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Tres naciones en pugna por el dominio del mar (1805)€¦ · currido del siglo puede definirse como...

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L A CAMPAÑA DE T RAFALGAR Tres naciones en pugna por el dominio del mar (1805) HUGO O’DONNELL
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L A C A M P A Ñ A D E T R A F A L G A R

Tres naciones en pugnapor el dominio del mar (1805)

H U G O O ’ D O N N E L L

Page 2: Tres naciones en pugna por el dominio del mar (1805)€¦ · currido del siglo puede definirse como un permanente estado de guerra entre España, aliada casi siempre con Francia,

Primera parte

LOS ANTECEDENTES POLÍTICO-MILITARES

Capítulo I. Un siglo de antagonismo hispano-británico ....... 13Capítulo II. El efímero ensayo de alianza entre

Gran Bretaña y España ................................... 27Capítulo III. La etapa bélica, 1796-1802 ................................. 37Capítulo IV. La paz de Amiens y las dificultades de la

neutralidad española ....................................... 48

Segunda parte

LA PLANIFICACION DE LA GUERRA

Capítulo V. Los planes ofensivos franco-españoles ............... 67Capítulo VI. La estrategia inglesa. Del bloqueo al choque

aniquilador..................................................... 85Capítulo VII. Amenazas y respuestas a ambos lados del

Atlántico .............................................................. 97

Tercera parte

LA DEFENSA DE LA ESPAÑA PENINSULAR

Capítulo VIII. David frente a Goliath. Las fuerzas sutiles ......... 113Capítulo IX. La defensa de los departamentos marítimos.

Cádiz y Cartagena ........................................... 123

Í n d i c e

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Capítulo X. La protección del Cantábrico y los proyectos locales .............................................................. 136

Cuarta parte

LOS ÓRGANOS DE DECISIÓN Y DE EJERCICIO DEL MANDO

Capítulo XI. Las instituciones enfrentadas. El alto mando y la organización de las escuadras...................... 151

Capítulo XII. Los comandantes generales Nelson y Villeneuve... 167Capítulo XIII. El jefe de la escuadra española de operaciones,

¿Gravina o Grandallana? ................................ 179

Quinta parte

LA OFICIALIDAD

Capítulo XIV. Los oficiales de Nelson. Su band of brothers ...... 193Capítulo XV. Las vicisitudes de la oficialidad naval francesa... 212

Capítulo XVI. El proceso de selección para el mando de los buques españoles ................................. 231

Sexta parte

LAS DOTACIONES

Capítulo XVII. Auxiliares y técnicos: los oficiales mayores y los oficiales de mar ....................................... 257

Capítulo XVIII. La marinería y la tropa. Las dotaciones inglesas ............................................................ 272

Capítulo XIX. Las tripulaciones y guarniciones de las escuadras aliadas .............................................................. 290

Séptima parte

LAS CONDICIONES DE LA VIDA A BORDO

Capítulo XX. La vida a bordo, la actividad diaria y la disciplina ................................................... 309

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Capítulo XXI. Las condiciones de alimentación y sanitarias .... 328Capítulo XXII. El plan de combate y su ejecución. El abordaje ... 343

Octava parte

LOS MEDIOS Y LA TÁCTICA

Capítulo XXIII. Los buques de los contendientes. Tipos y características ............................................... 361

Capítulo XXIV. El armamento artillero y su servicio ................... 382Capítulo XXV. La táctica lineal de las escuadras. Clasicismo

frente a innovación ......................................... 399

Novena parte

LOS PREPARATIVOS PARA LA ACCIÓN CONJUNTA

Capítulo XXVI. La difícil puesta a punto de las escuadras españolas ......................................................... 417

Capítulo XXVII. Los problemas de leva, adiestramiento y avituallamiento ................................................ 428

Capítulo XXVIII. La concentración de las fuerzas aliadas ............. 452

Décima parte

LA CAMPAÑA DE DIVERSIÓN

Capítulo XXIX. Las operaciones en el Caribe .............................. 469Capítulo XXX. El regreso a Europa de la escuadra Combinada... 488

Capítulo XXXI. El combate de Finisterre de 22 de julio de 1805 ............................................................ 505

Undécima parte

TRAFALGAR COMO DESTINO

Capítulo XXXII. La escuadra en Galicia. El abandono del proyecto de Inglaterra .............................. 529

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Capítulo XXXIII. Dos meses en Cádiz ............................................ 543Capítulo XXXIV. El «acto de desesperación» de Pierre Charles

de Villeneuve ................................................... 559

Duodécima parte

FATALIDAD O FORTUNA

Capítulo XXXV. «El enemigo está en la mar» ............................... 579Capítulo XXXVI. La batalla de 21 de octubre de 1805 .................. 594

Capítulo XXXVII. La culminación del desastre ............................... 617Capítulo XXXVIII. Trascendencia, consecuencias y recuerdo .......... 631

Siglas empleadas ....................................................................................... 645Notas ........................................................................................................ 647Bibliografía ............................................................................................... 681Glosario náutico ....................................................................................... 689Índice de nombres .................................................................................... 707Índice de nombres de barcos ....................................................................

