Date post: | 18-Jun-2015 |
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LA CULTURA DEL DESAPEGOLA CULTURA DEL DESAPEGOLA CULTURA DEL DESAPEGOLA CULTURA DEL DESAPEGO
VERÓNICA D’ANGELO
Tabla de contenidos
Introducción.................................................................................................................. 3
¿Qué entendemos por “apego”? ................................................................................... 3
Dejarlo llorar................................................................................................................. 6
¿Existe el “llanto por capricho”? ................................................................................ 10
“Cuanto antes mejor”.................................................................................................. 14
Los cortes.................................................................................................................... 15
Conclusión.................................................................................................................. 18
Notas........................................................................................................................... 19
Bibliografía................................................................................................................. 22
La cultura del desapego
Introducción
Sostengo que, como padres, si bien nuestra forma individual de criar está
fuertemente condicionada por el modo en que fuimos criados, en la actualidad nos
vemos influidos por pautas culturales que nos impulsan hacia modelos de apego
inseguro, aún cuando nuestros padres nos hayan proporcionado un ambiente
afectivo. De modo que frente a la toma de decisiones sobre nuestro proceder,
oscilamos entre la “conducta de apego” y la “cultura del desapego”. En el presente
trabajo intento explorar algunas de esas pautas bajo la luz de los aportes
principales de la teoría.
¿Qué entendemos por “apego”?
«Generalmente, se suele pensar que es preferible ser independiente que
dependiente. De hecho, el término «dependencia», utilizado respecto de las
relaciones personales, suele tener un matiz peyorativo. Todo lo contrario ocurre en
relación con el término «apego»: muchos consideran admirable que los miembros
de una familia estén apegados entre sí. […] el apego suele ser algo deseable.»1
Las anteriores afirmaciones de John Bowlby emergían de la sociedad británica del
cincuenta, donde el término “apego”, a diferencia de “dependencia”, no tenía
connotaciones peyorativas. En mi comunidad2, sin embargo, “apegado” o “dependiente”
revisten matices muy similares, ambos negativos. Ser apegado a la madre es tan poco
recomendable como ser dependiente. El apego se percibe como una consecuencia no
deseada de la convivencia entre padres e hijos; un obstáculo para la maduración del niño
que debe superarse lo antes posible. Una concepción totalmente distinta a la que define
1 BOWLBY, John El apego y la pérdida (tomo I), Paidós, 1998, p. 309 (“Notas sobre el término «Dependencia»”) 2 Enmarcada en el contexto de la ciudad de Villa Constitución, pueblos aledaños y zonas rurales, en la provincia de Santa Fe, Argentina.
la conducta de apego como una estrategia natural de supervivencia genéticamente
heredada mediante la cual los bebés se aseguran la cercanía del progenitor,
principalmente a través del llanto.
«La conducta de apego es cualquier forma de conducta que tiene como
resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente
identificado al que se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo. Esto
resulta sumamente obvio cada vez que la persona está asustada, fatigada o enferma,
y se siente aliviada con el consuelo y los cuidados. En otros momentos la conducta
es menos manifiesta. Sin embargo, saber que la figura de apego es accesible y
sensible le da a la persona un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad, y la
alienta a valorar y continuar la relación. Si bien la conducta de apego es muy obvia
en la primera infancia […] la función biológica que se le atribuye es la de la
protección. Tener fácil acceso a un individuo conocido del que se sabe que está
dispuesto a acudir en nuestra ayuda en una emergencia es evidentemente una buena
póliza de seguros… cualquiera sea nuestra edad.3»
John Bowlby desarrolló la teoría del apego subrayando la importancia de la
consideración del medio ambiente en el estudio de la relación madre hijo4, partiendo de
la etología —estudio comparado del comportamiento animal y el humano—, utilizando
un método prospectivo que permite inferir a través de la observación directa del
individuo cuales serán sus comportamientos a largo plazo, a diferencia de los métodos
retrospectivos como el psicoanálisis, que parten del relato del sujeto y retroceden en el
tiempo para buscar el origen de la patología, por cuanto éste último es aplicable a
sujetos mayores, mientras que el método prospectivo es adecuado para la observación
de bebés.
Según Bowlby, los primeros indicadores del tipo de relación que el bebé mantiene
con sus figuras de apego aparecen a partir del año de edad, y de no haber cambios
substanciales, tienden a prologarse de por vida. Por tanto, es imprescindible brindar a
los niños el cuidado adecuado (que no siempre es el que la sociedad entiende como
adecuado) durante los primeros tres años, considerados cruciales para el posterior
desarrollo. De lo contrario, el niño, su familia y la comunidad en la que vive sufrirán las
consecuencias: delincuencia, depresión, compulsión, aislamiento, conducta antisocial,
3 BOWLBY, John Una base segura, Paidós … pp. 40-41. 4 Por tal motivo, Bowlby, Winnicott y Spitz se consideran ambientalistas.
adicción a las drogas, alcoholismo, violencia, dificultades para la inserción laboral y
social en general, desórdenes todos que parten de la baja autoestima, de la convicción de
carecer de valor, en síntesis, de la puesta en acto de las certezas aprehendidas en los
primeros años de vida.
