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Magíster en Estudios de Género y Cultura, mención Ciencias Sociales Revista Al Sur de Todo Número 1 Año de publicación original: 2009 www.alsurdetodo.com
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Magíster en Estudios de Género y Cultura,

mención Ciencias Sociales

Revista Al Sur de Todo

Número 1

Año de publicación original: 2009

www.alsurdetodo.com

Revista al Sur de Todo - N°1

1

Índice

Editorial ...................................................................................................................................................................2

Las cosas pueden cambiar. ...................................................................................................................................3

Entrevista A Sonia Montecino Aguirre: “La Situación De Los Estudios De Género En América Latina”

..................................................................................................................................................................................4

Reflexión metodológica en torno a la investigación sociológica de femicidios: los desafíos del trabajo

de campo y una nueva conceptualización del femicidio. ................................................................................8

La pertinencia de una educación en sexualidad con perspectiva de género ..............................................19

Hegemonía y cooptación del feminismo en Chile: de la aparición de un discurso feminista a la

institucionalización de los derechos políticos de las mujeres .......................................................................25

De los estudios de mujeres y el género como categoría orientadora a la revisión del modelo para el rol

del varón: Propiciando cambios en las masculinidades ................................................................................39

Feminismos e investigaciones feministas .........................................................................................................51

Revista al Sur de Todo - N°1

2

Editorial

Ha sido un arduo trabajo por parte del equipo, nos hemos esmerado para que la revista “Al Sur de Todo” se

convirtiera en realidad. Esperamos que este trabajo se vea reflejado en los resultados finales. En particular, nos

hemos preocupado en visibilizar la labor de los(as) investigadores(as) que se dedican a los estudios de género,

especialmente a los(as) jóvenes investigadores(as) que usualmente no tienen cabida en las publicaciones

académicas.

Por otro lado, hemos dado énfasis en la dualidad teórica/empírica, ya que a pesar de que nos posicionamos como

una revista académica, también nos orientamos en y hacia la realidad, incluyendo la visión de personas que no

son expertos en género, sin embargo, tienen mucho conocimiento, gracias a sus experiencias de vida.

Agradecemos el trabajo y la dedicación de todos los que han hecho posible la creación de esta revista. En primer

lugar, agradecemos la colaboración del Centro Interdisciplinario Estudios de Género (CIEG), Dirección de

Investigación y Publicaciones y finalmente a la Escuela de Postgrado, todos pertenecientes a la Facultad de

Ciencias Sociales (FACSO), Universidad de Chile. En segundo lugar, agradecemos a las personas que enviaron

sus artículos y a las personas que accedieron a las entrevistas.

Muchas gracias.

Editor(as) revista “Al Sur de Todo”

Revista al Sur de Todo - N°1

3

Las cosas pueden cambiar.

…Agua soy que tiene cuerpo,

la tierra la beberá.

Fuego soy, aire compacto,

no he de durar…

Jaime Sabines

Todos/as iremos recorriendo los distintos caminos

de la vida, un día seremos agua y nos sentiremos

absorbidos por la tierra, otros seremos el fuego

temerario e invencible, o el aire que se pierde entre

los dedos mientras pasa; lo que también es cierto es

que no todo/as tendremos la misma oportunidad de

mostrarnos encendidos/as, derretidos/as,

sofocantes o simplemente felices.

No lo se de cierto, lo supongo decía Sabines poeta

mexicano. Yo tampoco lo se de cierto, pero supongo

que un día las cosas podrán cambiar y quienes

aparecen representados/as en estas fotografías

podrán sentirse libres de ser y mostrarse como son,

sin tener la necesidad de hacerlo en un día específico:

La marcha del orgullo gay.

Al compartir con todo/as ustedes estas fotografías

intento llevar a ustedes un poco de las personas que

forman parte de esta reunión anual en busca de la

libertad y el respeto. Quizá un día sus sueños logren

caber dentro de las urnas.

Marcha del orgullo gay 2008, Santiago de Chile.

[Recoger fotografías de: http://www.alsurdetodo.com/?p=894. Fotografías de Bertha Bermudez Tapia]

Revista al Sur de Todo - N°1

4

Entrevista A Sonia Montecino Aguirre: “La Situación De Los Estudios De Género En América Latina”

Mauricio Amar1

Resumen. Revista Al Sur de Todo se ha reunido con Sonia Montecino Aguirre, directora del Archivo Central

Andrés Bello de la Universidad de Chile, antropóloga de vasta trayectoria en estudios de género, fundadora del

Centro de Estudios Interdisciplinarios de Género y docente del Magíster de Estudios de Género y Cultura de

esta casa universitaria..

Es necesario partir estableciendo los vasos

comunicantes entre academia y contexto, para así

reconocer las formas en que los estudios de género

interrogan y tensionan las realidades sociales

observadas e intervenidas. En tal sentido, esta

conversación hace un breve zapping por distintos

temas en que los estudios de género pueden ser una

herramienta clave para su comprensión. Las

problemáticas del género en el mundo indígena

latinoamericano o; específicamente en Chile, el

impacto que tiene la elección de una presidenta

mujer en la incorporación de la perspectiva de

género a las políticas públicas, son algunos de los

tópicos abordados a continuación.

Sonia, los estudios de género han abierto las

puertas a la comprensión de una gran gama de

fenómenos sociales que aparecían ocultos a la

mirada androcéntrica tradicional de las disciplinas.

Sin embargo, debido a que el enfoque de género

aparece como abriéndose espacios frente a una

realidad muchas veces hostil a aceptar el

cuestionamiento a la manera histórica de hacer

ciencias sociales, me gustaría que nos contaras

desde tu perspectiva cuáles son los aportes de los

estudios de género que sí han logrado posicionarse

dentro del mundo de la academia y de la

investigación.

Hay que visualizar los aportes de los Estudios de

Género desde dos perspectivas que van juntas; la

académica y la política. En el caso de la academia, y

hablo desde la experiencia chilena y latinoamericana,

hay logros y avances desiguales. Me parece que en el

cono sur Chile ha avanzado muchísimo, sobre todo

en el área de las ciencias sociales, las humanidades y

el derecho. Hay centros y programas abocados en la

Universidad de Chile a los estudios de género,

además la materia se imparte en los cursos de

pregrado, postítulo y postgrado. Por otro lado, a

diferencia de lo que ha sucedido en otros lugares,

estas iniciativas han podido perdurar en el tiempo y

no han dependido de aportes financieros

internacionales, aunque en sus inicios así lo fue. La

sustentabilidad de todas esas acciones se ha logrado

gracias a la extensión, la docencia y la investigación.

De ese modo, yo diría que hay una instalación de los

Estudios de Género dentro del estatus de las

disciplinas. Ahora, esto no quiere decir que hayan

desaparecido los sesgos androcéntricos a nivel

general, pero sí se comienza a aceptar la importancia

y riqueza epistemológica que implica pensar la

sociedad desde una perspectiva de género. Por otro

Revista al Sur de Todo - N°1

5

lado, desde lo político (por supuesto todo lo anterior

también lo es, pero dentro del campo de la política

académica, de la lucha por las interpretaciones del

mundo), los Estudios de Género han influido en las

políticas públicas, por un lado, y en las

reivindicaciones de género, en la medida en que sus

reflexiones e investigaciones –siempre con una

mirada crítica a la organización social que entraña

desigualdades de género, de clase y étnicas- han sido

el supuesto que ha guiado las implementaciones de

políticas hacia las mujeres. Todavía no se logra eso sí

que se entienda que género supone una relación

social entre hombres y mujeres, y falta aún avanzar

en ese campo, pero al menos los Estudios de Género

han servido para situar un horizonte problemático

respecto a la posición de las mujeres en la vida social.

Avanzar en el posicionamiento de un enfoque

requiere necesariamente de alianzas entre, al

menos, quienes se encuentran interesados en su

promoción. ¿Cuál es la calidad de las relaciones

entre quienes están llevando a cabo los estudios de

género en América Latina?

Sin duda una de las marcas que han tenido estos

estudios de género en la academia ha sido los inicios

la existencia de redes entre académicas de

universidades latinoamericanas, en ese sentido fue la

Universidad de Chile la que inició, junto al Sernam3

(cuando éste era dirigido por la Ministra Josefina

Bilbao) el primer encuentro de Estudios de la Mujer

y Género de América Latina y del Caribe, en

Nicaragua, al que le siguieron una serie de seis

encuentros en distintos países latinoamericanos. Eso

significó crear alianzas, intercambios y poner en

escena los problemas que tenían los distintos grupos

en sus universidades para consolidarse. Esos

encuentros se discontinuaron, pero las redes igual

siguen, aún cuando en muchos países, hipotetizo por

el carácter marcadamente androcéntrico de algunas

universidades, algunos grupos desaparecieron y se

crearon otros nuevos. Sin embargo, los intercambios

académicos latinoamericanos se mantienen así como

el flujo de publicaciones. La importancia de la

inserción de los estudios postgraduados de género

será algo que a futuro determinará nuevas redes, en

la medida en que la transmisión transgeneracional

permita otras aperturas. Esta misma revista que

ustedes lideran puede constituirse en una nueva e

importante fuente de interrelaciones, conexiones y

complicidades académicas.

Dado que los países del tercer mundo

contribuyeron en las décadas pasadas a poner en

duda la visión eurocéntrica de los modelos de

desarrollo, e instalaron la diversidad como

elemento fundamental para la comprensión de las

distintas realidades que viven las mujeres en el

mundo ¿De qué manera ha contribuido América

Latina a esta discusión?

Me parece que las contribuciones de varias

intelectuales latinoamericanas han sido muy

relevantes en relación a pensar el desarrollo desde

otras miradas, entre ellas la de Lourdes Arizpe,

Magdalena León, y Loreto Rebolledo; pero también

de manera muy clara han sido los movimientos de

mujeres campesinas, indígenas, mujeres populares y

movimientos feministas quienes han tenido una voz

muy importante para dar cuenta de la necesidad de

concebir el desarrollo desde la posición y condición

de las mujeres más vulnerables.

Revista al Sur de Todo - N°1

6

Usted ha trabajado con el mundo indígena

latinoamericano. Hoy vemos que hay un renacer de

los movimientos indígenas en la gran mayoría de

los países que cuentan con una población

importante que se adscribe a las distintas etnias

que podríamos reconocer como indígenas. ¿Cuáles

han sido los cambios en las relaciones de género, al

interior de las comunidades que usted conoce, en

los últimos años? Si hay cambios, ¿tienen estos que

ver con el creciente empoderamiento de los

movimientos sociales?

No me atrevo a decir taxativamente muchas cosas al

respecto, pues faltan investigaciones que den cuenta

de los fenómenos de cambio desde el 80 en adelante;

por otro lado, la situación de cada grupo indígena es

distinta de acuerdo a su historia y a sus particulares

relaciones de género y poder.

Sin embargo, es evidente que el influjo de la

globalización y el de los movimientos sociales de

mujeres y feministas ha permeado a esas

comunidades (así como a otras no indígnas). Me

parece que el debate entre lo universal y lo particular

es un nudo que no se resuelve tan fácilmente, me

refiero a que los derechos universales de las mujeres

transgreden muchas de las formas culturales de las

etnias y ello supone un conflicto político al interior

de las mismas, pero también implican un desafío

para definir el valor de las particularidades versus el

valor de lo universal-humano. La confusión entre

igualdad e identidad creo que es una de las piedras

de tope. Me parece que el tema debe ser objeto de

reflexión e investigación. Muy poco se conoce de la

situación actual de género dentro de los pueblos

originarios, a excepción de datos estadísticos -que

por supuesto revelan que las mujeres indígenas son

las que están más pobres dentro de los pobres-,

habría que avanzar en una relectura de lo étnico a la

luz de los cambios sociales contemporáneos (¡¡les

estoy estimulando a que hagan tesis¡¡).

En cuanto a la realidad chilena, hemos sido testigos

de cambios simbólicos verdaderamente relevantes,

al punto que este país ha llegado a tener a su

primera presidenta mujer. ¿En qué medida esto se

ha traducido en la incorporación de enfoques de

género en la elaboración de políticas públicas?

Esto se liga a la primera pregunta. Sin duda que ha

habido influjos en las políticas públicas, pero a mi

juicio es preciso avanzar aún más, pues en muchos

casos asistimos a políticas carentes de significados

que la sociedad comprenda a cabalidad, es decir hay

que avanzar en formular discursos, relatos de género

que acompañen esas políticas y que las hagan tener

un sentido más allá de los problemas puntuales. No

hay un debate público, una información más

profunda del porque se implementan determinadas

políticas y eso hace que muchas veces ellas fracasen.

Entiendo que construir estos relatos supone muchas

veces cuestionar los cimientos en los cuales se

estructura lo social, pero apuntar en esa dirección

puede ayudarnos de verdad a pensar en horizontes

de mayor igualdad e inclusión social, en nuevos

modelos de desarrollo y nuevos proyectos políticos.

Tengo la confianza que todos(as) aquellos(as) que

están cursando postgrados de género tendrán una

nueva manera de enfrentar estas políticas, de

concebirlas y de cuestionarlas, puesto que la

complejidad de las relaciones de género (de la

cultura en definitiva) no es sólo un problema de

conocer técnicas más o técnicas menos, sino un

problema que involucra los modelos de poder con

los cuales estructuramos la vida social.

Revista al Sur de Todo - N°1

7

Para terminar, me gustaría saber su opinión

respecto a un tema que ha surgido con fuerza, sobre

todo por la promoción en los medios de

comunicación: el de la violencia extrema contra las

mujeres. Incluso ha aparecido un debate sobre el

femicidio en términos conceptuales a fin de legislar

sobre esta situación. ¿Cómo cree usted que los

estudios de género pueden ayudar a esta

conceptualización, tomando en cuenta la diferencia

del lenguaje académico con aquel que está presente

en la legislación?

Ahora, para que ello suceda es preciso que exista una

voluntad de escuchar (se) y de avanzar en una

conversación que logre ese engarce siempre

presente, por lo demás en lo estudios de género,

entre academia y política.

Esto se liga a lo que he dicho anteriormente, quienes

están a cargo de hacer políticas y de legislar deben

conocer a cabalidad que el problema de la violencia

contra las mujeres no es un asunto que se tipifica en

un delito común y corriente, sino que está arraigado

a concepciones desiguales de lo femenino y lo

masculino. El aporte de los estudios de género, en

este caso especifico, es operar desde lo

interdisciplinario de su propia concepción, de ese

modo es posible construir diálogos y establecer

puentes conceptuales y políticos que hagan posible

arribar a entendimientos disciplinares.

Nota del/la autor/a 1Sociólogo de la Universidad de Chile, alumno

tesista del Magíster en Estudios de Género y Cultura

de la Universidad de Chile.

2Doctora en Antropología de la Universidad de

Leiden, Holanda. Actualmente es Directora del

Archivo Central Andrés Bello de la Universidad de

Chile, profesora asociada del Departamento de

Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de

la Universidad de Chile. Es titular de la Cátedra

Género de la UNESCO con Sede en el Centro

Interdisciplinario de Estudios de Género (CIEG) de

la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de

Chile. Sonia Montecino es Premio Nacional de

Humanidades y Ciencias Sociales 2007.

3 Servicio Nacional de la Mujer (Sernam).

Revista al Sur de Todo - N°1

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Reflexión metodológica en torno a la investigación

sociológica de femicidios: los desafíos del trabajo de campo

y una nueva conceptualización del femicidio.

Juan Cabrera Ullivarri.1 Pablo Cristi Contreras.2

Resumen. El artículo revisa las decisiones metodológicas tomadas en el proceso de la investigación de los

femicidios, llevada a cabo por los autores. El objetivo es contribuir a la reflexión en torno a cómo realizar estudios

sobre femicidios, y a la discusión en torno a su definición desde las ciencias sociales. Se detallan las

características más básicas de la investigación mencionada, y luego se presentan las etapas de la investigación.

Cada etapa contiene definiciones teóricas y estrategias metodológicas propias, que fueron evolucionando a

medida que avanzaba la investigación. Concluida esta exposición, se argumenta teóricamente respecto a las

innovaciones de los autores para definir el femicidio, incluyendo nuevos criterios para su estudio; y

posteriormente se detalla respecto al nuevo concepto de femicidio al que la investigación de los autores arribó

gracias a las decisiones tomadas. Finalmente, el artículo presenta una consideración para investigaciones

futuras respecto a los temas mencionados.

Palabras clave. femicidio, violencia basada en género, operacionalización, metodología, sociología.

Abstract. This article reviews the methodological decisions taken by the authors in the process of researching

femicides. The aim of the present reflections is to contribute on how to conduct studies on femicide, and the

debate about its definition from the social sciences. This essay specifies the basic features of the above research,

and presents the different phases involved in it. Each stage contains its own definitions of the theoretical and

methodological strategies, which evolved as the investigation progressed. After this presentation, theoretical

arguments are drawn in regard to the innovations of the authors in the definition of femicide, which includes

new criteria for its study. This leads to the elaboration of a new concept of femicide that the authors arrived

through the decisions taken during the present research. Finally, the article gives suggestions for future research

regarding the topics mentioned.

Keywords: femicide, gender violence, operationalization, methodology, sociology.

El presente artículo tiene por objeto presentar las

decisiones metodológicas tomadas por los autores en

su investigación respecto a los femicidios, hecha en

el marco del pregrado de Sociología de la

Universidad de Chile. El interés de esta presentación

radica en comprender la complejidad que los

estudios de género implican para la disciplina,

debido a varias razones, entre ellas, el rezago –y

discriminación– que los estudios de género tienen en

la academia, al menos de la Universidad de Chile, y

Revista al Sur de Todo - N°1

9

colaborar en el debate para el estudio de la violencia

de género en las ciencias sociales.

Los diseños en algunas investigaciones –quizás para

la mayoría– deberían ser lo suficientemente abiertos

como para renovarse. A veces, en el papel, un diseño

metodológico puede calzar muy bien, cual

crucigrama, pero puestos en acción demuestran las

grietas y supuestos de su construcción. Esto no es

algo evitable, en nuestra opinión. Por eso los diseños,

insistimos, debieran tener la cualidad de ser lo

suficientemente flexibles para poder innovarse, sin

perder por eso la línea de la investigación, así como

el tema, los métodos y el enfoque. Nuestra

experiencia en esta investigación es precisamente un

ejemplo de ese fenómeno. Hicimos un diseño bien

planteado y coherente, que en acción se debilitó

porque no cubría todas las posibilidades que

efectivamente surgieron en la aplicación.

Descripción de la investigación

A La investigación tiene dos etapas: la primera, de

construcción de los datos de femicidios mediante el

registro de la prensa en la Base de Datos; y el

segundo, el análisis de los femicidios registrados

mediante el análisis de los datos, lo que es una etapa

más cualitativa del estudio. Para los enfoques

cualitativos, se consultó a Manuel Canales (Canales,

2006), Taylor y Bodgan (Taylor y Bodgan, 1987), y

Manuel Valles (Valles, M., 2003). Este artículo se

referirá a la primera parte.

Pregunta:

¿Cuántos y qué patrones culturales tienen los

femicidios registrados en los medios de

comunicación escritos, ocurridos en 2005, 2006, 2007

y 2008 (1er semestre) en Chile?

Objetivo General:

Registrar y caracterizar los femicidios ocurridos en

Chile (2005-2008) para contribuir al conocimiento

general, estudio y superación de la violencia de

género en el país.

Objetivos Específicos:

Generar una Base de Datos de Femicidios en Chile

(2005-2008) con los casos aparecidos en los medios de

comunicación escritos masivos del país.

Reconocer patrones culturales de los femicidios

identificados, para desnaturalizar este fenómeno.

Visibilizar el orden de dominación a través de

información sobre femicidios en Chile para

promover una necesaria transformación social de

rechazo hacia la violencia contra las mujeres como

forma de violación a los Derechos Humanos.

Esta es una investigación descriptiva, pues consideró

el conocimiento previamente producido del área que

se investiga para formular las preguntas de

investigación (Hernández et. al., 1991: 62) con

elementos exploratorios, pues al no encontrar

registros de femicidios o información previa

consistente, nos adentramos en un fenómeno que

sigue siendo difuso en cuanto a sus mediciones y

características (Valles, M., 2003: 59).

