ANTUCO, una tragedia olvidada
Por: 200911300S032
Fuente: Investigación Administrativa
Han pasado seis años desde que ocurrió uno de los episodios más
tristes y complejos para el Ejército chileno, el cual terminó con la
vida de 44 soldados y un sargento. Aún la historia no está cerrada.
Por un lado el Estado pagó la indemnización sólo a algunas familias
de las víctimas; por otro, los sobrevivientes de la tragedia también
reclaman una compensación. Esta es la reconstrucción de la
marcha de Antuco, desde la mirada de sus protagonistas y una
exhaustiva investigación en los expedientes judiciales.
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“Llegué a las 6:30 de la mañana a la
morgue de Los Ángeles. Entré junto con una señora al lugar. Mis ojos se posaron inmediatamente en el cuerpo del soldado muerto, quien estaba tendido sobre una camilla. La señora era su madre, una mujer muy humilde, que reconoció de inmediato a su hijo. La escena era conmovedora, pero había que seguir con los ritos habituales, alguien tenía que vestirlo. Nos miramos y la mujer me dice: ‘señor ¿lo visten ustedes o lo visto yo?’, ‘cómo usted quiera’ le respondí, y de inmediato le pregunté ‘¿quién lo vistió cuando nació?’. ‘Yo’, me respondió. Y así lo hizo. Lo vistió con un cariño y una serenidad impresionantes. Luego se despidió de él con un beso”, cuenta emocionado el ex Comandante en Jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre. Había pasado poco más de un mes desde que sucedió la tragedia y recién, ese 6 de julio de 2005, fue rescatado de la nieve el último soldado del pelotón de marcha: Silverio Avendaño Huilipán. El joven tenía 18 años y había entrado al Ejército dos meses antes, como única oportunidad para salir de la pobreza familiar y seguir una carrera en la escuela de Suboficiales. Descrito por algunos sobrevivientes como alguien “tímido pero alegre”, Silverio Avendaño vivía junto sus padres y hermanos en una parcela ubicada en el sector rural de Carrizal Maipo, a 60 kilómetros al interior de Nacimiento, en la Octava Región. El caso de Avendaño se repitió varias veces durante el rescate de los 44 cuerpos restantes. Los soldados habían partido el 18 de mayo de 2005, para completar una marcha de instrucción. El circuito contemplaba los faldeos del Volcán Antuco, desde el refugio militar de Los Barros hasta el de La Cortina.
La travesía sólo fue completada por 90 soldados, quienes se salvaron de morir a causa del viento blanco, que silencioso, congeló los cuerpos de los conscriptos. Los jóvenes murieron de hipotermia, y uno a uno fueron cayendo en la nieve, de rodillas, sentados o simplemente quedaron inmóviles negándose a dar un paso más. Sus compañeros los arrastraban como podían, hasta que no pudieron más, y simplemente ellos también cayeron víctimas de la ventolera, quedando durante semanas sepultados en la nieve. Han pasado seis años desde que ocurrió la tragedia y aún la historia no está cerrada. Si bien, casi todos los familiares de las víctimas recibieron las indemnizaciones correspondientes por parte del Ejército y el Estado, aún existen familias que no han visto rastros de ese dinero. Al mismo tiempo, desde el 2007 un grupo de sobrevivientes aún mantiene en pie una demanda contra el Estado. Y a pesar de que el entonces gobierno de Michelle Bachelet les otorgó además, beneficios en materias de salud, vivienda y educación, nada de esto quedó por escrito, siendo una de las principales luchas de estas familias, el poder acceder a estos beneficios de palabra. Fuente: Qué Pasa
Juan Emilio Cheyre, ex Comandante en Jefe.
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La fatídica marcha En abril de 2005, un grupo de jóvenes de escasos recursos, habían ingresado al Regimiento Reforzado N°17 de Los Ángeles, en la VIII Región del Biobío, para hacer su servicio militar. Como todos los años les correspondía realizar su período de instrucción. Sólo habían dos posibles lugares para este ejercicio: el predio de Laguna Verde ubicado a 30 kilómetros al norte de Los Ángeles; o el sector del volcán Antuco en la misma localidad. Por diversas razones, entre ellas un posible foco de Virus Hanta, se desechó la opción de Laguna Verde y se optó por la zona cordillerana de Antuco, la que además contaba con dos refugios militares. Parecía en ese momento la mejor decisión. Durante dos semanas los soldados, cuyas edades fluctuaban entre 18 y 19 años, fueron sometidos a distintos ejercicios y pruebas de instrucción. Estos terminarían con una marcha final que debía realizarse antes del 21 de mayo, para que los conscriptos pudieran regresar a Los Ángeles a disfrutar de unos días de franco, es decir de descanso. Se había determinado que la marcha por el sector de Antuco se realizaría a pie, y en ella se recorrerían 20 kilómetros por la ruta que une el refugio militar de Los Barros con el de La Cortina. La marcha no sólo fue propuesta por los mandos militares, sino completamente aprobada por ellos. A la actividad asistieron 17 oficiales, 86 hombres del cuadro permanente, 367 soldados conscriptos y 11, que iban como personal de apoyo, todos ellos pertenecían al Batallón de Infantería del Regimiento Reforzado N°17 de Los Ángeles. A su vez, éste estaba dividido en cinco Compañías: Cazadores, Ingenieros, Plana Mayor y Logística, Andina, y finalmente Morteros.
El día 17 de mayo de 2005, tanto la Compañía de Plana Mayor y Logística, como la Compañía de Cazadores -que incluía a un grupo femenino- marchó como correspondía, y a pesar de la nieve llegaron sin mayores inconvenientes hasta el refugio de La Cortina. Al día siguiente, el 18 de mayo, era el turno de la Compañía de Morteros y de la Compañía Andina, que reunían en total 134 soldados. Como era de suponer, todo debía resultar igual, pero un frente de mal tiempo, que no era común en esa época del año, acompañado por un intenso viento blanco, cambió el destino de estos jóvenes soldados. La instrucción a los conscriptos que marcharon el fatídico 18 de mayo, fue entregada la noche anterior. Ahí les informaron que saldrían a las 5 de la mañana, por lo que debían comenzar a preparar sus mochilas y secar sus ropas antes de dormir. “En la noche conversamos, echamos la talla y después nos quedamos dormidos. En la mañana nos levantamos, nos tomamos una leche y un pan con mantequilla y salimos a formarnos al patio. Ya estaba todo nevado”, cuenta Robert Acuña, uno de los soldados sobreviviente de la Compañía de Morteros. Fuente: Investigación Administrativa
Mapa de la zona de marcha.
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Una vez que todos estaban formados, el Mayor Patricio Cereceda, Comandante del Batallón, se despidió de los soldados y les deseó suerte. A pesar de, que el mal tiempo era evidente, se inició la marcha como estaba programada. A las 5:15 am la Compañía de Morteros comenzaba la hazaña, tres horas más tarde, a las 8:15 am, lo hicieron los integrantes de la Compañía Andina. Al poco rato de iniciada la travesía, aproximadamente a unos 800 metros del refugio, los soldados debieron cruzar el estero El Volcán, donde varios de ellos mojaron sus ropas. “Cuando cruzamos me mojé hasta la cintura, seguí mojado toda la marcha y la nieve me llegaba a la altura de las rodillas”, señaló en la investigación administrativa, Walter Oliva, soldado sobreviviente de la Compañía de Morteros. A pesar de que las ropas y las mochilas de varios de ellos estaban mojadas, y el frío y la nieve les calaban los huesos, los soldados continuaron la marcha. Sin embargo, el ambiente se había vuelto enrarecido con un clima inhóspito. Incluso algunos manifestaron a sus superiores sus intenciones de volver al refugio, pero no fueron escuchados. Fuente: Investigación Administrativa
Compañía Andina cruzando el estero El Volcán.
Fuente: Investigación Administrativa
Compañía Andina durante la marcha.
