Magíster en Estudios de Género y Cultura,
mención Ciencias Sociales
Revista Al Sur de Todo
Número 1
Año de publicación original: 2009
www.alsurdetodo.com
Revista al Sur de Todo - N°1
1
Índice
Editorial ...................................................................................................................................................................2
Las cosas pueden cambiar. ...................................................................................................................................3
Entrevista A Sonia Montecino Aguirre: “La Situación De Los Estudios De Género En América Latina”
..................................................................................................................................................................................4
Reflexión metodológica en torno a la investigación sociológica de femicidios: los desafíos del trabajo
de campo y una nueva conceptualización del femicidio. ................................................................................8
La pertinencia de una educación en sexualidad con perspectiva de género ..............................................19
Hegemonía y cooptación del feminismo en Chile: de la aparición de un discurso feminista a la
institucionalización de los derechos políticos de las mujeres .......................................................................25
De los estudios de mujeres y el género como categoría orientadora a la revisión del modelo para el rol
del varón: Propiciando cambios en las masculinidades ................................................................................39
Feminismos e investigaciones feministas .........................................................................................................51
Revista al Sur de Todo - N°1
2
Editorial
Ha sido un arduo trabajo por parte del equipo, nos hemos esmerado para que la revista “Al Sur de Todo” se
convirtiera en realidad. Esperamos que este trabajo se vea reflejado en los resultados finales. En particular, nos
hemos preocupado en visibilizar la labor de los(as) investigadores(as) que se dedican a los estudios de género,
especialmente a los(as) jóvenes investigadores(as) que usualmente no tienen cabida en las publicaciones
académicas.
Por otro lado, hemos dado énfasis en la dualidad teórica/empírica, ya que a pesar de que nos posicionamos como
una revista académica, también nos orientamos en y hacia la realidad, incluyendo la visión de personas que no
son expertos en género, sin embargo, tienen mucho conocimiento, gracias a sus experiencias de vida.
Agradecemos el trabajo y la dedicación de todos los que han hecho posible la creación de esta revista. En primer
lugar, agradecemos la colaboración del Centro Interdisciplinario Estudios de Género (CIEG), Dirección de
Investigación y Publicaciones y finalmente a la Escuela de Postgrado, todos pertenecientes a la Facultad de
Ciencias Sociales (FACSO), Universidad de Chile. En segundo lugar, agradecemos a las personas que enviaron
sus artículos y a las personas que accedieron a las entrevistas.
Muchas gracias.
Editor(as) revista “Al Sur de Todo”
Revista al Sur de Todo - N°1
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Las cosas pueden cambiar.
…Agua soy que tiene cuerpo,
la tierra la beberá.
Fuego soy, aire compacto,
no he de durar…
Jaime Sabines
Todos/as iremos recorriendo los distintos caminos
de la vida, un día seremos agua y nos sentiremos
absorbidos por la tierra, otros seremos el fuego
temerario e invencible, o el aire que se pierde entre
los dedos mientras pasa; lo que también es cierto es
que no todo/as tendremos la misma oportunidad de
mostrarnos encendidos/as, derretidos/as,
sofocantes o simplemente felices.
No lo se de cierto, lo supongo decía Sabines poeta
mexicano. Yo tampoco lo se de cierto, pero supongo
que un día las cosas podrán cambiar y quienes
aparecen representados/as en estas fotografías
podrán sentirse libres de ser y mostrarse como son,
sin tener la necesidad de hacerlo en un día específico:
La marcha del orgullo gay.
Al compartir con todo/as ustedes estas fotografías
intento llevar a ustedes un poco de las personas que
forman parte de esta reunión anual en busca de la
libertad y el respeto. Quizá un día sus sueños logren
caber dentro de las urnas.
Marcha del orgullo gay 2008, Santiago de Chile.
[Recoger fotografías de: http://www.alsurdetodo.com/?p=894. Fotografías de Bertha Bermudez Tapia]
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Entrevista A Sonia Montecino Aguirre: “La Situación De Los Estudios De Género En América Latina”
Mauricio Amar1
Resumen. Revista Al Sur de Todo se ha reunido con Sonia Montecino Aguirre, directora del Archivo Central
Andrés Bello de la Universidad de Chile, antropóloga de vasta trayectoria en estudios de género, fundadora del
Centro de Estudios Interdisciplinarios de Género y docente del Magíster de Estudios de Género y Cultura de
esta casa universitaria..
Es necesario partir estableciendo los vasos
comunicantes entre academia y contexto, para así
reconocer las formas en que los estudios de género
interrogan y tensionan las realidades sociales
observadas e intervenidas. En tal sentido, esta
conversación hace un breve zapping por distintos
temas en que los estudios de género pueden ser una
herramienta clave para su comprensión. Las
problemáticas del género en el mundo indígena
latinoamericano o; específicamente en Chile, el
impacto que tiene la elección de una presidenta
mujer en la incorporación de la perspectiva de
género a las políticas públicas, son algunos de los
tópicos abordados a continuación.
Sonia, los estudios de género han abierto las
puertas a la comprensión de una gran gama de
fenómenos sociales que aparecían ocultos a la
mirada androcéntrica tradicional de las disciplinas.
Sin embargo, debido a que el enfoque de género
aparece como abriéndose espacios frente a una
realidad muchas veces hostil a aceptar el
cuestionamiento a la manera histórica de hacer
ciencias sociales, me gustaría que nos contaras
desde tu perspectiva cuáles son los aportes de los
estudios de género que sí han logrado posicionarse
dentro del mundo de la academia y de la
investigación.
Hay que visualizar los aportes de los Estudios de
Género desde dos perspectivas que van juntas; la
académica y la política. En el caso de la academia, y
hablo desde la experiencia chilena y latinoamericana,
hay logros y avances desiguales. Me parece que en el
cono sur Chile ha avanzado muchísimo, sobre todo
en el área de las ciencias sociales, las humanidades y
el derecho. Hay centros y programas abocados en la
Universidad de Chile a los estudios de género,
además la materia se imparte en los cursos de
pregrado, postítulo y postgrado. Por otro lado, a
diferencia de lo que ha sucedido en otros lugares,
estas iniciativas han podido perdurar en el tiempo y
no han dependido de aportes financieros
internacionales, aunque en sus inicios así lo fue. La
sustentabilidad de todas esas acciones se ha logrado
gracias a la extensión, la docencia y la investigación.
De ese modo, yo diría que hay una instalación de los
Estudios de Género dentro del estatus de las
disciplinas. Ahora, esto no quiere decir que hayan
desaparecido los sesgos androcéntricos a nivel
general, pero sí se comienza a aceptar la importancia
y riqueza epistemológica que implica pensar la
sociedad desde una perspectiva de género. Por otro
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lado, desde lo político (por supuesto todo lo anterior
también lo es, pero dentro del campo de la política
académica, de la lucha por las interpretaciones del
mundo), los Estudios de Género han influido en las
políticas públicas, por un lado, y en las
reivindicaciones de género, en la medida en que sus
reflexiones e investigaciones –siempre con una
mirada crítica a la organización social que entraña
desigualdades de género, de clase y étnicas- han sido
el supuesto que ha guiado las implementaciones de
políticas hacia las mujeres. Todavía no se logra eso sí
que se entienda que género supone una relación
social entre hombres y mujeres, y falta aún avanzar
en ese campo, pero al menos los Estudios de Género
han servido para situar un horizonte problemático
respecto a la posición de las mujeres en la vida social.
Avanzar en el posicionamiento de un enfoque
requiere necesariamente de alianzas entre, al
menos, quienes se encuentran interesados en su
promoción. ¿Cuál es la calidad de las relaciones
entre quienes están llevando a cabo los estudios de
género en América Latina?
Sin duda una de las marcas que han tenido estos
estudios de género en la academia ha sido los inicios
la existencia de redes entre académicas de
universidades latinoamericanas, en ese sentido fue la
Universidad de Chile la que inició, junto al Sernam3
(cuando éste era dirigido por la Ministra Josefina
Bilbao) el primer encuentro de Estudios de la Mujer
y Género de América Latina y del Caribe, en
Nicaragua, al que le siguieron una serie de seis
encuentros en distintos países latinoamericanos. Eso
significó crear alianzas, intercambios y poner en
escena los problemas que tenían los distintos grupos
en sus universidades para consolidarse. Esos
encuentros se discontinuaron, pero las redes igual
siguen, aún cuando en muchos países, hipotetizo por
el carácter marcadamente androcéntrico de algunas
universidades, algunos grupos desaparecieron y se
crearon otros nuevos. Sin embargo, los intercambios
académicos latinoamericanos se mantienen así como
el flujo de publicaciones. La importancia de la
inserción de los estudios postgraduados de género
será algo que a futuro determinará nuevas redes, en
la medida en que la transmisión transgeneracional
permita otras aperturas. Esta misma revista que
ustedes lideran puede constituirse en una nueva e
importante fuente de interrelaciones, conexiones y
complicidades académicas.
Dado que los países del tercer mundo
contribuyeron en las décadas pasadas a poner en
duda la visión eurocéntrica de los modelos de
desarrollo, e instalaron la diversidad como
elemento fundamental para la comprensión de las
distintas realidades que viven las mujeres en el
mundo ¿De qué manera ha contribuido América
Latina a esta discusión?
Me parece que las contribuciones de varias
intelectuales latinoamericanas han sido muy
relevantes en relación a pensar el desarrollo desde
otras miradas, entre ellas la de Lourdes Arizpe,
Magdalena León, y Loreto Rebolledo; pero también
de manera muy clara han sido los movimientos de
mujeres campesinas, indígenas, mujeres populares y
movimientos feministas quienes han tenido una voz
muy importante para dar cuenta de la necesidad de
concebir el desarrollo desde la posición y condición
de las mujeres más vulnerables.
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Usted ha trabajado con el mundo indígena
latinoamericano. Hoy vemos que hay un renacer de
los movimientos indígenas en la gran mayoría de
los países que cuentan con una población
importante que se adscribe a las distintas etnias
que podríamos reconocer como indígenas. ¿Cuáles
han sido los cambios en las relaciones de género, al
interior de las comunidades que usted conoce, en
los últimos años? Si hay cambios, ¿tienen estos que
ver con el creciente empoderamiento de los
movimientos sociales?
No me atrevo a decir taxativamente muchas cosas al
respecto, pues faltan investigaciones que den cuenta
de los fenómenos de cambio desde el 80 en adelante;
por otro lado, la situación de cada grupo indígena es
distinta de acuerdo a su historia y a sus particulares
relaciones de género y poder.
Sin embargo, es evidente que el influjo de la
globalización y el de los movimientos sociales de
mujeres y feministas ha permeado a esas
comunidades (así como a otras no indígnas). Me
parece que el debate entre lo universal y lo particular
es un nudo que no se resuelve tan fácilmente, me
refiero a que los derechos universales de las mujeres
transgreden muchas de las formas culturales de las
etnias y ello supone un conflicto político al interior
de las mismas, pero también implican un desafío
para definir el valor de las particularidades versus el
valor de lo universal-humano. La confusión entre
igualdad e identidad creo que es una de las piedras
de tope. Me parece que el tema debe ser objeto de
reflexión e investigación. Muy poco se conoce de la
situación actual de género dentro de los pueblos
originarios, a excepción de datos estadísticos -que
por supuesto revelan que las mujeres indígenas son
las que están más pobres dentro de los pobres-,
habría que avanzar en una relectura de lo étnico a la
luz de los cambios sociales contemporáneos (¡¡les
estoy estimulando a que hagan tesis¡¡).
En cuanto a la realidad chilena, hemos sido testigos
de cambios simbólicos verdaderamente relevantes,
al punto que este país ha llegado a tener a su
primera presidenta mujer. ¿En qué medida esto se
ha traducido en la incorporación de enfoques de
género en la elaboración de políticas públicas?
Esto se liga a la primera pregunta. Sin duda que ha
habido influjos en las políticas públicas, pero a mi
juicio es preciso avanzar aún más, pues en muchos
casos asistimos a políticas carentes de significados
que la sociedad comprenda a cabalidad, es decir hay
que avanzar en formular discursos, relatos de género
que acompañen esas políticas y que las hagan tener
un sentido más allá de los problemas puntuales. No
hay un debate público, una información más
profunda del porque se implementan determinadas
políticas y eso hace que muchas veces ellas fracasen.
Entiendo que construir estos relatos supone muchas
veces cuestionar los cimientos en los cuales se
estructura lo social, pero apuntar en esa dirección
puede ayudarnos de verdad a pensar en horizontes
de mayor igualdad e inclusión social, en nuevos
modelos de desarrollo y nuevos proyectos políticos.
Tengo la confianza que todos(as) aquellos(as) que
están cursando postgrados de género tendrán una
nueva manera de enfrentar estas políticas, de
concebirlas y de cuestionarlas, puesto que la
complejidad de las relaciones de género (de la
cultura en definitiva) no es sólo un problema de
conocer técnicas más o técnicas menos, sino un
problema que involucra los modelos de poder con
los cuales estructuramos la vida social.
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Para terminar, me gustaría saber su opinión
respecto a un tema que ha surgido con fuerza, sobre
todo por la promoción en los medios de
comunicación: el de la violencia extrema contra las
mujeres. Incluso ha aparecido un debate sobre el
femicidio en términos conceptuales a fin de legislar
sobre esta situación. ¿Cómo cree usted que los
estudios de género pueden ayudar a esta
conceptualización, tomando en cuenta la diferencia
del lenguaje académico con aquel que está presente
en la legislación?
Ahora, para que ello suceda es preciso que exista una
voluntad de escuchar (se) y de avanzar en una
conversación que logre ese engarce siempre
presente, por lo demás en lo estudios de género,
entre academia y política.
Esto se liga a lo que he dicho anteriormente, quienes
están a cargo de hacer políticas y de legislar deben
conocer a cabalidad que el problema de la violencia
contra las mujeres no es un asunto que se tipifica en
un delito común y corriente, sino que está arraigado
a concepciones desiguales de lo femenino y lo
masculino. El aporte de los estudios de género, en
este caso especifico, es operar desde lo
interdisciplinario de su propia concepción, de ese
modo es posible construir diálogos y establecer
puentes conceptuales y políticos que hagan posible
arribar a entendimientos disciplinares.
Nota del/la autor/a 1Sociólogo de la Universidad de Chile, alumno
tesista del Magíster en Estudios de Género y Cultura
de la Universidad de Chile.
2Doctora en Antropología de la Universidad de
Leiden, Holanda. Actualmente es Directora del
Archivo Central Andrés Bello de la Universidad de
Chile, profesora asociada del Departamento de
Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de
la Universidad de Chile. Es titular de la Cátedra
Género de la UNESCO con Sede en el Centro
Interdisciplinario de Estudios de Género (CIEG) de
la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de
Chile. Sonia Montecino es Premio Nacional de
Humanidades y Ciencias Sociales 2007.
3 Servicio Nacional de la Mujer (Sernam).
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Reflexión metodológica en torno a la investigación
sociológica de femicidios: los desafíos del trabajo de campo
y una nueva conceptualización del femicidio.
Juan Cabrera Ullivarri.1 Pablo Cristi Contreras.2
Resumen. El artículo revisa las decisiones metodológicas tomadas en el proceso de la investigación de los
femicidios, llevada a cabo por los autores. El objetivo es contribuir a la reflexión en torno a cómo realizar estudios
sobre femicidios, y a la discusión en torno a su definición desde las ciencias sociales. Se detallan las
características más básicas de la investigación mencionada, y luego se presentan las etapas de la investigación.
Cada etapa contiene definiciones teóricas y estrategias metodológicas propias, que fueron evolucionando a
medida que avanzaba la investigación. Concluida esta exposición, se argumenta teóricamente respecto a las
innovaciones de los autores para definir el femicidio, incluyendo nuevos criterios para su estudio; y
posteriormente se detalla respecto al nuevo concepto de femicidio al que la investigación de los autores arribó
gracias a las decisiones tomadas. Finalmente, el artículo presenta una consideración para investigaciones
futuras respecto a los temas mencionados.
Palabras clave. femicidio, violencia basada en género, operacionalización, metodología, sociología.
Abstract. This article reviews the methodological decisions taken by the authors in the process of researching
femicides. The aim of the present reflections is to contribute on how to conduct studies on femicide, and the
debate about its definition from the social sciences. This essay specifies the basic features of the above research,
and presents the different phases involved in it. Each stage contains its own definitions of the theoretical and
methodological strategies, which evolved as the investigation progressed. After this presentation, theoretical
arguments are drawn in regard to the innovations of the authors in the definition of femicide, which includes
new criteria for its study. This leads to the elaboration of a new concept of femicide that the authors arrived
through the decisions taken during the present research. Finally, the article gives suggestions for future research
regarding the topics mentioned.
Keywords: femicide, gender violence, operationalization, methodology, sociology.
El presente artículo tiene por objeto presentar las
decisiones metodológicas tomadas por los autores en
su investigación respecto a los femicidios, hecha en
el marco del pregrado de Sociología de la
Universidad de Chile. El interés de esta presentación
radica en comprender la complejidad que los
estudios de género implican para la disciplina,
debido a varias razones, entre ellas, el rezago –y
discriminación– que los estudios de género tienen en
la academia, al menos de la Universidad de Chile, y
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colaborar en el debate para el estudio de la violencia
de género en las ciencias sociales.
Los diseños en algunas investigaciones –quizás para
la mayoría– deberían ser lo suficientemente abiertos
como para renovarse. A veces, en el papel, un diseño
metodológico puede calzar muy bien, cual
crucigrama, pero puestos en acción demuestran las
grietas y supuestos de su construcción. Esto no es
algo evitable, en nuestra opinión. Por eso los diseños,
insistimos, debieran tener la cualidad de ser lo
suficientemente flexibles para poder innovarse, sin
perder por eso la línea de la investigación, así como
el tema, los métodos y el enfoque. Nuestra
experiencia en esta investigación es precisamente un
ejemplo de ese fenómeno. Hicimos un diseño bien
planteado y coherente, que en acción se debilitó
porque no cubría todas las posibilidades que
efectivamente surgieron en la aplicación.
Descripción de la investigación
A La investigación tiene dos etapas: la primera, de
construcción de los datos de femicidios mediante el
registro de la prensa en la Base de Datos; y el
segundo, el análisis de los femicidios registrados
mediante el análisis de los datos, lo que es una etapa
más cualitativa del estudio. Para los enfoques
cualitativos, se consultó a Manuel Canales (Canales,
2006), Taylor y Bodgan (Taylor y Bodgan, 1987), y
Manuel Valles (Valles, M., 2003). Este artículo se
referirá a la primera parte.
Pregunta:
¿Cuántos y qué patrones culturales tienen los
femicidios registrados en los medios de
comunicación escritos, ocurridos en 2005, 2006, 2007
y 2008 (1er semestre) en Chile?
Objetivo General:
Registrar y caracterizar los femicidios ocurridos en
Chile (2005-2008) para contribuir al conocimiento
general, estudio y superación de la violencia de
género en el país.
Objetivos Específicos:
Generar una Base de Datos de Femicidios en Chile
(2005-2008) con los casos aparecidos en los medios de
comunicación escritos masivos del país.
Reconocer patrones culturales de los femicidios
identificados, para desnaturalizar este fenómeno.
Visibilizar el orden de dominación a través de
información sobre femicidios en Chile para
promover una necesaria transformación social de
rechazo hacia la violencia contra las mujeres como
forma de violación a los Derechos Humanos.
Esta es una investigación descriptiva, pues consideró
el conocimiento previamente producido del área que
se investiga para formular las preguntas de
investigación (Hernández et. al., 1991: 62) con
elementos exploratorios, pues al no encontrar
registros de femicidios o información previa
consistente, nos adentramos en un fenómeno que
sigue siendo difuso en cuanto a sus mediciones y
características (Valles, M., 2003: 59).
Asumimos, tal como el estudio Femicidio en Chile
(Rojas et. al., 2004: 41), que el registro de femicidios
por medio de la prensa es impreciso. Nada asegura
que los periódicos efectivamente registren todas las
muertes de mujeres por razones de género. Debido a
la inexistencia de mecanismos oficiales para ese
registro, y de una institucionalidad acorde para ese
propósito, la prensa se alza en distintos países como
la vía más completa para cuantificar el femicidio. El
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registro de prensa se hizo en base al diario La Cuarta,
porque es el único que entrega públicamente los
hechos de violencia extrema con las mujeres, en
relación al resto de los diarios nacionales (Rojas et.
al., 2004: 65), a pesar del enfoque sensacionalista de
sus artículos. Para los casos de femicidios no
ocurridos en la Región Metropolitana se revisó la
prensa digital de la región correspondiente.
