor interco-
nexión e interdependencia actual entre las naciones, lo
constituyen los flujos de comercio exterior. En los últimos 50
años, la tendencia mundial general ha sido hacia la apertura
de mercados. En 1997, el comercio internacional era 14
veces el nivel que tenía en 1950. Esta tendencia se ha
acelerado en los últimos años con el surgimiento de
acuerdos comerciales bilaterales y multilaterales, y bloques
comerciales, como la Unión Europea, el TLCAN (NAFTA),
Mercosur, ASEAN, etc. Los mercados de productos
culturales también se han expandido: Entre 1980 y 1998, el
comercio de bienes y servicios culturales se multiplicó por
cinco (Unesco, 2000a).
Pero los flujos de comercio internacional son desiguales.
En el año 2000 los países de Europa occidental, Norte
América (sin México) y Japón concentraban 64.5% de las
exportaciones mundiales y 69% de las importaciones. El
llamado Grupo de los Siete cubría el 51 y 50%
respectivamente. América Latina y el Caribe participaban
solamente del 5.8% de las exportaciones mundiales y del
5.9% de las importaciones. (WTO 2004)
En América Latina, un balance reciente pone de mani-
fiesto que la pobreza continúa representando un desafío de
enorme magnitud. En 2002 el 44% de la población vivía en
situación de pobreza y el 19,4% en condiciones de indigen-
cia. Además, entre 1999 y 2002, la tasa de pobreza se
elevó en 0,2 puntos porcentuales y la indigencia en 0,9, lo
que equivale, en términos absolutos, a un incremento de 10
y 8 millones de personas respectivamente. (CEPAL 2004,
4).
La desigualdad mundial en riqueza y en el acceso de la
población a los beneficios del progreso se refleja en la
inequidad en el desarrollo de las industrias culturales y en
el acceso diferencial de los ciudadanos a estas fuentes de
entretenimiento, información y educación.
Así, por ejemplo según el Informe Mundial de Cultura de
la Unesco de 2001, en 1998 los países industrializados
publicaban 218 periódicos diarios por cada mil personas,
mientras que las naciones en desarrollo tiraban 40 (el
promedio mundial era de 78 diarios por mil personas).
En un Inventario de Medios de Comunicación en América
Latina que realizó CIESPAL3 durante el decenio pasado, se
desprende una alta concentración en el acceso a los me-
dios, de acuerdo con los niveles de desarrollo de los países.
Así, Brasil y México poseían más de la mitad de los
periódicos y de las estaciones de radio y televisión del
subcontinente.
La desigualdad en el desarrollo de las industrias culturales
se refleja, entonces, en los flujos e intercambios internacio-
nales. El comercio de productos culturales ha crecido
exponencialmente. Entre 1980 y 1998, el valor anual del
comercio de bienes culturales pasó de 95,340 millones de
dólares a 387,927 millones de dólares, de acuerdo con
datos de la Unesco. Sin embargo, la mayor parte de esos
intercambios ocurren entre un número pequeño de países:
en 1990, Japón, Estados Unidos, Alemania y el Reino
Unido daban cuenta del 55.4% de las exportaciones
mundiales. Francia, Estados Unidos, Alemania el Reino
Unido importa-ban el 47% del total mundial. En 1998, China
se sumaba a los dos grupos recién descritos, y en cada
caso, los llamados nuevos cinco grandes concentraban el
53% de las exportaciones y el 57% de las importaciones.
En un estudio de la agencia Media Research &
Consultancy-Spain, sobre la industria audiovisual iberoa-
mericana, se muestra que cinco empresas concentraban
casi el 90% de las exportaciones de cine, video y televisión:
Televisa, Rede Globo, Venevisión, Radio Caracas TV y
RTVE. Las exportaciones de Televisa a su vez repre-
sentaban casi el 50% del total. No obstante, las ventas de
programas al extranjero constituyen todavía un porcentaje
pequeño de los ingresos de estas compañías.
A pesar de la imagen optimista que se ha creado de
Latinoamérica, ya sea como autosuficiente en el plano
audiovisual, o incluso como región exportadora (sobre todo,
de telenovelas), hay investigaciones empíricas recientes
que demuestran que su presencia, por ejemplo en Europa,
es menos que marginal (Biltereyst y Meers 2000). En
realidad, la televisión latinoamericana sigue siendo
37
importadora neta. Según el estudio recién citado de Media
Research & Consultancy-Spain, aun México, que
concentraba el 50% de las exportaciones de la industria
audiovisual de Iberoamérica, era país deficitario: en 1996
se estima que tuvo un déficit de 158 millones de dólares y
en 1997 de 106 millones de dólares (2.247 millones la
región entera) (MR&C 1997; 1998). Partiendo de datos
guber-namentales, yo calculé que para el mismo año
(1997). México habría tenido un déficit de 22,7 millones de
dólares solamente en la balanza comercial televisiva. Un
87% de las importaciones audiovisuales de Iberoamérica,
provenía de Estados Unidos; 6% de otros países europeos
y 5% de la propia región. Solamente de televisión, el 95%
de las señales importadas vía satélite (U$s 925 millones) y
el 77% de los programas (más de U$s 900 millones),
provenían de Estados Unidos. Una alta proporción de las
señales que se importan se transmiten por televisión de
pago, minoritaria en América Latina.
En el diagnóstico que realizó CIESPAL se encontró que
los intercambios entre países latinoamericanos eran menos
intensos de lo que se suele suponer. Así, del total de horas
de programación importada en los 16 países incluidos, el
62% se originaba en Estados Unidos; de los propios países
latinoamericanos provenía el 30%, mientras que de Europa
y Asia eran respectivamente el 6% y 1,7% . Sin embargo,
es claro que unos pocos países latinoamericanos están
adquiriendo mayor capacidad de producción y exportación,
como Brasil, México, Argentina y, en menor medida,
Venezuela, Perú y Colombia. Una pequeña corrección: en
unos pocos países latinoamericanos, una o dos empresas
han desarrollado la capacidad centralizada de producir y,
en ocasiones de exportar, programas televisivos, de pocos
géneros, en especial telenovelas.
Si bien la tendencia en líneas generales en la televisión
abierta es hacia la disminución de la programación
importada de Estados Unidos, en la televisión de pago, que
se está expandiendo rápidamente entre los segmentos
altos y medios del espectro socioeconómico latino-
americano, siguen siendo muy altas las importaciones.
La expansión y diversificación de nuevas opciones
audiovisuales (televisión digital, todas las modalidades de
TV de pago, DVDs, etc.) está trayendo nuevas demandas
de productos culturales audiovisuales. Los países iberoa-
mericanos deben generar la capacidad para cubrir una
parte importante de esa demanda al interior de cada uno,
a fin de no tener que cubrirla principalmente en los
mercados externos. Para que se genere tal competitividad
externa, se necesita crear un ambiente competitivo interno.
Pero la convergencia que se ha ido dando entre las
tecnologías de información, las telecomunicaciones y los
medios audiovisuales a su vez está trayendo consigo otro
tipo de convergencia, en la forma de grandes fusiones,
adquisiciones y alianzas estratégicas entre corporaciones.
La alta concentración en unas pocas empresas de la
producción y puesta en circulación, junto con la disparidad
en los flujos e intercambios internacionales de productos
culturales, limitan la diversidad y pluralidad de las
manifestaciones culturales que circulan. Por ejemplo, en
Iberoamérica el estudio de las principales empresas de
televisión abierta por nivel de ingresos muestra que las diez
mayores concentran el 70% del total de facturación del
sector. Ya vimos que cinco firmas concentraban el 90% de
las exportaciones a fines del siglo.
¿Cuál es la actualidad del Informe MacBride? Podríamos
concluir este escrito con el párrafo que transcribimos al
inicio, y casi nadie notaría que media un cuarto de siglo de
distancia. La actualidad de la cita con la que comenzamos
este trabajo muestra que, al parecer, en los 25 años
transcurridos no ha cambiado prácticamente nada en la
estructura básica de la comunicación en el mundo.
Notas
1 Comisión Internacional sobre Problemas de Comunicación.
2 O flujo unidireccional, (one way flow). Cabe aclarar que la
expresión en realidad soslayaba que desde esos años se
encontró en las investigaciones empíricas que la
sustentaban que también ocurrían flujos regionales, en
razón de ciertas afinidades lingüísticas y culturales.
3 Centro Internacional de Estudios Superiores de Periodismo
para América Latina y el Caribe, de la Unesco.
Tema monográfico: Aspectos actuales del Informe MacBride: un punto de vista latinoamericano
38Quaderns del CAC: Número 21
Bibliografía
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telenovela debate and the contra-flow argument: A
reappraisal”, en Media, Culture and Society, Vol. 22,
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Varis, Tapio, & Nordenstreng, Kaarle. 1974. Television
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WTO (2004) International Trade Statistics. Washington:
World Trade Organization
39Tema monográfico: 25 Años del Informe MacBride: experiencia y perspectiva asiáticas
Antes de la publicación del Informe MacBride Un solo
mundo, voces múltiples en 1980, Asia ya había comenzado
a reivindicar la existencia de una voz asiática en el ámbito
de la comunicación internacional. Estas reivindicaciones
fueron adquiriendo más importancia a partir de la década de
1970, a medida que los países asiáticos empezaban a
ganar cierto reconocimiento internacional en la esfera
económica. En este contexto se creó la Comisión MacBride,
como respuesta a la creciente preocupación de los
países del Tercer Mundo, que exigían una evaluación de la
situación y un nuevo orden mundial de la información.
El Informe MacBride proporcionó a los medios de
comunicación asiáticos un impulso importante para
reivindicar una voz asiática y unas condiciones de igualdad
en relación con sus homólogos occidentales. Entre los
países de Asia empezaba a aflorar una nueva conciencia
de conservación de las identidades culturales propias y de
una participación justa en el flujo mundial de información.
Algunos países asiáticos reaccionaron con la imposición de
restricciones, a menudo a través de mecanismos políticos,
para regular la circulación de información transfronteriza.
Estas políticas de protección se justificaron con el
argumento de conservar los rasgos distintivos de la cultura
del país, la armonía religiosa, o la identidad nacional.
La exigencia de contar con una voz asiática y de
establecer una agenda propia del sector de los medios
de comunicación quedó enmarcada en el debate sobre los
valores asiáticos que se inició en la década de 1970.
Los defensores de estos valores reivindicaban el derecho
de interpretar desde la perspectiva asiática los conceptos
de democracia, derechos humanos y libertad de prensa. De
esta forma, se estimulaban los valores asiáticos como
instrumento de la lucha ideológica contra la dominación y el
control occidentales en la era de la globalización. Si bien el
debate sobre los valores asiáticos se fue diluyendo durante
la década de 1990, sobre todo después de la crisis
económica asiática de 1997, se había logrado crear un foro
político que ayudaba a los asiáticos a resistir la hegemonía
ideológica impuesta por Occidente.
Actualmente, Asia (y el mundo) es extremadamente
diferente a la de hace 25 años, cuando se publicó el Informe
MacBride. En este tiempo hemos presenciado la aparición
de los llamados pequeños dragones de Asia oriental, la
desintegración de la Unión Soviética, el final de la guerra
fría, la crisis económica asiática de 1997 y, lo más impor-
tante de todo, la apertura y el crecimiento de China. Todos
estos fenómenos se han producido en una época en la que
las nuevas tecnologías de la información y la comunicación
han ido emergiendo, extendiéndose y, finalmente,
cambiando el panorama comunicativo tanto en el ámbito
personal como mundial. Hoy día, la mayoría de países ha
conseguido avanzar con rapidez en las infraestructuras
comunicativas internas, lo que contribuye a que la
información circule más libremente entre los países y entre
los medios de comunicación.
Con esto no pretendemos afirmar que Asia se encuentre
hoy libre de la dominación de los medios de comunicación
occidentales. Las nuevas tecnologías de la información son
un arma de doble filo, y el hecho de que la información
pueda circular más libremente beneficia a todas las partes.
Si bien es cierto que algunos países han sabido aprovechar
mejor estos beneficios para crear una sociedad rica en
información, otros se han visto obligados a abrir las
Eddie C. Y. Kuo y Xu XiaogeProfesor y profesor adjunto de la Facultad de
Comunicación y de Información de la Universidad
Tecnológica de Nanyang (Singapur)
25 Años del Informe MacBride: experiencia y perspectiva asiáticas
Eddie C. Y. Kuo y Xu Xiaoge
40Quaderns del CAC: Número 21
fronteras para que entraran flujos de información
procedentes de fuentes externas —algunas convenientes,
pero otras no tanto.
La realidad indica que las redes mundiales de televisión
como la BBC y la Central News Agency (CNA) siguen
siendo las principales fuentes de información mundiales,
también para los países asiáticos. Aún hoy se informa de la
mayoría de hechos que suceden en Asia (y en el mundo)
desde una perspectiva eminentemente occidental —y
norteamericana en el caso de la CNN. El flujo informativo (a
través de películas, revistas, diarios, libros, software
informático, bases de datos, y conferencias y seminarios
internacionales) sigue dominado por Occidente.
No obstante, resulta indicativo el hecho de que estas
redes globales hayan considerado necesario localizar las
noticias relacionadas con Asia concediendo un papel más
destacado a los periodistas asiáticos, así como informar
sobre noticias y hechos —y analizarlos— desde un punto
de vista asiático o local. Este hecho se suele denominar
glocalización, y se refiere a la necesidad de localizar dentro
del contexto de la globalización.
Mientras, los medios de comunicación asiáticos han
ampliado su presencia en la región asiática primero, para
salir después a la palestra mundial de los medios de
comunicación. Los principales diarios de las capitales
asiáticas empiezan a destinar periodistas o enviados
especiales a otras ciudades importantes no sólo de Asia
sino de fuera del continente. Las cadenas de televisión
asiáticas más importantes (las de Japón, China, Hong
Kong, la India y Singapur), aunque aún no se encuentran en
situación de competir con la BBC y la CNN, figuran ya
entre las cadenas que informan de los principales
acontecimientos mundiales, desde los juegos olímpicos
a las guerras o las grandes catástrofes naturales. Estas
cadenas aportan noticias y análisis de los hechos desde
una perspectiva asiática/nacional. Cada vez se escuchan
con más atención las voces de Asia. La circulación de
la información entre los mismos países asiáticos también
ha mejorado gracias a los datos compartidos y al
intercambio de información. Estos movimientos han
contribuido a equilibrar la balanza del flujo informativo que
entra y sale de Asia. Si comparamos la situación de hoy
con la de hace 25 años, podemos afirmar que la ten-
dencia nos permite ser optimistas, aunque la situación diste
mucho de considerarse satisfactoria.
Pese a lo que se ha conseguido en los últimos 25 años, la
batalla contra el desequilibrio del flujo informativo continúa.
Si bien la nueva conciencia y los esfuerzos dedicados tanto
por parte de los medios asiáticos como por parte de los
medios mundiales son muy loables, la lucha no termina
aquí. En previsión del aumento de la influencia de los
países asiáticos, especialmente China y la India, aún
tenemos motivos para ser optimistas en el escenario
mundial. En la medida en que los países asiáticos sigan
fortaleciéndose en términos económicos y políticos, y en la
medida en que Asia cuente como mercado potencial por su
enorme bolsa de población, podemos esperar un trato justo
de los medios de comunicación de todo el mundo con Asia.
Estaremos más cerca del nuevo orden mundial de la
información con Un solo mundo, voces múltiples.
41Tema monográfico: Las contradicciones de las sociedades de la información
Cuando hablamos del fomento de unas sociedades de la
información provechosas y participativas, podemos afirmar
que el progreso tecnológico —retórico y práctico— y las
propuestas reguladoras no se encuentran hoy mejor
alineadas de lo que lo estaban hace 25 años cuando se
publicó el informe pionero de la Unesco Un solo mundo,
voces múltiples1. Aún hoy, persisten muchas de las mismas
contradicciones, si bien con otras formas, que se pusieron
de relieve en el Informe MacBride. Hemos vivido cambios
importantes en el ámbito de la tecnología, el debate de la
globalización ha subsumido la cuestión de la
transnacionalización, y se reconoce explícitamente la
existencia de un abanico más diverso de público de interés.
A pesar de todo, las aspiraciones de conseguir que la
“comunicación” o las “sociedades de la información”
evolucionen en beneficio de todos son aún difíciles de
alcanzar.
El Informe Un solo mundo, voces múltiples representó la
culminación de años de debate sobre la necesidad de
promover un Nuevo Orden Mundial de la Información y de
la Comunicación (NOMIC). Se insistió muy especialmente
en el proceso comunicativo como medio para difuminar el
poder y reducir las desigualdades. El entorno informativo y
comunicativo del futuro se preveía con bastante presciencia
y se afirmaba que “las decisiones fundamentales para forjar
un futuro mejor para los hombres y mujeres de todo el
mundo, tanto de los países en desarrollo como de los
países ricos, no radican principalmente en el sector del
desarrollo tecnológico: radican esencialmente en las
respuestas que cada sociedad da a los fundamentos
políticos y conceptuales de desarrollo” (se ha añadido la
cursiva para enfatizar esta parte) (CIC 1980, 12-13).
El informe insistía en la necesidad de atacar los problemas
más profundos del proceso de desarrollo. En el idioma de
finales de la década de 1970, los principales problemas y
las tendencias que más preocupaban incluían el potencial
para la extensión de la dominación cultural como resultado
de una única vía o circulación vertical de la información y la
comunicación, la intensificación de la industrialización de la
comunicación y las consecuencias de la preponderancia de
los mercados. Se admitió que “los temas del desequilibrio y
la dominación constaban entre los más discutidos en las
primeras rondas del debate mundial sobre comunicaciones”
(CIC 1980, 164). Hoy la situación no ha cambiado.
Actualmente conocemos nuevas expresiones de desequi-
librio y dominación respecto a la sociedad de la información,
y también sigue existiendo una gran “necesidad de
desarrollo de formas críticas de educación […] y de
promoción de la capacidad de las personas de elegir de
forma más exigente entre los diferentes productos del
proceso comunicativo2”. El NOMIC se concibió como un
marco conceptual abierto que presuponía una nueva
distribución de los recursos de acuerdo con los derechos y
las necesidades de los pobres. Aunque se redactó a finales
de la década de 1970, los autores del informe también
previeron la aparición de algo parecido a internet: “resulta
verosímil imaginar […] un tejido de redes de comunicación,
formado a partir de unidades autónomas o semiautónomas,
descentralizadas” (CIC 1980, 12). También afirmaron que
las contradicciones de la sociedad podrían comportar la
creación de redes de ordenadores que reforzarían los
valores de jerarquía, centralización, control social, todo
acompañado de más desigualdades. Como contrapeso a
estos progresos, los autores reivindicaban una declaración
Robin MansellProfesora del departamento de periodismo y comunicación
de la London School of Economics and Political Science (UK)
Las contradicciones de las sociedades de la informa-ción
Robin Mansell
42Quaderns del CAC: Número 21
de la ONU que consagrara el derecho a comunicar3.
Comprendieron que los problemas de su tiempo sólo se
podrían resolver invirtiendo un gran esfuerzo que implicaría
la adopción de medidas para promover la cooperación
internacional, el fomento de las alianzas para el desarrollo,
y la puesta en marcha de los mecanismos internacionales
para alcanzar estos objetivos.
Durante estos años pasados las tecnologías de la
información y la comunicación (TIC), también internet, han
penetrado con fuerza en las vidas de las personas que
disponen de los recursos suficientes. Demasiados
aspectos, no obstante, siguen igual. Las contradicciones
subyacentes que impiden que se reduzcan sin más dilación
las divisiones y las diferencias dentro de las sociedades de
la información de hoy, se encuentran aún bien instaladas
entre nosotros.
Aparentemente ha habido un cambio importante en el dis-
curso. El NOMIC se llama hoy sociedad de la información.
La Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información
(CMSI) de 2003 elaboró una declaración que empezaba
con una visión común de la sociedad de la información.
Esta declaración enfatiza los aspectos de información y de
cono-cimiento más que los del proceso comunicativo, pero
sin embargo conserva todavía muchas reminiscencias del
lenguaje utilizado en el Informe MacBride. La visión común
supone:
“... el deseo y compromiso de todos por construir una
sociedad de la información centrada en las personas,
inclusiva y que otorgue importancia al desarrollo; donde
todo el mundo pueda crear, acceder, utilizar y compartir
información y conocimiento; que permita a las personas, las
comunidades y los pueblos desarrollar plenamente su
potencial con el fomento del propio desarrollo sostenible y
la mejora de la calidad de vida, sobre la base de los
objetivos y los principios de la Carta de las Naciones
Unidas, y que respete plenamente y defienda la
Declaración Universal de los Derechos Humanos4”.
La declaración equipara las TIC con el fomento de los
objetivos de desarrollo de la Declaración del Milenio5 y
reitera que “todo el mundo tiene derecho a la libertad de
opinión y de expresión”. Afirma que “la comunicación es un
proceso social fundamental, una necesidad humana básica
y el fundamento de toda organización social. […] Todo el
mundo, en todas partes, debería tener la oportunidad de
participar y nadie debería quedar excluido de los beneficios
que ofrece la sociedad de la información”.
La declaración de la CMSI, así como el plan de acción que
de ésta se deriva, considera importante la necesidad de
cooperación internacional y regional, la promoción del
acceso universal y la reducción de la brecha digital, las
prioridades, las asociaciones entre entes públicos y
privados, y las TIC dominantes dentro de la labor de las
organizaciones. Se espera alcanzar algunos objetivos de
cara al 2015, pero casi todos se centran en las TIC más que
en el proceso comunicativo en sí mismo. Para ser más
exactos, en el texto del Plan de Acción se hace alusión a
temas relacionados con la comunicación como la creación
de capacidades, el fomento de la confianza, el estable-
cimiento de un entorno legal e institucional adecuado, la
diversidad cultural y la identidad, la diversidad lingüística y
los contenidos locales, los medios de comunicación, y las
dimensiones éticas de la sociedad de la información.
No obstante, el estudio de algunos asuntos sin resolver,
una vez finalizada la CMSI en diciembre de 2003, deja
entrever que las contradicciones abordadas por los autores
del Informe MacBride siguen estando presentes, cuando
menos en dos áreas clave: financiación y administración.
En cuanto a la financiación, el plan de acción de la CMSI
establecía una agenda de solidaridad digital con la
intención de “movilizar los recursos humanos, económicos
y tecnológicos para incluir a todos los hombres y mujeres en
la emergente sociedad de la información”. Se creó un grupo
de trabajo para que estudiara los posibles mecanismos de
financiación y la viabilidad de crear un fondo de solidaridad
digital voluntario —que, en realidad, ya se ha creado.6 En
el informe que elaboró a finales de 2004, no obstante, el
grupo de trabajo observa que la financiación “se tendría que
considerar en el contexto de la financiación disponible para
un abanico más amplio de agendas y objetivos de
desarrollo. […]” (CIC 1980, 10-11).7 Exige una mejora de la
coordinación entre sectores e instituciones, más asocia-
ciones de los distintos grupos de interés, un mayor énfasis
en la financiación interna, el apoyo del sector privado para
los programas y contenidos importantes en el ámbito local,
el refuerzo de las capacidades para garantizar los fondos y
para utilizarlos con eficacia, y el fomento de las
contribuciones voluntarias por parte de los consumidores.
A pesar de todo, por lo que respecta al fondo de
solidaridad digital, parece ser que el “grupo de trabajo
consideró que no se encontraba en condiciones de evaluar
su papel entre los diversos mecanismos económicos de las
TIC” (CIC 1980, 13). De nuevo, parece que dejaremos
escapar la oportunidad de hacer un esfuerzo enorme, como
recomienda el Informe MacBride. La carga económica de
los proyectos más importantes, con sus prioridades
competitivas, recaerá sobre los países y el conjunto de la
comunidad que se dedica al desarrollo. De la misma forma
que el Informe MacBride afirmaba que la financiación
(aranceles) era un elemento de una tríada de temas
cruciales que habría que resolver para corregir las
desigualdades de ese momento, la financiación en términos
de aranceles o precios en la comunicación sigue
desfavoreciendo a las regiones o los países más pobres.
Ésta es la realidad pese a las décadas de dedicación a este
asunto a través de la liberalización y otras políticas
similares. Los convenios de financiación siguen perjudi-
cando el fomento de una comunicación participativa en los
países pobres.
La segunda área de lucha es la administración. En vista
de la controversia se creó un grupo de trabajo sobre la
gobernanza en internet para que investigara y efectuara
propuestas de actuación en el ámbito de la administración
de Internet.8 Se espera que el grupo publique un informe en
2005 en el que tratará las implicaciones de la comerciali-
zación de internet en el marco de la globalización. También
presentará propuestas para conseguir una distribución de
los recursos más justa que permita el acceso a todo el
mundo, y para fomentar unos contenidos estables, seguros,
multilingües y diversos. En este sentido, existen
contradicciones importantes entre los intereses de quienes
defienden una gestión del sector privado en el proceso de
gobernanza, y quienes ven con mejores ojos un papel de
los gobiernos o de los agentes de la sociedad civil.
Como sucedía en la época del Informe MacBride, el
problema radica en la escasez de recursos. Los autores del
Informe MacBride alertaban sobre el tema de la equidad en
la distribución del espectro de frecuencias radiofónicas —un
recurso escaso que exigía un tratamiento justo para poder
promover la participación de todos en el entorno
comunicativo. La escasez de hoy, en cuanto a los nombres
de dominio de internet y como resultado de los intentos por
proteger la información, hace que surjan fuertes tensiones
entre todas las partes interesadas en el futuro de la
administración de internet. Es importante conocer las
consecuencias que acarrearán los resultados que se
obtengan de las deliberaciones en este tema.
Las contradicciones en los asuntos de financiación y
gobernanza responden claramente a cuestiones
económicas y persisten entre aquellos que pretenden sacar
provecho de las sociedades de la información y aquellos
que apuestan por unas sociedades de la información
coherentes con la reducción de la pobreza mundial y por un
entorno comunicativo que promueva la dignidad y el
respeto de las personas. Hasta que no se reduzcan estas
contradicciones, la brecha o división digital actual seguirá
existiendo. Ésta es la realidad a pesar de los grandes
cambios. Actualmente, no obstante, tanto los medios
convencionales como los alternativos que tenemos al
alcance nos ofrecen un potencial para la diversidad y la
elección, aunque parece poco probable que esta realidad
pueda llegar a todo el mundo sin que se invierta un gran
esfuerzo para favorecer los intereses de los sectores que
todavía se encuentran excluidos a causa de la pobreza.
43Tema monográfico: Las contradicciones de las sociedades de la información
Notas
1 Comisión Internacional de Estudio de los Problemas de la
Comunicación (1980/2004) Many Voices, One World –
Towards a New, More Just, and More Efficient World
Information and Communication Order- The MacBride
Commission, primera publicación a cargo de la UNESCO,
Lanham NJ: Rowman & Littlefield Publishers.
2 En todo el texto del Informe MacBride se hacia referencia
como “él” o “a él”, aunque se hacía hincapié en el tema del
género en algunos apartados. La cita es de la p. 29.
3 Como lo formula L. S. Harms en: An Emergent
Communication Policy Science: Content, Rights, Problems
and Methods, Universidad de Hawái. Véase también
www.righttocommunicate.org/viewDocument.atm?sectionN
ame=rights&id=36.
4 Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información
(2003), «Declaración de Principios – Construir la Sociedad
de la Información: un desafío global para el nuevo
milenio», 12 de diciembre.
www.itu.int/dms_pub/itus/md/03/wsis/doc/S03-WSIS-DOC-
0004!!PDF-E.pdf.
5 www.un.org/millenniumgoals/
6 www.dsf-fsn.org/en/15c-en.htm
7 El informe del grupo de trabajo sobre los mecanismos de
financiación de las TIC para el desarrollo (2004), Financing
ICTD, resumen ejecutivo, http://www.itu.int/wsis/tffm/final-
report-executive-summary.doc.
8 www.wgig.org/About.html
44Quaderns del CAC: Número 21
45Tema monográfico: Un hito en el gran debate mediático
Desde mi punto de vista, el Informe MacBride constituye un
hito en la historia. Considero que no fue fundamentalmente
un ejercicio científico para descubrir el estado de la
comunicación en el mundo sino, sobre todo, un ejercicio
político de evaluación de las fuerzas socioeconómicas del
mundo en aquella época.
Mi análisis del informe se centra en el contexto de lo que
se conoce como el gran debate mediático de las últimas
tres décadas y media (Nordenstreng 1999. Véase también
Gerbner et al. 1993). Retrospectivamente, el debate ha
pasado por cinco grandes fases con distintos hitos que se
indican a continuación:
1) 1970-75. Ofensiva descolonizadora• la idea de imperialismo informativo
• el concepto de un nuevo orden internacional de la
información
2) 1976-77. Contraataque occidental• creación del Comité Mundial de la Libertad de Prensa
• aplazamiento de la Declaración de la Unesco de
Nairobi sobre los Medios de Comunicación de Masas
• propuesta de un Plan Marshall de telecomunicaciones
3) 1978-80. Tregua• adopción de la Declaración sobre los Medios de
Comunicación de Masas de la Unesco
• trabajo e informe de la Comisión MacBride
• consenso sobre el concepto de un Nuevo Orden
Mundial de la Información y de la Comunicación
(NOMIC)
• establecimiento del Programa Internacional para el
Desarrollo de la Comunicación (PIDC)
4) 1981-90. Ofensiva occidental• conferencia "Voces de Libertad" en Talloires
• retirada de Estados Unidos y del Reino Unido de la
Unesco
• remoción del director general de la Unesco, M’Bow
• muerte del concepto de NOMIC
5) 1991- . Globalización • mercados globales frente a excepción cultural
• sociedades multinacionales frente a sociedad civil
global
El Informe MacBride se sitúa en medio de esta cronología,
cerca de la Declaración sobre los Medios de Comunicación
de la Unesco. En realidad, la idea de una comisión
internacional que estudiara los problemas globales de la
comunicación surgió del punto muerto político en el que se
hallaba la Unesco a mediados de la década de 1970,
cuando trataba de redactar una declaración sobre los
"principios fundamentales que rigen el uso de los medios de
comunicación de masas en el refuerzo de la paz y la mejora
del entendimiento internacional, así como en la lucha contra
la propaganda de guerra, el racismo y el Apartheid". Tal y
como se documenta en el libro que publiqué sobre la
declaración (Nordenstreng 1984, 20 y 112), el entonces
director general de la Unesco, Amadou-Mahtar M’Bow,
sugirió como vía para evitar una crisis política la creación de
un "grupo de observadores objetivos" que se reunió en
1976 durante la XIX Conferencia General de Nairobi, a
consecuencia, básicamente, de los crecientes desacuerdos
respecto a la competencia de la Unesco para establecer
principios normativos para los medios de comunicación. Kaarle NordenstrengProfesor de la Universidad de Tampere (Finlandia)
Un hito en el gran debate mediático
Kaarle Nordenstreng
Un instrumento paralelo que contribuyó a evitar un punto
muerto en Nairobi fue la idea de crear un fondo internacio-
nal para las infraestructuras comunicativas de los países en
desarrollo. Se trataba de una iniciativa conjunta de países
con un desarrollo medio, en particular Túnez, y destacados
países occidentales que ofrecían asistencia material a los
otros en una especie de "Plan Marshall de las Telecomuni-
caciones". La oferta de Occidente estuvo encabezada por la
Administración del presidente norteamericano Jimmy
Carter, que adoptó un cambio estratégico pasando del
jarabe de palo a la zanahoria con la intención de que los
países en vías de desarrollo abandonaran las posturas
militantes y, por tanto, "cambiaran la ideología por la
cooperación". Posteriormente, este intercambio diplomático
comportó el establecimiento del Programa Internacional
para el Desarrollo de la Comunicación (PIDC) en la Unesco
(véase Nordenstreng 1984, 16-22; 1999, 244-245).
En consecuencia, la creación de la Comisión MacBride fue
esencialmente una maniobra para minimizar el impulso
antiimperialista del movimiento de los Países No Alineados
y neutralizar los intentos para que el sistema de Naciones
Unidas estableciera unas normas para los medios de
comunicación. Desde la perspectiva política de Occidente,
este impulso suponía una amenaza muy grave porque el
Sur político contaba con el apoyo empático del bloque
político del Este liderado por los soviéticos. Seguramente
había también idealistas, como el propio Sean MacBride,
para quienes la Comisión representaba una búsqueda
genuina para descubrir los problemas mundiales de la
comunicación, aunque los motivos principales y las fuerzas
decisivas daban la razón a los realistas, entre quienes se
contaba M’Bow, y que consiguieron un acuerdo entre el
Occidente capitalista, el Este socialista y el Sur no alineado.
Se alcanzó un compromiso —una tregua en una guerra
informativa— a finales de la década de 1970,
principalmente gracias a la distensión Este-Oeste y a la
crisis del petróleo, a la que se mostraban favorables los
estrategas occidentales que preferían la zanahoria al jarabe
de palo.
A pesar de todo, el equilibrio de las fuerzas mundiales
cambió drásticamente poco después de la publicación del
Informe MacBride. La elección de Ronald Reagan como
presidente a principios de 1981 propició un cambio de Es-
tados Unidos en la forma de aplicar la política del poder
desde el multilateralismo al unilateralismo, con una relativa
debilitación de la URSS y del movimiento de los países no
alineados. A la tregua de los años setenta siguió una nueva
ofensiva occidental en los ochenta. En esta fase, todos los
elementos de compromiso que antes se habían considera-
do muy valiosos y honorables caducaron de golpe e incluso
se transformaron en factores de riesgo. Por eso M’Bow
perdió su trabajo y el NOMIC se convirtió en un tabú en la
Unesco.
En un contexto más amplio del escenario político occi-
dental, la Unesco era considerada como una carga, motivo
por el cual la Administración Reagan decidió que Estados
Unidos abandonaran la organización, ejemplo que siguió el
Reino Unido de Thatcher. En este punto hay que poner de
relieve el hecho de que las salidas norteamericana y bri-
tánica de la Unesco no se debieron fundamentalmente al
NOMIC, a MacBride ni a M’Bow. El motivo real de la retirada
respondía a un alejamiento estratégico del multilateralismo:
una advertencia a la comunidad internacional de que las
principales potencias occidentales no perderían las
votaciones por culpa del resto de países del mundo. Como
manifestó un antiguo vicesecretario de Estado de la Admi-
nistración Carter: "La Unesco fue la Grenada de Naciones
Unidas", un objetivo pequeño pero relativamente asequible
para demostrar lo que se puede llegar a hacer a mayor
escala si no se respetan los intereses de la gran potencia.
Visto así, el comportamiento de la Unesco después de
M’Bow —tanto en la comunicación como en otros
sectores— dista mucho de lo que podría considerarse ho-
norable. La organización no sólo dejó de apoyar la posición
estratégica del Sur y del Este, sino que hizo todo lo posible
por acercarse a Occidente —también a Estados Unidos, un
país que no era miembro de la organización— por ejemplo
con el intento de censurar un libro que exponía el cambio de
sentido adoptado por la Unesco en temas relativos a los
medios de comunicación (Preston et al. 1989). En parte,
esta cultura de la década de 1980 favoreció que el Informe
MacBride, como el NOMIC, fueran considerados política-
mente incorrectos.
Así, antes de intentar evaluar el impacto del Informe
MacBride resulta fundamental entender su naturaleza: las
condiciones históricas que propiciaron la creación de la Co-
misión en primer lugar, y el contexto en el que se preparó el
Informe. A partir de ahí, podemos plantearnos la siguiente
46Quaderns del CAC: Número 21
cuestión: ¿logró el informe descubrir y analizar el mundo de
la comunicación?
Mi valoración del informe justo en el momento de su
publicación, en 1980, era bastante negativa. Me adherí a un
grupo de estudiantes de comunicación que produjeron al
instante un conjunto de trabajos críticos sobre el informe
(Hamelink 1980). En una lectura crítica (Nordenstreng
1980), se puede afirmar que el informe trataba la historia de
la comunicación de forma aislada, sin incluirla en el
contexto de los desarrollos fundamentales en el ámbito
social y global; la noción de "un solo mundo" no contenía
ningún retrato coherente del mundo (ni del de ayer, ni del de
hoy, ni tampoco del de mañana) sino más bien una imagen
abstracta envuelta de un número de fenómenos y debates
más o menos inconexos; la forma en que presentaba los
"problemas cruciales que debe afrontar la humanidad de
hoy" resultaba práctica porque eliminaba cualquier
controversia teórica o política, pero fue contraproducente en
lo que se refiere a evitar que se pudiera apreciar las
profundas interrelaciones y el carácter total y absoluto de
los fenómenos sociales y globales. Además, su concepto
de comunicación representaba la corriente dominante del
liberalismo burgués con un planteamiento funcional-
positivista y humanista. El párrafo final resume mi punto de
vista:
El informe ilustra de forma excelente el dilema del
eclecticismo: como quiere incluirlo todo, se pierde la visión
totalitaria que se supone que debe aportarse. En este
sentido, el informe podría subtitularse por "Misión
imposible".
Aún suscribo esta afirmación. Los otros trabajos críticos
de aquella colección también han pasado el examen del
paso del tiempo. El capítulo que escribió el editor Cees
Hamelink sobre el mal trato dispensado por la Comisión a
las multinacionales ha resultado incluso profético:
El informe, aunque apunta correctamente el papel crucial
de las multinacionales en el campo de las comunicaciones
internacionales, no admitió con suficiente contundencia que
el nuevo orden internacional de la información es, muy
probablemente, el orden de las multinacionales. El "un solo
mundo" al que hace referencia el título del informe puede
muy bien ser el mercado global para las multinacionales.
Hoy, 25 años después, no nos faltan motivos para repetir
estas reflexiones críticas desde un punto de vista científico.
En realidad, el Informe MacBride fue relativamente
superficial si se compara con los criterios académicos. Por
una parte, hay que admitir —y hoy más que en 1980— el
importante peso político que tuvo y que terminó expresando
el movimiento global hacia la democracia y la igualdad en la
comunicación fomentado por la ofensiva descolonizadora
de principios de la década de 1970. Por tanto, hay que
diferenciar entre las perspectivas académicas y políticas,
resulta importante ser intelectualmente inflexible en un
análisis científico del informe, pero es igualmente vital
evaluarlo por sus méritos políticos. Desde este punto de
vista, el informe sobrevivió a la Declaración de los Medios
de Comunicación de Masas, si bien la ofensiva occidental
de los años ochenta lo fue erosionando gradualmente, junto
con el NOMIC. Muchas, si no la mayoría, de las 82
recomendaciones que contiene no se han aplicado nunca
(véase Hancock y Hamelink 1999).
Con todo, en este cambio de milenio los elementos
contradictorios de la globalización han reactivado muchos
de los puntos del gran debate mediático de la década de
1970. Hay quien incluso habla de un retorno del concepto
de NOMIC, pero esto no va a suceder porque los tiempos
han cambiado y las comunicaciones aún más, con internet,
además, como elemento nuevo. Ciertamente, los temas
principales y estructurales siguen siendo los mismos que
afrontó el Informe MacBride y el NOMIC, pero se requieren
nuevas aproximaciones. Cuando nos dispongamos a
buscarlas, deberíamos aplicar las lecciones aprendidas y
documentadas en plataformas académicas y profesionales
como las Mesas Redondas MacBride organizadas desde
1989 (véanse los informes en Vincent et al. 1999).
47Tema monográfico: Un hito en el gran debate mediático
Bibliografía
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Michael (eds.) (1999). Towards Equity in Global
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Press.
48Quaderns del CAC: Número 21
49Tema monográfico: Sí, las ideas del Informe MacBride son todavía vigentes
Sin duda, la movilización, a mediados de la década de los
70, de intelectuales, políticos, académicos y profesionales
en torno a la comunicación en el mundo fue la más grande
de la historia político-cultural de la humanidad. Bajo la égida
de la Organización de las Naciones Unidas para la Educa-
ción la Ciencia y la Cultura (Unesco), dirigida entonces por
el senegalés Amadou Mahtar M’Bow se produjeron miles de
documentos, informes y contribuciones sobre el estado de
las infraestructuras internacionales y locales de la
comunicación, de los desequilibrios informativos existentes
entre las diversas regiones del mundo, de los contenidos de
los mensajes producidos por el sistema transnacional y en
particular de agencias de prensa, de los efectos negativos
de los monopolios y de las concentraciones de los medios
de comunicación.
En el centro de esta reflexión la Comisión Internacional de
Estudio de los Problemas de la Comunicación (CIC) de la
Unesco, presidida por el humanista Sean MacBride, Premio
Nobel y Premio Lenin de la Paz, ex ministro de asuntos
exteriores de Irlanda y fundador de Amnesty Internacional.
La llamada Comisión MacBride, integrada por 16 miembros
de las “diferentes áreas geográficas, culturas, religiones,
ideologías y sistemas económicos y políticos” de la época,
fue creada en diciembre de 1977 por M’Bow por solicitud
expresa de los países del Tercer Mundo. Durante más de
dos años, sus integrantes, apoyados por la secretaría de la
Unesco, reflexionaron, estudiaron, analizaron y sacaron sus
conclusiones sobre el estado de la información y la
comunicación en el mundo y elaboraron un informe de 584
páginas Un solo mundo, voces múltiples1 que se convirtió
para algunos en la Biblia de la comunicación y para otros en
un endiablado documento a combatir y olvidar.
El informe subrayó las disparidades existentes en materia
de comunicación en el mundo y, al mismo tiempo, revindicó
el derecho de los pueblos a la información y a la valori-
zación de sus identidades culturales, dándole así fuerza y
vigor a la demanda hecha por el movimiento de Países No
Alineados (NOAL) y del llamado Tercer Mundo en general
de establecer un Nuevo Orden Mundial de la Información y
de la Comunicación (NOMIC).
En este sentido, las ideas contenidas en las cinco áreas
claves del informe (políticas de comunicación, tecnología,
identidad cultural, derechos humanos, cooperación interna-
cional) constituyen un aporte importante para legitimar la
noción de derecho a la comunicación, avanzada por el
intelectual francés Jean Darcy. Este derecho, consustancial
a los derechos del hombre, le da un sentido jurídico y ético
a la demanda de democratización de las comunicaciones
hecha por los países en desarrollo y, en todo caso,
representa una noción más amplia que el concepto de free
flow of information reivindicado por Estados Unidos y una
parte de los países industrializados de Europa occidental.
Justamente, las criticas se centraron en el flujo unidirec-
cional de la información (entre 80 y 90% de las informacio-
nes mundiales eran producidas por las cuatro agencias de
prensa occidentales: Associated Press, United Press
International, REUTERS y AFP); en el contenido “sensacio-
nalista” o de “desastres” de esas informaciones relativas al
Tercer Mundo; y en el carácter de dependencia informativa
del Sur con respecto al Norte, que crea un nuevo colonia-
lismo con la imposición de sus propios sistemas de valores.
La XXI Conferencia general de la Unesco realizada en
Belgrado en octubre-noviembre de 1980, aprueba por
consenso el Informe de la Comisión MacBride, que propone
principalmente acabar con la información en sentido único,
Patricio TupperMaestro de conferencias y director de investigación
de la Universidad de París 8
Sí, las ideas del Informe MacBride son todavía vigentes
Patricio Tupper
50Quaderns del CAC: Número 21
eliminar los obstáculos internos y externos para un libre
flujo y más amplia y equilibrada diseminación de informacio-
nes e ideas, eliminar los desequilibrios y desigualdades en
materia de comunicación, suprimir los efectos negativos de
los monopolios y otro tipo de concentración de la propiedad
(pública o privada), pluralidad en las fuentes y los canales
informativos, ayuda a los países "atrasados" por parte de
los países desarrollados para que los primeros sean
autosuficientes en materia de información, respeto a la
identidad cultural de cada pueblo y derecho de cada país a
defender sus valores sociales y culturales, así como sus
intereses de cualquier índole en los medios.
La Conferencia de Belgrado representó el apogeo de los
debates que opusieron el Norte y el Sur del planeta, a los
países ricos y a los pobres, a los incluidos y a los excluidos,
al adoptarse por consenso tres resoluciones básicas para el
futuro de la comunicación internacional: el Informe Mac-
Bride que representa la filosofía de la nueva comunicación
mundial; la resolución relativa al establecimiento del NOMIC
como voluntad política de eliminar los desequilibrios; y la
resolución sobre la creación de un instrumento para la
acción, el Programa Internacional para el Desarrollo de la
Comunicación (PIDC).
Todos estos acuerdos fueron posibles gracias a las
condiciones políticas internacionales en las cuales el Tercer
Mundo, apoyado en buena parte por los países socialistas
del Este europeo, estaba en una fase ascendente tras la
descolonización y la emergencia de nuevos actores que
tendrán una participación activa en el sistema de Naciones
Unidas (ONU). La Unesco asumió el espacio particular de
discusión de lo concerniente al debate en torno al dese-
quilibrio de los flujos de información y de la comunicación.
A partir de los inicios de la década del 80 se asistió a un
cambio sustantivo del contexto político mundial. La llegada
a la Casa Blanca de Ronald Reagan y su alianza
estratégica con la Primera Ministra del Reino Unido,
Margaret Thatcher, pone fin al proceso reivindicativo y abre
paso a la caída brutal de la idea de cambios en el cuadro
internacional. El triunfo de las ideas neoliberales supuso
entre otras cosas que desapareciera el contexto político
que había permitido el desarrollo del Informe MacBride y su
corolario, el NOMIC. La prensa “occidental” liderada por el
periodismo anglosajón comenzará una verdadera “guerra
mediática” en contra del Informe de la Unesco y de su
director general considerando que todo este debate estaba
dirigido a censurar a la prensa, limitar la libertad de infor-
mación y acusar a las grandes potencias de “imperialismo
cultural”. Aún reconociendo las disparidades, los países
industrializados, liderados por los Estados Unidos y el
Reino Unido, consideraron que este debate era una debate
ideológico propiciado por países, dirigentes políticos y fun-
cionarios internacionales “comunistas”. A mediados de los
80, Estados Unidos (1985) y el Reino Unido (1986), junto a
Singapur, se retiran de la Unesco y con ellos la Organi-
zación pierde el 30% de su presupuesto. Así, el debate
queda zanjado: se abandonan las iniciativas sobre políticas
de comunicación consideradas como una indebida ingeren-
cia estatal en el libre mercado. En 1989, la Unesco a-
bandona el NOMIC considerándolo “un gran malentendido”.
