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Un espejo cóncavo para reflejar el mundo - BOCA de SAPO · 2020. 8. 12. · de este uso de la...

Date post: 05-Mar-2021
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E n la actualidad, a los lectores la palabra fantasía nos remite, casi automáticamente, a un mundo de hadas, genios y animales impo- sibles que se mezclan con toda naturalidad con seres de carne y hueso –jovencitas virtuosas, madrastras malvadas y príncipes azules– sin que a los niños parezca sorprenderles una convivencia tan extraña. Un mundo donde hay muchos problemas, situaciones peligrosas, acciones arriesgadísimas y un final feliz. Sin embargo, la fantasía nació muchos siglos antes que los cuentos de los Grimm, Andersen, Collodi o Perrault, a quienes debemos un concepto de fantasía que, aunque no es erróneo, sí es muy limitado. La fantasía no es privativa del mundo infantil. Muy al contrario. Las teogonías griega, sumeria o romana, por ejemplo, se basan en el relato de las relaciones imposibles entre humanos y dioses que adoptan diversas formas –muchas de ellas de animales– para explicar el origen de lo divino y su presencia en el mundo. ¿Qué es eso sino fantasía con mayúsculas? Fue un pacto no escrito en el que el autor utilizaba una serie de recursos –por muy disparatados que nos parezcan en la actualidad– para explicar, aleccionar o advertir a sus lectores. Estos, a su vez, admitían lo increíble, ponían la imaginación a trabajar y disfrutaban, se aterrorizaban e intenta- ban comprender el mundo a través de esas narraciones. A partir de ahí, a hombros de la imaginación, la fantasía campó a sus anchas y se sucedieron los viajes extraordinarios –La Odisea, Las increíbles maravillas de allende Tule–; los animales parlantes –de las fábulas de Esopo al inefable Lucio, conver- tido en asno y protagonista del Asno de Oro– y todo tipo de seres fabulosos que protagonizaban poemas e, incluso, novelas. La Edad Media heredó este gusto por la fantasía y lo extraordinario; las novelas de caballerías –llenas de sucesos increíbles, brujas, magos, etc.– se convirtieron en los super- ventas de la época. Un poco más tarde, las utopías y los viajes fuera de toda lógica tuvieron también su minuto de gloria. El siglo XX marcó el naci- Un espejo cóncavo para reflejar el mundo Por Esther Domínguez Lejos de ser privativa del mundo infantil, el gusto por la fantasía recorre siglos y siglos de historia y encuentra en la sátira política materiales propicios para crear el espejo deformante que interpele cada época. Aquí ofrecemos algunas reflexiones sobre Rebelión en la granja (1946), de George Orwell, y Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Obras de Marta Vicente BOCA DE SAPO 29. Era digital, año XX, Diciembre 2019. [FANTASÍA] pág. 70
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En la actualidad, a los lectores la palabra fantasía nos remite, casi automáticamente, a un mundo de hadas, genios y animales impo-sibles que se mezclan con toda naturalidad con seres de carne y

hueso –jovencitas virtuosas, madrastras malvadas y príncipes azules– sin que a los niños parezca sorprenderles una convivencia tan extraña. Un mundo donde hay muchos problemas, situaciones peligrosas, acciones arriesgadísimas y un final feliz. Sin embargo, la fantasía nació muchos siglos antes que los cuentos de los Grimm, Andersen, Collodi o Perrault, a quienes debemos un concepto de fantasía que, aunque no es erróneo, sí es muy limitado.

La fantasía no es privativa del mundo infantil. Muy al contrario. Las teogonías griega, sumeria o romana, por ejemplo, se basan en el relato de las relaciones imposibles entre humanos y dioses que adoptan diversas formas –muchas de ellas de animales– para explicar el origen de lo divino y su presencia en el mundo. ¿Qué es eso sino fantasía con mayúsculas? Fue un pacto no escrito en el que el autor utilizaba una serie de recursos –por muy disparatados que nos parezcan en la actualidad– para explicar, aleccionar o advertir a sus lectores. Estos, a su vez, admitían lo increíble, ponían la imaginación a trabajar y disfrutaban, se aterrorizaban e intenta-ban comprender el mundo a través de esas narraciones. A partir de ahí, a hombros de la imaginación, la fantasía campó a sus anchas y se sucedieron los viajes extraordinarios –La Odisea, Las increíbles maravillas de allende Tule–; los animales parlantes –de las fábulas de Esopo al inefable Lucio, conver-tido en asno y protagonista del Asno de Oro– y todo tipo de seres fabulosos que protagonizaban poemas e, incluso, novelas. La Edad Media heredó este gusto por la fantasía y lo extraordinario; las novelas de caballerías –llenas de sucesos increíbles, brujas, magos, etc.– se convirtieron en los super-ventas de la época. Un poco más tarde, las utopías y los viajes fuera de toda lógica tuvieron también su minuto de gloria. El siglo XX marcó el naci-