Aproximadamente a la 1 de la tarde, el Comandante del Batallón, Patricio Cereceda, quien se encontraba en el refugio de Los Barros, comenzó a recibir las primeras informaciones sobre las inclemencias del tiempo y de lo que estaba ocurriendo con la marcha. Los sistemas de comunicación no eran los óptimos, lo que dificultó la información que se obtenía. En el refugio, desde donde habían salido en la madrugada los soldados, todo era confuso. “Si bien yo no marché producto de una lesión en mi rodilla derecha, me llamó la atención ver a mi Mayor Cereceda nervioso e inquieto. Subía constantemente al segundo piso a hablar por radio, pero nunca lo vi tratar de organizar una patrulla de rescate para auxiliar a mis compañeros que estaban con problemas en el camino”, explicó Jaime Ortega, soldado de la Compañía de Morteros, en la investigación administrativa. Y es que ocurrida la tragedia muchas irregularidades comenzaron a conocerse en la opinión pública y al interior del Ejército. Por ejemplo, los jóvenes conscriptos no contaban con el entrenamiento adecuado para caminar esa cantidad de kilómetros, ni tampoco tenían trajes especiales para soportar esas temperaturas, que superaban
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“Cuando cayó el primero de
mis compañeros, me acuerdo
que lo echaron en un saco de
dormir y lo arrastraron, pero
llegó un momento en que ya
no daban más y lo dejaron
ahí, dentro de una carpa que
habían armado. Y todos
seguimos”, relató Robert
Acuña.
los 20 grados bajo cero. “No me encontraba físicamente apto para marchar ni tenía el entrenamiento. Nunca había caminado tanto y menos con mochila y fusil”, relató Víctor Santander, sobreviviente de la Compañía de Morteros, en la investigación administrativa. Según fuentes militares consultadas, lo adecuado para el período de entrenamiento en que se encontraban los nuevos conscriptos, era una marcha que no superara los 85 minutos de duración y una distancia de cinco kilómetros. Tampoco tenían que llevar más de siete kilos como peso máximo. Y había que tomar en cuenta que todo ello debía ocurrir en condiciones climáticas normales. Pero la realidad fue distinta. Los soldados que realizaron la marcha de Antuco hicieron más de 10 horas de caminata y llevaron un peso que superaba lo permitido. Solamente la mochila de la Compañía de Morteros pesaba nueve kilos, mientras que la de la Compañía Andina pesaba 22 kilos. Pero mojadas ambas pesaban al menos 10 kilos más. “En el período de instrucción en el cual estaban tampoco correspondía hacer distancia de marcha. Es lo mismo que correr una maratón. No puedes llegar el primer día y correr 10 kilómetros, debes hacer un entrenamiento e ir poco a poco durante el año”, explica Alfredo Ewing, en ese entonces Comandante del Comando de Operaciones Terrestres. Cuando llevaban aproximadamente 14 kilómetros recorridos, unas cinco horas y media de marcha, cayó el primer soldado
en la nieve. “Ya era muy tarde para devolverse y no era posible hacer refugios de circunstancia para proteger del viento a los soldados ya que éstos no tenían la instrucción necesaria para armarlos”, explicó el Sargento 2° Abelino Tolosa en la investigación administrativa. Los soldados comenzaron a caer uno a uno. Ya no eran capaces de soportar el cansancio y el frío acababa con la poca energía que les quedaba. “Cuando cayó el primero de mis compañeros, me acuerdo que lo echaron en un saco de dormir y lo arrastraron, pero llegó un momento en que ya no daban más y lo dejaron ahí, dentro
de una carpa que habían armado. Y todos seguimos”, relata con dolor Acuña. La Compañía Andina que inició la marcha más tarde, alcanzó a la Compañía de Morteros y presenciaron el drama que se vivía en los faldeos del Volcán Antuco. A medida que avanzaba en la ruta, Juan Gabriel Rivas vio los cadáveres de 20 de sus compañeros, quienes
yacían en la nieve. Pero también fue testigo de la agonía de otros cinco soldados, a quienes vio morir frente a sus ojos. “Junto a un soldado antiguo tratamos de ayudar a uno y lo llevamos aproximadamente 100 metros, pero se cayó y no lo pude parar más porque ya no me quedaban fuerzas. Lo tuve que dejar”, lamentó este sobreviviente en el sumario administrativo. Las horas que se vivieron ahí arriba fueron terribles, las fuerzas se agotaban y producto del frío los soldados alucinaban y
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eran víctimas del llamado ‘sueño blanco’. “Llegó una instancia en que yo no daba más. Me senté a descansar por cosa de segundos, pensé que dormía horas y horas, pero cuando logré reaccionar me di cuenta que estaba solo, solo en el mundo”, recuerda Robert Acuña y agrega “a mí lo que me dio fuerza y valor para seguir fue Avalancha, la perra San Bernardo que llevábamos. Me subió bastante el ánimo. Estuvo siempre a mi lado dándome calor y llegó conmigo a La Cortina”. Algunos de los sobrevivientes lograron llegar al refugio abandonado de la Universidad de Concepción, ubicado entre Los Barros y La Cortina, para protegerse del frío y pasar la noche, como relató José Ancanao de la Compañía Andina, en la investigación sumaria. “Hicimos fogatas con la madera de las paredes para calentarnos y secar nuestras ropas. Al otro día llegaron cuatro Suboficiales que nos llevaron pan y café y nos guiaron al refugio de La Cortina”. Pasar la noche en ese refugio fue algo que también marcó a este grupo de soldados. “Teníamos miedo hasta de ir al baño. En un momento salimos con dos compañeros a
las inmediaciones del refugio a buscar si había alguien que estuviera desorientado o que necesitara ayuda. A los pocos metros nos encontramos con un soldado que no alcanzó a llegar y eso te da mucha impotencia”, cuenta emocionado Óscar Jélves, sobreviviente de la Compañía Andina. En ese instante, Óscar sintió pena, miedo y rabia. Al día siguiente cuando había que marchar hacia La Cortina, él no quería. Tenía miedo de marchar esos tres kilómetros que le quedaban. “Nos hicieron rezar, nos dieron un café semi tibio y una rodaja de pan duro y partimos. Debemos haber sido unos 30. Nos tomamos todos de las manos y si se caía uno, lo parábamos todos juntos. En ese momento éramos todos hermanos”, dice Jélves. El día 19 de mayo, comenzaron las labores de rescate para trasladar a los soldados sobrevivientes hacia Los Ángeles. No había certeza de cuántos habían muerto ni de sus nombres, lo que generó un ambiente de rabia y angustia entre los familiares, que no sabían si sus hijos estaban vivos o muertos. Alfredo Ewing, Comandante del Comando de Operaciones Terrestres fue el encargado
Refugio La Cortina. En junio pasado aún no había nieve.
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de la búsqueda de los cuerpos durante los primeros 15 días. “Lo que pudimos averiguar, por los primeros soldados que llegaron, fue que al menos cinco compañeros habían muerto en el camino. Teníamos sus nombres, pero no los podíamos decir mientras no los encontráramos. Informamos lo que sabíamos, lo que nos generó un problema comunicacional atroz e incrementó la incertidumbre”, explica. El equipo de rescate a cargo del general Ewing organizaba la búsqueda y disponía los medios necesarios para encontrar los cuerpos de los soldados y tener un panorama de la magnitud de la situación. Primero se hacía un barrido general de búsqueda y luego metro a metro con varillas. “Uno las va enterrando en la nieve y cuando una de ellas queda a una altura diferente de las demás, es porque hay algo. No siempre era un cuerpo, podía ser una mochila o una roca. Fue un proceso muy lento”, explica Pedro Reveco, instructor militar de montaña, quien también participó en el rescate. La recuperación de los cuerpos tardó casi dos meses. El primero, José Bustamante Ortíz, fue encontrado el 19 de mayo y el último, Silverio Avendaño Huilipán, el 6 de julio. Como los soldados no tenían el nombre en sus uniformes, se miraba una foto para poder reconocerlos. “La nieve da una muerte muy tranquila, todas las caras de los muchachos eran serenas, eso me impactó mucho”, recuerda el ex Comandante en Jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre. El último soldado fue el más difícil de encontrar. La información que se tenía era que el cuerpo del joven estaba cerca del refugio de La Cortina y ahí era donde se buscaba. Pero pasaban los días y no aparecía. “Le pregunté a los primos de Avendaño cómo era su estado físico. Ellos
me dijeron que normal, no era atleta ni nada. Gracias a esa información comencé a dudar que efectivamente estuviera donde lo buscábamos, ya que una persona que no tiene muy buen estado físico no es capaz de caminar tanto en esas condiciones”, cuenta Reveco. Con esos detalles, el experto en montaña pidió autorización para cambiar la zona de búsqueda y así lograron encontrar el último cuerpo. Fuente: Investigación Administrativa
Patrullas del Ejército en la búsqueda de los soldados fallecidos.
