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v12n2a05

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    El viernes 25 de abril de 2008 se realiz la

    primera reunin del ao del Seminario deHistoria de las Ideas, los Intelectuales y laCultura, creado por Oscar Tern veinte aosantes. Era tambin la primera reunin delSeminario que se haca despus de su muertey se decidi convertirla en un tributo a sumemoria y, como parte sustancial del mismo,en el acto de bautismo del Seminario con sunombre. Para reafirmar ese carcter, la reu-nin fue abierta por el director del InstitutoRavignani, Jos Carlos Chiaramonte, queanunci su nuevo nombre oficial: Seminariode Historia de las Ideas, los Intelectuales y la

    Cultura Oscar Tern. Lo que sigue, enton-ces, es una edicin de las intervenciones enese homenaje.

    Jos Carlos Chiaramonte: Quiero decirunas breves palabras antes de dejar a Adrin

    Gorelik la conduccin de este encuentro conel que se reanuda el Seminario que, paranosotros, seguir siendo siempre el Semina-rio de Oscar.

    Cuando en abril de 1986 asum la direccindel Instituto, sus huestes ramos seis investi-gadores, de los cuales slo cuatro continua-mos en l: Oscar, Jorge Gelman, Noem Gold-man y yo. En una situacin ruinosa, no sloediliciamente sino tambin por el estado de su

    biblioteca y carencia de investigadores por-

    que los cuatro ramos de reciente ingreso, y,

    por otra parte, por la falta total de presu-puesto, la labor a realizar pareca casi imposi-ble. Sin embargo, en una primera reunin detrabajo convinimos con Oscar, Jorge y Noemque sin gastar energas en responder a unademanda que vena de la Facultad para pro-yectar imagen pblica, sobre todo a travs delos medios, concentraramos nuestro esfuerzoen tres objetivos: investigar, ensear a inves-tigar y reconstruir los servicios de apoyo a lainvestigacin biblioteca y archivo, entreotros.

    Creo que esto no se hizo mal, en el curso deun proceso en que la participacin de Oscar,con su Seminario de Historia de las Ideas, losIntelectuales y la Cultura, comenzado en 1988,que hoy bautizamos con su nombre, fue deprimera importancia para esos objetivos de in-vestigar y ensear a investigar.

    La divisin del Instituto en programasreflej no slo la existencia de distintos cam-pos de trabajo sino tambin de distinta orien-taciones metodolgicas que supieron convi-vir, sin conflicto, en el seno del Instituto. Deesto da tambin testimonio el Seminario diri-gido por Oscar, en reuniones mensuales decuya temtica el archivo del Instituto con-serva en papel diramos de una poca prein-formtica, invitaciones como sta, la de la

    primera de sus reuniones mensuales del ao

    Homenaje a Oscar TernReunin especial del Seminario de Historia de las Ideas,

    los Intelectuales y la Cultura, Instituto Ravignani

    Prismas, Revista de historia intelectual, N 12, 2008, pp. 191-210.

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    1995, el viernes 28 de abril: Temario: Dis-cusin del artculo de Oscar Tern Marite-gui: el destino sudamericano de un modernoextremista, publicado en Punto de Vista N51, abril de 1995.

    Celebremos entonces la continuidad deestos encuentros mensuales, porque, como ledije a Adrin al conversar sobre su reanuda-cin, el Instituto se complace en seguir alo-

    jando como una de sus actividades ms pres-tigiosas las actividades del Seminario que, detal manera, se convierte tambin en un mere-cido y permanente homenaje a la memoria deOscar.

    Adrin Gorelik: sta es una reunin muyespecial; nos acompaan muchos amigos,familiares, discpulos y colegas de Oscar queno son asistentes habituales del Seminario, niconocen entonces su historia ni su dinmica,esta creacin de Oscar que ya lleva funcio-nando veinte aos. Por eso, voy a introducir lareunin comentando algo de esta trayectoriainstitucional, aunque con la seguridad de quetambin as se ilumina el tema de hoy, yaque hablar del funcionamiento y la continui-dad del Seminario es hablar de Oscar Tern.De hecho, la primera cosa que llama la aten-cin ante la evidencia de esta larga y produc-tiva continuidad es la contradiccin entre lairona, la impaciencia, el carcter muchasveces impiadoso de Oscar y, por otra parte,su talento y magnetismo no slo para rode-arse de gente, sino para consolidar con ella

    tramas acadmicas e institucionales de granriqueza; la contradiccin entre su descon-fianza ante las instituciones desconfianzaque comparta con toda una generacin quese form en ajenidad de ellas, pero que, qui-zs por eso, cuando se incorpor las tommuy en serio, es decir, respetndolas perosometiendo a escrutinio permanente su signi-ficado y contenidos y su incansable espritugregario; en fin, la contradiccin entre su

    escepticismo radical una de las claves de su

    lucidez intelectual y su enorme confianza enla capacidad transformadora del pensa-miento, de los libros, del magisterio. Pero,adems de crearlas, Oscar fue capaz de cam-biar con las instituciones: frente a ciertos epi-

    sodios que sentaron la fama de implacabledel Seminario un rasgo inicial de su creadorque muchos de los miembros asumimos conentusiasmo, los ltimos diez aos por lomenos fueron mostrando en cada reunin unOscar mucho ms abierto, en el que el rigordel anlisis no se le impona a los textos y alos autores desde fuera, sino que buscabadialogar con ellos, encontrar en ellos mismoslas canteras desde donde seguir pensando con

    generosidad.No cabe duda, para todos los que sabemos

    cmo ha funcionado el Seminario, que lo quelogr en nosotros est indisolublementeligado a cualidades distintivas de Oscar,como la importancia que le daba a la conver-sacin, ms especficamente, a las palabras,que l saba administrar lentamente, con pre-cisin y elegancia, hacindonos a todos msconscientes de su valor. Leticia Prislei, queform parte del Seminario en los comienzos,mand para esta reunin un emotivo mensajeen el que destaca justamente cmo los espa-cios creados por Oscar tuvieron como nicosrequisitos de ingreso la disposicin aldebate, la honestidad intelectual y la incita-cin al pensamiento crtico. Efectivamente,por obra y gracia de las convicciones deOscar, el Seminario pareci materializar la

    utopa de un espacio de saber puro, dedi-cado con exclusividad al examen riguroso delas ideas, en completa independencia de cual-quiera de las mezquinas batallas de poder conque usualmente asociamos la vida acad-mica. As, en estos veinte aos han pasadopor aqu al menos cuatro camadas de investi-gadores que aprendimos con Oscar no tantomtodos o teoras, como una serie de actitu-des en especial, la sospecha sobre las pro-

    pias certidumbres y una manera de colo-

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    carse frente a los textos que se derivaba,creo yo, de su mirada poltica sobre la cul-tura, con lo que se fue construyendo, demodo casi imperceptible, un lenguaje comnsobre los problemas tericos e historiogrfi-

    cos de la cultura argentina. Ese lenguaje quetan bien se expresaba en un artculo de Puntode Vista en 1981 luego republicado comocaptulo de En busca de la ideologa argen-tina, un verdadero manifiesto historiogr-fico en el que Oscar tambin mostraba algoradicalmente novedoso entonces en la crticacultural argentina, unperspectivismo latinoa-mericano. Lo cito:

    Si queremos desembarazarnos de Diosdeca Nietzsche es preciso liberarse de lagramtica. Si queremos independizarnos detodos los monotesmos tan tenazmente elabo-rados de la historiografa latinoamericana, aqu dioses debemos renunciar? En principio,habr que suspender provisionalmente esascategoras continuistas mediante las cualesuna historiografa sociologizante o metaf-sica ha concluido por diluir en matrices idn-ticas a una pluralidad de diversidades que enrigor se desarrollaron, ms que segn el es-frico modelo hegeliano, como una superpo-sicin casi geolgica de series descentradas.Por ello, el limitado objetivo de este trabajoreside en interrogar algunos de los discursosantiimperialistas del perodo 1898-1914, nopara inscribirlos a priori en la senda luminosade una continuidad inexorable, sino para quenos digan qu objeto constituan cuando pro-nunciaban el nombre antiimperialismo

    (El primer antiimperialismo latinoame-ricano).

    La gratuidad del Seminario, su exclusivadependencia de la libre voluntad de los parti-cipantes reunidos mes a mes, tena como con-trapartida una permanente y celosa evalua-cin de su productividad: la continuidad slotena sentido para Oscar si los participantesrenovaban su compromiso dndole vida, es

    decir, riqueza crtica y diversidad. Por eso, la

    imposicin del nombre Oscar Tern al Semi-nario, que estamos concretando hoy, agrega anuestra necesidad de continuar su obra, laobligacin de velar porque este bautismo, quelo cristaliza institucionalmente, no lo crista-

    lice tambin intelectualmente. [] Ahora s,vamos a continuar el homenaje con la mismamodalidad con que se desenvuelven normal-mente todas nuestras reuniones: primero, lapresentacin de los invitados especiales, queen este caso son Fernando Devoto y JorgeDotti, quienes han venido muchas veces alSeminario a discutir textos suyos o a comen-tar los de otros, pero que hoy hemos convo-cado para que presenten las diversas facetas

    de Oscar que ellos conocieron; luego, abrire-mos la ronda para todos los que deseen inter-venir. La diferencia es que esta no ser unaronda de debate, sino de memorias deOscar: aspectos de su obra, de su trabajocomo docente, ancdotas de su vida intelec-tual, evocaciones, retratos, todo lo que quie-ran compartir para que su recuerdo sea unatutela propiciatoria para la tarea que nosespera, la de continuar sin l reunindonos eneste Seminario, uno de los mbitos en quemejor ha encarnado su magisterio.

