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Silvia Bleichmar - WordPress.com · 2018-07-30 · Silvia Bleichmar Los tres ejes que marcan este...

Date post: 10-Feb-2020
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Silvia Bleichmar (compiladora) Ricardo Beardi • Aníbal Ford Luis Hornstein • berto Kornblihtt Francisco Naishtat • Denise Najmanovich andro Piscitelli • Janine Puget Feando Ulloa TEMPORALIDAD, DETERMINACIÓN, AR Lo reversible y lo irreversible PDÓS Buenos Aires Barcelona Méξco 2. REPETICIÓN Y TEMPORIDAD: UNA HISTORIA BIFRONTE Silvia Bleichmar Los tres ejes que marcan este coloquio se ordenan por relación con los términos determinación, azar, tempora- lidad. ndremos que dar cuenta, en primer lugar, del modo como concebimo s estas cuestiones en el inteor de nuestro propio cous teóco. Y ello en razón de que nuestro intento no consiste en una rermulación de base del psicoanálisis a partir de lo que se ha dado en llamar, en los últimos tiempos, "nue- vos paradigmas". Porque, más allá de las impreacio- nes y cuestiones comunes que constituyen "el pensa- miento de una época", los paradigmas son internos al procesiento sinlar de cada ciencia, y la impoación de conceptos, una vez que éstos entran a circular en un , cpo diverso y específico, no caen con las transa-' ciones que suen en sus regiones científicas de origen. 1 En tal sentido, si hay un diálogo interdisciplinario 1 Tal el caso del lamarcsmo presente en la teozación eudia- na acerca de la filogénes. Freud mismo sabía, en el momento de intentar sostener en ella sus especulaciones, que esta teoría de la evolución estaba en reda en el campo de la bioloa; ello no obstó, sin embargo, para que la nsiderara fecunda para ndamentar los fantasmas originaos. Ver Use Gbch�Simitis, en "Sinopsis de las neurosis de transrena'", Barcelona, el Editores, 1989. . 45
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Silvia Bleichmar (compiladora)

Ricardo Bernardi • Aníbal Ford Luis Hornstein • Alberto Kornblihtt

Francisco Naishtat • Denise Najmanovich Alejandro Piscitelli • Janine Puget

Fernando Ulloa

TEMPORALIDAD, DETERMINACIÓN,

AZAR Lo reversible y lo irreversible

� PAIDÓS Buenos Aires

Barcelona México

2. REPETICIÓN Y TEMPORALIDAD:

UNA HISTORIA BIFRONTE

Silvia Bleichmar

Los tres ejes que marcan este coloquio se ordenan por relación con los términos determinación, azar, tempora­

lidad. Tendremos que dar cuenta, en primer lugar, del modo como concebimos estas cuestiones en el interior de nuestro propio corpus teórico.

Y ello en razón de que nuestro intento no consiste en una reformulación de base del psicoanálisis a partir de lo que se ha dado en llamar, en los últimos tiempos, "nue­vos paradigmas". Porque, más allá de las impregnacio­nes y cuestiones comunes que constituyen "el pensa­miento de una época", los paradigmas son internos al procesamiento singular de cada ciencia, y la importación de conceptos, una vez que éstos entran a circular en un , campo diverso y específico, no caen con las transforma-' ciones que sufren en sus regiones científicas de origen. 1

En tal sentido, si hay un diálogo interdisciplinario

1 Tal el caso del lamarckismo presente en la teorización freudia­na acerca de la filogénesis. Freud mismo sabía, en el momento de intentar sostener en ella sus especulaciones, que esta teoría de la evolución estaba en retirada en el campo de la biología; ello no obstó, sin embargo, para que la considerara fecunda para fundamentar los fantasmas originarios. Ver Use Grubrich�Simitis, en "Sinopsis de las neurosis de transferencia'", Barcelona, Ariel Editores, 1989.

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posible, éste no está dado por la unificación de problemas ni de soluciones -lo cual culminaría, de hecho, en la subordinación de un campo a otro y el empobrecimiento consiguiente a partir del renacimiento de la ilusión de una ciencia única-, sino por el carácter estimulante, evocativo, que posibilita que dentro del espíritu de los tiempos ciertas problémáticas comunes sean propuestas.

El psicoanálisis ha sido atravesado, en la segunda mitad del siglo, por los movimientos filosóficos que Habermas ubica como constituyendo los grandes flujos que marcan el pensamiento posmetafísico: la filosofía analítica, la fenomenología, el marxismo occidental y el estructuralismo. 2 Desde estas perspectivas se ha intenta­do, una y otra vez, refundar la ciencia del inconsciente desde una perspectiva no biologista. Ello no necesaria­mente ha implicado una perspectiva superadora; por el contrario, ha conducido, en mucho:s casos, a nuevas subordinaciones -sea a la lingüística o la sociología- o incluso a un reduccionismo empobrecedor a teorías de la interacción o a ensamblajes de dudoso cuño con el cog­noscitivismo.

Porque el entusiasmo que producen nuevas teoriza­ciones empuja constantemente, en psicoanálisis, los lími­tes de lo pontificado. Y ello con las consecuencias saluda­bles de impedir un anquilosamiento de lo estatuido, pero no sin el riesgo de arrojar conocimientos fecundos acu­mulados bajo el embate de una producción subordinada a la novedad y el impacto de lo circunstancialmente en boga (hacia lo cual las leyes de un mercado cada vez más competitivo y descarnado presionan sin tregua).

Es a partir de ello que fijaremos de entrada nuestra posición respecto de la posibilidad de incluir ciertas pre-

2 Jürgen Habermas, Pensamiento post~metafísico, Madrid, TauM rus, 1990.

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misas del conocimiento actual de otras ... ciencias en el tronco matricial del psicoanálisis. Nuestra premisa epis­temológica de base consiste en lo siguiente: La importa­ción de conceptos provenientes de otras disciplinas debe estar siempre en el límite, con vistas a rearticular nuevas respuestas a preguntas que sólo pueden surgir del campo específico. Lo novedoso, revolucionario, surge sólo de la reformulación de cuestiones que tienen origen en el ámbito de delimitación particular con el cual interpela­mos una realidad definida por un conglomerado de obje­tos que circunscriben un: área de acción específica de transformaciones posibles.

En tal sentido cuestiones tales como las polémicas actuales respecto a determinismo o azar no constituyen algo totalmente novedoso para el psicoanálisis. Ellas se juegan ya en la obra de Freud y en el posfreudismo, con oscilaciones jalonables y generando opciones tanto teóri­cas como clínicas que retomaremos a lo largo de nuestra exposición.

De ahí que inteµtaremos, en un pasaje escueto por las problemáticas abiertas, ubicar algunos ejes de redefi­nición de los problemas abiertos en este coloquio.

Y comenzaremos por retomar el eje polémico de una perspectiva abierta o cerrada del funcionamiento psíqui­co que atraviesa, de uno n otro modo, nuestros intercam­bios y está en la base de nuestra metapsicología maní ... fiesta o latente. Articulando al respecto una cuestión que concebimos como exigencia central de nuestra teoría y nuestra clínica: cómo articular el eje de la repetición, sin el cual el psicoanálisis cae de sus fundamentos, con aquel de la transformación, sin el cual la clínica carece­ría de objeto.

