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Valdovinos

Date post: 02-Mar-2018
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    Revista de t Rabajo a o 6 NmeRo 8 e NeRo / j ulio 2010

    El sindicato en la encrucijada delcomienzo de siglo

    Oscar Valdovinos*

    La declinacin del sindicato es un hecho inne-gable. Desde su irrupcin en la escena hist-rica, hace un par de siglos, no ha habido otraetapa en que su proyeccin futura aparecieratan desvada y su imagen pblica tan deva-luada. Esta percepcin se expresa, en mayor omenor medida, como una tendencia universalque tambin se mani esta en nuestro pas.

    Tal apreciacin conlleva una gravedadextrema. En efecto, que la institucin quea mediados del siglo pasado fuera cali -cada como el ms importante instrumento

    de democratizacin social en los ltimos dossiglos de la historia de la humanidad1, seavisualizada hoy por muchos como intil, porotros, como super ua y, por no pocos como unobstculo para el libre desenvolvimiento delas actividades econmicas, como una expre-sin antidemocrtica, como un mbito plagadode irregularidades y corruptela y, en de ni-tiva, como una rmora, implica una extraor-dinaria regresin histrica. Especialmente,porque la sociedad no se ha dotado de otrosinstrumentos ms idneos para procurar unatransformacin progresista. Por el contrario,exhibe una paradoja de insuperable crueldad:cuando su potencial productivo ha alcanzadoun grado incomparable de desarrollo y disponede todos los medios econmicos y tecnolgicosnecesarios para poner n al hambre, remedioa la enfermedad y comenzar a cerrar la brechade la desigualdad es, precisamente, cuando la

    injusticia social se intensi ca, profundiza yexpande.

    Ante esas circunstancias, la merma derepresentatividad, poder y prestigio, experi-mentada por la institucin sindical, se erige enuno de los principales factores de indefensin,no slo de los trabajadores, sino del conjuntode los sectores sociales subalternos. Las causasde esa declinacin son mltiples y diversas,pero algunas revisten importancia singular.Entre ellas, creo que la principal consiste enel ingreso del modo de produccin capitalista

    a una nueva etapa que implica cambios muysigni cativos en la distribucin del poder entrelos distintos sectores de la actividad econ-mica, en los procesos productivos, en la orga-nizacin del trabajo, en el funcionamiento delos mercados, en la estructura social y hasta enla escala de valores vigente. Esa transforma-cin gener una problemtica social distintapara la cual los sindicatos an no encon-traron respuestas e cientes, del mismo modoque tampoco han podido elaborarlas todavalos intelectuales y los partidos polticos delcampo progresista, sea lo que fuere el campoprogresista en cada pas. Esas institucionesy sectores siguen pensando con las catego-ras del siglo XX, empleando su lenguaje ysus modos de comunicacin, en tanto, los quedirigen el mundo comenzaron a transitar elsiglo XXI hace mucho ms de diez aos. Estosson los que formulan la crtica, promueven los

    * Abogado laboralista, asesor sindical.1 Laski, Harold J. (1975)Los sindicatos en la nueva sociedad. Fondo de Cultura Econmica, Coleccin Breviarios N 52.

    Mxico.

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    cambios, sealan las metas, jan las reglas einstalan la ideologa dominante con vocacinhegemnica. Quienes histricamente se distin-guieron por impulsar la transformacin ahoraslo atinan a defenderse y quienes siempreexpresaron la preservacin de los interesesdominantes, ahora aparecen como pretendidavanguardia modernizadora. Esa transferenciadel rol innovador no ha sido buena para lasociedad, como lo prueba entre muchas otrascosas la crisis nanciera que se vislumbr enel 2007, eclosion en 2008/2009 y an perdura,con su secuela de desocupacin y deterioro delbienestar de los trabajadores y dems sectoresvulnerables. Es imposible pensar el futurosin analizar crtica y autocrticamente cmose produjo esa transferencia de rol. Tampocopuede obviarse que ese proceso incluy unapoltica antisindical implementada en escalaplanetaria de manera tan sistemtica comoinclemente.

    El deterioro de la imagen sindical, sinperjuicio de otros factores, no es en modoalguno ajeno a un accionar minuciosamenteconcebido y ejecutado para producir ese efecto.Para arrimar una prueba verncula (entre

    cientos que podra escoger de diversos pases),cito el introito a un reportaje que le hicieraLaNacin al Secretario General de la CTA, Hugo Yasky: Hay sindicalistas y sindicalistas. Noson todos iguales, aunque gran parte de laopinin pblica, con o sin razn, asimila laimagen del gremialista promedio con la de undirigente que alguna vez trabaj efectivamenteen la actividad de sus representados (o que, consuerte, trabaj), que sabe cantar de memoria lamarcha peronista y que, en general, se enri-queci en forma directamente proporcional alempobrecimiento de los trabajadores. Y que,en el 99% de los casos, est abulonado en susilln desde hace muchsimos aos sin que laselecciones sindicales, las listas opositoras y losvaivenes polticos y socioeconmicos del pasle hagan cosquillas a ese inconmensurablepoder que conserva2. Despus, claro, en plande preservar una cierta apariencia de objeti-vidad y como para no quedar excesivamente

    mal con el entrevistado, admite que no hay

    que generalizar demasiado, aunque, conven-gamos que, para la mentalidad de La Nacin , Yasky no puede ser otra cosa que un peligrososubversivo. En verdad, lo que uye de la notaes que, en el mejor de los casos, la excepcincon rma la regla y que lo importante no es loque diga el Secretario General de la CTA, sinoel concepto general (la opinin de la gente)que es el antes trascripto. Desde un punto departida tan negativo no es fcil imaginar unfuturo en que ese proceso se revierta y el sindi-cato recobre la signi cacin que Harold Laskiproclamaba. No obstante, lograrlo es un obje-tivo de importancia superlativa para afrontarla nueva problemtica social.

    Con el n de contribuir al anlisis de esaperspectiva, ser til hacer una referenciamuy breve al papel desempeado por el sindi-cato desde sus orgenes hasta bien entrada lasptima dcada del siglo pasado, precisar losrasgos esenciales de lo ocurrido desde entoncesy, a partir de una caracterizacin somera delmomento actual, imaginar los futuros posiblessegn sea el camino que se escoja para seguirandando. Por ltimo, un par de aclaracionesnecesarias. Tengo el convencimiento que lo

    que aqu se describe es una situacin general,aplicable a lo que ocurre con el movimientosindical en todos los pases desarrollados yen los ahora llamados emergentes. Pero esacorrespondencia cabe entenderla en la dimen-sin de un sealamiento de tendencias. Comotodo proceso histrico este tambin se expresaen lneas quebradas, con avances y retrocesosy con marcadas diferencias entre pases y entremomentos. Nada de ello, no obstante, invalidael sentido general de su propia dinmica. Ahorabien, sin perjuicio de aquel convencimiento, yoescribo desde la experiencia argentina. Y misconclusiones tienen que ver esencialmente conesa experiencia, ms all de mi certidumbrede que las tendencias que aqu se mani estanexpresan un estado de cosas mucho msextendido.

    El caso argentino ilustra con elocuencialo que decamos recin acerca de las marchasy contramarchas caractersticas del proceso

    en anlisis. Es innegable que el movimiento2 DiarioLa Nacin , suplemento Enfoques, publicado en Buenos Aires el domingo 7 de febrero de 2010.

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    El sindicato en la encrucijada del comienzo de siglo

    sindical demuestra ms fuerza ahora quehace diez aos y ha recuperado, mediante elfuncionamiento pleno de la negociacin colec-tiva, mayor gravitacin. Es una cuestin decontextos. Hace diez aos vivamos el inicio deuna crisis formidable y el nal de una etapade neoliberalismo extremo. Hoy, en cambio, laetapa est signada por una mayor presenciadel Estado en la regulacin de la economa yen las relaciones sociales y se ha restablecidola primaca del pensamiento nacional-popular.En el movimiento sindical, por otra parte, eleje del poder pasa ahora por el meridiano dequienes ms resistieron las polticas de los90. No es irrelevante que el actual secretariogeneral de la CGT, Hugo Moyano, sea quienlider al MTA. El cambio ha sido positivo, peroinfortunadamente debo decir, con sinceridad,que no creo que esa fotografa alentadorainvalide el sealamiento de las tendenciasprofundas predominantes, que no son promi-sorias o, como mnimo, no estn exentas degraves di cultades.

    En la sociedad industrial,

    vanguardia y baluarte de losoprimidos

    Me hago cargo del barroquismo del ttulo, al quetampoco le es ajeno un cierto tonoretro. Peroes que as y todo, con esa impronta de exhube-rancia y melancola, expresa con propiedad laverdad histrica.

    El sindicato es un fruto del trabajo asala-riado y, en de nitiva, del capitalismo, slo enese contexto se lo concibe. Como emergente deese proletariado constituido por hombres teri-camente libres, supuestamente iguales ante laley a todos los dems y, sin embargo, conde-nados a dar su fuerza de trabajo y a morirpor hacerlo en condiciones de desamparo sinprecedentes. De este magma surge el sindi-cato; como arma autoprotectiva, como centrode resistencia, como instrumento de denunciay como factor de cambio, no slo mostrando elrumbo a los trabajadores libres asalariados

    -vctimas directas de la explotacin capitalistaen su salvaje etapa primigenia- sino como unfaro que comienza a iluminar el camino de las

    dems clases subalternas. De los campesinosque, agobiados por las hambrunas y la declina-cin de la produccin agraria medieval, acudena las nacientes ciudades con vocacin de conver-tirse en asalariados. Y de los famlicos de todalaya, los privados de todo, pues todos van reco-nocindose -sea cual fuere su situacin indi-vidual concreta- como clase obrera y visua-lizando al sindicato, progresivamente, comosu protector, su esperanza, su herramienta.El sindicato de ende el empleo, el salario, lasalud y la dignidad de los nuevos trabajadoresy de los llamados, tarde o temprano, a serlo.Por eso es vanguardia.

    Luego, en la medida de su consolidaciny fortalecimiento, su rol se ampla y expande.Con uye con las diversas corrientes del pensa-miento socialista y, ms tarde, con la del socialcristianismo; impulsa el desarrollo del derechodel trabajo y de los seguros sociales y, en lamedida del a anzamiento de las institucionesdemocrticas, hace valer la fuerza del nmeroy avanza ms raudamente por un sendero deconquistas. Ya se ha convertido en baluarte.