    Fernando Devoto: Ante todo, agradezco yme honra que me hayan invitado hoy paraevocar la figura de Oscar Tern.

    Hay, desde luego, muchas imgenes posi-bles de Tern y en las intervenciones sucesi-vas aparecern perspectivas seguramente

    mejor fundadas que las mas, por parte depersonas que lo conocieron y/o lo leyeronms y mejor que yo. Asimismo, la vida y laobra de Oscar Tern se despleg en diferen-tes y distintas actividades de las que casinada diremos aqu. Por ejemplo, una de ellases la del docente ejemplar, en las imgenestransmitidas por sus alumnos que siemprevaloraron su ctedra de Pensamiento Argen-tino y Latinoamericano como una de las

    mejores de la Facultad de Filosofa y Letras.

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    Ello se deba, en sus recuerdos, a la calidadde sus clases y tambin, agrego yo, a quesupo congregar en torno de s a algunos delos mejores y ms prometedores estudiososde las generaciones ms jvenes.

    Por mi parte propongo explorar breve-mente algo mucho ms acotado: Oscar Ternen tanto que historiador de las ideas, tratandode emplear la misma estrategia que l apli-caba al indagar en figuras relevantes de lainteligencia argentina. Es decir, explorar unitinerario intelectual (o mejor escenas omomentos de ese itinerario) que se despliegaa lo largo de medio siglo y en el que podemosesquematizar distintas fases o etapas, tal cual

    l lo hiciera con Jos Ingenieros.Tenemos as un primer Tern, el de los

    aos sesenta, el estudiante de Filosofa y par-cialmente de Historia, el intelectual compro-metido enmarcado en esa tradicin de lanueva izquierda crtica que enarbolaba la ca-pacidad omnicomprensiva del mundo deMarx y del marxismo. Tradicin que se colo-caba en el cruce de mltiples lecturas y sobrela que operaba el impacto de dos situacionespolticas decisivas para los intelectuales de laArgentina de entonces: la cuestin del pero-nismo y la de la revolucin cubana.

    Sealemos aqu una tarea a realizar: unanlisis comparado de las vas de acceso almarxismo y su combinacin, especfica encada itinerario intelectual, con aquellas otraslecturas consonantes o disonantes con l, enlas diferentes trayectorias de estos intelectua-

    les de la nueva izquierda que permita, msall de ese rtulo, disear un mapa cultural enel interior de la misma. Recordemos apenasaqu, en relacin con Tern, el papel del exis-tencialismo en el camino de aproximacin aMarx y su inters mayor hacia losManuscri-tos de 1844 antes que hacia El capital, ascomo su (posterior) lejana de una obra taninfluyente en otras figuras de la nuevaizquierda argentina como la de Althusser. Un

    marxismo, en suma, que era en Tern un

    humanismo, parafraseando el ttulo de unensayo clebre en esos aos. Con respecto aaquellas otras lecturas disonantes con esa tra-dicin, personas ms versadas podran sea-lar el impacto y la importancia de aquellas

    que procedan del terreno de la filosofa; yoquisiera indicar, apenas a ttulo de ejemplo, elinters de Tern hacia obras como la deLucien Febvre y, ms curioso an, por sucompleta lejana de la cultura de izquierda, lade Paul Hazard.

    Segundo momento, la catstrofe: Tern enMxico y la meditacin de una derrota cuyarotundidad conlleva la crisis de los modelos ylas estrategias polticas as como la de los

    fundamentos tericos en los que reposaban.Una nueva tarea a realizar, en sus palabras:pasar de aspirar a cambiar el mundo acambiar a los que queran cambiar elmundo. Itinerario compartido por muchospero cuyos procesos no son siempre coinci-dentes y en los cuales la profundidad de larevisin y los nuevos instrumentos tericos y,ms en concreto, las nuevas lecturas para lle-varla a cabo, tampoco son los mismos (aun-que poda tratarse tambin de revisitar lecturasprecedentes, no poda finalmente descu-brirse todo lo que haba en el pensamiento deGramsci, tan influyente en otros intelectualesde la nueva izquierda, de tributario de unareflexin desde una catstrofe, poltica y per-sonal, tal cual lo haba sido el advenimientodel fascismo?). Nuevamente, territorios aexplorar.

    Quisiera sealar solamente algunas de lasespecificidades de la trayectoria de Tern enese contexto, partiendo de la premisa de quetan importantes como el punto de llegada alnuevo destino, son las vas singulares que seemplean para construir o reconstruir unmundo de referencias y definir un nuevomodo de intervencin en el campo intelec-tual. Y aqu quisiera aludir a tres dimensio-nes. La primera, es el aporte de la obra de

    Foucault como instrumento para pensar los

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    mecanismos del poder que eran los resulta-dos concretos lo mostraban mucho msextendidos, ms capilares, de lo que se supo-na antes de la debacle. La segunda, es lavoluntad de repensar las races de la cultura

    de izquierdas en la Argentina. He ah susestudios sobre Ponce e Ingenieros, dos figu-ras tan importantes de ella sobre las quehaba hecho tabla rasa la nueva cultura deizquierda en los aos sesenta. La tercera,hasta donde estas distinciones tengan vali-dez, es el paso de la filosofa a la historia delas ideas, a esa necesidad de lo real concretoa la admisin, como alguna vez afirm, deque en el pasado hay ms cosas que palabras.

    Quisiera detenerme brevemente en la se-gunda de esas dimensiones: las races de lacultura de izquierdas en la Argentina, entanto sugiere dos temas complementarios. Elprimero, propiamente intelectual, es que esatradicin de la izquierda argentina y aun lati-noamericana (y la apertura a ese espacio msamplio es tambin un resultado de la expe-riencia mexicana) haba sido ms rica, com-pleja e interesante que lo que las ejecucionessumarias de los aos sesenta haban soste-nido. Desde luego era, segn Tern, el casode Ingenieros, pero incluso, aun con sus l-mites, el de Anbal Ponce. Cierto, un Poncemirado o confrontado en ese espejo para Te-rn ms virtuoso de Maritegui. El segundo,quizs ms poltico, era la voluntad de enrai-zar a la izquierda argentina en una larga tra-dicin que sirviera para exorcizar la voluntad

    de la dictadura militar de cancelarla de la cul-tura argentina. Algo as como el veniamo dalontano que el Partido Comunista italianoutilizaba en sus pocas de dificultad con elmismo propsito. Sea de ello lo que fuere, el re-sultado fue la emergencia, entre otras cosas,de un Ingenieros mucho ms complejo y ricoen matices que la figura fosilizada por laslecturas precedentes.

    En En busca de la ideologa argentina,

    obra publicada en 1986, creo que adquiere

    ms plena formulacin esa reconstruccin deuna genealoga de la izquierda (enmarcada enuna tradicin progresista algo ms abarca-dora). He ah nuevamente los nombres deIngenieros y Ponce, pero tambin los de Ale-

    jandro Korn y Jos Lus Romero. Bien podrahaberse subtitulado ese libro: Nuestros ante-pasados.

    A partir de aqu comienza otro viaje deOscar Tern, no ya en sus convicciones pol-ticas firmemente reformistas y progresivas,sino en sus marcos tericos. El Marx, aunquefuese no como catecismo sino como gram-tica, se desdibuja ulteriormente, y tambinFoucault. Ello lo orienta hacia una forma de

    historia de las ideas y de la cultura ms aut-noma, bastante ms liberada de la necesidadde vincular su desarrollo con las determina-ciones procedentes de los cambios estructu-rales en la economa y la sociedad, tal cualhaba ocurrido, por ejemplo, en su indaga-cin del pensamiento de Ponce y sus relacio-nes con la crisis econmica de la dcada deltreinta (y desde luego en todo ello hay quever una perspectiva ms general de los nue-vos tiempos historiogrficos). Baste aqucomparar los trabajos antes aludidos conaquellos reunidos en Vida intelectual en elBuenos Aires fin-de-siglo.

    Ms importante an, ello va acompaadode un trnsito desde el intento de comprenderla cultura de izquierda, a la que se le atribuauna centralidad en las ideas argentinas delsiglo XX, al intento de comprender la cultura

    argentina toda, que, como escribi algunavez, no tiene un centro, sino voces heterog-neas. En ese trnsito,Nuestros aos sesentasconstituye un momento intermedio, ya que siefectivamente el ttulo anuncia el mbito pri-vilegiado en el enfoque, debe decirse que ellibro escapa a ello y se abre a otras voces pro-cedentes de otros mbitos, las que se hacenor no solo como reflejo de esa cultura deizquierda. As ocurre en el magnfico cap-

    tulo final, El bloqueo tradicionalista, si

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    advertimos que en la parte que en l corres-ponde a la cultura de izquierda, la atencinprivilegiada otorgada a dos revistas, Pasadoy Presente y Cuestiones de Filosofa, y labsqueda en ellas de la persistencia de una

    voluntad de saber, de un momento si sequiere cientfico, si se quiere erudito, sise quiere cosmopolita, en sus intentos deactualizar el marxismo y colocarlo en laconstelacin terica contempornea que lar-gamente lo excede y, en cualquier definicinque se le aplique, Tern seala la persistenciade una vocacin de comprender el mundo deuna manera ms compleja, ms moderna yms refinada, en tensin s con el momento

    y los requerimientos de la praxis poltica, peroque an apremiada por sta no quiere re-nunciar a la primera. Una nueva izquierda quees vista por Tern como uno de los momen-tos ms altos de la cultura de izquierdasargentina cuyas posibilidades tericas y aunprcticas de desarrollo ulterior se vern arrui-nadas por el golpe de 1966, con todo lo queimplicar para el campo intelectual, en espe-cial esa disrupcin sin lmites de la instanciapoltica por sobre la instancia reflexiva.

