FRANK SAFFORD
ASPECTOS DEL SIGLO XIX EN COLOMBIA
SERIE FIISTORIA /2
Ediciones Hombre Nuevo
Primera edición colombiana, Ediciones Hombre Nuevo, abril dp 1977.® Frank SaffordTodos )os derechos reservado.'?.Carátula; Diseño de Juan José Hoyos sobre dibujo de Juan Gabriel Tatis, militar nacido en Cartagena. Siglo XIX. El original reposa en el Museo Nacional de Colombia.Impreso y hecho en Colombia por Impresos Super, Medellín.
Dedico a Luis Ospina Vásquez, que nos abrió la trocha para todos.
Prólogo, por Alvaro Tirado Mejía , 9Introducción, por el autor 19Empresarios nacionales y extranjeros en Colombia durante el siglo XIX 27Significación de los antioqueños en el desarrollo económico colombiano. Un examen crítico de las tesis de Everett Hagen 75En busca de lo práctico: estudiantes colombianos en el extranjero, 1845-1890 117Aspectos sociales de la política en la Nueva Granada, 1825-1850 153Reflexiones sobre historia económica de Colombia, 1854-1930, de William McGreevey 201
CONTENIDO
PROLOGO
Se recoge en este libro una serie de artículos del historiador norteamericano Frank R. Safford. Se trata de cinco ensayos escritos en diferentes épocas, dos de ellos publicados en 1965 y 1969 en una revista especializada como es el "Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura” de la Universidad Nacional de Colombia, otros dos publicados en revistas norteamericanas y el último inédito hasta el presente. En ellos el autor enfoca diferentes aspectos del siglo X IX en Colombia y en el último hace un análisis crítico de una obra de otro autor norteamericano, McGreevey, la cual se centra sobre el mismo período.
En el primero “Empresarios nacionales y extranjeros en Colombia durante el siglo X IX ”, con amplia información documental en fuentes primarias, el autor se propone reaccionar contra los conceptos predominantes en los Estados Unidos sobre la actuación económica de los latinoamericanos. En la primera parte se da una interesante información comparativa de Co-
lombia con respecto a otros países latinoamericanos sobre población, comercio exterior, ingresos públicos, ingresos privados por sectores, ferrocarriles, transportes, etc. y la incidencia que estos elementos tuvieron en la vida económica colombiana y en los frustrados intentos de industrialización emprendidos durante el siglo X IX . La segunda parte está dedicada a las actividades de los empresarios extranjeros, menos de 850 europeos y norteamericanos a mediados del siglo X IX , pero que “a pesar de ello tenían una influencia que no guardaba proporción con su número, debido, sin duda, al hecho de que casi todos tenían cierta calificación”. Se describen las diferentes actividades a que se dedicaban, su posición económica y política privilegiada durante las guerras civiles, el concepto de los empresarios extranjeros sobre la mano de obra colombiana y las causas de fracaso en sus empresas. En la tercera parte se habla de los empresarios nacionales, de su procedencia social ligada a los sectores terratenientes y en muchos casos a las altas esferas administrativas desde el período colonial, de sus diferentes actividades, de las causas de sus fracasos y del papel de los capitalistas antioqueños. Concluye el autor con una comparación entre los empresarios nacionales y los extranjeros de la cual surge que sus comportamientos fueron semejantes, pues si bien los extranjeros tenían un superior conocimiento técnico, en otros aspectos “los negociantes extranjeros y los colombianos fueron parecidos”. Ambos fallaron por la tendencia a sobreestimar el mercado doméstico y en cuanto a la habilidad para obtener capital “los ingleses y los antioqueños estuvieron con frecuencia a la cabeza de grandes empresas nuevas porque podían conseguir capital en mayores cantidades y a una rata de interés mucho más baja".10
Como lo anota Safford en la introducción, el artículo surgió al constatar él con sorpresa “que las ctctua- ciones colombianas no cabían bien dentro de los pre- conceptos norteamericanos" y en él "se hace hincapié en el hecho de que el interés en el desarrollo económico no es una cosa reciente en Colombia. Ya existía en los primeros años de la república”. Sería de preguntar si el interés de los inversionistas nacionales o extranjeros se cifraba en ese difuso concepto de “desarrollo económico”, o simplemente en el comportamiento de todo inversionista tendiente obtener un rendimiento. De allí que en ambos casos, ante situaciones similares, en tanto que empresarios, los comportar mientos fueran también similares.
En una relectura de su artículo, él mismo hace una apreciación crítica por haber centrado el énfasis en las restricciones impuestas por las circunstancias geográficas, como determinante de la falta de éxito económico de los empresarios. Señala Safford que “ni en este ensayo ni en la tesis dediqué suficiente atención al lastre económico que representaba la mala distribución de la riqueza y la estructura jerárquica de la sociedad colombiana^’. Con todo, uno de los méritos del trabajo es precisamente que con la abundante y veraz información que en él se suministra al lector tiene los elementos necesarios para derivar esa adecuada conclusión.
E l segundo ensayo, tal vez el más interesante, tiene por título “Significado de los antioquefios en el desarrollo económico colombiano. Un examen crítico de las tesis de Everett Hagen”. En palabras del autor "fue escrito no para explicar el desarrollo de Antioquia sino para explicar el dominio antioqueño en los negocios del siglo X IX (cosa bien distinta) y las ac-
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titudes de los otros colombianos frente al poder económico de los antioqueños’’. Como se indica en el titulo el articulo tiene el propósito de combatir las tesis de Parsons y Hagen "en cuanto que ambos explican el empuje de los antioqueños como una reacción contra la adversidad”. Safford presenta un amplio cuadro de las condiciones sociales y económicas de A ntioquia en el siglo X IX , sobre el por qué de los estereotipos que se crearon sobre el antioqueño, incluida la leyenda sobre su ascendencia judia y concluye, con muy buen criterio^ que “en las relaciones sociales, en Bogotá, en Cartagena o en Popayán los atributos de clase siempre eran considerados mucho más importantes que las identidades regionales. En todas partes de Colombia se identificaron los de la clase alta según sus modalidades, su riqueza, y careciendo de ésta, su educación. El origen regional no importaba. Por eso, don Raimundo Santamaría, de una distinguida (rica) familia de Medellín, pudo casarse con una de las aristocráticas Roviras más o menos de paso'- por Santa Marta; por eso el mismo don Raimundo fue elegido Alcalde de Bogotá poco después de establecerse en la ciudad capital. . . La realidad es que quien tuviera dinero, de cualquier parte era aceptado inmediatamente en la clase alta de Bogotá”.