Asumimos, tal como el estudio Femicidio en Chile

(Rojas et. al., 2004: 41), que el registro de femicidios

por medio de la prensa es impreciso. Nada asegura

que los periódicos efectivamente registren todas las

muertes de mujeres por razones de género. Debido a

la inexistencia de mecanismos oficiales para ese

registro, y de una institucionalidad acorde para ese

propósito, la prensa se alza en distintos países como

la vía más completa para cuantificar el femicidio. El

Revista al Sur de Todo - N°1

10

registro de prensa se hizo en base al diario La Cuarta,

porque es el único que entrega públicamente los

hechos de violencia extrema con las mujeres, en

relación al resto de los diarios nacionales (Rojas et.

al., 2004: 65), a pesar del enfoque sensacionalista de

sus artículos. Para los casos de femicidios no

ocurridos en la Región Metropolitana se revisó la

prensa digital de la región correspondiente.

Cuando La Cuarta era insuficiente en información, se

revisaron otros periódicos para completar la Base de

Femicidios.

Tres momentos en la investigación:

la ampliación del conocimiento

Las siguientes ideas han nacido luego de un tiempo

registrando femicidios desde La Cuarta, y

discutiendo con la profesora guía, la socióloga Mg.

Silvia Lamadrid. No buscamos dar respuesta

definitiva a estas reflexiones. Más bien, son

problematizaciones para alimentar el debate en

torno al femicidio y las posibilidades de su registro y

caracterización. Es más, esperamos que estos puntos

no se acaben y surjan otros.

1. Primer momento: los criterios primarios

En los albores de la investigación hicimos una

revisión a los trabajos latinoamericanos al respecto

(CCPDDHH, 2006; CEPAL, 2007; Castillo, 2008;

Vetrugno, 2006; ONU, 2006; ONU, 2008; CLADEM,

2007; Barcaglione et. al., 2005; Carabineros de Chile,

2007; Segato, 2006; Sagot, 2000; Cisnero, 2001; Pola,

2001; Macassi, 2005), y llegamos a una definición

particular de femicidio.

El femicidio se configura como la forma extrema de

violencia basada en género ejercida por los hombres

contra las mujeres, ya que termina con la muerte de

ellas, y es la expresión del control sobre todas ellas

como género, naturalizado en la cultura y tolerado

por el Estado. Dentro de sus principales intereses, el

concepto, por un lado busca subrayar que

políticamente no es lo mismo un asesinato de

mujeres a otros, dado que es una consecuencia de un

orden de dominación patriarcal; y por otro lado,

resalta el carácter de crimen de odio –o de poder– al

violar las dos leyes del patriarcado. Además, es un

recurso de violencia instrumental y de control

masculino, en un contexto de subordinación

femenina, y no una respuesta emocional o pasional

de los hombres. Se distinguen tres tipos de

femicidios:1) Femicidio íntimo: asesinato de mujeres

cometidos por hombres, con quien la víctima tenía o

tuvo una relación familiar, sentimental, de

convivencia, u otras afines. Son los más frecuentes, y

en general es la culminación de episodios de

violencia sostenidos por años o meses. 2) Femicidio

no íntimo: asesinato de mujeres por hombres, con

quienes las víctimas nunca tuvieron alguna relación

sentimental, familiar o a fin con el femicida. En

general, en este tipo de femicidio existe la violación

sexual. 3) Femicidios por conexión: mujeres

asesinadas en el intento por interponerse tratando

que un hombre matase a otra mujer. Son las mujeres

que actúan para intervenir una situación de violencia

o son atrapadas por la acción del femicida.

Este concepto es una definición que explicita el

interés político de denuncia contra la opresión de las

mujeres y su consecuente dominación, y se subraya

que está anclado en motivos estructurales de la

sociedad, o sea, no son producto del singular estado

emocional-nervioso de un hombre. Y se considera

que los hombres son los asesinos-activos en la

relación violenta, mientras que las mujeres son las

Revista al Sur de Todo - N°1

11

víctimas-pasivas. Los tres tipos de femicidios los

usamos tal cual se hacía en otras investigaciones y

como el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) los

consideraba.

Además, el concepto visibiliza la dominación

masculina en tanto el femicidio es producto de

violencia basada en género (VBG). La VBG, según la

ONU, es aquella que “tenga como consecuencia, o

tenga posibilidades de tener como consecuencia,

perjuicio y/o sufrimiento en la salud física, sexual o

psicológica de la mujer. Constituye una de las más

generalizadas violaciones de los Derechos

Humanos” (Castillo, 2008: 18). El hecho de visibilizar

las formas de violencia contra la mujer, mediante el

concepto de VBG, tienen como fin último permitir a

ellas el acceso igualitario a la participación política y

social, a la inclusión versus su exclusión, o lo que

Touraine llama entrar al “mundo de la palabra”

(Touraine, 1989). De hecho, Touraine señala que los

movimientos de mujeres en América Latina han

hecho un llamado más enérgico a la defensa de la

vida misma y su dignidad, que a reivindicaciones

económicas (Touraine, 1989).

2. Segundo momento: operacionalizar el

femicidio

Ya que necesitábamos una mayor claridad en el

concepto para su registro, decidimos hacer una

descripción operativa del femicidio. La conclusión

fue que serán femicidios aquellas muertes y suicidios

de mujeres originadas por las siguientes formas de

violencia y sus derivados a manos de hombres:

abusos verbales y físicos, golpizas físicas o

emocionales, acusaciones de celos control e

intimidación, tortura, venganza, esclavitud,

negación de la comida, acoso sexual, violación

sexual, abuso sexual infantil incestuoso o

extrafamiliar, heterosexualidad forzada, mutilación

genital, psicocirugía, operaciones ginecológicas

innecesarias, mutilaciones en nombre del

embellecimiento y cirugías plásticas. Los tipos de

femicidios: 1) Femicidio íntimo: muerte de mujeres

provocadas y efectuadas por hombres, en donde

ambos tenían, al menos una relación: a. amorosa

pasada o presente (esposos, pololos, ex parejas,

convivientes, etc.); b. familiar sanguínea o política

(padre, madre, tío/a, primo/a, suegro/a, etc.); c.

afectiva (amigo/as). 2) Femicidio no íntimo: muerte

de mujeres provocadas y efectuadas por hombres, en

donde ambos no tenían relación amorosa, familiar o

afectiva. Se incluyen, entre otros: a. relaciones de

vecinos, laborales, contractuales; b. robos que

terminan en muerte de mujer/es; c. balaceras

callejeras; d. redadas y/o vendetta entre pandillas; e.

delitos sexuales. 3) Femicidio por conexión: mujeres

asesinadas por hombres al intentar detener o agredir

al hombre que ataca a otra mujer, o defender a ésta,

o simplemente se presentan en el momento del

femicidio siendo ellas también asesinadas.

Con esta operacionalización pudimos resolver los

problemas iniciales del registro. Obtuvimos un

concepto más aterrizado capaz de dialogar de mejor

forma con la prensa. Las dos principales

innovaciones fueron: 1) el perfeccionamiento de la

tipificación, detallando bien las relaciones que cada

una considera, lo cual fue muy beneficioso; 2) incluir

suicidios de mujeres provocados por razones de

violencia intrafamiliar o de género como femicidios.

Habiendo resuelto los obstáculos iniciales volvimos

a la Biblioteca Nacional a continuar el registro, pero

insistentemente surgieron dudas que exigieron

nuestra atención. En la definición se menciona

brevemente que las niñas también son víctimas de

Revista al Sur de Todo - N°1

12

femicidio, y sólo como consecuencia de abuso sexual;

el tema de las muertes por operaciones quirúrgicas

no estaba bien explicitado; y nos preguntamos

también si sólo los hombres cometen femicidios. Esto

dio pie a la tercera etapa de la investigación.

3. Tercer momento: ampliación de los

criterios

Explicitaremos los puntos más relevantes que

incluimos para nuestro concepto de femicidio, como

correlato del concepto que hasta el momento

habíamos concluido.

El femicidio no sólo lo cometen hombres. El diseño

de nuestra investigación consideraba al femicidio

como el asesinato de mujeres por hombres por el sólo

hecho de ser tal, en un contexto de dominación

masculina. Sin embargo, hemos entendido que las

mujeres también pueden ser femicidas. Esto en razón

de considerar el contexto detrás de las acciones de

asesinato a mujeres. Ese es el tema de fondo: la

muerte de mujeres debido a la lógica de la

dominación masculina. Cuando una mujer mata a

otra porque se metió con su pareja, creemos que se

trata de un femicidio. Así como reyes mataban a sus

hijas porque no les servían en términos de sucesión

en el trono, o en el campo una hija no es valiosa como

un hijo hombre para los trabajos y control de la casa,

una mujer, por ejemplo, puede eliminar a sus hijas

por razones similares. La idea es no caer en la lógica

dicotómica ahistrórica, femicida/hombre-

víctima/mujer. Las mujeres también pueden ser vías

de manifestación de la dominación masculina.

Matar niñas, ¿es un femicidio? Encontramos varios

casos en los cuales el padre de familia asesina a su

pareja y luego procede a matar a sus hijos, sean

hombres o mujeres. En esta situación, el asesinato de

niñas por parte de su padre se vuelve problemático.

Cuando decimos niña nos referimos a menor de

edad, menor de 15 años preferentemente. En casos

cuando el padre mata a su familia, es cuestionable si

la niña fue asesinada por razones de dominio

masculina –por ser mujer-, porque ella estaba allí en

el medio del asesinato, o porque era hija del femicida.

Es decir, podría haber sido perfectamente un niño

hombre el que murió, y efectivamente fue así en

muchos casos. El asesinato de niños, que también se

puede llamar infanticidio, nos genera dudas al

momento de clasificarlos como femicidio cuando la

victima es mujer. Sin olvidar estas consideraciones,

lo registraremos como femicidio ya que la victima es

mujer.

No todas las muertes de mujeres son un femicidio.

Las mujeres que mueren por un accidente no son

femicidio. Esto involucra accidentes de automóviles,

atropellos, o producto de alguna bala loca que llego a

una mujer. De hecho, por esta razón hemos

eliminado algunos casos del registro.

Son femicidios los casos de mujeres que mueren por

cirugías estéticas innecesarias. Este es otro punto

innovador que, provocativamente, hemos incluido al

registro de femicidios. La definición clásica de

femicidio incluye los casos de muertes producto de

cirugías que mutilan los genitales femeninos contra

la voluntad o de la necesidad de las mujeres (Segato,

2006: 3). Esas operaciones innecesarias son causa de

femicidio. Pues bien, una operación estética, que

responde a adecuar los rasgos a cánones del orden

masculino de belleza deseada, es tan innecesaria

como inducida por la estructura social en la cual se

inserta la mujer. Son categorías de percepción y

juicios de valor creados en un contexto de

dominación masculina interiorizadas en las mujeres.

Vale matizar, hay casos de personas víctimas de

Revista al Sur de Todo - N°1

13

accidentes o quemaduras que se someten a cirugías

estéticas; éstas tienen un argumento médico. En

cambio, operarse los senos o la nariz por ser más bella,

o complacer al marido, se acerca más a femicidio que a

otra cosa. Como hemos dicho, es necesario someter a

discusión este tópico.

Para ilustrar las reflexiones anteriores, queremos

exponer ejemplos concretos de la discusión sobre la

muerte de niñas menores de edad, suicidios y

operaciones estéticas, casos que sin duda son los más

controversiales e innovadores para su consideración

como femicidios [1].

Comencemos por la muerte de niñas. El 1 de octubre

de 2005, Giovanni Reyes Valdebenito violó vía anal

y mató por asfixia a su hijastra Lissette Orellana de

10 años. En este caso no dudamos de presenciar un

femicidio. Giovanni hizo uso del cuerpo de Lissette

para su beneficio y placer, en razón del control y

poder sobre ella como hombre y padre. Pero hay

otros casos para debatir. En 2007, el 22 de enero una

madre mató por asfixia a su hija Síndrome de Down

de 24 años, porque estaba cansada de su enfermedad.

El mismo año, entre el 8 y 9 de febrero, Carolina de

22 años mató a su hija Yamila de 1 año y 7 meses,

según dijo porque estaba agobiada de tanto llanto y

griterío. En estos casos, ¿qué llevó al asesinato de

estas mujeres-niñas? ¿Fueron asesinadas por ser

mujeres, o por otros motivos? En el caso de Yamila,

según como se presenta la noticia, podría haber sido

niño o niña, e igual la hubiera matado. Lo mismo

sucede con el caso de la niña con Síndrome de Down.

Asimismo ocurrió el 24 de febrero del mismo año

cuando Carmen Contreras mató a su hija de 16 y su

hijo de 8 años, para después suicidarse. No queda

claro en estos casos que la causa del asesinato sea el

hecho de ser mujer.

Pasemos a revisar ahora casos de suicidio. El 1 de

agosto de 2005 Rosa Klein, de 46 años, se lanzó desde

un séptimo piso tras discutir con su ex esposo.

Afirmamos que es un femicidio por cuanto la causa

del suicidio está claramente anclada en la violencia

intrafamiliar de la cual Rosa y su esposo eran

protagonistas. Pero hay otros suicidios que nos

generan dudas. En 2007 hubo un par de casos donde

mujeres se mataron por amor, es decir, se suicidaron

tras acabar sus relaciones amorosas. Es el caso de

Digna Basic de 21 años (4 enero), Cecilia Maureira de

41 años (14 enero) y D.A.C. de 16 años (18-19 marzo).

Al menos con la información entregada por el diario,

no es suficiente decir que fueron femicidios. Estos

tres casos puntuales, como otros similares, sí los

consideramos femicidios, como argumentaremos

más adelante. Los tres suicidios por amor son

causados luego que ella se separa de su pareja

hombre y siente que ya no tiene nada más qué hacer

viva.

Las cirugías estéticas innecesarias, tal como hemos

descrito anteriormente, son fuente de expresión de la

dominación masculina y, por ende, de las estructuras

cognitivas que en la sociedad operan con esa lógica.

¿Por qué una mujer ha de operarse su nariz y busto

con el argumento de darle una sorpresa al marido? Es el

caso de Pamela Fariña Álvarez, del 26 de abril de

2007. Quiso darle ese regalo a su esposo, y murió en

el intento a causa de la anestesia. ¿A qué responden

los cánones de la belleza? ¿Por qué Pamela pensó que

con senos más redondos y grandes, y una nariz más

respingada, estaría dando una satisfacción a su

marido? La información de prensa no indica alguna

mal formación que justifique médicamente la

intervención. Esto nos lleva a pensar que las muertes

a causa de cirugías estéticas innecesarias están

Revista al Sur de Todo - N°1

14

basadas en una forma de violencia simbólica: el

deber ser del cuerpo femenino aceptable y apetecible

por la racionalidad dominante (masculina). Hay un

problema específico que surge de esto al momento

de construir la Base de Datos: ¿quién es el femicida

en el caso de Pamela? ¿El anestesiólogo, el equipo

médico, el hospital, el marido… la sociedad? Como

no podemos responder esa pregunta, dejamos esa

casilla de la Base de Datos sin rellenar más que con

la simbología que indica ausencia de datos.

La incorporación de estos elementos nos llevó a

registrar más femicidios que los oficiales del

SERNAM. A la luz de todo el proceso de estas tres

etapas, concluimos una vez más que el registro de

femicidios es impreciso. La prensa no hace un

recuento completamente confiable. Incluso el

registro del SERNAM parece insuficiente frente a la

definición que aquí hemos manejado de femicidio.

Entonces es imposible hacer un registro fidedigno de

femicidios con las actuales condiciones de

información disponible. Sin embargo, nuestra Base

de Datos reúne la mayor información posible de

rescatar desde la prensa, y ayuda a configurar

grandes tendencias y características de los femicidios

en el país.

Argumentación sobre las

innovaciones al concepto de

femicidio

Brevemente, queremos desarrollar el argumento de

nuestra apuesta teórico-metodológica no planificada

desde el primer momento del diseño de la

investigación. El transcurso de los registros, y los

posteriores análisis y profundización de lecturas nos

llevaron a plantear la necesidad de ampliar el

concepto de femicidio.

Actualmente es un lugar común encontrarse con

casos de mujeres jóvenes y adultas que se someten a

cirugías estéticas innecesarias, es decir, que no

cumplen una función médica que resuelva

problemas de salud para esas mujeres y que

responden, sencillamente, a consideraciones de

forma socialmente aceptadas y deseadas de su

cuerpo. Una de las ideas más subrayadas por

Bourdieu es que los dominados (en este caso,

mujeres) aplican categorías sociales a sus relaciones

y formas de desenvolverse que son propias del punto

de vista de los dominadores (hombres),

naturalizando esas visiones y prácticas,

instituyéndose así la violencia simbólica (Bourdieu,

2000: 50-51). Las mujeres de Cabilia, un ejemplo

recurrente de Bourdieu, tienen una imagen

autodenigrante de su sexo debido a los esquemas de

sus dominadores; similar, señala el sociólogo, a lo

que nuestras mujeres viven respecto a

su inadecuación corporal respecto a los cánones de

belleza. Hay un rol construido para las mujeres, se

espera que sean femeninas, deseables, depiladas,

perfumadas, sensuales, disponibles, serviciales,

baratas. Es la feminidad entendida como la

complacencia masculina (Bourdieu, 2000: 86). En el

fondo, tener senos pequeños, un trasero no abultado,

nariz poco respingada, hacen que no seas una “mujer

como Dios manda”; es no cumplir con el rol femenino

asignado, como señala Aldunate (Aldunate, 2007)

[2]. Esta es la lucha entre el cuerpo idealizado y el

real de las mujeres, conflicto que se canaliza en

operaciones estéticas. La evaluación de su cuerpo

que recibe de los demás, es lo que necesita para

construirse constantemente, orientando sus

Revista al Sur de Todo - N°1

15

decisiones y prácticas. Mujeres que mueren en medio

de una operación estética, independiente a si es por

reacción alérgica a la anestesia o negligencia del

médico, es una muerte anclada en razones de

dominación masculina. Para nosotros, eso es un

femicidio.

Siguiendo la misma lógica argumentativa, los

suicidios de mujeres también pueden considerarse

femicidios. Hay casos que registramos donde esto es

claro, ella termina su vida tras un continuo de

violencia ejercida por su pareja[3]. Pero en los casos

que anteriormente llamamos suicidios por amor, ¿es

tan fácil la conclusión? En principio no lo es. Pero

ahondando los argumentos es posible entregar luces

a su favor. Atendiendo a los significativos aportes de

Bourdieu en el tema, entendemos que las mujeres (y

hombres) han sido construidas (en términos

simbólicos) socialmente en sus prácticas y horizontes

de sentido, destinándolas a la resignación, sumisión,

discreción. En ese contexto, las mujeres cuentan con

pocas formas de ejercer un poder contra los hombres,

o dirigido hacia ellos, armas que por lo demás están

inscritas en el orden androcéntrico. Es decir, las

formas de resistencia de las mujeres están

igualmente codificadas por el aparato simbólico del

orden masculino. Bourdieu destaca, por ejemplo, la

magia como una de las formas con que las mujeres

accedían a algún poder, pero las brujas fueron

duramente reprimidas (quemadas, violadas,

golpeadas) en razón de ser maléficas y negativas

(Bourdieu, 2000: 47)[4]. Además de estas formas de

poder que las mujeres pueden alcanzar, están los

fines que el mismo orden le asigna a la feminidad

(como el cuerpo perfecto capaz de idiotizar a los

hombres). Entre esos fines está el amor. Suicidarse

por amor es una forma de poder que las mujeres

activan para atacar las leyes del patriarcado, a saber:

el control y posesión sobre el cuerpo femenino, y la

regla de la superioridad masculina (Segato, 2006).

Así como el femicidio no lo entendemos como una

respuesta pasional/emocional de los femicidas a

causa de los celos (Barcaglione et. al., 2005), el

suicidio de mujeres en contextos de relaciones de

pareja tampoco lo asumimos como una consecuencia

meramente psicológica-pasional. Este suicidio sólo

viene a confirmar las relaciones de dominación.

Hacia la nueva definición de

femicidio

A la luz de todas las consideraciones mencionadas,

hemos llegado a la siguiente definición de femicidio.

Entendemos al femicidio como la máxima expresión

de violencia basada en género y de violación a los

derechos humanos de las mujeres. Es una forma de

dominación, poder y/o control masculino que

termina con la muerte de la mujer, sin importar la

forma, el lugar y el arma con la que se produce el

crimen, ni la edad de la víctima, ni el sexo del

femicida. Los femicidios no presuponen

necesariamente una relación previa del algún tipo

entre los implicados. Incluimos como femicidios los

suicidios de mujeres que son provocados por

reiterados abusos y/o cualquier forma de violencia

(económica, sexual, física, psicológica) perpetrada

por uno o más hombres y/o mujeres, basadas en las

formas de dominación mencionadas. Serán causas

del femicidio: abusos verbales y físicos; golpizas

físicas y emocionales; acusaciones de celos; control,

Asaltos e Intimidación; tortura; venganza;

esclavitud; negación de la comida; acoso, abuso y

violación sexual; heterosexualidad forzada;

Revista al Sur de Todo - N°1

16

operaciones ginecológicas innecesarias y/o

mutilación genital; operaciones en nombre del

embellecimiento y/o cirugías plásticas innecesarias.