Cuando La Cuarta era insuficiente en información, se
revisaron otros periódicos para completar la Base de
Femicidios.
Tres momentos en la investigación:
la ampliación del conocimiento
Las siguientes ideas han nacido luego de un tiempo
registrando femicidios desde La Cuarta, y
discutiendo con la profesora guía, la socióloga Mg.
Silvia Lamadrid. No buscamos dar respuesta
definitiva a estas reflexiones. Más bien, son
problematizaciones para alimentar el debate en
torno al femicidio y las posibilidades de su registro y
caracterización. Es más, esperamos que estos puntos
no se acaben y surjan otros.
1. Primer momento: los criterios primarios
En los albores de la investigación hicimos una
revisión a los trabajos latinoamericanos al respecto
(CCPDDHH, 2006; CEPAL, 2007; Castillo, 2008;
Vetrugno, 2006; ONU, 2006; ONU, 2008; CLADEM,
2007; Barcaglione et. al., 2005; Carabineros de Chile,
2007; Segato, 2006; Sagot, 2000; Cisnero, 2001; Pola,
2001; Macassi, 2005), y llegamos a una definición
particular de femicidio.
El femicidio se configura como la forma extrema de
violencia basada en género ejercida por los hombres
contra las mujeres, ya que termina con la muerte de
ellas, y es la expresión del control sobre todas ellas
como género, naturalizado en la cultura y tolerado
por el Estado. Dentro de sus principales intereses, el
concepto, por un lado busca subrayar que
políticamente no es lo mismo un asesinato de
mujeres a otros, dado que es una consecuencia de un
orden de dominación patriarcal; y por otro lado,
resalta el carácter de crimen de odio –o de poder– al
violar las dos leyes del patriarcado. Además, es un
recurso de violencia instrumental y de control
masculino, en un contexto de subordinación
femenina, y no una respuesta emocional o pasional
de los hombres. Se distinguen tres tipos de
femicidios:1) Femicidio íntimo: asesinato de mujeres
cometidos por hombres, con quien la víctima tenía o
tuvo una relación familiar, sentimental, de
convivencia, u otras afines. Son los más frecuentes, y
en general es la culminación de episodios de
violencia sostenidos por años o meses. 2) Femicidio
no íntimo: asesinato de mujeres por hombres, con
quienes las víctimas nunca tuvieron alguna relación
sentimental, familiar o a fin con el femicida. En
general, en este tipo de femicidio existe la violación
sexual. 3) Femicidios por conexión: mujeres
asesinadas en el intento por interponerse tratando
que un hombre matase a otra mujer. Son las mujeres
que actúan para intervenir una situación de violencia
o son atrapadas por la acción del femicida.
Este concepto es una definición que explicita el
interés político de denuncia contra la opresión de las
mujeres y su consecuente dominación, y se subraya
que está anclado en motivos estructurales de la
sociedad, o sea, no son producto del singular estado
emocional-nervioso de un hombre. Y se considera
que los hombres son los asesinos-activos en la
relación violenta, mientras que las mujeres son las
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víctimas-pasivas. Los tres tipos de femicidios los
usamos tal cual se hacía en otras investigaciones y
como el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) los
consideraba.
Además, el concepto visibiliza la dominación
masculina en tanto el femicidio es producto de
violencia basada en género (VBG). La VBG, según la
ONU, es aquella que “tenga como consecuencia, o
tenga posibilidades de tener como consecuencia,
perjuicio y/o sufrimiento en la salud física, sexual o
psicológica de la mujer. Constituye una de las más
generalizadas violaciones de los Derechos
Humanos” (Castillo, 2008: 18). El hecho de visibilizar
las formas de violencia contra la mujer, mediante el
concepto de VBG, tienen como fin último permitir a
ellas el acceso igualitario a la participación política y
social, a la inclusión versus su exclusión, o lo que
Touraine llama entrar al “mundo de la palabra”
(Touraine, 1989). De hecho, Touraine señala que los
movimientos de mujeres en América Latina han
hecho un llamado más enérgico a la defensa de la
vida misma y su dignidad, que a reivindicaciones
económicas (Touraine, 1989).
2. Segundo momento: operacionalizar el
femicidio
Ya que necesitábamos una mayor claridad en el
concepto para su registro, decidimos hacer una
descripción operativa del femicidio. La conclusión
fue que serán femicidios aquellas muertes y suicidios
de mujeres originadas por las siguientes formas de
violencia y sus derivados a manos de hombres:
abusos verbales y físicos, golpizas físicas o
emocionales, acusaciones de celos control e
intimidación, tortura, venganza, esclavitud,
negación de la comida, acoso sexual, violación
sexual, abuso sexual infantil incestuoso o
extrafamiliar, heterosexualidad forzada, mutilación
genital, psicocirugía, operaciones ginecológicas
innecesarias, mutilaciones en nombre del
embellecimiento y cirugías plásticas. Los tipos de
femicidios: 1) Femicidio íntimo: muerte de mujeres
provocadas y efectuadas por hombres, en donde
ambos tenían, al menos una relación: a. amorosa
pasada o presente (esposos, pololos, ex parejas,
convivientes, etc.); b. familiar sanguínea o política
(padre, madre, tío/a, primo/a, suegro/a, etc.); c.
afectiva (amigo/as). 2) Femicidio no íntimo: muerte
de mujeres provocadas y efectuadas por hombres, en
donde ambos no tenían relación amorosa, familiar o
afectiva. Se incluyen, entre otros: a. relaciones de
vecinos, laborales, contractuales; b. robos que
terminan en muerte de mujer/es; c. balaceras
callejeras; d. redadas y/o vendetta entre pandillas; e.
delitos sexuales. 3) Femicidio por conexión: mujeres
asesinadas por hombres al intentar detener o agredir
al hombre que ataca a otra mujer, o defender a ésta,
o simplemente se presentan en el momento del
femicidio siendo ellas también asesinadas.
Con esta operacionalización pudimos resolver los
problemas iniciales del registro. Obtuvimos un
concepto más aterrizado capaz de dialogar de mejor
forma con la prensa. Las dos principales
innovaciones fueron: 1) el perfeccionamiento de la
tipificación, detallando bien las relaciones que cada
una considera, lo cual fue muy beneficioso; 2) incluir
suicidios de mujeres provocados por razones de
violencia intrafamiliar o de género como femicidios.
Habiendo resuelto los obstáculos iniciales volvimos
a la Biblioteca Nacional a continuar el registro, pero
insistentemente surgieron dudas que exigieron
nuestra atención. En la definición se menciona
brevemente que las niñas también son víctimas de
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femicidio, y sólo como consecuencia de abuso sexual;
el tema de las muertes por operaciones quirúrgicas
no estaba bien explicitado; y nos preguntamos
también si sólo los hombres cometen femicidios. Esto
dio pie a la tercera etapa de la investigación.
3. Tercer momento: ampliación de los
criterios
Explicitaremos los puntos más relevantes que
incluimos para nuestro concepto de femicidio, como
correlato del concepto que hasta el momento
habíamos concluido.
El femicidio no sólo lo cometen hombres. El diseño
de nuestra investigación consideraba al femicidio
como el asesinato de mujeres por hombres por el sólo
hecho de ser tal, en un contexto de dominación
masculina. Sin embargo, hemos entendido que las
mujeres también pueden ser femicidas. Esto en razón
de considerar el contexto detrás de las acciones de
asesinato a mujeres. Ese es el tema de fondo: la
muerte de mujeres debido a la lógica de la
dominación masculina. Cuando una mujer mata a
otra porque se metió con su pareja, creemos que se
trata de un femicidio. Así como reyes mataban a sus
hijas porque no les servían en términos de sucesión
en el trono, o en el campo una hija no es valiosa como
un hijo hombre para los trabajos y control de la casa,
una mujer, por ejemplo, puede eliminar a sus hijas
por razones similares. La idea es no caer en la lógica
dicotómica ahistrórica, femicida/hombre-
víctima/mujer. Las mujeres también pueden ser vías
de manifestación de la dominación masculina.
Matar niñas, ¿es un femicidio? Encontramos varios
casos en los cuales el padre de familia asesina a su
pareja y luego procede a matar a sus hijos, sean
hombres o mujeres. En esta situación, el asesinato de
niñas por parte de su padre se vuelve problemático.
Cuando decimos niña nos referimos a menor de
edad, menor de 15 años preferentemente. En casos
cuando el padre mata a su familia, es cuestionable si
la niña fue asesinada por razones de dominio
masculina –por ser mujer-, porque ella estaba allí en
el medio del asesinato, o porque era hija del femicida.
Es decir, podría haber sido perfectamente un niño
hombre el que murió, y efectivamente fue así en
muchos casos. El asesinato de niños, que también se
puede llamar infanticidio, nos genera dudas al
momento de clasificarlos como femicidio cuando la
victima es mujer. Sin olvidar estas consideraciones,
lo registraremos como femicidio ya que la victima es
mujer.
No todas las muertes de mujeres son un femicidio.
Las mujeres que mueren por un accidente no son
femicidio. Esto involucra accidentes de automóviles,
atropellos, o producto de alguna bala loca que llego a
una mujer. De hecho, por esta razón hemos
eliminado algunos casos del registro.
Son femicidios los casos de mujeres que mueren por
cirugías estéticas innecesarias. Este es otro punto
innovador que, provocativamente, hemos incluido al
registro de femicidios. La definición clásica de
femicidio incluye los casos de muertes producto de
cirugías que mutilan los genitales femeninos contra
la voluntad o de la necesidad de las mujeres (Segato,
2006: 3). Esas operaciones innecesarias son causa de
femicidio. Pues bien, una operación estética, que
responde a adecuar los rasgos a cánones del orden
masculino de belleza deseada, es tan innecesaria
como inducida por la estructura social en la cual se
inserta la mujer. Son categorías de percepción y
juicios de valor creados en un contexto de
dominación masculina interiorizadas en las mujeres.
Vale matizar, hay casos de personas víctimas de
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accidentes o quemaduras que se someten a cirugías
estéticas; éstas tienen un argumento médico. En
cambio, operarse los senos o la nariz por ser más bella,
o complacer al marido, se acerca más a femicidio que a
otra cosa. Como hemos dicho, es necesario someter a
discusión este tópico.
Para ilustrar las reflexiones anteriores, queremos
exponer ejemplos concretos de la discusión sobre la
muerte de niñas menores de edad, suicidios y
operaciones estéticas, casos que sin duda son los más
controversiales e innovadores para su consideración
como femicidios [1].
Comencemos por la muerte de niñas. El 1 de octubre
de 2005, Giovanni Reyes Valdebenito violó vía anal
y mató por asfixia a su hijastra Lissette Orellana de
10 años. En este caso no dudamos de presenciar un
femicidio. Giovanni hizo uso del cuerpo de Lissette
para su beneficio y placer, en razón del control y
poder sobre ella como hombre y padre. Pero hay
otros casos para debatir. En 2007, el 22 de enero una
madre mató por asfixia a su hija Síndrome de Down
de 24 años, porque estaba cansada de su enfermedad.
El mismo año, entre el 8 y 9 de febrero, Carolina de
22 años mató a su hija Yamila de 1 año y 7 meses,
según dijo porque estaba agobiada de tanto llanto y
griterío. En estos casos, ¿qué llevó al asesinato de
estas mujeres-niñas? ¿Fueron asesinadas por ser
mujeres, o por otros motivos? En el caso de Yamila,
según como se presenta la noticia, podría haber sido
niño o niña, e igual la hubiera matado. Lo mismo
sucede con el caso de la niña con Síndrome de Down.
Asimismo ocurrió el 24 de febrero del mismo año
cuando Carmen Contreras mató a su hija de 16 y su
hijo de 8 años, para después suicidarse. No queda
claro en estos casos que la causa del asesinato sea el
hecho de ser mujer.
Pasemos a revisar ahora casos de suicidio. El 1 de
agosto de 2005 Rosa Klein, de 46 años, se lanzó desde
un séptimo piso tras discutir con su ex esposo.
Afirmamos que es un femicidio por cuanto la causa
del suicidio está claramente anclada en la violencia
intrafamiliar de la cual Rosa y su esposo eran
protagonistas. Pero hay otros suicidios que nos
generan dudas. En 2007 hubo un par de casos donde
mujeres se mataron por amor, es decir, se suicidaron
tras acabar sus relaciones amorosas. Es el caso de
Digna Basic de 21 años (4 enero), Cecilia Maureira de
41 años (14 enero) y D.A.C. de 16 años (18-19 marzo).
Al menos con la información entregada por el diario,
no es suficiente decir que fueron femicidios. Estos
tres casos puntuales, como otros similares, sí los
consideramos femicidios, como argumentaremos
más adelante. Los tres suicidios por amor son
causados luego que ella se separa de su pareja
hombre y siente que ya no tiene nada más qué hacer
viva.
Las cirugías estéticas innecesarias, tal como hemos
descrito anteriormente, son fuente de expresión de la
dominación masculina y, por ende, de las estructuras
cognitivas que en la sociedad operan con esa lógica.
¿Por qué una mujer ha de operarse su nariz y busto
con el argumento de darle una sorpresa al marido? Es el
caso de Pamela Fariña Álvarez, del 26 de abril de
2007. Quiso darle ese regalo a su esposo, y murió en
el intento a causa de la anestesia. ¿A qué responden
los cánones de la belleza? ¿Por qué Pamela pensó que
con senos más redondos y grandes, y una nariz más
respingada, estaría dando una satisfacción a su
marido? La información de prensa no indica alguna
mal formación que justifique médicamente la
intervención. Esto nos lleva a pensar que las muertes
a causa de cirugías estéticas innecesarias están
Revista al Sur de Todo - N°1
14
basadas en una forma de violencia simbólica: el
deber ser del cuerpo femenino aceptable y apetecible
por la racionalidad dominante (masculina). Hay un
problema específico que surge de esto al momento
de construir la Base de Datos: ¿quién es el femicida
en el caso de Pamela? ¿El anestesiólogo, el equipo
médico, el hospital, el marido… la sociedad? Como
no podemos responder esa pregunta, dejamos esa
casilla de la Base de Datos sin rellenar más que con
la simbología que indica ausencia de datos.
La incorporación de estos elementos nos llevó a
registrar más femicidios que los oficiales del
SERNAM. A la luz de todo el proceso de estas tres
etapas, concluimos una vez más que el registro de
femicidios es impreciso. La prensa no hace un
recuento completamente confiable. Incluso el
registro del SERNAM parece insuficiente frente a la
definición que aquí hemos manejado de femicidio.
Entonces es imposible hacer un registro fidedigno de
femicidios con las actuales condiciones de
información disponible. Sin embargo, nuestra Base
de Datos reúne la mayor información posible de
rescatar desde la prensa, y ayuda a configurar
grandes tendencias y características de los femicidios
en el país.
Argumentación sobre las
innovaciones al concepto de
femicidio
Brevemente, queremos desarrollar el argumento de
nuestra apuesta teórico-metodológica no planificada
desde el primer momento del diseño de la
investigación. El transcurso de los registros, y los
posteriores análisis y profundización de lecturas nos
llevaron a plantear la necesidad de ampliar el
concepto de femicidio.
Actualmente es un lugar común encontrarse con
casos de mujeres jóvenes y adultas que se someten a
cirugías estéticas innecesarias, es decir, que no
cumplen una función médica que resuelva
problemas de salud para esas mujeres y que
responden, sencillamente, a consideraciones de
forma socialmente aceptadas y deseadas de su
cuerpo. Una de las ideas más subrayadas por
Bourdieu es que los dominados (en este caso,
mujeres) aplican categorías sociales a sus relaciones
y formas de desenvolverse que son propias del punto
de vista de los dominadores (hombres),
naturalizando esas visiones y prácticas,
instituyéndose así la violencia simbólica (Bourdieu,
2000: 50-51). Las mujeres de Cabilia, un ejemplo
recurrente de Bourdieu, tienen una imagen
autodenigrante de su sexo debido a los esquemas de
sus dominadores; similar, señala el sociólogo, a lo
que nuestras mujeres viven respecto a
su inadecuación corporal respecto a los cánones de
belleza. Hay un rol construido para las mujeres, se
espera que sean femeninas, deseables, depiladas,
perfumadas, sensuales, disponibles, serviciales,
baratas. Es la feminidad entendida como la
complacencia masculina (Bourdieu, 2000: 86). En el
fondo, tener senos pequeños, un trasero no abultado,
nariz poco respingada, hacen que no seas una “mujer
como Dios manda”; es no cumplir con el rol femenino
asignado, como señala Aldunate (Aldunate, 2007)
[2]. Esta es la lucha entre el cuerpo idealizado y el
real de las mujeres, conflicto que se canaliza en
operaciones estéticas. La evaluación de su cuerpo
que recibe de los demás, es lo que necesita para
construirse constantemente, orientando sus
Revista al Sur de Todo - N°1
15
decisiones y prácticas. Mujeres que mueren en medio
de una operación estética, independiente a si es por
reacción alérgica a la anestesia o negligencia del
médico, es una muerte anclada en razones de
dominación masculina. Para nosotros, eso es un
femicidio.
Siguiendo la misma lógica argumentativa, los
suicidios de mujeres también pueden considerarse
femicidios. Hay casos que registramos donde esto es
claro, ella termina su vida tras un continuo de
violencia ejercida por su pareja[3]. Pero en los casos
que anteriormente llamamos suicidios por amor, ¿es
tan fácil la conclusión? En principio no lo es. Pero
ahondando los argumentos es posible entregar luces
a su favor. Atendiendo a los significativos aportes de
Bourdieu en el tema, entendemos que las mujeres (y
hombres) han sido construidas (en términos
simbólicos) socialmente en sus prácticas y horizontes
de sentido, destinándolas a la resignación, sumisión,
discreción. En ese contexto, las mujeres cuentan con
pocas formas de ejercer un poder contra los hombres,
o dirigido hacia ellos, armas que por lo demás están
inscritas en el orden androcéntrico. Es decir, las
formas de resistencia de las mujeres están
igualmente codificadas por el aparato simbólico del
orden masculino. Bourdieu destaca, por ejemplo, la
magia como una de las formas con que las mujeres
accedían a algún poder, pero las brujas fueron
duramente reprimidas (quemadas, violadas,
golpeadas) en razón de ser maléficas y negativas
(Bourdieu, 2000: 47)[4]. Además de estas formas de
poder que las mujeres pueden alcanzar, están los
fines que el mismo orden le asigna a la feminidad
(como el cuerpo perfecto capaz de idiotizar a los
hombres). Entre esos fines está el amor. Suicidarse
por amor es una forma de poder que las mujeres
activan para atacar las leyes del patriarcado, a saber:
el control y posesión sobre el cuerpo femenino, y la
regla de la superioridad masculina (Segato, 2006).
Así como el femicidio no lo entendemos como una
respuesta pasional/emocional de los femicidas a
causa de los celos (Barcaglione et. al., 2005), el
suicidio de mujeres en contextos de relaciones de
pareja tampoco lo asumimos como una consecuencia
meramente psicológica-pasional. Este suicidio sólo
viene a confirmar las relaciones de dominación.
Hacia la nueva definición de
femicidio
A la luz de todas las consideraciones mencionadas,
hemos llegado a la siguiente definición de femicidio.
Entendemos al femicidio como la máxima expresión
de violencia basada en género y de violación a los
derechos humanos de las mujeres. Es una forma de
dominación, poder y/o control masculino que
termina con la muerte de la mujer, sin importar la
forma, el lugar y el arma con la que se produce el
crimen, ni la edad de la víctima, ni el sexo del
femicida. Los femicidios no presuponen
necesariamente una relación previa del algún tipo
entre los implicados. Incluimos como femicidios los
suicidios de mujeres que son provocados por
reiterados abusos y/o cualquier forma de violencia
(económica, sexual, física, psicológica) perpetrada
por uno o más hombres y/o mujeres, basadas en las
formas de dominación mencionadas. Serán causas
del femicidio: abusos verbales y físicos; golpizas
físicas y emocionales; acusaciones de celos; control,
Asaltos e Intimidación; tortura; venganza;
esclavitud; negación de la comida; acoso, abuso y
violación sexual; heterosexualidad forzada;
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16
operaciones ginecológicas innecesarias y/o
mutilación genital; operaciones en nombre del
embellecimiento y/o cirugías plásticas innecesarias.