    Esa cultura de la nueva izquierda que,como sealamos, no agota de ningn modo ellibro, es implcitamente colocada por Terncomo un nuevo y ms rico captulo de aque-lla tradicin explorada en sus obras prece-dentes. Una nueva fase indagada desde unareflexin que, me parece, tiene ms de una mi-rada nostlgica que de una trgica en torno de

    lo que pudo haber sido. Mirada de historiadorque no deja de atribuir el peso necesario a lacoyuntura y el azar antes que a las fatalidadesinexorables del destino. Pero mirada de his-toriador tambin por el deliberado esfuerzode tomar distancia y perspectiva de ese pasa-do como parte de una voluntad de restituirloen tanto tal y por ende distinto del pre-sente, por la creciente atencin a los contex-tos temporales en la conviccin de que las

    mismas frases pronunciadas en momentos

    diferentes son solamente por ello bien distin-tas en su significacin.

    Nuestros aos sesentas es as, como sea-lamos, una obra de transicin hacia una voca-cin intelectual ms amplia: aquella de pen-

    sar la cultura argentina en su complejidad yen su heterogeneidad y quizs en tantohacerlo era una va posible para salir de lainevitable subalternidad que produce pensaro estudiar solamente la propia parte. ste es,me parece, su propsito en los ltimos aos.

    Ms all de todo ello exista, indisoluble-mente unido al intelectual Tern, la personaTern que ayuda a componer ese personajesingular en el seno de la cultura de izquierda

    argentina. Soy demasiado antiguo o tradicio-nal para privarme de decir algo sobre ello ypara no pensar que ese otro Tern dice bas-tante tambin sobre el intelectual.

    Recogera ante todo un dato, hombre de Car-los Casares, es decir de tierra adentro, de esospequeos pueblos de la pampa en la provin-cia de Buenos Aires. Recuerdan ustedes ladedicatoria que abre el largo estudio JosIngenieros o la voluntad de saber: A CarlosCasares: mi pueblo, mi infancia. Y cmo norecordar tambin la foto tan emblemtica,publicada en la tapa de su libro De utopas,catstrofes y esperanzas, del adolescente enla vereda de lo que tal vez fuese el negocio desu padre (un bar si no recuerdo mal), con unlibro en la mano. De ah, quizs, un ciertoestilo, tan singular en estos nuestros mbitos,una forma de vestir siempre sobria, sencilla y

    cercana al ascetismo, un modo de hablar pau-sado y firme, incisivo pero mesurado y sinexcesos tambin en la polmica, prudente ysopesado en las intervenciones pblicas, unacierta astucia en la mirada, en la sonrisa, enalguna frase dejada caer al pasar, tan de nues-tros paisanos. Un hombre en suma come-dido (con el alma comedida). Aunque noestoy seguro de que ello pueda trasladarse sinms al estilo de su escritura tan sobria y ele-

    gante, hija tal vez de las muchas y buenas

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    lecturas, s creo que se traslada a sus anlisisde las figuras del pasado en torno de las cua-les le gustaba organizar sus anlisis de po-cas y situaciones y a las que siempre sopesen su juego de luces y sombras, y contra las

    que no ejerci la sencilla, fcil y desagrada-ble irona de un vivo contra un muerto.Quisiera concluir con una pequea refle-

    xin acerca de un poema que incluy comoepgrafe de ese mismo libro, De utopas,catstrofes y esperanzas, taca del granpoeta griego Konstantinos Kavafis: Aunquepobre la encuentres/ no hubo engao/ Rico ensaber y en vida/ como has vuelto/ comprende-rs ahora/ lo que significan/ las tacas. Qui-

    siera hacerlo tambin porque el mito de laOdisea le era, me parece, muy congenial yciertamente ms congenial que el de un Diosen la cruz.

    De las muchas reflexiones sobre la Odisea,emblema del trnsito y del viaje, que es tam-bin un regreso, no eligi aquellas que acen-tuaban los aspectos dramticos o trgicos de laexperiencia. Por ejemplo, el Ulises de Borges,disociado por la duda entre el retorno y el noretorno, entre el hombre que fue Nadie y elhombre que fue Ulises; o el tan agobiante deCalvino, un Ulises que trata desesperada-mente de retornar porque est olvidando quees Ulises (el problema de la identidad). Eli-gi, en cambio, aquel para el cual taca esalgo a la vez, familiar e ineluctable. El retornoes simplemente algo que est all, a lo que sevuelve, quizs insatisfecho pero ciertamente

    sin incertidumbre. Lo que importa es el viaje,y el viaje es aprendizaje y slo ese aprendi-zaje adquirido con la voluntad de saber nosbrinda los instrumentos para comprender ataca o a las tacas. Una imagen en suma muyiluminista, en el sentido circunscripto peroesencial de sapere aude, de actitud gozosa,si se quiere, de la serenidad que brinda elconocimiento, con la que no poda no identi-ficarse. Cierto, amigo Tern, el viaje fue

    demasiado corto. Cuando emprendas tu viaje

    a taca pide que el camino sea largo comen-zaba el poema de Kavafis que eligi comoepgrafe, una lnea del verso que, quizs porscaramanzia, prefiri omitir. Sin embargo,fue ms breve de lo que hubiera y hubiramos

    anhelado. Empero, as fueron las cosas.Ms all de los azares y circunstancias, msall de Tern, su obra est destinada a perdurarno slo como parte de la cultura progresistaargentina sino como parte de la cultura de laArgentina del siglo XX, no slo como estu-dioso de las ideas argentinas sino como testigoy como protagonista de ellas.

    Jorge Dotti: Cuando Liliana Carbajal me

    avis que poda ver a Oscar, supe que se tra-taba de la despedida. Instantneamente, juntoa la tristeza por la ya inexorable prdida delamigo, surgi, en mi espritu, una de esasreferencias insoslayables en la vocacin queme una a l. La del Critn platnico, dondefidelidad al pensamiento y a la conducta en elvivir y en el morir se entrecruzan y concen-tran en las palabras ltimas de un filsofo.

    Pese a su postracin, Oscar demostr unaalegra por mi visita que me tranquiliz. Talvez paradjicamente, lo que alivi mi angus-tia fue esa entereza espiritual y esa serenidadtan ntegra que irradiaba un Oscar sabedor deque estaba por cruzar la ltima lnea de lascosas. Precisamente por ello, se sobrepona asu respiracin fatigada y a dolores an tole-rables, pero indiciarios de lo que sobreven-dra poco despus, para que de algn modo

    conversramos como en los ltimos tiempos,motivados por experiencias que nos habanpuesto, con incertidumbres y retrospeccio-nes, ante lo que la filosofa haba pensadocomo trascendente y la paternidad nos hacavivenciar en nuestra existencia cotidiana.

    Slo que esta conversacin era dolorosa-mente postrera.

    Cuando le cont que me haba venido a lamente el dilogo famoso, creo que l se apre-

    sur al preguntarme por qu; y s que fui

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    superfluo al recordarle que se trataba de lamuerte de un filsofo, pues su lucidez eraplena. Con la morosidad que su estado leimpona a su modo de hablar, de por s bus-cadamente lento y por momentos senten-

    cioso, y con el tono de voz que su condicintornaba inevitable, Oscar me dijo lo queesperaba volver a or de l, pues desde con-versaciones anteriores nos sabamos concor-des al respecto: si la filosofa no sirve antela muerte, para qu sirve?.

    No importa recordar ahora mis palabras,asentidas por Oscar; quiero destacar, s, lafrase con la que, sereno, cerr nuestra breve,dolorosamente breve, charla sobre la abismal

    cuestin que nos juntaba por ltima vez:Los filsofos mueren como los labriegos.

    A Oscar la filosofa le sirvi para cerrarcon su pensamiento, en el instante y del modocomo cabe hacerlo, la cesura entre el mundode un intelectual urbano y sensible a las cosasen flujo y la sustancia rural de su infancia.

    Creo serle fiel si le atribuyo la intencin deexpresar con esas palabras, para m digna-mente finales, su justo convencimiento dehaber cumplido con el deber de pensar, escri-bir ensear, manteniendo siempre un trabajosorespeto por la propia condicin de intelectual,a quien la pedantera de los esclarecedores deconciencias, los artificios de la retrica dema-ggica y la rimbombancia del efectismo me-ditico le eran tan ajenos, como lo es nuestramisma vocacin filosfica a esos mticos cam-pesinos que aran la tierra con la sencillez que

    da la obediencia a la dureza de los ciclos na-turales.Oscar supo acatar la dureza del pensa-

    miento, la resistencia que opone a quien pre-tende horadarlo con ideas romas, y lo demos-tr en el momento mismo en que paradecirlo con l renunci a la filosofa y optpor dedicarse a la historia de las ideas.

    Ciertamente, le era imposible cumplir conel proclamado abandono del filosofar; por

    eso su confesin (lo recuerdo ironizando

    sobre sus juveniles lecturas de la Deduccintrascendental kantiana) siempre me resultllamativa. Afortunadamente, a lo largo dems de dos dcadas no dej de constatar supersistencia en ese tenor de pensamiento y de

    escritura que deca haber dejado atrs; unalealtad que es evidente en sus sutiles anlisisy las sugerencias que despliegan sus textos ysus palabras.

