UNIDAD 2: PLATÓN
1. CONTEXTO FILOSÓFICO-CULTURAL DE PLATÓN:
Platón nació probablemente en Atenas en el 428-427 a.C., en el seno de una familia
aristocrática. Allí pasó casi toda su vida, aunque también viajó por Egipto y Siracusa.
Finalmente murió en el 347 a.C. en Atenas.
Platón recoge en un solo sistema todas las tradiciones filosóficas helénicas que se venían
dando hasta el momento. Por lo tanto, para hablar de su contexto filosófico debemos reparar,
por un lado, en la filosofía natural de los llamados presocráticos y, por otro, en la filosofía moral
de los sofistas y Sócrates. Los primeros llevaban algo más de un siglo buscando en la
naturaleza los principios fundamentales de la vida, y se vieron abocados a un conflicto entre
unidad y cambio. Platón sin embargo fue capaz de insertarlos armoniosamente en un mismo
sistema, llegando a conciliar las matemáticas pitagóricas o las características inmutables del
ser parmenídeo con el devenir que proponía Heráclito. Las influencias presocráticas también
se hacen notar en el dualismo cuerpo/alma que adopta del pitagorismo, o en la noción del
Nous o inteligencia ordenadora de Anaxágoras, que parece inspirar la figura del demiurgo
platónico, quien ordena el mundo sensible siguiendo el canon ideal.
Ahora bien, no debemos olvidar la influencia sofista, que nos llevará a la respuesta
socrática que es la que marca profundamente el sentido del pensamiento platónico. Por motivos
que explicaremos en el contexto cultural, los sofistas fueron los primeros filósofos que vieron
la verdad en manos del poder de convicción de la palabra, y comenzaron a cobrar para
instruir a los ciudadanos de Atenas en estas artes. Como resultado se genera un debate en que la
verdad pasa a verse como algo relativo, algo que puede no provenir de la eterna naturaleza, sino
de una convención cambiante y caprichosa. El virtuoso sería aquel que tuviera el don de
aparentar tener la verdad en sus palabras. Estas cuestiones hicieron que Sócrates culpara a los
sofistas de la crisis institucional y moral de Atenas, que hasta la década de los años treinta
había florecido culturalmente de un modo excepcional. Tras conocer a Sócrates en el 407
a.C., Platón asumió sus planteamientos y, poco a poco, los llevaría más allá. Mientras
Sócrates defendió la existencia sobre todo de virtudes morales universales, Platón aseguró
lo mismo no sólo de la moral sino de toda la realidad. Por otro lado, también recoge de Sócrates la
importancia del diálogo para alcanzar el conocimiento científico de la verdad (de hecho casi
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toda la obra de Platón está escrita en forma de diálogo, con Sócrates como protagonista),
así como la idea de que el alma no aprende nada nuevo sino que debe tratar de recordar o
ver la verdad, que se encuentra en el interior de uno mismo; o el intelectualismo moral, teoría
que une el conocimiento a la ética.
Platón desarrolla su filosofía a partir de la condena a muerte de Sócrates en el 399 a.C.
y su obra suele dividirse en varias etapas: diálogos de juventud o socráticos, donde expone
las ideas de su maestro; etapa de transición, donde comienza a filtrarse parte del
pensamiento propiamente platónico; etapa de madurez, con obras como Fedro, Fedón,
Banquete y La República, que condensa la filosofía propiamente platónica; y diálogos críticos
o de vejez, donde revisa críticamente sus propuestas anteriores y se dedica especialmente a
temas cosmológicos.
Ahora bien, Platón bebe en gran medida también de su contexto cultural, en el que
quiere influir. Cuando nace Platón, Atenas venía de una época gloriosa de hegemonía política,
económica y cultural incomparables. En las décadas precedentes a Platón se construye el
Partenón así como otros grandes monumentos. Muchos de ellos contaron con esculturas de
Fidias, una de las cúspides del clasicismo escultórico junto con Praxíteles y Mirón. Todo el arte en
este periodo abandona las proporciones arcaicas y naturaliza la expresión de los cuerpos sin
olvidar los valores morales, cuestión que también influyó en la pintura de la época, de la que
desgraciadamente se conservan pocas muestras. Otra de las artes destacables fue el teatro
(tragedia y comedia), que surgió poco antes y se consolidó en la Atenas clásica, con
grandes autores como Esquilo, Aristófanes, Eurípides o Sófocles.