Sus investigaciones estaban focalizadas en un primer momento en el estudio de los
huérfanos y luego se trasladaron a la observación de niños que vivían con sus padres
pero manifestaban comportamientos ansiosos en relación a la separación, así como
problemas para comer, dormir, etc. Los niños no eran abandonados físicamente pero
manifestaban un comportamiento ansioso como si lo fueran.
Mary Ainsworth diseñó el procedimiento de la situación extraña mediante el cual se
analizó el comportamiento de los niños en relación a la separación dando lugar a la
categorización de los tipos de apego en: apego seguro, apego evitativo, apego ansioso a
la que más recientemente se agregó apego desorganizado.
Los niños configuran, según Bowlby, modelos internos de sí mismos y de sus
padres, tales que un niño con apego seguro, tendrá probablemente un modelo de
padre/madre afectuosos compatible con un modelo de sí mismo como alguien
merecedor de afecto.
Dejarlo llorar
Imagen extraída de La ciencia de ser padres5
«A los padres jamás se les ocurriría dejar a su bebé en una habitación llena de
humos tóxicos, podrían dañar su cerebro. No obstante, muchos padres dejan a sus
hijos en un estado de estrés prolongado y desconsolado, porque no conocen los
riesgos de los niveles tóxicos de las sustancias químicas que inundan su cerebro
[…] Cuando el bebé llora, las glándulas adrenales secretan la hormona del estrés
5 SUNDERLAND, Margot La ciencia de ser padres, Grijalbo, 2007.
denominada cortisol. Si el niño es reconfortado y tranquilizado, el nivel de cortisol
desciende; de lo contrario aumenta. Esta es una situación peligrosa porque, a largo
plazo, el cortisol puede alcanzar concentraciones tóxicas, capaces de dañar las
estructuras y sistemas cruciales del cerebro infantil en desarrollo. El cortisol es una
sustancia química de acción lenta que puede permanecer en el cerebro durante
horas en un alto nivel de concentración […]
Algunos estudios han detectado alteraciones a largo plazo del eje HPA6 del
cerebro infantil debidas a separaciones cortas, cuando el niño quedó a los cuidados
de una persona desconocida. Este sistema de respuesta al estrés es fundamental
para nuestra capacidad de afrontar bien el estrés en la vida adulta. Es muy
vulnerable a los efectos adversos del estrés prematuro»7.
Imagen extraída de La ciencia de ser padres8
A la izquierda puede verse el escáner cerebral de un niño proveniente de un orfanato
rumano que recibía los cuidados físicos básicos pero se veía privado de afecto y
consuelo. A la derecha, el de un niño que ha recibido una crianza afectuosa. Las zonas
negras del escáner representan las áreas inactivas de los lóbulos temporales, vitales para
el procesamiento y la regulación de las emociones, cuya inactividad puede suponer una
inteligencia social y emocional deficiente. En la segunda imagen hay pocas zonas en
negro. Los lóbulos temporales están activos.
6 Hipotálamo, glándula Pituitaria, glándulas Adrenales 7 SUNDERLAND, Margot La ciencia de ser padres, Grijalbo, 2007. 8 SUNDERLAND, Margot La ciencia… cit.
Me pregunto como sería el escáner cerebral de un niño rosarino que pide monedas
descalzo, o el de uno que limpia parabrisas (cuando lo dejan), o el de esa nena siempre
triste de tres años que ingresó en la guardería de mi barrio a los cuarenta y cinco días.
En Los gritos del lactante9, el autor nos invita a imaginar cuán preocupante sería la
labor de los padres de no existir el llanto del bebé como “principal medio de
comunicación por el cual el pequeño lactante expresa sus necesidades”: “estarían
obligados a imaginar cuándo tiene hambre el bebé, cuando está sucio y cuáles, en fin,
son sus diferentes necesidades y malestares. En definitiva, la situación que a primera
vista parecería más tranquila y menos ansiógena concluiría por ser en realidad más
preocupante, pues obligaría a los padres a efectuar constantes averiguaciones sobre el
estado del bebé”.
Lamentablemente, contamos con claros ejemplos de llanto ausente que no dan lugar
a una respuesta más activa de los padres sino todo lo contrario. Se trata de los bebés que
terminan por desactivar su llanto al cabo de repetidas frustraciones. Como
consecuencia, las necesidades del bebé no manifestadas se consideran necesidades
inexistentes. Las que favorecen una paternidad más tranquila con un bebé menos
demandante que los mismos padres ayudaron a constituir.
Las preguntas que más he escuchado como madre de dos bebés fueron: ¿Llora
mucho? ¿Duerme bien? ¿Es tranquilo? Hay una tendencia a suponer que el bebé ya
tiene un temperamento definido. Que el bebé “ya es” y no que “va siendo”. Además lo
pensamos como sujeto individual separado de su madre. Clasificamos a los bebés en
demandantes y no demandantes pero no clasificamos a los padres como
respondedores10 o elusivos. Todos los bebés tienden a llorar mucho cuando nacen, pero
si las demandas fueron satisfechas, seguramente los llantos fueron disminuyendo en
9 Bibliografía suministrada por la cátedra, código 2 (38F), capítulo 7, Postítulo en Desarrollo Temprano. Facultad de Psicología UNR. 10 Utilicé el término “respondedor”, poco utilizado, porque “responsable” no es adecuado para describir el comportamiento de la madre. “Responsable” es quien debería responder, mientras que “respondedor” es quien efectivamente responde. Según la RAE:
respondedor, ra.
