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8/19/2019 Thils Gustave - Santidad Cristiana - Compendio de Teologia Ascetica
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G U S T A V E T H I L S
SANTIDAD
CRISTIANA
8/19/2019 Thils Gustave - Santidad Cristiana - Compendio de Teologia Ascetica
2/302
G U S T A V E T H I L S
SANTIDAD
CRISTIANA
COMPENDIO DE TEOLOGÍA ASCÉTICA
Segunda edición
E D I C I O N E S S I G Ú E M E
Apar tado 332
S A L A M A N C A
1 9 6 2
8/19/2019 Thils Gustave - Santidad Cristiana - Compendio de Teologia Ascetica
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T r a da c c i ó n d i r e c t a po r M A R Í A D O L O R E S L Ó P E Z . O bra original belga: Sainttté Cbrítiennt,
de
G U S TA V B T H I L S , publ icada por Edi t ions L annoo, T ie l t B élgica)
C O L E C C I Ó N
« L U X M U N D I »
5
Esta segunda edición
ha
sido ampliamente revisada por
el Autor,
el
cual agradece
a
sus amigos
de
habla espa
ñola la cordial acogida dispensada a esta obra.
La adaptación
de la
bibliografía
se
debe
al
Instituto
Sacerdotal Pío
XII, de
Valencia.
Nl H I L OB S T A :
El censor, FRANCISCO J.
ALTES
ESCRIBA, pbro.
Barce lona , 19
de
n o v i e m b r e
de
1959
IMPRÍMASE:
JUAN SERRA PU IG ,
Vicario General
P o r m a n d a t o de Su Excia . R vdma.
ALEJANDRO
PB C H , pbro., Canciller-Secretario
© Ediciones Sigúeme
ES PR O PI ED A D N ú m . R e g i s t r o SA - 1 71 PR I N TED
IN
SPAIN
Dep ósi to lega l : B . 10076 -1962 — Impre nta Al tes , S, L. , Earce lona
Í N D I C E G E N E R A L -
Págs.
INTRODUCCIÓN 13
PRIMERA PARTE
LA SANTIDAD CRISTIANA
I. NATURALEZA
Y
DIMENSIONES
1. Aspecto dogmático 20
2. Aspecto moral 23
3. Las dos dimensiones de la santidad 25
4. Concepciones incompletas 30
II.
CRITERIO
Y
CARACTERÍSTICAS
1.
El criterio 34
2.
Universalismo
del
llamamiento
39
3.
Realización diferenciada 43
4.
Errores y concepciones incompletas 50
III. FUNDAMENTOS
Y
TÍTULOS
1. El fundamento radical 54
2.
Obligación universal
56
3.
Títulos particulares 58
SEGUNDA PARTE
MISTERIO CRISTIANO
Y
SANTIDAD
I. ASIMILACIÓN
A LA
SANTÍSIMA TRINIDAD
1. La
vida trinitaria
67
2. El hombre, colaborador de Dios 71
3. El cristiano, semejante a Dios 73
4.
Tres problemas 77
II. UNION
CON
EL PADRE
Y
EL HIJO
-
1. Dios es Padre 82
2. Cristo, centro del orden cristiano 84
3.
Filii in Filio 86
4.
El
orden temporal «cristiano»
91
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Índice general
III. EL ESPÍRITU SANTO
1. El Espíritu de Dios 96
2.
La humanidad espiritual 98
3. La creación «espiritual» 103
IV . EL MUNDO CELESTIAL
1.
La Mad re del Señor 105
2. Los ángeles y la vida cristiana 113
3. Los santos y la vida cristiana 115
V.
LA IGLESIA SANTA Y UNIVERSAL
1. La Iglesia, pueblo de Dios 117
2.
La Iglesia, religión y liturgia 118
3. La Iglesia y su testimonio doctrinal 123
4 .
La Iglesia, comunidad apostólica 125
VI . LA IGLESIA Y LOS SACRAMENTO S DE LA FE
1. Los sacramen tos 132
2.
Los sacramentos de la iniciación cristiana 140
3. El sacramento de la eucaristía 145
4. El sacramento del orden 151
5.
El sacramento del matrimonio 165
VII.
LA CRUZ Y LA GL ORIA
1. Muer te y resurrección de Cristo 179
2. Sentido del pecado y redención 184
3. El sentido cristiano del sufrimiento 189
4 .
El misterio de la muerte 194
5.
El retorno del Señor y la vida eterna 199
VIII. LA VOCACIÓN PERSONAL
1. La vocación 203
2. Las gracias de estado 205
TERCERA PARTE
OBSTÁCULOS PARA LA SANTIFICACIÓN
I. EL PECADO
1. Dimensiones y clases 211
2. La culpa original 213
3.
El pecado mortal 216
4 .
El pecado venial 220
5.
Las imperfecciones 222
II.
LAS CAUSAS DEL PECADO
1. El hombre 224
2. Satanás 226
3. El mundo y la sociedad 231
4. La tentación 233
índice general
Pá g s .
III.
I A S CONSECUENC IAS DEL PECADO
1.
Las secuelas del pecado 237
2. Penas temporales. El purgatorio 239
3. Penas eternas. El infierno 242
IV . LA REMISIÓN DE LOS PECADOS
1. Arrepe ntimento y conversión 245
2.
La virtud de la penitencia 247
3. Penitencias e indulgencias 250
4. La obra sacramental 258
CUARTA PARTE
MORAL Y VIRTUDES CRISTIANAS
I. IA MORAL CRISTIANA
1. La vida moral del cristiano 265
2. Fuentes y factores de moralidad 271
3.
Acción divina y acción huma na 278
4 .
El «medio» de santificación 281
5. Las virtudes «cristianas» 287
II.
ORIENTACIONES CRISTIANAS EVANGÉLICAS
1. Seguir a Cristo 291
2. Disponibilidad y renunciamiento 294
3. Tome su cruz 299
III.
VIRTUDES CRISTIANAS FUNDAME NTALES
1. La humildad 303
2. Prude ncia y sentido común 307
3. Tenacidad y perseverancia 311
IV . TENDENCIAS INNATAS E INSTINTIVAS
1. Tendenc ias relativas a la vida orgánica 315
2.
Tende ncias relativas a la conservación de la especie . . . 321
3. La afirmación de si mismo 328
4 .
La realización de una obra 333
V.
VIRTUDES DE LA VIDA EN SOCIEDAD
1. Sociabilidad 342
2. Justicia y veracidad 345
3. Virtudes del orden social 350
4 .
Obedecer y manda r ^ 356
VI .
LA VIRTUD D E RELIGIÓN
1. La religión 364
2. La oración 370
3.
El día del Señor 374
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índice general
Págs .
V II .
LA FE TEOLOGAL
1. La virtud de la fe 378
2. La fe y el mundo sobrenatural 381
3. La fe y el mundo terreno 384
VIII . LA ESPERANZA CRISTIANA
1. La esperanza 386
2.
Esperar en Dios 388
3.
Esperar el orden cristiano total 390
IX, LA CARIDAD TEOLOGAL
1.
La caridad o ágape 393
2.
Caridad para con Dios 397
3. La caridad para con el prójimo 401
QUINTA PARTE
VIDA Y CRECIMIENTO
I.
EL CRECIMIENTO DE LA VIDA CRISTIANA
EN NOSOTROS
1. Las «vías» de la vida espiritual 409
2.
Crecimiento de la gracia 412
3. Los dones del Espíritu Santo 416
II.
CRECIMIENTO TEOLOGAL EN EL PLANO SICOLÓGICO
1. Conocimiento y conciencia 421
2.
Amor y afecto 426
III.
CRECIMIENTO Y VOCACIÓN TEMPORAL
1. Progreso «cristiano» y tareas temporales 430
2.
Caracteres de este crecimiento 433
IV.
PRECEPTOS Y CONSEJOS
1. Natura leza de los consejos 436
2.
Crecimiento en la práctica de los consejos 44 1
3. Los consejos evangélicos 44 3
V. PROPTER REGNUM COELORUM
1. El martirio 44 9
2. La pobreza real 452
3.
El don de la virginidad 457
4 .
La ofrenda de la «disposición de sí mismo» 461
V I. VIDA CRISTIANA MÍSTICA
1. Nociones preliminares 465
2.
Caracteres generales 470
3.
Mística y santidad 474
índice general
Págs .
V II . LA VIDA CRISTIANA M ÍSTICA «CARACTERIZAD A»
1. Metamorfosis y purificaciones . 479
2.
Formas concretas y etapas sucesivas 486
3. Fenómenos particulares 492
V II I . PROBLEMAS DE CRECIMIENTO
1. Fervor y tibieza 496
2.
Temperam entos escrupulosos 500
3.
El discernimiento de las buenas inspiraciones 505
SEXTA PARTE
INSTRUMENTOS Y CONDICIONES DE SANTIDAD
I.
EL EJERCICIO DE LA MEDITACIÓN Y LA ORACIÓN
1.
Principios generales 511
2.
La meditación, esquema y métodos 520
3. Formas de meditación y de oración 526
II.
LOS AUXILIOS TRADICIONALES
1. El conocimiento de sí mismo 531
2.
El director espiritual 537
3. Lecturas y estudios religiosos 547
4 . Amistad, asociaciones, medios de vida y ret iros . . . . 553
III. LOS DIFERENTES «REGÍMENES ESPIRITUALES»
1. Necesidad universal de un régimen de medios de santi
ficación 562
2.
El estado de perfección 566
3. Los estados de perfección 581
ÍNDICES
ÍNDICE DE CITAS BÍBLICAS 595
ÍNDICE DE AUTORES 598
ÍNDICE DE MATERIAS 602
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I N T R O D U C C I Ó N
i
SANTIDAD CRISTIANA
Al elegir com o títu lo « S a n t i d a d C r i s t i a n a » h em os
querido subrayar e l centro de referencia de todo este l ibro:
la santidad real según e l ideal de Cris to, la santidad que se da
a aquellos que practican heroicamente la caridad teologal,
núcleo y resumen de toda la Ley cris tiana, la verdadera santidad
a los ojos de Dios y a los ojos de la Iglesia, de la que dan
testimonio los procesos de canonización, la única santidad para
todas las criaturas , cualquiera que sea su condición, la sola
y única santidad para los seglares y para los monjes, para los
sacerdotes y para los re ligiosos, para los ricos y para los pobres ,
para las personas cultivadas y para las que no poseen instruc
ción alguna.