    Encuentro en su actitud, tal como la expe-riment en diversas ocasiones y grupos depertenencia, desde que lo conoc personal-mente a su regreso del exilio, una peculiar ycomprensible epoj, una suerte de suspensinfenomenolgica de una identidad vocacional

    a la que la fuerza de las cosas en nuestro pas(no slo en l) haban terminado por bifurcaren dos personalidades que Oscar, tras expe-riencias personales vividas en una de ellascon no pocos sufrimientos, rehusaba aceptar:la del congelamiento academicista del pensa-miento, al que nunca hizo la mnima conce-sin; o la de un ejercicio filosfico condenadoal inmediatismo de una praxis brutal, que nopor coherente con las ideas que la sostienen,deja de ser trgica (a la par que demostrativade la esterilidad dogmtica de aqullas).

    Ante el panorama y las exigencias que seabran en nuestro pas, Oscar entendi que lahistoricidad del objeto al que haba decidi-do dedicar sus esfuerzos intelectuales le permi-ta un distanciamiento reflexivo y una simult-nea congruencia con la fidelidad a la polticaque su personalidad y las nuevas circunstan-

    cias le imponan.El doble compromiso de pensar y com-prometerse polticamente en la democraciasignific para l una revisin drstica y unaconsecuente ampliacin, desplazamiento y sus-titucin de viejos marcos de referencia y pau-tas interpretativas, pero sobre todo una reno-vada reflexin en torno del significado queadquira la nunca abandonada responsabili-dad de la poltica; si se quiere, un compro-

    miso que conllevaba canalizar diversamente

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    sus creencias, pero siempre acompandolascon la eticidad de una conducta cvica. Fueriguroso en llevarlo a cumplimiento.

    Afortunadamente para quienes reivindica-mos la prioridad de la filosofa, la toma de dis-

    tancia que Oscar asumi con una mirada quecalificaba como propia de la historia de lasideas, fue precisamente lo que le permitimantenerse en su vocacin filosfica inicial.Pues, qu sino filosofa poltica en acto era,por ejemplo, su bella y honda meditacinsobre Antgona, publicada en Punto de Vista?Cun lejos podan estar de lafilosofa las lec-turas crticas con que desmenuzaba las ideasde nuestros intelectuales, demostrando una

    lucidez siempre respetuosa, mas a menudo su-perior a la del objeto tematizado?

    A lo largo de mi ltimo encuentro conOscar, no dej, emocionado, de apretar y aca-riciar su mano como prueba de afecto ysaludo de despedida. Con la misma emotivi-dad, renuevo ahora ese gesto.

    Claudia Gilman: Tengo una deuda intelec-tual enorme con Oscar y con el seminario quefund y consolid durante tantos aos. Mien-tras asist con regularidad me encontr con undebate intelectual del ms altsimo nivel, fueracual fuera el texto que se discutiera. De hecho,cuando ms tarde pas unos aos estudiandoen Pars y cursaba seminarios con mons-truos como Derrida o Castoriadis, recibamucho conocimiento pero no pasaba un dasin que extraara la patria intelectual del

    seminario de Oscar. No haba ni hubo otrolugar donde se pudiera encontrar juntas lamayor sofisticacin intelectual junto con elmximo rigor. Anlisis y discusiones donde loverdadero y coherente era claramente distin-guido de lo meramente persuasivo y lleno de

    jerga o retricas disciplinarias. Yo vengo delrea de las letras, donde es muy frecuente elguitarreo, la insustancialidad o un impresio-nismo desabrido, dejando de lado a los genios

    que siempre escriben cosas extraordinarias.

    Hoy por hoy, sito mi investigacin y mipensamiento en un espacio que tiene muchoque ver con el seminario, especialmente, laidea de que no se puede hacer investigacindesconociendo la historia y sin definir real-

    mente qu es un objeto relevante.En una oportunidad, tambin apenas habaempezado a participar con frecuencia, Oscarpregunt quin tena un artculo para discutiren un futuro encuentro y yo propuse un tra-bajo mo. Oscar me mir con cierta descon-fianza mientras me consultaba sobre qutema era. En parte sobre la revistaMarcha,le contest. Creo que fue sobre el final, en unaparte, cuando me coment: En general, los

    trabajos sobre revistas no me gustan, no sonobjetos relevantes. Por supuesto que tenarazn. Le expliqu que slo para facilitar lacomunicacin le haba proporcionado el temadel trabajo pero que en realidad, no era slosobreMarcha sino sobre muchas otras cues-tiones. De todos modos, Oscar no se tranqui-liz y decidi que primero lo iba a leer antesde ver si se poda discutir en el seminario.Recuerdo que pas al tiempo por su casa, porsuerte para obtener una levantada del pulgarpara el artculo e incluso inters y respeto pormi trabajo. Lo que no saba yo por entonceses que Oscar tambin estaba trabajando sobrelos aos sesenta y que al poco tiempo publi-cara su libro Nuestros aos sesentas. Eselibro fue para m un tremendo desafo perofue tambin un maravilloso documento, por-que leyendo las intervenciones de Oscar en

    sus aos sesentas (en particular una brillantereflexin sobre el vaco que supona lasupuesta apertura de Roger Garaudy sobre elrealismo en literatura) ya me haba dadocuenta de que Oscar era un capo que desdeque empez a pensar se haba atrevido a dis-cutir cosas que estaban fuera de discusin enuna poca.

    Lo cierto es que en el seminario se apren-da, tanto si uno lea trabajos sobre la virgen

    Mara o los dibujitos en la revistaBilliken. Se

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    aprenda tambin de los trabajos malos. Creoque lo ms importante eran las decisionestericas y metodolgicas que Oscar estimu-laba. La idea de cundo un objeto es rele-vante, por ejemplo. Del seminario sal ms

    historiadora, ms entusiasmada ante la ideade poder pasar por alto tanto relativismo ysubjetivismo y encontrar hiptesis y argu-mentaciones a las que se pueda someter loque se afirma a alguna clase de preguntaacerca de la verdad de lo afirmado.

    Hugo Vezzetti: Me parece muy oportuno ymerecido este homenaje a Oscar; y sobre todoque se haga en este espacio que est tan lleno

    de su presencia y de sus ideas. Me parece quelo ms adecuado es que este homenaje se abraen una circulacin de testimonios, de encuen-tros y evocaciones, dentro del espritu que nosha animado y que Oscar supo impulsar. Esteseminario ha sido una experiencia inusual enel panorama de las prcticas acadmicas y dela produccin intelectual de estos ltimosaos, en la medida en que ha reunido distintasgeneraciones y disciplinas, distintas trayecto-rias intelectuales; y su mayor productividadha nacido justamente de ese respeto a las dife-rencias, las perspectivas, los matices. Esa esuna marca del estilo intelectual de Oscar Tern,y al ponerle su nombre al seminario asumi-mos de algn modo el compromiso de mante-ner ese espritu.

    Obviamente no es el momento para ofrecerun anlisis o un juicio elaborado sobre una

    obra que ha sido, y seguramente seguirsiendo, tan importante en los estudios de lahistoria intelectual y cultural argentina. Creoque eso merece, en algn momento, una reu-nin o una jornada de trabajo especfica. Loque yo puedo hacer es dar cuenta de una rela-cin intelectual y personal que tuvo unimpacto grande en mi propio trabajo. Conocla obra de Oscar antes de conocerlo a l, poresas cosas raras, o peculiares, del mundo inte-

    lectual de Buenos Aires en estos aos. Lo

    conoc a l cuando volvi, en los comienzosde la democracia. Pero antes me haba encon-trado con su libro sobre Ingenieros, en Mxi-co, donde estuve unos pocos das, en 1980.Estaba en la librera Gandhi, que era un lugar

    extraordinario para alguien que vena de Bue-nos Aires. Yo iba acumulando libros en unacaja que me haba dado Ricardo Nudelman,que estaba como responsable de la librera, yrecuerdo que cuando puse el libro de Oscar,Ricardo me dijo ste te lo regalo yo. Demodo que tengo ese libro de Oscar, Ingenie-ros, antiimperialismo y nacin, pero dedica-do por Ricardo Nudelman; lo record hoy,revisando los libros de Oscar, cuando vi esa

    dedicatoria.Esa obra, el estudio preliminar a la compi-

    lacin de textos de Jos Ingenieros, tuvo ungran impacto en lo que yo vena haciendo.Todava no haba publicado nada significa-tivo, pero estaba escribiendo lo que despussera mi primer libro sobre la locura en laArgentina; y creo que all hay algo de lo queaprend leyendo a Oscar. Sobre todo, podradecir, lo que significan las apuestas y losdesafos especficos de la historia intelectual,es decir, el rigor del trabajo sobre las ideas ysus contextos. Para m, que vena de una for-macin marxista bastante dogmtica, lasideas eran el lugar de la lucha ideolgica, y elanlisis ideolgico del autor era lo ms deter-minante en el tratamiento de las ideas. Lo pri-mero que haca ese libro era mostrar que eraposible y necesario leer a Jos Ingenieros con

    el mismo rigor con que se lea a Freud o aKant. Eso tuvo un efecto antidogmtico, en lamedida en que rompa con ciertos cnones dela izquierda acerca de qu autores eran signi-ficativos y cmo haba que leerlos.