La pérdida de un hijo Margarita Herrera vive en una modesta casa ubicada en el pasaje Leman, Villa Francia, a unos 10 minutos en colectivo desde el centro de Los Ángeles. Es una casa de dos pisos que compró con la indemnización que recibió por la muerte de su hijo, Ricardo Alexis Seguel, uno de los 44 soldados que murieron congelados. Afuera llueve, pero la casa está calentita. Y es que a medida que va recordando los hechos, se para de vez en cuando para meter leña en la estufa. El “Ale”, como le decía su madre era un joven muy alegre, preocupado y el único hombre entre dos hermanas: Paula y Karen. Su sueño era ser Carabinero y tenía
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“El dolor de perder a un hijo
es llevar una mochila llena
de pena. En un comienzo la
arrastraba como podía,
ahora puedo cargarla porque
he ido creando la fuerza y la
llevaré por siempre. Es un
duelo que dura toda la vida”.
un tío que lo iba a ayudar. El lunes 4 de abril de 2005, ingresó al Regimiento Reforzado N°17 para hacer el servicio militar, estaba lleno de ilusiones y su madre lo apoyó en su decisión. Margarita entregó un hijo sano, joven, con la vida por delante y poco más de un mes después, se lo devolvieron en un cajón. Ella dice que eso es algo que nunca va a poder superar. Avelino Tolosa, Sargento 2° que marchó con la Compañía de Morteros, hizo un refugio alternativo en la mitad de la tormenta y albergó a Ricardo y a cuatro de sus compañeros, que fueron los primeros en caer producto del frío. Los dejó ahí, luchando entre la vida y la muerte para ir en busca de ayuda, pero nunca regresó. “Él se debería haber quedado ahí con ellos, los abandonó y murieron los cinco”, lamenta Margarita Herrera. Posteriormente, luego de la investigación, Tolosa fue absuelto de su responsabilidad. Ricardo era evangélico, iba seguido a misa y participaba en el coro. “También era amante de los animales”, cuenta su madre. En el regimiento tenían una perra San Bernardo que se llamaba Raqueta y él siempre le pedía a Margarita que le comprara comida para poder alimentarla. “Una vez trajo un perrito chiquitito, recién nacido y tuvimos que criarlo con mamadera, igual que una guagua, cada cuatro horas había que darle leche. Él lo sacó adelante. Ese perrito murió a los meses que se fue mi hijo”. Tras la noticia, a Margarita Herrera se le vino el mundo encima, se detuvo el tiempo, todos siguieron avanzando pero ella no, porque no podía concebir la muerte de su
hijo y no sabía cómo enfrentarlo. “Para mí era un pesar levantarme de la cama, no tenía ganas de nada, no comía, me estaba dejando morir”. Meses más tarde, una pequeña alegría llegó a la casa. Karen su hija menor estaba embarazada y nacía Ricardo Alexis, en honor a su tío, una pequeña luz que vino a salvar a Margarita, cómo ella misma relata. El cuerpo del “Ale” fue de los primeros 13 en ser entregado a los familiares y fue el primer funeral masivo que se realizó al cual asistió el entonces Presidente Ricardo Lagos, además de varias autoridades políticas. “El dolor de perder a un hijo es llevar una mochila llena de pena. En un
comienzo la arrastraba como podía, ahora puedo cargarla porque he ido creando la fuerza y la llevaré por siempre. Es un duelo que dura toda la vida”. Margarita pasó cuatro años tomando pastillas y con ayuda psicológica para poder salir adelante. En el living hay dos fotos de Ricardo, una de ellas
cuando salió de 4°medio, que esta sobre una pequeña mesita cerca de la ventana. En la otra que está colgada en la pared, cerca de la estufa, está vestido de militar. Margarita guardó varios recuerdos de su hijo, cartas, fotos, su ropa y un diploma enmarcado, que curiosamente está firmado por Patricio Cereceda, y que le fue otorgado por su buen rendimiento dentro del Regimiento. Ricardo fue enterrado en Mulchén, unos 32 kilómetros al sur de Los Ángeles. Su madre quiso que estuviera ahí, porque sus mejores amigos eran de allá. En un comienzo iba todos los días al cementerio y llenaba su tumba con flores. Era como una
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obsesión. De esa forma le demostraba su cariño por lo que entre más flores le pusiera más cariño le demostraba. Un día soñó con el “Ale”, lo vio vestido de militar sosteniendo un cajón lleno de flores y diciéndole un poco enojado “Mamá, ¿dónde las dejo me pesan?”. Luego de esto Margarita comprendió su obsesión y ya no lo sobrecarga de flores. Hoy cuando lo visita le lleva dos ramos iguales de Gladiolos con Rosas, eso sí, deben ser dos. Fuente: 200911300S032
Margarita Herrera junto a la foto de su hijo.
“Las lecciones de vida que aprendí de las familias de las víctimas, para mí son un recuerdo impresionante de fortaleza, amor de madre y entereza. De mujeres que uno puede ver humildes, quizás no tan instruidas, pero con una sabiduría y con una generosidad muy grande”, recuerda el general Juan Emilio Cheyre.
