Date post: | 09-Mar-2016 |
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Por la tarde planean salir a cenar , ninguno de los dos tiene ganas de cocinar. A
ambos se les ha cruzado la imagen del brócoli flotando en las aguas aderezadas con
apenas una pizca de sal. Además la excelente temperatura es una invitación a vivir la
calle. La oferta gastronómica es amplia y variada en el lugar, ya que parte de la
población vive de la captura que la brava mar les permite según la temporada.
El día es agradable para el paseo, así que deciden acercarse hasta uno de los
chiringuitos de la playa, al final del malecón, convertido en lugar de moda y de obligada
asistencia si se visita la zona. La ubicación en lo alto de un acantilado, le concede las
vistas más envidiadas del entorno. Tal vez queden pocas oportunidades para disfrutar
del local porque amenazan con derribarlo. El recorrido avanza desde el centro de la
ciudad adornado por plantas de lavanda, que la brisa agita a su paso y deja un rastro
aromatizado que penetra en los sentidos de los transeúntes.
Se sienten tan bien que se cogen de la mano, las balancean y avanzan al unísono. El
sosiego se ve interrumpido por la aparición de los seguidores. Aunque se acercan con
sigilo, se arriman demasiado, con intención de incomodar. Y lo consiguen, el hombre se
siente molesto y propone regresar a la tranquilidad del hogar; la mujer se desespera, no
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quiere que la velada se estropee de antemano. La opción de pedir algo en uno de los
muchos establecimientos de comida rápida y sentarse en el sofá no está entre los planes
de la noche.
Olvídales, vamos a actuar como si no estuvieran propone ella un tanto arisca.
—No. Les voy a hacer una petición de lo más extravagante. A lo mejor se cansan y nos
dejan tranquilos.
—Está bien se resigna. No le queda otro remedio que aceptar.
Mientras los otros hablan, ella se aparta a una distancia prudencial, desde la que no
puede oír lo que se comenta, pero sí adivinar por los gestos el transcurso de la
conversación. Los brazos de su marido son aspas de molino que se mueven a gran
velocidad. Es un comportamiento que le caracteriza cuando se pone nervioso. Discute,
aunque no se le oye. Posee un timbre de voz suave, pero a la vez contundente. Se
conocen tan bien, que casi podría transcribir cada palabra. Una mueca con la cabeza,
que significa “ y ya está bien”, para poner punto y final. En efecto, se gira y regresa
junto a su esposa.
—Les he exigido que para continuar detrás de nosotros, deberán caminar a la pata coja
apoyados sobre la pierna izquierda. Así aprenderán. sentencia muy convencido.
He dudado entre dar un discurso para todo el grupo o hacerlo a través de uno de ellos.
¿Has visto a ese de la camisa a cuadros?, he preferido hablar con él. De paso he
aprovechado para recordarle lo de la camiseta blanca.
Estos encuentros se empiezan a repetir con mucha frecuencia, algo que le disgusta, por
eso está enojada. Cada vez que establece relación con ellos, deriva en situaciones tan
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ridículas como ésta, se enoja. A veces se siente de humor para seguirle la corriente, en
esta ocasión no, y considera que ha llegado a un punto en el que hay que tomar una
determinación. Procura calmarse, no es día para discusiones ni preocupaciones. Hoy
salen a divertirse, por lo que necesita olvidar el incidente e intenta que él haga lo mismo.
Almacena en su espacio de asuntos pendientes éste que acaba de marcar como
urgente.
Varios metros en silencio, dejan paso a una reacción simultánea de complicidad, ambos
inspiran a la vez. La brasa deja una estela de olor a pescado en la que se puede leer el
menú de la carta. No es de extrañar que se haya convertido en un sitio de moda y como
consecuencia y dado los altos grados del termómetro las mesas se hallen abarrotadas.
Sobre todo en la terraza, desde allí el paisaje se extiende a lo largo de la orilla hasta
fundir montaña y mar en una mágica estampa. Salientes en picos mordisquean el litoral
más allá del infinito y producen una sensación de vértigo que sólo se supera por la
belleza del espectáculo.