Esta definición del femicidio tiene una gran
diferencia con la anterior: hombres y mujeres pueden
cometer femicidios. Hemos concluido que
sociológicamente importa quién es víctima de estos
crímenes y no tanto quiénes los cometan. En ese
sentido, tanto un hombre como una mujer pueden
asesinar por razones de género a una mujer, lo cual
es coherente con nuestra opción por el concepto de
VBG. Es el caso que hemos visto de madres que
matan a sus hijas, y donde cabe preguntarse si les
hubiesen dado muerte si fueran hijos hombres. Este
entre uno de los posibles casos. De lo contrario
seguiríamos reproduciendo la lógica dual
hombre/mujer, en la cual se basa “la división de las
cosas y actividades… que recibe su necesidad
objetiva de inserción en un sistema de oposiciones
homólogas”, lógica universalista que registraría
diferencias naturales entre las cosas, y que “se
confirman una y otra vez por el curso de los
acontecimientos”, precisamente la eficacia simbólica
del habitus (Bourdieu, 2000). Elementos que se
mantienen de la definición anterior son el considerar
como femicidios la muerte de menores de edad (éste
es un problema que planteamos como tal y no
buscamos resolver, al menos no en esta
investigación), los suicidios ya descritos; y entender
al femicidio como máxima expresión de VBG y
violación de DD.HH. de las mujeres.
Esta definición que planteamos, y hemos usado
como herramienta de trabajo, no busca ser
permanente. Por el contrario, y por la propia
naturaleza de su elaboración, debe ser sometida a
debate y crítica, junto a los otros puntos que hemos
señalado con el propósito de ampliar y no limitar el
ejercicio de discusión. Para esta investigación nos
quedaremos con la definición, pero invitamos a la
necesaria revisión del mismo.
Consideraciones finales
Un asunto que nos llamó la atención, y lo
mencionamos como insumo para futuras
exploraciones en el área, es la gran cantidad de
noticias de VBG publicadas por La Cuarta. Asombra
el número de violaciones sexuales, acosos de
profesores, padres, toqueteos malintencionados de
parientes, pedofilia, explotación sexual; de violencia
física leve y extrema, desde golpes de manos hasta
quemaduras de cuerpo entero y golpes con hacha en
la cabeza, donde las victimas quedan vivos y otros
no; los testimonios de cansancio emocional causados
por la pareja, por el deber ser de un hombre o mujer;
el dramático saldo que queda en varios niños,
resultando unos huérfanos, otros golpeados,
violados; la dependencia económica de las mujeres
respecto a los hombres, las cuales reciben
una ayuda estatal para, en el fondo, expandir las
funciones domésticas –lavar, cocinar, bordar, coser,
criar– a un mercado en forma de servicios; y así un
largo etcétera de situaciones de clara VBG. Hemos
hecho una lectura diferente a La Cuarta, ya que, en
general, leemos cotidianamente la prensa y estos
casos de violencia de género nos pueden pasar por el
lado sin reconocerlos. Desde que leemos prensa con
esta mirada de género, no reconocemos en los otros
grandes diarios del país (La Tercera, El Mercurio, La
Segunda, Las Últimas Noticias, La Nación, etc.) tal
profusión de casos duros y concretos de VBG. Es el
perfil de las crónicas de La Cuarta que sencillamente
nos alertan. Uno sabe que en el país ocurren
Revista al Sur de Todo - N°1
17
asesinatos, violaciones, agresiones rutinarias.
Distinto es ver rostros, nombres, lugares, personas
que han sido violadas, agredidas, violentadas. Esa es
la gran diferencia que puede hacer el leer los diarios
con una mirada de género, pero en ello no se puede
agotar la investigación sobre el tema.
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Nota del/la autor/a
1Estudiante de Licenciatura en Sociología de la
Universidad de Chile.
2Estudiante de Licenciatura en Sociología de la
Universidad de Chile, y del Diplomado de Extensión
en Gestión Social de Recursos Naturales de la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de
Chile.
[1] Para leer los casos recomendamos revisar el diario
nacional La Cuarta, en las fechas citadas.
[2] Las mujeres deportistas, físico-culturistas en
particular, muchas veces no son consideradas
mujeres en el sentido idílico del término, pues son
grandes, fuertes, musculosas, ganadoras,
independientes; es decir, tienen distinciones que
son propiasdel masculino. ¿Una madre convencional
aconseja a su hija a ser físico-culturista o una modelo
de belleza? ¿Adónde se va la balanza?
[3] Destacamos que todos los casos de suicidios
registrados en nuestra Base de Femicidios, ocurre en
contexto de relaciones de pareja. De modo que, aun
cuando no es posible afirmar la culpabilidad directa
de la pareja hombre, estos casos los hemos
calificados como femicidios íntimos.
[4] Otras formas de oponer la violencia masculina
por parte de las mujeres son la mentira, la astucia, el
instinto, la pasividad, el amor de madre, la esposa
maternal que victimiza a su hombre, entre otras. Pero
queremos destacar la autovictimización de las
mujeres. Bourdieu ha hecho buenos análisis al
respecto.
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La pertinencia de una educación en sexualidad con perspectiva de género
Héctor Gómez Cuevas1
Resumen. Tal vez más que en cualquier otra generación, nuestros jóvenes rompen esquemas en torno a la
sexualidad. El avance de las telecomunicaciones y la masificación de internet han provocado que lo invisible sea
visible y las acciones humanas consideradas del ámbito privado se vuelvan públicas. En este contexto, la
sexualidad de los jóvenes es más visible y prematura, pero no por ello más madura y sana. Las familias son cada
vez más diversas y no están cumpliendo a cabalidad su rol de formadoras y de agentes de socialización primaria.
A las escuelas, por su parte, se le exige complementar y suplir la ausencia familiar, pero los agentes del proceso
educativo no cuentan con los conocimientos, herramientas y actitudes para afrontarlo. Por ende, no existen
políticas públicas adecuadas y el Estado elude la temática. En dicho escenario se hace imprescindible una
educación en sexualidad con perspectiva de género en las escuelas, que incorpore como premisa básica el
reconocimiento de subjetividades del ser hombre y ser mujer como experiencias socio culturales particulares que
conforman sus identidades[1].
Palabras clave: género, escuela, Estado, familia, adolescencia, sexualidad, políticas públicas – educación.
Abstract. Perhaps more than in any other generation, our youth people break schemes about sexuality. The
advance in telecommunications, and the massification of the Internet have produced that the invisible become
visible and the considered human actions of the private become public. In this context, sexuality in youth people
is more visible and premature, but not for this more healthy and mature. The families are more and more diverse
and they are not fulfilling its roll of training and of primary socialization agents. On the other hand the schools
have the accomplishment to complement and replace the familiar absence, but the agents of the educative process
have not the knowledge, tools and attitudes to face it. Because of this, the State eludes the topic and there isn’t
an adequate public policy. In this scene a gender perspective in sexual education at schools becomes essential.
This perspective should incorporate the recognition of subjectivities of to be man or a woman as particular socio-
cultural experiences that shape their identities.
Keywords: gender, school, State, family, adolescence, sexuality, education public policy.
Una joven de 14 años y con uniforme escolar practica
sexo oral a un compañero en una plaza pública, es
grabada con un celular y la grabación se publica en
uno de los portales de internet más populares del
momento. Suficiente para que todo Chile hable,
comente y se burle del tema.
Nuevamente se presenta lo paradójico de lo que para
muchos es una cuestión recluida al ámbito privado,
pero que suele colarse en lo público, haciendo
aparecer opiniones de diferentes sectores acerca de
lo moral e inmoral, permitido-no permitido, bueno-
malo, correcto e incorrecto. En definitiva, el
famoso wena Naty se convirtió no sólo en chiste
nacional, sino que además planteó otra vez los
desafíos pendientes de las familias, el sistema
educativo y las políticas públicas, en cuanto a la
Revista al Sur de Todo - N°1
20
pertinencia de una educación en sexualidad aquí y
ahora.
El siguiente ensayo reflexiona acerca de la necesidad
de una educación en sexualidad con perspectiva de
género en la escuela, y de las acciones u omisiones de
las políticas públicas frente al tema[2].
Sin lugar a dudas, el espacio escolar es uno de los
espacios más relevantes en la vida de las personas,
ya sea por el tiempo que allí se convive, la
multiplicidad de relaciones que se generan entre las
personas, o por la primacía que ha ido adquiriendo
como institución social que complementa la acción,
de las cada vez más diversas y ausentes familias.
Claramente, las escuelas no son la totalidad, pero sí
son parte del proceso formativo y de socialización de
las personas, más aun en la etapa de adolescencia,
donde se inicia el proceso identitario y construye la
personalidad, una oportunidad de esclarecer,
cambiar, fomentar y/o reproducir pautas de acción
social predeterminadas (SERNAM, 2003: 9-10).
La necesidad de una educación en sexualidad,
tomando en cuenta la perspectiva de género, es decir,
considerar las diferencias de carácter biológico y
cómo se configuran éstas en la cultura, radica en que
la escuela es un lugar de interacción social donde se
transmiten y legitiman valores, creencias,
estereotipos sociales, convirtiéndola en un
verdadero microcosmos de la sociedad en que se
inserta.
En este contexto, la sociedad chilena identifica, a
través de su cultura, formas de ser hombre y de ser
mujer instituidos como roles y conceptos
esencializados, siendo los hombres los que se
identifican con el grupo dominante y actores
legítimos del espacio público, y las mujeres con que
se encuentran dominadas y circunscritas a lo privado
(aun cuando estos aspectos han ido cambiando
paulatinamente a través de los años). La perspectiva
de género intenta revertir lo anterior, involucrando
el reconocimiento de diferentes formas de ser
hombre o ser mujer a través de la identidad y el
reconocimiento de sí mismos; pero que al no
reconocerse dentro de las consideraciones culturales
imperantes, de consenso y sentido común, terminan
por discriminar en base a la diferencia, a otro distinto
que no se reconoce, no se respeta y por tanto, se
discrimina (Montecino, 2003:23).
Al encontrarnos en una sociedad con estas
características y considerando a la escuela como
un microcosmos social, donde se reproducen
modelos culturales, a través de las relaciones sociales
allí establecidas, se transforma en un lugar base
donde se puede intervenir en función de mejorar
relaciones sociales, que son en esencia relaciones de
poder y de diferencias de identidad.
Todo lo anterior, hace referencia al hecho de que
cotidianamente nos enfrentamos a una serie de
situaciones culturales donde no cuestionamos un
sinnúmero de pautas de acción social que parecen
existir desde siempre, convirtiéndose en parte de lo
que somos y de nuestro diario vivir. Pocas veces
reflexionamos sobre sus implicancias y las elevamos
a un esencialismo, invisibilizando, consciente o
inconsciente (en algunos casos), sus consecuencias.
Incorporar una perspectiva de género, implica que la
escuela permita la construcción de identidades
particulares en libertad, estimulando el desarrollo y
proliferación de subjetividades con respeto y
entendimiento, sin −necesariamente− imponer
formas de ser hombres y de ser mujeres, de acuerdo a
pautas culturalmente establecidas, que no hacen más
que limitar el desarrollo armónico de los sujetos
Revista al Sur de Todo - N°1
21
sociales (como el clásico y estereotipado ejemplo de
que las mujeres no pueden hacer trabajos pesados, o los
hombres no pueden llorar). Es por ello, que se hace
imprescindible un trabajo en conjunto con la escuela,
entiéndase directivos, profesor@s y alumn@s, y con
la familia de cada estudiante.
Desde 1993, y con muchos tropiezos, el tema de la
educación en sexualidad ha sido relevante. La
iniciativa más importante al respecto es la “Política de
Educación en Sexualidad para el Mejoramiento de la
Calidad de la Educación” que, si bien forma parte de la
Reforma Educativa, es relevante su trato particular
por su pertinencia en términos del predominio de
temas como las relaciones entre géneros, la
formación de la identidad sexual y de género y las
consiguientes consecuencias de dicha relación[3]. El
Ministerio de Educación, dentro del marco del
mejoramiento de la calidad y asociado a los objetivos
de equidad y participación de los diferentes agentes
del proceso educativo, así como la consideración de
que toda política pública se origine sobre la base de
legítimas demandas sociales, ha establecido que el
contexto actual exige el desafío de “contribuir a
satisfacer necesidades educativas en sexualidad humana a
través del sistema educacional” (MINEDUC, 1993: 1).
En suma, se trata de que la sexualidad sea asumida
como un contenido dentro de la educación formal;
esto, dentro de la concepción de que una educación
que involucra calidad debe satisfacer las necesidades
básicas de aprendizaje. Allí es donde se inserta la
sexualidad como parte de dicho tipo de necesidades.
Sin embargo, la incorporación de la sexualidad en la
política de 1993 advertía dos cuestiones
fundamentales: una de ellas respecto de la
variabilidad de expresiones sobre sexualidad,
valores, creencias e informaciones; en segundo lugar,
la necesidad de una actitud reflexiva en el entendido
de que esta educación debe ser un proceso de
aprendizaje colectivo. En síntesis, se trata de evitar
imponer contenidos y, en cambio, definir criterios y
procedimientos orientadores de acción colectiva que
sienten las bases del tratamiento de este tema en la
enseñanza formal.
La escuela, como institución social, cumple la
función de transmisión de la cultura, no sólo a través
del currículo explícito, sino además mediante la
acción educativa que se desarrolla en el espacio de la
cultura escolar. En el fondo, un mal tratamiento de
los contenidos sobre sexualidad implica una
formación limitada en afectividad y sexualidad y,
por tanto, una reproducción de pautas de acción
social, que conllevan prácticas discriminatorias y
sesgadas.
Finalmente, ¿cómo podría el Estado hacerse cargo de
la perspectiva de género? ¿Cómo poder evitar los
roles asignados arbitraria y discriminatoriamente?
Esto último es, tal vez, el mayor problema de la
política pública: la toma de decisiones, la generación
de consensos dentro del marco democrático
legislativo, y la respuesta a las demandas
ciudadanas, en conjunto con la legitimidad de las
mismas y la operatividad dentro del sistema político,
asuntos que deben lidiar con el enfrentamiento
cultural, la educación y la participación de los
distintos agentes. ¿Cómo decidir e implementar
políticas, si éstas tienden a la homogeneidad en su
acción, es decir, que nacen de un consenso de
diferentes ideas que llegan a un punto que será
finalmente aplicado en la política? Frente a esto, la
Política de Educación en Sexualidad señala que su
objeto es instalar contenidos y orientaciones básicas
para la educación en sexualidad, respetando la
Revista al Sur de Todo - N°1
22
diversidad de valores y creencias de las familias,
asegurando que éstas puedan cumplir con su
responsabilidad y que el logro de los objetivos
explícitos de una educación en sexualidad en el
sistema educacional formal cuente con el apoyo de
otros sectores de la comunidad, estableciendo que la
educación en sexualidad sea una tarea colectiva.
En este último punto habría un tema de análisis
sustancial en lo que respecta a la homogeneidad de
la política y los intentos de ella para cubrir, con la
mayor amplitud posible, las demandas, principios y
valores de la sociedad a través de la no imposición,
sino mediante la generación de consensos, el respeto
a la diversidad de concepciones sobre sexualidad, y
promoviendo la participación de tod@s. No obstante,
cabe preguntarse por este objetivo e interés
democrático respecto de si su implementación puede
realmente cubrir a todas las demandas y, aun así,
generar una política que realmente sea operativa y
entregue verdaderos resultados, de acuerdo con los
objetivos previamente establecidos. En definitiva, si
el Estado es capaz de hacerse cargo de una serie de
temas controversiales como son las prácticas
homosexuales, el aborto, la anticoncepción de
emergencia, la fertilización in vitro, etc., y obtener
verdaderos resultados de manera tal que sus
lineamientos generales encuentren una aplicación
práctica que sea legitimada por la sociedad. Además,
si la identidad sexual y de género comienza con el
desarrollo de la vida, y es en la interacción con el
medio en distintas instancias de socialización donde
se realiza dicha construcción, de acuerdo a los
patrones culturales de género en la sociedad, ¿podrá
la política reconocerla, hacerle frente sin caer en una
relatividad tal que finalmente no llegue a aplicarse?
¿Podrá definir indicadores que evalúen la
pertinencia de las indicaciones de la política?
Durante el año 2005 se encargó la realización de una
Comisión que revisaría la Política implementada en
1993, mandatada por el ex Ministro de Educación
Sergio Bitar, a cargo de Josefina Bilbao. Dicha
comisión se proponía revisar la Política y ponderar
lo realizado durante los últimos 10 años y evaluar su
pertinencia a la luz de los cambios ocurridos
últimamente en la sociedad chilena, sugerir y
proponer modificaciones, y recomendar medidas
inmediatas y mediatas. Para ello, la comisión definió,
dentro de sus lineamientos generales, la promoción
de la libertad de conciencia de todas las personas y el
resguardo de la autonomía de los establecimientos
educacionales, respetando los lineamientos
generales que establece el Marco Curricular Nacional
MINEDUC, 2005: 11).
La comisión recomendó que las acciones realizadas
en los últimos 10 años debían formar parte de la
definición de un plan estratégico de acciones que
tendrían como propósito la instalación del tema en el
sistema escolar y asegure el derecho de niños y niñas
y adolescentes a ser sujetos de educación sexual
oportuna, de calidad y que responda a sus
necesidades educativas, por un lado, y que repercuta
en la posibilidad de levantar indicadores de proceso
y resultados que permitan evaluar el desarrollo e
impacto que tendría en el sistema la ejecución de
dicho plan. (MINEDUC, 2005: 17). La comisión sólo
dio luces de lo que debería implementarse en las
escuelas, declarando la necesidad de una educación
en sexualidad con perspectiva de género. Sin
embargo, las políticas no han llegado a convertirse
en leyes, ni menos han llegado a donde realmente
son necesarias: a las escuelas, a las aulas y alumn@s.
Revista al Sur de Todo - N°1
23
Quienes nos desempeñamos en el ámbito educativo
sabemos que es un tema que no se toca, en el que no
hay claridad, ni menos las herramientas necesarias
para implementarlo, donde existen miedos e
intereses contrapuestos frente al tema. La educación
en sexualidad aparece como necesaria; sin embargo,
la forma, el enfoque y los límites han sido tan
discutidos u obviados que no ha existido la voluntad
de establecer consensos.
Por otra parte, las políticas públicas existentes no han
sido capaces de enfrentar la variable de género en
toda su amplitud, porque cuando se ha propuesto
hacerlo, el discurso ha sobrepasado a la realidad; es
decir, como lo señalaba Kathia Araujo (Araujo, 2005),
el discurso técnico-político del sector público no ha
realizado un óptimo análisis de la realidad para
configurar su política y, por tanto, no ha
diagnosticado respecto de la lentitud del cambio de
las instituciones en las que quiere introducir la
variable, ni menos de las personas que la
administran. Más amplio aun, no ha considerado el
hecho de que el género es una construcción cultural
que se desarrolla a partir de relaciones humanas, que
en sí mismas conllevan relaciones de poder y que a
partir de esas relaciones se generan las identidades
de género. Por tanto, el problema pasa porque el
discurso no alcanza a cubrir la realidad, no se acopla
ni genera una fluida comunicación entre ellos; es
decir, que en el ámbito de la escuela persisten
prácticas docentes sexistas y una ausencia de
políticas públicas que las erradiquen.
El desafío es imperioso y la necesidad de
herramientas con prontitud no debe confundirse con
el uso de medidas irresponsables y equívocas. El rol
del Estado es necesario, pero debe emanar también
de un cambio en la estructura del mismo. Un Estado
conservador y anticuado no puede fijar políticas, ni
menos intentar imponer conductas a las personas.
No obstante, debe fijar políticas públicas de acuerdo
a las necesidades actuales, que promuevan la
proliferación de subjetividades y la formación de
identidades en un ambiente de libertad, respeto y
tolerancia.
Seguramente Naty no es la única chica de 14 años
que ha iniciado su sexualidad, y entendiendo que lo
problemático del asunto no es la sexualidad en sí
misma, la tarea que la sociedad en general esta
llamada a cumplir es que l@s jóvenes conozcan y
sean conscientes de sus actos, que asuman con
madurez y vivan en plenitud sus procesos de
desarrollo. Las familias, en su diversidad, no podrán
establecer los consensos necesarios. El mundo actual
ha reconfigurado las relaciones familiares y la familia
ha dejado de tener el tiempo y la definición que antes
poseía. Por su parte, la escuela tiene el deber de
asumir la tarea, pero para ello también se debe contar
con docentes comprometidos, capacitados y capaces
de complementar la acción de las familias; de ahí la
necesidad de políticas públicas sobre el tema. El
Estado debe dejar de establecer medidas y acciones
sin un previo debate público que defina, por ejemplo,
el rol que ha de tener la educación, l@s profesor@s y
una serie de valores mínimos que comparta la
sociedad. Eludir la discusión ya no puede ser una
práctica permanente, ni menos sólo influir para que
no sean expulsados alumnos que a los ojos de las
instituciones educativas traspasan las
reglas moralmente aceptables.