Sobre la situación de pobreza en Antioquia a finales del siglo X V I I I de la cual tanto se habla, Safford destaca que los ingresos monetarios per cápita en A ntioquia eran muy superiores a los del resto del país, lo cual no quería decir que el nivel de vida de los trabajadores fuera más alto que el de otras regiones porque el nivel de precios era también mayor. “Para el bajo pueblo quizás esta diferencia no tendría importancia, porque los costos siempre tendían a absor-12
her los sueldos. Pero alguien que lograra acumular un capital en este nivel monetario, tendría un poder económico muy grande en las otras regiones o niveles más bajos”.
La minería juega un papel esencial en el análisis de Safford, y a ella atribuye principalmente la acumulación de capital, las ventajas de los antioqueños en el comercio interior y exterior por poseer liquidez, la disponibilidad de dinero para otras empresas. “El factor más importante fue la lucrativa economía minera, que creó grandes posibilidades de enriquecimiento”.
“En busca de lo práctico: estudiantes colombianos en el extranjero, 1845-1890”, es lo que podría^ mos denominar un estudio de caso, un ensayo sobre actitudes. Con él se disipa la idea comunmente admitida de que las clases altas colombianas sólo miraron hacia Europa en el siglo X IX y se demuestra que a nivel de la enseñanza académica superior, desde esa época existía la influencia académica norteamericana. "La preocupación por un comportamiento práctico fue uno de los factores que determinaron que muchos padres enviaran sus hijos a Estados Unidos y no a Europa. Para muchos Europa estaba identificada con lujo y consumo, mientras que los Estados Unidos, la nueva potencia industrial en ascenso, estaba asociada con empresa y producción”.
Claro está que debido a condiciones económicas y políticas del país, a su regreso la mayoría de estos estudiantes no tenían oportunidades de desarollar los conocimientos adquiridos, como en el caso de “José María Mosquera quien estudió ingeniería en Inglaterra en el decenio de 1840, encontró a su retorno a
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Popayán que podia hallar trabajo sólo en la arquitectura, ‘la única-especialidad que por ese tiempo ofrecía un campo de trabajo en ese ambiente’. Su único trabajo de importancia, en consecuencia, fue la construcción de iglesias”; o como Rafael Espinosa Escallón, que “después de graduarse en Y ale como ingeniero en 1853, debió luchar para encontrcur trabajo en Nueves Granada. Con el apoyo de Herrán, obtuvo en 1855- 56 un trabajo limpiando el Canal del Dique entre Cartagena y el río Magdalena. El proyecto sin embargo estaba por encima de los recursos de la Compañía del Canal de Cartagena; Espinosa terminó sin trabajo y sin paga. En 1857 trabajó en varias carreteras de la cordillera Oriental al Magdalena, pero los caprichos de la política colombiana socavaron estos proyectos. Después de una serie de fracasos por el estilo, Espinosa abandonó la práctica de la ingeniería y se refugió en la docencia universitaria.”.
La fuente fundamental de este artículo es la correspondencia del General Pedro Alcántara Herrán, prestigioso jefe conservador. Esta circunstancia tal ves ha incidido para que Safford haga aseveraciones como la siguiente: “Los colombianos de clase alta, en particular los conservadorés, buscaban tanto contener el desorden como acercarse a los logros económicos de las potencias europeas moderna^’. Atribuir esa “particularidad” a los conservadores de clase alta es exagerado. Los liberales hicieron lo mismo. Ellos también estuvieron dispuestos a contener el “desorden” cuando no estaba dentro de sus conveniencias. Dígalo si no su actitud recelosa durante las guerras. Por el contrario, los conservadores de clase alta también promovieron el “desorden” como en el caso de la guerra de 1876. En cuanto a “acercarse a los logros econó14
micos de las potencias europeas más modernas” también es un cargo injusto contra los liberales pues nadie podrá negarles su decisivo papel para proletarizar a gran parte de la población colombiana.
El tema central del cuarto ensayo “Aspectos sociales de la política en la América española del siglo XIX : Nueva Granada 1825-1850” es el origen de los partidos liberal y conservador en Colombia. Sobre esta génesis el autor adhiere a dos tesis. Primera: la que ubica el surgimiento del partido conservador entre los seguidores de Bolívar en el período 1825-1830 3; al partido liberal entre los que secundaron a Santander durante la misma época. “Yo creo que este concepto tradicional de los orígenes de los partidos tiene mucha razón” afirma Safford más adelante expresa “estos dos grupos antagónicos — los santan- deristas por un lado, los constitucionalistas y los antiguos bolivarianos por el otro— constituyeron la base de los partidos que llegaron a ser denominados 'liberar y 'conservador’. Aunque el grupo conservador no llegó a denominarse como tal sino en 1849, ya existían los dos partidos en una forma definida antes de la revolución del 40. Se cristalizaron estos dos partidos entre 1836 y 1838. La revolución del 40 — con el triunfo de los ministeriales y la amargura de la derrota de los santanderístas— tuvo el efecto de ahondar, de hacer más fuerte, las identidades de los dos partidos. Pero ya existían como entidades bien marcadas unos años antes de estallar la guerra”. Segunda : “Las tradiciones familiares como determinante esencial de afiliación”. Para Safford “desde el año de 1840 ser liberal o conservador en la mayoría de los casos era cuestión de herencia” y “la vinculación al partido después de 1840 tuvo poco que ver con la ocu-
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pación o clase económica. A medida que las personas y las familias alteraban su posición de clase sin variar su identificación partidista, los dos partidos tradicionales llegaron a ser cada vez más semejantes, al menos desde el punto de vista de las categorías sociológicas generales”.
A través de numerosos casos y de ejemplos, Safford examina y cuestiona ciertas versiones de uso corriente utilizadas para explicar el origen de los partidos políticos en Colombia: las "Interpretaciones fundamentadas en las clases”, "Feudalismo vs. Burguesía”, "Propietarios de tierra vs. Abogados y Comerciantes”, "Clase económica y alineamientos partidistas”, y examina, para tomar en parte "ciertas hipótesis alternativas”: las "Divisiones Regionales”, los "Orígenes familiares” y "El efecto de algunas experiencias”.