Uno de los logros de Belgrado, el PIDC, buscó generar
flujos de transferencia tecnológica de los países centrales
hacia los periféricos, pero como bien señala Colleen Roach,
el programa rápidamente se verificó insolvente para
producir algún cambio significativo, aún en el terreno de la
transferencia tecnológica. La cuenta especial creada para
recibir donaciones sólo consiguió recaudar 20 millones de
dólares en el período 1981-1990, a un promedio de dos
millones de dólares por año2. Así las ayudas prometidas
por los países industrializados a proyectos de comunicación
(radios, prensa, formación profesional, etc.) fueron
insignificantes y, aunque con aportes bilaterales se logró
crear la Agencia de Prensa Panafricana (PANA), ésta no
fue lo suficientemente independientes de los estados africa-
nos que la controlaban ni logró generar recursos ni
infraestructuras regionales para permitir su desarrollo.
30 años después
A comienzos del siglo XXI, treinta años después de iniciarse
el debate, los problemas constatados siguen existiendo y
en muchos sentidos, las brechas se han acentuado. La
caída del muro de Berlín y la explosión tecnológica y de
telecomunicaciones dio lugar a nuevos paradigmas. Si el
NOMIC comenzó a existir en momentos en que se
reconocía la relación entre desarrollo nacional y la
información, hoy en día no existen políticas nacionales de
información o comunicación. No está de moda hablar ni
51Tema monográfico: Sí, las ideas del Informe MacBride son todavía vigentes
siquiera de identidad nacional. Nos encontramos ante un
Nuevo Orden Mundial de la Información, impulsado y guia-
do por el mercado y se caracteriza por una concentración
creciente tanto de los medios de comunicación como de las
empresas de telecomunicaciones y trae como consecuen-
cia la homogeneización de contenidos e identidades.
En este marco, cabe destacar que el mapa mediático se
ha convertido en un mapa multimediático, en el cual los
principales conglomerados (Rupert Murdoch, Time Warner,
Berlusconi, etc.)3 ocupan las posiciones dominantes y
exclusivas en el mercado, lo que de hecho impide un
verdadero pluralismo. Los desequilibrios de la información,
a pesar de la emergencia de nuevos actores en el área de
los países en desarrollo, se perpetúan y se acrecientan con
la denominada “brecha digital”.
El debate internacional sobre la cuestión, que natural-
mente se hacía en el seno de la Unesco, tiene hoy un nuevo
espacio de discusión, la Unión Internacional de Telecomuni-
caciones (UIT), organización netamente técnica, transfor-
mando ciertos conceptos caros al Informe MacBride como
acceso, participación y derecho a la comunicación en
nociones meramente técnicas de “acceso digital”. En
consecuencia, la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de
Información (CMSI), que tuvo lugar en Ginebra en
diciembre de 2003, no sometió a discusión las tendencias
actuales: el predominio del mercado, cuya potencia
refuerza el proceso de globalización hasta convertirse en el
único factor constitutivo de la sociedad de información,
mientras las tecnologías y redes digitales son tratadas
como asuntos exclusivamente comerciales, descartando la
incidencia que ellas tienen sobre los comportamientos,
valores e identidades. Además y por las propias caracterís-
ticas de la organización convocante, los estados-nación ya
no se encuentran solos, puesto que las discusiones se
realizan con las corporaciones del sector privado que devie-
nen determinantes en la elaboración de políticas, mientras
la llamada sociedad civil, aunque invitada, no es más que
un observador.
Es más, la creación de un Fondo de Solidaridad Digital,
similar al Programa Internacional para Desarrollo de las
Comunicaciones de la Unesco, fue postergado para 2005 y
tiene todas las posibilidades de convertirse en una entidad
financiera precaria como lo fue su predecesor.
Hoy, la globalización, los conglomerados y las redes
digitales ponen nuevamente en el tapete el derecho de los
pueblos a la comunicación y a la identidad (diversidad)
cultural, tal y cual lo planteaba el Informe MacBride4. Si bien
en las discusiones de los años 70 eran los estados que
hablaban en nombre de los pueblos, las nuevas tecnologías
permiten a las comunidades organizadas (la sociedad civil)
y a los profesionales las posibilidades de participar en los
procesos comunicativos. Se trata de una nueva batalla por
la democratización de la información y de la comunicación.
En ella, ya están actuando vastos sectores sociales y
medios de comunicación alternativos o de informaciones
generales. Como dijera el fundador de la agencia de prensa
IPS, Roberto Savio, en febrero de 2001, en el Foro Social
Mundial de Porto Alegre, “a una información regida por los
valores de la globalización mercantil, como son la ganancia,
la eficiencia y la competencia, hay que anteponer una
comunicación con base en los valores de los ciudadanos: la
solidaridad, la justicia, la equidad, el pluralismo y la
participación”5. Todo un reto.
Notas
1 "Un solo mundo, voces múltiples". Informe de la Comisión
McBride. Editorial Fondo de Cultura Económica, México,
1980.
2 Colleen Roach (1997) The Western World and the NWICO:
united they stand?, en Peter Golgin y Phil Harris (Eds.)
Beyond Cultural Imperialism, Londres, Sage
3 Herman, Edward y Mc Chesney, Robert (1999) Los medios
globales. Los nuevos misioneros del capitalismo
corporativo, Ed. Cátedra, Madrid
4 Ver Vincent, Richard.V, Nordenstreng, Kaarle, Traber
Michael, Towards Equity in Global Communication,
MacBride Update, Hampton Press, Inc, USA, 1999.
5 Savio Roberto, La concentración de los medios conduce al
pensamiento único, Other News, agencia IPS, Roma marzo
2004.
53Tema monográfico:El descubrimiento balbuceante de los procesos de internacionalización
Los años setenta marcan un giro en el pensamiento
comunicacional sobre los procesos de internacionalización
en su relación con la democracia, aunque plantean más
preguntas que respuestas. El Informe MacBride cristaliza
parcialmente este viraje. Más allá de los sesgos, de las
carencias y de su ambigüedad esquizoide, como decía
Herbert Schiller, su mayor mérito es el de existir. Es la
primera vez que un documento, legitimado desde una
institución del sistema de las Naciones Unidas, confiere
visibilidad a los desequilibrios estructurales en el campo de
la comunicación y, al mismo tiempo, propone algunas pistas
para subsanarlos. Al dar visibilidad a los problemas de
comunicación, el Informe ofrece una posible clave común
de lectura a la multitud de iniciativas paralelas que la
Unesco emprende en estos mismos años setenta. Un
ejemplo es el de la serie de conferencias regionales sobre
las políticas culturales decididas en la conferencia sobre
este tema que se desarrolló en Venecia en 1970 —es decir,
antes de que se vislumbrase el debate central sobre el
Nuevo Orden Mundial de la Información y de la Comuni-
cación (NOMIC)—; es el caso también de las conferencias
sobre políticas de comunicación. Esta lectura articulada
despliega un cuerpo coherente de principios básicos de una
regulación democrática de los dispositivos de la comunica-
ción a través de las políticas públicas y de los derechos a la
comunicación como concretización de la carta de los
derechos humanos, aunque estas nociones permanezcan
relativamente vagas. En su descargo se podría alegar que
el trabajo de la Comisión refleja el estado de la reflexión
jurídica alternativa, aún en pañales en esos años. Una
dificultad que persiste hoy para definir la apuesta en este
campo.
En esos años setenta, voces hasta entonces descartadas
de los hemiciclos internacionales hicieron escuchar sus
opiniones sobre el ordenamiento del mundo, tanto al nivel
económico como comunicacional. No es posible aislar el
Informe del trasfondo geopolítico que legitima la irrupción
de otra visión del mundo distinta a la que estaba
acostumbrada la propia Unesco desde los años cincuenta.
De manera general, se puede decir que la entrada en la era
postcolonial significa el surgimiento en el espacio
internacional del actor Tercer Mundo. Lo que empieza a
resquebrajarse es el paradigma evolucionista de la pareja
desarrollo-subdesarrollo y su concepto informacional y
lineal de la historia, extraño a la idea de la diversidad y de
la creatividad de las culturas. La crisis de este retorno de la
vieja ideología del progreso señala la crisis de los
esquemas de la comunicación-modernización por difusión
de las innovaciones a partir de un centro civilizador, que
habían dominado las referencias de los ingenieros y
planificadores sociales de la Unesco durante más de dos
decenios. En cuanto al excesivo peso que adquiere la
cuestión de los flujos de noticias de las grandes agencias
de prensa en la apertura de las discusiones sobre el
intercambio desigual, se debe a acontecimientos históricos
precipitadores de una toma de conciencia. Por ejemplo, lo
ocurrido durante los primeros años setenta en el Chile de
Salvador Allende, donde la AP y la UPI tuvieron un papel
protagónico en las campañas en contra de las reformas de
la Unidad Popular. No por casualidad se invitó a integrarse
en la Comisión MacBride al chileno Juan Somavía,
fundador del Instituto Latinoamericano de Estudios
Transnacionales (ILET), radicado en la ciudad de México en
los años que siguieron al golpe de estado del general
Pinochet. Este Instituto se reveló como un laboratorio deArmand MattelartProfesor emérito de la Universidad Paris 8 (Francia)
El descubrimiento balbuceante de los procesos de internacionalización
Armand Mattelart
ideas acordes a un proyecto de Nuevo Orden Mundial de la
Información y de la Comunicación.
Las reacciones al Informe están a la medida de la
revelación de los problemas de comunicación. Intolerancia
de Estados Unidos, defendiendo su vieja doctrina del free
flow, y oportunismo de la Unión Soviética, instrumen-
talizando las demandas legítimas del Movimiento de los No
Alineados en favor de un Nuevo Orden para reafirmar su
política de cierre de sus propias fronteras. El
enfrentamiento entre ambas superpotencias reduce el
debate a uno más de los frentes de la guerra fría. No menos
importantes son los intereses que mueven el Movimiento de
los Países No Alineados en sus reivindicaciones: algunos
de sus componentes tomaron la demanda de un Nuevo
Orden internacional como coartada para tapar sus
violaciones de la libertad de expresión en su propio
territorio. Finalmente, mientras las organizaciones
corporativas tomaron rápidamente conciencia de la
necesidad de organizarse para oponerse a la idea de
regulación y de política pública, se observa en cambio la
ausencia de una acción estructurada de la sociedad civil
organizada. Esto fue debido principalmente al hecho de que
la visión reinante sobre la comunicación en las fuerzas de
cambio es por lo esencial instrumental.
Alrededor del Informe y del NOMIC se ha tejido una
leyenda negra. Incluso hoy pocos se atreven a recordar
estos antecedentes dentro de la propia Unesco. Este tabú
ha paralizado la posibilidad de un retorno crítico sobre el
pasado y sus contradicciones. Sigue impidiendo que se
aprecie en su justo valor este momento pionero y original de
la construcción de la larga memoria de las luchas para la
democratización de la comunicación. El periodo de
hibernación de la idea de política pública y de auge paralelo
de la «autorregulación» por virtud del mercado y de la
técnica, en los años de la desregulación y de las
privatizaciones salvajes, ha contribuido a establecer una
tabula rasa epistemológica. Lo menos que se puede decir
es que la vuelta de la delegación estadounidense a la
Unesco en 2003 después de 17 años de ausencia no
favorece la desaparición de la hipoteca.
Hubo que esperar a los inicios del nuevo siglo, con la
quiebra de las promesas del modelo ultraliberal y las
señales dadas por nuevas fuerzas de resistencia, para que
resurjan en los debates internacionales los conceptos de
derechos a la comunicación y de políticas públicas. Las
voces que los defienden se han multiplicado a medida que
se estructuraban las estrategias de los movimientos
sociales y de las coaliciones profesionales. Se han
multiplicado también los lugares institucionales en que se
juega el sentido de estos conceptos que han acabado por
nuclear las negociaciones sobre la excepción cultural y la
diversidad cultural, la sociedad de la información o la
gestión de los bienes públicos comunes. Las discusiones
sobre los artículos de las convenciones, declaraciones y
planes de acción que buscan sustraer la información, la
cultura y el conocimiento al imperio de la mercancía y de las
finanzas toman cada vez más un carácter jurídico y técnico,
prefigurando las luchas culturales del nuevo siglo. Pero no
por ello ha desaparecido la argumentación maniqueísta en
los círculos que se oponen a la idea de regulación
democrática. Más que nunca bajo todas las latitudes se
empeñan en asimilar lo público a la censura y al control de
las mentes.
Si los actores reticulares de la sociedad civil organizada
hacen escuchar cada vez más sus múltiples voces desde
muchos mundos en los debates internacionales, también
tratan, en el terreno, de contrarrestar la relación asimétrica
entre los ciudadanos y los nuevos o antiguos dispositivos
de la hegemonía cultural e informacional. Así, a tientas, han
empezado a imaginar formas inéditas y permanentes de
contrapoder democrático a nivel nacional y local,
construyendo una fuerza ético-moral en contra de la
apropiación indebida de la esfera pública por las lógicas de
la concentración político-financiera.
54Quaderns del CAC: Número 21
55
El poder de los textos sagrados
Daniel Biltereyst y Veva Leye
Tema monográfico: El poder de los textos sagrados
Daniel Biltereyst Profesor de estudios de medios de comunicación culturales
y de comunicación internacional en la Universidad de
Gante (Bélgica)
Veva LeyeInvestigadora doctoranda del Fondo para la Investigación
Científica de Flandes (Bélgica)
Si se realizara una encuesta en la que se tuvieran que
nombrar los textos más importantes en el campo de la
comunicación internacional y, en general, de los estudios
de los medios de comunicación, es muy probable que el
Informe MacBride figurara entre los más citados. El hecho
de que el informe Un solo mundo, voces múltiples se haya
convertido en un original tan escaso, y que no se haya
vuelto a publicar íntegramente desde 1980 no ha hecho
sino aumentar su valor canónico. Desde que la Comisión
Internacional de Estudio de los Problemas de la
Comunicación, o Comisión MacBride, que empezó a
trabajar en 1977, presentó sus conclusiones tres años
después en la Conferencia General de la Unesco, el
Informe MacBride ha generado debate no sólo dentro de la
misma comisión, la escena política internacional o el sector
de los medios y las comunicaciones.
También ha generado discusión dentro del mundo
académico, donde los especialistas se han peleado por los
significados y las implicaciones de este texto y han
estimulado la investigación académica crítica sobre el
legado del Informe. Aunque el Informe MacBride puede
considerarse un texto muy discutible y de múltiples facetas,
con un espíritu legendario de compromiso, se ha terminado
por mitificarlo porque se considera que vale la pena luchar
(o seguir luchando) por los principios que plantea. Entre
estos principios encontramos ideas como el derecho a
comunicar, un nuevo orden mundial en el ámbito de los
medios y la comunicación, la promoción de la cooperación
internacional, el desarrollo de una auténtica independencia
y autonomía, la mejora de las fuentes internacionales de
información y la mejora de las condiciones de trabajo para
los periodistas, la democratización de la comunicación, etc.
El legado puso de manifiesto la idea de que la información
y la comunicación son un recurso vital y liberador para la
emancipación económica, social y cultural. El Informe
MacBride contó con la participación de expertos y
estudiosos externos, y ejerció mucha influencia sobre el
conocimiento en el campo de la comunicación inter-
nacional, donde hasta hoy ha dado lugar a iniciativas para
la supervisión de los medios y la comunicación mundiales.
No obstante, se han sucedido las críticas al Informe, por
ejemplo, por su tono de compromiso, sus principios vacíos
y su naturaleza ateórica y ahistórica. Según los econo-
mistas políticos, como Herbert Schiller, el informe no
investigó a fondo los modelos de control. Otras críticas se
centran en las asunciones de los efectos generales y
positivos de la comunicación1, la falta de una perspectiva de
género2, o el tratamiento insuficiente de la relación entre la
cultura y la política de comunicación3. Según Hamelink, “la
estructura de las recomendaciones presentaba unas
deficiencias que comportaban casi inevitablemente su
ineficacia”4. Algunos lo consideraban demasiado conserva-
dor, otros, demasiado crítico. Estos últimos le reprochaban
sobre todo que supusiera una amenazara para la doctrina
de la libre circulación de la información, con el intento de
imponer reglas, códigos, nuevas estructuras y otras
intervenciones “centralizadas”. Desde una perspectiva más
reciente, se podría considerar que el Informe descuidaba o
incluso dejaba de lado la dinámica de lo que ahora se
56Quaderns del CAC: Número 21
conoce como sociedad civil y su fe en el poder de las
organizaciones, los movimientos y los valores de interés
público.
Lo que sucedió después de la presentación del Informe
MacBride es sobradamente conocido. Su acogida por parte
de la Unesco, de la escena política internacional y de los
medios de comunicación se podría afirmar que fue, cuando
menos, tumultuosa y que abrió una brecha más profunda
entre las diferentes partes del debate sobre el Nuevo Orden
Mundial de la Información y de la Comunicación (NOMIC).
No obstante, el informe y su controvertida acogida histórica
deben analizarse como signo de los tiempos, en medio de
los cambios en las relaciones de poder y la emergencia de
una (geo)política capitalista más ofensiva. En la década de
1980, la comercialización, la desregulación, la liberalización
y las políticas de libre comercio dominaron el nuevo
discurso político y también el campo de los medios y la
comunicación, donde las nuevas TIC denotaban la euforia
de la globalización.
Es cierto que la Comisión no podía prever los profundos
cambios políticos, económicos, socioculturales y tecnológi-
cos que se producirían en la década siguiente. A pesar de
todo, si bien en los años ochenta y noventa el debate sobre
el Informe MacBride y el NOMIC desapareció de la agenda
de la Unesco, sí que se mantuvo vivo en la agenda de una
incipiente sociedad civil mundial.5 Este debate adoptó
formas muy diversas, desde la Mesa Redonda MacBride,
un grupo de defensa del derecho a la comunicación que se
reunió anualmente entre 1989 y 1999, hasta, más
recientemente, la Campaña por los Derechos de la
Comunicación en la Sociedad de la Información6.
La supervivencia del legado del Informe MacBride
responde al hecho de que, aunque el mundo ha cambiado
sobremanera, siguen plenamente vigentes muchas
cuestiones relativas a los desequilibrios y las desigualdades
de los medios y la comunicación. Las comparaciones en
términos de desigualdad de medios, información y
comunicación se expresan actualmente de una manera
más elegante en términos de una brecha digital. Sin lugar a
dudas, los flujos mundiales de medios y comunicación han
cambiado, pero las tendencias principales siguen poniendo
de manifiesto un desequilibrio, mientras que las grandes
multinacionales ejercen aún sus actividades principalmente
desde uno de los tres centros político-económicos. Todavía
es necesario un modelo de supervisión sistemática de la
comunicación internacional; mientras, el derecho a
comunicar sigue siendo un principio que hay que
reivindicar. La alta comisionada de las Naciones Unidas
para los Derechos Humanos, Mary Robinson, afirmó hace
un par de años que “el aumento de la reacción violenta
contra la globalización se debe al hecho de que, en primer
lugar, sus beneficios y oportunidades se han concentrado
de forma exagerada en un grupo relativamente reducido de
países, y se han distribuido dentro de este grupo de una
manera irregular”7.
Mientras tanto, el Informe MacBride ha acabado
convirtiéndose en una referencia mítica en el campo de las
comunicaciones internacionales y nadie sabe exactamente
quién se ha leído realmente esta obra canónica. Si
prestamos atención a los comentarios de Cees Hamelink
sobre la “ad-hocracia” de la Comisión8, se nos plantea una
cuestión general sobre la naturaleza de estas comisiones. A
menudo, sus recomendaciones no son jurídicamente
vinculantes, lo que se ha vuelto a poner de manifiesto con
la Comisión Mundial sobre Cultura y Desarrollo de la
Unesco (1995), cuyo informe, Nuestra diversidad creativa,
sugería propuestas bastante radicales en relación con los
medios de comunicación. Sin embargo, como indicaron
O'Siochru, Girard y Mahan, estas propuestas “no llegaron
nunca a la siguiente conferencia de la Unesco en 1998 y se
hundieron sin dejar rastro”9. Así, desde una perspectiva
posmoderna, las aseveraciones sobre la verdad que
realizan estas comisiones deberían ponerse en tela de
juicio. Esto nos recuerda la confianza en “la posibilidad de
investigar libremente la verdad objetiva”, avalada en el
preámbulo de la Constitución de la Unesco por parte de los
Estados miembros de la organización. La historia nos ha
demostrado, no obstante, que existen también “muchas
verdades, pero sólo un mundo”.
Notas
1 BASIL, M. (1999). «Unresearched Assumptions in the
MacBride Report», en: VINCENT, R. C.; NORDENS-
TRENG, K.; TRABER, M. (eds.), Towards Equity in Global
Communication. MacBride Update. Cresskill (Nueva
Jersey): Hampton Press, pp. 223-232.
2 O'SIOCHRU, S. (2004). «Will the Real WSIS Please Stand-
Up? The Historic Encounter of the ‘Information Society’ and
the ‘Communication Society’». Gazette: The International
Journal of Communication, 66 (3-4), pp. 203-224.
3 ADY, J. C. (1999). «Transcending the Dialectic of Culture»,
en: VINCENT, R. C.; NORDENSTRENG, K.; TRABER, M.
(eds.), Towards Equity in Global Communication. MacBride
Update. Cresskill (Nueva Jersey): Hampton Press, p. 213.
4 HAMELINK, C. J. (1997). «MacBride with Hindsight», en:
GOLDING, P.; HARRIS, P. (ed.), Beyond cultural
Imperialism. Globalization, Communication and the New
International Order. Londres: Sage, p. 86.
5 CALABRESE, A. (2004). «The Promise of Civil Society: a
Global Movement for Communication Rights», en:
Continuum: Journal of Media & Cultural Studies, 18 (3), pp.
324-325.
PADOVANI, C. (septiembre 2004). Debating Commu-
nication Imbalances: From the MacBride Report to the
World Summit on the Information Society. An Application of
Lexical-Content Analysis for a Critical Investigation of
Historical Legacies.
http://www.ssrc.org/programs/itic/publications/
knowledge_report/memos/Padovanimemo4.pdf.
NORDENSTRENG, K. (1999). «The Context: The Great
Media Debate», en: VINCENT, R. C.; NORDENSTRENG,
K.; TRABER, M. (eds.), Towards Equity in Global
Communication. MacBride Update. Cresskill (Nueva
Jersey): Hampton Press, p. 262.
6 Cf. Padovani (2004) y O'Siochru (2004).
7 Ponencia para la Fundación Ética Mundial, 21 de enero
de 2002:
http://www.weltethos.org/dat_eng/st_9e_xx/9e_144.htm.
8 “Podría perecer que la creación de estas comisiones refleja
una nostalgia por la vieja confianza en los hechiceros
que poseen el poder misterioso de agitar su varita mágica
para resolver problemas desconcertantes.” (Hamelink,
1997: 89-90).
9 O'SIOCHRU, S.; GIRARD, B.; MAHAN, A. (2002). Global
Media Governance. A Beginner’s Guide. Lanham (Md.):
Rowman and Littlefield, p. 124.
57Tema monográfico: El poder de los textos sagrados
59Tema monográfico: El Informe MacBride, visto en perspectiva
El Informe MacBride, visto en perspectiva
Ulla Carlsson
Ulla CarlssonDirectora de Nordicom (Centro de Información Noruego de
Investigación sobre Comunicación y Medios de
Comunicación) de la Universidad de Goteborg (Suecia)
Nosotros, los representantes de los pueblos del mundo,
reunidos en Ginebra del 10 al 12 de diciembre de 2003,
con motivo de la primera fase de la Cumbre Mundial
sobre la Sociedad de la Información, declaramos nuestro
deseo y compromiso comunes de construir una sociedad
de la información centrada en la persona, integradora y
orientada al desarrollo, en la que todos puedan crear,
consultar, utilizar y compartir la información y el
conocimiento, para que las personas, las comunidades y
los pueblos puedan emplear plenamente sus
posibilidades en la promoción de su desarrollo sostenible
y en la mejora de su calidad de vida, sobre la base de los
propósitos y principios de la Carta de las Naciones
Unidas, respetando plenamente y defendiendo la Decla-
ración Universal de los Derechos Humanos. (Declaración
de principios. La construcción de la sociedad de la
información: un reto mundial del nuevo milenio).
Estas palabras prologan el plan de acción político aprobado
por la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información
(CMSI), celebrada en Ginebra en diciembre de 2003. No es
la primera vez que la comunidad internacional ha redactado
un proyecto para regular cuestiones relativas a la
información y la comunicación en el ámbito mundial. En sus
primeras décadas de existencia, las atribuciones
normativas de la ONU y la Unesco estaban muy vinculadas
a la protección de los derechos humanos, pero en la década
de 1960 los progresos tecnológicos en el campo de las
telecomunicaciones pusieron de manifiesto la necesidad de
una nueva regulación internacional. Las cuestiones
relativas a la información adoptaron una nueva valencia o
carga política y su debate giró cada vez más en torno a la
doctrina de la libre circulación de la información. La guerra
fría determinó las líneas del frente de ese período, pero
también surgió un nuevo frente, el que separaba el Norte
del Sur. Se formularon demandas de un nuevo orden
internacional de la información y, en 1976, en el punto
álgido del debate, la Conferencia General de la Unesco
asignó a la Comisión MacBride la misión de analizar los
problemas existentes en el campo de la comunicación y de
proponer soluciones. Las autoridades internacionales y la
comunidad diplomática reconocieron el carácter
internacional de los medios de comunicación, sus
estructuras, sus visiones del mundo y sus mercados.
Hoy, transcurridos 25 años, los avances tecnológicos han
vuelto a generar un debate sobre la necesidad de una
nueva normativa internacional en materia de comunicación,
esta vez en el marco de la CMSI y en términos diferentes a
los de la década de 1970. La ONU, la Unesco y la UIT son
los interlocutores de nuevo escenario, donde las cuestiones
relativas a la información y la comunicación se debaten
principalmente en términos relativos a la “gobernanza
mundial”. Hoy, como ayer, las cuestiones relativas a la
democracia y el desarrollo son ejes centrales y se están
haciendo esfuerzos por superar la división digital desde una
perspectiva Norte-Sur.
El Informe MacBride: un hito en el acaloradodebate sobre el NOMIC
Los Países No Alineados pidieron un nuevo orden
internacional de la información a mediados de la década de
1970 como ampliación de las demandas ya expresadas de
un nuevo orden económico mundial. Aunque los países no
alienados no constituían una unidad en términos de
ideología o sistemas político-económicos y, además, como
grupo, presentaban tendencias hacia un bloque y hacia el
otro, sí que mantuvieron, sin embargo, un frente unido en
relación con la cuestión del nuevo orden internacional de la
información. Fue pura casualidad que la demanda de
reforma del sistema internacional de las comunicaciones
surgiera de las filas del movimiento no alienado. Uno de los
principales factores fue el agitado cambio que se estaba
produciendo en el mercado mundial del petróleo. La crisis
de la OPEP, o crisis del petróleo, de 1973 hizo estallar la
posición de dominio casi absoluto de que había gozado
Estados Unidos durante más de un siglo y los países no
alienados consiguieron una posición de negociación sin
precedentes.
Después de 1973, ya no se trataba de una cuestión de
liberación nacional en un sentido estrictamente político y
jurídico, ya que las aspiraciones también se hicieron
extensivas a los ámbitos económico y cultural. Este hecho
hizo tambalear las relaciones de poder existentes. El nuevo
orden internacional de la información se apoyaba sobre
cuatro pilares, las “cuatro D”: Democratización de los flujos
de información entre países; Descolonización, es decir,
autodeterminación, independencia nacional, identidad
cultural; Desmonopolización, es decir, imposición de límites
sobre las actividades de las multinacionales de las
comunicaciones; y Desarrollo, es decir, política nacional de
comunicación, refuerzo de las infraestructuras, formación
en periodismo y colaboración regional (Nordenstreng 1984).
Los medios de comunicación, sobre todo las agencias de
noticias, eran lo más importante. Se evidenció una nueva
manera de ver el desarrollo, apoyada sobre principios
como: “el desarrollo presupone autodeterminación y
identidad cultural” y “los países receptores deben controlar
la ayuda que reciben”. Añadamos a todo esto una
perspectiva internacional y un compromiso con la
cooperación regional.
Las quejas del Tercer Mundo y las demandas que elevó a
la Unesco respecto a un nuevo orden internacional de la
información generaron una dura batalla que alcanzó un
punto crítico en la “Declaración sobre los medios de
comunicación” a mediados de la década de 1970. Justo
cuando el conflicto sobre esta declaración llegaba a su
punto álgido en 1976, se convocó la Comisión MacBride
para que propusiera principios que orientasen los pasos
hacia un nuevo orden mundial de la información y de la
comunicación (el NOMIC). La comisión —presidida por el
político y diplomático irlandés y premio Nobel Sean
MacBride— presentó su informe final (Many Voices, One
World. Communication and Society, Today and Tomorrow)
justo antes de la Conferencia General de la Unesco
de 1980.
Las grandes diferencias que habían caracterizado los
debates a lo largo de los años setenta también estaban
presentes en la Comisión MacBride. Teniendo en cuenta
que estaba constituida por dieciséis miembros, en
representación de diferentes ideologías, diferentes
sistemas políticos, económicos y culturales y diferentes
áreas geográficas, fue un logro considerable que la
comisión alcanzara un acuerdo sobre tantos puntos. En el
prólogo del informe, Sean MacBride destaca que los
miembros “consiguieron lo que creo que es un grado
sorprendente de acuerdo sobre las grandes cuestiones,
pues las opiniones parecían irreconciliables” (p. 18). A
causa de las diferencias dentro del grupo, el informe no
ofrece ninguna propuesta específica en relación con los
principios reguladores de la comunicación. Sí que ofrece,
en cambio, unas cuantas recomendaciones y propuestas
destinadas a crear un “orden mundial de la información y de
la comunicación más justo y más eficaz”. Hasta entonces
no se había redactado nunca un documento como éste y
después tampoco se ha hecho nada comparable en el
mundo de la comunicación. La mayoría de los que hicieron
comentarios sobre el informe, muchos de ellos críticos,
coinciden en afirmar que se trata del documento más
minucioso que se ha hecho sobre el mundo de la
comunicación (cf. Hamelink 1980).
El informe de la Comisión destaca que no sólo atañe a los
países en vías de desarrollo llevar adelante todos los
cambios necesarios, sino a toda la humanidad, porque, si
no es así, no es posible conseguir la libertad, la reciprocidad
o la independencia en el intercambio de la información en
todo el mundo. La comisión constató la persistencia de los
desequilibrios en los flujos de noticias e información entre
los países y de las fuertes desigualdades en la distribución
de los recursos comunicativos. La comisión, si bien con
60Quaderns del CAC: Número 21
disparidad de criterios, vio en el dominio de las
multinacionales una amenaza contra la integridad cultural y
la independencia nacional y coincidió en la necesidad de un
cambio porque la situación era “inaceptable para todos”
(Many Voices, One World 1980, 18)
La comisión trató, sobre todo, de hallar soluciones que
permitieran a los países del Tercer Mundo desarrollar y
reforzar su independencia, la autodeterminación y la
identidad cultural. Investigaron vías para mejorar el
funcionamiento de las agencias de noticias internacionales
y las condiciones de trabajo de los periodistas. Algunas
propuestas más básicas se centraron en la democratización
de la comunicación, es decir, en cuestiones relativas al
acceso y la participación; “se hizo hincapié en ‘el derecho a
comunicar’ en todos los ámbitos, internacional, nacional,
local e individual” (Many Voices, One World 1980, 265, 173).
El informe de la Comisión MacBride fue uno de los puntos
principales de la agenda de la XXI Conferencia General de
la Unesco de 1980. Pese a todo, por consejo del director
general, que se vio sometido a una gran presión, las
recomendaciones de la comisión se desestimaron y se
archivaron entre la documentación preliminar del plan a
medio plazo de la Unesco para 1984-1989. La amenaza
lanzada por Estados Unidos de retirarse de la Unesco a
causa del NOMIC empañaron la conferencia. No obstante,
las recomendaciones de la Comisión MacBride aparecían a
menudo en el debate e influyeron indirectamente en la
formulación de la resolución de la Unesco sobre la
Comisión Internacional de Estudio de los Problemas de la
Comunicación (4/19). Las secciones más concretas de la
resolución se referían al desarrollo y la asistencia. Estas
secciones se reforzaron aún más con la creación de un
Programa Internacional para el Desarrollo de la
Comunicación (PIDC), fruto indirecto de la Comisión
MacBride. La posición occidental se vio reforzada; los
intentos por poner en práctica una idea política en algunas
de las recomendaciones quedaron encallados y
prevalecieron las iniciativas de asistencia práctica.
La Comisión MacBride realizó sin duda una importante
aportación al estructurar el área problemática, lo que
permitió elevar el nivel intelectual del debate. Las
cuestiones se concretaron a partir de las soluciones que
proponía la comisión, pero las cuestiones fueron
desapareciendo de la agenda internacional a medida que
aparecía un nuevo clima político y las nuevas relaciones de
poder de los años ochenta. Si miramos atrás, la década de
1970 representó un gran cambio que hizo inclinar la
balanza de la política y la ideología hacia la interacción de
las fuerzas de mercado. Los años sesenta fueron años de
optimismo: las naciones ricas estaban en pleno boom, las
antiguas colonias conseguían su independencia y la fe en el
gobierno y la tecnología era muy sólida. Los años setenta
fueron años turbulentos: las ideologías entraron en
conflicto, los sistemas eran objeto de crítica y se proponían
alternativas; las soluciones colectivas se vieron favorecidas.
Los años ochenta, en cambio, se pueden considerar como
una época de desregulación, comercialización, consu-
mismo y soluciones individuales. Los adelantos se vieron
muy vinculados a la aceleración de un proceso de
globalización impulsado por la tecnología.
La aportación de la Comisión MacBride y lainvestigación en el mundo de las comunicaciones
La ausencia de repercusiones políticas de las recomen-
daciones de la comisión, al contrario de lo que esperaban
sus autores, fue, lógicamente, una decepción. El Informe
MacBride no era un documento teórico, sino las
conclusiones de la comisión a partir de una investigación en
el campo de la comunicación. No en vano, la comisión
solicitó la colaboración de muchos especialistas externos
de diferentes disciplinas para producir informes
especializados sobre aspectos de la labor de la comisión.
Nunca hasta entonces se había hecho un trabajo de tal
magnitud. Entre los estudios figuraban desde análisis
conceptuales hasta informes estadísticos, estudios de
legislaciones nacionales sobre medios de comunicación y
bibliografías, presentados todos ellos en casi cien
publicaciones. Si miramos atrás, uno de los principales
legados de la comisión es la articulación de un tercer
paradigma del desarrollo.
La independencia y la identidad cultural eran los principios
clave en las recomendaciones de la comisión. Se hicieron
explícitos conceptos como el acceso y la participación. La
comisión también introdujo el ámbito local y la
comunicación horizontal en la reflexión sobre el desarrollo.
También se insinuó que las causas del subdesarrollo había
61Tema monográfico: El Informe MacBride, visto en perspectiva
que buscarlas tanto en los países desarrollados como en
los países en vías de desarrollo. Las recomendaciones de
la Comisión MacBride, no obstante, no eran del todo claras.
Las ambigüedades eran bastante evidentes en el
tratamiento que la comisión daba a la tecnología de la
comunicación y al desarrollo tecnológico. En este sentido,
la reflexión de la comisión oscilaba entre el paradigma de la
modernización y el paradigma de la dependencia. Aun así,
iban tomando forma las líneas de un tercer concepto
alternativo del desarrollo.
A principios de la década de 1980, expertos y
especialistas en desarrollo empezaron a hablar de “otro
desarrollo”. Este tercer enfoque se podría caracterizar como
una reacción contra el paradigma de la modernización y
contra el paradigma de la dependencia. Durante la última
década, gran parte del trabajo de este “otro desarrollo” se
ha centrado en el concepto de multiplicidad. Aquí, el
principio básico es que no existe un camino único hacia el
desarrollo, pues éste debe entenderse como un proceso
integral, multidimensional y dialéctico, específico de cada
país. Por eso, “desarrollo” es un concepto relativo, y
ninguna sociedad ni ninguna parte del mundo pueden decir
que representan el modelo ideal de “desarrollo”. La
importancia concedida a la multiplicidad también ha
propiciado que se dé importancia a una comunicación
participativa que favorezca el cambio social (véase, por
ejemplo, el trabajo de Servaes, Bordenave, Fair, Kivikuru,
Jacobson, Kumar, Lie y White).
Los vínculos entre este tercer paradigma del desarrollo y
el debate sobre el NOMIC y las ideas implícitas en la
resolución de la Comisión MacBride son evidentes.
Conceptos como la independencia y la identidad cultural
consiguieron ocupar un lugar en la agenda internacional y
ganaron, por tanto, aceptación política en el ámbito
conceptual. En la Comisión participaron sociólogos,
politólogos, pedagogos, especialistas en medios de
comunicación, etc., y esto garantizó la inclusión de muchos
de los conceptos que a la postre serían recurrentes tanto en
la teoría como en la práctica en las décadas siguientes.
Resulta difícil, no obstante, distinguir entre la causa y
el efecto. Es muy probable que la posición actual sea
el fruto de los intercambios mutuos entre regiones,
disciplinas académicas, expertos, políticos, etc., gracias
al camino que abrió en su momento la Comisión MacBride.
El conjunto de la investigación que se presentó en relación
con la Comisión MacBride se podría comparar con un
proyecto exhaustivo de investigación multidisciplinaria. Si
comparamos los dos procesos, el de la CMSI destaca por la
ausencia de fundamento científico. En realidad, es
deplorable que la CMSI no haya solicitado la colaboración
de investigadores de diferentes disciplinas y orígenes
geográficos para conseguir un conocimiento mejor y más
profundo de la situación de la comunicación y de los
medios, ya que está relacionada con los fenómenos
actuales de la globalización. Una iniciativa como ésta sin
duda reforzaría la CMSI en la creación de un entorno que
favoreciera la comunicación y los medios en un plano
internacional.
De la Comisión MacBride a la CMSI
Un solo mundo, voces múltiples resiste el paso del tiempo.
Su lectura, hoy día, plantea distintos tipos de reflexiones.
Algunos de los progresos de la última década se podían
predecir incluso en la época de la Comisión MacBride. De
hecho, la creciente concentración de medios de
comunicación, la monopolización de los mercados y la
reducción de la diversidad eran algunas de las quejas que
la comisión puso sobre la mesa. Pero no resultaba nada
fácil prever la amplitud y la profundidad de lo que estaba por
llegar; nadie se podía imaginar todo lo que llegaría a
producir la tecnología de la información. La globalización de
los medios de comunicación se ha acelerado y la división
digital se ha ampliado en los últimos años.
Las relaciones entre los países ricos y los pobres que
describía la Comisión MacBride a finales de los años
setenta no parece que hayan variado demasiado, si bien la
terminología es relativamente nueva. Algunos países del
Sur siguen sin tener infraestructuras adecuadas para los
medios de comunicación modernos, algo que pone trabas a
su desarrollo y al mismo tiempo impide su acceso al
sistema internacional de medios de comunicación y de
noticias. Aquellos que pueden cambiar la situación no
siempre están motivados para hacerlo y aquellos que
quieren cambiar la situación no siempre están en
disposición de hacerlo.
Ahora que las cuestiones relacionadas con la información
62Quaderns del CAC: Número 21
internacional y los medios de comunicación vuelven a
acaparar la atención, muchos han expresado su
preocupación por el hecho de que la CMSI acabe
adoptando una perspectiva cada vez más técnica en las
cuestiones relacionadas con las telecomunicaciones e
internet. Muchas voces, no sólo dentro de la sociedad civil,
han exigido que se preste más atención en el documento
definitivo a los medios de comunicación y a su pluralismo, a
los derechos humanos y a los derechos de comunicación.
Cuando se haya aprobado el documento definitivo de la
CMSI en 2005, habrán transcurrido 25 años desde que la
Comisión MacBride presentó su informe a la Unesco.
Aunque los puntos de partida y los términos de referencia
utilizados hoy son bastante diferentes de los años setenta,
el desarrollo sigue vinculado al proyecto de modernización.
Hoy, sin embargo, el proceso para hallar soluciones a estos
problemas no parte de las instancias más altas. La
sociedad contemporánea es mucho más compleja. Ahora
nos encontramos en la era de la gobernanza multilateral del
sistema de la comunicación, donde predomina la
interacción entre muchos interlocutores diferentes, públicos
y privados, en múltiples ámbitos, desde lo local a lo global.
Pero al final, los objetivos de la CMSI y la Comisión
MacBride son esencialmente los mismos, y las palabras de
Sean MacBride sobre la importancia de un nuevo orden de
la información siguen siendo válidas:
[...] el “nuevo orden mundial de la información y de la
comunicación” se podría definir con más exactitud como
un proceso y no como un conjunto determinado de
condiciones y prácticas. Los detalles del proceso se
modificarán constantemente, pero sus objetivos serán
constantes: más justicia, más equidad, más reciprocidad
en el intercambio de información, menos dependencia en
los flujos de la comunicación, menos difusión de los
mensajes desde las altas esferas hacia la población, más
independencia e identidad cultural, más beneficios para
toda la humanidad. (Many Voices, One World 1980, 18)
Bibliografía
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63Tema monográfico: El Informe MacBride, visto en perspectiva
65Tema monográfico: Del Informe MacBride a la CMSI: herencias y transformaciones del debate mundial sobre los desequilibrios en materia de comunicación
Del Informe MacBride a la CMSI: herencias y transformaciones del debate mundial
sobre los desequilibrios en materia de comunicación1
Claudia Padovani
Claudia PadovaniInvestigadora y profesora de ciencias políticas y relaciones
internacionales del departamento de estudios históricos y
políticos de la Universidad de Padua (Italia)
El año 2005 se caracterizará por la celebración del 25º
aniversario de la aprobación del Informe MacBride por parte
de la Conferencia General de la Unesco en Belgrado, así
como por el fin de un proceso internacional que ha durado
cuatro años3 y que se ha centrado muy especialmente en
las cuestiones de la información y la comunicación: la
Cumbre Mundial de la ONU sobre la Sociedad de la
Información (CMSI). La segunda fase de la CMSI, que se
celebrará en Túnez en noviembre de 2005 bajo los
auspicios de la Unión Internacional de Telecomunicaciones,
y que supone la continuación de la etapa iniciada en
Ginebra en diciembre de 2003, cerrará un proceso político
de alto nivel que se había propuesto “definir una visión
común respecto a la sociedad de la información” y hallar
fórmulas que permitan reducir la brecha digital dentro de los
objetivos del milenio de la ONU.
La CMSI ha vuelto a situar los temas de la información y
la comunicación en el centro de los debates internacio-
nales, y esto, teniendo en cuenta el fracaso de la propuesta
de un Nuevo Orden Mundial de la Información y de la
Comunicación (NOMIC) que el Informe MacBride había
contribuido a articular, ha hecho renacer las expectativas
sobre la necesidad y la posibilidad de encontrar soluciones
a los problemas de comunicación del mundo, y de hacer
frente, al mismo tiempo, a la esencia de la gobernanza de
la comunicación en el siglo XXI. Con todo, no deja de
sorprender que la CMSI haya podido avanzar sin tener
perspectiva histórica alguna. El actual contexto comunicati-
vo mundial, caracterizado por las dinámicas globalizadoras,
la tendencia a crear un “paradigma informativo”, y la apari-
ción de nuevos actores transnacionales, es profundamente
diferente del de la década de 1970. Gran parte de los
progresos que hemos presenciado en los últimos años, sin
embargo, tienen su origen en los cambios tecnológicos,
sociales y políticos que se remontan a los años en los que
se debatían las propuestas para un NOMIC.
Los expertos en comunicación que participaron en el
proceso de la CMSI, conscientes de sus “precedentes”,
consideraron que este “vacío histórico” suponía una
limitación importante. La falta de perspectiva histórica para
hacer frente a los retos actuales en materia de
comunicación refleja una tendencia problemática en el
sentido de que se interpretan estos retos como “novedades”
de la escena mundial que tienen que ver, sobre todo, con
cuestiones tecnológicas y de infraestructura, y que se dan
unas respuestas políticas con muy poca visión de futuro
que no tienen en cuenta el carácter político y la implicación
cultural de los temas y los fenómenos.
En este contexto, he intentado llevar a cabo un estudio
crítico de las herencias y los cambios que se han producido
con el paso del tiempo, a través del análisis de tres
documentos que podrían ilustrar el “clima” de los discursos
políticos que se han ido formulando en los diferentes
períodos y contextos. Los documentos son: el apartado final
de recomendaciones y conclusiones del Informe MacBride,4
donde se presentan varias propuestas, y los dos
documentos principales que salieron de la primera fase de
la CMSI (Ginebra, 2003): la declaración oficial de principios
titulada Construir la sociedad de la información: retos
globales del nuevo milenio, y la declaración alternativa
redactada por el sector de la sociedad civil, muy activo
durante todo el proceso de la CMSI, que llevaba por título
Adaptar la sociedad de la información a las necesidades
humanas (Padovani & Tuzzi 2004, Padovani & Tuzzi 2005).
Se han abordado varios puntos de la investigación
relativos a dos momentos históricos y a tres interlocutores
activos (una de las novedades del proceso de la CMSI fue
la voluntad de contar con la implicación formal de
interlocutores gubernamentales y no gubernamentales):
¿Qué puede decirse en relación con las herencias y las
transformaciones si analizamos el lenguaje de los debates
sobre comunicación?
¿Cuáles son los factores que centran los documentos y
los discursos de los ponentes? ¿Qué elementos tienen en
común?
¿Es posible identificar vínculos conceptuales y elementos
de continuidad? En caso de que resulte posible, ¿podemos
identificarlos principalmente entre el Informe MacBride y la
declaración oficial o entre el Informe MacBride y el
documento alternativo de la sociedad civil?
Para poder ofrecer un resumen conciso de los principales
resultados, empezaré con una descripción sucinta de los
elementos comunes que presentan estos documentos, y
luego pasaré a describir las “visiones opuestas” sobre la
comunicación en la sociedad que caracterizan estos textos.
Lo que se desprende de la investigación es que todos
estos documentos presentan pocos elementos comunes.