    No es propsito de esta nota el relato hist-rico, por otra parte innecesario dado que sus

    presumibles lectores son poseedores de infor-macin y comparten valores entendidos. Todossabemos, entonces, que ya en 1791 (Francia,ley Le Chapelier ) y 1799 (Gran Bretaa,Combination Acts ), los pases pioneros en laimplantacin del capitalismo prohibieron ypenaron las coaliciones y las huelgas y tambinque, desde las primeras dcadas del siglo XIX pese a la severidad de esas normas, se intensi-

    caron las acciones de resistencia, ya entoncescentradas en impedir la expansin del maqui-nismo que desplazaba al trabajo humano, bajoel liderazgo de un joven aprendiz de tejedoringls, Ned Ludd, que ha quedado como unalejana referencia histrica (o mtica?) en losanales de los orgenes del movimiento obrero.Un brillante historiador del sindicalismodescribe as los tiempos transcurridos a partirde la que ahora llamamos primera revolucinindustrial: A lo largo de los cuarenta aos quevan desde 1830 hasta 1870 se oye una queja.

    Los mismos murmullos, los mismos llamadosno escuchados. A veces el murmullo se trans- forma en clamor; las voluntades se anudan

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    en una accin ms clara y el fracaso provocade repente el motn. De tanto en tanto, unainsurreccin cuya represin reduce al silencio,durante algunos aos, la voz de las clases labo-riosas. Ese grito que brota de la miseria esirreprimible. Por eso, la voz reanuda su quejamontona. Poco a poco, esa voz se a rma: al

    grito del sufrimiento se mezcla un grito de espe-ranza. La atmsfera de estos cuarenta aos deluchas obreras estuvo cargada como un cielo

    gris cubierto de nubes, siempre encapotado,atravesado a veces por relmpagos 3.

    Lo cierto es que, a partir de aquella etapaprimitiva del luddismo, se sucedieron,superpusieron e interactuaron la represin,las matanzas, el herosmo, la lucha polticaen procura de la reforma del parlamento y elsufragio universal, el cartismo, el aporte de lossocialistas utpicos, elMani esto Comunista ,la Primera Internacional , la Comuna de Pars ,la proliferacin del pensamiento anarquista,las limitaciones a la extensin de la jornada,la proteccin del trabajo de mujeres y nios, laabrogacin de las iniciales normas prohibitivasy persecutorias, el asesinato de los Mrtiresde Chicago, la proclamacin del 1 de Mayo

    como Da Internacional de los Trabajadores, laRerum Novarum . Amaneci el siglo XX con unmovimiento obrero an perseguido y vctimade la ms inexcusable violencia represiva, peroconvertido ya en protagonista insoslayable dela historia. Nada de lo que viniera despuspodra suceder sin tenerlo en cuenta. Inclusivelos peores engendros de esas primeras dcadasdel siglo las guerras mundiales y el nazismotuvieron que ver con el sindicalismo, as fueracomo expresin de su fracaso en consolidar lasolidaridad proletaria como antdoto frenteal belicismo de las grandes potencias o comoobjeto de destruccin asumido por el mssiniestro de los totalitarismos. La tragediadel movimiento obrero denomina Sturmthala esa etapa, procurando encontrar respuestaa su angustiada pregunta acerca de Cmose derrumb sin presentar batalla todo eso que

    pareca histricamente llamado a guiar losdestinos polticos de Europa? 4.

    No obstante, el derrumbe fue doloroso perotransitorio. Concluida la Segunda Guerra, elinicio de lo que Jean Fourasti denominaraluego los treinta gloriosos aos (1945/1975)encontr al movimiento obrero otra vez de pie,dispuesto a erigirse en art ce principal de unanueva etapa histrica en la que la realizacinplena de la condicin humana no constitu-yera una utopa inalcanzable. En verdad, esefue el momento en que culmin el avance delsindicalismo.

    El n de la Segunda Guerra mundial, en1945, encontr a una parte de Europa traba- jadores y sindicatos incluidos, naturalmenteiniciando una experiencia socialista que laURSS haba comenzado, en soledad, casitres dcadas antes. Ese proceso avanz bajola conduccin de la Unin Sovitica con unadinmica expansiva muy fuerte, que permitireplicar la experiencia en otros continentes,incluida la importantsima incorporacin deChina y la signi cativa conversin de Cuba,tan cercana al territorio norteamericano y alresto del viejo continente los pases ms desa-rrollados reforzando los cimientos de lo quesera el Estado de Bienestar, una experiencia

    de base capitalista, pero fuertemente acotadapor un Estado protagnico, regulador y redis-tribuidor. Se trat, en sntesis, de una etapade desarrollo industrial fuertemente inclusivo,apoyada en la produccin masiva de bienes yservicios, el pleno empleo, la presencia vigo-rosa del Estado, una poltica scal implacable,un sistema de seguridad social sumamenteamplio que brindaba proteccin efectiva frentea todo tipo de contingencias, el encauzamientodel con icto social por vas institucionales conun rol central de la negociacin colectiva y unaintensa accin distributiva por vas directas eindirectas llevada a cabo en el marco de unainstitucionalidad democrtica crecientementeconsolidada y con un notable protagonismode los trabajadores organizados en sindicatosprestigiosos, poderosos y gravitantes.

    Fue durante esas tres dcadas, las delEstado de Bienestar, cuando el sistema derelaciones laborales evolucion, madur y

    3 Dolleans, douard (1960)Historia del Movimiento Obrero, Eudeba, Buenos Aires, T.I, pg.15.4 Sturmthal, Adolf (1956)La tragedia del movimiento obrero, Ed. Huella, Buenos Aires.

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    El sindicato en la encrucijada del comienzo de siglo

    se consolid como elemento esencial de unasociedad en la que los derechos de los traba- jadores ocupaban un lugar muy destacadoen la escala de valores y en el ordenamientonormativo vigentes. La experiencia del Estadode Bienestar suele ser presentada por algunoscomo una mera estrategia defensiva de lospases europeos que teman el avance de lain uencia comunista. Para otros fue el mejormomento en la historia de la sociedad humana. Y en verdad, ambos puntos de vista no son anti-tticos ni excluyentes. Es ms que probableque el temor a la expansin del bloque soviticohaya decidido a las clases dominantes y a losgobiernos de los pases de Europa Occidental(y en su medida y a su modo, EE.UU.), a efec-tuar concesiones a la izquierda democrtica yal movimiento sindical, limitando los bene -cios del capital y admitiendo un grado de regu-lacin sin precedentes. Pero tambin es ciertoque, por esas o por otras causas, fue posibledesarrollar un ordenamiento de la sociedadin nitamente ms equitativo y equilibrado,respetuoso de los derechos humanos, enlibertad y con democracia.

    Los pases emergentes, a su turno, sacaban

    provecho de la bipolaridad y procurabanimpulsar su propio Estado benefactor, sinperjuicio de las experiencias socialistas quetambin tuvieron lugar en Asia comenzandopor China, frica y Amrica Latina. En efecto,la rivalidad de esos dos mundos favoreci alos pueblos de las naciones subdesarrolladasy dependientes, que encontraron un mayorapoyo en uno u otro de los grandes bloques oque pudieron impulsar su propio desarrollocon un grado mayor de autonoma relativa envirtud del equilibrio inestable y receloso de laguerra fra. La Argentina, pieza importantedel Movimiento de Pases No Alineados, juntocon Egipto, India, Yugoslavia y muchos otros,avanz resueltamente en el desarrollo de supropio Estado de Bienestar, alcanzando metasque ningn otro pas emergente logr. Esasrealizaciones tuvieron lugar, principalmente,durante los dos primeros gobiernos peronistas(1945/55) y alcanzaron tal grado de solidez,

    consistencia y pertenencia al sentido comngeneral, que perduraron muchos aos y sobre-vivieron a muchos gobiernos de signo diverso.Se trata de datos objetivos, as como resultaobjetivamente cierto que, el movimiento obreroorganizado fue la columna vertebral de aquelproceso y un factor sustancial del notablecambio progresivo operado en la sociedadargentina.

    La experiencia del llamado socialismoreal fracas. Los presupuestos tericos en losque se apoyaba fueron desvirtuados y nuncalogr erigirse en el mbito propicio para el naci-miento de un hombre nuevo . Cuatro dcadas ymedia ms tarde se derrumb, a partir de laimplosin de la Unin Sovitica. Slo subsistenexperiencias aisladas, como la muy impor-tante de China, hoy por hoy convertida en unasociedad dual cuya evolucin nal es difcil deprever.

    El Estado de Bienestar, a su turno, entren una etapa de declinacin alarmante,derivada de las nuevas modalidades de laeconoma globalizada que generan di cultadescrecientes para el sostenimiento nanciero desus institutos sociales5. Es imposible no pensar

    que lo acontecido con estas dos experienciasest estrechamente relacionado. El socialismoreal es indefendible porque hizo caso omiso delos derechos humanos, mont un Estado tota-litario y, adems, fue ine ciente. Pero lo ciertoes que su colapso dej las manos libres a losncleos dominantes del capitalismo occidentalque, liberados ya de una alternativa competi-tiva y carentes de contradictor poltico e ideol-gico, se sintieron en posibilidad de poner n alas experiencias progresistas aceptadas a rega-adientes e impuestas por circunstancias que,en el escenario posterior a la cada del muro deBerln, haban perdido relevancia.

    Ello no excluye, claro est, otros factoresinherentes a modi caciones estructurales delcapitalismo, veri cadas a mediados de losaos 70, con toda la relatividad que conllevala pretensin de ponerle fecha de inicio o clau-sura a las etapas de un proceso histrico. Esosfactores fueron diversos y los especialistas no

    5 Vence, Xavier y Outes, Xos Luis (1998) (coord.)La Unin Europea y la crisis del Estado del Bienestar , Ed. Sntesis,Madrid.

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    terminan de establecer la importancia exactade cada uno, no obstante lo cual es admisiblea rmar que todos ellos obraron en el sentidode provocar los cambios que comprometeranla subsistencia del Estado de Bienestar, causa-ran una regresin social grave, modi carannotablemente el sistema de relaciones labo-rales y comprometeran la existencia mismadel sindicato, por lo menos tal cual lo habamosconocido hasta entonces.

    Fue en los aos 70 cuando tuvieron lugarlos denominados petroshocks , es decir, unaescalada incesante en el precio del petrleo,con varias trepadas sbitas que obraron comootros tantos golpes asestados a una economaindustrial en la que constitua un insumo esen-cial. Eso aceler el proceso mediante el cualse constituyeron e incrementaron enormesactivos nancieros, generndose lo que algunoseconomistas denominaron nanciarizacinde la economa, tampoco ajena por cierto aldecrecimiento constante de la tasa de gananciaindustrial, especialmente en lo concerniente alas grandes compaas dedicadas a la produc-cin masiva. Ya se haban manifestado otroscambios, como el surgimiento de los grandes

    espacios econmicos; la interdependenciacreciente entre todos los pases del mundo(aunque, obviamente, en grado harto desigual);la desnacionalizacin de las grandes empresasy la transnacionalizacin de la toma de deci-siones fundamentales; nuevas pautas produc-tivas que se acompasaron a nuevos hbitos deconsumo; notables mutaciones organizacio-nales, acompaadas por nuevas tcnicas degestin y metodologas inditas de organiza-cin del trabajo; y, como principal signo distin-tivo, una genuina revolucin cient co-tecno-lgica que imprimi un impulso alucinante atodo ese incesante proceso de innovacin6. Laintroduccin de las nuevas tcnicas inform-ticas nave insignia de aquella revolucinpermiti que el universo nanciero operara entiempo real, favoreciendo el desplazamientodel eje de poder al interior de los grupos domi-nantes. El mundo de las nanzas comenz a

    prevalecer sobre los sectores de la producciny una suerte de economa virtual prim sobrela economa real.

