Trayectorias de dolor y resistencia
XXII
Despertar la conciencia y construir la
Trayectoria de vida
Ahí voy, a no dejarme vencer
Pero para mí era una película, o sea, era algo que
no estaba sucediendo. Porque... o sea, eso era algo
que yo no creía que a mí me pasara porque yo lo
veía en televisión, pero nunca a nosotros. Como lo
que pasó con el incendio [en Café Madrid]. Uno
sólo lo ve en televisión pero nunca decir: “En mi
hogar, en mi familia va a pasar eso”. Yo veía en
televisión que amordazaban a la gente y
amordazaron fue a una hermana mía. Yo nunca
pensé en eso.
Entrevistada no 22
1
Esa casita de sueños que cada quien sueña
Construye su memoria a partir de los siete años, porque para ella en ese momento
empiezan sus problemas, ya que a esa edad ingresa a estudiar a un colegio privado gracias a
la rectora de la institución, quien es familiar de su madre. Allí siente por primera vez las
profundas divisiones de la sociedad. Allí, donde comúnmente estudian los hijos de personas
adineradas, es discriminada por sus compañeritas por no comportarse, ni tener las mismas
cosas que ellas: el colegio exige utilizar tres camisas y su madre sólo puede comprarle una,
en las ceremonias es indispensable utilizar un blazer que en su casa tampoco pueden
adquirir y sus cuadernos no son igual de costosos a los demás. Antes de vincularse a ese
colegio, tiene una vida normal. Nace el 7 de marzo de 1985 en Tunja y vive en una familia
conformada por seis hijos, en donde el sustento del padre como maestro de construcción
alcanza para los gastos del hogar. Crece en una casa que le trae buenos recuerdos:
Mi casa primero comenzó con una cabaña muy bonita. En maderita, pero madera fina, muy
bonita. Por fuera le pintamos muchos dibujos de la era de Mesopotamia. A mi papi le
fascinaba pintar y en cada cuadrito nos dibujaba uno. Teníamos un juego de alcoba cada
una. Muy bonito, nos tenía peinadora y alrededor había mucho jardín, a él le fascinaron
siempre las flores. Después empezó a construir al lado, viene el baño, viene la habitación
de los hombres, viene una pila grande (porque él decía que para que no nos quedáramos sin
1 La entrevista fue realizada en la vivienda de uno de los líderes del barrio. La entrevistada estaba viviendo
allí, con su esposo y su pequeño hijo, en una cama sencilla, en una habitación en donde vivían otras cuatro
familias, también afectadas por el incendio ocurrido en el Café Madrid en el año 2012.
agua), viene la cocina (la cocina viene en arquitos, muy bonita, la dejó en obra negra), y ya
lo último que le puso a la cocina fue un arquito, fue cuando murió mi tío que no volvió a
ponerle un ladrillo más... Esa casita de sueños que cada quien sueña.
Sin embargo, el sueño que representa esa vivienda es de los pocos recuerdos
alentadores de su infancia. Después de ingresar al colegio privado, el ambiente hostil y la
imposibilidad de adquirir un libro por su alto costo, la llevan a perder el sexto grado. Su
padre, quien en un momento pensó en dejarla sin estudiar a modo de castigo, accede al final
a las peticiones de la madre de ponerla en otro colegio, un colegio público y mixto en
donde no es necesario el dinero para sobresalir. Allí ella se convierte en líder y estudia los
siguientes cuatro años, pero al mismo tiempo conoce el alcohol y el cigarrillo. Su vida
transcurre normalmente y al llegar a noveno retornan los problemas, pero en esta
oportunidad son de una naturaleza diferente:
Un tío mío comenzó a andar con gente que no le convenía. Un sábado, me acuerdo tanto,
llegaron ahí a la casa y nos dieron plata y yo: “Papi, pero ¿qué pasa?”. Él no me decía a mí
nada, yo no podía preguntar. Empezaron a traer armamento escondido en el plátano, pero
nosotros teníamos prohibido ver eso. Pero mi papi nunca supo qué era lo que había ahí,
sino que yo un día entré escondida y me metí ahí: “Papi, pero esto no es plátanos”. “Hija no
abra la boca, usted no ha visto nada y no ha dicho nada”. Y por eso me pegaba.