Parece que los ponentes sólo coinciden al considerar
igualmente importantes los aspectos relativos al desarrollo
y la tecnología, lo que demuestra la necesidad de reducir
las desigualdades (brechas), que se han acentuado en los
últimos 25 años. La importancia que se concede a la
tecnología, utilizando términos muy parecidos, indica
asimismo que pese a los progresos tecnológicos que se
han ido sucediendo en las últimas décadas, el lenguaje que
se utiliza para expresar el papel central de la tecnología de
la información no ha cambiado demasiado.
En cambio, encontramos más elementos en común entre
las recomendaciones del Informe MacBride y la declaración
sobre la CMSI redactada por la sociedad civil que entre las
conclusiones del Informe MacBride y las conclusiones
oficiales de la CMSI. Los temas de interés en los que
coinciden tanto el “discurso de la alternativa antigua” como
el “discurso de la nueva alternativa” son los derechos
humanos, las libertades y las referencias constantes a la
“dimensión pública” (espacios públicos, servicios públicos,
políticas públicas). También se hace referencia a la
responsabilidad institucional de crear marcos legales a
través de un proceso de toma de decisiones que debería
favorecer los procesos de democratización. Con todo, si
bien en el Informe MacBride se menciona la
democratización en términos genéricos, de manera
coherente con el objetivo de una “democratización del
sistema internacional”, el documento de la sociedad civil
considera los procesos democráticos, abiertos e inclusivos,
como factores cruciales, lo que muestra un planteamiento
más centrado en los procesos democráticos en el interior de
las sociedades y entre ellas.
Existen más elementos coincidentes en ambos
documentos, por ejemplo la utilización del término “poder”,
una referencia a la “paz mundial” y dos visiones
interesantes sobre la evolución de los derechos humanos,
muy importantes tanto para el Informe MacBride como para
la sociedad civil. La idea del “derecho a comunicar” la
encontramos en ambos documentos, pero en las
recomendaciones del Informe MacBride aparecía hasta tres
veces y sólo una en la declaración de la sociedad civil. Por
otra parte, la fórmula “derecho a participar” se emplea hasta
tres veces en el documento elaborado por la sociedad civil
después de la CMSI, y sólo una en el Informe MacBride.
Esto, seguramente, pone de relieve los diferentes contextos
en los que se han ido formando las opiniones, y también es
una muestra de la creencia actual de que sólo los procesos
inclusivos de toma de decisiones pueden dar lugar a la
adopción de medidas que favorezcan el desarrollo del
potencial democrático de la comunicación y que, por tanto,
fomenten el derecho a comunicar.
La declaración oficial de la CMSI y el documento de la
sociedad civil coinciden en pocos puntos, especialmente en
lo que se refiere a la “cuestión del acceso” (acceso a la
información, acceso universal, asequible y equitativo) y a la
“cuestión del desarrollo” (promoción y niveles de desarrollo,
TIC para el desarrollo). Por otra parte, existen dos fórmulas
concretas que reflejan la evolución de los conceptos con los
años: “brecha digital” y “desarrollo sostenible”.
Pocos aspectos conectan las recomendaciones del
Informe MacBride con la declaración oficial de la CMSI,
pero podemos mencionar el uso de verbos para indicar los
compromisos que se han asumido (crear, posibilitar,
mejorar), y la referencia a las organizaciones internacio-
nales, la cooperación y los temas sociales, siempre desde
una perspectiva nacional (prioridades, esfuerzos y
66Quaderns del CAC: Número 21
capacidades nacionales), que encontramos de forma más
marcada en el documento MacBride.
En general, cada documento expresa puntos de vista
bastante diferentes. Del documento MacBride destaca la
referencia a los medios de comunicación de masas, la
televisión, la profesión de los periodistas, las noticias y los
flujos de información. También se centra en la
concentración y la monopolización de las estructuras
comunicativas, y hace referencia explícita a las empresas
transnacionales, algo que no se repite en ninguno de los
otros dos documentos. Esta atención al sistema mundial de
los medios de comunicación y al papel de los medios en el
desarrollo, que en realidad ha sido uno de los temas que ha
centrado los debates anteriores, ha quedado bastante al
margen del discurso oficial de la CMSI,5 y esto ha suscitado
críticas por parte de las organizaciones de la sociedad civil
y de los especialistas (Raboy 2004, Hamelink 2004,
Carlsson 2003). En los textos oficiales de hoy día apenas se
mencionan los problemas que genera la concentración
global de los medios de comunicación, aunque este hecho
suponga uno de los progresos más problemáticos en la
escena mundial de los medios de comunicación. De la
declaración de la CMSI no se desprende ninguna
articulación conceptual relativa a la interrelación entre
medios tradicionales y medios nuevos, ni entre medios
públicos, comerciales y comunitarios.
En el Informe MacBride se suele hacer referencia a la
“comunicación” para designar de manera general a los
medios de comunicación, los flujos de información y la
comunicación para el desarrollo. Pese a la atención
dedicada a los flujos mundiales de información, que centró
el debate del NOMIC, parece que la información y la
comunicación se han concebido como conceptos
separados dentro de una realidad internacional más amplia.
Este escenario propiamente internacional constituía un
factor importante en el Informe MacBride, pero también se
enfatizaba el papel de los países y de los espacios
nacionales, lo que dejaba ver el papel preeminente de las
entidades estatales en el escenario mundial (aunque la
palabra “estado” no se utilizó nunca). Las referencias a la
autoconfianza y la independencia reflejan el contexto
histórico del debate, mientras que nunca se habla de la
sociedad civil y a duras penas se mencionan los grupos
sociales organizados.
La idea fundamental de la declaración oficial de la CMSI
es la de construir la sociedad de la información a través de
la tecnología y sus aplicaciones, con la conectividad, la
transferencia de la tecnología y el desarrollo de las
infraestructuras. El otro punto de interés es el crecimiento
económico, la productividad, la creación de puestos de
trabajo, la competitividad y la inversión. Esto está
relacionado con los discursos sobre la orientación de las
TIC y de la comunicación que han aflorado desde principios
de la década de 1990: la aparición de la Infraestructura
Global de Información y el compromiso europeo con la
“sociedad de la información” de 1994 (Padovani & Nesti
2003). El lenguaje, por tanto, se mantiene coherente con las
actuales tendencias globales, “estimuladas por la
desregulación y la privatización, la concentración y la
comercialización” (Carlsson 2003, 61). En este sentido, una
visión de la transformación social orientada hacia la
vertiente tecnológica va acompañada de un planteamiento
neoliberal, según el cual los interlocutores institucionales
son necesarios, fundamentalmente, para “favorecer los
entornos que ofrecen más posibilidades”.
El otro elemento peculiar del documento es la reiteración
de los temas de seguridad (ciberseguridad, confiden-
cialidad, cultura global de la ciberseguridad). Como ya se
ha dicho en otra ocasión, en la CMSI encontramos “dos
formas de concebir la seguridad. [...] Por un lado, la
seguridad y la estabilidad internacionales y, por otro, la
necesidad de mejorar la confianza de los consumidores en
la sociedad de la información. Lo que parece que aún no se
ha tratado a fondo […] es la dimensión individual de un
derecho humano a la seguridad personal en un entorno
informativo que puede resultar cada vez más inseguro para
los ciudadanos, pero suficientemente seguro para los
consumidores” (Padovani & Tuzzi 2003).
Existen varios elementos que caracterizan la declaración
de la sociedad civil y el lenguaje diversificado que emplea.
Podemos destacar el uso de los plurales —sociedades,
personas, interlocutores— y el hecho de que la nueva visión
sea mucho más “global” (sociedad civil global, gobernanza
global). También hay que observar las referencias a la
comunidad (medios de la comunidad, informática de la
comunidad), mientras que la información se acompaña
siempre de comunicación y/o conocimiento, y por tanto
enfatiza una noción más amplia de los flujos comunicativos
67Tema monográfico: Del Informe MacBride a la CMSI: herencias y transformaciones del debate mundial sobre los desequilibrios en materia de comunicación
que interacciona con los conocimientos culturales y
humanos. El Informe MacBride hablaba básicamente de la
comunicación, y parece que las organizaciones de la
sociedad civil hayan querido expresar su preocupación
centrándose en el “conocimiento”, su control, y las
tendencias hacia la privatización y la propiedad de este bien
común. Desde su punto de vista, la democracia implica
responsabilidad, transparencia y receptividad de los
poderes institucionales y de los demás interlocutores, a
quienes se pide que se comprometan a crear unas
sociedades de la información con capacidad para dar
respuesta a las necesidades de las personas. En este
sentido, se utilizan a menudo las perífrasis de obligación,
que acentúan el derecho que debe garantizarse y no sólo la
acción que debe promoverse.
Sería necesario profundizar más en el análisis de algunas
herencias, especialmente en el discurso actual sobre los
derechos a la comunicación y los esfuerzos constantes de
los representantes de la sociedad civil por denunciar el
planteamiento limitado que desde las instancias guberna-
mentales se proyecta acerca de los desequilibrios globales
en términos de conectividad e infraestructuras, que ignora
ciertos elementos sociales y culturales del complejo
panorama comunicativo. Al mismo tiempo, retomando el
tema del análisis del lenguaje y de los temas, considero
importante recalcar la dimensión del proceso de ambas
experiencias y de las consecuencias que pueden tener a
largo plazo.
Como se ha argumentado muchas veces, la relevancia del
Informe MacBride se puede apreciar, desde una
perspectiva histórico-política, en el sentido de que ha
consolidado el conocimiento y ha extendido la conciencia-
ción respecto a los temas de comunicación en un ámbito
internacional, más que en el impacto real que puede provo-
car en las políticas de comunicación. En esta misma línea,
deberíamos seguir reflexionando sobre los debates
contemporáneos, centrándonos en los nuevos factores que
conllevarán unas consecuencias que todavía no podemos
prever: la movilización transnacional y la conexión local-
global a través de un uso inclusivo de las TIC; la nueva
agenda plural surgida de la CMSI (Padovani 2004); o las
nuevas “palabras clave” —como “orientación multilateral”—
, que pueden tener consecuencias en el futuro desarrollo de
las políticas de comunicación.
Notas
1 Este breve artículo complementa un trabajo de
investigación consistente en el análisis del léxico y el
contenido que se sintetiza en “El debate sobre los
desequilibrios en materia de comunicación: del Informe
MacBride a la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la
Información. Aplicación de un análisis del léxico y el
contenido para un estudio crítico de las herencias
históricas”, que se publicará en un número monográfico de
Global Media and Communication (diciembre de 2005).
2 Claudia Padovani es investigadora y profesora de ciencias
políticas y relaciones internacionales del Departamento de
Estudios Históricos y Políticos de la Universidad de Padua.
Imparte clases de comunicación internacional y
gobernanza de la comunicación, y lleva a cabo trabajos de
investigación sobre comunicación global y gobernanza
global y europea en la sociedad de la información, con un
interés especial en el papel de la sociedad civil en los
procesos de toma de decisiones. Es miembro del Comité
Internacional de la Asociación Internacional de Estudios en
Comunicación Social, vicepresidenta de la sección de
Comunicación y Democracia del Consorcio Europeo para
la Investigación en Comunicación, miembro fundadora de
la Campaña por los Derechos de la Comunicación en la
Sociedad de la Información y de su sección italiana, y
miembro del Comité Directivo de Media Watch Italia.
3 El 21 de diciembre de 2001 la Asamblea General de las
Naciones Unidas adoptó una resolución para organizar una
Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información.
4 Debe recordarse que el Informe MacBride fue el resultado
de las investigaciones llevadas a cabo por expertos,
especialistas en comunicación y por responsables
políticos, y no el resultado de una negociación diplomática,
como es el caso de la declaración de la CMSI. A pesar de
esto, fue adoptado por la Conferencia General de la
Unesco, y por este motivo obtuvo la legitimación de la
comunidad internacional.
5 En la declaración oficial de la CMSI sólo se hace referencia
en el párrafo 55.
68Quaderns del CAC: Número 21
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69Tema monográfico: Del Informe MacBride a la CMSI: herencias y transformaciones del debate mundial sobre los desequilibrios en materia de comunicación
71Tema monográfico: El informe MacBride 25 años después: la propuesta que el Primer Mundo se negó a aceptar
El Informe MacBride presentó un diagnóstico muy correcto
sobre la comunicación mundial y sobre las tendencias de
futuro. Fue fruto del consenso y del trabajo riguroso de la
Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de
la Comunicación, que lleva el nombre de su presidente.
Lamentablemente su esfuerzo no se vio coronado por el
éxito. Los países más desarrollados, sobre todo Estados
Unidos de América, no pudieron o no quisieron entender la
necesidad de unas nuevas relaciones internacionales que
precisaban de un cambio estructural profundo tanto en los
campos de la comunicación, la información y la cultura,
como en el terreno del viejo orden económico construido
después de la II Guerra Mundial (Nordestreng 1986;
Preston 1989).
Las dos premisas sobre las que se construyó el Informe
resultan, en 2005, verdaderamente proféticas. En primer
lugar se señalaba que el poder de informar y de ser infor-
mado es una de las claves de las sociedades modernas,
hasta el punto de que la creciente concentración del poder
de informar podría desembocar en nuevas formas de
control en las que ya no habría separación de los poderes
de la sociedad. En segundo lugar, se afirmaba que la
información es un recurso clave en cuyo tratamiento no
pueden dejarse de lado las interacciones entre
comunicación, tecnología y cultura. Y, desde aquí, se
proponían cinco líneas de acción principales:
1) Promover la inclusión de la comunicación como derecho
fundamental de los individuos y las colectividades.
2) Reducir los desequilibrios, desigualdades y distorsiones
que afectaban a las estructuras y a la circulación de
noticias.
3) Alentar todos los esfuerzos para promover una
estrategia global para una comunicación democrática
en un mundo interdependiente, pero respetando las
identidades culturales y los derechos individuales.
4) Impulsar la formulación de políticas nacionales de
comunicación, coherentes y duraderas en el marco más
amplio de los procesos de desarrollo.
5) Explorar las bases sobre las que debería establecerse
un Nuevo Orden Mundial de la Información y la
Comunicación (NOMIC) como componente de un Nuevo
Orden Económico Internacional (NOEI).
Evidentemente, el camino para que las propuestas y las
acciones concretas diesen algún fruto era la cooperación
multilateral a través de las organizaciones del Sistema de
las Naciones Unidas, sobre todo la Unesco. Y el lema era
bien simple: solidaridad. Sin embargo justo cuando se
aprueba el Informe, en 1980, la superioridad tecnológica del
Primer Mundo sobre el resto del planeta es ya definitiva y
favorecía a Estados Unidos de América de forma muy
notable. De aquí que, al no contar ya con mayoría en la
Conferencia General de la Unesco, el Primer Mundo se
sintiese especialmente irritado con una propuesta que, en
esencia, pretendía que la tecnología de la información
fuese patrimonio de todos y que reclamaba que el derecho
a emitir fuera también de todos, en un marco de absoluto
respeto a la identidad cultural de cada país.
Además, la llegada al poder de los conservadores
norteamericanos con la primera Administración Reagan,
cuyo programa había sido elaborado por el think tank
conservador Heritage Foundation, supuso el abandono
de la línea de oposición interna al NOMIC, para pasar al
desarrollo de un programa marcadamente anti-ONU y anti-
Unesco. (Dupont 1986; Gifreu 1986; Pines 1984). Así, seFernando QuirósCatedrático de la Universidad Complutense de Madrid
El Informe MacBride 25 años después: la propuesta que el Primer Mundo se negó a aceptar
Fernando Quirós
72Quaderns del CAC: Número 21
pasó de las reservas presentadas por el Grupo Occidental
en la XXI Conferencia General (Belgrado, 1980) en todo lo
referente a la eliminación de desequilibrios, control de los
monopolios, eliminación de barreras y pluralidad de fuentes
y canales de información, al anuncio de la retirada de la
Unesco, por parte de EE.UU. Desde entonces (28 de
diciembre de 1983) el NOMIC pasó a ser un conjunto de
proyectos sovietizantes incompatibles con las libertades
básicas de una sociedad democrática (Harris 1984; U.S
Departament of State 1984). Estos juicios sobre el NOMIC
fueron, además, asumidos y difundidos por las grandes
corporaciones mediáticas durante todo el período que va
desde el anuncio de la retirada estadounidense, en 1983,
hasta su salida definitiva en 1985 (Herman 1989).
Sean Macbride y Amadou M. M’Bow significaban
consenso y espíritu constructivo. M’Bow (director general)
no sólo supo frenar la ruptura que estuvo a punto de
producirse en la XIX Conferencia General (Nairobi, 1976),
sino que impulsó la adopción de resoluciones por consenso
y no por mayorías mecánicas y propuso a MacBride como
presidente de una comisión internacional para el estudio de
los problemas de la comunicación en la sociedad moderna.
MacBride era premio Nobel y premio Lenin de la Paz,
cofundador de Amnistía Internacional, hombre con
experiencia de gobierno, y profundo conocedor del mundo
de la comunicación. Su trabajo, como el de toda la comisión
(incluyendo al norteamericano Elie Abel) fue ejemplar. La
derecha conservadora, sin embargo, los convirtió en
obsesión y blanco de ataques, cuando denunció el NOMIC
como un peligro para las libertades de expresión e
información (Dupont 1986; Gifreu 1986; Pines 1984).
MacBride fue silenciado y M’Bow relevado de la dirección
general de la Unesco (1986). Restaba liquidar el Informe y
el espíritu de consenso que lo había hecho posible. Esta
tarea se realizó mediante lo que, en la etapa de Federico
Mayor Zaragoza, se denominó la nueva estrategia de la
Unesco en materia de comunicación.
En la XXIV Conferencia General (París, 1989) empiezan
a diluirse todos los principios relacionados con el NOMIC,
devolviendo los debates sobre los flujos informativos y
sobre el papel de los medios de comunicación en el
desarrollo del Tercer Mundo a los tiempos de la fundación
de la Unesco, que tanto favorecieron la imposición a escala
planetaria de los postulados de Estados Unidos desde 1946
hasta 1970. Conceptos como equilibrio, políticas nacionales
de comunicación y derecho a comunicar dejan de tener
sentido en la nueva orientación de la más importante
agencia de las Naciones Unidas. Por eso, el III Plan a
Plazo Medio introdujo una serie de precisiones y
matizaciones que prepararon el camino de vuelta a la
consideración del libre flujo de la información tal y como lo
entienden los gobiernos occidentales y las grandes
organizaciones profesionales y patronales. Se consideró
que el NOMIC caía en el error de entender la libertad de
información como prerrequisito implícito y se recurrió a
hacerla explícita con la fórmula: libre flujo de la información
en sus niveles nacional e internacional, más amplio y mejor
equilibrado, sin ningún obstáculo para la libertad de
información. Así se resolvían las dudas en lo referente a la
eliminación de los desequilibrios; la supresión de los
efectos negativos de ciertos monopolios; la eliminación de
barreras internas y externas a la libre circulación de
información y la pluralidad de fuentes y canales de
información. En otras palabras: se superaban así las
reservas occidentales manifestadas en la XXI Conferencia
General (Belgrado, 1980). Poco tiempo después quedaron
eliminados (al entenderlos implícitos en la fórmula anterior)
los requisitos de flujo de información más amplio y mejor
equilibrado (Unesco 1989).
Por otra parte, tres reuniones sobre el desarrollo de los
medios y la democracia celebradas en Windhoek (1991),
Almaty (1992) y Santiago de Chile (1994) sirvieron para
retornar al concepto paternalista del desarrollo. Tras la
XXVI Conferencia General (París, 1991) el texto de
referencia será la Declaración de Windhoek (1991). Bajo el
lema de que desarrollo, participación y comunicación son
parte de un continuum, el PIDC reformó sus estatutos y
empezó a aceptar proyectos del sector privado dándoles
prioridad cuando compitiesen con el sector público de su
mismo país. En otras palabras: se abría paso la
reivindicación norteamericana de dar un mayor papel a las
corporaciones privadas en los asuntos internacionales.
En lo referente a los programas de adiestramiento y
formación, también se deshizo el camino. En la nueva
estrategia, la Unesco es definida como foro adecuado para
facilitar el diálogo entre los gobiernos, los profesionales de
la comunicación y la sociedad civil. En este sentido la
política de la Unesco debe ser alentar a los profesionales de
la comunicación para que se autorregulen, mejor que
establecer leyes y reglamentos que apuntan y controlan, en
otras palabras censuran, el contenido de los medios. Si la
Unesco entrase en este terreno podría correr el riesgo de
socavar uno de los principales objetivos de su Acta
Constitutiva, que es promover el libre flujo de las ideas, las
palabras y las imágenes. Nada quedaba ya del viejo
proyecto del NOMIC.
Al cumplirse los 25 años de la aprobación de Informe
MacBride, se puede afirmar que su diagnóstico era correcto
y acertado. La comunicación mundial de hoy tiene todos los
rasgos negativos enumerados en 1980 corregidos y
aumentados por la doctrina del free flow of information.
Doctrina, que bajo este lema liberal, esconde la
subordinación de todas las libertades a la libertad de
comercio pura y dura. Es decir: la libertad que se arrogan
los más poderosos para apropiarse de recursos, mercados,
tecnologías, cultura… en nombre de una libertad que no
genera beneficios sino para ellos. Por eso, pensamos, que
la política actual de la Unesco (WSIS, proyecto de
convención de diversidad cultural, etc…) tendrá difícil pasar
de la mera formulación a políticas efectivas, porque les falta
la ligazón que sí proporcionaba el NOMIC, sobre todo,
porque éste era indisociable de un Nuevo Orden
Económico Internacional.
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73Tema monográfico: El informe MacBride 25 años después: la propuesta que el Primer Mundo se negó a aceptar
75Tema monogràfico: Una mirada constructiva sobre el informe MacBride
Ramón ZalloCatedrático de comunicación audiovisual y publicidad
de la Universidad el País Vasco
La mirada displicente de algunos analistas respecto a las
tesis del Informe MacBride que propugnaba un Nuevo
Orden Mundial de la Información y la Comunicación
(NOMIC), o respecto a la Teoría de la Dependencia
económica y comunicativa, no hace justicia a lo que
significaron ni a lo que significan aun hoy. Como corpus
doctrinal aun cabe encontrar ahí, en la época de la
globalización y de las identidades, algunas prometedoras
líneas de trabajo de política cultural y comunicativa.
Las propuestas del Informe MacBride tuvieron un gran
valor educativo: su pretensión de eliminar los desequilibrios
de la información; la reclamación del derecho de las
colectividades a participar en los flujos comunicativos o la
restricción de los efectos de los monopolios de la
información; la defensa simultánea de un libre pero
equilibrado flujo de la información y de los programas, así
como la pluralidad de fuentes; la apuesta por las libertades
generales y las de la profesión periodística para informar
desde la libertad de prensa; la necesidad de desarrollo de
infraestructuras comunicativas y de industrias culturales
propias en los países en vías de desarrollo; el respeto a la
identidad cultural de cada pueblo y su derecho a informar
desde sus propios parámetros... Ése era el sentido de las
once propuestas de la Comisión MacBride y que fueron
ratificadas en la Conferencia General de la Unesco de 1980
en Belgrado.
Hoy los temas han cambiado en parte porque ha cambia-
do el mundo y la reflexión sobre él (ver los dos cuadros
adjuntos sobre similitudes y diferencia en el contexto y en
los discursos alternativos). Donde hace 25 años se veía
desde la geopolítica y los estados, hoy se ven identidades,
comunidades, lenguas y religiones. En aquella época se
miraba más hacia afuera -se ponía el acento en la relación
entre estructuras en el flujo de información y de programas
en torno al paradigma de la igualdad entre países- mientras
que hoy nos miramos hacia dentro, y vemos no sólo
distintos países sino también distintas culturas en riesgo,
distintos intereses clasistas sobre la comunicación y la
cultura, pasando a ser la protección de la diversidad y el
derecho a la cultura los paradigmas al uso. O sea el objeto
de preocupación se ha ampliado desde la Comunicación
hacia la Cultura entendida en sentido muy amplio.
Visto desde la antropología o la gestión cultural de
colectividades, podían echarse a faltar en el NOMIC
análisis más finos sobre las contradicciones sociales y
culturales internas (mestizajes, hibridaciones, análisis en la
recepción, reapropiaciones populares de unos medias
federadores, nuevas identidades y comunidades reales o
virtuales…) pero aquéllos eran tiempos de fracturas y
contradicciones rotundas que se abordaban desde los
“grandes relatos”.
De todos modos, que los “grandes relatos” entraran en
crisis a finales de los 80 no quiere decir que la visión
fragmentada y caleidoscópica posmoderna o el desarrollo
del mito tecnológico por encima de lo comunicacional sea
mejor, y que no se deban reconstruir nuevas visiones
globales y poliédricas. Además, las líneas fuertes de la
política cultural o comunicativa, tanto nacionales como
regionales, se suelen guiar por criterios macro, evaluables
y explícitos, en los que la dialéctica macro-micro o global-
local está presente, y que el legítimo interés por lo micro no
podrá nunca desplazar.
Ciertamente aquellas propuestas estaban planteadas,
desde un enfoque vertical (Norte-Sur), más en el terreno de
los principios que en el plano de las contradicciones
Una mirada constructiva sobre el Informe MacBride
Ramón Zallo
76Quaderns del CAC: Número 21
internas de los países. De hecho el análisis de los intereses
culturales específicos y diferenciados entre las clases y
estratos de cada país estaba presente pero no estaba en el
centro de las preocupaciones. Sin embargo, pocas veces
una capa intelectual ha trabajado con mas denuedo por
aplicar aquellos criterios en sus respectivos países con una
vocación transformadora, ya fuera directamente en política
comunicativa (en casos como Perú o Venezuela) o en la
lucha ideológica antiimperialista (en los más). La vocación
de intervención era propia de la clase intelectual desde la
consciencia de que si el saber no se aplica en la sociedad,
lo harán inevitablemente el poder y el mercado.
Ciertamente no son las ideas las que mueven el mundo
pero, en todo caso, fue magnífico que las derivadas de la
Teoría de la Dependencia escalaran incluso en las
instituciones internacionales como la Unesco. De todos
modos, si alguien pudo pensar en una revolución ideológica
desde las élites en los países desarrollados –el sueño
marcusiano- o desde los medios de comunicación o desde
una tecnocracia institucional en los países dependientes
estaba muy equivocado.
Tacharlas de erróneas, simplistas o ingenuas es fácil1.
Pero a la doctrina del NOMIC le ocurre como a la Escuela
de Frankfurt. A pesar de algunas exageraciones, guardan
aún un fondo central de rigor analítico y de capacidad
crítica, útil además para la acción transformadora. El
NOMIC no definía un mundo ficticio –pueden ser más
ficticias algunas doctrinas postmodernas que se quedan en
los detalles obviando las temáticas centrales–, ni cabe
endosarle una responsabilidad que atañe a las derrotas
sufridas por las clases populares de las sociedades a las
que acompañaron en su pugna por hacer otro mundo.
Los 60 y 70 eran una época de cambio en la que los
agentes organizados eran conscientes de su capacidad
transformadora. Reducirlo todo a un puro choque de
bloques es tan falso como sostener hoy que vivimos
fundamentalmente una lucha de civilizaciones. Paralelos a
aquel choque, se producían conflictos estructurales y
políticos diversos: entre fuerzas de progreso e imperios u
oligarquías en la periferia (revoluciones y contrarrevo-
luciones); entre modelos de sociedad y políticos en el
corazón de los países centrales capitalistas (mayo del 68,
cambios en el Estado del Bienestar, dictaduras franquista y
salazarista); y, en el caso de los países del “socialismo
realmente existente”, la contradicción entre un modo de
producción para los más y unas libertades reprimidas por
unas burocracias usurpadoras.
En cambio, es una ironía de la historia que algunas
prescripciones no se realizaran por los agentes que
estaban llamados a ello. Por ejemplo, es sabido que las
dictaduras en que desembocaron en aquella época varios
países latinoamericanos, fueron hostiles a establecer
políticas nacionales de comunicación, pero tras la
democratización subsiguiente años o lustros después,
algunos países han encontrado -unos en su dignidad
identitaria y otros en la necesidad de autosurtirse de
imágenes- el desarrollo de una cierta industria cultural
nacional, incluso con vocación exportadora llegando a
irrumpir, en algunos casos, en el mercado televisivo
hispano en Estados Unidos. Asimismo, contrariamente a las
acusaciones de los gobiernos de EE.UU. y el Reino Unido
contra las tesis neutralistas de Un solo mundo, voces
múltiples que supuestamente beneficiaban al Bloque del
Este, fueron los propios burócratas de los partidos
comunistas de los países del Este -posteriormente
reconvertidos en elite del nuevo poder- quienes abrieron el
proceso de implosiones desde dentro en sus países.
Visto a posteriori, cabe constatar el acierto estructural de,
al menos, tres tesis del viejo NOMIC. Así la importancia que
daban a la información y a su distribución en las sociedades
modernas, y que da hoy nombre incluso a la era (era de la
información) en que vivimos, aunque desde otra percep-
ción. En segundo lugar, el flujo desigual de programas de
televisión, audiovisual, y noticias se ha ampliado a escala
internacional y cuando la internacionalización de las
culturas debería ser un fenómeno cuatridireccional de Norte
y el Sur y de Este a Oeste, las limitaciones en la capacidad
de acceso a la información estratégica y para todos los
soportes, genera una brecha digital. Por ultimo, las tesis
actuales en torno a la excepción cultural2 y a la diversidad
tienen sus anclajes en aquella doctrina de la que son
también una derivación natural aplicada a espacios
societarios concretos.
En el 2001 la Conferencia General de la Unesco aprobaba
por unanimidad la Declaración Universal sobre Diversidad
Cultural. Establecía que “toda persona debe poder expre-
sarse, crear y difundir sus obras en la lengua que desee y
en particular en su lengua materna” y a que se “respete
77
plenamente su identidad cultural” y “debe poder participar
en la vida cultural que elija y ejercer sus propias prácticas
culturales dentro de los límites que impone el respeto de los
derechos humanos y de las libertades fundamentales”. Se
era consciente que el mercado no puede garantizar la
preservación y promoción de la diversidad necesaria para
un desarrollo humano sostenible. Los bienes y servicios
culturales son portadores de identidad y de valores, y no
deben ser tratados como cualquier mercancía, como hoy
pretende la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Ahora le toca el turno -aún en fase de anteproyecto- a la
Convención sobre la protección de la diversidad de los
contenidos culturales y las expresiones artísticas de la
Unesco3 que se dilucidará en octubre de 2005 en su 13ª
Conferencia General, y que parte de la Declaración
Universal antes mencionada.
En franco debate con las tesis liberales de la OMC, la Red
Internacional de Políticas Culturales argumenta a favor del
anteproyecto considerando que “la diversidad cultural
contribuye a la cohesión social, a la vitalidad de la
democracia y a la identidad de los pueblos, todos ellos
componentes esenciales del desarrollo social y económico4”,
por lo que los estados no solo tendrían derecho a tomar
medidas para preservar y promover la diversidad cultural
sino que sería su obligación fomentar, mediante políticas
culturales, la disponibilidad de contenidos culturales
variados y muy especialmente los “vehiculados por las
industrias culturales” (arts. 8 a 11 de la Declaración del
2001).
Ciertamente, el agente por antonomasia de los actuales
34 artículos del anteproyecto son los estados-partes de los
que se apuntan sus derechos y obligaciones. Sin embargo,
también se puede deducir que, en el interior de cada esta-
do, tanto autoridades como sociedad civil de los distintos
territorios de ese estado tienen sus derechos y obligaciones
derivadas de los principios de diversidad cultural y de
subsidiaridad en la gestión, y que el incumplimiento de sus
obligaciones por parte de los estados hacia el interior de las
diversas culturas internas legitimarían las acciones
unilaterales de las culturas amenazadas o que sufran
situaciones de diglosia.
La nueva convención ensayaría proporcionar un marco
para las políticas que traten de lograr un equilibrio entre el
derecho de promover la producción y disponibilidad de los
contenidos culturales nacionales o propios y la obligación
de permanecer abiertos a los contenidos culturales
provenientes de otros países. Con todo, el debate –con
EE.UU., el Reino Unido, Holanda y otros países- se
centrará en el modo de interpretar la zona de contacto
entre los derechos y obligaciones de la Convención y los
derechos y obligaciones que tengan los estados-partes en
virtud de otros tratados internacionales” (art 19), por
ejemplo los derivados de la OMC o los derivados de los
tratados comerciales bilaterales en bienes y servicios. En el
fondo, en estos tiempos difíciles y de retroceso para los
sectores de progreso, es una segunda oportunidad para un
NOMIC pero la condición es la conexión con los
movimientos del Foro Social de Porto Alegre y de la
globalización alternativa.
Afortunadamente el debate ya es sin los tapujos de
antaño. Aparentemente chocaban libertad (libre flujo) e
intervención (políticas de comunicación) cuando lo que
más fuertemente chocaban, antes y ahora, eran sobre todo
la cultura-mercancía–como-cualquier-otra y la cultura-
derecho-identidad. El conflicto de siempre está servido.
Notas
1 Así las ácidas tesis de J. Marques de Melo en
“Comunicación y poder en América Latina”. Telos nº 33.
Mayo de 1993
2 Para una explicación económica de la “excepción cultural“
ver Cohen E., (2001) "Globalización y diversidad cultural"
en VVAA, Informe Mundial de la cultura 2000-2001.
Diversidad cultural, conflicto y pluralismo. Madrid.
UNESCO/Mundi-Prensa.
3 CLT/CPD/2004/CONF.201/2.
4 http://206.191.7.19/meetings/2004/faq_france_s.shtml
Tema monogràfico: Una mirada constructiva sobre el informe MacBride
78Quaderns del CAC: Número 21
Años 60 y 70 De lo 90 a la actualidad
Geopolítica Guerra fría (2 bloques) Movimiento de no alineados Procesos revolucionarios
Fin de Guerra Fría y terrorismo internacional Nuevo Orden Mundial con unilateralismo preventivo EE.UU. Involuciones en Tercer Mundo
Modelo económico Capitalismo internacional y neocolonialismo Gran concentración de capitales Industria y producción material
Capitalismo global y exclusión Idem y capital financiero global Idem y producción inmaterial y de I+D:
Modelo social Conflictos de clases
Idem y conflictos culturales internos en sociedades y comunidades más hibridadas (cultura, sociedad e inmigración)
Modelo político Estados
Estados+ supraestados + conflictos en zonas geopolíticas + con comunidades y naciones emergentes
Comunicación y cultura
Hacia cultura masiva y homogénea: mercado Flujos desiguales
Idem + fragmentada + comunicaciones horizontales Idem+ Comunicación red + brecha digital
Años 60 y 70
Actualidad
Formulaciones globales
Imperialismo cultural y teoría de la dependencia: antiimperialismo Reequilibrio de flujos y libre flujo comunicativo
Alterglobalismo y mirada hacia contradicciones de cada comunidad Pluralidad, diversidad, propuesta de “excepción cultural” frente al mercado como regulador principal
Referentes Bipolos Norte/Sur
Multidimesionalidad Norte/Sur e intra (grupos sociales, géneros, identidades diversas…)
Marcos de intervención
Estados nacionales Idem + regional + local + popular: las identidades
Paradigmas Flujos libres y equilibrados Proteccionismo y planes nacionales de comunicación
Horizontalidad + derecho a la cultura y a la diferencia Producción propia y estrategias culturales regionales o sectoriales
Contextos
Discursos alternativos en Comunicación
79Tema monogràfico: El Informe MacBride desde Catalunya: balance de esperanza
Josep GifreuCatedrático de teorías de la comunicación de la
Universidad Pompeu Fabra
Desde Cataluña, teníamos como mínimo tres grandes
motivos para seguir con interés los trabajos y los resultados
de la Comisión Internacional de Estudio de los Problemas
de la Comunicación (Comisión MacBride) que preparó el
Informe MacBride entre los años 1977 y 1979. En primer
lugar, en aquellos años se abría una nueva oportunidad
histórica para la reconstrucción nacional de Cataluña, y
concretamente para la recuperación de la lengua y la
cultura catalanas, en el marco de la transición española
hacia la democracia (primeras elecciones constituyentes de
1977, referéndum de la nueva Constitución de 1978 y
referéndum del Estatuto de Autonomía de Cataluña de
1979). En segundo lugar, existía cierta sensibilización en
los entornos académicos y profesionales sobre la
centralidad de la información y de los medios de
comunicación de masas en los procesos de afirmación
nacional y cultural en la nueva sociedad de la información.
Y, en tercer lugar, aunque sea más anecdótico, en Cataluña
despertaba especial simpatía la personalidad y la figura del
presidente de la Comisión, el irlandés Sean MacBride, uno
de los líderes de la independencia de Irlanda, admirador de
Cataluña y antiguo amigo personal de Francesc Macià, el
primer presidente de la Generalitat de Cataluña,
reinstaurada en 1931.
Personalmente, me siento muy directamente implicado en
el proceso de seguimiento y de recepción del Informe
MacBride en Cataluña. Mi trayectoria como investigador de
la comunicación quedó marcada por la etapa en la que
estalló en el seno de la Unesco la crisis más aguda de su
historia. En efecto, los años que van de la XIX Conferencia
General de Nairobi (1976) hasta la XXI Conferencia de
Belgrado (1980), donde se aprobó definitivamente el
Informe MacBride, y hasta 1983 cuando la Administración
Reagan decide forzar la retirada de Estados Unidos de la
Unesco, corresponden a los años de elaboración de mi
tesis doctoral (Sistema i polítiques de la comunicació a
Catalunya, Barcelona: L’Avenç, 1983). Aquella
investigación pretendía aplicar a Cataluña una de las
líneas-fuerza del debate internacional, la referente a las
políticas nacionales de comunicación, impulsada
singularmente desde América Latina. Una problemática
local vinculada, no obstante, al debate general y a los
grandes retos globales que el Informe MacBride ponía de
relieve, tema que abordé en un informe general posterior (El
debate internacional de la comunicación, Barcelona: Ariel,
1986).
La gran mayoría de cuestiones a las que quería dar
respuesta el Informe MacBride debían interesar a las elites
políticas y culturales de la Cataluña de 1980, que emergían
de la lucha y la resistencia contra la dictadura franquista.
Sin embargo, creo poder afirmar que el impacto del debate
sobre la comunicación aglutinado en el seno de la Unesco
tuvo escasa repercusión en el ámbito público y entre la cla-
se política catalana. ¿Cómo se explica esto? Una primera
hipótesis sería que la clase política y las elites intelectuales
catalanas, como las del resto del Estado español, estaban
plenamente concentradas en el proceso interno de construir
la nueva democracia española. Una segunda hipótesis, no
menos plausible, sería que Cataluña como tal no gozaba de
ningún tipo de representación oficial u oficiosa en la Unesco
ni en las Naciones Unidas. Y aún una tercera que se podría
formular como pregunta: ¿Podían interesar a Cataluña un
debate y unas propuestas sobre la comunicación que no
tuvieran en cuenta la peculiar situación de las naciones sin
estado? Este interrogante hace hincapié en una doble
El Informe MacBride desde Cataluña: balance de una esperanza
Josep Gifreu
comunicación y del propio Informe MacBride. Aparte de las
contribuciones personales y en distintos ámbitos de algunos
profesores (especialmente, Miquel de Moragas, Marcial
Murciano y Josep Gifreu), aquel departamento creó en
1980 la revista Anàlisi, que contribuyó a difundir la investi-
gación también en los campos próximos a los abordados
por el Informe MacBride (especialmente, los números 5 y 6
(de 1982) sobre las políticas de comunicación en Cataluña;
y el número 10/11 (de 1987) sobre la comunicación
internacional).
Y en tercer lugar, el esfuerzo de introducción y de
aplicación en Cataluña de líneas de investigación orien-
tadas a apoyar las políticas nacionales de comunicación.
Este apartado merecía una consideración particular y más
extensa. Bastará con mencionar algunas actuaciones que
pueden poner de manifiesto una voluntad de incidir desde
la investigación sobre las nuevas oportunidades históricas
de restablecimiento y de potenciación del sistema
comunicativo catalán en la nueva fase de despliegue de la
democracia, del autogobierno y de la normalización
lingüística y cultural.
En este sentido, cabría destacar algunas actuaciones a
principios de los años ochenta que conectaron de forma
más o menos directa con las preocupaciones del espíritu
MacBride respecto del papel de los medios de comu-
nicación y de las nuevas tecnologías en los procesos de
reconstrucción nacional y cultural. No fueron los respon-
sables de la política ni tampoco los grandes medios de
comunicación los que aplicaron esta línea de acción y de
intervención. No obstante, decisiones como la creación de
la Corporación Catalana de Radio y Televisión (CCRTV)
con dos canales decisivos a partir de 1983 (TV3 y
Catalunya Ràdio), adoptada por el Parlamento y el
Gobierno catalanes en 1981, respondían a este “espíritu”.
La atención y la preocupación por la lengua y la cultura
catalanas a través de las nuevas políticas culturales en
Cataluña conectaron también con las orientaciones del
Informe MacBride. Por ejemplo, iniciativas del
Departamento de Cultura como las Reflexiones Críticas
sobre la Cultura Catalana en sus dos ediciones (1983 y
1986), así como la propuesta de “Pacto Cultural” (1985),
abonaban también esta orientación. La celebración en 1986
del II Congreso Internacional de la Lengua Catalana incluía
un área de trabajos dedicada a medios de comunicación y
80Quaderns del CAC: Número 21
consideración: de una parte, la condición de una Cataluña
que, si bien renunciaba a tener Estado propio al aceptar los
pactos de la transición española, no renunciaba sin
embargo a autoafirmarse como nación, o parte de una
nación, diferenciada de las otras naciones de la península
ibérica; y de otra parte, el hecho comprobado de que el
Informe MacBride no tomaba en consideración la existencia
y las necesidades específicas de las naciones sin Estado.
En cualquier caso, sólo a partir de principios de los años
ochenta el debate de la Unesco sobre comunicación y el
Informe MacBride comenzaron a tener cierta incidencia en
Cataluña, si bien en sectores muy particulares. Me gustaría
aventurar que el principal mérito del tímido impacto que
tuvo el espíritu MacBride en una parte de la intelectualidad
catalana debe atribuirse a los núcleos de investigación
universitarios. Más concretamente, los núcleos de la
Universidad Autónoma de Barcelona, especialmente
aglutinados en el entonces llamado Departamento de
Teoría de la Comunicación, dentro de la Facultad de
Ciencias de la Información. Desde el departamento
seguíamos con creciente interés el desarrollo del debate
internacional y las orientaciones de los trabajos de la
Comisión. En este sentido, y con la perspectiva de 25 años,
creo poder afirmar que aquel departamento, bajo la
dirección de Miquel de Moragas, desempeñó un papel
importante por lo menos en tres direcciones, que esbozo
brevemente.
En primer lugar, la conexión de los investigadores
catalanes con la investigación y la problemática
comunicativas internacionales, y singularmente con los
centros del debate en la Unesco y la IAMCR/AIERI/AIECS
(Asociación Internacional de Estudios en Comunicación
Social). La participación desde 1976 en los congresos
bianuales de esta asociación internacional culminó con el
acuerdo de realizar el XVI Congreso de 1988 en Barcelona,
coordinado por el profesor Manuel Parés. También
contribuyó a que la comunicación internacional se situara
como objeto específico de investigación la salida al exterior
de los investigadores catalanes y sobre todo la invitación a
Barcelona de reconocidos investigadores internacionales
de la comunicación (Schiller, Mattelart, Martín Barbero,
Pasquali, Cayrol, Richeri, etc.).
En segundo lugar, la recepción y la difusión en el ámbito
catalán y español del debate internacional sobre la
nuevas tecnologías, e incorporaba como una de las
conclusiones la constitución de un espacio catalán de
comunicación que comprendiera a ambos territorios de
lengua catalana. Esta línea estratégica de reconstrucción
de la comunicación en el espacio cultural del catalán había
sido, precisamente, una de las conclusiones de un estudio
prospectivo que dirigí gracias al impulso del Instituto de
Estudios Catalanes en plena sintonía con el espíritu
MacBride (J. Gifreu, dir., Comunicació, llengua i cultura a
Catalunya: Horitzó 1990, Barcelona: Institut d’Estudis
Catalans, 1986). La proyección pública en Cataluña de esta
línea de investigación comunicativa culminó en 1986
cuando el Departamento de Cultura de la Generalitat me
encargó la inauguración de las II Reflexiones Críticas sobre
la Cultura Catalana con la conferencia titulada “Cultura,
comunicación y dependencia”.
Durante los últimos años de la década de 1980, el impacto
general del espíritu MacBride, mayoritariamente de la
investigación comunicativa en Cataluña, se manifestó en el
hecho de incorporar el estudio de la comunicación como
dimensión crucial de los procesos de (re)construcción
nacional, cultural y lingüística. Y si a partir de entonces se
comenzó a hablar de una “escuela catalana” de
investigación en comunicación, se debe en gran parte a la
especial sensibilidad de los investigadores catalanes al
relacionar estrechamente políticas de comunicación,
políticas culturales y políticas lingüísticas. Una sensibilidad
que, después de veinte años, nos aproxima al corazón de
las nuevas preocupaciones tanto de la política cultural
europea como de la comunicación internacional crítica. Con
esto quiero manifestar que, hoy, la investigación catalana
en comunicación sintoniza plenamente con la llamada
“excepción cultural” como estrategia y garantía de
afirmación de la diferencia cultural en un nuevo mundo
globalizado que, bajo los dictados de la OMC (Organización
Mundial del Comercio), corre el riesgo de desaparecer por
la vía de los mercados.
81Tema monogràfico: El Informe MacBride desde Catalunya: balance de esperanza
83Tema monográfico: El Informe MacBride: su huella en Cataluña
Miquel de MoragasDirector del Institut de la Comunicació de la Universidad
Autónoma de Barcelona (Incom-UAB)
El vigor con el que se siguió el debate y la aprobación del
Informe MacBride (1976-1980) contrasta fuertemente con la
rapidez con la que se archivó o, mejor dicho, con el éxito
que tuvieron las presiones para silenciarlo a escala
mundial. La idea de un nuevo orden mundial de la
información y las propuestas de construir políticas de
comunicación, a favor del desarrollo y la democratización,
fueron apartadas rápidamente bajo acusaciones de
intervencionismo y obstaculización de la libertad de
información. La Unesco, afectada por la retirada de Estados
Unidos y el Reino Unido, incorporó este silencio a su propia
política de comunicación.