    El nuevo paradigma y el sistemade relaciones de trabajo

    El cambio de etapa no result neutro para elmundo del trabajo. Por el contrario, los nuevoscriterios organizativos y nuevas modalidadesde gestin de los recursos humanos ya aludidos,sumados a la mutacin de las reglas de juegodel funcionamiento de la economa, in uyeronde modo decisivo sobre el empleo, la situacinde los trabajadores y la de los sindicatos.

    Ser conveniente, antes de puntualizaresos efectos, completar la descripcin de lascaractersticas salientes de la nueva economa,adems de la prevalencia de los activos nan-cieros, la globalizacin y el proceso de innova-cin tecnolgica.

    En primer lugar, cambi drsticamenteel rol del Estado. Se retrajo notoriamente ensu funcin de productor de bienes y servi-cios, regulador y asignador de recursos,

    cediendo al mercado el centro de la escena.Correlativamente tambin se redujo supresencia como ejecutor de polticas sociales ycomo factor de equilibrio en el con icto.

    En consonancia con la condicin centralasumida por el mercado, se abrieron las econo-mas nacionales y tambin, aunque en menormedida, los nuevos grandes espacios regio-nales. Desaparecidos los mercados cautivos, lacompetencia impera de modo tal que en buenamedida la prosperidad de los pases dependede la competitividad de sus economas, ascomo las empresas de un pas dado, debenalcanzar niveles de e ciencia compatiblescon la produccin externa con la que deberncompetir7. Desde el punto de vista de los pasesy de las empresas la idea de competitividadremplaz a la de las ventajas comparativas,no slo por efecto de las nuevas tecnologas,sino tambin en virtud del reconocimiento

    6 Valdovinos, Oscar (1998) Las relaciones de trabajo al nal del siglo XX, en Derecho Colectivo del Trabajo,La Ley ,Buenos Aires, pg. 214 y sigs.

    7 Valdovinos, ob.cit., pg. 218.

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    de que la capacidad de competir con xito enlos mercados mundiales depende de factoressociales, culturales y econmicos complejos yno slo de la dotacin relativa de recursos8.En consecuencia, dentro de ese marco condicio-nante, la necesidad compulsiva de bajar costosdetermina que la prosperidad de las nacionesno siempre coincida con la calidad de vida desus habitantes ni con la vigencia de la justiciasocial como valor signi cativo.

    Por de pronto, la orientacin de la produc-cin tambin cambi de resultas del para-digma impuesto por la economa globalizada,aperturista y mercadocntrica. La sociedadindustrial se caracteriz por la produccin dealtos volmenes de productos estandarizadoscon costo unitario decreciente. En la economaque algunos llaman postindustrial, en cambio,se tiende a producir series ms o menos cortasde productos preferentemente de alto valorunitario, dirigidos a sectores determinadosdel mercado respondiendo a (o promoviendoy excitando) una demanda tipi cada por suvariabilidad que, por serlo, impone un altogrado de adaptabilidad productiva. Se agregaque la oferta ha perdido su antigua posi-

    cin dominante a favor de una demanda queaparece diferenciada y segmentada, gene-rando mercados uctuantes y voltiles queexigen a la empresa una extrema elasticidady una especializacin exible9 o especiali-zacin suave10 , que implica el abandonode los principios de economa de escala y(la) adhesin a los principios de economa devariedad para satisfacer los requerimientosde los mercados11 .

    Va de suyo que el impacto de estas nuevasmodalidades sobre la situacin de los trabaja-dores fue maysculo y se expres, entre otrosefectos, en una brutal ofensiva exibiliza-dora , pues se erigi ante la supuesta rigidez

    de las regulaciones laborales caractersticasdel Estado de Bienestar en el gran enemigo avencer en nombre del avance hacia la postmo-dernidad. En verdad, todo el sistema de rela-ciones laborales caracterstico de la sociedadindustrial de matriz taylorista-fordista fuemateria de cambios sustantivos, tal como sepuntualizar ms adelante.

    Es obvio que esta formidable transforma-cin de la economa, el Estado, los mercados,la produccin y las relaciones laborales no llegsin envoltura ideolgica. Por el contrario, fueimpulsada y justi cada por el vigoroso rena-cimiento del pensamiento econmico ortodoxo,aggiornado mediante la cosmtica audazy vanguardista de lo que se dio en llamarneoliberalismo.

    El fracaso de la economa centralmenteplani cada que caracteriz a la experiencia delsocialismo real sirvi para desprestigiar todointento de subordinar la economa a la poltica,an en las condiciones de rigurosa vigencia delestado de derecho y la institucionalidad demo-crtica que tipi caban al Estado de Bienestar.Un lsofo contemporneo a rma que se llegal punto en que cualquier proyecto emancipa-

    torio radical era cuestionado presumindose,dogmticamente, que desembocara en unanueva construccin totalitaria12 . Lo cierto esque comenzaron a orse cada vez con ms fuerzalas voces de los que reclamaban el repliegue delEstado a las mdicas proporciones lockeanas y campo libre para que opere a su albedro lamano invisible del mercado.

    Este auge doctrinario del neoliberalismolleg acompaado de un cambio culturalprofundo, que afect la escala de valores hastaentonces vigente, a todo lo cual no fueron ajenaslas modalidades de comunicacin, formacin ymanipulacin de la opinin pblica propias deun mundo crecientemente meditico.

    8 Ferrer, Aldo (1994) La competitividad y la orientacin de las polticas econmicas y sociales, enRevista de Trabajo , Ao I - N 3, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Buenos Aires, pg.45.

    9 Bunuel, Jean (1994) El sindicalismo sometido a la prueba de la exibilidad, enSindicalismo y cambios sociales ,dirigido por Fernando Valds Dal-Re, Madrid, Consejo Econmico y Social, pg.42.

    10 Spyropoulos, Georges (1994) El sindicalismo frente a la crisis: situacin actual y perspectivas futuras, enRELASUR(Revista de Relaciones Laborales), N 4, Montevideo, pg.82.

    11 Godio, Julio, Sindicalismo iberoamericano: problemas, obstculos al cambio y bsqueda de nuevos rumbos, enSindicalismo y cambios sociales , ob.cit., pg.129.

    12 Zizec, Slavoj (2002)Quin dijo totalitarismo? , Ed. Pre-textos. Valencia.

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    Lo cierto es que los ideales de realizacin colec-tiva cayeron en desuso y fueron sustituidos porel convencimiento de que slo el xito indivi-dual, entendido esencialmente como progresomaterial, conduce a la felicidad plena. El indi-vidualismo ms ferozmente insolidario cundide la mano de una suerte de consumismo irra-cional. El auge de esta nueva visin no se limita los sectores empresariales, a los profesio-nales exitosos y a los jvenes emprendedores,es decir a aquellos que, con alguna razonabi-lidad, podan creerse destinados a alcanzar esaclase de realizacin personal. Por el contrario,la misma ptica impregn el sentido comn dela sociedad, sin excluir a la clase trabajadoray dems sectores subalternos, hasta el puntode que sus integrantes comenzaron a mirar larealidad con los ojos de sus explotadores.

    El pensamiento neoliberal se convirti detal modo en hegemnico, en el sentido en que Antonio Gramsci entiende la hegemona, o seacomo un fenmeno complejo que culmina con ladominacin cultural13 .

    Slo as se explica que la ola neoliberalavanzara a favor de la opinin pblica,desandando el camino recorrido a lo largo

    de dos siglos en procura de la equidad socialmediante regulaciones y equilibrios idneospara controlar e impedir el salvajismo expo-liador del capitalismo manchesteriano.Tan aplastante fue su victoria que FrancisFukuyama se atrevi a proclamar el n de lahistoria. Ese fue el escenario, principalmenteen los aos 80 y 90 del siglo pasado. MargaretThatcher y Ronald Reagan fueron, segura-mente, los dos dirigentes ms representativosde la nueva corriente. Thatcher fue PrimeraMinistra britnica desde 1979 hasta 1990 yReagan, Presidente de los EE.UU.. desde 1980hasta 1989. Ambos expresaron al ala msconservadora de sus respectivos partidos que,a su vez, representaban a la derecha en cadauno de sus pases y fueron los abanderadosa nivel mundial del retorno al imperio delmercado y a la lucha contra los sindicatos. Elmovimiento sindical cay en la impotencia y en

    el descrdito y no atin a formular propuestasalternativas, limitndose a las acciones defen-sivas y a la denuncia. Otro tanto ocurri con lasexpresiones polticas progresistas.

    Spyropoulos, a lo largo de un estudio espe-c co y minucioso del tema, a rma que aquellaetapa provoc al sindicalismo una de suscrisis ms profundas, expresada en una bajapronunciada de la tasa de a liacin, prdidade in uencia en la toma de decisiones en todoslos niveles, crisis de credibilidad respecto dela sociedad e interiormente, desmovilizacin,etc.14 Y Touraine, hablando de otra cosa, comoquien se limita a constatar una obviedad, dice:Pero en todas partes se acelera el declive delas formas de vida social y poltica tradicionalesy de la gestin nacional de la industrializacin.El caso ms visible es el de los sindicatos. EnFrancia, por ejemplo, la sindicalizacin delsector privado ha llegado a ser muy dbil, sobretodo en las pequeas y medianas empresas. Elsindicalismo ingls, dominado por el sindicatode los mineros y la izquierda, fue vencido por laseora Thatcher y no se ha recuperado de esaderrota. En Estados Unidos, donde la tasa desindicalizacin es ms elevada, los sindicatos

    tienen poca in uencia, y la poca de WalterReuther y del gran sindicato del automvilest ya muy lejos de nosotros15 .

    La Argentina fue otro caso emblemtico.De menor trascendencia internacional, porobvias razones referidas al peso relativo de lasnaciones, fue sin embargo una de las experien-cias que lleg ms lejos en la aplicacin impla-cable del recetario neoliberal. Con el agravantede que la ejecucin de esas polticas no estuvoa cargo del ala conservadora del partido dela derecha, sino de un gobierno encabezadopor un caudillo peronista de origen popular.El peronismo desempe en nuestro pas, ami juicio, el rol de fuerza progresista que enEuropa occidental correspondi al socialismoo a la social democracia. De hecho, fue el pero-nismo el constructor del Estado de Bienestarms importante del tercer mundo, con la parti-cipacin protagnica del movimiento sindical.