    Pero al mismo tiempo, converta la com-plejidad de las ideas, de lo que se organizabaalrededor de una produccin intelectual, enun ejercicio, un trabajo, que Oscar sabahacer como pocos. Saba revelar una comple-

    jidad y una heterogeneidad en ese corpus dis-

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    cursivo, que inclua ideas cientficas, filos-ficas, polticas, estticas; y era capaz deponer en juego una extensa erudicin y unagran inventiva en sus anlisis. Es decir, noslo reinventaba un objeto, alrededor del

    positivismo y de la nacin; no slo proponauna nueva mirada sobre ese corpus, sino queimplantaba una nueva manera de trabajar lasideas y los discursos. Las operaciones de lec-tura, rigurosas en su aplicacin al texto, semostraban capaces de relevar los sistemastericos, no se diluan en una discursividadsin forma sino que encontraban los conceptosy las formas ms estables de un pensamiento.Pero, al mismo tiempo era capaz de explorar,

    en el mismo texto y no fuera de l, las formasde una configuracin poltica, intelectual,social. La problemtica de una produccinintelectual se haca presente en ese espacioabierto entre el texto y el horizonte histricomaterial, social y poltico, pero no como unmarco de las ideas, ni como una instanciaexterna, sino como una dimensin presente yoperante en el discurso. Yo dira que el pro-grama de un seminario de historia intelectualcomo el que aqu se vino desarrollando yaestaba en germen en esa primera obra.

    Un segundo impacto, para mi, resida en lalibertad y el coraje con el que poda enfren-tarse con la tradicin marxista en la que l sehaba formado. Repasando sus trabajos paraesta reunin me encontr con ese mismo ar-tculo de 1981 sobre el imperialismo y subrayesa misma cita que ya fue enunciada aqu

    hace unos minutos, en la que Oscar recurra aNietzsche para desembarazarse de los diosesy los monotesmos. Yo quiero recordarlocomo un intelectual de izquierda, justamenteen este momento de degradacin del pensa-miento de izquierda en la Argentina. Meparece muy importante rescatarlo como uncrtico riguroso, lcido e implacable de laizquierda intelectual; en su obra, en sus inter-venciones hay no slo ideas sino una posi-

    cin tica que interroga y renueva el debate

    sobre el marxismo. Quiero destacarlo, porqueofrece una inspiracin no slo intelectual ypoltica, sino fuertemente moral; e incluaentonces (y esto est planteado muy tempra-namente en sus trabajos) la cuestin de la res-

    ponsabilidad de la izquierda en la catstrofeargentina de los ltimos aos. Lo haca inte-grado a un grupo que no ha recibido la sufi-ciente atencin en el estudio de la renovacinintelectual, tica y poltica, durante y despusde la dictadura: el grupo de la izquierda en elexilio de Mxico. Y dentro de ese grupo, esacofrada (que inclua a intelectuales comoPancho Aric y Juan Carlos Portantiero, tanligados a la obra de Oscar), dej una ense-

    anza: cmo llegar hasta el lmite en la bs-queda de una posicin crtica que reuniera elrigor conceptual, con una posicin fuerte-mente moral. Creo que haba en Oscar, y esose vea en las discusiones ms cotidianas, unapreocupacin por la justicia, una sensibilidadespecial frente a la desigualdad y la injusti-cia. Si tuviera que recuperar una figura pararetratarlo, dira (no se si l aprobara esafigura bblica) que Oscar era un justo. Si,como quiere cierta tradicin, el mundodependiera de que se encuentren diez justospara ser salvado, l seguramente formaraparte de ese grupo de elegidos.

    Finalmente, un tercer momento importanteen mi relacin con su obra se dio con su libroNuestros aos sesentas. De la renovacinintelectual y poltica que se produjo en elgrupo del exilio mexicano salieron las bases

    y las herramientas para esa obra, que merece-ra un trabajo especial de seminario por loque ha significado como apertura de nuevosproblemas y enfoques sobre la historia delpresente. Creo que la significacin de esetexto se agranda con el tiempo, porque Oscarencontr en l la posicin y el tono justo paraconvertirse en la conciencia de una genera-cin o de una buena parte de una generacin.El libro es una muestra de investigacin y de

    erudicin, pero tambin se sostiene en una

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    interrogacin tica y un tono trgico que loimplicaba y nos implicaba.

    Finalmente, tuve la oportunidad de tratarloms personalmente slo en tiempos recien-tes, y lo visitaba cuando ya estaba enfermo. Y

    menciono esto porque creo que el ltimoejemplo que dej es el modo en que enfrentla muerte: la mir de frente y encontr en esasituacin lmite un estado de extraordinarialucidez. Pudo despedirse de la vida y de losamigos, juzgar su propia obra, apreciar lo quehaba sabido construir en su vida intelectual yfamiliar, y encontrar una paz que sobre tododescansaba en la confianza en lo que habahecho, en lo que saba que iba a perdurar de

    su vida y de su obra.

    Elas Palti: Espero sepan disculpar esta evo-cacin personal, que es la nica que en estosmomentos me surge. Con Oscar comenc mivida acadmica hace ya veinte aos. Yo soyuno de los tantos que, como seal AdrinGorelik en su despedida en el cementerio,qued tempranamente extasiado y atrapadoen las redes conceptuales que supo tejer. Loacompa muchos aos, primero en la UBA yluego en la UNQ. Sin embargo, cuando piensoen l, lo primero que me viene a la mente sonlas charlas en el largo camino de regreso deQuilmes, que siempre trataba de que se pro-longara an ms. En esas conversaciones in-formales, en las que saltbamos de los temasms complejos y trascendentes a las cuestio-nes ms pedestres y personales (y sobre todo,

    nuestra comn experiencia de la paternidad)pude, poco a poco, descifrar lo que para mera su enigma: cmo esa persona tan parca,hasta arisca muchas veces, poda ser tambintan carismtica y entraable.

    En una bella nota en La Nacin, BeatrizSarlo algo explic al respecto, cuando sealsu mirada irnica y distanciada de la reali-dad. No estoy seguro, sin embargo, de queirnico sea la mejor definicin. Al recordarlo,

    no puedo evitar pensar en Aires, un personaje

    de las ltimas novelas de Machado de Assis.Aires era una persona que en su larga vidahaba podido descubrir que los hombresdesde siempre se haban matado y dejadomatar por las razones ms absurdas, razones

    que l ya no poda compartir. stas no eranms que sonajeros de lata (los hobby-hor-ses de Lawrence Sterne). Pero tambin supoque ese descubrimiento, lejos de volverloms sabio, lo haca absolutamente ignorante:Aires no poda entender ya nada de la histo-ria y la vida; stas perdan, para l, todo sen-tido, se volvan una comedia ridcula.

    Ms que en la irona, la sabidura radicabaen la posibilidad de ironizar la propia irona,

    de encontrar sentido en el sin sentido. ComoAires, Oscar saba, adems, que aquellascosas absurdas no eran verdaderamente tales,que dejaban de ser tales desde el mismomomento en que hay quienes matan y mue-ren por ellas. Y tambin, y sobre todo, queviven (que vivimos) por ellas. Por eso nopoda ya participar de estas razones, perotampoco poda permanecer al margen deellas. De all le vena la virtud que ms measombraba y me atraa de l (quiz porque esuna de las que carezco, pero que, en todocaso, no es en absoluto fcil de hallar): sugran capacidad de escuchar. Para l no habacosas importantes, ninguna Verdad ltimaque descubrir, pero, por ello mismo, tampocohaba cosas banales. Precisamente porqueslo atendiendo a ellas (los sonajeros de lata)podemos comprender los modos en que cada

    uno da sentido a su existencia. Esa mismavocacin de escuchar a los dems es tambinla que volc sobre el pasado y se trasunta ensu obra. Es, en fin, all donde su visin de lahistoria y de la vida se hacen una.

    Quiz lo que mejor la sintetiza es la actitudreposada con que enfrent la inminencia de lamuerte. Saba que estaba por encontrarsefinalmente con ese sentido ltimo que yacepor detrs de todos los absurdos sagrados y

    profanos, que no radica en el hecho de morir

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    sino en la expectativa de sobreponerse a lamuerte, de trascenderla. Oscar muri comovivi: sabiamente. Para los que lloramos suausencia nos queda al menos ese consuelo.

    Jorge Myers: Cuando tan slo algunas sema-nas nos separan del momento de su falleci-miento, resulta muy difcil elaborar una sem-blanza distanciada, objetiva y precisa de unintelectual cuya figura pblica y cuya obraacadmica ocuparon un lugar de tanta impor-tancia en la Argentina de la restauracindemocrtica (y ms an cuando quien lointenta ha estado ligado a l, durante muchoslustros, por vnculos fuertes de amistad y de res-

    peto intelectual). Con la desaparicin de OscarTern, el universo cultural argentino ha su-frido una prdida cuya magnitud se mide noslo por la importancia de su obra publicada,sino tambin por la que supo tener su honra-dez y valor como docente y como ciudadano.De la calidad e importancia de su obra comohistoriador de las ideas y de los intelectualesde la Argentina y de Amrica latina es impo-sible dudar: en un campo cuyos principalesartfices durante gran parte del siglo veintetendieron a ofrecer visiones demasiado sesga-das por las pasiones ideolgicas del mo-mento, o demasiado aplanadas por formulis-mos de fcil (y muchas veces inverosmil)aplicacin provinieran ellos de Hegel, Marx,Lovejoy o de referencias ms rsticas comoShumway, Simon Schama o Paul Johnson,las publicaciones de Oscar Tern marcaron un

    antes y un despus. La historia de las ideaspas de ser entre nosotros un apndice mar-ginal de la filosofa o de la historia miradacon escepticismo y cierta condescendenciapor quienes se identificaban con lo que enten-dan ser el centro articulador de esas discipli-nas a ser una prctica disciplinar con unaespecificidad propia que la legitimara. Esmuy probable que siga siendo considerada

    an hoy da una actividad marginal por

    muchos de los que cultivan la philosophia

    perennis, por un lado, o la historia concebidadesde un punto de vista radicalmente Ran-keano, es decir como una prctica cuya fina-lidad exclusiva sea la narracin de wie eseigentlich war, por otro lado: lo es mucho

    menos y ello debido al esfuerzo denodado deOscar Tern como investigador y comodocente que siga siendo considerada unaprctica sin rigor metodolgico ni terico o,peor an, como un mero espacio para elensayo de opinin ociosa, redactado por losrecusantes del trabajo de archivo.