Por el contrario, el período posterior a MacBride, lejos de
ver enterrar las políticas de comunicación, coincidía con
una revitalización de estas políticas en los países más
desarrollados del mundo. En Europa coincidía con el
proceso de privatización, tanto de la televisión como de las
telecomunicaciones y con los primeros pasos hacia una
nueva política de sociedad de la información. Estados
Unidos, por su parte, una vez neutralizadas, en gran
medida, las voces críticas que cuestionaban su hegemonía
en el sector de las industrias culturales y de la información,
se aseguraban el liderato del sector de las nuevas
tecnologías, impulsando nuevas políticas publicitadas por el
vicepresidente Al Gore con el eslogan de “autopistas de la
información”.
Las críticas al Informe MacBride habían conseguido el
silencio de la Unesco respecto a un nuevo orden, más
equilibrado, de la información, lo que coincidía, precisamen-
te, con una nueva fase de las políticas de comunicación: la
de las estrategias (americanas, europeas y japonesas) para
situarse en la mejor posición posible del nuevo proyecto de
la sociedad de la información.
¿Quienes fueron los grandes perdedores de todo aquel
proceso? Sin duda los países más pobres, los que tenían
más dificultades para poder implantar políticas de comu-
nicación a favor de su desarrollo socioeconómico y de su
democracia.
Recordar hoy el Informe MacBride equivale a volver la
mirada hacia las necesidades de las naciones y regiones
que no sólo no han resuelto sus problemas de desequilibrio,
sino que han visto cómo aumentaban con la expansión
de las nuevas tecnologías de la información y de la
comunicación. En este sentido, se echa de menos un mayor
protagonismo y una posición más resuelta de la Unesco en
la nueva fase que representa la Cumbre Mundial sobre la
Sociedad de la Información —organizada por la Unión
Internacional de Telecomunicaciones (UIT)— que se
clausurará este mismo año (2005) en Túnez.
Estados y naciones en el Informe1
El paso del tiempo ha ido poniendo de manifiesto las
dificultades de aplicación de las propuestas del Informe
MacBride, pero también ha dejado entrever alguna de sus
principales lagunas. Entre éstas encontramos una que,
desde Cataluña, parece más evidente: la ignorancia del
informe respecto de las culturas minoritarias y de las nacio-
nes sin estado del mundo, aunque con una importante
excepción: su defensa de las lenguas como expresión de la
diversidad cultural. El nuevo flujo informativo que reivindi-
caba el Informe MacBride se refería exclusivamente a los
estados, sin considerar la relevancia de otros espacios de
comunicación, cuestión que aún hoy sigue pendiente cuan-
El Informe MacBride: su huella en Cataluña
Miquel de Moragas
do nos referimos a la política de comunicación europea.
No obstante, el Informe MacBride tuvo una importante
repercusión en Cataluña y sobre sus políticas de
comunicación.
El informe —y sus propuestas para las políticas de
comunicación— había puesto de relieve que el libre
mercado era incapaz, o por lo menos insuficiente, para
hacer efectivos los ideales democráticos de diversidades y
de participación.
En Cataluña las posiciones neoliberales más radicales se
vieron cuestionadas por una óptica especial: la convicción de
que la identidad y la lengua catalanas eran inviables desde
el único y estricto marco de la libre competencia comercial.
La supervivencia de la identidad cultural implicaba, por tanto,
que fueran necesarias las políticas de comunicación. La
iniciativa privada, el voluntarismo, habían sido unas
herramientas sustitutivas con las que la sociedad civil
catalana había afrontado la dictadura franquista. Pero
entonces, con la transición política a la democracia y la
recuperación de las instituciones catalanas, resultaba más
evidente que las instituciones públicas debían impulsar las
nuevas políticas de comunicación, procurando la
democratización, el desarrollo cultural y la normalización
lingüística.
En este sentido podemos evocar y valorar el nacimiento,
poco después del Informe MacBride, en 1983, de la televi-
sión catalana (TV3), y su opción por un modelo de televisión
pública plenamente competitiva. Se entendía —idea básica
de las políticas de comunicación— que a la delimitación de
un espacio político y cultural debía corresponderle un
espacio de comunicación y que este espacio no lo
garantizaba únicamente la intervención del mercado.
La opción catalana por una televisión pública no siempre
se ha valorado suficientemente, y para hacerlo debe
recordarse el contexto histórico: la aprobación del Informe
MacBride, en 1980, había determinado, también en
Cataluña y España, una dura campaña crítica de las
posiciones liberales más radicales, con una amplia
repercusión en la prensa, movida por sus propios intereses
empresariales en un momento de transformación multi-
media. El contexto mundial no era entonces el más
favorable a las políticas públicas de comunicación. Múltiples
voces se manifestaban contra la intervención del sector
público en los medios de comunicación. Se ponía en tela de
juicio la legitimidad democrática de estas políticas con
farsas como que “la mejor política de comunicación es la
que no existe”. La memoria del franquismo (época de
censura y de estricto control de los medios) se evocaba
como argumento (democrático) contra las políticas de
comunicación.
Influencia actual en Cataluña
La huella del Informe MacBride puede verse, aún hoy, en
distintos aspectos del modelo catalán de comunicación.
La influencia se inició en los ámbitos académicos, para
dejarse oír, posteriormente, en los sectores profesionales y
políticos. En este sentido hay que valorar el papel mediador
de la universidad. Determinados conceptos que hoy son
habituales en el lenguaje parlamentario y periodístico, como
espacios de comunicación, políticas mediáticas, regulación
democrática, convergencias comunicación-cultura, etc., son
conceptos nacidos del debate y la reflexión académica
posterior al período MacBride. Aun más, la idea —y
valoración— de las políticas de comunicación como factor
clave de la democracia y de la identidad cultural puede
interpretarse, cuando menos en parte, como una herencia
de aquel debate.
Las propuestas de regulación democrática de los
medios, tanto por lo que respecta a instituciones públicas
como al Consejo del Audiovisual de Cataluña (CAC)
(www.audiovisualcat.net/), u otras instituciones profe-
sionales de autorregulación, como el Consejo de la
Información de Cataluña (CIC) (www.periodistes.org/cic/),
pueden interpretarse como frutos tardíos de aquellas
influencias.
El Informe MacBride revitalizó la idea de espacios
culturales y de comunicación, concedió importancia al
equilibrio de los flujos, reconoció el derecho a la
autoimagen y a su difusión, defendió los derechos de los
periodistas, e hizo referencia a la necesidad de consenso e
independencia de las autoridades reguladoras. Conceptos,
todos, que en Cataluña se proyectarían fácilmente hacia la
construcción de políticas nacionales de comunicación.
Otra de las contribuciones que recibió Cataluña del
informe fue la necesidad de plantear el debate sobre la
comunicación en un contexto internacional. Así, el contraste
84Quaderns del CAC: Número 21
entre la reivindicación de identidad catalana y la perspectiva
internacional del Informe MacBride facilitaron que Cataluña
avanzara hacia la comprensión de aspectos clave de la
comunicación y la cultural modernas. La experiencia de
Cataluña no debería interpretarse como algo aislada —y
menos como marginal o intranscendente—, sino más bien
como un ejemplo paradigmático de la dialéctica moderna
entre lo global y lo local.
Futuro
Toda esta experiencia puede ser beneficiosa ante las
nuevas etapas que se abren con las actuales
convergencias entre diversas políticas hasta ahora
autónomas: las telecomunicaciones, la cultura, la
comunicación y, en general, la economía y el bienestar
social.
Las instituciones de comunicación catalanas, también las
universidades, deberían recuperar el espíritu MacBride en
el nuevo marco europeo para favorecer nuevas políticas de
cooperación, no tan dirigidas a la competitividad como a la
búsqueda del equilibrio mundial, cada día más dependiente
de la comunicación.
85Tema monográfico: El Informe MacBride: su huella en Cataluña
Nota
1 El autor se refirió por primera vez a estas cuestiones
en: Miquel de Moragas, “Catalunya i el Nou Ordre Mundial
de la Comunicació”, Revista de Catalunya, número 2,
noviembre de 1986, (páginas 22 a 33).
87Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global
Valério Cruz BrittosProfesor del Programa de Posgrado en Ciencias de la
Comunicación de la Universidad de Vale do Rio dos Sinos
(UNISINOS) (Brasil)
Introducción
La actualidad está marcada por la desproporción del flujo
infocomunicacional entre países pobres y ricos, que
comprende no sólo el cambio de los productos tradicionales
de las industrias culturales, sino también el intercambio
de informaciones corporativas, espacio creciente desde
las últimas décadas del siglo XX con la aceleración de
la globalización capitalista. Con la digitalización, los
desequilibrios en este sector se multiplican y se potencian
todas las distorsiones ya existentes. Como en el pasado,
también actualmente las relaciones de supremacía
sostienen el sistema global de los medios de comunicación,
lo que justifica las políticas públicas de información y
comunicación como indispensables. Estas políticas, no
obstante, deben concebirse como partes de un proyecto
amplio que tenga por objetivo no sólo la inclusión cultural y
digital, sino también la agregación social en su totalidad, en
los marcos de un proyecto de sociedad que debe
construirse con más equidad y espacio de diálogo.
El origen geográfico del bien cultural en circulación es un
dato que debe considerase, en su relación con las
identidades culturales, en un sentido amplio y por lo que
representa en resultados micro y macroeconómicos,
aunque no sea el único elemento que ha de ser analizado.
Puesto que la dominación no es exclusiva de fuerzas
exteriores, dado que estos procesos se reproducen vertical
y horizontalmente, no existe, por parte de las producciones
nacionales, una carga informativa con superioridad de
principios o una efectividad de compromiso democrático, y
sucede lo mismo con los bienes simbólicos importantes.
Muy al contrario, la cuestión principal es que los productos
de las industrias culturales, tanto nacionales como
internacionales, llevan la cultura global como marca
principal, expandiendo la forma mercancía y la incorpora-
ción al consumo. Paralelamente, un abismo digital enorme
separa y aumenta la distancia económica entre América del
Norte, Europa, y parte de Asia por un lado, y América Latina
y África, por otro.
Durante la Guerra Fría, la libre circulación proponía
principalmente la adhesión de la ciudadanía, mientras que
hoy ha dado lugar a una ampliación de los negocios.
Aunque repercutiera más allá de los círculos económicos
privados y se orientara a la conquista de adeptos al
capitalismo, la libre circulación de la información se
insertaba en el ámbito del mismo espíritu liberal que
Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global
Valério Cruz Brittos
La desigualdad en los procesos de producción,
distribución y consumo de los recursos de comunica-
ción industriales, teniendo en cuenta el panorama
internacional se está ampliando en la fase actual del
capitalismo, lo que propicia una actualización del
debate sobre la necesidad de adopción de políticas
públicas en las áreas de comunicación y cultura,
ahora articuladas globalmente. En un momento en el
que se reanalizan los 25 años del Informe MacBride
y de la propuesta del Nuevo Orden Mundial de la
Información y la Comunicación (NOMIC), las
distorsiones mediático-tecnológicas se expresan de
forma compleja a través de la falta de equidad en la
distribución y el uso de los recursos informativos y
comunicacionales, pero también porque el contenido
circulante suele remitir a la cultura global.
.
proponía la libertad del comercio. La justificación formal, sin
embargo, era política, basada en el artículo 19 de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU), y esto tenía
por objetivo la libertad de expresión y comunicación. Ya a
mediados de los años ochenta la discusión perdió fuerza,
coincidiendo con el debilitamiento de la Organización de las
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(Unesco), cuya actuación en el debate de la desigualdad
comunicacional fue sumamente importante, en especial con
la aprobación del Informe MacBride, cuyos once principios
debían fundamentar el nuevo orden mundial de la
información y la comunicación (NOMIC).
Libre circulación
Por tanto, hoy es más importante un nuevo orden
informacional y comunicacional que devuelva este debate a
la actualidad. Y resulta aún más emblemático en este año
2005, porque en la ciudad de Túnez tendrá lugar la segunda
fase de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la
Información (CMSI). La libre circulación de información no
se corresponde con la libertad de información. Por una
parte tenemos la cuestión de los contenidos, donde el
control de los actos de mediatización esencialmente por
lógicas privadas establece pautas y agendas restringidas
que impiden a muchos actores sociales (especialmente los
asociados a los movimientos populares) exponer sus
demandas. Por otra parte, al tratarse de medios de
comunicación de pago para los consumidores, existe una
limitación en el proceso de recepción, en la medida en que
gran parte de la población (sobre todo en los países pobres)
no reúne las condiciones económicas para sufragar sus
costes, y se queda, por tanto, sin derecho a disfrutar de
estos bienes simbólicos.
En esta problemática se hallan el origen y la parcialidad de
lo que se procesa como información. Es decir, la libre
circulación no resulta en diversidad cultural. Además, al no
tratarse de una circulación verdaderamente libre, porque
depende del poder económico superior de quienes pueden
participar con mayor capacidad cualitativa y cuantitativa,
puede terminar con muchas culturas, o redimensionarlas y
volverlas híbridas en el ámbito del capitalismo, algo que, se
mire por donde se mire, mina el proyecto de la diversidad.
Así, resulta evidente que esta circulación es desigual y que
acompaña la tendencia general del capitalismo, que, por sí
mismo, es excluyente y fortalece posiciones imperialistas
aunque, en la circunscripción del capitalismo global, sean
factibles otras posibilidades y convenios de integración, ex-
portación y consumo de productos materiales y simbólicos.
Ante el mantenimiento y la ampliación de las desi-
gualdades, resulta esencial la acción de agentes públicos
sobre el mercado. En la realidad, aunque sin la misma
fuerza movilizadora, la Unesco es uno de los pocos polos
con metas globales de formulación de políticas alternativas.
En este contexto se incluye el Anteproyecto de convención
sobre la protección de la diversidad de los contenidos
culturales y las expresiones artísticas (Unesco 2004, 1),
basado en la idea de que “la libertad de pensamiento,
expresión e información, así como [...] el pluralismo de los
medios de comunicación, garantizan [...] el pleno desarrollo
de las expresiones culturales y la posibilidad de que la
inmensa mayoría de las personas tenga acceso a ellas”. La
convención, que necesita ser aprobada por la Conferencia
General de la Unesco y, después, recibir la adhesión de los
países miembros para ser válida en los territorios
nacionales, puede reforzar la lucha por la democratización
de la cultura y de la comunicación. Las medidas propuestas
engloban: reservar un espacio para los bienes y servicios
culturales nacionales; asegurar a las industrias culturales
indepen-dientes el acceso a los medios de producción y
distribución; promover la libre circulación de ideas y bienes
culturales, ayudando a los órganos sin fines lucrativos; e
impulsar las instituciones de servicio público.
Lógicamente, la acción del estado y de entidades
supranacionales, como la Unesco, tiende a atenuar las
dificultades de las regiones más pobres, ya que los países
ricos, como Estados Unidos principalmente, y los
integrantes de la Unión Europea en general, disponen de
organizaciones suficientemente fuertes como para
beneficiarse de la disputa en el capitalismo global. Además,
las consecuencias de la acción capitalista sobre la cultura
son más perversas en los países poco desarrollados, donde
la regla es el control de los medios por grupos oligopolistas
organizados sobre bases familiares y con lazos políticos.
En el caso brasileño, el retraso histórico relativo al control
público de los actos mediáticos se ha puesto actualmente
88Quaderns del CAC: Número 21
de relieve, cuando las tentativas de cambio en este sector,
propuestas por el Gobierno del presidente Luis Inácio Lula
da Silva, como las de una Ley del audiovisual y de un
Consejo Nacional del Periodismo, fueron duramente
combatidas por los medios de comunicación, hasta el punto
de que estas propuestas perdieron su esencia o, incluso,
fueron hundidas. Como sucede con las argentinas, las
principales cadenas de televisión brasileñas están
fuertemente endeudadas (en especial externamente), y
esto las incapacita para afrontar las inversiones futuras
necesarias para acompañar el cambio tecnológico.
En Venezuela, el enfrentamiento abierto entre el
presidente Hugo Chávez y las empresas culturales revela la
dificultad de implantación de proyectos antihegemónicos.
Sin embargo, a finales de 2004, el Gobierno obtuvo una im-
portante victoria legislativa al aprobar la Ley de la televisión,
severamente criticada por los sectores dominantes
mundiales. Los medios de comunicación de masas vene-
zolanos llevan a cabo una campaña sistemática contra
Chávez, en la que cuentan con la participación de los
medios de comunicación globales, como sucedió en la
tentativa de golpe de estado de abril de 2002. Entonces,
prácticamente todos los medios de comunicación apostaron
por la caída de Chávez, que se mantuvo en el poder gracias
a amplias negociaciones continentales. Por otra parte,
las radios comunitarias, articuladas por internet y aliadas
a los móviles, movilizaron a la población, lo que demuestra
el potencial crítico y de resistencia que la comunicación
debe tener.
Políticas de comunicación
Más que antes, hoy resulta fundamental la adopción de
políticas de comunicación tanto nacionales como regionales
y globales ante la elevada disparidad del flujo
infocomunicacional entre países ricos y pobres y,
principalmente, por el hecho de que los mensajes se suelen
vincular a las matrices dominantes, independientemente de
su origen. El mundo necesita un choque de
democratización de la comunicación, concebido por el
Informe MacBride (1987, 289) como “el proceso mediante el
cual: (1) el individuo pasa a ser un elemento activo y no un
simple objeto de la comunicación; (2) aumenta
constantemente la variedad de los mensajes que se
intercambian; y (3) aumenta también el grado y la calidad
de la representación social en la comunicación”. Esta
democratización debe procesarse con control social, con
viabilidad mediante políticas públicas que desconcentren la
propiedad mediática y que abran los medios a las
demandas de la sociedad civil. Todo ello pasa por marcos
reguladores que reconozcan el abismo económico en el
seno de las poblaciones y la diversidad cultural que las
demarca, y que permitan el seguimiento, la evaluación
crítica y la fiscalización de los contenidos de las empresas
del sector de la comunicación.
Pero las políticas públicas se debaten cada vez más y se
enmarcan genéricamente como una interferencia estatal en
los negocios privados. Por una parte, el neoliberalismo
económico condena toda acción del Estado sobre el
mercado, acusándolo de reducir la competitividad
empresarial, algo que sólo podría proporcionar plenamente
el libre mercado. Por otra parte, el pensamiento político
liberal también se posiciona contrariamente a la
fiscalización de los contenidos culturales, por miedo a un
regreso de la censura. Mattelart (2002, 156), como siempre,
resume bien la cuestión de la actual dificultad de
proposición y adopción de políticas públicas.
La libertad de comunicación no ha de ser objeto de
cualquier prohibición. Las reservas que pueden hacerse en
relación con esta concepción de la libertad serán tildadas
inmediatamente por los grupos de presión de tentativas de
restauración de la censura. Sólo la sanción ejercida por el
consumidor sobre el mercado de libre oferta debe regir la
circulación de los flujos culturales y de la información. El
principio de autorregulación resta legitimidad a toda
tentativa de formulación de políticas públicas, nacionales y
regionales sobre este asunto. No encuentran acogida ni tan
siquiera las interrogaciones sobre el papel que debe ocupar
el Estado en una coordinación de los sistemas de
información y comunicación con la intención de preservar
los canales de expresión ciudadana en relación con las
lógicas de la segregación ante el mercado y la técnica, ni
las que están relacionadas con la función de las
organizaciones de la sociedad civil como factor de presión
decisivo para exigir de la autoridad pública este arbitraje.
El mundo se metamorfosea en “comunidades de consumo”
89Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global
90Quaderns del CAC: Número 21
políticas públicas, las decisiones gubernamentales deben
adoptar una dinámica interactiva construida en el terreno
social. Dicho de otra forma, la acción de lo no hegemónico
sobre la tecnología mediática debería completar el ciclo
para su real incorporación social, además de la
mercadológica. En esta mediación incompleta de los temas
mediáticos, donde el dibujo de la realidad que se muestra
no incluye todos los matices, corresponde también a las
alternativas presionar a las industrias culturales con sus
proposiciones para poder ofrecerlas a la sociedad.
No obstante, el estado interviene cada vez menos en los
ciclos económicos. El papel del estado cambia en el
capitalismo global: se aleja mucho de la actividad
económica directa y altera cualitativamente su reglamenta-
ción, reorientada al fortalecimiento de los mercados y al
incremento de las privatizaciones. Existe también un
retroceso de las políticas públicas y privadas de
redistribución de la renta, un declive de la producción
masiva, un aumento de la productividad, una creciente
desintegración vertical de las empresas, que optan por la
contratación de terceros y no por la realización total de los
trabajos dentro la empresa, y flexibilidad general,
manifestada principalmente en lo relativo a espacios de
inversión (a partir de políticas económicas liberales),
ocupación (ruptura de la rigidez de la relación de trabajo),
producción (sistemas más versátiles y rentables, como el
just-in-time y segmentaciones) y consumo (dando una
perspectiva a la mayor variedad disponible). En todo este
proceso, la tecnología permite un intercambio ágil de
informaciones, más eficiencia empresarial y amplitud de
bienes producidos por las empresas, lo que engloba a la
economía como un todo que llega a las industrias de la
comunicación y de la información particularmente.
Este momento representa la recuperación de la
hegemonía de Estados Unidos, como demuestran, en el
plano militar, los ataques a una parte del mundo árabe y, en
el plano cultural, la penetración del cine norteamericano. La
autonomía cultural de la mayoría de los países permanece,
en gran medida, subordinada a los planes de producción y
distribución de los grupos que operan los negocios
culturales y las estrategias de poderosos conglomerados
internacionales. Todos estos procesos entran en el ámbito
de la reordenación capitalista, que tiene por marco inicial la
decisión unilateral norteamericana, tomada en 1971 por el
(consumption communities). En definitiva, la palabra
comunidad nunca había sido utilizada de manera tan
indiferente y vacía.
La conformación de políticas públicas de comunicación
—que han de emerger de la confrontación entre sociedad
civil, Estado y mercado— choca con la falta de movilización
que el tema suscita, en parte porque las empresas
culturales no lo han promocionado. El seguimiento llevado
a cabo por el grupo de investigación Comunicación,
Economía Política y Sociedad, junto con los principales
telediarios, diarios impresos y revistas de Brasil,
muestra que los medios de comunicación no mediatizan
la comunicación, es decir, los grandes temas comunica-
cionales, relativos a la propiedad, el acceso, la pauta y la
forma de divulgación de contenidos, casi no son tratados, y
se prefieren, mayoritariamente, las cuestiones relativas a la
vida privada de los artistas y los actos promocionales de las
empresas y sus propietarios (Brittos 2004). Así, el debate
público de las temáticas contemporáneas (y, particular-
mente, de un asunto tan esencial en la edificación de las
estructuras y vidas de un mundo tan complejo como el de la
comunicación), que hoy día no se puede entablar sin la
colaboración de los medios de comunicación, se ve
perjudicado porque sin la exposición en los medios
televisivos, poco queda de participación de la sociedad en
la edificación de los marcos reguladores.
Este problema genera un círculo vicioso en el que la
ausencia de noticias sobre los medios de comunicación
impide que se genere interés por el tema, que no se pauta
en términos de reglamentación, instrumento que podría
contribuir al hecho de que se adoptara otra postura, y existe
un control público de los contenidos de las industrias
culturales, con la presencia del estado y de la repre-
sentación de la ciudadanía en general. Además, somos
conscientes del drama histórico de la parcialidad que suele
rodear a la cobertura comunicacional, especialmente en los
casos de comunicación industrial (por los compromisos
históricos de las empresas culturales y porque el espacio de
los medios es un espacio precario, ya que presenta
construcciones de la realidad y es un discurso relacionado
con la realidad, pero no es la realidad, porque cuando
presenta los hechos, los construye, lo que implica supresión
y deformación). En el proceso de formulación de las
entonces presidente Richard Nixon, de poner fin al patrón
oro vinculado al dólar norteamericano, por lo que se disolvía
el modelo de Bretton Woods y, así, dejaba de existir una
moneda internacional. Las instituciones de Bretton Woods
remiten al año 1944, cuando, bajo la presión de Estados
Unidos, los aliados de la Segunda Guerra Mundial
celebraron una conferencia financiera y monetaria (en
Bretton Woods, New Hampshire, Estados Unidos), en la
que se decidió definir el dólar como moneda internacional,
mediante el compromiso de Estados Unidos de asegurar la
convertibilidad del dólar en oro.
Revocado, en 1971, el sistema de tasa de cambio fijo
instaurado por los acuerdos de Bretton Woods, las tasas de
cambio pasaron a ser fluctuantes, dependiendo de
fundamentos económicos (como la tasa de inflación, la
deuda pública y la balanza comercial) y de operaciones
puramente especulativas. Las medidas adoptadas a partir
de la década de 1970 se pueden resumir en una nueva
división internacional del trabajo y un mayor fortalecimiento
de las corporaciones de mayor dimensión, porque
presentaron menores costes relativos. Con la estimulación
de la competencia, puesto que el mercado tiende a actuar
bajo menor tutela del Estado, las grandes compañías
aumentaron las inversiones en tecnología con la auto-
matización de tareas y la interconexión de unidades, que
pasaron a actuar en un número más elevado de lugares.
Hubo un cambio estructural e histórico de la naturaleza del
capitalismo, que resultó en la creciente importancia de los
mercados y que llegó a las empresas dominantes, que
tuvieron que adaptarse para disputar y enfrentarse en un
número superior de plazas.
La aptitud reguladora estatal resultó minada por la
emergencia y consolidación de mercados mundiales de
producción, distribución y consumo, liderados por potentes
conglomerados internacionales, que mueven unas canti-
dades que generan poderes capaces de deteriorar la
actuación de los entes públicos. Dependen directamente de
factores globales como las innovaciones tecnológicas, el
manejo de las culturas, los tipos de interés y la política
monetaria, lo que dificulta la acción de las autoridades
internas. En esta nueva dinámica, los capitales son
disputados internacionalmente por los estados, que también
implementan acciones para su captura, a través de tácticas
dirigidas a aumentar el atractivo de sus mercados internos y
la competitividad de sus corporaciones, algo que pasa por
una desreglamentación y privatización. La estrategia
neoliberal consistió, ante la caída de la demanda interna en
los países céntricos, en el aumento de la productividad
mediante la “reestructuración industrial, las fusiones y
adquisiciones”, y la ruptura del “poder del trabajo organizado,
para reducir la dispersión de lucros, y el cierre de las
‘ventanas de oportunidades’ que se habían abierto, a través
de políticas de sustitución de importaciones, para varias
naciones del Tercer Mundo” (Chesnais 1998, 145). Estas
ideas son diseminadas y aceptadas como un nuevo orden
global, apto para propiciar una nueva etapa de amplio
desarrollo.
Además del neoliberalismo, la globalización contemporá-
nea afecta el poder de decisión terminante en el estado-
nación, ya que las acciones externas implican internamente
más intensidad y los pasos estatales presentan más
repercusión internacional, se recomienda observación y, no
raramente, discusión más allá de las fronteras. Las políticas
de globalización, “inspiradas en la ideología anglosajona
del individualismo competitivo, del mercado libre y del
capital cosmopolita”, “reimpusieron tendencialmente una
lógica del siglo XIX —la del dominio de la economía sobre la
sociedad, del sistema de mercado sobre el estado” (Braga
1998, 140). En el actual sistema, los estados se revelan
con menos fuerza que el mercado financiero internacional,
movilizador de cantidades capaces de alterar las
situaciones de las sociedades nacionales y, aunque bajo
críticas diversas, son el punto de atención de los agentes
económicos y políticos, lo que dificulta acciones
independientes y genera políticas uniformes. Se verifica un
vaciado del poder estatal en la regulación de sus
economías y la formulación de políticas económicas
independientes.
Sociedad de la información
En la nueva realidad capitalista, la información es el gran
valor añadido a la mercancía. Sin embargo, transformada,
la organización del trabajo permanece en la manera
capitalis-ta y su mayor sofisticación, a través de nuevas
tecnologías, no elimina la esencia de su posición ante el
capital. Existe un desplazamiento del capitalismo sobre
91Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global
92Quaderns del CAC: Número 21
otras áreas y lugares hasta entonces, en mayor o menor
grado, distantes de la disputa de los capitales, así como un
impulso en dirección a un nuevo momento, que se renueva
y no es superado por la intervención del socialismo que, por
el contrario, fracasa en casi todos los países donde se
prueba. En este reposicionamiento capitalista se incluyen
las alteraciones profundas que está sufriendo el panorama
mundial de las comunicaciones, donde la participación de
los capitales privados en muchas áreas y países es nueva,
y el sector es estimulado por el surgimiento y la proliferación
de innovaciones tecnológicas, que incentivan los cambios
económico-culturales.
Por ello la elevación de la tecnología no se corresponde
con una circunstancia revestida de valor único o por lo
menos supremo, en la estructuración social. Para Bernard
Miège (1999, 26), la existencia de una sociedad de la
información es “tan impensable hoy como ayer”, puesto que
una cosa es revelar cambios significativos e identificar la
emergencia de nuevos “paradigmas”, y otra “es concluir por
el paso de una nueva era” de la humanidad, y es engañosa
la impresión de que lo informacional ha afirmado su
supremacía, ya que los elementos de continuidad con la
sociedad industrial capitalista siguen siendo muy fuertes,
incluso donde la producción se encuentra en vías de auto-
matización. Si los trazos de continuidad se superponen a los
de ruptura, existe una evolución dentro del propio sistema,
no una revolución. En términos de organización social o
forma de producción, prosigue (incluso con más fuerza) la
hegemonía capitalista, del mismo modo que los medios de
comunicación tradicionales pasan a convivir con aquellos
surgidos a partir de las décadas finales del siglo pasado,
aunque exista una tendencia de digitalización generalizada.
Pese a los trazos innovadores acoplados a los sistemas
económicos modernos, no se identifica una revolución
efectiva. Existe un cambio promovido en la esfera del
capitalismo, cuyos actores han revelado una innegable
capacidad de adaptación, relacionada también con la
apropiación de la tecnología como un todo, incluso aquella
que ocasionalmente pueda parecer desviada del modelo
hegemónico. “Las transformaciones registradas y anun-
ciadas en el terreno de las tecnologías de la información y
de la comunicación (TIC), en las dos últimas décadas del
siglo XX, fueron penetrando en el consciente colectivo con la
idea de fondo de que nos encontramos ante ‘un nuevo
modelo de revolución’, cuya culminación será el alzamiento
de un mundo nuevo” (Prado; Franquet 1998, 16). Por este
motivo, la idea de una revolución a partir de la información
está tan extendida. La sociedad de la información, según
Becerra (1998, 36), es una nueva forma de desarrollo
productivo (lo informacional), donde la fuente de
productividad y la estrategia de extensión del capital se
asientan en la innovación tecnológica, vinculada a la
centralidad del procesamiento de datos, así como en la
desigualdad creciente en la distribución de los beneficios.
Pero la cuestión es que el crecimiento del flujo informacio-
nal y de tecnologías que permite esta ampliación se
desarrolla y se incluye en el ritmo industrial. El principal
problema de la idea de admitir la llegada de la sociedad de
la información es que se conciba como un cambio definitivo
en dirección a un rumbo opuesto.
Una distinción especial presenta Castells (1999, 46), entre
sociedad de la información y sociedad informacional: la
primera indica el papel de la información en la sociedad,
pero en un sentido amplio, como comunicación de conoci-
mientos, aspecto decisivo en la historia de la humanidad,
hasta la “Europa medieval que era culturalmente estructu-
rada y, hasta cierto punto, unificada por el escolasticismo”;
el segundo corresponde a un período histórico específico
“en el que la generación, el procesamiento y la transmisión
se convierten en unas de las fuentes fundamentales de
productividad y poder a causa de las nuevas condiciones
tecnológicas surgidas” en esta formación social. Al aplicar
el término sociedad de la información con la intención de la
centralidad contemporánea del fenómeno comunicacional,
deberían hacerse reservas, enfatizando la no superación de
la sociedad industrial y su inserción en un sistema de
producción capitalista. No obstante, aunque se haga una
reserva al uso del término, es importante precisar que la
idea de sociedad de la información no requiere
necesariamente un juicio de valor, de apreciación positiva,
pero sí de constatación de un nuevo lugar de la información
en la sociedad y en las corporaciones.
Si se diseminan indistintamente, las construcciones
tecnológicas se unen al mismo tiempo que se reproducen,
participan de los desafíos individuales y colectivos diarios, y
transmiten mucha de su lógica al contexto en el que se
desarrollaron. Así, el proceso de innovación tecnológica
suele producir rupturas, aunque parciales, relativas a las
93
formas de crear precedentes, conectadas con el
procesamiento de nuevas estéticas, que pueden ser
absorbidas de forma creativa, subvirtiendo lo que está
puesto e incluso creando nuevos paralelismos con
propuestas no homogéneas. Sin embargo, como término
medio el capitalismo establece regulaciones de las
tecnologías que favorecen el proceso competencial entre
los capitales individuales. Estas rupturas tienden a ser
periféricas o a estar incorporadas merca-dológicamente.
Al volverse la dicotomía información/comu-nicación
elemento clave de la racionalidad productiva capitalista
contemporánea, esta configuración ha producido una seria
interpenetración y no una sustitución de las actividades
industriales por las informacionales. No se niega la
importancia de la información y de la comunicación en la
contemporaneidad, pero se cuestiona su papel autónomo.
Así, si se considera la producción cultural en el
capitalismo, históricamente determinada por este modo
de producción, se impone una lectura problemática
del modelo estructura-superestructura, que relaciona
históricamente los ámbitos económico, político e ideológico.
Se puede afirmar que, a medida que avanza la conexión
de las compañías de cultura con las reglas de
funcionamiento propias del mercado, o con la estructura,
se desconectan de la relación superestructural directa, o de
la obligación de servir ideológicamente al capitalismo,
aunque el nivel ideológico no desaparezca, ya que se
delinea desde el compromiso (renovado) con la sociedad
de consumo. En este rumbo, hay que concordar con
Garnham (1983, 22), para quien, a partir del “capitalismo
monopolista, la superestructura se industrializa y es
invadida por la estructura”, y no se respeta la distinción
entre estructura y superestructura, “no, como tienden a
pensar los post-althusserianos, porque la estructura se
transforme en un nuevo discurso superestructural
autónomo, sino porque la superestructura es englobada por
la estructura”.
Circulación cultural
Esta industrialización de la superestructura representa el
avance de los capitales sobre el mundo de la cultura, lo que
implica, necesariamente, la absorción de técnicas de
gestión propias de la industria tradicional por los mercados
de producción y distribución de bienes simbólicos. El
avance llega a las relaciones de trabajo y también a los
métodos de control de la concepción y el desarrollo de los
elementos comunicacionales, aunque la aleatoriedad de
realización de estos productos siga existiendo, y aunque no
exista la misma certidumbre sobre sus resultados,
comparativamente con las áreas económicas tradicionales.
Este movimiento se incluye en la lógica de un capitalismo
todavía en expansión, un modelo no acabado, lo que se
corrobora con la crítica a las ideas de una nueva sociedad,
ante las alteraciones de las últimas décadas, enfáticamente
aquellas que se encuentran conectadas a la innovación
tecnológica y al reposicionamiento de la información: la
base sigue siendo la misma, aunque con la incorporación
de otras técnicas exista una ampliación de la racionalidad
capitalista para otras áreas de rentabilidad, también la
cultural. Es decir, los cambios se producen bajo la égida de
la industrialización, que avanza y se transforma, pero no
termina.
El drama de los desequilibrios infocomunicacionales no se
limita a la cuestión geográfica, pero sí al compromiso de los
mensajes en circulación. Se trata de una cultura global
comprometida con el capitalismo, en su macroproceso de
reproducción, sin que por ello sea necesario apropiarse de
referentes de otras culturas ni de respuesta al sistema.
Benjamin Barber (2003, 41) habla de la cultura McWorld, de
matriz norteamericana: según el autor, esta “cultura mundial
americana —la cultura McWorld— es menos hostil que
indiferente a la democracia”, y su objetivo es “una sociedad
universal de consumo que no estaría compuesta ni por
tribus ni por ciudadanos, todos malos clientes potenciales”,
sino únicamente por consumidores, que forman una nueva
raza de hombres y mujeres. Este contenido, al circular
preponderantemente por todas las redes hegemónicas, crea
un desequilibrio, ya que los canales alternativos, además de
ser infinitamente reducidos, no disponen de recursos para
llegar al gran público (o para conquistarlo mediante conte-
nidos atractivos).
Aquí la cuestión es de patrón de producción; existe una
forma hegemónica de desarrollar productos culturales, que
incluye inversiones económicas elevadas, pero también
experiencia en el desarrollo, el control del conjunto de pro-
cesos de producción y distribución, la reunión de equipos
Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global
94Quaderns del CAC: Número 21
adecuados y la presencia de profesionales adecuados.
Está claro que estas condiciones tienden a diseminarse por
el abaratamiento de los recursos tecnológicos, y especial-
mente por la difusión de los profesionales cualificados.
Aunque la ampliación de algunos elementos suele favo-
recer, principalmente, a las demás empresas activas en el
mercado, que no ocupan las dos primeras posiciones pero
que están medianamente capitalizadas para beneficiarse
de la nueva situación. Por otra parte, las organizaciones no
hegemónicas, que actúan en el espacio de la comunicación
alternativa, difícilmente consiguen promoverse hasta el
punto de producir un patrón parecido al dominante y que es
reconocido como superior por la mayoría de los consumi-
dores, que le dan preferencia no sólo ocasional, en la
medida en que son fidelizados constantemente en este
espacio. Así, este público termina recogiendo una forma de
hacer cultura que le da sentido, aunque se ofrezca con
otros medios de comunicación, de la misma forma que el
navegador de internet se deja introducir cada vez más por
las páginas web y por los productos ofrecidos por las
tradicionales industrias culturales.
No obstante, este patrón hegemónico no representa la
uniformidad de toda la realidad cultural, ya que es lo
suficientemente amplio como para incluir un conjunto de
patrones distintos, conectados a la producción capitalista de
comunicación. Son los patrones diversos que garantizan la
especificidad empresarial, la capacidad de concursar con
alguna diferenciación, por parte de las diversas organizacio-
nes, y aun más, por los diversos productos para una única
compañía. Cuantos más datos cuantitativos y cualitativos
componentes del patrón tecnoestético reúna, mayor será la
atención que la organización obtendrá del público. A partir
de aquí se distribuyen las empresas en la preferencia
popular, tanto en términos de mercado generalista como de
mercados segmentados. En realidad, aquí también la
relación es dialéctica, y se resuelve a partir de la fórmula
homogeneización y diferenciación, característica de la
producción cultural. Para conquistar al consumidor, el bien
simbólico deberá respetar un conjunto de caracteres pro-
pios de la realidad hegemónica, necesarios para que sean
reconocidos por el público. Cuando se haya completado
esta etapa, deben presentar alguna diferenciación, de baja
dimensión, ya que si el producto es totalmente igual a los
otros no representará nada nuevo que merezca el acto de
compra, abono o simple atención (que será rentabilizado en
el mercado publicitario).
Aunque el problema tenga varias entradas, persisten los
desequilibrios conectados al espacio geográfico de
producción de los contenidos y de la desigualdad en la
distribución de las tecnologías de la información y la
comunicación. Al tratarse del audiovisual, el dominio
norteamericano es discrepante, y queda poco espacio
incluso para otros países desarrollados en el enfrenta-
miento con la fuerza de la industria hollywoodiense,
presente en el imaginario de muchísimas poblaciones del
planeta, y se forma, en este sector, la excelencia de lo que
se concibe como cultura global (para concordar con las
ideas discutidas de Barber). Lo que sucede es que las
grandes majors norteamericanas dominan el patrón con
mucha más seguridad, saben hacer cine, dentro de los
moldes de fácil asimilación por parte del gran público, como
ninguna otra industria de cualquier otro país. Por este
motivo se encuentran capitalizadas, y reúnen tecnología y
material humano hasta el punto de producir un producto
cinematográfico que es absorbido por el imaginario de los
consumidores como algo esperado, reconocido o deseado.
Esto no elimina, sin embargo, el espacio de creación y de
producción de otros países, como la India, que tiene un
gran número de espectadores, ni todo el conjunto de otros
públicos, formadores de nichos de mercado, interesados en
cine de arte. Además, el éxito norteamericano (y de toda la
industria, cultural o no) reside en la conjugación de
estrategias de producción bien montadas, aliadas a
privilegiadas vías de acceso al consumidor, que distribuyen
el producto al lugar y en cantidades adecuadas,
normalmente en detrimento de la cinematografía local.
De esta forma, la hegemonía capitalista es en gran
medida norteamericana, porque, en términos de cultura de
masas, Estados Unidos, al tener la ventaja de la preceden-
cia, trabajan principalmente sus mismos elementos, que
pasan a formar parte de la cultura global y se integran en la
memoria colectiva global. De ahí que resulte fundamental
su fuerza económica, como mayor productora y
exportadora de bienes simbólicos industrializados. “Los
medios globales comerciales están dominados por unos
diez conglomerados integrados verticalmente”, en su
mayoría estadounidenses, y sus características esenciales
son “sus intereses financieros en la publicidad y su
95
mercantilismo absoluto” (Herman; Mcchesney 1999, 170).
Esta relación entre EE.UU. y la cultura global no excluye, no
obstante, el aprovechamiento de referentes de otras
culturas diversas, occidentales o no, que son
reinterpretados en esta absorción.
Espacios mercadológicos
Para su construcción y para que se apunte un liderazgo en
el exterior, es importante tener un mercado interno fuerte,
que permita entradas elevadas de recursos, algo
indispensable para cubrir los altos costes de realización.
Los costes deben pagarse dentro del país de producción,
con el objetivo de que los precios practicados
internacionalmente sean competitivos. Todo se consigue
con primacía Estados Unidos, tanto cuando se trata de
público que paga directamente (cine), como cuando es la
publicidad la que sostiene un medio de comunicación.
Siguiendo tal raciocinio —y aunque este trabajo no haya
concluido, en especial, en un raciocinio de análisis crítico y
teórico de la sociedad y de los fenómenos mediáticos—, el
cuadro 1 muestra a grandes rasgos la ecuación producción-
exportación de los EE.UU., que es el país donde se realizan
más inversiones publicitarias, tres veces más que el total
del segundo posicionado y más de diez veces en
comparación con el tercero. Si se acepta la fuerza de los
mercados publicitarios como indicativo de la posibilidad de
pujanza de las industrias culturales, los números indican la
supremacía de Estados Unidos, incluso sobre los otros
países del eje del Norte, y queda también patente la
ausencia de África en el listado, lo que viene a confirmar el
lugar de exclusión de este continente en el escenario
global.
Es obvio que Europa es el continente que reúne el mayor
número de países dentro de los principales mercados
Cuadro 1. Los veinte mercados publicitarios más importantes en 2003
Fuente: Grupo de Mídia de São Paulo, Mídia dados 2004. São Paulo, 2004. p. 586.
Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global
País Presupuesto total publicidad (millones de dólares)
Presupuesto total publicidad en TV (millones de dólares)
Publicidad per cápita (dólares)
EE.UU. 231,448 52,821 812,669
Japón 37,037 15,711 290,943
Alemania 17,221 4,153 208,993
Reino Unido 15,418 4,737 259,126
Francia 9,123 2,833 154,105
China 7,489 3,349 5,828
Italia 7,071 3,783 121,914
Corea del Sur 6,307 2,336 133,340
Canadá 5,392 1,775 173,376
España 5,128 2,137 127,246
Brasil 5,048 2,470 28,536
Australia 4,383 1,579 224,769
México 3,655 2,036 35,904
Holanda 3,156 – 197,250
Rusia 2,744 1,300 19,003
96Quaderns del CAC: Número 21
publicitarios: de los quince, seis son europeos (o siete, con
Rusia). Pero debe también testificarse la fuerza asiática, ya
que cuatro se encuentran situados en Asia (con Rusia,
cinco). Del resto, dos son de América del Norte, uno de
América Central y uno de América del Sur. Oceanía
presenta sólo un país. Si se estudia la inversión del
presupuesto publicitario en la televisión se aprecia algún
cambio de posición, Holanda queda fuera de la lista, por
ejemplo; también China sobrepasa a Francia, Brasil pasa al
octavo lugar y dentro de la Unión Europea se observa
alguna alteración, con el Reino Unido por delante de
Alemania. Cuando se pasa al análisis de la inversión
publicitaria per cápita, China, el sexto país con más
inversión en publicidad, queda por debajo de los demás del
cuadro. En este caso, los países en desarrollo son
sobrepasados por los desarrollados, y Brasil y México
quedan por detrás de la mayoría de las naciones europeas.
No obstante, los números brutos, aunque se deban más a
la extensión territorial y a la cantidad de población que a la
fuerza de los mercados, ofrecen una escala suficiente como
para que el país reúna un presupuesto publicitario
suficiente para invertir con contundencia en sus
producciones culturales y, a partir de aquí, exportarlas.
El problema de las distorsiones de los flujos se reproduce
cuando se abordan las nuevas tecnologías de la
información y de la comunicación (TIC). En el cuadro 2 se
observa que Estados Unidos siguen a la cabeza, en
relación con el número de usuarios de internet, pero China
pasa al segundo lugar (se encontraba en la sexta posición
en los mercados publicitarios más importantes). De los diez
países, cuatro son europeos, lo que se explica ante la alta
inversión en los programas de expansión del instrumental
digital implementados por la Unión Europea y sus
miembros. No obstante, esta lista se debe, en parte, a las
dimensiones de las poblaciones de estos países, de forma
parecida al cuadro 1. Al abordar la cuestión relativamente,
considerando la penetración de internet entre la población,
los Estados Unidos mantienen el liderazgo, pero China
pasa a la última posición y es sobrepasada por países que
no figuran en el listado. Entonces, lo que coloca a China en
el segundo lugar en cuanto al número de usuarios es el
hecho de ser la población más elevada del planeta, incluso
sabiendo cómo se controla el acceso a esta tecnología en
aquel país. Brasil, marcado por la pésima distribución de la
riqueza, también cae hasta situarse sólo por delante de
China, con un 10,8% de su población “conectada”. Los
países europeos figuran con índices de entre un 40 y casi
un 60% de la población que se conecta a internet, lo que
demuestra el acierto de las políticas que trataron de
recuperar la distancia digital que inicialmente alejaba a
Europa de Estados Unidos. África vuelve a quedarse
totalmente fuera de esta clase de listados.