En ese momento su tío inicia actividades con un grupo armado que ella nunca pudo
identificar. Y, junto a su tío, su padre también se involucra en otras cosas que muy
lentamente acaban con él:
Yo nunca sabía que mi papi consumía vicio. Un día entré al baño de la casa y encontré una
caja de fósforos y yerbita verde. Y le dije “¿Mami y esto qué es?”, llamé a mi mamá. “No,
eso no es de nadie”. “Mami, que me diga esto de quién es”. Claro, a esa edad yo ya
entiendo -haciendo noveno-, que eso no es normal. Ya mis compañeros del colegio me
avisaban, me decían: “Mire, su papá está metiendo vicio”. Yo: “No, mi papi no es así”. No,
porque mi papi siempre nos demostró respeto y nos exigía que nunca nos metiéramos con
algo malo, ni nada.
Su tío, bajo el pretexto del apoyo económico a la familia, comienza a utilizar la casa
como bodega del grupo ilegal, en donde además de armas, esconde la coca que recolectan
en zonas rurales. La casa deja de ser entonces el sitio en donde ella puede aislarse del
mundo exterior, un mundo del que no tiene mucho conocimiento pero en el cual se
presentan los primeros asesinatos.
Para mí era una película
Corre la Semana Santa del año 2000 cuando su tío, estando en la casa, le da dinero a
cada uno de los sobrinos y se despide diciendo: “Tomen, porque puede ser la última vez
que me vayan a ver”. Sale a una verbena programada por la Semana Santa, pero después de
la fiesta no regresa nunca más. Su padre emprende entonces una búsqueda desesperada,
pregunta a los vecinos por su paradero y a través de varios conocidos logra publicar una
foto en un medio de comunicación nacional. Pero todo este esfuerzo cesa cuando el 6 de
mayo reciben una fatídica llamada, la Policía les informa que acaban de encontrar el
cadáver de una persona con características similares las de su tío, en una calle de Puente
Nacional, Santander. “Lo encontraron. Dice mi papi que lo quemaron, le quemaron sus
partes íntimas y sus piernas. Su cara toda se la quemaron”. Al poco tiempo llegan a la casa
unos señores diciendo que son de la Fiscalía y que deben recolectar pruebas, desordenan
toda la casa, rompen los muebles, intimidan a la familia y, al no encontrar nada, se
marchan. Preocupado por la actitud de los funcionarios públicos, su padre averigua en la
Fiscalía el motivo del allanamiento, pero allí le informan que esa acción nunca fue
ordenada. Al parecer, “la gente que había matado a mi tío creía que él había dejado caletas,
pero que estaban en la casa; fueron esa misma gente buscando eso”. Después, su padre
comienza una nueva etapa en su vida, marcada por dos factores determinantes: la adicción a
las drogas y la huida constante de los victimarios de su tío. Ambas circunstancias terminan
afectando a toda la familia.
Él nunca aceptó que mi tío hubiera muerto, o sea, él siempre vivió con ese resentimiento, él
decía: “Se me acabó la vida”. No le importó familia, no le importó nada, decidió echarse la
pena de muerte… Ahí empezó mi papi a pagar escondederos. Se escondía, mi papi
permanecía borracho. Cuando tocaban la puerta nos escondíamos debajo de la cama y yo:
“Papi, ¿pero qué pasa? Díganos qué pasa”, “Nada, ustedes no me pregunten nada”.
Entonces hubo un momento en que mi papi ya empezó a golpearnos, a pegarnos, a
insultarnos, ya se volvió insoportable y ya nos escondía a cada rato. Si estábamos
estudiando nos sacaba del colegio. Comenzó a meter vicio, tomaba mucho trago.