1. adj. Que responde. U. t. c. s.
responsable (Del lat. responsum, supino de respondĕre, responder).
1. adj. Obligado a responder de algo o por alguien. U. t. c. s.
Diccionario de la Real Academia Española [en línea] http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=responsable [consulta] 17 de diciembre de 2009.
frecuencia e intensidad, y el recuerdo de los primeros llantos se vuelve impreciso con el
tiempo, dando lugar a la idea de que efectivamente “el bebé llora poco”.
El concepto de díada, acuñado por Spitz11 es útil para entender que en esta simbiosis
mamá-bebé, tanto la demanda del bebé como la respuesta que recibe son constitutivas
de su “temperamento”. Tanto la madre como el bebé crecen en mutua relación. Como
señala Perelló:
«Crecemos en relación con los otros. Si nos quedáramos mirando nuestro
propio ombligo, poco podríamos avanzar en la vida. El bebé crece en la relación
con la madre y la madre crece en la relación con su hijo».12
Luego, la forma de ser del bebé al cabo de unos meses, está en estrecha relación con
las respuestas que recibió durante ese período, a si la madre pudo construir o no una
barrera protectora de estímulos a manera de segunda piel.
En el estudio sobre el llanto de los bebés anteriormente citado se concluye
finalmente:
«…hacia el final del primer año las diferencias individuales en llantos reflejan
más la historia de las respuestas que la madre dio a esos llantos, que eventuales
diferencias constitucionales en la irritabilidad de los bebés. Mientras que los
lactantes evolucionan en lo que se refiere a la frecuencia de sus llantos —es decir,
que quizás en los primeros días hayan sido muy propensos a llorar (en comparación
con otros recién nacidos) y al año ya lo son menos (en comparación con otros
bebés de un año)—, las madres, por lo contrario, conservan aproximadamente el
mismo tipo de actitudes a todo lo largo del primer año: “Las tendencias maternas a
responder a los gritos con una demora más o menos prolongada, cuando no a
ignorarlos por completo, parecen constituir características relativamente estables”.
En este estudio se comprobó que los bebés que lloraban mucho en el segundo
semestre del primer año del primer año tenían madres que por lo general ignoraban
sus llantos; la disminución de la frecuencia y la duración global de los llantos se
asociaba fundamentalmente a la prontitud de la respuesta de la madre.»13
11 Concepto de díada Spitz 12 PERELLÓ, María R. Sigmund Freud. Algunos conceptos básicos. Curso Desarrollo Temprano en Educación y Salud. Facultad de Psicología UNR (cod 15 – 12F). 13 Bibliografía suministrada por la cátedra, código 2 (38F)… cit.
¿Existe el “llanto por capricho”?
Algunos padres se preguntan cómo determinar si un llanto es “llanto por capricho”.
¿Qué se entiende por capricho?
Según la definición de diccionario, capricho es una determinación arbitraria
inspirada en el humor o en el simple deseo14. Si lo pensamos detenidamente, las
cualidades esenciales que distingüen a un capricho de otro tipo de determinaciones son:
la arbitrariedad y la obstinación. La arbitrariedad implica que el sujeto no exhibe
“razones” para justificar la selección del objeto —algo natural en los bebés, que no
están dotados de estructuras cognitivas de nivel superior, por tanto es obvio que no
pueden “razonar”. La obstinación, por su parte, implica un mínimo de dos intentos —el
primero fallido— en la consecución del fin. Si lo que se desea se obtiene en el primer
intento no hay porqué obstinarse. Por tanto, mientras que el antojo alude a lo mental —
deseo—, el capricho supone un comportamiento, una posición activa (Ej. un bebé llora,
no es atendido (primer intento fallido), sigue llorando, no hay respuesta, vuelve a
insistir: ¿está encaprichado? —se preguntarán algunos.).
Solemos utilizar el término “antojo” para referirnos a los deseos arbitrarios de los
adultos, pero “capricho” para aludir más específicamente al deseo arbitrario de los
niños. Cuando nos referimos a un adulto “caprichoso” es para señalar en el adulto un
comportamiento infantil. Nótese que “capricho” y “caprichoso” son peyorativos
mientras que “antojo” y “antojadizo” no lo son. Lo peyorativo se aplica a terceros —
decimos “tengo un antojo” pero no decimos “tengo un capricho”—.
Cuando afirmamos que alguien tiene un capricho hacemos una descalificación del
pedido (al juzgarlo caprichoso) y, sobretodo, una descalificación de quien lo pide: en
este caso, un niño. ¿Por qué descalificamos tanto a los niños?
Los descalificamos cuando afirmamos que no saben lo que quieren, que pretenden
controlarnos, manipularnos. Pero si un bebé no puede esgrimir razones ¿como podría
realizar una operación tan compleja como “manipular”?. 14 capricho (Del it. capriccio). 1. m. Determinación que se toma arbitrariamente, inspirada por un antojo, por humor o por deleite en lo extravagante y original.
