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Suplemento Semanal

Date post: 28-Mar-2016
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suplemento Visor 460
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MILENIO N.o 4 60 Dalia Zúñiga Berumen Estela contra el olvido, reedición para conmemorar el 22 de abril página 2 Heriberto Yépez Lemus versus amara página 3 domingo 22 de abril de 2012 ABRAHAM PÉREZ Drácula en Londres Página 6 Día Mundial del Libro La algarabía de regalarse Carmen Villoro para niños Carlos Rosas Página 4 Visor
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Page 1: Suplemento Semanal

MILENIO

N.o 460

Dalia Zúñiga Berumen Estela contra el olvido, reedición para conmemorar el 22 de abril página 2

Heriberto Yépez Lemus versus amara página 3

domingo 22 de abril de 2012

ABRAHAM PÉREZ

Drácula en LondresPágina 6

Día Mundial del Libro

La algarabía de regalarse

Carmen Villoro para niñosCarlos Rosas

Página 4

Visor

Page 2: Suplemento Semanal

02 domingo 22 de abril de 2012

antesala

MILENIO

MILENIO diario VISOR Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía

MILENIO FRANCISCO A. GONZÁLEZ presidente · JAIME BARRERA RODRÍGUEZ director editorial · MARINA MIRANDA directora general de negocios · JORGE VILLARREAL comercialización · MIGUEL ÁNGEL PUÉRTOLAS jefe de información · ANTONIO NAVARRETE jefe de cierreeditores: JORGE VALDIVIA G. ciudad y región · MOISÉS MORA negocios · IGNACIO DÁVALOS cultura · ELDA ARROYO mp · HUGO MERINO diseño · KALIOPE DEMERUTIS ocio · IRENE SELSER fronteras · HORACIO SALAZAR tendencias · JAIRO CALIXTO ALBARRÁN qrr y el ángel exterminador · SUSANA MOSCATEL hey! · FERNANDO TORRES circulación · NOÉ ANAYA producción ·

Ediciones Arlequín conmemora los 20 años del 22 de abril, lanzando en versión e-book el libro Estela contra el olvido, que se publicó precisamente en el aniversario décimo de la tragedia, y puede descargarse gratuitamente

Tenía poco menos de la mitad de los años que tengo hoy. Era una estudiante regular en la carrera de Letras. La noche del 22 de abril,

toda mi familia durmió en el mismo sitio: la casa de mis tíos Wence y Tita, en la colonia San Wenceslao, en Zapopan. Lejos, muy lejos de la tragedia, de Gante, de Analco. Muertos de miedo, amanecimos. Muchos sí tuvimos la suerte de seguir vivos el 23 de abril, y los demás días. Las explosiones no tuvieron réplica como se pronosticaba. Pero en su oleada de muerte, en los vivos nos dejó este desamparo de sabernos tan vulnerables, tan presos de los poderosos, de los negligentes. A los escritores de la ciudad, y a sus artistas, no les quedó más que crear. Estela contra el olvido es un volumen de ediciones Arlequín que vio la luz diez años después de la tragedia, publicado con la finalidad de reunir fondos para construir la polémica estatua conmemorativa que lleva el mismo nombre, ejecutada por Alfredo López Casanova y que hoy se encuentra en el corazón herido de Analco.

Han pasado veinte años y muchos no lo podemos creer. Hay generaciones que no tienen noticia del suceso, que no lo comprenden, simplemente no lo vivieron. Arlequín, a diez años de ese primer volumen y veinte de la tragedia, lanzó en su portal la versión electrónica del mismo, que se descarga de manera gratuita contando con el dispositivo y el programa adecuado. Su versión impresa, revisada, también está disponible.

Se trata de una compilación de poemas, cuentos, una obra de teatro de José Ruiz Mercado que se estrenó dos años después, y un análisis que Baudelio Lara hace a los dibujos de diferentes niños, que plasmaron su imagen mental de la tragedia.

Uno de sus compiladores, Felipe Ponce, hace referencia a los autores que murieron en el cami-no: cómo olvidar a Arturo Suárez, fallecido hace tres años, cuyos periquetes también dan cuenta de la fatídica mañana y los días posteriores: “PE-MEX suministró los *santos petróleos”. También se quedaron en el camino Enoé Eréndira y Miguel Ángel Hernández Rubio.

El libro se divide en tres partes, estructuradas de acuerdo con el planteamiento de los textos sobre antes, ese día, y después. Sorprende la impecable narrativa de Yolanda Zamora en su cuento “No es que me pese…”, que utiliza la voz de una prostituta que se quedó con las intenciones de volver al buen camino, la muerte no se lo permitió, y desde luego la

Voces que no se apagan

Dalia Zúñiga [email protected]

RESEÑA

Estela contra el olvidoFelipe Ponce y Jorge

Orendáin, compiladoresEdiciones Arlequín

Guadalajara, 2012127 pp.

sutileza del poema “Todo cambió de lugar” de Raúl Aceves, que en contraste, hace más suave el dolor, y que reproducimos con permiso de Felipe.

Si los hijos menores de 20 años, quieren saber qué dejó en la ciudad la tragedia, Estela contra el olvido es un buen referente de cómo lo fundamental es que algo quede, que a los muertos no sólo se les dé santa sepultura y que se les haga justicia con el mínimo pago que es el de la verdad de los culpables. Que se sepa que están los otros, los que sí se duelen, los que sí rena-cen de las cenizas, los que esperan una ciudad libre y sana para las generaciones futuras. V

Autores que participan:En orden alfabético por nombre de pila: Alejandro Zapa, Álvaro Morales, Andrés Caballero, Arturo Suaves (Arturo Suárez), Baudelio Lara, Cristina Gutiérrez Richaud, Dante Medina, Enoé Eréndira, Felipe Ponce, Guadalupe Morfín, Jorge Orendáin, Jorge Souza, José Brú, José Ruiz Mercado, Karla Sando-mingo, Leticia Villagarcía, Luis Vi-cente de Aguinaga, Luis Medina Gutiérrez, Marco Aurelio Larios, Martha Cerda, Mauricio Ramírez, Miguel Ángel Hernández Rubio, Miguel Reinoso, Rafael Medina, Ramiro Lomelí, Raúl Aceves, Raúl Bañuelos, Salvador Soltero, Silvia Eugenia Castillero, Yolanda Za-mora. V

Para descargar el e-book:www.edicionesarlequin.com.mx

ESPECIAL

La Estela, en el barrio de Analco

Raúl Aceves*

POEMA

Todo cambió de lugar

Todo cambió de lugarlas casas se fueron de ahícomo si un viaje urgentelas hubiera estado esperando.

Los cuadros colgados de la paredy la pared colgada del abismo.El río de agua muertamovía la sangre de la ciudadLos traxcavos removían los restosdel rompecabezas imposible de armar.

