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un delfin

Date post: 09-Mar-2016
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bizkaidatz
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1 Un delfín que nadaba entre rayas de colores POR ELENA FERNANDEZ
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Un delfín que nadabaentre rayas de colores

POR ELENA FERNANDEZ

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Por la tarde planean salir a cenar , ninguno de los dos tiene ganas de cocinar. A

ambos se les ha cruzado la imagen del brócoli flotando en las aguas aderezadas con

apenas una pizca de sal. Además la excelente temperatura es una invitación a vivir la

calle. La oferta gastronómica es amplia y variada en el lugar, ya que parte de la

población vive de la captura que la brava mar les permite según la temporada.

El día es agradable para el paseo, así que deciden acercarse hasta uno de los

chiringuitos de la playa, al final del malecón, convertido en lugar de moda y de obligada

asistencia si se visita la zona. La ubicación en lo alto de un acantilado, le concede las

vistas más envidiadas del entorno. Tal vez queden pocas oportunidades para disfrutar

del local porque amenazan con derribarlo. El recorrido avanza desde el centro de la

ciudad adornado por plantas de lavanda, que la brisa agita a su paso y deja un rastro

aromatizado que penetra en los sentidos de los transeúntes.

Se sienten tan bien que se cogen de la mano, las balancean y avanzan al unísono. El

sosiego se ve interrumpido por la aparición de los seguidores. Aunque se acercan con

sigilo, se arriman demasiado, con intención de incomodar. Y lo consiguen, el hombre se

siente molesto y propone regresar a la tranquilidad del hogar; la mujer se desespera, no

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quiere que la velada se estropee de antemano. La opción de pedir algo en uno de los

muchos establecimientos de comida rápida y sentarse en el sofá no está entre los planes

de la noche.

Olvídales, vamos a actuar como si no estuvieran­ propone ella un tanto arisca.

—No. Les voy a hacer una petición de lo más extravagante. A lo mejor se cansan y nos

dejan tranquilos.

—Está bien ­se resigna. No le queda otro remedio que aceptar.

Mientras los otros hablan, ella se aparta a una distancia prudencial, desde la que no

puede oír lo que se comenta, pero sí adivinar por los gestos el transcurso de la

conversación. Los brazos de su marido son aspas de molino que se mueven a gran

velocidad. Es un comportamiento que le caracteriza cuando se pone nervioso. Discute,

aunque no se le oye. Posee un timbre de voz suave, pero a la vez contundente. Se

conocen tan bien, que casi podría transcribir cada palabra. Una mueca con la cabeza,

que significa “ y ya está bien”, para poner punto y final. En efecto, se gira y regresa

junto a su esposa.

—Les he exigido que para continuar detrás de nosotros, deberán caminar a la pata coja

apoyados sobre la pierna izquierda. Así aprenderán.­ sentencia muy convencido.

He dudado entre dar un discurso para todo el grupo o hacerlo a través de uno de ellos.

¿Has visto a ese de la camisa a cuadros?, he preferido hablar con él. De paso he

aprovechado para recordarle lo de la camiseta blanca.

Estos encuentros se empiezan a repetir con mucha frecuencia, algo que le disgusta, por

eso está enojada. Cada vez que establece relación con ellos, deriva en situaciones tan

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ridículas como ésta, se enoja. A veces se siente de humor para seguirle la corriente, en

esta ocasión no, y considera que ha llegado a un punto en el que hay que tomar una

determinación. Procura calmarse, no es día para discusiones ni preocupaciones. Hoy

salen a divertirse, por lo que necesita olvidar el incidente e intenta que él haga lo mismo.

Almacena en su espacio de asuntos pendientes éste que acaba de marcar como

urgente.

Varios metros en silencio, dejan paso a una reacción simultánea de complicidad, ambos

inspiran a la vez. La brasa deja una estela de olor a pescado en la que se puede leer el

menú de la carta. No es de extrañar que se haya convertido en un sitio de moda y como

consecuencia y dado los altos grados del termómetro las mesas se hallen abarrotadas.

Sobre todo en la terraza, desde allí el paisaje se extiende a lo largo de la orilla hasta

fundir montaña y mar en una mágica estampa. Salientes en picos mordisquean el litoral

más allá del infinito y producen una sensación de vértigo que sólo se supera por la

belleza del espectáculo.