Quedan patentes los desequilibrios entre ricos y pobres
cuando se observa que los diez países que van a la cabeza
presentan una tasa de penetración en internet del 25,2%,
cuando los otros países del mundo no sobrepasan el 6,1%.
Estos diez países reúnen el 69,2% de los usuarios del
planeta, y todos los demás representan sólo el 30,8%, de
acuerdo con la misma fuente del cuadro 2. El problema es
demasiado serio para que se resuelva con acciones
aisladas, como la distribución de ordenadores con acceso a
internet en una región o en otra.1
Al abordar el tema de la
falta de acceso a internet, existe un principio anterior, el
de la educación, que debe tratarse previamente, como
bien indica Dominique Wolton (2000, 97): “El límite se
encuentra en la competencia. El acceso a toda ‘la
información’ no sustituye la competencia previa para saber
qué información debe pedirse y qué uso hay que darle. El
acceso directo no suprime la jerarquía del saber y de los
conocimientos. Quizás se exagera cuando se cree que sólo
el acceso a las redes puede viabilizar la instrucción de la
población. En el capitalismo los daños suelen presentar una
raíz común, y el problema de la educación, en sentido
amplio, no se resuelve manteniendo la injusticia económica.
Estos desequilibrios en los usos tecnológicos mediáticos y
en la circulación de estos productos están unidos al
capitalismo contemporáneo, y requieren cambios estruc-
turales para su eliminación.
Consideraciones finales
El legado crítico y aclaratorio de las discusiones del NOMIC
fue prácticamente abandonado en las últimas décadas, con
una apuesta por parte de los agentes públicos y privados
sobre la base de soluciones de mercado, como si las
tecnologías de la información y de la comunicación fueran
capaces de garantizar por sí mismas la pluralidad y el
97Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global
Cuadro 2. Los diez países líderes en el uso de internet en 2004
Fuente: Éxito exportador. Estadísticas mundiales de Internet.
Disponible en: www.exitoexportador.com/stats.htm. (acceso: 10 de abril de 2005).
País Usuarios Población Población usuaria de
internet
EE.UU. 201.661.159 293.271.500 68,8%
China 87.000.000 1.288.307.100 6,8%
Japón 66.763.838 127.853.600 52,2%
Alemania 47.182.628 82.633.200 57,1%
Reino Unido 34.874.469 59.595.900 58,5%
Corea del Sur 30.670.000 49.131.700 62,4%
Italia 28.610.000 57.987.100 49,3%
Francia 24.352.522 60.011.200 40,6%
Canadá 20.450.000 31.846.900 64,2%
Brasil 19.311.854 179.383.500 10,8%
Los diez países líderes 560.876.470 2.230.021.700 25,2%
Resto del mundo 252.055.22 4.160.125.787 6,1%
Total mundial 812.913.592 6.390.147.487 12,7%
equilibrio en el acceso y en los flujos culturales y mediá-
ticos. A medida que pasa el tiempo, se supera más la
expectativa de la eliminación del abismo comunicacional y
digital a partir de la aparición de una sociedad de la
información, y se crea la convicción de que un nuevo nivel
tecnológico únicamente es posible con la acción de
políticas públicas y la consecuente acción de la sociedad
civil.2 La desigualdad entre las fuerzas de las industrias
culturales, de los mercados publicitarios y del consumo
interactivo digital de los países ricos y pobres demuestra
que el neoliberalismo y el capitalismo global sólo hacen
más profundas las diferencias, ante el desequilibrio entre
América del Norte y la Unión Europea (con parte de Asia),
por una parte, y América Latina y, especialmente, África,
por otra.
La problemática va más allá de las divisiones geográficas
y de los límites entre el norte y el sur, pero a pesar de
superaciones ocasionales, como la exportación mundial de
telenovelas por parte de países latinoamericanos, en
especial México y Brasil, el mapa de la desigualdad
mediático-digital tiende a reproducir las deficiencias que
dividen las diversas regiones del planeta. Pasados 25 años
del Informe MacBride, la hegemonía informativa del mundo
desarrollado no sólo se mantiene, sino que se amplía con la
incorporación de nuevas tecnologías, otros modelos de
desarrollo de mercancías y distintos referentes del
98Quaderns del CAC: Número 21
designado mundo de la vida, para captar y fidelizar mejor a
los consumidores. El debate generado por el NOMIC no
concluye en la sociedad de la información, sino que
renueva la necesidad de la formulación y la adopción de
políticas públicas que, cada vez, deben planearse y
fomentarse ante lógicas globales, ya que si la producción y
el consumo remiten a estrategias mediático-operacionales
pensadas y reproducidas internacionalmente, también la
posibilidad de reacción y de desarrollo no hegemónico
pasan por movimientos articulados a nivel mundial.
Notas
1 Al ser una de las organizaciones promotoras de estas
compañías, Microsoft, el principal agente del proceso de
apropiación privada del conocimiento en el ámbito de los
medios comunicación digitales, resulta difícil creer en la
capacidad de estas iniciativas de ofrecer una solución
efectiva para eliminar el llamado abismo digital. Si estas
compañías pretendieran resolver el problema, deberían
sentenciar a muerte su negocio.
2 Finalmente, la cuestión incluye desigualdades históricas,
conectadas con debilidades macroestructurales.
99Tema monográfico: Circulación internacional y distorsiones comunicacionales en el capitalismo global
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101Tema monográfico: El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco: ¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride?
Divina Frau-MeigsCatedrática y socióloga de los medios de la Universidad
París 3-Sorbonne. (Francia)
Sumario
Preguntarse acerca de las razones del retorno de Estados
Unidos a la Unesco en 2003 implica considerar también las
razones de su retirada en 1984, es decir, veinte años antes.
Este artículo analiza una de las mayores crisis culturales de
la Guerra Fría y el nuevo planteamiento después de esta
etapa. Dilucida esta crisis en sus dimensiones estructural,
personal y sociopolítica, y subraya sus continuidades y
mutaciones. Considera el intervalo y los diferentes tipos de
movilizaciones (diplomática, económica, cultural) que lo han
caracterizado, así como las crisis intermedias (en especial
las relacionadas con la diversidad cultural). También tiene
en cuenta las recaídas coyunturales de los atentados
terroristas del 11 de septiembre de 2001 que han dado
plena legitimidad a los argumentos intervencionistas de la
nueva derecha americana.
La autora examina las condiciones de un retorno
falsamente paradójico, que marca menos una ruptura que
una radicalización de las posiciones anteriores, y en el que
debe apreciarse más un endurecimiento que una flexibili-
zación de la política exterior estadounidense, un
endurecimiento de las modificaciones aportadas por la
doctrina de Bush al sistema de gobierno matricial adoptado
y lustrado por sus predecesores después de la Segunda
Guerra Mundial. La Unesco corre el riesgo, así, de
convertirse en un arma suplementaria dentro del arsenal de
la lucha contra el terrorismo, si permite que Estados Unidos
sigan adelante con sus proyectos educativos y culturales en
Oriente Medio, con vistas a afianzar la seguridad de su
democracia. Sin embargo, ante esta excepcionalidad, la
Unesco sigue siendo igualmente una instancia de diálogo
intercultural, lo que puede hacer renacer en Estados
Unidos, a medio plazo, los sentimientos multilaterales y un
mayor espíritu de entendimiento.
La salida estadounidense de la Unesco en 1984 causó
estupor: ¿acaso los norteamericanos no habían contribuido
en gran medida a la implantación de todas las grandes
instancias internacionales de posguerra, como la
Organización de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario
Internacional, o la Organización Mundial del Comercio?1 La
creación de estas entidades certifica el genio diplomático de
Estados Unidos en el siglo XX, con la doble mira
universalista y utilitarista (en el sentido anglosajón de self-
interest).2 Marca el éxito de un poder hegemónico
paradójico, que puede promover al mismo tiempo sus
intereses personales y ofrecerlos al mundo como intereses
generosos y democráticos. Y lo hace con la ayuda de dos
herramientas: la puesta a disposición a bajo coste de
productos de primera necesidad y la gestión de conflictos
mediante el derecho contractual y las normativas
internacionales, para construirse un entorno favorable, sin
ocupación territorial.3
Así, Estados Unidos han proyectado, con éxito, una
imagen de no ingerencia que les ha conferido una
verdadera autoridad moral y política, reafirmada por la
fuerza militar, sobre todo después de la Segunda Guerra
Mundial. No obstante, con la descolonización y la
remontada del bloque soviético, el equilibrio de alianzas
estables tuvo que ser replanteado por los anhelos
emancipadores de los estados del Tercer Mundo recelosos
de la influencia occidental. Llegados para engrosar las filas
de las Naciones Unidas, obligaron al poder hegemónico
americano a convertir su política exterior en instrumento de
lucha anticomunista durante toda la Guerra Fría.
El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco:¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma
de MacBride?
Divina Frau-Meigs
102Quaderns del CAC: Número 21
Internamente, este período vio cómo se derrumbaba el
consenso de la posguerra y se instalaban los grandes
cambios de los años ochenta, que predicaban el retorno de
los valores de base del Partido Republicano (liberalización
de mercados, desnormativización económica, reducción de
las ventajas sociales, etc.). La subida al poder de la nueva
derecha ha vuelto a cuestionar todas las políticas de la
identidad (apoyo a las minorías, solidaridad con los
desfavorecidos, etc.), que han quedado sustituidas por las
políticas de la moralidad (responsabilidad individual,
gobierno local, etc.). Externamente, esto se ha traducido en
una gran ofensiva por la apertura de mercados internacio-
nales, los ciclos de negociación de los acuerdos del GATT
y una despreocupación del estado por la ayuda al
desarrollo.
Éstos son los factores clave para comprender la posición
de Estados Unidos respecto a la ONU y aún más respecto
a la Unesco. Porque fue precisamente con la llegada de un
presidente promocionado por la nueva derecha, Ronald
Reagan, cuando Estados Unidos salió de la organización, y
ha sido con otro presidente de la nueva derecha, George W.
Bush, cuando ha regresado a ella. En ambos casos, por la
política de la silla vacía o la de la silla ocupada, esta
continuidad conservadora es una paradoja que hay que
tratar de explicar a la luz de los intereses americanos y de
los envites de igualdad y de diversidad de la comunicación.
1. La crisis de 1983-84: uno de los enfrentamientosmás fuertes de la Guerra Fría
El 31 de diciembre de 1984, Estados Unidos efectúa su
amenaza de salida. Un comunicado de la Casa Blanca
expone los motivos oficiales: “La politización externa fuera
de las atribuciones continúa, y esto es lamentable, igual que
la hostilidad endémica hacia las instituciones de base de
una sociedad libre; en particular, una prensa libre,
mercados libres y por encima de todo, los derechos del
individuo”.4
Además de una crítica personal al director general de la
Unesco, Amadou-Mahtar M'Bow, senegalés, musulmán y
perteneciente al Tercer Mundo, percibido como la
encarnación de la falta de transparencia y del clientelismo
de la agencia, los puntos de enfrentamiento son múltiples,
de naturaleza estructural y política, lo que explica la dureza
de la confrontación entre los Estados Unidos, de un lado, y
las instancias dirigentes de la Unesco del otro, sostenidas
por los países del Tercer Mundo y la URSS. Las fuerzas
presentes son, por tanto, de talla, y enfrentan a los países
que suministran las contribuciones de más peso (22%
Estados Unidos, 12% la URSS).
1.1. Una crítica estructural EE.UU. se lamenta del peso burocrático de la Unesco.
Sienten una carga jerárquica demasiado pesada,
denuncian la elección de personalidades en los puestos
importantes sobre la base del clientelismo más que de la
competencia. Sostienen que el 80% del presupuesto se
absorbe en la Oficina Central de París, en lugar de invertirlo
en acciones sobre el terreno. Consideran fuera de lugar los
gastos honoríficos y suntuarios de la dirección, y también
opinan que existe un exceso de redundancia con
programas ya conducidos por otras agencias de las
Naciones Unidas. En fin, denuncian el juego de alianzas
diplomáticas que es un factor de corrupción y lesiona los
principios de la transparencia de gestión.
Estas críticas, por muy justificadas y compartidas que
sean por parte de varios países (entre ellos, los europeos),
emanan de una postura acusadora americana clásica y
recurrente. Estados Unidos sufre una gran desconfianza
hacia las instancias centralizadoras; prefiere deslocalizar
para evitar toda burocracia, generadora de lentitudes y de
costes de funcionamiento inútiles a sus ojos. Sólo puede
remarcar su impaciencia ante una instancia como la
Unesco, que aumenta este fenómeno multiplicándolo por
los 180 países que desarrollan allí su diplomacia. Estas
críticas, que los norteamericanos dirigen, por otra parte, al
conjunto del sistema de la ONU, no apuntan a la Unesco
por azar: de todas las agencias de la ONU, los Estados
Unidos ha retado a la Unesco desde su origen. No
corresponde al modelo utilitarista americano, que detesta
separar la esfera cultural y educativa de la esfera privada y
comercial. En esta perspectiva, no puede existir espacio
derogatorio en el mercado y no debería existir ingerencia de
los estados en los dominios que atañen a la esfera
comercial y la gestión individual.5
Las controversias han esmaltado sus relaciones con
Estados Unidos. Durante la era McCarthy, justo antes de la
103Tema monográfico: El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco: ¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride?
entrada de la URSS en su seno, la Unesco fue denunciada
por ser un nido de comunistas. En 1974, el Congreso
americano, de acuerdo con el presidente republicano Henry
Ford, había suspendido ya la contribución americana como
consecuencia del reconocimiento de la Organización de
Liberación de Palestina y de la condena del estado de
Israel. En 1983, la Unesco agrava su caso con una nueva
condena del estado de Israel: se suspende la ayuda
cultural, como sanción por su política de educación en los
territorios ocupados, percibida como una tentativa de
asimilación cultural de los árabes. Por su parte, la OLP
recibe el 7% de las becas de estudios atribuidas en 1981-
83. Israel es fustigado igualmente por las extracciones en
Jerusalén, que habrían modificado algunas características
de la ciudad, patrimonio de la humanidad. El desliz entre la
crítica estructural y la crítica política se opera por la
afirmación de que las actividades llevadas a cabo son
contrarias a la carta de la Unesco, con una politización
comunista que el presidente Reagan no puede avalar.
En consecuencia, los americanos piden que la
administración financiera de la agencia se confíe a
los principales donantes, que se adopten nuevos
procedimientos de voto, que se abandonen algunos
programas demasiado politizados, y que se apliquen
severas restricciones presupuestarias. Consideran que los
resultados obtenidos ponen de manifiesto una falta de
transparencia endémica en la organización, y que tanto
esto como la mayoría de los textos producidos por la
Unesco y aprobados por la dirección son ofensivos por su
retórica antiamericana.
La Unesco intenta entonces responder a alguna expec-
tativa de Estados Unidos con la creación de comisiones ad
hoc y cooperando en una auditoría sobre la gestión de la
agencia dirigida por la General Accounting Office. Algunos
programas sospechosos se colocan en una lista de
evaluación. La dirección propone también congelar el
presupuesto durante dos años. Suspende algunos de los
programas, así como una conferencia prevista sobre “la
protección de los periodistas” percibida por los americanos
como un ensayo de control de los medios por parte de los
gobiernos no democráticos. Pero no puede por iniciativa
propia responder a las exigencias americanas: deben
aprobarse en la Conferencia General de los Estados
Miembros, donde los americanos son sólo una voz entre
todas las demás.
1. 2. Una crítica política y culturalEl obstáculo más difícil se halla en la naturaleza de las
actividades de la Unesco, que parecen dominadas por un
bloque de países soviéticos aliados en una coalición del
Tercer Mundo (los No Alineados). Estos países buscan un
nuevo orden mundial de la economía y de la comunicación
que no satisface ni a Estados Unidos ni a sus aliados
conservadores, en particular a Thatcher, primera ministra
que desarrolló una relación especial con el presidente
Reagan. La Unesco es fustigada por compartir los puntos
de vista económicos del mundo soviético y del Tercer
Mundo, con un control del Estado intolerable para los
defensores de la economía liberal.
Estos temores se concretan en las proposiciones de un
Nuevo Orden Mundial de la Información y de la Comuni-
cación (NOMIC), aparecidas a raíz del Informe MacBride.
Éste identifica problemas en las estructuras de
comunicación internacionales, sobre todo un desequilibrio
en el flujo de la información, en su acceso y control.6
Después de elaborar una relación de la posición de los
medios de comunicación en el planeta, el informe examina
los cambios que parecen necesarios para una redefinición
del bien común, a escala internacional. Los países que
sostienen el NOMIC desean encontrar una alternativa a lo
que perciben como una dominación occidental en materia
de información y una visión parcial en los medios de
comunicación occidentales. Sus detractores, con los
americanos y los ingleses a la cabeza, consideran que este
nuevo orden trata de establecer un control de la prensa y de
la libertad de expresión por los gobiernos, que refleja las
visiones soviéticas y restringe la libertad de los individuos.
Independientemente de los fundamentos de las críticas en
contra del NOMIC, la gestión americana se explica
igualmente por intereses comerciales. También la del Reino
Unido, aunque en menor grado, ya que el eje angloame-
ricano domina el acceso a la información mundial desde
dos agencias de prensa casi monopolios (Associated Press
y Reuters). Contrariamente a sus afirmaciones, Estados
Unidos son de lo más intervencionistas en materia de
información y de comunicación. El estado ha consentido
ayudas financieras enormes (el Pentágono y la NASA) para
la investigación y el desarrollo en este dominio con
finalidades tanto militares como comerciales. Joseph S.
104Quaderns del CAC: Número 21
Nye, consejero próximo al presidente Bill Clinton, ha podido
así afirmar que Estados Unidos está situado en la hege-
monía mundial del siglo XXI, porque ostentan el control de
los recursos hard y soft de la información.7 Este control,
históricamente, ha incluido las telecomunicaciones y las
nuevas tecnologías de la información en sus estructuras
utilitaristas de dominación y de vigilancia, sean cuales sean
las tendencias políticas de sus dirigentes. Así, con el
gobierno de Clinton se votó la Ley de telecomunicaciones
de 1996, que facilitaba la convergencia de empresas
multimedia, con finalidades de competencia internacional.
También fue Clinton quien declinó la invitación de retorno
de Estados Unidos al seno de la Unesco en 1997, mientras
que el Reino Unido se acomodaba en la organización
(después de haber salido en 1985).
La otra inquietud americana se relaciona con el nuevo
orden económico internacional, una fórmula que los
conservadores americanos traducen como una contraseña
para la oposición mundial a la liberalización del comercio,
que encuentra su exponente en el presidente Reagan. El
argumento económico se perfila aquí en términos de déficit
comercial americano. Para evitar la financiación por
impuestos, siempre mal vista por el electorado, la solución
del desarrollo del comercio exterior resulta la menos
onerosa política y financieramente para los americanos. Se
trata de una cuestión de conservación del nivel de vida de
la nación (y de la financiación de sus planes de defensa).
Esta vez el marco ultrapasa a la Unesco, con ciclos de
negociaciones multilaterales que atañen a la OMC, y cada
uno de los integrantes de los nuevos sectores ha de levan-
tar barreras aduaneras internacionales. Estados Unidos
desea introducir la información y sus servicios, así como las
cuestiones de propiedad intelectual en el proceso, algo que
ya hizo durante los años noventa en la ronda de Uruguay.8
En su deseo unilateral de retirada, el Gobierno americano
desatiende la consideración de los aspectos beneficiosos
de su presencia en algunos proyectos, en especial en los
programas científicos, algo que lamentan educadores, inv-
estigadores y empresarios. Algunos políticos, incluidos los
republicanos, preconizan la continuación de presiones para
una reforma estructural interior, ya que la política de la silla
vacía sólo puede dar a los adversarios de Estados Unidos
“una extraordinaria capacidad de influencia” en el seno de
la mayor instancia internacional, repitiendo las palabras de
Jim Leach (republicano de Iowa). Son los conservadores de
la nueva derecha instalados cerca de Reagan quienes la
ejercen, sobre todo por la orientación de las presiones de
grupos de reflexión como la influyente Heritage Foundation,
por la cual la Unesco “durante mucho tiempo ha dado
prioridad a políticas antiamericanas y antioccidentales y ha
dejado de interesarse de cerca por las necesidades
mundiales en materia de educación, ciencia y cultura”.9
Los objetivos de los americanos al retirarse son triples:
conseguir que pese una amenaza creíble sobre los países
comunistas y sus aliados, intimidar a los países que tengan
tentaciones de alinearse con las posiciones tercermun-
distas, captar a los europeos, y ver cómo éstos les siguen
en su retirada (algo que sí hará el Reino Unido). Por la
radicalización de las posiciones querían irse para actuar
libres de manos, pero guardando la posición del poder
ofendido, que diplomáticamente otorga cierta ventaja.
Pusieron el grito en el cielo, esperando libertades de
comercio y de expresión, designando chivos expiatorios y
enemigos con los que era imposible pactar. Actuando de
esta forma, esperaban demostrar que, sin ellos, la Unesco
no podría sobrevivir.
Sin embargo, se encontraron con un aislamiento real: los
países comunistas y los no alineados se acantonaron en
sus posiciones mientras que los aliados europeos
tradicionales intentaron temporizar y convencer a Estados
Unidos de reformar la Unesco desde dentro. Los diez
también escribieron una carta al presidente Reagan
pidiéndole que reconsiderara su retirada. La dificultad para
la Europa de entonces (estaba discutiendo los términos de
la próxima gobernación, la entrada de nuevos miembros,
los detalles de su moneda única, etc.) reside en la
necesidad de presentar un frente unido y de posicionarse
como no americana, sin ser antiamericana. Sin lugar a
dudas, su situación de dependencia respecto a los Estados
Unidos y sus propias veleidades de independencia en
relación con los dos bloques inhibieron las reacciones, tanto
que la liberalización de mercados podía ser prematura para
la puesta a punto de sus industrias culturales.
105Tema monográfico: El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco: ¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride?
2. 1983-2003: El intervalo de la guerra fría a laguerra contra el terrorismo
2. 1. La movilización diplomática: el mantenimientode los observadores
La política de la silla vacía, no obstante, sólo fue a medias.
Estados Unidos crearon un grupo de observadores, con la
misión de controlar las actividades de la Unesco en su
Oficina Central de París. El intervencionismo de estos
observadores se irá evidenciando poco a poco en la medida
en que algunos debates o los intereses comerciales
americanos estén en juego. Esta misión de observación se
mantuvo durante todo el período de retirada, y las
contribuciones voluntarias estadounidenses representaron
cerca de dos millones de dólares al año. Además, los
americanos mantuvieron su participación selectivamente,
en la discusión sobre la Convención Universal sobre
Derecho de Autor, la Comisión Oceanográfica
Internacional, el Comité del Patrimonio Mundial, y el
programa Hombre y Biosfera, así como en algunos cambios
en el ámbito de la educación.
Asimismo, Estados Unidos hizo que algunas ONG
desempeñaran un verdadero papel de lobby y de perro
guardián: si bien la Fundación para la Educación, la
Fundación Internacional para la Ciencia, el Centro del
Patrimonio Mundial, o el Fondo Mundial para la Naturaleza
actuaron con discreción, no es el caso del Comité, Mundial
de la Prensa Libre que se movilizó por todas las cuestiones
relevantes de la información y de la comunicación, o de la
Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI),
que lo hizo por los derechos de autor y la propiedad
intelectual. La instrumentalización de algunas ONG no
implica que éstas fueran sospechosas a los ojos de los
países del Tercer Mundo, que veían en ellas una
herramienta de la panoplia utilitarista americana.
Asimismo, los Estados Unidos se revelan muy activos en
la creación de una subdivisión suplementaria, en el seno de
la agencia, pese a sus recomendaciones de economía. Se
trata de la subdivisión dedicada específicamente a la
«libertad de expresión, la paz y la democracia», que
coexiste junto a las subdivisiones de la información y de la
comunicación.
2.2. La movilización económica y culturalPor otra parte, Estados Unidos apoya la ciencia, la
educación, la cultura y la comunicación desde la
perspectiva de otras agencias de las Naciones Unidas,
vinculadas a la Unesco, en especial UNICEF, la Oficina
Internacional de Educación (OIE), la Organización de las
Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación
(FAO), y el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD). Pero una parte de los fondos
concedidos a estas agencias se reserva a agencias
federales americanas, como la Agencia de Información de
los Estados Unidos o la Agencia de los Estados Unidos
para el Desarrollo Internacional (USAID). Las otras
beneficiarias son el Servicio de Agricultura Exterior, la
Oficina de Asuntos de Organizaciones Internacionales, la
Agencia de Protección Ambiental (EPA), la Comisión
Nacional de Bibliotecas y Ciencias de la Información, la
Administración Nacional de los Océanos y la Atmósfera
(NOAA), la Fundación Nacional de la Ciencia, Peace Corps
y la Agencia de los Estados Unidos para el Comercio y el
Desarrollo. Las misiones de estas agencias son paralelas a
las de la Unesco, e incluso a veces entran en competencia
directa.
Los Estados Unidos crean una gran panoplia de ayuda al
desarrollo; su estrategia consiste en tratar bilateralmente
con los países solicitantes, discriminando a los “estados
canallas” de los otros.10 Sus acciones apuntan hacia varios
tipos de países, y apartan a otros. Su capacidad de presión
y de disuasión aumenta, con el final de la guerra fría, sobre
los países que desean ser aceptados en la OMC, como los
de Europa del Este y Asia (especialmente, China), dos
zonas de mercado interesantes para los Estados Unidos,
sin industrias culturales nacionales capaces de competir
con las multinacionales americanas.
2.3. Las crisis intermediasPero con la retirada consumada, el debate no se cerró y
los envites que tensaban el conflicto persistieron, incluso
después de la caída del muro de Berlín en 1989. Las
políticas culturales emprendidas por los estados naciones,
tanto en Europa como en el Tercer Mundo, se
endurecieron, y la liberalización mundial de los mercados
no hizo más que exacerbarlas.
Se produjo cierta alarma con la doble toma de conciencia
de que la mundialización avanzaba por el mercado, pero
que debía pasar también por una visión de sociedad, que
no podía entregar un cheque en blanco a la hegemonía
americana. Se oponían dos conjuntos de argumentos con
postulados de retirada que se referirán a retos de
civilización: un discurso de la diversidad contra un discurso
de la prosperidad, una oposición a la uniformización contra
una oposición al proteccionismo nacionalista. Todo
alrededor de un objeto común, la cultura, y en nombre de la
libertad, que es el valor de base compartido y reivindicado
por ambos campos.
2.3.1. La excepción culturalAunque la caída del muro de Berlín confirmó la victoria de
las posiciones americanas y obligó al sector de los antiguos
países soviéticos a reconvertirse, incluidos los del seno de
la Unesco, se toman otros relevos, esta vez en el mismo
sector de los países aliados de Estados Unidos. Las
posiciones se radicalizaron en torno a la expresión
excepción cultural, suscitada por las negociaciones del
GATT en 1994. Esta expresión subraya que las políticas y
las industrias culturales van más allá de las cuestiones
económicas y van intrínsecamente asociadas a cuestiones
lingüísticas y de identidad. Los librecambistas predicaban el
abandono total de medidas de protección con su defensor
americano, mientras que los excepcionistas querían
mantener las industrias nacionales sin cerrar hermética-
mente sus fronteras. Su defensora era la Unión Europea,
impulsada por Francia y apoyada por Canadá.
Los acuerdos del GATT dejan la puerta abierta a las
interpretaciones de unos y otros, y mantienen cierto statu
quo en las medidas de protección nacional. El Acuerdo
Multilateral sobre la Inversión (AMI) produce nuevos enfren-
tamientos en el marco de la Organización de Cooperación
y Desarrollo Económico (OCDE) que, al contrario del GATT,
preveía sanciones financieras para los estados reacios.
También para la nueva ronda de la OMC, la “Ronda de
Doha”, que confirma la emergencia de una proximidad
tercermundista renovada, la altermundialización.
2.3.2. Los debates sobre la infoética y ladiversidad cultural
La Unesco, al ser la entidad intelectual y cultural de la
comunidad internacional, registra estos debates mundiales
como si fuera una caja de resonancia. Sin embargo, en
tanto que agencia de la ONU, sólo puede reflejar las
tensiones que existen y hacerse eco de las voces opuestas.
Paradójicamente, esto la sitúa en el centro de las críticas:
es más fácil “disparar al mensajero” que al mensaje.
En los años noventa, varios informes muy sensibles
saltaron a la palestra de los debates en la agencia, referidos
en conjunto a cuestiones de información, de propiedad
intelectual y de diversidad cultural. Estaban exasperados
por la preparación de la Cumbre Mundial de la Sociedad de
la Información (Génova 2003, con una continuación prevista
en Túnez en 2005) y por el resultado de los debates sobre
el proyecto de recomendación sobre multilingüismo y
acceso universal al ciberespacio. Estos debates dejan con
creces espacio para entidades múltiples, tanto desde el
punto de vista de los estados como de las ONG y los
lobbies de los sectores industriales implicados. En ellos se
pueden oír las demandas de la sociedad civil sobre los
abusos de la posición dominante y sobre las mutaciones de
los equilibrios entre derechos de los creadores, derechos
de los difusores y derechos de los usuarios. Están teñidos
por la evolución de la altermundialización y por lo que se
podría denominar el “efecto ONG”, para rendir cuentas de
la paradoja de una clase media occidental que defiende los
intereses del Tercer Mundo, en la medida en que también
son sus intereses, especialmente en lo que concierne a las
preocupaciones globales como el medio ambiente, la
fractura numérica, el derecho de los usuarios, etc.
La agencia actúa así como reflejo del viejo debate,
relanzado por las nuevas tecnologías, y como reflejo del
interés general contra la libertad privada. Rinde cuentas de
la renegociación necesaria de los diferentes equilibrios
jurídicos y legales que han quedado obsoletos por las
costumbres de la sociedad civil y las convergencias
multimedia. Es la punta de las nuevas ideas en la materia,
en su búsqueda de principios rectores universales, incluso
si han de descansar sobre el difícil equilibrio del respeto a
la diversidad y a la libre circulación de las ideas. La
situación no deja de evocar semejanzas con la del Informe
MacBride, lo que inquieta a Estados Unidos.
En efecto, los grandes lobbies del sector privado
consideran que el posicionamiento de la agencia va más
allá de sus misiones. Su análisis reproduce la antigua
106Quaderns del CAC: Número 21
establecer un sistema de ciberseguridad global, como
indican sus distintas intervenciones en las conferencias
preparatorias de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la
Información (especialmente en Bucarest en 2002).
La nueva derecha enfoca también la moralización del
espacio público mundial; su mesianismo tiene como misión
reducir el terrorismo de origen islámico, sobre la vaga idea
del choque de civilizaciones que permite reencontrar, como
en los tiempos de la Guerra Fría, un enemigo exterior. La
polarización se efectúa sobre la defensa, pero sobre la
escuela y la cultura como herramientas de socialización que
hay que reinvertir. El mensaje es simple por dentro y por
fuera: el liberalismo social es la causa de los males de la
sociedad, la defensa nacional es la mejor prevención contra
el comunismo y el terrorismo. Las soluciones se hacen
evidentes: el mercado es el mejor regulador de la sociedad,
el presupuesto de defensa y vigilancia de la seguridad debe
aumentar. Así, la visión extraterritorial es coherente con la
mira interna, sólo puede ser unilateral porque es mesiánica.
Así, la que proponen los estados es una visión paradójica
de la mundialización, ya que coexiste con un gran
proteccionismo. La política internacional de G. W. Bush se
caracteriza por el rechazo sistemático de cualquier
ingerencia extranjera en los intereses económicos o
políticos americanos: denegación de los tratados de
protección del medio ambiente (Tokio), denegación de un
tribunal de justicia internacional (La Haya), denegación de
las opiniones de la ONU (Iraq). La inversión en la Unesco,
en este contexto, sólo puede verse como un intento de
recuperación en manos de la agencia.
Este proteccionismo se caracteriza por un unilateralismo
de hierro en las relaciones tanto con los aliados como con
los enemigos, de modo que las lecciones aprendidas a raíz
del 11 de septiembre no son las de la alianza sino las de la
desconfianza. Se vuelve a culpar al enemigo exterior, que
pasa de Bin Laden a Saddam Hussein; la menor duda de
los aliados los coloca en la lista de traidores en quienes no
se puede confiar. Se trata, en concreto, del caso de Francia,
que se encuentra en las primeras casillas de los ataques
americanos, tanto por sus posiciones sobre la diversidad
cultural, el ámbito público mundial, como por sus posiciones
contra la entrada en guerra con Iraq, amparándose en la
ONU.
Francia se encuentra en una posición compleja ante el
107Tema monográfico: El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco: ¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride?
confusión entre los puntos de vista de las naciones
individuales de algunas ONG que representan los intereses
de la sociedad civil con las actividades de la propia agencia.
Esta confusión ha contribuido a removilizar a Estados
Unidos; su grupo de observadores estaba frustrado al no
poder votar para alterar el sentido y el alcance de varias
recomendaciones y convenciones.
Estallaron varias polémicas en el seno de la agencia.
Sobre la infoética, las definiciones del dominio público
global fueron objeto de depuraciones sucesivas, porque se
percibían como un ataque contra los derechos de autor, lo
que movilizó a la OMPI y al conjunto del lobby de los
editores. Sobre la diversidad cultural y su repercusión en el
ciberespacio, las cuestiones de su financiación y del rol
controvertido de las fuerzas del mercado fueron objeto de
quejas del Comité Mundial de la Prensa Libre que veía ahí
un retorno al control de la libertad de expresión y de prensa.
Sin embargo, la Declaración Universal sobre la Diversidad
Cultural fue adoptada por unanimidad por todos los Estados
miembros en la conferencia general de 2001, poco después
de los atentados del 11 de septiembre. Recibida como una
nueva ética para la paz y el desarrollo, implica una mayor
atención al ámbito público de la información y al servicio
público de los medios de comunicación, no con una misión
de control del estado, sino como garantía para el estado de
la diversidad y la pluralidad de puntos de vista.11 Estados
Unidos la perciben como una muestra de resistencia a las
evoluciones globales que ellos preconizan y como una
amenaza a sus intereses comerciales, lo que les incita a
reconsiderar su reintegración en la Unesco.
2.3.3. El 11 de septiembre de 2001: el terrorismo y sus repercusiones en la seguridad pública
La movilización de Estados Unidos se acrecienta después
de los cambios en política interior tras los atentados
terroristas del 11 de septiembre de 2001. Los conser-
vadores de la nueva derecha, que no habían podido
recoger los frutos de su política anticomunista después de
la caída del mur, (habían perdido el poder en beneficio de
los demócratas socioliberales) recuperan el terreno perdido.
Con un balanceo brusco, su discurso guerrero, militarista,
patriótico, predicador de la especificidad mesiánica
americana, se encuentra de repente en sintonía con la
mayoría de países. Para los americanos, resulta crucial
108Quaderns del CAC: Número 21
gobierno global predicado por Estados Unidos. Su tradición
de centralización y de dirigismo de estado la sitúa mal en la
mundialización, sostenida por los actores del sector privado
y el individualismo.12 De ahí su tendencia a erigirse en
portavoz de los países desfavorecidos, aunque su visión
universalista le lleve a defender el interés general contra el
interés privado. En el seno de Europa, predica, no obstante,
alianzas negociadas con Estados Unidos, pero éstos
responden desde ahora a la retórica de las alianzas con la
retórica de sus intereses. Con un curioso giro, los Estados
Unidos se convierten en unilateralistas cuando los
franceses y los europeos se vuelven multilateralistas y
predican un modelo de gobierno respetuoso con las
diferencias. Allí donde éstos jugaban la partida de las
alianzas estables, ellos promueven a partir de ahora la
desestabilización de las alianzas, poniendo constantemente
en peligro su modelo de control flexible, que tiende a evitar
la ocupación territorial y prefiere la gestión de los conflictos
por normativas internacionales.
3. Las condiciones de retorno falsamente paradójico
Estas condiciones internas y externas dan una mala imagen
de la hegemonía americana. El regreso al seno de la
Unesco se ha alentado como una iniciativa positiva,
presentada como uno de los medios para establecer una
paz duradera para el mantenimiento del desarrollo y la
educación. La agencia aparece como uno de los lugares
estratégicos para combatir la intolerancia y el terrorismo de
origen islámico. Así opinan algunos miembros del Gobierno,
entre ellos el antiguo ministro de Asuntos Exteriores,
George Shultz, que propició la retirada en su momento.
Obtienen la financiación de 60 millones de dólares
requeridos para la reintegración (53 millones/año y 5,3
millones de reintegración, es decir, cerca del 11,5% de
participación), votado por el Congreso en 2001.
Los grupos de reflexión conservadores se mantienen,
respecto a ellos, bastante mitigados, sobre todo la Heritage
Foundation, que no ve qué interés puede tener Estados
Unidos en convertirse en una voz entre las 188 de la
Conferencia General, y en contribuir notablemente al
presupuesto de la Unesco para programas que son o bien
inútiles o bien contrarios a los derechos humanos.
Consideran que el Gobierno ha cedido a la presión externa
y a la necesidad de no parecer demasiado unilateral en su
política exterior.
Las razones oficiales del retorno se indican en un
documento del Ministerio de Asuntos Exteriores. Además
del homenaje rendido al nuevo director japonés y
proamericano, Koïchiro Matsuura (elegido en 1999), por su
exitosa reestructuración de la agencia, los americanos
avanzan que los programas de la Unesco promoverán
desde ahora la responsabilidad cívica y la tolerancia, que es
un arma para combatir el terrorismo. Admiten la
redundancia entre los programas de la ONU y los
programas americanos, como en el caso de “Educación
para todos”, que se parece al “No Child Left Behind”
(Ningún niño sin atender), que se presenta como un
progreso de las ideas americanas en el mundo. Las otras
ideas americanas también se han confirmado, como la
adopción de normas científicas sólidas o la promoción de la
libertad de prensa. El documento también menciona las
orientaciones hacia el futuro, en cuanto a la bioética y la
diversidad cultural. A la política de la silla vacía, Estados
Unidos opone desde ahora la de la ocupación en todos los
frentes: “Estados Unidos tiene la intención de participar
activa y plenamente en estos debates”.13
3.1. Una razón estructuralEl retorno se presenta, principalmente, como algo natural,
ya que la Unesco parece haber conseguido su
reestructuración de acuerdo con las exigencias americanas.
En el discurso que anunciaba la reintegración, pronunciado
en la ONU por George W. Bush, éste subraya que “la
institución se ha reformado en aquellos ámbitos que
Estados Unidos ha tratado de reformar después de su
salida, lo que supone una gestión más sana, una
depuración de las actividades y una adecuación a sus
misiones, en particular a la libertad de prensa”14
Estados Unidos acaba de anunciar su plan de
participación, que apunta hacia la ONU en conjunto y hacia
la “eliminación del derroche y de la ideología antilibertad de
la Unesco”. Se caracteriza por su voluntad intervencionista,
por el rechazo de países y dirigentes que violan las normas
de la ONU, por la búsqueda de finanzas saneadas y bajo
vigilancia, y por una evaluación constante de los programas
con obligación de resultados, deseando “eliminar las
109Tema monográfico: El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco: ¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride?
agencias, departamentos y programas ineficaces o
inútiles”.15 Implica también recursos humanos y en especial
puestos de dirección para sus miembros, según su contri-
bución, en todas las instancias de la Unesco,
especialmente en los sectores clave de la información y la
educación. Obtienen así un espacio inmediato en el
Consejo Ejecutivo donde los miembros son generalmente
elegidos (esto obliga a algunos países europeos, entre ellos
Grecia y Portugal, a retirar su candidatura).
La política estadounidense ha presentado el plan de
participación activa hacia los países en desarrollo expuesto
por el presidente Bush en 2002 con la fórmula del “Plan
para la Cuenta de los Desafíos del Milenio”,16 sometido al
Congreso en febrero de 2003 y presentado como nueva
visión de la ayuda al Tercer Mundo. Lo que significa una
mayor financiación (50% más en tres años) para “proyectos
en naciones que gobiernan con justicia, que invierten en su
pueblo y que fomentan la libertad económica”. Acción muy
dirigida, por tanto, que trata de responder a las críticas que
apuntan que Estados Unidos es, de todos los países
desarrollados, el que suministra menos ayuda al desarrollo.
Este programa selectivo se fundamenta en el apoyo al
sector privado. Se impone la colaboración con la Unesco,
en la medida en que “los programas de la Unesco reflejan y
promueven los intereses estadounidenses”.
3.2. Razones políticas y culturalesLa declaración sobre la diversidad cultural es, sin lugar a
dudas, una de las razones más poderosas que explican el
retorno de Estados Unidos, porque se percibe como un
ataque contra las normativas del comercio internacional
establecidas por la OMC y como una tentativa de protección
contra los productos americanos. Por otra parte, hay quien
ve un proteccionismo americano a contrapelo, el de los
intereses de los estudios hollywoodienses. A la defensa del
pluralismo como una forma de defensa de la libertad de
expresión se opone la concepción de una libertad de
expresión entendida como una libertad de consumo. Al
deber de los poderes públicos de reequilibrar los extremos
del mercado se opone el rechazo de cualquier traba a la
competencia.
Se trata, así, de un retorno a la casilla cero en relación con
los motivos de la salida. Además, en ambos casos Estados
Unidos se encuentran en condiciones de aislamiento
parecidas. El NOMIC o la diversidad cultural expresan el
intento de muchos países de oponerse a la hegemonía
americana, tanto por lo que respecta al comercio mundial
como a la difusión de la información y de los productos
culturales. Persisten ambos problemas, a los que deben
sumarse la amalgama de la crisis israelo-palestina y el
conflicto contra el terrorismo de origen islámico. El
fantasma de MacBride sigue vagando sobre las cuestiones
de equidad y de diversidad de la comunicación mundial.
Así, pese a la distensión del debate y al desplazamiento
de alianzas y envites, la decisión americana sólo resulta
contradictoria en apariencia. Los móviles americanos no
han cambiado, sólo ha variado el método. El retorno no se
interpretará como un relajamiento o una debilidad en
relación con la ONU o la Unesco, ni un giro humanitario,
que puede explicar una conducta fracasada, sin excusas,
donde el mensaje moralista es el orden: “¡Que os sirva de
lección!”. Es también una afirmación del poder de la nueva
derecha y una ocasión para que el mundo conozca sus
ambiciones y las acciones que han de tener lugar. La
elección de la Unesco mediante todas las agencias de la
ONU no es precisamente inocente y no puede considerarse
amistosa. La nueva derecha no está a favor del
internacionalismo sino del patriotismo; se preocupa por la
educación en su aspecto religioso y por el humanitarismo
en su aspecto caritativo, muy lejos en este sentido de los
planteamientos de la Unesco.
Más allá de la Unesco, apunta sin duda hacia la ONU en
una maniobra de intimidación de la comunidad internacional
que revela el mismo procedimiento que el del reingreso en
el Consejo de Seguridad. Se trata de una recuperación de
poder en conexión con el proyecto hegemónico reafirmado
de Estados Unidos, que es en realidad uno de los muchos
resultados del final de la Guerra Fría. El multilateralismo de
la Unesco contribuye a las necesidades de esta empresa
internacional, por su legitimidad y su funcionamiento
colectivo. El país necesita una legitimación de su presencia
en Iraq, y de su ofensiva —cruzada— contra el mundo
árabe. La Unesco, arma suplementaria en el arsenal de la
lucha contra el terrorismo, le permite que avancen sus
proyectos educativos y culturales en Oriente Medio, con el
fin de garantizar la seguridad de su democracia.
Por tanto, esta política, fomentada por la doctrina de
Bush,17no es el síntoma de una subida, sino más bien de
110Quaderns del CAC: Número 21
una radicalización de la política internacional estadouniden-
se, según el principio de que lo que es bueno para Estados
Unidos es bueno para todo el mundo: el excepcionalismo
justifica entonces la guerra preventiva, el aislacionismo
autoriza el unilateralismo. Este principio existe en
proporción inversa a cómo se percibe el país en la realidad
internacional, lo que lo vuelve vulnerable. En efecto, existen
algunos riesgos, además de un antiamericanismo flagrante
y un aislamiento creciente, también por parte de otras na-
ciones democráticas. Así, Estados Unidos son vulnerables
en la contradicción entre su excepcionalismo y la necesidad
de forzar al mundo a que se parezca a ellos. También
corren el riesgo de creer que sólo con el poder militar se
puede reforzar la seguridad a largo plazo. Otro riesgo es
que tiendan a los peligros de la autosatisfacción, a una
percepción exagerada de su recto derecho, a hacer oídos
sordos respecto a la realidad del reposicionamiento de las
alianzas.
El retorno no es la prueba de una flexibilización, sino de un
endurecimiento, como ponen de manifiesto dos medidas
inmediatas: la implantación de Microsoft y el vaciado de la
Convención sobre la Diversidad Cultural. La Unesco tiene
por costumbre establecer colaboraciones con el sector
privado, concretamente con las fundaciones sin finalidades
lucrativas, como sucede con la Fundación Hewlett-Packard.
Para ello procede mediante una consulta a los Estados
miembros, que se pronuncian sobre la naturaleza y la
extensión del contrato. En el caso de Microsoft, la entidad
comercial ha sido impuesta, sin consultar a los estados, por
negociación directa con Matsuura. La corporación
multinacional americana aporta, además, no sólo su
material y sus programas, sino también su logística y su
modelo de organización y de formación de los usuarios. El
vaciado de la Convención sobre la Diversidad Cultural se
traduce en una doble estrategia retórica y jurídica. Las
discusiones semánticas sobre el texto cuestionan la
presencia de algunos términos como protección, industrias
culturales o incluso contenidos y expresiones. Las
discusiones sobre el fondo tienden a anular la creación de
un derecho que compensaría los otros instrumentos
existentes, especialmente los de la propiedad intelectual e
industrial, ambos protegidos por la OMPI. Estados Unidos
cuestiona el rol de la Unesco como organismo de referencia
para regular las consultas y las diferencias y han propiciado
la retirada de las sanciones y los anexos que enumeran las
distintas industrias culturales implicadas. La Convención, si
su texto queda ratificado por la Asamblea General de 2005,
se habrá despojado de su legitimidad como instrumento
jurídico internacional.