Las indemnizaciones Angélica Monares es hermana de Luis Reimundo Monares, el único sargento que falleció con los jóvenes. Tenía 44 años y
dejó a una viuda - Roxana Vargas- y tres hijos -José Esteban, Javiera y Luis Sebastián. Su hermana asumió la vocería y más tarde la presidencia de la Agrupación de Víctimas y Familiares de Antuco, por circunstancias que se fueron dando, como ella dice. “La sangre que quedó en la cordillera era la sangre de mi hermano. El parentesco de esposa se puede olvidar, pero el de sangre no se olvida ni se pierde nunca. Y si mi hermano tuvo la dignidad de ser el único militar de planta que se quedó a morir con los jóvenes, yo creo no podía hacer menos.” explica Monares. Durante estos seis años, Angélica no ha dejado de luchar por los muertos de Antuco, tanto por el tema de las indemnizaciones y promesas como también por el recién inaugurado monumento. “Yo luché por ese memorial porque ahí se congelaron nuestros familiares. No para nosotros, sino que para los que quedan y para la memoria de los que vienen, para que sepan lo que ahí ocurrió. Es necesario que eso quede en la memoria del país”, dice. Respecto de las indemnizaciones, el Ejército cubrió los gastos funerarios de cada uno de los fallecidos y además dispuso diferentes medios de apoyo tanto para los familiares de las víctimas como para los sobrevivientes. Asistentes sociales y ayuda espiritual y psicológica, entre otros. Cada soldado tenía un seguro de vida, tomado por el Estado de Chile, que se traduce en una pensión mensual de por vida que recibe uno de los padres siempre y cuando exista un vínculo sanguíneo, de lo contrario se pierde. En su mayoría, este dinero que asciende a $240.000 pesos, fue recibido por las madres ya que para que la recibiera el padre, éste debía ser mayor de 65 años o estar postrado. El Ejército también comprometió una indemnización de $2.820.912 y un seguro por parte de la Mutualidad del Ejército y la Aviación de
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$3.188.835, por cada uno de los que murieron y que se pagaron de una sola vez. Juan Carlos Castro Balboa, fallecido durante la marcha, era adoptado. Su madre biológica, lo entregó cuando era muy pequeño a una tía, ya que ella no podía cuidarlo como debía. Cuando Juan Carlos murió, aparecieron las dos madres. Como la pensión del Ejército es sólo por lazo sanguíneo, la madre biológica recibió ese dinero y la madre adoptiva se quedó con la plata de la indemnización. El Estado asumió su responsabilidad y Carlos Mackenney, Presidente del Consejo de Defensa del Estado (CDE) de la época, por instrucción de la ex presidenta Bachelet, llegó a un acuerdo con las familias, para que no hubiera demanda de por medio, ya que el proceso podría tardar hasta 10 años. El Estado pagó una suma general, por todas las víctimas fallecidas, cercana a los 4.000 millones de pesos. Por su parte el abogado Raúl Meza, que representó a la mayoría de las familias, un total de 32, elaboró ciertos criterios de clasificación para distribuir el dinero, ya que cada caso era particular. Los padres que tenían más de dos hijos recibieron 25 millones de pesos cada uno. Mientras que los que quedaron con un sólo hijo recibieron 35 millones de pesos. En el caso de las madres solteras, ya fueran viudas o separadas recibieron 45 millones de pesos; y los padres de hijos únicos -que fueron sólo dos casos- recibieron 50 millones cada uno. Los hermanos recibieron 13 millones de pesos, y los abuelos entre 6 millones y 10 millones de pesos. “En promedio cada familia, dependiendo de la clasificación, recibió entre 80 millones y 120 millones de pesos”, explica Meza. A estas cantidades obtenidas se les debe descontar el 25% de comisión que
cobraron los abogados Alfredo Morgado, que representó al resto de las familias y, el propio Raúl Meza. “Aquí hubo personas que trataron de sacar provecho de este drama, eso es indudable” señala Tulio Hermosilla, ex Fiscal Militar a cargo de la Investigación Administrativa. El año 2008, fueron indemnizadas todas las familias menos dos de ellas, que son las que quedan pendientes hasta hoy. La familia del sargento Monares, fue la última en recibir el pago, el año 2009. A juicio de Angélica, su hermana, el Consejo de Defensa del Estado los postergó como una forma de castigo por encabezar este proceso. La indemnización de Luis Monares, fue más alta, por su rango y por tener una familia. En este caso, la mayor parte fue para Roxana, su viuda y sus tres hijos. Ella recibió una suma aproximada de 40 millones y los hijos una cantidad un poco menor a la de ella. A los padres les pagaron 12 millones ya que su proyección de vida era menor a la del resto y a los hermanos, incluida Angélica 13 millones. La pensión del Ejército que es igual a la del resto de las madres, la recibe la viuda. Las familias de Francisco Javier Burgos Burgos y Milton Alejandro González Castillo, al contrario de las demás, aún no reciben la indemnización por la muerte de sus hijos. El porcentaje que cobraban los abogados Meza y Morgado les pareció muy alto, por lo que para pagar menos buscaron a otro abogado, familiar de una de ellas. Pero éste nunca movió la causa y el Consejo de Defensa del Estado la considera cerrada por no presentar movimiento. El CDE en su defensa señala que está en su derecho por ley, por lo que estas dos madres quedaron fuera. Como explica Angélica, la única posibilidad que tienen es demandar al Estado de Chile, lo que puede demorar por lo menos 10 años.
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“A mí me parece inmoral que de 45 familias, dos queden fuera porque sus madres no supieron aplicar la cosa legalmente. Me parece que aquí el Estado debe cerrar los ojos y decir que estos muchachos se congelaron igual que los otros, y que por lo tanto corresponde que las madres sean indemnizadas igual que las otras”, dice Monares. La ex presidenta Michelle Bachelet, asistió al primer aniversario de la tragedia y en esa oportunidad a modo de mitigar el daño causado, les prometió una tarjeta de salud, un subsidio en vivienda y una beca de educación superior para los hermanos de los soldados muertos en la marcha. El único problema es que nada de esto quedó por escrito, por lo que año a año, las familias deben recordarle a las autoridades de turno aquella promesa. “Ha sido una pelea de rogar, mendigar, pedir y recordar. Es un desgaste emocional enorme y nos están agotando. Todo esto tiene que ser por escrito, porque o si no, va a venir otro Gobierno que no sé de qué color va a ser y vamos a tener que mendigarle igual y creo que eso no es digno, porque quizás yo no vaya a estar y se van a olvidar de los 45 muertos de Antuco y a mí eso me parece que es indigno”, dice la Presidenta de la Agrupación de Víctimas y Familiares de Antuco. En vivienda, las familias podían postular a un subsidio, como cualquier chileno, siempre y cuando ya no lo hubiesen hecho. Con ese subsidio varios obtuvieron sus casas básicas y en otros casos se les reparó la que ya tenían. Son 10 las familias que quedan pendientes en este ámbito, pero se está trabajando en ello. Hubo otras, como el caso de Margarita Herrera, que con la indemnización de su hijo, compró su vivienda propia. Por otro lado, la tarjeta de indigencia, que cubre salud, sólo es reconocida en Los
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Angélica Monares, Presidenta de la Agrupación de Víctimas y Familiares de Antuco.
Ángeles, y si los familiares tienen suerte también es válida en los consultorios de las localidades cercanas. Fuera de la ciudad, no existe el programa. Si algún familiar es derivado a Concepción no se les reconoce la tarjeta y hay varios exámenes que sólo pueden realizarse allá. Esa es otra de las demandas de las familias. “La Presidenta nos dijo que era una contención en salud para los padres y hermanos. Hay hermanos que estudian en Temuco y otros en Concepción y si necesitan una atención médica allá, que les sirva la tarjeta, por eso es necesario que se reconozca en todo el país”, explica Monares. Lo que comenzó en el gobierno de Ricardo Lagos, pasando por el de Michelle Bachelet, se espera que quede solucionado en la administración de Sebastián Piñera. El 18 de mayo pasado, el Ministro de Defensa, Andrés Allamand asistió a las ceremonias de aniversario y en esa oportunidad conversó con las familias y les prometió que esto se iba a concretar. “Yo confío en él, es un hombre muy ejecutivo y de muy rápido actuar”, asegura Angélica Monares.
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“Acá en Los Ángeles me
piden de todo sólo para
buscar una excusa y decirme
que no. Es peor que salir de
la cárcel y buscar trabajo, yo
no tengo mis papeles
manchados, pero igual me
discriminan”, dice Jélves.
Un estigma que los acompaña
Oscar Jélves tiene 25 años y ha vivido toda su vida en Los Ángeles. Actualmente trabaja con su padre en un negocio familiar lo que le permite ayudar, aunque sea un poco, a su hijo Martín, que apenas tiene tres meses. No le ha sido fácil salir adelante, ya que como el mismo relata sentado en un banco en la plaza de Los Ángeles, el mismo lugar donde fueron velados varios de sus compañeros, sobrevivir a la tragedia de Antuco ha sido un estigma, incluso asegura que sería más feliz en el lugar donde están sus compañeros que aquí en la tierra. Luis Jélves, su padre, no estaba muy convencido de que su hijo hiciera el Servicio Militar, pero de todas formas lo apoyó. El sueño de Óscar era entrar a la Escuela y poder seguir una carrera como militar. Se miraba en el espejo y estaba enamorado de su uniforme, incluso él mismo lo planchaba y le cosía las escarapelas. Pero ese hermoso sueño, que también compartían muchos de sus compañeros se acabó al poco tiempo. Hoy lo que quedan son recuerdos, en su mayoría tristes y el estigma que lo acompaña por ser uno de los sobrevivientes de Antuco. Hace un año, Óscar fue dado de alta de la depresión y estrés post traumático. Antes de recibir ayuda médica terminó en el hospital producto de una sobredosis de pastillas. No le encontraba sentido a su vida e intentó acabar con ella. “La fuerza que me dio mi familia, la entrega, la comprensión y la paciencia que tuvieron conmigo me han ayudado bastante a salir adelante. Hoy tengo un hijo y estoy luchando por él, tengo una razón por la cual vivir día a día aunque esté mal
psicológicamente, para darle lo que él necesita”, dice Jélvez. Si bien logró superar el daño psicológico, buscar trabajo ha sido muy difícil para él. Dice que cuando la gente sabe que fue sobreviviente de la tragedia de Antuco le cierran las puertas sin mayor explicación, lo que ha hecho que deba buscar empleo fuera de Los Ángeles, donde nadie lo conoce. “Una vez fui a pedir trabajo al supermercado Santa Isabel como reponedor y había bastantes cupos, pero me pareció raro que el caballero que me atendió me preguntara en qué año hice el servicio militar y cuando le contesté: el 2005, me dijo: ‘pucha lo siento pero ya no quedan vacantes”.