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AZAR Y DETERMINACIÓN EN EL APARATO PSÍQUICO

A la pregunta de si es el azar un derecho intrínseco de la naturaleza o un producto de nuestra ignorancia, trataremos de responder retomando algunos ejes que ordenamos de la obra freudiana como punto de partida.

Señalemos, para fijar posición, que el abandono a ultranza. de todo determinismo causal implica el abando­no de toda cientificidad. René Thiim lo define en los siguientes términos: "Llamo determinismo a cualquier tipo de ligaduras que operan sobre el conjunto de las evo­luciones virtuales; y no hay que confundir esta idea con alguna clase de unicidad de las soluciones. Todo lo que elimina algo de virtualidad es para mí una expresión del determinismo". 3

Al determinismo concebido como premoldeado o incluso articulado como un destino prefijado se opone la inclusión de la indeterminación como contingencia azaro­sa. Ambos, en nuestra opinión, expresándose en psicoa­nálisis y coexistiendo aun en formulaciones teórico-clíni­cas que se yuxtaponen.

. Comencemos por desplegar la articulación del eje determinación-indeterminación, y sus consecuencias res­pecto a sistemas abiertos-sistemas cerrados. Ello nos per­mitiría abordar la cuestión de lo azaroso, determinado­determinante, en varios planos.

En Freud, ambos se manifiestan alternativa o conjun­tamente en sus diversas exposiciones. Citaremos sólo algu­nos rubros para posibilitar la discusión, partiendo de la idea de que ii.os encontramos ante una obra de gran com­plejidad, no homogénea, que constituye más la inaugura­ción de una ciencia que una teoría. En tal sentido, concebi­mos al psicoanálisis como atravesado por grandes

3 René Thom, en Proceso al azar, Barcelona, Tusquets, 1986, pág. 72.

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revoluciones teóricas --en el sentido de Kuhn- que produ­cen relevamientos de paradigmas y sustituciones de corpus enunciativos, no sólo en Jo que concierne a las diversas escuelas sino en el interior de la obra freudiana misma.

Tres grandes cuestiones para ordenar, mínimamente, el par determinado-indeterminado en el interior del pen­samiento freudiano.

1. En la fundación de lo inconsciente

a) Una teoría acerca del origen del inconsciente que se define por la articulación de inscripciones (Hm), a las cuales la represión -y fundamentalmente la represión originaria- otorga un estatuto definitivo a partir de ciertos procesamientos que lo instalan en sus relaciones con el preconsciente-consciente. En ella, más allá de las vicisitudes que va enfrentando a lo largo de sus sucesi­vas reformulaciones, lo contingente, acontencial, trau­mático, ocupa un lugar central.

Esta teoría no sólo tiene dominancia en los primeros trabajos sino que sobrevive a lo largo de todos los histo­riales clínicos y se manifiesta incluso en los textos últi­mos de Freud: Moisés y el monoteísmo, "Análisis termi­nable e interminable".

b) Una concepción del inconsciente originario existen- ' · te desde el nacimiento o incluso habitado por fantasmas filogenéticamente constituidos que operan como determi­nación última. En ella, lo determinante-determinado debe buscarse, sin embargo, en la historia de la especie, Y, en tal sentido, la determinación sigue operando pero a nivel de lo histórico-singular es mínima.

Ambas coexisten a lo largo de la obra más allá de las dominancias que una u otra van adquiriendo en diversos momentos.

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2. En la teoría de la libido

a) Una posición genético-evolutiva que apuntala el surgimiento de la sexualidad en lo somático y se resuelve bajo formas de determinación endógenas.

b) Una concepción acerca de la "contingencia del obje­to" -o del apuntalamiento en el semejante- que abre las condiciones para lo indeterminado dentro de un aba­nico de posibilidades que no queda totalmente librado a un azar puro sin ordenamiento posible. Los objetos con­tingentes guardan relaciones de necesariedad con las funciones primarias en el marco de las cuales se insta­lan, aun cuando las subviertan y transpongan a un plano simbólico-alucinatorio que se regirá por los destinos del placer-displacer.

3. En la teoría psicogenética de las neurosis

a) Una "teoría traumática de las neurosis" en la cual lo acontencial vivido ocupa un lugar privilegiado en la causación y el desencadenamiento de la patología mental (presente no sólo en las primeras teorías de la histeria y a lo largo de los historiales clínicos, sino reconceptualiza­da en la vuelta del 20 más allá del carácter "metabiológi­co" que toma la formulación de la pulsión de muerte como tendencia última).

b) Una causación psicogenética determinada por pun­tos de "fijación" y de "regresión" en la cual la evolución endógena de la libido cobra dominancia y el determinis­mo se cierra a lo experiencial. Sin embargo, el concepto de "pluricausalidad" arranca constantemente a Freud de la tentación monocausal, y en los desarrollos complejos y contradictorios que constituyen su pensamiento clínico sigue teniendo dominancia la primera.

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Hasta acá, una síntesis somera de la cuestión que nos ocupa tal como la vemos aparecer en la obra freu­diana.

A continuación, expondremos nuestra posición al res­pecto. Se trata, más que de un relevo de los paradigmas freudianos, de una toma de partido en el interior de éstos a partir del trabajo que sobre ellos realizamos. Nuestra intención es, sobre la base de un trabajo sobre la obra de origen, jugar con las posibilidades abiertas en un reorde­namiento que es efecto tanto del ejercicio de lectura de la metapsicología como sobre confrontaciones, enlace y desencuentros que la clínica pone en evidencia (habida cuenta de que los postulados teóricos de Freud 4 no son "El Libro", en el sentido talmúdico del término, sino la escritura de una reflexión acerca del objeto y de sus líne­as de transformación posibles).

Que el determinismo no devenga unideterminismo, o teoría cosmológica a priori, es algo a considerar como central. Pero en psicClanálisis, el inconsciente implica un orden de determinación presente en los modos mediante el cual lo azaroso-acontencial se engarza en el entrama­do constituido del cual formará parte.

Esto implica concebir al aparato psíquico funcionan­do como abierto, vale decir que puede recibir nuevos con­tenidos representaciOnales efecto de inscripciones prove- ,

· nientes metabólicamente de !a realidad en la cual está inmerso, pero al misrpo tiempo capaz de engarzarlas por líneas de fuerza constituidas a partir del entramado pri­mario que les da su estatuto. Porque esta realidad a la cual el inconsciente queda sometido no es "toda" la reali-

4 Ni por supuesto de Lacan, ni de Klein, ni de ningdn otro autor ...

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dad, sino una realidad atravesada por líneas de fuerza marcadas libidinalmente.