Al poco tiempo le dicen a su padre que tiene veinticuatro horas para salir de la
ciudad. Él se resiste porque no tiene ningún otro lugar a dónde llevar a su familia, poco
después, la amenaza se hace más agresiva:
Mis dos hermanos, de trece y catorce años, estaban durmiendo en una habitación y yo ya
vivía con mi otra hermana en otro barrio, yo me había ido porque mi papi me había echado.
Llegaron y amordazaron a mi hermana menor y le preguntaron: “¿Dónde está su papá?”. Mi
papi estaba en otro cuarto porque en ese tiempo él viajaba y volvía. Mis hermanos sabían
que si abrían la boca y decían dónde estaba mi papi lo iban a matar. Mi hermana les decía:
“Yo no sé dónde está mi papi. Les lloraba (ella quedó con ese trauma y todavía lo trae). Él
no ha hecho nada yo no sé dónde está”. Entonces el señor empezó a tocar a mi hermana y
mi hermano pequeño le decía: “No le haga nada a ella, no le haga nada, mire que ella no
tiene nada que ver, ella no sabe nada, nosotros no sabemos nada”… Mi hermana dice que el
señor era negro, eso recuerda ella, que era negro y tenía un reloj muy fino, muy bonito. Y
con el reloj se alumbraba y se podía ver. A mi hermana no la siguieron tocando, porque mi
hermano ya se metió… Entonces le dijo: “La última advertencia yo se la di a su papá, que
en veinticuatro horas saliera, pero ahora son ustedes los culpables de que le pase algo”…
Entonces ellos [los agresores] se fueron como a las dos de la mañana. Mis hermanos se
esperaron hasta la mañana y llamaron a mi papi, mi papi […] nos dejó allá mientras
solucionaba algo, se vino para Bucaramanga y aquí nos consiguió donde quedarnos. Y nos
trajo para acá.
El día que se despidió, se me murió
La familia se divide: en Tunja su hermana mayor se organiza con un muchacho,
mientras el resto de su familia se desplaza a la casa de una familiar, ubicada en un
municipio del área metropolitana de Bucaramanga. En este lugar, la convivencia se hace
insostenible. La anfitriona siente que los nuevos invitados están invadiendo su espacio y los
conflictos no se hacen esperar. A pesar de todo, ella y su hermana continúan sus estudios
mientras su padre responde por los gastos del hogar trabajando en construcción. Cuando
termina el bachillerato la situación empeora porque su padre se hace amigo de alguien que
los lleva a vivir a un sitio de Bucaramanga conocido como el Mercado de las pulgas2.
En Las pulgas fue peor porque nos llevó a vivir a un cuartito donde apenas cabíamos como
tres, uno sobre otro. Nos pegaba mucho, me dejaba la cara negra, yo me le escapaba para
que no me pegara. Ya mi hermana mayor, ya tenía como 17 o 18 diecisiete o dieciocho
años y se devolvió para Tunja. Ella dijo: “Me voy, ya no más”. Se devolvió, ya quedamos
solamente con mi papi. Yo comencé a trabajar. Yo le ayudaba, mi mami también. Yo
empecé trabajando en oficios varios, hacía aseo; así comencé. Me iba bien, yo le colaboraba
a mi mamá para pagar arriendo, pagar los servicios, pero entonces mi papi lo poquito que
hacíamos, nos lo quitaba y se lo llevaba para ir a meter vicio. Había días que él nos
prometía que iba a cambiar pero no mejoraba.
El consumo de droga y el alcohol llevan a su padre a pelearse con personas del
lugar. Tienen que salir entonces e iniciar un peregrinaje “de casa en casa, de pieza en
pieza”, buscando refugio para pasar la noche. La situación llega al límite y al final su padre
se separa de la familia para irse a vivir a la calle; de vez en cuando regresa, pero la droga
2 El Mercado de las pulgas está ubicado en el centro de Bucaramanga; allí se comercializan de manera
informal objetos de contrabando o hurtados en diferentes sitios de la ciudad y que llegan al mercado para ser
comercializados, tales como celulares, billeteras, electrodomésticos, repuestos de automotores, etc.
siempre termina atrapándolo. No obstante, este lento proceso de destrucción de su padre
está antecedido de otra tragedia familiar. En el Mercado de las pulgas ella conoce a su
actual esposo, pero también a su cuñado, un cristiano apasionado. Con el tiempo ella se
organiza con su pareja, al mismo tiempo que su hermana se hace muy amiga del cuñado y
un día le acepta una invitación a bailar. Durante la velada el “fervoroso creyente” dopa a su
hermana con unas pastillas y abusa de ella sexualmente.