Los que son realmente santos en este mundo, en cuales
quiera circunstancias , son, fundamental y eminentemente, hijos
del Padre,
hermanos
de Cris to y
espirituales
en el Espíritu.
Los que son realmente santos en este mundo, cualquiera que
sea su estado, son, de la manera más absoluta y por excelencia ,
imagen del Señor, subditos del Reino, testigos de la ciudad
celeste . Los que son realmente santos en este mundo, en cual
quier género de vida, son los «perfectos» en el sentido radical
y evangélico del término, la anticipación más auténticamente
«escatológica» de la comunidad de los e legidos, la «alabanza»
más a lta de la Santís ima Trinidad, la más bella joya del
«esplendor» de la Iglesia.
Se percibe el aliento de «realismo» y de «universalismo»
que hemos tratado de dar a estas páginas, destinadas a todos
los cristianos y que resumen a tal propósito las exigencias
esenciales de la doctrina evangélica así como las orientaciones
más arraigadas en la tradición eclesiástica. Porque «la santidad
no es un privilegio concedido a unos y denegado a otros , s ino
el común destino y la obligación común a todos. . . Sed pues
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Nadie ha de
imaginar que este precepto va dirigido a un pequeño número
de almas elegidas, y que a los demás les es lícito quedarse en
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14
Introducción
un grado inferior. El texto es c laro, esta ley apremia a todos los
hombres, s in excepción. Por otra parte la his toria nos dice que
los que han a lcanzado las cimas de la perfección cris tiana son
personas de todas las edades y de todas las condiciones»
(Pío XI, AAS, 15 [1923], 50 y 59).
Todos son l lamados a la santidad; todos pueden l legar a ser
santos. Porque la santidad cris tiana, que es una y única, es
susceptible de realizarse de diversas maneras , incluso parcia l
mente divergentes , según las circunstancias de la vida de cada
cual. El padre De Guibert, comparando la vida común con
yugal y la vida comunitaria re ligiosa, lo hace notar oportuna
mente. «En más de un aspecto hallaremos grandes diferencias ,
no sólo en la práctica de la virtud, sino aún en el ideal de la
misma, entre la forma de concebir la abnegación y renuncia
miento en la vida conyugal y en la re ligiosa; la mutua caridad,
por ejemplo, entre esposos, padres e hijos supone, necesaria
mente, afectos de ternura que no se encuentran con iguales
tendencias por lo menos en la mutua caridad de los miembros
de una familia religiosa... Por esta causa, a mi juicio, no puede
proponerse pura y sencil lamente e l ideal de la vida re ligiosacomo
modelo
(la cursiva es nue stra ) ideal de la vida cristiana»
(Lecciones de teología espiritual, p. 42). A través de estas nota
bles divergencias en la realización se construye un mismo ideal,
e l de la caridad teologal.
COMPENDIO DE TEOLOGÍA ASCÉTICA
U n compendio pued e limitarse a lo esencia l : de aquí las
dimensiones re lativamente restringidas de este volumen, que
aborda la mayor parte de los temas y de los problemas que
conciernen a la vida espiritual y a la santidad cris tiana.
Un compendio de teología. La teología es la exposición
crítica, profunda y s is temática de la revelación cris tiana, ta l
como se ha desarrollado en la comunidad eclesiástica. Hemos
intentado l lenar todas estas condiciones. Hemos estudiado la
santidad cristiana en sus fuentes bíblicas y a la luz de los
escritos de los grandes maestros del espíritu; en la parte dogmá
tica y en la exposición de las virtudes teologales recurrimos
primordia lmente a la Palabra de Dios. Pero nos hemos esfor
zado también por confrontar esta doctrina evangélica con los
problemas que se plantean en la actualidad y con las tendencias
que se han manifestado recientemente: de ahí a lgunas notas
sobre e l sentido del trabajo y del ocio, por ejemplo. Una biblio
grafía bastante abundante y reciente permitirá a l lector com
pletar sus conocimientos s i así lo desea. De todo e l lo resulta
Introducción 15
una exposición «doctrinal» un poco árida a veces, pero que
trata de responder a los requerimientos de los propios seglares ,,
a quienes, afortunadamente, no satisface ya cierto género de
literatura espiritual.
Ascética se deriva del vocablo griego askésis, que significa
ejercicio, tanto en e l sentido s icológico y moral tomo en sentido
fís ico. Todos sabemos que la santidad cris tiana comporta esfuer
zos arduos y constantes . También se da e l nombre de «ascetas»,
desde los primeros siglos de la Iglesia, a todos aquellos que
emprenden de manera s is temática la lucha contra sus pasiones
y el ejercicio de las virtudes cristianas. Este término se encuen
tra después en los escritos de los Padres y de todos los autores
espirituales .
Mística proviene del término mystés, que significa miste
r ioso,
secreto, tanto en sentido re ligioso como en sentido pro
fano. La santidad, en efecto, nos pone en íntimo contacto con
el «misterio» sobrenatural de que habla san Pablo. El término
«mística», a lo largo de su his toria , apunta s iempre a l «misterio
divino» y muy secundariamente a l ámbito de los «secretos de
santificación». No podemos extendernos más sobre estos tér
minos. Basta leer los artículos de los Diccionarios o las Intro
ducciones de los tratados c lásicos de teología ascética.
Este compendio contiene la teología ascética. No hemos
añadido y mística porque las páginas consagradas a la mística
cris tiana son pocas. Pero no caben confusiones. Desde e l primer
capítulo hemos puesto de re lieve la necesidad que tiene todo
cris tiano de l levar, en e l centro de su vocación temporal, una
vida teologal auténtica; y toda vida teologal implica un cierto
grado de «consciencia». Pero esta «consciencia» no es necesaria
mente de «tipo contemplativo»; puede estar inmersa en e l amor
o en la acción-, por ello no aparece con frecuencia el término
«contemplativo». Esta dis tinción, le jos de perjudicar a la más
pura vida teologal, asegura, por e l contrario, su expansión en
todos los temperamentos. Es este , en nuestra opinión, un matiz
importante , y que será explicado a su debido tiempo.
Por lo demás, se hallará en este volumen el conjunto de
materias que se tratan en los manuales de esta disciplina: la
naturaleza, los criterios , los caracteres y los fundamentos de
la santidad
(primera parte),
e l misterio cris tiano, con el habi
tual desarrollo de los grandes dogmas de la revelación (segunda
parte), los obstáculos que se oponen a la santificación, como
el pecado, sus causas, sus consecuencias , y los remedios cristianos
(tercera parte),
la moral cris tiana, con la exposición de
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8/302
16
Introducción
las diferentes virtudes morales y teologales
[cuarta parte),
el progreso y el crecimiento, según los diversos niveles de h
vida cristiana con una referencia a los consejos evangélicos,
a la vida mística y sus fases clásicas
(Quinta parte),
los instru
mentos y las condiciones de la santidad: el ejercicio de la
meditación y la oración, los auxilios tradicionales y los diversos
estados de perfección
(sexta parte).
Tratados de espiritualidad
t
J . d e G u i b e r t ,
Lecciones de Teología espiritual
(Razón y Fe,
M a dr id ); A . R o y o M a r í n , Teología de la perfección cristiana
(B A C, M a dr id ); J . A r i n t e r o , La evolución mística (BAC, Madrid);
A . T a n q u e r e y , Compendio de Teología ascética y m ística (Desclée,
P ar ís ); J . M a r t í n e z B a l i r a c h , L ecciones
esquemáticas de espiri
tualidad (S al t er ra e, S a nt an de r) ; P . C r i s ó g o n o , Compendio de ascé
tica y mística (Ed. Revista de Espi ri tua lidad , Madrid); L . H e r t l i n g ,
Theologia ascética (G regoriana, R om a); R . G a r r i g o u - L a g r a n g e ,
Perfection chrétienne et contemplatíon
(Vie Spirituelle, Saint-Maximin).
Documentos y fuentes
H . D e n z i n g e r , Enchiridion symbolorum (D.) (Herder, Bar
celona) ; M . J . R o u e t d e J o u r n e l - J . D u t i l l e u l ,
Enchiridion
asceticum
(H erde r, Ba rc el on a) ; J . d e G u i b e r t ,
Documenta eccíesiastica
christianae perfectionis studium spectania (Gregoriana, Roma).
Enciclopedias
Dictíonnaire de spirítualité ascétigue et myslic¡ue
(D. Sp.), B eauchesne,
París,-
Dictíonnaire de théologie catholicjue (DTC), Letouzey et Ané, París,-
Dictíonnaire de la Bible. Supplément, París,- La enciclopedia del católico
en el siglo XX, Casal i Valí, Andorra.
Revistas
Entre nosotros destacan: «Manresa», a cargo de la Compañía de Jesús,
desde 1925; «Revista de espiritualidad», dirigida por los carmelitas des
calzos, desde
1941,-
«Teología espiritual», publicada por los dominicos en
Valencia, desde 1957.
A través de esta obra aparecerán constantemente citadas: «La vie
spirituelle» («LVS »), con el «Suplément de la vie spirituelle» («Supl . LVS» ),
editadas por los dominicos,- «Revue d'ascétique et mystique» («RAM»),
publicada por los jesuítas; y «Etudes carmélitaines», de los carmelitas.
Resumen histórico-bibliográfico
Recomendamos vivamente las páginas que los padres J. d e G u i b e r t
y A . R o y o M a r í n dedican en sus obras respectivas a este tema.
Merece una mención especial el volumen Estado actual de los estudios
de teología espiritual
(Flors, Barcelona), por la visión de conjunto actuali
zada de las principales escuelas de espiritualidad.
