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Rupturas de parentesco La divergencia en la representación
del núcleo familiar entre el cine de la Época de Oro y el filme
La familia tortuga
Alan Rodríguez
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RUPTURAS DE PARENTESCO La divergencia en la representación del núcleo familiar
entre el cine de la Época de Oro y el filme La familia tortuga
Alan Rodríguez
Solidaridad, generosidad, abnegación y paternalismo parecen en teoría fundamentos
reguladores de la dinámica intrafamiliar que tradicionalmente prevaleció por décadas en
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nuestro país. El periodo dorado del nuestro cine (más o menos entre finales de los 30 y
parte de los 50 del siglo pasado) dejó constancia de esta visión, dentro de una percepción
aún más amplia de un México con modelos y esquemas con los que se buscó articular una
identidad nacional.
La era dorada del cine mexicano vio desfilar personalidades y películas que contribuyeron
a abastecer el imaginario nacional de un sentido orgulloso del seno familiar, teniendo
ciertamente al melodrama como sustancia motora en la transmisión de valores. Cuando
los hijos se van (Juan Bustillo Oro, 1941), Una familia de tantas (Alejandro Galindo, 1948) y
Azahares para tu boda (Julián Soler, 1950), son algunos ejemplos de cómo la figura de la
familia trascendió a un estatus sagrado.
A través de “Rupturas de parentesco: La divergencia en la representación del núcleo
familiar entre el cine de la Época de Oro y el filme La Familia Tortuga” pretendo explorar
la aparente discrepancia del filme de Rubén Imaz, realizado en 2006, con algunos
mensajes y modos de representación familiar yacentes en los filmes arriba citados. El
ejercicio apunta a extraer marcadas diferencias no solo en los planteamientos narrativos
de los directores, sino también en los trasfondos ideológicos que evidencian modelos de
sociedades mexicanas hoy decididamente dispares.
“Un cine de códigos didácticos”
En Mexican Nacional Cinema, Andrea Noble pone muy en claro cómo Hollywood retrataba
a las y los mexicanos en sus películas allá por los años 20 y 30 del siglo anterior. Teniendo
como referente la Revolución Mexicana, las cintas hollywoodenses a menudo
representaban personajes mexicanos con la forma de estereotipos negativos. Ante la
situación, el Estado mexicano jugó un papel determinante para inhibir la proyección de
esos filmes con imágenes denigrantes: “Las actividades de realizadores norteamericanos
dentro de la República fueron restringidas; y los filmes que presentaban imágenes
‘positivas’ de México fueron oficialmente fomentados”. (Noble 2005: 28)
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El momento posrevolucionario y coyuntural por el que atravesaba México demandaba una
crucial transición del caos a la unificación. La transformación cultural que vivió el país es
referida en muchas fuentes. En el plano de lo cinematográfico, conceptos mitificados,
atisbos de una nueva moral, ideales de nación y propósitos de ciudadanización se colaron
poco a poco en las películas de la época; produciéndose “un cine de códigos didácticos”
(Dever 2003: 23) que tomó prestadas fórmulas canónicas del cine hollywodense, así como
nociones del entusiasta alegato vernáculo de los muralistas y el discurso nacionalista de
José Vasconcelos.
Los 1940’s y 1950’s vieron la producción de radicales y conservadores filmes dentro del
cine alternativo y del mainstream. Considerado bajo la luz de un polivalente proyecto nacional elaborado por una serie de posrevolucionarios políticos, artistas, escritores, e
intelectuales, el cine de la Época de Oro proyectó representaciones de una ciudadanía nacional que llegó más allá de una amalgama unitaria. (Dever 2003: 12)
Es así que cine e identidad nacional se perciben perpetuamente asociados. Son nociones
que se complementan entre sí. Para cineastas como Walter Salles es fundamental la
proyección de la identidad cultural que se filtra en la pantalla grande. El director brasileño
hace hincapié en que el cine refleja y debe reflejar esa identidad. “Es tal vez por esta razón
que tenemos semejante necesidad por el cine, porque así podemos vernos en los muchos
espejos de conflicto que nos reflejan”. (Elena y López 2006: XV).
Una vibración sentimental
La política de implantar un modelo cultural nacionalista, promotor de una “mexicanidad”
incluso de exportación, halló en el dispositivo cinematográfico una herramienta poderosa.