Tiene razón Safford cuando, respecto al problema de "Feudalismo vs. Burguesía” anota que "bajo la ago- j biante influencia de la experiencia europea tanto los hispanoamericanos del siglo X IX como los historiadores del X X han convertido al hacendado y al comerciante criollos en algo similar a la nobleza y burguesía continentales” y tiene razón también cuando afirma que "por diversas razones la aplicación de las conocidas categorías europeas del siglo X IX ai c íís o hispanoamericano no es la más adecuada”,
Con una fuerte sustentación documental, el artículo cumple una función importante: plantea problemas y desbarata las respuestas fáciles que se han dado sobre el asunto, basadas en un teoricismo ayuno de documentación. Con todo, las preguntas siguen planteadas no sólo sobre las fechas y las vinculaciones doctri-16
nales de “Bolivarianos” y “Santanderistas” sino también en espera de una explicación más amplia, totalizadora si se quiere. La virtud del trabajo estriba en la documentación, mas la debilidad de la argumentación está en que se razona por medio de ejemplos y estos de por sí no son una prueba y se pueden encontrar para cada caso. Queda todavía abierta la pregunta sobre el por qué y falta aun la explicación que ligue el pensamiento y la práctica política con las condiciones materiales y de clases. Lo cierto es que la respuesta no se ha dado a pesar de algunas interpretaciones acordes con la “ortodoxia marxiste” pero sin comprobación factual.
El último ensayo: “Reflexiones sobre Historia Económica de Colombia, 1845-1930” tiene carácter diferente. Se trata de crítica a una obra de historia económica, detallada, contundente y en ocasiones demoledora. Safford procede así no por simples razones académicas sino porque como él mismo lo expresa, en su obra McGreevey produce una gran cantidad de cifras históricas y en un país como Colombia en donde el debate y la investigación sobre estos hechos no es muy amplio suele ocurrir que ellas pasan como verdad sabida y se siguen transmitieido con sus errores. De allí que las desmonte con minucia. Tiene el ensayo de Safford un aspecto muy importante: es cuando la emprende contra lo que podríamos denominar “el fetichismo de las cifras”. La cifra, el número, sobre todo en ciencias sociales y en especial en historia, se hacen pasar como ciertas porque son números y los números no mienten. De allí que cuando a la historia se le mezclan cifras y cuando éstas vienen por series, para algunos, no haya más que un paso a decían rar que lo que allí se dice es científico, serio, despo
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jado de especulaciones porque se demostró con números. Contra esta cuantificación del error, aunque esté en cifras, previene Safford cuando indaga, más allá de la apariencia, de dónde proceden éstcís y cuál es su validez. El resto del ensayo es una polémica con cada uno de los aspectos expresados por McGreevey que sobrepasa lo particular del libro criticado y que tiene el mérito de servir como modelo de crítica rigurosa en el terreno histórico.
ALVARO TIRADO M EJIA
Medellín, Enero de 1977.
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INTRODUCCION *
Lx)s ensayos presentados en este libro representan aspectos de investigaciones llevadas a cabo en tres etapas; investigación sobre los empresarios y las empresas del mercado regional de Bogotá, 1820-1870 (1961-65); investigación sobre los esfuerzos de un sector de la clase alta para reorientar la juventud colombiana hacia actitudes y actividades prácticas ( 1965- 73), e investigación de las relaciones entre intereses económicos y grupos sociales y las configuraciones políticas entre 1820 y 1850 (1970).
La primera etapa de investigación, representada en este libro por los dos primeros ensayos, se resumió en una tesis doctoral sobre el comercio y las empresas de Colombia central entre 1820 y 1870. Aun no doy por terminadas mis investigaciones sobre este tema; todavía voy recopilando datos para hacer una interpretación más definitiva que la emitida en 1965. Pero los dos ensayos aquí reeditados son al menos fieles representaciones de algunas de mis conclusiones sobre el tema en 1965.
* Escrita directamente en español.
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El primer ensayo resume varios aspectos de la tesis doctoral, pero no la resume completamente. Hay que advertir que este ensayo tiene un enfoque distinto de la tesis escrita en el mismo año. El argumento mayor de la tesis fue que el sistema del capitalismo liberal de mediados del siglo _XIX no sirvió para desarrollar al país (o sirvió a medías) porque en el caso de Colombia del siglo pasado los supuestos del liberalismo manchesteriano no funcionaron bien. El supuesto de los liberales económicos del siglo X IX fue que había una armonía de los intereses del individuo y de los intereses de la sociedad. En el caso de Colombia en el siglo pasado no sucedió así, porque las actividades económicas que eran más provechosas para el individuo eran las que menos contribuían al desarrollo de la economía.
Este argumento de la tesis doctoral casi no aparece en el primer ensayo. Este ensayo, que hace una comparación entre los empresarios nacionales y los empresarios extranjeros, fue dirigido a la comunidad universitaria norteamericana, precisamente para corregir algunos preconceptos muy comunes en los Estados Unidos sobre la actuación económica de los latinoamericanos. Por lo general los norteamericanos están imbuidos con el concepto de que los norteamericanos, como también los europeos del norte, llevan ventajas muy claras sobre los latinoamericanos en el manejo de las empresas económicas. Esta bien arraigada convicción en un tiempo se formuló en términos de la tesis weberiana sobre la ética protestante. En tiempos más recientes ha sido más de moda utilizar los varios conceptos sociológicos sobre el desarrollo y el “subdesarrollo” y los conceptos complementarios sobre la “modernización”, casi todos los cuales defi20
nen la “modernidad” o el “desarrollo” como lo que más aproxima a la sociedad norteamericana. En cualquiera de estas formulaciones se ha mostrado cierta actitud de superioridad, cierto desprecio hacia los latinoamericanos, sobre todo en asuntos económicos. Partiendo de las bases formadas por estas suposiciones norteamericanas, yo, al meterme en el medio colombiano, quedé sorprendido al encontrar que hubo colombianos en el siglo pasado que hicieron esfuerzos o en su propio provecho o para adelantar la economía colombiana. Así el primer artículo en esta colección fue escrito en reacción contra los conceptos predominantes en los Estados Unidos.