Los trabajos que ha conseguido han sido esporádicos, en Santiago, Rancagua y el norte. Como fuera de Los Ángeles no es conocido por ser sobreviviente de Antuco, no le piden tantos papeles ni le ponen tantos problemas. “Acá en Los Ángeles me piden de todo sólo para buscar una excusa y decirme que no. Es peor que salir de la cárcel y buscar trabajo, yo no tengo mis papeles manchados, pero igual me discriminan”, lamenta Óscar, quien en este momento no contempla buscar trabajo fuera de esa ciudad, ya que no quiere dejar a su hijo.
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Como relata este sobreviviente, el estigma que los rodea para buscar trabajo, es porque los tildan de locos y creen que van a dar problemas. “Piensan que va a llegar el 18 de mayo y vas a salir o creen que vas a presentar algún problema psicológico y te van a tener que dar licencia”. Eso es lo que ha aprendido con el paso del tiempo, según las respuestas que le han dado cada vez que intenta postular a un trabajo. Al igual que muchos chicos de la zona, que ven en el Ejército una oportunidad de perfeccionarse y desarrollar una carrera, Óscar veía lo mismo. Después de lo ocurrido, se quería retirar, pero finalmente decidió terminar el servicio militar en mayo de 2006, en honor a sus compañeros. “Después de lo que pasamos yo no quería saber nada del Ejército, no era lo que yo pensaba, no era lo que me prometían, se cayeron todas mis expectativas. No podría haber sido Comandante de Escuadra de chicos de 18 años, los hubiese visto como me vi yo en un momento, con el mismo uniforme y no hubiera estado tranquilo”. Robert Acuña también es uno de los 90 sobrevivientes, y es uno de los 22 que actualmente prestan servicios en el Ejército. Hoy es soldado profesional y salió de planta este año, siendo destinado a Calama. A pesar de lo que le tocó vivir, en ningún momento dudó en seguir con la carrera militar, en parte para honrar a sus compañeros fallecidos. Es el único uniformado de su familia. Su hermana se suicidó a los 13 años, cuando él tenía 16 por lo que quedó solo. Al regresar a Los Ángeles para reunirse con su familia luego de la tragedia, se enteró que su madre estaba embarazada. Su hermano tiene seis años y según cuenta Robert, le encantan los militares. Aunque está contento en Calama, como instructor de explosivos y campos minados,
no se proyecta por mucho tiempo más en el Ejército y el día de mañana le gustaría formar su propia empresa. “Yo miraba la carrera del otro lado, como soldado, pero ahora que estoy en este puesto hay muchas cosas que no debieran estar ocurriendo en el Ejército. Platas mal invertidas o descuentos que no cuadran, por lo que no me veo mucho tiempo más”. El pasado 18 de mayo, se celebró el 6° aniversario de la tragedia. Esta vez la ceremonia se realizó en el recién inaugurado memorial, ubicado en el mismo lugar donde fueron encontrados los cuerpos, en los faldeos del Volcán Antuco. En ésta ocasión fueron sólo cuatro sobrevivientes quienes asistieron, ya que como cuenta Jélves, no recibieron ningún tipo de invitación por parte del Ejército. Mientras que a Robert ni siquiera le dieron permiso para asistir, a pesar de que lo había hecho todos los años anteriores. “No se les invitó formalmente, si no que a través de una convocatoria general. Nos cuesta ubicarlos a todos, porque ya no tenemos contacto con ellos y muchos hasta se fueron de Los Ángeles. El próximo año haremos algo más personal”, dice el Comandante del Regimiento, Oscar Álvarez. Fuente: Facilitada por el entrevistado
Óscar Jélves, sobreviviente de la tragedia.
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Memorial ubicado en el Parque Nacional Laguna del Laja, inaugurado el pasado 18 de mayo.
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El sonido de una tragedia
En Los Ángeles hay un monumento que mandó a construir la ex Presidenta Bachelet, en honor
a los caídos de Antuco. Incluso el general Juan Emilio Cheyre instaló una placa recordatoria en
el regimiento. Pero este año se inauguró el más grande y emblemático de todos los
recordatorios. Se trata de un monumento construido en el mismo lugar de la tragedia, a los
pies del Volcán Antuco en el Parque Nacional Laguna del Laja.
Mediante un concurso público, el escultor Cristóbal Pulido y el arquitecto Cristián Olivos
levantaron una estructura de acero de 20 metros de altura que se observa a la distancia,
acompañada por un muro horizontal de hormigón de 30 metros de largo y 2 de alto.
Calado en su superficie, se puede leer “tragedia de Antuco” y a la vez, contradictoriamente,
contemplar el maravilloso paisaje del fondo. A un costado 45 placas metálicas recuerdan los
nombres de cada uno de los fallecidos.
La figura vertical representa al Volcán Antuco y la horizontal representa a la Laguna del Laja. A
su vez, la torre triangular tiene 45 ranuras que cortan el viento, produciendo un sonido que
evoca tranquilidad y tristeza en un sector alejado de la ciudad y al cual sólo se puede llegar en
auto.
En el otro extremo del muro, tallado en una placa de acero se lee lo siguiente: “La muerte se
abalanzó como sombra crepuscular, arrastrada por el puelche tormentoso, desde Los Andes
hasta los confines de la Provincia del Biobío, produciendo la mayor tragedia en la historia
democrática del país.”
Con un costo aproximado de 90 millones de pesos, la iniciativa fue impulsada por Bachelet
como una reparación simbólica hacia los familiares de las víctimas. Por problemas de recursos,
la construcción no alcanzó a realizarse durante su mandato y recién se finalizó este año.
Monumento construido por el gobierno de Bachelet, en Los Ángeles.
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“Ver morir a otros, que
siempre impactará a una
persona normal, es una
circunstancia de la vida a la
que todos nos vemos
enfrentados y no por ello
pretendemos que alguien
nos proporcione dinero”,
señaló el CDE.
Una larga espera
El año 2007, asesorados por los abogados
Ramón Ossa y Guillermo Claverie,
miembros de la Corporación Víctima, un
grupo de 31 sobrevivientes, entre ellos
Óscar Jélves, interpuso una demanda por
perjuicios en contra del Fisco, solicitando
una cantidad que superaba los 100 millones
de pesos por cada uno de ellos.
Robert Acuña, quien sigue activo dentro del
Ejército, prefirió no arriesgarse y no formó
parte del proceso. “Mis
compañeros siempre me
preguntan por qué no
puse una demanda y yo
les contesto que es cosa
de darse cuenta dónde
estás trabajando. Si
pones una demanda,
después van a buscar el
motivo para darte de
baja y yo preferí seguir
con la carrera”, asegura.
Un documento enviado
por el Consejo de Defensa del Estado (CDE)
en respuesta a la demanda, la cual fue
rechazada en esa primera oportunidad,
señala que “ver morir a otros, que siempre
impactará a una persona normal, es una
circunstancia de la vida a la que todos nos
vemos enfrentados y no por ello
pretendemos que alguien nos proporcione
dinero. Si así fuera, quien presencia un
macabro o lamentable accidente carretero
o de cualquier índole, provocado
culpablemente por una persona, tendría
derecho a ser indemnizado por ésta.” y
agrega que “las Fuerzas Armadas, entre
ellas el Ejército, prepara a su gente para
enfrentar una eventual guerra, en la que
normalmente la muerte está presente.
