Date post: | 26-Mar-2016 |
Category: |
Documents |
Upload: | boek-visual |
View: | 226 times |
Download: | 1 times |
Qué entiendo por Poesía Visual (en cuatro sencillos pasos)
Rrose
(maquinariadelanube)
I
En el Museo de Pesas y Medidas de París se custodia el metro de platino iridiado cuya
longitud sirvió durante más de un siglo como patrón absoluto de esa unidad de
medida. Y aunque actualmente un metro se define como “la longitud recorrida por la
luz en el vacío durante 1/299.792.458 segundos”, para la comisión de científicos que
en 1799 entregaron solemnemente a los Archivos de París aquel patrón, este aún
debía ser un objeto palpable. Un metro, se afirmó entonces, era la diezmillonésima
fracción de la distancia que va del polo a la línea del ecuador, y Lavoisier llegó a decir
que “nada más grande ni más sublime ha salido de las manos del hombre que el
sistema métrico decimal”. Pero no por sabido es menos importante recordar que un
metro -de luz, o de su émulo el platino iridiado- obedece siempre a una
trayectoria solo hipotéticamente recta, ya que en el mundo que habitamos, las líneas
rectas, por fortuna o por desgracia, no existen.
II
En 1913, un pintor francés prácticamente desconocido y que respondía al nombre de
Marcel Duchamp tomó tres cuerdas de un metro de longitud, las suspendió
exactamente a un metro de altura, y las dejó caer al suelo. Puso después gran cuidado
en fijar las tres líneas ondulantes que cada una de las cuerdas habían adoptado sobre
el suelo para trasladar luego su perfil a tres placas de cristal de un metro de longitud.
Finalmente introdujo esas tres reglas ondulantes y azarosas en un sobrio estuche de
madera y tituló la obra Trois stoppages étalon (Tres zurcidos patrón). También estos
patrones curvos miden exactamente un metro, y el material con el que están
realizados no es -en términos de percepción humana- menos inalterable que el platino
iridiado, pero sabemos también que lo que contienen no es ni más ni menos que una
bella materialización del azar entre otras muchas posibles, y que por eso mismo
constituyen un silencioso y modesto atentado contra las normas universalmente
aceptadas.
III
Si me preguntan qué entiendo por Poesía Visual, no me queda otra opción que la de
poner en duda la pertinencia de mi posible respuesta. No soy un poeta visual.
Sinceramente no creo que lo que yo habitualmente hago pueda denominarse poesía
visual. Y ocurre también que no existe una definición universalmente satisfactoria para
este fenómeno (¿medio? ¿género?), y que no me parece mal esa ausencia. Ahora bien,
como el revolucionario y hermosísimo metro de platino iridiado de París, o como el
recorrido de la luz en el vacío durante una ínfima porción de segundo, estoy
convencido de que, si no existe un modelo, sí que disponemos al menos de una prueba
fehaciente de que la Poesía Visual no es, a pesar de su indefinición, una entelequia,
sino una realidad, y muy viva por cierto. Esa unidad de medida es, para mí, la poesía
visual de Joan Brossa: no hay lugar más cumplido al que volver la vista para explicar
qué es –y seguramente también qué no es- la Poesía Visual.
IV
Si confío en las creaciones de Brossa como patrón universal de la poesía visual no es
por el universo particular de objetos o de temas que lo puebla, sino porque, al igual
que los zurcidos patrones de Duchamp, su sentido último es siempre el de una
metódica transgresión de cualquier norma establecida. No hay poesía visual sin una
transgresión de los modelos que pautan la comunicación en el orden de lo visual y en
el orden del lenguaje escrito. La primera de las transgresiones que le confieren su
especial naturaleza consiste precisamente en una confusión consciente de estos dos
órdenes, haciendo suyo un procedimiento adoptado en páramos bastante más
adocenados y serviles que el suyo. No hay poesía visual sin la enunciación de algo
enteramente nuevo, o al menos claramente divergente. No hay poesía visual sin la
demostración palpable de que la línea recta no es el único trayecto posible, y desde
luego no el más cierto. La aritmética que le es propia nos dice que el acto de sumar dos
y dos puede dar como resultado una tetera de porcelana, un abecedario completo, o el
tobillo de una bailarina, pero nunca esa ignominiosa cifra que acude después del tres.
Hay poesía visual allí donde el sistema ordinario de las palabras y las formas se fractura
para abrir la puerta a lo posible en tanto que contestación imprescindible a un estado
de las cosas claramente insatisfactorio.