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“Quédate con nosotros, Señor” Lucas 24, 29 Mes de la ... · Descubrimos un mundo nuevo. Sus...

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1 “Quédate con nosotros, Señor” Lucas 24, 29 Mes de la Biblia 2005 Presentación La Comisión Nacional de Pastoral Bíblica pone en sus manos el presente material, con el deseo inmenso que muchos hermanos y hermanas de nuestro país se reúnan entorno a la Palabra de Dios, durante el mes de la Biblia. Para lo cual, les ofrecemos un itinerario de lectura, reflexión y oración con una selección de textos bíblicos de la tradición eucarística de nuestra iglesia. La Eucaristía se ha revelado como el espacio del Dios cercano, el espacio de la luz y de la vida. Cada celebración porta misteriosamente el triunfo del Cristo Resucitado, que ha vencido las fuerzas del pecado y de la muerte. En ella la Palabra proclamada y el Pan compartido se transforman en causa de consolación y gozo en el Espíritu para todos aquellos que se acercan con ánimo dispuesto y corazón sincero. La Eucaristía hace la Iglesia, la congrega, la anima y la envía permanentemente en misión. La Iglesia vive de la Eucaristía. Lo anterior, se enriquece cuando contemplamos humildemente las comidas de Jesús. Descubrimos un mundo nuevo. Sus palabras y gestos devuelven la confianza, hacen crecer la fraternidad, el perdón, la dignidad y la paz. Aparece el Dios con nosotros, el Esperado de todos los tiempos, el Sol que nace de lo Alto, el Pan bajado del cielo. Así, desaparecen los individualismos, temores y pobrezas. Así, las cuatro fichas siguientes pretenden recrear el ambiente de compasión y misericordia junto al lago de Galilea; el espacio de amistad, donación, y fraternidad del Cenáculo de Jerusalén; el atardecer íntimo de los Peregrinos de Emaus. Todo ello, introducido por el encuentro de Marta y María con Jesús en Betania. En fin, momentos de gracia y bendición que nos abrirán a proclamar con el apóstol Pedro: ¿A quién iremos Señor? Sólo Tú tienes Palabras de Vida Eterna. Invitamos pues, a todas las comunidades a participar vivamente en este Mes de la Biblia. Estamos seguros, que con la gracia de nuestro buen Padre Dios, no sólo será un beneficio personal y de la propia comunidad, sino también gracia compartida con toda la Iglesia que peregrina en Chile. Muchas bendiciones y saludos de los miembros de la Comisión. Santiago Silva R. Obispo auxiliar de Valparaíso Presidente CN Pastoral Bíblica
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“Quédate con nosotros, Señor” Lucas 24, 29 Mes de la Biblia 2005 Presentación La Comisión Nacional de Pastoral Bíblica pone en sus manos el presente material, con el deseo inmenso que muchos hermanos y hermanas de nuestro país se reúnan entorno a la Palabra de Dios, durante el mes de la Biblia. Para lo cual, les ofrecemos un itinerario de lectura, reflexión y oración con una selección de textos bíblicos de la tradición eucarística de nuestra iglesia. La Eucaristía se ha revelado como el espacio del Dios cercano, el espacio de la luz y de la vida. Cada celebración porta misteriosamente el triunfo del Cristo Resucitado, que ha vencido las fuerzas del pecado y de la muerte. En ella la Palabra proclamada y el Pan compartido se transforman en causa de consolación y gozo en el Espíritu para todos aquellos que se acercan con ánimo dispuesto y corazón sincero. La Eucaristía hace la Iglesia, la congrega, la anima y la envía permanentemente en misión. La Iglesia vive de la Eucaristía. Lo anterior, se enriquece cuando contemplamos humildemente las comidas de Jesús. Descubrimos un mundo nuevo. Sus palabras y gestos devuelven la confianza, hacen crecer la fraternidad, el perdón, la dignidad y la paz. Aparece el Dios con nosotros, el Esperado de todos los tiempos, el Sol que nace de lo Alto, el Pan bajado del cielo. Así, desaparecen los individualismos, temores y pobrezas. Así, las cuatro fichas siguientes pretenden recrear el ambiente de compasión y misericordia junto al lago de Galilea; el espacio de amistad, donación, y fraternidad del Cenáculo de Jerusalén; el atardecer íntimo de los Peregrinos de Emaus. Todo ello, introducido por el encuentro de Marta y María con Jesús en Betania. En fin, momentos de gracia y bendición que nos abrirán a proclamar con el apóstol Pedro: ¿A quién iremos Señor? Sólo Tú tienes Palabras de Vida Eterna. Invitamos pues, a todas las comunidades a participar vivamente en este Mes de la Biblia. Estamos seguros, que con la gracia de nuestro buen Padre Dios, no sólo será un beneficio personal y de la propia comunidad, sino también gracia compartida con toda la Iglesia que peregrina en Chile. Muchas bendiciones y saludos de los miembros de la Comisión. Santiago Silva R. Obispo auxiliar de Valparaíso Presidente CN Pastoral Bíblica

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ALIMENTARSE DE LA PALABRA MEDIANTE LA LECTIO DIVINA

La Palabra de Dios es alimento para nuestra vida cristiana en la medida que aprendemos a escucharla. Uno se alimenta de la Palabra cuando la escucha y cuando la practica. El pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía son alimentos indispensables en nuestro seguimiento del Señor como discípulos, alimentos para el hoy de nuestras vidas que nos conducen hasta la vida eterna. Para que sea así debemos “comer la Palabra” y el ejercicio de lectura orante llamada Lectio divina nos ayudará a ello. Para alimentarnos de la Palabra tengamos en cuenta lo siguiente:

1. Disposiciones para escuchar la Palabra. 2. Invocación al Espíritu Santo 3. El alimento de la Palabra mediante la Lectio divina.

EL ALIMENTO DE LA PALABRA PASO 1: Disposiciones para escuchar la Palabra Cuando entramos en comunión con el Señor a través de su Palabra viva y eficaz debemos -como Moisés- “sacarnos las sandalias de los pies” (Ex 3,5), es decir, despojarnos de todo cuanto impida una comunicación viva con Dios. El alimento de la Palabra nos pide tener, como Moisés, un profundo respeto ante la presencia real del Señor que sale a nuestro encuentro por su Palabra. Nos invita a creer en lo que nos dice y, para que esto sea posible, crear en nosotros y entre nosotros un clima de oración propicio para la escucha. Las dos siguientes orientaciones nos ayudarán: * El ambiente externo para el alimento de la Palabra Una comida celebrativa o una cena especial nos exigen una preocupación especial no sólo por preparar muy bien los alimentos, sino también por tener un ambiente adecuado para hacer de este encuentro un momento de alegría y comunión. Algo semejante nos ocurre cuando tenemos que alimentarnos con el pan de la Palabra.

- Así como las cenas importantes no las hacemos en cualquier lugar, busquemos un lugar apropiado para sumergirnos en una lectura orante lejos de los ruidos habituales, fuera de las urgencias que impone la vida: ¡hay que darse tiempo y un corazón con ganas de escuchar a Dios!

- Así como adornamos nuestras casas para un invitado especial, así también ambientemos el lugar donde nos vamos a reunir para escuchar a Jesús: velas, ambón para poner una Biblia abierta, flores, alguna frase alusiva…

- Así como pensamos en los detalles de nuestra comida importante así también pensemos en todo aquello que debemos tener para alimentarnos con el pan de la Palabra: preparar el encuentro llevando el texto leído, los cantos que vamos a emplear, tener más Nuevos Testamentos…, es decir, seamos creativos para que todos nos ayude a que el alimento de la Palabra nos anime y guíe.