En la esquina un grupo de hombres charla de manera distendida. La elegancia de sus

trajes destaca entre el resto de comensales. Aunque el tipo de ropa no es el más

adecuado, dado el calor estival, lo visten con tanta naturalidad que incluso parecen

cómodos. Hasta en la manera de sujetar la carta se nota que tienen clase. No soporta a

los tipos que intentan aparentar lo que no son. Enseguida se les nota que no tienen por

costumbre vestir de esa forma, siempre hay un detalle que desentona, el pantalón les

queda corto, demasiado largo, mal planchado... Es fácil reconocerlos, dejan en

evidencia sus carencias

No, éstos son de los que saben cuidar hasta el último detalle por muy superfluo que sea.

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Uno de ellos lleva enganchado un alfiler de corbata que llama la atención. Tiene forma

de delfín y lo hace inconfundible, hasta el punto de que ha reconocido a su dueño por

esa seña única.

No es la primera vez que repara en esa figura. Él es abogado y comparte con su

socio y amigo de la infancia, un despacho ubicado en el casco viejo del bocho. Se

trata de una típica vivienda bilbaína de altos techos reconvertida. Consta de

muchos metros cuadrados que han sido bien aprovechados para dar agilidad a la

actual oficina. Se compone de dos despachos, uno situado a la izquierda, ocupado

por el socio. Acogedor, pero poco luminoso debido a su orientación en la esquina

del edificio y con una ventana dirigida al cantón. En frente de la entrada, la sala

sirve como lugar de espera para las visitas, unida a un baño. A la derecha la pieza

principal, el despacho del hombre, donde la claridad penetra a través de un

amplio balcón decorado por una hilera de geranios e ilumina toda la estancia.

Se fijó en ese trajeado tan peculiar, el día que ultimaba los detalles del caso de la

imprenta. Llevaban meses esperando y por fin llegaba el día del juicio. Volvieron

a repasar los hechos. Cuando alguien llega hasta un bufete de abogados, no suele

traer una bonita historia guardada en su cartera, más bien todo lo contrario. Pero

en los últimos tiempos, venían añadidos de una carga de preocupación extra por

las dificultades económicas que la mayoría acarreaba. El asunto que le ocupaba

en esos momentos era un buen ejemplo de ello y por eso se había involucrado

tanto.

El joven trabajaba en el almacén de la imprenta Zabala como encargado de

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empaquetar los pedidos y darles salida junto con el albarán correspondiente. Una

mañana cuando entró en el polígono, recibió la noticia de que estaba despedido

sin más explicaciones. A la espera de una resolución acumulaba deudas que ya no

podía pagar. Además de que la situación era desesperada, no tenía muchas

esperanzas de que la denuncia prosperara. La empresa familiar era muy fuerte y

contaba con un sólido equipo de asesores acostumbrados a lidiar con esos

problemas a diario.

El encuentro se alargó más de lo esperado, pero quería evitar cualquier resquicio

por el que el caso se pudiera diluir. Una vez que el cliente abandonó la sala,

incluyó el último informe en la carpeta que había tomado un grosor considerable

con el paso del tiempo. Volvió las contraventanas del balcón, un gesto con el que

cada día daba por cerrada su jornada, cuando a través de las flores emergentes

de las macetas, se fijó en dos tipos apostados en la pared. Estaban allí plantados

sin nada que hacer, a pesar de la lluvia racheada que les había empapado.

Resultaba una conducta un tanto extraña, cuando a escasos metros el pórtico de

la catedral se brindaba como cobijo perfecto para escapar de la furia del agua.

“Tienen aspecto de matones de película” ­se dijo para sí mismo en voz alta, como

para reafirmarse en su valoración. La indignación que siente le lleva a la

imprudencia de enfrentarse a ellos. Guardó su miedo dentro de alguna de las

carpetas que había ordenado en la estantería y fue a su encuentro sin pensarlo

dos veces. Buscó testigos con la mirada por si el altercado se complicaba, pero la

tormenta había dejado desnudas las calles.

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De regreso a casa tomó el metro para recorrer las cuatro paradas que lo

separaban de ella. Fue la primera vez que reparó en ese individuo. “Un aprendiz

de tiburón” ­supuso­ por el detalle de la corbata, un delfín, el símbolo del poder.