En las escuelas sigue primando el criterio de la
autonomía curricular, correspondiéndole a cada
comunidad fijar sus principios y acciones y al Estado
velar por todos. Las sutilezas y particularidades se
Revista al Sur de Todo - N°1
24
ausentan, y en el caso del género no se reconoce que
el ser hombre y el ser mujer son experiencias socio-
culturales y, por ende, el todo(universal-igualitario)
del Estado más parece ser un nadie.
Referencias
Araujo, K. (2005). “Sexualidades públicas:
sexualidad, sujeto y sociedad en el discurso
estatal”. En III Seminario de Sexualidades
Contemporáneas – Intimidades Ciudadanas /
Sexualidades Públicas, noviembre de 2005,
Universidad Academia de Humanismo
Cristiano.
MINEDUC-Ministerio de Educación (2005).
“Informe de la Comisión de Evaluación
Recomendaciones sobre Educación Sexual
(Documento No oficial del MINEDUC)”. En
Serie Bicentenario, marzo de 2005.
MINEDUC-Ministerio de Educación (1993). Política
de Educación en Sexualidad para el
Mejoramiento de la Calidad de la Educación.
Chile: Ministerio de Educación.
Montecino, S. (2003). “Hacia una Antropología del
Género en Chile”. En Montecinos, S.; Castro,
R.; De La Parra, M. Mujeres, Espejos y
Fragmentos. Santiago de Chile: Editorial
Aconcagua.
SERNAM-Servicio Nacional de la Mujer, Gobierno
de Chile (2003). Módulo de Orientación
Vocacional No Sexista. Santiago de Chile,
2003.
Nota del/la autor/a
1Profesor de Estado en Historia y Ciencias Sociales,
Licenciado en educación Licenciado en Historia.
Profesor del Centro Politécnico Particular de Ñuñoa
[1] El artículo está basado en el Seminario “Género y
Educación: Perspectiva de Género en las Políticas
Públicas y el Marco Curricular en la Enseñanza
Media en Chile (1990-2005)” de los autores Héctor
Gómez Cuevas, Loreto Lillo Godoy y Pamela Vicuña
Córdova.
[2] Entendidas éstas como la serie de acciones
llevadas a cabo por el Estado chileno, tales como los
Mensajes Presidenciales en el periodo 1990-2005, el
Programa de Reforma Educativa, las Políticas de
Educación en Sexualidad para el Mejoramiento en la
Calidad de la Educación (1992-1993), la Reforma
Curricular (1996-1998), la Política de Participación de
Padres, Madres y Apoderados en el Sistema
Educativo, las leyes de Protección de la Adolescente
Embarazada, 12 años de Escolaridad, y Política de
Retención Escolar (1999-2005) y finalmente, el
Informe de la Comisión de Evaluación y
Recomendaciones sobre Educación Sexual (2005) y el
Marco Curricular constituido por los Programas de
Estudio de los diferentes subsectores de aprendizaje.
[3] Dicha política es interesante porque refleja la
función de la escuela dentro del proceso de
socialización humano, más allá de lo general, e
involucra al Estado, definiendo su rol, en conjunto
con el de las familias y la escuela.
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Hegemonía y cooptación del feminismo en Chile: de la
aparición de un discurso feminista a la institucionalización
de los derechos políticos de las mujeres
Mauricio Amar1
Resumen. Este artículo plantea como hipótesis la existencia de un incipiente feminismo a comienzos de siglo,
el que es marginado por un discurso hegemónico proveniente de los sectores feministas ligados a la Iglesia
Católica. Las elites elaboran un proyecto que prescinde de los elementos emancipatorios del feminismo y se
concentra en sólo un objetivo: lograr la igualdad política formal de mujeres y hombres a través del otorgamiento
del sufragio femenino. Se utiliza el concepto de hegemonía para explicar el proceso a través del cual los intereses
particulares del feminismo católico devinieron en universales a través de la consolidación de un movimiento
sufragista.
Palabras clave: feminismo, hegemonía, discurso feminista, derechos políticos.
Abstract. This article poses the hypothesis of the existence of a nascent feminism in the beginningof the century,
which is marginalized by an hegemonic discourse from feminist sectors linked to the Catholic Church. Elites
developed a project that dispenses the emancipatory elements of feminism and focuses in only one objective: to
achieve formal political equality of women and men through the granting of female suffrage. Using the concept
of hegemony to explain the process through which the interests of Catholic feminism became universal through
the consolidation of the suffragist movement.
Keywords: feminism, hegemony, feminist discourse, political rights.
En la historia de los movimientos sociales chilenos,
uno de los más –si no el más importante ha sido el
movimiento de mujeres, desde donde surgieron
distintas formas de comprender la situación
particular de las mujeres en el país. La cuestión social
surgida a finales de siglo XIX, la incorporación de
grandes grupos de mujeres a las industrias, los
abusos y discriminaciones de género, la
consolidación del movimiento obrero y el
surgimiento de los partidos políticos tradicionales
son parte del contexto en el que las mujeres
comienzan a ser vistas como parte de la
problemática, y desde ellas mismas saldrán varias
soluciones y propuestas de cambio con distintos
niveles de alcance social.
La hipótesis que plantea este artículo es que existió
una reacción de las elites sociales frente al
feminismo, las que, respaldadas fundamentalmente
por la visión de mundo de la Iglesia Católica,
utilizaron sus mecanismos de control interviniendo
en el propio campo de acción y discurso del
feminismo a través de una acción hegemónica que
terminó representando los intereses del movimiento
como conjunto y reemplazando la construcción de
Revista al Sur de Todo - N°1
26
discursos emancipatorios por el del derecho a
sufragio.
Diversos autores han tendido a deslegitimar el
carácter feminista de los movimientos de mujeres de
comienzos de siglo XX [1], haciendo énfasis en las
contradicciones en los artículos publicados tanto de
las revistas de mujeres como de los periódicos
obreros que aquí mencionaremos. Sin embargo,
desde mi punto de vista, la contradicción es un
elemento constitutivo de la construcción de
cualquier tipo de identidad, precisamente porque
ésta se sustenta siempre en las ideas y no en una
verdad. Como proceso social, la conformación de
una identidad feminista se encuentra lejos, como
cualquier otra identidad, de alcanzar una coherencia
absoluta; por el contrario, son las complejidades y
contradicciones las que le dan fuerza al debate y
mayor posibilidad de articulación a las estrategias. El
énfasis estará acá, en cambio, en la comprensión de
las desigualdades entre hombres y mujeres por parte
de las feministas de comienzos de siglo XX
precisamente por la importancia que esto tiene para
los estudios de género.
El concepto de hegemonía
Entendemos que el surgimiento del feminismo de
carácter obrero en Chile se da como
una respuesta a un discurso hegemónico promovido
por las élites a través del proceso de fortalecimiento
del Estado nacional, discurso que establece una
valoración diferencial de los géneros, colocando a la
mujer en el ámbito de lo privado y al hombre en lo
público, espacios simbólicos que son construidos a la
luz de esa propia hegemonía. Pero también
entendemos aquí que el desarrollo de un
movimiento contra-hegemónico como el feminismo
se enfrenta necesariamente a rearticulaciones de las
estructuras de poder que buscan frenar los cambios
para mantener su hegemonía
La hegemonía de un grupo implica supremacía, es
decir, dominación y dirección intelectual y moral
(Gruppi, 1978). Explicado por Laclau y Mouffe
(Laclau & Mouffe, 2006), la hegemonía supone que
un elemento particular asume una función universal
estructurante dentro de un cierto campo discursivo;
en otras palabras, es una particularidad que asume la
representación de una universalidad que la
trasciende (Laclau & Mouffe, 2006: 12-14). La
hegemonía siempre implica una relación, y la
dominación de un discurso hegemónico siempre es
reversible en la medida en que existen actores
sociales que aspiran a establecer su propio discurso
como hegemónico. En efecto, “es porque la hegemonía
supone el carácter incompleto y abierto de lo social, que
sólo puede constituirse en un campo dominado por
prácticas articulatorias” (Laclau & Mouffe, 2006: 178).
Si comprendemos la hegemonía como el concepto
central de las relaciones de poder entre grupos con
proyectos que sólo se pueden realizar parcialmente
en la medida en que adquieren la representación del
total, al tiempo que no renuncian a su propia
particularidad, debemos plantear dos elementos
importantes: en primer lugar, la hegemonía no es
represión sino, al contrario, una forma de inclusión
bajo parámetros cerrados, tan cerrados como sea
necesario para poder seguir ejerciendo la hegemonía.
Pero, por otro lado, al ser la hegemonía una
particularidad que no puede renunciar a su
condición, siempre es incapaz de contener en sí
misma la realidad social, cambiante, compleja y
construida permanentemente por relaciones sociales
Revista al Sur de Todo - N°1
27
en las que los individuos y colectivos no alcanzan
jamás a realizar el proyecto hegemónico.
Éste no es un proceso fácil, pues para conformar un
proyecto contra-hegemónico es necesario sortear dos
barreras importantes. Por una parte, el sentido
común se encuentra construido a partir de las
distintas instancias en las que se ubica un individuo,
como la estratificación social y el ambiente cultural.
En ese sentido, tal como plantea Gramsci (citado en
Gruppi, 1978), la conciencia del las personas no es
otra cosa que el resultado de una relación social,
siendo ella misma una relación social o, como ha
dicho Adorno,
“Las ideologías que son inmediatas a los seres
humanos mismos, no tienen su origen social sin más
en esos seres humanos y en su consenso, sino que, o
bien les son impuestas colectivamente, por medio de
tradiciones, o bien (…) son creadas por medio de una
conformación altamente concentrada y organizada
de la formación de opinión, es decir, por medio de la
industria de la cultura en un
sentido amplio” (Adorno, 2006: 166)
Un autor relevante para el concepto de hegemonía
fue Lenin (Lenin, 1975), quien planteó respecto a la
lucha del proletariado algo similar a lo que ocurrió
con el feminismo incipiente de comienzos de siglo
XX: “a la burguesía le conviene más que los cambios
necesarios en un sentido democrático-burgués se
produzcan con mayor lentitud, de manera más paulatina
y cautelosa; de un modo menos resuelto, mediante
reformas y no por medio de la revolución” (Lenin, 1975:
13).
El surgimiento del feminismo obrero.
Como describe Hutchison (Hutchison, 1995), desde
fines del siglo XIX y a lo largo de Chile, las mujeres
habían ingresado a la fuerza de trabajo remunerada
en números crecientes, llegando a conformar casi un
tercio de la población económicamente activa para
1907. Entre 1920 y 1930, esta proporción disminuyó
levemente hasta llegar a cerca de un quinto del
total[2]. El sector económico más importante en
términos de empleo femenino fue la industria
(Hutchison, 1995). Los cambios en el panorama del
trabajo asalariado femenino acompañaron el
crecimiento de la ciudad, provocando el interés de
varios actores sociales, quienes vieron en las mujeres
obreras el mejor ejemplo de una sociedad en crisis y,
por lo mismo, fue un estímulo para implementar
reformas necesarias (Hutchison, 2006: 23).
A diferencia del trabajo masculino el desempeñado
por las mujeres era un trabajo no deseado por la
sociedad. La famosa idea de que el trabajo dignifica
al hombre promovida por la encíclica papal Rerum
Novarum de 1891 debía tomarse al pie de la letra, sin
transformar el concepto de hombre en un universal.
Esta encíclica consideraba que las mujeres no debían
salir del hogar para ir a trabajar, pero si las
circunstancias las obligaban, la Iglesia les advertía
que se mantuvieran alejadas de las sociedades
mutualistas de ideologías izquierdistas (Lavrin,
2005: 117). Aquello marcó una diferencia importante
en la construcción simbólica de las mujeres como
proletariado, pues su situación, dado que la
hegemonía construye el sentido común de los
obreros en términos de género, no era bien vista ni
por la burguesía ni por un número importante de
obreros.
Uno de los oficios en los que participó una gran
cantidad de mujeres a comienzos de siglo XX fue el
de costurera, una extrapolación del trabajo femenino
en el hogar ubicado en un contexto de creciente
Revista al Sur de Todo - N°1
28
necesidad de mano de obra barata producto del
proceso de industrialización. Entre las costureras
surgieron las primeras críticas organizadas en contra
de la explotación femenina y hoy podemos reconocer
entre ellas a las más importantes representantes del
anarquismo de la época. Ellas tenían la posibilidad
de concebir un mundo distinto que les era negado
por las diferencias de clase, pero mundo del cual
participaban parcialmente como visitantes en su
calidad de mujeres, o mejor dicho, por un “oficio de
mujeres” por el cuál eran discriminadas.
Desde 1887 se crearon numerosos sindicatos
femeninos, que buscaban ser representativos de una
realidad particular que afectaba a las mujeres que
habían entrado al mundo del trabajo asalariado. Allí
se iba definiendo un discurso que ellas mismas no
dudarán en calificar de feminista. Como ha señalado
Lavrin (Lavrin, 2005), cuando salió por primera vez
la publicación La Alborada (1905-1907), ésta se
autodefinió como defensora de las clases proletarias.
Sin embargo, ya al término de su segundo año de
vida se denominaba como una publicación feminista
(Lavrin, 2005: 40). Un caso mucho más definido es el
de la revista La Palanca, que abogó por la
independencia económica de la mujer como primera
prioridad, dando también importancia a la liberación
social y política, a la educación y al control de la
natalidad para poner fin a la maternidad obligada
entre las obreras (Lavrin, 2005: 40). De esa manera,
dicha publicación incorporaba un tema
fundamental, que era el del control del cuerpo por
parte de las mujeres, ideal que es fundamental en el
feminismo actual. En este sentido, en 1913 la
escritora Clara de la Luz, en el Centro
Demócrata, “acusó a la Iglesia y a los capitalistas de
estimular la procreación ciega del proletariado con el fin de
mantener una oferta abundante de mano de obra
barata” Lavrin, 2005: 172). Al amparo de
organizaciones mutuales y sindicales aparecerá un
claro llamado de las mujeres a los hombres para que
las integren como parte fundamental de la lucha del
proletariado. Las feministas asumirán que no es
posible llevar a cabo la revolución sin la
participación de la mujer y exigen ser incluidas en el
proceso de transformación de la sociedad. Una
escritora del periódico La Palanca escribía en agosto
de 1908:
“Ese sagaz i esforzado soldado (en alusión al proletariado
masculino), que aprovecha hasta los más insignificantes
medios de acción, no ve, no oye, no quiere ver, ni quiere oír
el potente ruido de una fuerza motriz que inunda al
mundo. Esa fuerza motriz anónima; incomprensiblemente
abandonada, i de cuya acción depende el éxito de la lucha
es la mujer” (S. de Z.,1908: 42).
Las mujeres obreras de comienzos de siglo siempre
se moverán en la ambigüedad de buscar cambiar las
relaciones de género, y al mismo tiempo seguir
manteniendo un discurso que exalta lo femenino o
masculiniza el trabajo de la mujer. A este respecto,
Hutchison indica que las militantes activas de las
organizaciones urbanas en el Chile de comienzos de
siglo XX justificaban la participación de las mujeres
en el mundo del trabajo asalariado resaltando
virtudes supuestamente presentes en las mujeres
como una esencia como es el caso del ideal del
sacrificio propio (Hutchison, 2006: 23). ¿Acaso
quienes promueven una contra-hegemonía podrían
comprenderse como fuera del mundo de la
hegemonía? En ningún caso, y por ello la feminidad
fue un recurso constantemente levantado incluso
para participar del mundo del trabajo. Lavrin
plantea que
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29
“la feminidad se entendía como el conjunto de cualidades
que constituían la esencia de ser mujer. Estas cualidades
tenían una definición social, aunque también se enlazaban
con las funciones biológicas de la condición de mujer y de
madre: una mujer femenina era encantadora, fina, delicada
y abnegada (…) las mujeres debían reconocer su destino
biológico y su efectiva definición en el matrimonio y la
maternidad” (Lavrin, 2005: 52-53),
Ecuación reforzada por la hegemonía de la Iglesia
Católica y por la educación, en un primer momento
controlada fundamentalmente por la misma Iglesia y
luego, a partir de la década de 1920,
preponderantemente por el Estado. Existe, por otra
parte, una nueva dialéctica entre la conformación de
un discurso feminista, que ya tenía que lidiar con sus
propias contradicciones hegemónicas, y la sub-
sumisión de este al interior de otro movimiento más
amplio, que en ocasiones lo ahogaba, como es el
movimiento obrero. Esto conducía a las primeras
obreras feministas a concebirse a sí mismas más
como compañeras de lucha de los hombres en su
misma situación, probablemente debido a la
identificación rígida del obrero hombre con la clase
portadora de la nueva sociedad [3]. Muchos
dirigentes obreros, de hecho, protestaron por los
supuestos efectos perniciosos del trabajo femenino
sobre la familia obrera y la sociedad chilena
(Hutchison, 1995), enmarcando este proceso como
un elemento más de la llamada cuestión social.
Pero esta relación no puede ser vista de una manera
tajante. Como Hutchinson misma argumenta, la
figura de la mujer obrera fue cada vez más común y
cercana para los obreros sindicalistas, que
comenzaban a verlas, a comienzos de siglo XX, como
compañeras en la lucha revolucionaria (Hutchison,
1995). Buenos ejemplos de esta relación de creciente
cercanía entre ambos géneros ubicados en similar
situación de clase, los encontramos en las primeras
revistas feministas donde no sólo escribían mujeres.
En una inédita recomendación, dirigida a las
mujeres, un obrero escribía en La Palanca acerca de
la realidad dual de las mujeres como proletarias y al
mismo tiempo madres:
“(…) sed prudentes, utilizando los medios que la
ciencia os ofrece para disminuir enseguida los
sufrimientos humanos; aprended a no ser madres
más que con vuestro consentimiento i no
engendréis mas que hallándoos en condiciones que
os permitan dar la vida a seres sanos i vigorosos
(…)” (Revista La Palanca, 1908).
La incorporación creciente de la mujer al mundo
obrero hizo que participara de él cada vez más como
un igual. Algunos autores han tratado de ver en la
desaparición de las revistas feministas después de
1908, una ausencia del movimiento feminista obrero.
Sin embargo, Hutchison ha planteado que, en
realidad, hay una incorporación mayor de los temas
feministas al interior de las organizaciones de tipo
socialistas y anarquistas, las que se encuentran
referenciadas hasta por lo menos la década de 1920
(Hutchison,2006: 150-151). Durante esa época, las
feministas socialistas, como plantea Lavrin,
levantaron tres ideas que fueron pilares
fundamentales: el reconocimiento de la capacidad
intelectual de la mujer, su derecho a ejercer toda
actividad para la cuál tuviese capacidad y su derecho
a participar en la vida cívica y en la política
(Lavrin,2005: 37).
Ahora bien, una de las demandas básicas de los
feminismos obrero y socialista fue el derecho a tener
representación política. Pero a diferencia del
feminismo posterior, el obrerismo femenino, sobre
Revista al Sur de Todo - N°1
30
todo aquel ligado a las asociaciones de costureras de
comienzos de siglo, iba mucho más allá que la
búsqueda del voto; buscaba cambiar la estructura
social desigual. Una de las ideas relevantes presentes
en el feminismo obrero, y que confirman su carácter
emancipatorio, tiene que ver con el hecho de que
comprendía que la opresión sobre la mujer era un
fenómeno histórico, posible de ser superado a partir
de la organización. A este mismo respecto, este
feminismo tenía conciencia de la dificultad que
significaba la falta de reconocimiento de la
importancia de esta tarea por parte de las propias
mujeres. Éste no es un hecho menor pues aquí hay
una visualización de la hegemonía ejercida por las
estructuras de dominación y, al mismo tiempo, la
idea de que la mujer es una construcción social, años
antes de que aquello fuese planteado con fuerza por
Simone de Beauvoir en términos teóricos. Un buen
ejemplo es la presentación del periódico feminista La
Palanca de 1908, dirigido por Esther Valdés de Díaz:
“Tan arraigada está en nuestra condición de mujer, la
creencia que nuestra esclavitud es cosa natural e inherente
– que creemos tendremos que sostener ruda lucha, dentro
de nuestro sexo, para convencernos de lo indigno i
despreciable de nuestra condición actual; i que debemos
emplear toda nuestra energía, para llegar a conquistar en
la Sociedad el puesto que por derecho natural nos
corresponde” (Revista La Palanca, 1908).