En la esquina un grupo de hombres charla de manera distendida. La elegancia de sus
trajes destaca entre el resto de comensales. Aunque el tipo de ropa no es el más
adecuado, dado el calor estival, lo visten con tanta naturalidad que incluso parecen
cómodos. Hasta en la manera de sujetar la carta se nota que tienen clase. No soporta a
los tipos que intentan aparentar lo que no son. Enseguida se les nota que no tienen por
costumbre vestir de esa forma, siempre hay un detalle que desentona, el pantalón les
queda corto, demasiado largo, mal planchado... Es fácil reconocerlos, dejan en
evidencia sus carencias
No, éstos son de los que saben cuidar hasta el último detalle por muy superfluo que sea.
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Uno de ellos lleva enganchado un alfiler de corbata que llama la atención. Tiene forma
de delfín y lo hace inconfundible, hasta el punto de que ha reconocido a su dueño por
esa seña única.
No es la primera vez que repara en esa figura. Él es abogado y comparte con su
socio y amigo de la infancia, un despacho ubicado en el casco viejo del bocho. Se
trata de una típica vivienda bilbaína de altos techos reconvertida. Consta de
muchos metros cuadrados que han sido bien aprovechados para dar agilidad a la
actual oficina. Se compone de dos despachos, uno situado a la izquierda, ocupado
por el socio. Acogedor, pero poco luminoso debido a su orientación en la esquina
del edificio y con una ventana dirigida al cantón. En frente de la entrada, la sala
sirve como lugar de espera para las visitas, unida a un baño. A la derecha la pieza
principal, el despacho del hombre, donde la claridad penetra a través de un
amplio balcón decorado por una hilera de geranios e ilumina toda la estancia.
Se fijó en ese trajeado tan peculiar, el día que ultimaba los detalles del caso de la
imprenta. Llevaban meses esperando y por fin llegaba el día del juicio. Volvieron
a repasar los hechos. Cuando alguien llega hasta un bufete de abogados, no suele
traer una bonita historia guardada en su cartera, más bien todo lo contrario. Pero
en los últimos tiempos, venían añadidos de una carga de preocupación extra por
las dificultades económicas que la mayoría acarreaba. El asunto que le ocupaba
en esos momentos era un buen ejemplo de ello y por eso se había involucrado
tanto.
El joven trabajaba en el almacén de la imprenta Zabala como encargado de
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empaquetar los pedidos y darles salida junto con el albarán correspondiente. Una
mañana cuando entró en el polígono, recibió la noticia de que estaba despedido
sin más explicaciones. A la espera de una resolución acumulaba deudas que ya no
podía pagar. Además de que la situación era desesperada, no tenía muchas
esperanzas de que la denuncia prosperara. La empresa familiar era muy fuerte y
contaba con un sólido equipo de asesores acostumbrados a lidiar con esos
problemas a diario.
El encuentro se alargó más de lo esperado, pero quería evitar cualquier resquicio
por el que el caso se pudiera diluir. Una vez que el cliente abandonó la sala,
incluyó el último informe en la carpeta que había tomado un grosor considerable
con el paso del tiempo. Volvió las contraventanas del balcón, un gesto con el que
cada día daba por cerrada su jornada, cuando a través de las flores emergentes
de las macetas, se fijó en dos tipos apostados en la pared. Estaban allí plantados
sin nada que hacer, a pesar de la lluvia racheada que les había empapado.
Resultaba una conducta un tanto extraña, cuando a escasos metros el pórtico de
la catedral se brindaba como cobijo perfecto para escapar de la furia del agua.
“Tienen aspecto de matones de película” se dijo para sí mismo en voz alta, como
para reafirmarse en su valoración. La indignación que siente le lleva a la
imprudencia de enfrentarse a ellos. Guardó su miedo dentro de alguna de las
carpetas que había ordenado en la estantería y fue a su encuentro sin pensarlo
dos veces. Buscó testigos con la mirada por si el altercado se complicaba, pero la
tormenta había dejado desnudas las calles.
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De regreso a casa tomó el metro para recorrer las cuatro paradas que lo
separaban de ella. Fue la primera vez que reparó en ese individuo. “Un aprendiz
de tiburón” supuso por el detalle de la corbata, un delfín, el símbolo del poder.