Del mismo modo que conviene apaciguar el optimismo del
retorno, tampoco hay que verlo sólo con pesimismo. Los
Estados Unidos todavía son una gran potencia democrática
en cuyo seno existen fuerzas de desobediencia civil, así
como fuerzas de multilateralismo y de tolerancia, que
sobrepasan de lejos la coyuntura política actual. Además, si
algunas exigencias americanas se aprueban en el ámbito
de la Unesco, es también porque otras potencias así lo
quieren, sobre todo los países europeos (los mayores
donantes), que piden asimismo transparencia y claridad
en la gestión. No se trata, en el futuro, de aislar a Estados
Unidos, aunque él mismo sepa hacerlo soberbiamente, sino
de mostrarles que si han hallado una virtud en su
excepcionalismo, no pueden reprocharles a los demás que
reclamen respeto para ellos. Una cultura universal no se
puede elaborar sin diálogo entre las culturas específicas,
pero la batalla sobre las posiciones de igualdad y de libertad
será larga y difícil. El fantasma de MacBride amenaza con
vagar aún durante mucho tiempo.
111Tema monográfico: El retorno de los Estados Unidos al seno de la Unesco: ¿Flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride?
Notas
1 Este artículo es una versión revisada y puesta al día del
capítulo “UNESCO: le retour des États-Unis” (UNESCO: el
retorno de los Estados Unidos), publicado en el Annuaire
Français de Relations Internationales, vol. 5, París y
Bruselas: La documentation française et Bruylant, 2004,
pp. 860-877.
2 FRAU-MEIGS, D. (2201). Médiamorphoses américaines
dans un espace privé unique au monde, París: Editions
Economica, cap. 1, pp.7-10.
3 JOFFE, J. (2001). «Who is Afraid of Mister Big?», The
National Interest.
4 «U.S. affirms Plan to Leave UNESCO at End of month»,
The New York Times, 20 de diciembre de 1984, p.1.
5 D. Frau-Meigs, ibídem, cap. 1.
6 MACBRIDE, S. (dir). Voix multiples, un seul monde.
Communication et société, aujourd’hui et demain, París:
Unesco-La documentation française, 1980.
7 NYE, J. S., (1990). Born to Lead. The Changing Nature of
American Power, Nueva York: Basic Books.
8 FRAU-MEIGS, D. «La excepción cultural», Quaderns del
CAC, n.º 14, septiembre-diciembre 2002, pp. 3-18,
consultable en línea http://www.audiovisualcat.net, en
francés, inglés, español y catalán.
9 «U.S. affirms Plan to Leave UNESCO at End of month»,
The New York Times, 20 de diciembre de 1984, p.1.
10 MÉLANDRI, P. y VAÏSSE, J. (2001). L’empire du milieu,
Odile Jacob: París.
11 FRAU-MEIGS, D., (enero 2005). «La diversité culturelle est-
elle l’avenir du service public?», Médiamorphoses, pp. 173-
181.
12 MEUNIER, S. «The French Exception», Foreign Affairs,
julio-agosto de 2000, pp. 104-114.
13 Ministerio del Interior, Oficina de Programas de Información
Internacional del Departamento de Estado de EE. UU.
«The United States Rejoins UNESCO», comunicado oficial
del 22 de septiembre de 2003, http://www.usinfo.state.gov.
14 Presidente George W. Bush, 57ª Asamblea General de la
ONU, 12 de septiembre de 2002.
http://www.usinfo.state.gov.
15 Presidente George W. Bush, ibídem.
16 Presidente George W. Bush, Banco Interamericano de
Desarrollo, 14 de marzo de 2002.
17 LAFEBER, W. (2002). «The Bush Doctrine», Diplomatic
History 26 - 4, pp. 543-556.
113Tema monográfico: Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride?
Isabel Fernández AlonsoProfesora del departamento de periodismo y ciencias
de la comunicación de la Universidad Autónoma
de Barcelona (UAB) e investigadora del Instituto de la
Comunicación (InCom-UAB)
El informe Un solo mundo, voces múltiples, aprobado en la
Conferencia General de Belgrado de 1980, supuso el
primer gran cuestionamiento del sistema de comunicación
inter-nacional, caracterizado por los flujos unidireccionales
Norte-Sur. Tenía, además, el especial valor de haber sido
gestado en el marco de un organismo multilateral como es
la Unesco.
El conocido como Informe MacBride apoyaba así las
reivindicaciones de los Países No Alineados en el debate
que sostenían en el seno de la Organización de las
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
con los países occidentales. Reclamaban los primeros un
Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación
(NOMIC) frente a la doctrina del free flow of information,
articulada fundamentalmente desde Estados Unidos y muy
bien acogida por los grandes medios del ámbito occidental.
Para alcanzar ese Nuevo Orden, el Informe planteaba
una serie de recomendaciones que se pueden sistematizar
en cuatro puntos: “desarrollo de los países del Tercer
Mundo, de tal modo que lleguen a ser realmente
independientes y autosuficientes y desarrollen sus
identidades culturales (...); mejor acopio internacional de
noticias y mejores condiciones para los periodistas (...);
democratización de la comunicación (acceso y participa-
ción, derecho a comunicar)(...); y fomento de la cooperación
internacional (...)” (Carlsson 2003, 18).
Pero tras la marcha de Estados Unidos (1984), el Reino
Unido y Singapur (1985) y el cambio en la dirección general
de la Unesco, con la llegada de Federico Mayor Zaragoza
(1987), se produce un giro importante en lo que respecta a
las políticas de comunicación de este organismo de
Naciones Unidas, un giro que se concreta con la aprobación
de la Nueva Estrategia de Información y Comunicación.
Esta Nueva Estrategia —que se define en la Conferencia
General celebrada en París en 1989, coincidiendo con la
caída del telón de acero— tiene como objetivos “fomentar la
libre circulación de la información en los planos
internacional y nacional, favorecer una difusión más amplia
y mejor equilibrada de la información, sin ningún obstáculo
a la libertad de expresión, y crear todos los medios
apropiados para fortalecer la capacidad de comunicación
en los países en vías de desarrollo a fin de que aumente su
participación en el proceso de la comunicación”1.
Se apuesta, por tanto, por la doctrina del free flow
combinada con medidas de ayuda al desarrollo, eludiendo
cualquier referencia crítica a los fenómenos que explican
los desequilibrios en la comunicación internacional.
No obstante, pese a la filosofía que supone esta Nueva
Estrategia de Información y Comunicación, en este artículo
pretendemos ver si aún queda en las políticas de
comunicación de la Unesco algún eco de las ideas básicas
que recogía el Informe MacBride hace un cuarto de siglo.
Para ello analizaremos las principales acciones que
promueven y desarrollan en este ámbito la Sección de
Comunicación e Información y la Sección de Cultura de
esta agencia de Naciones Unidas. Y ello en el marco de los
postulados que, en materia de políticas de comunicación,
recoge el texto prográmatico más reciente de la Unesco: la
Estrategia a medio plazo, elaborada para el periodo 2002-
2007 (Unesco, 2002).
Dedicaremos una especial atención a las políticas de la
Sección de Cultura pues consideramos que el debate
Las políticas comunicación de la Unesco en 2005.¿Qué queda del espíritu MacBride?
Isabel Fernández Alonso
114Quaderns del CAC: Número 21
promovido por la Unesco en torno a la diversidad cultural
(sobre todo a partir de la aprobación en 2001 de la
Declaración Universal sobre esta materia) es la primera
medida que, tras la desaparición de los ecos del Informe
MacBride, devuelve un cierto protagonismo a este
organismo de la ONU en el ámbito de las políticas de
comunicación a nivel internacional.
1. Las políticas de la Sección de Comunicación eInformación: PIDC, IFAP y libertad de prensa
La Sección de Comunicación e Información fue creada en
1990, un año después de la aprobación de la referida
Nueva Estrategia de Comunicación. La Sección cuenta con
tres divisiones (División para el Desarrollo de la
Comunicación, División de Libertad de Expresión,
Democracia y Paz, y División de Sociedad de la
Información) y se responsabiliza, entre otras cosas, del
Secretariado de los dos principales programas
intergubernamentales que gestiona actualmente la Unesco
en el ámbito de la comunicación: el Programa Internacional
para el Desarrollo de la Comunicación (PIDC) y el
Programa Información para Todos (IFAP).
Según declara la propia Unesco, los tres principales
objetivos de estos programas, los mismos que plantea la
referida Estrategia a medio plazo de la Sección de
Comunicación e Información, son promover la libre
circulación de ideas y el acceso universal a la información,
la expresión del pluralismo y de la diversidad cultural en los
medios y en las redes mundiales de información, y el
acceso universal a las tecnologías de la Información y la
Comunicación (TIC)”2.
Pero no hace falta profundizar mucho en el análisis para
darse cuenta de que difícilmente se podrán alcanzar unos
objetivos tan ambiciosos con los presupuestos con los que
han contado normalmente el PIDC y el IFAP.
Así, el ya histórico Programa Internacional para el
Desarrollo de la Comunicación3 ha tenido problemas de
financiación a partir de la segunda reunión de su Consejo
Intergubernamental (Acapulco, 1982)4, puesto que Estados
Unidos se mostró contrario a que la Unesco centralizase la
gestión de los fondos destinados a este programa (a través
de la denominada cuenta especial). Además, a la reunión
de Acapulco siguió una actitud de distanciamiento y de
incumpliminento de los compromisos de contribución
económica que habían asumido diversos países
occidentales (Gifreu 1986, 179).
Como afirma Colleen Roach (1997, 111-112), al evaluar el
papel del PIDC en la construcción del NOMIC, “Estados
Unidos utilizaron la estratagema de la ayuda para combatir
las peticiones radicales de cambio pero sin aportar
realmente nada salvo que contemos las contribuciones a
proyectos de su propia elección (fondos en depósito), que
en realidad servían para burlar el marco multilateral del
programa”.
En todo caso, las cantidades que maneja el PIDC
veinticinco años después de su aprobación continúan
siendo irrisorias en relación con los objetivos que persigue.
En este sentido, en marzo de 2005 el Bureau que gestiona
el Programa5 concedió 1,05 millones de dólares a 51
proyectos de medios en países en desarrollo o en transición
(500.000 dólares se destinaron a la reconstrucción de las
radios de la provincia indonesia de Aceh, muy afectada por
el tsunami que arrasó sus costas unos meses antes). En
2004, el PIDC había distribuido 1.840.000 dólares entre 66
proyectos6.
Los beneficiarios de estas ayudas pueden ser medios de
comunicación, centros de formación de periodistas,
organizaciones profesionales del sector, agencias de ayuda
al desarrollo de los medios…, que han de someter sus
proyectos a la valoración previa de los consejeros
regionales de la Unesco para la Comunicación y la
Información. Los criterios que se priorizan a la hora de
conceder las ayudas son “la promoción de la libertad de
expresión y del pluralismo, el desarrollo de los medios
comunitarios, el desarrollo de los recursos humanos y la
promoción de acuerdos internacionales”7.
La financiación se continúa realizando por dos vías:
• a partir de la cuenta especial del PIDC, un fondo común
que sostiene el conjunto de proyectos que financia el
Programa y que funciona desde su lanzamiento8
• y a partir de fondos en déposito, destinados a proyectos
concretos, aprobados por el Bureau del Consejo
Intergubernamental del PIDC9.
Tanto la cuenta especial como los fondos en depósito
provienen de aportaciones voluntarias de los Estados. El
PIDC no cuenta con recursos procedentes del sector
Jamaica 4 500 0
Japón 3 763 648
Kuwait 100 000
Luxemburgo 919 379 540 000
Malta 5 000 0
Mauricio 1 000 0
México 10 000 0
Nigeria 145 825 0
Noruega 12 205 696 0
Omán 20 000 0
Pakistán 25 000 0
Países Bajos 1 465 461 510 000
Portugal 21 244 107 000
Katar 10 000 0
San Marino 5 000 0
Suecia 2 713 923 421 000
Suiza 1 863 581 3 615 000
Surinam 2 500 0
Túnez 19 566 0
Turquía 6 438 0
Trinidad y Tobago 4 000 0
Venezuela 250 437 0
Yugoslavia 39 995 0
Zambia 5 231 0
Contribuciones 85 000 0excepcionales
Intereses ganados 3 953 403 0
País Cuenta Fondos Especial* en depósito*
En el cuadro 1 se recogen las donaciones que han
realizado al PIDC, desde su creación, los diferentes países,
a través de las dos vías mencionadas. En total, 86.987.396
dólares: 46.241.396 destinados a la cuenta especial y
40.746.000, a los fondos en depósito.
115Tema monográfico: Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride?
Fuente: Sección de Comunicación e Información de la Unesco11
Argelia 10 000 0
Alemania 1 073 526 21 627 000
Arabia Saudí 100 000 50 000
Australia 0 464 000
Bangladesh 2 000 0
Bénin 10 000 0
Camerún 10 714 0
Canadá 282 389 106 000
China 135 000 0
Chipre 1 944 0
Corea 100 000
Dinamarca 6 915 093 8 391 000
Egipto 15 000 0
España 12 587 50 000
Estados Unidos 0 465 000
Federación Rusa 3 843 037 0
Finlandia 1 613 497 0
Francia 3 170 966 3 888 000
Gabón 17 094 0
Ghana 5 000 0
Grecia 32 500 0
Guayana 2 000 0
India 1 280 000 0
Indonesia 93 505 0
Irak 100 000 0
Islandia 13 390 0
Italia 839 853 512 000
*(en dólares de Estados Unidos)
País Cuenta Fondos Especial* en depósito*
*(en dólares de Estados Unidos)
116Quaderns del CAC: Número 21
privado10.
Entretanto, el Programa Información para todos (IFAP)
reemplaza desde el 1 de enero de 2001 al Programa Gene-
ral de Información y al Programa Informático
Intergubernamental12.
El IFAP, en su afán por recortar la fractura digital, tiene
como objetivos más concretos: “promover la reflexión y el
debate internacional sobre las grandes cuestiones éticas,
jurídicas y socioculturales de la Sociedad de la Información;
favorecer el acceso a la información de dominio público,
organizándola, digitalizándola y preservándola; impulsar la
formación, la educación permanente y el aprendizaje en los
ámbitos de la comunicación, la formación y la informática;
apoyar la producción de información de interés local y
fomentar los saberes autóctonos garantizando una
instrucción elemental y conocimientos básicos sobre las
TIC; recomendar la utilización de normas internacionales y
prácticas óptimas en materia de comunicación, información
e informática en los ámbitos de competencia de la Unesco;
y contribuir a la distribución a través de Internet de la
información y de los saberes en los ámbitos local, nacional,
regional e internacional”13.
La cuenta especial del programa Información para Todos
se sustenta con contribuciones voluntarias de los países
miembros o de otros donantes. Y concretamente, el fondo
disponible para la financiación de proyectos en 2005 se
eleva a 750.000 dólares. Los proyectos financiables han de
enmarcarse en los objetivos de desarrollo de la ONU para
el Milenio y en los fijados en el Plan de acción adoptado por
la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información. En
concreto, se financiarán con un máximo de 25.000 dólares
los proyectos nacionales y con un máximo de 45.000, los
internacionales, siempre que unos y otros estén orientados
a la alfabetización digital, a reforzar la toma de consciencia
sobre la importancia de la preservación de la información de
todo tipo y a sensibilizar sobre las implicaciones éticas,
legales y sociales de las tecnologías de la información y la
comunicación14.
Habrá que ver si el IFAP se beneficia, por ejemplo, del
acuerdo suscrito en noviembre de 2004 entre la Unesco y
Microsoft para reducir la fractura digital15. En todo caso, no
parece fortuito que el sector privado opte por apoyar los
proyectos de esta organización de Naciones Unidas
relacionados con las nuevas tecnologías de la información
y la comunicación, dejando completamente de lado otros
programas con más transfondo sociocultural como el PIDC.
Por otro lado, cabe subrayar que la Sección de
Comunicación e Información desarrolla una significativa
labor en defensa de la libertad de expresión y de la libertad
de prensa (fundamentalmente en países que viven
situaciones de conflicto). En este sentido, merecen mención
la proclamación del 3 de mayo como Día Mundial de la
Libertad de Prensa16 o la creación en 1997 del Premio
Mundial Unesco Guillermo Cano17, también sobre la libertad
de prensa. Ambos proyectos dan pie al debate —
seminarios y talleres en los que se intenta concienciar a los
profesionales sobre la importancia de unos medios
independientes para la prevención y superación de los
conflictos— y a la denuncia de las agresiones que sufren
los profesionales de la información en el mundo.
Cabe matizar que las acciones en favor de la libertad de
prensa que promueve la Unesco aparecen con frecuencia
ligadas al PIDC. Por citar un ejemplo reciente, la Press
Freedom Network —que denuncia, a través de la web de la
Associação Nacional de Jornais, las violaciones al libre
ejercicio del periodismo en Brasil— ha sido lanzada en abril
de 2005 con el apoyo de este programa18.
2. Las políticas de la Sección de Cultura: haciauna convención sobre diversidad cultural
El fomento de la diversidad cultural ha sido objeto de una
constante preocupación en el seno de la Unesco. De
manera explícita o implícita —aunque con variedad de
enfoques a lo largo del tiempo— siempre ha estado
presente en los planteamientos sobre políticas culturales o
políticas de comunicación de esta agencia de Naciones
Unidas. Sin embargo, tras la celebración de las dos últimas
Conferencias Generales (París, 2001 y 2003), puede
considerarse que el tema ha pasado a estar de candente
actualidad.
La 31ª Conferencia General (2001) adoptó la Declaración
Universal sobre la Diversidad Cultural19 y durante la
celebración de la siguiente Conferencia (2003), el director
general de la Unesco, Koïchiro Matsuura, recibió el encargo
de elaborar un anteproyecto de convención “sobre la
protección de la diversidad de contenidos culturales y de
expresiones artísticas”20. Este anteproyecto, que ha de ser
presentado en la Conferencia de 2005, sentaría las bases
para dar valor jurídico —vinculando, por tanto, a los
Estados del modo que lo hace un tratado— a lo que hasta
el momento son únicamente declaraciones de intenciones
sobre la materia.
En todo caso, la aprobación de la Declaración y la puesta
en marcha de los trabajos para la elaboración de una
convención subrayan la importancia que en el ámbito de las
relaciones internacionales está adquiriendo el tema de la
diversidad cultural, coincidiendo —conviene no olvidarlo—
con un momento histórico especialmente delicado en el que
está cobrando fuerza de manera preocupante la teoría del
“choque de civilizaciones”21.
Otro aspecto relevante a tener en cuenta es el hecho de
que la dimensión económica de los bienes y servicios
culturales cotiza al alza en el contexto de la llamada
sociedad de la información o del conocimiento22. Y, en este
sentido, la mundialización de los mercados puede constituir
una seria amenaza para la diversidad y, por el contrario,
favorecer la homogeneización cultural.
En las páginas que siguen analizaremos en primer lugar
cómo ha ido evolucionando la idea de diversidad cultural en
el marco de la Unesco para centrarnos después en el papel
que se asigna a los medios de comunicación, tanto en la
Declaración Universal de 2001 como en el anteproyecto de
convención que se está elaborando, a la hora de diseñar las
estrategias en pos de esa diversidad. Finalmente, nos
detendremos en el programa Alianza Global para la
Diversidad Cultural, orientado al fomento de las industrias
culturales de los países en desarrollo y en transición.
2.1. La evolución del concepto de diversidadcultural en la Unesco
Como se ha comentado anteriormente, a lo largo de toda
su historia —desde su creación en noviembre de 1946—, la
Unesco ha tenido presente en sus postulados la cuestión de
la diversidad cultural. No obstante, la significación de dicho
concepto ha ido variando con el tiempo, en consonancia
con las transformaciones del contexto geopolítico
internacional. Así, según Stenou (2003), pueden distin-
guirse cuatro etapas en la aproximación que ha ido
haciendo la Unesco a la idea de diversidad cultural y en las
líneas maestras de actuación de la organización sobre esta
cuestión.
Tras la Segunda Guerra Mundial, durante la primera fase
de funcionamiento de la Unesco y del sistema de Naciones
Unidas, se enfatiza la importancia de la educación y el
saber como elementos clave para la paz. En esta etapa, la
diversidad cultural únicamente se plantea en relación a
diferencias internacionales y no intranacionales (los
estados-nación se consideran entidades unitarias).
Además, la cultura se concibe fundamentalmente en
términos de producción artística y no como un conjunto de
modos de pensar, sentimientos y percepciones creadores
de identidad.
Con posterioridad, el surgimiento de nuevos países
independientes vinculará el concepto de cultura al de
política, ya que las identidades culturales propias de estas
naciones serán la justificación de su independencia y de su
existencia en el concierto internacional. En esta etapa, que
se inicia en la década de los cincuenta y abarca
aproximadamente hasta la primera mitad de la de los
sesenta, el concepto de cultura se ve ampliado para
englobar también el de identidad.
El tercer periodo, además de profundizar en el
componente político, también enfatiza los aspectos
materiales mediante la vinculación de la cultura con la idea
de desarrollo. Desde la Unesco se toma conciencia de que
no es posible plantear políticas para el desarrollo sin tener
en cuenta las particularidades culturales de los territorios en
los que se intentan aplicar. También en esta etapa,
especialmente durante la década de los setenta, aparece
cada vez más clara la idea de que los problemas sobre
relaciones interculturales se dan tanto entre sociedades
como en el seno de éstas.
A partir de la década de los ochenta, cultura y democracia
se vinculan para poner el acento en el deseo de tolerancia.
La existencia de tensiones a todos los niveles (local,
regional, internacional) hace que la atención se concentre
en los conflictos sociales que se dan en los centros
urbanos, en los derechos de las minorías y en la
coexistencia de comunidades culturales diversas. Queda
claro, además, que los derechos culturales pueden ser
reivindicados por individuos o grupos tanto de los países
desarrollados como en desarrollo. Además, Stenou (2003:
20) señala que en este principio del siglo XXI se establece
también una vinculación explícita entre cultura y seguridad,
117Tema monográfico: Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride?
118Quaderns del CAC: Número 21
que sirve para poner todavía más de relieve la importancia
de las relaciones interculturales positivas como piedra
angular de la paz internacional.
2.2. La Declaración Universal y el proyecto deconven-ción sobre Diversidad Cultural
Con los precedentes descritos, la Declaración Universal
sobre Diversidad Cultural fue adoptada por unanimidad en
la 31ª Conferencia General de la Unesco (París, 2 de
noviembre de 2001). Aunque puede considerarse que este
documento recoge los frutos del trabajo desarrollado
durante más de dos décadas en multitud de encuentros
auspiciados por la Unesco, la proximidad de la fecha de su
aprobación con los acontecimientos del 11 de septiembre
de 2001 refuerza aún más su oportunidad. La Declaración
supone una reafirmación del compromiso de la Unesco con
la promoción del diálogo intercultural como medio para
hacer frente a la pesimista visión del choque de
civilizaciones. Esta posición se manifiesta claramente en el
preámbulo del texto, donde se afirma que “el respeto a la
diversidad de las culturas, la tolerancia, el diálogo y la
cooperación, en un clima de confianza y de comprensión
mutuas, son los mejores garantes de la paz y la seguridad
internacionales”.
La Declaración considera por primera vez la diversidad
cultural como patrimonio común de la humanidad. Además,
constata que la cultura se encuentra en el núcleo de los
debates contemporáneos sobre la identidad, la cohesión
social y el desarrollo de una economía basada en el saber.
Su visión sobre los procesos de mundialización es
ponderada, ya que sostiene que si bien constituyen un reto
para la diversidad cultural, también crean las condiciones
para un diálogo renovado entre las culturas y las
civilizaciones.
La única referencia explícita al papel de los medios de
comunicación se encuentra en el artículo 6, si bien hay que
tener en cuenta que las referencias a los medios quedan
integradas en otros conceptos más amplios como el de
industrias culturales. Dicho artículo se refiere al pluralismo
de los medios de comunicación como uno de los elementos
que garantizan la diversidad cultural, juntamente con la
libertad de expresión, el multilingüismo y la igualdad de
acceso a las expresiones artísticas, al saber científico y
tecnológico y la posibilidad, para todas las culturas, de estar
presentes en los medios de expresión y de difusión.
También cabe destacar el artículo 8, en el que se sostiene
que los bienes y los servicios culturales no pueden
considerarse mercancías como las otras, porque son
portadoras de identidad, de valores y de sentido. Es decir,
confirma su carácter específico frente a otros bienes de
consumo.
Las referencias al papel de las políticas públicas se
encuentran recogidas especialmente en los artículos 9 y 11.
En el primero se apunta que las políticas culturales deben
“crear las condiciones propicias para la producción y
difusión de bienes y servicios culturales diversificados,
gracias a industrias culturales que dispongan de los medios
para afirmarse a escala local y mundial”. De todas formas,
con una visión que puede considerarse excesivamente
restrictiva, en este artículo 9 se atribuye la potestad de
definir las políticas culturales únicamente a los Estados. El
artículo 11, por su parte, advierte que las fuerzas del
mercado no pueden garantizar la preservación de la
diversidad cultural y reafirma la importancia de las políticas
públicas.
La Declaración se aprobó acompañada de un plan de
acción que propone 20 objetivos. En este documento se
encuentra una única referencia explícita a los medios de
comunicación: se trata del objetivo 12, que propugna
“estimular la producción, la salvaguarda y la difusión de
contenidos diversificados en los medios de comunicación y
las redes mundiales de información”. Con esta finalidad se
propone impulsar el papel de los servicios públicos de
radiodifusión y de televisión.
Más abundantes son las referencias a las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación y a las
redes de telecomunicaciones. En este caso se pretende:
• Impulsar la alfabetización digital (objetivo 9).
• Promover la diversidad lingüística en el espacio digital y
fomentar el acceso universal a las informaciones de
dominio público (objetivo 10).
• Luchar contra la fractura digital favoreciendo el acceso de
los países en vías de desarrollo a las nuevas tecnologías,
ayudándolos a dominarlas y facilitando la circulación digital
de sus productos culturales y el acceso de estos países a los
recursos digitales disponibles a escala mundial (objetivo 11).
El plan de acción, además, incide en la necesidad de
119Tema monográfico: Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride?
avanzar en la reflexión sobre la oportunidad de un
instrumento jurídico internacional sobre la diversidad
cultural. Esta reflexión toma forma concreta en una
resolución adoptada en la 32ª Conferencia General (París,
septiembre-octubre 2003) en la que se decide que la
cuestión de la diversidad cultural será objeto de una
convención internacional.
El calendario para la elaboración de este instrumento
normativo tiene una fecha clave: la Conferencia General de
la Unesco de 2005, en la que deberá presentarse el ya
referido anteproyecto de convención sobre la protección de
la diversidad de contenidos culturales y de expresiones
artísticas.
Tras los trabajos realizados hasta abril de 2005 en las tres
reuniones de expertos independientes y en las dos
reuniones intergubernamentales de expertos (a las que han
asistido representantes de Estados y de organizaciones
intergubernamentales y no gubernamentales)23, aún
quedan cuestiones muy importantes por consensuar, lo que
hace imposible evaluar qué anteproyecto de convención se
presentará finalmente en la Conferencia prevista para
octubre de 2005.
En opinión de Ivan Bernier (2005), del contenido de los
debates celebrados hasta el momento se puede concluir
que existen dos concepciones claramente diferenciadas
sobre el tipo de convención que se ha de aprobar. La
primera de ellas, avalada por un mayor número de Estados
pero que cuentan con una economía más frágil, apuesta por
“la instauración de una convención internacional que
reconcoza la especificidad de los bienes y servicios
culturales así como el derecho de los Estados a aplicar
medidas de conservación y promoción de sus expresiones
culturales permaneciendo, al mismo tiempo, abiertos a las
otras expresiones culturales. Este instrumento incitaría a
esos mismos Estados a adoptar las medidas necesarias
con el fin de preservar y promover sus propias expresiones
culturales y los comprometería a reforzar de manera
concreta la cooperación para el desarrollo en el ámbito
cultural. Para que la convención no resulte papel mojado y
pueda evolucionar con el tiempo también se muestran
favorables a la incorporación de un mecanismo de
seguimiento y de solución de controversias, siempre que se
evite toda lentitud burocrática y no resulte excesivamente
costoso”.
En cuanto a la segunda concepción sobre cuál ha de ser
el contenido del anteproyecto que se está preparando, el
mismo Bernier apunta que se articula en torno a la
preocupación de un número más reducido (aunque más
rico) de Estados (entre los que se cuenta EE.UU., que
regresó a la Unesco en 2003) por las implicaciones de la
convención en los intercambios comerciales. De esta
preocupación se derivan, siempre según Bernier, no pocas
reservas sobre aspectos importantes del anteproyecto. Así,
estos Estados consideran que la convención que se plantea
está “demasiado orientada hacia los bienes y servicios
culturales y hacia la protección de las expresiones
culturales y no lo suficiente hacia la promoción de la
diversidad cultural. También se refieren al derecho
soberano de los Estados a adoptar medidas para proteger
y promover la diversidad de las expresiones culturales en
su territorio, que juzgan potencialmente incompatible con
los compromisos de las partes en la OMC; al compromiso
de los Estados signatarios de promover los objetivos y
principios de la convención en otros foros internacionales y
de consultarse entre ellos a tal efecto, al que definen como
peligroso; a los mecanismos de seguimiento y solución de
controversias, que deberían reducirse a su más mínima
expresión o eliminarse completamente porque los
consideran inadecuados en materia cultural; a los acuerdos
de coproducción y al trato preferente para los países en
desarrollo, que consideran incompatibles con los
compromisos de las partes en la OMC; y, finalmente, al
artículo 19, relativo a las relaciones con otros instrumentos
internacionales, que para ellos debería establecer
claramente que la convención siempre se ajustará a los
otros acuerdos internacionales existentes y futuros”.
En todo caso, lo que sí parece evidente es que la Unesco,
gracias al proceso de elaboración de la convención sobre
diversidad cultural, está recuperando un cierto
protagonismo como foro multilateral de intercambio de
ideas en torno a la cultura, la información y la comunicación.
Ese protagonismo, que sin duda ya había tenido en los
años setenta –gracias al debate suscitado por la propuesta
del Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comu-
nicación–, fue asumido en las dos décadas siguientes
primero por el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles
Aduaneros y Comercio) y, desde su creación en 1995, por
la Organización Mundial del Comercio –donde el debate se
120Quaderns del CAC: Número 21
generó en relación al concepto de excepción cultural.
2.3. Programa “Alianza Global para la DiversidadCultural”
Pero, paralelamente al proceso descrito, la Sección de
Cultura de la Unesco está poniendo en práctica una serie
de medidas encaminadas a lograr lo que constituye su
objetivo estratégico número 8 para el periodo 2002-2007:
“la salvaguarda de la diversidad cultural y la promoción del
diálogo entre culturas y civilizaciones” (Unesco 2002, 41-42).
Entre las medidas encaminadas a lograr este objetivo,
merece especial mención el programa Alianza Global para
la Diversidad Cultural24, aprobado por la Conferencia
General de 2001 y puesto en marcha en enero de 2002 por
la División de las Artes y las Industrias Culturales,
dependiente de la Sección de Cultura de la Unesco25.
Este programa, con una duración prevista de seis años,
pretende reforzar las industrias culturales en los países en
desarrollo y en transición —intentando en la medida de lo
posible distribuir sus productos en otros mercados—, así
como garantizar una protección más eficaz de la propiedad
intelectual.
Cuando apenas había transcurrido un año de su
lanzamiento, a finales de noviembre de 2003, la Alianza
contaba ya con más de 170 socios (empresas privadas,
ONG, fundaciones, asociaciones profesionales, centros de
investigación, etc.), estaba presente en 64 países y había
movilizado unos 850.000 dólares, aportados por inversores
públicos y privados26. En octubre de 2004 el número
de socios se elevaba a 340, que pueden entrar en contacto
a través de una base de datos on line (www.unesco.org/
culture/alliance), que facilita el intercambio de experiencias
y el desarrollo de proyectos conjuntos. De los proyectos ya
concluidos, algunos se están reproduciendo en otros
países. Así, por citar un ejemplo, el orientado a la “Reforma
y profesionalización de los oficios del libro en Argelia” ha
inspirado diversas iniciativas encaminadas a impulsar el
sector de la edición en Camboya, Senegal, Guinea,
Mauritania y en los países lusófonos africanos. Al mismo
tiempo, la Alianza ha promovido proyectos de notable
envergadura como el destinado a “La promoción de las
industrias culturales para el desarrollo económico local en
las comunidades creadoras de Asia Pacífico”, en el que
colaboran la Organización de Naciones Unidas para el
Desarrollo Industrial y el Banco Mundial. Con esta iniciativa
se intentan “paliar los desequilibrios entre los países en
desarrollo y los países industrializados de la región,
creando para ello mecanismos de consulta que favorezcan
la cooperación intersectorial, el acceso a los créditos, el
refuerzo del derecho de autor, el control de calidad y la
investigación de nuevos mercados”27.
Un dato significativo del potencial movilizador de la
Alianza Global para la Diversidad Cultural lo constituye, por
ejemplo, la decisión del Ministerio de Asuntos Exteriores de
España que, en marzo de 2005, se comprometía a aportar
anualmente y hasta 2008, 250.000 dólares al fondo
especial de este programa28. El hecho resulta
especialmente relevante si consideramos que el Gobierno
español, como apuntábamos líneas atrás, únicamente ha
otorgado al PIDC, desde su lanzamiento, 62.587 dólares.
Conclusiones
Si, tras haber revisado algunas de las acciones más
relevantes en materia de políticas de comunicación que
desarrolla la Unesco en 2005, volvemos sobre las
recomendaciones del Informe MacBride, podemos concluir
que —pese a que el documento ha sido claramente
marginado de la agenda de esta organización— hay
algunos planteamientos de aquel histórico texto que sí que
tienen vigencia (aunque nunca de manera explícita, claro
está). Nos referimos a las cuestiones relacionadas con la
promoción de la libertad de prensa y la libertad de expresión
en general o la protección de los periodistas,
particularmente los implicados en situaciones de conflicto y
más concretamente en territorios donde se vulneran con
frecuencia y abiertamente los derechos humanos.
En lo que se refiere al fomento de la cooperación
internacional, se observa que ésta se vuelca en los años
2000 hacia proyectos relacionados con las TIC y con el
impulso de las industrias culturales en general. Sin
embargo, el programa que se orienta de una manera más
específica, y desde hace ya veinticinco años, a los medios
de comunicación (el PIDC), atraviesa una situación
realmente crítica, como lo prueba la nimiedad de sus
presupuestos. Igualmente cabe subrayar que las
condiciones en que se otorga la ayuda (normalmente
orientada a proyectos concretos), tanto si procede del
121Tema monográfico: Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride?
sector público como del sector privado, limitan con
frecuencia el potencial de la Unesco como organismo capaz
de impulsar el multilateralismo en las políticas culturales y
de comunicación a nivel internacional.
Por lo que respecta a la protección de las identidades
culturales, hemos de estar muy atentos a la capacidad que
en este sentido otorgue a los estados la convención sobre
diversidad cultural que se está preparando.
En todo caso, lo que sí parece evidente es que el peso
que la Unesco tuvo en los años setenta como tribuna de
discusión y de concertación internacional sobre cultura,
información y comunicación se está recuperando en una
pequeña parte gracias a los procesos de debate y
aprobación de la Declaración y de la Convención sobre
Diversidad Cultural, si bien, por el contrario, ha sido
marginada de la organización de la Cumbre sobre la
Sociedad de la Información, a la que se dedica
íntegramente el siguiente artículo de este monográfico.
Finalmente, no podemos dejar de subrayar que hay una
cuestión esencial del MacBride que va más allá de las
recomendaciones concretas y de la que no queda ni rastro
en las políticas actuales de la Unesco: se trata de su visión
crítica de la estructura de la comunicación internacional, de
los flujos de comunicación Norte-Sur. Y esto no puede dejar
de sorprender en un contexto en el que se han acelerado
progresiva y enormemente los procesos de desregulación,
concentración y convergencia tecnológica. En definitiva, se
ha pasado de reclamar un Nuevo Orden Internacional de la
Comunicación a pedir que se reconozca la especificidad de
las industrias culturales por cuanto son portadoras de
valores y de identidad. Esperemos, no obstante, a ver qué
contenidos se recogen en la convención sobre diversidad
cultural y qué mecanismos se establecen para intentar
asegurar que se respetan porque, por más que
cuestionemos muchas de sus políticas, la Unesco continúa
siendo el único foro multilateral donde la voces más frágiles
tienen una cierta presencia.
Notas
1 www.unesco.org/webworld/com_media/
communication_democracy/newcom.htm
2 portal.unesco.org/ci/en/ev.php-URL_ID=1509&URL_DO=
DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
3 El PIDC fue aprobado, al igual que el Informe MacBride, en
la Conferencia General de Belgrado de 1980, con el
objetivo de “intensificar la cooperación y la asistencia para
el desarrollo de las infraestructuras de las comunicaciones
y reducir la diferencia que existe entre diversos países en
el ámbito de las comunicaciones” (resolución 4/21).
4 El Consejo Intergubernamental del PIDC es el organismo
que elabora y aprueba desde 1981 las líneas maestras del
Programa. Está conformado por representantes de 39
países, designados por la Conferencia General de la
Unesco.
5 Este Bureau, que es el órgano ejecutivo del PIDC, está
formado por 8 miembros de otros tantos países, elegidos
por el Consejo Intergubernamental.
6 portal.unesco.org/ci/fr/ev.php-URL_ID=18385&URL_DO=
DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
7 portal.unesco.org/ci/fr/ev.php-URL_ID=14284&URL_DO=
DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
8 Los 51 proyectos financiados hasta el momento para 2005
corren a cargo de esta cuenta especial.
9 Un fondo en depósito puede financiar un proyecto en su
totalidad o sumarse a la ayuda que éste reciba de la
Cuenta Especial.
Junto a estas dos vías, determinados países aportan
contribuciones es especie como becas o estancias de
formación, servicios de expertos, equipamientos, etc.
10 Dato confirmado por Valeri Nikolski, especialista del PIDC
(División para el Desarrollo de la Comunicación), en
122Quaderns del CAC: Número 21
conversación telefónica (mayo de 2005).
11 portal .unesco.org/ci / fr /ev.php-URL_ID=13516&
URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
12 Decisión 3.6.1 de la 160ª sesión del Consejo Ejecutivo
de la Unesco.
13 por ta l .unesco.org/c i / f r /ev.php-URL_ID=1630&
URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
La dirección y gestión del IFAP corre a cargo de un
consejo intergubernamental, que cuenta con
representantes de 26 Estados miembros de la Unesco,
elegidos periódicamente por la Conferencia General. El
consejo elige, a su vez, entre sus miembros a los 8
integrantes del bureau ejecutivo del Programa.
14 portal .unesco.org/ci / fr /ev.php-URL_ID=17828&
URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
15 portal .unesco.org/ci / fr /ev.php-URL_ID=17504&
URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
16 El 3 de mayo se conmemora el aniversario de la
Declaración de Windhoek (Namibia) sobre la promoción
de una prensa africana independiente y pluralista.
17 Guillermo Cano, periodista colombiano asesinado en
1987 por denunciar a importantes narcotraficantes de
su país.
18 portal .unesco.org/ci / fr /ev.php-URL_ID=18745&
URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
19 Unesco (2001): “Actes de la Conférence Générale”,
vol. 1, París, 15 de octubre-3 de noviembre, p. 73-77
(unesdoc.unesco.org/images/0012/001246/124687f.pdf)
.
20 Unesco (2003a): “Rapport de la Commission IV”, París,
16 de octubre, p. 27-28 (unesdoc.unesco.org/images/
0013/001321/132141f.pdf)
21 Expuesta en 1993 en la revista Foreign Affairs por el
politólogo estadounidense Samuel Hungtington. Según
este autor, las tensiones presentes y futuras en el
marco de la política internacional ya no se explican por
razones de índole ideológica o económica sino por
divergencias culturales de amplio calado y difícilmente
superables, entre las que sobresalen las que, en su
opinión, explican el enfrentamiento entre Occidente y el
Islam. La oposición de la Unesco a esta visión
determinista se pone claramente de manifiesto con la
celebración en París entre el 17 y el 19 de enero de
2004 del Euro Mediterranean Forum for Science,
Development & Peace, bajo el título “The ‘clash of
civilizations’ will not take place”. Otra muestra evidente
del interés de la Unesco por esta cuestión es su
participación y promoción de otros encuentros sobre el
diálogo entre civilizaciones (Yemen, febrero 2004;
Macedonia, agosto 2003 o Nueva Delhi, julio 2003).
22 Cabe mencionar que para la Unesco la diversidad
cultural se plantea —junto con la igualdad de acceso a
la educación, el acceso universal a la información y la
libertad de expresión— como uno de los cuatro
principios indispensables para el advenimiento de
sociedades del saber equitativas. Esta posición se
pone de manifiesto en Unesco (2003b): “Contribution de
l’Unesco au Sommet Mondial sur la Societé de
l’Information” (París, 3 de marzo), disponible en línea en
(unesdoc.unesco.org/images/0012/001295/129531f.pdf)
23 portal.unesco.org/culture/fr/ev.php-URL_ID=26320&
URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
24 portal.unesco.org/culture/es/ev.php-URL_ID=24468&
URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
25 Otras medidas que se apuntan en la estrategia definida
en el apartado 3.2 del programa y presupuesto de la
Sección de Cultura para 2004-2005 (Unesco, 2003c)
son, por ejemplo, la celebración de la jornada mundial
del libro y del derecho de autor, la designación de la
capital mundial del libro y el desarrollo de la iniciativa
Libros para todos (todas ellas con el ánimo de relanzar
la lectura y la industria de libro); la creación del Index
Translationum y del Centro de información en línea
123Tema monográfico: Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride?
sobre la literatura y la traducción (con el fin de promover
la diversidad cultural y lingüística y el acceso a las obras
literarias); la elaboración de una lista de obras
representativas del cine mundial en colaboración con el
Consejo Internacional del Cine y la Televisión; y la
formación y educación en cuestiones de derechos de
autor mediante la versión electrónica revisada del
Boletín de los derechos de autor y los sitios web sobre
la materia.
26 portal .unesco.org/es/ev.php@URL_ID=17418&
URL_DO=DO_PRINTPAGE&URL_SECTION=201.html
27 portal.unesco.org/culture/es/ev.phpURL_ID=24468&
URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
Véase Informe de resultados de octubre de 2004
28 portal.unesco.org/culture/es/ev.php-URL_ID=26763&
URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
124Quaderns del CAC: Número 21
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de octubre.
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Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)125
Martín Becerra Catedrático UNESCO 2005, Instituto de la Comunicación
de la Universidad Autónoma de Barcelona (InCom-UAB) y
profesor de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina)
La sede escogida para la segunda etapa de la Cumbre
Mundial sobre la Sociedad de la Información (CMSI) a
realizarse en diciembre de 2005 bien podría inspirar aquella
cita hegeliana de El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte
sobre la propensión a la reincidencia que tiene la historia.
En efecto, la Cumbre Mundial de Túnez se desarrollará, con
controversias2, 29 años después que en el mismo lugar se
concretara uno de los hitos de la historia contemporánea de
las políticas de información y comunicación (en adelante:
infocomunicación) a nivel internacional: el Simposio sobre
Políticas de Información del Movimiento de Países No
Alineados que, en 1976, convocó a “descolonizar la
información” y preparó el terreno que inspiró la
consagración del Nuevo Orden Mundial de la Información y
la Comunicación (NOMIC), por parte de la Unesco en su
Conferencia General de 1978 de París y que fuera
reconocido por la 33ª Asamblea General de las Naciones
Unidas el mismo año3.
La CMSI, en sus dos etapas (Ginebra en 2003 y Túnez en
2005) presenta atributos innovadores respecto de las
estrategias de concertación de las políticas mundiales en el
ámbito de la información y la comunicación, incorporando
en el extenso proceso de realización de la Cumbre a
actores de la sociedad civil. Asimismo merece ubicarse
como uno de los eventos convocados en la historia de las
Naciones Unidas donde la carga ideológica ha sido mayor,
en sintonía con los principios que desde los años noventa
fundamentan el impulso del proyecto de construcción de la
sociedad de la información4.
En el presente texto se identificarán las principales
directrices de políticas de infocomunicación impulsadas en
el marco de la CMSI, su complejo proceso de elaboración y
los principales actores involucrados en dicho proceso.
Estas directrices se examinarán en comparación con las
principales líneas de desarrollo del proyecto de sociedad de
la información.
El concepto de políticas de infocomunicación, si bien es
usualmente aludido en textos académicos y en el discurso
político, merece una aclaración a los fines del presente texto,
como herramienta conceptual para proceder al análisis de los
procesos y de los sucesos mencionados anteriormente. El
concepto de políticas de comunicación es medular toda vez
que, como señala el Informe MacBride, “no es posible
entender la comunicación, considerada globalmente, si se
hace caso omiso de sus dimensiones políticas. La política
–en el sentido más noble de la palabra- no puede disociarse
de la comunicación” (Unesco 1980, 44).
La noción de políticas de comunicación fue paralela, en su
formulación histórica, a la de planificación, por lo que a
comienzos de los años setenta se asociaba a las políticas
de comunicación con tres puntos: la necesidad de
garantizar pluralismo, democracia y participación; la acción
promotora del Estado; y la orientación hacia la integración
regional (Quirós y Segovia, 1996). La cualidad explícita de
las medidas adoptadas en un sector por parte del Estado y
su vinculación con las aplicadas en otros sectores son
requisitos, según Capriles (1980), para reconocerlas como
“políticas”. En el presente texto se utiliza tal definición como
punto de partida pero desde una perspectiva más abierta,
identificando como “políticas de información y comuni-
cación” aquellas acciones emprendidas por entidades
estatales (o supraestatales) que asumen, efectivamente,
Las políticas de infocomunicación1 ante la CumbreMundial de la Sociedad de la Información (CMSI)
Martín Becerra
126Quaderns del CAC: Número 21
nexos orgánicos con medidas ejecutadas en otros ámbitos,
por lo que se les distingue una orientación coherente con
los fines de cada gobierno (o conjunto de gobiernos),
aunque no sean formuladas expresamente como tales.