Esta definición del femicidio tiene una gran

diferencia con la anterior: hombres y mujeres pueden

cometer femicidios. Hemos concluido que

sociológicamente importa quién es víctima de estos

crímenes y no tanto quiénes los cometan. En ese

sentido, tanto un hombre como una mujer pueden

asesinar por razones de género a una mujer, lo cual

es coherente con nuestra opción por el concepto de

VBG. Es el caso que hemos visto de madres que

matan a sus hijas, y donde cabe preguntarse si les

hubiesen dado muerte si fueran hijos hombres. Este

entre uno de los posibles casos. De lo contrario

seguiríamos reproduciendo la lógica dual

hombre/mujer, en la cual se basa “la división de las

cosas y actividades… que recibe su necesidad

objetiva de inserción en un sistema de oposiciones

homólogas”, lógica universalista que registraría

diferencias naturales entre las cosas, y que “se

confirman una y otra vez por el curso de los

acontecimientos”, precisamente la eficacia simbólica

del habitus (Bourdieu, 2000). Elementos que se

mantienen de la definición anterior son el considerar

como femicidios la muerte de menores de edad (éste

es un problema que planteamos como tal y no

buscamos resolver, al menos no en esta

investigación), los suicidios ya descritos; y entender

al femicidio como máxima expresión de VBG y

violación de DD.HH. de las mujeres.

Esta definición que planteamos, y hemos usado

como herramienta de trabajo, no busca ser

permanente. Por el contrario, y por la propia

naturaleza de su elaboración, debe ser sometida a

debate y crítica, junto a los otros puntos que hemos

señalado con el propósito de ampliar y no limitar el

ejercicio de discusión. Para esta investigación nos

quedaremos con la definición, pero invitamos a la

necesaria revisión del mismo.

Consideraciones finales

Un asunto que nos llamó la atención, y lo

mencionamos como insumo para futuras

exploraciones en el área, es la gran cantidad de

noticias de VBG publicadas por La Cuarta. Asombra

el número de violaciones sexuales, acosos de

profesores, padres, toqueteos malintencionados de

parientes, pedofilia, explotación sexual; de violencia

física leve y extrema, desde golpes de manos hasta

quemaduras de cuerpo entero y golpes con hacha en

la cabeza, donde las victimas quedan vivos y otros

no; los testimonios de cansancio emocional causados

por la pareja, por el deber ser de un hombre o mujer;

el dramático saldo que queda en varios niños,

resultando unos huérfanos, otros golpeados,

violados; la dependencia económica de las mujeres

respecto a los hombres, las cuales reciben

una ayuda estatal para, en el fondo, expandir las

funciones domésticas –lavar, cocinar, bordar, coser,

criar– a un mercado en forma de servicios; y así un

largo etcétera de situaciones de clara VBG. Hemos

hecho una lectura diferente a La Cuarta, ya que, en

general, leemos cotidianamente la prensa y estos

casos de violencia de género nos pueden pasar por el

lado sin reconocerlos. Desde que leemos prensa con

esta mirada de género, no reconocemos en los otros

grandes diarios del país (La Tercera, El Mercurio, La

Segunda, Las Últimas Noticias, La Nación, etc.) tal

profusión de casos duros y concretos de VBG. Es el

perfil de las crónicas de La Cuarta que sencillamente

nos alertan. Uno sabe que en el país ocurren

Revista al Sur de Todo - N°1

17

asesinatos, violaciones, agresiones rutinarias.

Distinto es ver rostros, nombres, lugares, personas

que han sido violadas, agredidas, violentadas. Esa es

la gran diferencia que puede hacer el leer los diarios

con una mirada de género, pero en ello no se puede

agotar la investigación sobre el tema.

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Nota del/la autor/a

1Estudiante de Licenciatura en Sociología de la

Universidad de Chile.

2Estudiante de Licenciatura en Sociología de la

Universidad de Chile, y del Diplomado de Extensión

en Gestión Social de Recursos Naturales de la

Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de

Chile.

[1] Para leer los casos recomendamos revisar el diario

nacional La Cuarta, en las fechas citadas.

[2] Las mujeres deportistas, físico-culturistas en

particular, muchas veces no son consideradas

mujeres en el sentido idílico del término, pues son

grandes, fuertes, musculosas, ganadoras,

independientes; es decir, tienen distinciones que

son propiasdel masculino. ¿Una madre convencional

aconseja a su hija a ser físico-culturista o una modelo

de belleza? ¿Adónde se va la balanza?

[3] Destacamos que todos los casos de suicidios

registrados en nuestra Base de Femicidios, ocurre en

contexto de relaciones de pareja. De modo que, aun

cuando no es posible afirmar la culpabilidad directa

de la pareja hombre, estos casos los hemos

calificados como femicidios íntimos.

[4] Otras formas de oponer la violencia masculina

por parte de las mujeres son la mentira, la astucia, el

instinto, la pasividad, el amor de madre, la esposa

maternal que victimiza a su hombre, entre otras. Pero

queremos destacar la autovictimización de las

mujeres. Bourdieu ha hecho buenos análisis al

respecto.

Revista al Sur de Todo - N°1

19

La pertinencia de una educación en sexualidad con perspectiva de género

Héctor Gómez Cuevas1

Resumen. Tal vez más que en cualquier otra generación, nuestros jóvenes rompen esquemas en torno a la

sexualidad. El avance de las telecomunicaciones y la masificación de internet han provocado que lo invisible sea

visible y las acciones humanas consideradas del ámbito privado se vuelvan públicas. En este contexto, la

sexualidad de los jóvenes es más visible y prematura, pero no por ello más madura y sana. Las familias son cada

vez más diversas y no están cumpliendo a cabalidad su rol de formadoras y de agentes de socialización primaria.

A las escuelas, por su parte, se le exige complementar y suplir la ausencia familiar, pero los agentes del proceso

educativo no cuentan con los conocimientos, herramientas y actitudes para afrontarlo. Por ende, no existen

políticas públicas adecuadas y el Estado elude la temática. En dicho escenario se hace imprescindible una

educación en sexualidad con perspectiva de género en las escuelas, que incorpore como premisa básica el

reconocimiento de subjetividades del ser hombre y ser mujer como experiencias socio culturales particulares que

conforman sus identidades[1].

Palabras clave: género, escuela, Estado, familia, adolescencia, sexualidad, políticas públicas – educación.

Abstract. Perhaps more than in any other generation, our youth people break schemes about sexuality. The

advance in telecommunications, and the massification of the Internet have produced that the invisible become

visible and the considered human actions of the private become public. In this context, sexuality in youth people

is more visible and premature, but not for this more healthy and mature. The families are more and more diverse

and they are not fulfilling its roll of training and of primary socialization agents. On the other hand the schools

have the accomplishment to complement and replace the familiar absence, but the agents of the educative process

have not the knowledge, tools and attitudes to face it. Because of this, the State eludes the topic and there isn’t

an adequate public policy. In this scene a gender perspective in sexual education at schools becomes essential.

This perspective should incorporate the recognition of subjectivities of to be man or a woman as particular socio-

cultural experiences that shape their identities.

Keywords: gender, school, State, family, adolescence, sexuality, education public policy.

Una joven de 14 años y con uniforme escolar practica

sexo oral a un compañero en una plaza pública, es

grabada con un celular y la grabación se publica en

uno de los portales de internet más populares del

momento. Suficiente para que todo Chile hable,

comente y se burle del tema.

Nuevamente se presenta lo paradójico de lo que para

muchos es una cuestión recluida al ámbito privado,

pero que suele colarse en lo público, haciendo

aparecer opiniones de diferentes sectores acerca de

lo moral e inmoral, permitido-no permitido, bueno-

malo, correcto e incorrecto. En definitiva, el

famoso wena Naty se convirtió no sólo en chiste

nacional, sino que además planteó otra vez los

desafíos pendientes de las familias, el sistema

educativo y las políticas públicas, en cuanto a la

Revista al Sur de Todo - N°1

20

pertinencia de una educación en sexualidad aquí y

ahora.

El siguiente ensayo reflexiona acerca de la necesidad

de una educación en sexualidad con perspectiva de

género en la escuela, y de las acciones u omisiones de

las políticas públicas frente al tema[2].

Sin lugar a dudas, el espacio escolar es uno de los

espacios más relevantes en la vida de las personas,

ya sea por el tiempo que allí se convive, la

multiplicidad de relaciones que se generan entre las

personas, o por la primacía que ha ido adquiriendo

como institución social que complementa la acción,

de las cada vez más diversas y ausentes familias.

Claramente, las escuelas no son la totalidad, pero sí

son parte del proceso formativo y de socialización de

las personas, más aun en la etapa de adolescencia,

donde se inicia el proceso identitario y construye la

personalidad, una oportunidad de esclarecer,

cambiar, fomentar y/o reproducir pautas de acción

social predeterminadas (SERNAM, 2003: 9-10).

La necesidad de una educación en sexualidad,

tomando en cuenta la perspectiva de género, es decir,

considerar las diferencias de carácter biológico y

cómo se configuran éstas en la cultura, radica en que

la escuela es un lugar de interacción social donde se

transmiten y legitiman valores, creencias,

estereotipos sociales, convirtiéndola en un

verdadero microcosmos de la sociedad en que se

inserta.

En este contexto, la sociedad chilena identifica, a

través de su cultura, formas de ser hombre y de ser

mujer instituidos como roles y conceptos

esencializados, siendo los hombres los que se

identifican con el grupo dominante y actores

legítimos del espacio público, y las mujeres con que

se encuentran dominadas y circunscritas a lo privado

(aun cuando estos aspectos han ido cambiando

paulatinamente a través de los años). La perspectiva

de género intenta revertir lo anterior, involucrando

el reconocimiento de diferentes formas de ser

hombre o ser mujer a través de la identidad y el

reconocimiento de sí mismos; pero que al no

reconocerse dentro de las consideraciones culturales

imperantes, de consenso y sentido común, terminan

por discriminar en base a la diferencia, a otro distinto

que no se reconoce, no se respeta y por tanto, se

discrimina (Montecino, 2003:23).

Al encontrarnos en una sociedad con estas

características y considerando a la escuela como

un microcosmos social, donde se reproducen

modelos culturales, a través de las relaciones sociales

allí establecidas, se transforma en un lugar base

donde se puede intervenir en función de mejorar

relaciones sociales, que son en esencia relaciones de

poder y de diferencias de identidad.

Todo lo anterior, hace referencia al hecho de que

cotidianamente nos enfrentamos a una serie de

situaciones culturales donde no cuestionamos un

sinnúmero de pautas de acción social que parecen

existir desde siempre, convirtiéndose en parte de lo

que somos y de nuestro diario vivir. Pocas veces

reflexionamos sobre sus implicancias y las elevamos

a un esencialismo, invisibilizando, consciente o

inconsciente (en algunos casos), sus consecuencias.

Incorporar una perspectiva de género, implica que la

escuela permita la construcción de identidades

particulares en libertad, estimulando el desarrollo y

proliferación de subjetividades con respeto y

entendimiento, sin −necesariamente− imponer

formas de ser hombres y de ser mujeres, de acuerdo a

pautas culturalmente establecidas, que no hacen más

que limitar el desarrollo armónico de los sujetos

Revista al Sur de Todo - N°1

21

sociales (como el clásico y estereotipado ejemplo de

que las mujeres no pueden hacer trabajos pesados, o los

hombres no pueden llorar). Es por ello, que se hace

imprescindible un trabajo en conjunto con la escuela,

entiéndase directivos, profesor@s y alumn@s, y con

la familia de cada estudiante.

Desde 1993, y con muchos tropiezos, el tema de la

educación en sexualidad ha sido relevante. La

iniciativa más importante al respecto es la “Política de

Educación en Sexualidad para el Mejoramiento de la

Calidad de la Educación” que, si bien forma parte de la

Reforma Educativa, es relevante su trato particular

por su pertinencia en términos del predominio de

temas como las relaciones entre géneros, la

formación de la identidad sexual y de género y las

consiguientes consecuencias de dicha relación[3]. El

Ministerio de Educación, dentro del marco del

mejoramiento de la calidad y asociado a los objetivos

de equidad y participación de los diferentes agentes

del proceso educativo, así como la consideración de

que toda política pública se origine sobre la base de

legítimas demandas sociales, ha establecido que el

contexto actual exige el desafío de “contribuir a

satisfacer necesidades educativas en sexualidad humana a

través del sistema educacional” (MINEDUC, 1993: 1).

En suma, se trata de que la sexualidad sea asumida

como un contenido dentro de la educación formal;

esto, dentro de la concepción de que una educación

que involucra calidad debe satisfacer las necesidades

básicas de aprendizaje. Allí es donde se inserta la

sexualidad como parte de dicho tipo de necesidades.

Sin embargo, la incorporación de la sexualidad en la

política de 1993 advertía dos cuestiones

fundamentales: una de ellas respecto de la

variabilidad de expresiones sobre sexualidad,

valores, creencias e informaciones; en segundo lugar,

la necesidad de una actitud reflexiva en el entendido

de que esta educación debe ser un proceso de

aprendizaje colectivo. En síntesis, se trata de evitar

imponer contenidos y, en cambio, definir criterios y

procedimientos orientadores de acción colectiva que

sienten las bases del tratamiento de este tema en la

enseñanza formal.

La escuela, como institución social, cumple la

función de transmisión de la cultura, no sólo a través

del currículo explícito, sino además mediante la

acción educativa que se desarrolla en el espacio de la

cultura escolar. En el fondo, un mal tratamiento de

los contenidos sobre sexualidad implica una

formación limitada en afectividad y sexualidad y,

por tanto, una reproducción de pautas de acción

social, que conllevan prácticas discriminatorias y

sesgadas.

Finalmente, ¿cómo podría el Estado hacerse cargo de

la perspectiva de género? ¿Cómo poder evitar los

roles asignados arbitraria y discriminatoriamente?

Esto último es, tal vez, el mayor problema de la

política pública: la toma de decisiones, la generación

de consensos dentro del marco democrático

legislativo, y la respuesta a las demandas

ciudadanas, en conjunto con la legitimidad de las

mismas y la operatividad dentro del sistema político,

asuntos que deben lidiar con el enfrentamiento

cultural, la educación y la participación de los

distintos agentes. ¿Cómo decidir e implementar

políticas, si éstas tienden a la homogeneidad en su

acción, es decir, que nacen de un consenso de

diferentes ideas que llegan a un punto que será

finalmente aplicado en la política? Frente a esto, la

Política de Educación en Sexualidad señala que su

objeto es instalar contenidos y orientaciones básicas

para la educación en sexualidad, respetando la

Revista al Sur de Todo - N°1

22

diversidad de valores y creencias de las familias,

asegurando que éstas puedan cumplir con su

responsabilidad y que el logro de los objetivos

explícitos de una educación en sexualidad en el

sistema educacional formal cuente con el apoyo de

otros sectores de la comunidad, estableciendo que la

educación en sexualidad sea una tarea colectiva.

En este último punto habría un tema de análisis

sustancial en lo que respecta a la homogeneidad de

la política y los intentos de ella para cubrir, con la

mayor amplitud posible, las demandas, principios y

valores de la sociedad a través de la no imposición,

sino mediante la generación de consensos, el respeto

a la diversidad de concepciones sobre sexualidad, y

promoviendo la participación de tod@s. No obstante,

cabe preguntarse por este objetivo e interés

democrático respecto de si su implementación puede

realmente cubrir a todas las demandas y, aun así,

generar una política que realmente sea operativa y

entregue verdaderos resultados, de acuerdo con los

objetivos previamente establecidos. En definitiva, si

el Estado es capaz de hacerse cargo de una serie de

temas controversiales como son las prácticas

homosexuales, el aborto, la anticoncepción de

emergencia, la fertilización in vitro, etc., y obtener

verdaderos resultados de manera tal que sus

lineamientos generales encuentren una aplicación

práctica que sea legitimada por la sociedad. Además,

si la identidad sexual y de género comienza con el

desarrollo de la vida, y es en la interacción con el

medio en distintas instancias de socialización donde

se realiza dicha construcción, de acuerdo a los

patrones culturales de género en la sociedad, ¿podrá

la política reconocerla, hacerle frente sin caer en una

relatividad tal que finalmente no llegue a aplicarse?

¿Podrá definir indicadores que evalúen la

pertinencia de las indicaciones de la política?

Durante el año 2005 se encargó la realización de una

Comisión que revisaría la Política implementada en

1993, mandatada por el ex Ministro de Educación

Sergio Bitar, a cargo de Josefina Bilbao. Dicha

comisión se proponía revisar la Política y ponderar

lo realizado durante los últimos 10 años y evaluar su

pertinencia a la luz de los cambios ocurridos

últimamente en la sociedad chilena, sugerir y

proponer modificaciones, y recomendar medidas

inmediatas y mediatas. Para ello, la comisión definió,

dentro de sus lineamientos generales, la promoción

de la libertad de conciencia de todas las personas y el

resguardo de la autonomía de los establecimientos

educacionales, respetando los lineamientos

generales que establece el Marco Curricular Nacional

MINEDUC, 2005: 11).

La comisión recomendó que las acciones realizadas

en los últimos 10 años debían formar parte de la

definición de un plan estratégico de acciones que

tendrían como propósito la instalación del tema en el

sistema escolar y asegure el derecho de niños y niñas

y adolescentes a ser sujetos de educación sexual

oportuna, de calidad y que responda a sus

necesidades educativas, por un lado, y que repercuta

en la posibilidad de levantar indicadores de proceso

y resultados que permitan evaluar el desarrollo e

impacto que tendría en el sistema la ejecución de

dicho plan. (MINEDUC, 2005: 17). La comisión sólo

dio luces de lo que debería implementarse en las

escuelas, declarando la necesidad de una educación

en sexualidad con perspectiva de género. Sin

embargo, las políticas no han llegado a convertirse

en leyes, ni menos han llegado a donde realmente

son necesarias: a las escuelas, a las aulas y alumn@s.

Revista al Sur de Todo - N°1

23

Quienes nos desempeñamos en el ámbito educativo

sabemos que es un tema que no se toca, en el que no

hay claridad, ni menos las herramientas necesarias

para implementarlo, donde existen miedos e

intereses contrapuestos frente al tema. La educación

en sexualidad aparece como necesaria; sin embargo,

la forma, el enfoque y los límites han sido tan

discutidos u obviados que no ha existido la voluntad

de establecer consensos.

Por otra parte, las políticas públicas existentes no han

sido capaces de enfrentar la variable de género en

toda su amplitud, porque cuando se ha propuesto

hacerlo, el discurso ha sobrepasado a la realidad; es

decir, como lo señalaba Kathia Araujo (Araujo, 2005),

el discurso técnico-político del sector público no ha

realizado un óptimo análisis de la realidad para

configurar su política y, por tanto, no ha

diagnosticado respecto de la lentitud del cambio de

las instituciones en las que quiere introducir la

variable, ni menos de las personas que la

administran. Más amplio aun, no ha considerado el

hecho de que el género es una construcción cultural

que se desarrolla a partir de relaciones humanas, que

en sí mismas conllevan relaciones de poder y que a

partir de esas relaciones se generan las identidades

de género. Por tanto, el problema pasa porque el

discurso no alcanza a cubrir la realidad, no se acopla

ni genera una fluida comunicación entre ellos; es

decir, que en el ámbito de la escuela persisten

prácticas docentes sexistas y una ausencia de

políticas públicas que las erradiquen.

El desafío es imperioso y la necesidad de

herramientas con prontitud no debe confundirse con

el uso de medidas irresponsables y equívocas. El rol

del Estado es necesario, pero debe emanar también

de un cambio en la estructura del mismo. Un Estado

conservador y anticuado no puede fijar políticas, ni

menos intentar imponer conductas a las personas.

No obstante, debe fijar políticas públicas de acuerdo

a las necesidades actuales, que promuevan la

proliferación de subjetividades y la formación de

identidades en un ambiente de libertad, respeto y

tolerancia.