* Ambiente interno para el alimento de la Palabra

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El ambiente interno, el del corazón que escucha, se prepara saliendo de los ruidos personales que estorban nuestro encuentro con Jesús vivo. Para esto, debo tomar clara conciencia a lo que voy, pedir el don del Espíritu, cerrar nuestros ojos por unos momentos para abrir los ojos de la fe y recibir la Palabra como Palabra de Jesús. Sobre todo necesito anhelos de amar a Jesús: ¡cuando se ama de verdad, se escucha de verdad! PASO 2: Invocación al Espíritu Santo En nuestra preparación para recibir el alimento de la Palabra hay un protagonista fundamental: ¡el Espíritu Santo! Todo encuentro con la Palabra parte por la invocación del Espíritu Santo, porque es Él quien abre nuestra inteligencia para comprender lo que Dios quiere comunicarnos, y es él quien nos fortalece para hacer realidad el querer de Dios en nuestra vida cotidiana. Se trata de pedir el mismo Espíritu que descendió sobre los apóstoles, haciendo posible su comprensión y aceptación de Jesús (Jn 16,13). Él viene sobre nosotros para que la Palabra sea engendradora de vida y verdad. Lo que buscamos es vivir una lectura orante de la Palabra de “manera espiritual”, es decir, bajo la acción sabia del Espíritu, el mismo que inspiró a los autores de la Biblia. Sin la asistencia del Espíritu, la lectura de la Biblia se transforma en un ejercicio intelectual, un indagar la letra escrita quedándose en detalles, sin llegar al mensaje de Dios que el texto contiene.

Invoquemos al Espíritu Santo para que él se derrame sobre nosotros

y nos haga criaturas nuevas a imagen de Jesús, capaces de amar, creer y esperar.

PASO 3: El alimento de la Palabra mediante la Lectio divina La Lectio divina es un método de lectura orante de la Palabra de Dios. Porque es “lectura” buscamos comprender el texto para descubrir el mensaje de Jesús, y porque es “orante” entramos en diálogo con Jesús dejando que su mensaje nos anime y guíe. Un “método” es simplemente un camino gracias al cual llegamos a nuestra meta o destino. Si la meta es el encuentro personal y comunitario con Jesucristo vivo, Palabra plena y definitiva del Padre, entonces un buen método o camino nos debe ayudar a conseguir esa meta. A esto nos ayuda la Lectio divina con sus cuatro pasos de lectura, meditación, oración y contemplación. Se trata de cuatro actitudes básicas del discípulo que, porque anhela seguir al Señor, se sienta a los pies de su Maestro para escuchar su Palabra (Lc 10,39). Esta disposición de escucha lo lleva a comprender la Palabra (Lectura), a hacerla realidad en su vida (Meditación), a suplicar fuerza y luz para seguir el camino de Jesús y a dar gracias por su obra en la Iglesia (Oración), y a impregnarse del Reino de Dios y a trabajar por su venida (Contemplación). Recordemos que la Lectio divina es una lectura atenta de la Sagrada Escritura como la de un discípulo pendiente a no perder ninguna palabra de su maestro. Esta lectura prepara la conversión, pues la Biblia es “como un espejo” que pone al descubierto nuestras incoherencias y disfraces, porque es camino de revelación de Jesucristo y, por lo mismo, manifestación de la propia y más íntima verdad, pues “penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta lo más profundo del ser y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb 4,12).

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CUADRO RESUMEN DE LOS PASOS DE LA LECTIO DIVINA:

Sagrada Escritura es…

Palabra de Dios escrita

por inspiración del Espíritu Santo

confiada a la Iglesia

para la salvación

� Leer

� Meditar

� Orar

� Contemplar/practicar

¿Qué dice el texto bíblico?

¿Qué nos dice el Señor por su Palabra?

¿Qué le decimos al Señor motivados por

su Palabra?

¿A qué conversión y acciones nos invita el

Señor?

Comprender la Palabra…

para descubrir lo que

Dios nos enseña mediante el autor

inspirado.

Actualizar

la Palabra…

para interpelar la vida, conocer su sentido, me-jorar nuestra misión y

fortalecer la esperanza.

Orar

la Palabra…

para dialogar con Dios y celebrar

nuestra fe en familia o comunidad.

Practicar

la Palabra…

para conducir la vida (practicar) según los

criterios de Dios (conversión).

RECURSOS QUE AYUDAN A LA LECTIO DIVINA: Para alimentarnos de la Palabra mediante la Lectio divina podemos ayudarnos con varios signos:

Palabras, frases o acontecimientos que MARCO…

Para Leer

Con el Signo de interrogación (?)

y el subrayado (ej.: salvar)

cuando no entiendo. cuando considero que se trata del

mensaje central del texto. �

Para Meditar

Con el Signo de exclamación (¡)

cuando interpelan intenciones y

acciones. �

Para Orar

Con el Asterisco (*) cuando me ayudan a orar.

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Para Actuar Palabra al margen del texto

escribo una palabra (ej. “diálogo”) que me indique el camino a seguir.

ES TIERRA BUENA PARA JESÚS SEMBRADOR...

Hagamos un ejercicio de Lectio divina con San Lucas 10,38-42: Encuentro de Jesús con Marta y María de Betania.

A No podemos abrir el corazón a la Palabra sin el don del Espíritu Santo. Lo invocamos como hijos e hijas para que el Padre envíe sobre nosotros los dones de inteligencia y sabiduría y así abrir nuestros ojos a la comprensión del mensaje, y el don de fortaleza para disponer nuestro corazón a la práctica de su Palabra. Luego, se proclama con voz clara y fuerte el texto bíblico. Acogemos la Palabra con algún canto. B Dejamos un tiempo para que, en ambiente de oración, cada uno marque el texto bíblico con un signo de interrogación cuando no entiende alguna palabra o frase, subraye aquello que le parezca que es el tema central del texto, y ponga un signo de exclamación cuando la Palabra lo interpela. No es necesario emplear todos los signos, se puede optar por alguno de ellos. C Siempre en ambiente de oración y fraternidad ponemos en común los signos. Primero el de interrogación, y expreso por qué no entiendo; todos, con la ayuda del animador, se esfuerzan por explicar lo que no se comprendió. Luego, lo que subrayé y digo por qué creo que esa palabra o acontecimiento es el mensaje central del pasaje bíblico; los que participan llegan a un acuerdo sobre el tema más importante del pasaje (mensaje) y los temas menos importantes. Finalmente el de exclamación y comparto por qué esa palabra, frase o acontecimiento interpela mi vida. Si la comunidad es numerosa, se puede compartir en grupos más pequeños. D Volvemos a leer el texto bíblico. De nuevo dejamos un tiempo para que cada uno, en ambiente de oración y teniendo en cuenta lo que se ha dicho, lo marque esta vez con un asterisco cuando la palabra o frase me mueve a una oración de petición, acción de gracias, alabanza…, y anoto al margen del texto alguna palabra que indique el cambio de conducta que Dios me pide. E Ponemos fraternalmente en común estos dos signos. Oramos guiándonos por lo marcado con asteriscos y teniendo en cuenta nuestra vida y el mensaje central del texto. Luego

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compartimos los compromisos que el Señor nos hace ver siguiendo las palabras puestas al margen del texto. Terminamos con una oración y un canto. Se puede también compartir la mesa con sencillez.

DESARROLLO DE LOS ENCUENTROS PARA EL MES DE LA BIBLIA 1. Antes del encuentro: Se motiva con insistencia el MES DE LA BIBLIA en comunidades parroquiales y colegios. Es un encuentro por semana y se pueden aprovechar las mismas reuniones ya programadas. Se invita a que todos traigan su Biblia. Se prepara el lugar para la realización del encuentro. ¡Que todos se sientan a gusto y acogidos! Que la Sagrada Escritura de la que se va a proclamar la Palabra de Dios permanezca siempre en un lugar adornado dignamente (ambón, velas, flores…). El animador del encuentro tiene que haber leído antes el texto bíblico y conocer bien el contenido de cada ficha. 2. Durante el encuentro: Se inicia el encuentro con un canto y la oración inicial para invocar la presencia del Espíritu Santo. Él nos dispone a acoger con corazón limpio el mensaje de Dios. Se encienden las velas que están junto a la Biblia y el animador (u otro) motiva el encuentro resaltando la importancia de la Palabra de Dios y las disposiciones para escucharla. Se puede entrar en procesión con la Sagrada Escritura acompañada por el canto de todos. Antes de proclamar la Palabra de Dios se indica el texto bíblico y se espera que todos lo encuentren en su Biblia. Luego, el encuentro se desarrolla del siguiente modo: 1- Leamos la Palabra de Dios

1.1- Proclamamos la Palabra

Dios como Padre nos habla; nosotros, la familia

de los discípulos de Jesús, acogemos de corazón lo que nos quiere decir.