Por otro lado, el diálogo político se había hecho determinante, ya que todos los
ciudadanos podían participar en la Asamblea y allí proponer, escuchar, argumentar, debatir y
decidir finalmente los asuntos de la vida pública. Esta democracia directa, promovida por
Pericles, hizo a su vez que la moral pasase a ser, de la mano de los sofistas, tema filosófico, con
la vida, la verdad, la oratoria y la política entrelazándose. Todo ese auge ateniense comenzó a
remitir en el 431 a.C. al entrar en guerra con Esparta. Por tanto, es como si Platón hubiera
vivido entre las ruinas aún calientes de una gran polis, en medio de una crisis que no remitía. Por
influencia socrática, como dijimos antes, Platón culpó de ello a la educación sofista y se propuso
alcanzar un modelo educativo-político diferente, cosa que le llevó en el año 387 a.C. a
inaugurar la Academia, lugar en el que se enseñarían diversas artes y saberes como la filosofía
o las matemáticas. La educación habitual hasta el momento era la que un hijo de buena familia
recibía por parte de un tutor escogido, y se centraba en virtudes aristocráticas. Los sofistas
habían generado un nuevo modelo, por el que cobraban al alumno e impartían cuestiones de
retórica y oratoria para alcanzar el éxito público del ciudadano. La virtud que se buscaba, por
tanto, bien podía ser el interés propio y no el común. Sin embargo, Platón, socrático, introdujo en
la Academia una cuestión moral ligada a la búsqueda de la verdad ideal para educar a los
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ciudadanos como filósofos, sabios y justos. Por lo tanto, se ve cómo la Verdad platónica y su
teoría de las ideas, más allá de lo metafísico y lo epistemológico, tiene un trasfondo llano y
concreto centrado en la búsqueda de la excelencia educativa y política.
Este contexto filosófico-cultural es el que propongo para tratar de responder en la
PAU. Hay una serie de datos que se han visto en clase que aquí no han sido
incluidos (y viceversa), pero bien podrían formar parte del contexto. Me refiero a
los tres intentos fallidos de Platón para instaurar en Siracusa un sistema de
gobierno. Tampoco se cita aquí el nombre de la guerra de Atenas contra Esparta
(Guerra del Peloponeso) ni siquiera se nombran las Guerras Médicas. El motivo
por el que estas cuestiones no han sido incluidas ahora es porque han eliminado el
contexto histórico en la PAU (a mitad de curso). Ahora bien, si se estiman
pertinentes esos datos para la elaboración del contexto filosófico-cultural, pueden
incluirse sin problema, realizando finalmente una redacción coherente.
2. TEORÍA DE LAS IDEAS: NIVEL METAFÍSICO
2.1 MUNDO VISIBLE
Para Platón, en el mundo existen dos tipos de objetos: cosas sensibles e ideas. Las
cosas sensibles, o cosas particulares, son de múltiples formas, pueden aparecer y desaparece, y
pueden cambiar, pasar de ser de un modo a otro o de ser una cosa a otra. Pongamos como
ejemplo una mesa, la mesa sobre la que seguramente estás leyendo: hay muchas mesas en el
mundo, por norma general todas han sido fabricadas y podrán ser destruidas, incluso se gastan,
se rompen y se reparan; además, las hay de diversos materiales, e incluso muchos objetos se
utilizan como mesa cuando en realidad, de antemano, no parecerían serlo (como un banco de un
parque que se utiliza esporádicamente para colocar latas, bocadillos…).
Así, tenemos que las cosas sensibles se definen por tres características: son
- múltiples,
- temporales y
- cambiantes (o mutables).
Estas cosas sensibles, según Platón, son las que conforman el ámbito visible (o
sensible), o sea, la parte sensible del mundo. A su vez, Platón, subdivide estas cosas sensibles
en dos grupos: las imágenes y los objetos físicos. Sirvámonos del ejemplo de la mesa: Platón
va a entender que la mesa sobre la que lees es mucho más real que las fotos de mesas que ves
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en los catálogos de Ikea; o que los dibujos de mesa son menos “mesa” que la mesa que se utiliza
de modelo para ese dibujo. Esto es, el objeto físico tiene mayor entidad (mayor ser o mayor
realidad) que cualquier imagen, ya que la imagen es una representación de un objeto físico
y, por tanto, aquélla depende de éste: sin objeto físico ni siquiera habría imagen. Por tanto, podrá
decirse que las imágenes son copias imperfectas de los objetos físicos, por lo que son mucho
más múltiples, temporales y mutables que ellos.
Entonces, tenemos que el mundo visible o sensible es el ámbito de la realidad
conformado por cosas sensibles o particulares, que son múltiples, temporales y mutables, y
que éstas se dividen en dos subgrupos, en imágenes y en objetos físicos, siendo los objetos
físicos una entidad más elevada que las imágenes, y siendo las imágenes unas copias
imperfectas de esos objetos.
Por último, y no menos importante, hemos de tener en cuenta que las cosas
particulares se perciben tan sólo a través de los sentidos. Este punto lo desarrollaremos en el
apartado epistemológico.
2.2 MUNDO INTELIGIBLE
Platón contrapone a este mundo visible el mundo inteligible, conformado por ideas,
que son por completo diferentes a las cosas sensibles. De hecho, en realidad, las ideas son la
verdad última, el modelo y la causa de las cosas particulares, aquello por lo que cada cosa
particular es lo que es. Al igual que las imágenes son copias imperfectas de los objetos físicos,
todas las cosas son copias imperfectas de las ideas. En la teoría platónica las ideas no son
construcciones mentales, sino objetos que existen fuera de la mente que los concibe o
fuera de la persona que las observa. Por tanto, Las ideas platónicas no son pensamientos, sino
objetos que se perciben a través de la razón, y, a diferencia de las cosas particulares, se
caracterizan por ser:
- únicas (en el sentido de simples e indivisibles),
- eternas e
- inmutables.