Seguramente Naty no es la única chica de 14 años

que ha iniciado su sexualidad, y entendiendo que lo

problemático del asunto no es la sexualidad en sí

misma, la tarea que la sociedad en general esta

llamada a cumplir es que l@s jóvenes conozcan y

sean conscientes de sus actos, que asuman con

madurez y vivan en plenitud sus procesos de

desarrollo. Las familias, en su diversidad, no podrán

establecer los consensos necesarios. El mundo actual

ha reconfigurado las relaciones familiares y la familia

ha dejado de tener el tiempo y la definición que antes

poseía. Por su parte, la escuela tiene el deber de

asumir la tarea, pero para ello también se debe contar

con docentes comprometidos, capacitados y capaces

de complementar la acción de las familias; de ahí la

necesidad de políticas públicas sobre el tema. El

Estado debe dejar de establecer medidas y acciones

sin un previo debate público que defina, por ejemplo,

el rol que ha de tener la educación, l@s profesor@s y

una serie de valores mínimos que comparta la

sociedad. Eludir la discusión ya no puede ser una

práctica permanente, ni menos sólo influir para que

no sean expulsados alumnos que a los ojos de las

instituciones educativas traspasan las

reglas moralmente aceptables.

En las escuelas sigue primando el criterio de la

autonomía curricular, correspondiéndole a cada

comunidad fijar sus principios y acciones y al Estado

velar por todos. Las sutilezas y particularidades se

Revista al Sur de Todo - N°1

24

ausentan, y en el caso del género no se reconoce que

el ser hombre y el ser mujer son experiencias socio-

culturales y, por ende, el todo(universal-igualitario)

del Estado más parece ser un nadie.

Referencias

Araujo, K. (2005). “Sexualidades públicas:

sexualidad, sujeto y sociedad en el discurso

estatal”. En III Seminario de Sexualidades

Contemporáneas – Intimidades Ciudadanas /

Sexualidades Públicas, noviembre de 2005,

Universidad Academia de Humanismo

Cristiano.

MINEDUC-Ministerio de Educación (2005).

“Informe de la Comisión de Evaluación

Recomendaciones sobre Educación Sexual

(Documento No oficial del MINEDUC)”. En

Serie Bicentenario, marzo de 2005.

MINEDUC-Ministerio de Educación (1993). Política

de Educación en Sexualidad para el

Mejoramiento de la Calidad de la Educación.

Chile: Ministerio de Educación.

Montecino, S. (2003). “Hacia una Antropología del

Género en Chile”. En Montecinos, S.; Castro,

R.; De La Parra, M. Mujeres, Espejos y

Fragmentos. Santiago de Chile: Editorial

Aconcagua.

SERNAM-Servicio Nacional de la Mujer, Gobierno

de Chile (2003). Módulo de Orientación

Vocacional No Sexista. Santiago de Chile,

2003.

Nota del/la autor/a

1Profesor de Estado en Historia y Ciencias Sociales,

Licenciado en educación Licenciado en Historia.

Profesor del Centro Politécnico Particular de Ñuñoa

[1] El artículo está basado en el Seminario “Género y

Educación: Perspectiva de Género en las Políticas

Públicas y el Marco Curricular en la Enseñanza

Media en Chile (1990-2005)” de los autores Héctor

Gómez Cuevas, Loreto Lillo Godoy y Pamela Vicuña

Córdova.

[2] Entendidas éstas como la serie de acciones

llevadas a cabo por el Estado chileno, tales como los

Mensajes Presidenciales en el periodo 1990-2005, el

Programa de Reforma Educativa, las Políticas de

Educación en Sexualidad para el Mejoramiento en la

Calidad de la Educación (1992-1993), la Reforma

Curricular (1996-1998), la Política de Participación de

Padres, Madres y Apoderados en el Sistema

Educativo, las leyes de Protección de la Adolescente

Embarazada, 12 años de Escolaridad, y Política de

Retención Escolar (1999-2005) y finalmente, el

Informe de la Comisión de Evaluación y

Recomendaciones sobre Educación Sexual (2005) y el

Marco Curricular constituido por los Programas de

Estudio de los diferentes subsectores de aprendizaje.

[3] Dicha política es interesante porque refleja la

función de la escuela dentro del proceso de

socialización humano, más allá de lo general, e

involucra al Estado, definiendo su rol, en conjunto

con el de las familias y la escuela.

Revista al Sur de Todo - N°1

25

Hegemonía y cooptación del feminismo en Chile: de la

aparición de un discurso feminista a la institucionalización

de los derechos políticos de las mujeres

Mauricio Amar1

Resumen. Este artículo plantea como hipótesis la existencia de un incipiente feminismo a comienzos de siglo,

el que es marginado por un discurso hegemónico proveniente de los sectores feministas ligados a la Iglesia

Católica. Las elites elaboran un proyecto que prescinde de los elementos emancipatorios del feminismo y se

concentra en sólo un objetivo: lograr la igualdad política formal de mujeres y hombres a través del otorgamiento

del sufragio femenino. Se utiliza el concepto de hegemonía para explicar el proceso a través del cual los intereses

particulares del feminismo católico devinieron en universales a través de la consolidación de un movimiento

sufragista.

Palabras clave: feminismo, hegemonía, discurso feminista, derechos políticos.

Abstract. This article poses the hypothesis of the existence of a nascent feminism in the beginningof the century,

which is marginalized by an hegemonic discourse from feminist sectors linked to the Catholic Church. Elites

developed a project that dispenses the emancipatory elements of feminism and focuses in only one objective: to

achieve formal political equality of women and men through the granting of female suffrage. Using the concept

of hegemony to explain the process through which the interests of Catholic feminism became universal through

the consolidation of the suffragist movement.

Keywords: feminism, hegemony, feminist discourse, political rights.

En la historia de los movimientos sociales chilenos,

uno de los más –si no el más importante ha sido el

movimiento de mujeres, desde donde surgieron

distintas formas de comprender la situación

particular de las mujeres en el país. La cuestión social

surgida a finales de siglo XIX, la incorporación de

grandes grupos de mujeres a las industrias, los

abusos y discriminaciones de género, la

consolidación del movimiento obrero y el

surgimiento de los partidos políticos tradicionales

son parte del contexto en el que las mujeres

comienzan a ser vistas como parte de la

problemática, y desde ellas mismas saldrán varias

soluciones y propuestas de cambio con distintos

niveles de alcance social.

La hipótesis que plantea este artículo es que existió

una reacción de las elites sociales frente al

feminismo, las que, respaldadas fundamentalmente

por la visión de mundo de la Iglesia Católica,

utilizaron sus mecanismos de control interviniendo

en el propio campo de acción y discurso del

feminismo a través de una acción hegemónica que

terminó representando los intereses del movimiento

como conjunto y reemplazando la construcción de

Revista al Sur de Todo - N°1

26

discursos emancipatorios por el del derecho a

sufragio.

Diversos autores han tendido a deslegitimar el

carácter feminista de los movimientos de mujeres de

comienzos de siglo XX [1], haciendo énfasis en las

contradicciones en los artículos publicados tanto de

las revistas de mujeres como de los periódicos

obreros que aquí mencionaremos. Sin embargo,

desde mi punto de vista, la contradicción es un

elemento constitutivo de la construcción de

cualquier tipo de identidad, precisamente porque

ésta se sustenta siempre en las ideas y no en una

verdad. Como proceso social, la conformación de

una identidad feminista se encuentra lejos, como

cualquier otra identidad, de alcanzar una coherencia

absoluta; por el contrario, son las complejidades y

contradicciones las que le dan fuerza al debate y

mayor posibilidad de articulación a las estrategias. El

énfasis estará acá, en cambio, en la comprensión de

las desigualdades entre hombres y mujeres por parte

de las feministas de comienzos de siglo XX

precisamente por la importancia que esto tiene para

los estudios de género.

El concepto de hegemonía

Entendemos que el surgimiento del feminismo de

carácter obrero en Chile se da como

una respuesta a un discurso hegemónico promovido

por las élites a través del proceso de fortalecimiento

del Estado nacional, discurso que establece una

valoración diferencial de los géneros, colocando a la

mujer en el ámbito de lo privado y al hombre en lo

público, espacios simbólicos que son construidos a la

luz de esa propia hegemonía. Pero también

entendemos aquí que el desarrollo de un

movimiento contra-hegemónico como el feminismo

se enfrenta necesariamente a rearticulaciones de las

estructuras de poder que buscan frenar los cambios

para mantener su hegemonía

La hegemonía de un grupo implica supremacía, es

decir, dominación y dirección intelectual y moral

(Gruppi, 1978). Explicado por Laclau y Mouffe

(Laclau & Mouffe, 2006), la hegemonía supone que

un elemento particular asume una función universal

estructurante dentro de un cierto campo discursivo;

en otras palabras, es una particularidad que asume la

representación de una universalidad que la

trasciende (Laclau & Mouffe, 2006: 12-14). La

hegemonía siempre implica una relación, y la

dominación de un discurso hegemónico siempre es

reversible en la medida en que existen actores

sociales que aspiran a establecer su propio discurso

como hegemónico. En efecto, “es porque la hegemonía

supone el carácter incompleto y abierto de lo social, que

sólo puede constituirse en un campo dominado por

prácticas articulatorias” (Laclau & Mouffe, 2006: 178).

Si comprendemos la hegemonía como el concepto

central de las relaciones de poder entre grupos con

proyectos que sólo se pueden realizar parcialmente

en la medida en que adquieren la representación del

total, al tiempo que no renuncian a su propia

particularidad, debemos plantear dos elementos

importantes: en primer lugar, la hegemonía no es

represión sino, al contrario, una forma de inclusión

bajo parámetros cerrados, tan cerrados como sea

necesario para poder seguir ejerciendo la hegemonía.

Pero, por otro lado, al ser la hegemonía una

particularidad que no puede renunciar a su

condición, siempre es incapaz de contener en sí

misma la realidad social, cambiante, compleja y

construida permanentemente por relaciones sociales

Revista al Sur de Todo - N°1

27

en las que los individuos y colectivos no alcanzan

jamás a realizar el proyecto hegemónico.

Éste no es un proceso fácil, pues para conformar un

proyecto contra-hegemónico es necesario sortear dos

barreras importantes. Por una parte, el sentido

común se encuentra construido a partir de las

distintas instancias en las que se ubica un individuo,

como la estratificación social y el ambiente cultural.

En ese sentido, tal como plantea Gramsci (citado en

Gruppi, 1978), la conciencia del las personas no es

otra cosa que el resultado de una relación social,

siendo ella misma una relación social o, como ha

dicho Adorno,

“Las ideologías que son inmediatas a los seres

humanos mismos, no tienen su origen social sin más

en esos seres humanos y en su consenso, sino que, o

bien les son impuestas colectivamente, por medio de

tradiciones, o bien (…) son creadas por medio de una

conformación altamente concentrada y organizada

de la formación de opinión, es decir, por medio de la

industria de la cultura en un

sentido amplio” (Adorno, 2006: 166)

Un autor relevante para el concepto de hegemonía

fue Lenin (Lenin, 1975), quien planteó respecto a la

lucha del proletariado algo similar a lo que ocurrió

con el feminismo incipiente de comienzos de siglo

XX: “a la burguesía le conviene más que los cambios

necesarios en un sentido democrático-burgués se

produzcan con mayor lentitud, de manera más paulatina

y cautelosa; de un modo menos resuelto, mediante

reformas y no por medio de la revolución” (Lenin, 1975:

13).

El surgimiento del feminismo obrero.

Como describe Hutchison (Hutchison, 1995), desde

fines del siglo XIX y a lo largo de Chile, las mujeres

habían ingresado a la fuerza de trabajo remunerada

en números crecientes, llegando a conformar casi un

tercio de la población económicamente activa para

1907. Entre 1920 y 1930, esta proporción disminuyó

levemente hasta llegar a cerca de un quinto del

total[2]. El sector económico más importante en

términos de empleo femenino fue la industria

(Hutchison, 1995). Los cambios en el panorama del

trabajo asalariado femenino acompañaron el

crecimiento de la ciudad, provocando el interés de

varios actores sociales, quienes vieron en las mujeres

obreras el mejor ejemplo de una sociedad en crisis y,

por lo mismo, fue un estímulo para implementar

reformas necesarias (Hutchison, 2006: 23).

A diferencia del trabajo masculino el desempeñado

por las mujeres era un trabajo no deseado por la

sociedad. La famosa idea de que el trabajo dignifica

al hombre promovida por la encíclica papal Rerum

Novarum de 1891 debía tomarse al pie de la letra, sin

transformar el concepto de hombre en un universal.

Esta encíclica consideraba que las mujeres no debían

salir del hogar para ir a trabajar, pero si las

circunstancias las obligaban, la Iglesia les advertía

que se mantuvieran alejadas de las sociedades

mutualistas de ideologías izquierdistas (Lavrin,

2005: 117). Aquello marcó una diferencia importante

en la construcción simbólica de las mujeres como

proletariado, pues su situación, dado que la

hegemonía construye el sentido común de los

obreros en términos de género, no era bien vista ni

por la burguesía ni por un número importante de

obreros.

Uno de los oficios en los que participó una gran

cantidad de mujeres a comienzos de siglo XX fue el

de costurera, una extrapolación del trabajo femenino

en el hogar ubicado en un contexto de creciente

Revista al Sur de Todo - N°1

28

necesidad de mano de obra barata producto del

proceso de industrialización. Entre las costureras

surgieron las primeras críticas organizadas en contra

de la explotación femenina y hoy podemos reconocer

entre ellas a las más importantes representantes del

anarquismo de la época. Ellas tenían la posibilidad

de concebir un mundo distinto que les era negado

por las diferencias de clase, pero mundo del cual

participaban parcialmente como visitantes en su

calidad de mujeres, o mejor dicho, por un “oficio de

mujeres” por el cuál eran discriminadas.

Desde 1887 se crearon numerosos sindicatos

femeninos, que buscaban ser representativos de una

realidad particular que afectaba a las mujeres que

habían entrado al mundo del trabajo asalariado. Allí

se iba definiendo un discurso que ellas mismas no

dudarán en calificar de feminista. Como ha señalado

Lavrin (Lavrin, 2005), cuando salió por primera vez

la publicación La Alborada (1905-1907), ésta se

autodefinió como defensora de las clases proletarias.

Sin embargo, ya al término de su segundo año de

vida se denominaba como una publicación feminista

(Lavrin, 2005: 40). Un caso mucho más definido es el

de la revista La Palanca, que abogó por la

independencia económica de la mujer como primera

prioridad, dando también importancia a la liberación

social y política, a la educación y al control de la

natalidad para poner fin a la maternidad obligada

entre las obreras (Lavrin, 2005: 40). De esa manera,

dicha publicación incorporaba un tema

fundamental, que era el del control del cuerpo por

parte de las mujeres, ideal que es fundamental en el

feminismo actual. En este sentido, en 1913 la

escritora Clara de la Luz, en el Centro

Demócrata, “acusó a la Iglesia y a los capitalistas de

estimular la procreación ciega del proletariado con el fin de

mantener una oferta abundante de mano de obra

barata” Lavrin, 2005: 172). Al amparo de

organizaciones mutuales y sindicales aparecerá un

claro llamado de las mujeres a los hombres para que

las integren como parte fundamental de la lucha del

proletariado. Las feministas asumirán que no es

posible llevar a cabo la revolución sin la

participación de la mujer y exigen ser incluidas en el

proceso de transformación de la sociedad. Una

escritora del periódico La Palanca escribía en agosto

de 1908:

“Ese sagaz i esforzado soldado (en alusión al proletariado

masculino), que aprovecha hasta los más insignificantes

medios de acción, no ve, no oye, no quiere ver, ni quiere oír

el potente ruido de una fuerza motriz que inunda al

mundo. Esa fuerza motriz anónima; incomprensiblemente

abandonada, i de cuya acción depende el éxito de la lucha

es la mujer” (S. de Z.,1908: 42).

Las mujeres obreras de comienzos de siglo siempre

se moverán en la ambigüedad de buscar cambiar las

relaciones de género, y al mismo tiempo seguir

manteniendo un discurso que exalta lo femenino o

masculiniza el trabajo de la mujer. A este respecto,

Hutchison indica que las militantes activas de las

organizaciones urbanas en el Chile de comienzos de

siglo XX justificaban la participación de las mujeres

en el mundo del trabajo asalariado resaltando

virtudes supuestamente presentes en las mujeres

como una esencia como es el caso del ideal del

sacrificio propio (Hutchison, 2006: 23). ¿Acaso

quienes promueven una contra-hegemonía podrían

comprenderse como fuera del mundo de la

hegemonía? En ningún caso, y por ello la feminidad

fue un recurso constantemente levantado incluso

para participar del mundo del trabajo. Lavrin

plantea que

Revista al Sur de Todo - N°1

29

“la feminidad se entendía como el conjunto de cualidades

que constituían la esencia de ser mujer. Estas cualidades

tenían una definición social, aunque también se enlazaban

con las funciones biológicas de la condición de mujer y de

madre: una mujer femenina era encantadora, fina, delicada

y abnegada (…) las mujeres debían reconocer su destino

biológico y su efectiva definición en el matrimonio y la

maternidad” (Lavrin, 2005: 52-53),

Ecuación reforzada por la hegemonía de la Iglesia

Católica y por la educación, en un primer momento

controlada fundamentalmente por la misma Iglesia y

luego, a partir de la década de 1920,

preponderantemente por el Estado. Existe, por otra

parte, una nueva dialéctica entre la conformación de

un discurso feminista, que ya tenía que lidiar con sus

propias contradicciones hegemónicas, y la sub-

sumisión de este al interior de otro movimiento más

amplio, que en ocasiones lo ahogaba, como es el

movimiento obrero. Esto conducía a las primeras

obreras feministas a concebirse a sí mismas más

como compañeras de lucha de los hombres en su

misma situación, probablemente debido a la

identificación rígida del obrero hombre con la clase

portadora de la nueva sociedad [3]. Muchos

dirigentes obreros, de hecho, protestaron por los

supuestos efectos perniciosos del trabajo femenino

sobre la familia obrera y la sociedad chilena

(Hutchison, 1995), enmarcando este proceso como

un elemento más de la llamada cuestión social.

Pero esta relación no puede ser vista de una manera

tajante. Como Hutchinson misma argumenta, la

figura de la mujer obrera fue cada vez más común y

cercana para los obreros sindicalistas, que

comenzaban a verlas, a comienzos de siglo XX, como

compañeras en la lucha revolucionaria (Hutchison,

1995). Buenos ejemplos de esta relación de creciente

cercanía entre ambos géneros ubicados en similar

situación de clase, los encontramos en las primeras

revistas feministas donde no sólo escribían mujeres.

En una inédita recomendación, dirigida a las

mujeres, un obrero escribía en La Palanca acerca de

la realidad dual de las mujeres como proletarias y al

mismo tiempo madres:

“(…) sed prudentes, utilizando los medios que la

ciencia os ofrece para disminuir enseguida los

sufrimientos humanos; aprended a no ser madres

más que con vuestro consentimiento i no

engendréis mas que hallándoos en condiciones que

os permitan dar la vida a seres sanos i vigorosos

(…)” (Revista La Palanca, 1908).

La incorporación creciente de la mujer al mundo

obrero hizo que participara de él cada vez más como

un igual. Algunos autores han tratado de ver en la

desaparición de las revistas feministas después de

1908, una ausencia del movimiento feminista obrero.

Sin embargo, Hutchison ha planteado que, en

realidad, hay una incorporación mayor de los temas

feministas al interior de las organizaciones de tipo

socialistas y anarquistas, las que se encuentran

referenciadas hasta por lo menos la década de 1920

(Hutchison,2006: 150-151). Durante esa época, las

feministas socialistas, como plantea Lavrin,

levantaron tres ideas que fueron pilares

fundamentales: el reconocimiento de la capacidad

intelectual de la mujer, su derecho a ejercer toda

actividad para la cuál tuviese capacidad y su derecho

a participar en la vida cívica y en la política

(Lavrin,2005: 37).

Ahora bien, una de las demandas básicas de los

feminismos obrero y socialista fue el derecho a tener

representación política. Pero a diferencia del

feminismo posterior, el obrerismo femenino, sobre

Revista al Sur de Todo - N°1

30

todo aquel ligado a las asociaciones de costureras de

comienzos de siglo, iba mucho más allá que la

búsqueda del voto; buscaba cambiar la estructura

social desigual. Una de las ideas relevantes presentes

en el feminismo obrero, y que confirman su carácter

emancipatorio, tiene que ver con el hecho de que

comprendía que la opresión sobre la mujer era un

fenómeno histórico, posible de ser superado a partir

de la organización. A este mismo respecto, este

feminismo tenía conciencia de la dificultad que

significaba la falta de reconocimiento de la

importancia de esta tarea por parte de las propias

mujeres. Éste no es un hecho menor pues aquí hay

una visualización de la hegemonía ejercida por las

estructuras de dominación y, al mismo tiempo, la

idea de que la mujer es una construcción social, años

antes de que aquello fuese planteado con fuerza por

Simone de Beauvoir en términos teóricos. Un buen

ejemplo es la presentación del periódico feminista La

Palanca de 1908, dirigido por Esther Valdés de Díaz:

“Tan arraigada está en nuestra condición de mujer, la

creencia que nuestra esclavitud es cosa natural e inherente

– que creemos tendremos que sostener ruda lucha, dentro

de nuestro sexo, para convencernos de lo indigno i

despreciable de nuestra condición actual; i que debemos

emplear toda nuestra energía, para llegar a conquistar en

la Sociedad el puesto que por derecho natural nos

corresponde” (Revista La Palanca, 1908).