¿Para qué serviría, después de todo, determinar si un llanto pertenece a la categoría
“por capricho” o no? ¿Por qué tanta insistencia en saber eso? Esta descalificación del
pedido y de quien lo pide, es necesaria para justificar que no hay intención de
responderlo —aunque la decisión de no responderlo sea previa a la valoración del
pedido. Se necesita justificar el comportamiento de los padres, no de los niños.
Probablemente, si el llanto es por capricho, la reacción del padre será dejarlo llorar,
y si no lo es, le dará lo que pide. Ambas respuestas eluden la cercanía y el contacto. Y
cuando lo que pide el bebé es precisamente “el contacto”, no siempre se considera un
pedido válido. Todas las estrategias apuntan a economizar tiempo, aquello de lo que
menos se dispone. Y la principal variable de ajuste es el bebé. Muchos tabúes sociales
se basan en esta restricción:
«Nuestra sociedad, tan comprensiva en otros aspectos, lo es muy poco con los
niños y con las madres. Estos modernos tabúes podrían clasificarse en tres grandes
grupos:
— Relacionados con el llanto: está prohibido hacer caso de los niños que lloran,
tomarlos en brazos, darles lo que piden.
— Relacionados con el sueño: está prohibido dormir a los niños en brazos o
dándoles pecho, cantarles o mecerles para que duerman, dormir con ellos.
— Relacionados con la lactancia materna: está prohibido dar el pecho en
cualquier momento o en cualquier lugar; o a un niño «demasiado» grande.
Casi todos ellos tienen una cosa en común: prohíben el contacto físico entre
madre e hijo. Por el contrario, gozan de gran predicamento todas aquellas
actividades que tiendan a disminuir dicho contacto físico y a aumentar la distancia
entre madre e hijo:
— Dejarlo solo en su propia habitación.
— Llevarlo en un cochecito o en uno de esos incomodísimos capazos de
plástico.
—Llevarlo a la guardería lo antes posible, o dejarlo con la abuela o mejor con la
canguro (¡las abuelas los «malcrían»!).
—Enviarlo de colonias y campamentos lo antes posible durante el mayor
tiempo posible.
—Tener «espacios de intimidad» para los padres, salir sin niños, hacer «vida de
pareja».
Aunque algunos intentan justificar estas recomendaciones diciendo que es «para
que la madre descanse», lo cierto es que nunca te prohíben nada cansador. Nadie te
dice: «No friegues tanto, que se malacostumbra a tener la casa limpia», […] En
realidad, lo prohibido suele ser la parte más agradable de la maternidad: dormirle en
tus brazos, cantarle, disfrutar con él. Tal vez por eso, criar a los hijos se hace tan
cuesta arriba para algunas madres. Hay menos trabajo que antes (agua corriente,
lavadora automática, pañales desechables...), pero también hay menos
compensaciones. En una situación normal, cuando la madre disfruta de la libertad
de cuidar a su hijo como cree conveniente, el bebé llora poco, y cuando lo hace su
madre siente pena y compasión («Pobrecito, qué le pasará»). Pero cuando te han
prohibido cogerlo en brazos, dormir con él, darle el pecho o consolarlo, el niño llora
más, y la madre vive ese llanto con impotencia, y a la larga con rabia y hostilidad
[…]
Demasiadas familias han sacrificado su propia felicidad y la de sus hijos en el
altar de unos prejuicios sin fundamento15.»
Así que la respuesta es no, no existe el llanto por capricho. Todos los llantos se
basan en una necesidad auténtica:
«Los bebés están genéticamente programados para pedir consuelo cuando están
afligidos. El llanto es su forma de pedir ayuda para afrontar las abrumadoras
emociones y las terribles sensaciones físicas que su cerebro todavía no puede
administrar solo. Los bebés no lloran para ensanchar los pulmones, ni para
controlar a la madre, […]. Lloran cuando se sienten desdichados y necesitan dar la
voz de alarma, porque algo les molesta, sea físico o emocional. Lloran para pedir
auxilio […].
La separación aflige a los pequeños humanos tanto como el dolor físico.
Cuando el niño sufre por la ausencia de sus padres, en su cerebro se actúan
las mismas zonas que cuando padece un dolor físico. Es decir, el lenguaje de
la pérdida es el mismo que el lenguaje del dolor. No tiene sentido aliviar los
dolores físicos, como el del corte en una rodilla, y no consolar los dolores
15 GONZALEZ, Carlos Bésame mucho Temas de hoy, 2003. «Carlos González (Zaragoza, 1960), licenciado en Medicina por la Universidad Autónoma de Barcelona, se formó como pediatra en el Hospital de Sant Joan de Déu de esta ciudad. Fundador y presidente de la Asociación Catalana Pro Lactancia Materna, ha impartido cursos sobre lactancia materna para profesionales sanitarios y ha traducido diversos libros relacionados con el tema, además de ser responsable del consultorio sobre lactancia materna de la revista Ser Padres. Ha publicado Mi niño no me
come, libro de gran éxito en el que desdramatizaba el problema de la inapetencia infantil y daba las claves para resolverlo».
emocionales, como la angustia de la separación. Pero, tristemente, esto es lo
que hacen muchos padres. No acaban de aceptar que el dolor emocional de
su hijo es tan real como el físico. Es un hecho neurobiológico que todos
deberíamos respetar»16
16 SUNDERLAND, Margot La ciencia… cit.
“Cuanto antes mejor”
En una época fue sólo preescolar, luego vinieron el jardín de infantes, la salita de
tres, la salita de dos del maternal… Los niños debutan en sociedad cada vez más
pequeños. Aprenden las reglas de un adulto para varios, de tolerar la frustración de no
ser únicos, de tener que competir para ser vistos y escuchados, y de hacer todo esto con
un límite de tiempo: “cuanto antes mejor”.