P R I M E R A P A R T E
L A S A N T I D A D C R I S T I A N A
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9/302
I
N A T U R A L E Z A Y D I M E N S I O N E S
Al comenzar este capítulo hemos de precisar el punto de
vista desde el que vamos a hablar de la «santidad cristiana».
¿Sería conveniente l legar a el la progresivamente, condu cir al
lector de grado en grado, hacia una concepción cada vez más
completa de la «santidad» ? De este modo no se asusta al lector
poniéndole inmediatamente ante la vista las exigencias extremas
del ideal cristiano en su plenitud; pausadamente se le revela,
una etapa tras otra, lo que ya está en condiciones de com
prender mejor y de aceptar más fáci lmente.
O bien, por el contrario, ¿sería preferible describir , desde
las primeras páginas, con sencil lez, pero con toda claridad,
el ideal propio de la santidad, en su plenitud?
Este es el procedimiento que vamos a seguir. Tiene la ven
taja de mostrar cómo es una vida cristiana plenamente desarro
l lada y nos i lustra con la mayor perfección posible sobre el
camino a recorrer. Es como si hiciésemos admirar a los aficio
nados a l a p intura cuadros de los grandes maest ros ; o como se
muestran a los aprendices de fotógrafo fotografías perfectas.
No hay nada como la contemplación de una obra de ar te para
i luminar el estudio de las duras condiciones que pone el apren
dizaje del arte.
No obstante el sistema tiene un inconveniente: el lector
pudiera desanimarse a las pocas páginas, al verse lejos, increíble
mente lejos del ideal de santidad propuesto desde las primeras
l íneas. Ha de tener la humildad de aceptarse tal cual es, en los
comienzos; ha de poseer la firmeza de ánimo necesaria para no
tratar de quemar etapas y l legar en un mes al l í donde los me
jores l legan después de una vida entera de esfuerzos y victorias;
ha de confiar en ese Dios que concede la gracia de descubrir el
«camino» y nos ayuda a recorrerlo hasta el f inal . Los que viven
en el campo saben bien que la primavera no viene antes de
t iempo, n i e l verano ni e l o toño; saben también que de nada
sirve irri tarse ni agotarse trabajando: no irá la t ierra más de
prisa alrededor del sol . Seamos como el los prudentes y pacientes
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20
La santidad cristiana
para dejar madurar en nosotros la acción de la gracia y de
nuestros esfuerzos.
Primeramente trataremos de explicar lo que es la santidad
real y verdadera, lo que lleva consigo, lo que exige. Y señala
remos también las ideas inexactas o incompletas que suelen
tenerse acerca de ella.
1. ASPECTO DOGMÁTICO
DOCTRINA BÍBLICA
El
pensamiento bíblico,
en su conjunto, puede resumirse
como sigue. Dios es el «santo» por excelencia. Es «tres veces
santo» (Is. 6, 3). Y no hay santo semejante a Yahvé. El profeta
Isaías ha sido el heraldo privilegiado de la santidad divina.
Yahvé es santo porque está apartado de todo lo que es impuro,
y es superior a todo lo común. El Nuevo Testamento va descu
briendo progresivamente el misterio de la Santísima Trinidad.
El Padre es santo, escribe san Juan (1 Jn. 2, 20; 3, 3). El Hijo
es también «el santo» de Dios (Le. 1, 35), renegado por los
judíos (Act. 3, 14). El Espíritu es el Espíritu Santo. Así pues la
santidad sustancial es como la definición misma de Dios, como
una manera de expresar la naturaleza y la vida divinas.
De ello resulta que,
teológicamente
hablando, debemos
llamar «santos» ante todo y sobre todo a quienes participan
de esta
santidad sustancial
de Dios, y en la medida en que
participan de ella. En este sentido la expresión «gracia santifi
cante» es excelente: nos santificamos al recibir el don divino.
Asimismo, en el Nuevo Testamento se llama «santos» a los
cristianos: san Pablo se dirige a los «santos» de Roma, de
Corinto, de Éfeso y de Filipos (Rom. 1, 7; 1 Cor. 1, 2; Ef. 1, 1;
Fil.
1, 1). Los cristianos deben «subvenir a todas las necesi
dades de los santos» (Rom. 12, 13). Dios nos ha «hecho
capaces de participar de la herencia de los santos» (Col. 1, 12).
Él mismo ha sido elegido, aun siendo «el menor de todos los
santos» (Ef. 3, 8). Va a Jerusalén «en servicio de los santos»
(Rom. 15, 25); ruega y hace rogar «por todos los santos»
(Ef. 6, 18). Espera el fin de los tiempos con «todos los
santos» (1 Tes. 3, 13). Nunca se repetirá suficientemente que
la santificación se realiza por el don trascendente de la santidad
divina otorgado al hombre. Por el bautismo y la fe, condiciones
fundamentales de la conversión y de la redención, los hombres
son constituidos «santos», a imagen y semejanza de Dios.
Naturaleza y dimensiones
2 /
El «santo» cristiano, subsidiariamente, sólo tiene derecho
a este nombre si responde en todo a las
orientaciones concretas
de la vida divina. El Señor «nos eligió antes de la constitu
ción del mundo para que fuésemos santos e inmaculados en su
presencia» (Ef. 1, 4). Y el ministro de Dios ha de ser «justo
y santo» (Tito 1, 8), a fin de que sea un instrumento «precioso»,
«santificado», para el Maestro (2 Tim. 2, 21). La santidad
cristiana, en la doctrina revelada, implica la realización «encar
nada» de la santidad, su traducción en la inteligencia, la volun
tad, el carácter y los sentimientos, el cuerpo y la vida, hasta
en los productos humanos de la cultura y de la sociedad.
En todos los capítulos morales de la sagrada Escritura, siempre
que tienen ocasión para ello, los autores sagrados despliegan
la gama entera de las innumerables disposiciones de alma que
se imponen a los bautizados y que constituyen en conjunto
las virtudes cristianas. «Como conviene a santos», dice san
Pablo (Ef. 5, 3). Estas virtudes, parcialmente constitutivas del
estado de santidad, son la transposición humana de la santidad
trascendente que se concede en el don de la gracia. El que
posee los dos elementos puede ser llamado «santo» en el sentido
cristiano y teológico de la palabra.
TESTIMONIO APOSTÓLICO
Si preguntásemos a los
apóstoles
qué ha de entenderse por
un «santo» en el sentido cristiano de la palabra, y en grado
eminente, nos responderían: el «santo» cristiano es aquel que
vive la plenitud de la vida divina que ha recibido de Dios
y que realiza a la perfección la vocación temporal a que ha sido
llamado en este mundo. Tal «santo» es acabado, perfecto.
No olvidéis, diría
san Pablo,
que sois una «nueva» criatura,
un hombre «nuevo». Nuevo porque habéis nacido a una vida
nueva y divina que es preciso desarrollar, alimentar y conducir
a una plenitud cada vez mayor. Nuevos también porque, hijos
de Dios por la vida divina, habréis de traducir e inscribir esta
regeneración en la obra que a todo hombre incumbe llevar
a cabo en la tierra. Estáis santificados por el don que os ha
sido concedido por la Santidad misma: alimentad pues esta
santidad sobrenatural y regulad vuestro comportamiento social
para que éste sea irradiación visible de aquélla. La parte dog
mática de las epístolas de san Pablo es una descripción de la
realidad sobrenatural que da el Espíritu Santo a nuestras almas;
y la parte parenética o moral con que finalizan las epístolas
va detallando las repercusiones concretas que ha de tener esta
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22
La saniidad cristiana
vida nueva en cada uno de nosotros , en su espíritu, en su
cuerpo, en su corazón, en su comportamiento socia l y en su
vida cultura l.
Las mismas ideas podrían extraerse de los escritos de san
Juan.
Los hijos de Dios, escribe, participan de la luz eterna,
de la santidad divina, del amor de Dios. Deben vivir, pues, en
la luz, nutrir esta santidad sobrenatural , conservar en e l los
este amor de Dios. Pero han de «andar» en la tierra como hijos
de la luz, como fermentos de santidad y como testimonios de
este amor. También hallamos en e l Apóstol vis iones apocalíp
t icas, e l l lamamiento a una regeneración espiritual asombrosa,
en la que Nicodemo no puede creer y que intenta vanamente
imaginar. Este nuevo renacimiento desde arriba ha de penetrar
a l hombre todo, bril lar en su inte ligencia y en su corazón
transfigurar su comportamiento, orientar sus actividades exte
r iores .
El hijo de Dios ha de «andar» como cris tiano, todo é l ,
en todas sus dimensiones.
UNA SOLA Y ÚNICA SANTIDAD
La consecuencia inmediata de todo lo que antecede es que
sólo hay una clase de «santidad» en e l cris tianismo. No hay
sino un solo Dios, un solo y mismo Espíritu, un solo y mismo
Señor. Del mismo modo no hay más que una sola y misma
«santidad» trascendente, participación de la santidad de Dios.
Igualmente no existe sino un ideal esencial de santificación
temporal, traducción terrena de la santidad sobrenatural de la
gracia. Pueden existir grados diversos en e l don de Dios.
Pueden darse diversas respuestas por parte del hombre. Pero
no hay dos o tres especies de santidad cris tiana. No hay una
santidad propia de los re ligiosos, otra de los sacerdotes y
una tercera para los seglares piadosos. Las dis tinciones han
de hacerse desde otro punto de vis ta . En todo caso en un
nivel más superficial. Y siempre, a través de todas las formas
y s ituaciones de vida, a través de todas las tendencias diversas
dentro de la espiritualidad, habremos de respetar este primer
dato capita l y sa lvar la jerarquía de los valores .
A . C o l u n g a , La perfección cristiana a la luz de la revelación, en
«Teología espiri tual» , 1 (1957), 11-32; A . J . F e s t u g i é r e , La Sain-
teté, P U F , P a rí s; A . F o n c k , Perfection chrétienne, en DTC, 12,
p.
1 .219-1 .251 ; H . M a r t i n , Désir de perfection, en D. Sp., 3, p. 592-
623; C . T r u h l a r ,
De notione totali perfectionis christianae,
en «Gre-
gorianum», 34 (1953), p.