El artículo entonces fue, hasta cierto punto, una expresión de sorpresa, que las actuaciones colombianas no cabían bien dentro de los preconceptos norteamericanos. El artículo hace hincapié en el hecho de que el interés en el desarrollo económico no es una cosa reciente en Colombia. Ya existía en los primeros años de la república. La falta de éxito económico del siglo X IX entonces se explica en este ensayo, no por falta de voluntad ni de esfuerzos por parte de las esferas altas colombianas sino por las restricciones impuestas por las circunstancias geográficas. La estructura geográfica del país obstruía el desarrollo tanto de mercados internos como de las comunicaciones con el exterior. Las limitaciones del medio pronto desanimaron, con pocas excepciones, los empresarios y el capital extranjeros. Estas limitaciones de la economía nacional afectaban a los extranjeros y a los empresarios nacionales de la misma manera y más o menos en igual grado. Los extranjeros se diferenciaban de los colombianos no tanto por su mayor voluntad sino por su superior preparación técnica, por su ma-
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yor experiencia en los negocios, y, muchas veces, por su acceso a los capitales y relaciones en Europa. Pero, como los extranjeros sufrían muchas de las mismas limitaciones del medio que los colombianos, en realidad su actuación fue bastante parecida.
Si yo hubiera escrito este ensayo para lectores colombianos, tal vez el enfoque habría sido un poco distinto. Sin duda el artículo habría incluido en mayor grado el argumento de la tesis: de que los supuestos del capitalismo liberal no funcionaron. H abría hecho más énfasis sobre el hecho de que la restringida economía colombiana tuvo el efecto de encaminar el impulso capitalista hacia especulaciones improductivas por falta de provecho en las supuestamente productivas. Eso es, se ganaba dinero en el comercio de las importaciones más seguramente que en las más arriesgadas empresas de exportaciones; y en ün mercado interno diminuto, invertir en las manufacturas era suicidarse económicamente. O, al menos, era fundar una obra de piedad (una obra de piedad dentro del concepto de la necesidad del desarrollo). Mientras las inversiones en las manufacturas representaban un derroche del capital, invertir dinero en inversiones improductivas para la economía en un todo (como en los bienes raíces) era asegurar las fortunas de la familia. Como anécdota curiosa al respecto, se puede notar el caso de una señora bogotana que instauró pleito contra su esposo por haber perdido el capital de su dote en una empresa manufacturera.
Hay otros cambios que habría hecho en este ensayo por tener ya un poco más de experiencia. Ahora se me ha pasado la sorpresa que me cogió cuando hice mis primeros estudios de los negocios del siglo pasado. Ahora creo que exageré un poco los esfuerzos22
de los empresarios colombianos, en parte por la sorpresa inicial de encontrar algo por este lado, en parte para dar la lección a los norteamericanos'. Ahora creo que habría que asumir una actitud un tanto más crítica frente a las actuaciones de los colombianos.
El otro cambio mayor en mis conceptos sobre este tema es que siento la necesidad —dentro de esta actitud más crítica —de basar el análisis de la actuación económica sobre un estudio más profundo de la estructura social. Sobre todo es necesario tener una conciencia mayor que la que mostré tanto en la tesis como en el ensayo de la importancia de la estructura de la tenencia de la tieri^ en conformar la economía en un todo. Todavía creo en la suma importancia de los obstáculos de la estructura geográfica del país. Pero ni en este ensayo ni en la tesis dediqué sufFciente atención al lastre económico que representaba la mala distribución de la riqueza y la estructura jerárquica de la sociedad colombiana. Estas estructuras tenían el efecto de disminuir la productividad de todas las clases. Fomentaban en la clase alta (a la medida de sus posibilidades) una orientación hacia*el lujo y el ocio; y entre las clases pobres hizo muy difícil la adopción de innovaciones porque la falta de medios prohibió asumir riesgos. Así en general, diez años después de escribir este ensayo, adoptaría yo una actitud un tanto más crítica frente a la sociedad colombiana.
En cuanto a los otros ensayos en esta colección, no tengo mucho que decir. Diez años después de escribir el artículo sobre los antioqueños, estoy dispuesto a ratificar todo el argumento. Quiero advertir aquí, como también lo hago en el ensayo final de este libro, que este ensayo sobre los antioqueños fue escrito no para explicar el desarrollo de Antioquia sino para ex-
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plicar el dominio antioqueño en los negocios del siglo XIX (cosa bien distinta) y las actitudes de los otros colombianos frente al poder económico de los antioqueños. A este respecto debo añadir que este ensayo es más que todo sobre las relaciones entre los bogotanos y los antioqueños en el siglo pasado (sobre todo entre 1830 y 1880). Fue basado no sobre datos recogidos en Antioquia sino sobre algunos encontrados en Bogotá. Refleja la perspectiva que pudieran haber tenido los bogotanos de los antioqueños en la éfw- ca. El ensayo en realidad debía de llamarse “Antioquia vista desde Bogotá”.
El ensayo sobre los estudiantes colombianos en el tranjero es, como el articulo sobre los empresarios, otra obra de sorpresa. Buscando datos sobre fábricas de Bogotá de 1825-50 en el archivo del general Pedro Alcántara Herrán (que era inversor en una de estas fábricas), encontré una correspondencia bastante amplia entre Herrán y varios jóvenes colombianos, sus padres, y rectores de instituciones educativas en los Estados Unidos. Resulta que Herrán estaba sirviendo de tutor de un grupo de jóvenes colombianos que sus padres habían enviado a estudiar en los Estados Unidos (1847-1863). Lo más interesante era que todos los padres y Herrán mismo insistían en una educación práctica para todos los jóvenes: educación en las prácticas comerciales, o en la ingeniería, o hasta en los manejos mecánicos de las fábricas norteamericanas. Todo esto no cuadraba bien con el concepto usual de las clases altas de América Latina ; asi resolví estudiar el caso.