Para seguir con la explicación volvamos al ejemplo de la mesa: según la metafísica
platónica ha de existir una sola mesa ideal que subsuma, incluya o abarque a todos
los objetos que cumplen las reglas implícitas en su definición de mesa. Dicho al
revés, si existe un conjunto de objetos diferenciados entre sí a los que llamamos
mesas es porque hay un objeto ideal, por encima de todas ellas, al que imitan: la idea
mesa. Podemos decir que la idea de mesa es lo común a todas las mesas
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particulares, es lo que hace que las mesas particulares sean precisamente mesas. En
cierto modo, todas las mesas particulares están imitando o copiando la idea de mesa
(o, en lenguaje platónico, participan de la idea de mesa). Volvamos a recalcar que
esa idea de mesa no es una simple construcción mental, que no es la más completa
definición teórica de mesa que se nos pudiese ocurrir, sino que es un objeto que
existe en el mundo aunque tan sólo se pueda percibir a través de la razón. Si
llevamos el ejemplo más allá, lo dicho hasta el momento sobre la mesa valdrá, por
ejemplo, para la belleza: ha de haber una idea de belleza que es común a las cosas
que llamamos bellas (lo mismo puede decirse de la verdad, la comodidad, el bien,
etcétera).
Según Platón, son las ideas las que conforman el ámbito inteligible, que es la parte
racional del mundo. En este ámbito se encuentra la realidad profunda del mundo, cómo el
mundo es verdaderamente, más allá de las apariencias cambiantes del ámbito visible, que
sería una copia imperfecta del ámbito inteligible (del mismo modo que antes decíamos que las
imágenes son copias imperfectas de los objetos físicos). Ahora bien, al igual que se da una
jerarquía entre imágenes y objetos físicos, y entre el mundo visible y el inteligible, también hay
una jerarquía en las ideas. Platón subdivide el ámbito inteligible en dos grupos: la subsección
de entes matemáticos y la de las ideas, siendo la idea del Bien la de mayor perfección.
En primer lugar, los entes matemáticos tienen las características propias de las ideas
y son aquellos más próximos a los objetos físicos y, por consiguiente, al mundo visible. De
hecho, los entes matemáticos pueden ser considerados como un puente entre ambos mundos, ya
que son reflejo de las ideas más elevadas al mismo tiempo que pueden ser vistas por la razón
en los objetos físicos del ámbito visible.
En la última subsección se encuentran las ideas, sobre todo éticas y estéticas. Allí, por
encima de todas, se encuentra la idea de mayor perfección: el Bien. Platón entiende esta idea
del Bien asimismo como la de Verdad, de Belleza o de lo Uno. Como veremos más tarde en la
alegoría de la caverna, Platón compara esta idea con el sol, ya que el Bien no sólo permite que
las cosas sean vistas sino que también gracias al Sol/Bien las cosas nacen, crecen y se nutren. O
sea, según Platón, todas las cosas particulares y las ideas existen y pueden ser vistas
gracias a la idea del Bien. De hecho, el Bien es la causa del mundo inteligible y del mundo al
completo, ya que éste está ordenado según la idea del Bien: es causa por ser modelo de todas
las ideas, así como de todas las cosas particulares del ámbito visible, ya que son copias
cada vez más alejadas e imperfectas del Bien; es causa porque la finalidad de todas las ideas
y cosas particulares es parecerse a ella. Así que el sentido del mundo (su areté o virtud),
según Platón, será realizar el Bien.
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Así, tenemos que para Platón el mundo está dividido en ámbito visible, repleto de
cosas particulares, divididas en imágenes y objetos físicos; y en ámbito
inteligible, repleto de ideas, divididas en entes matemáticos, ideas y, por encima de
todo, la idea del Bien.
3. TEORÍA DE LAS IDEAS: NIVEL EPISTEMOLÓGICO
En realidad, lo visto hasta el momento sería una síntesis de las propuestas
metafísicas de Heráclito y Parménides. El primero opinaba que el mundo es devenir,
y que por tanto es cambiante; el segundo, por el contrario, dirá que el mundo es un
ser fijo y eterno. Platón ha puesto en relación a ambas teorías diciendo que el mundo
tiene una parte heraclítea (ámbito visible) y otra parmenídea (ámbito inteligible); lo
que ocurre es que la parte con mayor realidad es la que propuso Parménides: el ser,
lo uno (en el caso de Platón el mundo inteligible y la idea del Bien). Esta misma
síntesis que hace Platón a nivel metafísico va a darse de fondo en su epistemología
(teoría del conocimiento). El tipo de conocimiento, sensible o racional, que ambos
autores presocráticos propusieron como el válido para alcanzar la verdad serán
puestos en relación por Platón en su teoría de las ideas: doxa y episteme. Heráclito
aseguraba que el conocimiento racional debe guiar a los sentidos para ver la realidad
cambiante del mundo; Parménides por el contrario aseguraba que el conocimiento
debe prescindir por completo de los sentidos para conocer la realidad fija del mundo,
tras la apariencia de cambio.