El aparato psíquico es entonces un sistema abierto, capaz de sufrir transformaciones no sólo como efecto del análisi& sino de las recomposiciones a las cuales nuevos procesos histórico-vivenciales lo obligan. Al mismo tiem­po, y desde el punto de vista de la recepción, el incons­ciente es también transformable: el hecho de que los ele­mentos de base que lo componen sean indestructibles no quiere decir que sean inmodificables, en razón de que las relaciones que activan los diversos elementos en conglo­merados ,representacionales -fantasías- nuevos son posibles.

Pero el inconsciente es a la vez un sistema cerrado en cuanto a que todo lo en él inscripto tiene bloc¡ueada la vía de evacuación, aun cuando no de salida. Esta es la paradoja fenomenal que pone en juego la compulsión de repetición: se repite en el intento de evacuar algo que es inevacuable, y ello compulsa a la búsqueda de una liga­zón que es razón tanto del progreso psíquico como de su deterioro.

-Aun podemos decirlo de un modo más directo: En el incbnsciente no rige la ley de entropía. 5 Y la cuestión que preocupa a la física actual respecto a la recomposición espontánea de sistemas alejados del equilibrio sólo puede pensarse a nivel del aparato en su totalidad, a la

5 Freud mismo hace dos referencias a la "entropía psíquica". La primera en el caso del "Hombre de los Lobos" (O.C., Buenos Aires, Amorrortu, t. XVII, pág. 105); la segunda en "Análisis terminable e interminable" (íd., t. XXIII, pág. 244). Se refiere con ello a la inmovi­lidad de los investimientos y la fuerza de la resistencia adherida a las investiduras psíquicas, vale decir, a la intransformabilidad del siste­ma -a los límites del tratamiento analítico-. Suponemos que esta manera de concebir al inconsciente en su persistencia de repetición como "entrópico" está determiná.da por la pulsión de muerte concep­tnalizada como tendencia al retorno a lo inorgánico.

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recomposición del síntoma y al reequilibrio que plantea la r:~ac~ón en~re los sistemas psíquicos una vez que el eqmhbno ha sido roto a partir del ingreso y activamiento d: grandes cantidades inmetabolizables por los sistemas vigentes.

. 1. Respecto al origen del inconsciente: La contingen­cia- se expresa en su carácter de universal no general. En tal sentido, nos pronunciamos por una teoría de la cons­titución de lo inconsciente como fundado, efecto de las r:lacio:1~s se~ualizantes con el semejante y de la repre­sión ongmana que lo emplaza tópicamente.

~adas determinadas condiciones: sexualización pro­vemente del semejante, represión originaria instalable que contrainvista las representaciones del autoerotismo primario, organización consecuente de los procesos secunda~?s y constitución de las instancias segundas (yo ~el nar~1s1smo y superyó residual del Edipo complejo), el mconsciente se sostiene como una estructura segunda determinada.

La pregunta acerca de si las condiciones iniciales determinan la trayectoria psíquica -para retomar esta cuestión de la física- ha sido largamente discutida en psicoanálisis. 6 El estructuralismo estableció una res­puesta a partir de la cual los elementos iniciales -modo de ordenamiento de las funciones del Edipo- pennitie- , ran fijar niveles de determinación y predictibilidad úl­timas.

. · A ello he~os respondido afirmando que los prerrequi­s1tos de partida, la estructura del Edipo -,-como fuera formulada por el psicoanálisis francés contemporáneo­el carácter clivado del aparato psíquico materno, pulsan~

6 , . . E_ste fue e_l 1r:tento de Rank, cuando pretendió definir toda la

evoluc10n del ps1qmsmo a partir del "trauma del nacimiento".

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te y normatizante desde las instancias diferenciadas, no pueden ser confundidos con la e~tructura _de lle~ada metabólicamente constituida a partir del h1stonco-viven­cial infantil. Sólo pueden ser considerados como tales, como condiciones de partida -y en tal sentido abren un abanico predictivo, pero no de determinación última-.

De tal modo, la pregunta por los orígenes nos _P?ne en conjunción con aquella que realiza desde la fis1c~ un autor como Stephen Hawking, en relación con el umver­so.7 El universo sería inevitable, en el sentido de que no existiría sino un universo posible. Esto es así respecto a la propuesta teórica, general, respecto al origen del inconsciente, y también cuando nos aproximamos a los i{iconscientes ya fundados e incluso funcionando: el inconsciente que encontramos es el único posible. Pero queda planteada la cuestión de la contingencia, abierta a aquellos casos en los cuales esto no se hubiera ~roduc~do (autismos, niños forales, psicosis a déficit de la mfa'.1cia).

Diferenciar claramente condiciones de partida Y estructura fundada del inconsciente es una tarea central para ubicar la unidad de análisis. El momento, para tomar una metáfora de aire einsteiniano, en el cual la esfera se cierra sobre sí misma siendo infinita pero a la vez sin límite: s se podría explorar cada punto de su superficie sin jamás encontrar un borde o un lím~te. Momento en que el aparato psíquico infantil se constitu­ye, desgajándose de los determinantes_ i~tersubj:t~v?~ que le dan origen. En este lugar se situa el anahs1~_, nunca se podrá reconducir cada punto al plano de _rarti­da, porque se circula por un interior que ha per~do, s'.1 carácter referencial de origen -los mensaJes emgmati-

7 Stephen Hawking, Commencement du temps et fin de la physi­que?, París, Flammarion, 1992.

8 Stephen Hawking, ob. cit., pág. 93.

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cos que lo constituyen son significables por el sujeto en una resimbolización transcriptiva, pero nunca reencon­trables en su sentido original, ya que fueron enviados como mensajes des-significados (provenientes del incons-ciente del otro)-. --

2. En relación con la teoría de la libido. Si se abandona la idea de que la pulsión sea un correlato psíquico de lo somático, que su determinación no sea en última instancia la biología atrapada en la. necesidad -vale decir, si se claudica en el intento de suponer a la representación desde los comienzos mismos de la vida biológica- la pui­sión deviene necesaria pero contingente. Su orden de determinación debe seguir siendo buscado en la relación con el otro que da origen al plus de placer que no se reduce a lo autoconservativo -teoría freudiana de la sexuali­dad-, pero partiendo de la idea de que se trata de una contingencia de la pulsión y no del objeto. Invirtiendo la fórmula freudiana, siguiendo para ello a Jean La planche, diremos que es el objeto ofrecido por el semejante el que, instalándose como objeto-fuente interno-externo da origen a la pulsión, y hace posible la libido como conversión, transmutación de la energía somática en energía psíquica.

Es acá donde una teoría de la temporalidad concebi­da nuevamente como temporalidad abierta, transcripti- , va, se hace necesaria. A la teoría de la evolución libidinal

-prefijada --en la cual lo anal se sucede a lo oral como los dientes definitivos reemplazan a los de leche-, diremos que los destinos de pulsión son los destinos del sujeto psíquico.

Una teoría transcriptíua de la pulsión, en la cual sus diversas inscripciones abren tanto el camino de la fija­ción como de la vicariancia mutua y de la sustitución, permite ordenar la contingencia azarosa en el marco de la determinación.

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3. Respecto a la teo,ía de las neurosis. La teoría trau­mática de las neurosis crea las condiciones para plantear que la génesis de la neurosis no puede ser pensada sino por una temporalidad de la retroacción. En tal sentido, la-génesis es real en su pluricausalidad, pero sólo es com­ponible por apres-coup.