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Primera parte

LOS ANTECEDENTES POLÍTICO-MILITARES

Page 7: Tres naciones en pugna por el dominio del mar (1805)€¦ · currido del siglo puede definirse como un permanente estado de guerra entre España, aliada casi siempre con Francia,

Afinales del siglo XVIII, España y la Gran Bretaña se reconocían, en paz o en gue-rra, como naciones rivales, existiendo en nuestro país, como también en otros

de tradición hondamente marinera, la convicción de que Inglaterra esclavizaba conla tiranía de los mares mediante una diplomacia sin moral y una potencia naval sinlímites, intentando privar a todos los pueblos de sus derechos marítimos.

Desde la entronización en España de la casa de Borbón, lo que había trans-currido del siglo puede definirse como un permanente estado de guerra entreEspaña, aliada casi siempre con Francia, e Inglaterra, con algunos periodos inter-medios de paz armada en los que la primera, ante la persistencia continua demotivos de conflicto, había intentado recuperarse para iniciar el siguiente conmejores perspectivas y alianzas.

El punto de mira constante de las ambiciones inglesas desde su definitiva yprogresiva proyección al mundo marítimo en tiempos de Enrique VIII, dos siglosatrás, se había centrado en América, en sus rutas atlánticas con Europa y en susprometedoras explotaciones y mercados desde que los Caboto exploraran lascostas no ocupadas del subcontinente septentrional en su nombre. Su hija Isa-bel I había financiado las primeras compañías comerciales y los primeros y pre-carios asentamientos en las tierras adjudicadas a España por el tratado-particiónde Tordesillas entre España y Portugal que tampoco habían reconocido otraspotencias como Francia y más tarde los rebeldes holandeses convertidos en emer-gente nación marítima y mercantil.

Los avatares del siglo XVII habían puesto de manifiesto que el Reino Unidono se conformaba con su zona de influencia norteña, irrumpiendo decididamenteen el Caribe y Centroamérica y desposeyendo a España en 1655 de una de susmás antiguas posesiones insulares, Jamaica, que se convertiría de inmediato, juntocon otros puntos, en refugio de actividades contrabandísticas y piráticas y másadelante en la gran base logística de sus operaciones navales y sus campañas dedesembarco.

Capítulo I

UN S I G L O D E A N TA G O N I S M O H I S PA N O-B R I T Á N I C O

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La causa última para esta situación sin alternativa hay que cifrarla en el inte-rés continuo de lo que se conoce como Reino Unido de Gran Bretaña desde laUnion Act de 1707 por extender en el continente americano sus posesiones endeterminadas zonas estratégico-económicas y en romper el sistema monopolís-tico español con sus colonias en beneficio de sus propios productos.

En ningún caso se puede definir a la España de esta época como un Estadobelicista, sino más bien todo lo contrario; las alianzas antibritánicas no se lleva-ron a cabo de una forma continua, ni con carácter permanente, sino como con-secuencia de situaciones límite en las que se llegó a considerar preferible el riesgode tener finalmente que asumir los azares de la guerra a continuar perdiendoterreno e influencia en América, cada vez más aceleradamente y sin reacción posible.

En el convencimiento de que la libertad de comercio con Inglaterra, que porsu lado practicaba un proteccionismo total respecto a sus propias colonias y pro-ducciones, conllevaría a la pérdida del Imperio español de una parte, y de quesin conseguir el dominio de las fuentes, los mercados y las rutas no se podríaatender la imparable demanda expansionista del comercio inglés por la otra,España y la Gran Bretaña podrían definirse como enemigos naturales por encimade cualquier otra circunstancia política coyuntural.

La rivalidad anglo-francesa por la hegemonía mundial, la coincidencia dedeterminados intereses coloniales y unos lazos de sangre entre las dos dinastíasBorbón, habían permitido que una potencia de segundo orden como España,que por sí misma nunca hubiera podido frenar el avasallador ímpetu británico,signara las sucesivas alianzas que conocemos como «pactos de Familia» con elfin último de conseguir un equilibrio de poderes que permitiera mantener el statuquo.

Los diversos conflictos bélicos que España había mantenido con Inglate-rra se habían resuelto por medio de la fuerza o la amenaza, principalmente enel espacio marítimo atlántico y atendiendo a razones de una política dinásticaenlazada con sus intereses económicos. Fueron motivos de naturaleza comerciallos que habían prevalecido sobre los que hasta ese momento habían constituido lacausa más general de las guerras (derechos adquiridos, apetencias territoria-les, reparación de ofensas, protección de los súbditos...) aunque naturalmentetodos estos factores formaron parte de los alegatos y justificaciones de las par-tes y constituyeron concausas relevantes de las fricciones y de las confronta-ciones.