    13 Portelli, Huges (1987)Gramsci y el bloque histrico . Siglo XXI, Mxico.14 Spyropoulos, Georges (1991)Sindicalismo y sociedad . Ed. Humanitas Buenos Aires.15 Touraine, Alain (2006)Un nuevo paradigma . Paids, Buenos Aires, pg.37.

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    De modo tal que, la circunstancia de que esamisma fuerza poltica, acompaada por granparte de los sindicatos y respaldada por unaopinin pblica fuertemente mayoritaria, hayasido el brazo ejecutor de las polticas neolibe-rales que provocaron una regresin social sinprecedentes, asign al caso argentino imparsingularidad y caus en el movimiento sindicaluna confusin extraordinaria.

    El presidente Carlos Menem continu loslineamientos establecidos por el ministro deeconoma de la dictadura militar, Jos AlfredoMartnez de Hoz, y fue a su vez continuado porel gobierno del presidente De la Ra, pertene-ciente al otro gran partido popular argentino,la Unin Cvica Radical. De la Ra, en plande no ahorrar simbolismos, design ministrode economa a Domingo Cavallo, o sea, almismo tcnico que lo haba sido en la admi-nistracin Menem y que en las postrimerasdel rgimen militar ocupara la presidencia delBanco Central. Cavallo, factor principal de laspolticas que desembocaron en una gravsimacrisis econmica, nanciera, social y polticacon muy pocos precedentes en la historia denuestro pas, vincula mediante su participa-

    cin personal a todas las administracionesresponsables de su desencadenamiento.Sin perjuicio de estos casos emblemticos,

    la nueva etapa se convirti en tendencia gene-ralizada y su in uencia sobre el mundo deltrabajo se efectiviz por vas diversas. Comose dijo antes, una consisti en el propsito debajar costos y ganar adaptabilidad produc-tiva, lo que se expres en el abaratamientodel despido, exibilidad externa e interna,contratos basura, intentos de individualizarla relacin de trabajo bajo guras de matrizcivilista, alta tasa de rotacin, externalizacinde tareas, precarizacin laboral y desocupacinmasiva, crnica y estructural. Otra tuvo quever con la organizacin del trabajo y las moda-lidades de gestin de los recursos humanos,representada por los crculos de calidad, eltoyotismo, la autosupervisin, todas coinci-dentes en obviar el rol sindical. Una terceraest referida a la desvinculacin del sindicato

    con el saber tecnolgico operada a partir delsalto de la tecnologa electromecnica a lanueva tecnologa informtica, determinantede la ruptura de una curva de aprendizaje.Es decir, que lo que constitua unsaber acumu-lado en directa relacin con el trabajo cons-truido por los trabajadores y posedo tambinpor el sindicato, ha sido reemplazado por otrosaber de origen exgeno, altamente deses-tructurante. A este saber acceden los trabaja-dores en tanto la empresa lo desea, necesita ypermite, pero no en principio, al menos elsindicato16 . Otra modi cacin sustancial deluniverso laboral consiste en el desplazamientode la homogeneidad que caracterizaba a laclase trabajadora por un alto grado de hete-rogeneidad, determinado por los distintosniveles de innovacin tecnolgica, de articu-lacin con el mercado internacional, culturaempresarial, incorporacin de trabajadoresde muy alta cali cacin tcnico-profesional,contratos atpicos y, tambin en relacin coneste aspecto, externalizacin y precarizacin.

    El reemplazo de la industria por los ser-vicios como principal fuente ocupacional y lacorrelativa disminucin del peso relativo de

    los trabajadores de cuello azul, que fueron elncleo duro tradicional del sindicalismo, con-gura otro factor no obviable. Como tampoco

    lo es la progresiva sustitucin de la empresatradicional partenaire imprescindible, reco-nocible y concreto en la relacin laboral por la

    fbrica difusa , la organizacin en red y los pro-pietarios cambiantes, incgnitos e inasibles.

    Todos estos factores han determinadomodi caciones relevantes en el sistema derelaciones laborales. A los efectos de su descrip-cin sinttica, puede utilizarse la que hizo ensu informe el grupo de expertos convocadono hace mucho por el Ministerio de Trabajo,Empleo y Seguridad Social, para analizar elestado de dicho sistema en nuestro pas. Dicelo siguiente: De un alto grado de intervencin y regu-

    lacin estatal hacia una disminucinmarcada de la presencia y gravitacin delEstado.

    16 Decibe, Susana, Rojas Eduardo y Hernndez Daniel, Flexibilidad y crisis del sindicato, enJusticia Social N 11/12,CEDEL, Buenos Aires, 1992.

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    De una fuerte regulacin normativa a unaregulacin exible, con tendencia a unacreciente individualizacin de la relacinde trabajo.

    De un cierto predominio de la normativaheternoma a un mayor protagonismo dela autnoma.

    De una fuerte centralizacin negocial a ladescentralizacin.

    De una negociacin cupular con toma de deci-siones centralizada a otra fragmentada, conparticipacin creciente de niveles inferiores.

    De empresas estructuradas de modo pira-midal y jerrquico e integradas vertical-mente a otras de tipo horizontal, relacio-nadas en red y con integracin difusa.

    De sindicatos igualmente piramidales y jerrquicos, representativos del conjuntode la actividad, a una tendencia (aunqueinsu cientemente per lada, lo que excluyeaseveraciones ms categricas) hacia ciertafragmentacin intersindical e intrasindicaly al debilitamiento de la representatividady el liderazgo.

    Del protagonismo de determinadas cate-goras de trabajadores (urbanos, indus-

    triales, privados) a su relativa prdida degravitacin y a la importancia creciente delos provenientes de los servicios.

    De tarifas salariales resultantes deacuerdos paritarios por actividad, teniendoen cuenta costo de vida ms productividadmedidos por ndices globales, a remune-raciones establecidas mediante acuerdosde empresa (o unilateralmente por losempleadores) considerando principal-mente la estructura de costos y las exigen-cias de competitividad.

    De una organizacin del trabajo taylorista-fordista a otra fundada en la gestin de losrecursos humanos, el control de calidadefectuado en cualquier momento delproceso productivo, la multifuncionalidad,la pluricuali cacin, la intercambiabi-lidad, el trabajo en equipo, la informacincompartida y el autocontrol.

    Es conveniente aclarar, una vez ms, que lascaractersticas apuntadas como represen-tativas de un momento histrico de cambioslo sealan tendencias que no se veri cancon igual intensidad en los diversos pases,

    ni exhiben todos los mismos grados deavance. No obstante, en conjunto, expresanel sentido del proceso que, en mayor omenor medida, caracteriza el nuevo per ldel sistema de relaciones laborales 17 . Ahora bien, es evidente que las ideas que

    inspiraron estos cambios y que brindaron packaging terico al nacimiento de una nuevaetapa del modo de produccin capitalista, yano gozan del prestigio ni de la condicin deindiscutibles que le hicieron decir a Fukuyamaaquella poco afortunada frase. Estos primerosdiez aos del siglo XXI no han pasado total-mente en vano. La desocupacin, el deteriorode la calidad de vida, la profundizacin de ladesigualdad social, el agravamiento progresivoy acelerado de la situacin medioambiental,la deshumanizacin creciente de la sociedad,han producido alguna reaccin. Como mnimo,una actitud crtica hacia un cuerpo de ideas yun modelo econmico que provoc tan inacep-

    table regresin social. En diversos pases se haexpresado la voluntad poltica de cambiar elcurso de las cosas y el sindicalismo ha reco-brado algn espacio. Por otra parte, la crisisinicialmente nanciera todava en curso cons-tituye una prueba indubitable del fracaso delneoliberalismo.

    En rigor, ya nadie cree, como Adam Smith,en que la mano invisible del mercado solu-cionar los problemas derivados del descontroloriginado en un capitalismo sin reglas y en elinimaginable grado de corrupcin evidenciadopor muchas de las ms grandes empresas delmundo. Ese pretendido automatismo ha sidocali cado como mito 18 . No obstante, la fuerzainercial del pensamiento neoliberal es sorpren-dente. Basta reparar en las recetas que sepretenden aplicar, en estos mismos das, aGrecia y a los dems pases de la eurozona queacusan en mayor grado las consecuencias de

    17 Grupo de Expertos en Relaciones Laborales (2008)Estado actual del sistema de relaciones laborales en la Argentina .Rubinzal-Culzoni, Buenos Aires, pgs. 36/37.

    18 Stiglitz, Joseph E. (2003)Los felices 90 . Taurus, Buenos Aires.

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    la crisis nanciera provocada por ese mismocuerpo de ideas y por las prcticas que le soninherentes, para advertir que quienes real-mente manejan el mundo no han escarmentado.Los organismos internacionales hacen odossordos a la experiencia y mantienen posturasque no di eren sustancialmente de las de los 80y 90. A veces se postula la necesidad de intro-ducir recti caciones, pero los anuncios carecende correlato fctico. Los que mandan realmente

    los intereses ms concentrados que gobiernanla economa no quieren corregir nada. Losque gobiernan los principales pases tampocoo, en el mejor de los casos, no pueden. Y losque denuncian la injusticia derivada de tantacontumacia no saben cmo. Ese no saber cmo ,es decir, la ausencia de un proyecto alternativoviable y consistente, forma parte sustancial dela problemtica sindical presente y futura.

    Ahora bien, en nuestro pas y en buenaparte de nuestra porcin continental se hamanifestado hace algunos aos una fuertedeterminacin en el sentido de subordinar laeconoma a la poltica y de poner aquella alservicio de los pueblos. Y el sindicalismo, a suturno, recuper un rol importante en el sistema

    de relaciones laborales y, en alguna medida,en el proceso de formacin de decisiones. Lanegociacin colectiva funciona a pleno comomuy pocas veces en nuestra historia, elcrecimiento sostenido del producto ha favore-cido altsimos niveles de creacin de empleo,aunque con lentitud mejora la relacin porcen-tual entre trabajo regularmente registrado ytrabajo precario y la participacin del sectorasalariado en la distribucin de la renta hacrecido signi cativamente.

    Los efectos de la crisis nanciera mundialllegaron a la Argentina muy atenuados,de modo que en el 2010 ser factible resta-blecer la curva de crecimiento. Sin embargo,la desigualdad social no se revierte, subsisteuna franja importante de desocupados (conparticular incidencia sobre la poblacin joven)y estos, sumados a los subocupados y a losprecarios de ms baja cali cacin, conformanuna suerte de subclase privada de resguardo

    legal, excluida de la contencin del sistema deseguridad social y desvinculada material yculturalmente del sindicato. Di cultades deorden poltico contribuyen a crear dudas sobreel curso futuro de esta etapa. En los pasescercanos se perciben problemas semejantesaunque, naturalmente, con grados y modali-dades diferentes. El caso de Chile hace pocosmeses devastado por un trgico terremotopone de mani esto incertidumbres y contra-dicciones: por una parte, el triunfo electoral dela derecha genera toda clase de dudas sobrelas etapas venideras y, por otra, el sismo hadevelado con crudeza el grado intolerable dedualidad social subsistente en un pas reitera-damente exhibido como modelo.