Y en aquel periodo dorado, el melodrama –junto con la comedia ranchera-‐ se erigió como
catedral de los más sustanciosos mensajes aleccionadores perceptibles en la filmografía
nacional. El melodrama mexicano de la época encumbró a directores, actores y actrices a
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un estrato casi celeste. Algunos nombres todavía hacen eco, como los de Fernando Soler y
Sara García, que ya no solo enuncian actores sino auténticas instituciones
melodramáticas.
El melodrama es una estampa del carácter nacional, un signo de nuestra cultura. En la
inmensa narrativa que nos describe como país, aparece siempre como componente útil
para acceder al ‘alma’ mexicana, para explicarnos como nación ante la experiencia
incoherente que a veces nos define y el carácter quejumbroso que evidencia el mexicano.
El melodrama es para muchos, nos dice Carlos Monsiváis, “la serie de fantasías,
autónomas del sufrimiento, cuyo máximo valor reside en la falta de concesiones al criterio
racional”. (Monsiváis y Bonfil 1994: 163)
Dentro del modelo melodramático el tema de la familia adquirió protagonismo particular
en el cine nacional de los años 30, 40 y parte de los 50 del siglo pasado. En muchas
películas de entonces la familia fue vehículo narrativo para insertar algunas claves de lo
que hoy identificamos como ‘mexicanidad’. Como explica Óscar Robles, en el cine
mexicano, “especialmente en el melodrama, la familia es una de las grandes alegorías
nacionales y una representación cultural e ideológica poderosa para explicar al Estado, a la
sociedad mexicana del período posrevolucionario y las relaciones entre el patriarcado y el
capitalismo” (Robles 2005: 47)
En Mujeres de luz y sombra en el cine mexicano: La construcción de una imagen, Julia
Tuñón perfila así el rol de la familia y su relación con la expresión cultural: “La familia es
una institución compleja que atañe a la esfera económica, social, ideológica y psicológica y
que afecta tanto los temas de la sociedad en su conjunto como de los individuos en
particular. Se trata de una instancia intermedia entre los unos y la otra, por lo que se ha
considerado la unidad básica de la organización social. Lo es del melodrama mexicano”.
(Tuñón 1998: 123)
Anti paradigma familiar
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Casi de forma sistemática, el cine de la era dorada en México refiere una figura
paradigmática de la familia y correspondiente a las primeras décadas del siglo XX. En esta
estructura, la generación de los padres transmitía a la de los hijos el lenguaje, los
principios sociales, los valores, las creencias religiosas y las aspiraciones. Los jóvenes se
casaban a edades tempranas y el matrimonio tendía a ser universal, pocos eran quienes se
abstenían de casarse.
La familia tortuga fue el proyecto de tesis de Rubén Imaz Castro, egresado del Centro de
Capacitación Cinematográfica (CCC). El filme describe la vida de una fragmentada familia
de clase media en la Ciudad de México. José es el padre; un líder sindical sin empleo, sin
esposa, sin dinero y sin la confianza ni autoridad sobre su hija y su hijo. Ella, Ana, una
combativa chica asfixiada en el hogar del que a veces consigue aislarse vía los porros
fumados en el encierro de su habitación o a través de la compañía del novio que al final
tiene para ella solo decepción. Él, Omar, un confundido chico de aficiones futboleras que
enfrenta incertidumbre y duda sobre su (homo)sexualidad, que apenas libera en furtivos
bailes a solas con delineador en los ojos y el torso desnudo. Hermanos en desorientación,
ambos padecen el vacío que les ha heredado la madre muerta. Manuel es el tío, hermano
de la mamá difunta; un jubilado de balbuceos casi ininteligibles, cumplidor de la faena
doméstica y adorador de la pequeña mascota en la casa, una tortuga.
Por razones de “didáctica moral”, por su sabiduría simple sobre una verdad incuestionable
de la vida misma, Cuando los hijos se van es vista como un clásico dentro de la filmografía
del melodrama familiar mexicano. Por qué no, si en ella se enaltecen valores sagrados
como el amor a la patria, el auto sacrificio o la honra. Por su radiación de amor hogareño
que motivó una gran respuesta de la audiencia, el filme es ejemplo modélico de la imagen
idealizada de la familia mexicana que se pregonó durante la Época de Oro de nuestro cine.