La epistemología platónica se basa en una correspondencia directa su metafísica; a
cada sección y subsección del nivel metafísico le corresponde un tipo de conocimiento concreto,
que, al igual que en la metafísica, va de menos real a más próximo al conocimiento supremo de la
realidad. Todo ello se basa en un proceso dialéctico que veremos más adelante.
3.1 OPINIÓN O DOXA
Recordemos que las cosas particulares del ámbito visible son aquellas que se
perciben a través de los sentidos. Platón entiende que el conocimiento va a tener las mismas
características que sus objetos de estudio, por lo que en este caso el conocimiento que
obtenemos a través de los sentidos (el conocimiento sensible) será tan cambiante, múltiple y
temporal como las cosas particulares del mundo visible. Así que las impresiones sensibles al
ser cambiantes no nos podrán proporcionar un conocimiento seguro. El conocimiento por tanto
que puede obtenerse de todo el ámbito visible será un conocimiento inseguro, alejado de la
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verdad, nada más que una mera opinión al fin y al cabo, lo que Platón denomina con el término
griego doxa.
Al igual que ya hiciera en su análisis metafísico, Platón va a subdividir este conocimiento
sensible o doxa en dos: la imaginación y la creencia. La imaginación será el conocimiento
propio de quienes ven imágenes. Ya que estas imágenes son reflejos imperfectos de los objetos
físicos, que, a su vez, son copias imperfectas de las ideas, de la imaginación no se obtiene
certeza alguna. Este tipo de conocimiento es propio del hombre vulgar.
A continuación, Platón considera que hay un tipo de conocimiento sensible más
elevado: la creencia, que es el propio de quienes ven los objetos físicos (la segunda
subsección metafísica). Sin embargo, este conocimiento también es cambiante y no accede a la
verdad ni puede considerarse ciencia o conocimiento seguro. Es practicado por los filósofos
naturales (que era como se denominaba en la época de Platón a los presocráticos, preocupados
por los principios de la fisis. Es lo que hoy llamaríamos científicos naturales).
3.2 CIENCIA O EPISTEME
En realidad, este subapartado que ahora comenzamos puede verse como el que
explica el motivo por el cual Platón elabora su teoría de las ideas. Según lo visto
hasta el momento, las impresiones sensibles al ser cambiantes no nos pueden
proporcionar certeza en nuestro conocimiento. Además, contra el subjetivismo de los
sofistas, quienes ven la verdad como algo relativo y en manos del mejor orador,
Platón quiere demostrar que la ciencia, el saber, no puede consistir en la mera
experiencia sensible (siempre subjetiva), sino que frente a las apariencias sensibles
deben existir otras realidades inteligibles (que se capten por la razón) y éstas han de
ser inmutables, gracias a lo cual sería posible el conocimiento. Hablamos no sólo de
la ciencia tal como la entendemos hoy día, sino que Platón, como hemos visto, dirá
que el Bien, la Justicia, y demás cuestiones morales, también son de un modo
concreto, eterna y universalmente.
Así, desde la convicción platónica de que existe el conocimiento científico o
verdadero, el filósofo argumenta en favor de la existencia de un clase de entes
distintos a los sensibles: las ideas, con las características ya vistas. El recorrido que
lleva a Platón a proponer la existencia de las ideas es más o menos el siguiente: En
primer lugar acepta la teoría de Heráclito que asegura que todas las cosas sensibles
están en continuo cambio. Luego comprende que si todo cambia no puede existir el
conocimiento, ya que por definición el conocimiento debe ser el mismo siempre y en
todo lugar (de no ser así, estaríamos hablando de opiniones). Pero Platón entiende
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que el conocimiento es necesario, que es innegable que exista. Por lo tanto, ha de
haber cosas inmutables y, por tanto, no sensibles, que sean el verdadero objeto de
estudio del conocimiento: las ideas. Simplemente entonces hemos de aprender a
contemplarlas. Veremos cómo a continuación.
Pasemos ahora al conocimiento que se obtiene del ámbito inteligible. En este ámbito
se encuentran las ideas, que, recordemos, son percibidas a través de la razón y son lo
verdaderamente real (y no copias). Debido a las características de las ideas, este tipo de
conocimiento será científico, verdadero, o sea, será ciencia o, en su término griego, episteme.
Por tanto, la episteme será un conocimiento seguro.
De nuevo, Platón va a subdividir este tipo de conocimiento en dos: el conocimiento
discursivo y la dialéctica. El conocimiento discursivo es el que se obtiene de los entes
matemáticos, y gracias a él se dejará atrás la doxa. Sería un conocimiento que recurre a cosas
particulares y parte de hipótesis o suposiciones (axiomas matemáticos tales como la existencia
de pares e impares, tres tipos de ángulos en triángulos) para deducir una esencia más allá de lo
visible, para acceder al mundo de las ideas. Es el conocimiento propio de los matemáticos.