Entonces llegó mi cuñado en la mañana al apartamento, pensativo como nunca. Me llamó a
la habitación de él y me dijo: “Lo que pasó, tenía que pasar”. Mi hermana en ese momento
estaba donde mi mamá. Yo le dije: “¿Cómo así?”. Y me dijo: “Sí, y lo que más me duele es
que ya había estado con otro hombre”. Le dije: “Si le llegó a hacer algo a mi hermana yo lo
mato”. Me dijo: “No, yo no le hice nada”. Me fui corriendo a llamar a mi mami y le
pregunté qué había pasado. Me dijo: “No sé, su hermana sólo se la ha pasado durmiendo
desde que llegó y llora y llora pero no me dice nada. Ella sólo se limita a llorar y a llorar”.
Y en ese tiempo ya mi papi y mi mami ya no vivían... mi papi a veces se quedaba en la
calle, otras veces en la casa. Yo me volví para la casa y le dije a mi cuñado: “Por última
vez, dígame qué fue lo que pasó”. Me dijo: “Nada, nada”. Me fui para la casa de mi mamá
y encontré a mi hermana acostada en la cama y temblando y yo le dije: “Mami, dígame qué
pasó”. “No, yo no me acuerdo de nada”. “¿Cómo así?”. Me dijo: “No, yo sólo me acuerdo
es que él estaba encima mío y cuando me desperté mi ropa estaba manchada de sangre”.
Este hecho la pone en una difícil posición. Por un lado está su hogar recién
conformado y, por el otro, la integridad ultrajada de su hermana. Al final su cuñado huye
hacia Pelaya, Cesar, por temor a ser capturado. A veces ella se encuentra con él y se siente
impotente porque piensa que al denunciarlo puede afectar a su esposo y las consecuencias
no sólo pueden recaer en él, sino también en su hogar: “Y yo me encuentro con él y -todo el
pasado revuelto- yo como que quisiera decir: ‘aquí está él, aquí lo entrego’. Pero yo sé que
yo hago eso y mi hogar se va para el piso”. Mientras esto ocurre, su padre sigue
deambulando por las calles, tratando de sobrellevar su vida que amenaza con extinguirse.
En la existencia de su padre hay muchas cosas que él nunca pudo aceptar: la muerte de su
hermano, el desplazamiento forzado, la pérdida de la casa, la pobreza, el abuso sexual de su
hija y el hecho de que su otra hija estuviera viviendo con el hermano del victimario. El final
de la vida de su padre comienza con un dolor de estómago:
Y mi papi comenzó enfermarse; un día me llamó que estaba en la [Universidad] Santo
Tomás, me dijo: “Mami, me estoy muriendo”. Yo dije: “No, porque usted no se va a morir,
yo sé que tiene hambre papi, ya voy a buscarlo para que almuerce por acá”. Mi papi ya
había comenzado a coger calle. Yo le dije: “Papi, usted no se va a morir, yo le ayudo,
véngase”. Dijo: “Mija, no, yo por allá no voy, venga y me ayuda”... [llanto]. Eso es difícil
para uno, ahí lo encontré en la Santo Tomás, lo encontré con una bolsa de leche y me dijo:
“No puedo más, mija”. Le dije: “No papi, usted se va a levantar de esa, vamos a salir
adelante de esta, borrón y cuenta nueva papi, hágale”. Entonces dijo: “Sí, pero primero yo
necesito ir al médico”. Nosotros no teníamos seguro acá, nos tocó llevarlo para Tunja. Él
comió ahí en la Santo Tomás y lo llevamos al terminal, se fue para Tunja y lo