Hoy preferimos el término “jardín maternal” al de “guardería”. Suena aberrante
pensar que los “guardamos”, es mejor recordar que los educamos, que los socializamos
tempranamente. Pero si ya no hay guarderías y ahora todo es jardín, se pierde la
diferencia entre el bebé y el niño, entre criar y educar, se diluye el pasaje de la
dependencia absoluta a la autonomía en la pretensión omnipotente de que los bebés
serán independientes desde el inicio. Entre un bebé y un niño hay miles de años de
evolución, pero quedan amalgamados y sintetizados bajo el rótulo “jardín”.
Los períodos críticos —como la impronta17 o el establecimiento del vínculo— son
demasiado cortos, y las experiencias vividas prácticamente irreversibles. Pero estas
oportunidades fugaces pasan inadvertidas mientras algunos adultos insisten en que los
bebés deben ser “independientes”, en que los bebés deben estar “adaptados”[1], en que
los bebés no deben ser llevados “aúpa” para que no se “malacostumbren”, los bebés
deben quedarse en el cochecito, deben ser amamantados cada tres horas, deben tener los
límites claros, entre los cuales figura el aprender a comer solo —que no le den en la
boca—, a dormir solo —no en la habitación de sus padres—, a jugar solo —sin llamar a
ningún adulto—, y cuanto mayor sea el número de actividades que los bebés realicen
solos mayor será su nivel de autonomía, porque desde que hicieron su triste ingreso en
la salita de “cero”18, los bebés se han transformado en alumnos.
17 Impronta: Un ejemplo de conducta instintiva en el que Bowlby inspiró su teoría: «Las cuatro características básicas que Lorenz atribuyó a la impronta son: a) que tiene lugar solamente durante un período crítico y breve del ciclo vital; b) que es irreversible; c) que se trata de un aprendizaje supra individual; y d) que afecta a pautas de conducta todavía no desarrolladas en el repertorio del organismo,…» John Bowlby, El apego y la pérdida (tomo I), Paidós, 1998, pág. 235. 18 En alusión a los nombres de las aulas en el jardín de infantes: por Ej. salita de “tres” para los niños de tres años.
Los cortes
En el transcurso de un proceso19 se suele denominar “corte” a un receso entre dos
períodos secuenciales tal que la finalización de uno de ellos es condición necesaria para
el inicio del próximo. Los períodos así delimitados se denominan “etapas”. Tratándose
del desarrollo infantil, los padres damos por sentado que cada etapa supone un progreso
respecto de la anterior.
Cortamos para descansar, como en un recreo entre dos asignaturas, el que
esperamos con el único consuelo del “ya va a pasar”, “es sólo una etapa”.
Nuestro lenguaje de madres que sólo sabe de “teta”, “mamadera”, “chupete”,
“pañal”, “mojar la cama”, en términos de etapas, también sabe de “destete”, “tomar en
taza”, “dejar el chupete”, “dejar el pañal”, “controlar esfínteres”, en términos de cortes,
porque en él subyacen las reglas de la división freudiana de las etapas del desarrollo:
oral, anal y fálica, que fuimos incorporando intuitivamente a partir de nuestra
interacción con psicólogos, docentes, pediatras y otras madres.
Cada etapa propone lo que percibimos como un corte, un punto final en el cual
nuestro hijo resuelve un conflicto, y debe resolverlo necesariamente, a riesgo de quedar
fijo en él, lo que se considera patológico. Es decir que cada etapa gira en torno a un
problema potencial. Por tanto, nos genera angustia, y nos lleva, como es natural, a
esperar los cortes. Según Stern:
« las fases freudianas de la oralidad, la analidad, etcétera, se refieren no sólo a
etapas del desarrollo de las pulsiones, sino también a períodos potenciales de
fijación —es decir, a puntos específicos de origen de la patología— que más tarde
resultarán en entidades psicopatológicas específicas. […]
Estos psicoanalistas son teóricos del desarrollo que trabajan retrocediendo en el
tiempo. Su meta primaria era ayudar a comprender el desarrollo de la
psicopatología. Se trataba de hecho de una tarea de urgencia terapéutica, no
abordada por ninguna otra psicología del desarrollo. Pero esa tarea los obligó a
asignar un papel central en el desarrollo a problemas clínicos seleccionados
patomórficamente. […]
19 Proceso entendido como desarrollo, es decir, basado en el cambio a través del tiempo.
Pero las teorías psicoanalíticas asumen también otro supuesto: el de que la fase
patomórficamente designada en la que un rasgo clínico se elabora evolutivamente
es un período sensible en términos etológicos. A cada rasgo clínico separado, como
la oralidad, la autonomía o la confianza, se le asigna una brecha de tiempo limitado,
una fase específica en la que el rasgo clínico específico de la fase “cobra
ascendencia, entra en su crisis y encuentra su solución duradera a través de un
encuentro decisivo con el ambiente”20».