El episodio desencadenante se constituye, en princi­pio, por una doble articulación: fuerza traumática e ido­neidad determinadora. La propuesta de Freud al respec­to rompe con la linealidad temporal y determina una temporalidad destinada a un a posteriori e incluso deter­minada por éste.

Si tomamos los tres términos clave mediante los cua­les Prigogine ubica las propiedades de los sistemas aleja­dos del equilibrio: "no linealidad", "inestabilidad" y "bi­furcaciones", podremos repensar algunas cuestiones relativas a los modelos del funcionamiento psíquico ante el atravesamiento traumático que da origen a la recom­posición de las relaciones entre los sistemas psíquicos.9

Si llevamos un sistema lo suficientemente lejos del equilibrio, entra en estado inestable en relación con la perturbación. El punto exacto en que esto sucede se denomina punto de bifurcación. En este punto, al volver­se inestable la solución primitiva se producen nuevas soluciones que pueden corresponder a un comportamien­to muy distinto de la materia.10

No se trata de concebir las leyes como inmutables y eternas, pero sí como relaciones perdurables en el inte­rior de un campo de fenómenos circunscriptos.

Como ejemplo de ello: el aparato psíquico, descrito por Freud en su texto "Lo inconsciente", de la "Metapsi-

9 Ilya Prigogine, ¿Tan sólo una ilusión?, Barcelona, Tusquets, 1993, págs. 24/25.

10 Ibíd., pág. 25.

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cología", posee ciertas características universales: proce­sos primarios en el inconsciente opuestos a procesos secundarios para el sistema preconsciente-consciente· contenidos relativos. a la sexualidad pulsional en el inconsciente y contenidos que responden a los intereses del yo en el preconsciente; representaciones-cosa en el inconsciente y representaciones-palabra en el precons­ciente. Se trata de dos legalidades, dos modos de funcio­namiento presentes universalmente siempre y cuando la represión se haya constituido y se sostenga instalada en su lugar correspondiente de. bipartición tópica. Pero si el funcionamiento psíquico está regido por otras caracterís­ticas -tal como ocurriría en niños muy pequeños en los cuales no se ha terminado de constituir la tópica psíqui­ca, o en psicóticos en los cuales se ha producido un derrumbe de la represión originaria-, estas leyes dejan de operar. De modo que su universalidad está determina­da por el campo de fenómenos relevantes para un tipo de funcionamiento psíquico que, más o menos estadística­mente, es común a los seres humanos.

Si un ser humano no poseyera este aparato psíquico atravesado por estos modos de legalidad descritos, no se tratará de colocarlo "fuera de la estadística", sino de saber cómo se establece la legalidad intrínseca que en él opera Y buscar el orden de determinación que así lo ha constituido.

EL "PUNTO DE BIFURCACIÓN"

DE LOS REORDENAMIENTOS NEURÓTICOS

Señalamos anteriormente que las importaciones deben ser cuidadosas, y sometidas rigurosamente a la prueba de coherencia interna de la teoría con la cual tra­bajamos y a las premisas del prescriptivo clínico que ésta nos impone.

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La idea de un aparato psíquico cerrado, segregando desde sí mismo tanto los sistemas de representaciones como los síntomas neuróticos, planteó, entre otras conse­cuencias en la clínica psicoanalítica, una teoría del aná­lisis como "preventivo", sobre todo en el campo de la práctica con niños.

Así la confusión elemental entre acontecimiento y ' traumatismo, o la erradicación misma del concepto de

traumatismo, sometió en muchos casos a los niños a pro­cesos de análisis que, amén de devenir estéril en gran parte de los casos los dejó librados a futuras cerrazones defensivas de inanalizabilidad.

El síntoma es una recomposición espontánea de la r_uptura de un sistema de equilibrio que podría ser defi­nida, a partir de un modelo de la física, bajo el rubro de lo que hemos citado anteriormente como punto de bifur­cación.

Pero, a diferencia de toda propuesta que intentara lle­var el azar y la indeterminación hasta el límite, señale­mos que el conocimiento de las leyes del sistema, de sus determinantes y de la historicidad que en él está inscrip­ta, permite acotar el abanico de probabilidades generando un espectro predictivo capaz de otorgar cierta racionali­dad plurideterminista al acontecimiento -o azar.

Freud, en sus trabajos de los orígenes, ofrece múlti­ples elementos que operan en tal dirección. La teoría del traumatismo se plantea en estos mismos términos: no se trata sino de encadenamientos en los cuales lo contin­gente deviene necesario.11

11 Por citar sólo una frase de "Psicoterapia de la histeria" (O.C., ob. cit., t . .III, pág. 329): "La experiencia analítica nos obliga sin más a suponer que unas vivencias puramente contingentes de la infanda son capaces de dejar como secuela fijaciones de la libido". Vale decir, lo contingente se abre como determinación u~a vez inscripto y fijado (la bastardilla me pertenece).

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No abriremos acá la discusión respecto al concepto de series complementarias, o de estadios de la libido, acerca de los cuales ya hemos trabajado ampliamente en otros textos. (Por una parte, para discutir la idea de que al concepto de estructura se opondría, pura y simplemente, el de "redes de acontecimientos" -tal como fuera pro­puesto por Foucault-, ni para subsumir el traumatismo en el concepto de series complementarias con el cual Freud articula en una sumatoria de dudosa fecundidad tanto la teoría de la fijación libidinal como la del trauma­tismo.)

Señalemos brevemente que el traumatismo ingresa ya en el orden de una cualificación que asume en el ser humano las características de un. umbral no puramente fisiológico, y que podría ser precisado, escuetamente, a modo de definición provisional, en los siguientes términos: el "umbral", en el ser humano, está determinado por la capacidad metabólica, vale decir simbolizante,. con que cuenta el aparato psíquico para establecer redes de liga­zón que puedan engarzar los elementos sobreinvestidos que tienden a romper sus defensas habituales. Si estos elementos son incapturables en el entramado yoico, por­que están más allá de las simbolizaciones que se han ido estableciendo a lo largo de las experiencias significantes que la vida ofrece, quedarán librados, sea a un destino de síntoma, sea a una modificación general de la vida psíqui- ' ca. Al modo de una cicatriz queloide, una insensibilización de la membrana, efecto de su engrosamiento por contrain­vestimientos masivos, puede establecerse residualmente y para siempre, hasta que algo venga a atravesarla.

El relato de un episodio clínico puede servir para pre­cisar mejor las ideas que estamos en vías de desarrollar.

Fui consultada, hace ya bastante tiempo, por los padres de un niño cuyo hermano, dos años menor, acaba-

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ba de morir bruscamente a causa de un episodio trombo­cerebral. La razón de la consulta consistía en saber cuál era el estado en que éste se encontraba y de qué modo había afectado una pérdida tan repentina como dolorosa su vida psíquica -habida cuenta del profundo lazo, no sólo fraterno sino amistoso, que unía a ambos hermanos, de 6 y 8 años respectivamente-.