252-261.
Naturaleza y dimensiones
23
2. ASPECTO MORAL
EL MANDAMIENTO NUEVO
La plenitud de la Ley, escribe san Pablo, es la caridad.
Cristo, antes de abandonar a los apóstoles le» recordó e l man
damiento por excelencia , e l mandamiento «nuevo» del cris tia
nismo. «Amarás a l Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu a lma y con todas tus fuerzas. Y el segundo es seme
jante a l primero: Amarás a tu prójimo en e l amor de Dios.»
En el fondo no hay más que un mandamiento: vivir según la
caridad. Ésta es e l amor mismo de Dios, en e l cual la criatura
debe amar a Dios su Padre y a sus hermanos los hombres.
Éste es e l mandamiento nuevo. No en e l sentido de que
instaurase una novedad vis ible en e l mundo. Ciertamente la era
cris tiana, inaugurada con e l nacimiento del Mesías , inicia una
época nueva y definitiva en la historia del mundo. Pero no es
éste exactamente e l sentido de la palabra «nuevo». Significa,
a fin de cuentas , e l mandamiento «cris tiano por excelencia».
Nuevo, es decir, característico del hombre «nuevo» que es el
cris tiano, después de su reconocimiento por e l Altís imo. Nuevo,
es decir, caracterís tico de la a lianza y de la economía instau
radas por Cris to y en las que la vida de Dios se comunica a
los hombres «renovados» por la gracia. Nuevo, pues, con toda
la grandeza de la «renovación» cris tiana. Y Jesús continuaba:
«En esto conocerán que sois mis discípulos» (Jn. 13, 35).
Se percibe aquí toda la originalidad del cris tianismo. Para
Cris to, e l desarrollo pleno es e l desarrollo de la caridad teologal.
No reside en la sabiduría de los filósofos, ni en la especulación
inte lectual como ta l; no es s implemente la actividad socia l bien
hechora como ta l , ni e l genio o e l heroísmo humanos conside
rados en s í mismos. Cris to nos da su opinión y la opinión de
Cris to no puede ser más que la «verdad». Si quiere marchar
hacia su desarrollo tota l , auténtico y verdadero, e l fie l cris tiano
debe vivir en su perfección e l doble mandamiento de la caridad.
Tal es e l ideal absoluto a l cual están subordinados todos los
demás.
LA CARIDAD
a) No t iene nada de sorprendente que debamos amar a
Dios. ¡Pero que podam os amarl e El cris tianismo es la única
religión que tiene un Dios a la vez trascendente y tan próximo
a sus criaturas . Pues Dios nos pide nuestro amor. A Pedro le
decía Cris to: «Simón Pedro, ¿me amas?» Es la pregunta que
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La santidad cristiana
hace a cada uno de sus fieles. Es la pregunta que hace a cada
una de sus criaturas para santificarla.
¿Me amas? Y el Señor añade: «sobre todas las cosas»:
¡ con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas
Sabe muy bien que nuestra respuesta no será nunca tan perfecta
y total. Pero quiere, de una vez para siempre, ponernos en pre
sencia de exigencias absolutas y de llamadas radicales. ¿Por
qué? Porque así es el cristianismo. Si Dios es verdaderamente
«Dios», ¿cómo no iban a ser radicales sus llamamientos? Si Dios
es «amable» por encima de todo lo que podamos imaginar,
¿cómo podría pedirnos que le amásemos «un poco» o simple
mente «más» que a las criaturas?
b) El segundo mandam iento es semejante al primero.
Amarás a tu prójimo. El prójimo no es solamente el hermano
de raza, el hermano de religión, el compañero de profesión.
Sino que es todo hombre. El mandamiento es formal. Y Cristo
ha dado el ejemplo más abrumador de este amor. Teóricamente
hubiera podido asegurar la redención del mundo de diversas
maneras: ha preferido elegir el sacrificio total de la Cruz.
Porque el mayor testimonio de amor que puede darse es entre
garse a la muerte por los amigos. Cristo ha amado a sus her
manos. Ha amado a su Iglesia y se ha entregado por ella, para
que sea hermosa y perfecta en presencia de su P adre. D ándonos
este ejemplo, Cristo ha querido darnos algo más que cuadros
vivos, «emocionantes» y «admirables». Ha querido indicarnos
el camino y enseñarnos el sentido de la caridad «cristiana».
Ha querido que sigamos su ejemplo hasta donde nos sea posible.
CARIDAD Y SANTIDAD
a) Se comp rende pues la frase del Ap óstol : «La perfección
de la ley es el amor». El cristiano, en virtud de su mismo
nombre, se compromete a amar a Dios con un amor total,
sobre todas las cosas. Tarea difícil y llena de exigencias.
Cuando recita con atención su acto de caridad, cuando pro
nuncia las palabras: «sobre todas las cosas», todo cristiano
siente inmediatamente en su alma, en la medida de su since
ridad, una llamada al orden, un reajuste conforme a Dios, una
rectificación de sus tendencias, de sus ideas, de su vida. «Sobre
todas las cosas», esto es, más que a mis gustos, mis deseos
y mis comodidades: y el orden se establece en mí. «Sobre todas
las cosas»: y los pormenores de la vida aparecen en la concien
cia como iluminadas por un relámpago y «sub specie aeterni-
tatis», como a la mirada de Dios mismo. A tales profundidades
lleva el humilde acto de caridad. Completamente diferente de
Naturaleza y dimensiones
25
ese acto simplemente recitado con los labios que no provoca
ninguna repercusión íntima en el hombre, el acto de caridad,
conscientemente hecho, está penetrado de una radical rectitud.
Rectifica, «ordena», realiza, determina un ajuste perfecto.
Por ello es importante recordar que el aqto de caridad es
el acto realizador de toda santidad. Insistiremos en ello más
adelante, cuando hablemos de los medios de santificación.
Pero bueno será andar con cuidado. Suele decirse que la caridad
es el «fin» y que todo lo demás son «medios». Esto es exacto,
desde un cierto punto de vista. Pero la caridad es también
el «medio» por el cual realizamos la vida cristiana, la vida de
caridad con Dios y con el prójimo. La caridad tiene sus actos,
y viviéndolos es como se llega a la santificación.
b) Este amor total puede incluir o excluir los bienes
creados. «El amor de caridad al que están llamados los seglares
es un amor inclusivo de los bienes que constituyen la vocación
humana (amor conyugal...). El amor de caridad al que están
llamados los religiosos es un amor exclusivo de dichos bienes.
Dios, Cristo, serán sus únicos amores. No es sólo la palabra
total la que especifica la caridad y, por consiguiente, la vocación
de los religiosos, sino también la palabra
exclusivo.
Todos los
cristianos, por su bautismo, están llamados a la santidad, es
decir, a amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma,
con todo su espíritu. Se les pide una totalidad, por lo menos,
como tendencia. Para los religiosos, en cambio, la caridad a la
que están llamados no sólo debe ocupar poco a poco la totali
dad de su corazón sino que únicamente ha de tener como
objetivo a Dios» ( B . - M . C h e v i g n a r d , Le role du
prétre dans Véveil des vocations, p. 36).
P h . D e l h a y e ,
La chanté, reine des vertus,
en «LVS», 39 (1957),
p.
135-170; B . M . C h e v i g n a r d ,
Le róíe du prétre dans Véveil des
vocations,
Cerf,
París.
3. LAS DOS DIMENSIONES DE LA SANTIDAD
VIDA TEOLOGAL Y VOCACIÓN TEMPORAL
a) El «santo», según Cristo, ha de realizarse en dos dimen
siones-, la vida teologal y la vocación temporal. Ha de llevar
hasta el fin ambos aspectos si quiere ser «perfecto», santo.
¿Cómo podría «realizarse» plenamente si no es así? Se trata
de la vida «cristiana» sencillamente. Esta vida es hondamente
«mística» y auténticamente «temporal». El hombre nacido en
la tierra, ciudadano de este mundo, pertenece también por su
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La santidad cristiana
«nuevo nacimiento» a ot ro mundo, de l que ha de ser también
un perfecto «ciudadano». En esquema pudiera deci rse que e l
cristiano debe vivir en plenitud «dos» vidas a un tiempo, del
mismo modo que forma par te de «dos» mundos a un t iempo.
Tal es la condición compleja — no complicada — del cristiano.
Es también una condición incómoda, fuente de inevitables
tensiones. Pero es el fundamento mismo de su singular grandeza
y la base de su optimismo.
A estas dos «vidas», a estas dos «dimensiones» l lamamos
vida teologal
y
vocación temporal.
Destaquemos la rea l idad
de cada una de estas dos vidas. En primer lugar la vida teolo
gal .
Hay muchos cristianos que no admiten que esta vida teologal
sea rea lmente una «vida» de la que hay que ocuparse , que puede
alimentarse, que crece y se desarrol la. Y de hecho, la vida
teologal no tiene en el los sino un despliegue mínimo; no ocupa
apenas lugar en su espí r i tu n i en su corazón; tampoco ven muy
claro lo que significa «vida teologal». ¿Entonces? Si desean
sinceramente saber hasta qué punto puede ser «viva» esta vida
teo loga l cuando se ha desarro l lado, que lean unas páginas de la
vida mís t ica de santa Teresa de Jesús , de san Juan de la Cruz ,
de santa Teresa de l N iño Jesús o de ot ro santo que nos haya
dejado un testimonio peculiar de la unión íntima con la Tri
nidad. Entonces tocarán de cerca todo el real ismo de esta «vida
teologal» que todo cristiano l leva en germen. Nada más diremos
aquí de la «vida teologal». En cuanto a la vocación temporal ,
es fáci l su comprensión para todos-, se trata de las tareas que
nos corresponden a cada uno de nosot ros , ya en e l campo
sagrado y eclesiástico, ya en los más diversos campos profanos.