El cetáceo navegaba entre las rayas de colores de la prenda cada vez que el
dueño pasaba enérgico la hoja del periódico. A pesar de que simuló estar
enfrascado en la lectura, sentía que le observaba a través de las letras ordenadas
en cada página. El desconocido se había atrevido a montarse en el mismo vagón,
sin preocuparse de guardar las apariencias. Ambos jugaron varias veces al cruce
de miradas, a encontrarlas y a evitarlas. La incertidumbre le hizo bajarse en la
siguiente estación a la habitual, por precaución.
Al día siguiente le contó lo sucedido al socio, cómo se había sentido intimidado
por unos matones que le vigilaban y le esperaban a las puertas de su oficina; por
un hombre que le siguió en el transporte hacia su casa... Es verdad que hasta
ahora no habían intercambiado ni una palabra, pero la sola presencia era
provocativa y lo vivió como una amenaza personal. Por su parte, el amigo trató
de restar importancia al incidente.
— Seguro que hay una explicación para lo ocurrido y tal vez sólo se trate de un
cúmulo de circunstancias.
—Yo no lo creo y además tengo una teoría desde hace un tiempo y ahora toma
más consistencia. Nunca se lo he contado a nadie pero veo que las pruebas me
dan la razón.
La cuestión es que cada día pequeños bufetes como el nuestro, destapan algunas
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anomalías en el funcionamiento de las empresas. Esa información dispersa no
significa nada. En cambio, todas unidas, acabarían por desenterrar una conducta
elaborada para sacar grandes beneficios a través de irregularidades hasta hoy día
difíciles de demostrar. También juegan con la convicción de que a nadie le
interesa meterse en un lío y de que con el dinero todo se puede comprar. Estoy
convencido de que en este asunto, he topado con algo que no interesa que salga a
la luz ya que podría poner en peligro el sistema tal y como estaba concebido. se
oyó a sí mismo y cayó en la cuenta que de ser cierto, había corrido un grave
peligro al hacer frente a esos tipos sin tomar medidas.
El amigo trató de restarle importancia mediante una sonrisa que indicaba que no
le tomaba en serio, por la falta de pruebas y en cierto modo de sentido común.
Incluso se permitió la libertad de bromear sobre el asunto.
— Estás un poco paranoico con este caso concluye como resumen.
— Tú ni te enteras porque eres un despistado. Serías incapaz de ver una
apisonadora aunque estuviera a punto de pasarte por encima.
Los días sucesivos fueron muy difíciles para todos. El joven almacenero, tras
recibir la noticia negativa de la sentencia, tomó una medida desesperada. “Ya no
puedo más” decía la nota que le hicieron llegar al abogado. Por mucho que la
familia era consciente de todo lo que éste le había ayudado y le absolvieron de
cualquier atisbo de culpa, la tragedia azotó las emociones del letrado. Tanto como
amigo, así lo consideraba después de compartir tantas jornadas; como en lo
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profesional, que le hizo sentirse responsable y frustrado. El cansancio y la fatiga
habían hecho mella en su estado de ánimo, tras el desenlace. A su alrededor,
todos intentaban animarle y le aconsejaron que se tomara unas vacaciones que
hacía ya tiempo necesitaba. El amigo organizó la agenda para que su ausencia no
afectara al quehacer diario de los asuntos pendientes y su mujer, que también
necesitaba distanciarse de aquel ambiente tan cargado, acogió la propuesta muy
entusiasmada. Partieron de inmediato.
Las primeras jornadas transcurren con tranquilidad. La brisa marina y el oleaje
transmiten sosiego. La pareja se dedica a pasar las horas disfrutando de no tener nada
que hacer. Incluso al principio, cuando aparecen los seguidores, éstos también se
muestran apacibles contagiados por el ambiente playero. Hasta ese momento no han
conseguido alterar la convivencia.
La casualidad dispone que en el restaurante coincidan con esa persona, a quien ella ni
siquiera conoce, y que provoca un giro radical a la situación de aparente calma. La
presencia del grupo en el mismo comedor, desata los nervios de su acompañante, es
consciente de la zozobra que le produce. Sucumbe en el intento de retenerle en las
historias improvisadas por ella misma porque él ha dejado de prestarle atención y la
mitad de su cabeza ha volado hasta otra conversación cercana. El ruido le impide
escuchar con nitidez y saca de contexto etractos de frases que organiza a su antojo y
que hablan de ocultar y hacer desaparecer.