La intimidad quedó expuesta a cielo abiertolas ventanas quedaron inútiles en las paredescomo rectángulos abstractos que alguien dibujó.

Los vehículos volaron como pájaroslos pájaros cayeron duros como piedrasEl tiempo cambió de habitación:se hizo memoria.

*Tomado de Estela contra el olvido, de la página 57

ESPECIAL

La memoria sigue viva

Page 3: Suplemento Semanal

antesala

domingo 22 de abril de 2012 03VISOR

EL LECTOR SE LLEVA

MYRIAM PULIDO

MYRIAM PULIDO

La 3ª alternativa: para resolver los problemas más difíciles de la vida

Stephen R. CoveyEditorial Paidós

$249

El club de los abandonadosGisela Leal

Alfaguara$279

Santiago Vidaurri. Caudillo del noreste mexi-cano (1855-1864)

Artemio Benavides HinojosaTusquets Editores

$279

Cuentos completos José Maria Eça de Queirós

Siruela$251

Un jardín en BadalpurKenizé Mourad

Espasa Calpe$348

Siempre tuyoDaniel Glattauer

Alfaguara$229

La edad de la punzadaXavier Velasco

Alfaguara$239

Mesa de Novedades en Gandhi

Celeste RomeroTerapeuta infantil

30 años

En Gandhi

¿Cuántos libros compró hoy?Hoy compré cinco libros. Tres de Eduardo Galeano, Nosotros decimos no. Crónicas 1963-1988, Espejos: una historia casi universal y El libro de los abrazos (los tres de Siglo XXI Editores); otro libro acerca de China y otro cuento infantil.

¿Por qué?Los de Galeano, la mayoría ya los he leído y ahora los voy a regalar; el de China porque ahorita estoy interesada en ese país, como todo el mundo, y el otro es para mi sobrina, es un libro de cuentos nada más.

¿Qué tan frecuentemente compra un libro?Varía un poco, porque de repente los precios sí son un poco alarmantes. Lo bueno está caro y porque además depende mucho qué editorial y las traduc-ciones. Entre más bueno esté, más caros son. Así que vengo, me doy la vuelta, como cada seis meses, a menos que tenga que comprar un regalo; pero para mí, en lo personal, cada seis meses.

¿Cuántos libros lee en un mes?De repente tengo meses muy buenos o meses pésimos, pero un buen mes alcanzo a leer hasta dos libros y medio y uno muy malo no termino ninguno. Pero en general mi cabecera tiene tres.

Actualmente, ¿Qué libro recomendaría?Ahorita, particularmente, creo que un buen libro puede ser El hombre unidimensional de Herbert Marcuse, porque creo que te da un buen panorama de lo que uno es parte y de cómo el mundo se está moviendo. Es un análisis un poco social acerca de hacia dónde va este sistema y en dónde estamos ahorita.

¿Qué género literario suele leer?Soy más de sociología o psicología. V

El lector de Julio VerneAlmudena Grandes

Tusquets Editores$229

La tejedora de sombrasJorge Volpi

Planeta$248

Un ángel impuroHenning MankellTusquets Editores

$229

ESPECIAL

Lemus

versus Amara

A veces pasa que algunos escritores dictan poéticas severas y

chatas que ni siquiera ellos mismos tienen el cuidado de respetar”, dice Rafael Lemus sobre Luigi Amara.

Hace poco critiqué “El ensayo ensayo” de Amara (Letras Libres, febrero de 2012), que pide al ensayo alejarse de academia, periodismo y teoría. Ensayo-Torre de marfil que no se mezcla y busca ser “puro” ensayo yo-yo.

En LL de abril, Lemus publica “El ensayo como práctica” versus las ideas de Amara.

Pero al leerlo hace que Amara resulte más aventurado.

Lemus critica a Amara su purismo, ateorismo y su “definición cerrada y esencialista del ensayo... un género egotista e impresionista condenado a repetir los ademanes de su supuesto fundador”.

El problema es que el principal texto de Lemus —“Música de despedida. Alegato con delirio”, LL, noviembre de 2005— es una apología del ensayo cerrado, esencialista, egotista e impresionista y que la revista presentó así: “el crítico responde y propone una poética del ademán como género literario”.

“¿Exagerar? Todo el tiempo. No hay manera de defender un punto sin recargarlo”, dice.

¿Ensayo-Práctica? o ¿Ensayo-Ademán que “despotrica”?: “Ante la prudencia general, que la crítica vocifere” (“Balas de salva. Notas sobre el narco y narrativa mexicana”, septiembre de 2005).

ARCHIVO HACHE

Lemus frecuentemente ha defendido al ensayo como gesto romántico. “Yo prefiero defender al crítico soberbio... o al crítico lumpen... marginal”.

Y defiende a la teoría en un ensayo enteramente ateórico más tradicional que el de Amara, al que se subordina en un repaso de “categorías teóricas... qué sé yo”.

Amara niega el ensayo de tesis pero su “ensayo ensayo” la posee, al contrario del texto de Lemus, sin tesis propia. “Ensayo-práctica” no es juego estético ni concepto original.

Y aquí Lemus (cliché) dice que el ensayo piensa fuera del sistema. Pero antes ha defendido a la crítica como vocero del sistema: “última palabra”.

Dice: “su ventaja decisiva: la crítica aguarda, dirá la última palabra” (“Música de despedida”).

Hoy Lemus critica a Amara no querer mezclar formas de escritura pero en el propio sitio de LL —podcast, “Crítica a la crítica literaria” de 2008— pedía un regreso al crítico como vigilante de la pureza.

Abrumado por las mesas de novedades, denuncia que mezclen: “algo escrito por un autor acreditado o un actor improvisado, y ellos lo venden como si todo fuera exactamente lo mismo, y la tarea del crítico literario... es separar lo bueno de lo malo... lo válido de lo que no es válido, la literatura de la chatarra... El crítico literario tiene que hacerlo casi a gritos”.

Y ahí criticaba a la academia.Un Lemus que cree en el

ensayo romántico, vociferante y autoritario; otro, cuasi-liberal, referencial y estándar.

Ojalá vuelva el crítico romántico severo y chato que no era, al menos, laxo. V

Heriberto Yépezhyepez.blogspot.com

Page 4: Suplemento Semanal

literatura

MILENIO

La algarabía de la palabra escrita, de Carmen Villoro, es el libro que se regalará mañana, 23 de abril, Día Mundial del Libro. La edición es posible gracias a la generosidad de Avelino Sordo, Editorial Pandora, Librerías Gonvill, y por supuesto, de la poeta

La tarde clara y el viento calmo presagian un buen viaje. El sol intenso hace brillar a la buganvilia del puerto, casa de la escritora

y psicoanalista Carmen Villoro. Subidos al barco se presagia la travesía: conversación intensa en los lindes de un mar verde, donde habita un gato que no pasa al territorio de “Tonchi”, el otro felino macho que nos acompaña, ese sí, entregado a nuestro devaneo.