1.2- Compartamos la vida Dios habla por la vida. Nos fijamos en los aspectos de nuestra vida que nos ayudan a entender el mensaje de Dios y que, a la vez, necesitan ser iluminados por su Palabra.

1.3- Escuchamos a Dios Dios habla en la Sagrada Escritura. Nos fijamos en el mensaje que el pasaje bíblico consigna. Ese mensaje es Palabra de Dios viva y eficaz que alimenta nuestra condición de discípulos.

2- Meditamos el mensaje y la vida Dios habla para la vida. El mensaje de Dios nos interpela: dejemos que ilumine nuestra vida y nos muestre el camino a seguir.

3- Oramos el mensaje y la vida Desde la vida iluminada por la Palabra

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dialogamos con Dios y, como comunidad orante, celebramos nuestra fe alabando, dando gracias, pidiendo…

4- Practicamos la Palabra La vida puesta a la luz de la Palabra cobra nuevo sentido y se descubren los desafíos que nos ayudan a imitar mejor a Jesucristo en su Iglesia.

Terminamos el encuentro con una oración y algún canto apropiado. Si es posible, se comparte la mesa con sencillez. Es importante que el encuentro no dure un tiempo excesivo. No es necesario hacer todo lo que la ficha indica. Se pueden seleccionar los signos a marcar, las preguntas a compartir o darle en un encuentro más importancia a la oración que a la meditación y en otro a la meditación que a la comprensión del texto…

Oración inicial

Dios nuestro, Padre de la luz, tú has enviado al mundo tu Palabra, sabiduría que sale de tu boca,

y que ha reinado sobre todos los pueblos de la tierra (Eclo 24,6-8). Tú has querido que ella haga su morada en Israel

y que a través de Moisés, los Profetas y los Salmos (Lc 24,44) manifieste tu voluntad, y hable a tu pueblo de Jesús, el Mesías esperado.

Tú has querido que tu propio Hijo, Palabra eterna que procede de ti (Jn 1,1-14), se hiciera carne y plantara su tienda en medio de nosotros.

Él fue concebido por el Espíritu Santo y nació de la Virgen María (Lc 1,35). Envía ahora tu Espíritu sobre nosotros: Él nos dé un corazón oyente (1 Re 3,9),

nos permita encontrarte en tus Santas Escrituras y engendre tu Verbo en nosotros. El Espíritu Santo levante el velo de nuestros ojos (2 Cor 3,12-16),

nos conduzca a la Verdad Completa (Jn 16,13) y nos dé inteligencia y perseverancia. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor,

quien sea bendito y alabado por los siglos de los siglos. Amén.

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FICHA 1

LA MULTIPLICACION DE LOS PANES SAN MATEO 15,32-39

1- LEAMOS LA PALABRA DE DIOS 1.1- Proclamamos la Palabra Con voz clara y fuerte se proclama san Mateo 15,32-39, la muchedumbre saciada por Jesús con el don del pan. Para la lectura del pasaje se puede proceder: 1)- Un solo lector lee todo; 2)- cada uno de los presentes lee un versículo; 3)- un primer lector lee Mt 15,32-35 y un segundo lector lee Mt 15,36-39. Es fundamental una lectura pausada, detenida, atenta del pasaje bíblico. Cada persona lo vuelve a leer detenidamente, escuchando a Dios que habla, y lo marca con: a)- el signo de interrogación (¿?) cuando no se entiende alguna palabra, frase o

acontecimiento, y b)- lo subraya ( ) cuando estime que esa palabra o frase encierra el tema central. Antes de poner en común los signos, compartamos la vida para prepararnos a entender el mensaje de Jesús. 1.2- Compartamos la vida 1- ¿Qué representa “el pan” entre nosotros? 2- Cuando las personas no tienen lo mínimo indispensable para vivir, ¿cuáles son sus

sentimientos respecto a la sociedad, a la Iglesia, a la parroquia…? Conocen algún caso…

3- Jesús sintió compasión. Yo, ¿he sentido compasión?, ¿qué tipo de compasión?, ¿cuál será la auténtica compasión cristiana, la que imita la de Jesús?

1.3- Escuchamos a Dios A- Compartiendo los signos… Ahora es el momento de poner en común los dos primeros signos: a)- el de interrogación, es decir, lo que no entendí, y b)- el subrayado, es decir, aquello que me parece el tema central. Unos a otros nos ayudamos a explicar lo que algún hermano no comprende y juntos definimos cuál es el tema central de san Mateo 15,32-39. No siempre lo que aparece a primera vista es el tema central del texto. Podemos ayudarnos con las notas y el vocabulario de las diversas versiones de la Biblia. B- Compartiendo el mensaje… A Se clasifica este hermoso relato entre los milagros de donación junto con la conversión del agua en vino en las bodas de Caná (Jn 2,1-12) y la pesca milagrosa (Jn 21,1-

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14). Los tres casos tienen algo en común: falta un alimento y Jesús interviene ante las necesidades de los suyos. Son milagros que se realizan casi sin palabras, ya que son los hechos los que más importan, pues contienen el mensaje que Jesús quiere transmitir. No se describe todo lo que sucede, sino más bien el resultado: una muchedumbre inmensa se harta de pan o los participantes a una boda obtienen abundante vino de una calidad nunca vista o los discípulos sacan tantos pescados que la red casi se rompe. Los milagros de donación simbolizan la extraordinaria sobreabundancia de la vida divina para aquellos que por la fe y la conversión se buscan adherirse a Jesús y a su enseñanza, respondiendo de corazón a su elección como discípulos. B Mt 15,32. Jesús toma la iniciativa de darles de comer a la gente que lo sigue. Jesús no es indiferente a nuestras realidades cuando tomamos la decisión de seguirlo en su camino. Él conoce las dificultades de nuestro seguimiento, sabe de nuestras debilidades y de los obstáculos que no podemos superar por nosotros mismos. Él mira nuestras vidas y se dispone a darnos aquello que necesitamos, pero con su ejemplo nos llama a que nosotros hagamos lo mismo con aquellos que nos rodean. Jesús se conmueve profundamente ante la situación de la gente. Llama a sus discípulos para compartirles su preocupación y su dolor. Jesús también hoy nos comparte su dolor frente a tantos pobres y marginados, y nos llama a responder con acciones concretas. El padre Alberto Hurtado fue uno de los que compartió el dolor de Jesús: “Mi acción y deseos -escribía el padre Hurtado- pueden tener alcance divino y puedo cambiar la faz de la tierra. Yo no lo sabré como los peces tampoco lo supieron. Puedo mucho si estoy en Cristo, puedo mucho si coopero con Cristo”. C Mt 15,33. Los discípulos se asustan: «¿Dónde vamos a conseguir pan para tantos?». Ellos que han sido testigos privilegiados de los milagros de Jesús son los primeros que se atemorizan. ¿Acaso no han experimentado que están con la verdadera fuente de abundancia: Jesús de Nazaret, el Mesías, el Hijo de Dios? Muchas veces, como discípulos de Jesús, miramos nuestras vidas y no encontramos respuestas: busquemos esa respuesta en Jesús, confiemos en Jesús, en la sobreabundancia de sus bienes, en la profundidad de su sabiduría y en la fuerza de su poder. D Mt 15,34. Siete panes y algunos pescados no es mucho para tal cantidad de gente: unos cuatro mil hombres sin contar mujeres y niños. En el reparto fraterno se encuentra la solución del hambre y en el amor siempre atento a los demás. El milagro de Jesús no es sólo multiplicar el pan, sino hacer que multipliquemos el amor fraterno. El milagro de Jesús ha necesitado del hombre, aunque su colaboración sea modesta y pequeña (siete panes y algunos pescados). A pesar de ver cuán insuficientes son mis pobres esfuerzos, ¿no debo, sin embargo, hacer ese esfuerzo?, ¿acaso ese esfuerzo no multiplica la fraternidad y la comunión a lo que también apunta el milagro? El padre Alberto Hurtado decía: “Hermanos en Cristo, acuérdense que más valiosa que la honestidad y la piedad es la generosidad. Recuerden que no han cumplido el deber si pueden sólo decir: “no he hecho mal a nadie”, pues están obligados a hacer perpetuamente buenas acciones. Está muy bien no hacer el mal, pero está muy mal no hacer el bien”.