El cetáceo navegaba entre las rayas de colores de la prenda cada vez que el

dueño pasaba enérgico la hoja del periódico. A pesar de que simuló estar

enfrascado en la lectura, sentía que le observaba a través de las letras ordenadas

en cada página. El desconocido se había atrevido a montarse en el mismo vagón,

sin preocuparse de guardar las apariencias. Ambos jugaron varias veces al cruce

de miradas, a encontrarlas y a evitarlas. La incertidumbre le hizo bajarse en la

siguiente estación a la habitual, por precaución.

Al día siguiente le contó lo sucedido al socio, cómo se había sentido intimidado

por unos matones que le vigilaban y le esperaban a las puertas de su oficina; por

un hombre que le siguió en el transporte hacia su casa... Es verdad que hasta

ahora no habían intercambiado ni una palabra, pero la sola presencia era

provocativa y lo vivió como una amenaza personal. Por su parte, el amigo trató

de restar importancia al incidente.

— Seguro que hay una explicación para lo ocurrido y tal vez sólo se trate de un

cúmulo de circunstancias.

—Yo no lo creo y además tengo una teoría desde hace un tiempo y ahora toma

más consistencia. Nunca se lo he contado a nadie pero veo que las pruebas me

dan la razón.

La cuestión es que cada día pequeños bufetes como el nuestro, destapan algunas

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anomalías en el funcionamiento de las empresas. Esa información dispersa no

significa nada. En cambio, todas unidas, acabarían por desenterrar una conducta

elaborada para sacar grandes beneficios a través de irregularidades hasta hoy día

difíciles de demostrar. También juegan con la convicción de que a nadie le

interesa meterse en un lío y de que con el dinero todo se puede comprar. Estoy

convencido de que en este asunto, he topado con algo que no interesa que salga a

la luz ya que podría poner en peligro el sistema tal y como estaba concebido. ­se

oyó a sí mismo y cayó en la cuenta que de ser cierto, había corrido un grave

peligro al hacer frente a esos tipos sin tomar medidas.

El amigo trató de restarle importancia mediante una sonrisa que indicaba que no

le tomaba en serio, por la falta de pruebas y en cierto modo de sentido común.

Incluso se permitió la libertad de bromear sobre el asunto.

— Estás un poco paranoico con este caso ­ concluye como resumen.

— Tú ni te enteras porque eres un despistado. Serías incapaz de ver una

apisonadora aunque estuviera a punto de pasarte por encima.

Los días sucesivos fueron muy difíciles para todos. El joven almacenero, tras

recibir la noticia negativa de la sentencia, tomó una medida desesperada. “Ya no

puedo más” decía la nota que le hicieron llegar al abogado. Por mucho que la

familia era consciente de todo lo que éste le había ayudado y le absolvieron de

cualquier atisbo de culpa, la tragedia azotó las emociones del letrado. Tanto como

amigo, así lo consideraba después de compartir tantas jornadas; como en lo

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profesional, que le hizo sentirse responsable y frustrado. El cansancio y la fatiga

habían hecho mella en su estado de ánimo, tras el desenlace. A su alrededor,

todos intentaban animarle y le aconsejaron que se tomara unas vacaciones que

hacía ya tiempo necesitaba. El amigo organizó la agenda para que su ausencia no

afectara al quehacer diario de los asuntos pendientes y su mujer, que también

necesitaba distanciarse de aquel ambiente tan cargado, acogió la propuesta muy

entusiasmada. Partieron de inmediato.

Las primeras jornadas transcurren con tranquilidad. La brisa marina y el oleaje

transmiten sosiego. La pareja se dedica a pasar las horas disfrutando de no tener nada

que hacer. Incluso al principio, cuando aparecen los seguidores, éstos también se

muestran apacibles contagiados por el ambiente playero. Hasta ese momento no han

conseguido alterar la convivencia.

La casualidad dispone que en el restaurante coincidan con esa persona, a quien ella ni

siquiera conoce, y que provoca un giro radical a la situación de aparente calma. La

presencia del grupo en el mismo comedor, desata los nervios de su acompañante, es

consciente de la zozobra que le produce. Sucumbe en el intento de retenerle en las

historias improvisadas por ella misma porque él ha dejado de prestarle atención y la

mitad de su cabeza ha volado hasta otra conversación cercana. El ruido le impide

escuchar con nitidez y saca de contexto etractos de frases que organiza a su antojo y

que hablan de ocultar y hacer desaparecer.