Carmen Villoro tiene nueve libros publicados, los más recientes: Espiga antes del viento, antología en la colección Clásicos Jaliscienses de la Secretaría de Cultura, y La algarabía de la palabra escrita, ensayo que verá luz a propósito del Día Mundial del Libro. La poeta, nacida en la Ciudad de México en 1958, avecindada en Guadalajara desde 1985, afirma que le parece muy loable que se hagan esfuerzos de esta naturaleza -regalar una edición completa- porque “no sabemos a qué manos van a llegar esos libros, pero seguramente van a ser semillitas que van a caer en tierra fértil y que van a generar cosas buenas”.

¿Qué produjo en ti que Avelino Sordo te pidiera escribir el libro conmemorativo del próximo 23 de abril?Fue un regalo para mí, por lo tanto el libro tiene que ser un regalo. Siempre me gustó su proyecto, me gustan los libros que ha publicado, me parece que los autores tienen mucha calidad. Hay verdaderas joyitas dentro de esta colección de libros en homenaje al libro, o a la lectura, o a la escritura. Así que lo sentí como una distinción y se lo agradezco; mi preocupación era poder hacer algo digno de esta colección.

¿De qué emociones se nutre La algarabía de la palabra escrita?Sobre todo se nutre de una plácida alegría, la que me produce estar en contacto con los libros. Leer toda mi vida, y desde hace mucho tiempo también escribir, es un placer que se parece mucho al placer que yo sentía cuando jugaba. Por eso todo el libro, este pequeño libro, o este pequeño conjunto de re-flexiones sobre la lectura, sobre la escritura, están pobladas de alusiones a la infancia y al juego, porque

es muy similar el tipo de experiencia emocional que yo tengo con las palabras, creo que es muy lúdico el acto de leer, aunque parezca muy pasivo, porque la cabeza juega, porque la imaginación vuela, porque hay fantasía.

Dejas en claro que el libro tiene competidores, ¿lo haces por relativizar a un objeto culturalmente encumbrado?Me parece que la vida es muy amplia. El libro es so-lamente una de las cosas que nos ofrece, es un objeto maravilloso pero creo que hay muchas otras cosas que las personas podemos disfrutar y de las que podemos aprender. Hay que verlo en su justa dimensión, ni ponderarlo tanto que entonces desvaloremos otras actividades, como podría ser el juego físico, o como

podría ser la experiencia de cualquier actividad, como preparar una ensalada, es tan válido como leer un poema, o el disfrute de la naturaleza.

Afirmas que el amor a los libros es un fenómeno extraño.Sí, porque se convierte en un vicio, en una pasión, sin que nos demos cuenta. De pronto se inocula un virus y ya no es posible librarse de él, en la vida entera. Por eso es extraño, porque de pronto se convierte en algo tan importante y tan generador de alegría que ya no sabes cómo llegaste a eso, porque llega por caminos subterráneos y desconocidos, y yo creo que eso es asombroso.

En parte, La algarabía de la palabra escrita es una guía para editores de literatura infantil, ¿por qué? A mí me ha gustado explorar la escritura para niños y al hacerlo me enfrenté con obstáculos, sobre todo con preguntas, porque ¿cómo llegarle a los niños? Creo que es tan difícil, o más, escribir para niños, que escribir para adultos, porque son mentes pu-ras y francas, no se guían por convencionalismos ni por autoritarismos, no hacen lo que se debe hacer, no son políticamente correctos, realmente siguen lo que genuinamente les parece bien, entonces, si tú no escribes, o no editas, o no contemplas ciertas cuestiones, pues el niño simplemente va a desechar el libro. Eso me hizo preguntarme cómo se captura la atención de un niño; uno de los capítulos del libro aborda este fenómeno, de cómo puede la literatura actuar como un anzuelo para pescar el interés, la cu-riosidad del niño, que no es nada fácil, pero lo pienso como un reto, dándoles a los niños esa importancia que tienen, como seres críticos e inteligentes.

Como lo sugieres en tu libro, compártenos un cuento de tu infancia que te haya dejado una intensa huella.El maravilloso Mago de Oz es un cuento que recuerdo con especial añoranza, me daba gusto y me daba miedo y muchas emociones fuertes: las brujas, que eran personajes muy terroríficos y el propio Mago de Oz, un personaje que, finalmente, acaba siendo descubierto como un personaje fatuo, con toda esta parafernalia con la que se hacía aparecer ante los otros, con este poder enorme, y que en algún mo-mento, es el perrito Totó el que descubre que se trata de un hombre común y corriente, que incluso tiene más preguntas que respuestas. Todos los persona-jes son muy significativos porque todos tienen una carencia, pero al mismo tiempo, lo que creen que es una carencia, acaba siendo algo que, sin saberlo, poseen. Creo que es un cuento que me dejó huella porque habla mucho de personajes que son comunes y corrientes, incluso frágiles, y que eso tiene un valor.

En la actualidad, ¿qué relación tienen esos perso-najes con tu autopercepción?En muchos momentos de la actualidad me remito a ese cuento, como me remito a otros también, porque me consuela. Me reanima pensar que lo que uno a veces siente como una deficiencia, finalmente re-sulta ser una fortaleza, entonces lo relaciono con mi manera de ser actual, porque creo que, más que mostrarse uno como poseedor de certezas e ir por el mundo como quien posee la verdad, creo que uno debe mostrarse como alguien que está en falta, y que a partir de esa falta, puede construir.

Narras que al leer Kásperle en el castillo de Alto-cielo descubriste la posibilidad de estar a solas. Es una revelación existencial. Es, de pronto, hacer conciencia de la soledad posible y de la soledad amable. Yo de eso me di cuenta, esa tarde que mis familiares no estaban, cuando me bajé a una terraza y leí horas, sola, y de pronto se hizo de noche; me cayó el veinte de que había estado a solas, bien, y creo que ese es un aprendizaje para siempre, fue un aprendizaje temprano.

¿Qué edad tenías?Debo haber tenido unos once años.

¿El mayor valor de la lectura es encontrar “la íntima y secreta locura con la que sí podemos convivir”?Sí, yo postulo eso. La lectura es una vía sublime para tramitar nuestra locura interna, es una vía segura y es una vía benigna. La lectura es una vía constructiva, es una vía generosa y es un camino que siempre nos lleva a un buen lugar. V

La lectura es una vía sublime para tramitar nuestra locura

Carlos [email protected]

ENTREVISTA

04 domingo 22 de abril de 2012

ABRAHAM PÉREZ

ABRAHAM PÉREZ

Carmen Villoro, a un lado de su altar a Sigmund Freud

Villoro considera esta edición un regalo para ella

Todo libro es un conjuro y un juguete;

un hechizo y una sombra; un fetiche

y un sortilegio, y en su abordaje, todo

lector es un mago, todo escritor un

niño. Carmen Villoro

Page 5: Suplemento Semanal

literatura

domingo 22 de abril de 2012 05VISOR

RECUENTO

La colección del Día Mundial del Libro

Fragmentos del capítulo IV,

“Juguetes”, de La algarabía

de la palabra escrita

Presentamos los títulos que han publicado Avelino Sordo y sus

aliados, en ese gesto que se antoja una locura, pero una locura para el bien público. De este proyecto, afirma: “Creo que no hay otro igual en el mundo, me atrevería a decir. Algo le tengo que devolver a mi ciudad, quizá ésta sea la vía, no lo sé”.