hospitalizaron. Nos lo entregaron a los tres días, se le entregaron a mi hermana menor y
dijeron: “Ya no tiene salvación, él ya se muere”. Nosotros decíamos que era imposible
porque a pesar de que él cogía la calle él llegaba a la casa y comía bien, pero él venía con el
cáncer años atrás, cáncer en el estómago. Yo comencé a visitarlo, me iba de aquí para
donde mi tía y ya me estaba con él, comencé a verlo un huesito. Desde que lo sacaron del
hospital, lo desahuciaron y lo mandaron para donde una tía mía, allá en Tunja, en el barrio
Los Muiscas, porque nosotros teníamos que llegar, pero que nadie supiera porque temíamos
que nos volvieran a hacer daño. Ya llegamos allá, yo iba cada quince días. Siempre le pedí
perdón porque yo no fui la mejor hija… Le dije: “Papi, ánimo que yo quiero verlo arriba,
quiero que me perdone, perdóneme. No sé qué le hice para qué usted me odie tanto”… El
28 octubre de 2008 me vine porque tenía que trabajar; yo trabajaba en una empresa de
motos y tenía que responder en el trabajo. Me le arrodillé y le dije: “Papi, deme la
bendición, me voy, pero yo sé que lo voy a volver a ver”. Me dijo: “No mija, yo quiero que
usted me cuide a mi niña”. La niña es mi hermana de quince años que en ese entonces tenía
siete, esa niña es una hermosura, yo la adoro, ella es mi sol y luna. Y él me dijo: “Lo único
que yo le recomiendo es que no me la deje sola, acompáñemela, ayúdela, no me la haga
sufrir”. Le dije: “Papi, tranquilo que usted de ésta sale, nos vamos a levantar”. Me vine con
la niña, él se despidió y el 28 en la mañana me llamó y yo estaba en la tienda y no alcancé a
contestar, se alcanzó a despedir de la niña. Mi mami llamó a mi marido y le dijo: “Trate de
hablar con mi hija, para que se calme, para que no se le venga el niño, dígale que el papá ya
murió”. Yo tenía cinco meses de embarazo cuando él murió.
Siempre he sido “lanzada” para lo que sea
Con el duro golpe que significa la muerte de su padre, ella prosigue su vida, pero
esta vez concentrada en su hogar: en su esposo y en su hijo recién nacido, de quien dicen en
la familia es la reencarnación del padre: “todos dicen que mi papi murió para darle la vida a
mi hijo”. Inicialmente, cuando ella y su esposo se van a vivir juntos están bien
económicamente porque ambos pueden trabajar y comprar con sus salarios las cosas que
necesitan; pero desde el embarazo de su primogénito la situación se hace más difícil.
Comienza un nuevo peregrinaje: primero se mudan a uno de los ranchos de La Unión II, en
Café Madrid, pero al ver que nada les sale bien, se trasladan a Pelaya a vivir con su suegra
y allí nace el niño: “Tuve mi hijo sin nada, o sea, con lo que me regaló mi cuñada compré
los pañales, me quedé sin nada”. De Pelaya retornan nuevamente a Bucaramanga a vivir
con su madre en un apartamento del barrio Gaitán, en donde las viviendas familiares se
mezclan con talleres automotrices y bodegas industriales: “Un barrio lleno de viciosos”.
Duran allí un tiempo, hasta que les sale la oportunidad de vivir nuevamente en Café
Madrid. Allí su familia se dispersa y surge una nueva pérdida de la que tiene que reponerse.