Es necesario aclarar que dentro del propio

feminismo obrero existía la sensación de estar

luchando contra barreras de tipo estructurales, que

tenían efectos sobre las conciencias de las propias

obreras. Esther Valdés de Díaz argumentaba en 1907,

en la Revista La Alborada, que “las mujeres obreras no

participaban en el movimiento obrero porque habían sido

condicionadas para ceder, porque eran ridiculizadas por

sus intentos de lucha y porque se les había negado la clave

de la emancipación: la educación”(Hutchison, 1995).

Podemos apreciar con claridad la comprensión del

problema en términos culturales y políticos por parte

de Valdés. No es menor, además, el hecho de que la

educación femenina había ido aumentando su

cobertura durante todo el siglo XIX, por lo que

debemos identificar un conflicto doble: de clase por

cuanto a las mujeres obreras se les negaba la

educación, y de género ya que la educación existente

las preparaba exclusivamente para las labores

domésticas.

La irrupción del feminismo católico

Ya vimos cómo la Iglesia Católica, a través de la

Rerum Novarum, buscaba influir en las mujeres

obreras a fin de que no formasen parte de

organizaciones de izquierda. Pero el grupo que la

Iglesia identificaba como su particularidad

universalizable (en términos de Gramsci, su bloque

histórico) no se encontraba en las obreras, sino en las

clases alta y media, donde existía una fuerte

presencia de mujeres feligresas de la Iglesia Católica.

La principal tarea como miembros de la Iglesia, sobre

todo en los sectores más pudientes de la sociedad,

fue hacerse cargo de la beneficencia y la caridad,

posición desde la cuál muchas mujeres abogaron por

una mejora en las condiciones de sus congéneres.

También existió un grupo de mujeres laicas, dentro

de la clase alta, que promovía una mayor calidad de

vida para las mujeres en general y, en algunos casos,

llegaron también a organizarse, sin tener mayor

preponderancia en un comienzo. Así, la división de

clases dentro del feminismo hacía que las mujeres de

clase alta ligadas a la Iglesia se agruparan en torno a

asociaciones de beneficencia, las de clase alta pero

Revista al Sur de Todo - N°1

31

laicas en organizaciones de corte liberal y las mujeres

trabajadoras en mutuales y sociedades obreras

(Errázuriz, 2005).

Aquí nos interesa sobre todo el caso de las feministas

católicas que van a cumplir, desde el enfoque que

aquí presento, el rol más determinante en cuanto

liderar hegemónicamente a las mujeres para

conseguir el derecho a sufragio, impidiendo que

aquello se expresara en cambios sociales de mayor

magnitud. De hecho, en el catolicismo había un

rechazo a la idea de emancipación de la mujer,

corroborado en 1937 en la Encíclica Mit Brennender

Sorge del Papa Pío XI, donde se consideraba este

concepto como negativo porque separaba a la mujer

de la vida doméstica y del cuidado de los hijos “para

arrastrarla a la vida pública y a la producción

colectiva” (Antezana- Pernet, 1995).

El catolicismo se encontraba vinculado

fundamentalmente al Partido Conservador, desde

donde las mujeres podían presionar por obtener

mayores derechos políticos. Este partido es el

primero que propone, efectivamente, en 1865, a

través del congresista Abdón Cifuentes, el voto

femenino. Luego, diez años más tarde, mujeres

ligadas al Partido Conservador y a la Iglesia

intentaron inscribirse, algunas de ellas con éxito, en

los registros electorales para las elecciones

municipales y parlamentarias. La razón fundamental

de este apoyo conservador al sufragio femenino no

se encontraba precisamente en la búsqueda de

transformaciones sociales, sino precisamente en lo

contrario. En la medida en que se asumía una mayor

cercanía en general de las mujeres a la Iglesia, se

pensaba que estas votarían de modo conservador, lo

que reforzaría a los clericalistas dentro del sistema de

gobierno. De esta manera se articuló un pensamiento

de tipo sufragista pero que no propiciaba la

emancipación de la mujer, ni mucho menos el

abandono de sus roles principales, el de madre y

esposa; por el contrario, ponía énfasis en la

consecución de derechos civiles, sobre todo los que

tenían que ver con la familia y los hijos (Errázuriz,

2005). Y así como las feministas obreras resaltaban

las características femeninas en el trabajo, las

feministas católicas buscaban que el obtener el

sufragio no fuese visto de ninguna manera como

algo perjudicial para el mantenimiento de la

feminidad.

Como plantea Lavrin, un ejemplo de esto son las

fundadoras del Partido Cívico Femenino (fundado

en 1922) que

“negaron que siguieran a aquellas mujeres que, en

España y en otros países de Hispanoamérica,

daban la impresión de que la feminista era un ‘ser

sin sexo’ (…) las adherentes al partido rechazaron

categóricamente ‘el feminismo anarquizante,

libertario y materialista, que amenaza despojar de

sus nativos encantos a la mujer, convirtiéndola en

un ser neutro, que desbarataría el armonioso

equilibrio establecido por la naturaleza entre

ambos sexos” (Lavrin, 2005: 57).

Cabe resaltar que este partido era de corte laico, pero

profundamente construido por las valoraciones de

género de la visión clerical, lo que muestra aun más

la hegemonía discursiva de ésta.

Las feministas católicas serán, desde fines de siglo

XIX hasta el logro del sufragio femenino, las

principales promotoras del voto femenino. En

términos prácticos, el feminismo católico y la defensa

por el sufragio iban de la mano, y aquello fue un

hecho novedoso si consideramos que en el resto de

América Latina y en Europa la Iglesia Católica fue un

Revista al Sur de Todo - N°1

32

claro oponente a quienes buscaban otorgar derecho

de sufragio a las mujeres, confrontándose

fundamentalmente con el protestantismo liberal.

Ahora bien, un punto de especial importancia es el

cómo logran las mujeres de clase alta, ligadas a la

Iglesia, establecer una hegemonía y no quedarse en

el reducto de las demandas particulares. En primer

lugar, ellas tenían una mayor posición de poder

frente al feminismo proletario, ya que eran esposas

de los hombres que sí podían tomar decisiones,

mientras que en el caso de las obreras, en muchos

casos sus parejas también sufrían de discriminación

por el hecho de ser analfabetos. Pero en segundo

lugar, y quizás mucho más determinante para la

historia del movimiento de mujeres, es que las

feministas burguesas fueron acompañadas por la

Iglesia como estructura de poder, que mantenía

escuelas y hospitales dedicados especialmente a las

clases populares. Estos eran espacios de ayuda a las

mujeres más pobres, a las que sufrían la prostitución

obligada y a las mujeres explotadas en las fábricas.

Frente a un Estado que crecientemente se desprendía

de la estructura eclesial, nuevas estructuras de

evangelización debían ser creadas, y las mujeres

cumplían ahí un rol preponderante. Un ejemplo de

cómo se despliegan estas redes de la Iglesia lo

presenta Maza (Maza, 1995) cuando describe la

fundación de la Cruz Blanca en 1918 a cargo de Adela

Edwards de Salas. Los fines de esta organización

eran

“acoger y educar a niñas que habían sufrido abusos, habían

sido abandonadas, o eran huérfanas; albergar y alimentar

a menores embarazadas, a madres solteras y a jóvenes

víctimas de la prostitución, brindándoles educación a

cargo de personal calificado para facilitar su reinserción en

la sociedad o devolverlas a sus familias; promover reformas

legales que protegieran a las menores contra la explotación

y que prohibieran la trata de blancas; crear comisiones

judiciales que aseguraran la aplicación de sanciones a

quienes habían abusado o pervertido a menores; y tratar de

prevenir tales abusos al educar, por medio de la prensa y

de conferencias, a los dueños de fundos, a los dueños de

fábricas, a las madres pobres, y al público en

general” (Maza, 1995).

En esos espacios se fraguó un feminismo

conservador, que no buscaba emancipar a las

mujeres, sino desarrollar a cabalidad el plan de la

Iglesia de mantener su hegemonía sobre la sociedad

y aumentar el bienestar de las mujeres de todos los

estratos para que pudiesen cumplir de manera plena

con el rol asignado a su género por la religión. Este

es un punto importante, ya que en el discurso

feminista católico chileno hay una novedad que es la

preocupación por cambiar un sistema

discriminatorio por cuanto éste imposibilita

consumar el verdadero rol de las mujeres,

fundamentalmente el de madre.

Así lo deja entrever la revista Nosotras de 1931:

“Así nosotras jamás podremos abandonar el sentido de

maternidad que envuelve y compenetra nuestra

comprensión de la vida (…) La feminista de verdad que no

desea ser blanco de injusticias legales, porque quiere

armonía en su hogar, también boga entusiastamente por el

voto, con propósitos de nobleza y elevación: quiere

defender a sus hijos de la guerra siniestra que se ensaña

brutalmente en los mejores retoños de la familia humana.

La madre feminista no solamente vela y labora por sus

propios hijos, sino por los hijos de todas las

naciones” (Revista Nosotras, 1931).

Es necesario recalcar que en el caso de los sectores

liberales de clase alta existía una mayor distancia

entre hombres y mujeres en el sentido de que no

existían instancias en las cuales participaran juntos.

Revista al Sur de Todo - N°1

33

La masonería y los clubes de hombres, donde

predominaban las ideas liberales, no integraban a las

mujeres ni siquiera de modo diferencial (Maza,

1998), mientras la Iglesia no sólo sí las integraba sino

que, además, les tenía reservado un espacio de toma

de decisiones respecto a los ámbitos que consideraba

femeninos, como la caridad y la educación. De ahí

que la posibilidad de cristalizar una hegemonía fuese

distinta para ambos sectores, aunque cabe decir que

en muchos casos los razonamientos de liberales y

conservadoras llegaban a las mismas conclusiones.

El feminismo de clase alta y liberal, marginal en

número, ni siquiera creía en el derecho a voto, sino

más bien buscaba la educación de las mujeres y la

modificación del Código Civil que las hacía

demasiado dependientes de sus pares masculinos

Castillo, 2005: 23). En ambas cosas estos feminismos

burgueses acercaban sus puntos de vista, y ninguno

cuestionó seriamente las estructuras sociales

productoras de la discriminación social contra las

mujeres (Errázuriz, 2005); sin embargo, la

movilización del derecho a sufragio por parte del

feminismo católico marcó una diferencia

fundamental para establecer hegemonía, pues no

solo llegaba donde el anticlericalismo no podía

llegar, sino además presentaba un proyecto con

sentido para las mujeres que veían sus derechos cada

vez más vulnerados en la medida en que ingresaban

con fuerza al mundo laboral. Ese proyecto era el

sufragio que, a diferencia de las búsquedas por la

emancipación de las mujeres presente en el discurso

feminista obrero, contenía un fuerte tinte

conservador, lo que desde este enfoque fue un factor

determinante para que el voto no significara

finalmente un cambio sustantivo en la estructura

social, sino un reacomodo de las estructuras de

dominación que siguieron siendo hegemónicas.

La batalla por el sufragio

Con una influencia notoria del feminismo obrero de

comienzos de siglo XX, al mismo tiempo con un tinte

anticlerical, pero de igual manera marcada por la

hegemonía de la

Iglesia Católica, surgirá entre las décadas de 1920 y

1940 algo que podríamos identificar como un

movimiento de mujeres, que agrupa a distintos

sectores ideológicos, cuyo principal objetivo es

lograr el sufragio femenino. A este movimiento es el

que hemos conocido como sufragista y al cual

muchos autores han sido reacios en llamar feminista.

La hegemonía ejercida por el feminismo católico,

sumado a los cambios sociales que colocaron a las

mujeres en el ámbito del trabajo asalariado, lugar

indiscutiblemente público, llevó a que el tema de la

participación de la mujer en los espacios de toma de

decisiones fuese algo cada vez más cercano. Allí se

produce un encuentro entre los distintos tipos de

feminismos que comprenderán la realidad como

cambiante y no determinada por la naturaleza, pero

al mismo tiempo con un proyecto reformista que no

buscará cambiar la sociedad en su conjunto, ni

siquiera la desigualdad de género en términos

generales, sino fundamentalmente alcanzar la

igualdad en términos político-representativos, para

elegir representantes y representar. La década de

1930 fue decisiva en cuanto a la conformación de un

ideario político de los grupos de mujeres en torno a

la idea de conseguir el sufragio.

La dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, entre 1927

y 1931, provocó la marcha conjunta de hombres, que

veían amenazada su capacidad de votar, y mujeres,

Revista al Sur de Todo - N°1

34

para quienes la posibilidad de alcanzar el derecho a

voto se veía cada vez más lejana. En este contexto,

como plantea Lavrin, la participación de las mujeres

en las protestas callejeras contra la dictadura de

Ibáñez sobrepasó todos los umbrales de

manifestaciones políticas femeninas. Una vez

concluido este período turbulento, en 1931, las

organizaciones de mujeres elaboraron programas

políticos centrados en el sufragio, pero que

consideraba otros temas sociales, programas que

fueron encontrando cada vez más eco en sus pares

masculinos (Lavrin, 2005: 375).

Un buen ejemplo de este esfuerzo por aglutinar a

todas las mujeres bajo el signo fue la dedicación que

tuvo la revista Nosotras de la Unión Femenina de

Mujeres, que durante todo el año de 1932 publicó

artículos sobre obreros y obreras, y sobre la crisis

económica y social chilena (Lavrin, 2005: 376). De

esta manera buscaba representar de manera

hegemónica los intereses de todas las clases sociales,

sin embargo se encontraba atada a la representación

en realidad de una particularidad, la de la situación

de las mujeres de clase alta y media. Esto último

queda en evidencia en su primera editorial, donde

aboga por un feminismo sufragista que no deje de

lado aquello específico de las mujeres, la maternidad.

Según la revista, en Chile “las mujeres jamás podremos

abandonar el sentido de maternidad que envuelve y

compenetra nuestra comprensión de la vida” (citado en

Lavrin, 2005: 376). Para ganar adeptas al sufragio, la

revista planteó, en 1932, que las mujeres debían estar

tranquilas pues “ni la feminidad ni el hogar sufrirían

debido a la participación de la mujer en política (…) el

sufragio es la expresión práctica de la necesidad de ejercer

un amplio apostolado de paz y armonía en todas las clases

sociales” (citado en Lavrin, 2005: 376). En esta revista

participaban como colaboradoras, entre otras,

Amanda Labarca y Gabriela Mistral. Existe un cierto

retorno a las temáticas de comienzos de siglo con el

surgimiento del Movimiento Pro-Emancipación de

las Mujeres de Chile (MEMCh).

Para la memoria feminista el MEMCh fue el actor

más preponderante en conseguir el sufragio

femenino en Chile ya que logró integrar en sí

efectivamente a los sectores populares en un proceso

de búsqueda de cambio social. Sin embargo, como he

tratado de plantear en este texto, el MEMCh no

escapaba a la hegemonía impuesta por un feminismo

católico. Es más, su éxito se debió fundamentalmente

a que jugó políticamente un rol ambiguo, sin definir

corrientes ideológicas. El movimiento fue liderado

por mujeres de clase alta,liberales o católicas

moderadas, lo que evidentemente le daba la

posibilidad de leer la sociedad desde una posición

determinada por sus propias características de clase

y género. Durante su existencia (1935-1953), el

MEMCh fue percibido como un movimiento de

izquierda. De hecho su principal dirigente, Elena

Caffarena, estaba casada con un militante comunista.

Sin embargo, como plantea Lavrin, aparentemente la

cercanía del movimiento con los sectores proletarios

creó un clima de desconfianza en las clases media y

alta, de donde provenían sus dirigentas (Lavrin,

2005: 392). Por ello, la propia Caffarena articuló un

discurso coherente con aquél levantado por los

sectores hegemónicos y despolitizó al MEMCh hasta

que las circunstancias lo obligaran a tomar parte de

la vida política. Así, como ha llamado la atención

Antezana-Pernet “el programa del MEMCh era lo

suficientemente diversificado para suscitar la adhesión de

mujeres de distintos sectores de la sociedad” (Antezana-

Pernet, 1995: 142). Aun cuando el MEMCh asumió

Revista al Sur de Todo - N°1

35

una lucha frontal por conseguir el voto femenino, no

tuvo la capacidad de articular un discurso más

amplio que considerara situaciones más allá de las

exclusivamente atingentes para las mujeres, aunque

en este plano fue bastante innovador al considerar

también los derechos reproductivos. Un claro

ejemplo de la separación estricta que se estableció

entre los problemas femeninos y los del resto de la

sociedad se encuentra en las palabras de la propia

Caffarena respecto a las competencias del

MEMCh: “Cada organismo tiene su función; para la

lucha de clases están los sindicatos; para las lucha política,

los partidos, y para las luchas femeninas, las

organizaciones femeninas, como el MEMCh” (Lavrin,

2005: 392-393). Respecto del MEMCh, no es posible

establecer una posición clara, pues siempre se movió

entre los sectores progresistas, pero al mismo tiempo

su publicación Mujer Nueva contenía artículos de

diversa índole bajo distintos enfoques. Aunque su

meta como organización –la emancipación integral,

especialmente la emancipación económica, jurídica,

biológica de la mujer (Revista Mujer Nueva, 1935)–

era amplia, en la práctica el MEMCh fue un impulso

importante para consolidar el proyecto hegemónico

ya forjado por el feminismo católico que permitió el

voto femenino para las elecciones municipales en

1938 y la aprobación del voto universal en 19484. El

sufragio marcó así el logro más relevante de todos los

movimientos de mujeres, pero como no significó un

cambio del orden social, sino una inclusión

reformista de la mujer en el mundo público, su

incorporación a este se dio de una manera

diferencial, siendo hasta hoy muy disminuida la

participación femenina en cargos decisivos frente a

los hombres. El MEMCh desaparecería en 1952, es

decir, apenas tres años después de lograr el sufragio

universal, lo que a la luz de este enfoque debe ser

entendido como el triunfo de un discurso

hegemónico cuya forma concreta a través de la cuál

logró transformar la particularidad de los intereses

de las mujeres de clase alta ligadas a la Iglesia

Católica en los intereses de todas las mujeres, fue el

sufragio. De esta manera, el MEMCh, aun cuando

tenía un programa mucho más amplio, perdió razón

de existir y tras su final el movimiento de mujeres

volvió a quedar desarticulado y las mujeres chilenas

expuestas de manera mucho más frontal al ejercicio

del poder por parte de las elites.

Conclusiones.

En este ensayo no he tratado de aminorar el logro del

sufragio femenino, sino reubicarlo en cuanto a sus

alcances políticos, sociales y culturales. En la

actualidad las mujeres que ocupan cargos de toma de

decisiones son muy inferiores en número a los

hombres en esa misma situación. Sólo por evidenciar

ejemplos, en la estructura política vemos que en la

Cámara de Diputados el porcentaje de mujeres

apenas llega al 15% y en el Senado al 5%; sólo un 12%

del total de alcaldes son mujeres y estas representan

el 17% de los concejales. En términos laborales, de las

mujeres chilenas sólo participa en el mercado del

trabajo el 38% y ganan hasta un 25% menos que los

hombres cumpliendo iguales funciones. Los trabajos

en los cuales participan mujeres son los más

degradados culturalmente y deben soportar hacerse

cargo de manera casi exclusiva del ámbito de la

reproducción y el cuidado de los hijos, lo que les

acarrea tener que cumplir hasta con tres jornadas

laborales diarias (trabajo, casa, hijos). No podemos

decir que la falta de logros en materia de

mejoramiento de la situación de las mujeres se deba

Revista al Sur de Todo - N°1

36

a la cristalización de la hegemonía por parte de un

grupo específico que durante todo inicio del siglo XX

levantó un discurso sufragista en contraposición a

otro de carácter emancipatorio. Esto sería forzar

demasiado los sucesos que permitieron a las mujeres

integrarse formalmente a la vida política. Sin

embargo, la reflexión aquí planteada busca

evidenciar los mecanismos a través de lo cuales las

elites siguen siendo elites a pesar de cambios

jurídicos importantes. Un caso muy similar es el que

ocurrió en Chile durante y después de la última

dictadura militar (1973-1990), donde el feminismo

jugó un rol esencial en el derrocamiento del régimen

de Augusto Pinochet y a través de la conquista de la

democracia logró institucionalizar los temas de las

mujeres a través del Servicio Nacional de la Mujer,

momento a partir del cuál se debilita el movimiento

feminista y el logro se consagra fundamentalmente

en el plano formal con, por supuesto, algunas

protecciones explícitas para las mujeres, los que

pueden considerarse avances concretos, tal como lo

fue en su momento el otorgamiento del voto.