2001. Elogio del libroJorge EsquincaColección de doce ensayos bre-ves —exquisitas miniaturas— de gran calidad poética, que abor-dan el libro, la lectura y los lecto-res desde diversas perspectivas.

2003. Imposible que hables sin mis ojos. 23 poemas sobre el li-bro y la lecturaFelipe Ponce, compiladorAntología poética que incluye textos de Borges, Mistral, Neru-da, Cernuda, Paz y Huerta, entre otros.

2004. La mirada múltiple. Voces de catorce lectoresAvelino Sordo Vilchis, coordi-nadorEnsayos sobre el libro escritos por catorce personajes de diver-sas especialidades: Carlos Alba Vega, Jesús Arroyo Alejandre, José María Cantú, Silvia Eugenia Castillero, Víctor Castillo Bau-tista, Juan José Doñán, Alberto García Ruvalcaba, Alfonso Islas, Fabián Medina, Luis Adolfo Orozco, Rubén Orozco, Carlos Sánchez Gutiérrez, Jaramar Soto y Guillermo Vaidovits.

2005. El espejismo de la comuni-cación globalFernando del PasoLúcido, riguroso y brillante ensa-yo que analiza, desmenuza y dis-cute el famoso libro El choque de las civilizaciones y remodelación del nuevo orden mundial, del es-tadounidense Samuel Hunting-ton, que en aquellos años, era

algo así como el libro de cabecera de la administración Bush.

2006. Otro cantar. Invitación a la crítica literariaLuis Vicente de AguinagaAntología de textos en torno a la crítica literaria.

2007. ¿Quién despertará al final de mi sueño? Cinco cuentos para celebrar el libroAvelino Sordo Vilchis, coor-dinador Colección de cuentos escritos especialmente para la ocasión, por los más destacados prosistas de Guadalajara en ese momento: Eugenio Partida, Ce-cilia Eudave, Mariño González, Marco Aurelio Larios y César López Cuadras.

2008. Fervor intacto. El libro, el lector, la lecturaMa. Cristina Preciado, compi-ladoraTres ensayos extraordinarios: «El libro» de Jorge Luis Borges, «El lector infrecuente» de George Steiner y «El encuentro con los libros» de Albert Béguin.

2009. El libro y sus aliadosVicente QuirarteEnsayo-crónica-autobiografía, donde el autor nos cuenta de su encuentro y posterior estrechísi-ma relación con los libros.

2010. Los libros, las palabras, las transfiguracionesFernando Solana OlivaresEnsayo de gran rigor que propone una novedosa forma, pues ade-más no teme a recurrir con fortu-na a la ficción y otros géneros, para narrarnos la estrecha y amorosa relación del autor con los libros.

2011. Una familia de árboles. Reflexiones sobre los libros y la lecturaBlanca Luz PulidoA la luz de su visión de traductora de poesía y de su incondicional amor por las letras, la autora nos ofrece un ensayo lleno de refe-rencias y nostalgia . V

HUMBERTO MUÑIZ

ABRAHAM PÉREZ

CR

La palabra leer en manuscrito dibuja un oleaje calmo. La l es una ola alta seguida de dos e que se suceden para romper

con la última letra r sobre la arena de la página blanca. La palabra es fonema y es figura, es música visible y signo audible y traduce un estado del alma que se mece al vaivén que las letras, silencios y puntos le sugieren. Leer traduce y reproduce esa experiencia de estar y ser mecido, de abandonarse al ritmo de un océano interno cuyo flujo y reflujo reconforta.

Escribir en cambio, traza con sus hirientes ies el prurito de una inquietud que obliga a quitarse de encima las palabras, ponerlas en el texto, insectos peligrosos si se quedan adentro destilando el veneno de su demasiada pasión acumulada.

El acto de leer es plácido y dilatado, no implica tensión, sólo descarga. El acto de escribir es riesgo-so, como caminar en la orilla de un acantilado; una acción temeraria y con cierto incómodo despliegue mientras no se consigue llegar al punto final que certifica la consecución de una acabada idea.

El que lee está de buen humor. Cada tanto da un sorbo a su bebida para marcar con ese gesto la pauta del placer. No le molesta ser interrumpido porque simple y llanamente se ha desentendido del afuera, se ha sumergido en tal indiferente condición que la voz del afuera se escucha suave y lejos acolchada por la distancia del ajeno interés por lo que pasa lejos de esa zona de confort.

El que escribe se altera, cualquier interrupción le causa ruido, le hace corto circuito, le electrocuta el alma que necesita un aislante total, una cinta plástica negra para cubrir sus nervios mientras fluyen, se ato-ran, se le esconden, aparecen, se revelan, imágenes como peces fugaces que aprehender.

Escribir es construir la casa; leer es habitarla.Escribir tiene en su cuerpo el cri que crispa, el

bir bir bir de la tenacidad que es necesaria para que exista el libro en donde el otro, el lector, cuelgue su hamaca y se disponga a relajar su ser.

Locura que cura. Amor que todo locura. Locuras privadas que al hacerse públicas nos reconfortan. Benditas sean las anormalidades y las extravagancias de los hombres que nos permiten seguir siendo niños.

Entro en un libro sin zapatospara no hacer ruido.Con sigilo y cuidadoatravieso las habitacionesdonde sus personajes hablan.Me quedo quietapara no estorbar sus movimientos.Me da miedoque mi presencia cambieel rumbo del destinoque está escrito.

Cuando leo recorro el castillo de mi cuerpo. Entro en las habitaciones pobladas de recuerdos; abro una ventana para que entre la brisa de un jardín olvidado en la lejana juventud; ando y desando los pasillos y las escaleras que comunican espacios de edades diferentes pero que en mi castillo íntimo convergen; bajo por pasadizos secretos a sótanos oscuros donde viven monstruosas pesadillas alimentadas con los desperdicios de mi imaginación. En el libro que leo está la llave de tantas puertas cerradas que por fin se abren para mostrar los tesoros guardados.

Leer es un acto de intimidad y una experiencia sensual. Por ello elegimos para leer lugares de con-tacto con el cuerpo y sus sensaciones: la cama, el baño, la sombra de un árbol, una tumbona junto a la alberca bajo la caricia del sol. El ejercicio de la lectura es también un ejercicio de la piel.