Pongamos un ejemplo antes de seguir: Según Platón, el ser humano necesitará ver el
mundo matemáticamente para dejar de expresar meras opiniones en su vida diaria y
para comprender cómo es el mundo en verdad. Según Platón, este conocimiento
discursivo debe fijarse en los objetos de este mundo para ver en ellos aquello que
tienen de eterno, inmutable y siempre igual: las leyes matemáticas o, más bien,
geométricas. Todo objeto puede reducirse a una estructura, o sea, puede explicarse
según su área, su forma, sus valores mensurables, etcétera. Es así como mil millones
de balones, con infinidad de características que los hacen diferente entre sí, pueden
ser definidos como esféricos de un tamaño concreto, según para qué deporte estén
pensados. Son las matemáticas, la geometría en este caso, la que hace que mil
millones de cosas particulares se vean como una sola: todos los balones son
esféricos. La esfera, en este caso, será el puente que haga que pasemos de ver en lo
sensible un ente matemático con todas las características propias del mundo de las
ideas. Lo siguiente será ver directamente las ideas más elevadas, e incluso, como
veremos en la alegoría de la caverna, tras ello, se realizará el camino inverso para
ayudar a los demás a salir de la ignorancia o de las falsas apariencias de la
imaginación.
El último tipo de conocimiento, el conocimiento verdadero más elevado, será la
dialéctica. Sus objetos propios de estudio son las ideas. En esta sección del ámbito inteligible no
se recurre a objetos sensibles ni se parte de hipótesis, sino que, mediante la sola razón, se
contemplan directamente las ideas. La dialéctica es propia de los filósofos (o dialécticos). En
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realidad, la dialéctica sería tanto todo el proceso de razonamiento ascendente que hemos
descrito y que lleva a contemplar lo verdadero, las ideas en sí (desde la imaginación hasta este
último momento, de la opinión a la ciencia), como esta última etapa en que culmina el proceso.
4. ANTROPOLOGÍA
En todo este análisis metafísico y epistemológico falta por hablar de un elemento
crucial: el hombre, quien tiene unas características concretas para conocer y quien ha
de ascender hasta la idea del Bien. Una vez expuesto cómo comprende Platón el
mundo, veremos cómo cree que es el hombre. Todo ello serán las condiciones para
educar al hombre en su misión más noble: la de realizar el Bien, como la misma
estructura del mundo marca.
Si en los anteriores apartados hablamos de Heráclito y Parménides, aquí se verá el
pitagorismo de Platón. Ahora bien, nunca debemos olvidar la influencia de Sócrates,
ni antes (el Bien es universal y conocer el Bien supone hacerlo) ni ahora (el hombre
no aprende nada nuevo, sino que ha de recordar o sacar la verdad que se encuentra
ya en su interior, y debe hacerlo mediante el diálogo). Veamos la solución sintética
de Platón para todo ello.
El hombre, el ser humano, según Platón, también tiene una naturaleza dual: es la
unión accidental de alma y cuerpo, en la que el alma pertenece al mundo inteligible y el
cuerpo pertenece al visible. Las características de ambos se deducen de su respectivo ámbito
metafísico: el alma es:
- superior,
- intelectual (o racional),
- inmortal,
- transmigra (se reencarna),
- no es perceptible por los sentidos (es no visible o invisible) y
- conoce las ideas (ya que proviene del mundo de las ideas).
Por otro lado, destaquemos que el cuerpo es:
- mortal,
- lleno de preocupaciones sensibles (enfermedades, vicios materiales…) y
- supone una cárcel para el alma ya que el cuerpo obstaculiza que el alma pueda
regresar a su mundo inteligible.
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Esta unión accidental conlleva que el alma, al “caer” en un cuerpo, olvide las ideas, y
que viva en un cuerpo como en un sepulcro del que debe liberarse. Por tanto, vemos cómo el
cuerpo pasa a ser un obstáculo material para que el hombre busque la verdad que su alma
porta (porque ha visto las ideas, la Verdad), pero que no recuerda. Así, Platón propone que el
alma debe purificarse, tratar de dejar atrás las condiciones sensibles que le impone el cuerpo y
alcanzar la verdad. Dependiendo del grado de purificación de cada hombre, ese alma se
reencarnará en otro cuerpo, con el objetivo de conseguir liberarse definitivamente de este ciclo de
migraciones del alma por diversos cuerpos, y poder ascender al mundo al que pertenece.
Esto que acabamos de exponer nos lleva a dos cuestiones: la ética (cómo debe ser un
ser humano para ser mejor) y la gnoseológica, cómo conoce el ser humano (gnosis
puede traducirse como conocimiento y suele utilizarse para hablar de cómo se
conoce, mientras que episteme, que también suele traducirse como conocimiento, se
utiliza más bien para hablar de lo que puede conocerse).
Si recordamos la teoría de las ideas entenderemos que el objetivo del ser humano
será el de ascender de la imaginación, alejada de la verdad, a la dialéctica; o lo que
es lo mismo, que el ser humano pase de ver imágenes a contemplar directamente las
ideas mismas. Ese proceso dialéctico es, en realidad, el proceso de purificación que
acabamos de comentar. El alma deberá poco a poco dominar sobre el cuerpo para
dejar atrás el ámbito visible. Veamos cómo y bajo qué condiciones.