Entonces cuando sacaron a la gente del Corrales [Café Madrid] para los apartamentos, mi
cuñada me dice: “Hay una opción de vivienda para ustedes, que ustedes se metan a un
ranchito acá”. Me vine, Invisbu me dio el rancho. Entonces, me vine y me traje a mi mami,
me traje a vivir a mi mami en un huequito, le armé un huequito. A mi mami le dieron un
proyecto de Acción Social, ella montó una miscelánea ahí, pero comencé a tener muchos
problemas con mi mami y mi marido. Mi mami nunca le ha hablado a mi marido por lo que
pasó con el hermano, nunca. Sino cuando yo estoy enferma o mi bebé está enfermo se
hablan, pero ella no perdona lo que pasó. Comenzamos a tener muchos problemas, a estar
todos los días agarrados, entonces yo me fui un tiempo para la ciudadela, mi mami conoció
a un señor, de aquí [del barrio] Villas de San Ignacio. Bueno, tuvieron una relación, él se la
llevó a vivir a Villavicencio. Entonces, como que le llegó ese momentico de ser feliz. Me
dio durísimo, yo no quería ya comer, quería estarme con mi mami, a cada rato la llamaba,
ya comencé a tener muchos problemas con mi marido. Yo no quería saber nada, yo no
fumaba ya, pero comencé a fumar de nuevo. Ya dije: “No, no me importa nada, mi mami ya
se fue”. Estaba dejando a mi esposo a un lado, empecé a pegarle mucho mi hijo, lo
maltrataba, le pegaba por todo, nada me gustaba; si me daba un beso no me gustaba, le
pegaba… Entonces un día me puse a mirarme al espejo y me vi los dientes amarillos,
amarillos, y me dije: “Yo misma me estoy volviendo nada, por nada, mi mami no se ha
muerto, estoy viva”. Dije un día al cigarrillo no más, no vuelvo a fumar. Y de ahí pa’ lante
no volví a fumar más. Porque eso me afecta a mí y si se llevó a mi papi por delante. Por qué
yo voy a dejar que me afecte a mí. No, ya no más, yo dije: “Yo tengo que ser otra persona”.
A partir de ese momento ella comienza a destacarse en el barrio por su liderazgo. Se
convierte en líder de Visión Mundial y empieza a organizar actividades como animadora
con sesenta niños con quienes hace talleres para difundir los principios religiosos de la
organización. Posteriormente se vincula a una asociación de víctimas del desplazamiento
forzado, en donde más adelante es nombrada secretaria. A su esposo, quien para el
momento consigue un trabajo como panadero, no le gusta que ella ejerza ese tipo de
liderazgo, sin embargo, acepta con resignación que lo haga, porque según ella esa es una
forma de reivindicarse con su padre, quién siempre quiso que sus hijos fueran grandes seres
humanos. En medio de esas actividades logra acceder a un programa de la Gobernación de
Santander para financiar un proyecto de generación de ingresos. Con su esposo deciden
montar una fábrica de empanadas con el dinero que les dan. Se ayudan con un préstamo de
dos millones de pesos que su madre les hace para comprar algunos implementos que les
faltan, entre esos el horno y la batidora. Comienzan a fabricar y vender empanadas y en
corto tiempo los productos tienen buena acogida dentro del barrio. Uno de los niños que ha
participado con ella en el programa de Visión Mundial le sugiere vender las empanadas en
el colegio de Villas de San Ignacio, donde no hay cafetería y los estudiantes deben comprar
por fuera su merienda. A ella le llama la atención la propuesta y al día siguiente se va para
el colegio con sesenta empanadas. Cuando llega, intenta ubicarse en un huequito por fuera
de la institución, pero los otros vendedores se lo impiden. Frustrada, se sienta en un andén a
lamentar que este nuevo intento tampoco le hubiera resultado, pero de un momento a otro
las cosas cambian de dirección:
Me senté toda aburrida y dije: “Otra vez: una oportunidad se me abre y vuelve y se me
cierra”. Me senté y una niña me dijo: “Vecina, ¿viene a vender?”. Yo dije: “Sí, ¿pero ahí
quién vende? Ahí no lo dejan a uno vender”. Dijo: “Mire, el rector del colegio está
buscando quién le trabaje en la cafetería”. Yo iba en chancletas, en jean, en chancletas, me
fui fea, o sea, no me arregle ni nada. Pero íbamos con las tarjetas del negocio. Yo siempre
he sido lanzada para lo que sea, yo cuando es de un negocio, yo me le meto. Entonces le
dije a mi marido: “Entremos”. Me dijo: “¿Así?”. Le dije: “No importa, está el rector y lo
cogemos”. Entramos y hablamos con el rector, el rector le dijo que le había gustado que
nosotros hubiéramos llegado como pareja y que estuviéramos trabajando como pareja, y no
cada quien por su lado. Dijo: “Listo, hagamos un experimento, mañana traigan productos y
ustedes miran cómo les va”. Llevamos una mesita de mi hijo, donde hacía tareas, la vitrina
que habíamos comprado la llenamos de empanadas y limonada y vendimos, como nunca
pensé yo vender. Empezamos a vender, gracias a Dios, nos empezó a ir muy bien.