No necesitamos cursos de lectura rápida. Lo que requerimos son cursos de lectura lenta. Aprender a paladear con gusto las palabras, a prolongar larga-mente una imagen, a perdernos en una dimensión sin tiempo y sin orillas, como los sueños; a deshacernos de la prisa de la información para quedarnos con la despresurada vivencia del placer.

Avelino Sordo Vilchis

Otro detalle del altar a Freud

Page 6: Suplemento Semanal

Ese inmigrante literario: Drácula en Londres

El capítulo II de Drácula nos revela al conde infame como un alma sensible, un literato. “Éstos”, le dice a Jonathan Harker, secuestrado en su castillo en ruinas, mientras acaricia los ejemplares

de su extensa biblioteca, “han sido buenos amigos míos, y durante algunos años ya, desde que tuve la idea de ir a Londres, me han dado muchas horas de placer. A través de ellos he llegado a conocer su gran Inglaterra, y conocerla es amarla. Ansío atravesar las calles atestadas de su Londres soberana, estar en el centro del torbellino y prisas de la humanidad, compartir su vida, su cambio, su muerte y todo lo que le hace ser lo que es”.

Drácula y yo vinimos a Londres por los mismos motivos: los libros, que nos hicieron soñarla.

Cuando el conde llega a tierras inglesas a bordo de un barco a la deriva, el cadáver del heroico capitán atado al timón, desembarca en Whitby, en las costas de Yorkshire. Ahí seduce a Lucy Westenra, en el cementerio de romanticismo inverosímil junto a las ruinas de la abadía que domina el pueblo y el mar. Después la seguirá hasta Londres.

En la novela de Bram Stoker, las relaciones entre Inglaterra y Transilvania, entre Oriente y Occidente y entre vivos y no-muertos no son muy afortunadas. Pero no faltan esfuerzos librescos por comprender la otredad; mientras el conde leía incluso almanaques en su castillo, Harker se hundía en los libros del reading room, la sala circular de lectura del Museo Británico, para conocer la tierra del hombre al que visitaría, pensaba él, nada más para venderle una casa.

En la meta-realidad, la investigación la hizo Stoker, quien en sus pocos ratos como secretario del actor Henry Irving se encerraba ahí, donde los cerebros más excelsos han estudiado, imaginado y recreado el mundo.

Hasta hace algunos años era posible visitar la sala de lectura bajo la cúpula decimonónica. Ahora el espacio aloja exposiciones especiales, y no queda sino llorar sus escritorios de tapiz turquesa que acogieron tanto a Lenin como al profesor Van Helsing, que ahí consultaba tratados de medicina antigua en su paso por Londres.

La suerte póstuma de Bram Stoker, a quien recordamos en el centenario de su muerte, y cuyo libro será leído mañana en la Rambla Cataluña para celebrar el Día Mundial del Libro, parece irremediablemente ligada al Rey de Reyes de los Vampiros. Pero qué ha sido de los escenarios por donde este no-muerto y no-vivo arrastró su cansancio y su hastío; qué aspecto ofrecen a los sobrevivientes de hoy Adriana Díaz Enciso

VISOR

ESPECIAL

Pero me adelanto. Volvamos a los Cárpatos. Drácula, cauteloso, le pide a Harker que le describa la casa que está a punto de adquirir: Carfax, en Purfleet, a unos 25 kilómetros de la gran ciudad. “Está rodeada por una barda alta de antigua estructura”, responde Harker, “y no ha sido reparada durante muchos años. Las puertas cerradas son de viejo roble y hierro, todo carcomido por la herrumbre”. Añade que los árboles del terreno lo vuelven lúgubre, que la construcción tiene añadidos discordantes, que está muy aislada y lo más cercano es un manicomio. El lector se pregunta qué clase de agente de ventas es.

Sin embargo, el conde queda muy complacido: “Me da gusto que sea grande y vieja. Yo mismo pertenezco a una antigua familia, y vivir en una casa nueva sería mi muerte”. Y continúa: “No busco alegría ni alborozo […]. Ya no soy joven, y mi corazón, a fuerza de años extenuados de llorar a los muertos, no está en sintonía con el regocijo”.

Siempre tuve ganas de ir a Purfleet. La descripción de Stoker me había descaminado. Parto de la pequeña estación de Fenchurch Street, primera terminal de ferrocarril de Londres. Aunque rodeada de un complejo de oficinas de acero y cristal, la fachada no debe ser muy distinta de la que habrían conocido Seward, los Harker y Quincey Morris, comandados por Van Helsing, en sus viajes entre Purfleet y Londres.

El tren atraviesa el paisaje más lejano imaginable de la campiña inglesa: zonas suburbanas y medio industriales entre una vegetación profusa que intenta distraer al viajero de tanta fealdad, la aguja de una iglesia sofocada por hileras de casas en serie, supermercados y fábricas de acero, hileras de viejos contenedores y un depósito de chatarra.

La estación de Purfleet es una raya pintada de mala gana entre las vías. Me asomo por el vidrio mugriento de la sala de espera, cerrada. Le pregunto a un joven de mirada torva por el centro del pueblo. Balbucea algo ininteligible. Me echo a andar siguiendo el único letrero: Purfleet Heritage Centre. Bordeando la autopista, pronto me doy cuenta de que no existe el centro del pueblo. Tampoco el pueblo en sí.

Purfleet es una aglomeración de casas nuevas y tan decadentes como los escasos edificios antiguos que

sobreviven. No hay ni una abarrotería, un expendio de periódicos, un mísero café, nada. Merodean adolescentes con expresiones peligrosas de hastío, más vampiros de Stephen King que de Stoker. A la izquierda corre el Támesis, sombrío.

El centro de la vida social es el Royal Hotel, sin un alma, edificio del siglo XIX con decoración de hotel de paso del XX, frente a la iglesia de St. Joseph. Ésta fue construida con el material de Purfleet House, la casa ahora derruida en la que se inspiró Stoker para crear Carfax.

Un jardín mal cuidado se extiende frente a la iglesia cerrada de polvorientos muros. Imposible concebir aquí el refugio de lo sagrado. Junto a la entrada hay una cruz de piedra dedicada a soldados muertos, con una corona de amapolas de plástico. Lo inusual es la otra cruz en el centro: dos burdos palos de madera atados con cuerdas, como si de verdad la hubieran levantado desesperadamente para alejar a los malos espíritus. Arrinconada a un lado hay una fuentecita, una mesa y cuatro bancas dispuestas para un convivio que da terror imaginar, bajo el lúgubre zureo de las palomas. En la barda, una placa presume la inspiración que el sitio le prodigó a Stoker.

El lugar no se parece nada a Carfax, pero es una perfecta versión siglo XXI de aquel atroz sometimiento del espíritu. Salgo emocionada, en busca del manicomio.