Luego, los actores que deseaban abrazar la
carrera militar debían necesariamente
contar con la presencia de la muerte o con
los horrores de la guerra, no pudiendo
ahora alegar que han experimentado un
daño indemnizable por presenciar una
tragedia”.
“¿No se dan cuenta que teníamos 18 años?
Llevábamos un mes en el servicio militar,
¿quién te prepara en un mes para la
muerte? Ni siquiera
sabíamos disparar el fusil
y nos dicen eso”, señala,
Jélves.
En los últimos años se
han ido sumando más
sobrevivientes, por lo
que hoy son 40 los que
demandan al Estado.
También hubo quienes
se aprovecharon de la
situación para ver si
obtenían algo, siendo
que ni siquiera participaron en la marcha.
A pesar del tiempo transcurrido, la
demanda se falló en primera instancia, y el
tribunal reconoció un daño moral y ofreció
un pago de 10 millones de pesos por cada
soldado sobreviviente. Los abogados
apelaron nuevamente, ya que consideraron
que es insuficiente. La demanda sigue en
pie y según Ramón Ossa de aquí a un mes
más debiera quedar cerrada. “Creemos que
30 millones de pesos podría ser una
indemnización justa, pero lo más probable
es que lleguemos a un término medio con
el Consejo de Defensa del Estado, entre 15
y 20 millones”, dice.
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“Se cometieron todos los
errores que se podrían haber
cometido. Quedó al
descubierto la debilidad del
sistema operativo y todas las
malas prácticas quedaron en
evidencia…”, señaló Gabriel
Gaspar.
Al igual que los familiares de las víctimas, la
ex Presidenta les prometió los mismos
beneficios a los sobrevivientes, beneficios
que como no quedaron por escrito, no son
reconocidos fácilmente. La agrupación de
víctimas lucha por lo suyo y los
sobrevivientes deben hacer lo mismo por
su parte. Una de las cosas que reclaman de
la tarjeta de salud, es que no les cubre una
resonancia magnética y la mayoría de ellos
quedaron con secuelas en sus rodillas
producto del frío. La beca en educación
superior no todos supieron aprovecharla.
Algunos están estudiando, pero otros no.
Muchos de ellos manifestaron los síntomas
del estrés post traumático uno o dos años
después de la tragedia y tampoco pudieron
estudiar, ya que el uso de la beca es hasta
los 24 años, y hoy ellos tienen 25.
Si bien aún cuando han pasado seis años
desde la tragedia, estos jóvenes jamás
olvidarán lo que allí sucedió y que marcó un
antes y un después en sus vidas. A algunos
los catalogan de locos, les cuesta encontrar
trabajo, quedaron con secuelas psicológicas
y físicas, y son los que nadie considera en
esta tragedia.
Un duro castigo
Para determinar las responsabilidades de
los involucrados en esta tragedia, se
realizaron dos procesos. Por una parte el
Ejército llevó a cabo un Sumario
Administrativo a cargo del Fiscal Militar,
Tulio Hermosilla; y paralelamente se hizo
una investigación judicial para la cual la
Corte Marcial, designó al Coronel Juan Arab
que asumió como Ministro en Visita. Arab
falleció el 2010 producto de un paro
cardiorrespiratorio.
“Pusimos todos los medios de prueba que
en una investigación de este tipo se tienen
que allegar: inspección ocular,
declaraciones de testigos, careos,
documentos, informes de peritos,
autopsias, en fin, todo lo necesario para
poder hacer una investigación lo más
acuciosa, completa y detallada posible,
para tratar de establecer la verdad”, explica
Tulio Hermosilla ex Fiscal de Ejército.
La investigación sumaria que terminó antes
que la judicial, determinó que, “el
accidente ocurrido el 18 mayo, se produjo a
consecuencia de una orden de marcha mal
concebida ya que no correspondía al
período de instrucción, como asimismo, al
momento de llevarla a efecto, hubo
negligencia culpable e imprudencia
temeraria de parte del Comandante del
Batallón de Infantería de Montaña, Patricio
Cereceda, que frente a las inclemencias del
tiempo no adoptó las medidas necesarias
para suspender la marcha. Sin perjuicio de
lo anterior, en los hechos investigados se
apreció una participación de parte del
Comandante del Regimiento, Roberto
Mercado y el Jefe de Plana Mayor Luis
Pineda, quienes no cumplieron con las
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obligaciones de control y fiscalización que
les imponen sus cargos, existiendo de su
parte una negligencia inexcusable en el
cumplimiento de sus deberes”. Los tres
militares fueron dados de baja de la
institución.
“Se cometieron todos los errores que se
podrían haber cometido. Quedó al
descubierto la debilidad del sistema
operativo y todas las malas prácticas
quedaron en evidencia. Un concepto de
mando alejado de la tropa, Oficiales
intermediarios que no son capaces de
tomar decisiones y que inmolaron a su
tropa por cumplir una orden. Está bien por
la patria, pero no en este caso”, dice
Gabriel Gaspar, ex subsecretario de Guerra
de la época.
Existieron también responsabilidades
inferiores en gravedad y se propusieron las
siguientes sanciones: Capitán Alejandro
Covarrubias, Comandante de la Compañía
Plana Mayor y Logística, tres días de arresto
y un puntaje negativo de -1,50 puntos en su
hoja de vida. Capitán Carlos Olivares,
Comandante de la Compañía de Morteros,
seis días de arresto y un puntaje negativo
de -2,50 puntos. Capitán Claudio Gutiérrez,
Comandante de la Compañía Andina, tres
días de arresto y un puntaje negativo de -
1,50 puntos. Capitán Gabriel Alliende,
Comandante de la Compañía Cazadores,
tres días de arresto y un puntaje negativo
de -1,50 puntos. Suboficial Carlos Grandón
de dotación de la Compañía Plana Mayor y
Logística, 10 días de arresto y un puntaje
negativo de -2,50 puntos. Sargento 2°
Avelino Tolosa de dotación de la Compañía
Plana Mayor y Logística, 10 días de arresto
y un puntaje negativo de -2,00 puntos.
Cabo Cristián Hernández Zapata de
dotación de la Compañía Andina, 10 días de
arresto y un puntaje negativo de -2,00
puntos.
“Así como hubo responsables, también
hubo gente que fue felicitada por su
abnegación, espíritu de sacrificio y sentido
de compañerismo para salvar a otros”,
explica Hermosilla. Entre quienes fueron
premiados con un punto positivo están: el
Teniente Daniel Durand, el Subteniente
Ricardo Antonio Gómez, el Suboficial
Ramón Francisco Chavarría, el Cabo
Segundo Andrés Omar Matamala, el Cabo
Segundo Héctor Fabián Rivera, el Cabo
Segundo Ignacio Abelino Castro, el Cabo
Segundo Ariel Enrique Duran, el Cabo
Cristián Mauricio Riquelme y el Cabo
Ricardo Alejandro Peña.
En la investigación judicial a cargo de Arab,
fueron siete los militares procesados. Pero
sólo Patricio Cereceda fue condenado a
cinco años y un día de presidio efectivo por
cuasidelito de homicidio e incumplimiento
de deberes militares. El resto de los
inculpados fueron absueltos. Roberto
Mercado fue condenado a tres años de
presidio por incumplimiento de deberes
militares. Luis Pineda a 540 días por el
mismo delito. Los capitanes Claudio
Gutiérrez y Carlos Olivares fueron
condenados a 800 días por cuasidelito de
homicidio. El Suboficial Carlos Grandón y el
Sargento 2° Avelino Tolosa también fueron
acusados por cuasidelito de homicidio.