Un espejo cóncavo para reflejar el mundo

Por Esther Domínguez

Lejos de ser privativa del mundo infantil, el gusto por la fantasía recorre siglos y siglos de historia y encuentra en la sátira política materiales propicios para crear el espejo deformante que interpele cada época. Aquí ofrecemos algunas reflexiones sobre Rebelión en la granja (1946), de George Orwell, y Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift.

Obras de Marta Vicente

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miento de los cómics, los superhéroes con sus superpoderes y – ampliando horizontes– aparecieron los seres procedentes de otros planetas, incluso de galaxias lejanas, convirtiendo la existencia de ovnis y alienígenas en lo que muchos no solo creen, sino que defienden apoyándose en datos pretendidamente científicos. Y no olvidemos la irrupción de los medios audiovisuales que contribuyeron a afianzar la fantasía dentro del mundo real. Podríamos afirmar que la fantasía nunca ha dejado de estar presente en el día a día de la gente real. ¿Y para qué hablar de la realidad virtual en la que muchos afirman sentirse más a gusto que en la que existe fuera de los juegos de ordenador?

Pero, la fantasía no solo se ha utilizado para explicar el nacimiento del mundo o como divertimento de niños y adultos. También ha sido, con mucha frecuencia, el vehículo en el que han viajado la propaganda política o las denuncias de los abusos de los fuertes o los poderosos. Un buen ejemplo de este uso de la fantasía en el mundo de la sátira política lo tenemos en la novela Rebelión en la granja (1946) de George Orwell (1903-1950). Aquí, el humor, el uso de animales que no solo hablan sino que arengan a las ma-sas –formadas por los animales de la granja de mister Jones–; la elección de los cerdos como caudillos –que pretenden acabar con lo que ellos llaman la dictadura del granjero para sustituirla por la suya, mucho más violenta y letal que la impuesta por mister Jones–; la eliminación de aquellos ani-males que ya no pueden trabajar o son críticos con las decisiones del líder o las ovejas que escuchan a los cabecillas sin rechistar, nos hacen reír y después pensar muy detenidamente en lo que allí se nos cuenta. Pronto comprendemos que la fantasía no es sino un espejo que deforma la rea-lidad sin impedirnos por ello reconocerla. Solo añade un toque irónico. Pero, una vez alertados, nuestra imaginación deja paso a la realidad que nos lleva sin protestar –en un viaje a la inversa– desde una tranquila granja inglesa tras la Segunda Guerra Mundial hasta Rusia y los países del Telón de Acero, víctimas de la dictadura comunista. Un cerdo viste levita y domina la oratoria. Vale. Pero ahora, tras sus orejas caídas y su morro saliente, adivinamos rostros humanos que vemos en la prensa pre-sidiendo desfiles y no están en Inglaterra sino en Moscú, Praga o Berlín. Por eso, cuando vemos que Napoleón, el líder de la rebelión, anda sobre dos patas y actúa como un dictador desalmado, las sonrisas desaparecen. ¿Quién puede reírse al leer esa frase mundialmente conocida y cargada de cinismo? “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”. Ahí no hay fantasía que valga.