Purfleet tiene un prestigio militar por sus antiguos almacenes de pólvora. Leí que el único polvorín en pie es ahora el Heritage Centre, y que Stoker tomó Ordnance House, donde vivía el cuidador de almacenes, como modelo del hospital y hogar del doctor Seward —y de Renfield, devorador de moscas, arañas y almas, y acólito servil del vampiro—. El único polvorín que encuentro tiene puerta y ventanas tapiadas.

Bajo el sol opaco, como si no alcanzara a tocar esa realidad, los adolescentes están sentados frente al río o trepan a los juegos del centro infantil —ni un solo niño a la vista—. Alguien dibujó en el suelo con tiza de colores tres monitos sonrientes, niños sin vida atrapados en el asfalto.

Buena parte de Drácula ocurre en Purfleet, alrededor de la lúgubre vida del doctor Seward, sin amor, cuidando de sus locos y obsesionado con Renfield,

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domingo 22 de abril de 2012 07

literaturaESPECIAL

quien fervoroso espera a su vez señales de esa presencia ominosa en la casa vecina. Ahí sucede una de las escenas más memorables, el beso entre Drácula y Mina Harker, con su intercambio de un fluido precioso que la dejaría contaminada.

El Purfleet real no guarda rasgo alguno de estética gótica. Lo que Stoker capturó es una atmósfera de muerte que el tiempo no ha borrado.

De regreso en Fenchurch Street, la sucia Babilonia me pareció más hermosa que nunca.

◆ ◆ ◆Al centro de Londres-Babilonia llegaron las 50 cajas llenas de tierra —dormitorios portátiles— del conde Drácula: la estación de Kings Cross. Como sucede con las grandes estaciones, los alrededores son un tanto sórdidos, y siempre hay obras públicas sumándose al caos. Acaban de inaugurar una nueva área de acceso para los 47 millones de pasajeros que utilizan la estación cada año. El audaz diseño se pierde en el centro comercial, con las mismas cadenas de negocios de todas las estaciones y terminales de aeropuertos.

Drácula es una alabanza al progreso y a Londres como ciudad imperial, eje del movimiento del mundo moderno. La novela es una espiral vertiginosa de viajes que gira alrededor de múltiples estaciones de tren.

Al profesor Van Helsing lo vemos llegar a la estación de Liverpool Street, en la City, alrededor de la cual se ha construido un enorme armazón de cristal de tres pisos que permite apreciar la construcción original con sus graciosos ornamentos victorianos. Las estaciones de tren son como templos. Pese al caos, movimiento y suciedad del tránsito constante, aún emocionan, y quizás así fueron construidas: templos al progreso que cantaba, bufando, el nuevo ferrocarril.

Van Helsing se hospedaba en el Great Eastern Hotel (ahora Andaz). El exterior de brillante ladrillo rojo y cornisas blancas sigue ahí, con su primorosa techumbre y una incongruente entrada de puerta giratoria. Entro: a otra realidad, un lobby negro y gris a media luz con cierta estética de table dance. El olor a desinfectante acentúa la tristeza. El mostrador al centro es de aspecto funerario. Los interiores han sido remodelados por completo y, lóbregos, no serían un hábitat descabellado para un vampiro actual, aunque sospecho que a Van Helsing ya no le gustarían.

En la frenética odisea de Drácula los personajes no dejan de viajar. De Charing Cross parten los héroes, ya bastante averiados (Mina con la marca de la hostia en la frente que denota su impureza, Jonathan con el pelo blanco), hacia París, donde tomarán el Expreso Oriente para dar caza al vampiro.

A la entrada de Charing Cross hay una réplica de la cruz que marcó el último descanso del cortejo fúnebre de Eleonor de Castilla. Ahora torea la entrada y salida de incansables black cabs, los taxis londinenses. La estación, atravesada por corrientes de aire, con su caterva de cadenas de sándwiches para llevar y su reloj victoriano como de cuento, está en el Strand, una zona de no poca majestad. El hotel Charing Cross fue construido al mismo tiempo que la estación. Conserva lujosos interiores decimonónicos, estampa de glorias pasadas que da la espalda a las hordas de turistas o borrachos que por las noches llenan la estación de metro o a los pordioseros afuera de los teatros. Cerca, afuera de la National Portrait Gallery, está la estatua de Henry Irving, solemne y muy peinadito. Dicen que fue para Stoker el modelo de Drácula, quizá inconscientemente. (Lo mejor de la novela proviene del inconsciente del autor, que si se hubiera dado cuenta, mojigato como era, de lo que estaba diciendo, la habría pasado mal.)

Esta variedad de humanidad y destinos fue lo que trajo a Londres a Drácula, un no-muerto cansado del dolor de la vida, pero ávido al fin de vida —ajena—. Por eso habrá elegido como vivienda extra (al vampiro nunca le falta dinero, el oro excrementicio de la vida que perdió) la casona en el número 347 de Piccadilly, epicentro de esa apabullante humanidad.

Es tanta la tentación de la sangre humana que un septiembre lo vemos ¡de día! en plena calle. Jonathan y Mina caminan por Rotten Row en Hyde Park Corner. Por la pista para montar cubierta de arena se dejaban ver las clases altas. Sigue siendo territorio de riqueza, embajadas, comercios exclusivos, Rolls Royces, bares de champaña.

Luego la pareja se adentra en el bullicio de Piccadilly. Pasaría por los muros verde pistache de Fortnum & Mason (donde la familia real hace

sus compras y a cuyas puertas Oscar Wilde, a quien Stoker le bajó la novia, soportó una vez el escarnio de los transeúntes). De pronto, Jonathan palidece. El conde, rejuvenecido, mira con fijeza y lascivia a una joven hermosa en un carruaje afuera de la exclusiva joyería Giuliano’s. Ésta ya no existe, pero queda mucha exclusividad en Piccadilly, con sus rutilantes arcadas comerciales y cafés de abolengo entre la democrática turbamulta de turistas que atestan las cadenas de cafeterías.

Hay también hoteles de lujo: Arthur, el viudo de Lucy (pues su sangre se unió en la transfusión: esa es la boda), se alberga en el Albermarle; Van Helsing escribe un día desde el Berkeley. Y está el Ritz, con su elegante arquería que protege interiores de lujo inaccesible. La vi pintarrajeada y con vidrios rotos el año pasado, durante la marcha en protesta por los recortes al presupuesto público. Ya no vi en la noche el estallido de una turba más bien disminuida, pero que alcanzó a encender una fogata a unos pasos de la estatua de Eros. Me sé historias de los de arriba y los de abajo en ese hotel: una ex alumna trabajaba en el área de limpieza y contaba anécdotas de bajos salarios y huéspedes fieles, como una prostituta de ingresos impresionantes.

A Drácula le habrían interesado esas historias, habría mirado con atención las sombras de los jóvenes bailando alrededor del fuego, la exhibición de los extremos de una confusa condición humana.