Creo que la teoría del apego se percibe como más “tranquilizadora” respecto de los
límites de tiempo. Esta división en etapas ya no es esencialmente secuencial. Si bien el
apego se desarrolla en el tiempo, y los primeros tres años son fundamentales, la
constitución del psiquismo parece adoptar una forma de adentro hacia fuera, en capas
concéntricas, más que en línea recta. El apego parte de un sentimiento nuclear que nos
acompaña a lo largo de toda nuestra vida, por tanto no hay necesidad de apurar los
tiempos, el progreso de la vida adulta está asociado a la profundidad y a la calidad de las
experiencias de apego de la infancia, a su estabilidad y continuidad, mas no a su
duración porque la conducta de apego no “finaliza”. ¿Para que apurarnos entonces a que
los niños sean independientes? Si la única forma de que realmente lo sean es que
primero hayan sido dependientes, tanto como lo hayan necesitado y demandado.
«La teoría del apego considera la tendencia a establecer lazos emocionales
íntimos con individuos determinados como un componente básico de la naturaleza
humana, presente en forma embrionaria en el neonato y que prosigue a lo largo de
la vida adulta, hasta la vejez. Durante la infancia, los lazos se establecen con los
padres (o los padres sustitutos), a los que se recurre en busca de protección,
consuelo y apoyo. Durante la adolescencia sana y la vida adulta, estos lazos
persisten, pero son complementados por nuevos lazos, generalmente de naturaleza
heterosexual. […]
[…] el apremiante deseo de consuelo y apoyo en situaciones adversas no se
considera pueril, como da por sentado la teoría de la dependencia. En lugar de ella,
la capacidad de establecer lazos emocionales íntimos con otros individuos —a
veces desempeñando el papel de buscador de cuidados y a veces en el papel de
20 STERN, Daniel N. El mundo interpersonal del infante Paidós, Buenos Aires, 2005, pp. 36-37.
dador de cuidados— es considerada como un rasgo importante del funcionamiento
efectivo de la personalidad y de la salud mental»21.
En relación al desarrollo, Berger sostiene:
«La cuestión fundamental, es decir, si el desarrollo ocurre gradualmente o en
etapas, no es exactamente teórica. Si son etapas, entonces los padres se deben
adaptar a cualquier estadio por el que atraviesen sus hijos en cualquier momento
dado. El humor de los bebés, […], la rebelión del adolescente, son todas “etapas”,
algo que pasará con la edad. Si no hay etapas, entonces las sociedades y los padres
necesitan estar siempre activos ocupándose del niño; cada día, cada año, son
igualmente importantes»22.
21 BOWLBY, John Una base segura… p. 142 22 BERGER, Kathleen Stassen Psicología del desarrollo, Editorial Médica Panamericana, Buenos Aires, 2004, p. 56-57 (Capítulo 2: Las teorías del desarrollo).
Conclusión
Los ambientalistas nos enseñaron que debemos mirar el mundo que nos rodea para
entendernos como humanos. ¿Cómo es el mundo que nos rodea hoy?
En el mundo que nos rodea, los bebés son separados de sus madres y confiados a
instituciones donde serán atendidos en forma alternada por distintos cuidadores, a
quienes se les brinda una completa capacitación para hacerse cargo de las necesidades
fisiológicas de los niños y para entender sus necesidades afectivas aunque se vean
imposibilitados de satisfacerlas por completo debido al número de niños que tienen a
cargo —entendiendo que cada niño demanda, para el desarrollo de un apego seguro, una
dedicación casi exclusiva.
En el mundo que nos rodea conviene más la postura freudiana —inicial— de
considerar al alimento como causa de la vinculación y como necesidad primaria:
podemos reemplazar la teta fácilmente con mamadera. En cambio, si lo primario es el
vínculo, la cosa cambia. Lo que sabemos hasta ahora es que los monos Rhesus de
Harlow aceptaron mamaderas en reemplazo de pechos, y paños peludos en vez de
regazos; de los bebés humanos sabemos que aceptan, en determinadas condiciones, una
mamadera en vez de teta, pero aunque no se hayan hecho experimentos con mujeres de
alambre cubiertas de paño, sabemos con certeza que la piel humana no es reemplazable.
La piel, nuestro límite con el mundo, que nos protege de él y nos comunica con él, se
construye en relación —cálida y continuada23— con una madre afectuosa —“humana”.
En síntesis, desde el punto de vista del bebé, el mundo que nos rodea es igual que
hace treinta mil años, lo prioritario es que no lo separen de su madre.