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La historia reciente de ambas naciones había sido una larga serie de desen-cuentros. Inglaterra había entrado en la guerra de Sucesión de España (1702-1713) con expectativas americanas, ya que no podía aspirar a partes sustancialeseuropeas procedentes del desmembramiento territorial de la monarquía hispá-nica que se establecería por los tratados de Utrecht. La contienda, de escena-rios terrestres europeos en su mayor parte, tuvo su manifestación marítima enel dominio sucesivo por parte de la flota inglesa del Atlántico y del Mediterrá-neo con las consecuencias del desastre de la flota española de la Plata en Vigo,de un frustrado ataque a Cádiz, de la retirada de los navíos franceses a sus puer-tos y de la toma de Gibraltar.

En virtud de la paz signada (13 de julio de 1713), Inglaterra había obte-nido la ciudadela y puerto de Gibraltar, llave del Estrecho e importantísima baseestratégica de interposición entre las españolas de Cartagena y Cádiz para cual-quier conjunción de las escuadras mediterráneas y atlánticas, tanto españolascomo francesas, y garantía de la superioridad naval inglesa, como el tiempo seencargaría de demostrar.

Todos los futuros intentos militares, navales, diplomáticos y transaccionalespor recuperar la plaza habrían de resultar infructuosos al no contar a estos efec-tos con el apoyo de Francia, interesada en mantener siempre vivo este motivo defricción entre ambos reinos. Inglaterra además había irrumpido en el Medite-rráneo, que había pasado a ser un nuevo teatro de operaciones para sus barcos.

Por lo que respecta al comercio indiano, la Compañía del Mar del Sur inglesahabía obtenido el monopolio de la importación de esclavos negros africanos paralas plantaciones americanas como tráfico más productivo de los existentes, con-siguiendo también esta nación la concesión del envío anual de un buque de hastaquinientas toneladas —el llamado «navío de registro»— con mercaderías pro-pias para vender en los mercados americanos, abriéndose de esta forma la puertaa los inmediatos y frecuentes abusos por parte de los contrabandistas de estanación que se irían produciendo en grave perjuicio del comercio español y queserían causa también de posteriores enfrentamientos. El permiso de corta demaderas tintóreas en el golfo de Honduras, que había parecido una concesiónmenor, se habría de convertir a su vez en punta de lanza de la violación contra-bandista del sistema económico local.

La guerra de Sucesión había establecido el mar como escenario para las futu-ras relaciones conflictivas con la única potencia transoceánica que represen-taba una amenaza constante, lo que había puesto sobre el tapete la necesidadde contar por parte de España, al menos en tiempo de paz, con una fuerza naval

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disuasoria, capaz de garantizar las relaciones coloniales naturales, de asegurar lasrutas y de proteger a los mercantes.

Cinco años después de la gran guerra con la que se había inaugurado el siglo,George Byng se había encargado de frustrar las aspiraciones españolas de recon-quista de Sicilia destruyendo, por orden del Gobierno inglés y sin previa decla-ración de guerra, la improvisada flota de Antonio de Gaztañeta frente a caboPassaro (11 de agosto de 1718), por contravenir esta intervención española elespíritu del tratado internacional y afectar a sus propios intereses ultramarinossu sorprendente recuperación naval.

La experiencia de esta acción había manifestado la imposibilidad de actuaren solitario en defensa de lo español, fuera en Europa o en América. A partirde este momento España procurará unir sus intereses con los de Francia aunquesea a costa de correr serios riesgos.

En 1727 Gran Bretaña había considerado acto inamistoso la firma de tra-tados en Viena entre Felipe V y el austriaco Carlos VI por los que se habíanconcedido privilegios comerciales en América a la Compañía Imperial de Ostende,y enviado al golfo de Cádiz al almirante Hossier y posteriormente a Wager y Hopson con la intención de capturar, a pesar de nuevo de la paz reinante, la flotade Indias que, fraccionada en tres diferentes divisiones, había conseguido sinembargo arribar con éxito. El breve segundo sitio de Gibraltar, levantado comoconsecuencia del advenimiento de una nueva paz, había sido la respuesta de lasfuerzas militares de Felipe V.

Durante la década siguiente se había conseguido mantener, aunque en situa-ción precaria, un frágil entendimiento diplomático hispano-británico, pero la cri-sis de prestigio del Gobierno Walpole, presionado por los comerciantes inglesesque habían visto coartadas sus ambiciones expansivas por el aislacionismoimpuesto por su correspondiente francés, el cardenal Fleury, política que coin-cidía con la aplicada por España a sus colonias, había determinado la ruptura.