    Pareciera ser muy improbable que alcancela mera voluntad poltica para revertir, enun solo pas o en algunos de ellos, la matrizeconmica que es inherente al capitalismoglobalmente desregulado y, por lo tanto,modi car de manera de nitiva y consistentesus consecuencias sociales. El propio Stiglitz,en su crtica a las polticas de los 90, a rmaque La globalizacin signi caba que eranecesario que los pases del mundo traba-

    jaran juntos para cooperar en la solucin delos problemas comunes y concluyendo, comoquien expresa un anhelo y al mismo tiempo,seala una condicin necesaria, que Quiz, juntos, Estados Unidos y Europa, el mundodesarrollado y el mundo en desarrollo, puedanforjar una nueva forma de democracia global yun nuevo conjunto de polticas econmicas queaseguren una prosperidad cimentada en unosnuevos principios que pueda ser compartidapor todos los ciudadanos del mundo19 .

    Mucho ms radicalmente, Sadir Amina rma que la globalizacin a travs delmercado es una utopa reaccionaria (Yque)debemos contrarrestarla a travs de unproyecto humanista y alternativo de globali-zacin, sealando luego, en plan instru-mental, la necesidad de reformar BrettonWoods, transformando sustancialmente lasinstituciones econmicas internacionales comoel FMI, BM, GATT-OMC, etc.20

    19 Stiglitz, ob.cit., pgs. 377 y 390.20 Amin Samir (1999)El capitalismo en la era de la globalizacin . Paids, Barcelona, pgs. 19 y 57.

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    Esas consideraciones tampoco son en absolutoajenas al futuro del sindicalismo.

    Las opciones del sindicato

    La globalizacin mercadocntrica, carente deregulaciones limitativas, generadora de poderesreales superiores a los institucionales de lademocracia a los que subordina y determi-nante de una nueva organizacin del trabajo y delas relaciones laborales que tienden a convertira las organizaciones gremiales en super uas,constituye un escenario que cuestiona la sobre-vivencia de la institucin sindical, por lo menoscon el per l que la caracteriz histricamente.Partiendo de esa base, pareciera que el sindi-cato deber elegir entre pocas opciones, entrelas que cabe destacar las siguientes:

    La gestin de negociosSin duda existen quienes suean con la desapa-ricin de nitiva del sindicato. Son los mismosque postulan la individualizacin de las rela-ciones laborales y el triunfo nal de un sistemaen el que la contradiccin de los intereses de

    clase deje de manifestarse porque todo quedesubsumido en el inters de la empresa. Yo estoyconvencido de que eso no ocurrir, aunque nodesconozco la existencia de estudios que pare-cieran preanunciarlo. Es verdad que las insti-tuciones, como las personas y los pases, noson eternas. Nacen por la con uencia de deter-minados factores y desaparecen cuando lascondiciones histricas cambian. Institutos quefueron sustantivos en otras etapas de la huma-nidad se extinguieron, como la esclavitud, elseoro feudal, las hermandades artesanales.Nadie se sorprendera demasiado si, dentrode cincuenta aos, la monarqua slo fuera unrecuerdo. Muchas de las naciones actuales noexistan hace dos o tres siglos y algunas quefueron muy importantes hace menos de mediosiglo hoy no existen, como la URSS o Yugoslavia.Siguiendo esta lnea de pensamiento y si uno

    se atuviera a los anlisis que, hace pocos aos,hicieron algunos cientistas sociales acerca del

    n del trabajo21 o del marcado retroceso de lasociedad salarial22 , podra imaginar la desapa-ricin del sindicato como una hiptesis nodescabellada. No obstante, esos pronsticosextremos han sido dejados de lado hasta porsus propios autores. S es admisible, en cambio,que el trabajo pierda progresivamente la condi-cin de gran integrador, tal como lo reconoceCastells utilizando la expresin acuada por Yves Barel. O como lo desarroll, con mayorextensin y complejidad, Andr Gorz en variasde sus obras23 . Por otra parte, en los pasessubdesarrollados o dependientes aunque selos considere emergentes todo llega ms tarde.De modo entonces que la extincin del sindicatono es una posibilidad que, hoy por hoy, deba serconsiderada como probable, aunque no est dems contemplar la cuestin, siquiera sea paradesestimarla. Tengo, pues, el convencimientode que mientras existan trabajadores asala-riados, habr sindicato.

    Ahora bien, eso no excluye que el sindi-cato pierda gravitacin, relevancia y funcioneshasta convertirse en un engranaje ms de

    la maquinaria capitalista. Si ese sindicatosuprstite es poco representativo, carece deprestigio, est divorciado de gran parte de lasociedad y no es portador de un pensamientotransformador que trascienda lo estrictamentereferido al inters profesional, sus funcionessern cada vez ms limitadas. No cuesta dema-siado imaginar al sindicato como una suerte derepresentante encomendado para negociar elprecio de la mano de obra el salario del mismomodo que otros negocian el precio de la materiaprima o de los dems insumos requeridos porcualquier proceso productivo. Existen nume-rosos ejemplos en el mundo y en nuestro pasde sindicatos cuyo rol, cada vez ms, parecereducirse a ese cometido mnimo. Inclusive lascondiciones generales de trabajo, en algunasactividades, no se discuten desde hace muchotiempo, de modo tal que la funcin sindical

    21 Rifkin, Jeremy (1996)El n del trabajo . Paids, Buenos Aires.

    22 Castells, Robert (1987)La metamorfosis de la cuestin social . Paids, Buenos Aires.23 Gorz, Andre (1997)Metamorfosis del trabajo . Ed.Sistema, Madrid y Gorz, Andr (1998)Miserias del presente, riquezade lo posible . Paids, Buenos Aires.

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    y la negociacin colectiva estn constreidasa la renovacin peridica del salario. De nomediar voluntad poltica, aptitud y convenci-miento para producir un cambio relevante, esposible que la institucin sindical sobrevivapero restringida a obrar como un mandatariode sus a liados y como un gestor de negocios delos no a liados, cobrando la remuneracin quecorresponda al mayor o menor xito obtenidopor su actividad. Pero nada ms.

    La sociedad de resistenciaPodra denominarse de otro modo a esta opcin,pero me pareci que utilizar una gura queen nuestro pas tiene tanta raigambre hist-rica y un signi cado tan claro, bene ciaba alpropsito de ser adecuadamente entendido.Sociedades de Resistencia se llamaban lossindicatos de la FORA, las organizacionesanarquistas. Estaban constituidas por mili-tantes insobornables, idealistas y sacri cados.Pero su limitado poder y su aislamiento lasreducan a obrar como rganos de denunciay, a veces, de lucha frontal sin perspectivade xito. El cambio anhelado estaba referidoa un futuro lejano e incierto y condicionado a

    la revolucin y, mientras tanto, slo contabael sacri cio que, con suerte, servira para esti-mular algunas conciencias y reclutar algunosadeptos. Es una actitud que merece respeto enel plano de la consideracin personal, humana.Pero que sirve de poco a la nalidad de producirun mejoramiento sustantivo, real y concretoen las condiciones de vida y de labor de lostrabajadores actuales. Quienes no aceptenconvertirse en meros gestores de la actualiza-cin salarial, pero tampoco se provean de losmedios indispensables para alcanzar resul-tados ms trascendentes, probablemente sevean compulsados a obrar como una versinactual y por lo tanto extempornea y algopattica de las viejas sociedades de resis-tencia. Casos puntuales que permiten vislum-brar como funcionara esa opcin no faltan enla Argentina de estos das.

    Factor de democratizacin social

    Y por ltimo queda la posibilidad de que elsindicato vuelva a ser factor de transformaciny sustento de la esperanza de que es posible

    construir un mundo ms justo, ms libre y msigualitario. Que asuma, otra vez, ese rol deinstrumento principal de la democratizacin dela sociedad que desempe durante doscientosaos. Resulta claro, sin embargo, que esa posi-bilidad aparece severamente condicionada.Para que el sindicato vuelva a ser lo que fueser menester un cambio extraordinario que,aunque incluya aspectos organizativos ymetodolgicos, esencialmente exigir un saltocultural. Esto no implica una visin peyorativadel sindicalismo actual en cuanto a su delidada los nes que histricamente persigui, sinouna apreciacin objetiva acerca de su atraso yde la consiguiente prdida de signi cacin queha experimentado.

    Es que ser preciso aprender a mirar lasociedad con ojos nuevos, percibir sus trans-formaciones, distinguir entre las que llegaronpara quedarse de las introducidas arti cial ymezquinamente, tender nuevos puentes consectores que hoy dejaron de ser compaeros deruta, ampliar y modernizar la agenda, forta-lecer la dimensin internacional, munirse deun proyecto y lograr que lo compartan casitodos. Con los mismos ideales de ayer, adoptar

    el instrumental de hoy. Y no se trata de unatarea fcil.Quiz lo primero sea fortalecer los viejos

    ideales. Volver a convencerse de que el sindi-cato naci para defender a los trabajadores de laopresin y la explotacin y que, en ese empeo,comprendi que deba modi car la sociedadcomo requisito insoslayable. Que la lucha porun peso ms de salario o por un minuto msde descanso es en verdad la lucha por cambiarla sociedad, impidiendo que el capitalismoobre irrestrictamente segn su naturaleza yse sujete a una escala de valores diseada enarmona con los derechos de los trabajadorescomo tales y en tanto personas. Podra obje-tarse que en verdad, los sindicatos nunca decli-naron esos objetivos, pero esa observacin notrascendera el plano de la mera formalidad. Asumir realmente aquella responsabilidadhistrica exige servirla con abnegacin, esp-ritu de sacri cio, voluntad militante, auste-

    ridad, desprendimiento, valor, compromisopleno, declinacin de intereses personales yprctica incondicional de la solidaridad. No

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    bastan las declaraciones ni los discursos; loque se requiere son conductas. Y no por merasconsideraciones morales, sino porque cada nexige que, para lograrlo, se empleen los mediosidneos y, en este caso, son esos.

    Claro est, se trata de consideracionesgenerales. Todos sabemos que el sindicalismono es hoy lo que fue. Pero todos tambin cono-cemos las profundas diferencias que existenentre el sindicalismo de ciertos pases y el deotros y, an dentro de un mismo pas, entresindicatos de distintas actividades y entredistintos dirigentes. No se trata aqu de darejemplos ni de hacer nombres. Pero nadieignora que hay sindicatos que preservan sufuerza y su capacidad de negociacin y otrosque la han perdido; que hay sindicatos quemantienen una alta tasa de sindicalizacin yuna gran consistencia y otros que han vistomermar el apoyo de los trabajadores y expe-rimentado graves desprendimientos. Quieredecir que, aun bajo las mismas condicionesadversas, unos han soportado el vendaval conmenos dao que otros.