Creo que una mayor difusión de las concepciones del desarrollo temprano entre los
padres y la comunidad en general sería una gran contribución a la prevención, puesto
que somos los padres quienes decidimos —con mayor o menor libertad— sobre los
destinos de nuestros hijos. En tanto los asistentes del maternal sigan teniendo a su cargo
decenas de bebés, mejorar su capacitación es insuficiente, la problemática de la
23 Los teóricos del apego ponen mucho énfasis en la continuidad de los cuidados.
separación no está dentro de la institución sino en la frontera que divide la guardería y la
casa.
Los cursos en desarrollo temprano deberían estar dirigidos especialmente a los
padres. Somos nosotros quienes deberíamos llenar las aulas. Sin importar cuánta buena
voluntad e idoneidad demuestren los cuidadores, el sistema en el que están inmersos no
favorece —ni permite— las relaciones de apego. La problemática central que
abordamos en este postítulo es la separación. Una sombra que crece velozmente para
alcanzarnos a todos, que se filtra en los intersticios que separan los jardines maternos de
los hogares, en las conversaciones entre docentes y madres, en la esterilidad de los
diagnósticos, en la amargura de la impotencia. Si la enfermedad es una consecuencia del
abandono entonces la enfermedad es el abandono. Eso es lo que hay que resolver,
diagnosticar, prevenir, antes que la hiperactividad, la falta de concentración o la
violencia; aunque nos resulte chocante y desalentador, seguimos sin enfrentar la
cuestión de fondo: que los bebés jamás deberían ser separados de sus madres.
Notas
1. Sobre el concepto de adaptación: «Por numerosas razones, los conceptos de adaptación y
de adaptabilidad plantean una serie de dificultades. En primer lugar, los términos en sí —
adaptarse, adaptado, adaptación— poseen más de un significado. En segundo término, en los
sistemas biológicos, la condición de estar adaptado se logra por medios poco habituales, cuya
comprensión impide constantemente el fantasma de la teleología. Una tercera razón, que
interviene cuando se analiza el aparato biológico del ser humano, reside en que el hombre
moderno posee una extraordinaria capacidad para modificar el ambiente según sus propios
deseos […] para que un sistema funcione adecuadamente, tiene que estar en el ambiente para el
que posee una capacidad concreta de adaptarse. Por tal razón, al estudiar las conductas
instintivas del ser humano (o, para ser más precisos, los sistemas que intervienen en la
producción de determinada conducta instintiva) convendrá considerar, en primer término, la
naturaleza del ambiente al que están adaptados y dentro del cual pueden funcionar. Este estudio
plantea algunos problemas poco corrientes.
Dos de las características principales del ser humano son su versatilidad y su capacidad de
innovación. Al ejercer estas capacidades, el ser humano ha podido, en los últimos milenios,
ampliar los ambientes dentro de los que puede vivir y procrear, hasta incluir condiciones
naturales extremas. Asimismo, y de manera más o menos deliberada, el hombre ha modificado
esas condiciones de tal modo que crea toda una serie de ambientes totalmente nuevos, producto
de su propia obra. Por supuesto, las modificaciones introducidas en el ambiente han dado lugar
a un aumento espectacular en la población mundial, al mismo tiempo que han hecho mocho más
difícil la tarea del biólogo, empeñado en definir el ambiente de adaptabilidad evolutiva del ser
humano.
En este punto, debe recordarse que nuestro problema reside en comprender la conducta
instintiva del ser humano. Es decir, aunque debe darse amplio reconocimiento a la notable
versatilidad de éste, a su capacidad de innovación y a las auténticas proezas que ha realizado en
la modificación de su ambiente, ninguno de estos atributos constituye nuestro objeto de interés
inmediato. Por el contrario, lo que nos interesa aquí es centrarnos en los componentes
ambientalmente estables del repertorio de conductas del ser humano y en el ambiente de
adaptación, relativamente estable, en el que probablemente se desarrolla éste. ¿Cuál es,
entonces, la naturaleza de ese ambiente, o cuál ha sido en el pasado? Para la mayoría de las
especies animales, el hábitat natural presenta variaciones muy limitadas y sufre cambios
sumamente lentos. El resultado es que cada especie vive hoy en un ambiente que difiere poco o
nada del ambiente en el que se desarrolló su bagaje de conductas y dentro del cual quedó
adaptado tal bagaje para actuar. Por consiguiente, cabe suponer, sin temor a equivocarnos, que
el hábitat que ocupa determinada especie en la actualidad, o es el mismo de su adaptación
evolutiva, o es muy parecido a él. Pero no ocurre así en el caso del ser humano. En primer lugar,
es enorme la variedad de hábitats en los que actualmente vive y se reproduce. En segundo
término —y más importante aún— la velocidad con que se ha diversificado el ambiente del ser
humano, en especial en los últimos siglos, con las modificaciones introducidas por él mismo, ha
superado ampliamente el ritmo de la selección natural. Por lo tanto puede afirmarse que ninguno
de los ambientes en que vive en la actualidad el hombre civilizado —o incluso incivilizado—
refleja el ambiente natural en el que evolucionaron los sistemas de conductas humanas
ambientalmente estables y al cual se adaptaba de manera intrínseca. Llegamos así a la
conclusión de que el ambiente en función del cual debe considerarse el bagaje instintivo de
adaptabilidad del ser humano es el que éste habitó durante dos millones de años, hasta que los
cambios introducidos en el cuso de los últimos milenios produjeron la extraordinaria diversidad
de hábitats que ocupa el hombre actualmente […], con toda probabilidad, ese ambiente
primigenio natural —definible dentro de ciertos límites— fue el que planteó todas las
dificultades y riesgos que actuaron como agentes selectivos durante la evolución del repertorio
de conductas que aún caracterizan al hombre moderno. Es decir que tal ambiente primitivo es,
casi sin lugar a dudas, su ambiente de adaptación evolutiva. De ser correcta esta tesis, el único
criterio relevante para considerar la capacidad de adaptación natural de cualquier parte
concreta del repertorio de conductas del hombre contemporáneo es el grado y el modo en que
habría contribuido a la supervivencia de la población en el ambiente primitivo del ser
humano.»