Es necesario aclarar que dentro del propio
feminismo obrero existía la sensación de estar
luchando contra barreras de tipo estructurales, que
tenían efectos sobre las conciencias de las propias
obreras. Esther Valdés de Díaz argumentaba en 1907,
en la Revista La Alborada, que “las mujeres obreras no
participaban en el movimiento obrero porque habían sido
condicionadas para ceder, porque eran ridiculizadas por
sus intentos de lucha y porque se les había negado la clave
de la emancipación: la educación”(Hutchison, 1995).
Podemos apreciar con claridad la comprensión del
problema en términos culturales y políticos por parte
de Valdés. No es menor, además, el hecho de que la
educación femenina había ido aumentando su
cobertura durante todo el siglo XIX, por lo que
debemos identificar un conflicto doble: de clase por
cuanto a las mujeres obreras se les negaba la
educación, y de género ya que la educación existente
las preparaba exclusivamente para las labores
domésticas.
La irrupción del feminismo católico
Ya vimos cómo la Iglesia Católica, a través de la
Rerum Novarum, buscaba influir en las mujeres
obreras a fin de que no formasen parte de
organizaciones de izquierda. Pero el grupo que la
Iglesia identificaba como su particularidad
universalizable (en términos de Gramsci, su bloque
histórico) no se encontraba en las obreras, sino en las
clases alta y media, donde existía una fuerte
presencia de mujeres feligresas de la Iglesia Católica.
La principal tarea como miembros de la Iglesia, sobre
todo en los sectores más pudientes de la sociedad,
fue hacerse cargo de la beneficencia y la caridad,
posición desde la cuál muchas mujeres abogaron por
una mejora en las condiciones de sus congéneres.
También existió un grupo de mujeres laicas, dentro
de la clase alta, que promovía una mayor calidad de
vida para las mujeres en general y, en algunos casos,
llegaron también a organizarse, sin tener mayor
preponderancia en un comienzo. Así, la división de
clases dentro del feminismo hacía que las mujeres de
clase alta ligadas a la Iglesia se agruparan en torno a
asociaciones de beneficencia, las de clase alta pero
Revista al Sur de Todo - N°1
31
laicas en organizaciones de corte liberal y las mujeres
trabajadoras en mutuales y sociedades obreras
(Errázuriz, 2005).
Aquí nos interesa sobre todo el caso de las feministas
católicas que van a cumplir, desde el enfoque que
aquí presento, el rol más determinante en cuanto
liderar hegemónicamente a las mujeres para
conseguir el derecho a sufragio, impidiendo que
aquello se expresara en cambios sociales de mayor
magnitud. De hecho, en el catolicismo había un
rechazo a la idea de emancipación de la mujer,
corroborado en 1937 en la Encíclica Mit Brennender
Sorge del Papa Pío XI, donde se consideraba este
concepto como negativo porque separaba a la mujer
de la vida doméstica y del cuidado de los hijos “para
arrastrarla a la vida pública y a la producción
colectiva” (Antezana- Pernet, 1995).
El catolicismo se encontraba vinculado
fundamentalmente al Partido Conservador, desde
donde las mujeres podían presionar por obtener
mayores derechos políticos. Este partido es el
primero que propone, efectivamente, en 1865, a
través del congresista Abdón Cifuentes, el voto
femenino. Luego, diez años más tarde, mujeres
ligadas al Partido Conservador y a la Iglesia
intentaron inscribirse, algunas de ellas con éxito, en
los registros electorales para las elecciones
municipales y parlamentarias. La razón fundamental
de este apoyo conservador al sufragio femenino no
se encontraba precisamente en la búsqueda de
transformaciones sociales, sino precisamente en lo
contrario. En la medida en que se asumía una mayor
cercanía en general de las mujeres a la Iglesia, se
pensaba que estas votarían de modo conservador, lo
que reforzaría a los clericalistas dentro del sistema de
gobierno. De esta manera se articuló un pensamiento
de tipo sufragista pero que no propiciaba la
emancipación de la mujer, ni mucho menos el
abandono de sus roles principales, el de madre y
esposa; por el contrario, ponía énfasis en la
consecución de derechos civiles, sobre todo los que
tenían que ver con la familia y los hijos (Errázuriz,
2005). Y así como las feministas obreras resaltaban
las características femeninas en el trabajo, las
feministas católicas buscaban que el obtener el
sufragio no fuese visto de ninguna manera como
algo perjudicial para el mantenimiento de la
feminidad.
Como plantea Lavrin, un ejemplo de esto son las
fundadoras del Partido Cívico Femenino (fundado
en 1922) que
“negaron que siguieran a aquellas mujeres que, en
España y en otros países de Hispanoamérica,
daban la impresión de que la feminista era un ‘ser
sin sexo’ (…) las adherentes al partido rechazaron
categóricamente ‘el feminismo anarquizante,
libertario y materialista, que amenaza despojar de
sus nativos encantos a la mujer, convirtiéndola en
un ser neutro, que desbarataría el armonioso
equilibrio establecido por la naturaleza entre
ambos sexos” (Lavrin, 2005: 57).
Cabe resaltar que este partido era de corte laico, pero
profundamente construido por las valoraciones de
género de la visión clerical, lo que muestra aun más
la hegemonía discursiva de ésta.
Las feministas católicas serán, desde fines de siglo
XIX hasta el logro del sufragio femenino, las
principales promotoras del voto femenino. En
términos prácticos, el feminismo católico y la defensa
por el sufragio iban de la mano, y aquello fue un
hecho novedoso si consideramos que en el resto de
América Latina y en Europa la Iglesia Católica fue un
Revista al Sur de Todo - N°1
32
claro oponente a quienes buscaban otorgar derecho
de sufragio a las mujeres, confrontándose
fundamentalmente con el protestantismo liberal.
Ahora bien, un punto de especial importancia es el
cómo logran las mujeres de clase alta, ligadas a la
Iglesia, establecer una hegemonía y no quedarse en
el reducto de las demandas particulares. En primer
lugar, ellas tenían una mayor posición de poder
frente al feminismo proletario, ya que eran esposas
de los hombres que sí podían tomar decisiones,
mientras que en el caso de las obreras, en muchos
casos sus parejas también sufrían de discriminación
por el hecho de ser analfabetos. Pero en segundo
lugar, y quizás mucho más determinante para la
historia del movimiento de mujeres, es que las
feministas burguesas fueron acompañadas por la
Iglesia como estructura de poder, que mantenía
escuelas y hospitales dedicados especialmente a las
clases populares. Estos eran espacios de ayuda a las
mujeres más pobres, a las que sufrían la prostitución
obligada y a las mujeres explotadas en las fábricas.
Frente a un Estado que crecientemente se desprendía
de la estructura eclesial, nuevas estructuras de
evangelización debían ser creadas, y las mujeres
cumplían ahí un rol preponderante. Un ejemplo de
cómo se despliegan estas redes de la Iglesia lo
presenta Maza (Maza, 1995) cuando describe la
fundación de la Cruz Blanca en 1918 a cargo de Adela
Edwards de Salas. Los fines de esta organización
eran
“acoger y educar a niñas que habían sufrido abusos, habían
sido abandonadas, o eran huérfanas; albergar y alimentar
a menores embarazadas, a madres solteras y a jóvenes
víctimas de la prostitución, brindándoles educación a
cargo de personal calificado para facilitar su reinserción en
la sociedad o devolverlas a sus familias; promover reformas
legales que protegieran a las menores contra la explotación
y que prohibieran la trata de blancas; crear comisiones
judiciales que aseguraran la aplicación de sanciones a
quienes habían abusado o pervertido a menores; y tratar de
prevenir tales abusos al educar, por medio de la prensa y
de conferencias, a los dueños de fundos, a los dueños de
fábricas, a las madres pobres, y al público en
general” (Maza, 1995).
En esos espacios se fraguó un feminismo
conservador, que no buscaba emancipar a las
mujeres, sino desarrollar a cabalidad el plan de la
Iglesia de mantener su hegemonía sobre la sociedad
y aumentar el bienestar de las mujeres de todos los
estratos para que pudiesen cumplir de manera plena
con el rol asignado a su género por la religión. Este
es un punto importante, ya que en el discurso
feminista católico chileno hay una novedad que es la
preocupación por cambiar un sistema
discriminatorio por cuanto éste imposibilita
consumar el verdadero rol de las mujeres,
fundamentalmente el de madre.
Así lo deja entrever la revista Nosotras de 1931:
“Así nosotras jamás podremos abandonar el sentido de
maternidad que envuelve y compenetra nuestra
comprensión de la vida (…) La feminista de verdad que no
desea ser blanco de injusticias legales, porque quiere
armonía en su hogar, también boga entusiastamente por el
voto, con propósitos de nobleza y elevación: quiere
defender a sus hijos de la guerra siniestra que se ensaña
brutalmente en los mejores retoños de la familia humana.
La madre feminista no solamente vela y labora por sus
propios hijos, sino por los hijos de todas las
naciones” (Revista Nosotras, 1931).
Es necesario recalcar que en el caso de los sectores
liberales de clase alta existía una mayor distancia
entre hombres y mujeres en el sentido de que no
existían instancias en las cuales participaran juntos.
Revista al Sur de Todo - N°1
33
La masonería y los clubes de hombres, donde
predominaban las ideas liberales, no integraban a las
mujeres ni siquiera de modo diferencial (Maza,
1998), mientras la Iglesia no sólo sí las integraba sino
que, además, les tenía reservado un espacio de toma
de decisiones respecto a los ámbitos que consideraba
femeninos, como la caridad y la educación. De ahí
que la posibilidad de cristalizar una hegemonía fuese
distinta para ambos sectores, aunque cabe decir que
en muchos casos los razonamientos de liberales y
conservadoras llegaban a las mismas conclusiones.
El feminismo de clase alta y liberal, marginal en
número, ni siquiera creía en el derecho a voto, sino
más bien buscaba la educación de las mujeres y la
modificación del Código Civil que las hacía
demasiado dependientes de sus pares masculinos
Castillo, 2005: 23). En ambas cosas estos feminismos
burgueses acercaban sus puntos de vista, y ninguno
cuestionó seriamente las estructuras sociales
productoras de la discriminación social contra las
mujeres (Errázuriz, 2005); sin embargo, la
movilización del derecho a sufragio por parte del
feminismo católico marcó una diferencia
fundamental para establecer hegemonía, pues no
solo llegaba donde el anticlericalismo no podía
llegar, sino además presentaba un proyecto con
sentido para las mujeres que veían sus derechos cada
vez más vulnerados en la medida en que ingresaban
con fuerza al mundo laboral. Ese proyecto era el
sufragio que, a diferencia de las búsquedas por la
emancipación de las mujeres presente en el discurso
feminista obrero, contenía un fuerte tinte
conservador, lo que desde este enfoque fue un factor
determinante para que el voto no significara
finalmente un cambio sustantivo en la estructura
social, sino un reacomodo de las estructuras de
dominación que siguieron siendo hegemónicas.
La batalla por el sufragio
Con una influencia notoria del feminismo obrero de
comienzos de siglo XX, al mismo tiempo con un tinte
anticlerical, pero de igual manera marcada por la
hegemonía de la
Iglesia Católica, surgirá entre las décadas de 1920 y
1940 algo que podríamos identificar como un
movimiento de mujeres, que agrupa a distintos
sectores ideológicos, cuyo principal objetivo es
lograr el sufragio femenino. A este movimiento es el
que hemos conocido como sufragista y al cual
muchos autores han sido reacios en llamar feminista.
La hegemonía ejercida por el feminismo católico,
sumado a los cambios sociales que colocaron a las
mujeres en el ámbito del trabajo asalariado, lugar
indiscutiblemente público, llevó a que el tema de la
participación de la mujer en los espacios de toma de
decisiones fuese algo cada vez más cercano. Allí se
produce un encuentro entre los distintos tipos de
feminismos que comprenderán la realidad como
cambiante y no determinada por la naturaleza, pero
al mismo tiempo con un proyecto reformista que no
buscará cambiar la sociedad en su conjunto, ni
siquiera la desigualdad de género en términos
generales, sino fundamentalmente alcanzar la
igualdad en términos político-representativos, para
elegir representantes y representar. La década de
1930 fue decisiva en cuanto a la conformación de un
ideario político de los grupos de mujeres en torno a
la idea de conseguir el sufragio.
La dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, entre 1927
y 1931, provocó la marcha conjunta de hombres, que
veían amenazada su capacidad de votar, y mujeres,
Revista al Sur de Todo - N°1
34
para quienes la posibilidad de alcanzar el derecho a
voto se veía cada vez más lejana. En este contexto,
como plantea Lavrin, la participación de las mujeres
en las protestas callejeras contra la dictadura de
Ibáñez sobrepasó todos los umbrales de
manifestaciones políticas femeninas. Una vez
concluido este período turbulento, en 1931, las
organizaciones de mujeres elaboraron programas
políticos centrados en el sufragio, pero que
consideraba otros temas sociales, programas que
fueron encontrando cada vez más eco en sus pares
masculinos (Lavrin, 2005: 375).
Un buen ejemplo de este esfuerzo por aglutinar a
todas las mujeres bajo el signo fue la dedicación que
tuvo la revista Nosotras de la Unión Femenina de
Mujeres, que durante todo el año de 1932 publicó
artículos sobre obreros y obreras, y sobre la crisis
económica y social chilena (Lavrin, 2005: 376). De
esta manera buscaba representar de manera
hegemónica los intereses de todas las clases sociales,
sin embargo se encontraba atada a la representación
en realidad de una particularidad, la de la situación
de las mujeres de clase alta y media. Esto último
queda en evidencia en su primera editorial, donde
aboga por un feminismo sufragista que no deje de
lado aquello específico de las mujeres, la maternidad.
Según la revista, en Chile “las mujeres jamás podremos
abandonar el sentido de maternidad que envuelve y
compenetra nuestra comprensión de la vida” (citado en
Lavrin, 2005: 376). Para ganar adeptas al sufragio, la
revista planteó, en 1932, que las mujeres debían estar
tranquilas pues “ni la feminidad ni el hogar sufrirían
debido a la participación de la mujer en política (…) el
sufragio es la expresión práctica de la necesidad de ejercer
un amplio apostolado de paz y armonía en todas las clases
sociales” (citado en Lavrin, 2005: 376). En esta revista
participaban como colaboradoras, entre otras,
Amanda Labarca y Gabriela Mistral. Existe un cierto
retorno a las temáticas de comienzos de siglo con el
surgimiento del Movimiento Pro-Emancipación de
las Mujeres de Chile (MEMCh).
Para la memoria feminista el MEMCh fue el actor
más preponderante en conseguir el sufragio
femenino en Chile ya que logró integrar en sí
efectivamente a los sectores populares en un proceso
de búsqueda de cambio social. Sin embargo, como he
tratado de plantear en este texto, el MEMCh no
escapaba a la hegemonía impuesta por un feminismo
católico. Es más, su éxito se debió fundamentalmente
a que jugó políticamente un rol ambiguo, sin definir
corrientes ideológicas. El movimiento fue liderado
por mujeres de clase alta,liberales o católicas
moderadas, lo que evidentemente le daba la
posibilidad de leer la sociedad desde una posición
determinada por sus propias características de clase
y género. Durante su existencia (1935-1953), el
MEMCh fue percibido como un movimiento de
izquierda. De hecho su principal dirigente, Elena
Caffarena, estaba casada con un militante comunista.
Sin embargo, como plantea Lavrin, aparentemente la
cercanía del movimiento con los sectores proletarios
creó un clima de desconfianza en las clases media y
alta, de donde provenían sus dirigentas (Lavrin,
2005: 392). Por ello, la propia Caffarena articuló un
discurso coherente con aquél levantado por los
sectores hegemónicos y despolitizó al MEMCh hasta
que las circunstancias lo obligaran a tomar parte de
la vida política. Así, como ha llamado la atención
Antezana-Pernet “el programa del MEMCh era lo
suficientemente diversificado para suscitar la adhesión de
mujeres de distintos sectores de la sociedad” (Antezana-
Pernet, 1995: 142). Aun cuando el MEMCh asumió
Revista al Sur de Todo - N°1
35
una lucha frontal por conseguir el voto femenino, no
tuvo la capacidad de articular un discurso más
amplio que considerara situaciones más allá de las
exclusivamente atingentes para las mujeres, aunque
en este plano fue bastante innovador al considerar
también los derechos reproductivos. Un claro
ejemplo de la separación estricta que se estableció
entre los problemas femeninos y los del resto de la
sociedad se encuentra en las palabras de la propia
Caffarena respecto a las competencias del
MEMCh: “Cada organismo tiene su función; para la
lucha de clases están los sindicatos; para las lucha política,
los partidos, y para las luchas femeninas, las
organizaciones femeninas, como el MEMCh” (Lavrin,
2005: 392-393). Respecto del MEMCh, no es posible
establecer una posición clara, pues siempre se movió
entre los sectores progresistas, pero al mismo tiempo
su publicación Mujer Nueva contenía artículos de
diversa índole bajo distintos enfoques. Aunque su
meta como organización –la emancipación integral,
especialmente la emancipación económica, jurídica,
biológica de la mujer (Revista Mujer Nueva, 1935)–
era amplia, en la práctica el MEMCh fue un impulso
importante para consolidar el proyecto hegemónico
ya forjado por el feminismo católico que permitió el
voto femenino para las elecciones municipales en
1938 y la aprobación del voto universal en 19484. El
sufragio marcó así el logro más relevante de todos los
movimientos de mujeres, pero como no significó un
cambio del orden social, sino una inclusión
reformista de la mujer en el mundo público, su
incorporación a este se dio de una manera
diferencial, siendo hasta hoy muy disminuida la
participación femenina en cargos decisivos frente a
los hombres. El MEMCh desaparecería en 1952, es
decir, apenas tres años después de lograr el sufragio
universal, lo que a la luz de este enfoque debe ser
entendido como el triunfo de un discurso
hegemónico cuya forma concreta a través de la cuál
logró transformar la particularidad de los intereses
de las mujeres de clase alta ligadas a la Iglesia
Católica en los intereses de todas las mujeres, fue el
sufragio. De esta manera, el MEMCh, aun cuando
tenía un programa mucho más amplio, perdió razón
de existir y tras su final el movimiento de mujeres
volvió a quedar desarticulado y las mujeres chilenas
expuestas de manera mucho más frontal al ejercicio
del poder por parte de las elites.
Conclusiones.
En este ensayo no he tratado de aminorar el logro del
sufragio femenino, sino reubicarlo en cuanto a sus
alcances políticos, sociales y culturales. En la
actualidad las mujeres que ocupan cargos de toma de
decisiones son muy inferiores en número a los
hombres en esa misma situación. Sólo por evidenciar
ejemplos, en la estructura política vemos que en la
Cámara de Diputados el porcentaje de mujeres
apenas llega al 15% y en el Senado al 5%; sólo un 12%
del total de alcaldes son mujeres y estas representan
el 17% de los concejales. En términos laborales, de las
mujeres chilenas sólo participa en el mercado del
trabajo el 38% y ganan hasta un 25% menos que los
hombres cumpliendo iguales funciones. Los trabajos
en los cuales participan mujeres son los más
degradados culturalmente y deben soportar hacerse
cargo de manera casi exclusiva del ámbito de la
reproducción y el cuidado de los hijos, lo que les
acarrea tener que cumplir hasta con tres jornadas
laborales diarias (trabajo, casa, hijos). No podemos
decir que la falta de logros en materia de
mejoramiento de la situación de las mujeres se deba
Revista al Sur de Todo - N°1
36
a la cristalización de la hegemonía por parte de un
grupo específico que durante todo inicio del siglo XX
levantó un discurso sufragista en contraposición a
otro de carácter emancipatorio. Esto sería forzar
demasiado los sucesos que permitieron a las mujeres
integrarse formalmente a la vida política. Sin
embargo, la reflexión aquí planteada busca
evidenciar los mecanismos a través de lo cuales las
elites siguen siendo elites a pesar de cambios
jurídicos importantes. Un caso muy similar es el que
ocurrió en Chile durante y después de la última
dictadura militar (1973-1990), donde el feminismo
jugó un rol esencial en el derrocamiento del régimen
de Augusto Pinochet y a través de la conquista de la
democracia logró institucionalizar los temas de las
mujeres a través del Servicio Nacional de la Mujer,
momento a partir del cuál se debilita el movimiento
feminista y el logro se consagra fundamentalmente
en el plano formal con, por supuesto, algunas
protecciones explícitas para las mujeres, los que
pueden considerarse avances concretos, tal como lo
fue en su momento el otorgamiento del voto.