Por lo tanto, a los fines de este análisis se comprenderá
por políticas de información y comunicación a las estra-
tegias y prácticas de ordenamiento, regulación, gestión,
financiamiento y formulación de planes y prospectivas
relativas a las actividades infocomunicacionales.
El examen de la evolución de dichas actividades,
mediadas o no por tecnologías, así como el enfoque sobre
la singular diseminación que protagonizan en los últimos 35
años, permite observar que en cada contexto histórico y
geográfico se materializa un tipo de organización, con unos
determinados actores habilitados para gestionar la
información y la comunicación, según determinadas reglas,
con una peculiar modalidad de financiamiento y,
generalmente, en función de un modelo de sociedad. En
consecuencia, el estudio sobre la evolución de las
actividades infocomunicacionales permite elucidar las
políticas inherentes a dicha evolución.
Las políticas del proyecto de la Sociedad de laInformación
Concebido en la última década del Siglo XX en el contexto
de la diseminación de infraestructuras convergentes de
telecomunicaciones, informática y audiovisual por parte de
los gobiernos de países centrales (Estados Unidos, Unión
Europea, Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico, Grupo de los Siete), el proyecto de la Sociedad
de la Información fue al finalizar los años noventa adoptado
también por países periféricos: los estados africanos
cuentan con acciones tendientes a estimular la “sociedad
informacional” (Van Audenhove et al. 1999). También en
América Latina los gobiernos de Brasil, México, Argentina,
Chile y otros países desarrollan, con ritmos distintos y
resultados muy dispares, programas plurianuales de
incentivo a la sociedad de la información (Becerra 2003a).
Más allá de los caracteres idiosincráticos, del orden de
prioridades asignado en cada país y de los matices
diferenciales, el proyecto de la sociedad de la información
se asienta sobre tres ideas fuerza, no exentas de
controversias: la liberalización, la desregulación y el
fomento a la competitividad internacional de las actividades
infocomunicacionales5, entendiendo que las mismas se
organizan como un mercado planetario de creciente
importancia e incidencia en la reestructuración de los
procesos productivos y en la correspondiente generación
de riqueza en el mundo.
Con una década de desarrollo continuo tras sus primeras
formulaciones por parte de la Unión Europea (ver Comisión
Europea, 1994), el proyecto de la sociedad de la
información alude a un conjunto amplio, multiforme y
mutante, de procesos de reciente fecha: la mayoría de ellos
comenzó a gestarse a partir de la década de los setenta del
siglo XX. Si bien no existen definiciones ampliamente
aceptadas sobre la sociedad de la información” y, al igual
que con la noción de globalización, hay autores que
cuestionan la denominación misma, la Comisión Europea
plantea que:
En los últimos veinte años venimos presenciando una
revolución en las tecnologías de la comunicación y de la
información cuyo alcance es mucho mayor de lo que la
mayoría de nosotros pudimos haber imaginado. Uno de los
principales efectos de estas nuevas tecnologías ha sido la
reducción drástica del coste y del tiempo necesario para
almacenar, procesar y transmitir la información. Estos
impresionantes cambios en las relaciones de precios
afectan de manera fundamental al modo en que
organizamos la producción y distribución de bienes y
servicios y, por ende, al propio trabajo. Esta evolución está
transformando el trabajo, las estructuras de cualificaciones
y la organización de las empresas, lo que introduce un
cambio fundamental en el mercado de trabajo y en la
sociedad en su conjunto (CE 1996a, 9).
Esta definición permite organizar la multiplicidad de
abordajes a los cambios sociales, económicos, políticos y
culturales bautizados como sociedad de la información. El
proyecto de la sociedad de la información, tal como se
deduce de la cita de la Comisión Europea, descansa en una
serie de cambios de índole fundamentalmente tecnológica y
económica, y ha sido robustecido en casi todo el mundo
durante la década de 1990 merced a los programas
gubernamentales de las autopistas de la información
127Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)
(EE.UU., ver Gore 1994) y la sociedad informacional
(Comisión Europea –ver CE 1994, 1996a, 1996b y 1996c,
1997 y 1998; OCDE –ver OCDE 2003).
Como indica la cita de la Comisión Europea, el
fundamento de estos proyectos está ligado a la revolución
tecnológica en información y comunicación ocurrida en los
años setenta, cuando se registró la génesis de la
microinformática. Para Manuel Castells (1995), un nuevo
modo de desarrollo, el informacional, nace en esos años
setenta al calor del salto tecnológico consolidado durante la
crisis del modelo keynesiano en los países centrales, como
una apuesta histórica de generación de una nueva lógica
de crecimiento y acumulación del capital.
Compartiendo en parte las causas que fundamentan el
advenimiento de un nuevo modo de desarrollo que plantea
Castells, otros autores como Claudio Katz (1998) o Armand
Mattelart (2002) advierten que la creciente segmentación
social en el acceso a los bienes y servicios ofrecidos en el
marco de la SI, además de ser funcional a la lógica
socioeconómica dominante, expresa cuestionamientos al
discurso promotor del proyecto, toda vez que la conver-
gencia en tecnologías de información y comunicación a
partir de las políticas liberalizadoras y desreguladoras tiene,
en función de sus impactos productivos, determinaciones
estructurales –sociales, culturales, económicas– que son
regresivas.
La lógica argumental del proyecto de la sociedad de la
información es opuesta en varios sentidos a la que inspiró
el NOMIC veinte años antes: allí donde el NOMIC
denunciaba desequilibrios y rémoras colonialistas, la
sociedad de la información avizora oportunidades de
intercambio y modernización. Allí donde el NOMIC
pretendía sembrar el germen de Políticas Nacionales de
Comunicación (PNCs) con márgenes autonómicos ciertos,
el proyecto de la Sociedad de la Información distingue que
hay mercados para las corporaciones transnacionales de
comunicación (Roach, 1997). El sector de las tecnologías
infocomunicacionales constituye uno de los centros de
gravitación del NOMIC y también del proyecto de la
Sociedad de la Información, pero este último aspira a
acompañar y robustecer esas tecnologías sin reparar en los
criterios que determinan su desigual producción,
distribución y apropiación en el planeta.
De modo tal que las políticas infocomunicacionales en el
marco del proyecto de la sociedad de la información se han
venido orientando a la diseminación de tecnologías,
favoreciendo las condiciones para que los constructores de
infraestructuras y los proveedores de servicios asociados a
las mismas –que en muchos casos son los mismos actores
corporativos, o bien actores distintos pero integrados en
sociedades- pudiesen extender la geografía de las redes
hasta que, como si fuera una metáfora ingeniosa de
Borges, el mapa de las redes se asimilara al mapa del
mundo.
La filiación tecnocéntrica de las políticas enmarcadas en el
proyecto de la sociedad de la información está certificada
por la financiación que los estados y las entidades
supraestatales como la Comisión Europea asignan a las
partidas de I+D en tecnologías de la información, que
suelen ser las de mayor envergadura tomando como
referencia el conjunto de recursos destinados a I+D. En el
VI Programa Marco de I+D de la CE (2002-2006), por
ejemplo, la prioridad temática que recibe mayores recursos
es la de Tecnologías para la sociedad de la información
(presupuesto de 3.625 millones de euros, sobre un total de
13.345 millones). Esta prioridad temática está subdividida
en los siguientes ejes: investigaciones sobre ámbitos
tecnológicos de interés prioritario para ciudadanos y
empresas; infraestructuras de comunicación y tratamiento
de la información; componentes y microsistemas; y gestión
de la información e interfases.
De manera que el mayor volumen de la inversión pública
en investigación, desarrollo e innovación se concentra en el
sector de infraestructuras de la información. Paralelamente,
se promueven políticas de liberalización de los servicios
vinculados con esas infraestructuras, como sucedió en casi
todo Occidente en los años noventa con la informática y con
las telecomunicaciones6, sector éste último que fue, de
manera generalizada, primero privatizado y más tarde par-
cialmente liberalizado en el lapso de los últimos veinte
años.
El caso de las telecomunicaciones merece un examen
específico, toda vez que es el segmento económicamente
más rentable de las actividades infocomunicacionales (el
volumen sumado de facturación de la telefonía básica y de
la telefonía móvil, suele representar el doble –como
mínimo- que el del conjunto de las industrias culturales7).
Dada esta importancia económica, y para impulsar la
128Quaderns del CAC: Número 21
dinámica del sector, se formularon políticas de apertura a
nuevos concurrentes pretendiendo con ello estimular su
desarrollo y generar condiciones de libre competencia, bajo
el presupuesto ideológico de alentar con ello la innovación,
la mejora del servicio, la extensión de las prestaciones y, en
suma, el beneficio para los usuarios8.
A pesar de la amplia ejecución en distintos contextos de
esas políticas, al cabo de dos décadas en los países
pioneros en aplicarlas (como el Reino Unido o Chile) o diez
años en casi todos los demás países occidentales, la
evidencia demuestra que el ingreso de nuevos
competidores en los mercados no ha sido significativo y se
ha desplazado la etapa de carácter monopólico de esos
mercados (hasta los años ochenta y noventa) por la etapa
actual, que puede tipificarse como oligopólica9, protago-
nizada por pocos actores que controlan las variables
medulares del mercado y continúan cultivando de facto
barreras de ingreso a nuevos concurrentes. Por lo tanto, las
ideas fuerza de liberalización y desregulación del proyecto
de la sociedad informacional ameritan ser revisadas a la luz
de la configuración de mercados poco abiertos que,
además, precisan una ingente actividad reguladora por
parte de los poderes públicos para consolidarse.
Discurso y decurso de la “oportunidad digital”
El ejemplo de las telecomunicaciones resulta oportuno
además porque la agencia que se ha ocupado de articular
las normas y estándares técnicos del sector desde los
orígenes de esta industria, la Unión Internacional de las
Telecomunicaciones (UIT)10, es el organismo internacional
organizador de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la
Información (CMSI).
La extensión de las infraestructuras en telecomuni-
caciones es interpretada por la UIT como condición
necesaria para la generalización de “sociedades
informacionales” en las que los ciudadanos puedan mejorar
el control de los asuntos de gobierno; se beneficien de un
entorno económico competitivo y dinámico; accedan a
fuentes de conocimiento on line; desarrollen capacidades
vinculadas con la reestructuración de la economía; accedan
a una oferta más variada de bienes y servicios de carácter
simbólico; y dispongan de una mejor planificación y uso del
tiempo libre11.
Estas nociones, revitalizadas con las nuevas tecnologías
de la información y su potencial convergente, remiten al
difusionismo como modelo de política infocomunicacional
que escinde el aspecto tecnológico de aquel relativo a
contenidos, usos y prácticas.
El difusionismo ha sido históricamente criticado por los
estudios sociales desde la gestación misma del modelo
desarrollista como paradigma de transferencia de
tecnología en tanto que estrategia de modernización de los
países del Tercer Mundo. Las críticas al difusionismo
desarrollista fueron profundizadas a fines de la década del
sesenta, por omitir en su matriz de argumentación las
condiciones sociales, políticas, culturales y económicas por
las cuales países enteros, o sectores sociales dentro de un
país, no consiguen integrarse a los patrones de desarrollo
establecidos como ideal. El Informe MacBride puede ser
analizado desde esta perspectiva crítica, y no es casual que
en los ochenta la Unesco apoyara, como una situación de
compromiso sostenida por los países del Occidente
desarrollado y con el propósito de archivar (o “desviar”,
según Roach, 1997) la tentativa de construcción del
NOMIC, el Programa Internacional para el Desarrollo de la
Comunicación (PIDC), cuya matriz conceptual responde al
modelo desarrollista12.
El determinismo tecnológico del difusionismo reside en la
convicción de que la difusión y extensión de las
infraestructuras de la información y la comunicación
producirán, naturalmente, el bienestar y los efectos
positivos que, se supone, traen aparejados las tecnologías
info-comunicacionales. En este sentido, el difusionismo
resulta funcional a los intereses de las principales
corporaciones del sector, comprometidas con la
comercialización de las infraestructuras y los servicios que
ellas mismas prestan en mercados de tipo oligopólico. Para
autores como Aníbal Ford no es casual que los organismos
públicos y privados en donde las corporaciones info-
comunicacionales ejercen fuerte influencia asuman
políticas netamente difusionistas: un ejemplo con el que se
abrió el siglo XXI ha sido la Cumbre del G8 en Okinawa,
donde el Digital Opportunity Task Force (integrado por
las principales corporaciones de telecomunicaciones
e informática del planeta) lanzó la llamada “Digital
Opportunity”, como estrategia de creación y consolidación
129Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)
de mercados infocomunicacionales donde colocar su
voluminosa producción (Ford 2002).
La convocatoria a la Cumbre Mundial de la Sociedad de la
Información por parte de la ONU, con la intervención directa
de un organismo originalmente concebido con perfil técnico,
como la UIT, y el acompañamiento de otro organismo
creado como ámbito internacional de articulación de
políticas culturales, comunicacionales, científicas y
educativas, como la Unesco, representaba la posibilidad de
someter a juicio crítico las directrices dominantes que
conformaron el proyecto de “sociedad informacional”, así
como las nociones ligadas al difusionismo tecnológico como
estrategias de desarrollo. En tal sentido, la convocatoria a
la CMSI realizada en 2001 por la Asamblea General de la
ONU fue percibida como una oportunidad mundial de
deliberación de políticas.
La oportunidad de la CMSI
La Cumbre Mundial sobre Sociedad de la Información es la
tercera intervención concertada a nivel internacional que
impulsa o aloja (según el caso) la ONU sobre cuestiones
vinculadas a la información y la comunicación desde la
creación de la ONU en 1945.
En efecto, en 1948 la ONU organizó en Ginebra la
Conferencia sobre Libertad de Información; en los años
setenta en el ámbito de la Unesco se albergó y desarrolló el
proceso –sostenido en Asambleas Generales y en
directivas, en reuniones regionales y en conferencias- de
construcción del Nuevo Orden Mundial de la Información y
la Comunicación (NOMIC), cuya síntesis representa el
Informe MacBride (Unesco 1980); y ahora la CMSI
constituye la tercera gran actividad programada por la ONU
en materia de debate en el concierto internacional sobre
información y comunicación.
Convocada por la ONU, y dirigida por la UIT, la CMSI fue
planificada en dos etapas: la primera que concluyó en
Ginebra, en diciembre de 2003, mientras que la segunda
etapa terminará en diciembre de 2005 en otra reunión a
celebrarse en Túnez. Cada etapa ha tenido períodos y
conferencias preparatorios (PrepComs) en donde se
exponen posiciones desde los distintos actores organizados
en “familias”, con el objetivo de avanzar en la definición de
las posiciones que son finalmente tratadas en las dos
reuniones mencionadas.
Hay más de 175 delegaciones gubernamentales partici-
pando directamente en la CMSI (indirectamente, a través
de la UIT, están representados 191 países). El sector
público estatal conforma una de las tres divisiones de la
CMSI y las otras dos el sector corporativo privado y la
sociedad civil.
Los organizadores de la CMSI suelen mencionar que la
cumbre es una “red tripartita (o trisectorial) de políticas”,
aludiendo a la participación de los tres sectores (público,
privado-corporativo, civil) que dan origen a las divisiones.
Pero, ¿existe una correlación de fuerzas que se acerque a
un modelo tripartito en la participación de cada uno de estos
grupos? La modalidad definida para la toma de decisiones
–indicativa de una política en este sentido- revela que no.
De hecho, al igual que sucede en todas las Cumbres de
las Naciones Unidas, el proceso decisorio característico de
la CMSI es básicamente intergubernamental, es decir, los
actores habilitados para tomar decisiones son los Estados,
y únicamente las delegaciones gubernamentales tienen
derecho a voto.
Mientras la presencia de los estados conforma entonces el
corazón de la CMSI, el sector corporativo privado contó con
pocas presencias significativas pero coincidió con la tónica
general de los acuerdos, documentos y declaraciones, en
tanto que, por último, la sociedad civil representada en la
CMSI influyó mucho menos en las conclusiones de la
Primera Fase, amén de que debió superar condiciones
internas y externas desfavorables (que serán aludidas más
adelante).
El tema dominante en la CMSI es la extensión de
infraestructuras de información y comunicación para
promover los objetivos de desarrollo de la Declaración del
Milenio13 aprobada en la Cumbre del Milenio de la ONU del
año 2000, con el compromiso de “convertir la brecha digital
en una oportunidad digital para todos, especialmente
aquellos que corren el peligro de quedar rezagados y aún
más marginados” (CMSI 2004a, 2).
Los principios de una sociedad de la información
integradora son, según la Declaración de Principios de la
CMSI aprobada en Ginebra: “ampliar el acceso a la
infraestructura y las tecnologías de la información y las
comunicaciones, así como a la información y al
130Quaderns del CAC: Número 21
conocimiento; fomentar la capacidad; reforzar la confianza
y la seguridad en la utilización de las TIC; crear un entorno
propicio a todos los niveles; desarrollar y ampliar las
aplicaciones TIC; promover y respetar la diversidad cultural;
reconocer el papel de los medios de comunicación; abordar
las dimensiones éticas de la sociedad de la información; y
alentar la cooperación internacional y regional” (CMSI
2004a, 3).
Los documentos de la CMSI contrastan con las tesis que
distinguieron la segunda etapa de concertación interna-
cional de políticas de infocomunicación en la década del
setenta y que fueron sintetizadas por el Informe MacBride
(Unesco 1980). En efecto, los temas destacados del
Informe MacBride (unidireccionalidad de la comunicación;
trans-nacionalización; concentración y consecuente
necesidad de articulación de políticas de comunicación y
cultura para lograr un escenario mundial más justo y
equilibrado) son los temas tabú de la Cumbre, muy proclive
a aceptar las menciones sobre propagación de las
tecnologías, tan caras al paradigma difusionista, pero con
una expresa omisión a cuestiones sobre contenidos y
políticas.
La carga simbólica del Informe MacBride opera en la
agenda de la CMSI como el lugar de lo no-posible, en un
marco interpretativo que pondera el ingrediente conflictivo
que asumía el documento de 1980, ingrediente que tributa
al peculiar sesgo con el que fue descifrado el Informe a
partir del reflujo de las posiciones por la democratización de
la comunicación internacional de los años ochenta. El
dispositivo del silencio se resume en el Informe MacBride
pero abarca todos los aspectos que aquel documento
sintetizaba y aquellos que no estaba en condiciones aún de
diagnosticar: tal el caso del software libre.
En los documentos oficiales de la CMSI se ha evitado toda
referencia a la comunicación, se ha matizado y moderado
toda mención al derecho humano a la comunicación y a la
información, se han eliminado las argumentaciones de
organizaciones de la sociedad civil acerca de las
inequidades propias del contexto globalizador. La CMSI
tampoco ha recogido los aportes de la sociedad civil
orientados a articular la capacidad de producir (y no
solamente consumir) información por parte de los distintos
pueblos del mundo, de fomentar la diversidad, de respaldar
la participación de grupos marginados, de promover el uso
y construcción de software de código libre y abierto, de
impulsar legislaciones que garanticen el desarrollo de
condiciones laborales estables y justas o la protección de la
privacidad de la ciudadanía por parte de los gobiernos.
El concepto de comunicación, en su acepción dialógica,
interactiva e interactuante, negociada y continente de
actores diversos, sintetiza el tabú medular de la Cumbre.
Evidente en el repaso de las declaraciones oficiales, la
omisión del término “comunicación” en una Cumbre Mundial
que aspira a relevar el estado de la información no deja de
ser una constatación elemental.
Todo ello motivó numerosas controversias, en el seno
mismo de las organizaciones de la sociedad civil, así como
advertencias que fueron hechas públicas por parte del
conjunto de los representantes de la sociedad civil de la
Cumbre a los otros actores (gobiernos y corporaciones)
acerca de la dicotomía que se vislumbraba entre
contemplar los aportes de las entidades no
gubernamentales civiles o quitar la legitimidad de la
sociedad civil a los pronunciamientos de la CMSI, si es que
ello no sucedía.
En cambio, los delegados gubernamentales en la CMSI
apoyaron mayoritariamente los principios difusionistas, de
los que se deducen apelaciones a sostener políticas
“favorables para la estabilidad” y que atraigan “más inver-
sión privada para el desarrollo de infraestructuras de TIC y
que al mismo tiempo permitan atender al cumplimiento de
las obligaciones del servicio universal en regiones en las
que las condiciones tradicionales del mercado no funcionen
correctamente” (CMSI 2004a, 4). También la división del
sector corporativo privado acuerda con la tendencia
reflejada en los documentos oficiales emitidos por la CMSI,
que enfatizan justamente el rol de las fuerzas de mercado
en carácter asociativo con el sector público.
De hecho, la Cámara de Comercio Internacional (CCI)
asumió la representación del sector corporativo privado,
que actuó fiel a sus principios en cada una de las
declaraciones que realizó, a pesar de no involucrarse
decididamente en la CMSI por considerar que el ámbito
ideal de definición de los temas allí abordados son la
Organización Mundial del Comercio y la Organización
Mundial de la Propiedad Intelectual. No obstante, el sector
corporativo privado fue claro y preciso cuando debió
pronunciarse en la CMSI. Así, por ejemplo, en el World
131Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)
Electronic Media Forum se conoció una declaración de la
World Boradcasting Unions donde se postula la importancia
de los medios de comunicación comerciales como refugios
de conservación de pluralidad de fuentes informativas
(World Broadcasting Unions 2003).
Por su parte, los actores de la sociedad civil presentes en
la CMSI, superando su propia heterogeneidad, alcanzaron
acuerdos en los que manifiestan la percepción crítica que
provocan los ejes temáticos dominantes de la Cumbre:
La estrategia para la sociedad de la información sobre la
cual se ha basado la CMSI refleja en gran parte, un
entendimiento estrecho en el cual las TIC significan
telecomunicaciones e internet. Esta estrategia ha
marginado temas claves relacionados al desarrollo
potencial inherente en la combinación de conocimientos y
tecnología, y así tiene conflictos con el mandato de
desarrollo más amplio estipulado en la Resolución 56/183
de la Asamblea General de Naciones Unidas (Sociedad
Civil CMSI 2003a)14.
El “entendimiento estrecho” predominante en la CMSI
sobre las TIC, que denuncia el párrafo citado, ha impedido
que muchas de las iniciativas promovidas por la sociedad
civil prosperasen: en la primera fase de la Cumbre, Ginebra
2003, “consideramos que nuestras opiniones y el interés
general que expresamos colectivamente no quedan
adecuadamente reflejados en los documentos de la
Cumbre”, subraya la Declaración de la sociedad civil en la
CMSI intitulada Construir sociedades de la información que
atiendan a las necesidades humanas (Sociedad Civil CMSI
2003b) y aprobada por unanimidad en el plenario de la
sociedad civil de diciembre de 2003.
Uno de los términos más utilizados (y aceptados) en la
CMSI, el de acceso, puede resultar de utilidad para
enmarcar la participación de la sociedad civil en la CMSI. El
concepto de acceso presenta múltiples aproximaciones.
Una de ellas, muy explorada por los investigadores que
propugnaban el NOMIC y las políticas nacionales de
comunicación (PNCs) en los años setenta (Capriles 1980),
es la que se refiere a la recepción pasiva de mensajes y/o
datos, desvinculándola de la que remite al concepto de
participación (que supone la influencia en la toma de
medidas concretas).
Las conclusiones parciales de la CMSI y el rol de la
sociedad civil pueden ser interpretados en función del
acceso que tuvieron representantes y organizaciones
civiles y también, de la imposibilidad hallada en lograr una
efectiva participación que les permitiera incidir en el rumbo
general de los acontecimientos, de los documentos y de las
políticas resultantes de la CMSI.
La sociedad civil en la Cumbre
Para muchos de los representantes de la sociedad civil en
la CMSI y para investigadores como Selian (2003), el
carácter tripartito que intentó imprimírsele a la Cumbre es
retórico, toda vez que el ámbito de las decisiones está lejos
de contener la dinámica de los actores de la sociedad civil
y, en cambio, se percibe el dominio de la agenda por parte
los intereses del sector privado con negocios en
telecomunicaciones y tecnologías de la información.
La participación de organizaciones de la sociedad civil
presenta varias aristas dignas de análisis: por un lado, la
representatividad de quienes acceden a este tipo de
encuentros que articulan la noción de gobernabilidad
mundial en nombre de la sociedad civil, es muy relativa. Por
otro lado, las ONGs más poderosas de los países más
desarrollados suelen ejercer un rol protagonista en
detrimento de entidades con sede en países periféricos
donde habitan más de los dos tercios de la población
planetaria (de las organizaciones de la sociedad civil
acreditadas, la mayoría eran del hemisferio norte).
Asimismo, en algunos casos la presencia de
organizaciones de la sociedad civil en la cumbre contribuye
a brindarles visibilidad y representatividad a quienes, en
algunos casos, carecen de ella en sus propios países. Por
último, Chock (2003) destaca que se ha aceptado como
integrantes de la sociedad civil a instituciones privadas con
ánimo de lucro.
La conjugación de estos problemas vinculados con la
presencia de la sociedad civil en la Cumbre no es nueva,
sino que responde a la lógica de acción de las
organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil
en diferentes cumbres mundiales, como ha sucedido en la
Cumbre de Río de Janeiro sobre Medio Ambiente de 1992.
Selian ha medido la cantidad de organizaciones no
gubernamentales que en la última década participa en las
conferencias y cumbres mundiales en el ámbito de la ONU,
132Quaderns del CAC: Número 21
subrayando que las 481 ONGs apuntadas en la CMSI
conforman una baja cantidad si se la compara con las que
se acreditaron en la Cumbre del Medio Ambiente (2.400
organizaciones); en la Conferencia Mundial sobre la Mujer
de Beijing en 1995 (5.000 organizaciones); o en la Cumbre
Mundial sobre Desarrollo Sostenible de Johannesburgo de
2002 (737 organizaciones).
Los integrantes de la división de la sociedad civil en la
Cumbre debieron lidiar con la estrecha visión marcada-
mente tecnologista de los representantes del sector público
y del sector corporativo privado. Por ello, la sociedad civil en
la Cumbre conformó una coordinación (Civil Society
Bureau) con el objeto de articular el trabajo de las diferentes
“familias” de las entidades no gubernamentales y también,
de ser la interlocución de la coordinación de gobiernos y del
sector corporativo privado.
No obstante, en la definición misma de la agenda de la
Cumbre la participación de la sociedad civil ha quedado
subordinada: “de 86 recomendaciones realizadas por la
sociedad civil, 49, es decir más del 60 por ciento, fueron
totalmente ignoradas. Solamente 12 recomendaciones
pueden ser halladas, aunque rescritas, mientras el resto
desapareció en formulaciones generales”, señala una de
las familias de la sociedad civil (citada por Selian, 2003).
Para Alain Modoux, ex asistente del director general de la
Unesco en Información y Comunicación, los Estados han
bloqueado la participación de la sociedad civil, “condenada
a jugar un rol observador” (2003).
Beatriz Busaniche, una de las integrantes del Civil Society
Bureau durante la primera etapa de la CMSI, evalúa que si
bien la sociedad civil logró la inclusión en la Declaración de
la Cumbre de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos como base de la sociedad informacional, “sin
embargo, la agenda está bastante cerrada”. Un ejemplo “es
el trabajo que está haciendo ahora el Working Group on
Internet Governance (WGIG), que tiene en su agenda
temas que distan mucho de ser propios del gobierno de
internet, por lo que muchas organizaciones de la sociedad
civil tratamos de quitarlos, sin lograr absolutamente nada”.
Uno de los aspectos más controvertidos del WGIG está
relacionado con el papel de los Estados Unidos en la autori-
zación y administración de nombres y dominios de internet
y con la resistencia de muchos actores gubernamentales y
del sector corporativo privado a aceptar el enfoque de
orientar la discusión sobre gobernabilidad en internet hacia
“los derechos humanos de libertad de expresión y
privacidad, apertura y transparencia” (Burch 2005).
Las situaciones de conflicto en la Cumbre se dirimen en
función del interés de los actores más poderosos, apunta
Busaniche, ya que “hay grandes disparidades al interior de
la sociedad civil misma, y por supuesto, a la hora del
dialogo, los gobiernos prefieren dialogar con las ONGs que
les son más afines”15. Las ONGs afines son aquellas que
centraron el eje de su reclamo en temas de acceso e
infraestructura, en sintonía plena con las posiciones de la
división de gobiernos y con la del sector corporativo privado
y su énfasis difusionista (de hecho, como se señaló,
entidades que correspondería clasificar como del sector
corporativo privado fueron admitidas como parte de la
sociedad civil). También hubo buena acogida para los
reclamos de inclusión de segmentos y sectores sociales
que sostienen dificultades para acceder a las tecnologías
de info—comunicación por cuestiones de género, de edad
o de habilidades diferenciales.
Sin embargo, fueron descartados los trabajos vinculados
con el derecho a la comunicación (consagrado por la
Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948), el
copyright, las patentes y el abordaje crítico del sector de
medios de comunicación. También “hubo un fuerte lobby
del sector privado para evitar toda mención al software
libre” señala Busaniche, quien añade como matiz que “hay
que decir que el hecho de que los documentos oficiales
reconozcan la existencia de software libre y de software
privativo es un paso adelante”16.
La Declaración de la Sociedad Civil destaca que “la
comunicación es un proceso social esencial, una necesidad
humana básica y el fundamento de toda organización
social” y afirma que es “necesario que cualquier persona
deba tener acceso a los medios de comunicación y estar en
condiciones de ejercer su derecho a la libertad de opinión y
expresión, lo que incluye el derecho a tener opiniones y a
buscar, recibir y difundir información e ideas por cualquier
medio de comunicación y con independencia de fronteras
nacionales” (Sociedad Civil CMSI 2003b). La capacidad de
producir y no sólo recibir información sitúa el proceso de
comunicación, a juicio de la división de la sociedad civil en
la Cumbre, como un derecho esencial e inalienable y lo
emparenta con algunas de las conclusiones y
133Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)
recomendaciones finales del Informe MacBride17.
No obstante, el Plan de Acción que oficialmente consagró
la primera etapa de la CMSI presenta una lista de objetivos
reducidos a temas de conectividad y acceso, entendido
éste como mera capacidad de recepción de mensajes
(CMSI 2004b). El aliento a la formulación de
ciberestrategias nacionales (sic.) del Plan de Acción no
debe leerse como un reconocimiento a la autonomía de los
estados y países participantes de la Cumbre, porque se
puntualiza que las ciberestrategias deben lograr “que el
sector privado participe en proyectos concretos de
desarrollo de la sociedad de la información en los planos
local, regional y nacional” (CMSI 2004b, 3).
Algunas de las iniciativas de la primera etapa de la CMSI,
como la creación de un Fondo de Solidaridad Digital
(FSD)18 para disminuir los desequilibrios comprendidos, en
la perspectiva predominante en la Cumbre, en la expresión
brecha digital, revelan los problemas de las políticas
difusionistas que se apoyan en los mecanismos del
mercado como garantes del desarrollo: todo indica que la
CMSI impulsará finalmente una declaración favorable a la
creación del FSD, que se financiaría con el 1% de las
licitaciones de bienes y servicios digitales, proveniente del
margen de ganancia del vendedor. El margen de ganancia
del vendedor surge del precio del servicio, que es soportado
por los usuarios es decir que, como advierten Mastrini y de
Charras (2004), el costo del FSD lo asumen indirectamente
los consumidores.
Según Sally Burch, del colectivo CRIS (Communications
Rights in the Information Society), “el Fondo cubrirá
principalmente las iniciativas comunitarias en TIC,
incluyendo capacitación, contenidos y otros; pero no podrá
dar solución a los grandes proyectos de infraestructura de
telecomunicaciones, para los cuales la estrategia prioritaria
sigue siendo la desregulación del sector para favorecer la
inversión privada” (Burch 2005). Mastrini y de Charras
(2004) comparan el FSD con el Programa Internacional
para el Desarrollo de la Comunicación gestado en tiempos
del NOMIC subrayando que, con todas las limitaciones que
exhibía el PIDC, al menos era soportado por los Estados
participantes según el porcentaje de contribución de los
mismos al sistema de Naciones Unidas.
La distancia que separa a la Declaración de Principios
oficial (CMSI 2004a) y a la Declaración de la sociedad civil
(Sociedad Civil CMSI 2003b) es ostensible. Esa distancia
expresa el desplazamiento de las directrices políticas
adoptadas en el marco del proyecto de la Sociedad de la
Información respecto de los ejes que originaron la etapa de
reclamos por la constitución de un orden justo, libre y
equilibrado de las comunicaciones en el mundo y que
representó el Informe MacBride.
A modo de conclusión
Veinticinco años después de la aprobación del Informe
MacBride por parte de la Unesco, la Organización de
Naciones Unidas convocó, por tercera vez en su historia, a
un espacio de deliberación en torno al diagnóstico y al
diseño de políticas internacionales del sector infocomunica-
cional con la realización de la Cumbre Mundial de la
sociedad de la información.
Aunque la inclusión de la sociedad civil en la Cumbre
aspira a consolidar un modelo tripartito de actuación en el
diseño de políticas en las cumbres mundiales (gobiernos
–sector corporativo privado– sociedad civil) que resulta
novedoso en el marco de la discusión internacional sobre
políticas de comunicación, la CMSI exhibe las limitaciones
y condicionantes que aparecen cuando se pretende influir
en la agenda que domina el ordenamiento de un sector me-
dular en la estructura de las sociedades contemporáneas
como el de tecnologías de la información y la comunicación.
En efecto, la CMSI certifica la metamorfosis de la agenda
mundial sobre políticas de infocomunicación, si se toma
como indicador las estrategias y actores identificados para
el desarrollo del sector por parte de los documentos
oficiales aprobados en la primera etapa realizada en
Ginebra y ratificados por las posiciones conocidas en
vísperas de la segunda etapa que concluirá en Túnez en
noviembre de 2005. La tendencia de la CMSI a confiar en la
diseminación de infraestructuras tecnológicas como vía
para “alcanzar el objetivo de integración en el ámbito digital”
y propiciar “el acceso universal, sostenible, ubicuo y
asequible a las TIC para todos” (CMSI 2004b, 3), contrasta
con la orientación del NOMIC sobre políticas de
comunicación, que se centraba tanto en los contenidos
como en las infraestructuras.
Las estrategias propuestas por la CMSI merecen
134Quaderns del CAC: Número 21
destacarse como continuidad de las directrices políticas
trazadas por el proyecto de la Sociedad de la Información.
El difusionismo tecnológico ocupa un lugar esencial en el
diseño de dichas políticas, que consagran a la actividad
privada, notablemente a la vinculada con el sector de
infraestructura y servicios de telecomunicaciones e
informática, como el actor privilegiado del entorno de
diseminación tecnológica.
Dicho entorno es promovido al rango de ideal con el
presupuesto de que dicha diseminación de infraestructuras
info-comunicacionales favorecerá la modernización, el
desarrollo y la superación de los desequilibrios que, en el
esquema semántico prevaleciente en la CMSI, son
reducidos a la expresión brecha digital.
El acceso es una de las pocas nociones que sobrevivieron
del naufragio padecido por la agenda del NOMIC, aunque
resignificada: acceso corresponde, en el marco de la CMSI,
a acercamiento a las infraestructuras de tecnología info-
comunicacional. Otros conceptos clave, como participación,
democratización, desmonopolización o descolonización,
han sido ausentados de los debates. Esta ausencia se debe
a una intención expresa de eludir el tratamiento de temas
que, por el peso que han tenido en el pasado en la
deliberación sobre políticas info-comunicacionales, pueden
considerase verdaderos tabúes. El mayor tabú es el que
rodea al término comunicación, prudentemente evitado en
las declaraciones oficiales de la Cumbre.
El derecho a la comunicación (que supone el derecho a
comunicar, a comunicarse y a estar comunicado), principio
introducido en los sesenta en las políticas internacionales
de comunicación por Suecia y Francia, es otro de los
principios eliminados de la CMSI.
El desplazamiento de la Unesco19 a la UIT como ámbito
de diagnóstico y regulación de las políticas internacionales
de comunicación, que fuera tempranamente observado en
los años ochenta como directa consecuencia del Informe
MacBride (Reyes Matta 1984 y Schmucler 1984), queda
patentado en una Cumbre que a su vez confirma los
principios del proyecto de sociedad de la información
-liberalización, desregulación y competitividad- como
rectores.
La UIT fue la agencia escogida por el secretario general
de la ONU para organizar la CMSI por el perfil técnico que
invoca el organismo, que sin embargo fue en la década
pasada un activo promotor de la estrategia mundialmente
concertada de privatización de las telecomunicaciones. La
elección de la UIT como anfitriona de la Cumbre es
coherente con otro de los supuestos ideológicos del
proyecto de la sociedad de la información: lo político
supeditado al ámbito presuntamente neutral de lo técnico
como si ello no fuese, en definitiva, una opción
esencialmente política.
Entendidas como estrategias de ordenamiento, gestión y
regulación del sector, las políticas de comunicación,
información y cultura revelan su determinación por parte del
contexto socioeconómico en el que son formuladas: las
políticas de comunicación distintivas de la CMSI, a 25 años
del Informe MacBride, son tributarias del orden mundial que
afloró en los años ochenta y se expandió en los noventa,
con las referencias de los procesos de globalización y de
diseminación y convergencia tecnológica infocomunica-
cional. Ello ha provocado el cambio del orden mundial de la
información (Carlsson 2003), así como el cuestionamiento
al orden económico establecido había precipitado en los
setenta el debate acerca del orden informativo y
comunicacional que le era consustancial.
Los problemas que surgen del diagnóstico del Informe
MacBride bien podrían haber inspirado la agenda de la
CMSI 25 años más tarde. La concentración de las industrias
culturales y la conformación de mercados oligopólicos20, los
efectos de la internacionalización de la actividad info-
comunicacional, las amenazas sobre la diversidad cultural y
sobre el pluralismo informativo que encierra el orden info-
comunicacional, la relación entre medios de comunicación y
educación, cuestiones relativas a la censura y a la auto-
censura, fueron enunciados como cuestiones medulares en
el marco del NOMIC y hoy están expulsados de una agenda
de construcción de sociedades informacionales sostenidas
por mercados de tecnologías e infraestructuras cada vez
más potentes.
La sociedad civil, cuya participación auspicia la posibilidad
de un espacio de intervención de un sujeto colectivo sin
ánimo de lucro que no presenta (necesariamente) vínculos
orgánicos con los proveedores de infraestructuras y
servicios de infocomunicación, ha logrado introducir en la
CMSI referencias a los derechos humanos básicos como
esencia del proyecto de sociedad de la información. No
obstante, la heterogeneidad de los actores de la sociedad
135Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)
civil y la ausencia de espacios claros de incidencia en la
agenda general de la Cumbre han atemperado gran parte
de las iniciativas impulsadas por el sector.
A la luz del paradigma difusionista en políticas de comu-
nicación sostenido por los actores público y corporativo
privado en la CMSI, las voces múltiples a las que aspiraba
respaldar el Informe MacBride en un mundo cada vez más
interconectado siguen siendo parte de los problemas
irresueltos, antes que de las soluciones exhibidas, en el
panorama internacional de la comunicación.
Notas
1 El concepto de infocomunicación que se utiliza en el
presente texto se destaca por su utilidad analítica porque
refiere tanto a la industrialización creciente de la
información, de la cultura y de los intercambios sociales,
como al rol desarrollado por las tecnologías de la
comunicación acompañando cambios sociales y culturales.
El concepto de infocomunicación plantea la articulación
entre economía, comunicación y cultura.
2 La elección de Túnez como sede de la segunda etapa de la
CMSI ha suscitado numerosas quejas, toda vez que se
trata de un país donde la libertad de informar y ser
informado está restringida.
3 En su 19º Conferencia General de Nairobi en 1976, la
UNESCO había aprobado su contribución al
establecimiento de un Nuevo Orden Económico
Internacional (NOEI), adoptado por la ONU dos años antes
en Nueva York, en donde se denunciaba “la dominación y
la dependencia” del orden entonces vigente. En 1976 se
realizó en San José de Costa Rica la primera de una serie
de conferencias intergubernamentales sobre políticas de
comunicación con auspicio de la UNESCO, que demandó
“criterios más justos para los intercambios entre naciones”
(Hamelink, 1985). Con estos antecedentes, la 20º
Conferencia General de la UNESCO en París aprobó una
resolución donde se subraya “la evidente necesidad de
poner fin a la dependencia del mundo en desarrollo en los
campos de información y comunicación”, y se considera
que “el desequilibrio de las corrientes de información se
acentúa cada vez más en el plano internacional, a pesar
del desarrollo de las infraestructuras de comunicación”, por
lo que “aprueba los esfuerzos tendientes al establecimiento
de un nuevo orden mundial de la información y la
comunicación más justo y equilibrado” (UNESCO, 1977 y
1979).
4 Para ampliar los fundamentos del proyecto de “Sociedad de
la Información” ver Mattelart (2002), Bustamante (1997),
Becerra (2003a y 2003b) y OCDE (2003).
5 Las ideas fuerza mencionadas son las que los propios
organismos interesados en el proyecto de Sociedad de la
Información destacan como modelo (ver Comisión
Europea, 1994).
6 Una de las excepciones a la norma de los procesos de
privatización y liberalización de las telecomunicaciones en
Occidente lo brinda Uruguay. Esta República
sudamericana presenta una interesante antítesis al
discurso promotor de la liberalización del sector, discurso
fundado en la presunta ineficacia del Estado para gestionar
servicios económicamente rentables: Uruguay continúa
con el mercado de telefonía fija en régimen de monopolio
operado por el Estado, sin que ello haya mermado la
calidad del servicio ni resentido el crecimiento del sector.
7 El sector de industrias culturales comprende las fases de
producción, edición y distribución de contenidos
audiovisuales (radio, televisión abierta y de pago,
cinematografía, fonografía) y editoriales (prensa, libros).
8 Se califica de “presupuesto ideológico” la doctrina de libre
mercado que inspira la llamada “liberalización” de los
mercados info-comunicacionales ejecutada en los años
ochenta y noventa en el mismo sentido que plantea
Tremblay cuando cuestiona la denominación misma de
“sociedad informacional” (Tremblay, 1996).
9 El signo oligopólico de los mercados info-comunicacionales
es una de las características más estudiadas por la
economía política de la comunicación y algunos autores
como Robert McChesney (2002), Juan Carlos de Miguel
(2003) y Nicholas Garnham (2000), demuestran que la
136Quaderns del CAC: Número 21
concentración de estos mercados no constituye una suerte
de “enfermedad juvenil” sino un rasgo inherente a su
funcionamiento.
10 Originalmente creada como órgano técnico primero ligada
a la telegrafía (en 1865 fue fundada como Unión
Telegráfica Internacional y sus miembros eran 20 Estados),
la UIT es hoy una organización internacional del sistema de
las Naciones Unidas que funciona como escenario de
concertación de políticas entre los gobiernos de los
Estados miembros y el sector corporativo privado,
productor y distribuidor de infraestructuras info-
comunicacionales. No hay representantes de la sociedad
civil que graviten en las decisiones de la UIT. Para
Hamelink (1997), a partir de los años ochenta se
incrementa el rol de la comunidad internacional de
negocios como influencia central de los foros como la UIT
o el GATT (OMC).
11 Entre los numerosos estudios empíricos que contestan
estas hipótesis que correlacionan bienestar con
diseminación de tecnologías info-comunicacionales caben
citar los de Frissen y Punie (1997), Punie et al. (2003) y de
Nie et al. (2004).
12 El virtual fracaso del PIDC puede ser analizado en función
de sus determinaciones desarrollistas y difusionistas
vinculadas a un planteo “pragmático, desideologizado”
(Fasano Mertens, 1984) y también en función de la
ofensiva conservadora de los años ochenta emprendida
por el gobierno republicano de Ronald Reagan (Reyes
Matta, 1984) en sus dos presidencias consecutivas.
Hamelink (1997), en tanto, complementa esta explicación
argumentando el vacío de recursos que sufrió el PIDC
como una de las causas de su fracaso, sumado a la
incapacidad de transformarse en un foro genuinamente
multilateral de asistencia técnica.
13 Según enumera la Declaración de Principios de la CMSI,
“erradicar la pobreza extrema y el hambre, instaurar la
enseñanza primaria universal, promover la igualdad de
género y la autonomía de la mujer, reducir la mortalidad
infantil, mejorar la salud materna, combatir el VIH/SIDA, el
paludismo y otras enfermedades, garantizar la
sostenibilidad del medio ambiente y fomentar asociaciones
mundiales para el desarrollo que permitan forjar un mundo
más pacífico, justo y próspero” (CMSI, 2004a).
14 El documento “Puntos de referencia esenciales de la
sociedad civil para la CMSI”, del que se extrajo el párrafo
citado, es como su nombre aclara un texto de trabajo con
puntos de referencia, sin que los actores de la división de
sociedad civil presentes en la CMSI hayan alcanzado
completo consenso sobre el mismo.
15 Correspondencia personal.
16 Idem nota anterior.
17 Por ejemplo, la recomendación 29 del Informe señala que
debería facilitarse el acceso a los medios de comunicación
“tanto de los creadores como de los diversos grupos que
están en la base de la sociedad, para que puedan
expresarse y hacer oír su voz” (UNESCO, 1980: 442) y las
recomendaciones referidas a la “democratización de la
comunicación” (de la 52 a la 54) van en el mismo sentido.
18 EL FSD fue creado en el marco de la primera etapa de la
CMSI a propuesta de Senegal, Nigeria y Angola.
19 La mutación de la UNESCO en los últimos 25 años no pasa
desapercibida: de ser la caja de resonancia del entonces
pujante –aunque heterogéneo- Movimiento de Países No
Alineados en su estrategia de diagnóstico, regulación y
desafíos en materia de política internacional de
comunicación y cultura (Carlsson, 2003), la UNESCO
acusó la salida de Estados Unidos y Gran Bretaña en los
ochenta cuando iniciaba un giro representado por el
Programa Internacional de Desarrollo de la Comunicación
(PIDC) y por la “Nueva Estrategia de Comunicación” (NEC)
a partir de 1988. Con la NEC la UNESCO pretendió superar
y olvidar la década en que se abocó al Nuevo Orden
Mundial de la Información y la Comunicación.