Al hablar de «vocación» queremos indicar que estas tareas son
también, a su manera y sin perjuicio de su carácter temporal ,
l l amada de Dios .
b)
Am bas «dimensiones» son
esenciales
para que la san
tidad sea cristiana. Podrá decirse que uno de los aspectos es
«divino» y e l o t ro «humano»; o que uno es « t rascendente»
y el otro «temporal»: estas al ternativas son demasiado simples
para ser exactas y adecuadas. Pero lo cierto es que no hay
santo cr i s t iano s in las dos . «Reconocemos —escr ibía e l padre
De M ontcheui l — , de una par te , qu e e l c ri s t ianismo t iene u n
valor en s í mismo, independientemente de sus repercusiones
en las es t ructuras humanas , y de ot ra , que es absolutamente
necesar io preocuparse de es tas repercusiones , s i no queremos
dejar que se desvanezca y quedarnos con una sombra de é l .
Estas dos orientaciones parecen tan esenciales a todo cristianismo
profundo que nos negamos a reservarlas a dos categorías dis-
Naturaleza y dimensiones 27
t in tas de cr i s t ianos : quer íamos, por e l cont rar io , ver las reunidas
en el católico de acción, o, siguiendo una expresión consa
grada, en el mil i tante, como también en el que se consagra
con preferencia a la meditación y a la oración.»
Presentando estas dos dimensiones como «esenciales» damos
a este úl t imo término todo su valor. Nadie es «santo» ante
Cristo si no vive en su plenitud la vida teologal y su vocación
tempora l . Y con es to no pre tendemos deci r que , de suyo, l a
rea l ización de la vocación tempora l sea tan noble , tan impor
tante, tan sustancial como la participación en la vida trinitaria.
Pero esta vocación temporal no es solamente «indispensable»
o «necesar ia» —como sue le deci rse ac tua lmente a veces—:
es «esencial».
ALGUNOS TESTIMONIOS
Para demostrar que es ésta la doctrina de la espiritualidad
cr is t iana apor tamo s como pru ebas a lgunos tes t imonios recogidos
en diversas escue las de espi r i tua l idad. Todos expresan, según
la orientación que les es propia, la necesidad de ensanchar en
nosotros las dos «dimensiones» constitutivas de la santidad
cristiana.
He aquí lo que pide santa Teresa de Jesús a sus hermanas ,
las carmelitas. Después de haberles recordado el celo de Elias
por la gloria de Dios, el celo de santo Domingo y san Fran
cisco por la salvación de las almas, continúa: «Esto quiero yo,
mis hermanas , que procuremos a lcanzar , y no para gozar , s ino
para tener estas fuerzas para servir , deseemos y nos ocupemos
en la oración. No queramos i r por camino no andado que nos
perderemos a l mejor t iempo. . . c reedme, Mar ta y Mar ía han de
andar juntas para hospedar a l Señor y tener le s impre consigo,
y no hacer le mal hospedaje , no dándole de comer . ¿Cómo se
lo diera María, sentada siempre a los pies, si su hermana no le
ayudara? . . .Me di ré is . . . que di jo (Le. 10, 42) que María había
escogido la mejor parte. Y es que ya había hecho el oficio
de Marta, regalando al Señor en lavarle los pies y l impiarlos
con sus cabel los. . . Yo os digo, hermanas, que venía la mejor
par te sobre har tos t rabajos y mor t i f icación, que aunque no
fuera sino ver a su Maestro tan aborrecido era intolerable
t rabajo . ¡Pues los muchos que después pasó en la muer te de l
Señor Teng o para mí que el no haber rec ibido mar t i r io fue
por haber le pasado en ver mor i r a l Señor ; y en los años que
vivió , en verse ausente de Él , que ser ían de horr ib le tormento ,
se verá que no es taba s iempre con rega lo de contemplación
a los pies del Señor»
(Séptimas moradas,
c . 4 ) .
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28 La santidad cristiana
Sa n Francisco de Safes
nos expone la misma doctrina. Escri
biendo para Filotea —es decir, para todo fiel deseoso de
progreso espiritual y no solamente para los clérigos y reli
giosos — recuerda el comportamiento de los niños: «Haz como
los niños pequeños que con una de sus manos se agarran a su
padre y con la otra cogen fresas o moras a lo largo de un seto.
Pues asimismo, tratando y manejando los bienes de este mundo
con una de tus manos, ten siempre con la otra la mano del
Padre celestial, volviéndote de vez en cuando a Él, para ver
si aprueba tus quehaceres y tus ocupaciones. Y guárdate sobre
todo de dejar su mano y su protección, pensando en amontonar
o recoger más; porque si te abandona no darás un paso sin
caer de bruces. Quiero decir, Filotea, que cuando estés atareada
con los quehaceres ordinarios, que no requieren una atención
tan fija y tan absorbente, contemples más bien a Dios que
a los quehaceres; y que cuando éstos son de tanta importancia
que reclaman toda tu atención para estar bien hechos, mires
a Dios de tiempo en tiempo, como hacen los que navegan en el
mar»
(Introducción a ía vida devola,
III, c. 3).
Representantes de dos espiritualidades aparentemente dife
rentes se hallan enteramente de acuerdo en proponer el sincro
nismo de la vida teologal y de la vocación temporal a todo
el que pretende alcanzar la santidad cristiana. «Para san Ignacio
— escribe el padre Peeters — la acción y la contemplación no
son ni pueden ser dos corrientes alternativas, dos movimientos
que se suceden a intervalos más o menos regulares. Siempre que
el trabajo exterior, incluso si se hace por Dios, distrae de
Dios y perturba la oración, o que ésta, excesivamente celosa
de su deliciosa quietud, aparte de la acción, persiste un dualis
mo,
índice de imperfección...» En cuanto a dom Chautard,
escribe: «En el alma de un santo, la acción y la contemplación,
fundadas en una armonía perfecta, dan a su vida una maravillosa unidad. Así, por ejemplo, san Bernardo fue el hombre
más contemplativo y al mismo tiempo el más activo de su siglo,
del cual hace este retrato adm irable uno de sus contemporáneo s:
en él la contemplación y la acción marchaban tan de acuerdo
que este santo parecía entregado a las obras exteriores y a la
vez completamente absorto en la presencia y el amor de su
Dios.» En lugar de hablar de contemplación y de acción
— y para e vitar ciertos inconvenientes de este vocabula rio —,
hemos dicho «vida teologal» y «vocación temporal»: las ideas
son idénticas.
Uno de los testimonios que más ilustran este ideal es el
de sor María de la Encarnación. Sin duda todos los grandes
Naturaleza y dimensiones
29
maestros del espíritu han unido a una vida teologal intensa
el cumplimiento perfecto de su vocación temporal. Pero la
religiosa ursulina de Quebec ha relatado esta unión haciendo
ver, de un modo impresionante, el carácter místico de sus
dones espirituales y la naturaleza material y terrena de sus ocu
paciones profesionales. Podrían citarse innumerables pasajes.
«Habiendo llegado el alma a este estado —escribe—, le im
porta muy poco estar enredada en las ocupaciones o tranquila
en la soledad. Todo es indiferente porque todo lo que la afecta,
todo lo que la rodea, todo lo que le impresiona los sentidos,
no le impide el gozo actual del amor. Se puede hablar de todo,
se puede leer, escribir, trabajar y hacer lo que se quiera, y a
pesar de todo permanece esta ocupación principal y el alma
no cesa de estar unida a Dios. En la conversación y en el ruido
del mundo, ella está en soledad junto a su esposo.»
POSIBILIDAD
Pero,
¿es posible todo esto? Una vez más hemos de insistir
en que nuestro propósito es describir la realización completa
y
plenaria
de la «santidad»; es el mejor medio para saber cuál
es el término ideal de nuestro esfuerzo. No hay que concluir
por ello que se trata de llegar a vivir estas dos «vidas» y de
cumplir activa y conscientemente con todas las exigencias
de esta decisión de repente. Esto nos acarrearía una meningitis
en breve plazo.
Por otra parte es preciso
conservar este ideal ante nuestros
ojos.
La «santidad» cristiana no puede ni podrá nunca adqui
rirse con descuentos. Todos los fieles que lo son verdadera
mente tienen conciencia de que constituye un valor de difícil
adquisición. Serían los primeros en desconfiar de una fórmula
de «santidad sin esfuerzo», como la del «inglés sin esfuerzo».En realidad, la
doble perspectiva
— teologal y temporal —
es realizable. Las madres saben por experiencia que pueden
amar a sus hijos y al propio tiempo trabajar por ellos. No sola
mente trabajan por sus hijos; les aman y amándolos, se sacrifi
can por ellos. Nuestra sicología no es, pues, absolutamente
refractaria al amor de Dios y del prójimo de un modo simul
táneo.
Además, todos los cristianos que se han propuesto la
perfección saben también, por experiencia, que la presencia
de Dios crece en ellos después de algunos años de esfuerzos, de
gracia y de oración. Así, pues, es posible un cierto grado
de progreso. Desde el cual se puede avanzar más aún. Alegré
monos al constatar, por experiencia personal, que es posible
adelantar, y dejemos el resto al Señor.
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30 La santidad cristiana
G . T h i 1 s , Trascendencia o Encarnación, Desclée de Brotnver,
B il bao ; L . J . L e b r e t ,
Acción, marcha hacia Dios,
Estela, Barcelona;
L . P e e t e r s , Hacia la unión con Dios, Mensajero, Bilbao,- J . B .
C h a u t a r d , El alma de todo apostolado, Dinor, San Sebastián
;
M . O l p h e - G a l l i a r d ,
Vie contemplative et vie active d'aprés Cassien,
en «RAM», 11 (1935), p. 252-288.
4 .
C O N C EPC IO N ES IN C O M PLETA S
De las dos dimensiones esenciales de la santidad cristiana,
una aparece como «don de Dios», teologal, incluso mística;
la otra, hecha de iniciativas humanas, inmersa en la acción
temporal, en el deber de estado profesional. Por tanto es difícil
conceder la importancia exacta a que tiene derecho cada uno
de estos elementos. Dificultosa teóricamente, en la práctica
esta estimación es a veces errónea. Por ello querríamos dedicar
unas palabras a hablar de ciertas concepciones incompletas.