He querido exponer aquí la relevancia de la teoría
para explicar los fenómenos históricos. En este caso
se ha acudido a la hegemonía como concepto
explicativo de las formas de articulación de las
relaciones de poder y la universalización de las
demandas de los grupos dirigentes, de una sociedad
conformada fundamentalmente a partir de las
diferencias de clase, demandas que los sectores
proletarios terminan asumiendo como propias.
Tanto Lenin como Gramsci han aplicado el concepto
para comprender la problemática obrera, y si bien
aquí se ha tratado de mostrar las diferencias de clase
entre las mujeres como factor fundamental de las
formas que adquirió su organización, al referirme
exclusivamente a los movimientos de mujeres,
quiero hacer hincapié en la problemática del género
y la desigualdad específica que vive la mitad de la
población por las desigualdades existentes en este
ámbito.
Finalmente, otra meta propuesta aquí ha sido
resaltar la existencia de un pensamiento feminista a
comienzos de siglo XX que, si bien nunca logró
consolidarse con un discurso hegemónico, sí dejó
una huella posible de ser seguida y releída. Las
experiencias de las feministas obreras fueron tan
significativas que terminaron por convertirse en
referente para quienes en los años 30’s conformaron
el MEMCh, quizás la organización más importante
del feminismo chileno, que luego, en otro contexto,
volvería a aparecer y desaparecer creando un nuevo
silencio feminista (Godoy et al,
2003).
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Nota del/la autor/a
1Sociólogo de la Universidad de Chile, alumno
tesista del Magíster en Estudios de Género y Cultura
de la Universidad de Chile.
[1] Creo que la reflexión más relevante en este
sentido es la de Alejandra Castillo (Castillo, 2005).
[2] Un tercio de las mujeres en el total de la población
económicamente activa era también un 24% de las
mujeres en edad de trabajar. A pesar de la inserción
laboral creciente de las mujeres, en la actualidad,
según cifras de 2006, sólo el 38,5% de las mujeres en
edad de trabajar participa del mercado del trabajo
(MINTRAB, s/f).
[3] Al respecto, Carmela Jeria indicaba en 1905, a
propósito del nacimiento del periódico feminista La
Alborada: “no poseemos más caudal para la
publicación de La Alborada, que la firme voluntad
que nos anima y la satisfacción que experimentamos
de alentar a nuestros hermanos y decirles que las
proletarias están a su lado para afrontar los peligros
de la lucha proletaria y ¡adelante!” (La Alborada,
1905). Así mismo, Ricardo Guerrero afirmaba en el
mismo periódico “Ella ha seguido al hombre en todas
sus etapas: desde su estado puramente animal, en épocas
pre-histórica hasta nuestros días civilizados, maltratada y
no comprendida nunca, sin embargo, no se a agriado su
carácter ni de sus labios se ha escapado una queja…” (La
Alborada, 1906).
[4] No deja de llamar la atención que en el mismo
gobierno en que se otorgó el derecho a sufragio a las
mujeres, de Gabriel Gonzalez Videla, se dictara la
ilegalidad del partido comunista y la persecución por
razones ideológicas.
Revista al Sur de Todo - N°1
39
De los estudios de mujeres y el género como categoría
orientadora a la revisión del modelo para el rol del varón:
Propiciando cambios en las masculinidades
Igor Gerardo Hernández1
Resumen. El ensayo parte de la revisión del sistema de sexo-género, intentado descubrir la organización social
de la sexualidad y la reproducción de las convenciones del sexo y del género; considera la diversidad de sus
significados y la complejidad que contiene. Se asume la necesidad de superar creencias basadas en aspectos
biológicos y/o naturalizados. A partir de esto último se establece una explicación coherente entre las
vinculaciones de tipo personal y el ordenamiento social. Se incorpora el referente histórico como relevante en la
comprensión del género y se aprovecha para entender la identidad masculina como signada por aspectos
históricos, geográficos, sociales y culturales. De ahí que las características que solemos identificar como
masculinas no son innatas y la condición masculina sea un producto social, de lo cual se desprende que es dable
pensar y proponerse modelos alternativos, es decir, asumir la diversidad de las masculinidades como posible.
Palabras clave: Sexo, género, varón, masculinidad, cambio.
Abstract. The essay begins from the review of sex-gender system, trying to discover the social organization of
sexuality and reproduction of conventions of sex and gender; considers the diversity of its meanings and
complexity that it contains. It is assumed the need to overcome beliefs based on biological and / or naturalized.
Since that, provides a coherent explanation between personal links and social order. It incorporates the historical
reference as relevant in the understanding of gender and is used to understand male identity as marked by
historical, geographical, social and cultural rights. Hence, the characteristics that we identify as male are not
innate, and the male condition is a social product, which shows that it is possible to think and propose alternative
models, that is, assuming the diversity of “masculinity” as possible.
Keywords: Sex, gender, male, masculinity, change.
Rubin (Rubin, 1999) expone que la producción
intelectual sobre el tema de mujeres es una larga
disquisición sobre la naturaleza y el origen de la
opresión y de la subordinación social de las mujeres;
en tal sentido, considera que las explicaciones que se
dan están orientadas a las posibles visiones del
futuro y, más aún, al análisis de lo que habría que
cambiar para alcanzar una sociedad sin jerarquía de
género.
A partir de este precepto, los estudios de mujeres
comienzan por la revisión del sistema de sexo-
género, seguido por los planteamientos que, en torno
a este sistema, se construyen desde la antropología,
específicamente a partir del parentesco y el
intercambio, y de las relaciones que de él se
desprenden, según los trabajos y aportes hechos por
Lévy-Strauss (Lévy-Strauss, 1969, 1971). Por otro
lado, pero con el mismo sentido, se incorpora la
Revista al Sur de Todo - N°1
40
teoría psicoanalítica y el trabajo realizado por
Sigmund Freud. En tal sentido, la autora plantea que
toda sociedad tiene un sistema de sexo-género, el
cual define como “un conjunto de disposiciones por el
cual la materia prima biológica del sexo y la procreación
humana son conformadas por la intervención humana y
social y satisfechas en una forma convencional” (Rubin,
1999: 37). Expone, asimismo, que, tal como lo
conocemos, el sexo es, en sí mismo, un producto
social.
El sistema de sexo-género es un término neutro que
se refiere a ese campo e indica que en él la opresión
no es inevitable, sino que es un producto de las
relaciones sociales específicas que lo organizan.
Creo valido y conveniente sintetizar lo que propone
la autora enfatizando la idea de que cualquiera que
sea el término que se utilice, lo importante es
desarrollar conceptos para describir,
adecuadamente, la organización social de la
sexualidad y la reproducción de las convenciones del
sexo y del género.
A partir de los trabajos e investigaciones aportados
por Lévy-Strauss, se asume el parentesco como una
imposición de la organización cultural sobre los
hechos de la procreación biológica, y así se describe
una sociedad que no asume un sujeto humano
abstracto y sin género, sino que, por el contrario, este
sujeto es siempre hombre o mujer y, por lo tanto y
resultado de ello, es posible seguir los destinos
sociales divergentes de los dos sexos. Y, en un nivel
más general, la organización social del sexo se basa
en el género, la heterosexualidad obligatoria y el
control de la sexualidad femenina –pero también la
masculina. El género es una división de los sexos
socialmente impuesta. De ahí que los sistemas de
parentesco se basen en el matrimonio. Por lo tanto,
transforman a machos y hembras
en hombres y mujeres. Y, en este mismo sentido, se
amplía la idea al aceptar que “lejos de ser una expresión
de diferencias naturales, la identidad de género, con
exclusión, es la supresión de semejanzas
naturales” (Rubin, 1999: 42), por lo que exige, impone
y requiere de represión: en los hombres, de la versión
local de los rasgos femeninos; en las mujeres, de la
versión local de los rasgos masculinos.
Coincido y enfatizo la idea que, desde la revisión del
trabajo antropológico, asume Rubin cuando dice que
la división de los sexos tiene el efecto de reprimir
algunas de las características de personalidad de
todos, hombres y mujeres. Este sistema que oprime,
lo hace con todos por su insistencia en un control
rígido de la personalidad.
Entrando en el campo de la teoría psicoanalítica y los
aportes de Freud, Rubin expone que ésta es una
teoría de la sexualidad humana que ofrece una
descripción de los mecanismos por los cuales los
sexos se ven divididos, deformados y transformados
de criaturas andróginas y bisexuales a niños y niñas.
Para la autora, Freud insistió en que toda sexualidad
adulta es el resultado de un desarrollo psíquico, no
biológico: “el parentesco es la aculturación de la
sexualidad biológica, a nivel social; el psicoanálisis
describe la transformación de la sexualidad biológica de los
individuos en procesos de culturización” (Rubin, 1999:
49).
Cierro esta primera parte reforzando la propuesta de
Rubin respecto a que no se trata de eliminar a los
hombres (los varones), sino que más allá de esto; es
ir a la destrucción del sistema social que crea el
sexismo y el género, dado que los sistemas sexuales
no pueden ser entendidos en completo aislamiento;
un análisis de este tipo exige tomar en cuenta todo.
Revista al Sur de Todo - N°1
41
En cuanto al género…
“No es posible vivir las 24 horas del día empapados en la
conciencia inmediata del propio sexo. La conciencia
determinada por el género tiene, afortunadamente, un
carácter fugaz” (Riley, 1988: 95).
Sin embargo, Hawkesworth nos dice: “las discusiones
sobre el género en historia, lenguaje, literatura, educación,
medios de comunicación, política, psicología, religión,
medicina y ciencia, sociedad, derecho y lugar de trabajo se
han convertido en temas centrales del saber feminista
contemporáneo” (Hawkesworth, 1999: 5). También
nos dice que, así como han avanzado los estudios en
torno al género, lo ha hecho, en la misma proporción,
la tendencia a suponer que el significado del género
no es problemático. Enumera, a partir de esta idea,
cuántos significados pueden ser atribuidos al género
y, que de hecho, de éste se asumen: género como un
atributo de los individuos; como una relación
interpersonal; como un modo de organización social;
género definido en términos de estatus social;
papeles y estereotipos sexuales. Género concebido
como una estructura de la conciencia; como una
psique triangulada; como ideología internalizada.
Género como producto de la socialización; de
prácticas disciplinarias y posturas tradicionales;
descrito, también como efecto del lenguaje o como
cuestión de conformismo conductual; como una
característica estructural del trabajo, el poder y la
catexis. Dice: “el género ha sido descrito en términos de
una oposición binaria, de continuos variables y variantes,
y en términos de capas de personalidad” (Hawkesworth,
1999: 5); ha sido caracterizado como “diferencias y
como relaciones de poder manifestadas como dominación y
subordinación” (Hawkesworth, 1999: 5), o como un
instrumento de segregación, subordinación o
exclusión. También ha sido identificado como un
fenómeno universal y como consecuencia histórica
específica. Con esta definición cierro, por ahora, la
revisión que aporta Hawkesworth para retomarla
más adelante.
Acerca de la conveniencia y utilidad del
Género.
A En su ensayo Marcos teóricos contemporáneos,
aun sin publicar, Angeleri (Angeleri, 2008) valida la
diversidad relativa al término de género al proponer
responder la siguiente pregunta: “¿cómo son
organizadas las relaciones de género a medida que
transcurren?”(p.2); es decir, a medida que éstas se van
dando. Su formulación implica que la categoría de
género no es previa sino constituida históricamente,
para lo cual también resulta necesario (quizás
imprescindible) tener presente la historicidad del
género a nivel personal: “la femineidad y la
masculinidad, como estructuras del carácter, deben ser
consideradas como históricamente cambiantes, dado que
no existe nada que prevenga la existencia de varias formas
de caracteres sexuales surgiendo en la misma sociedad al
mismo tiempo…”? (Angeleri, 2008:3) . Con lo cual,
desde la perspectiva e interés de este trabajo, se
supera el debate en cuanto a la multiplicidad de
significados, así como a lo tremendamente
abarcativo del término, puesto que considero
necesario y más imperativo, en relación a la
definición del género, superar la actitud natural, la
cual, según Garfinkel (Garfinkel, 1999), abarca una
serie de axiomas incuestionables, empezando por la
creencia de que sólo hay dos géneros y, en
consecuencia, que éste es invariable, asumiendo, en
consecuencia, los genitales como signos esenciales
del género, con lo que se perpetúa, a partir de ellos,
Revista al Sur de Todo - N°1
42
la dicotomía hombre/mujer como natural; asimismo,
y como otra consencuencia natural, todos los
individuos pueden y deben ser clasificados como
masculinos o femeninos. A lo cual acota
Garfinkel: “las creencias que constituyen esta actitud
natural son ‘incorregibles’ en la medida en que se esgrimen
con tanta convicción que es casi imposible desconfiar de su
validez”(Garfinkel, 1999: 122). De ahí que acoja la
postura, de manera imperativa, de superar la actitud
natural o la naturalización del género y sus
implicaciones.
A partir de estas ideas creo conveniente y pertinente
asumir la propuesta que hace Scott (Scott, 1986)
cuando establece que “el género es un elemento
constitutivo de relaciones sociales basadas en diferencias
percibidas entre los sexos; y el sexo es una manera
primordial de significar relaciones de poder”(p.17).
Enfatiza también Scott, entre otros aspectos, que el
género opera en múltiples campos, entre ellos los
conceptos normativos, las instituciones y
organizaciones sociales, así como la identidad
subjetiva; por ello resulta una categoría de análisis
útil porque “proporciona una manera de decodificar el
significado y de entender las conexiones complejas entre
varias formas de interacción humana” (Scott, 1986: 107),
lo cual resulta como consecuencia de que “el género
está siempre definido contextualmente y reiteradamente
construido”(P.17). En este sentido, sumo lo expuesto
por Harding (Harding, 1986) cuando reconoce en la
multiplicidad de significados conferidos al género el
mérito de “proporcionar una explicación coherente de las
intrincadas conexiones que vinculan la psique a la
organización social, los papeles sociales a los símbolos
culturales, las creencias normativas a la experiencia del
cuerpo y la sexualidad” (Harding, 1986: 7).
Tanto Scott como Harding ofrecen y abren un
espacio para la revisión del género a partir de
delimitarlo en cuanto a las interrelaciones de
sistemas de símbolos; preceptos normativos;
estructuras sociales e identidades subjetivas.
El Género, la transversalidad y…
Ya hemos revisado el género asignado como la
manera de construir relaciones sociales articuladas
en dos polos: masculino y femenino, a partir de los
rasgos biológicos visibles. En un sentido más amplio
y abarcativo, Morgade (Morgade, 2006) apunta a la
revisión y comprensión del estudio del género
haciendo un recorrido crítico completo de cómo las
sociedades han sido estructuradas por este marco
ideológico, el cual, nos dice, se inicia con la ideología
patriarcal y termina, necesariamente, en una revisión
y reconstrucción social y personal.
En tal sentido, esta revisión implica una
aproximación a los procesos en los que se expresa, se
reproduce y se transforman las formas establecidas
de ser mujer y de ser varón. Morgade agrega y
precisa: “la sociedad moderna está caracterizada por una
configuración de relaciones entre los sexos signada por la
desigualdad” (Morgade, 2006: 9).
De ahí se desprende que el conjunto de las
expectativas y valores sociales establecidos para lo
femenino y lo masculino constituya un “sistema de
relaciones de género”(Morgade, 2006: 11). La
interiorización de la relaciones de género es clave en
la construcción de nuestra identidad, como varones
(o como mujeres), así como que nuestro
comportamiento y aceptación del mismo
favorece “su fortalecimiento y adaptación tanto en las
estructuras sociales como en las instituciones, todo lo cual
se va expresando en tareas y momentos particulares de
nuestras vidas que nos permiten responder a relaciones
Revista al Sur de Todo - N°1
43
cambiantes” (Kaufman, 1989: 135). Dicho en otras
palabras y ampliando lo ya dicho hasta ahora, el
estudio de género obliga a hacer frente a aspectos
históricos, culturales, políticos, sociales, económicos,
familiares, generacionales y transgeneracionales;
desemboca, indefectiblemente, en revisiones
biográficas y de características de personalidad,
recursos individuales, así como a otros que aun
puedan reconocerse e incluirse, todo lo cual va
robusteciendo al género como un organizador
privilegiado del psiquismo humano, haciéndolo a
través de las normativas hegemónicas de género.
Éstas normativas hegemónicas de género suponen
pensar en “un corpus construido socio-históricamente de
producción ideológica, pero naturalizado y formado en
ideales e ideas base que se expresan a través de creencias
matrices sobre el deber ser de la mujer y, particularmente,
del varón” (Kimmel, 1996: 98), creencias, a su vez,
generadoras de mandatos imperativos del deber ser
(prescriptivas) o del no deber ser (proscriptivas) que
requieren ser cumplidas para reconocerse como una
identidad femenina o masculina valiosa para sí.
…la construcción de masculinidades –la pregunta
por el ser de la mujer devino en una pregunta por el
ser de los varones.
“…Si bien existen distintas vías para llegar a ser hombre,
algunas son más valoradas que otras y constituyen una
fuente de presión para obligar a los hombres a conformarse
a las ideas dominantes sobre lo que es ser varón: a esto,
Connell, le llama Masculinidad Hegemónica” (Viveros,
2002: 36).
Lomas (Lomas, 2004) establece que en los ámbitos
del feminismo comienza a surgir, a finales de la
década de 1980, el interés por iluminar “los itinerarios
subjetivos y culturales de la masculinidad” (Lomas,
2004: 19). En concreto, se trataba de estudiar cómo la
construcción de las maneras de ser hombres no
favorece la equidad en las relaciones entre hombres
y mujeres. Estos estudios se plantearon, entre otras
cosas, el intento por develar cómo se instauran y se
perpetúan las desigualdades entre hombres y
mujeres, a partir de las referencias y estela dejada por
los estudios de mujeres.
Kaufam (Kaufam, 1994), al señalar algunas de las
diferentes razones que encuentra para que los
hombres se acerquen al feminismo, responde de
dónde surge como consecuencia lógica la revisión
de la construcción de la marca de género en los
varones y el consecuente estudios de las
masculinidades. Tal como él nos dice:
Por indagación ante la desigualdad que sufren las
mujeres;
Por un sentido de injusticia sufrida a manos de
otros hombres;
Por un sentido de culpabilidad en relación con los
privilegios que disfruta como hombre;
Por simple decencia. (Kaufam, 1994)
Esta propuesta de Kaufman (Kaufman, 1994) intenta
develar cómo el orden de género oprime también a
los hombres y que, para mantener su lugar como
hombres, es necesario ofrecer violencia contra las
mujeres, contra los hombres y contra sí mismos.
Viveros (Viveros, 2002) responde al por qué incluir a
los hombres en los estudios de género:
El género es una categoría relacional;
La reconstrucción del lugar de las mujeres como
algo “natural” implica también
desnaturalizar,desuniversalizar y marcar a los
hombres;
Es, también, estudiar las relaciones de poder desde
el punto de vista de los dominantes (Viveros,
2002:36).
Revista al Sur de Todo - N°1
44
Los investigadores y estudiosos precursores de este
campo –Kimmel (Kimmel, 1992), Kaufman
(Kaufman, 1994), Conell (Conell, 1997), Flood (Flood,
1998); Viveros, Olavaria y Fuller (2001) (anexo, al
final, referencia de publicación colectiva), al enfatizar
que la masculinidad no está por fuera del orden
económico y de trabajo y, en este sentido, los cambios
en ese orden de género están directamente
relacionados con cambios en el orden económico
global, cuestionan la “apelación continua a la
naturaleza superior de los hombres como argumentación
incuestionable a favor del carácter natural e inevitable de
la dominación masculina” (Lomas 2004: 23) y que a
partir de influjos culturales como éste, el cual es sólo
un ejemplo, se va construyendo un arquetipo que
muestra y requiere más de la separación y la
diferencia con otros seres humanos más que la unión
y la semejanza. Asimismo, Parrini (Parrini, 2001)
apunta que, dado que la mayoría de los discursos
feministas constituyen un intento “insistente,
penetrante y crítico de desenmascarar a los varones y la
masculinidad, no es de extrañar que una parte importante
del pensamiento que se elabora en torno a la condición de
la mujer apuntase a develar la condición del
varón” (Parrini, 2001: 12), lo cual es la base para
establecer que:
“el arquetipo tradicional de la virilidad sigue
constituyendo aún el referente dominante del aprendizaje
social de la masculinidad de la mayoría… de ahí la
necesidad de desconstruir ese arquetipo viril y el orden
simbólico de la masculinidad dominante, de ofrecer otros
modelos alternativos de masculinidad que ilustren la
disidencia de algunos hombres con respecto de la
masculinidad hegemónica y de iluminar y valorar las
aportaciones de las mujeres al saber humano y a la
convivencia pacífica entre las personas en nuestras
sociedades…” (Lomas 2004: 24)
La identidad masculina
Lomas, al hablar sobre identidad, dice que se trata
de “características físicas, sexuales, psicológicas,
geográficas, étnicas, culturales y sociales que permiten
diferenciar a un grupo de personas de otro
grupo” (Lomas, 2004: 237) y, a partir de esto, nos dice,
ya sobre la identidad masculina, que son “maneras en
las que se expresa la condición masculina”(p.237).