Compañeros inseparables hasta ese momento, Gui­llermo, mi presunto paciente, había efectuado un replie­gue en el seno del hogar y se manifestaba reacio a esta­blecer nuevos vínculos, a desplazarse a casa de compañeritos de colegio e, incluso, a participar en activi­dades· deportivas en el club al que concurría la familia. Sólo mantenía, fuera del horario escolar, una relación con un primo con el cual seguía practicando la actividad favorita que lo había ligado a su hermano -el fútbol-, y a ella se reducían todos los momentos de goce y ejerci­tación lúdica de su restringida vida infantil.

Buen alumno, bien organizado, sin conflictos en su vida escolar -sostenido esto en la severa restricción que acabamos de enunciar-, llegó a la consulta poco tiempo después de la muerte del hermano sin mucha convicción acerca de los beneficios que un encuentro de este tipo podría aportarle.

Las entrevistas transcurrieron en un clima de cerra­zón obsesivizada, en el cual el niño respondió amabJe pero escuetamente a las preguntas que le formulé; dibujó una cancha de fútbol en la cual la ausencia notoria de personajes daba cuenta del despoblamiento interior en el cual se hallaba y explicó a sus padres -que así me lo transmitieron- que habían sido mucho más beneficiosos para él los encuentros previos que había tenido con el rabino de su congregación, con quien había podido hablar largamente de la muerte y hallar consuelo para el dolor que sentía.

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No parecía dispuesto, en modo alguno, a recibir una ayuda terapéutica. Por mi parte, no estaba segura de que en el momento en que se encontraba ésta fuera efi­caz. La restricción social que evidenciaba ponía de mani­fiesto cierto tipo de evitamiento de conflictos cuyo orden era difícil rastrear como previo al episodio traumático -en razón de que la vida familiar cumplía también, a sus escasos 8 años, el lugar de soporte propicio en el cual sus inquietudes se habían desplegado hasta el momen­to--. Varios primos, tíos y un hermano daban satisfac­ción suficiente, por otra parte, a un niño que no presen­taba, además, ninguna sintomatología evidente que pudiera poner en riesgo las tareas inmediatas que su evolución futura pudiera requerir.

Sus relaciones con el mundo exterior -maestros y compañeros- no dejaban, sin embargo, de estar marca­das por cierta distancia y organización fobígena del espa­cio en las cuales la evitación de la angustia devenía el rasgo principal.

Una larga experiencia -no sólo personal sino del psi­coanálisis como práctica clínica- me tornaba cautelosa para realizar una indicación terapéutica. Las indicacio­nes de análisis en tales circunstancias han quedado, en la mayoría de los casos, no sólo marcadas por el fracaso en el que puede desembocar un tratamiento iniciado con fines preventivos en un momento de recomposición ,

· defensiva ante algún tipo de traumatismo masivo, sino por algo aún más riesgoso: la generación de condiciones de inanalizabilidad por el displacer que impone a un sujeto el hecho de que otro ser humano intente, forzosa­mente, llevarlo a "asumir un duelo" y a organizar sus defensas en la dirección supuestamente saludable que la teoría propone.

En razón de esto, decidí que era necesario dar tiempo al psiquismo de reorganizar espontáneamente sus moda-

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lidades defensivas -cuestión que de hecho estaba en vías de realizarse-, y esperar, en este "punto de bifurca­ción" que se había instalado, que nuevos procesos de desequilibrio vítal generaran un reacomodamiento de la economía libidinal que permitiera el comienzo de un aná­lisis.

Durante cuatro años, periódicamente, los padres de Guillermo vinieron a mi consultorio a solicitar ayuda espontánea para enfrentar cuestiones que se les iban planteando frente al crecimiento de este hijo, de quien sentían que, precozmente, la vída había confrontado a un episodio tan limítrofe como desgarrante.

Dos hermanas nacieron con el transcurso del tiempo. Yo seguía cuidadosamente -si bien a distancia- los modos mediante los cuales este niño se iba enfrentando a las situaciones de conflicto que los distintos aconteci­mientos familiares y sociales le iban proponiendo.

Durante los cuatro años, Guillermo logró establecer algunos vínculos de amistad, ir a visitar a un número reducido de amiguitos y recibirlos en su casa, e, incluso, participar en campamentos y actividades extraescolares que demandaban cierta ruptura de las restricciones de partida con las cuales había llegado a mi cortsultorio por primera vez.

Sin embargo, yo sabía que estos avances no eran en modo alguno la resolución espontánea de los núcleos patológicos que sostenían el entramado de base que obs­taculizaban una vida más plena y, al mismo tiempo, esperaba que en algún momento se rompieran los siste­mas de equilibrio armados precaria pero tenazmente, con los cuales sostenía una vida social pobre pero no lla­mativamente perturbada.

Fue cuando Guillermo ya tenía 12 años y estaba en vías de comenzar el secundario, que los padres llamaron para realizar una consulta que desembocó en tratamien-

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to. Me dijeron, telefónicamente, que en un campamento al cual el niño había concurrido tuvo una crisis de angus­tia tan intensa que se vieron obligados a ir a recogerlo. Ideas recurrentes de temor a la muerte de sus padres no le habían permitido dormir durante dos noches, y estaba en un estado profundo de inquietud que requería una visita urgente a mi consultorio. Pregunté entonces si el niño estaba dispuesto a realizarla y me informaron que no sólo estaba dispuesto sino que prácticamente él había demandado una ayuda profesional; ante ello, fijé una cita inmediata para el día siguiente.

Guillermo llegó, tímido pero decidido, estrujando un papelito entre sus manos. Había apuntado allí los temas acerca de los cuales quería consultar conmigo; los rubros eran los siguientes: 1) ¿Por qué no s.e podía sacar estas ideas de muerte de la cabeza? 2) ¿Cómo era mi trabajo? -vale decir, de qué manera yo lo iba a ayudar a hacer­lo-. 3) La agresividad de sus compañeros -no estaba muy claro si se refería a por qué eran agresivos o a qué hacer él mismo con la' agresividad de la cual se sentía objeto. ··

Comencé por preguntarle cuándo había empezado a sufrir esa angustia y sentir que no podía dejar de tener tales pensamientos. Me hizo un relato del campamento, de la brusca aparición de estas ideas, de la desesperación que lo embargaba. El síntoma se había extendido a la escuela: allí también se sentía angustiado y temía que a sus padres les pasara algo.

Antes de hablar de ciertas "generalidades" que me permitieran abordar lo que le ocurría de un modo no cen­trado sólo en el síntoma -del cual por otra parte sabía sólo_ lo que él descriptivamente podía formular-, le expliqué "cómo ei:a mi trabajo": Hice un dibujito de un niño de perfil, y le mostré, en la cabeza de ese niño, cómo había pensamientos que conocía y luego localicé en la . ,

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base de la cabeza -ingenua pero eficaz graficación del inconsciente- los pensamientos desconocidos que po­dían afectarlo sin que él lo supiera. "Así -dije- hay pensamientos en tu cabeza que no conocemos, y que deben tener que ver con esto que te ocurre. Por eso es necesario que hablemos de muchas cosas, para relacio­nar estos que conocemos con los que no conocemos --que muchas veces pueden no gustarte, darte vergüenza o miedo, o incluso producirte sufrimiento."