Sin tiempo para llegar al postre, y tras pagar precipitadamente, él se levanta con el

pánico reflejado en el rostro. Algo que no pasa desapercibido para ella, que va detrás

de inmediato e intenta comprender qué ha desatado esa reacción. Apenas puede

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seguirle el ritmo por el camino pedregoso en el que se ha introducido y por la velocidad

de sus pasos. Un pensamiento rápido hace un paréntesis en la carrera, menos mal que

aún no se ha comprado los zapatos de tacón.

Ninguno de los dos conoce el terreno ni sabe a dónde va a parar. El hombre confía en

que tampoco sus perseguidores lo conozcan y opten por seguir otra ruta. La mujer

intenta detenerle.

—Creo que nadie nos sigue­le dice cansada e intenta recuperar la respiración.

—Escucha­responde silencioso, mientras coloca su mano detrás de la oreja.

—Cálmate, yo no he visto nada. Tal vez estés exagerando.

—Yo los he visto con claridad­insiste el hombre y saca un cuchillo que ha robado de

entre los cubiertos de la cena.

—Tira eso ahora mismo­levanta la voz asustada por el cariz peligroso que ha tomado la

situación.

Valora la idea de llamar a la policía, pero ya lo ha intentado otras veces, y nunca le

han hecho demasiado caso, porque según dicen, nadie ha cometido un delito

demostrable y tampoco es capaz de identificar a las personas que señala. La deshecha

por completo. El menguante apenas alumbra el camino por el que avanzan; por contra

es un aliado que no les va a delatar.

Parapetados detrás de un árbol escuchan los sonidos que rompen el silencio del miedo.

El canto machacante de un grillo le convierte durante un instante en un niño que lo

captura como mascota. El susurro de las olas le devuelve al presente, el ir y venir

espumoso del agua les indica que están cerca del malecón. Nada más que puede

sugerir alarma, por lo que deciden avanzar hasta el claro, donde tomarán el camino que

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les llevará a la tranquilidad del hogar.

La noche es larga en los extremos de la cama, con la desazón instalada en los párpados

que se niegan a cerrarse. Él la observa de reojo y ella vuelve el rostro para esconder

unas lágrimas de lástima. La luz del día acaba con la agitación de sueños premonitorios

y alumbra una decisión que la mujer ha madurado en las últimas semanas.

Mientras el marido acude a la comisaría con el objetivo de poner en conocimiento el

percance de la noche anterior, en previsión de nuevos percances; ella telefonea a su

cuñada. Adora a su hermano y no duda en correr junto a él en cuanto la necesita. , una

mujer de carácter y con mucho temple a la hora de tomar decisiones. También ha

invitado al socio y amigo de su marido, una de las personas más importantes en sus

vidas. Éste llega temprano en su coche para evitar el tráfico que en días soleados se

vuelve denso. Por la cercanía a Bilbao, son muchos los que se desplazan hasta allí con

el buen tiempo. Apenas consigue aparcar, se tropieza con una cara conocida.

Coincidieron en la taberna que se haya debajo de su despacho. Un sitio repleto

de recuerdos que el tiempo ha colgado en sus paredes. Algunos con la huella de

importantes artistas ocasionales y otros, habituales de la villa que dejan

constancia de las tradiciones más extrañas. Las cuadrillas de chiquiteros con

frecuencia amenizan las tardes de trabajo con un improvisado coro de voces.

Le llamó la atención el original alfiler de su corbata. Aquel desconocido se le

acercó y le habló sin que mediase ninguna presentación.

—¡Tome!­le extendió su tarjeta, en la cual se podía leer el nombre completo y

debajo su profesión, “psiquiatra y psicólogo”­Me gustaría hablar con usted, ahí

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está mi teléfono. Llame cuando quiera para concretar una hora. Es importante.

—De acuerdo­dijo sin más. Cada uno disfrutaba de la compañía de sus

respectivos amigos, por lo que no era el lugar para preguntas ni explicaciones.

Le evitó un par de veces, en las que se sintió como un niño asustado que se

esconde del maestro, por miedo a lo que éste pueda decirle. ¿Qué podría querer

de él? La intriga le rondaba la cabeza y por fin se decidió. A la hora acordada se

presentó en la clínica. No había pacientes en la sala de espera. La secretaria le

esperaba y le hizo pasar.