    La contribucin hecha por l a la consoli-dacin de este campo fue polifactica y com-pleja. Esa tarea constructiva pudo obtener

    resultados tangibles, sospecho, en granmedida por el lugar de cruce desde donde par-ta su mirada interrogativa: formado comofilsofo y lector permanente de los autorescannicos de la tradicin filosfica occiden-tal, nunca perdi de vista las distancias enmuchas ocasiones inconmensurables queseparan el ejercicio intelectual latinoameri-cano de la trama tanto ms antigua y tantoms densa elaborada en el viejo mundo desdelos Presocrticos hasta Heidegger y despus;transformado en historiador, pudo elaborar apartir de esaforma mentis filosfica un rigu-roso sistema de valoraciones y contrastes quele permitiera construir una genealoga localpara la propia disciplina. (Sin ninguna preten-sin de que la lista sea exhaustiva, no puedosino pensar que ciertos autores argentinosms que otros le sirvieron para la construc-

    cin de la misma: Jos Ingenieros, Jos MaraRamos Meja, Alejandro Korn, Jos LuisRomero, Tulio Halperin Donghi, entre otros.)El sentido de las proporciones combinado conla resistencia a minusvalorar automtica-mente lo propio por ms amargo (en elsentido de Jos Mart: Esto es muy amargo,pero es mo) que fuera constituye, a mi jui-cio, el eje articulador de ste, su proyectointelectual: la construccin de un modo reno-

    vado y productivo de hacer historia de las

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    ideas en la Argentina. Los prrafos que siguenno podrn en estos momentos tan cercanos asu muerte alcanzar la meta de trazar unasemblanza completa de este ciudadano ydocente, ni mucho menos de su obra tan com-

    pleja, tan polifactica. Son simplemente lasreflexiones que asaltan la memoria de alguienque, como ha sido mi caso, ha tenido el privi-legio de conocerlo en vida a Oscar Tern, y deconsiderarlo a lo largo de ms de veinte aosun maestro, un colega, un amigo.

    En primer trmino, quiero destacar queOscar fue rara avis entre nosotros un cons-tructor de instituciones: son el producto de suiniciativa la ctedra de Pensamiento Argen-

    tino y Latinoamericano bajo la forma y conlos contenidos que hoy reviste radicalmentetransformados, en relacin con aquellos desus encarnaciones anteriores; el Seminariode Historia de las Ideas del Instituto Ravigna-ni; y el Programa de Historia Intelectual de laUniversidad Nacional de Quilmes. No slo elhecho de que estas instituciones hayan sidocreadas inventar sellos fantasmticos pormotivos poco decorosos es lamentablementeuna prctica de larga data en la vida acad-mica argentina, sino el de que hayan perdu-rado en el tiempo como espacios de autnticay productiva discusin intelectual, se debe alentusiasmo militante que coloc detrs decada uno de esos proyectos. Quienes, comoCarlos Altamirano, Elas Palti, Luis Rossi yyo (la lista podra extenderse muchsimoms), participamos en aquellos primeros aos

    de construccin de la ctedra de PensamientoArgentino, no podemos sino recordar que unrequisito formal de la Facultad de Filosofa yLetras de la UBA (y que muchas ctedras,lamentablemente, no cumplen), el de mante-ner un seminario interno permanente, se con-virti en ocasin para la construccin de unforo permanente de intensa y algunas veceshasta crispada discusin de los autores queintegraban el programa de la materia, de la

    bibliografa secundaria, y aun del sentido

    general que poda tener la empresa en la quetodos estbamos colaborando. No creo equi-vocarme al decir que todos los que tuvimos elprivilegio de asistir a esas reuniones aprendi-mos algo nuevo gracias a ellas. El calor

    intelectual que all se palpaba se debi en nopoca medida al entusiasmo contagioso deOscar. Ese entusiasmo derivaba, a su vez

    creo en parte de su enorme sentido de laresponsabilidad acadmica y ms an ticainvestida en la tarea docente; y en parte de supasin por la discusin de autores, de ideas,de la filosofa entendida en su sentido mselevado, es decir como interrogacin a laesencia de la vida humana.

    Fue, sin duda, el mayor renovador desdelos aos 80 hasta la fecha del modo de hacerhistoria de las ideas en la Argentina: ello sedebi, primero, a que supo combinar la pers-pectiva de un filsofo con aquella de unfirme creyente en la importancia de la miradahistrica; segundo, a su nfasis sobre la his-toricidad de todo discurso, de toda corrienteideolgica; tercero, a su temprana lectura lati-noamericana de Foucault, de cuya obra tomy reelabor la nocin central de que los dis-cursos no son ajenos a la realidad social, sinoque son elementos constitutivos de la misma,es decir que no hay una realidad social quepueda ser aprehendida de un modo directo,prediscursivo, sino que toda realidad devieneobjeto de conocimiento a travs del prisma delos discursos, de las palabras; y cuarto, que lahistoria de las ideas deba estar regida por una

    conciencia de las jerarquas y de la distintarelevancia de los autores y perodos estudia-dos, y no por un mero inters erudito. ParaOscar Tern, la obra de Ingenieros posea sinduda una importancia mayor que la de suhomnimo, el Tern tucumano; entre JuanBautista Alberdi y Horacio o Luis Varela exis-ta una distancia sideral al momento de valo-rar su significacin histrica.

    En su trabajo como historiador de las ideas

    cabe destacar dos elementos que a mi juicio

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    son centrales y que definieron el estilo desu obra: por un lado su capacidad de poneren relacin de un modo verosmil y produc-tor de nuevos sentidos a autores muy dismi-les entre s por ejemplo en una pgina de su

    Jos Ingenieros en la edicin de Alianza,aparecen vinculados entre s Ortega y Gasset,Francisco Garca Caldern, Alejandro Korn,Rodolfo Rivarola y el propio Ingenieros enun prrafo que ilumina de un modo ntido yoriginal una faceta de este ltimo; y por otrolado, su desconfianza ante la voluntad deaceptar tan comn en las vertientes marxis-tas y nacionalistas de la historia de las ideas(y aun en las liberales) que existiera un

    lugar de la verdad desde el cual se podaleer la historia del pensamiento. Su modo deelaborar la historia de las ideas argentinasparta del presupuesto de que todos los dis-cursos son en principio verosmiles pero nonecesariamente verdaderos en s, y del apriori de que las herramientas tericas queofrecen al historiador la filosofa, la sociolo-ga y otros campos podan ser tiles siemprey cuando no llevaran a una excesiva mecani-zacin del trabajo histrico. De all sus suce-sivos alejamientos y acercamientos a la obrade Foucault, de all su desconfianza ante unahistoria intelectual de exclusiva raigambrebourdieana.

    La tercera faceta central de la obra cum-plida por Oscar que quisiera destacar fue sulabor como editor y divulgador de los clsi-cos argentinos. Siguiendo el ejemplo del

    Jos Ingenieros al que tanto admiraba, fue,como todos sabemos, un gran difusor de lasobras del pasado intelectual argentino. Ensucesivas editoriales busc poner nueva-mente en circulacin los textos de los positi-vistas argentinos, revistas intelectuales deizquierda como Contra o Inicial, figurascomo Groussac, Juan Bautista Alberdi oPedro Garca. La coleccin dirigida por l enla Editorial de la Universidad de Quilmes la

    ltima de una larga serie de intentos frustra-

    dos por los vaivenes de nuestra economaconstituye un hito en la historia intelectualargentina de la que somos contemporneos.El constante empeo testarudo ante los nau-fragios de colecciones anteriores por poner

    nuevamente en circulacin autores y textosde nuestro pasado nacional slo halla compa-raciones parangonables en las pasiones edito-riales de figuras cuasimticas de nuestropasado reciente arquetipos del editor comoconstructor cultural como lo supieron serBoris Spiwacow o Gregorio Weinberg.

    Quisiera finalizar estas apuntaciones unpoco deshilvanadas con una ltima observa-cin, acerca de lo que creo fue la cualidad

    ms importante, la ms constitutiva de lapersonalidad intelectual de Oscar Tern. Unaindeclinable voluntad tica ocup el lugarcentral en su modo de concebir la proble-mtica de la historia de las ideas y de los dis-cursos. Los temas que escogi estudiar,desde la obra de Maritegui o de AnbalPonce hasta aquella de contemporneos co-mo Albert Hirschman en La Ciudad Futu-ra, si mal no recuerdo, public una de lasprimeras semblanzas que conozco de ese au-tor, o la de los coprotagonistas de sus aossesentas, respondieron siempre a preguntasconcretas acerca de la genealoga de los dile-mas argentinos del presente, fueran estos lalucha armada y las controversias que la rode-aron hasta nuestros das, las dictaduras o elperonismo.