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Alberto Hurtado multiplicó con su apostolado el pan, pero sobre todo multiplicó la fraternidad de tantos que vieron en él la compasión de Jesús por los pobres y los marginados. ¿Cuál es la obra multiplicadora que Jesús me pide? E Mt 15,35. Sentarse o recostarse en el suelo para comer era la postura de los hombres libres. Se expresa así la propuesta de Jesús: plenitud de vida con alimentos en abundancia, pero sobre todo en libertad. La Eucaristía es el alimento de un pueblo liberado por Dios que se sabe peregrino a una tierra que será de todos los discípulos de Jesús… la “tierra prometida” que ya no es un espacio físico, sino el Reino del Padre ofrecido al discípulo que quiera ser libre como su Señor.

F Mt 15,36. Jesús alimenta a la muchedumbre dándoles panes y peces. No se trata de comprar o vender cosas, sino de compartir, de dar aquello que el amor de Jesucristo multiplica extraordinariamente. Jesús crea una nueva mentalidad en los suyos enseñándoles que lo importante no es guardar la vida y protegerla, sino donarla; no es acaparar bienes, sino repartirlos.

G Mt 15,37-38. El pan es fundamental para la vida. Se parte para compartirlo y se reparte como expresión de “común-unión” y de amistad. La misión de los discípulos es un servicio de solidaridad y amor para comunicar vida a toda la humanidad, es decir, comunicar a Cristo, que es Vida y Verdad. Y así como este Pan se parte y reparte, Jesús nos llama a darnos y multiplicarnos. El padre Alberto Hurtado lo decía con hermosas palabras: “Comienza por darte. El que se da, crece. Pero no hay que darse a cualquiera, ni por cualquier motivo, sino a lo que vale verdaderamente la pena: al pobre en la desgracia; a esa población en la miseria; a la clase explotada; a la verdad; a la justicia; al desarrollo de la humanidad; a toda causa grande; al bien común de la nación, del grupo, de toda la humanidad; a Cristo que recapitula estas causas en sí mismo, que las contiene, que las purifica, que las eleva; a la Iglesia, mensajera de la luz, dadora de vida, libertadora; a Dios, a Dios en plenitud, sin reserva, porque es el bien supremo de la persona, y el supremo Bien Común. Cada vez que me doy así, sacrificando de lo mío, olvidándome de mí, yo adquiero más valor, me hago un ser más pleno”.

H Mt 15,39. El milagro de la multiplicación de los panes nos revela el amor sobreabundante de Jesús que puede saciar el hambre de todos los hombres, satisfaciendo todas sus necesidades (materiales y espirituales). Los cristianos estamos invitados a alimentarnos con el pan de vida sobreabundante, la Eucaristía. Es el modo que tiene Jesús de quedarse con nosotros para que así multipliquemos nuestra comunión y solidaridad en favor de toda la sociedad. 2- MEDITAMOS EL MENSAJE Y LA VIDA 2.1- Con la ayuda de signos…

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Con la luz que nos dio el mensaje, volvamos a leer en silencio el texto bíblico, escuchando a Dios que nos habla… y marco el texto con: a)- un signo de exclamación (¡!) cuando el mensaje de Dios interpela mi vida; b)- un asterisco (*) cuando percibo que esa palabra o personaje o acontecimiento me

mueve a orar (pedir, dar gracias, alabar...), y c)- una palabra al margen de mi Biblia que me indique un cambio de conducta. 2.2- Compartiendo la interpelación de la Palabra... Dejo que la enseñanza de Jesús me interpele para que su Palabra se cumpla en mí (ver Lc 4,21). Esa interpelación del Señor la comparto, explicando dónde y por qué puse el signo de exclamación. Luego, compartamos juntos la meditación a la luz de algunas de las siguientes preguntas: 1- ¿Se “multiplica” y se “distribuye” hoy el pan entre la gente de menos recursos? ¿Cuál

es la “multiplicación de los panes” a la que Jesús hoy me invita? 2- Nuestra Iglesia, nuestra comunidad…, ¿da testimonio de “compartir el pan”?, ¿cuándo?,

¿por qué? 3- ¿Me considero un discípulo de Jesús compasivo y fraterno?, ¿por qué?, ¿qué me falta? 4- ¿Qué palabras del padre Alberto Hurtado me interpelan y me hacen pensar en un

cambio de conducta?, ¿por qué? 3- OREMOS EL MENSAJE Y LA VIDA Me detengo ahora en las palabras o frases marcadas con asteriscos (*). Asumiendo lo meditado y teniendo en cuenta nuestra vida, la Iglesia y la sociedad con sus necesidades y esperanzas me inspiro en esas palabras o frases para pedir perdón, alabar, dar gracias a Dios… Hacemos nuestra oración comunitaria y disfrutamos de la paz y la presencia del Señor que ahora nos envuelve. 4- PRACTICAMOS LA PALABRA Revisemos ahora las palabras que pusimos al margen de nuestro texto bíblico para indicar acciones que el Señor nos está pidiendo. Compartamos por qué escribimos esa palabra, explicando cuál será nuestro compromiso hasta la próxima vez que nos reunamos. Terminamos este encuentro con la Palabra del Señor con una oración y un canto y -si se estima conveniente- un momento de convivencia para compartir la mesa en familia o comunidad.

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FICHA 2

LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA

SAN MATEO 26,26-30 1- LEAMOS LA PALABRA DE DIOS

1.1- Proclamamos la Palabra Con voz clara y fuerte se proclama san Mateo 26,26-30, el relato de la institución de la Eucaristía. Para la lectura del pasaje se puede proceder: 1)- Un solo lector lee todo; 2)- cada uno de los presentes lee un versículo; 3)- un primer lector lee Mt 26,26 y un segundo lector lee Mt 26,27-30. Es fundamental una lectura pausada, detenida, atenta del pasaje bíblico. Cada persona lo vuelve a leer detenidamente, escuchando a Dios que habla, y lo marca con: a)- el signo de interrogación (¿?) cuando no se entiende alguna palabra, frase o

acontecimiento, y b)- lo subraya ( ) cuando estime que esa palabra o frase encierra el tema central. Antes de poner en común los signos, compartamos la vida para prepararnos a entender el mensaje de Jesús. 1.2- Compartamos la vida 1- ¿Qué significa para nosotros la palabra “alianza”? Pensemos, por ejemplo, en la

“alianza matrimonial” o en la “alianza entre pueblos”. 2- Cuando celebramos cenas especiales en la familia, ¿qué buscamos al darle realce a esa

comida?, ¿qué sentimientos son los preponderantes? 3- Cuando cada año se celebra con una comida el cumpleaños de alguien o la promoción

de un curso del colegio, ¿qué cosa se pretende?, ¿implica algún compromiso?, ¿cuál?

1.3- Escuchamos a Dios A- Compartiendo los signos… Ahora es el momento de poner en común los dos primeros signos: a)- el de interrogación, es decir, lo que no entendí, y b)- el subrayado, es decir, aquello que me parece el tema central. Unos a otros nos ayudamos a explicar lo que algún hermano no comprende y juntos definimos cuál es el tema central de san Mateo 26,26-30. No siempre lo que aparece a primera vista es el tema central del texto. Podemos ayudarnos con las notas y el vocabulario de las diversas versiones de la Biblia. B- Compartiendo el mensaje…