SANTIDAD R ECIBIDA Y SANTIDAD ADQUIRIDA
Las dos dimensiones de la santidad cristiana pueden pre
sentarse en forma de binomio: santidad «dada» y santidad
«adquirida». Ciertos cristianos acentúan demasiado exclusiva
mente ya el primero, ya el segundo de estos elementos.
a) Para algunos la santidad es ante todo algo adquirido-
se «adquiere» la santidad mediante trabajos, esfuerzos, perse
verancia. Es evidente que nadie se ha santificado sin subir
una ruda y austera pendiente, llena de iniciativas y de pro
yectos. Es natural que algunos definan la santidad por lo más
evidente de su intervención en esta obra espiritual. Es santa,
para ellos, la vida de aquel que responde plenamente a su
«vocación temporal»: ideas cristianas, sentimientos cristianos,
ambiente cristiano, familia cristiana. Hemos hablado de este
aspecto; incluso hemos insistido para que se vea en ello un
constitutivo «esencial» de la santidad concreta y personal.
Pero también es cierto que el cristiano es «santo», ante todo
y sobre todo, porque, en la gracia santificante, se hace partícipe
de la «santidad» trascendente de Dios. Cristianos excelentes
no comprenden bien o no aceptan esto totalmente. Más arriba
hemos mostrado toda la importancia de esta «santidad» sobre
natural.
b) En antítesis con los cristianos de que acabamos d e
hablar, otros insisten exageradamente en el do n de la «santidad
sobrenatural» de Dios. Tal es, dicen, la pura esencia del cristia
nismo, el mensaje auténtico de la revelación: nosotros somos
Naturaleza y dimensiones 31
santos ante Dios por y en su santidad. La gracia sobrenatural
es un don gratuito. Hemos subrayado anteriormente el valor
cualitativo de esta participación en la «santidad divina», que
llamamos vida teologal. Pero esto no quiere decir que san Pablo
llamase «santo» a un cristiano que se dejase llevar de la ira,
que fuese perezoso, que no tuviese caridad e'n la vida social,
aunque conservase en sí un mínimo de «gracia santificante»
y por tanto de «santidad trascendente» divina.Estos cristianos, muchas veces, creen encontrar en la
teología
bíblica el fundamento de su noción de santidad. Efectivamente,
recurrir a las fuentes bíblicas, si bien asegura a las doctrinas
teológicas un rejuvenecimiento y una vitalidad nueva, tiene
también algunos inconvenientes. Cuando el cristiano pregunta
qué es la santidad, quiere saber qué hay que ser y hacer
para llegar a «santo», más bien que saber, en rigor, cuál es el
contenido doctrinal del término «sanctus» en la Biblia. No es
exactamente lo mismo; en todo caso las dos cuestiones no
coinciden por entero. En el caso que nos ocupa, es cierto que
el término «sanctus» designa por lo general los bienes trascen
dentes de la santidad sobrenatural de Dios. En este caso, la
definición bíblica del «santo» lleva consigo esencialmente la par
ticipación en la santidad trascendente de Dios. Pero si bien los
autores inspirados tratan con menos frecuencia de los esfuerzos
de la virtud y de la ascesis cristiana bajo el término «sanctus»,
no por ello dejan de acentuar su valor esencial cuando hablan
de un «santo» en el sentido concreto, personal y total del
término.
ACCIÓN APOSTÓLICA Y CONTEM PLACIÓN RELIGIOSA
Las dos dimensiones de la santidad pueden presentarse
igualmente bajo la forma de una alternativa: acción apostólica
y contemplación religiosa. Ahora bien, es cierto que ambos
elementos deben estar presentes, en un cierto grado, en toda
vida santa. Los errores consistirán también aquí en insistir
extremadamente en uno u otro de estos elementos.
a) Para muchos cristianos activos y apostólico s, el verda
dero santo de los «tiempos modernos» se identifica con bastante
facilidad con el hombre de acción apostólica. La entrega visible
e inmediata a los hombres es el testimonio más claro de caridad;
y si nace de una intención desinteresada aparecerá como «san
tidad». Sin embargo la coincidencia no es perfecta. Esta des
viación era manifiesta en varias de las respuestas dadas en 1945
a la encuesta realizada por «La vie spirituelle» sobre el tema:
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16/302
32 La santidad cristiana
«¿Hacia qué tipo de santidad vamos?» El padre Pié , sacando
las conclusiones (febrero de 1946), constataba que una nece
sidad de vida interior incontestable corría parejas con ciertas
ideas falsas acerca de la propia significación de la acción.
El defecto de los cristianos del siglo xix, decía, quizá haya sido
practicar una vida de oración s in proyección apostólica eficaz.
Pero la generación actual, creyendo hacer apostolado no realiza
en muchos casos s ino acción socia l , organización, propaganda,
agitación. No basta construirse una idea de la santidad en
función de la cualidad de su acción para que queden resueltos
todos los problemas. La santidad cris tiana exige, no solamente
una actividad apostólica temporal, s ino también y con toda
certeza una vida teologal intensa, vivida «por e l la misma», como
elemento constitutivo de la santidad, y no vivida solamente
«para la fecundidad de la acción apostólica», lo cual es a lgo
completamente dis tinto. Habría , pues, que examinar y retocar
ciertas nociones de la santidad.
b) Por otra parte , la santidad no se mide tampoco por la
cualidad de la vida contemplativa de ta l o cual cris tiano.
Es necesario que exis ta una «vita lidad consciente» de la vida
teologal inherente a toda santidad, lo hemos dicho y lo repeti
remos muchas veces más para no olvidarlo.
Pero esta «conciencia teologal» debe ser a lgo más que e l
misticismo. «Todo misticismo — escribe e l padre Festugiére —,
o todo estado místico, que se propusiese como fin único la
complacencia en la bel leza del objeto contemplado, hasta per
derse en é l; que tuviese por imperfección, bajo pretexto de que
cualquier movimiento disociaría a l sujeto del objeto, cualquier
vuelta a la acción —quiero decir a una acción virtuosa, ten
den te a l b ien de l ob je to— me parece genéricamente distinto
del cris tianismo» (L'enfant d'Agricjente, p. 128).
Esta conciencia teologal no lo es todo en la santidad.
Los tratados de teología ascética y mística, a l dar amplio espa
cio a las diversas oraciones y métodos de oración han des
orientado quizá a los fie les en este ámbito. La «santidad» es
compatible con una oración difícil , con una oración redu
cida a e lementos muy sencil los , con una oración realmente
ferviente , pero en un temperamento muy poco «contempla
t ivo».
Por otra parte , c ierta forma elevada de contemplación
no-cris tiana o incluso cris tiana puede darse unida a lagunas
de carácter, de s icología que perjudican a la santidad. Tenemos
entonces un cris tiano muy desarrollado en un aspecto del
cris tianismo y menos aventajado en otro; pero que no es
«santo» únicamente por ser verdaderamente «contemplativo».
Naturaleza y dimensiones 33
Por esta razón preferimos hablar de «vida teologal consciente».
Esta es , c laro está, contemplativa, pero se evita la ambigüedad
del término «contemplación».
GRACIAS EXTRAORDINARIAS Y DEBERES DE ESTADO
Las dos dimensiones de la santidad pueden presentarse,
por último, bajo dos formas extremas que no son propiamente
una a lternativa, pero que creemos poder exponer en un mismo
apartado: gracias extraordinarias y, por otra parte , deberes
de estado temporal. Algunos fie les l igan estrechamente la san
tidad a las gracias extraordinarias; otros ven la santidad en
el cumplimiento de los deberes de estado, pero entendiendo
éstos de un modo demasiado restringido. Esto es lo que pasa
mos a desarrollar a continuación.
a) Las gracias extraordinarias, en el sentido clásico de
la expresión en las vidas de los santos , son revelaciones
privadas, palabras escuchadas, vis iones y e l don de discerni
miento de los espíritus , los fenómenos de levitación, de
luminiscencia , e tc . Siempre es posible exagerar la importancia
de estos carismas en el juicio que se hace sobre la santidad de
una persona. Ciertamente es indudable que cuando e l Señor
concede favores particulares de este orden a un cris tiano,
éste es por lo general, si no santo, al menos ferviente. Sin em
bargo hoy es quizá menor que en otros tiempos e l riesgo de
una apreciación desmesurada de estas «señales maravil losas»
de los santos; la crítica ha demostrado que es preciso leer con
discernimiento los re latos de los taumaturgos de la Edad Media,
y la medicina ha desenmascarado justamente en ocasiones las
supercherías de ciertos estados en apariencia extraordinarios .
Pero exis te otra forma de la misma exageración que s í
pudiera afectarnos. Nuestra época, en mayor medida que otras ,
se mueve preferentemente en un mundo de valores supra-
racionales , de agudezas de intuición, de impulsos místicos de
la fe y la trascendencia. Desde estas perspectivas hay una
marcada disposición para «oír» a l Señor; una preocupación
por «irradiar» lo sobrenatural; una «espera» del milagro; es
decir, es tamos casi naturalmente esperando una señal particular
de una Providencia personal en acción constante sobre este
mundo. Puede haber en todo esto una forma mitigada de i lu-
minismo; afecta principalmente a los fie les que se tienen por
«privilegiados» y que hacen suyas las frases de san Pablo:
«El hombre espiritual juzga de todo pero a é l nadie puede
juzgarle» o «el Espíritu todo lo escudriña, hasta las profun-
8/19/2019 Thils Gustave - Santidad Cristiana - Compendio de Teologia Ascetica
17/302
34 La santidad cristiana
didades de Dios» (1 Cor. 2) . Los apóstoles no han negado
nunca la autenticidad de los carismas extraordinarios , pero
ha puesto orden en esta cuestión y con gran energía.
b) En cuanto a l deber de estado, de orden temporal, ¿no
es e l medio por excelencia de santificación? Y el camino más
seguro hacia la santidad, ¿no es s iempre e l cumplimiento per
fecto de los deberes de estado? Sin duda. A condición de
entender este deber de estado en su integridad y no sólo
en sus exigencias de orden temporal. Por deber de estado, en
el sentido usual del término, se entiende los deberes que
lleva consigo la vocación temporal. Ahora bien, hemos vis to
que e l cris tiano está l lamado también a l levar una vida «teo
logal» en la fe , la esperanza y la caridad. Tiene la obligación
de a limentar, desarrollar, ensanchar esta participación en la
vida divina y trinitaria . Esto forma parte igualmente de sus
obligaciones de «cris tiano». Por tanto, o bien habremos de
hablar de deber de estado en sentido tota l , incluyendo todas
las obligaciones — de orden teologal y de orden tempo ral —
a las cuales ha de responder e l cris tiano, o bien hablaremos
de deber de estado, en e l sentido de las tareas terrenas y
temporales . En este caso habrá que añadir que e l cris tiano,
además de este deber de estado, ha de preocuparse también
del desarrollo de la vida teologal como ta l . No hay coinci
dencia entre estas dos tareas. Y la experiencia muestra que
estas precisiones no son inútiles.