Con el tiempo, entre ella y su esposo construyen dentro del colegio una caseta
improvisada para vender las empanadas: “Mi marido nunca ha sabido nada de construcción,
nada. Yo siempre quise buscar una persona como mi papi para qué me hiciera una casa bien
bonita y no me salió así, me salió fue un panadero”. Sin embargo, como pueden se las
arreglan para tener en las mejores condiciones su nuevo negocio. Al poco tiempo, la junta
directiva del colegio les construye una caseta mucho más bonita y adicionalmente le
instalan la luz, adecúan un lavaplatos y les prestan dos neveras. Todo está armado para
continuar, pero ahora de una manera más favorable para la familia.
Pídale a Dios que le apague el fuego
Como si fuera un aviso de algo que está por venir, el lunes 4 de junio por la mañana
su esposo se accidenta en la moto y se pierden las empanadas que han preparado para esa
jornada. Ese día ella trabaja en la tarde y como a las cuatro regresa a su casa. En ese
momento su hijo juega con un amiguito y ella lo llama para que le ayude con algunos
oficios del hogar. De repente comienzan a oírse gritos afuera y sólo hasta que ella y su
esposo escuchan con mayor detenimiento, se percatan de aquello que ocurre:
Empezó una señora de gritar: “¡Salgan de la casa que se está incendiando todo eso!”. Yo
decía: “No, no, amor están gritando allá afuera”. Y mi marido con ese pie salió rapidísimo y
ya empecé a gritar: “Echemos agua”. Cuando ya vi la llamarada grandísima, nunca me
imaginé sentir tanto miedo como sentí ese día. Yo le decía: “Negro, echemos agua, por
favor, echemos agua”. Y yo no creía que aún llegaba la candela a mi casa. Entonces cogí mi
vitrina, la de la miscelánea y la saqué hacia fuera. Entré por los cilindros, porque eso era lo
más peligroso y allí yo tenía dos cilindros para la estufa industrial y para el horno. Saco el
primer cilindro y fuimos a donde la señora de la tienda que siempre le compramos y lo que
hizo fue hacernos mala cara. Mi marido se fue a llevar el otro cilindro más lejos, cuando ya
quisimos llegar, sacó una nevera. Llegó otro señor: “¿Le ayudó a sacar la nevera?” y se la
robó. Yo empecé a decirle a mi esposo: “Se nos acabó todo, nos quedamos sin nada,
nuestro sueño se acabó”. Él no pensaba tampoco que las llamas llegaran allá, [creía] que las
máquinas nos iban a salvar. Entonces me dice: “Mami, yo sé que se salvan”. Yo me la
arrodillaba: “Qué hacemos, apaguemos, echemos más agua”. El fuego comenzó como a
evadir mi rancho y yo empecé a orar y una señora me decía: “Ore, ore, pídale a Dios que le
apague el fuego”. Y yo alzaba a mi hijo que me decía: “Mami, apágueme mi rancho que se
me está quemando, mami échale agüita, mamá”. Yo: “Papi yo sé que se nos va a apagar el
rancho”. Cuando ya vi que llegaron los bomberos -porque se demoraron una hora completa-
cayó la primera parada de agua y abrió el fuego, fue cuando se comió mi rancho completo.
Yo empecé a gritar, me arrodillé, desesperada, gritaba y mi esposo me levantaba y yo
volvía y me tiraba; decía: “Yo de ésta no salgo”. Mi esposo siempre ha sido optimista frente
a las cosas así él vea las cosas peores. Me dijo: “De ésta salimos, y de ésta salimos”.