A partir de esto Guillermo empezó a contarme espon­táneamente algunos hechos. Me dijo, por ejemplo, que había empezado a prepararse para hacer ese año su Bar Mitzvá. Le pregunté -no ingenuamente-, si él sabía el sentido de la ceremonia por la cual pasaría. Respondió: "Sí, quiere decir que tenés que independizarte de tus padres, ser un hombre". Apunté, entonces, que él lo sen­tía como sin transición, que a partir del momento del Bar Mitzvá debía separarse de los padres, y que tal vez eso le producía mucha zozobra. Recordé entonces al rabino con el cual había tenido sus charlas después de la muerte del hermano y le pregunté si ya conocía al rabino con el que estaba haciendo su preparación. Respondió que sí, que lo conocía desde chico. Agregué que cuando él me vino a ver, de pequeño, había tenido simultáneamente conver­saciones con un rabino a raíz de la muerte del hermano, y si se trataba del mismo de entonces.

En.ese momento comenzó a hablar de aquella época: recordó que había venido a mi consultorio, pero no qué había ocurrido entonces. Me hizo un relato, por el contra­rio, de lo que había sentido: "Cuando murió mi hermano yo no entendía lo que estaba pasando ... El día que se lo llevaron, mi papá me levantó en brazos, en la vereda, y dijo: 'Vamos a despedirte de N. Yo no entendía nada, pero vi a mamá y papá llorando, y sentí algo horrible. Al otro día pensé 'Un día sin mi hermano'; cada día iba pensan-

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do lo mismo: 'Ya van dos días sin mi hermano', 'Tres días', hasta que me di cuenta de que no iba a volver más. Entonces apoyé la cabeza contra la almohada para que no me oyeran mis papás y lloré mucho ... Esos días llora­ba mucho en mi pieza, pero no quería que me vieran por­que ellos estaban muy tristes".

La voz quebrada, las manitas apretando el papel, yo tenía una sensación dolorosa y terrible del sufrimiento de este niño. Algo había quedado "en espera", sin trami­tación, en la frescura dram_ática de lo inelaborable. En cierto momento, él mismo se repuso; respiró hondo, se secó los ojos y dijo:" ¿Vos creés que puede tener algo que ver con mi angustia?".

Le dije (no me atrevo a decir "le interpreté") que parecía que en su cabeza, cuando eso ocurrió, no había posibilidad de hacer una diferencia entre muerte y sepa­ración; tal vez esto tuviera alguna relación con lo que le ocurría ahora, cuando hablaba de "separarse de los padres".

Yo sabía, por otra parte, que nada es tan simple. El miedo a la agresión de lo extraño, su modalidad fóbico­obsesiva de ubicarse en el mundo -y en mi consultorio­no eran productos directos del traumatismo. De un modo menos ingenuo aún me preguntaba dónde estaba presen­te el deseo que daba origen al síntoma.

Guillermo había tenido dos hermanas a lo largo de ·esos años. Con la menor se llevaba muy bien; a la mayor­cita a veces la retaba-o zamarreaba -racionalizáciones morales de por medio- por maltratar a la pequeña.

Inserto en una familia en la cual los impulsos eran cuidadosamente controlados -no sólo por una patología específica sino por razones culturales y valores relativos al ideal del yo-, este niño había sido educado en princi­pios morales sólidos y en una práctica del autocontrol que no implicaban en modo alguno, del lado de los

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padres, ni distancia rigidizante ni falta de ternura o desamor.

En ese marco determinado-determinante, ¿de qué modo había podido mi paciente vivir el nacimiento de sus hermanas menores, atravesado por el doble entretejido de la muerte real de un hermano -que convertía todo fantasma fratricida en eventual realización- y por un medio familiar en el cual el dominio de la agresividad constituía una premisa de la humanización estructuran­te de los hijos? Más aún: ¿qué reconocimiento de sus fan­tasmas hostiles previos a la muerte del hermano --cuyo nacimiento debió de afectarlo de uno u otro modo­había tenido cabida en esta estructura que le dio origen y en la c.ual se constituyó durante los primeros tiempos de su vida?

Separación-agresividad-muerte articulaban un entra­mado que estaba en la baS!\ tanto de las defensas ejerci­das por Guillermo hasta entonces como de la angustia concomitante desplegada en el momento de fractura de sus modos habituales de ejercicio, por el ingreso a las nuevas tareas que la vida le planteaba. . Fue entonces cuando, de común acuerdo, decidimos émprender un análisis. La angustia disminuyó rápida­mente con el consiguiente riesgo para la analizabilidad del niño, pero éste ya era consciente de la necesidad de realizar un trabajo que sabía difícil y costoso libidinal e intelectualmente.

A los modos de recomposición espontáneos del apara­to psíquico, producidos cuando el azar acontencial de la muerte del hermano devino traumatismo, Guillermo había respondido con una autoorganización espontánea, reequilibrante, pero no indeterminada, de un modo de funcionamiento empobrecedor y limitante.

En este nuevo punto de bifurcación de''las cadenas traumáticas en las cuales su historia se desplegó, una

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génesis por apres-coup me permitiría ordenar junto a él las variables que posibilitaran que lo inscripto -en el inconsciente, atemporal y espacial- deviniera tempora­lización historizante.

Era así como el análisis debía generar las condiciones para una expansión de sus potencialidades psíquicas en el enclave de condiciones históricas, determinadas pero a su vez abiertas, en las cuales la insistencia de repetición ins­cripta diera paso a un reordenamiento de nuevos· modos de recomposición más o menos estables, en el marco de la perspectiva vital azarosa pero no indeterminada, arran­cándolo de la oscilación entre la angustia y la rigidización defensiva en la cual había vivido hasta entonces.

Si el análisis no se limitaba a encontrar los fantas­mas hostiles reprimidos, si no se reducía a "agregar lo faltante" ni a "quitar lo sobrante" sino que producía un verdadero movimiento de resimbolización tanto de lo reprimido como de los movimientos estructurantes -determinados- que Je habían dado origen en el marco de lo azaroso acontencial que le tocó vivir, un verdadero proceso de neogénesis se hacía posible.

En el punto actual de bifurcación, la recomposición en la cual lo disipativo no era sino un modo de reorgani­zación de los elementos previamente constituidos -representaciones fantasmáticas metabólicamente ins­criptas-, la compulsión de repetición de lo idéntico que , encuentra un )ugar diferente podía ser cercada. .

HISTORIA Y TEMPORALIDAD

El breve relato expuesto desemboca, inevitablemen­te, en la cuestión de la temporalidad. ¿De qué tiempo se trata cuando a lo largo de la vida de un ser humano vemos producirse movimientos de constitución y de recomposición de los procesos psíquicos presentes?