John Bowlby, El apego y la pérdida (Tomo I) pp. 88 a 97 (el subrayado es mío).
De las anteriores afirmaciones de John Bowlby se desprende que cada vez que nos
enfrentamos a una innovación en el ambiente, una forma simple de saber si nuestros bebés
estarán en condiciones de “adaptarse” a dicha innovación, sería preguntarnos si los bebés
primitivos se hubieran adaptado. ¿Se habrían adaptado los bebés primitivos a quedarse solos
mientras sus madres salían a recoger alimento? No, habrían sido devorados por depredadores.
¿Se habrían adaptado los bebés primitivos a dormir solos por la noche en medio de la selva? La
respuesta también es negativa. ¿Se habrían adaptado de no utilizar el llanto como medio de
comunicación con su madre? Tampoco. Entonces porqué pensar que ahora sí pueden. Todo lo
citado anteriormente es para aclarar que en términos evolutivos 30000 años no produjeron
cambios a nivel adaptativo en la constitución genética (sí en la cultural), pero los bebés al nacer
traen un repertorio de conductas heredadas, no culturales aprendidas.
2. Sobre evolución y cultura.
«Hace millones de años, antes de que comenzase nuestra evolución cultural, las madres
prehumanas cuidaban ya a sus hijos.
Tanto los hijos como las madres mostraban una conducta innata, instintiva, determinada por
los genes. Aquella conducta estaba plenamente adaptada al ambiente en que evolucionó nuestra
especie, probablemente en pequeñas bandas de recolectores y carroñeros, en una sabana poblada
por peligrosos predadores.
Desde entonces, diversos grupos humanos han ideado y vuelto a olvidar docenas de
métodos de crianza.
En las culturas tradicionales, los padres aprendían por observación la forma «normal» de
criar a sus hijos, y los cambios eran lentos y escasos. En nuestra sociedad de la información y el
desarraigo, la madre puede rechazar como inadecuada o anticuada la forma en que su propia
madre la crió, y sustituirla por los consejos de sus amigas o por lo que ha leído en
libros o visto en películas.
De este modo conviven métodos de crianza muy distintos.
Unos padres duermen con su hijo, otros lo instalan en una habitación separada. Unos lo
toman en brazos casi todo el rato, otros lo dejan en una cuna, aunque llore. Unos toleran
pacientemente las rabietas y exigencias de los niños pequeños, otros intentan corregirlos con
severos castigos. Cada uno de ellos, por supuesto, está convencido de que hace lo mejor para
sus hijos, ¡si no, no lo haría! Pero, sea lo que sea lo que hemos aprendido, leído, visto,
escuchado, creído o rechazado a lo largo de toda nuestra vida, nuestros hijos nacen iguales.
Nacen sin haber visto, oído, leído, creído o rechazado nada. En el momento de nacer, sus
expectativas no vienen marcadas por la evolución cultural, sino por la evolución natural, por la
fuerza de los genes.
En el momento de nacer, nuestros hijos son básicamente iguales a los que nacieron hace
cien mil años.
La forma en que los bebés se comportan espontáneamente, la forma en que esperan ser
tratados, la forma en que reaccionan a los diferentes tratos que reciben, no ha cambiado en
decenas de miles de años. Si queremos entender por qué los niños son como son, hemos de
remontarnos muchos milenios atrás y observar cómo nos adaptamos a nuestro ambiente
evolutivo.» Carlos González, Bésame mucho, Temas de hoy, 2003.
Bibliografía
“Los gritos del lactante” en Bibliografía suministrada por la cátedra, código 2 (38F),
capítulo 7, Postítulo en Desarrollo Temprano. Facultad de Psicología UNR.
BERGER, Kathleen Stassen Psicología del desarrollo, Editorial Médica Panamericana,
Buenos Aires, 2004.
BOWLBY, John El apego y la pérdida (tomo I), Paidós, 1998.
BOWLBY, John Una base segura, Paidós … pp. 40-41.
Diccionario de la Real Academia Española [en línea]
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=responsable.
GONZALEZ, Carlos Bésame mucho Temas de hoy, 2003.
PERELLÓ, María R. Sigmund Freud. Algunos conceptos básicos. Curso Desarrollo
Temprano en Educación y Salud. Facultad de Psicología UNR (cod 15 – 12F).
STERN, Daniel N. El mundo interpersonal del infante Paidós, Buenos Aires, 2005.
SUNDERLAND, Margot La ciencia de ser padres, Grijalbo, 2007.