A . R a d e m a c h e r , Religión y vida, Atenas, Madrid; H . D li
m é r y , Las tres tentaciones del apostolado moderno, Fax, Madrid;
J . B . C h a u t a r d , El alma de todo apostolado, Dinor, San Sebastián;
A . P i é , L'action
apostoUcfue,
école de perfection, en «LVS», 38 (1956),
p. 5-27; G . d e P i e r r e f e u , Américanisme, en D . Sp., 1, p. 475-4 88;
Vers c\uel type de sainteté allons-nous?, en «LVS», 28 (1946); I . M e n -
n e s s i e r , Vie contemplative et vie active comparées, en «LVS», 18
(1936), p . 6 5-87 , 1 29-14 5; H . M o n i e r - V i n a r d ,
Vie chrétienne
et vie parfaite,
en «RAM», 22 (1946), p. 97-116, 229-252; R. C a r p e n -
t i e r , Devoir d'état, en D. Sp., 3 , p . 672-702; E . R a n w e z , Poti r ou
contre une spiritualité du devoir,
en «Rev. Dioc. Namur.» (1953), p. 43-58.
II
C R I T E R I O Y C A R A C T E R Í S T I C A S
1. EL CRITERIO
LA CANONIZACIÓN
Existe una santidad cris tiana cuya naturaleza está fijada
por la Sagrada Escritura. En caso de discusión es ésta la fuente
auténtica a la que hemos de recurrir. Pero poseemos también
un criterio externo que permite determinar con autoridad
y competencia s i una persona es o no santa : la canonización.
En efecto, todo proceso de canonización muestra , por su mera
existencia , que la Iglesia sólo admite un a perfección, y que
esta perfección tiene una medida concreta :
eí grado de heroi
cidad de las virtudes.
La teología ascética da gran importancia
a este ideal de perfección, que pudiera l lamarse oficia l; «tiene
el estricto deber, si quiere ser teología, de tomar como norma
e st e i de al d e p er fe cc ió n» ( L . H e r t l i n g , D . S p ., 1, p . 84 ) .
En toda canonización la Iglesia da testimonio formal de la
santidad heroica de la persona e levada a los a ltares; testimonio
que está garantizado por Dios mismo, puesto que se requieren
milagros para que se proceda a una beatificación o a una
canonización. Dios es e l juez único de toda santidad, y sólo Él
decide manifestar ostensiblemente e l esplendor de los e legidos.
a) La canonización es un acto solem ne de la Iglesia.
Ésta , en un juicio en última instancia e irrevocable , inscribe
en la lista de los santos a un cristiano que ha sido beatificado
anteriormente. Por este acto declara que e l «santo canonizado»
está realmente en e l c ie lo. Los santos «canonizados» no son
necesariamente «los más grandes». Puede haber santos muy
grandes no canonizados. Pero aquellas personas a quienes Dios
ha concedido la gracia de las virtudes heroicas y e l tes timonio
de los milagros pueden ser declaradas «santas» por un juicio
auténtico de la Iglesia.
b] Lo que nos interesa especialm ente en el caso de la
canonización no es la his toria de esta institución, su evolución,
sus condiciones canónicas en general. Sobre e l lo pueden hallarse
artículos muy bien escritos en los diccionarios . Lo que tiene
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18/302
36
La santidad cristiana
importancia capital para nosotros es conocer el criterio de que
se sirve la Iglesia para determinar la santidad real de uno de
sus hijos. Así, la Iglesia, independientemente del testimonio
que da Dios mediante los milagros —que cae fuera del
alcance del p ropio cristiano — inquiere so bre la heroicidad
de las virtudes. La pregunta, siempre repetida y a la cual se
dará una respuesta minuciosa y sometida a una dura discusión,
es la siguiente.- ¿Ha practicado las virtudes teologales de fe,
esperanza y caridad, y las virtudes cardinales, prudencia, jus
ticia, fortaleza, templanza y las otras virtudes en grado
heroico? A fin de cuentas no se nos pregunta: ¿Has sido
emperador u obrero? ¿Fiel o pastor? ¿Seglar o monje?
¿Soltero o casado? No. Sino: ¿Has practicado en grado
heroico las virtudes teologales y cardinales exigidas por tu
situación en la vida? '
HEROICIDAD DE LAS VIRTU DES
a) Hay heroicidad en las virtudes cuando se practican
las diferentes virtudes del estado propio de cada uno de una
manera claramente superior a la de las personas llamadas
virtuosas en el sentido usual de la palabra, y esto con puntua
lidad y perseverancia. Tal es la cuestión esencial planteada
por los representantes de la Iglesia, cuando van a decidir si
una persona determinada ha sido verdaderamente santa.
Puntualidad y perseverancia son los caracteres' que definen
la heroicidad, tal como se entiende hoy y concretamente desde
el pontificado de Benedicto XV. El cardenal Verde, de la
Congregación de Ritos, trabajó sobre los escritos de Bene
dicto XIV para precisar la noción de heroicidad que de ellos
podía extraerse. El resultado de esta precisión fue propuesto
con ocasión del decreto que proclamaba las virtudes del vene
rable Antonio Gianelli, en 1920. De ello resulta que la heroi
cidad consiste «en el cumplimiento
fiel y constante
de los debe
res y oficios personales de cada uno» (AAS, 14 [1922], p. 23).
1
El examen comprende las tres virtudes teologales y las cuatro cardi
nales,
debido al carácter práctico de esta división. En realidad este esquema
sólo aparece en su forma estricta desde el proceso de san Buenaventura, en 1482.
En los siglos anteriores bastaba con un repertorio de virtudes cristianas y así
se decía, por ejemplo, de san Antonio: fue perfecto en la humildad, propicio
a la misericordia, generoso sin medida, de una santa sencillez, loable en las
v ig il ias , t enaz en los ayunos ( H e r t l i n g , 1. c , c . 82). Por ot ra parte ,
nunca se ha fijado de modo definitivo un esquema de santidad (l.c, c. 84).
Lo importante es el carácter heroico de la práctica de las virtudes exigidas
por nuestra situación en la vida, como hace ver la evolución de la idea de
heroicidad en el siglo xx.
,
Criterio y características 37
Cumplimiento fiel de los deberes. Este cumplimiento para
ser entendido en su significación plena lleva consigo la exclu
sión de toda imperfección deliberada; si no es así no podría
hablarse de generosidad integral en el servicio de Dios y,
evidentemente, la generosidad está comprendida en el heroísmo.
Así, pues, «la santidad consiste propiamente én la conformidad
con la voluntad divina expresada en un continuo y exacto
cumplimiento de los deberes de estado de cada cual».
Cumplimiento
constante
de los deberes. Y es tal vez en
esta característica de constancia, de perseverancia, de conti
nuidad, donde se manifiesta más claramente la «heroicidad»
de las virtudes. Constancia en la exacta ejecución de lo que
Pío XI llamó en una ocasión «ese terrible deber cotidiano».
Perseverancia en la realización puntual de lo que la Provi
dencia impone en cada segundo. Continuidad en el esfuerzo
y en la orientación de la persona entera hacia lo que Dios
quiere de ella. Aquí es donde la santidad revela mejor su
origen sobrenatural y divino, su valor carismático de «milagro
moral». Porque la perfecta observancia, decía Benedicto XV,
«guardada durante largo tiempo de manera uniforme e inva
riable rebasa las condiciones de la naturaleza humana abando
nada a sí misma. Ésta es inconstante y está sujeta a variaciones
por múltiples razones» (AAS, 12 [1920], pp. 170-74).
b) Es necesario comprender exactamente lo que se
entiende por virtud heroica. N o co nsiste ésta, como suele
creerse, en ejercer las formas más elevadas de cada una de
las virtudes cristianas. Es imposible practicar a la vez la vida
de cartujo y la de misionero, la virginidad y la castidad matri
monial heroica, la pobreza efectiva y la liberalidad; esto
puede suponerse a priori. La heroicidad consiste en vivir
heroicamente el «centro» de cada virtud, «centro» que se
determina en cada caso según unas circunstancias de vida
concretas. En otros términos, cada forma de vida exige una
cierta medida de cada una de las virtudes, secundum mensu-
ram no strae conditionis (1-2 q. 64), y es esta medida la que ha
de pretenderse, la que ha de vivirse con puntualidad y perseve
rancia, esto es, «heroicamente». Es indispensable tener con
ciencia de esta precisión, a nuestro juicio, fundamental.
UNIVERSALISMO Y DIFERENCIACIÓN
Percibimos ya las importantes consecuencias que se derivan
de este punto de partida.
a) En principio y en sí mismo considerad o, el criterio de
santidad por el examen de la heroicidad en las virtudes propias
38 La santidad cristiana
Criterio y características 39
8/19/2019 Thils Gustave - Santidad Cristiana - Compendio de Teologia Ascetica
19/302
de cada estado l leva consigo ciertas ventajas indiscutibles .
Es e l más útil de todos, puesto que se refiere a la santidad
real, más a l lá de toda discusión y de todos los problemas
relacionados con la definición de la perfección. Simplifica,
puesto que expresa, de una manera c lara y directa , e l ideal
de la santidad cris tiana. Finalmente aclara c iertas caracterís
ticas del cris tianismo que deben recordarse a los cris tianos de
hoy: e l universalismo de la l lamada a la santidad y la diferen
ciación en su realización concreta.