    Pero todos, an los que mejor siguieronsirviendo sus responsabilidades, padecen la

    declinacin del poder que antes les permitagravitar decisivamente en la marcha generalde las relaciones sociales y las decisionespolticas. Ya no es novedad que un sindicatoexperimente la rebelin de sus propias seccio-nales o sufra el desprendimiento de sectores osubactividades que tienden a segregarse o seenfrente con las comisiones internas de impor-tantes establecimientos. Y estos fenmenosno ocurren por casualidad ni son resultado dela accin mal ca de agentes de la desunin,sino consecuencia de un deterioro gradual dela consistencia intrasindical y de la capacidadde representar e cazmente a las propias basesy, por lo tanto, de conducirlas. Y aqu convienerecordar la angustiada re exin de AdolfSturmthal sobre la tragedia del movimientoobrero europeo, destruido por el nazismo,deshechas sus organizaciones, encarcelados oasesinados sus lderes y evaporado, de la nochea la maana, el poder que haba ganado y que

    le permita creer, con fundadas esperanzas,que la emancipacin de los trabajadores estabamuy prxima. El crey que todo estaba perdido

    y se equivoc. Porque aquella fue una derrotamaterial, fsica, que no puso en duda la justezade los ideales del movimiento obrero. La verda-dera tragedia es la que sobrevino despus,cuando el neoliberalismo se enseore delmundo y la economa globalizada bajo laspautas de una competencia salvaje, arras lasaspiraciones de justicia social y desnaturaliz lafuncin de los sindicatos amenazando volverlosintiles. La verdadera tragedia consisti enque se generara una cultura individualista einsolidaria, que ha penetrado tambin en laclase trabajadora y que es incompatible con elprogreso trascendente de la accin sindical. Laverdadera tragedia es que esas circunstancias,sumadas a la ms inescrupulosa poltica dedesprestigio sindical, han determinado que lamayor parte de la sociedad incluidos muchostrabajadores vea al sindicato con descon anzay crea que es slo un instrumento al servicio delos intereses corporativos de una casta buro-crtica. Esta fue una derrota ideolgica y pol-tica a nivel mundial, de la que an no se harepuesto el movimiento obrero porque carece,entre otras cosas, de un proyecto consistentey slido para oponer al del capitalismo global

    desregulado.Reponerse de esa derrota ser difcil yexigir un esfuerzo enorme para superar de -ciencias y adoptar nuevos cursos de accin.Pero no es imposible, siempre que se conserveencendido el fuego sagrado de los viejos ideales,que es la condicin primera.

    Las condiciones necesarias

    Dando por sentado que el sindicalismo quierarmemente volver a ser portador de esperanza ,

    sern muchas las cosas que deber revisarpara lograrlo. Parte de ellas tienen que vercon transformaciones que se han producidoen la composicin de la clase obrera y en laorganizacin del trabajo como consecuencia delas nuevas tecnologas y procesos productivos.Otra, con cambios vinculados almodo de viviren la sociedad contempornea que condicionan

    la accin sindical y otros ms, en n, con lanecesidad de adoptar metodologas y criteriosorganizacionales modernos. Seguramente el

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    sealamiento que sigue dista de ser completo ytampoco es mi pretensin agotar el tema, sinopuntualizar algunos aspectos que no son otracosa que indicios de cun profundo y multifa-ctico tendr que ser el cambio cultural quedeber asumir el movimiento sindical.

    Muchas de las lneas de trabajo sugeridasguardan estrecha relacin entre s y, por lotanto, podran haberse agrupado de otro modo.No obstante, en algunos casos he preferidotratarlas separadamente por la nica razn deprocurar mayor claridad expositiva.

    Recuperar representatividadEste es un imperativo bsico. Los sindicatosen general con todas las excepciones quepuedan existir han visto disminuir la tasa dea liacin. Pero, adems, han perdido repre-sentatividad efectiva, es decir, esa capacidadde conduccin que se adquiere respecto deaquellos que han con ado su representacin,cuando tal delegacin se apoya en la con anzay el convencimiento.

    Parte de la cuestin radica, a mi juicio,en la revalorizacin de los cuerpos de dele-gados. En pocas anteriores del sindicalismo

    argentino los delegados cumplan con extremae cacia su rol de doble nexo, representandoal sindicato ante los trabajadores y a estosante la conduccin sindical. Tenan una granautoridad y para los dirigentes principales erauna obligacin ineludible y a menudo, inquie-tante el concurrir peridicamente a debatircon los cuerpos de delegados los temas de sucompetencia. Esta prctica ha pasado a lahistoria en muchas organizaciones aunqueno en todas, afortunadamente, lo que restaautoridad a los representantes del personal enel lugar de trabajo. Por lo dems, delegado erael ms capaz o el ms combativo o, preferente-mente, el que reuna ambas condiciones y losdesignados eran custodios celosos y duros delos derechos de los trabajadores.

    Recrear esas condiciones y prcticas, capa-citar a los delegados constantemente, esta-blecer un contacto regular, uido y operativoentre ellos y la alta conduccin sindical, atender

    preferentemente sus planteos y respaldarlosser, sin duda, un primer paso indispensable ymuy importante para iniciar la recuperacin de

    la representatividad mermada. Vale sealar,a modo de ejemplo estimulante, que en lossindicatos donde todo eso se hace regular-mente, el resultado es que la direccin alcanzaun notable grado de autoridad e in uencia,contrastando con la realidad de aquellas otrasorganizaciones o sectores que descuidan (o lisay llanamente impiden) la existencia y actua-cin de un genuino nivel de representacin enlos lugares de trabajo.

    En este mismo orden de cosas quiz seanecesario pensar en modalidades creativas derepresentacin. Porque el hecho es que, en lainmensa mayora de las empresas pequeas ymedianas no existe representacin alguna ysobran las di cultades para establecerla sinprovocar grave riesgo de despido a los que lointenten. Ante ese panorama, la institucin dedelegados sindicales facultados para actuaren determinado grupo de establecimientos o endeterminada porcin territorial, seguramenteatenuara el problema y creara las condi-ciones para que los trabajadores comprendidosen esa situacin lleguen a darse sus propiosrepresentantes.

    Pero el tema de la representatividad no

    acaba con restablecer la vigencia de los cuerposde delegados. La poblacin trabajadora haexperimentado muchos cambios que afectaronsu homogeneidad. Por ejemplo, hay nume-rosos trabajadores jvenes que no conocieronla poca de esplendor de los sindicatos y quehan crecido bajo la in uencia de una concep-cin individualista, convencidos de que sloimporta salvarse cada uno econmicamentey poder acceder al paraso consumista que eluniverso meditico estimula. No obstante, sinla participacin renovadora de esos jvenes,el sindicalismo se muere. Hay que recupe-rarlos para la solidaridad y la militancia yhay que comenzar por entenderlos; creardepartamentos especiales; promover activi-dades deportivas, artsticas, educacionales yrecreativas que los atraiga; explicarles qu esen verdad el sindicato y cun importante serpara sus vidas.

    Las mujeres se han establecido de nitiva-

    mente en el mundo del trabajo. Sin embargo,no se advierte que participen de la actividadsindical a la par de los hombres. Hay actividades

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    donde la mayora de quienes trabajan sonmujeres y sin embargo la proporcin feme-nina en los rganos de conduccin sindicales mnima y ha sido menester dictar normasimperativas (cupo femenino) para incremen-tarla. A ellas tambin hay que abrirles laspuertas e instarlas a acercarse. Seguramenteaportarn un hlito de honradez y militanciaque obrar como un tnico para la debilitadavida sindical.

    Las nuevas tecnologas han determinadola incorporacin como trabajadores depen-dientes, en muchas actividades, de cuadrostcnico-profesionales de muy alta cali cacin.Suelen ser renuentes a incorporarse a la vidasindical y los sindicatos a darles participacin.Ese es otro ejemplo del cambio de actitud quese preconiza. Esos trabajadores generalmentedesempean tareas de alta sensibilidad, demodo tal que su encuadramiento activo servirapara potenciar a la organizacin sindical,adems de bene ciarla con sus conocimientosy experiencia.

    Y por ltimo, los trabajadores que se desem-pean en la precariedad. La dualidad entrecontratos en blanco y contratos en negro es

    uno de los factores ms corrosivos de la vidasindical y una de las injusticias ms agrantesderivadas de la nueva economa. En el caso delos sindicatos argentinos es preciso sealarque, salvo contadas y honrosas excepciones,su lucha contra la precariedad ha sido dbil.Llevarla al ms alto nivel de intensidad es unmandato insoslayable, por razones de justiciay porque all radica uno de los aspectos msvulnerables de la representatividad sindical.

    Ahora bien, hasta aqu se ha planteadola recuperacin de la representatividad espe-c ca, es decir, la correspondiente al mbitoformal de representacin del sindicato alinterior de la actividad de que se trate. Perohay otra representatividad que el sindicatotambin debe recobrar para volver al centrode la escena. Es la de los trabajadores en pasi-vidad, la de los desocupados y, en general, lade los excluidos del mundo del trabajo. Y esosupone nuevas modalidades organizativas

    y nuevas actividades mediante las cuales se

    exprese y se concrete la voluntad de llegar aesos sectores, de construir con ellos vnculosde solidaridad efectiva, escuchar y re ejarsus reivindicaciones y sumarlos a la accintransformadora que responde a una necesidadcomn. El sindicato debe volver a ser, otra vez,la voz de los que no tienen voz.

    Sintetizar la diversidadLos cambios producidos en la economa deter-minaron una sustancial alteracin de la homo-geneidad que, en tiempos de la sociedad indus-trial, haba sido caracterstica distintiva de laclase obrera. El tema fue mencionado en elapartado segundo de esta nota y desarrolladoms ampliamente en trabajos anteriores 24 . Elhecho es que el alto grado de diversidad intro-ducido por el impacto de la innovacin tecno-lgica, ms las dualidades bsicas represen-tadas por el trabajo regularmente registradoy el precario, por la pertenencia al ncleocentral protegido de la empresa o la prestacinde servicios en condiciones de externalizacinbajo dependencia de empleadores marginales,cuando no insolventes, y la existencia de un altoporcentaje de desocupados y subocupados, son

    otros tantos factores que tienden a quebrantarel colectivo laboral. Esas circunstancias, msla tesis segn la cual el salario depende esen-cialmente de la productividad del trabajo y dela competitividad de la empresa (y no ya de lafuerza negocial del sindicato y de las polticasredistributivas del Estado), convergen paradiluir la solidaridad obrera intentando susti-tuirla por una suerte de solidaridad con losintereses del propio empleador y a laidentidadde clase por la identidad de empresa.