El estudio sobre los aspectos sociales de las afiliaciones políticas de la clase alta colombiana entre 1825 y 1850 también es obra de la sorpresa. Cuando vine24
a Colombia la primera vez para hacer investigaciones históricas, esperaba hacer un análisis socio-económico de la política colombiana a mediados del siglo XIX. Llevaba en la mente el concepto común de c ue se podría encontrar una división bastante clara entre un grupo de comerciantes y abogados liberales y otro grupo de terratenientes conservadores. Si no iba a encontrar este patrón, pensaba al menos que se podría divisar otro patrón igualmente claro de divisiones de intereses económicos en la política de la clase alta. En las investigaciones de un decenio, sin embargo, sale siempre más claramente que no hubo tal división. Así este ensayo, répresenta una primera etapa de una investigación detenida de la política entre 1825 y 1850.
Creo que no hay ninguna necesidad de explicar los orígenes del ensayo final de esta colección, porque la introducción del mismo los explica.
Quiero terminar expresando mis agradecimientos a todos los colombianos que me han ayudado en mis investigaciones a través de los años. El primero, y más importante, es Luis Ospina Vásquez, el pionero y todavía el más grande de la historia económica de Colombia, a quien está dedicada esta colección de artículos. Desde el comienzo de mis investigaciones, Luis Ospina me ha orientado y me ha ayudado con una generosidad poco común, como lo ha hecho con tantos otros investigadores.
También estoy obligado con Guillermo Hernández de Alba, José Manuel Rivas Sacconi, Jaime Duarte French, Fr. Alberto Lee López, Jaime jaramillo Uri- be, Hermes Tovar Pinzón, Enrique Ogliastri Uribe y Alberto Umaña por sus atenciones diversas, y a menudo divertidas. Además, quiero agradecer en par-
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ticular a la familia del finado don Pedro Vargas, quien me brindó el acceso a la colección de cartas comerciales de la casa de Francisco Vargas y Hermanos de Bogotá, una fuente que me ha permitido una visión singular de la vida económica del siglo XIX. En fin, agradezco al doctor Alvaro Tirado Mejía por haber propuesto y llevado a cabo la edición de esta colección de ensayos.
FRANK SAFFORD
Northwestern University, Agosto de 1976.
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EN BUSCA DE LO PRACTICO: ESTUDIANTES COLOMBIANOS EN EL EXTRANJERO, 1845-1890 *
Las clases altas latinoamericanas han sido descritas generalmente como grupos entregados al cultivo de las humanidades, las artes y la política y carentes de todo interés por las cuestiones prácticas en ciencia, tecnología, industria y comercio'. Aunque tales afirmaciones tienen gran parte de verdad debe anotarse que existe una contracorriente en la cultura de las clases altas en Latinoamérica. Una clara manifestación de esta contracorriente es el patrón de estudios de los jóvenes latinoamericanos matriculados en las universi-
* Traducción del articulo “In search o f the practical: Colombian students in foreign lands, 184S-1890”, H ispanic
A m erican H istorical R eview , 52:2 (mayo, 1972)), 230-249. For Fabián Hoyos Patino. Con versión posterior del autor.1. Una presentación de los puntos de vista prevalecientes apa
reció en “Values, Education and Entrepreneurship”, de Seymour Martin Lipset, en E lites in L a tin A m erica , editado por Lipset y Aldo Sdari (N ueva York, 1967), pp. 1-21.
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dades extranjeras. Mientras los norteamericanos viajan con becas Fulbright para estudiar temas tales como las actitudes francesas hacia Faulkner o el tratamiento de la luz en la pintura del Renacimiento, los latinoamericanos se han dedicado sobre todo a cuestiones científicas y técnicas. Este patrón, familiar en el siglo XX, aparece ya a mediados del siglo XIX, cuando comenzó a ponerse de moda entre las clases altas latinoamericanas estudiar en Estados Unidos y Europa.
En los registros del Instituto Politécnico Rensse- laer de Nueva York puede encontrarse un índice del creciente interés latino en los estudios técnicos desde mediados del siglo XIX. Antes de 1847, en el primer cuarto de siglo de existencia de la institución no hubo ningún estudiante latinoamericano; pero en los 25 años transcurridos entre 1850 y 1875, 90 jóvenes del mundo hispánico estudiaron allí, representando más del 10% de los graduados. En el decenio siguiente (1875-1885) hubo 60 estudiantes latinos lo cual representa algo más del 9% de la población estudiantil (Ver cuadro 1).
Después de 1850, los jóvenes latinoamericanos fueron llevados al extranjero por la corriente del comercio exterior en expansión que incrementaba el contacto con el extranjero por una parte, y por otra, proporcionaba los dineros necesarios para costear la educación en dichos países. El desarrollo político también afectaba el patrón de la educación en el extranjero. Frecuentemente un joven de la clase alta debía estudiar por fuera, bien porque sus padres se encontraban en el exilio, bien porque estos querían alejarlo de lo que consideraban como peligrosas corrientes políticas en su país de origen.118
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Como sugieren los registros de Rensselaer, la Nueva Granada (Colombia después de 1863) no estaba entre los países que más estudiantes enviaron al extranjero a realizar estudios técnicos. La Nueva Granada carecía de las condiciones económicas que ayudaron a promover los contactos con el exterior en otros países latinoamericanos. Su comercio exterior, a diferencia de Brasil, Argentina o Cuba, era relativamente insignificante. Y a diferencia de México, Perú o Chile, sus montañas no ofrecían recursos minerales espectaculares que” atrajeran las inversiones extranjeras y la construcción de ferrocarriles. Pero a su manera, la Nueva Granada también sintió el impulso acelerador del comercio internacional de mediados del siglo XIX. Auncuando en menor número, los jóvenes de la Nueva Granada también fueron al exterior a estudiar materias técnicas. El siguiente ensayo trata las motivaciones y las actitudes que impulsaron los primeros esfuerzos para dar a los jóvenes de la clase alta de la
a) Datos tomados de Sem i-centennial Catalogue O fficers and S tu d en ts o f Rensselaer Polytechnic Ins titu te editado
con Proceedings o f the Sem i-centennial Celebration o f R en sselaer Polytechnic In s t i tu te .. . 1824-1874. (Troy, N .Y .; W. H. Young, 1875), pp. 14-66; Henry B. Nason (ed.) Biographical Record o f the O fficers and G raduates o f the R ensselaer P olytchnic Institute^ 1824-1886. En las cifras totales de asistencia se incluyen tanto graduados como no graduados. Los graduados están ubicados en el período de cinco años en que se graduaron aunque su asistencia se ubique en el período anterior. Las cifras de 1880-84 excluyen ocho personas que asistieron en 1884 pero se graduaron en 1885.b) Los números a la izquierda en cada columna represen
tan la asistencia total. Los números entre paréntesis losgraduados.