4.1 CÓMO CONOCE EL SER HUMANO: TEORÍA DE LA REMINISCENCIA (VERDAD)
La teoría platónica del modo de conocimiento del hombre tiene dos puntos esenciales: la
reminiscencia y la escala erótica. Pero no hemos de olvidar la importancia que tiene el diálogo
en todo ello: el descubrimiento de la verdad no es una empresa individual, sino mayéutica.
En consonancia con lo que acabamos de ver, y por clara herencia socrática, Platón
mantiene que aprender es recordar, es anámnesis (rememoración o reminiscencia). El
argumento puede ser expuesto con sencillez: el alma procede del mundo de las ideas, por lo que
conoce las ideas, o sea, tiene el conocimiento científico; al caer en un cuerpo, este
conocimiento es sepultado. Así, el saber está en el hombre pero de forma vaga. Por
consiguiente, enseñar será en realidad ayudar a recordar (mediante el diálogo socráticamente
entendido). Por tanto, conocer no es buscar lo que no se sabe sino hacer que se recuerde
algo que se sabe pero se ha olvidado, es hacer presente algo que no lo está.
Se suele poner como ejemplo de esto un caso que Platón describe en su obra Menón.
En ella, el protagonista preferido de Platón, Sócrates, le muestra a Menón que sus
esclavos, iletrados, sin estudios, son capaces de extraer el doble del área de un
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cuadrado. Sócrates, a través de diversas preguntas, conseguirá mostrarlo. Así, se ve
cómo el conocimiento no se enseña, sino que uno mismo, bien guiado, puede
alcanzar la verdad sin nada que proceda del exterior.
El procedimiento fue más o menos el siguiente: Sócrates dibujó una superficie
cuadrada (A,B,C,D) y, a continuación, a dos de sus lados les añadió una línea del
mismo tamaño (con lo que la línea CA se duplicó en CE, al igual que CD se dobló en
CF). Así continuó, trazando líneas sobre los lados del cuadrado original, ABCD,
para acabar dibujando un cuadrado sobre él con unos lados que midieran justo el
doble.
Lo que parecía lógico en un primer momento, pronto resultó falso. El cuadrado
nuevo (EGCF) no tenía el doble del área del cuadrado original (ABCD). El esclavo
mismo iba viendo que la operación de Sócrates, aunque parecía ser correcta, era
inválida, ya que el nuevo cuadrado en realidad albergaba el área de cuatro cuadrados
ABCD, y no el doble.
Sócrates dirá: «Entonces, de la línea doble, muchacho, no resulta una superficie
doble sino cuádruple», a lo que el esclavo no tendrá más remedio que decir que sí,
que es verdad. A continuación tratan de realizar la operación, en vez de calculando el
doble de cada lado, calculándola así: si cada lado del cuadrado ABCD mide dos pies,
en vez de ampliarlo al doble, cuatro pies, ampliémoslo a tres. Pero se dan cuenta de
EGHF
ABCD
EGHF
ABCD
ABCD
ABCD
ABCD
ABCD
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que tampoco llegarán a su objetivo: si cada lado del cuadrado original tiene dos pies,
es como si su superficie fuera de dos veces dos pies, o sea, cuatro. Por lo tanto, están
buscando el doble, un cuadrado de ocho pies. El cuadrado EGCF con los lados
dobles tendría entonces cuatro veces cuatro pies, o sea, dieciséis. Ahora bien, si lo
intentan con uno de tres pies, obtendrán una superficie de nueve pies (tres veces tres
pies). Así que esa tampoco es la opción que deben tomar.
Recordemos que el esclavo no sabe matemáticas ni geometría, pero sigue
perfectamente el razonamiento y Sócrates avanza siguiendo sus respuestas. En este
momento, el esclavo ya no cree saber cómo resolver el problema. Ahora sí que el
esclavo tratará de buscar una verdad que antes, como creía saber, permanecía oculta.
Sócrates va a volver al cuadrado con los lados dobles, el EGCF, incidiendo en que
era el cuádruple y no el doble del original. Así que traza la diagonal CBG y, como
divide en dos ese cuadrado, concluyen que tiene la mitad de la superficie: en vez de
dieciséis, ocho, que es la superficie que buscan. Tenemos por tanto dos triángulos
con el doble de la superficie del cuadrado original.
A continuación traza la otra diagonal, FBE. Y ven que el cuadrado original se ha
dividido en dos partes iguales, y que el cuadrado mayor se ha dividido en cuatro
partes iguales. Aquí encuentran un modo de obtener el doble: el triángulo CBD es la
mitad del triángulo CBF y la mitad del cuadrado ABCD. Así que si multiplicamos el
triángulo ADB (que es la mitad de la superficie del cuadrado original) por cuatro
obtendremos al fin el doble del cuadrado original. Deberíamos trazar por tanto cuatro
EGHF
ABCD
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líneas diagonales con el centro en B: AD, DH, y de A y H al punto intermedio entre
E y G (nombrémoslo I).