    Martn Bergel: Quiero leer, en este home-naje a Oscar, un par de pginas que escribpara un artculo ms largo sobre l, para elBoletn del CeDInCI.

    Sobre todo en los ltimos aos, en susescritos, en reportajes, pero tambin en lasconversaciones cotidianas y aun en sus cla-ses, Oscar Tern volva una y otra vez, demodo ms o menos directo, sobre las capasgeolgicas que conformaron su propio tra-

    yecto vital. Y al hacerlo, en rodeos en los que

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    pendulaba con elegancia entre la memoriaemotiva personal y la reflexin histrico-cr-tica, dejaba traslucir los efectos acumuladosdel paso por sas sus estaciones (para usaruna palabra que le era cara al repasar algunas

    biografas de singular espesor). Tern parecadesafiar as los enfoques antiesencialistasque, en la tensin de apariencia irresolubleentre diferencia y repeticin, ponen en cues-tin hasta la mismidad de una persona en dis-tintos momentos de su existencia individual.Los materiales que conforman uno de susltimos libros un conjunto de entrevistas ytextos en los que visita repetidamente esasestaciones, incluida la foto de tapa en la que

    se lo ve, apenas adolescente, cultivando lalectura en una escena apacible de su pueblonatal, brindan testimonio del modo en queesos ncleos densos de su biografa seguanhabitndolo intensa y persistentemente, in-cluso para disentir y separarse ntidamente dealgunos de ellos. Pero aun en esos casos enlos que el presente lo colocaba en disidenciarespecto de franjas de su pasado, Ternactualizaba, de diversas maneras, esas for-mas culturales que haba sabido transitar yque supieron dejarle marca indeleble. Con-versar con l resultaba entonces conversarcon la cultura libresca de matriz ilustrada quele permiti pasar de su pequeo pueblo deprovincia al centro de la escena intelectualargentina. Era tambin percibir el profundohumanismo con el que identific a su mar-xismo en los tempranos aos sesenta, a des-

    pecho del subsiguiente antihumanismo te-rico que tambin conocera de manos deAlthusser y sobre todo de Foucault. Era, tam-bin, entrar en contacto con la napa profundaque comunicaba con uno de los ms cabalessartreanos argentinos, y en ella toparse noslo con una manera de entender la tareaintelectual, sino adems con una tica de losactos que lo acompaaba sin vacilaciones.Significaba, asimismo, vincularse inevitable-

    mente con la experiencia de los aos setenta,

    con la antigua creencia en la inexorabilidadde la revolucin y con el asunto urticante dela lucha armada; materias todas ante las cua-les Tern se haba constituido en severo fis-cal, pero que incluso en esa tenaz oposicin

    actual no dejaban de asediarlo con una insis-tencia fantasmtica que l supo trocar valien-temente en lcidos textos crticos y autocrti-cos. Leer a Tern, pero sobre todo escucharlorememorar su experiencia mexicana, esa quelo condujo a apreciar con ojos nuevos el temalatinoamericano en una travesa a travs dela cual prohij textos cardinales de su pro-duccin, como ese hoy poco frecuentadoDiscutir Maritegui que permanece como una

    de las ms completas y sesudas inspeccionesen el entero itinerario del intelectual marxistaperuano, era embarcarse en los pliegues ytexturas de una meditacin profunda sobre lacuestin del exilio. Tratar con Tern, por fin,recorrer sus quince libros e innumerablesartculos, era y es internarse en una de lasderivas de pensamiento que pellizc en estascomarcas ms insistentemente y desde ngu-los diversos la tan elusiva y plurivalentecuestin de la nacin: y ello tanto para cote-

    jar las maneras en que dos marxismos lati-noamericanos, el de Maritegui y el de AnbalPonce, accedan o no a pensarla (entendiendopor ello esencialmente la puesta creativa en

    juego de las categoras provenientes del hori-zonte de pensamiento que remite a Marx enel diagrama de las tradiciones culturales y dela configuracin de las fuerzas sociales pro-

    visto por las circunstancias locales), comopara auscultar con la profundidad y sutilezasde nadie ms el lugar y las funciones que elfenmeno nacional ocup para unos intelec-tuales cuya posicin en el entramado institu-cional del rgimen conservador surgido hacia1880 aseguraba a sus ideas efectos de poderen la produccin de un orden capaz de con-

    jurar las inesperadas mutaciones que signa-ban la emergencia de la Argentina moderna;

    o tanto para orlo decir que en el exilio,

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    incluso a quienes como l y como yo nos jac-tamos de ser ciudadanos del mundo, esa cosaque llamamos muchas veces a desganonacin se le apareca bajo la forma denimios indicios, como para leerlo, en su

    faceta irnico-crtica, desgranando las diver-sas manifestaciones de un fenmeno que,detectable ya en Mariano Moreno, en susrecorridos en otras canteras histricas hall ycondens bajo el nombre de argentinocen-trismo (un trmino que me deslumbr desdeel instante en que se lo escuch nombrar, pro-bablemente en una clase de su materia haceexactos once aos, y que encierra en s todoun programa de investigacin en historia cul-

    tural e intelectual). En definitiva: de estosarroyos de sentido, y de muchos otros ms,incorporados todos a lo largo de una vidaintensa, estaba compuesto Tern, y eso seventilaba en una charla cualquiera. De allque compartir el tiempo con l resultara tansingularmente estimulante y enriquecedor.

    Pero leer y escuchar a Tern implicabatambin otra cosa: era apreciar el despliegueinusual de nada ms y nada menos que unestilo. Su escritura estaba presidida por unaomnipresente dimensin esttica, que se veri-ficaba no solamente en sus textos sinoincluso en el modo en que acometa la redac-cin del ms anodino e-mail. Esa dimensinse vinculaba a su sartreana disposicin a rela-cionar cualquier hecho del acontecer coti-diano con las aristas ms profundas y dram-ticas de la existencia (como cuando, a

    propsito de un intercambio de correos susci-tado por el inslito cabezazo a un rival y pos-terior expulsin de Zinedine Zidane en losltimos minutos de la final de la Copa delMundo del 2006, me deca que esa soledaden las multitudes mediticas planetarias del

    jugador estrella del seleccionado francs lehaca acordar aEl extranjero de Camus: eseargelino como Zidane que mata sin saberpor qu). Esa vocacin de Tern por la est-

    tica lo llevaba a recomendar enfticamente a

    sus alumnos, ms que cualquier texto prove-niente de las humanidades, la lectura de pie-zas literarias comoLa revolucin es un sueoeterno, de Rivera, o los libros de Sebald,indispensables a su juicio para la labor del

    historiador de las ideas. Con todo, el precio-sismo de sus trabajos, que inscriptos en sedeacadmica se comunican an con la seculartradicin latinoamericana del ensayo deideas, saba automoderarse como para evitarel derrape en los excesos del barroquismofarragoso, a menudo arbitrario y puramentegestual, que conocemos en otras escriturasargentinas. En sus textos, la adjetivacin, lametfora o la imagen literaria no saturan,

    puesto que carecen de vida independiente:estn al servicio de la graficacin y mshonda transmisin de los hechos e ideas delpasado y del presente que se retratan. Y esque probablemente no resulta exageradosealar que en la pluma de Oscar Tern hacuajado una de las alianzas ms virtuosasentre dato, concepto y belleza del ltimomedio siglo en Argentina.

    Pero ese estilo Tern no se reduca mera-mente al que habita en sus textos. Se modu-laba tambin en acto, en sus modos deemplear la palabra oral. Por empezar, en susclases, las clases llamadas tericas de sumateria Pensamiento Argentino y Latinoame-ricano de la Facultad de Filosofa y Letras,que dict durante veinte aos, y que a la saznconstituyen la base de su ltimo libro a apare-cer pstumamente en pocas semanas (un libro

    que, valga el excursus, dedica a las cohortesde alumnos que pasaron por su ctedra algu-nos de ellos, deca con regocijo, asombrosa-mente brillantes: y es que Tern tena espe-cial cario por su materia, y se mantenaaferrado a ella a pesar de la situacin dedegradacin institucional y moral que percibaen sa que supo ser su Facultad desde que eraestudiante en el edificio de la calle Viamonte,y que representaba sin duda tambin para l el

    lugar donde todo comenz). En esas clases,

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    al desplegar su discurso, Tern poda hacergala de una envidiable capacidad de capturade la atencin de los alumnos slo igualmentedetectable en esas pocas agraciadas personasque poseen el don de embriagar al hablar.

    Como ocurra tambin, aunque de modo untanto distinto, en sus intervenciones en elSeminario de Historia de las Ideas, los Inte-lectuales y la Cultura del Instituto Ravignanique cre y dirigi tambin durante veinteaos: cuando all, en ese espacio lleno de ritos,le tocaba por fin el turno de hablar, el aire secortaba brevemente y un subrayado silenciopreceda y realzaba la gravedad de sus pala-bras, acogidas por los habites del modo como

    se escucha a quien se considera maestro.