He querido exponer aquí la relevancia de la teoría

para explicar los fenómenos históricos. En este caso

se ha acudido a la hegemonía como concepto

explicativo de las formas de articulación de las

relaciones de poder y la universalización de las

demandas de los grupos dirigentes, de una sociedad

conformada fundamentalmente a partir de las

diferencias de clase, demandas que los sectores

proletarios terminan asumiendo como propias.

Tanto Lenin como Gramsci han aplicado el concepto

para comprender la problemática obrera, y si bien

aquí se ha tratado de mostrar las diferencias de clase

entre las mujeres como factor fundamental de las

formas que adquirió su organización, al referirme

exclusivamente a los movimientos de mujeres,

quiero hacer hincapié en la problemática del género

y la desigualdad específica que vive la mitad de la

población por las desigualdades existentes en este

ámbito.

Finalmente, otra meta propuesta aquí ha sido

resaltar la existencia de un pensamiento feminista a

comienzos de siglo XX que, si bien nunca logró

consolidarse con un discurso hegemónico, sí dejó

una huella posible de ser seguida y releída. Las

experiencias de las feministas obreras fueron tan

significativas que terminaron por convertirse en

referente para quienes en los años 30’s conformaron

el MEMCh, quizás la organización más importante

del feminismo chileno, que luego, en otro contexto,

volvería a aparecer y desaparecer creando un nuevo

silencio feminista (Godoy et al,

2003).

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Nota del/la autor/a

1Sociólogo de la Universidad de Chile, alumno

tesista del Magíster en Estudios de Género y Cultura

de la Universidad de Chile.

[1] Creo que la reflexión más relevante en este

sentido es la de Alejandra Castillo (Castillo, 2005).

[2] Un tercio de las mujeres en el total de la población

económicamente activa era también un 24% de las

mujeres en edad de trabajar. A pesar de la inserción

laboral creciente de las mujeres, en la actualidad,

según cifras de 2006, sólo el 38,5% de las mujeres en

edad de trabajar participa del mercado del trabajo

(MINTRAB, s/f).

[3] Al respecto, Carmela Jeria indicaba en 1905, a

propósito del nacimiento del periódico feminista La

Alborada: “no poseemos más caudal para la

publicación de La Alborada, que la firme voluntad

que nos anima y la satisfacción que experimentamos

de alentar a nuestros hermanos y decirles que las

proletarias están a su lado para afrontar los peligros

de la lucha proletaria y ¡adelante!” (La Alborada,

1905). Así mismo, Ricardo Guerrero afirmaba en el

mismo periódico “Ella ha seguido al hombre en todas

sus etapas: desde su estado puramente animal, en épocas

pre-histórica hasta nuestros días civilizados, maltratada y

no comprendida nunca, sin embargo, no se a agriado su

carácter ni de sus labios se ha escapado una queja…” (La

Alborada, 1906).

[4] No deja de llamar la atención que en el mismo

gobierno en que se otorgó el derecho a sufragio a las

mujeres, de Gabriel Gonzalez Videla, se dictara la

ilegalidad del partido comunista y la persecución por

razones ideológicas.

Revista al Sur de Todo - N°1

39

De los estudios de mujeres y el género como categoría

orientadora a la revisión del modelo para el rol del varón:

Propiciando cambios en las masculinidades

Igor Gerardo Hernández1

Resumen. El ensayo parte de la revisión del sistema de sexo-género, intentado descubrir la organización social

de la sexualidad y la reproducción de las convenciones del sexo y del género; considera la diversidad de sus

significados y la complejidad que contiene. Se asume la necesidad de superar creencias basadas en aspectos

biológicos y/o naturalizados. A partir de esto último se establece una explicación coherente entre las

vinculaciones de tipo personal y el ordenamiento social. Se incorpora el referente histórico como relevante en la

comprensión del género y se aprovecha para entender la identidad masculina como signada por aspectos

históricos, geográficos, sociales y culturales. De ahí que las características que solemos identificar como

masculinas no son innatas y la condición masculina sea un producto social, de lo cual se desprende que es dable

pensar y proponerse modelos alternativos, es decir, asumir la diversidad de las masculinidades como posible.

Palabras clave: Sexo, género, varón, masculinidad, cambio.

Abstract. The essay begins from the review of sex-gender system, trying to discover the social organization of

sexuality and reproduction of conventions of sex and gender; considers the diversity of its meanings and

complexity that it contains. It is assumed the need to overcome beliefs based on biological and / or naturalized.

Since that, provides a coherent explanation between personal links and social order. It incorporates the historical

reference as relevant in the understanding of gender and is used to understand male identity as marked by

historical, geographical, social and cultural rights. Hence, the characteristics that we identify as male are not

innate, and the male condition is a social product, which shows that it is possible to think and propose alternative

models, that is, assuming the diversity of “masculinity” as possible.

Keywords: Sex, gender, male, masculinity, change.

Rubin (Rubin, 1999) expone que la producción

intelectual sobre el tema de mujeres es una larga

disquisición sobre la naturaleza y el origen de la

opresión y de la subordinación social de las mujeres;

en tal sentido, considera que las explicaciones que se

dan están orientadas a las posibles visiones del

futuro y, más aún, al análisis de lo que habría que

cambiar para alcanzar una sociedad sin jerarquía de

género.

A partir de este precepto, los estudios de mujeres

comienzan por la revisión del sistema de sexo-

género, seguido por los planteamientos que, en torno

a este sistema, se construyen desde la antropología,

específicamente a partir del parentesco y el

intercambio, y de las relaciones que de él se

desprenden, según los trabajos y aportes hechos por

Lévy-Strauss (Lévy-Strauss, 1969, 1971). Por otro

lado, pero con el mismo sentido, se incorpora la

Revista al Sur de Todo - N°1

40

teoría psicoanalítica y el trabajo realizado por

Sigmund Freud. En tal sentido, la autora plantea que

toda sociedad tiene un sistema de sexo-género, el

cual define como “un conjunto de disposiciones por el

cual la materia prima biológica del sexo y la procreación

humana son conformadas por la intervención humana y

social y satisfechas en una forma convencional” (Rubin,

1999: 37). Expone, asimismo, que, tal como lo

conocemos, el sexo es, en sí mismo, un producto

social.

El sistema de sexo-género es un término neutro que

se refiere a ese campo e indica que en él la opresión

no es inevitable, sino que es un producto de las

relaciones sociales específicas que lo organizan.

Creo valido y conveniente sintetizar lo que propone

la autora enfatizando la idea de que cualquiera que

sea el término que se utilice, lo importante es

desarrollar conceptos para describir,

adecuadamente, la organización social de la

sexualidad y la reproducción de las convenciones del

sexo y del género.

A partir de los trabajos e investigaciones aportados

por Lévy-Strauss, se asume el parentesco como una

imposición de la organización cultural sobre los

hechos de la procreación biológica, y así se describe

una sociedad que no asume un sujeto humano

abstracto y sin género, sino que, por el contrario, este

sujeto es siempre hombre o mujer y, por lo tanto y

resultado de ello, es posible seguir los destinos

sociales divergentes de los dos sexos. Y, en un nivel

más general, la organización social del sexo se basa

en el género, la heterosexualidad obligatoria y el

control de la sexualidad femenina –pero también la

masculina. El género es una división de los sexos

socialmente impuesta. De ahí que los sistemas de

parentesco se basen en el matrimonio. Por lo tanto,

transforman a machos y hembras

en hombres y mujeres. Y, en este mismo sentido, se

amplía la idea al aceptar que “lejos de ser una expresión

de diferencias naturales, la identidad de género, con

exclusión, es la supresión de semejanzas

naturales” (Rubin, 1999: 42), por lo que exige, impone

y requiere de represión: en los hombres, de la versión

local de los rasgos femeninos; en las mujeres, de la

versión local de los rasgos masculinos.

Coincido y enfatizo la idea que, desde la revisión del

trabajo antropológico, asume Rubin cuando dice que

la división de los sexos tiene el efecto de reprimir

algunas de las características de personalidad de

todos, hombres y mujeres. Este sistema que oprime,

lo hace con todos por su insistencia en un control

rígido de la personalidad.

Entrando en el campo de la teoría psicoanalítica y los

aportes de Freud, Rubin expone que ésta es una

teoría de la sexualidad humana que ofrece una

descripción de los mecanismos por los cuales los

sexos se ven divididos, deformados y transformados

de criaturas andróginas y bisexuales a niños y niñas.

Para la autora, Freud insistió en que toda sexualidad

adulta es el resultado de un desarrollo psíquico, no

biológico: “el parentesco es la aculturación de la

sexualidad biológica, a nivel social; el psicoanálisis

describe la transformación de la sexualidad biológica de los

individuos en procesos de culturización” (Rubin, 1999:

49).

Cierro esta primera parte reforzando la propuesta de

Rubin respecto a que no se trata de eliminar a los

hombres (los varones), sino que más allá de esto; es

ir a la destrucción del sistema social que crea el

sexismo y el género, dado que los sistemas sexuales

no pueden ser entendidos en completo aislamiento;

un análisis de este tipo exige tomar en cuenta todo.

Revista al Sur de Todo - N°1

41

En cuanto al género…

“No es posible vivir las 24 horas del día empapados en la

conciencia inmediata del propio sexo. La conciencia

determinada por el género tiene, afortunadamente, un

carácter fugaz” (Riley, 1988: 95).

Sin embargo, Hawkesworth nos dice: “las discusiones

sobre el género en historia, lenguaje, literatura, educación,

medios de comunicación, política, psicología, religión,

medicina y ciencia, sociedad, derecho y lugar de trabajo se

han convertido en temas centrales del saber feminista

contemporáneo” (Hawkesworth, 1999: 5). También

nos dice que, así como han avanzado los estudios en

torno al género, lo ha hecho, en la misma proporción,

la tendencia a suponer que el significado del género

no es problemático. Enumera, a partir de esta idea,

cuántos significados pueden ser atribuidos al género

y, que de hecho, de éste se asumen: género como un

atributo de los individuos; como una relación

interpersonal; como un modo de organización social;

género definido en términos de estatus social;

papeles y estereotipos sexuales. Género concebido

como una estructura de la conciencia; como una

psique triangulada; como ideología internalizada.

Género como producto de la socialización; de

prácticas disciplinarias y posturas tradicionales;

descrito, también como efecto del lenguaje o como

cuestión de conformismo conductual; como una

característica estructural del trabajo, el poder y la

catexis. Dice: “el género ha sido descrito en términos de

una oposición binaria, de continuos variables y variantes,

y en términos de capas de personalidad” (Hawkesworth,

1999: 5); ha sido caracterizado como “diferencias y

como relaciones de poder manifestadas como dominación y

subordinación” (Hawkesworth, 1999: 5), o como un

instrumento de segregación, subordinación o

exclusión. También ha sido identificado como un

fenómeno universal y como consecuencia histórica

específica. Con esta definición cierro, por ahora, la

revisión que aporta Hawkesworth para retomarla

más adelante.

Acerca de la conveniencia y utilidad del

Género.

A En su ensayo Marcos teóricos contemporáneos,

aun sin publicar, Angeleri (Angeleri, 2008) valida la

diversidad relativa al término de género al proponer

responder la siguiente pregunta: “¿cómo son

organizadas las relaciones de género a medida que

transcurren?”(p.2); es decir, a medida que éstas se van

dando. Su formulación implica que la categoría de

género no es previa sino constituida históricamente,

para lo cual también resulta necesario (quizás

imprescindible) tener presente la historicidad del

género a nivel personal: “la femineidad y la

masculinidad, como estructuras del carácter, deben ser

consideradas como históricamente cambiantes, dado que

no existe nada que prevenga la existencia de varias formas

de caracteres sexuales surgiendo en la misma sociedad al

mismo tiempo…”? (Angeleri, 2008:3) . Con lo cual,

desde la perspectiva e interés de este trabajo, se

supera el debate en cuanto a la multiplicidad de

significados, así como a lo tremendamente

abarcativo del término, puesto que considero

necesario y más imperativo, en relación a la

definición del género, superar la actitud natural, la

cual, según Garfinkel (Garfinkel, 1999), abarca una

serie de axiomas incuestionables, empezando por la

creencia de que sólo hay dos géneros y, en

consecuencia, que éste es invariable, asumiendo, en

consecuencia, los genitales como signos esenciales

del género, con lo que se perpetúa, a partir de ellos,

Revista al Sur de Todo - N°1

42

la dicotomía hombre/mujer como natural; asimismo,

y como otra consencuencia natural, todos los

individuos pueden y deben ser clasificados como

masculinos o femeninos. A lo cual acota

Garfinkel: “las creencias que constituyen esta actitud

natural son ‘incorregibles’ en la medida en que se esgrimen

con tanta convicción que es casi imposible desconfiar de su

validez”(Garfinkel, 1999: 122). De ahí que acoja la

postura, de manera imperativa, de superar la actitud

natural o la naturalización del género y sus

implicaciones.

A partir de estas ideas creo conveniente y pertinente

asumir la propuesta que hace Scott (Scott, 1986)

cuando establece que “el género es un elemento

constitutivo de relaciones sociales basadas en diferencias

percibidas entre los sexos; y el sexo es una manera

primordial de significar relaciones de poder”(p.17).

Enfatiza también Scott, entre otros aspectos, que el

género opera en múltiples campos, entre ellos los

conceptos normativos, las instituciones y

organizaciones sociales, así como la identidad

subjetiva; por ello resulta una categoría de análisis

útil porque “proporciona una manera de decodificar el

significado y de entender las conexiones complejas entre

varias formas de interacción humana” (Scott, 1986: 107),

lo cual resulta como consecuencia de que “el género

está siempre definido contextualmente y reiteradamente

construido”(P.17). En este sentido, sumo lo expuesto

por Harding (Harding, 1986) cuando reconoce en la

multiplicidad de significados conferidos al género el

mérito de “proporcionar una explicación coherente de las

intrincadas conexiones que vinculan la psique a la

organización social, los papeles sociales a los símbolos

culturales, las creencias normativas a la experiencia del

cuerpo y la sexualidad” (Harding, 1986: 7).

Tanto Scott como Harding ofrecen y abren un

espacio para la revisión del género a partir de

delimitarlo en cuanto a las interrelaciones de

sistemas de símbolos; preceptos normativos;

estructuras sociales e identidades subjetivas.

El Género, la transversalidad y…

Ya hemos revisado el género asignado como la

manera de construir relaciones sociales articuladas

en dos polos: masculino y femenino, a partir de los

rasgos biológicos visibles. En un sentido más amplio

y abarcativo, Morgade (Morgade, 2006) apunta a la

revisión y comprensión del estudio del género

haciendo un recorrido crítico completo de cómo las

sociedades han sido estructuradas por este marco

ideológico, el cual, nos dice, se inicia con la ideología

patriarcal y termina, necesariamente, en una revisión

y reconstrucción social y personal.

En tal sentido, esta revisión implica una

aproximación a los procesos en los que se expresa, se

reproduce y se transforman las formas establecidas

de ser mujer y de ser varón. Morgade agrega y

precisa: “la sociedad moderna está caracterizada por una

configuración de relaciones entre los sexos signada por la

desigualdad” (Morgade, 2006: 9).

De ahí se desprende que el conjunto de las

expectativas y valores sociales establecidos para lo

femenino y lo masculino constituya un “sistema de

relaciones de género”(Morgade, 2006: 11). La

interiorización de la relaciones de género es clave en

la construcción de nuestra identidad, como varones

(o como mujeres), así como que nuestro

comportamiento y aceptación del mismo

favorece “su fortalecimiento y adaptación tanto en las

estructuras sociales como en las instituciones, todo lo cual

se va expresando en tareas y momentos particulares de

nuestras vidas que nos permiten responder a relaciones

Revista al Sur de Todo - N°1

43

cambiantes” (Kaufman, 1989: 135). Dicho en otras

palabras y ampliando lo ya dicho hasta ahora, el

estudio de género obliga a hacer frente a aspectos

históricos, culturales, políticos, sociales, económicos,

familiares, generacionales y transgeneracionales;

desemboca, indefectiblemente, en revisiones

biográficas y de características de personalidad,

recursos individuales, así como a otros que aun

puedan reconocerse e incluirse, todo lo cual va

robusteciendo al género como un organizador

privilegiado del psiquismo humano, haciéndolo a

través de las normativas hegemónicas de género.

Éstas normativas hegemónicas de género suponen

pensar en “un corpus construido socio-históricamente de

producción ideológica, pero naturalizado y formado en

ideales e ideas base que se expresan a través de creencias

matrices sobre el deber ser de la mujer y, particularmente,

del varón” (Kimmel, 1996: 98), creencias, a su vez,

generadoras de mandatos imperativos del deber ser

(prescriptivas) o del no deber ser (proscriptivas) que

requieren ser cumplidas para reconocerse como una

identidad femenina o masculina valiosa para sí.

…la construcción de masculinidades –la pregunta

por el ser de la mujer devino en una pregunta por el

ser de los varones.

“…Si bien existen distintas vías para llegar a ser hombre,

algunas son más valoradas que otras y constituyen una

fuente de presión para obligar a los hombres a conformarse

a las ideas dominantes sobre lo que es ser varón: a esto,

Connell, le llama Masculinidad Hegemónica” (Viveros,

2002: 36).

Lomas (Lomas, 2004) establece que en los ámbitos

del feminismo comienza a surgir, a finales de la

década de 1980, el interés por iluminar “los itinerarios

subjetivos y culturales de la masculinidad” (Lomas,

2004: 19). En concreto, se trataba de estudiar cómo la

construcción de las maneras de ser hombres no

favorece la equidad en las relaciones entre hombres

y mujeres. Estos estudios se plantearon, entre otras

cosas, el intento por develar cómo se instauran y se

perpetúan las desigualdades entre hombres y

mujeres, a partir de las referencias y estela dejada por

los estudios de mujeres.

Kaufam (Kaufam, 1994), al señalar algunas de las

diferentes razones que encuentra para que los

hombres se acerquen al feminismo, responde de

dónde surge como consecuencia lógica la revisión

de la construcción de la marca de género en los

varones y el consecuente estudios de las

masculinidades. Tal como él nos dice:

Por indagación ante la desigualdad que sufren las

mujeres;

Por un sentido de injusticia sufrida a manos de

otros hombres;

Por un sentido de culpabilidad en relación con los

privilegios que disfruta como hombre;

Por simple decencia. (Kaufam, 1994)

Esta propuesta de Kaufman (Kaufman, 1994) intenta

develar cómo el orden de género oprime también a

los hombres y que, para mantener su lugar como

hombres, es necesario ofrecer violencia contra las

mujeres, contra los hombres y contra sí mismos.

Viveros (Viveros, 2002) responde al por qué incluir a

los hombres en los estudios de género:

El género es una categoría relacional;

La reconstrucción del lugar de las mujeres como

algo “natural” implica también

desnaturalizar,desuniversalizar y marcar a los

hombres;

Es, también, estudiar las relaciones de poder desde

el punto de vista de los dominantes (Viveros,

2002:36).