Universalismo del llamamiento.
En efecto, la Iglesia no
ha reservado a ningún grupo «privilegiado», a ninguna c lase,
a ningún particularismo, cualquiera que sea, e l reconocimiento
de la canonización. Todos son l lamados a la santificación.
Todos pueden l legar a e l la : prueba de e l lo es la diversidad
de los santos canonizados. Expresiones como «la santidad es
para los sacerdotes», o «la santidad es para los conventos»,
son radicalmente fa lsas . Podríamos incluso preguntarnos cómo
es posible que errores tan crasos estén tan extendidos, y que
haya cris tianos convencidos que los tengan por verdaderos.
Diferencias en ¡a realización concreta. En efecto, si la
santidad puede darse en todas las formas de vida, es evidente
que implicará variantes y diferencias en su realización con
creta , y que será preciso disociar la «santidad», en s í misma
de las formas que tome en los estados de vida más diversos.
«La heroicidad variará según estas circunstancias y las
condiciones particulares creadas a cada uno por sus deberes
propios que no son los mismos para todos, y adquiere mil
matices conforme a las dificultades que nacen para cada uno
de su temperamento, de los obstáculos con que tropieza, de
las tareas que emprende, de la forma de vida que abraza.
Lo cual quiere decir que es necesario considerar la vida de
un Siervo de Dios en concreto y ver s i ha respondido fie l
mente a lo que Dios pedía de é l , en otros términos, a lo que
era su deber, entendido en e l sentido pleno de la palabra,
y s i lo ha hecho con exactitud, continuidad y constancia»
( G a b r i e l d e S a i n t e M a r i e - M a d e l e i n e ,
Nor
mes actuelles de la sainteté, p. 178).
h) Qu e esta doctrina es importante salta a la vista.
Es fundamental que todos los fieles sepan — y oigan repetir
con regularidad— que e l l lamamiento a la santidad es uni
versal. Doctrina, también, plenamente actual. En nuestro
tiempo, todos los hombres adquieren la conciencia de ser una
fuerza en e l orden temporal: político, socia l , económico.
El principio del humanismo, después de haberse expresado
en sectores determinados de la humanidad, ha acabado por
pasar de la nobleza a la burguesía y de ésta a los medios
obreros. Cada uno de nosotros tiene actualmente la certeza
de estar l lamado a un despliegue humano y temporal tota l ,
en el ámbito del espíritu y en el de las condiciones materiales.
Por lo tanto sería doblemente sensible que e l desarrollo cris
t iano comple to —concre tamente : la san t idad— parezca es ta r
ligado a ciertas categorías de privilegiados. Si la revelación
nos hubiese anunciado ta l particularismo sería necesario desta
carlo y aun con más fuerza que nunca. Pero la verdad está
en los antípodas de todo particularismo. Y por desgracia lo
olvidamos con demasiada frecuencia. Es pues de una evidente
actualidad enseñar que todos los hombres están l lamados a
la santidad. Hay que hablar de e l lo , con insis tencia , pero
sin hacer de la santidad una mercancía de sa ldo ni un ideal
que puede a lcanzarse s in esfuerzo: una cosa es e l hecho,
cosa distinta los medios y las condiciones necesarias. En esta
hora en que cada uno se sabe con derecho a pretender un
desarrollo humano completo, es indispensable saber asimismo
que todo hombre es susceptible de un desarrollo cris tiano
pleno.
B e n e d i c t o X I V , De Servorum Dei beatiflcatione eí Beaiorum
canonisatione, B olonia; G a b r i e l d e S a i n t e M a r i e - M a d e -
1 e i n e , Normes ac tuelles de la sainteté, en Trouble et lumiére, en «Etudes
Carmél itaines» (1949), p . 175-188; L . H e r t l i n g ,
Canonisation,
en
D . Sp., 2, p. 77-85.
2. UNIVERSALISMO DEL LLAMAMIENTO
LAS ESCRITURAS
Todo hombre está l lamado a la santidad. La his toria de la
Iglesia es testimonio de ello. Interroguemos en primer lugar
a la iglesia del siglo í.
Cristo, en sus predicaciones, propone a todos aquellos que
quieren seguirle los misterios más elevados, ya sean sacer
dotes o doctores de la ley o gentes sencillas del pueblo atraídas
por sus milagros. Si hubiésemos de hablar de «predilecciones
colectivas» tendríamos que referirnos a los que sufren, a los
desamparados, a los humildes y a los pequeños, a los niños
principalmente. A todos dice e l Señor: «Sed perfectos como
vuestro Pad re celestia l es perfecto» (M t. 5, 4 8). Y el sermón
de la montaña es la carta del más e levado evangelismo.
40
La santidad cristiana
Criterio y cara cterísticas
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«Jesús — escribe un comentarista — nos propone expre
samente que nos asemejemos al Padre celestial. Para señalar
el contraste, elige la actitud opuesta a la de los publícanos y
paganos que aman a quienes les aman, saludan a quienes
son sus hermanos. Restringir la salvación a una categoría de
personas es índice de una gran estrechez de espíritu. Es justa
mente lo que hacen los paganos... El Antiguo Testamento no
había podido impulsar a sus adeptos hasta esta cumbre.
De una sola vez y desde el primer día Jesús sitúa en ellaa los suyos. Es realmente la cumbre de la caridad. Jesús puede
acabar su obra. Las almas que han alcanzado esta cumbre
reconocen a Dios por Padre. Perfectos en la caridad: sólo
se trata de lograr esto, que, en realidad, contiene todo lo
demás. Perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto»
( L . P i r o t , Evangiíe selon saint Mathieu, en «La sainte
Bible», t. 9, p. 71). La santidad del Padre asimilada de pronto
a una caridad fraternal que rebasa las concepciones humanas
y puede llegar hasta el heroísmo; ¿no es éste un mensaje muy
nuevo y significativo para todos los hombres?
Los Doce permanecen fieles al ideal de su M aestro. Predican
el mensaje de santificación a todos y a todos- comunican el
Espíritu santificador. Los Hechos de los apóstoles, ese libro
que patentiza el espíritu apostólico tradicional, muestran que
Pentecostés no vino a innovar nada en este plano, sino que en
él se confirmó todo. Veinticinco años después, san Pablo
recordará a los corintios que pocos de entre ellos pueden
vanagloriarse de ser sabios, nobles o poderosos según la carne
(1 Cor. 1,26-29) y que Dios ha elegido «la necedad del
mundo» para confundir a los que creen ser algo en el mundo.
Pero Pablo hubiese querido predicarles la más alta doctrina
espiritual (1 Co r. 3, 1-3). Diez añ os más tard e el Apóstol de
los gentiles desea a los efesios que sean «santos e inmacu
lados en la presencia de Dios» (1,4). Les desea que crezcan
constantemente, en la medida de la plenitud de C risto (4, 10 ss).
LA TRADICIÓN
El mensaje de la tradición es el mismo; he aquí una
pequeña muestra de ello.
San Agustín ha escrito, dirigidas a los seglares, páginas tan
adecuadas como las que el obispo de Ginebra dirigía a Filotea
doce siglos después. Poseemos muchas cartas enviadas por
los Padres y los Doctores a personas que vivían en el mundo
y que ocupaban una determinada posición en el mundo.
No se olvida a los militares: con respecto a ellos existe una
41
importante literatura espiritual, de un contenido exquisito.
«Conocemos —escribe san Basilio a un sold ado— a alguien
que nos ha mostrado la posibilidad de observar la perfección
de la caridad por Dios en la vida militar, y la necesidad de
distinguir a un cristiano, no por sus vestidos, sino por las
disposiciones de su alma» ( P . V i
11
e r , La spiritualité des
premiers siécles, pp. 165-69).
Por otra parte —dicho sea para no ignorar a la Edad
Media, cuyo sacralismo se ha subrayado sin embargo repe
tidas veces — Dionisio Cartujano, además de las
Doctrinas y Reglas de vida cristiana, en donde trata de cada
uno de los estados en la vida, escribió diversos tratados sobre
los deberes y la reforma de los obispos, de los arcedianos,
de los canónigos, de los beneficiados, de los párrocos, de los
estudiantes, de los novicios, de los profesos, de los nobles, de
los gobernadores de ciudades y de los jueces, de los soldados,
de las vírgenes, de las viudas, de los esposos, de los merca
deres. Como vemos no olvida a nadie.
En la época moderna, desde el punto de vista que nos
ocupa, un libro capital es la Introducción a la vida devota,
de
san Francisco de Sales.
Es preciso entender
bien esta vida devota. Es totalmente distinta de una piedad
dulzona para uso de las gentes del mundo. Es, dice el obispo
de Ginebra, la flor misma de la perfección. Enseñando a todos
los que acababan de descubrirse «hombres» que podían con
vertirse en «santos» también, Francisco de Sales bautizaba
el humanismo. Y no era el único en responder a esta preocu
pación. Si seguimos a H . B r é m o n d , este hecho no es
excepcional. «Antes de san Francisco de Sales han existido
centenares de introducciones a la vida devota que se dirigían
a todo el mundo. Durante los últimos treinta años del siglo xvi
y los primeros años del xvn, sacerdotes, religiosos, seglares, han
traducido al francés todos los grandes místicos, desde san Dio
nisio a santa Teresa» (Histoire Utéraire du sentiment religieux
en France, I, p. 19).
He aquí lo que escribía el obispo de Ginebra. Es un error,
«una herejía, pretender desterrar la vida devota de la compa
ñía de los soldados, del taller de los artesanos, de la corte
de los príncipes, del hogar de los esposos. Es cierto, Filotea,
que la devoción puramente contemplativa, monástica y reli
giosa, no puede ejercerse dentro de esas vocaciones. Mas tam
bién existen, además de estas tres clases de devociones, otras
varias, propias para perfeccionar a los que viven en estados
seculares». Después precisa: «San José, Lidia y san Crispín
42
La