20 En un escenario de concentración de grandes
conglomerados multimedia, inédito en la historia por
magnitud y alcances geográficos, la CMSI reconoce en los
medios de comunicación “su importante contribución a la
137Tema monográfico: Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI)
libertad de expresión y a la pluralidad de información
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141Entre la exaltación y la inquietud. El testimonio del presidente de la Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de la Comunicación
Sean MacBridePresidente de la Comisión Internacional para el Estudio de
los Problemas de la Comunicación
En junio de 1977 pasaba unos días de vacaciones en las
Landas (...). Tenía que pronunciar un discurso importante
unos días después, en el que quería abordar el papel y la
importancia de la prensa. Durante las discusiones Eric
Laurent sugirió que debería remarcar especialmente su
fragilidad y vulnerabilidad, y señaló las extraordinarias
presiones económicas, financieras y políticas a las que
estaban sometidos los medios de comunicación:
dominados por los intereses de las multinacionales de
importantes órganos de prensa, fruto del reagrupamiento y
de la concentración.
En el Reino Unido, el gran rotativo The Observer, creado
tras la Revolución Francesa, ha estado bajo control de una
sociedad petrolera americana, igual que The Times. Una
sociedad multinacional inglesa, Lonhro, descrita por el
Primer Ministro británico como la “cara inaceptable del
capitalismo”, está a punto de adquirir otros órganos
importantes de la prensa británica, como ya había hecho en
África. En Alemania el monopolio de Springer controlaba el
30% de la prensa, mientras que en Italia el importante diario
La Stampa es propiedad de Fiat. Finalmente, en Francia
hay actividades dirigidas al control de numerosos rotativos
de la prensa francesa.
Mi intervención se centró en este tema, y sugerí que quizá
había llegado el momento de que una organización como
la Unesco estudiara el problema y propusiera un objeto de
declaración o incluso de convención para salvaguardar el
derecho a la libertad de información. “Es importante”, añadí,
“que no seamos manipulados por los gobiernos ni por la
conjura de intereses económicos”.
Algunos meses más tarde el director general de la
Unesco, M.M’Bow, me propuso la presidencia de una
comisión internacional de estudio de los problemas de la
comunicación que agrupaba a dieciséis personalidades de
primer orden, como el fundador de Le Monde, Hubert
Beuce-Mery, el escritor colombiano Gabriel García Már-
quez, el portavoz del gobierno soviético Leònidas Zamiatine
y el sociólogo canadiense Marshall MacLuhan.
Los trabajos comenzaron en diciembre de 1977 y duraron
tres años. Experimenté, en el inicio de nuestro periplo por el
mundo de la comunicación, un sentimiento de exaltación y
también algunas inquietudes. Exaltación ante la
oportunidad que se me brindaba de estudiar un tema tan
importante para la paz y la expansión del hombre, e
inquietud ante la amplitud del sujeto y del carácter crucial de
los problemas.
Las circunstancias que rodeaban la creación de esta
comisión no me inspiraban el más mínimo optimismo. En
los años 70 las discusiones internacionales sobre el
problema de la comunicación habían llegado, en
numerosos puntos, y después de muchos esfuerzos, al
estadio del enfrentamiento directo. Las protestas que
levantaba el Tercer Mundo contra el flujo invasor de las
informaciones procedentes de los países industrializados
eran a menudo interpretadas como atentados a la libre
circulación de la información. Aquellos que defendían la
libertad de prensa eran acusados de atentar contra la
soberanía nacional.
La discordia que reinaba en el inicio de nuestros trabajos
era tal que quise que llegásemos urgentemente a un
análisis equilibrado, no partidista. Publicando nuestro
informe no pretendíamos poner punto final a una cuestión
tan gigantesca como la comunicación. Queríamos única-
mente que nuestro trabajo no se quedara en la búsqueda y
en la difusión de la información, sino que se situara en una
Entre la exaltación y la inquietud. El testimonio delpresidente de la Comisión Internacional para
el Estudio de los Problemas de la Comunicación
Sean MacBride
142Quaderns del CAC: Número 21
perspectiva más amplia, histórica, política y sociológica.
Dado que, por otro lado, la comunicación está en el centro
de todas las actividades humanas, diría parafraseando a
H.G. Wells que la historia de la humanidad es cada vez más
una carrera de velocidad entre la comunicación y la
catástrofe. La utilización completa de la comunicación, en
toda su diversidad, es vital si queremos que la humanidad
sea algo más que una historia... En otras palabras, si
queremos asegurar un porvenir a la infancia.
Algunos hechos me tenían particularmente preocupado.
En mi opinión, era imposible seguir confrontándose en un
mundo en el que el 6% de la población consume el 60% de
los productos básicos, y donde la desviación entre los
países situados en los dos extremos de la escala de
desarrollo es de 1 a 100.
Los mass media internacionales describen con frecuencia,
de manera contundente, las miserias, las inundaciones, las
epidemias y otros desastres de los cuales son víctimas los
países en desarrollo. Ayudan a desencadenar la asistencia
y la intervención de los gobiernos y de las organizaciones
privadas. Pero sería necesario que los mass media
superasen el estadio de los primeros auxilios y de la
reconstrucción para contribuir al desarrollo y al cambio, y
para adentrarse en el análisis de las causas.
En ese momento me acordé de una teoría periodística,
expresada por el magnate de la prensa americana W.
Randolph Hearst, que me asusta: “Las noticias son aquello
que es interesante, no necesariamente aquello que es
importante”. De la misma manera, en el curso de nuestras
encuestas, hemos tenido que acoger la constatación
siguiente: “Desde el momento en que las noticias no se
ocupan más que de aquello que es extraordinario, aquello
que es ordinario se hace invisible a los mass media y a su
público. Desgraciadamente, estamos habituados cultural-
mente a las noticias espectaculares, y encontramos
molestas las noticias que no lo son”.
Asimismo, defendí hasta el final la “necesidad de una
protección a los periodistas”, que a menudo son testimonios
molestos y constituyen por esta razón un blanco
privilegiado. Están expuestos a daños físicos en períodos
de conflicto o de guerra, igual que cuando trabajan en un
reportaje sobre reuniones o manifestaciones reprimidas por
las fuerzas del orden. Esta profesión tiene buenas razones
para recordar los 28 periodistas que han desaparecido en
Camboya sin dejar rastro, o el reportero de televisión
abatido a sangre fría por un oficial de la llamada Guardia
Nacional de Nicaragua. En 1977 Amnistía Internacional
contó 104 corresponsales de prensa desaparecidos o
encarcelados en 25 países. Las informaciones recogidas
por el Instituto Internacional de la Prensa sobre un período
de veinticinco meses, entre 1977 y 1978, señalaban las
cifras siguientes: 24 periodistas muertos; 57 heridos,
torturados o secuestrados; y 13 diarios víctimas de
atentados.
Finalmente recomendé el desarrollo del investigate
reporting (periodismo de investigación) al estilo anglosajón.
Su importancia había surgido durante y después de la
guerra del Vietnam, y había llegado al punto álgido con la
revolución de la administración Nixon. El periodismo de
investigación había jugado también un papel importante en
la denuncia de la tortura y de los maltratos. Igualmente
había descubierto numerosos casos de corrupción y de
operaciones financieras deshonestas. En conclusión,
revestía una gran importancia para la protección del público
contra la explotación comercial sin escrúpulos.
Fuente: MACBRIDE, S. L’exigència de la llibertat. Barcelona:
143Tema monográfico: La Unesco en la prensa internacional (1974-1984)
Mercè DíezProfesora del departamento de periodismo y ciencias de la
comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona
(UAB) y coordinadora de la Cátedra Unesco de comunica-
ción (Instituto de la Comunicación-Universidad Autónoma
de Barcelona)
Buena parte de la prensa occidental acogió con hostilidad
los trabajos de la Comisión Internacional para el Estudio de
los Problemas de la Comunicación (Comisión MacBride),
hasta el punto de que, en uno de sus últimos textos2, Seán
MacBride escribió que la campaña contra la Unesco y su
director general tuvo “reminiscencias de macartismo”.
Esta situación, sin embargo, no representaba una
novedad para esta organización internacional, sino que era
la conclusión coherente del clima de confrontación en los
debates que empezaron a producirse en el seno de la
Unesco ya desde principios de la década de los setenta. A
partir de ese momento se empezó a valorar un nuevo
enfoque de análisis centrado en las causas y las
consecuencias del desequilibrio en los flujos interna-
cionales de la comunicación, en el que se hacía hincapié en
la situación de dependencia informativa y cultural de los
países del Tercer Mundo y en la centralización de la
producción comunicativa en los países más avanzados.
Dicho planteamiento supuso la revisión del concepto de
desarrollo y el cuestionamiento de la doctrina
norteamericana de la libre circulación de la información que
hasta entonces habían regido la actuación de la Unesco.
El salto hacia las tribunas periodísticas de los debates que
desde hacía algunos años se estaban produciendo en la
Unesco se hizo especialmente patente con motivo de la I
Conferencia Intergubernamental sobre Políticas Nacionales
de Comunicación para América Latina y el Caribe,
celebrada en San José (Costa Rica) en julio de 1976. El
planteamiento de esta conferencia desató una amplia
oleada crítica por parte de asociaciones profesionales y
grandes medios privados.
A partir de un análisis del contenido de las informaciones
y artículos relacionados con los problemas de la
comunicación y los encuentros organizados por la Unesco,
Roger Heacock (1977)3 llega a la conclusión de que puede
hablarse de una campaña concertada entre diversos
organismos de prensa, que contó con el apoyo de agencias
de noticias y organizaciones profesionales. Entre las
entidades que protagonizaron las posiciones más críticas,
identifica a la Asociación Interamericana de Radiodifusión
(AIR) y a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que
representaban a propietarios de medios. Así mismo, la
prensa norteamericana mostró una reprobación prác-
ticamente unánime de la conferencia. Para Heacock esta
posición estaba en sintonía con ciertos intereses que se
sentían amenazados, particularmente los de agencias de
noticias como Associated Press (AP) y United Press
International (UPI).
En lo que respecta a la posición de los representantes de
los medios europeos, Heacock la considera más relajada,
y lo atribuye a la mayor familiaridad y aceptación del papel
de los gobiernos en el terreno de los medios de
comunicación, especialmente en lo que respecta a la
radiodifusión.
Las expresiones favorables al encuentro sobre Políticas
Nacionales de Comunicación para América Latina y el
Caribe únicamente se dieron en unos pocos países de la
región (Perú, Cuba, Venezuela4, Costa Rica). Según el
estudio de Heacock, en estos países la prensa apelaba a
la necesidad de buscar un mayor equilibrio en los flujos de
La Unesco en la prensa internacional (1974-1984)1
Mercè Díez
144Quaderns del CAC: Número 21
información, y destacaba la relación entre subdesarrollo y
dependencia.
Oposición a los encuentros de Bogotá y Quito
La preparación de la cumbre intergubernamental de San
José contó con dos reuniones de expertos previas, que se
celebraron en Bogotá (julio de 1974) y Quito (junio de
1975). Como explica Beltrán (1993), los expertos reunidos
en Bogotá recomendaron que las políticas estimulasen el
acceso a los mensajes de los medios de masas, así como
el uso de estos medios con finalidades educativas y
culturales. No se sugirió, sin embargo, su sustitución por
monopolios estatales de medios de comunicación. Beltrán
relata que, a pesar de ello, las asociaciones internacionales
de propietarios y directores de medios de comunicación
interpretaron las recomendaciones del encuentro de Bogotá
como amenazas a la libertad de prensa y a la empresa
privada. Por ese motivo iniciaron una campaña
internacional contra la realización del previsto encuentro
interguberna-mental sobre políticas de comunicación. Las
conclusiones de esta primera reunión de expertos, según
explica Heacock (1977, 32) provocaron conmoción en la
prensa norteamericana y latinoamericana, que empezó a
difundir la idea de que la Unesco favorecía la censura
gubernamental de los medios; una idea que se convertiría
en tópico en el debate sobre las políticas de comunicación.
De hecho, Heacock (1977, 41) atribuye a la presión
ejercida por la prensa la circunstancia de que la propia
Unesco denegara su reconocimiento al informe final de la
reunión de expertos de Bogotá. La AIR articuló su posición
crítica frente al documento de Bogotá en una reunión en
Manaos, en la que además expuso como uno de sus
principios básicos el de la libertad de empresa. La
respuesta de la Unesco, formulada desde la oficina del
propio director general5, remarcó, por un lado, que las
recomendaciones del documento no representaban la
opinión de la organización, sino simplemente la de los
expertos que lo habían elaborado, y por otro, que no
asumía el documento, ya que lo consideraban parcial y
desafortunado.
En lo referente a la reunión de Quito, el informe final del
encuentro indicaba la necesidad de asegurar un flujo
óptimo y equitativo de información entre América Latina y
los países caribeños, para salvaguardar su soberanía y
promover el desarrollo de la identidad nacional y regional.
Para ello se advertía sobre la conveniencia de crear
infraestructuras apropiadas, como agencias nacionales de
noticias, así como una agencia para toda la región
latinoamericana. En el documento también se señalaba que
los gobiernos que participasen en el establecimiento de la
agencia latinoamericana deberían arbitrar medidas legales
para facilitarle apoyo efectivo contra la competencia de las
agencias foráneas. Otro aspecto que se recogió en las
conclusiones era el estímulo de la cooperación con otras
regiones, como África y Asia. Heacock (1977:33) considera
que estas recomendaciones fueron formuladas con
circunspección, pero eso no evitó las críticas, que
provenían principalmente de las asociaciones de
empresarios de prensa y radiodifusión, así como de
grandes agencias, como la UPI.
Hacia mediados de marzo de 1976, tras el “triunfo” de las
posiciones empresariales que supuso la desvinculación de
la Unesco de las conclusiones del encuentro de Bogotá y a
pocos meses de la celebración de la conferencia
intergubernamental de Costa Rica, Heacock constata que la
campaña de prensa arreció y encontró un lugar
especialmente prominente tanto en los periódicos
estadounidenses como en los latinoamericanos6. Luis
Ramiro Beltrán (1993) retrata ese contexto diciendo que la
conferencia se llevó a cabo “bajo rudos ataques de los
medios de comunicación masiva”7.
Los lugares comunes de la prensa
Heacock observa una uniformidad en las tesis presentadas
por buena parte de la prensa a lo largo de todo el continente
americano, cosa que relaciona con el hecho de que las
fuentes de información dominantes eran idénticas y
contaban con similares intereses en la preservación de las
condiciones existentes de propiedad y flujos mediáticos.
En el núcleo de la argumentación crítica con las
actividades promovidas por la Unesco se destacaba la
vinculación entre la libertad de prensa y la democracia, a lo
que se contraponía, como una amenaza, la supuesta
voluntad de la Unesco de dar amparo a la censura y el
145Tema monográfico: La Unesco en la prensa internacional (1974-1984)
control gubernamental mediante apelaciones al
nacionalismo y la solidaridad regional. De hecho, esta
organización de Naciones Unidas era presentada como un
instrumento en manos de las fuerzas que aspiraban a
restringir la libertad de prensa, fundamentalmente
identificadas con los proyectos de la Unión Soviética en el
terreno de la información8. Entre los conceptos empleados
de manera recurrente también se encontraban los de
ilegalidad (de las propuestas), corrupción y conspiración.
En noviembre de 1976, pocos meses después de la
celebración de la conferencia de San José sobre políticas
de comunicación, la XIX Conferencia General de la Unesco,
celebrada en Nairobi, acordó crear la Comisión para el
Estudio de los Problemas de la Comunicación, que sería
presidida por Seán MacBride. El clima en la organización
era de extremo enfrentamiento. Las críticas suscitadas por
la conferencia de políticas de comunicación no sólo no se
habían disipado, sino que se recrudecieron con uno de los
puntos de la agenda de la conferencia de Nairobi. La Unión
Soviética presentaba de nuevo una propuesta, que ya
había planteado en 1970, donde reclamaba la
responsabilidad de los estados por la actividad internacional
desarrollada por los medios de comunicación dependientes
de su jurisdicción, lo cual implicaba el derecho de los
gobiernos a la rectificación de informaciones consideradas
erróneas o tendenciosas. Esta pretensión fue rechazada
por los representantes occidentales, ya que entendían que
se trataba de un control inadmisible sobre los medios que
entrañaba un grave peligro para la libertad de información.
Los trabajos de la comisión presidida por MacBride se
llevaron a cabo entre 1977 y 1979, “bajo el fuego nutrido de
los medios de comunicación”, según señala Luis Ramiro
Beltrán (1993). Durante ese período, concretamente
durante la celebración de la XX Conferencia General, en
1978, la Unesco incorporó por primera vez en sus
resoluciones el concepto de Nuevo Orden Mundial de la
Información y de la Comunicación (NOMIC)9.
En febrero de 1980 se presentó al director general el
informe final de la comisión. Como era previsible, el informe
suscitó rechazo por parte de los medios profesionales más
radicalmente opuestos a las tesis del Nuevo Orden. Un
ejemplo de este rechazo se puso de manifiesto en la
asamblea anual del Instituto Internacional de Prensa
(International Press Institute, IPI), celebrada en Florencia en
mayo, donde fue objeto de crítica por parte de numerosos
participantes10.
Un solo mundo
Sin embargo, en este mismo período de principios de 1980
también podían encontrarse iniciativas periodísticas que se
mostraban en sintonía con las tesis que abogaban por la
necesidad de plantear un debate sobre los flujos de
información y comunicación a nivel internacional. Cabe citar
aquí la experiencia de la edición del suplemento Un solo
mundo —que se presentaba con el subtítulo Suplemento
mundial para un nuevo orden económico internacional11. En
este proyecto participaron, a modo de pool, diarios como El
País (España), Le Monde (Francia), La Stampa (Italia),
Frankfurter Runschau (Alemania), To Vima (Grecia), El
Mudjahid (Argel), Indian Express (La India), Jornal do Brasil
(Brasil), Excelsior (México) y Dawn (Pakistán), entre otros.
El pool se constituyó en 1979 en una reunión convocada
por el diario Politika (antigua Yugoslavia). El objetivo
declarado del suplemento era proporcionar a los medios
participantes, especialmente a los del Tercer Mundo, así
como a las organizaciones de Naciones Unidas, la
posibilidad de publicar sus puntos de vista sobre el nuevo
orden internacional. Por medio del suplemento se pretendía
contribuir al diálogo necesario para la instauración de “un
orden económico más justo, más solidario y más eficaz”.
En este suplemento el diario La Stampa contribuía con un
artículo valorativo sobre el informe MacBride. En él se
destacaba que el informe era producto de un compromiso,
por lo que satisfacía y decepcionaba a la vez. También se
constataba que no ofrecía “respuestas claras” a las
cuestiones tratadas, pero a pesar de sus “insuficiencias” se
concluía afirmando que constituía “un gran paso de avance
hacia una mejor comprensión internacional”.
El diario El País, por su parte, contribuyó a dicho suple-
mento con un artículo sobre la libertad de expresión en
España, en el que explicaba las duras restricciones impues-
tas durante el período dictatorial. Ese contexto le servía
para argumentar las reticencias de la prensa española ante
cualquier propuesta de intervención estatal en materia de
información.
“De este oscuro túnel sale ahora la prensa española,
146Quaderns del CAC: Número 21
precisamente cuando la sociedad mundial se plantea la
necesidad de un nuevo orden de la información. Muchos
profesionales del periodismo y muchas empresas
periodísticas de España no pueden evitar un cierto temor
ante algunas formas que se ofrecen para conseguir tan
justo objetivo. La experiencia vivida durante cuarenta años
bajo el control y la tutela del Gobierno les dice que siempre
la intervención del Estado en materia de información ha
sido a costa de la libertad”12.
Unos meses más tarde, poco antes de la celebración de la
XXI Conferencia General de la Unesco en Belgrado, donde
debía presentarse el informe MacBride13, el diario El País
publicó un editorial de tono marcadamente crítico con el
informe y con la Unesco. En este artículo se avanzaba que
el informe de la comisión no sólo defraudaría las
expectativas despertadas, sino que además podría ser
utilizado fácilmente “por quienes desean restringir todavía
más las escasas áreas y los modestos techos de la libertad
de expresión en el planeta”. En este editorial el rechazo a
cualquier intervención de carácter estatal en el terreno de la
información era más explícito y tajante que las reservas
expresadas en el artículo publicado en el suplemento Un
solo mundo.
“Lo que asoma en el horizonte de ese preconizado
equilibrio entre libertades y responsabilidad, entre los
derechos y las necesidades de los individuos, de las
colectividades y de las naciones no es la figura de la
tolerancia, la equidad y la solidaridad como atributos de la
sociedad, sino el rostro del Estado censor e inquisitorial que
disfraza sus intereses materiales y de dominio con el ropaje
del bien común” 14.
El párrafo final del editorial reproducía otros los lugares
comunes de las críticas a la Unesco: su politización y su
carácter burocratizado.
“El informe MacBride parece, en definitiva, un gran
empeño y una preocupante realidad. Ya es lástima que algo
diseñado en principio para ampliar los techos de libertad y
desarrollo cultural de los hombres, como es la Unesco,
acabe siendo un foro de intereses y presiones políticas
destinado a garantizar a los regímenes que sean y a los
altos funcionarios internacionales en su inamovilidad en el
puesto”.
Desconfianza hacia el PIDC
Tras la ratificación del informe por parte de la Conferencia
General, Le Monde15 publicó un editorial en el que
argumentaba que, al haber sido ratificado por consenso, sin
votación, los delegados a la Conferencia General de
Belgrado habían aceptado “un compromiso lleno de
malentendidos”, con el que se había pretendido terminar
con el debate.
Con frecuencia, sin embargo, la crítica se simplifica y se
deforma el contenido del Informe hasta hacerle cómplice de
una política de limitación de la libertad de información y, por
ende, de la misma democracia16. Las reacciones contrarias,
en forma de artículos y editoriales periodísticos, ponían de
manifiesto la desconfianza de la prensa internacional hacia
el documento, que se centraba en las hipotéticas
restricciones a la libertad de prensa que implicaría su
aplicación. The New York Times17, por ejemplo, afirmaba
que “las naciones que respetan la libertad de comunicación
no necesitan de esas declaraciones o protecciones” y se
oponía a cualquier pretensión de crear un “sistema
internacional de supervisión”, aduciendo que los medios
privados de comunicación de Estados Unidos no lo
aceptarían de su propio gobierno.
La sospecha con la que se observaban las iniciativas de la
Unesco llegaba hasta tal punto que la IPI acogió con
inquietud el acuerdo para poner en marcha el Programa
Internacional para el Desarrollo de la Comunicación (PIDC),
que era producto de una propuesta occidental y que, de
hecho, supuso un intento de despolitización de la Unesco
mediante el impulso de una línea de actuación no
ideologizada y de carácter eminentemente técnico.
La cobertura periodística de la Conferencia General de
Belgrado por parte de los medios norteamericanos fue
analizada por el National News Council (NNC), un
organismo independiente estadounidense creado en 1973
con la intención de servir al interés público en la
preservación de la libertad de comunicación y fomentar las
buenas prácticas periodísticas18. El balance del informe del
NNC fue crítico con la prensa norteamericana. La primera
constatación del estudio fue que el 80% de las piezas
periodísticas provenían de las agencias AP y UPI. Desde el
punto de vista de los contenidos, se apreciaba que la
atención se había concentrado de manera abrumadora en
147Tema monográfico: La Unesco en la prensa internacional (1974-1984)
los temas referidos a la comunicación, sin mencionar
actividades fundamentales de la Unesco, como la lucha
contra el analfabetismo o la protección de monumentos
históricos. En el análisis de los artículos editoriales
dedicados a la política de la Unesco en relación a la
circulación mundial de la información se constató que la
mayoría (158 de 181) se mostraban muy hostiles, y que una
parte no despreciable (27, casi el 15%) abogaba por la
retirada de Estados Unidos de la organización. Otro
aspecto destacado era la preeminencia de la perspectiva de
los medios occidentales, que no era contrastada con otros
puntos de vista19.
La Declaración de Talloires
La coordinación de las posiciones críticas con la Unesco se
puso de manifiesto en una reunión celebrada en Talloires
(Francia) entre el 15 y el 17 de mayo de 1981 con el lema
Voces de libertad. En el encuentro se reunieron 63
representantes de empresas de comunicación (editores,
directores, periodistas) procedentes de 21 países, bajo los
auspicios del Comité Mundial de Libertad de Prensa (World
Press Freedom Committee)20. Los acuerdos de dicha
reunión quedaron plasmados en la Declaración de
Talloires21, que se presentaba explícitamente como una
respuesta de los medios del “mundo libre” a la formulación
del Nuevo Orden Mundial de la Información y la
Comunicación, que era considerada producto de una
campaña del bloque soviético y de ciertos países del Tercer
Mundo para otorgar a la Unesco la autoridad de trazar el
rumbo de los medios. La Declaración formulaba un
decálogo de principios a suscribir por parte de la
denominada “prensa libre”22. Entre los acuerdos, adoptados
por unanimidad, se encontraba un llamamiento a la Unesco
para que abandonase cualquier pretensión de regular la
prensa. Así mismo se instaba a esta organización de
Naciones Unidas a concentrarse en la aplicación de
“soluciones prácticas” para el avance de los medios del
Tercer Mundo. Por su parte, los firmantes de la declaración
se comprometían a expandir el libre flujo de la información
a nivel mundial y a dar apoyo a los esfuerzos de organismos
internacionales, gobiernos e instancias privadas en la
cooperación con el Tercer Mundo para mejorar sus medios
de producción y su formación.
Tan sólo unos días después de la reunión Talloires, 300
editores se reunían en Madrid, en el XXXIV Congreso de la
Federación Internacional de Editores de Diarios (FIEJ), y
declaraban su oposición a las propuestas del NOMIC
formuladas en la Conferencia General en Belgrado. Las
tesis expuestas se encontraban en plena sintonía con las
argumentaciones sostenidas con anterioridad en Talloires.
De esta manera, por ejemplo, se insistía en la idea de que
la Unesco ni respetaba el concepto occidental de la libertad
de prensa, porque facilitaba el intervencionismo estatal en
materia periodística, ni ayudaba al desenvolvimiento de los
medios de comunicación de los países en vías de
desarrollo. En una comunicación pronunciada en el
congreso, el director general de Time Newspapers llegó a
plantear la posibilidad de que los “países libres”
abandonasen la Unesco, e hizo un llamamiento a que la
FIEJ informase de “las auténticas actividades” de este
organismo23.
La reacción del movimiento de los Países No Alineados se
produjo en el mismo mes de mayo de 1981, en una reunión
intergubernamental para la coordinación de la información
celebrada en Georgetown (Guayana), donde se expresó el
“total apoyo a las actividades de la Unesco concernientes a
la promoción del NOII”, al mismo tiempo que rechazaban “la
campaña de desestabilización promovida por los centros
del poder transnacional contra la organización interna-
cional” (Nordenstreng, Gonzales i Weinwächter 1986, 37).
Los principios de la Declaración de Talloires (1981) se
reafirmaron en una nueva reunión de representantes de la
prensa que se celebró en esta misma localidad francesa
entre el 30 de septiembre y el 2 de octubre de 198324. En
esa conferencia se condenaron, entre otras cuestiones, las
propuestas destinadas a definir un derecho de comunicar
(se consideraba una restricción de un derecho universal),
las medidas gubernamentales o intergubernamentales para
el fomento de la democratización y la participación en la
comunicación (se consideraba que amenazaban a la
prensa y que eran innecesarias si existía una multiplicidad
de fuentes) o la imposición de códigos de conducta.
Como contrapartida, la conferencia de Talloires de 1983
acogió positivamente una declaración contenida en una
resolución adoptada en diciembre de 1982 por la
Conferencia General Extraordinaria de la Unesco, que
148Quaderns del CAC: Número 21
señalaba que “los medios de comunicación social podrían
realizar un importante aporte al escrutar todas las acciones
tendientes a suscitar abusos de poder”. Se interpretaba que
esta declaración reconocía “el aporte positivo que puede
realizar la prensa independiente a la protección de las
libertades individuales y al fortalecimiento de la sociedad
libre”.
En relación a las políticas nacionales de comunicación, los
asistentes a la conferencia no las rechazaron, pero siempre
y cuando se vinculasen a la promoción del desarrollo de
medios de comunicación privados e independientes, por lo
que aconsejaron que los organismos internacionales
siguiesen esa directriz en sus labores de asistencia a las
naciones en desarrollo.
Las conclusiones del encuentro recogían también una
recomendación sobre el tono del debate internacional sobre
la comunicación:
“Los debates internacionales sobre las comunicaciones
debieran cesar en su recriminación, represión o pesimismo.
En estos instantes se halla en pleno desarrollo una
expansión sin precedentes de todas las formas de
comunicación, hecho del cual se benefician aquellos que
están cerca tanto como aquellos que están lejos, las
naciones pobres tanto como las prósperas”.
El testimonio de un debate de sordos
Henri Pigeat, presidente de la AFP (Agence France Press)
entre 1979 y 1986 fue uno de los asistentes a las reuniones
de Talloires25. Su testimonio sobre el encuentro de 1983 se
recoge en una obra con un título que ya supone una
declaración de principios: Le Noveau Désordre Mondial de
l’Information. En ella comenta que el debate en la Unesco
entre la libertad de información y las demandas del Tercer
Mundo, constituyó “el ejemplo perfecto de un debate de
sordos, ciertamente agravado por el fogoso temperamento
de su director general” (Pigeat, 1987:216). En la Unesco se
estaban superponiendo dos debates, uno explícito y otro
oculto, según la opinión de Pigeat. En el primer caso, se
trataba del análisis de las causas de la debilidad de los
medios del Tercer Mundo y de las razones que impedían
que su voz fuera suficientemente atendida. El segundo
caso, el debate esencial, se encontraba subyacente al
anterior y afectaba a la misma concepción de la
información. Pigeat desarrolla un argumento según el cual
en la medida en que la mayor parte de los medios del
Tercer Mundo son gubernamentales, ya sea por razones
políticas o económicas, nos encontramos ante una
concepción de la información que preconiza el control
gubernamental de la prensa. Esto implica que los
responsables políticos pueden determinar objetivos
concretos a los medios, como por ejemplo favorecer el
desarrollo. El siguiente paso en el razonamiento de los
países del Tercer Mundo, según la versión de Pigeat, es
pensar que los medios internacionales no deben
contrarrestar las tareas de desarrollo en las que se
encuentran comprometidos los medios de estos países, lo
que justifica la adopción de medidas que eviten eventuales
perjuicios por parte de los medios internacionales,
especialmente de las agencias de prensa.
“Le débat est ainsi très vite devenue une attaque en règle
contre les agences mondiales, accusées tout à la fois
d’empêcher le développement des agences locales et de
nuire aux pays en voie de développement.” Pigeat
(1987:220)26.
La argumentación de Pigeat, sin embargo, va más allá del
mero ataque a la libertad de prensa. En su opinión el debate
no era sólo político, sino filosófico. Lo que estaba en juego
era el cuestionamiento, en nombre del desarrollo, de una
serie de valores que constituían el fundamento de la
autonomía individual, lo cual podía afectar a las
democracias occidentales.
“Le débat international sur l’information est donc un
révélateur de l’affaiblissement de l’idée de liberté de la
presse mais aussi de la valeur de l’esprit critique. C’est à cet
égard qu’il est le plus pervers, au sens où il s’agit d’un
empoissonnement surnois des idées et des principes. Le
poison a déjà commence son œuvre et j’ai parfois pu
constater que le débat sur l’information n’était pas sans
écho en Europe ou en Amérique et fournissait des
arguments à ceux qui, d’une manière ou d’une autre,
voulaient contrôler les médias”
“Sans en être conscients, nous avons laissé affaiblir des
principes qui étaient indiscutablement l’un des fondements
de notre civilisation et de nos institutions démocratiques”
(Pigeat 1987, 224)
149Tema monográfico: La Unesco en la prensa internacional (1974-1984)
Una decisión anunciada
Para el ex presidente de la AFP, fue el debate sobre la
circulación internacional de la información lo que condujo a
Estados Unidos y, posteriormente, al Reino Unido a
abandonar la Unesco, y no cuestiones vinculadas a la
financiación o a cuestiones personales. Sin embargo, las
críticas periodísticas que prepararon el terreno a la salida
de los Estados Unidos de esta organización se centraron
especialmente en remarcar su burocratización y cargaron
las tintas contra su director general, al que se
responsabilizaba del clima de enfrentamiento. Sólo unos
días antes del anuncio oficial de la administración Reagan
de la retirada norteamericana de la Unesco The New York
Times27 publicó un editorial en el que sentenciaba que “una
retirada norteamericana no dañaría ninguna causa
democrática ni el entendimiento internacional”, incluso se
consideraba que si era explicada convenientemente podría
promover los valores científicos y culturales28.
La retirada de Estados Unidos de la Unesco fue anunciada
en diciembre de 1983 y ejecutada un año mas tarde.
Edward S. Herman (1989, 238) constata que la Unesco
había despertado poco interés en la prensa antes de ese
anuncio, y que una vez consumada la salida de Estados
Unidos y del Reino Unido de la organización volvería a
mostrar escaso interés. Sin embargo, en el período que va
del anuncio oficial a la retirada se intensificaron las
informaciones, que se centraron especialmente en la
supuesta situación de despilfarro y corrupción en esta
organización internacional.
Para Anthony Giffard (1989) —que analizó los términos en
que se posicionó la prensa norteamericana sobre la Unesco
entre 1983 y 1987— la prensa estableció relaciones de
simbiosis con el Departamento de Estado y con
determinados grupos de interés para crear un clima de
aceptación pública de la posición de Estados Unidos en
relación a la Unesco. La imagen que la prensa proyectó de
esta organización fue abrumadoramente negativa, según el
estudio de Giffard. Además, en el tratamiento del debate
por parte de los medios norteamericanos se tendió a ignorar
el contexto internacional, por ejemplo, la posición del
movimiento de Países No Alineados en relación a la libertad
de prensa y los derechos de comunicación, lo cual hubiese
podido ofrecer otras perspectivas de interpretación. Para
Giffard la razón que motivó esta beligerancia era que la
propuesta de un Nuevo Orden de la Información y la
Comunicación era percibida como una amenaza a los
intereses norteamericanos. Con una perspectiva más
amplia, sin embargo, las razones deben buscarse en las
dificultades de Estados Unidos y de otros países
occidentales para adaptarse a los efectos de un proceso de
descolonización que había comportado la irrupción de
nuevas voces en un foro destinado al debate internacional
como la Unesco.
Notas
1 Para la elaboración de este texto se contó con una
colección de artículos de prensa de los años cruciales del
debate sobre el Nuevo Orden Internacional de la
Información y la Comunicación, que fueron facilitados por
Manuel Parés y Miquel de Moragas. Mi agradecimiento por
su amabilidad.
2 Prefacio de la obra de Preston, Herman y Schiller (1989).
3 El trabajo de Heacock se planteó inicialmente a petición de
funcionarios de la propia organización internacional,
aunque fue patrocinado por el Graduate Institute of
International Studies, con sede en Ginebra. Un primer
borrador se presentó en la XIX Conferencia General de
Nairobi (octubre-noviembre de 1976), pero, según
Heacock, la Unesco se mostró escasamente interesada en
el informe elaborado, ya que por aquel entonces, bajo la
presión de los Estados Unidos, intentaba conciliar las
críticas occidentales y “moderar el conflicto” (Heacock
1977, 6).
4 El Colegio Nacional de Periodistas de Venezuela aprobó un
documento de apoyo a la conferencia de San José.
5 Desde enero de 1974 era el senegalés Amadou-Mahtar
M’Bow.
6 Este autor constata que las críticas más duras al papel de
150Quaderns del CAC: Número 21
la Unesco fueron formuladas antes de la conferencia de
San José por la prensa latinoamericana. Una vez
clausurada la conferencia, su posición pasó a ser más
moderada, mientras que las críticas serían ampliamente
difundidas por medios norteamericanos. Para Heacock
este giro en la actitud de la prensa latinoamericana se pudo
producir como consecuencia del posicionamiento público
de los gobiernos latinoamericanos a favor de las políticas
nacionales de comunicación.
7 El producto de la reunión fue una declaración “equivalente
a un credo de la democratización de la comunicación”, en
opinión de Beltrán (1993). Así mismo, se aprobaron una
treintena de recomendaciones con la intención de que cada
país aplicase la política más adecuada según sus
circunstancias.
8 El argumento no entraba a analizar la correlación de
fuerzas existente en el seno de la organización, que no se
mantuvo al margen de la emergencia de los Países No
Alineados en el concierto internacional, a menudo
apoyados desde la órbita soviética. De hecho, como señala
Heacock (1977, 52), se distorsionaba el papel de la
Unesco, que era presentada como un actor con un papel
específico y no como un foro de debate en el que las
decisiones se tomaban mediante procedimientos
democráticos, ya fuese por mayoría o por consenso.
9 El británico The Observer publicó la misma semana en que
se celebraba la XX Conferencia General un artículo bajo el
título de “El pecado original de la Unesco” (“Unesco’s
original sin”) en el que criticaba el proceso de diálogo
impulsado desde esta organización y, más concretamente,
por la comisión MacBride sobre conceptos clave de la
esfera comunicacional, como el de libertad de información.
“Countries where the Government controls de press, and
countries where the Government does not control it, cannot
share a common code of values, or issue valid common
declarations, on the subject of freedom of information.
Obviously, it suits governments that control their own press
to pretend publicly that they are champions of freedom of
information” (The Observer, 22 de octubre de 1978).
10 El País, 8 de mayo de 1980. Unos meses más tarde, el
mismo periódico recogía unas declaraciones del presidente
del IPI en las que afirmaba que el informe MacBride estaba
en contra de la libertad de prensa porque favorecía la
intervención de los gobiernos (El País, 24 de enero de
1981). Así mismo, con posterioridad publicaba una
entrevista con el director general de la Unesco en la que
éste acusaba al IPI de estar sistemáticamente en contra de
la Unesco y de atribuirle “puntos de vista y actitudes falsos”
(El País, 8 de marzo de 1981).
11 Entre otros, el suplemento fue publicado por Le Monde el
28 de marzo de 1980 y por El País el 4 de abril.
12 El País, 4 de abril de 1980. Suplemento Un solo mundo, III.
13 En esta Conferencia General, celebrada en octubre de
1980, además de aceptarse el informe por consenso, se
aprobó una resolución que establecía las bases del Nuevo
Orden Mundial de la Información y la Comunicación, y se
renovó el mandato del director general hasta 1987.
14 El País, 30 de septiembre de 1980.
15 Le Monde, 28 de octubre de 1980.
16 Un buen ejemplo es un artículo del norteamericano Paul
Chutkow —asistió a la conferencia de Belgrado como
corresponsal de AP— que publicó La Vanguardia en dos
entregas, bajo el título “Desafío a Occidente”. En él ya se
apuntaba la posibilidad que algunos gobiernos
occidentales reevaluasen su participación en la
organización internacional.(La Vanguardia, 18 y 19 de
marzo de 1981; previamente había sido publicado en
L’Express, concretamente los días 7 y 13 de marzo). El
mismo periodista firmaba una información publicada el 22
de octubre de 1980 en el International Herald Tribune en la
que se aseguraba que William Harley, jefe del secretariado
de la comisión de los Estados Unidos en la Unesco, había
presentado una declaración en la XXI Conferencia General
que representaba un ataque contra los representantes
oficiales de este organismo internacional y que anunciaba
una futura confrontación entre Occidente y una coalición de
países comunistas y del Tercer Mundo. Sin embargo, en
una información de Le Monde (18 de marzo de 1981, pág.
151Tema monográfico: La Unesco en la prensa internacional (1974-1984)
42) se recogía la sorpresa de Harley por esta versión de su
informe, ya que en él había mostrado su apoyo a las
propuestas de M’Bow, director general de la Unesco.
17 27 de octubre de 1980.
18 El NNC no tenía capacidad sancionadora. Desarrolló su
labor por un período de diez años. Aunque encontró el
apoyo de algunas grandes empresas, como la CBS, el
conjunto de los medios no le prestó excesivo apoyo, e
incluso algunos periodistas influyentes se manifestaron
contra su existencia, bien por considerarlo un organismo
superfluo o bien porque pensaban que constreñía la
libertad de la prensa.
Para una reflexión sobre el NNC puede consultarse el
artículo de Mike Wallace “Why My Mind Has Changad
about the Value of a Nacional News Council”, en línea en
www.news-council.org/articles/95wal.html
19 18 de marzo de 1981, Le Monde, pág. 42 y El País, pág. 33
20 El Comité, creado en 1976, agrupaba a la Asociación
Norteamericana de Diarios, las agencias AP y UPI, y a la
Federación Internacional de Periodistas.
21 World Press Freedom Comittee. The Declaration of
Talloires. A Constructive Approach to a Global Information
O r d e r .
www.wpfc.org/site/docs/pdf/Publications/Declaration %20
of%20Talloires.pdf
22 Edward S. Herman apunta que, en el discurso de los mass
media, la prensa libre está implícitamente o explícitamente
en manos privadas, se financia principalmente mediante
publicidad y no está sujeta a controles gubernamentales o
cualquier otra norma obligatoria de responsabilidad social.
Edward S. Herman. “U.S. Mass Media Coverage of the
U.S. Withdrawal from Unesco”, a Preston, Herman y
Schiller (1989).
23 El País i Avui, 26 de mayo de 1981.
24 El lema del encuentro era “Voces de Libertad 83: prensa
libre, pueblo libre”, y en su organización participaba,
además del Comité Mundial de Libertad de Premsa, el
Instituto Internacional de la Prensa. Ver “Voces de Libertad
83: Prensa libre, pueblo libre”. Documento final de la
reunión de Talloires. Cuadernos de Información, núm. 1 /
1984. Facultad de Comunicaciones. Pontificia Universidad
Católica de Chile.
www.uc.cl/fcom/p4_fcom/site/artic/20041217/pags/
20041217164740.html
25 Con posterioridad Pigeat colaboró con la Unesco formando
parte del comité consultivo del Informe mundial sobre la
comunicación y la informacion 1999-2000
26 Si bien se muestra refractario a las propuestas reforma-
doras que provenían de los países menos desarrollados,
Pigeat (1987:221) remarca sin embargo la predisposición
de las agencias de noticias a participar en programas de
desarrollo a favor de los países del Tercer Mundo. En
concreto destaca que AFP prestó ayuda en la creación de
agencias en África, Ásia y Oriente Medio, que contaron con
la intervención de la Unesco.
27 16 de diciembre de 1983.
28 En una información firmada por José Maria Carrascal en el
conservador diario ABC (30-12-1983, pág. 31) se
interpretaba que este artículo fue el detonante de la salida
de estados Unidos de la Unesco porque “la Administración
Reagan no podía consentir que el New York Times les
sobrepasase por la derecha”. El artículo concluía
ironizando que “la Unesco había conseguido algo bien
difícil y que seguramente no estaba en sus propósitos:
poner de acuerdo a Ronald Reagan y al New York Times.
152Quaderns del CAC: Número 21
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153
Reproducciones de algunos textos periodísticos significativos
Reproducciones de algunos textos periodísticos significativos
Fuente: El País, 4 de abril de 1980
154Quaderns del CAC: Número 21
Fuente: The Observer, 22 de octubre de 1978
155Reproducciones de algunos textos periodísticos significativos
Fuente: Le Monde, 18 de marzo de 1981
156Quaderns del CAC: Número 21
Fuente: El País, 30 de septiembre de 1980
157Reproducciones de algunos textos periodísticos significativos
Fuente: La Vanguardia, 18 de marzo de 1981
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162Quaderns del CAC: Número 21
.Presentación 2.Introducción 5.Tema monográfico. Valoraciones históricas del Informe 25 años después 15Rehabilitación de la Comisión MacBride: 25 años después Mustapha Masmoudi 15Una nueva lectura del Informe MacBride Hamid Mowlana 19El Informe MacBride, siempre de actualidad Gaëtan Tremblay 21El Informe MacBride: su valor para una nueva generación Andrew Calabrese 23Sean McBride: XXV Aniversario de la aprobación del Informe Un solo mundo, voces múltiples Antonio Pasquali 27Recuerdo de lo que no fue Héctor Schmucler 29Un memento latinoamericano del Informe MacBride: sigue en pie el catecismo de utopías Luis Ramiro Beltrán 31Aspectos actuales del Informe MacBride: un punto de vista latinoamericano Enrique E. Sánchez Ruiz 3525 años del Informe MacBride: experiencia y perspectiva asiáticas Eddie C. Y. Kuo y Xu Xiaoge 39Las contradicciones de las sociedades de la información Robin Mansell 41Un hito en el gran debate mediático Kaarle Nordenstreng 45Sí, las ideas del Informe MacBride son todavía vigentes Patricio Tupper 49Una nueva lectura del Informe MacBride Armand Mattelart 53El poder de los textos sagrados Daniel Biltereyst y Veva Leye 55El Informe MacBride, visto en perspectiva Ulla Carlsson 59Del Informe MacBride a la CMSI: herencias y transformaciones del debate mundial sobre los desequilibrios 65en materia de comunicación Claudia PadovaniEl Informe MacBride 25 años después: la propuesta que el Primer Mundo se negó a aceptar Fernando Quirós 71Una mirada constructiva sobre el Informe MacBride Ramón Zallo 75El Informe MacBride desde Cataluña: balance de una esperanza Josep Gifreu 79El Informe MacBride: su huella en Cataluña Miquel de Moragas 83.La comunicación internacional hoy: problemática y perspectivas 87De la fractura mediática a la fractura digital. El incremento de los desequilibrios comunicativos entre el Norte y el Sur Valério Cruz Brittos 87Salida y regreso de Estados Unidos a la Unesco: ¿flexibilidad o endurecimiento ante el fantasma de MacBride? Divina Frau-Meigs 101Las políticas comunicación de la Unesco en 2005. ¿Qué queda del espíritu MacBride? Isabel Fernández Alonso 112Las políticas de infocomunicación ante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información(CMSI) Martín Becerra 125.Entre la exaltación y la inquietud. El testimonio del presidente de la Comisión Internacional 141para el Estudio de los Problemas de la Comunicación Sean MacBride.Dossier “Documentos históricos”. Reacciones de la prensa internacional al Informe 143
La Unesco en la prensa internacional (1974-1984) Mercè Díez 143Reproducciones de algunos textos periodísticos significativos 153.Bibliografía 159.Enlaces 161
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