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A Mt 26,26. San Mateo sitúa la institución de la Eucaristía en lo que en ese momento celebraban los judíos: su fiesta pascual. Nos dice: «Durante la cena, Jesús tomó pan…». No se trata de cualquier cena, sino de la cena pascual de los judíos, la fiesta religiosa más importante para ellos (ver Mt 26,17-19). Con dicha cena, los judíos celebraban la liberación de Egipto, obra de la misericordia y del poder de Dios. Tenía, pues un hondo significado religioso. La celebraban preparando un cordero de un año, sin mancha ni defecto, cordero que -los que estaban en Jerusalén- debían presentar en el Templo para que el sacerdote lo bendijera y luego, en sus casas, lo mataban sin quebrarle ningún hueso. Lo comían de pie, con salsas preparadas para la ocasión y lo acompañaban con verduras amargas. Rezaban algunos salmos y hacían repetir a los pequeños de la casa el motivo de la celebración. Así conmemoraban la liberación de Egipto que los hizo pueblo de Dios, destacándose la sangre del cordero con la que rociaron el marco de la puerta de sus casas que los libró de la plaga exterminadora con que Dios castigó a los egipcios (Ex 12,1-14). El elegido de Dios es el pueblo de Abraham y a favor de ellos Dios actúa para sacarlos de la esclavitud y conducirlos a la tierra que les dará en herencia. B Mt 26,26. En el contexto de la cena pascual judía, Jesús transforma el pan y el vino en un nuevo y original alimento: su Carne o su Cuerpo y su Sangre. Cuando Jesús muera en cruz y resucite, ya no se necesitarán los corderos pascuales judíos, pues él es el nuevo y definitivo Cordero de Dios que quita los pecados del mundo (Jn 1,29). Por eso, cuando los judíos preparaban sus corderos pascuales para la fiesta y Jesús se entregaba al sacrificio de la cruz por nosotros, a este nuevo Cordero -como a los otros- no le quebraron ningún hueso (Jn 19,32-37). Cuando Jesús bendice el pan y el vino y lo entrega a sus discípulos como su Cuerpo y su Sangre está indicando el sentido profundo de su vida y de su muerte. Su cuerpo siempre ha sido “cuerpo donado” para anunciar el Reino de su Padre, para sanar a los enfermos y expulsar a los espíritus impuros, para perdonar los pecados y llevar paz y consuelo… Su sangre será la “sangre derramada” en el madero de la cruz que sella la nueva alianza prometida por Dios mediante los profetas (Jer 31,31-34). El sacrificio de Jesús en la cruz y la Eucaristía que lo rememora con los signos sacramentales de pan y vino revelan la finalidad de su entrega: el Cordero pascual cristiano nos purifica de todo pecado y nos recrea como hijos de Dios y hermanos unos de otros. Cada discípulo del Señor y cada comunidad que celebra la Eucaristía se nutre de la misma fuerza salvadora que el Cordero nos regaló en la cruz. La Eucaristía es la cena pascual con el Cordero de la nueva alianza que quita los pecados del mundo. C Mt 26,27-29. La novedad de la última cena de Jesús es que transforma el pan y el vino dispuestos para la cena pascual judía en su Carne y en su Sangre. Así nos revela que está sustituyendo la antigua alianza por una nueva, y los antiguos corderos pascuales por uno perfecto y definitivo: él mismo. Si el cordero pascual judío recordaba una liberación, la de Egipto, ahora el nuevo Cordero no sólo recuerda, sino que también hace realmente presente para la Iglesia la liberación de todo pecado, de toda maldad y de toda idolatría. El Cordero de Dios con su entrega ha purificado nuestra conciencia de pecado, lo que no podían hacer los rituales de la pascua judía. Quedan superados, por tanto, los ritos como el

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ofrecimiento de los corderos pascuales en el templo de Jerusalén, porque Jesús ahora es el Cordero inmolado (Heb 9,11-14) capaz de hacer radicalmente nueva la historia, la nuestra y la de todos, porque con su sangre nos purificó y nos compró para Dios (Ap 5,6-10). Jesús es el mediador de la nueva alianza que ha borrado nuestras rebeldías e idolatrías, y nos ha hecho capaces de vivir en comunión permanente con Dios. ¡Esta es la nueva alianza! Sus palabras, que explican estos gestos, no dejan dudas: «Esto es mi cuerpo… Esta es mi sangre, la sangre de la alianza que se derrama por todos para el perdón de los pecados» (Mt 26,26.28; ver Heb 9,15).

Mt,26,30. Cuando Jesús con los suyos terminan de cantar los himnos establecidos para la fiesta pascual judía se van al monte de los Olivos. Los himnos son los prescritos por el ritual judío y se trata de la recitación de los Salmos 115 al 118. Los que celebraban la pascua expresaban con estos himnos su confianza en la acción salvífica de Dios a favor de su pueblo (Sal 115), su acción de gracias por las intervenciones oportunas de Dios para librar de la desgracia, la enfermedad y la guerra a quien lo invocara (Sal 116), expresaban su alabanza a Dios por su amor siempre fiel para con su pueblo (Sal 117). Y con el último salmo que recitaban, explicaban por qué Dios siempre es salvador: «¡porque es bueno, porque es eterno su amor!» (Sal 118,1.29). Estos sentimientos de confianza en Dios, acción de gracias y alabanza porque Dios es misericordioso y nos hace partícipes de su vida son los que deben acompañar toda “eucaristía”, palabra que en griego significa “acción de gracias” al Padre porque nos salvó por Jesucristo. El amor de Dios se derrama abundantemente en su Hijo Jesús y se ofrece en la Eucaristía a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. La Eucaristía es el sacramento de la misericordia infinita de Dios por su pueblo, pues es el sacramento que revive la entrega del Cordero de Dios para salvación y vida de todos.

2- MEDITAMOS EL MENSAJE Y LA VIDA 2.1- Con la ayuda de signos… Con la luz que nos dio el mensaje, volvamos a leer en silencio el texto bíblico, escuchando a Dios que nos habla… y marco el texto con: a)- un signo de exclamación (¡!) cuando el mensaje de Dios interpela mi vida; b)- un asterisco (*) cuando percibo que esa palabra o personaje o acontecimiento me

mueve a orar (pedir, dar gracias, alabar...), y c)- una palabra al margen de mi Biblia que me indique un cambio de conducta. 2.2- Compartiendo la interpelación de la Palabra... Dejo que la enseñanza de Jesús me interpele para que su Palabra se cumpla en mí (ver Lc 4,21). Esa interpelación del Señor la comparto, explicando dónde y por qué puse el signo de exclamación. Luego, compartamos juntos la meditación a la luz de algunas de las siguientes preguntas: 1- ¿Qué aspecto de la institución de la Eucaristía me hizo comprender la enseñanza de

Jesús?

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2- ¿En qué aspectos de mi vida la Eucaristía “me ha hecho nuevo”?, ¿de qué me está liberando?

3- ¿Vivo la Eucaristía como signo evidente del amor del Padre que me alimenta con la Palabra y el Cuerpo de su Hijo?

4- ¿Qué tipo de compromiso crea en nosotros la participación consciente en la Eucaristía? 3- OREMOS EL MENSAJE Y LA VIDA Me detengo ahora en las palabras o frases marcadas con asteriscos (*). Asumiendo lo meditado y teniendo en cuenta nuestra vida, la Iglesia y la sociedad con sus necesidades y esperanzas me inspiro en esas palabras o frases para pedir perdón, alabar, dar gracias a Dios… Hacemos nuestra oración comunitaria y disfrutamos de la paz y la presencia del Señor que ahora nos envuelve. 4- PRACTICAMOS LA PALABRA Revisemos ahora las palabras que pusimos al margen de nuestro texto bíblico para indicar acciones que el Señor nos está pidiendo. Compartamos por qué escribimos esa palabra, explicando cuál será nuestro compromiso hasta la próxima vez que nos reunamos. Terminamos este encuentro con la Palabra del Señor con una oración y un canto y -si se estima conveniente- un momento de convivencia para compartir la mesa en familia o comunidad.

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FICHA 3

EN EL CAMINO A EMAÚS

SAN LUCAS 24,13-35 1- LEAMOS LA PALABRA DE DIOS

1.1- Proclamamos la Palabra Con voz clara y fuerte se proclama el pasaje de san Lucas 24,13-35, el encuentro de Jesús con sus dos decepcionados discípulos de Emaús. Para la lectura del pasaje se puede proceder: 1)- un solo lector lee todo; 2)- cada uno de los presentes lee un versículo; 3)- un primer lector lee Lc 24,13-18, un segundo lector lee Lc 24,19-27, y un tercer lector lee Lc 24,28-35. Es fundamental una lectura pausada, detenida, atenta del pasaje bíblico. Cada persona lo vuelve a leer detenidamente, escuchando a Dios que habla, y lo marca con: a)- el signo de interrogación (¿?) cuando no se entiende alguna palabra, frase o

acontecimiento, y b)- lo subraya ( ) cuando estime que esa palabra o frase encierra el tema central. Antes de poner en común los signos, compartamos la vida para prepararnos a entender el mensaje de Jesús. 1.2- Compartamos la vida 1- Si Jesús en este momento me pregunta: “¿qué es lo que vienes conversando por el

camino?”, es decir, ¿qué te pasa, qué te ocurre, qué te preocupa? ¿Qué le diría? 2- Tratemos de entender la desilusión de los de Emaús poniéndonos en su lugar: ¿cómo

me siento cuando se acaba mi esperanza en algo o alguien que creía seguro?, ¿cuando me han traicionado? ¿He vivido alguna vez con muy poca o ninguna esperanza?, ¿cuáles son los sentimientos dominantes?, ¿cómo he salido de esa situación?