Sin tiempo para llegar al postre, y tras pagar precipitadamente, él se levanta con el
pánico reflejado en el rostro. Algo que no pasa desapercibido para ella, que va detrás
de inmediato e intenta comprender qué ha desatado esa reacción. Apenas puede
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seguirle el ritmo por el camino pedregoso en el que se ha introducido y por la velocidad
de sus pasos. Un pensamiento rápido hace un paréntesis en la carrera, menos mal que
aún no se ha comprado los zapatos de tacón.
Ninguno de los dos conoce el terreno ni sabe a dónde va a parar. El hombre confía en
que tampoco sus perseguidores lo conozcan y opten por seguir otra ruta. La mujer
intenta detenerle.
—Creo que nadie nos siguele dice cansada e intenta recuperar la respiración.
—Escucharesponde silencioso, mientras coloca su mano detrás de la oreja.
—Cálmate, yo no he visto nada. Tal vez estés exagerando.
—Yo los he visto con claridadinsiste el hombre y saca un cuchillo que ha robado de
entre los cubiertos de la cena.
—Tira eso ahora mismolevanta la voz asustada por el cariz peligroso que ha tomado la
situación.
Valora la idea de llamar a la policía, pero ya lo ha intentado otras veces, y nunca le
han hecho demasiado caso, porque según dicen, nadie ha cometido un delito
demostrable y tampoco es capaz de identificar a las personas que señala. La deshecha
por completo. El menguante apenas alumbra el camino por el que avanzan; por contra
es un aliado que no les va a delatar.
Parapetados detrás de un árbol escuchan los sonidos que rompen el silencio del miedo.
El canto machacante de un grillo le convierte durante un instante en un niño que lo
captura como mascota. El susurro de las olas le devuelve al presente, el ir y venir
espumoso del agua les indica que están cerca del malecón. Nada más que puede
sugerir alarma, por lo que deciden avanzar hasta el claro, donde tomarán el camino que
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les llevará a la tranquilidad del hogar.
La noche es larga en los extremos de la cama, con la desazón instalada en los párpados
que se niegan a cerrarse. Él la observa de reojo y ella vuelve el rostro para esconder
unas lágrimas de lástima. La luz del día acaba con la agitación de sueños premonitorios
y alumbra una decisión que la mujer ha madurado en las últimas semanas.
Mientras el marido acude a la comisaría con el objetivo de poner en conocimiento el
percance de la noche anterior, en previsión de nuevos percances; ella telefonea a su
cuñada. Adora a su hermano y no duda en correr junto a él en cuanto la necesita. , una
mujer de carácter y con mucho temple a la hora de tomar decisiones. También ha
invitado al socio y amigo de su marido, una de las personas más importantes en sus
vidas. Éste llega temprano en su coche para evitar el tráfico que en días soleados se
vuelve denso. Por la cercanía a Bilbao, son muchos los que se desplazan hasta allí con
el buen tiempo. Apenas consigue aparcar, se tropieza con una cara conocida.
Coincidieron en la taberna que se haya debajo de su despacho. Un sitio repleto
de recuerdos que el tiempo ha colgado en sus paredes. Algunos con la huella de
importantes artistas ocasionales y otros, habituales de la villa que dejan
constancia de las tradiciones más extrañas. Las cuadrillas de chiquiteros con
frecuencia amenizan las tardes de trabajo con un improvisado coro de voces.
Le llamó la atención el original alfiler de su corbata. Aquel desconocido se le
acercó y le habló sin que mediase ninguna presentación.
—¡Tome!le extendió su tarjeta, en la cual se podía leer el nombre completo y
debajo su profesión, “psiquiatra y psicólogo”Me gustaría hablar con usted, ahí
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está mi teléfono. Llame cuando quiera para concretar una hora. Es importante.
—De acuerdodijo sin más. Cada uno disfrutaba de la compañía de sus
respectivos amigos, por lo que no era el lugar para preguntas ni explicaciones.
Le evitó un par de veces, en las que se sintió como un niño asustado que se
esconde del maestro, por miedo a lo que éste pueda decirle. ¿Qué podría querer
de él? La intriga le rondaba la cabeza y por fin se decidió. A la hora acordada se
presentó en la clínica. No había pacientes en la sala de espera. La secretaria le
esperaba y le hizo pasar.
Al doctor le costó encarrilar la conversación y paseó sus modales por la sala antes
de lanzarse a un relato atropellado que no dejaba espacio para la interrupción.