El clima belicista propicio y oportuno se había creado previamente en Lon-dres al darse crédito y publicidad a la macabra historia de un contrabandistainglés que aseguraba haber sido desorejado por los españoles en el curso de suslatrocinios. La «guerra de la oreja de Jenkins» declarada por Inglaterra a Españael 19 de enero de 1739 en el marco general de la guerra de Sucesión de Austria,había tenido por lo tanto su escenario naval y ultramarino. En su transcurso, elAlmirantazgo inglés había enviado a Vernon a las Indias y a Haddok a las cos-tas atlánticas andaluzas a interceptar las flotas. La de Azogues y la de NuevaEspaña habían conseguido llegar, sin embargo, a salvo. Vernon por su parte había

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podido ocupar Portobelo, pero fracasado ante La Guaira y especialmente anteCartagena de Indias (2 de mayo de 1740). La expedición del comodoro Ansonal Pacífico había logrado la hazaña deportiva de volver a circunnavegar el mundo,alcanzando a su regreso Spithead en junio de 1744 con el botín del galeón deManila, pero tras fracasar en su ataque a Panamá cuyo objetivo estratégico erael de partir en dos la América española en cooperación con Vernon desde elCaribe.

Para impedir los propósitos de los infantes españoles Carlos y Felipe de pose-sionarse respectivamente de Nápoles y Parma, se había concertado en Wormsuna alianza ofensiva entre Austria, Inglaterra y Cerdeña. Las fuerzas españolasdestinadas a Italia se hallaban bloqueadas en Tolón, embarcadas en la escuadrade Juan José Navarro. Al alinearse Francia con España, una escuadra Combi-nada al mando de De Court salió a combatir con la inglesa de Mathews que,atacando al centro de la línea aliada formado por la escuadra española, no pudie-ron vencerla, teniendo que desistir en el bloqueo, lo que resultó decisivo parael asentamiento borbónico en Italia.

De la batalla se habían sacado importantes experiencias para el futuroque no siempre se sabrían aprovechar, tanto de orden táctico como de mediosy tipos de buques a emplear. Los franceses habían maniobrado precipitada,independiente y egoístamente, alegando que habían tenido que reaccionarante el ataque inglés, a lo que el almirante español había respondido «quehabía mil modos de evitar el combate hasta encontrar favorable ocasión paraemprenderlo»1, de lo que conviene ahora tomar nota por tratarse sin dudade una situación y de una actuación que en muchos aspectos volverá a repe-tirse en Trafalgar.

La actividad naval del reinado de Felipe V da un saldo desolador desde elpunto de vista de los resultados militares: cuarenta y ocho buques españoles entreapresados, volados, quemados y hundidos por los ingleses, sin que en tan largotiempo hubiese caído ni una miserable fragata de guerra en manos propias. Sinembargo, a la muerte del Rey, España está en situación de llevar a cabo un nuevoplan que le permitirá la libertad de actuación política, llegando a disponer deuna potente Armada, no para la guerra, sino para evitarla, máxima justificaciónde todo armamento.

Al firmarse la paz general en Aquisgrán el 20 de abril de 1748, el balancehabía resultado bastante favorable a España, pero había mostrado tanto las inten-ciones inglesas de destrucción del Imperio español como su enorme superiori-

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dad en medios navales, que le había permitido tomar la iniciativa en todomomento.

Fernando VI, el nuevo Rey, había podido definir un programa realista ylúcido combinando un pacifismo digno y sin concesiones con un auténtico rearmeque no había provocado mayores protestas ni suspicacias, llegando incluso a des-truir las fortificaciones inglesas de Campeche, nido de contrabandistas y quehabían sido construidas en contra de lo pactado y en detrimento de la sobera-nía española, legando a su sucesor una política independiente y prestigiosa,avalada por una importante flota de guerra que constituía la tercera fuerza marí-tima mundial.

Su ministro, el marqués de la Ensenada había establecido las líneas maes-tras de una envidiable y fructífera neutralidad de la que nunca más volvería a dis-frutar España. Éstas se basaban en que España era necesariamente inferior portierra a Francia y por mar a Inglaterra. A los 377 batallones de infantería y 255escuadrones de caballería franceses sólo podía oponer 133 batallones y 68 escua-drones. Esta diferencia se iría incrementando con el tiempo y estaría siempre pre-sente en la política española para cuya integridad territorial europea significaríauna seria amenaza. Por lo que se refería al poder naval, frente a los 100 navíos y180 buques menores ingleses sólo disponía la Armada española de ese momentode 18 navíos y ocho embarcaciones auxiliares. Elevando el número de barcos a60 navíos de línea y 65 fragatas, es decir a la mitad de los efectivos británicos,se podía conseguir que Francia y la Gran Bretaña se disputasen la amistad espa-ñola. A la consecución de este poder naval se encaminarían desde entonces losesfuerzos de este ministro y los de sus sucesores, en el deseo de convertirlo enfuerza disuasoria en estrecha coordinación con la acción diplomática.