En la esquina del Ritz, Van Helsing, Harker y Seward saltan de su carruaje mientras Arthur y Morris convencen a un cerrajero de que les abra la puerta de la casa del conde, con la esperanza de esterilizar a punta de hostias (consagradas) sus cajones de tierra. Los tres primeros esperan ansiosos la señal para alcanzarlos, espiando desde Green Park.

Green Park es adonde Mina y Harker se encaminan cuando a éste se le escapa la fuerza después de ver al conde rejuvenecido. En una banca bajo la sombra se queda dormido con la cabeza apoyada en el hombro de su esposa, en una de esas escenas de languidez masculina que tanto enredan la identidad de los sexos en la novela.

Yo camino por Green Park en un día cálido de primavera. Los narcisos asoman sus cabezas amarillas; la renovación del mundo nos saca del letargo invernal, pero las ramas de los árboles aún están desnudas y bajo la luz radiante del sol parecen hechas de oro.

El gozo corre con la rapidez de un virus: igual que los narcisos, la gente sale, ríe, grita, somos flores arrojadas al deleite de la hierba y el sol —es difícil encontrar una banca vacía—. A la entrada se acumulan bolsas de basura. Ser humano: gozo, renovación, ruido, basura. El misterio que a Drácula lo llena de nostalgia.

La casa de Drácula tendría que estar en el 347 de Piccadilly, pero ese número no existe. La busco partiendo de la descripción. Tiene fachada de piedra y unas escalinatas a la entrada. Me inclino por la majestuosa casa en el 139, junto al Hard Rock Café. Para llegar tengo que abrirme paso entre una horda de turistas adolescentes que hacen cola a la entrada. El sudor de estas decenas de casi niños, tras un día de andar turisteando bajo el sol, es agobiante. Humanidad, pienso, conteniendo el aliento.

El número 139 es ahora un conjunto de oficinas. Me gusta la herrería de los balcones del edificio contiguo, así que hago de la casa de Drácula una mezcla de ambas construcciones. Doy vuelta a la esquina de Piccadilly para ver si tras la casa hay restos de los establos que describe Harker. Los hay, convertidos en el estacionamiento del hotel Four Seasons. Salgo del otro lado, callejones manchados y contenedores de basura, las sórdidas puertas traseras del exclusivo barrio de Mayfair. Enfrente, el edificio de cristal negro y funerario de Playboy of London.

◆ ◆ ◆Todo Londres es tierra de contrastes, como bien lo sabía Drácula. Convenía guardar unos cajones en Mayfair, pero el viejo East End ofrecía otras formas de invisibilidad. Los cruzados del doctor Van Helsing localizan los elusivos ataúdes en Bethnal Green, Walworth, Mile End, Poplar y Bermondsey. Éstas son ahora áreas multiculturales y multiétnicas; a lo

Con motivo de los cien años de la muerte de Bram Stoker (1847-1912), la Universidad del Claustro de Sor Juana dará a conocer sus diarios inéditos. El manuscrito de

cien páginas fue encontrado en un ático de la Isla de Wight, al sur de Gran Bretaña. En él, Stoker describe el Dublín de finales del siglo XIX y, según su sobrino nieto, presenta numerosos paralelismos con el diario que escribe Jonathan Harker. Por otro lado, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara comenzará el lunes 23 de abril un maratón de lectura de Drácula, obra elegida para celebrar el Día Mundial del Libro.

Continúa en la página 8

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literatura08 domingo 22 de abril de 2012 MILENIO

El capítulo II de Drácula nos revela al conde infame como un alma sensible, un literato. “Éstos”, le dice a Jonathan Harker, secuestrado en su castillo en ruinas, mientras acaricia los ejemplares

de su extensa biblioteca, “han sido buenos amigos míos, y durante algunos años ya, desde que tuve la idea de ir a Londres, me han dado muchas horas de placer. A través de ellos he llegado a conocer su gran Inglaterra, y conocerla es amarla. Ansío atravesar las calles atestadas de su Londres soberana, estar en el centro del torbellino y prisas de la humanidad, compartir su vida, su cambio, su muerte y todo lo que le hace ser lo que es”.

Drácula y yo vinimos a Londres por los mismos motivos: los libros, que nos hicieron soñarla.

Cuando el conde llega a tierras inglesas a bordo de un barco a la deriva, el cadáver del heroico capitán atado al timón, desembarca en Whitby, en las costas de Yorkshire. Ahí seduce a Lucy Westenra, en el cementerio de romanticismo inverosímil junto a las ruinas de la abadía que domina el pueblo y el mar. Después la seguirá hasta Londres.

En la novela de Bram Stoker, las relaciones entre Inglaterra y Transilvania, entre Oriente y Occidente y entre vivos y no-muertos no son muy afortunadas. Pero no faltan esfuerzos librescos por comprender la otredad; mientras el conde leía incluso almanaques en su castillo, Harker se hundía en los libros del reading room, la sala circular de lectura del Museo Británico, para conocer la tierra del hombre al que visitaría, pensaba él, nada más para venderle una casa.

En la meta-realidad, la investigación la hizo Stoker, quien en sus pocos ratos como secretario del actor Henry Irving se encerraba ahí, donde los cerebros más excelsos han estudiado, imaginado y recreado el mundo.

Hasta hace algunos años era posible visitar la sala de lectura bajo la cúpula decimonónica. Ahora el espacio aloja exposiciones especiales, y no queda sino llorar sus escritorios de tapiz turquesa que acogieron tanto a Lenin como al profesor Van Helsing, que ahí consultaba tratados de medicina antigua en su paso

por Londres.Pero me adelanto. Volvamos a los Cárpatos. Drácula,

cauteloso, le pide a Harker que le describa la casa que está a punto de adquirir: Carfax, en Purfleet, a unos 25 kilómetros de la gran ciudad. “Está rodeada por una barda alta de antigua estructura”, responde Harker, “y no ha sido reparada durante muchos años. Las puertas cerradas son de viejo roble y hierro, todo carcomido por la herrumbre”. Añade que los árboles del terreno lo vuelven lúgubre, que la construcción tiene añadidos discordantes, que está muy aislada y lo más cercano es un manicomio. El lector se pregunta qué clase de agente de ventas es.

Sin embargo, el conde queda muy complacido: “Me da gusto que sea grande y vieja. Yo mismo pertenezco a una antigua familia, y vivir en una casa nueva sería mi muerte”. Y continúa: “No busco alegría ni alborozo […]. Ya no soy joven, y mi corazón, a fuerza de años extenuados de llorar a los muertos, no está en sintonía con el regocijo”.

Siempre tuve ganas de ir a Purfleet. La descripción de Stoker me había descaminado. Parto de la pequeña estación de Fenchurch Street, primera terminal de ferrocarril de Londres. Aunque rodeada de un complejo de oficinas de acero y cristal, la fachada no debe ser muy distinta de la que habrían conocido Seward, los Harker y Quincey Morris, comandados por Van Helsing, en sus viajes entre Purfleet y Londres.