Revista al Sur de Todo - N°1

44

Los investigadores y estudiosos precursores de este

campo –Kimmel (Kimmel, 1992), Kaufman

(Kaufman, 1994), Conell (Conell, 1997), Flood (Flood,

1998); Viveros, Olavaria y Fuller (2001) (anexo, al

final, referencia de publicación colectiva), al enfatizar

que la masculinidad no está por fuera del orden

económico y de trabajo y, en este sentido, los cambios

en ese orden de género están directamente

relacionados con cambios en el orden económico

global, cuestionan la “apelación continua a la

naturaleza superior de los hombres como argumentación

incuestionable a favor del carácter natural e inevitable de

la dominación masculina” (Lomas 2004: 23) y que a

partir de influjos culturales como éste, el cual es sólo

un ejemplo, se va construyendo un arquetipo que

muestra y requiere más de la separación y la

diferencia con otros seres humanos más que la unión

y la semejanza. Asimismo, Parrini (Parrini, 2001)

apunta que, dado que la mayoría de los discursos

feministas constituyen un intento “insistente,

penetrante y crítico de desenmascarar a los varones y la

masculinidad, no es de extrañar que una parte importante

del pensamiento que se elabora en torno a la condición de

la mujer apuntase a develar la condición del

varón” (Parrini, 2001: 12), lo cual es la base para

establecer que:

“el arquetipo tradicional de la virilidad sigue

constituyendo aún el referente dominante del aprendizaje

social de la masculinidad de la mayoría… de ahí la

necesidad de desconstruir ese arquetipo viril y el orden

simbólico de la masculinidad dominante, de ofrecer otros

modelos alternativos de masculinidad que ilustren la

disidencia de algunos hombres con respecto de la

masculinidad hegemónica y de iluminar y valorar las

aportaciones de las mujeres al saber humano y a la

convivencia pacífica entre las personas en nuestras

sociedades…” (Lomas 2004: 24)

La identidad masculina

Lomas, al hablar sobre identidad, dice que se trata

de “características físicas, sexuales, psicológicas,

geográficas, étnicas, culturales y sociales que permiten

diferenciar a un grupo de personas de otro

grupo” (Lomas, 2004: 237) y, a partir de esto, nos dice,

ya sobre la identidad masculina, que son “maneras en

las que se expresa la condición masculina”(p.237).

Destaco acá, al hablar de identidades masculinas,

que no existe una esencia natural de lo masculino.

Tal como señala Elizabeth Badinter (Lomas, 2004),

citada por Lomas:

“a) no hay una masculinidad única, lo que implica que no

existe un modelo masculino universal y válido para

cualquier lugar, época, clase social, edad raza, orientación

social, etc., sino una divergencia heterogénea de

identidades masculinas y de maneras de ser hombres en

nuestras sociedades; b) la versión dominante de la

identidad masculina no constituye una esencia, sino una

ideología de poder y de opresión a las mujeres que tiene a

justificar la dominación masculina; y c) la identidad

masculina, en todas sus versiones, se aprende y por tanto

también se puede cambiar” (Lomas, 2004:237).

De ahí que al hablar de identidad masculina se haga

referencia a las características adjudicadas a la

masculinidad en un momento histórico, geográfico,

cultural y social determinado. Lozoya (Lozoya, 1999)

precisa en cuanto a esto que “las características que

solemos identificar como masculinas no son innatas, sino

consecuencia de un proceso de socialización que pretende

un determinado patrón de relaciones entre los sexos… y la

condición masculina es, por tanto, un producto

social…” (Lozoya, 1999: 3). También expone que el

proceso de construcción de la identidad, condición y

subjetividad masculinas se prolonga a lo largo de

Revista al Sur de Todo - N°1

45

toda la vida y no termina nunca y que intenta,

siempre, “reducir las diferencias potenciales entre

hombres para ajustarlos a un modelo

preexistente” (Lozoya, 1999: 3).

De ahí que tenga sentido asumir la línea de aquellos

autores Cantera (Cantera, 1999), Corsi (Corsi, 1995),

Kaufman (Kaufman, 2001) que abordan la

identidad masculina (o femenina) como fruto de una

construcción social; es decir, desde una perspectiva

de género.

Este planteamiento obliga a tener en cuenta los

factores sociales, culturales, económicos, políticos y

demás de cada sociedad; es decir, ser hombre no

tiene el mismo significado para todos los hombres (o

mujeres), ni siquiera dentro de un mismo sistema

cultural.

En este sentido, Kimmel (Kimmel, 1999) sostiene que

las definiciones de masculinidad están cambiando

constantemente y que la masculinidad no viene en

nuestro código genético. También afirma que la

masculinidad se construye socialmente, cambiando

desde una cultura a otra y en una misma cultura a

través del tiempo, durante el curso de la vida de

cualquier hombre individualmente así como entre

diferentes grupos de hombres según su clase, raza,

grupo étnico y preferencia sexual.

Estos patrones de género, los cuales son asignados

desde antes del nacimiento, van siempre unidos a

determinadas cualidades y atributos que se

consolidan en un modelo definido de ser hombre,

modelo que prevalece y se convierte en “modelo

fundante: los hombres somos educados en un ambiente en

el que se nos exige la afirmación constante de esos

atributos definitorios de la masculinidad…” (Madrigal &

Tejada, 2008: 54), algunos de los cuales quedan

expresados en la síntesis que, muy ilustrativa y

apasionadamente, ofrece Cazés (Cazés, 2005):

“A los hombres nos pertenece de manera inalienable el

protagonismo social e histórico, la organización y el

mando, la inteligencia, el poder público y la violencia

policíaca y castrense, las capacidades normativas y las

reglas del pensamiento, así como la enseñanza y la moral,

la creatividad y el dominio, la conducción de los demás y

las decisiones sobre las vidas propias y ajenas, la creación

y el manejo de las instituciones, la medicina y la relación

con las deidades, la definición de los ideales y de los

proyectos. En una palabra, la vida pública, lo importante,

lo trascendente, lo prestigioso” (Cazés, 2005: 42).

Luego, de manera explícita e implícita, de cada

hombre se espera esto, si no como expectativa total,

al menos un mínimo que, asumido suficientemente,

lo envista de su rol y condición lo cual resulta “de

cualquiera manera ineludible” (Cazés, 2005: 42). En este

sentido, Lomas complementa diciendo:

“no es necesario profundizar mucho para comprender el

peso gigantesco que estas expectativas sociales y culturales

hacen caer sobre los hombres, sobre cada hombre, como

destino y proyecto vital irrevocable… Y de lo que ello

resulta es, en realidad, una enajenación que puede llegar a

ser absoluta y en la que cada hombre debe renunciar a casi

todas (o todas) las gratificaciones vitales” (Lomas, 2004:

42).

Lomas también confirma múltiples masculinidades

y lo vincula al deseo de muchos varones que,

diariamente, realizan diversas prácticas y tienen

diferentes vivencias y que se han atrevido a explorar,

a través de relaciones y posiciones íntimas, sociales y

políticas distintas a las tradicionalmente establecidas

para los varones, a modo de reducto para la

salvación de nosotros los hombres de ese modelo

hegemónico e inhumano por inalcanzable.

Revista al Sur de Todo - N°1

46

En tal sentido, Boscán (Boscán, 2006) resalta como

importante propiciar el desarrollo de varios modelos

de masculinidad alternativos, no supeditados a un

patrón racionalista, exclusivista y antihumano.

Afirma que se necesita que los nuevos modelos sean

abiertos, plurales e integradores, tanto a nivel

intergénerico como intragénerico, en los que sea bien

explicito y bien reconocido el desarrollo de

relaciones equitativas con las mujeres, y en un

acercamiento más íntimo y solidario entre varones.

Esta construcción empieza y pasa por constituirse a

partir de la diversidad de opiniones y posiciones

mantenidas por varones con diferentes tendencias e

inclinaciones, en las que predomine una concepción

abierta, plural, flexible y dinámica que pueda dar

cabida a toda esa diversidad de formas que la

masculinidad puede adquirir.

Algunos autores (Asturias, 1997; Boscán, 2006)

opinan que el cambio no puede resolverse

terapéuticamente en forma personal, como una

renovación interior, sino, más bien, de forma política

y grupal, dado que el crecimiento personal no

conducirá, automáticamente, a acciones personales

políticas que apoyen la igualdad de género y es por

ello que las estrategias grupales y colectivas son

vitales para desmantelar la opresión.

Según proponen Carabi (Carabi, 2006) y Boscán,

entre las características y propuestas que surgen para

el levantamiento de nuevos modelos para el varón

están: mantener la confianza y seguridad en sí

mismos; abogar por una personalidad más pacífica,

abierta y receptiva; mantener el carácter erótico,

libre, enérgico y fuerte; pero todo ello soportado

sobre una base no opresiva o que exija la

subordinación de otros y que, por el contrario, estén

basados en una concepción igualitaria y no

jerárquica, antisexista, antirracista y

antihomofóbicas. Otro aspecto a tener presente es el

de liberar al hombre del mandato de detentar el

control y propiciar el compartir el poder. Toda esta

propuesta obliga al varón a hacerse consciente de su

realidad en lo que concierne a la construcción

tradicional de la masculinidad de manera de

someterla a un análisis crítico que lo envistan como

artífice de su propio cambio a partir de asumirlo

como valioso desde su esfera personal, llevándolo a

ser receptivo hacia otros varones inmersos en el

cambio a fin de apoyarse mutua y recíprocamente.

Retomando aquello de “fenómeno universal y como

consecuencia histórica específica…”

“Reconocer la propia sobre vivencia en un proceso de

masculinidades implica la vivencia de mucho dolor, de

reconocer los propios traumas personales y las

discriminaciones sufridas y ejercidas, que son muchas y

que comenzó en un proceso duro y cruel de socialización

en la infancia y que se prolongará en la vida adulta… la

asunción de la sobre vivencia sea un paso al cambio

personal… y en la búsqueda de nuevas identidades que

reconozcan la diversidad ya vivida” (Madrigal & Tejada,

2008: 47).

Son, en buena medida, estas palabras las que han

permitido que grupos de hombres se agrupen y

consoliden a partir de propuestas similares; tales

como las que asume la Asociación de Hombres por

la Igualdad de Género (Málaga, España), la cual, en

su Manifiesto (AHIGE, 2008), expone que los

hombres contemporáneos debemos asumir la

responsabilidad histórica ante las injusticias que ha

generado el machismo y el modelo hegemónico del

que emerge. Nos dicen que nuestra responsabilidad

colectiva consiste en el reconocimiento explícito de

que históricamente hemos ejercido una opresión

Revista al Sur de Todo - N°1

47

social: “nuestra responsabilidad individual va dirigida a

no convertirnos en reproductores del sexismo en nuestras

vidas y relaciones… para llevar a cabo la de-construcción

interior como hombres patriarcales y la reconstrucción

como hombres igualitarios” (AHIGE, 2008:2).

“La realidad oprime” (Zemelman & Quintar, 2000: 8)

ha dicho el historiador Zemelman, y es el dolor el que

orienta una búsqueda y un despertar. Búsqueda de

otras posibilidades –que ayuden a entender, a

aceptar y, ojalá, a cambiar aquello que se empieza

reconociendo desde el dolor. Despertar, redescubrir

y rehacer una realidad en la que no nos reconocemos

o, a veces, más dramáticamente, nos reconocemos

ajenos, enajenados, exiliados. Transitar e ir más allá

de ese exilio interior que nos marca con su

subordinación, marcas que luego, en palabras de

Estela Quintar –estudiosa de la pedagogía y de los

procesos de cambio en el área de los sistemas

educativos– “estructuran la personalidad en una suerte

de negación de la realidad” ((Zemelman & Quintar,

2000: 8) ).

En esta revisión, desde de mi posición e intereses

actuales, intento abordar una serie de propuestas

e invitaciones, por lo demás atractivas. Una de ellas, y

quizás las más abarcadora e integradora, es la de la

visión y revisión acerca de las implicaciones política

y social, pero que tendría que ser también

pedagógica y didáctica, de ese modelo hegemónico

que define al varón y a los posibles modelos dentro

de los cuales ejercer la masculinidad. Modelo que

surge y parte de una lógica interna, que es la referida

a la de la subordinación, cuyo elemento más esencial

es la exclusión: subordinar a los intereses visiones,

posturas y aspiraciones de la clase y modelo

dominante y excluir todo lo que resulte propio por

naturaleza individual, local y próximo al sujeto; en

este caso, el sujeto varón que podría,

apropiadamente, llamarse el varón sujetado. Este

proceso, según aprecio, cobra efecto y se materializa

a partir de ciertos saberes, validados por años y

apoyado en un cuerpo teórico propio de la

epistemología del conocimiento y de la información,

pero no así en una epistemología más compleja e

interconectada con la realidad, es decir, una

epistemología que asuma al mundo concreto como

espacio de gestación teórica, y a la realidad como

base para la construcción epistemológica,

construcción que se exprese en “construir

pensamiento que pueda terminar construyendo

conocimiento” (Zemelman & Quintar, 2000: 12); que

sirva al rescate de la historia en la vida de los

individuos en su cotidianeidad, darle validez y

revalorizar el pensamiento por sobre esos cuerpos

teóricos caducos e insostenibles.

Lo arriba esbozado resume un aporte que, a mi juicio,

tiene sentido hacerse personal: construir un corpus

teórico próximo a la realidad y que, desde la

historicidad, más allá de la sola historia, nos permita

y capacite para mirar al otro en y desde un espacio

que exige estar en la realidad como anclaje para

pensar el mundo con el otro y no para imponerlo, y

hacer un uso crítico de la teoría desde nuestro

contexto: hacer que la ciencia se ocupe de lo humano

a partir de las personas y de las relaciones que éstas

establezcan.

Volviendo a aquello del fenómeno universal con

consecuencias personales, asumido como base para

la (re)construcción de la realidad, le confieren a la

educación el reto de liberar el pensamiento del ser

humano y abrirlo a lo inédito y a lo desconocido,

considerando que ésta –la educación, usualmente y

en nuestros días, reafirma un discurso que sostiene

Revista al Sur de Todo - N°1

48

el parámetro del olvido de nosotros; de ahí que la

enseñanza sea “un proceso de recuperación de la

memoria, de la historia, de la emocionalidad, de los

aspectos económicos, políticos y culturales que se

entrecruzan en alguien concreto y en una situación

concreta” (Zemelman & Quintar, 2000:14 ). Y, dado

que la educación (la pedagogía) requiere de sus

hacedores para ser, es un tema de relevancia y

sostenido diariamente, en el que superarlo o

agudizarlo radica en un despertar individual a esas

prácticas que, a veces, como autómatas alienados y

alienantes, repetimos, reproducimos y perpetuamos.

Algunas preguntas, entre muchas, quedan pulsando

y esperando ser respondidas –en el mejor de los

casos, desde la reinvención de la práxis consciente

que cada uno sea capaz de lograr:

Si asumimos al varón como capaz de construir su

realidad: ¿cómo capacitarlo para que lo haga?, ¿cómo

recuperarlo y devolverle su integridad y sus

facultades?

Si la historia, y con ella los modelos y relaciones

posibles, se construyen y, además, son construibles

para muchos propósitos ¿cuáles van a ser esos

elementos guías y orientadores en esa construcción?

Respuestas que, de seguro, pueden surgir desde los

espacios de intercambio e interconexión educativa,

espacios subjetivos e intersubjetivos, clamando por

ser atendidos. Como lo diría Zemelman, espacios

donde anclarnos para ser; espacios para conjugar

respuestas y para, luego, empeñarnos en hacerlas

realidad, una realidad que pueda ser tocada,

degustada, vivida, asumida y aceptada con y desde

todos los sentidos, integrada a nosotros para ser y

vernos en ella, para que ella sea y nos exprese a

nosotros, para deslastrarnos de tanta vulnerabilidad

y para, posiblemente, aceptar a los otros sin

menosprecio o desprecio de nosotros mismos:

desprendernos de la historia hecha para nosotros y

comenzar a hacer la historia que está esperando para

ser hecha nuestra.

“Las identidades masculinas y femeninas están social e

históricamente constituidas… pero también abiertas en el

futuro a la utopía del cambio y de la igualdad” (Lomas,

2006:12).

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Nota del/la autor/a

1Tesista de la Escuela de Educación y preparador de

la Cátedra de Psicología Educativa, Departamento

de Psicología Educativa, Universidad Central de

Venezuela.

Revista al Sur de Todo - N°1

51

Feminismos e investigaciones feministas

Gemma Nicolás Lazo1

Resumen. Este artículo aborda la definición de “feminismos” como movimiento social y como teoría crítica, ya

que por feminismo se entiende el conjunto de políticas prácticas y teorías sociales desarrolladas por el

movimiento social feminista que critican las relaciones pasadas y presentes de sometimiento de las mujeres y

luchan para ponerles fin y transformar, así, la sociedad para hacerla más justa. Asimismo, se plantean los valores

que pueden inspirar una metodología calificada como feminista.

Palabras clave: Feminismo, movimientos sociales, teoría crítica, mujeres, metodología.

Abstract. This article tackles the definition of “feminisms” both as social movement and critic theory, because

feminism is understood as the whole practice politics and social theories that are developed by the feminist

movement and criticize past and present relations of oppression of women and fight to finish them and

transform society to make it fairer. Besides, it deals with the values that can inspire a methodology qualified as

feminist.

Keywords: Feminism, social movements, critic theory, women, methodology.

“La teoría feminista sin los movimientos sociales

feministas es vacía; los movimientos feministas sin teoría

crítica feminista son ciegos” (Amorós y Miguel, 2005:

15). Con esta frase se expresa claramente la estrecha

relación entre el pensamiento feminista y el

movimiento social de las mujeres. El feminismo es

ambas cosas, un movimiento y una teoría

revolucionarios.

Por feminismo se entiende el conjunto de políticas

prácticas y teorías sociales desarrolladas por el

movimiento social feminista que critican las

relaciones pasadas y presentes de sometimiento de

las mujeres y luchan para ponerles fin y transformar,

así, la sociedad para hacerla más justa. Las feministas

tienen el objetivo de descubrir las causas de la

opresión de las mujeres, de revelar las dinámicas de

sexo-género en la sociedad contemporánea y de

producir un conocimiento que las mujeres puedan

utilizar para superar los perjuicios a los que están

sometidas. El objetivo último sería construir una

sociedad con formas de organización genérica no

opresivas y en movimiento (Lagarde, 1997: 21). Tras

este avance de definición, vayamos por partes. El

feminismo es, antes que nada, un movimiento social

que ya data de tres siglos. Por movimiento

social[2]entiendo aquel:

“agente colectivo movilizador que persigue el objetivo de

provocar, impedir o anular un cambio social fundamental,

obrando para ello con cierta continuidad, un alto nivel de

integración simbólica y un nivel bajo de especificación de

roles, y valiéndose de formas de acción y organización

variables” (Riechmann y Fernández, 1994: 48).

De entre las múltiples definiciones y concepciones de

movimiento social, ésta es idónea para los objetivos

de esta introducción porque nos permite señalar,

siguiendo al autor, algunos elementos clave del

movimiento feminista. Riechmann y Fernández

afirman que los caracteres fundamentales de los

movimientos sociales son su voluntad

Revista al Sur de Todo - N°1

52

transformadora, la continuidad, su carácter

movilizador, la participación no formal, su

identificación del otro, y la integración simbólica de

sus miembros. Veamos cómo se materializan en el

movimiento de mujeres.

En primer lugar, el objetivo del movimiento de

mujeres es revolucionario, ya que busca la

subversión total del sistema social moderno que se

basa en la opresión política, institucional, económica

y simbólica de la mitad de la humanidad, las

mujeres.

Aunque no completamente, hay quien dice que la

feminista ha sido la única revolución que triunfó en

el siglo XX, a la luz de los profundos cambios que se

han producido en occidente en la situación de las

mujeres (Amorós y Miguel, 2005: 56). Young (Young,

2000) define en qué consiste la opresión de las

mujeres como grupo. Ella parte de un concepto de

justicia amplio, en el que incluye no sólo la cuestión

de la distribución, sino también lo referente a las

condiciones institucionales que son necesarias para

el ejercicio y el desarrollo de capacidades

individuales, de la comunicación colectiva y de la

cooperación, e inserta dentro de la justicia, en sentido

negativo, la idea de la opresión. La opresión como

injusticia social tendría cinco elementos básicos:

explotación, marginación, carencia de poder,

imperialismo cultural androcéntrico y violencia. La

autora los propone como indicativos para detectar la

opresión.

La explotación vendría referida a la idea del trabajo,

tanto productivo como del cuidado. Las mujeres

transferirían de forma sistemática, y no recíproca,

energía y poder a los hombres. La marginación

provocaría que muchas personas quedaran al

margen de la sociedad hegemónica, suponiéndoles

privaciones materiales, discriminación en el mercado

de trabajo, dependencia y control de redes de

servicios sociales, etc. En las sociedades

contemporáneas conocidas, las mujeres son más

pobres[3]y viven en situaciones de exclusión y

marginación mayores que las de los hombres, siendo

esta realidad mucho más escandalosa en los

llamados países en desarrollo. Young entiende la

carencia de poder según una cuestión de clase y se

vincula con la idea de explotación. Serán las personas

sin formación y las/os trabajadoras/es no

profesionales quienes más sufrirían la ausencia de

autonomía y fuerza para tomar decisiones sobre la

propia vida. El imperialismo cultural produciría que

los rasgos dominantes de la sociedad invisibilicen la

perspectiva particular de las mujeres[4] e impongan

como universal la experiencia y la cultura del grupo

dominante. Finalmente, la violencia de carácter

sistemático que sufren las mujeres, llamada violencia

de género, sería el último indicador que afirma su

opresión (Young, 2000: 86-110).