En 1757 había estallado la guerra de los Siete Años que había enfrentado,junto con otras potencias, a Francia e Inglaterra, que se habían vuelto a dispu-tar el dominio de los mares. El 15 de agosto de 1761 se había firmado el tercerode los «pactos de Familia», entre las casas reinantes emparentadas de Francia yEspaña, a las que se había sumado testimonialmente también la napolitana, espe-rando el momento más favorable para iniciar las hostilidades. En la justifica-ción del mismo aparecería la causa eterna de todas nuestras desavenencias conlos británicos: «Demostrar la nación inglesa claramente querer hacerse dueñaabsoluta de la navegación y no dejar a las demás sino un comercio pasivo y depen-diente.»2

Publicado inoportuna, pero no inocentemente, este pacto secreto por Fran-cia, el Gobierno de William Pitt el Viejo había extendido su declaración de

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guerra a España (4 de enero de 1762) que se encontraba aún desapercibida. Comoseñala Ferrer del Río: «... así cayó el sistema de neutralidad; así, en fin, iba a esta-llar inevitablemente la guerra, no porque las legítimas reclamaciones de la Cortede Madrid fueran desatendidas por la de Londres, sino por la funesta celebra-ción del Tercer Pacto de Familia».3

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Grabado alegórico del tercer Pacto de Familia. Luis XV y Carlos III presentan el textodel mismo ante su antepasado común, San Luis de Francia.

Muy parecidas circunstancias volverían a repetirse en diciembre de 1804cuando el Tratado de Subsidios con Francia, conocido de los ingleses, cerrasetoda posibilidad de que la Gran Bretaña continuara considerando a Españapotencia neutral.

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La entrada española en el último año de esta conflagración, cuando la suertede Francia parecía estar ya decidida desfavorablemente, es una de las grandesincógnitas de la política de Carlos III que sólo puede comprenderse ante lastan reiteradas como desoídas reclamaciones que exigían una respuesta militartras haberse agotado las vías pacíficas y ante el deseo de poder volver a contarcon Francia en la siguiente oportunidad.

Estas reclamaciones eran las habituales, a las que se habían ido sumandootras nuevas igualmente desatendidas: la negativa al derecho tradicional de lospescadores del norte de España a faenar el bacalao en los bancos de Terranova,declarados «zona exclusiva», con el consiguiente desabastecimiento de salazo-nes en la Península; el no admitir el legítimo derecho de los guardacostas espa-ñoles a capturar los buques que ejercían el comercio ilegal, incluso en sus propiasaguas; la reconstrucción de las fortificaciones y el reinicio de las actividades con-trabandistas en Gibraltar y Honduras; y como consecuencia de la ya iniciada gue-rra franco-británica, los continuos ataques de los corsarios ingleses que norespetaban el pabellón neutral y penetraban en aguas jurisdiccionales españo-las en su persecución de buques franceses.

En el transcurso de esta guerra se había estudiado por primera vez la viabi-lidad de dos proyectos que las circunstancias habían impedido llevar a cabo, yque serían recordados e incluso intentada su puesta en práctica en las sucesivasguerras con modificaciones menores; uno de ellos había sido el de efectuar undesembarco en Irlanda que pudiera hacer triunfar una sublevación contra elodiado dominio inglés, y el otro y más ambicioso, ideado por el duque de Choiseul, el de una invasión directa de fuerzas francesas en la costa inglesa parafortificarse en una cabeza de playa que podría ser posteriormente abastecida porbarcos individuales en las largas noches de invierno.

Para este último se precisaba de una o diversas maniobras de diversiónque dispersasen las flotas inglesas dirigiendo parte de ellas a otros escenarios dis-tantes del Canal de la Mancha; el acantonamiento con toda la discreción posi-ble de un ejército entre Dunkerque y Calais y la conjunción de una flotafranco-española que dominara el Canal el tiempo suficiente para el tránsito,calculado como mucho en cuatro o cinco semanas. Había que «despistarlos yestudiar la operación del desembarco de forma que los tenga alejados del lugar,siendo probable … si la escuadra Combinada llega á penetrar repentinamenteen el Canal sin que lo hayan sospechado».4 Los planes de los que se mostraríatan ufano Napoleón, no serían, como se ve, sino los informes archivados y des-empolvados de este momento.

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Los proyectos no habían pasado de la fase de tales y el conflicto había fina-lizado tras la conquista por parte de sendas expediciones inglesas de las plazasde La Habana y de Manila, perdiéndose asimismo una escuadra enviada paraproteger el primero de estos puertos.

Por el consecuente Tratado de Versalles (10 de febrero de 1763) Españahabía tenido que ceder La Florida y reconocer, muy potenciados, los derechosde los cortadores de palo campeche en Honduras, lo que acabaría dando comoresultado abusivo la colonia inglesa de Belice. Francia, al no poder reintegrar aEspaña la isla de Menorca, según lo estipulado en la alianza, por retenerla Ingla-terra, había entregado en compensación la Luisiana cuya devolución exigiríaNapoleón aprovechando un momento de debilidad y la paz de 1802 para poderenajenarla en su beneficio.