El tren atraviesa el paisaje más lejano imaginable de la campiña inglesa: zonas suburbanas y medio industriales entre una vegetación profusa que intenta distraer al viajero de tanta fealdad, la aguja de una iglesia sofocada por hileras de casas en serie, supermercados y fábricas de acero, hileras de viejos contenedores y un depósito de chatarra.

La estación de Purfleet es una raya pintada de mala gana entre las vías. Me asomo por el vidrio mugriento de la sala de espera, cerrada. Le pregunto a un joven de mirada torva por el centro del pueblo. Balbucea

algo ininteligible. Me echo a andar siguiendo el único letrero: Purfleet Heritage Centre. Bordeando la autopista, pronto me doy cuenta de que no existe el centro del pueblo. Tampoco el pueblo en sí.

Purfleet es una aglomeración de casas nuevas y tan decadentes como los escasos edificios antiguos que sobreviven. No hay ni una abarrotería, un expendio de periódicos, un mísero café, nada. Merodean adolescentes con expresiones peligrosas de hastío, más vampiros de Stephen King que de Stoker. A la izquierda corre el Támesis, sombrío.

El centro de la vida social es el Royal Hotel, sin un alma, edificio del siglo XIX con decoración de hotel de paso del XX, frente a la iglesia de St. Joseph. Ésta fue construida con el material de Purfleet House, la casa ahora derruida en la que se inspiró Stoker para crear Carfax.

Un jardín mal cuidado se extiende frente a la iglesia cerrada de polvorientos muros. Imposible concebir aquí el refugio de lo sagrado. Junto a la entrada hay una cruz de piedra dedicada a soldados muertos, con una corona de amapolas de plástico. Lo inusual es la otra cruz en el centro: dos burdos palos de madera atados con cuerdas, como si de verdad la hubieran levantado desesperadamente para alejar a los malos espíritus. Arrinconada a un lado hay una fuentecita, una mesa y cuatro bancas dispuestas para un convivio que da terror imaginar, bajo el lúgubre zureo de las palomas. En la barda, una placa presume la inspiración que el sitio le prodigó a Stoker.

El lugar no se parece nada a Carfax, pero es una perfecta versión siglo XXI de aquel atroz sometimiento del espíritu. Salgo emocionada, en busca del manicomio.

Purfleet tiene un prestigio militar por sus antiguos almacenes de pólvora. Leí que el único polvorín en pie es ahora el Heritage Centre, y que Stoker tomó Ordnance House, donde vivía el cuidador de almacenes, como modelo del hospital y hogar del doctor Seward —y de Renfield, devorador de moscas, arañas y almas, y acólito servil del vampiro—. El único polvorín que encuentro tiene puerta y ventanas tapiadas.

Bajo el sol opaco, como si no alcanzara a tocar esa realidad, los adolescentes están sentados frente al río o trepan a los juegos del centro infantil —ni un solo niño a la vista—. Alguien dibujó en el suelo con tiza de colores tres monitos sonrientes, niños sin vida atrapados en el asfalto.

Buena parte de Drácula ocurre en Purfleet, alrededor de la lúgubre vida del doctor Seward, sin amor, cuidando de sus locos y obsesionado con Renfield, quien fervoroso espera a su vez señales de esa presencia ominosa en la casa vecina. Ahí sucede una de las escenas más memorables, el beso entre Drácula y Mina Harker, con su intercambio de un fluido precioso que la dejaría contaminada.

El Purfleet real no guarda rasgo alguno de estética gótica. Lo que Stoker capturó es una atmósfera de muerte que el tiempo no ha borrado.

De regreso en Fenchurch Street, la sucia Babilonia me pareció más hermosa que nunca.

◆ ◆ ◆Al centro de Londres-Babilonia llegaron las 50 cajas llenas de tierra —dormitorios portátiles— del conde Drácula: la estación de Kings Cross. Como sucede con las grandes estaciones, los alrededores son un tanto sórdidos, y siempre hay obras públicas sumándose al caos. Acaban de inaugurar una nueva área de acceso para los 47 millones de pasajeros que utilizan la estación cada año. El audaz diseño se pierde en el centro comercial, con las mismas cadenas de negocios de todas las estaciones y terminales de aeropuertos.

Drácula es una alabanza al progreso y a Londres como ciudad imperial, eje del movimiento del mundo moderno. La novela es una espiral vertiginosa de viajes que gira alrededor de múltiples estaciones de tren.

Al profesor Van Helsing lo vemos llegar a la estación de Liverpool Street, en la City, alrededor de la cual se ha construido un enorme armazón de cristal de tres pisos que permite apreciar la construcción original con sus graciosos ornamentos victorianos. Las estaciones de tren son como templos. Pese al caos, movimiento y suciedad del tránsito constante, aún emocionan, y quizás así fueron construidas: templos al progreso que cantaba, bufando, el nuevo ferrocarril.

Van Helsing se hospedaba en el Great Eastern Hotel (ahora Andaz). El exterior de brillante ladrillo rojo y cornisas blancas sigue ahí, con su primorosa techumbre y una incongruente entrada de puerta giratoria. Entro: a otra realidad, un lobby negro y gris a media luz con cierta estética de table dance. El olor a desinfectante acentúa la tristeza. El mostrador al centro es de aspecto funerario. Los interiores han sido remodelados por completo y, lóbregos, no serían un hábitat descabellado para un vampiro actual, aunque sospecho que a Van Helsing ya no le gustarían.

En la frenética odisea de Drácula los personajes no dejan de viajar. De Charing Cross parten los héroes, ya bastante averiados (Mina con la marca de la hostia en la frente que denota su impureza, Jonathan con el pelo blanco), hacia París, donde tomarán el Expreso Oriente para dar caza al vampiro.

A la entrada de Charing Cross hay una réplica de la cruz que marcó el último descanso del cortejo fúnebre de Eleonor de Castilla. Ahora torea la entrada y salida de incansables black cabs, los taxis londinenses. La estación, atravesada por corrientes de aire, con su caterva de cadenas de sándwiches para llevar y su reloj victoriano como de cuento, está en el Strand, una zona de no poca majestad. El hotel Charing Cross fue construido al mismo tiempo que la estación. Conserva lujosos interiores decimonónicos, estampa de glorias pasadas que da la espalda a las hordas de turistas o borrachos que por las noches llenan la estación de metro o a los pordioseros afuera de los teatros. Cerca, afuera de la National Portrait Gallery, está la estatua de Henry Irving, solemne y muy peinadito. Dicen que fue para Stoker el modelo de Drácula, quizá inconscientemente. (Lo mejor de la novela proviene del inconsciente del autor, que si se hubiera dado cuenta, mojigato como era, de lo que estaba diciendo, la habría pasado mal.)

Esta variedad de humanidad y destinos fue lo que trajo a Londres a Drácula, un no-muerto cansado del

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