3- Para entender lo que los de Emaús esperaban: ¿qué liberaciones espero de verdad para mí y mi familia?, ¿qué cosas o valores anhelo de Jesús en lo más profundo de mi corazón?, ¿se están realizando?, ¿o quizás se están cumpliendo de otra manera?

4- ¿Leo la Sagrada Escritura?, ¿me cuesta entenderla?, ¿por qué? 1.3- Escuchamos a Dios A- Compartiendo los signos… Ahora es el momento de poner en común los dos primeros signos: a)- el de interrogación, es decir, lo que no entendí, y b)- el subrayado, es decir, aquello que me parece el tema central. Unos a otros nos ayudamos a explicar lo que algún hermano no comprende y juntos definimos cuál es el tema central de san Lucas 24,13-35. No siempre lo que aparece a

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primera vista es el tema central del texto. Podemos ayudarnos con las notas y el vocabulario de las diversas versiones de la Biblia. B- Compartiendo el mensaje…

A Lc 24,13-24. El relato acerca de los discípulos de Emaús es el relato de cómo Jesús resucitado logra reencantar a dos de sus discípulos desilusionados. En este reencantamiento de la vida del discípulo ocupan los lugares centrales la Palabra de Dios y la Celebración de la Eucaristía. Cuatro son los momentos que marcan el encuentro de Jesús con sus discípulos. El primer momento corresponde a la revelación del estado de ánimo de los dos de Emaús que, impresionados aún por el escándalo de la muerte en cruz del que creían Mesías, toman distancia de Jerusalén y de la comunidad. La iniciativa de encontrarse con ellos es de Jesús. Esta actitud verdaderamente evangelizadora lo lleva a acercarse y a caminar con ellos. Los discípulos de Emaús no lo buscaban, pero si buscaban respuestas a lo acontecido: la desesperanza y el dolor que llevaban en su corazón así se los exigía. Todo el que llora a Jesús, todo el que sufre por Jesús está en buen camino para encontrarlo: ¡el mismo Jesús también a él lo está buscando! Es cuestión de tiempo el encontrarse. El relato de este encuentro revela a Jesús como modelo de catequista, como lo fue con Nicodemo o con la Samaritana y con tantos otros. Jesús los interpela, se mete en su problemática, les deja que hablen y se desahoguen. Busca hacerse cargo de sus vidas desilusionadas. Los de Emaús no traicionan a Jesús, pues ellos esperaban que él sería el Salvador de Israel, pero la manera que tenían de entender la salvación era radicalmente opuesta a la de Jesucristo. Jesús corrige -como buen maestro- nuestras deficientes concepciones acerca de él y -como buen pastor- se hace cargo de nuestra vida y de nuestra historia, pero necesitamos dejarnos encontrar por él, reconocer su mano tendida, aunque no comprendamos del todo la manera cómo nos enseña y nos socorre. Jesús no limita la libertad de aceptarlo o no, pues su mano está siempre tendida… y está pendiente de nuestra respuesta. La paciencia de Dios es nuestra salvación, pues es capaz de acompañarnos y esperarnos hasta el momento de nuestra respuesta. B Lc 24,25-27. El segundo momento del encuentro es la iluminación que a partir de la Sagrada Escritura Jesús hace de los acontecimientos de Jerusalén, de su pasión, muerte y resurrección. Jesús les explica a los de Emaús cómo realmente las promesas acerca del Mesías que contiene el Antiguo Testamento se cumplen en él, con su muerte en cruz y con su resurrección. Les enseña que él es el Siervo de Dios prometido en el Antiguo Testamento que, siendo inocente de todo pecado, da la vida para que la humanidad pecadora participe de la vida de Dios. Les revela que el Siervo con sus sufrimientos y su muerte en manos de los dirigentes de Israel estaba sellando una nueva y definitiva alianza de comunión con Dios y con los hermanos. El fracaso que los de Emaús atribuyen a la vida del Mesías ahora muerto en Jerusalén es sólo aparente, pues no la entendían según el plan del Padre celestial: ¡en el aparente fracaso

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humano estaba la victoria de Dios! Gracias a Jesús que les explica las Escrituras comprendieron que no se trata de la restauración del reino de David, grande y esplendoroso, conquistador de pueblos y de territorios, sino del reinado de Dios en el corazón del creyente y en la historia humana. Este era el plan que Dios había dado a conocer en la Ley y los Profetas. Lo que había ocurrido en Jerusalén con Jesús el Mesías respondía, por tanto, al querer de Dios y su finalidad era hacer posible la nueva alianza o nuevo reinado de Dios, es decir, alcanzar la comunión definitiva con el Padre mediante la obra redentora del Mesías y la santificación del Espíritu. Lc 24,28-32. El tercer momento del encuentro es la cena en la aldea de Emaús que se llama “fracción del pan”, nombre con el que los primeros cristianos llamaban a la Eucaristía. Es el momento cumbre en que se celebra lo que el Mesías vivió en Jerusalén y se hace actual para los discípulos de Emaús aquella fuerza de purificación y de comunión que nos lleva al Padre y a una vida fraterna y solidaria. La iluminación con la Palabra de Dios preparaba el encuentro eucarístico. Lo que ahora ya se ha comprendido por la fe acerca del plan de Dios consignado en las Sagradas Escrituras y explicado por Jesús, ahora se celebra en el sacramento. Los discípulos le pedían insistentemente a Jesús que se quedara “con ellos” porque ya se hace tarde. Sin embargo, Jesús «contestó con un don mucho mayor. Mediante el sacramento de la Eucaristía encontró el modo de quedarse “en ellos”. Recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús» (JUAN PABLO II, Mane nobiscum Domine, 19). Si sus corazones ardían cuando Jesús-profeta les explicaba la Palabra, ahora sus ojos se llenan de luz cuando Jesús-sacerdote y cordero celebra para ellos la fracción del pan: apenas les da el pan bendecido «se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (Lc 24,30-31). A Jesús se le reconoce al partir el pan y a nosotros, como católicos, se nos debe reconocer por lo mismo: los católicos somos los que partimos y compartimos el Pan, los que vivimos en comunión con Dios y con los hermanos porque al partir y compartir el Pan, Jesús se queda “en nosotros”. Debemos, pues, celebrar dignamente nuestras eucaristías, para que en ellas se reconozca a Jesús habitando en cada uno de nosotros y sea él la fuente de nuestra conversión, comunión, misión y solidaridad. Ahora los de Emaús están evangelizados y, por lo mismo, su lugar como discípulos del Señor no está en la aldea de Emaús -que representa lo de antes de conocer a Jesús-, sino en Jerusalén, donde Jesús murió y resucitó, donde está la comunidad apostólica, donde recibirán el Espíritu Santo y de donde saldrán para anunciar la buena nueva de Jesús. C Lc 24,33-35. El cuarto momento del encuentro de Jesús con los de Emaús es el camino de regreso a Jerusalén y su testimonio gozoso de lo que les ocurrió cuando iban de camino a Emaús. Cuando los discípulos salían de Jerusalén para volver a su aldea, regresaban a la vida que tenían antes de conocer al Señor. Pero “el Señor” había vencido la muerte y el pecado al dar su vida y resucitar. Los dos de Emaús experimentaban el fracaso, el abandono, la desilusión propia de aquel que ha puesto su esperanza en alguien que los defraudó. Jesús había salido al encuentro de estos discípulos que viven de estos sentimientos y los había acompañado hasta llevarlos a la confesión del Mesías y a la transformación de sí mismo, conversión que