Aunque la concordia se había firmado en términos de definitiva, pronto sur-gieron nuevos incidentes.

En 1763 la expedición francesa de Bougainville había desembarcado en lasMalvinas fundando el pueblo de Saint Louis, pero ante las fundadas reclama-ciones diplomáticas españolas, Luis XV había devuelto el archipiélago, pasandoa denominarse la fundación Puerto de la Soledad. Aprovechando la evacuaciónfrancesa, el comodoro Byron había recibido la instrucción de apoderarse de éla fin de poder contar con un puerto seguro en la región magallánica en 1766.

El capitán general de Buenos Aires había armado una flotilla al mando delcapitán de navío Juan Ignacio Madariaga «a Puerto Egmont para el desalojo delos ingleses en él establecidos»5, que tras ocupar el lugar el 10 de junio de 1770,había remitido a los intrusos a Londres. La llegada a Inglaterra de los colonosdesposeídos exacerbó la opinión pública exigiéndose en las calles de la capital,como en tiempos de Jenkins, una nueva guerra con España que, abandonadaen esta ocasión por Francia, tuvo que transigir al haberse ordenado el armamentogeneral de la flota británica.

La oportunidad de resarcirse por parte de España no habría de producirsehasta más de una década después, viendo llevarse a cabo desde entonces los suce-sivos viajes al mar del Sur de Byron, Wallis y Cook que, a la vista de la actitudexpansionista inglesa, difícilmente podía pensarse que tuvieran por objeto exclu-sivo el progreso de las ciencias.

En 1767, España enviaba al Imperio de Marruecos una embajada extraor-dinaria al mando del jefe de escuadra Jorge Juan, uno de cuyos objetivos prin-cipales era el de obtener una base firme para una nueva zona pesquera que paliara

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el perjuicio por haber sido expulsados de los bancos de Terranova. El tratado de28 de mayo que resultó hay que entenderlo en el marco de la rivalidad hispano-británica y como medio de conjurar la amenaza que podía suponer la presenciainglesa en esta parte de África.

Este acuerdo que contemplaba el establecimiento de vicecónsules en lospuertos y la expedición de pasaportes a los buques mercantes «dispuestos desuerte que para su inteligencia no fuera necesario saber leer»6, tuvo poca efec-tividad y duración, y para cuando la flota de Nelson hubo necesidad de alimen-tos frescos en 1805, Marruecos fue, junto con Portugal, su principal abastecedor.

A finales de 1773 se habían producido los primeros movimientos revolu-cionarios en las trece colonias inglesas de América del Norte y tanto Franciacomo España creyeron entrever su oportunidad de desquite debilitando el poderde la corona rival auxiliando más o menos encubiertamente a los rebeldes. Laruptura de las relaciones franco-británicas se había producido como conse-cuencia de la firma de un tratado comercial de Francia con los sublevados enmarzo de 1778 que equivalía a su reconocimiento como nuevo Estado. El espa-ñol conde de Floridablanca no había querido adherirse hasta no conocer la res-puesta a su ofrecimiento mediador y hasta agotar de nuevo todas las posibilidadespacíficas, conformándose con la satisfacción de los agravios tradicionales y, deser posible, con el inicio de las conversaciones para la devolución de Gibraltary Menorca.

La actitud inglesa no había variado ante la posibilidad de tener que com-batir también con España. Como represalia por reprimir el contrabando de gue-rra se habían hecho presas y se había violado la correspondencia oficial de suRey, soliviantándose a las tribus chatcas de Luisiana contra los españoles, con-jura que había podido descubrirse a tiempo, mientras que en Honduras no sehabía cumplido con lo establecido en el tratado de París que había puesto fin ala última guerra, permitiéndose el contrabando. «No quieren dejar de irmehaciendo algunos insultos que hasta cierto punto se pueden aguantar, y los voyaguantando hasta no poder más, pues primero es mi decoro y el de mi corona...y así, en llegando á esto, todos los trapos irán por el aire»7, había escrito Carlos IIIa su confidente Tannucci diez años antes, cuando la situación se empezaba avislumbrar insostenible.

Fracasada la mediación y desatendidas las demandas, el rompimiento sehabía producido el 22 de junio de 1779 y, de acuerdo con los planes preesta-blecidos para estos casos, se había decidido poner en práctica el proyecto deinvasión mancomunada entre España y Francia.

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Para ello la escuadra de Cádiz, al mando de Luis de Córdoba, y la de ElFerrol, al de Antonio de Arce, se habían unido a la francesa del conde de Orvilliers, apareciendo junto con los transportes de tropas ante Plymouth el 17de agosto, sin que la escuadra inglesa del Canal mandada por Hardy, inferioren fuerza, hubiese podido impedirlo y habiendo tenido que optar finalmente porretirarse. Con las tropas regulares empeñadas en América y sin protección naval,la situación inglesa parecía insostenible.