Platón acaba este episodio con un diálogo entre Sócrates y Menón en que explica
cómo este ejemplo demuestra que el hombre debe su conocimiento a un momento
anterior a su vida y que, por tanto, en realidad no aprende ningún conocimiento
verdadero, sino que lo recuerda:
SÓCRATES: …Si uno le siguiera interrogando al esclavo muchas veces sobre esas
mismas cosas, y de maneras diferentes, ten la seguridad de que las acabaría
conociendo con exactitud, no menos que cualquier otro.
MENÓN: Posiblemente.
SÓC. Entonces, ¿llegará a conocer sin que nadie le enseñe, sino sólo
preguntándole, recuperando el conocimiento de sí mismo (sin que nadie le enseñe)?
MEN. Sí.
SÓC. ¿Y este modo de recuperar uno el conocimiento de sí mismo no es recordar?
MEN. Por supuesto.
SÓC. El conocimiento que ahora tiene, ¿no es cierto que o quizá lo adquirió en un
momento dado o siempre lo tuvo?
MEN. Sí.
SÓC. Si, pues, siempre lo tuvo, entonces siempre también ha sido un conocedor; y
si, en cambio, lo adquirió alguna vez, seguro que no habrá sido en esta vida donde
lo ha adquirido. ¿O le ha enseñado alguien geometría?
4.2 CÓMO CONOCE EL SER HUMANO: LA ESCALA ERÓTICA (BELLEZA)
Sigamos, pues. ¿Cómo se despierta el recuerdo de las ideas que el alma conoció antes
de ser encarcelada en el cuerpo de un hombre? ¿Cómo, si las ideas no son perceptibles por los
sentidos? Es aquí donde entra en juego el tema del amor y la belleza.
Hemos de recordar que para Platón la idea del Bien también era vista como la de
Verdad, de Uno o de la Belleza en sí. Por lo tanto, del mismo modo que las cosas de todo el
mundo, inteligible y visible, participan de la idea del Bien, también participan de la idea de Belleza.
Por tanto, la vista, el más agudo de los sentidos, sirve de mediadora entre el mundo de las ideas
y el hombre, ya que para distinguir el Bien, la Verdad o la Justica en el mundo hay que aplicar la
razón, mientras que para distinguir la Belleza en el ámbito sensible basta el sentido de la vista.
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Por tanto, una vez que el hombre ve una cosa bella se enamora porque, en realidad,
desea tanto la Belleza como el Bien. Así, gracias a la belleza el alma caída logra despertar el
recuerdo, el conocimiento de las ideas. Este amor es el auténtico motor del hombre, la guía del
alma caída, consiguiendo que sus aspectos pasionales (delirio, impulso, deseo) se subordinen a
la búsqueda rigurosa del Bien en sí. El eros se convierte entonces en un procedimiento de
reminiscencia racional o intelectual, que en realidad expresa amor hacia las ideas, y que
ayudará al alma a purificarse y ascender.
Por tanto, el amor de los hombres, según Platón, es deseo de belleza, deseo de alcanzar
la belleza ideal tras una imagen bella. Debemos hablar por consiguiente de una escala erótica
del conocimiento (el verdadero sentido del amor platónico) que iría de:
- en primer lugar, la atracción por la belleza de un cuerpo concreto que rinde al hombre,
- hasta que finalmente descubre que lo que ha amado en todas las cosas es la belleza
en sí, la idea de Belleza a la que imitan las cosas bellas.
Entre medias, el hombre habrá amado la belleza sensible en general, la del alma, la de
las instituciones...
4.3 EL ALMA TRIPARTITA: LA JUSTICIA ÉTICA (BIEN)
Por último, Platón también dice cómo cree que es el alma, de qué cree que está
compuesta: El alma tendrá tres partes (y en ese orden de importancia):
a) La racional.
b) La irascible o pasional (altas pasiones).
c) La concupiscible o sensual (bajas pasiones).
Según Platón, para alcanzar el conocimiento dialéctico, el ascenso al mundo de las
ideas, o ser virtuosos, hemos de conseguir una armonía tanto ética (interior) como política.
Recuerda que la idea máxima es la del Bien, que en rigor es una noción ética, y que, por
influencia de Sócrates, Platón cree que al conocer el Bien no querremos otra cosa que realizar el
Bien. Así que la justicia ética será una armonía entre las tres partes del alma: cada una debe
dominarse a sí misma para así dominar también a las partes inferiores del alma. Gracias a
ello, cada parte del alma logrará alcanzar su virtud propia, y el hombre será guiado por la
parte superior del alma: por la razón (que es, recordemos, la que ve las ideas).
a) El alma racional debe ser armoniosa para alcanzar su virtud, la sabiduría, y evitar sus
vicios, el orgullo y la pereza. Y así dominará las partes irascible y concupiscible.
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b) El alma irascible debe armonizarse para alcanzar su virtud, el coraje o valor, y evitar
sus vicios, la ira y la envidia. Así dominará también la parte concupiscible
c) El alma concupiscible debe ser armoniosa para alcanzar su virtud, la templanza, y
evitar sus vicios, la lujuria, la avaricia...