    Omar Acha: Quisiera proponer algunasideas acerca de cmo pienso a Oscar Tern enel marco de una trayectoria intelectual deizquierdas, pero asumiendo la tarea de si-tuarlo en el marco de la cultura argentina. Meparece que un elemento fundamental parapensarlo como intelectual es subrayar elcompromiso pblico de la palabra que locaracterizaba, que marcaba las intervencio-nes de Oscar, y quisiera poner de relieve laimportancia que para l tena la justicia so-cial, una exigencia de la vida en sociedad quecreo que l mantuvo en todas las etapas de suvida. Sabemos que en Tern el cambio deideas es un momento dramtico de las tra-yectorias subjetivas, culturales, tericas, y noes casual que dos personas hayan pensado

    hoy en esa frase suya (inspirada en Nietzsche)sobre abandonar el monotesmo porque, efec-tivamente, da cuenta quiz del momento ge-neral del pensamiento de Oscar que es el dela revolucin de las ideas: cmo un sujetopuede llegar a transformar su pensamiento deuna manera radical. Pero algo que atravesabalas distintas estaciones del pensamiento deOscar era la demanda de justicia social, unacuestin cuya solucin busc cuando fue

    joven en el cielo de la revolucin pero que,

    luego del mazazo homicida de la dictadura ydel cuestionamiento de sus propias certezas,sigui persiguiendo en la tierra de la reforma.Esa preocupacin por la justicia estaba fuer-temente articulada con una fascinacin por el

    saber. Haba en Oscar un compromiso con locreativas que pueden ser las ideas, y sobreesto voy a volver. En todo caso haba algopersistente. Yo recuerdo una escena, creo quefue la ltima vez que lo vi: estbamos en unareunin en un caf cercano a la Facultad deFilosofa y Letras pensando un nuevo pro-yecto de investigacin UBACyT sobre popu-lismo y cuando Oscar Tern, que propona eltema, explicaba de qu manera l iba a con-

    tribuir a ese proyecto; uno vea, o yo crenotar en su mirada, un relmpago de entu-siasmo por aprender, por desarrollar una pro-blemtica que no haba sido a lo largo de suvida una de sus preocupaciones centrales enla investigacin. Hoy me parece que vi en susojos, en ese relmpago, a aquel joven Ternque llegaba de Carlos Casares y se encon-traba con la biblioteca de Filosofa y Letras ycrea que en esas gavetas, en esos miles delibros por leer, estaban depositadas las verda-des que iban a cambiar el mundo.

    Yo dira que en esa combinacin entre elcompromiso pblico de la palabra articuladacon la justicia social y la fascinacin por el sa-ber se disea una posicin de Oscar en el senode la historia de la historiografa argentina yde la cultura argentina. Voy a proponer unaimagen de la figura de Oscar en la historia de

    la historiografa, sabiendo que hoy probable-mente no dispongamos an de la distanciasuficiente como para pensar la dimensin his-trica del pensamiento de Oscar. Pero lopienso como un historiador socialista de lasideas. Todos sabemos que Oscar nunca re-sign su identidad socialista, si bien el conte-nido de lo que significaba el socialismo sehaba modificado de una manera radical a lolargo de su vida. Pero yo lo pienso como un

    pensador socialista de las ideas y conjeturo

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    que en algn momento se lo citar en unaserie donde estn presentes Alejandro Korn yJos Luis Romero. Creo que esa es la tramaen la que va a sobrevivir como historiador,como escritor. Pero tambin quiero agregar

    otra dimensin que se vincula no tanto con lasimbolizacin de Oscar, es decir, cmo Oscarnos mira, sino que alude a cmo podemosmirarlo a l hoy. Y tambin en este sentido mipropuesta quiz sea demasiado prematura. Yodira que era un intelectual que crea en elmilagro de la resistencia de las ideas crticasante el absolutismo de los poderosos. Justa-mente por eso le interesaba historizar y exa-minar los extravos de los pensamientos de la

    izquierda, que aspiraban a una vocacinemancipatoria, pero que en muchas experien-cias haban contribuido a una tragedia. Y sinembargo, Oscar no era un tragicista. Creo quehaba algo que l llam esperanza, que sobre-viva ante todas las desmentidas que la histo-ria le impuso a su vocacin crtica y a su com-promiso con la justicia. Y me parece que esaesperanza en la capacidad iluminadora de lasideas, un momento ilustrado de Tern, fue loque lo llev a fantasear en la escritura de unrelato sobre Diego Alcorta que subrayaba laautonoma innovadora del saber que, segnOscar, debera ser irreducible a los antagonis-mos irreconciliables. Y quiero concluir conuna cita acerca de lo que deca Tern sobreaquello que aspiraba a decir sobre Alcorta conuna dimensin de autoidentificacin. DecaOscar, de Alcorta, a quien imagino ense-

    ando en aulas desiertas las doctrinas de losidologues en medio de la degollatina.

    Alejandro Dagfal: Querra evocar muy bre-vemente el impacto que tuvo para m elencuentro con Oscar Tern. Siendo psiclogoy platense, al interesarme en la historia, a me-diados de los aos noventa, comenc a venira Buenos Aires, a formarme con Hugo Vezzetti,ya que de hecho careca de toda formacin

    histrica. Fue l quien me recomend que me

    incorporara a este seminario en el InstitutoRavignani y que cursara Pensamiento Argen-tino y Latinoamericano, la materia a cargo deTern en la Facultad de Filosofa y Letras. Ydebo decir que conocerlo a Oscar fue para m

    un verdadero encuentro, sobre todo por suentraable manera de transmitir, por la serenafuerza de su estilo oral. Escuchar sus clasesera un acto altamente placentero, con esemodo que l tena de paladear cada palabrapronunciada, manejando los silencios, repi-tiendo incluso el final de algunas frases,como si en realidad, en lugar de estar ense-ando, hubiese estado pensando en voz alta,compartiendo con nosotros sus reflexiones

    en tiempo real, en el mismo momento enque se producan.

    Por otra parte, tena una forma de impli-carse en la historia que contaba que lo alejabamucho del formalismo de otros docentes. Msque un intelectual clsico, del que uno piensaeste hombre ley mucho, lo que a uno se leocurra con Oscar era este hombre vivimucho, y habla a partir de su experiencia.An recuerdo una clase suya, en marzo de1996, en la que antes de empezar su exposi-cin hizo una sentida alusin a los veinte aosdel golpe, y a lo que ese quiebre institucionalhaba implicado para l y para su generacin.Ese compromiso existencial con lo que ense-aba que tampoco estuvo ausente en lo queescriba fue fundamental para que lo escu-chramos como lo escuchbamos, y para quese generaran esos climas que reinaban en sus

    clases, compromiso que tambin supo culti-var en este seminario. En ese sentido, estembito se constituy para m en uno de esosraros espacios en los que la gente, adems dehablar, realmente se escucha. Siempre tuve lasensacin de que aqu nadie tena ningnapuro, ya que ante cada argumento enunciadohaba todo el tiempo del mundo para respon-der. Eso, indudablemente, estaba ligado a lapresencia, al estilo de Oscar. Y al respeto que

    l profesaba por todos los ritos de la palabra.

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    En aquel momento de mi formacin, elhaber asistido a este seminario, cursado lamateria de Oscar y ledo algunos de suslibros, fue una oportunidad invalorable, queen parte determin mis elecciones futuras,

    impulsndome a viajar a Francia para hacerun doctorado. En efecto, para un psiclogosin formacin histrica, tomar conciencia delos mltiples planos en los que poda consta-tarse la influencia del pensamiento francs alo largo de la historia intelectual argentina

    desde Alexis de Tocqueville, en Sarmiento,hasta Jean-Paul Sartre, en Masotta no podaresultar indiferente. Pero antes de que yo par-tiera, Tern ya haba sido mi consejero de

    estudios en un abortado intento de empezar eldoctorado en la Facultad de Filosofa yLetras. El da de la entrevista de admisin,ante mis nervios, recuerdo con qu esponta-neidad lo o decir le un artculo tuyo queme pareci muy interesante. Para m, que lhubiera ledo un trabajo mo era increble,sobre todo porque era el nico que habaescrito, y porque haba sido publicado en unarevista de historia de la psicologa editada enla provincia de San Luis. No s cmo habahecho para conseguirlo, pero me impactmucho ese gesto. Si bien Oscar Tern era unmaestro, lo cual le daba cierta solemnidad, ala hora de hablar de un texto poda hacerlocon toda humildad, situndose como un par.

    Dej de ver a Tern en 1999, cuando parta Pars. Despus de mi retorno, en 2005, ve-na postergando por diversas razones elmomento de reincorporarme a este semina-rio. Sin embargo, el ao pasado me lo cruc

    en un restaurante armenio, donde almorzabacon su familia. Como no tena con l una re-lacin personal, un poco por timidez y otropoco por respeto, eleg no acercarme a lamesa en la que estaba, aunque hubiera que-rido saludarlo. Ya tendr la oportunidadde volver a encontrarlo en el seminario,pens. Hace algunos das, casualmente,volv a acordarme de Oscar mientras escri-ba los agradecimientos de un libro que hace

    aos estaba tratando de terminar. Fue enton-ces que, sin saber nada acerca de su enfer-medad, recib un correo electrnico con lanoticia de su muerte. De modo que por esovuelvo hoy aqu, despus de nueve aos,an conmovido por esa noticia inesperada ypor ese reencuentro que ya no va a ser posi-ble. En todo caso, en este largo tiempo deausencia, pude comprobar que hay otras for-mas de la presencia. Y Oscar Tern ha estadopresente para m en sus escritos, en mi for-macin, en mis recuerdos, como creo que loseguir estando para todos nosotros, particu-larmente en este seminario, que a partir dehoy, adems de su huella, tambin lleva sunombre.