Los planes de invasión, largamente madurados por las Cortes de Madrid yVersalles, acabaron fracasando sin embargo por algo más que una falta de coor-dinación. Los criterios de los mandos de uno y otro país discreparon diametral-mente.

Sesenta y ocho navíos de línea, treinta y ocho españoles y treinta franceses,dominaban el Canal en el mes de junio, mientras que cincuenta mil soldados fran-ceses aguardaban la orden de embarque en los transportes que estaban todospreparados en su costa. El tiempo era bonancible y la ocasión propicia y en Ingla-terra reinaban la preocupación y el temor más acusados, pero no se decidió a darla orden de ejecución en el estado mayor conjunto, donde los españoles creíandecididamente que había que llevar a cabo sin tardanza la operación, pero losfranceses eran partidarios de aguardar hasta encontrar la flota inglesa y destruirla.En el ínterin hubo tiempo de sobra para que Inglaterra guarneciese sus costas,y para que la habilidad de Hardy consiguiera hallar el momento favorable detomar puerto sin ser detectado. Por parte aliada, la pérdida de tiempo ocasio-nada por la variación del lugar de desembarco de Wight por Falmounth y lasfuertes turbonadas que habían arrastrado a la escuadra Combinada fuera delCanal dieron lugar a que un brote epidémico iniciado el mes anterior causasegrandes estragos entre las dotaciones y tropas, con más de doce mil bajas fran-cesas y tres mil españolas, por lo que había habido que terminar optando porrenunciar a la empresa y desarmar los buques para su desinfección y para la cura-ción de sus dotaciones, salvándose de esta manera Gran Bretaña de la mayoramenaza de invasión de toda su historia.

Esta experiencia sería tenida muy en cuenta en los prolegómenos de Tra-falgar por Manuel Godoy quien, no sólo la citaría en sus Memorias, sino quetrataría de justificar en ella y en otras posteriores la total entrega a los planes fran-ceses que se llevaría a cabo en la campaña de 1805, ya que los respectivos man-dos, español y francés, habían recibido «Órdenes ministeriales de los dosgobiernos, muchas veces contradictorias y casi siempre tardías para llegar entiempo útil hábil y ser ejecutadas».8

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Pese a esta oportunidad fallida, la guerra se había desarrollado favorable-mente en términos generales para los aliados. Aunque el bloqueo de Gibraltarhabía fracasado y las escuadras inglesas habían podido socorrerlo tras batir alas españolas, resultando ineficaz posteriormente el empleo de baterías flotantescontra la plaza, Menorca se había reconquistado el 4 de febrero de 1782 por elesfuerzo conjunto hispano-francés. En América, las antiguas colonias inglesashabían logrado su independencia; el ejército de Bernardo de Gálvez y la escua-dra de Solano habían recobrado la Florida Occidental y los franceses recon-quistado casi todas sus Antillas.

Por el tratado de paz España conservaba Menorca y sus adquisiciones ame-ricanas, cediéndole Inglaterra la Florida Oriental contra la devolución de las islasde Providencia y Bahama. Se había firmado un convenio muy ventajoso e Ingla-terra había tenido que transigir al no poder contrastar el poder conjunto de losreinos borbónicos que habían aprovechado la revolución americana, obteniendoun desquite que había estado a punto de ser total.

Gran Bretaña tenía a su vez que esperar a que la desunión entre aquellascoronas le permitiera ir mermando su fuerza o derrotarlas separadamente, ya quea la muerte de Carlos III España había logrado hacer realidad el sueño del mar-qués de la Ensenada e incluso de superarlo, disponiendo de 67 navíos, 44 fra-gatas, más de 100 buques auxiliares y una importante flota sutil de cañoneras,bombarderas y obuseras.

Carlos IV, escuchando uno de los últimos consejos de su padre, había con-servado a la cabeza de la Secretaría de Estado, competente en los asuntos derelaciones y política internacional, al hábil conde de Floridablanca, mientrasque el resto de los ministerios habían permanecido en manos de funcionarios civi-les y militares comprometidos con el desarrollo del reino que permitía la paz deque se disfrutaba, hasta que dos factores de gran relieve vinieron a alterar la situa-ción y relaciones con las potencias: la denominada «crisis de Nutka» con Ingla-terra y el proceso revolucionario de Francia iniciado en 1789. Ambas circunstanciasocurrían tan sólo un año después del acceso al trono del Rey español.