Destaco acá, al hablar de identidades masculinas,
que no existe una esencia natural de lo masculino.
Tal como señala Elizabeth Badinter (Lomas, 2004),
citada por Lomas:
“a) no hay una masculinidad única, lo que implica que no
existe un modelo masculino universal y válido para
cualquier lugar, época, clase social, edad raza, orientación
social, etc., sino una divergencia heterogénea de
identidades masculinas y de maneras de ser hombres en
nuestras sociedades; b) la versión dominante de la
identidad masculina no constituye una esencia, sino una
ideología de poder y de opresión a las mujeres que tiene a
justificar la dominación masculina; y c) la identidad
masculina, en todas sus versiones, se aprende y por tanto
también se puede cambiar” (Lomas, 2004:237).
De ahí que al hablar de identidad masculina se haga
referencia a las características adjudicadas a la
masculinidad en un momento histórico, geográfico,
cultural y social determinado. Lozoya (Lozoya, 1999)
precisa en cuanto a esto que “las características que
solemos identificar como masculinas no son innatas, sino
consecuencia de un proceso de socialización que pretende
un determinado patrón de relaciones entre los sexos… y la
condición masculina es, por tanto, un producto
social…” (Lozoya, 1999: 3). También expone que el
proceso de construcción de la identidad, condición y
subjetividad masculinas se prolonga a lo largo de
Revista al Sur de Todo - N°1
45
toda la vida y no termina nunca y que intenta,
siempre, “reducir las diferencias potenciales entre
hombres para ajustarlos a un modelo
preexistente” (Lozoya, 1999: 3).
De ahí que tenga sentido asumir la línea de aquellos
autores Cantera (Cantera, 1999), Corsi (Corsi, 1995),
Kaufman (Kaufman, 2001) que abordan la
identidad masculina (o femenina) como fruto de una
construcción social; es decir, desde una perspectiva
de género.
Este planteamiento obliga a tener en cuenta los
factores sociales, culturales, económicos, políticos y
demás de cada sociedad; es decir, ser hombre no
tiene el mismo significado para todos los hombres (o
mujeres), ni siquiera dentro de un mismo sistema
cultural.
En este sentido, Kimmel (Kimmel, 1999) sostiene que
las definiciones de masculinidad están cambiando
constantemente y que la masculinidad no viene en
nuestro código genético. También afirma que la
masculinidad se construye socialmente, cambiando
desde una cultura a otra y en una misma cultura a
través del tiempo, durante el curso de la vida de
cualquier hombre individualmente así como entre
diferentes grupos de hombres según su clase, raza,
grupo étnico y preferencia sexual.
Estos patrones de género, los cuales son asignados
desde antes del nacimiento, van siempre unidos a
determinadas cualidades y atributos que se
consolidan en un modelo definido de ser hombre,
modelo que prevalece y se convierte en “modelo
fundante: los hombres somos educados en un ambiente en
el que se nos exige la afirmación constante de esos
atributos definitorios de la masculinidad…” (Madrigal &
Tejada, 2008: 54), algunos de los cuales quedan
expresados en la síntesis que, muy ilustrativa y
apasionadamente, ofrece Cazés (Cazés, 2005):
“A los hombres nos pertenece de manera inalienable el
protagonismo social e histórico, la organización y el
mando, la inteligencia, el poder público y la violencia
policíaca y castrense, las capacidades normativas y las
reglas del pensamiento, así como la enseñanza y la moral,
la creatividad y el dominio, la conducción de los demás y
las decisiones sobre las vidas propias y ajenas, la creación
y el manejo de las instituciones, la medicina y la relación
con las deidades, la definición de los ideales y de los
proyectos. En una palabra, la vida pública, lo importante,
lo trascendente, lo prestigioso” (Cazés, 2005: 42).
Luego, de manera explícita e implícita, de cada
hombre se espera esto, si no como expectativa total,
al menos un mínimo que, asumido suficientemente,
lo envista de su rol y condición lo cual resulta “de
cualquiera manera ineludible” (Cazés, 2005: 42). En este
sentido, Lomas complementa diciendo:
“no es necesario profundizar mucho para comprender el
peso gigantesco que estas expectativas sociales y culturales
hacen caer sobre los hombres, sobre cada hombre, como
destino y proyecto vital irrevocable… Y de lo que ello
resulta es, en realidad, una enajenación que puede llegar a
ser absoluta y en la que cada hombre debe renunciar a casi
todas (o todas) las gratificaciones vitales” (Lomas, 2004:
42).
Lomas también confirma múltiples masculinidades
y lo vincula al deseo de muchos varones que,
diariamente, realizan diversas prácticas y tienen
diferentes vivencias y que se han atrevido a explorar,
a través de relaciones y posiciones íntimas, sociales y
políticas distintas a las tradicionalmente establecidas
para los varones, a modo de reducto para la
salvación de nosotros los hombres de ese modelo
hegemónico e inhumano por inalcanzable.
Revista al Sur de Todo - N°1
46
En tal sentido, Boscán (Boscán, 2006) resalta como
importante propiciar el desarrollo de varios modelos
de masculinidad alternativos, no supeditados a un
patrón racionalista, exclusivista y antihumano.
Afirma que se necesita que los nuevos modelos sean
abiertos, plurales e integradores, tanto a nivel
intergénerico como intragénerico, en los que sea bien
explicito y bien reconocido el desarrollo de
relaciones equitativas con las mujeres, y en un
acercamiento más íntimo y solidario entre varones.
Esta construcción empieza y pasa por constituirse a
partir de la diversidad de opiniones y posiciones
mantenidas por varones con diferentes tendencias e
inclinaciones, en las que predomine una concepción
abierta, plural, flexible y dinámica que pueda dar
cabida a toda esa diversidad de formas que la
masculinidad puede adquirir.
Algunos autores (Asturias, 1997; Boscán, 2006)
opinan que el cambio no puede resolverse
terapéuticamente en forma personal, como una
renovación interior, sino, más bien, de forma política
y grupal, dado que el crecimiento personal no
conducirá, automáticamente, a acciones personales
políticas que apoyen la igualdad de género y es por
ello que las estrategias grupales y colectivas son
vitales para desmantelar la opresión.
Según proponen Carabi (Carabi, 2006) y Boscán,
entre las características y propuestas que surgen para
el levantamiento de nuevos modelos para el varón
están: mantener la confianza y seguridad en sí
mismos; abogar por una personalidad más pacífica,
abierta y receptiva; mantener el carácter erótico,
libre, enérgico y fuerte; pero todo ello soportado
sobre una base no opresiva o que exija la
subordinación de otros y que, por el contrario, estén
basados en una concepción igualitaria y no
jerárquica, antisexista, antirracista y
antihomofóbicas. Otro aspecto a tener presente es el
de liberar al hombre del mandato de detentar el
control y propiciar el compartir el poder. Toda esta
propuesta obliga al varón a hacerse consciente de su
realidad en lo que concierne a la construcción
tradicional de la masculinidad de manera de
someterla a un análisis crítico que lo envistan como
artífice de su propio cambio a partir de asumirlo
como valioso desde su esfera personal, llevándolo a
ser receptivo hacia otros varones inmersos en el
cambio a fin de apoyarse mutua y recíprocamente.
Retomando aquello de “fenómeno universal y como
consecuencia histórica específica…”
“Reconocer la propia sobre vivencia en un proceso de
masculinidades implica la vivencia de mucho dolor, de
reconocer los propios traumas personales y las
discriminaciones sufridas y ejercidas, que son muchas y
que comenzó en un proceso duro y cruel de socialización
en la infancia y que se prolongará en la vida adulta… la
asunción de la sobre vivencia sea un paso al cambio
personal… y en la búsqueda de nuevas identidades que
reconozcan la diversidad ya vivida” (Madrigal & Tejada,
2008: 47).
Son, en buena medida, estas palabras las que han
permitido que grupos de hombres se agrupen y
consoliden a partir de propuestas similares; tales
como las que asume la Asociación de Hombres por
la Igualdad de Género (Málaga, España), la cual, en
su Manifiesto (AHIGE, 2008), expone que los
hombres contemporáneos debemos asumir la
responsabilidad histórica ante las injusticias que ha
generado el machismo y el modelo hegemónico del
que emerge. Nos dicen que nuestra responsabilidad
colectiva consiste en el reconocimiento explícito de
que históricamente hemos ejercido una opresión
Revista al Sur de Todo - N°1
47
social: “nuestra responsabilidad individual va dirigida a
no convertirnos en reproductores del sexismo en nuestras
vidas y relaciones… para llevar a cabo la de-construcción
interior como hombres patriarcales y la reconstrucción
como hombres igualitarios” (AHIGE, 2008:2).
“La realidad oprime” (Zemelman & Quintar, 2000: 8)
ha dicho el historiador Zemelman, y es el dolor el que
orienta una búsqueda y un despertar. Búsqueda de
otras posibilidades –que ayuden a entender, a
aceptar y, ojalá, a cambiar aquello que se empieza
reconociendo desde el dolor. Despertar, redescubrir
y rehacer una realidad en la que no nos reconocemos
o, a veces, más dramáticamente, nos reconocemos
ajenos, enajenados, exiliados. Transitar e ir más allá
de ese exilio interior que nos marca con su
subordinación, marcas que luego, en palabras de
Estela Quintar –estudiosa de la pedagogía y de los
procesos de cambio en el área de los sistemas
educativos– “estructuran la personalidad en una suerte
de negación de la realidad” ((Zemelman & Quintar,
2000: 8) ).
En esta revisión, desde de mi posición e intereses
actuales, intento abordar una serie de propuestas
e invitaciones, por lo demás atractivas. Una de ellas, y
quizás las más abarcadora e integradora, es la de la
visión y revisión acerca de las implicaciones política
y social, pero que tendría que ser también
pedagógica y didáctica, de ese modelo hegemónico
que define al varón y a los posibles modelos dentro
de los cuales ejercer la masculinidad. Modelo que
surge y parte de una lógica interna, que es la referida
a la de la subordinación, cuyo elemento más esencial
es la exclusión: subordinar a los intereses visiones,
posturas y aspiraciones de la clase y modelo
dominante y excluir todo lo que resulte propio por
naturaleza individual, local y próximo al sujeto; en
este caso, el sujeto varón que podría,
apropiadamente, llamarse el varón sujetado. Este
proceso, según aprecio, cobra efecto y se materializa
a partir de ciertos saberes, validados por años y
apoyado en un cuerpo teórico propio de la
epistemología del conocimiento y de la información,
pero no así en una epistemología más compleja e
interconectada con la realidad, es decir, una
epistemología que asuma al mundo concreto como
espacio de gestación teórica, y a la realidad como
base para la construcción epistemológica,
construcción que se exprese en “construir
pensamiento que pueda terminar construyendo
conocimiento” (Zemelman & Quintar, 2000: 12); que
sirva al rescate de la historia en la vida de los
individuos en su cotidianeidad, darle validez y
revalorizar el pensamiento por sobre esos cuerpos
teóricos caducos e insostenibles.
Lo arriba esbozado resume un aporte que, a mi juicio,
tiene sentido hacerse personal: construir un corpus
teórico próximo a la realidad y que, desde la
historicidad, más allá de la sola historia, nos permita
y capacite para mirar al otro en y desde un espacio
que exige estar en la realidad como anclaje para
pensar el mundo con el otro y no para imponerlo, y
hacer un uso crítico de la teoría desde nuestro
contexto: hacer que la ciencia se ocupe de lo humano
a partir de las personas y de las relaciones que éstas
establezcan.
Volviendo a aquello del fenómeno universal con
consecuencias personales, asumido como base para
la (re)construcción de la realidad, le confieren a la
educación el reto de liberar el pensamiento del ser
humano y abrirlo a lo inédito y a lo desconocido,
considerando que ésta –la educación, usualmente y
en nuestros días, reafirma un discurso que sostiene
Revista al Sur de Todo - N°1
48
el parámetro del olvido de nosotros; de ahí que la
enseñanza sea “un proceso de recuperación de la
memoria, de la historia, de la emocionalidad, de los
aspectos económicos, políticos y culturales que se
entrecruzan en alguien concreto y en una situación
concreta” (Zemelman & Quintar, 2000:14 ). Y, dado
que la educación (la pedagogía) requiere de sus
hacedores para ser, es un tema de relevancia y
sostenido diariamente, en el que superarlo o
agudizarlo radica en un despertar individual a esas
prácticas que, a veces, como autómatas alienados y
alienantes, repetimos, reproducimos y perpetuamos.
Algunas preguntas, entre muchas, quedan pulsando
y esperando ser respondidas –en el mejor de los
casos, desde la reinvención de la práxis consciente
que cada uno sea capaz de lograr:
Si asumimos al varón como capaz de construir su
realidad: ¿cómo capacitarlo para que lo haga?, ¿cómo
recuperarlo y devolverle su integridad y sus
facultades?
Si la historia, y con ella los modelos y relaciones
posibles, se construyen y, además, son construibles
para muchos propósitos ¿cuáles van a ser esos
elementos guías y orientadores en esa construcción?
Respuestas que, de seguro, pueden surgir desde los
espacios de intercambio e interconexión educativa,
espacios subjetivos e intersubjetivos, clamando por
ser atendidos. Como lo diría Zemelman, espacios
donde anclarnos para ser; espacios para conjugar
respuestas y para, luego, empeñarnos en hacerlas
realidad, una realidad que pueda ser tocada,
degustada, vivida, asumida y aceptada con y desde
todos los sentidos, integrada a nosotros para ser y
vernos en ella, para que ella sea y nos exprese a
nosotros, para deslastrarnos de tanta vulnerabilidad
y para, posiblemente, aceptar a los otros sin
menosprecio o desprecio de nosotros mismos:
desprendernos de la historia hecha para nosotros y
comenzar a hacer la historia que está esperando para
ser hecha nuestra.
“Las identidades masculinas y femeninas están social e
históricamente constituidas… pero también abiertas en el
futuro a la utopía del cambio y de la igualdad” (Lomas,
2006:12).
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Nota del/la autor/a
1Tesista de la Escuela de Educación y preparador de
la Cátedra de Psicología Educativa, Departamento
de Psicología Educativa, Universidad Central de
Venezuela.
Revista al Sur de Todo - N°1
51
Feminismos e investigaciones feministas
Gemma Nicolás Lazo1
Resumen. Este artículo aborda la definición de “feminismos” como movimiento social y como teoría crítica, ya
que por feminismo se entiende el conjunto de políticas prácticas y teorías sociales desarrolladas por el
movimiento social feminista que critican las relaciones pasadas y presentes de sometimiento de las mujeres y
luchan para ponerles fin y transformar, así, la sociedad para hacerla más justa. Asimismo, se plantean los valores
que pueden inspirar una metodología calificada como feminista.
Palabras clave: Feminismo, movimientos sociales, teoría crítica, mujeres, metodología.
Abstract. This article tackles the definition of “feminisms” both as social movement and critic theory, because
feminism is understood as the whole practice politics and social theories that are developed by the feminist
movement and criticize past and present relations of oppression of women and fight to finish them and
transform society to make it fairer. Besides, it deals with the values that can inspire a methodology qualified as
feminist.
Keywords: Feminism, social movements, critic theory, women, methodology.
“La teoría feminista sin los movimientos sociales
feministas es vacía; los movimientos feministas sin teoría
crítica feminista son ciegos” (Amorós y Miguel, 2005:
15). Con esta frase se expresa claramente la estrecha
relación entre el pensamiento feminista y el
movimiento social de las mujeres. El feminismo es
ambas cosas, un movimiento y una teoría
revolucionarios.
Por feminismo se entiende el conjunto de políticas
prácticas y teorías sociales desarrolladas por el
movimiento social feminista que critican las
relaciones pasadas y presentes de sometimiento de
las mujeres y luchan para ponerles fin y transformar,
así, la sociedad para hacerla más justa. Las feministas
tienen el objetivo de descubrir las causas de la
opresión de las mujeres, de revelar las dinámicas de
sexo-género en la sociedad contemporánea y de
producir un conocimiento que las mujeres puedan
utilizar para superar los perjuicios a los que están
sometidas. El objetivo último sería construir una
sociedad con formas de organización genérica no
opresivas y en movimiento (Lagarde, 1997: 21). Tras
este avance de definición, vayamos por partes. El
feminismo es, antes que nada, un movimiento social
que ya data de tres siglos. Por movimiento
social[2]entiendo aquel:
“agente colectivo movilizador que persigue el objetivo de
provocar, impedir o anular un cambio social fundamental,
obrando para ello con cierta continuidad, un alto nivel de
integración simbólica y un nivel bajo de especificación de
roles, y valiéndose de formas de acción y organización
variables” (Riechmann y Fernández, 1994: 48).
De entre las múltiples definiciones y concepciones de
movimiento social, ésta es idónea para los objetivos
de esta introducción porque nos permite señalar,
siguiendo al autor, algunos elementos clave del
movimiento feminista. Riechmann y Fernández
afirman que los caracteres fundamentales de los
movimientos sociales son su voluntad
Revista al Sur de Todo - N°1
52
transformadora, la continuidad, su carácter
movilizador, la participación no formal, su
identificación del otro, y la integración simbólica de
sus miembros. Veamos cómo se materializan en el
movimiento de mujeres.
En primer lugar, el objetivo del movimiento de
mujeres es revolucionario, ya que busca la
subversión total del sistema social moderno que se
basa en la opresión política, institucional, económica
y simbólica de la mitad de la humanidad, las
mujeres.
Aunque no completamente, hay quien dice que la
feminista ha sido la única revolución que triunfó en
el siglo XX, a la luz de los profundos cambios que se
han producido en occidente en la situación de las
mujeres (Amorós y Miguel, 2005: 56). Young (Young,
2000) define en qué consiste la opresión de las
mujeres como grupo. Ella parte de un concepto de
justicia amplio, en el que incluye no sólo la cuestión
de la distribución, sino también lo referente a las
condiciones institucionales que son necesarias para
el ejercicio y el desarrollo de capacidades
individuales, de la comunicación colectiva y de la
cooperación, e inserta dentro de la justicia, en sentido
negativo, la idea de la opresión. La opresión como
injusticia social tendría cinco elementos básicos:
explotación, marginación, carencia de poder,
imperialismo cultural androcéntrico y violencia. La
autora los propone como indicativos para detectar la
opresión.
La explotación vendría referida a la idea del trabajo,
tanto productivo como del cuidado. Las mujeres
transferirían de forma sistemática, y no recíproca,
energía y poder a los hombres. La marginación
provocaría que muchas personas quedaran al
margen de la sociedad hegemónica, suponiéndoles
privaciones materiales, discriminación en el mercado
de trabajo, dependencia y control de redes de
servicios sociales, etc. En las sociedades
contemporáneas conocidas, las mujeres son más
pobres[3]y viven en situaciones de exclusión y
marginación mayores que las de los hombres, siendo
esta realidad mucho más escandalosa en los
llamados países en desarrollo. Young entiende la
carencia de poder según una cuestión de clase y se
vincula con la idea de explotación. Serán las personas
sin formación y las/os trabajadoras/es no
profesionales quienes más sufrirían la ausencia de
autonomía y fuerza para tomar decisiones sobre la
propia vida. El imperialismo cultural produciría que
los rasgos dominantes de la sociedad invisibilicen la
perspectiva particular de las mujeres[4] e impongan
como universal la experiencia y la cultura del grupo
dominante. Finalmente, la violencia de carácter
sistemático que sufren las mujeres, llamada violencia
de género, sería el último indicador que afirma su
opresión (Young, 2000: 86-110).