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Es necesario distinguir, a los fines del tema que nos ocupa, el tiempo -en su formulación matemática, como fuera definido por la física- de la temporalidad, en la cual inevitablemente el sujeto está comprometido.

Las ideas acerca del tiempo se desarollan en cuatro niveles: 12 1) el del tiempo cosmológico -tiempo del mundo-; 2) el del tiempo perceptivo -aquel de la con­ciencia inmediata, tiempo del viviente-; 3) el del tiempo de la memoria y del proyecto -temporalización del ser humano-, y 4) el del tiempo de la historia, de las socie­dades humanas, incluso tiempo de la humanidad conce­bida como un todo.

Después de Kant se desabrocha la filosofía del tiempo por relación con el problema del tiempo cosmológico. La temporalidad deviene entonces independiente del tiem­po. La teoría de la relatividad y, más recientemente, la postulación de un comienzo y de un fin del mundo físico, abren la puerta a especulaciones filosóficas renovadas.13

Sin embargo, la temporalidad no puede ser remitida sino a una subjetividad. Y esto impregna la discusión científica llevándola a rozar los límites de la filosofía.

Conocemos la carta que Einstein envió a la hermana y ál hijo de Besso -su amigo e interlocutor- luego de su muerte: "Michele (Besso) se me ha adelantado en dejar este extraño mundo. Es algo sin importancia. Para noso­tros, físicos convencidos, la distinción entre pasado, pre­sente y futuro es sólo una ilusión, por persistente que ésta sea ... ".14 Besso ha estado verdaderamente obsesio-

12 Jean Laplanche, "Le temps et l'autre" en La révolution copper· nicienne inachevée, París, Aubier, 1992, pág. 363.

13 Jean Laplanche, ob. cit., págs. 316 y sigs. 14 Einstein-Besso, Correspondence, París, Ed. P. Speziali, Her­

man, 1972, pág. 88. (Citado por Prigogine en ¿Tan sólo una ilusión?, Barcelona, 'fusquets, 1993, pág. 12).

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nado con la cuestión del tiempo en sus últimos años: ¿Qué es el tiempo, que es la irreversibilidad? Einstein, paciente, no se cansa de contestarle: la irreversibilidad es una ilusión, una impresión subjetiva, producto de con­diciones iniciales excepcionales.is

Prigogine torna este intercambio, atravesado por la amistad y la muerte, en eje de una discusión científica (e incluso en título polémico de un libro). Considera que la razón que lleva a Einstein a dar estas respuestas a su amigo no es sino una reiteración de la propuesta clásica de Giordano Bruno en el siglo XVI; desde esa perspectiva el universo es uno, infinito e inmóvil; el universo no tiene generación propia; no es corruptible, no es alterable.

Para contraponerse a la frase "el tiempo es sólo una ilusión" apela a argumentos de la física, de la literatura, de la filosofía. Introduce, por último, una idea que cono­cemos ampliamente y que es eje de su propio pensamien­to: "Para nosotros -dice-, tiempo y existencia humana y, en consecuencia, la realidad, son conceptos indisocia­bles" .16 Se trata, evidentemente, de "el significado del tiempo".

No es necesario ser psicoanalista para entrever aquí que la racionalidad científica está atravesada porJa sub­jetividad. La pregunta de Besso, sin dejar de tener su validez en el campo específico, se juega en el interior de lo que Laplanche ha denominado "la motivación de un• autor" en la búsqueda científica, algo que está entreteji­do entre dos entramados: por una parte, las preocupacio­nes del sujeto respecto a los enigmas fundamentales que lo acechan; por otra, los problemas específicos que la ciencia en cuestión tiene como enigma teórico funda­mental.

15 Prigogine, ob. cit., pág. 12. 16 Ilya Prigogine, ibíd.

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~a carta de Einstein a la familia Besso puede ser considerada en el interior de un juego que se abre en la di:nensión del empleo de la ciencia al servicio del aplaca­miento del sufrimiento: el tiempo es tan sólo una ilusión, Y, por ende, somos parte del plan Eterno de la naturaleza en el cual presente, pasado y futuro no son sino modos imaginarios de la existencia. El sujeto ha desaparecido en la fusión con el cosmos, y esta fusión es el consuelo que posibilita tolerar tanto la muerte del otro como nues­tra propia muerte.

Prigogine, por el contrario, reintroduce al sujeto: la muerte es irreversible, la existencia también lo es. Cada vida marcha hacia un punto de no retorno.11 Es desde allí que el tiempo es una realidad factual y de consecuen­cias subjetivas ...

Es ~ nivel del tiempo de la memoria y del proyecto que se_ Juega, en el aparato psíquico, la temporalización del suJeto.

El tiempo de la temporalidad, aquel que marca la irreversibilidad de los fenómenos y, entre ellos, de la vida -:-no s~lo cósmica, sino singular, histórica-, es el tiempo hrntonzable Y, como tal, se imbrica con una teoría del sujeto ..

.. Pero el aparato psíquico no se reduce al sujeto. Preci­samente, el inconsciente es lo que constantemente se sustrae al sujeto; de modo que, del lado del inconsciente la temporalidad no existe como tal, no hay historizació~ posible.

El inconsciente -a partir de la formulación que de él realizara Freud- es atemporal por definición. L ., d a cuestion e la significación es inherente a la temporali-

11 e 1 d .. L omo. o 1Jera ?n su lucidez terrible Simone de Beauvoir eil ª. cere::i-onia del adiós: "Tu muerte nos separó, la mía no nos

umrá ....

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dad; la muerte, como representación de la ausencia, no se inscribe como tal en el inconsciente pulsional reprimi­do -sólo puede ser pensado por relación con lo secunda­riamente reprimido, o con lo que se ha llamado "aspectos inconscientes del yo", en razón de que se instala del lado de las preocupaciones del sujeto-.

Atemporalidad, entonces, del inconsciente, en su insistencia de repetición. Pero por otra parte (y a diferen­cia de lo que proponen ciertos planteas psicoanalíticos), hemos considerado una historicidad fundante del incons­ciente, de las inscripcionés que lo constituyen, de los entramados vivenciales que le dan origen.

¿Cómo concebir entonces esta paradoja fenomenal de inscripciones significantes, traumático-vivenciales, no historizables, atemporales, condenadas a la repetición, por relación con la historia que las constituye?

Y así como Freud se pregunta, respecto a los senti­mientos inconscientes: de qué tipo sería un sentimiento que no pudiera ser sentido por nadie, podemos pregun­tarnos, en relación con el inconsciente: ¿de que carácter es una historia que no puede ser historizada sino en un segundo tiempo y mediante un trabajoso proceso de apropiación? ¿Una historia que está condenada a la repe­tición en tanto no encuentre un destino de significación?

En psicoanálisis, podemos afirmar, la historia tiene un carácter bifronte: remite, por un lado, a lo acontencial '

· en sí; por otro, al encadenamiento lógico, temporalizado, de lo acaecido. Del lado del inconsciente, lo que se inscri­be es efecto de una hístoria acontencial devenida trau­mática. Del lado del sujeto, esta historia sólo es recompo­nible por apres-coup.