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Nueva Granada una educación técnica en los países “desarrollados” del mundo occidental, y analiza también los resultados de estos esfuerzos. Sin duda muchos aspectos del caso de la Nueva Granada son peculiares a ese país; sin embargo, esto puede suministrar algunas luces, de aplicación general, sobre el fenómeno.
En la Nueva Granada, como en otros países de América Latina, la expansión comercial de mediados del siglo XIX, hizo, en gran medida, que la clase alta mirara hacia el extranjero. Entre el comienzo de la década de 1840 y finales de la década de 1850, el valor promedio anual de las exportaciones de la Nueva Granada se triplicó. Los periódicos neogranadinos en la última mitad de la década de 1840, empezaron a publicar cotizaciones de precios del comercio local y en la segunda mitad de la década del 50 se hicieron comunes los informes sobre mercados extranjeros. A partir de 1845 los artículos sobre cuestiones económicas —principalmente sobre agricultura de exportación y el desarrollo de las comunicaciones para el comercio
2. Algunos nuevos cálculos aproximados del comercio colombiano se encuentran resumidos en W illiam Paul McGree
vey, H istoria económica de Colombia, 1845-1930 (Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1975), pp. 36-39, 103-104, 106. La estadística de McGreevey presenta valores del comercio exterior mucho más altos que los que se encuentran en la estadística oficial del país. McGreevey llegó a sus totales utilizando los datos ingleses, norteamericanos y franceses. H ay que advertir que los totales de McGreevey pueden estar inflados por lo que incluyen datos panameños, casi todos los cuales representan operaciones de trasbordo.
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internacional— desplazó, por lo menos parcialmente, los comentarios políticos en los periódicos del país. Un número creciente de miembros de la clase alta viajaba tanto a Manchester y Nueva York en vía de negocios, como a París y a Roma con fines culturales. Se manifestaron claramente la curiosidad por nuevas técnicas en la minería y la agricultura, y el interés en el aprendizaje del idioma inglés y en el conocimiento de prácticas comerciales angloamericanas.
Además de los estímulos del comercio internacional, las actitudes de la clase alta, reminiscentes de los Jtorbones españoles, promovían la educación técnica en tierras extranjeras. Los colombianos de clase alta, en particular los conservadores, buscaban tanto contener el desorden como acercarse a los logros económicos de las potencias europeas más modernas. Creían que la educación técnica era la clave para lograr estos dos objetivos. Los hombres técnicamente capacitados podrían trabajar obteniendo mayor beneficio, y la ganancia los haría trabajadores, ordenados y honestos. Los conservadores colombianos esperaban usar la capacitación técnica para aumentar la productividad de todas las clases sociales. Desde luego se preocupaban particularmente de inculcar a sus propios hijos conocimientos prácticos y actitudes positivas hacia el trabajo.
A la preocupapción general por el orden social y la productividad económica se añadía, en la década de 1840, otro elemento, el deseo de orden político. Los hombres que gobernaban la Nueva Granada entre 1837 y 1849 se sentían amenazados por el creciente número de abogados jóvenes con ambiciones políticas. Ivos políticos-abogados establecidos empezaron a culpar al número excesivo de abogados, de la inestabilidad política del país así como de su atraso económico.122
Después de la rebelión liberal de 1839-41, Mariano Ospina, Ministro del interior durante la presidencia del General Pedro Alcántara Herrán (1841-45) argumentaba que los abogados jóvenes, incapaces de obtener las posiciones que ambicionaban en el gobierno, tendían a “afligir a sus familias, atormentarse a sí mismos y a turbar el país” A todo lo largo de la década de 1840 fue dogma entre la clase dominante en Bogotá que un excedente de profesionales, principalmente alagados, motivaba un “deseo de novedades, para hallar por medio de trastornos políticos los empleos que otros ocupan”. Debido al supuesto exceso de abogados, “todos no se ocupan sino de la política, de nuevos sistemas y nuevas constituciones, mientras nadie dirije sus miradas a la agricultura, a la minería, a cualquier género de in d u stria ...” ’. Sin ningún sentido aparente de ironía o vergüenza, los abogados-burócratas establecidos y los políticos de Bogotá, urgían a la generación más joven a dedicarse a actividades privadas más útiles y a abandonar las carreras que ellos mismos habían seguido.
Dicha orientación había sido defendida por muchos de los ministros del interior de comienzos de la República — por José Manuel Restrepo (1821-30), Lino de Pombo (1833-38), General Alcántara Herrán (1838-39), y Ospina. En 1842 Ospina implemento estos objetos con el establecimiento de normas de educación superior más rigurosas y centralizadas, como medios de control de la natalidad profesional. Por me-
3. Mariano Ospina, M em oria de lo inferior y relaciones ex- feriorcs, 1824 (Bogotá, 1942), pp. 45-46.
4. “Instrucción pública”, E l D ia, Bogotá, enero 30, 1842.123
dio de requisitos científicos más elaborados para el estudio de las leyes, Ospina esperaba simultáneamente familiarizar a las clases altas con el conocimiento científico práctico y desestimularlos de buscar grados universitarios tradicionales.
El programa de Ospina fue un fracaso. Como los cursos de ciencias naturales actuaban como barreras para los títulos de leyes tradicionalmente aprobados, las reformas de Ospina despertaron resistencia a los requisitos en ciencias naturales y a todo el sistema educativo centralizado. A final de la década de 1840 los liberales se unieron a algunos conservadores para legislar algunas medidas que desmantelaran el sistema centralizado de Ospina “. La remoción de los requisitos de grado en 1850 unida a la debilidad financiera del gobierno, trajeron como consecuencia una decadencia general de la educación secundaria para consternación de muchos conservadores y de algunos liberales.