Y ahora nos preguntamos: ¿Qué imagina un niño mientras lee Los viajes de Gulliver? Cuando Jonathan Swift (1647-1745) escribió esta sátira mordiente, no tuvo valor para presentarla a un editor firmada con su nombre. Por eso, la dejó a la puerta de una editorial, sin firmar, aunque todo Dublín sabía que era el deán de la catedral de St. Patrick quien se escondía tras el anonimato. Él mismo reconocía que el contenido de su obra era vitriólico y temía por las consecuencias que su publicación po-dría acarrearle. Sin embargo, curiosamente, Los viajes de Gulliver pronto se adaptaron para convertir esta crítica feroz en una narración que mi-llones de niños han leído y degustado. ¿Cómo es posible que sucediera tal cosa? Porque la fantasía infantil es generosa y acepta entre sus límites

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*Esther Domínguez vive en Pontevedra (España). Es profesora de inglés, en la actualidad jubilada. Ha publicado dos novelas,

dos libros de relatos y más de cien cuentos en España, USA, México, Costa Rica, Venezuela y Argentina.

todos los ingredientes que Swift utilizó para retratar a la raza humana. Por suerte, los lectores infantiles son incapaces de identificar en los mundos que Swift nos presenta los defectos que las sociedades humanas arrastran. Un retrato por el que no pasa el tiempo.

Para comprobar esta afirmación, empecemos a leer. Lemuel Gulliver es cirujano de barco, profesión que lo obliga a viajar y no siempre a lugares conoci-dos. Siguiendo la estela de Simbad el marino o Robin-son Crusoe, Gulliver zarpa cuatro veces de un puerto inglés y las cuatro naufraga o es abandonado por la tri-pulación. En las cuatro ocasiones, llega a lugares des-conocidos en zonas conocidas del planeta: el océano Atlántico, el Índico, las inmediaciones de Sumatra y de Japón. Pero, al contrario que los marinos del mun-do real, en su tercer viaje Gulliver llega a las playas de unas islas flotantes, cosa que ni Robinsón Crusoe ni Simbad el marino llegaron a conocer pero que a nin-gún niño le extraña o, como mucho, le proporciona una diversión añadida al imaginar las islas chocando con las nubes. Los habitantes que pueblan los cuatro lugares visitados por Gulliver, también requieren por parte de los lectores una rendición sin condiciones a la fantasía más desbocada. Veamos. Unos son dimi-nutos –alrededor de quince centímetros de altura–, otros rozan los veintidós metros. Las islas flotantes están habitadas por filósofos, científicos, matemáti-cos y músicos. Lo malo es que son sabios pero inúti-les para nada práctico, lo que hace que su día a día sea bastante caótico, incluso ruinoso. Y en una especie de mundo al revés, tan utilizado en la literatura medie-val, en su cuarto y último viaje, Gulliver conoce a los Yahoos –bestias con aspecto humano que son incapaces de hablar de forma coherente, afeitarse o cortarse las uñas– y a los Houyhnhnms, caballos de almas perfectas y comportamiento noble, que expresan sus pensamien-tos con soltura y elegancia. ¿Qué decir de las preocupa-ciones tan diminutas como las de algunos de los perso-najes? Pruebas ridículas para elegir al Primer Ministro del país –léase Gran Bretaña–; discusiones por cómo abrir un huevo que casi provocan una guerra entre dos islas –Gran Bretaña y Francia–. Y, por encima de todo, la mezquindad, la bajeza y la ruindad moral lo permean todo. Esto hace que Gulliver comprenda que lo único aprovechable de la humanidad son, curiosamente, los Houyhnhnms, que no son humanos. Por eso, cuando regresa a Inglaterra, se traslada a vivir a su cuadra entre sus caballos, que no huelen a humano como su esposa y sus hijos.

La siguiente pregunta es: ¿Qué imagina un adulto tras leer Los viajes de Gulliver? Lo que para un niño no deja de ser una aventura un poco estrambótica pero divertida, para los adultos, cuando nos vemos retrata-dos de forma magistral en los Yahoos, o cuando oímos cómo el rey de Brobdingnag define a los humanos, –nos define– como “la más perniciosa raza de odiosas sabandijas que se arrastran por la faz de la tierra”, la cosa tiene muy poca gracia. Claro que, antes de hacer una segunda lectura –esta vez reflexiva, incluso ofen-dida– de los viajes de este personaje, tendremos que aceptar que Lemuel Gulliver nos ha metido de lleno en un mundo fantástico en el que nosotros hemos entrado sin protestar. Con él nos hemos movido entre espejos cóncavos que nos devuelven una imagen ¿deformada? de nosotros mismos. A partir de ahí, cada lector hará su propia lectura.

BOCA DE SAPO 29. Era digital, año XX, Diciembre 2019. [FANTASÍA] pág. 73


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