    Contra todo eso deber luchar la organi-zacin gremial si pretende mantener vigenteslas premisas del accionar sindical. Es decir,deber ser capaz de receptar la diversidady metabolizarla de modo tal que sea posibleuna sntesis que permita preservar la unidaden la accin. A tal efecto parecera que losmodelos tradicionales de organizacin podranno ser los ms aptos. En efecto, un sindicatocon una secretara gremial a la usanza tradi-

    cional, que deba atender al mismo tiempo,24 Valdovinos, ob.cit., pg.226 y sigs.

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    centralizadamente, problemas de una granparticularidad y muy diferentes entre s enrazn de la diversidad de los procesos produc-tivos y de las tecnologas correspondientes, esprobable que no pueda dar respuesta satisfac-toria a quienes, adems, estn presionadospara ponerse la camiseta de la empresa eidenti carse con sus objetivos.

    En tal sentido parecera aconsejableanalizar posibilidades de adaptacin organi-zativa que incluyan, por ejemplo, la creacinde departamentos especializados, a cargo depersonas cuyos conocimientos y experiencialaboral posibiliten la comprensin rpidade las situaciones planteadas y la respuestaapropiada25 .

    Recobrar el saber tecnolgicoEn la sociedad industrial, en tiempos de laproduccin en masa y de la lnea de montaje,los procesos productivos no tenan secretostcnicos para los dirigentes sindicales. Eransimples, repetitivos y cualquier trabajadorveterano y avezado como lo eran general-mente los dirigentes saba de ellos tanto comoel ms cali cado de los gerentes.

    Esta situacin ha cambiado. La fabrica-cin tradicional en gran escala, se basa en laelevacin de los rendimientos de los equipos,sistemas y trabajadores por una rgida y repe-titiva vinculacin o un proceso o una tareainvariable. Por lo contrario, la coordinadaaplicacin de robtica e informtica permitesustituir la lnea de montaje por sistemas dediseo y fabricacin asistidos por computa-dora (sistema CAD-CAM) y con ello alcanzaraltos rendimientos en productos diferentes.Como consecuencia de los cambios de orga-nizacin sealados, la productividad y rendi-miento en la produccin no seguirn condicio-nados a la fabricacin de un gran nmero deunidades iguales sino que se basarn en unagran variedad de modelos con posibilidad decolocacin en mercados crecientemente diver-si cados o personalizados26 . En estas nuevascondiciones la veterana juega en contra. Las

    modalidades tcnicas varan constantementey la empresa se reserva el monopolio delsaber tecnolgico, permitiendo el acceso de lostrabajadores al mismo cuando la produccinlo requiera y en la medida en que sea nece-sario, pero al sindicato no, salvo que procureese conocimiento por sus propios medios.Queda en desventaja desde el punto de vistadel conocimiento de los procesos productivosy la tecnologa aplicable, no slo respecto dela empresa sino hasta de los trabajadorescomunes; perjudica gravemente al sindicato.Le resta autoridad, lo debilita en la discusiny en la negociacin y lo exhibe junto a susdirectivos como obsoleto.

    Lo cierto es que debe existir control socialsobre las nuevas tecnologas y el primero enejercer ese control debe ser el sindicato. Estosupone disponer e incorporar los conocimientosy medios indispensables.

    Incorporar respaldo tcnico-profesionalLos antiguos sindicatos preexistentes a la etapadel reconocimiento por parte del Estado care-can de apoyo profesional; luego, incorporaronal abogado. Al sufrido y polifuncional abogado

    laboralista que, durante un largo perodo, hizode todo: aconsejar y litigar en todas las ramasdel derecho, opinar sobre aspectos no jurdicosen los que los dirigentes requeran asesora-miento, discutir con los representantes empre-sariales sobre temas econmicos y tcnicos,preparar memorias, redactar documentos pol-ticos, elaborar guiones para discursos, tomara su cargo la capacitacin sindical, etc., etc.Luego, paulatinamente, se incorporaron otrosprofesionales, preferentemente con mirasa mejorar la administracin (contadores) yalgunos mdicos vinculados a la accidentologalaboral, sobre todo a partir de la creacin de lasobras sociales.

    Ese mdico grado de tecni cacin noguarda la ms mnima relacin con las nece-sidades actuales del sindicato. Algunos ejem-plos, meramente indicativos, bastarn parademostrarlo.

    25 Sobre esta y otras de las consideraciones contenidas en el apartado 4, conf. Spyropoulos, ob.cit.26 Tangelson, Oscar (1995) La empresa frente a la revolucin tecnolgica, Mdulo 1 para el Programa de Formacin

    para el Sector Minero, INAP, Buenos Aires, pgs. 6/7.

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    Me refer antes a la necesidad de recobrar elsaber tecnolgico. Ese propsito debe asociarsecon el de tomar en manos sindicales la capa-citacin profesional de los trabajadores y esosupone incorporar pedagogos, tecnlogos ydocentes.

    Los problemas de higiene y seguridadlaboral deben pasar a constituir un aspectocentral de la accin sindical. Con ese propsitono basta con los mdicos, sino que se requiereadems la colaboracin de ingenieros indus-triales y expertos en seguridad.

    La negociacin colectiva exige hoy poderdiscutir slidamente la situacin de losmercados y la posicin de la actividad y, ensu caso, de la empresa frente a ellos. Adems,el sindicato tiene que estar en condiciones deformular propuestas alternativas para desmi-ti car la lgica patronal que invariablementeavanzar sobre los costos laborales. La incor-poracin de asesores econmicos es una nece-sidad mani esta.

    Es posible que esta enunciacin provoquealguna inquietud en cuanto al riesgo de que,en de nitiva, los profesionales asuman excesi-va preponderancia en la organizacin. Yo creo

    que esa objecin carece de asidero, en tantola conduccin sindical se ejerza en plenitud yavance en informacin, conocimientos y ma-durez. El estamento tcnico-profesional tieneque constituir una plataforma de apoyo parala dirigencia y esta saber aprovecharla. Claroest que requerir una cuidadosa seleccin. Setrata de reclutar cuadros profesionales idneosy e cientes pero, adems, con un compromisoideolgico y afectivo que los convierta, al mis-mo tiempo, en cuadros sindicales.

    Jerarquizar la capacitacin sindicalEl tema tratado precedentemente se enlazacon el de la capacitacin sindical. Hoy se hacecapacitacin en los sindicatos argentinos. Pero,en general con algunas excepciones es insu-

    ciente y no trasciende mayormente los rudi-mentos del derecho laboral. Estimo que en eseaspecto debe encararse una accin muy intensa.Ello supone jerarquizar la actividad de capaci-

    tacin, utilizar todos los cuadros profesionalesantes mencionados, programar y diferenciarcursos de iniciacin y de perfeccionamiento

    superior, incluir la temtica inherente a laadministracin de las organizaciones sociales(tanto pensando en el propio sindicato, como enlas obras sociales u otras entidades de que lasorganizaciones se valgan para descentralizarsu actividad).

    Y signi ca tambin pensar en niveles deexcelencia, en orden a la capacitacin sindical,naturalmente con jerarqua universitaria.Imagino el sindicato del futuro y parto de labase de que quedan pocas actividades en lasque no se requiera ttulo secundario para elingreso laboral. Ello signi ca una gran masade trabajadores habilitada para cursar estu-dios universitarios, en establecimientos yaexistentes o en otros a crearse, quiz comofruto de la propia iniciativa sindical.

    Las distintas versiones de la licenciatura enrelaciones laborales que hoy integran la ofertaeducacional son, en su mayora, fbricas degerentes de recursos humanos. Su orientacines, en general, empresarial, lo cual no cons-tituye un pecado sino una manifestacin deinteligencia del sector patronal que reconocela importancia de asegurar la buena forma-cin de los cuadros que le son indispensables.

    En otros casos se trata de carreras de muybuen nivel acadmico, pero pensadas estric-tamente en trminos de formacin especiali-zada, sin compromiso sectorial. Costara muypoco promover la creacin de una licenciaturacon orientacin sindical, que incluya conoci-mientos jurdico-laborales, macroeconmicos yde economa laboral, tcnicas de negociacin,teora de la organizacin, administracin deentidades sociales y hasta introdujera la tem-tica de la comunicacin social. Bastara conproponrselo y para eso slo falta percibir conprecisin la enorme importancia que tendr,en el futuro prximo, contar con una dirigenciasindical altamente capacitada.

    En un mundo laboral cada vez ms complejo,diversi cado, uido y cambiante, la capacidadde comprensin de las nuevas modalidadesproductivas, del nuevo entramado social, de lasnuevas expectativas de las mujeres y hombresque trabajan y de las tcnicas necesarias para

    gestionar esa realidad, se convierte en unacondicin necesaria para intentar una defensaexitosa del inters de los trabajadores.

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    Establecer una nueva relacin con lasociedadMe refer antes a la necesidad de que el sindi-cato recupere representatividad espec cay representatividad ampliada, apuntandoen el primer supuesto a los propios trabaja-dores y en el segundo a la masa de jubilados,subocupados, changuistas, desocupados yexcluidos de todo tipo, que deben volver a veren la organizacin gremial a su referente. Esofortalecera la accin sindical sin duda alguna.Pero no bastar, en cambio, para reconciliaral sindicato con la sociedad, que hoy lo miradespectivamente. Basta repasar las conocidasencuestas de imagen, para constatar queningn sector ocupa una posicin inferior a ladel sindicato en la consideracin general.

    Algunos dirigentes suelen decir, ante esasituacin, a m slo me interesa lo que piensenlos trabajadores. As se han expresado, inclu-sive, algunos de los ms valiosos y consecuentesdirigentes argentinos actuales, pero no deja deser un grave error. El movimiento obrero, paraavanzar hacia la construccin de un ordensocial ms justo, necesita la fuerza que da larepresentatividad, pero tambin la legitima-

    cin que emana del respeto y la comprensindel conjunto de la sociedad. Aun recobrando lo que antes llam repre-

    sentatividad espec ca y representatividadampliada, quedan por fuera de ese mbitomltiples capas de la clase media urbanay rural, estudiantes, profesionales, intelec-tuales, artistas, periodistas, pequeos comer-ciantes y productores independientes, cuenta-propistas e innumerable gente comn, es decir,una parte sustancial de la sociedad, sin cuyoaval as sea silencioso y su consideracin,se har mucho ms difcil avanzar. Porque setrata de sectores que forman opinin y que,al hacerlo, enaltecen o degradan la imagende lo reivindicado y de quienes lo reivindican. Y hasta es menester la valoracin del actorsocial opuesto, porque slo desde el respetolos empleadores ponderarn con objetividad elgrado de rmeza con que el movimiento obreroser capaz de mantener sus demandas y perci-

    birn la consistencia que las hace valederas.Lograr comprensin y respeto signi caestablecer una nueva relacin con la sociedad.