Cuando ya empecé a ver que se apagaba la candela lo último que vi fue una foto de la niña
que más quiero de mis hermanas, mi mami le había mandado a hacer un estudio muy
bonito, y empezó a quemarse. Peor, empecé a gritar desesperada, maldije a Dios... Se me
acabó todo, no tengo hoy en día nada. Estoy sufriendo porque “al caído caerle”, dicen.
Esa cédula nos queda como un recuerdo para toda una vida
Después del incendio ella y su familia son recibidas en la pequeña casa de un líder
del barrio, junto con otras trece personas. Desde allí espera que con la solidaridad de
familiares, amigos y desconocidos pueda recuperar algunas de las cosas que perdió con el
incendio, pero tiene clara la necesidad de seguir trabajando para volver a montar su
negocio. A su esposo, lo llama una persona con quien había trabajado anteriormente en una
panadería.
Entonces lo llamaron, él fue, le preguntaron cómo le fue con el negocio y él dijo: “No, lo
perdí todo”. Entonces llegó y le dijo: “Mire, yo le tengo un regalo”, fue adentro y le regaló
una rollera que él tenía ahí y mi esposo le dijo: “No, ¿cómo le voy a recibir?”. “Usted no
está para preguntarme cómo, yo necesito que usted me reciba esto y mañana mismo venga y
trabaje y haga para su plante de nuevo”. Y hoy, gracias a Dios, está trabajando.
A pesar de la solidaridad recibida, también se ha encontrado con personas
malintencionadas que se aprovechan de su situación. Recién ocurre el incendio sus
familiares reúnen dinero y le envían 400 mil pesos para que pague un mes de arriendo en
un lugar digno. Ese mismo día una señora le ofrece una casa en arriendo y le pide el pago
de un mes por adelantado, pero el día del trasteo le dice que ya no le arrienda la casa y que
la plata que le había dado el día anterior se la ha gastado. Actualmente ella busca la forma
de recuperar ese dinero que le robaron por ingenua. Recuerda también que recientemente
llegaron al barrio funcionarios de la Registraduría a entregar cédulas gratis a las personas
damnificadas por el incendio. Para ella ese es un buen servicio, porque hasta las cédulas se
les han quemado; empero, eso no deja de ser representativo de la tragedia. “No nos
cobraron nada por eso, ni las fotos, porque las fotos nos las tomaron. Así como íbamos, nos
las tomaron. Esa cédula nos queda como un recuerdo para toda una vida, es que esto no se
olvida” Después de todo lo ocurrido, ha desistido de la idea de tener más críos. Lo
importante es sacar adelante a su hijo y evitar que repita las mismas experiencias que no ha
podido evitar. Su hijo es su principal motivo para seguir y superar esta serie de tragedias
que se suceden unas a otras. Ella tiene claro que si bien el panorama es difícil, todavía
existen los medios para levantarse y emprender un nuevo reto.
Claro, si yo lo estoy viendo, yo lo estoy viviendo. A mucha gente le regalan plata y ¿qué
hace la gente? Se la toma. No la producen. Yo tuve $1 800000 que me dio la Gobernación,
con eso monté mi negocio, con eso produje. Me estaba yendo muy bien, que hoy Dios me
lo quitó todo. Pero yo sé que si mi Dios pone las manos en cada uno de los que perdimos,
volvemos a iniciar de nuevo y no dejamos acabarlo todo. Pero así el gobierno no me de
nada, así me toque volver de nuevo a vender Quí’ hubo, de nuevo volver a lavarle el piso a
una persona que tiene y que lo humilla, porque donde más lo humillan a uno, es cuando uno
va a hacer aseo en una casa, porque lo tratan a uno mal. Hay casas que sí, que hay gente
muy buena, como hay gente que es muy mala. Si me toca volverlo a hacer, yo lo hago,
porque yo no me voy a morir de hambre. Yo tengo un reto hoy en la vida, y he sufrido, pero
de esta me levanto.