Date post: | 29-Mar-2016 |
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Pájaros alabana los dioses
B ajando en espiral se ven a lo lejos los
imploradores de lluvia en pleno ritual. Ofrenda a
los dioses de origen mesoamericana, el juego del
volador (o la danza de los voladores de Papantla como
se le conoce comúnmente), es un complicado acto
adoratorio en el que cuatro voladores suben a un palo
de aproximadamente 30 metros de altura y se dejan
caer, simplemente agarrados de una cuerda atada a la
cintura, mientras un quinto, el caporal, los va dirigiendo
con bailes y melodías al estilo totonaco.
Al parecer, el ritual tuvo un éxito contundente ya que la ceremo-
nia se empezó a realizar en varias partes del territorio mesoame-
ricano y con gran continuidad, volviéndose así, en una tradición
anual que se realizaba al principio de la primavera para lograr
con esto lluvias suficientes para tener una buena siembra que de
las mejores cosechas.
La tradición de los voladores no tiene una fecha de origen exacta pero la leyenda cuenta que muchos
años antes de la llegada de los españoles, una gran sequía en el señorío del Totonacapan (actualmente
territorios de Veracruz y Puebla) pego fuertemente en estas tierras diezmando demasiado a su pobla-
ción por lo que los grandes sabios encomendaron a un grupo de jóvenes castos buscar el árbol más
alto, recio y recto que existiera en el monte con el que realizarían un ritual en la parte más alta de su
tronco para que sus peticiones alcanzaran el cielo y en el que pedirían la benevolencia de los dioses
para que regresen las lluvias, en tal medida que la tierra recuperara su fertil idad.
Originalmente y a diferencia de lo que comúnmente se piensa,
este ritual comenzaba con la búsqueda del tronco encabezada
por el caporal, en el momento de su encuentro se realizaban
danzas, ofrendas y alabanzas a su alrededor, haciendo reverencias
en dirección a él y a los puntos cardinales en petición del perdón
de Kiwi Qolo, el dueño del monte, por quitarle la vida de su árbol,
posterior a esto, el tronco se trasladaba a el lugar donde sería
“sembrado” pero sin tocar en ningún momento el piso o mujer
alguna, pues se pensaba que eso podía ser símbolo de mala suerte.
Al momento de plantar el
tronco en la tierra se
procedía a realizar una
ofrenda consistente en un
gallo o seis pollos vivos
bañados de aguardiente
y tabaco, que serviría de
presente para que Kiwchat,
la dueña del monte, no
reclamara la vida de los
voladores.
Llega la hora de volar. Para el
momento en el que los
danzantes se tiran al vacio se
le pone una escalera de liana
al poste, por él suben los
cuatro voladores y el caporal,
este se coloca al centro, flautín
y tambor en mano, los demás
en cada punto cardinal. Se
escuchan las primeras notas,
de repente se da la señal, al
fin llegó el momento de saltar,
cada uno emprende el vuelo
dando vueltas alrededor del
antiguo árbol, dando trece
vueltas alrededor del árbol,
multiplicando las vueltas
como lluvia caída del cielo por
cada uno de ellos, resultando
cincuenta y dos, el periodo de
años que dura el Xiuhmolpilli ,
su calendario. Los danzantes
comienzan a tocar el piso.
En este momento el rito ha
terminado.