Desde finales del reinado anterior, la costa noroeste americana había empe-zado a ser intensamente visitada por cazadores de ballenas y traficantes en pie-les extranjeros que ocasionalmente buscaban refugio y bases de temporada enlas costas. Fueron los rusos de Kamchatka los primeros en establecer factoríasen Onalaska y Nutka, pero ante la oportuna reclamación diplomática española,el Gobierno imperial les había retirado todo apoyo. Un par de buques de los fla-

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mantes Estados Unidos de América y otros tantos portugueses habían sido tam-bién sorprendidos en esas aguas y sus alegatos de ignorancia o de necesidad admi-tidos, retirándose de la zona sin que hubiese habido lugar a incidente alguno. Sinembargo, en julio de 1789 el paquebote inglés Argonauta, despachado desdeMacao por la Compañía del Mar del Sur, desembarcó en el puerto de Nutka,donde España había instalado sendas baterías de costa, con la intención de tomarposesión de él en nombre de la Gran Bretaña y de fortificarlo inmediatamente.Al resistirse a retirarse a los requerimientos de las autoridades españolas, éstasse vieron obligadas a detener el paquebote y una balandra que arribó poste-riormente, remitiéndolos al virrey de Nueva España que, en atención a las bue-nas relaciones existentes, les permitió marchar libremente sin decomisar sucargamento.

Este y otros actos de usurpación fueron reclamados oficialmente por ordendel conde de Floridablanca, secretario español de Estado, con petición de segu-ridades para el futuro. El Gobierno inglés contestó a la nota de forma sorpren-dente, negándose a entrar en discusiones de dominio en tanto España no diesesatisfacción positiva por lo que consideraban un insulto al pabellón británico,dando la vuelta a la situación.

La circunstancia internacional había dado a Inglaterra la oportunidad demostrarse abusivamente intransigente, ya que en Francia la revolución ini-ciada con la Toma de la Bastilla (14 de julio de 1789) acentuaba su extremismoy Luis XVI juraba respetar la Constitución (14 de julio de 1790). No parecía porlo tanto que hubiese la menor posibilidad de que España pudiese reclamar conéxito la ayuda francesa reactivando el pacto de Familia.

En Londres se solicitaron del Parlamento los subsidios necesarios para ini-ciar la guerra contra España, e incluso se invocó la colaboración de la escuadraholandesa a que esta nación venía obligada en virtud de un reciente tratado dealianza.

Puesto en la tesitura de optar entre la paz o la guerra, el Gobierno españolacabó por transigir ante dos hechos incuestionables: el mal estado de la Haciendatras varios años de malas cosechas y epidemias y el riesgo que en el orden internoentrañaba una hipotética alianza con Francia cuyo contagio revolucionario setemía como al peor de los males.

Llegados a un acuerdo, pronto se comprobó que, pese a lo declarado, laGran Bretaña no se conformaba con una mera declaración en reparación dela supuesta ofensa que se pudiera haber inferido, ni con una cuantiosa indem-nización a los traficantes afectados por la temporal separación de sus activida-

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des. Por la Convención de 28 de octubre de 1793, España se tuvo que compro-meter a compensar por todo tipo de daños, a no perturbar en lo sucesivo a loscazadores y pescadores ingleses en todo el Pacífico, aunque hubiesen desem-barcado en parajes no ocupados, y, por lo que atañía a la costa noroccidentalamericana, a restituir los lugares de los que hubiesen sido desalojados reponiendosus construcciones, y a darles libre entrada incluso en las zonas ocupadas por losespañoles en absoluta paridad con éstos.

En el documento no aparecía ni una palabra que pudiese interpretarse comoreconocimiento de los derechos españoles establecidos desde el Tratado deUtrecht, ya que el haberlos mencionado hubiera puesto de manifiesto un claroacto de latrocinio basado en la fuerza.

Aunque el peligro de guerra se había conjurado, el asunto del que habíasalido España malparada y humillada había hecho considerar que podía mere-cer la pena renovar la vieja alianza hispano-francesa en mejor coyuntura y pesea los acontecimientos políticos acaecidos; que la actitud inglesa respecto al mundotransoceánico español seguía siendo la tradicional y que a los vetustos agraviospor parte de la potencia dominante se podían añadir otros nuevos en diferenteslugares que presagiarían intervenciones similares futuras siempre que la oca-sión se presentase.

En los momentos en los que la guerra había parecido inevitable, el conde deFloridablanca había establecido un plan de actuación, algunos de cuyos puntospermanecerían como constantes en nuestras futuras confrontaciones con Ingla-terra: hacer de Cádiz base de reunión de las flotas francesas y españolas para unaactuación conjunta en condiciones de superioridad, e intentar reunir en Brest yen los puertos del Canal de la Mancha una fuerza de invasión para dar un golpede mano en la costa inglesa aprovechando la menor oportunidad de distrac-ción de su flota. Estos proyectos se apartaban por completo de otros tal vezmás sensatos expuestos por él mismo al conde de Aranda en diciembre de 1777:«Parece que nuestra conducta política debe ser semejante á la militar que ahíproponen; esto es, obrar separados sin dejar de ser amigos.»9

Las inusitadas circunstancias a las que ante los atónitos ojos europeos estabasiendo sometida la monarquía francesa habrían, sin embargo, de convertir a Ingla-terra y a España en efímeros aliados de conveniencia entre 1793 y 1795.

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