Al doctor le costó encarrilar la conversación y paseó sus modales por la sala antes

de lanzarse a un relato atropellado que no dejaba espacio para la interrupción.

—Se trata del hombre que le acompaña en ocasiones, no sé si es un amigo, o son

compañero de trabajo. El caso es que estoy preocupado por él.

—Sí, sí, ambas cosas. ¿De qué se trata?

—Una tarde de tormenta, al salir de mi consulta, pasé a su lado por casualidad.

Él se hallaba enfrente del portal donde ustedes trabajan, les he visto entrar en

más de una ocasión y en la taberna se oyen las conversaciones. Se le veía

enfadado, y tenía la ropa empapada por completo; del pelo le caían chorros por

el rostro sin poder retener más agua. Lo más raro era el énfasis que ponía en su

discurso dirigido a la nada, nadie le escuchaba, a parte de una fachada que

alquilaba lonjas a buen precio y ofrecía transporte barato. ­ mientras hablaba

escrutaba la expresión de su oyente en un intento de averiguar qué conclusiones

estaría sacando en su interior. Había procurado evitar palabras técnicas, y

utilizar un lenguaje sencillo, que se entendiera sin complicaciones.

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La conversación respondió a muchas cuestiones referentes a su compañero de

trabajo para las que no había encontrado respuestas. Vio flojear la amistad que

les unía una mañana que desayunó la euforia desatada de su amigo. Éste le negó

su ayuda con un problema porque consideró que carecía de importancia.

Tambaleó la continuidad del despacho por los continuos obstáculos en las

decisiones, consecuencia de extravagantes medidas a tomar. Por eso, agradeció

al doctor las molestias que se había tomado por un simple desconocido y por la

oferta de ayuda en caso de ser necesario.

La nueva perspectiva le llevó a entender y apoyar a la mujer de su amigo, en la

decisión que consensuó con él y su cuñada. Ese era el motivo de la comida que

iban a celebrar.

En torno a la mesa, la charla es amena. Cuando el abogado está de tan buen humor es

muy gracioso y ocurrente. Los cuatro comensales se conocen desde hace muchos años

y rememoran anécdotas que han compartido y que les traen muy buenos recuerdos. La

mujer añora esos instantes de felicidad que no sabe si algún día los recuperarán. Lucha

para que la tristeza interior no maquillaje su rostro y sonríe.

El timbre pone fin a las carcajadas. Alguien consulta el reloj, no es hora de visitas. La

hermana se levanta con celeridad a abrir la puerta.

Dos ertzainas vestidos con uniforme rojo hacen aparición en el salón, la visita de la

mañana parece que ha tenido repercusión y se levanta raudo a recibirlos.

—Por fin alguien me ha tomado en serio, pero no me parece adecuado que vengan a

mi casa. Si hay algo que aclarar yo mismo me acercará hasta donde sea conveniente.

Los dos visitantes no hacen ningún comentario, tan sólo esperan a que sea la familia

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quien tome la iniciativa y dé las explicaciones oportunas.

—No están aquí por el asunto que has tratado esta mañana. Se trata de otra cuestión.

Nosotros les hemos avisado porque estamos preocupados por ti.

La hermana lee explica con todo el cariño y paciencia que puede recolectar que han

tomado esa determinación en vista de sus constantes negativas a poner remedio a los

problemas por los que toda la familia se ve afectada. La policía se encargará de

conducirle hasta el que será su nuevo hogar durante una temporada.

Ellos ya lo han visitado antes de tomar una decisión y después de intentar sin éxito que

lo hiciera él voluntariamente. A la mujer se le estremeció todo el cuerpo ante la primera

impresión. Al ver los ojos perdidos de sus habitantes, las ilusiones encerradas bajo

llave. Pero tuvo claro que por mucho que le doliera era la única forma de dejar a los

seguidores fuera de la vida de su marido. Éstos se quedarían algún tiempo en la sala de

espera de las visitas en espera de que fueran invitados a entrar, y con el tiempo se les

daría portazo para siempre.

El hombre se siente desorientado. Se niega a creer que esas tres personas en las que

siempre ha confiado le estén traicionando. Hasta duda de que realmente sean ellos y no

unos impostores. Por el momento no tiene fuerzas para luchar y está cansado, muy

cansado. Se siente hundido por completo,. Se deja llevar. Sus ojos se pierden a través

de la ventana que enseña un paisaje desolado donde ya sólo hay mar.

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