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los de Emaús expresan diciendo que “su corazón arde” cuando les explica las Escritura y que “sus ojos se abren” cuando les parte el pan. Por lo vivido con Jesús en el camino a Emaús, se transforman en sus testigos. Jesucristo, el Testigo del Padre, el principio y fin de la historia, los ha hecho testigos de su resurrección y apóstoles de su misión. Vuelven a Jerusalén y allí con los otros discípulos comparten su experiencia de fe. Evangelizar es compartir con gozo y generosamente lo que el Señor resucitado está haciendo en nosotros mientras caminamos por la vida. El encuentro con el Resucitado cambió la existencia de ambos discípulos que, cuando abandonaban Jerusalén, renunciaban a la comunidad de los discípulos del Señor. Los tres momentos anteriores fueron fundamentales para esta trasformación: poner la vida con sus tragedias y esperanzas, dolores y alegrías en las manos de Jesús buen pastor; escuchar la Palabra de Jesús profeta que ilumina desde el plan del Padre celestial su más íntima verdad, y celebrar con Jesús sacerdote y cordero la Eucaristía para que él no solo se quede “con ellos”, sino que permanezca “en ellos” como agua viva que salta hasta la vida eterna. Esta es la forma como el discípulo se vuelve testigo valiente de la única verdad de salvación eterna que es Jesús mismo. 2- MEDITAMOS EL MENSAJE Y LA VIDA 2.1- Con la ayuda de signos… Con la luz que nos dio el mensaje, volvamos a leer en silencio el texto bíblico, escuchando a Dios que nos habla… y marco el texto con: a)- un signo de exclamación (¡!) cuando el mensaje de Dios interpela mi vida; b)- un asterisco (*) cuando percibo que esa palabra o personaje o acontecimiento me

mueve a orar (pedir, dar gracias, alabar...), y c)- una palabra al margen de mi Biblia que me indique un cambio de conducta. 2.2- Compartiendo la interpelación de la Palabra... Dejo que la enseñanza de Jesús me interpele para que su Palabra se cumpla en mí (ver Lc 4,21). Esa interpelación del Señor la comparto, explicando dónde y por qué puse el signo de exclamación. Luego, compartamos juntos la meditación a la luz de algunas de las siguientes preguntas: 1- En este momento de mi vida, ¿hacia dónde voy?, ¿hacia Jerusalén, lugar de la

resurrección del Señor, o hacia Emaús, lugar de lo de siempre, de lo de antes de conocer a Jesús, del desencanto y la desilusión?, ¿por qué?

2- ¿Vivo como discípulo que cree en la resurrección del Señor o me dejo dominar por la desesperanza?

3- ¿Qué necesito en este momento para caminar como auténtico discípulo de Jesús? 4- ¿Cómo puedo hoy experimentar la presencia del Resucitado? ¿Es posible experimentar

su presencia en la Eucaristía?, ¿qué disposiciones se requieren?; esto, ¿trae consigo algún compromiso?

5- ¿Soy hoy testigo del Señor?, ¿en qué se nota?

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3- OREMOS EL MENSAJE Y LA VIDA Me detengo ahora en las palabras o frases marcadas con asteriscos (*). Asumiendo lo meditado y teniendo en cuenta nuestra vida, la Iglesia y la sociedad con sus necesidades y esperanzas me inspiro en esas palabras o frases para pedir perdón, alabar, dar gracias a Dios… Hacemos nuestra oración comunitaria y disfrutamos de la paz y la presencia del Señor que ahora nos envuelve. 4- PRACTICAMOS LA PALABRA Revisemos ahora las palabras que pusimos al margen de nuestro texto bíblico para indicar acciones que el Señor nos está pidiendo. Compartamos por qué escribimos esa palabra, explicando cuál será nuestro compromiso hasta la próxima vez que nos reunamos. Terminamos este encuentro con la Palabra del Señor con una oración y un canto y -si se estima conveniente- un momento de convivencia para compartir la mesa en familia o comunidad.

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FICHA 4

EL PAN EUCARÍSTICO

SAN JUAN 6, 51-59 1- LEAMOS LA PALABRA DE DIOS

1.1- Proclamamos la Palabra Con voz clara y fuerte se proclama el texto de san Juan 6,51-59, el pan eucarístico. Es fundamental una lectura pausada, detenida, atenta. Cada persona vuelve a leer el pasaje, y consulta las notas de su Biblia. Para la lectura del pasaje se puede proceder: 1)- un solo lector lee todo; 2)- cada uno de los presentes lee un versículo; 3)- un primer lector lee Jn 6,51-52 y un segundo lector lee Jn 6,53-59. Saboreemos de nuevo el alimento de la Palabra… sin prisa. Cada uno vuelve a tomar el texto bíblico, lo lee en silencio, escuchando a Dios que habla, y lo marca con: a)- un signo de interrogación cuando no se entiende alguna palabra, frase o acontecimiento, y b)- lo subraya cuando estime que esa palabra o frase encierra el tema central. Antes de poner en común los signos, compartamos la vida para prepararnos a entender el mensaje de Jesús. 1.2- Compartamos la vida 1- ¿Qué significa para nosotros “negar el pan” a alguien que nos pide?, ¿qué significa

“compartir el pan”?, ¿qué consecuencias tiene? 2- Cuando se comparte una comida especial con amigos, ¿se adquiere algún compromiso

en orden a la amistad, la colaboración, el cariño…? 3- ¿Cuál hubiera sido mi reacción si alguien me dice que nos va a dar de “comer su carne”

y a “beber su sangre”?, ¿qué cosas le hubiera preguntado para entender lo me que dice?

4- ¿En qué consiste para mí la vida eterna?, ¿cómo se consigue? La gente, ¿tiene esperanza en la vida eterna?

1.3- Escuchamos a Dios A- Compartiendo los signos… Ahora es el momento de poner en común los dos primeros signos: a) el de interrogación (¿?), es decir, lo que no entendí, y b) el subrayado ( ), es decir, aquello que me parece el tema central. Unos a otros nos ayudamos a explicar lo que algún hermano no comprende y juntos definimos cuál es el tema central de san Juan 6,51-59. No siempre lo que aparece a primera

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vista es el tema central del texto. Podemos ver las notas y vocabulario de las diversas versiones de la Biblia. B- Compartiendo el mensaje…

A Jn 6,51. La alianza que Dios selló con el pueblo de Israel no prosperó a causa de su idolatría política: confiaron en la fuerza de los imperios (egipcios, asirios, babilonios…), y a causa de su idolatría religiosa: dieron culto a los dioses de las otras naciones. Sin embargo, Dios no abandonó a su pueblo y envío a su Hijo Jesús ya no como Ley incapaz de convertir los corazones ni como maná incapaz de hacer vivir y llevar a la tierra prometida a los que cruzaban el desierto huyendo de los egipcios, sino que lo envío como su Palabra que transforma los corazones y como Pan de vida eterna que nutre la comunión con Dios y entre los hombres. De este modo, la catequesis sobre el pan de vida conecta con un aspecto importante del mensaje de Jesús: la resurrección. La vida eterna a la que resucitan los muertos es ya posesión de los vivos que creen en él. La comunión con Cristo es participación de la vida de Dios que es eterna y que vence definitivamente el pecado y la muerte. B Jn 6,52. Los judíos reaccionan con una gran incredulidad (ver Jn 6,60). Su incredulidad se debe a los que les pedía Jesús: comer su carne y beber su sangre. Ellos percibían que Jesús no estaba hablando con metáforas o símbolos, sino que realmente se trataba de entrar en comunión con él compartiendo en una cena su Carne y su Sangre. En tiempos de Jesús, compartir el alimento y la bebida en una comida o banquete era estar dispuesto a compartir la vida y el destino de aquel que los había invitado. Entendían los banquetes como un rito social y religioso mediante el cual sellaban su condición de hombres iguales ante Dios (ante la Ley) y ante la sociedad de su tiempo (igual honor). Por eso en tiempos de Jesús sólo se aceptaba comer con quienes pertenecían al mismo estrato socio-económico y al mismo estrato religioso. Esta es la razón por la que los fariseos criticaban a Jesús cuando comía con pecadores y marginados: se hacía como ellos maldito de Dios por estar lejos de la Ley y, por lo mismo, aborrecido por “los justos” de la comunidad. Por tanto, si los judíos entendieron bien que Jesús los invitaba a compartir su condición, sus bienes y su destino, no entendieron nada eso de “comer su Cuerpo” y “beber su Sangre”. C Jn 6,53-54. Jesús se da cuenta de la difícil situación que crean sus palabras, lo que lo lleva no a cambiarlas, sino a insistir en su enseñanza: «si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes» (Jn 6,53). Se trata de comulgar con su ser (cuerpo y sangre del Hijo del hombre) para participar de su vida, vida radicalmente distinta a la que aporta la ley mosaica y el maná, alimentos del antiguo pueblo que peregrinaba en el desierto. El nuevo pueblo, la Iglesia, se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de su Señor para tener vida eterna y resurrección. Para la cultura del tiempo de Jesús, en la sangre residía la vida, por lo que beber la sangre de Jesús significaba asimilar su misma vida marcada por la ofrenda de sí para dar vida a otros. Jesús es el Hijo del hombre que derramó su sangre por otros, es decir, derramó su vida para dar vida a todos.