Lagarde (Lagarde, 1997) utiliza la

metáfora cautiverio para conceptuar las instituciones

típicas de opresión de las mujeres en la sociedad

androcéntrica occidental. Los cautiverios

tradicionales serían el matrimonio (madresposas), la

entrega a la Iglesia católica (monjas), la prisión

(presas), la locura (locas) y la prostitución (putas).

Estas instituciones expropiarían de “la sexualidad, del

cuerpo, de los bienes materiales y simbólicos de las mujeres

y, sobre todo, de su capacidad de” intervenir creativamente

en el ordenamiento del mundo” (Lagarde, 1997: 15-17).

Sin embargo, y pese a la opresión, las mujeres

intentan elaborar estrategias de supervivencia a

partir de sus condiciones de vida y eludir las

violencias a las que se enfrentan. En todos los

Revista al Sur de Todo - N°1

53

contextos y momentos, a pesar de su situación de

subalternas y excluidas, diseñan mecanismos de

resistencia (Nash, 2004: 21). Al vivir se enriquecen y

luchan por construir parcelas de libertad. En ese

camino, las mujeres han ampliado su universo, han

desarrollado aptitudes y saberes que contribuyen a

su liberación.

Si seguimos los elementos definitorios de los

movimientos sociales de Riechmann y Fernández,

afirmamos, en segundo lugar, que el movimiento de

mujeres tiene una larga continuidad, de trescientos

años, complejos y no monolíticos (Amorós y Miguel,

2005: 34). El feminismo como movimiento social y

político nació en Europa y Estados Unidos con la

Ilustración[5], a partir de cuando se desarrolló lo que

se ha conocido como la primera ola del movimiento

feminista. La principal reivindicación de aquel

momento era la igualdad jurídica con los hombres y,

principalmente, respecto a algunos derechos

concretos, como el derecho al sufragio. En los años

sesenta del siglo XX se inició lo que se conoce como

la segunda ola del movimiento, también occidental y

mayoritariamente blanco. Las reivindicaciones ya

fueron más allá de la mera igualdad en la ley y se

inició el cuestionamiento de la construcción social

del sexo-género en los ámbitos privados de la vida y

en el aspecto de la sexualidad. Años más tarde, quizá

en la tercera ola, el movimiento feminista se ha

diversificado y se ha democratizado.

Aparecen otras voces, de otras mujeres y de otras

realidades mundiales bien diferentes a las

occidentales. En la actualidad podríamos encontrar

muchas tradiciones feministas, pero a todas ellas les

uniría un mismo hilo conductor: construir una

sociedad no sexista.

En este sentido, parafraseando a Melucci (Melucci,

1987), quien se refiere a la naturaleza simbólica de los

movimientos sociales, el movimiento feminista sería

un agente premonitor que habría señalado a la

sociedad dónde existe un problema e injusticia

fundamental, la opresión de las mujeres, y

propondría soluciones para solventarla. Así, el

feminismo vendría realizando una función simbólica

que podría incluso llamarse profética. Además de

luchar por objetivos materiales y de participación en

el sistema dado, también lo haría por una apuesta

simbólica de futuro, de re-significación del mundo,

que rompiese con el sistema sexo-género.

En tercer lugar, el movimiento feminista es

movilizador, en el sentido de no poseer una elevada

institucionalización. De hecho, el movimiento

feminista se caracteriza por el pluralismo y la

diversidad (Nash, 2004: 21) y la ausencia de

estructuras jerárquicas o líderes de mando

tradicionales (Amorós y Miguel, 2005: 56). El

movimiento de mujeres incluiría tanto estructuras y

organizaciones políticas formales que llevan a cabo

una acción colectiva pública, como las redes

informales generalmente sumergidas que se basan

en la identidad colectiva y que cuestionan los

códigos de sexo- género vigentes y trabajan para el

desarrollo de una cultura feminista (Nash, 2004: 23).

Por este motivo, y en cuarto lugar, en el feminismo la

especificación de roles dentro del movimiento no es

habitual, es decir, sus formas de participación son

múltiples y cambiantes, y no existe generalmente

una militancia formal. Tampoco, a diferencia de los

movimientos revolucionarios típicos, ha alentado el

uso estratégico de la violencia o de la lucha armada

(Amorós y Miguel, 2005: 56).

Revista al Sur de Todo - N°1

54

En quinto lugar, el movimiento feminista ha

identificado y ha construido el otro, el oponente

frente al que se afirmará el movimiento. El otro no

son los hombres, como ciertos planeamientos

misóginos con voluntad deslegitimadora podrían

reprochar, sino la sociedad sexista, androcéntrica o

patriarcal (según los nombres que recibe en los

diferentes momentos históricos y corrientes teóricas)

que se construye sobre la opresión de las mujeres.

En sexto lugar, el movimiento social de mujeres ha

construido una identidad colectiva, la del sujeto

mujer. Para Melucci (Melucci, 1987), construir y

desarrollar una identidad colectiva significa la

definición de un grupo como tal, con concepciones

concretas del mundo, con objetivos y opiniones

conjuntas sobre el entorno que lo rodea y la

viabilidad y las dimensiones de la acción colectiva.

El feminismo ha producido la integración simbólica

de las mujeres que participan en el movimiento, ha

desarrollado un sentimiento de pertenencia al grupo,

nuevas formas de relaciones sociales y una manera

concreta y nueva de mirar y llamar la realidad. Es

decir, el movimiento feminista, con la ayuda

imprescindible de la teoría crítica, trabaja en la

redefinición de la realidad contra los códigos

culturales hegemónicos elaborando un nuevo marco

de referencia, de injusticia. Se suele utilizar la

metáfora de las gafas para explicar la virtualidad de

mirar la realidad a través de este nuevo marco.

Estos procesos, en concreto el de construcción de la

identidad colectiva, provocan el surgimiento de una

conciencia colectiva que convierte a las mujeres en

sujeto histórico, base del conflicto y de la lucha

políticos. Las mujeres, al auto- conceptualizarse, no

podían dejar de hacerlo en un lenguaje político

(Amorós y Miguel, 2005: 26). Esta formación del

sujeto colectivo aúna teoría y práctica y permite la

lucha política con otros agentes sociales para hacer

hegemónica su definición de la realidad (Amorós y

Miguel, 2005: 57). La importancia de una conciencia

colectiva politizada para provocar cambio social se

considera imprescindible desde que Marx teorizara

sobre la construcción de la conciencia de clase social

(Rocher, 1983).

Finalizada la definición de movimiento social

feminista, podemos afirmar que el feminismo reúne

los tres principios fundamentales que caracterizan

los movimientos sociales según Touraine (Touraine,

1969): el de identidad como grupo, el de oposición a

una realidad y el de totalidad, como defensa de

valores y grandes ideales feministas. Asimismo,

realizaría las funciones principales que desarrollan

los movimientos sociales para Rocher, de mediación,

como agentes activos entre las mujeres y las

estructuras y las realidades sociales; de clarificación

de la conciencia colectiva; y de presión.

El feminismo, ahora como teoría crítica, buscaría

mediante la reflexión teórica nuevas

representaciones del mundo social según los

intereses del grupo mujeres para posibilitar una

nueva visión, una nueva interpretación de la

realidad. Y es que el proyecto político feminista

implica necesariamente una labor filosófica, porque

conocer y ser no pueden separarse. Debemos saber

cómo ser (Flax, 1983: 271). El objetivo de la teoría

crítica feminista sería dotar a las mujeres de

herramientas para entender sus problemas y

subvertir su situación[6]. Es una teoría de, por y para

los movimientos de mujeres (Miguel, 2005a: 15). Por

eso decimos que la teoría feminista es siempre una

teoría militante (Amorós y Miguel, 2005: 17).

Revista al Sur de Todo - N°1

55

Así lo expresa Fraser (Fraser, 1990): “Una teoría

crítica de la sociedad articula su programa de

investigación y su entramado conceptual con la vista

puesta en las intenciones y actividades de aquellos

movimientos sociales de la oposición con los que mantiene

una identificación partidaria aunque no acrítica” (Fraser,

1990: 49).

Como se ha dicho, una de las prácticas

fundamentales del movimiento feminista es la

redefinición o la resignificación de la realidad, es

decir, la subversión de los códigos culturales

dominantes, a través de la adquisición de toda una

nueva red conceptual. Para ello, la teoría feminista

conceptualiza como conflictos y producto de

relaciones de poder hechos que el pensamiento

hegemónico presenta como inmutables (Miguel,

2005b; Miguel, 2005a). Y es que el feminismo, como

teoría crítica, no sabe conceptualizar sin politizar

(Amorós y Miguel, 2005: 26).

Esto constituye un verdadero proceso de liberación

cognitiva que desarticula las falacias, los prejuicios y

las contradicciones que legitiman la opresión sexual

a través del análisis de las fuentes filosóficas,

científicas, religiosas, históricas, etc. (Miguel, 2005b).

El primer paso para el triunfo de esta liberación

cognitiva es la concienciación, es decir, la puesta en

tela de juicio en la propia subjetividad los valores y

las actitudes que han sido interiorizados desde la

infancia mediante un auto-análisis crítico. La

concienciación es el requisito previo para la acción

posterior, tanto individual como colectiva.

Si hacemos investigación feminista: los

valores de la metodología para la

resignificación de la realidad.

Existe cierta discusión sobre si existen métodos de

investigación propiamente femeninos o feministas y

cómo deberían ser si existieran. Éste es un tema algo

delicado, ya que la afirmación de la existencia de

métodos feministas podría provocar alguna

consecuencia indeseable como sería la presunción de

la existencia de una esencia femenina. Este hecho,

como mínimo, pondría en cuestión el carácter

emancipador de dicha epistemología feminista. Por

este motivo, la filósofa científica Sandra Harding

(Harding, 1991) afirma que no existen métodos

feministas particulares, sino una variedad de

métodos que favorecen la investigación, pudiéndose

escoger entre uno y otro según la cuestión bajo

estudio. No habría, por tanto, un estilo cognitivo

femenino (Anderson, 2004).

Sin embargo, sí habría algunos valores feministas

que hallarían su razón de ser en la naturaleza del

feminismo como movimiento social y en sus

objetivos emancipadores. Además, y con carácter

previo, la metodología que se utilice en estudios

feministas ha de partir de una auto-crítica dirigida a

evitar métodos de investigación sexistas. Por

ejemplo, la epistemología feminista defiende una

heterogeneidad ontológica que huye de las

dicotomías categóricas que representan la

masculinidad y la feminidad como opuestas, la

feminidad como inferior y las realidades que no

encajan en las normas de sexo-género como

desviadas (Anderson, 2004). Debería, pues, rechazar

los patrones metodológicos que tendieran a

reproducir esas categorías dicotómicas.

Después, hallaríamos una serie de características que

aunarían los diferentes métodos feministas. En

primer lugar, una metodología feminista favorece

una visión de la complejidad de las relaciones en

Revista al Sur de Todo - N°1

56

oposición a modelos causales unifactoriales, hecho

que permite la representación de una multiplicidad

de rasgos del contexto social, incluida la

participación de las mujeres (Anderson, 2004).

En segundo lugar, la actividad investigadora

feminista tendría siempre una actitud de justicia y

compromiso solidarios respecto a los sujetos de

estudio y al entorno social en el que viven (Dansilio,

2004; Scott, 1990: 25). Esto es así porque la

metodología feminista constituye una parcialidad

consciente –contra el ideal de la neutralidad de

valores de la ciencia positivista– que supone una

identificación parcial con el objeto de conocimiento.

La investigación debe servir a los intereses de los

grupos dominados, oprimidos y explotados (Mies,

1999: 71-72).

Evidentemente la elección del objeto de estudio y la

construcción de hipótesis también serían influidas

por esta actitud solidaria y comprometida. En

general, la ciencia y la epistemología feministas

suelen interesarse en cuestiones relacionadas con las

necesidades humanas y sociales (Anderson, 2004)

vinculadas, claro está, al sistema sexo-género.

Dicha actitud provoca una mirada desde abajo (Mies,

1999: 71-72) o reflexividad (Anderson, 2004) que

exigen que la persona investigadora se ubique en el

mismo plano causal que el objeto de conocimiento.

Ella debe tomar partido respecto a la posición social,

a los intereses, a las asunciones de base, a los sesgos

y a otros aspectos sobre la perspectiva concreta que

da forma a su hipótesis, su método y sus

interpretaciones. El sujeto que investiga debe

reconocer su complicidad con las vidas de los objetos

de estudio y preguntarse por sus creencias y

comportamientos así como lo hace sobre su objeto de

estudio (Harding, 1991: 161-163). Es como un

autogobierno reflexivo, entendido como

transparente y crítico hacia sí mismo, que

substituiría el lugar del ideal masculino de la

autosuficiencia individualista.

En tercer lugar, la metodología feminista valora el

papel de las emociones y el compromiso no solo

ideológico sino emocional con el objeto de estudio.

Las emociones pueden realizar funciones críticas

muy útiles a las teorías dominantes y producir

hipótesis rivales significativas (Anderson, 2004;

Durán, 1996: 8).

En cuarto lugar, la investigación científica feminista

se relaciona con las acciones y las luchas del

movimiento de las mujeres. La investigación se

convierte en parte integral de esas luchas ya que ellas

fueron la base para el nacimiento de los estudios

feministas. La investigación feminista pretende dotar

de conocimiento, entendido como poder difuso, a los

grupos que ostentan posiciones subordinadas en la

sociedad (Anderson, 2004). Se pretende una

integración de la praxis y la teoría. El objetivo es el

mismo, cambiar el status quo de la opresión de las

mujeres (Mies, 1999: 73-74). Según esta idea, la

legitimidad de una teoría no dependerá tanto de

principios y reglas metodológicas, sino de su

virtualidad en la contribución a una práctica política

en pro de una progresiva emancipación y

humanización (Mies, 1999: 72-73).

En quinto lugar, el proceso de investigación se ha de

convertir en un proceso de concienciación tanto de

las personas investigadoras como de las personas

investigadas. La idea que subyace en este enfoque es

que el estudio sobre una realidad opresiva no es

realizado por expertas sino por personas que son a

su vez objeto de esa opresión. Tanto las científicas

como las mujeres cuyas realidades se están

Revista al Sur de Todo - N°1

57

estudiando han de poner en común sus experiencias

y tomar conciencia. Este aspecto es muy relevante a

la hora de realizar investigaciones empíricas

cualitativas (Mies, 1999: 74-75).

La epistemología feminista está particularmente

interesada en las condiciones del entendimiento del

sujeto mujer, de la experiencia de una misma, y en

las circunstancias sociales en las que puede darse

esta forma de adquisición de conocimiento o de

conciencia colectiva (Flax, 1983: 270). De hecho, la

experiencia y la autobiografía son recursos

metodológicos muy utilizados por la epistemología

feminista. Las vidas de las mujeres son lugares desde

donde puede surgir un conocimiento de gran

autoridad (Michelson, 1996: 631).

Laurentis (Laurentis, 1986) define el feminismo

como “una política de la experiencia de cada

día” (Laurentis, 1986: 10). Esto es así porque ha sido

a través de la experiencia subjetiva de las mujeres

como han surgido los principales temas del

feminismo, sobre sexualidad, sobre el cuerpo y sobre

la práctica política feminista. También la prioridad

epistemológica se ha situado en lo personal, lo

subjetivo, lo corporal, lo cotidiano, como el lugar

donde reside lo ideológico, rompiendo los diques de

la esfera privada (Laurentis, 1986: 11).

Precisamente, fue a través del descubrimiento de la

existencia de una experiencia compartida entre las

mujeres respecto a las contradicciones entre la

experiencia como mujer y la feminidad normativa

cuando surgieron las primeras reivindicaciones del

conocimiento de las mujeres con el feminismo

radical. Me estoy refiriendo a la tradicional toma de

conciencia del feminismo de las consciousness-

raising sessions, que se realizaron por primera vez

como práctica establecida en 1967 en el New York

Radical Women (Miguel, 2005a: 22).

En este tipo de reuniones las mujeres reflexionaban a

título individual sobre cómo experimentaban la

opresión. A través de esa toma de conciencia se

pusieron las bases para la lucha colectiva y política y

la solidaridad entre las mujeres. Los problemas

personales se convirtieron en injusticias colectivas

producidas por el sistema de sexo- género, ahora

leídas en clave política. Se construía la teoría desde

la experiencia personal. Y es que el papel de las redes

feministas y de las organizaciones de grupos de

mujeres en la redefinición de la realidad para

posibilitar realmente la liberación cognitiva de las

mujeres ha sido y sigue siendo imprescindible[7]

(Miguel, 2005b).

En sexto lugar, la concienciación de las mujeres sobre

la opresión de nuestras sociedades debería ir

acompañada del estudio de la historia social e

individual de las mujeres. El apropiarnos de nuestra

historia, de nuestras luchas pasadas, sufrimientos y

sueños contribuye a la formación de una conciencia

colectiva feminista (Mies, 1999: 75).

Finalmente, encontraríamos la discusión

democrática del conocimiento y su colectivización

entre investigadoras y movimientos sociales. Como

afirma Durán

(Durán, 1996), la conexión entre la ciencia y el

movimiento social tiene lugar en tres dimensiones

principales “en cuanto que los sujetos producen la

ciencia, en cuanto que reciben y transmiten la ciencia, y

en cuanto que son, a su vez, el objeto de atención de la

ciencia” (Durán, 1996: 17).

Aquí encontramos una de las justificaciones de la

objetividad de la epistemología feminista. Para

Longino (Longino, 1997: 75), la inclusión de las

Revista al Sur de Todo - N°1

58

perspectivas socialmente relevantes en la comunidad

comprometida en la construcción crítica del

conocimiento es un ideal al que deberían tender

todas las investigaciones. Los resultados serán más

objetivos cuanto más responsables sean respecto a

las críticas desde otros puntos de vista (Anderson,

2004) y sean fruto de una democracia participativa

intelectual (Harding, 1991: 151).

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Nota del/la autor/a

1Investigadora de la Universidad de Barcelona,

España.

[1] Este término es un neologismo que se inspiró de

la raíz latina fémina, que significa mujer, más el

sufijo –ismo, cuyo uso se generalizó en el siglo XIX

para denominar a los modernos movimientos

sociales (Nash, 2004: 64).

[2] El esquema base para entender qué se entiende

por “movimiento social” parte de Rivera (2006),

quien lo aplica al movimiento de defensa de los

derechos de los presos y las presas.

[3] El concepto feminización de la pobreza hace

referencia a esta realidad. La ratio de pobreza de las

mujeres es siempre superior en un contexto

geográfico concreto. Aunque del volumen total de

trabajo que realizan es más de la mitad del estimable

para toda la humanidad, perciben tan solo de un

tercio de la remuneración global (Informe de

Desarrollo Humano, 1995, en Nicolás, 2006). Esta

realidad no es una situación coyuntural sino un

estado estructural que tiende a agravarse.

[4] En algún punto discrepo con Young (Young,

2000) respecto a las ideas que subyacen en su

concepción del imperialismo cultural. Pareciera que

considera que existe una cultura propiamente

femenina que habría que reivindicar, una esencia

femenina que actuaría como cultura subordinada

pero diferente a la dominante. Opino, por el

contrario, que esa cultura de las mujeres, pese a

poseer sabiduría y experiencias valiosas y

estratégicas de resistencia, es también parte de la

ideología androcéntrica dominante y que no habría

ninguna esencia propiamente femenina.

[5] Se podría decir que feminismo ha existido

siempre que las mujeres, a título individual o

colectivo, han intentado subvertir el sistema que las

oprimía. Sin embargo, prefiero considerar por

feminismo strictu sensu el movimiento de mujeres

organizado que ha articulado reivindicaciones

coherentes y sistemáticas desde la Ilustración. En

general, así se considera por la literatura (Miguel,

2005b: 16).

Revista al Sur de Todo - N°1

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[7] Para MacKinnon la consciousness raising

constituye el método crítico por excelencia del

feminismo. Sería la forma especial de adquisición de

conocimiento a través de la aprehensión política de

la relación de una misma con la realidad (Laurentis,

1986: 8). Michelson (Michelson, 1996) propone la

APEL (Assessment of Prior Experimental Learning),

práctica académica no tradicional de aprendizaje

mediante la experiencia, como herramienta muy útil

para dotar de autoridad científica los conocimientos

situados propios de la epistemología feminista.

Lagarde (Lagarde, 1997: 54-55) se refiere a la

metodología de la estancia con mujeres como un

método feminista similar a la observación

participante, pero añadiendo el compromiso político

y la empatía del sujeto investigador.


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