Platón se apoya en el Mito del auriga para presentar sus reflexiones sobre el alma. El
alma es vista como un carruaje tirado por dos caballos: el blanco es un buen caballo
y representa el alma irascible, el negro es un caballo difícil de domar y representa el
alma concupiscible. Los dos caballos del carruaje los dirige un hombre, el auriga,
que representa el alma racional. Este es un carruaje alado y va por los cielos, allí
conoce las ideas. Sin embargo, en su travesía, pierde las alas y desciende hasta caer
en un cuerpo. Todo el proceso que hemos explicado, reminiscencia, escala erótica y
justicia ética, sería el que ha de hacer el hombre para que su alma vuelva a ascender
a los cielos, al mundo de las ideas, que es al que pertenece.
Quedaría un último paso en todo ello, que sería la justicia política: la armonía de las
tres partes del alma en sociedad. Según expone Platón en otro mito, todos nacemos
con un metal que a su vez determina la parte del alma que mejor podemos
desarrollar: si nacemos con oro tendremos mayor inclinación hacia el alma racional;
si nacemos con plata, al alma irascible; y si nacemos con hierro y cobre, al alma
concupiscible. La conclusión de este mito de los metales es que quien nazca con oro
debe ser educado para gobernante (domina el intelecto y los otros estamentos de la
sociedad), quien nazca con plata para guardián (domina los vicios de la sensualidad
propios del estamento siguiente) y quien nazca con cobre y hierro para artesano
(domina su alma). Si se consigue que cada persona cumpla su rol en sociedad, habrá
armonía social y eso propiciará que la ciudad y todo ciudadano pueda alcanzar su
virtud.
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5. LA ALEGORÍA DE LA CAVERNA
En el dibujo faltaría por destacar que, tanto las sombras (representación de las
imágenes) como los animales, plantas y cosas fabricadas (objetos físicos) son, en
general, representaciones de cosas particulares. También hay que resaltar que los
entes matemáticos estarían representados en la alegoría por el reflejo en el suelo o
por todo aquello que no se puede ver bien en el exterior, ya que aún el hombre que
recién ha salido no ha acostumbrado su vista a esa luz. Las ideas serán representadas
por los objetos reales. En el nivel epistemológico (abajo en la ilustración) debemos
recordar que nosotros hemos utilizado también el concepto doxa para hablar de la
opinión, así como episteme para ciencia. Por último, donde dice “pensamiento”
nosotros utilizamos “conocimiento (o pensamiento o razón) discursiva” y en vez de
“inteligencia”, “dialéctica”, que es tanto el último estadio como el proceso completo
de conocimiento.
La alegoría o el mito de la caverna fue escrita en el libro de La República, que debió
de ser finalizado hacia el 370 a. C. Si no es la obra más importante de Platón, desde luego sí es la
más completa y sistemática. Escrita en plena madurez de estilo y pensamiento, La República
es un tratado de política, pero también de pedagogía, de psicología, de metafísica, de
epistemología, de escatología…
En esta obra Platón trata, entre otras cosas, de ilustrar con un ejemplo su sistema
metafísico y epistemológico, y cómo el hombre debe ser educado en él para su felicidad y el
bien de todos. El mito de la caverna comienza presentándonos a unos esclavos encadenados,
metidos en una cueva oscura (mundo visible) y habituados a esa oscuridad en la que siempre
han vivido. Son espectadores pasivos que ven pasar diversas figuras por una pared que tienen
delante. Esas figuras son sombras (imágenes) proyectadas por unos objetos que los esclavos no
ven directamente, porque permanecen a sus espaldas. Sin duda, pensarán que estas
evanescentes sombras son la verdadera y única realidad (imaginación), puesto que nunca
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desde su nacimiento vieron otra cosa; además, si pudieran levantarse, girar la cabeza y mirar
hacia las cosas iluminadas que proyectan esas sombras sobre la pared, les sería difícil verlas, ya
que sus ojos no están acostumbrados a la luz. A quien les dijera que aquellas cosas son más
reales que las sombras, lo tacharían de loco, y si éste les exigiera salir de su comodidad de
espectadores, tratarían de que los dejara tranquilos e incluso podrían llegar a matarlo. Esos
espectadores prefieren la cómoda y segura pasividad a la tensión de la libertad y lo desconocido.
Uno de esos prisioneros se libera y, adecuadamente instruido y con mucho esfuerzo,
logrará primero distinguir (creencia) las cosas que producen las sombras (objetos físicos);
luego, ascender por el escarpado camino que conduce al exterior de la caverna (mundo
inteligible). Al principio la luz le cegará y sólo podrá ver (conocimiento discursivo) las sombras de
los objetos reales o el reflejo de éstos en el agua o en el suelo (entes matemáticos). Más tarde
ya podrá mirar directamente (dialéctica) los objetos de fuera de la caverna (que representan
las ideas), hasta que, por fin, habituados sus ojos, pudiera mirar directamente al sol (la idea del
Bien). Pero, por último, este prisionero liberado e instruido (el filósofo), que conoce ahora la
verdadera realidad, se sentirá obligado a volver a la caverna para liberar (educar) a los otros.