En ella prevalece el padre ecuánime que a veces impone su autoridad injustamente y a
una madre encarnación pura de la abnegación.
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La familia tortuga es un dibujo del núcleo familiar totalmente discordante, fruto de un
México distinto; constituye un pronunciamiento antitético de una película como Cuando
los hijos se van. En el filme de Imaz no hay exaltación de valores, sino crítica de un
esquema social contemporáneo que desquebraja a las familias. No existe comunión ni
abnegación, sino incomunicación, frustración y recelo entre quienes comparten el mismo
techo. No es el padre cabeza del hogar y surtidor de su sustento, sino una síntesis de la
impotencia parental. No hay madre en perpetuo sacrificio por los hijos, sino la oquedad
que queda tras su desaparición en el núcleo y como soporte.
En la película de Imaz por igual se constata que en una familia contemporánea en crisis se
imponen las relaciones afectivas con figuras fuera de las paredes del hogar, por encima de
las que deben existir mediante los lazos por parentesco. Es decir, Ana y Omar se
relacionan más con agentes externos que entre ellos mismos o con su propio padre. No
hay tampoco privilegios para las prerrogativas de varón. No hay superioridad masculina
que se imponga, pues padre e hijo no determinan las circunstancias que los rodean. Por
ejemplo, José fracasa en todo intento de acercamiento con sus hijos, en vender la casa y
en sus negociaciones como líder de sindicato.
Históricamente el cine ha asumido al melodrama familiar como una esfera de
representaciones en la que la relaciones intrafamiliares lucen
predeterminadas y revestidas con la tensión y la contradicción, destinadas a representar el
drama edípico, el conflicto generacional, la rivalidad entre hermanos, la contención y la represión de la sexualidad. La familia es el camino aceptado hacia la normalidad respetable, un icono de inconformidad, y al mismo tiempo, la fuente de desviaciones,
psicosis y desesperación. (Mulvey 2009: 77).
En La familia tortuga se cuela un discurso contrario a las convenciones de este subgénero.
No existe un guión operando a favor de la conmiseración. No se da el llanto de los
protagonistas como presupuesto para la identificación por parte de la audiencia. No hay
volumen de tragedia, ni “apología del descalabro de casi toda índole” (Monsiváis y Bonfil:
137). Aunque persisten elementos propios del melodrama citados por Mulvey, como son
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el conflicto generacional o la represión y contención de la sexualidad, el filme se
desentiende de cierta tradición (melodramática) cinematográfica nacional, instalándose
en los códigos de un cine (independiente) que no entra en tratos con la industria. Y es que
el melodrama fílmico, como género fundado por la industria, fue producto de fabricantes
de espectáculo de gran latitud orientando sus compases morales y políticos. (Dever
2003: 9).
Ley paterna derogada
Durante la primera mitad del siglo XX en México, el patriarcado influía en la relaciones de
familia y en su dinámica. Así, los varones ejercían control sobre las mujeres. La
superioridad masculina imperaba en el orden de las cosas. Muchas decisiones eran
tomadas por el padre, jefe de la familia, y a menudo beneficiaban a los varones. En este
marco, Cecilia Rabell señala una diferenciación en los roles dentro del ámbito doméstico:
“el hombre decía hacerse cargo de las necesidades materiales del hogar, mientras que la
mujer era responsable de la socialización de los hijos, de satisfacer las necesidades
afectivas de la familia y de realizar los quehaceres domésticos, es decir, de la reproducción
de la vida cotidiana”. (Rabell 2009: 11).
En Una familia de tantas vemos a los personajes en confrontación detonando una ruptura
del orden tradicional en el núcleo familiar. El mayor conflicto dentro de la historia yace en
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el cuestionamiento de la ley del padre. No obstante, el papel de Fernando Soler como Don
Rodrigo Cataño -‐autoritario e intransigente jefe de familia-‐ sirve como ejemplo
paradigmático de la figura paterna reguladora de la dinámica familiar a menudo presente
en todo el melodrama mexicano de la Época de Oro.