En este sentido, la historia debe ser reubicada en psi­coanálisis, en los diversos elementos que se plantean para una teoría tanto del inconsciente como de las pre­misas de la cura.

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Resumiremos nuestra posición al respecto realizando para ello un esfuerzo, si no de formalización, al menos de ordenamiento. El modo de exposición elegido será enton­ces el de en una serie de tesis que desplegaremos engar­zándolas en sus nexos de articulación con problemas nodales del psicoanálisis.

1) La historia -que inevitablemente se liga a lo tem­poral- no es patrimonio, como tal, del inconsciente. Definiéndolo brevemente: el hecho de que el inconsciente sea residual, singular e histórico, no implica que la histo­ria secuencial, temporal, se encuentre en él como tal (es en este punto donde se ligan temporalidad e historia a una teoría del sujeto). Esta afirmación que colocamos como premisa de partida nos obliga a diferenciar la cues­tión del estatuto de lo histórico en psicoanálisis en sus múltiples aspectos.

2) Lo histórico, en tanto constituyente del aparato psíquico -en una temporalidad no lineal, no genética, sino azarosa en el marco de la necesariedad y, fundamen­talmente, destinada al apres-coup- aparece en psicoa­nálisis en una basculación que nos diferencia tanto del estructúralismo formalista como del genetismo endoge­nista.

3) Lo histórico encuentra su lugar en los tiempos rea­les -no míticos-, de constitución del aparato; tiempos destinados a una historización posterior y cuya modali­dad no puede sino ser tematizada por el sujeto que se encadena a su propia identificación. Esto nos lleva a rehusar la idea de que el· sentido del análisis sea la "construcción de una historia". Por el contrario, el análi­sis se dedica a la desconstrucción de lo fijado, de la "his­toria oficial" del sujeto, absteniéndose de ofrecer totalida­d.es que reensamblen el todo.

4) En el encaminamiento de la cura los procesos de

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·--historización son siempre parciales: se trata de otorgar un ensamblaje a esos elementos que han quedado a la deriva y de propiciar su religazón mediante la descons­trucción de los que habían sido soldados en las autoela­boraciones espontáneas que daban origen a los síntomas.

La historia siempre "la escriben los vencedores" (en este caso el yo). Paradoja del descentramiento que el análisis inaugura y de los recentramientos necesarios que el sujeto espontáneamente propicia en sus movi­mientos autoteorizantes, autosimbolizantes, autohistori­zantes (siguiendo a Laplanche).

5) Lo histórico a ser considerado como movimiento en el cual el aparato se despliega aun constituido implica concebir un sistema abierto siempre al apres-coup, descap­turado de un determinismo lineal que tendría sólo en cuenta la acción del pasado sobre el presente y no las recomposiciones que el presente inaugura sobre el pasado.

6) Desde esta perspectiva, el proceso de la cura puede ser concebido como espacio privilegiado de la resimboli­zación. Lugar de re-engendramiento a partir de que lo traumático no es lo vivido en general sino aquello que no pudo encontrar, en el momento de su inscripción y fija­ción, de su caída en el aparato, posibilidades metabólicas de simbolización productiva.

No se trata aquí de un "retomo al pasado" para agre-, . gar lo que faltó ni para quitar lo que sobró, sino de una

recomposición "disipativa" en un proceso irreversible. A partir de ello, lo que insiste como idéntico, una vez retranscripto, no deja intacta la totalidad en la cual se despliega.

7) Historizar es entonces estructurar de modo signifi· cante los efectos de lo acontencial-traumático, inscripto a partir de una descomposición y una recomposición que liga de un modo diverso las representaciones vigentes (investidas o plausibles de serlo).

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8) La repetición (correlativamente, la transferencia) es el modo privilegiado mediante el cual lo históricamen­te inscripto se manifiesta a través de la a-historicidad radical del inconsciente. Las representacjones que en el aparato psíquico "se depositan" están destinadas a reen­samblarse por apres-coup, es decir Nachtrtiglichkeit -a posteriorí-. Si este aparato está abierto siempre a la posibilidad de nuevas inscripciones, de recibir elementos de lo real exterior -elementos "traumáticos", capaces de producir aflujos energéticos que deben ser domeñados o expulsados para mantener su constancia-, las represen­taciones previamente existentes, aun cuando permanez­can como tales en su singularidad, se entrelazan de manera diferente en la totalidad resultante.

Las consecuencias de una recuperación de lo histórico en psicoanálisis son mayores; asumir esta definición pro­duce mutaciones en toda nuestra concepción de la teoría de las neurosis y del proceso de la cura.

Las dos formulaciones alternativas freudianas: hacer consciente lo inconsciente, por un lado, y llenar las lagu­nas mnémicas, por otro, se unifican. Al recuperar la his­toricidad fundacional del sujeto psíquico y considerar al inconsciente como residuo metabólico de inscripciones exógenas, la atemporalidad del inconsciente atañe a su indestructibilidad pero no a la posibilidad de reensam­blaje de sus representaciones.

Se trata de un movimiento en el cual en el proceso de reconocimiento de la insistencia repetitiva del incons­ciente se organizan continuidades bajo el modo de lo dis­continuo. Como lo definen algunos historiadores, se trata de una "historia problema" y no de una "historia relato". El relato es, en todo caso, el modo con el cual el sujeto tematiza y significa la historia problema.

Lo histórico encuentra aquí su espesor propio, dife-

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renciando la historia relato -siempre constituida por el intento de temporalización y espacialización del yo- de lo acontencíal-traumático inscripto como metabólico resi­dual de las vicisitudes libidinales del psiquismo.

Si las instancias del aparato psíquico, ellas mismas, son efecto residual de procesos históricos de diverso orden-inscripciones, identificaciones, recomposicio-

es- la ilusión de construir una historia que abarcara ~ tot~lídad de lo vivído por el sujeto no sería sínfel retorno de un ideal de superación del conflicto psíquico mediante la subsumisión de lo residual inscripto en el

relato.

A modo de breve comentario final: nuestra pregunta sigue siendo, como en tiempos de Freud, lo~ m~~os_ de abordaje de aquello que, sujeto a una deter1;:mac10n m:· cripta y fijada bajo los modos de la compuls10;1 de rep~t1-ción limita los márgenes de la libertad y deJa sometido al s;jeto psíquico a la inermidad de una historia cuyos efectos sufre pero cuyos modos de insistencia desconoce, aun cuando reconozca sus efectos.

Nuestra respuesta es que las formas de recomposi­ción espontánea -abierta-'--- de los sistemas psíquicos ante lo azaroso del acontecimiento -de la vida- no son totalmente indeterminadas, sino que se juegan en el, interior de un abanico de posibilidades cuya combinato-ria es múltiple pero no infinita. ·

En ese sentido, la herencia del pensamiento racíon~­lista de Freud sigue siendo no sólo una propuesta filoso-

• fica sino un modo de concebir la esperanza: limitar la irrerversibilidad bajo el modo de operancia sobre la lega­lidad, no para tornar reversible lo acaecido sino para dominar sus efectos cuando se inclinan del lado de la destrucción y la muerte.

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