Los motivos por los cuales fueron
procesados según el fallo, fueron los
siguientes: “falta de instrucción, que le
hubiera permitido a los soldados enfrentar
de mejor manera la situación, tanto a nivel
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técnico como de preparación y
entrenamiento militar. Los medios de
comunicación no eran los óptimos y no
permitieron un enlace fluido entre los
distintos mandos que debían coordinar la
marcha de este personal inexperto. La
alimentación tampoco fue la adecuada,
tanto antes de iniciar la marcha como en el
trayecto. Las malas condiciones climáticas.
La falta de vestuario apropiado para todo el
personal, ya que es un hecho que
fallecieron quienes no tenían el
equipamiento adecuado para la actividad.
Desgaste físico que sobrepasó lo razonable
y reglamentario y falta de previsión de los
altos mandos frente a situaciones de
emergencia”.
Tras las rejas
Patricio Cereceda tiene 45 años y es el
segundo de cuatro hermanos, Sergio,
Eduardo y Mauricio. Su padre es Mayor en
retiro y al igual que él, todos sus hijos
siguieron sus pasos en el Ejército.
Lamentablemente para Cereceda las cosas
fueron diferentes y la marcha de Antuco le
destruyó su carrera militar, hasta ese
momento intachable. El 15 de enero de
2008, el Comandante del Batallón y único
inculpado por la tragedia, comenzó a
cumplir su condena de cinco años y un día,
en el módulo 1 del Penal Militar de Punta
Peuco.
Después de la tragedia, Cereceda, que se
encontraba en el refugio de Los Barros y no
tenía claridad de lo que había pasado, bajó
en helicóptero junto al Comandante en Jefe
del Ejército y aterrizaron en la cancha de
fútbol de Los Ángeles. En ese lugar lo
esperaba su familia, quienes ya sabían lo
que había ocurrido y lo que se venía. En ese
momento, Juan Emilio Cheyre le anunció
que había sido destituido de su cargo como
Comandante. “Yo sufro mucho por él, creo
que es un hombre muy bien inspirado pero
que cometió un error”, explica Cheyre.
Para Mauricio Cereceda, ese hecho marcó
una falta de imparcialidad en el proceso
judicial ya que su hermano estaba siendo
prejuzgado por el entonces Comandante en
Jefe. “Antes de haber sido destituido, se
debieron haber realizado las
investigaciones correspondientes para
tener mayor claridad de lo ocurrido. Él fue
el primero en decir que mi hermano era el
responsable y si el propio Ejército lo está
diciendo, todos van a pensar lo mismo. Fue
muy doloroso y de ahí para adelante ya no
hubo justicia”.
Fuente: 200911300S032
Mauricio Cereceda.
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Cuando llevaba poco más de siete meses
preso, a la carga emocional que ya sufría,
se sumó el hecho de que su señora lo
dejara por otro hombre. “Fue un golpe muy
duro para él. Le vino una depresión y
estuvo con tratamiento, se le juntó todo y
reventó”, cuenta su hermano. Lorena es
dentista y hasta que Cereceda fue dado de
baja, ella trabajaba en el Ejército. Luego, él
le puso una consulta para que pudiera
obtener ingresos mientras duraba el
proceso judicial. Actualmente ella trabaja
en otra clínica de Santiago con su pareja, a
quien conoció en la universidad.
Hoy día Cereceda está más tranquilo, lo
tiene más asumido y para la situación en
que está, lo soporta, cuenta su hermano.
Se refugió mucho en la oración y
actualmente está escribiendo un libro. “Lo
instamos a que escriba harto, porque hay
detalles que se van olvidando, detalles que
no fueron considerados en la investigación
y que las familias tampoco saben”, insiste
Mauricio Cereceda.
Legalmente sigue casado con Lorena
Cornejo y es padre de tres hijos: Vicente
(15), Antonia (12) y Florencia (7). Las más
chicas, no dimensionan la magnitud de lo
ocurrido, pero el mayor se da cuenta de
todo y tuvo que soportar que en el colegio
lo molestaran. Florencia es la regalona de
su papá y cada vez que lo va a ver le lleva
un dibujo o algo hecho por ella. “Por el
tema de la separación, últimamente los
niños han ido poco a verlo, pero trato de
llevarlos cada vez que puedo”, explica el
hermano de Cereceda.
Por haber prestado servicios al Ejército
durante 22 años, el Mayor Cereceda recibe
una pensión de 500 mil pesos y de la cual la
mayor parte la destina a sus hijos. Tiene
cinco minutos a la semana para poder
hablar por teléfono, instancia en que los
llama para saludarlos y saber cómo están.
Sus padres Sergio y Antonieta vivieron por
32 años en Iquique, pero luego de lo
ocurrido se trasladaron a Rancagua, para
poder estar cerca de su hijo y apoyarlo. Su
madre lo va a ver sagradamente todos los
miércoles y también los fines de semana,
que son los únicos días en que se permiten
las visitas. El horario es de 10 a 12 en la
mañana y de 2 a 5 en la tarde, con un
máximo de cinco personas por día. Las
únicas visitas que recibe son de sus
familiares salvo una ocasión en que lo
fueron a visitar un grupo de madres de
soldados.
Teniendo una conducta intachable dentro
del penal y pudiendo optar a beneficios
carcelarios como la salida dominical o la
reclusión nocturna, entre otras, no se le ha
otorgado ningún beneficio desde que entró
a Punta Peuco. Nunca ha salido, salvo
cuando va al médico, que va esposado. En
dos oportunidades postuló a la libertad
condicional pero tampoco se la han
concedido. Ésta última le fue rechazada en
junio. “Por temas políticos y mediáticos no
se la han dado, hay mucha presión de las
familias de por medio. Aunque Patricio lo
tiene asumido y presentía que no se la iban
a dar, siempre hay ilusiones”, dice su
hermano Mauricio.
Hace algún tiempo, hizo un diplomado
online en economía, que ofrecía el diario El
Mercurio en conjunto con la Universidad
Católica. Su hermano le imprimía la materia
y las pruebas, se las llevaba a la cárcel y
luego se encargaba de contestarlas en el
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Una visita inesperada
El año 2009 comenzaron a rondar los
rumores de que el Mayor Patricio Cereceda
estaba libre, por lo que un grupo de madres
de las víctimas decidió ir a verlo para
comprobar si efectivamente estaba preso.
Sabían que estaba en el Penal Punta Peuco,
pero nada más. Llegaron a Santiago sólo
con la plata del pasaje. Una de ellas tenía
un sobrino que tenía auto y él las llevó.
Primero llegaron a Colina II, luego dieron
con el penal militar.
En cuanto las vieron llegar un gendarme les
preguntó quiénes eran y a qué iban. Ellas
le contestaron que eran amigas de Patricio
Cereceda y que venían del sur. El mismo
sujeto les explicó que para poder verlo
tenían que mandar una solicitud formal y
que si el reo aceptaba, entonces lo podían
ver. Ellas no se conformaron con esa
respuesta, venían de lejos y no se iban a ir
sin verlo.
Era un día de mucho calor recuerda
Margarita Herrera y las hicieron esperar
por más de una hora a pleno sol. Tanto así
que abrieron el capó del auto y hacían
turnos para ponerse debajo y tener un
poco de sombra.
A cada una le pidieron que mostrara su
carné, una vez que estaban todas
identificadas, el Alcaide se acerca a ellas y
les dice: “Díganme la verdad, sean sinceras,
ustedes no son amigas de Patricio
Cereceda”. Recién ahí se presentaron y le
dijeron quiénes eran y lo necesario que era
para ellas verlo.
Cereceda aceptó y una a una junto a un
gendarme, fueron pasando. Margarita fue
la tercera en entrar. Al verlo se desplomó y
entre llantos le dijo que le había quitado lo
más lindo que tenía y que había destruido
su vida. Él no se veía bien, tenía la voz
entrecortada y las lágrimas le afloraban.
“Lo vi muy acabado, no con la actitud
arrogante que conocíamos nosotras”,
insiste Margarita Herrera.
computador, ya que los reclusos no tienen
acceso a Internet. El curso duró un año y le
fue bien. Durante este tiempo, también ha
sabido aprovechar sus habilidades
manuales y se ha dedicado a pintar, para
mantener su mente ocupada. “Tenemos la
casa llena con sus cuadros” dice Mauricio
Cereceda riendo.