En su momento el Estado mexicano postrevolucionario difundió un orden patriarcal
simbólico. Durante aquella época se hizo del cine un instrumento para la implantación de
un modelo ideológico. Así el padre fílmico fue asumido como analogía del poder estatal,
normalizador de la dinámica social. A través del discurso paternalista en películas como las
ya citadas y otras como El dolor de los hijos (Miguel Zacarías, 1949), La familia Pérez
(Gilberto Martínez Solares, 1949), Cuando los padres se quedan solos (Juan Bustillo Oro,
1949), México recibía el mensaje “didáctico” y aleccionador del Estado.
En La familia tortuga la convencional relación jerárquica entre padre e hijo(s) está casi
ausente. Desde la noción de que quien ostenta el poder económico, detenta por igual el
mando, José es la autoridad devaluada por su imposibilidad de proveer sustento. Observa
que la familia se va a pique por las presiones económicas: “Hijos, la situación está
cabrona”, les dice en la escena en la que todos los integrantes discuten la posibilidad de
vender la casa que habitan, heredada de la madre difunta cuya presencia se limita a una
ofrenda en su honor dispuesta junto a la entrada de la cocina, por el tío Manuel.
La película de Imaz denota una imagen actual del núcleo familiar contemporáneo; en la
que es común la ausencia de unos de los padres y que suscita la descomposición del
núcleo. El filme también hace ver cómo la filtración de un codificado mensaje paternalista
del Estado ya no es aplicable en el cine de hoy. A la luz de esta analogía, pienso que no
hace falta la ausencia del padre para sugerir un Estado ineficiente; basta exhibirlo en su
forma más desacreditada. La familia tortuga muestra a un padre ineficaz e inoperante,
incapaz de brindar soluciones; como puede parecer hoy día un Estado inhábil para
proteger el bienestar de cada uno de los miembros de la nación.
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La desnaturalización del espacio doméstico
En el melodrama familiar del cine mexicano de antaño, tradicionalmente se identifica un
espacio dentro del territorio doméstico en el que suelen reafirmarse los roles y las
jerarquías. La representación y distribución del espacio doméstico resultan cruciales
dentro del significado que encierra Una familia de tantas. Andrea Noble retoma la cita
que a su vez emplea Julienne Burton-‐Carvajal de Julia Tuñón, para hacer notar que “en los
melodramas de la familia mexicana el comedor es el marco de elección: ‘En el comedor,
convergen lo público y lo privado […], así representando el sistema de la familia al
combinar el consumo de la sustancia maternal en el espacio representado [y sobre
presidido] por el padre. (Noble 2005: 105).
La autora destaca el significado en la dinámica generada en los espacios domésticos en
Una familia de tantas, al señalar que “[la] feminidad es equiparada con encarcelamiento y
contención, y la masculinidad con poder, autoridad y libertad de movimiento”. (Noble
2005: 105).
Pero en este subgénero frecuentemente el comedor también es un espacio en el que la
familia diariamente renueva su estatus homogéneo, su condición de grupo, como lo deja
ver la película Azahares para tu boda. La película, que narra la trágica historia de Felicia
(Marga López) quien durante años ve frustrarse su matrimonio por el conservadurismo de
su padre, exhibe más de una vez en convivencia a toda la familia en el comedor de la casa.
Hacia el final del filme, en una noche de Navidad, han llegado de visita hijos, nietos y
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mucha parentela. Para entonces en el hogar solo viven Felicia y los viejos de su padre
Ernesto y tío Alberto (Domingo Soler), y siempre con ellos el allegado Don Bodroz (Joaquín
Pardavé). En uno de los muros del comedor pende -‐como la efigie de una santa-‐ el retrato
de la madre de la gran familia ya fallecida, doña Eloísa (Sara García). Antes de la cena don
Ernesto (Fernando Soler) se da cuenta de algo mientras mira a toda la parentela suya a su
alrededor: “¡Hay que agrandar la mesa, hay que agrandar la mesa! Alberto, Bodroz…
¡Fíjate! ¡Ayúdenme todos! […] ¡Hay que agrandar la mesa, hay que agrandarla!”. Don
Ernesto se acerca para mirar el retrato de su difunta esposa: “Hay que agrandar la mesa
vieja, hay que agrandarla. Qué lástima que no estés aquí, para ocupar tu puesto, mi vieja
linda…”. La escena, contundentemente lacrimógena como todo buen melodrama de la
época, ofrece una imagen elocuente del comedor como sede de la familiaridad, como
espacio doméstico par excellence de la comunión familiar. Allí las individualidades se
enlazan como parte de un linaje que comparte apellido y patrimonio, sinsabores y
alegrías.