—Se trata del hombre que le acompaña en ocasiones, no sé si es un amigo, o son
compañero de trabajo. El caso es que estoy preocupado por él.
—Sí, sí, ambas cosas. ¿De qué se trata?
—Una tarde de tormenta, al salir de mi consulta, pasé a su lado por casualidad.
Él se hallaba enfrente del portal donde ustedes trabajan, les he visto entrar en
más de una ocasión y en la taberna se oyen las conversaciones. Se le veía
enfadado, y tenía la ropa empapada por completo; del pelo le caían chorros por
el rostro sin poder retener más agua. Lo más raro era el énfasis que ponía en su
discurso dirigido a la nada, nadie le escuchaba, a parte de una fachada que
alquilaba lonjas a buen precio y ofrecía transporte barato. mientras hablaba
escrutaba la expresión de su oyente en un intento de averiguar qué conclusiones
estaría sacando en su interior. Había procurado evitar palabras técnicas, y
utilizar un lenguaje sencillo, que se entendiera sin complicaciones.
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La conversación respondió a muchas cuestiones referentes a su compañero de
trabajo para las que no había encontrado respuestas. Vio flojear la amistad que
les unía una mañana que desayunó la euforia desatada de su amigo. Éste le negó
su ayuda con un problema porque consideró que carecía de importancia.
Tambaleó la continuidad del despacho por los continuos obstáculos en las
decisiones, consecuencia de extravagantes medidas a tomar. Por eso, agradeció
al doctor las molestias que se había tomado por un simple desconocido y por la
oferta de ayuda en caso de ser necesario.
La nueva perspectiva le llevó a entender y apoyar a la mujer de su amigo, en la
decisión que consensuó con él y su cuñada. Ese era el motivo de la comida que
iban a celebrar.
En torno a la mesa, la charla es amena. Cuando el abogado está de tan buen humor es
muy gracioso y ocurrente. Los cuatro comensales se conocen desde hace muchos años
y rememoran anécdotas que han compartido y que les traen muy buenos recuerdos. La
mujer añora esos instantes de felicidad que no sabe si algún día los recuperarán. Lucha
para que la tristeza interior no maquillaje su rostro y sonríe.
El timbre pone fin a las carcajadas. Alguien consulta el reloj, no es hora de visitas. La
hermana se levanta con celeridad a abrir la puerta.
Dos ertzainas vestidos con uniforme rojo hacen aparición en el salón, la visita de la
mañana parece que ha tenido repercusión y se levanta raudo a recibirlos.
—Por fin alguien me ha tomado en serio, pero no me parece adecuado que vengan a
mi casa. Si hay algo que aclarar yo mismo me acercará hasta donde sea conveniente.
Los dos visitantes no hacen ningún comentario, tan sólo esperan a que sea la familia
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quien tome la iniciativa y dé las explicaciones oportunas.
—No están aquí por el asunto que has tratado esta mañana. Se trata de otra cuestión.
Nosotros les hemos avisado porque estamos preocupados por ti.
La hermana lee explica con todo el cariño y paciencia que puede recolectar que han
tomado esa determinación en vista de sus constantes negativas a poner remedio a los
problemas por los que toda la familia se ve afectada. La policía se encargará de
conducirle hasta el que será su nuevo hogar durante una temporada.
Ellos ya lo han visitado antes de tomar una decisión y después de intentar sin éxito que
lo hiciera él voluntariamente. A la mujer se le estremeció todo el cuerpo ante la primera
impresión. Al ver los ojos perdidos de sus habitantes, las ilusiones encerradas bajo
llave. Pero tuvo claro que por mucho que le doliera era la única forma de dejar a los
seguidores fuera de la vida de su marido. Éstos se quedarían algún tiempo en la sala de
espera de las visitas en espera de que fueran invitados a entrar, y con el tiempo se les
daría portazo para siempre.
El hombre se siente desorientado. Se niega a creer que esas tres personas en las que
siempre ha confiado le estén traicionando. Hasta duda de que realmente sean ellos y no
unos impostores. Por el momento no tiene fuerzas para luchar y está cansado, muy
cansado. Se siente hundido por completo,. Se deja llevar. Sus ojos se pierden a través
de la ventana que enseña un paisaje desolado donde ya sólo hay mar.