Cuando acabe su condena, a fines del 2012,
no tiene donde llegar y lo más probable es
que se vaya a vivir con su hermano a
Rancagua y juntos vean que se puede hacer
para reinsertarlo a la sociedad. “Él quiere ir
paso a paso, salir y ver qué pasa. No sabe
exactamente qué va hacer, pero todos
vamos a ayudarlo para que pueda empezar
de nuevo”, dice su hermano y agrega que
“Antuco es algo que nunca va a olvidar ni
tampoco superar”.
Patricio Cereceda, junto al grupo femenino, días
antes de la marcha.
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Lecciones de Antuco
En una de las canchas del regimiento de Los
Ángeles figuran camarotes, mochilas y
colchones, entre otras cosas. Todo está
amontonado en el suelo y comienzan a
caer las primeras gotas de lluvia. Los
soldados se están cambiando de pieza, a
una que queda enfrente y rápidamente
trasladan todo hacia el interior para que no
se mojen sus camas y pertenencias. Por
otro lado, bajo un techo rojo, se ve a otro
grupo de soldados, que están aprendiendo
a limpiar el fusil con una varilla metálica
que se van turnando uno a uno.
Todos ellos tienen 18 años e ingresaron al
Ejército en abril de este año, llenos de
sueños y expectativas. Año a año se repite
la misma historia. Cientos de jóvenes
entran a hacer el servicio militar para
posteriormente seguir una carrera. “Hay
una ilusión muy alta en esa zona, porque es
un salto en sus vidas, un paso importante
para ellos”, dice Alfredo Ewing.
Fuente: 200911300S032
Al pasar la guardia, en medio del pasto, un
memorial construido por Juan Emilio
Cheyre, recuerda a los 45 muertos de
Antuco, algo que jamás se podrá olvidar.
Óscar Álvarez es el nuevo Comandante del
Regimiento y fue destinado en diciembre
de 2010. Me recibe en su oficina, un lugar
amplio y acogedor, donde se observan los
daños ocasionados por el terremoto, que
aún no han sido arreglados. A pesar de que
lleva poco tiempo en el cargo, Álvarez está
consciente de que un error de tal magnitud
no puede volver a repetirse. “Este
regimiento tiene una gran responsabilidad,
si vuelve a ocurrir algo malo, cualquier
cosa, se nos va a condenar para siempre”.
Los jóvenes soldados entran llenos de
ilusiones y lo pasan muy bien como cuenta
el Comandante. “Ellos tienen menor
sentido del riesgo, pero nosotros lo viejos,
no, así que nos preocupamos más aún de
tomar todas las medidas que
corresponden”.
Los errores que se cometieron en la fatídica
marcha del 18 de mayo son innumerables y
el Ejército tomó las medidas
correspondientes para que esto no se
vuelva a repetir. Por un lado la falta de
instrucción que tenían los jóvenes. “El
período básico ya no se hace ni en la misma
fecha ni en el mismo lugar, salvo la
compañía de montaña, que continúa yendo
a Antuco, porque es lo que les
corresponde, pero lo hacen cuando ya
cuentan con la experiencia suficiente”,
explica Álvarez.
Los medios de comunicación fallaron, eran
antiguos y no permitían una conexión Óscar Álvarez, Comandante del Regimiento.
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Soldado limpiado el fusil.
permanente. “Actualmente funciona el
plan “Torrente” que hasta el día de hoy es
uno de los grandes respaldos de
comunicación que tiene el país”, explica el
General Ricardo Toro, Comandante del
Comando de Operaciones Terrestres. Este
sistema permite mantener en contacto al
regimiento con las unidades que están en
campaña, y viceversa. Para el Ejército esto
fue un gran avance, que se vio favorecido
por la mayor tecnología que tenemos hoy.
El vestuario fue uno de los factores clave en
esta historia. Con un traje adecuado, lo más
probable es que los soldados no hubiesen
fallecido, a pesar del viento blanco y la falta
de experiencia. “No todo el personal tenía
los equipos y a raíz de eso, hoy todas las
tropas de montaña en Chile tienen tenidas
Gorotex, que es la que corresponde”,
explica el ex Ministro Secretario General de
Gobierno de la época, Francisco Vidal. El
Gorotex, que es especial para montaña,
bordea los 300 mil pesos por lo que en ese
entonces, estaba destinado sólo a las
compañías de montaña. “Para un
entrenamiento básico que estaba
planificado para hacerse sin
nieve, era un despilfarro usar
esos trajes, por eso no se
llevaron”, explica Toro.
“Lecciones aprendidas hay en
todos los ámbitos, es imposible
decir que aquí estaba todo
perfecto y que sólo el tiempo fue
lo que jugó en contra, no, porque
esos eran los factores que había
que tener en consideración”, dice
Alfredo Ewing, ex Comandante
del Comando de Operaciones
terrestres a cargo de la búsqueda los
primeros días.
“Esta tragedia le explotó en la cara al
Ejército. Permitió corregir doctrina,
verificar procedimientos, remecerse y sacar
una lección positiva”, dice, el ex
subsecretario de Guerra, Gabriel Gaspar.
Los militares se rigen bajo el “Código de
Conductas Militares”. La última
modificación a esa ordenanza había sido en
los años 30’ y desde el 2005 Juan Emilio
Cheyre estaba trabajando en una
modernización a ese código. “Ya había una
forma en ese reglamento que decía cómo
uno puede negarse a cumplir una orden y
luego de lo ocurrido, lo que yo hice fue
explicitar aún más algo que ya estaba
puesto, para que quedara más claro” y
agrega que “yo diría que aceleró un cambio
cultural en el sentido de la responsabilidad.
Han pasado años de la tragedia de Antuco y
Cheyre mantiene el pensamiento que se
formó desde un principio. “Lo que pasó fue
que se dio una orden que nunca se debió
haber dado. Una falta de criterio para dar
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una orden que estaba expresamente
prohibida, es tan simple y corto como eso”.
El General Toro insiste en que “Fue un acto
desafortunado en que se juntaron una serie
de aspectos que no fueron considerados,
por razones que yo aún no entiendo y que
nos obligó a replantearnos en función de
una elección más cuidadosa de los
comandantes en sus distintos niveles y que
se tomaran ciertas medidas para
determinar exactamente dónde va la
instrucción, qué probabilidades hay que
cambie la condición climática y de todo lo
que ocurre en la zona sur. No era un
procedimiento errado que tenía el Ejército
para realizar esas actividades, fue algo
desafortunado y de poder de decisión,
porque ni siquiera es falta de experiencia,
es casi lógico”.
La tragedia de Antuco, es la mayor
catástrofe que ha debido enfrentar el
Ejército en tiempos de paz y que no
olvidarán nunca. “Para mí es de los
episodios más tristes de mi vida. Es muy
triste tener que vivir el dolor de esa gente
que había iniciado la carrera militar con
esperanzas. Es un dolor que a mí me va
acompañar de por vida”, dice Cheyre.
El Ejército cumplió todo lo que prometió y
sigue muy en línea con los acontecimientos
de la tragedia. Se determinó un día del
Soldado Conscripto, que se fijó el 18 de
mayo y se sigue haciendo la ceremonia
como todos los años. “Murieron 45
integrantes del Ejército y siempre los
vamos a recordar. Seguimos muy
comprometidos y no los queremos olvidar,
entendemos que pasó a ser un hecho de
gran importancia y que va a estar siempre
ahí”, dice Toro.
Fuente: 200911300S032
Para el Ejército esta tragedia deja una
enseñanza de la cual se obtuvieron
lecciones positivas. Para las madres que
perdieron a sus hijos, un dolor irreparable
que no superarán nunca y para los
sobrevivientes, una carga psicológica que
los acompañará por siempre. Este triste
episodio marcó un antes y un después en la
vida de cada uno de los que se vieron
involucrados.
Ricardo Toro, Comandante del Comando de
Operaciones Terrestres.