En La familia tortuga vemos también una escena acontecida en el mismo rincón
doméstico. Pero esta vez, como esto no es un melodrama, la interrelación es
diametralmente opuesta. Esta familia se reúne ahí para esclarecer quién ha tomado
dinero del tío Manuel, para discutir sobre la posibilidad de vender la casa, para
confrontarse en medio de una granizada de reproches y recriminaciones. No hay lugar
para la alianza familiar, sino para dejar constancia de que como familia están sumamente
alejados unos de otros.
Imaz apela a la puesta en escena y puesta en cuadro para resaltar la incomunicación y
aislamiento de este grupo. El director coloca a los personajes en el comedor, pero no para
usarlo sino para hacer de él una arena para la disputa. El cineasta los encuadra por
separado todo el tiempo, resaltando así el choque de individualidades. En los momentos
en que José, el padre, ya ha abandonado la escena, Omar y Ana –con el tío Manuel
expectante-‐ continúan el diálogo del desentendimiento. Imaz registra la acción con el
comedor deliberadamente a cuadro, un comedor deliberadamente vacío, a manera de
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clara alegoría de la desnaturalización de este espacio doméstico como sede por
antonomasia de la candidez familiar.
Ruptura y antonimia
La familia tortuga evidencia relaciones de antonimia con los filmes Cuando los hijos se
van, Una familia de tantas y Azahares para tu boda, auténticas piezas emblemáticas de la
Época de Oro del cine mexicano. En el filme de Imaz no hay en lo absoluto continuidad a
los propósitos y mensajes del tradicional melodrama mexicano. Es anti climática desde el
momento en que los hechos no se precipitan hacia la consumación de algo que sacude al
espectador hasta conmoverlo. Su retórica es distinta a las propias convenciones
melodramáticas.
En La familia tortuga se asoma un modelo enteramente distinto al conocido para la
familia nuclear tradicional. No hay una pareja de padres, un matrimonio, con sus hijos. Las
nuevas vicisitudes de los tiempos que corren han delineado un nuevo perfil de la familia,
que puede constituirse ahora de parientes más lejanos o incluso integrantes que no
comparten lazos sanguíneos.
El patriarcalismo característico de los melodramas familiares, como los aquí tratados,
tampoco tiene lugar en la película de Imaz. Desde el inicio hasta el final, en La familia
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tortuga la ley paterna es interrogada. El padre apenas ostenta una leve autoridad, ante la
arrojadiza actitud de los hijos que increpan, acusan y desestabilizan el poder patriarcal.
En trabajos como el realizado por Imaz, el comedor ha dejado de ser el marco de elección
donde la voluntad paterna se impone y el ansia materna se somete; o donde la parentela
reafirma su condición integrada, de grupo. El desencuentro planteado en La familia
tortuga obliga a redefinir la dinámica de la familia mexicana actual, cuya imagen de hoy
quizás no conserva su anterior estatus sagrado.
Fragilidad, aislamiento, incomunicación y ruptura con cuadros tradicionales es lo que se
percibe en la película del joven cineasta mexicano Rubén Imaz. Establecer un diálogo
entre La familia tortuga y varios exitosos melodramas familiares en el cine nacional de
hace décadas, supone una exegesis para el entendimiento de la evolución y procesos de
cambio de nuestra sociedad actual mexicana.
Fuentes de consulta
1. Elena, Alberto y Díaz López, Marina. Ed. (2003). The Cinema of Latin America.
London: Wallflower Press.
2. Monsiváis, Carlos y Bonfil, Carlos. (1994). El Cine Mexicano y su Público. México:
Ediciones El Milagro/Imcine.
3. Mulvey, Laura. (2009). Visual and other Pleasures. Londres: Palgrave Macmillan.
4. Noble, Andrea. (2005). Mexican National Cinema (National Cinemas). Abingdon:
Routladge.
5. Rabell, Cecilia. (2009). Tramas Familiares en el México Contemporáneo. Una
Perspectiva Sociodemográfica. México: El Colegio de México.
6. Tuñón, Julia. (1998). Mujeres de luz y sombra en el cine mexicano: La construcción
de una imagen, 1932-‐1952. Ciudad de México: El Colegio de México/Imcine.
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