Simultáneamente con el fracaso del sistema centralizado de educación superior, los conservadores enfrentaron una crisis aún más grave con la toma por los liberales de la administración nacional en 1849. La expulsión de los Jesuítas y los violentos ataques sobre la propiedad y las personas de los conservadores, contribuyeron a la alarma de los godos. Cuando los conservadores fracasaron en la rebelión de 1851 muchos se vieron obligados a abandonar el país o eligieron voluntariamente el exilio. Otros, aunque per-
5. -1 programa de Ospina, y su destrucción^ están descritos en forma más detallada en John Lane Young, “University
Reform in N ew Granada, 1820-1850”, Ph. D. Disertation, Universidad de Columbia^ 1970.124
manecieron en la Nueva Granada, enviaron sus hijos al exterior para liberarlos de la contaminación de la fiebre política que infestaba el país y para que centraran su atención en intereses más prácticos.
De ninguna manera puede decirse que los hijos de los conservadores fueran los únicos neogranadinos que estudieron en Europa y en los Estados Unidos a mediados del siglo XIX. Como lo señala Jaime Jaramillo Uribe, tanto los liberales de la clase alta como los conservadores veían la burguesía inglesa y angloamericana como un ideal tanto para ellos como para sus hijos '.
Elementos de los dos partidos querían desviar las preocupaciones de la clase alta de la política partidista hacia la pasión dominante de los anglosajones, la empresa económica. En consecuencia, ambos grupos estaban representados entre los que estudiaban en el extranjero. Sin embargo, por razones políticas, los conservadores tendían a predominar en la primera ola de estudiantes en la década de 1850.
Mariano Ospina expresaba bien una actitud típicamente conservadora al final de la década de 1850, cuando urgía a un amigo a enviar a su hijo a una escuela de Jesuítas en Jamaica o a una en los Estados Unidos a fin de que fuera bien entrenado para llegar a ser un “industrial”. De quedarse en la Nueva Granada seguramente entraría a la política lo cual sería “cada vez peor en este país”.
6. Jaime Jaramillo Uribe, E l Pensam iento Colombiano en el siglo X I X (Bogotá, 1964), pp. 22-24, 36-40, passim.
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Ospina creyó qvie en una escuela en Inglaterra o Alemania un joven adciuiriría hábitos e ideas de orden, economía y trabajo. El mismo no confiaría su hijo a las escuelas politizadas de Bogotá.
“Me parece que de ninguno de nuestros colegios sale un joven con deseo de trabajar, sino que todos desean salir a ser poetas, escritores públicos, representantes y presidentes, oficios todos de poquísimo provecho”Hacerse práctico era la consigna de muchos padres
de la clase alta que enviaban sus hijos al exterior entre 1850 y 1870. La preocupación fundamental era que los jóvenes aprendieran algo de provecho para sus familias, y por extensión para la nación. Varios de los líderes conservadores más destacados se oponían a la idea de viajar por mero placer; por lo menos para sus hijos solo se justificaba viajar en vía de entrenamiento. Los colombianos de la clase alta querían que sus descendientes aprendieran ciencias aplicadas o aplicables, idiomas útiles, la práctica del comercio y además de tales habilidades específicas, el hábito del trabajo y otras virtudes económicas angloamericanas.
El énfasis en lo práctico era tal que algunos padres prevenían a sus hijos contra la tentación de estudiar ciencias puras. Debían orientarse en cambio a lo inmediato y obviamente aplicable. Mariano Ospina, al escribir a sus hijo Tulio y Pedro Nel, en 1877, expresaba vigorosamente este punto de vista.
7. Citado por Estanislao Gómez Barrientos, D on M ariano O sp im y su esposa, (2 vols. Medellín, 1913), II, 179.
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En dos o tres años de “estudio serio y continuo” jxjdrian convertirse en ingenieros civiles o de minas. Pero no debian tomar los aspectos más refinados de la mecánica analítica o de las matemáticas superiores, dedicándose preferentemente “a lo aplicable en la práctica y procurando adquirir los conocimientos de los que llaman ingenieros mecánicos”. Ospina continuaba previniéndolos específicamente contra el estudio de aquellas ciencias que eran intelectualmente “muy atractivas, pero poço provechosas”, como la botánica, la zoología o la astronomía'.
Mariano Ospina también advertía a sus hijos que debieran mantenerse alejados de las novelas y los versos. Si querían avanzar en las ciencias aplicadas debían renunciar a la literatura, “que quitan el tiempo y fatigan la cabeza sin provecho” “. Ospina aconsejó a su hijo Pedro Nel no escribir poesía y aun no escribir elegantemente sino preferir una “noble sencillez de la expresión que produce el pensamiento con claridad y precisión” “. En esta fuerte "inquietud por el comportamiento práctico y la autodisciplina no solo en la acción económica sino también en el estilo personal, hay más de un elemento de las actitudes comunmente asociadas con la burguesía protestante.
El deseo de los padres de conseguir una entrenamiento práctico iba frecuentemente más allá de la idea de aprender cuestiones técnicas en el salón de clase.
8. Estanislao Gómez Barrientos, “Mariano Ospina R.”, en Rafael M. Mesa Ortiz (ed .) Colombianos ilustres (5 vols.
Bogotá e Ibagué, 1916-29), IV , 176.9. Ibidem., p. 177.10. Ibidem., pp. 174-175.
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Muchos deseaban que sus hijos adquirieran experiencia en casas de negocios, tiendas y fábricas de los Estados Unidos. Esta preocupación fue bien expresada en una carta de Pastor Ospina, sobre la educación de su hijo Sebastián; “Mi objeto al mandarlo a ese país es el de que aprenda algunos ramos que pueden ser útiles en este. Pero muy especialmente deseo que aprenda mecánica y maquinaria, no tanto teórica cuanto prácticamente y en la parte de más inmediata aplicación a nuestras necesidades..
La intención de Pastor Ospina no era que su hijo obtuviera un grado como ingeniero mecánico sino que más bien adquiriera una capacidad práctica eti el campo. Sugería que su hijo estudiara matemáticas, mecánica e hidráulica durante unos pocos meses en los cuales aprendería lo suficiente de la teoría para luego “dedicarse exclusivamente a la práctica”. Pedía que su hijo fuera empleado “como aprendiz... en algún aserrío, molino u otro establecimiento en que se fabriquen o se usen máquinas. Pero si nada de esto es posible prefiero el que se coloque en alguna casa de comercio más bien que el entrar en un colegio a hacer los estudios ordinarios que forman la instrucción general de la juventud”. En consecuencia, Sebastián Ospina fue colocado en una gran fábrica de maquinaria en Paterson, New Jersey".