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Negar la realidad de la presencia real de Cristo en el sacramento de la Eucaristía es negar una de las enseñanzas que Jesús repitió con más insistencia.

E Jn 6,55. Jesús insiste en que su carne es verdadera comida y su sangre verdadera

bebida. Jesús hace estas enseñanzas cuando está próxima la fiesta de la pascua judía, cuando comían la carne del cordero pascual para recordar la liberación de Israel de Egipto. Por esto la insistencia en la calidad de la comida y la bebida. Quien siga comiendo el cordero pascual judío no tendrá vida eterna, no será -por tanto- liberado de verdad de la muerte y el pecado. Quien coma la carne de Jesucristo, nuevo cordero de Dios, tendrá la liberación de sus pecados y participará de la misma vida de Dios. El Cordero pascual cristiano es quien quita los pecados del mundo y da la paz verdadera.

F Jn 6,56-57. La comida es un acto de comunión en la vida y destino de quien invita al banquete. Jesús no sólo es quien invita, sino también lo que se come (su Cuerpo) y lo que se bebe (su Sangre). Se come y bebe a Jesús para hacernos partícipes de su vida divina y gracias a él, participar de una misma vida todos los que se alimentan de Jesús. Así como el pan es sólo uno por más que esté compuesto de muchos granos de trigo de la misma manera por la participación en la misma vida de Cristo nos unimos como familia de Dios unos a otros. Al participar en la Eucaristía se renueva nuestra unión con Cristo (ver 1 Co 12,13.27), que es don y gracia para cada uno, y se consolida la unidad de su cuerpo que es la Iglesia. Jesucristo, Cabeza de su Cuerpo, no ha puesto límites en la entrega de su vida para que vivamos en comunión con él y en comunión con nuestros hermanos como miembros vivos de su Cuerpo. Por tanto, dependerá de nosotros cuanto queramos recibir de él para vivir de él y ser miembros vivos de su Cuerpo, que es la Iglesia. G Jn 6,58. La salida de Egipto y el camino hacia la tierra prometida (el éxodo) era

para las tribus que abandonaban la esclavitud una promesa divina de libertad y la posibilidad de darle a Dios un culto auténtico. Abandonaban un país de dioses extranjeros para -en una tierra propia- confesar y adorar a Yahveh como el único Dios de Israel, como su único creador y liberador. Las tribus israelitas que salieron de Egipto necesitaban nutrir su relación con Dios y sus propias vidas de lo contrario destruían la alianza y morían en el desierto. Para lo primero, Dios les da la Ley en el monte Sinaí por medio de Moisés; de este modo expresa cómo desea que su pueblo se conduzca si quiere ser fiel a la relación de amistad con el Dios que los ha liberado de Egipto. Para que puedan vivir en el desierto, Dios les da el maná y el agua. Sin embargo, ninguno de los alimentos sirvió, porque debido a la permanente idolatría de los israelitas, todos murieron sin alcanzar la tierra propia ni dar culto sincero a su Dios. Ni la Ley, ni el maná, ni el agua que Moisés hizo brotar de una roca fueron capaces de salvaguardar la vida y la fidelidad a la alianza. Jesús, en cambio, no promete ni una Ley, ni un maná, ni una agua iguales a las del desierto. Estos alimentos se mostraron ineficaces por la rebeldía de Israel. Jesús, como Hijo de Dios y Mesías, se promete a sí mismo como alimento: la nueva ley es Cristo (Rm 10,4), el nuevo maná es su Cuerpo y su Sangre, y el agua viva que salta hasta la vida eterna en su enseñanza hecha fértil en el corazón del discípulo por obra del Espíritu Santo. Ahora sí que

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es posible ser fiel a la nueva alianza que Dios establece con su nuevo pueblo, la Iglesia. Ahora sí que es posible caminar a la tierra prometida, el Reino de Dios, sin perderse en los desiertos de la vida y sin morir en el camino. Pero nada se consigue si el discípulo de Jesús no se alimenta en la Eucaristía del mismo Jesús. 2- MEDITAMOS EL MENSAJE Y LA VIDA 2.1- Con la ayuda de signos… Con la luz que nos dio el mensaje, volvamos a leer el texto bíblico. En silencio, escuchamos a Dios que nos habla… y marcamos el texto con: a) un signo de exclamación (¡!) cuando el mensaje de Dios interpela mi vida; b) un asterisco (*) cuando percibo que esa palabra o personaje o acontecimiento me mueve

a orar (pedir, dar gracias, alabar...), y c) una palabra al margen de mi Biblia que me indique un cambio de conducta. 2.2- Compartiendo la interpelación de la Palabra... Dejemos que la enseñanza de Jesús nos interpele para que se cumpla en nosotros (ver Lc 4,21), y compartamos fraternalmente por qué pusimos el signo de exclamación preguntándome: ¿por qué esa palabra o personaje o acontecimiento del texto bíblico interpela hoy mi vida? Luego, meditemos a la luz de algunas de las siguientes preguntas qué desea Jesús para nosotros: 1- ¿Qué luces me da esta enseñanza de Jesús para entender y amar más la Eucaristía? 2- ¿Hay cosas que aún me chocan de la enseñanza de Jesús sobre la Eucaristía?, ¿por qué?

Esto que choca, ¿me invita a algún cambio de vida? 3- Al comer el Cuerpo de Jesús, ¿qué valores de la vida de Jesús debiera asumir más

concientemente? ¿Y qué disposiciones para ser como él en el anuncio del Reino? 4- ¿He sido a veces causa de división y luego he participado en la Eucaristía?, ¿cómo me

he sentido? 5- ¿Cómo vivir la Eucaristía como alimento que de verdad nutra el Cuerpo de Cristo (la

Iglesia) y nos ayude a ser más fraternos y solidarios? 3- OREMOS EL MENSAJE Y LA VIDA Nos detenemos ahora en las palabras o frases marcadas con asteriscos (*), que nos mueven a la oración. Asumiendo lo meditado y teniendo en cuenta nuestra vida con sus necesidades y esperanzas, oramos al Señor pidiendo lo que necesitamos, dando gracias, alabándole, pidiéndole perdón.... Hacemos un momento de silencio; disfrutemos de la paz y la presencia del Señor que ahora nos envuelve. Luego, cada uno o quien desee expresa en voz alta su oración al Señor.

Page 25: “Quédate con nosotros, Señor” Lucas 24, 29 Mes de la ... · Descubrimos un mundo nuevo. Sus palabras y gestos devuelven la confianza, hacen crecer la fraternidad, el perdón,

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4- PRACTICAMOS LA PALABRA Revisemos ahora las palabras que pusimos al margen de nuestro texto bíblico para indicar acciones que el Señor nos está pidiendo. Compartamos por qué escribimos esa palabra, explicando cuál será nuestro compromiso hasta la próxima vez que nos volvamos a reunir. Terminamos este encuentro con la Palabra del Señor con una oración y un canto y -si se estima conveniente- un momento de convivencia para compartir la mesa en familia o comunidad.


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