    El logro de ese objetivo depender del uso demltiples medios, que es imposible analizarahora en su totalidad. Pero algunos de ellos,indispensables, tienen que ver con advertirla necesidad de preservar la propia imagen,otros con adoptar una conducta cuidadosa enmateria de medidas de accin directa cuandoel dao no lo sufre el patrn sino el conjunto dela poblacin y otros ms con prestar atencin atemas que usualmente no suelen estimular lasensibilidad sindical.

    Un ejemplo servir para aclarar lo quese pretende decir con preservar la propiaimagen. Tomemos el caso de las obras socialesque, en la Argentina, protegen la salud de lostrabajadores y de sus familias. Son institu-ciones extraordinariamente valiosas que, conuna fraccin mnima del ingreso per cpitade que disponen las prepagas, dan la mismacobertura con equivalente calidad mdica.Son mucho ms sensibles al dolor de quienesnecesitan apoyo solidario y a menudo, en casosgraves y justi cados, exibilizan y adaptan susreglas para dar cabida a prestaciones inicial-mente no previstas. Estn administradas cone ciencia, porque slo as se explica que con

    ingresos in nitamente menores puedan hacerlo mismo o ms que las costossimas prepagas,que jams se apartan de las normas que han

    jado pensando en sus costos y no en la saludde sus a liados. Sin embargo, la mayor partede la sociedad sin excluir a muchos trabaja-dores bene ciarios slo ven en ellas a la cajasindical y un medio para el enriquecimientoindebido de los dirigentes.

    Yo no niego que pueda haber dirigentessindicales corruptos, en la Argentina y en elresto del mundo. Del mismo modo que haysacerdotes ped los, docentes abusadores,mdicos que prescriben estudios super uos opractican cirugas innecesarias, abogados quedefraudan a sus clientes, periodistas venales,polticos ladrones, jueces sobornables, empre-sarios inescrupulosos, evasores scales, auto-movilistas temerarios que abandonan a susvctimas, esposos/as in eles y hasta primerosministros rodeados de escndalos sexuales y

    negociados que, adems, promueven leyes alslo efecto de asegurarse impunidad. Pero setrata de excepciones; el comn de la gente obra

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    correctamente en el ejercicio de sus diversasactividades y roles y no son juzgados negati-vamente por la inconducta de los menos. Sinembargo, en el caso de los sindicalistas y, enmenor medida, de los polticos la tendencia ageneralizar es irrefrenable y se traduce en unaaltsima valoracin negativa.

    Es inevitable pensar que la poltica anti-sindical sistemticamente desarrollada desdeel poder en tiempos de auge del pensamientoneoliberal no es ajena a este resultado. Ytampoco lo es, seguramente, la falta de preocu-pacin del propio sindicalismo por modi carese estado de cosas. Hay distingos que hacer,sin embargo. Los sindicatos ingleses, luego dela dura derrota de la huelga de los mineros entiempos de Margaret Thatcher, condenadosy aislados por la opinin pblica, decidierongastar una suma signi cativa en implementaruna poltica de imagen que plani cadapor profesionales expertos les permitierarecuperar el respeto que tradicionalmentehaban gozado en la sociedad britnica. Y aslo hicieron, a la par que ajustaban sus criteriosorganizativos, metodolgicos y tcticos a losdesafos surgentes de la nueva realidad socio-

    econmica. Y tuvieron considerable xito,aunque cabe reconocer que, en ese sentido,constituyen una expresin aislada.

    La referencia no signi ca proponer quelos sindicatos argentinos salgan en masa acontratar asesores de imagen, sino simple-mente dejar establecido que la imagen queel resto de la sociedad y no slo los propiostrabajadores se forme del movimientosindical es un factor importante para poten-ciar o debilitar sus posibilidades de avanzarcon polticas transformadoras y que, para esta-blecer una mejor relacin con los sectores quehoy no ponderan positivamente al sindicatohay que proponrselo seriamente y obrar enconsecuencia. Y perseverar en esa lnea hastalograr volviendo al mismo ejemplo que todoel mundo vea en las obras sociales una altaexpresin de solidaridad e ciente y militante,como en verdad lo son, y no la despreciable

    caja que la perversidad meditica ha insta-lado en la opinin pblica, y as en todos losrdenes.

    El segundo aspecto mencionado tiene quever con que la sociedad se ha convertido en loque suele denominarse una sociedad de ser-vicios. De modo tal que, todo lo que afecte laprestacin de esos servicios adquiere impor-tancia crtica para una enorme cantidad depersonas. Ahora bien, es sabido que la huelgaes un hecho esencialmente daoso y es natu-ral que lo sea pues, de lo contrario, no serviracomo instrumento para presionar a los emplea-dores a conceder lo reclamado. Sin embargo, espreciso distinguir entre la huelga que daa losintereses del empleador y la que agrede al con- junto de la sociedad privndola de un servicioesencial.

    La preservacin de esos servicios esencia-les y de otros que, aun sin serlo en la enun-ciacin de la OIT y de la Ley 25.877, son sen-tidos como tales por sus usuarios resultafundamental para una parte muy amplia delconjunto social. En consecuencia, como el res-paldo de la opinin pblica es tan o ms im-portante para el progreso de las reclamaciones

    sindicales que el dao inferido al empleador,las organizaciones de trabajadores deberanser extremadamente cuidadosas en el uso delas medidas de accin directa en ese mbito.Esto no supone renunciar al ejercicio del de-recho de huelga, sino administrarlo con inteli-gencia y prudencia. Tampoco implica propiciarregulaciones restrictivas. En verdad, lo que pa-recera aconsejable en la materia es que, laspropias entidades sindicales se autorregulenen relacin con los servicios esenciales o demuy alto nivel de importancia y que, cuandosu afectacin sea inevitable, se aseguren lle-gar previamente a la opinin pblica con undespliegue comunicacional e caz, de modo talque la accin no los asle del conjunto socialconvirtindose en contraproducente27 .

    Un tercer aspecto importante, tiene quever con la ampliacin de la agenda sindical. Laposibilidad de que el sindicato vuelva a ser una

    27 Para ampliar el tema ver en mi obra antes citada el apartado 4.2. y la bibliografa all mencionada (pg. 289 y sigs.)y, en particular, Romagnoli, Humberto, La desindustrializacin de los con ictos de trabajo y la tica de la responsa-bilidad, enSindicalismo y cambios sociales , tambin citada anteriormente.

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    institucin socialmente prestigiosa, con gravi-tacin decisoria, representativa de un sectormuy amplio del conjunto y merecedora delrespeto del resto, tambin requiere que incluyaentre los temas a los que preste atencin yapoyo, aquellas cuestiones que aun sin cons-tituir reivindicaciones espec cas de la clasetrabajadora interesan vivamente a sectoresmedios e integran un programa general detransformacin progresista de la sociedad. Mere ero a asuntos tales como la preservacinmedioambiental, educacin, polticas anti-discriminatorias, derechos de las minoras,perfeccionamiento institucional y otros quetradicionalmente han resultado indiferentes almovimiento obrero y que deberan empezar apreocuparlo, porque son valiosos en s y porqueconstituyen puentes para el acercamiento conuna clase media que siempre los ha valorado.Liderar la elaboracin de un proyecto nacional,popular y progresista y fortalecer la participa-cin poltica es indispensable para impulsarlo

    He sealado al principio que la declina-cin del sindicato tiene relacin directa con lasmodalidades singulares de esta nueva etapadel capitalismo, con el auge del pensamiento

    neoliberal y con la impotencia del movimientoobrero y de los sectores progresistas en generalpara sustentar un proyecto propio, factible yconsistente. El progresismo en el mundo, enconsecuencia, se ha limitado, cuando gana laselecciones, a administrar con una cuota mayorde sensibilidad social al mismo capitalismo dematriz mercadocntrica o, cuando las pierde,a criticar los excesos de la derecha conserva-dora. Y el sindicalismo, a su turno, ha quedadoprisionero de un estrecho campo de accin queno trasciende los lmites de la denuncia estrily del mero defensismo.

    Es verdad que en nuestro pas y en buenaparte de Amrica del Sur se ha intentado y seintenta ir ms all. Pero no es menos ciertoque esa voluntad poltica tropieza con di cul-tades extraordinarias. El crecimiento no acabade modi car un patrn de acumulacin muyvinculado a la produccin primaria y con voca-cin de monocultivo. Las polticas sociales no

    logran quebrantar la dura desigualdad quemarca, como un estigma, a la realidad lati-noamericana. La insu ciencia del desarrollo

    impide establecer un acuerdo social genuino. Y los intereses econmicos ms altamenteconcentrados persisten en oponerse a que latentativa fructi que en cambio de nitivo. Porltimo aunque quiz sea lo ms importantela condicin global de una economa fundadaen la competencia sin reglas se opone, comoun obstculo insalvable, a que pases aisladosy apenas emergentes, puedan implementar ensu solo territorio una realidad distinta.

    Ese contexto impone sacudirse el complejode inferioridad y la sensacin de impotenciaheredados de los 80 y 90. El movimiento obrerodebe contribuir a forjar un proyecto nuevo, queaproveche las experiencias del pasado, utiliceel progreso cient co-tecnolgico, incluya lotil de los nuevos procesos productivos y de lasnuevas formas organizativas del trabajo, peroque sea un instrumento actualizado y modernopara volver a procurar el antiguo propsito deque la economa se subordine a la poltica yla poltica sirva a la realizacin humana. Talcometido supone fortalecer la participacinpoltica de un movimiento obrero en ejerciciode un liderazgo renovado, de modo tal quese reconstituya el sujeto social sin el cual las

    fuerzas polticas del campo popular carecen devirtualidad operativa.Claro est que ese proyecto deber ser la

    obra de todos. Pero tengo la conviccin quenadie estara en mejores condiciones que esemovimiento obrero reformulado para convocara intelectuales, pensadores, profesionales ytcnicos con vocacin de hacer historia y queninguna otra fuerza e institucin podra, conigual e cacia, encauzar la heterogeneidaddel colectivo, superar diferencias, armonizarmatices y amalgamar al conjunto. El sindica-lismo debe retomar la ofensiva, pero la condi-cin para que lo haga es recobrar la conviccinoriginaria de que suya es la misin de difundirla verdad y la razn, y que est convocado aocupar la vanguardia en la lucha por inau-gurar una etapa histrica distinta y mejor.

    Nada de esto implica abandonar el reclamodiario en el lugar de trabajo, la vigilancia paraque se cumplan las normas laborales, la nego-

    ciacin colectiva ni la lucha por el salario. Por elcontrario, signi ca darle a esa accin constanteel sentido trascendente que realmente tiene.

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    Cuando el trabajador pelea por condiciones detrabajo dignas y salarios justos, es


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