Lagarde (Lagarde, 1997) utiliza la
metáfora cautiverio para conceptuar las instituciones
típicas de opresión de las mujeres en la sociedad
androcéntrica occidental. Los cautiverios
tradicionales serían el matrimonio (madresposas), la
entrega a la Iglesia católica (monjas), la prisión
(presas), la locura (locas) y la prostitución (putas).
Estas instituciones expropiarían de “la sexualidad, del
cuerpo, de los bienes materiales y simbólicos de las mujeres
y, sobre todo, de su capacidad de” intervenir creativamente
en el ordenamiento del mundo” (Lagarde, 1997: 15-17).
Sin embargo, y pese a la opresión, las mujeres
intentan elaborar estrategias de supervivencia a
partir de sus condiciones de vida y eludir las
violencias a las que se enfrentan. En todos los
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contextos y momentos, a pesar de su situación de
subalternas y excluidas, diseñan mecanismos de
resistencia (Nash, 2004: 21). Al vivir se enriquecen y
luchan por construir parcelas de libertad. En ese
camino, las mujeres han ampliado su universo, han
desarrollado aptitudes y saberes que contribuyen a
su liberación.
Si seguimos los elementos definitorios de los
movimientos sociales de Riechmann y Fernández,
afirmamos, en segundo lugar, que el movimiento de
mujeres tiene una larga continuidad, de trescientos
años, complejos y no monolíticos (Amorós y Miguel,
2005: 34). El feminismo como movimiento social y
político nació en Europa y Estados Unidos con la
Ilustración[5], a partir de cuando se desarrolló lo que
se ha conocido como la primera ola del movimiento
feminista. La principal reivindicación de aquel
momento era la igualdad jurídica con los hombres y,
principalmente, respecto a algunos derechos
concretos, como el derecho al sufragio. En los años
sesenta del siglo XX se inició lo que se conoce como
la segunda ola del movimiento, también occidental y
mayoritariamente blanco. Las reivindicaciones ya
fueron más allá de la mera igualdad en la ley y se
inició el cuestionamiento de la construcción social
del sexo-género en los ámbitos privados de la vida y
en el aspecto de la sexualidad. Años más tarde, quizá
en la tercera ola, el movimiento feminista se ha
diversificado y se ha democratizado.
Aparecen otras voces, de otras mujeres y de otras
realidades mundiales bien diferentes a las
occidentales. En la actualidad podríamos encontrar
muchas tradiciones feministas, pero a todas ellas les
uniría un mismo hilo conductor: construir una
sociedad no sexista.
En este sentido, parafraseando a Melucci (Melucci,
1987), quien se refiere a la naturaleza simbólica de los
movimientos sociales, el movimiento feminista sería
un agente premonitor que habría señalado a la
sociedad dónde existe un problema e injusticia
fundamental, la opresión de las mujeres, y
propondría soluciones para solventarla. Así, el
feminismo vendría realizando una función simbólica
que podría incluso llamarse profética. Además de
luchar por objetivos materiales y de participación en
el sistema dado, también lo haría por una apuesta
simbólica de futuro, de re-significación del mundo,
que rompiese con el sistema sexo-género.
En tercer lugar, el movimiento feminista es
movilizador, en el sentido de no poseer una elevada
institucionalización. De hecho, el movimiento
feminista se caracteriza por el pluralismo y la
diversidad (Nash, 2004: 21) y la ausencia de
estructuras jerárquicas o líderes de mando
tradicionales (Amorós y Miguel, 2005: 56). El
movimiento de mujeres incluiría tanto estructuras y
organizaciones políticas formales que llevan a cabo
una acción colectiva pública, como las redes
informales generalmente sumergidas que se basan
en la identidad colectiva y que cuestionan los
códigos de sexo- género vigentes y trabajan para el
desarrollo de una cultura feminista (Nash, 2004: 23).
Por este motivo, y en cuarto lugar, en el feminismo la
especificación de roles dentro del movimiento no es
habitual, es decir, sus formas de participación son
múltiples y cambiantes, y no existe generalmente
una militancia formal. Tampoco, a diferencia de los
movimientos revolucionarios típicos, ha alentado el
uso estratégico de la violencia o de la lucha armada
(Amorós y Miguel, 2005: 56).
Revista al Sur de Todo - N°1
54
En quinto lugar, el movimiento feminista ha
identificado y ha construido el otro, el oponente
frente al que se afirmará el movimiento. El otro no
son los hombres, como ciertos planeamientos
misóginos con voluntad deslegitimadora podrían
reprochar, sino la sociedad sexista, androcéntrica o
patriarcal (según los nombres que recibe en los
diferentes momentos históricos y corrientes teóricas)
que se construye sobre la opresión de las mujeres.
En sexto lugar, el movimiento social de mujeres ha
construido una identidad colectiva, la del sujeto
mujer. Para Melucci (Melucci, 1987), construir y
desarrollar una identidad colectiva significa la
definición de un grupo como tal, con concepciones
concretas del mundo, con objetivos y opiniones
conjuntas sobre el entorno que lo rodea y la
viabilidad y las dimensiones de la acción colectiva.
El feminismo ha producido la integración simbólica
de las mujeres que participan en el movimiento, ha
desarrollado un sentimiento de pertenencia al grupo,
nuevas formas de relaciones sociales y una manera
concreta y nueva de mirar y llamar la realidad. Es
decir, el movimiento feminista, con la ayuda
imprescindible de la teoría crítica, trabaja en la
redefinición de la realidad contra los códigos
culturales hegemónicos elaborando un nuevo marco
de referencia, de injusticia. Se suele utilizar la
metáfora de las gafas para explicar la virtualidad de
mirar la realidad a través de este nuevo marco.
Estos procesos, en concreto el de construcción de la
identidad colectiva, provocan el surgimiento de una
conciencia colectiva que convierte a las mujeres en
sujeto histórico, base del conflicto y de la lucha
políticos. Las mujeres, al auto- conceptualizarse, no
podían dejar de hacerlo en un lenguaje político
(Amorós y Miguel, 2005: 26). Esta formación del
sujeto colectivo aúna teoría y práctica y permite la
lucha política con otros agentes sociales para hacer
hegemónica su definición de la realidad (Amorós y
Miguel, 2005: 57). La importancia de una conciencia
colectiva politizada para provocar cambio social se
considera imprescindible desde que Marx teorizara
sobre la construcción de la conciencia de clase social
(Rocher, 1983).
Finalizada la definición de movimiento social
feminista, podemos afirmar que el feminismo reúne
los tres principios fundamentales que caracterizan
los movimientos sociales según Touraine (Touraine,
1969): el de identidad como grupo, el de oposición a
una realidad y el de totalidad, como defensa de
valores y grandes ideales feministas. Asimismo,
realizaría las funciones principales que desarrollan
los movimientos sociales para Rocher, de mediación,
como agentes activos entre las mujeres y las
estructuras y las realidades sociales; de clarificación
de la conciencia colectiva; y de presión.
El feminismo, ahora como teoría crítica, buscaría
mediante la reflexión teórica nuevas
representaciones del mundo social según los
intereses del grupo mujeres para posibilitar una
nueva visión, una nueva interpretación de la
realidad. Y es que el proyecto político feminista
implica necesariamente una labor filosófica, porque
conocer y ser no pueden separarse. Debemos saber
cómo ser (Flax, 1983: 271). El objetivo de la teoría
crítica feminista sería dotar a las mujeres de
herramientas para entender sus problemas y
subvertir su situación[6]. Es una teoría de, por y para
los movimientos de mujeres (Miguel, 2005a: 15). Por
eso decimos que la teoría feminista es siempre una
teoría militante (Amorós y Miguel, 2005: 17).
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55
Así lo expresa Fraser (Fraser, 1990): “Una teoría
crítica de la sociedad articula su programa de
investigación y su entramado conceptual con la vista
puesta en las intenciones y actividades de aquellos
movimientos sociales de la oposición con los que mantiene
una identificación partidaria aunque no acrítica” (Fraser,
1990: 49).
Como se ha dicho, una de las prácticas
fundamentales del movimiento feminista es la
redefinición o la resignificación de la realidad, es
decir, la subversión de los códigos culturales
dominantes, a través de la adquisición de toda una
nueva red conceptual. Para ello, la teoría feminista
conceptualiza como conflictos y producto de
relaciones de poder hechos que el pensamiento
hegemónico presenta como inmutables (Miguel,
2005b; Miguel, 2005a). Y es que el feminismo, como
teoría crítica, no sabe conceptualizar sin politizar
(Amorós y Miguel, 2005: 26).
Esto constituye un verdadero proceso de liberación
cognitiva que desarticula las falacias, los prejuicios y
las contradicciones que legitiman la opresión sexual
a través del análisis de las fuentes filosóficas,
científicas, religiosas, históricas, etc. (Miguel, 2005b).
El primer paso para el triunfo de esta liberación
cognitiva es la concienciación, es decir, la puesta en
tela de juicio en la propia subjetividad los valores y
las actitudes que han sido interiorizados desde la
infancia mediante un auto-análisis crítico. La
concienciación es el requisito previo para la acción
posterior, tanto individual como colectiva.
Si hacemos investigación feminista: los
valores de la metodología para la
resignificación de la realidad.
Existe cierta discusión sobre si existen métodos de
investigación propiamente femeninos o feministas y
cómo deberían ser si existieran. Éste es un tema algo
delicado, ya que la afirmación de la existencia de
métodos feministas podría provocar alguna
consecuencia indeseable como sería la presunción de
la existencia de una esencia femenina. Este hecho,
como mínimo, pondría en cuestión el carácter
emancipador de dicha epistemología feminista. Por
este motivo, la filósofa científica Sandra Harding
(Harding, 1991) afirma que no existen métodos
feministas particulares, sino una variedad de
métodos que favorecen la investigación, pudiéndose
escoger entre uno y otro según la cuestión bajo
estudio. No habría, por tanto, un estilo cognitivo
femenino (Anderson, 2004).
Sin embargo, sí habría algunos valores feministas
que hallarían su razón de ser en la naturaleza del
feminismo como movimiento social y en sus
objetivos emancipadores. Además, y con carácter
previo, la metodología que se utilice en estudios
feministas ha de partir de una auto-crítica dirigida a
evitar métodos de investigación sexistas. Por
ejemplo, la epistemología feminista defiende una
heterogeneidad ontológica que huye de las
dicotomías categóricas que representan la
masculinidad y la feminidad como opuestas, la
feminidad como inferior y las realidades que no
encajan en las normas de sexo-género como
desviadas (Anderson, 2004). Debería, pues, rechazar
los patrones metodológicos que tendieran a
reproducir esas categorías dicotómicas.
Después, hallaríamos una serie de características que
aunarían los diferentes métodos feministas. En
primer lugar, una metodología feminista favorece
una visión de la complejidad de las relaciones en
Revista al Sur de Todo - N°1
56
oposición a modelos causales unifactoriales, hecho
que permite la representación de una multiplicidad
de rasgos del contexto social, incluida la
participación de las mujeres (Anderson, 2004).
En segundo lugar, la actividad investigadora
feminista tendría siempre una actitud de justicia y
compromiso solidarios respecto a los sujetos de
estudio y al entorno social en el que viven (Dansilio,
2004; Scott, 1990: 25). Esto es así porque la
metodología feminista constituye una parcialidad
consciente –contra el ideal de la neutralidad de
valores de la ciencia positivista– que supone una
identificación parcial con el objeto de conocimiento.
La investigación debe servir a los intereses de los
grupos dominados, oprimidos y explotados (Mies,
1999: 71-72).
Evidentemente la elección del objeto de estudio y la
construcción de hipótesis también serían influidas
por esta actitud solidaria y comprometida. En
general, la ciencia y la epistemología feministas
suelen interesarse en cuestiones relacionadas con las
necesidades humanas y sociales (Anderson, 2004)
vinculadas, claro está, al sistema sexo-género.
Dicha actitud provoca una mirada desde abajo (Mies,
1999: 71-72) o reflexividad (Anderson, 2004) que
exigen que la persona investigadora se ubique en el
mismo plano causal que el objeto de conocimiento.
Ella debe tomar partido respecto a la posición social,
a los intereses, a las asunciones de base, a los sesgos
y a otros aspectos sobre la perspectiva concreta que
da forma a su hipótesis, su método y sus
interpretaciones. El sujeto que investiga debe
reconocer su complicidad con las vidas de los objetos
de estudio y preguntarse por sus creencias y
comportamientos así como lo hace sobre su objeto de
estudio (Harding, 1991: 161-163). Es como un
autogobierno reflexivo, entendido como
transparente y crítico hacia sí mismo, que
substituiría el lugar del ideal masculino de la
autosuficiencia individualista.
En tercer lugar, la metodología feminista valora el
papel de las emociones y el compromiso no solo
ideológico sino emocional con el objeto de estudio.
Las emociones pueden realizar funciones críticas
muy útiles a las teorías dominantes y producir
hipótesis rivales significativas (Anderson, 2004;
Durán, 1996: 8).
En cuarto lugar, la investigación científica feminista
se relaciona con las acciones y las luchas del
movimiento de las mujeres. La investigación se
convierte en parte integral de esas luchas ya que ellas
fueron la base para el nacimiento de los estudios
feministas. La investigación feminista pretende dotar
de conocimiento, entendido como poder difuso, a los
grupos que ostentan posiciones subordinadas en la
sociedad (Anderson, 2004). Se pretende una
integración de la praxis y la teoría. El objetivo es el
mismo, cambiar el status quo de la opresión de las
mujeres (Mies, 1999: 73-74). Según esta idea, la
legitimidad de una teoría no dependerá tanto de
principios y reglas metodológicas, sino de su
virtualidad en la contribución a una práctica política
en pro de una progresiva emancipación y
humanización (Mies, 1999: 72-73).
En quinto lugar, el proceso de investigación se ha de
convertir en un proceso de concienciación tanto de
las personas investigadoras como de las personas
investigadas. La idea que subyace en este enfoque es
que el estudio sobre una realidad opresiva no es
realizado por expertas sino por personas que son a
su vez objeto de esa opresión. Tanto las científicas
como las mujeres cuyas realidades se están
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57
estudiando han de poner en común sus experiencias
y tomar conciencia. Este aspecto es muy relevante a
la hora de realizar investigaciones empíricas
cualitativas (Mies, 1999: 74-75).
La epistemología feminista está particularmente
interesada en las condiciones del entendimiento del
sujeto mujer, de la experiencia de una misma, y en
las circunstancias sociales en las que puede darse
esta forma de adquisición de conocimiento o de
conciencia colectiva (Flax, 1983: 270). De hecho, la
experiencia y la autobiografía son recursos
metodológicos muy utilizados por la epistemología
feminista. Las vidas de las mujeres son lugares desde
donde puede surgir un conocimiento de gran
autoridad (Michelson, 1996: 631).
Laurentis (Laurentis, 1986) define el feminismo
como “una política de la experiencia de cada
día” (Laurentis, 1986: 10). Esto es así porque ha sido
a través de la experiencia subjetiva de las mujeres
como han surgido los principales temas del
feminismo, sobre sexualidad, sobre el cuerpo y sobre
la práctica política feminista. También la prioridad
epistemológica se ha situado en lo personal, lo
subjetivo, lo corporal, lo cotidiano, como el lugar
donde reside lo ideológico, rompiendo los diques de
la esfera privada (Laurentis, 1986: 11).
Precisamente, fue a través del descubrimiento de la
existencia de una experiencia compartida entre las
mujeres respecto a las contradicciones entre la
experiencia como mujer y la feminidad normativa
cuando surgieron las primeras reivindicaciones del
conocimiento de las mujeres con el feminismo
radical. Me estoy refiriendo a la tradicional toma de
conciencia del feminismo de las consciousness-
raising sessions, que se realizaron por primera vez
como práctica establecida en 1967 en el New York
Radical Women (Miguel, 2005a: 22).
En este tipo de reuniones las mujeres reflexionaban a
título individual sobre cómo experimentaban la
opresión. A través de esa toma de conciencia se
pusieron las bases para la lucha colectiva y política y
la solidaridad entre las mujeres. Los problemas
personales se convirtieron en injusticias colectivas
producidas por el sistema de sexo- género, ahora
leídas en clave política. Se construía la teoría desde
la experiencia personal. Y es que el papel de las redes
feministas y de las organizaciones de grupos de
mujeres en la redefinición de la realidad para
posibilitar realmente la liberación cognitiva de las
mujeres ha sido y sigue siendo imprescindible[7]
(Miguel, 2005b).
En sexto lugar, la concienciación de las mujeres sobre
la opresión de nuestras sociedades debería ir
acompañada del estudio de la historia social e
individual de las mujeres. El apropiarnos de nuestra
historia, de nuestras luchas pasadas, sufrimientos y
sueños contribuye a la formación de una conciencia
colectiva feminista (Mies, 1999: 75).
Finalmente, encontraríamos la discusión
democrática del conocimiento y su colectivización
entre investigadoras y movimientos sociales. Como
afirma Durán
(Durán, 1996), la conexión entre la ciencia y el
movimiento social tiene lugar en tres dimensiones
principales “en cuanto que los sujetos producen la
ciencia, en cuanto que reciben y transmiten la ciencia, y
en cuanto que son, a su vez, el objeto de atención de la
ciencia” (Durán, 1996: 17).
Aquí encontramos una de las justificaciones de la
objetividad de la epistemología feminista. Para
Longino (Longino, 1997: 75), la inclusión de las
Revista al Sur de Todo - N°1
58
perspectivas socialmente relevantes en la comunidad
comprometida en la construcción crítica del
conocimiento es un ideal al que deberían tender
todas las investigaciones. Los resultados serán más
objetivos cuanto más responsables sean respecto a
las críticas desde otros puntos de vista (Anderson,
2004) y sean fruto de una democracia participativa
intelectual (Harding, 1991: 151).
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Nota del/la autor/a
1Investigadora de la Universidad de Barcelona,
España.
[1] Este término es un neologismo que se inspiró de
la raíz latina fémina, que significa mujer, más el
sufijo –ismo, cuyo uso se generalizó en el siglo XIX
para denominar a los modernos movimientos
sociales (Nash, 2004: 64).
[2] El esquema base para entender qué se entiende
por “movimiento social” parte de Rivera (2006),
quien lo aplica al movimiento de defensa de los
derechos de los presos y las presas.
[3] El concepto feminización de la pobreza hace
referencia a esta realidad. La ratio de pobreza de las
mujeres es siempre superior en un contexto
geográfico concreto. Aunque del volumen total de
trabajo que realizan es más de la mitad del estimable
para toda la humanidad, perciben tan solo de un
tercio de la remuneración global (Informe de
Desarrollo Humano, 1995, en Nicolás, 2006). Esta
realidad no es una situación coyuntural sino un
estado estructural que tiende a agravarse.
[4] En algún punto discrepo con Young (Young,
2000) respecto a las ideas que subyacen en su
concepción del imperialismo cultural. Pareciera que
considera que existe una cultura propiamente
femenina que habría que reivindicar, una esencia
femenina que actuaría como cultura subordinada
pero diferente a la dominante. Opino, por el
contrario, que esa cultura de las mujeres, pese a
poseer sabiduría y experiencias valiosas y
estratégicas de resistencia, es también parte de la
ideología androcéntrica dominante y que no habría
ninguna esencia propiamente femenina.
[5] Se podría decir que feminismo ha existido
siempre que las mujeres, a título individual o
colectivo, han intentado subvertir el sistema que las
oprimía. Sin embargo, prefiero considerar por
feminismo strictu sensu el movimiento de mujeres
organizado que ha articulado reivindicaciones
coherentes y sistemáticas desde la Ilustración. En
general, así se considera por la literatura (Miguel,
2005b: 16).
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[7] Para MacKinnon la consciousness raising
constituye el método crítico por excelencia del
feminismo. Sería la forma especial de adquisición de
conocimiento a través de la aprehensión política de
la relación de una misma con la realidad (Laurentis,
1986: 8). Michelson (Michelson, 1996) propone la
APEL (Assessment of Prior Experimental Learning),
práctica académica no tradicional de aprendizaje
mediante la experiencia, como herramienta muy útil
para dotar de autoridad científica los conocimientos
situados propios de la epistemología feminista.
Lagarde (Lagarde, 1997: 54-55) se refiere a la
metodología de la estancia con mujeres como un
método feminista similar a la observación
participante, pero añadiendo el compromiso político
y la empatía del sujeto investigador.