11. Pastor Ospina al Gen. Pedro A . Herrán, Cartagena, fe brero 27, 1862, y julio 31, 1862 y Pedro A. Herrán a Pas
tor Ospina, Nueva York, octubre 17 y 26, 1862, Academia Colombiana de Historia, Bogotá, Archivo Herrán (en adelante A . H .) , Correspondencia, Ospina, II, mecanografiado, pp. 40-41, 135-136, 143.
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Aunque no fuera planteado precisamente en estos términos, una parte de la clase alta colombiana veía el estudio en el exterior, particularmente en los Estados Unidos o Inglaterra, no simplemente como un proceso de educación formal, sino más bien como un medio de empapar sus hijos en una cultura técnica inexistente en Colombia.
Muchos padres de la clase alta, en efecto, no se preocupaban en absoluto de la educación formal en sus proyectos de educación en el exterior. Frecuentemente los jóvenes eran enviados a Nueva York, o más comunmente a Inglaterra (donde era más fácil conseguir un puesto) para obtener trabajo como dependientes de comercio en el que obtuvieran una experiencia comercial valiosa Lxjs padres colombianos no esperaban que estos trabajos fueran pagados; su valor residía en la educación mercantil recibida“.
Algunos de los jóvenes enviados a entrenamiento comercial eran, por supuestos, hijos de comerciantes. Es notable, sin embargo, que muchos políticos-abogados enviaron sus hijos a estudiar comercio prácticamente. Rufino Cuervo —terrateniente, abogado, rector (ie la Universidad Nacional en varias ocasiones, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, vicepresidente de la república y uno de los principales literatos de Bogotá— envió su hijo mayor a Inglaterra a
12. Herrán a M. M. Mallarino, septiembre 3, 185S; A. H., L ibro copiador, No. 1, 1854-1855, fol. 429.
13. Nicolás Tanco A. a José Eusebio Caro, La Habana, agosto 29, 1852, en José Eusebio Caro, Epistolario (Bogotá,
1953), p. 441; Inocencio Vargas, Bogotá, a Santamaría & Cía., Liverpool, septiembre 25, 1857, en Cartas Comerciales de Inocencio Vargas e H ijos, Bogotá, 1856-1857, fol. 443.
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aprender manejos comerciales. Manuel María Mallari- no, político, abogado y terrateniente del Valle del Cauca, trató de colocar a su hijo mayor en una casa de negocios de Nueva York entre 1855 y 1857, época en que gobernó Nueva Granada como vicepresidente. Otros muchos abogados y terratenientes menos famosos pero en todo caso respetados miembros de la aristocracia hicieron lo mismo Estos políticos-abogados, sin denigrar explícitamente de sus propias carreras trataban de orientar a sus hijos por un camino distinto al propio. José Manuel Restrepo, que sirvió al gobierno en distintos puestos continuamente de 1821 a 1860, envió su hijo Manuel a Inglaterra a “completar su educación práctica mercantil” con el comentario que “nunca /hab ía / pensado que sus hijos vivan de destinos públicos, que solo producen una escasa subsistencia, y sueldos que siempre se gastan en su totalidad”
El deseo de la élite/conservadora/ de pasar de sus estériles carreras en la política a otras más rentables en el comercio, fueron más allá de los esfuerzos de los padres por apartar sus hijos del error. Algunos políticos desplazados del poder se orientaron al comercio y algunos se sometieron al mismo proceso de entrenamiento a que sujetaban a los jóvenes. José Ensebio Caro, destituido de su cargo de auditor de la re-
14. Angel y Rufino José, Cuervo: V ida de R u fin o José Cuervo y noticias de su época (2 vols., Bogotá, 1946), II, 164;
Herrán a Mallarino, septiembre 3, 18S5, A . H., libro copiador, No. 1, 1854-55, fol. 429.15. José Manuel Restrepo, A utob iogra fía , A puntam ientos so
bre la emigración de 1816, e índices del D iario Político(Bogotá, 1957), p. 42.
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pública, en 1850 marchó al exilio en la ciudad de Nueva York, donde a la edad de 34 años se preparó entusiastamente para una nueva carrera en comercio. Después de dedicar seis meses al estudio del inglés, comenzó a trabajar sin paga como tenedor de libros para una casa de negocios neoyorquina. Caro ponderaba líricamente sobre las ventajas de su nueva posición en la que podía aprender inglés y prácticas comerciales sin ningún costo mientras desarrollaba simultáneamente invaluables contactos de negocios“.
La preocupación por un comportamiento práctico fue uno de los factores que determinaron que muchos padres enviaran sus hijos a Estados Unidos y no a Europa. Para muchos Europa estaba identificada con lujo y consumo, mientras que los Estados Unidos, la nueva potencia industrial en ascenso, estaba asociada con el espíritu de empresa y producción. A José Eusebio Caro, ix)lítico-poeta-conservador, podría chocarle la falta de gracia de los americanos, pero se quedó en k« Estados Unidos puesto que era la tierra de la oportunidad. Se resistió a viajar a Europa puesto que no veía ningún negocio rentable en ello, y no quería “arruinarme mirando parques, jardines zoológicos y revistas militares en París” ”.
IIPuede obtenerse una visión de las carreras de los
ióvenes colombianos que estudiaron en los Estados ijnidos a partir de los papeles del General Pedro Alcántara Herrán, quien vivió en Nueva York como
16. Caro, Epistolario, pp. 133, 138-139, 158-159.17. Ibid., p. 209. Véase también p. 144.
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embajador de la Nueva Granada (1847-49, 1855-62) y como comisionista (1850-55). Durante el decenio del 50 y del 60 Herrán sirvió como acudiente de unas cuatro docenas de jóvenes colombianos que estudiaron principalmente en los estados de Nueva York y Connecticut
Los jóvenes que Herrán supervisó no pueden tomarse como una muestra completamente representativa de todos los estudiantes colombianos en el extranjero. Puesto que era un general conservador y político bogotano, la mayoría de los jóvenes a él encomendados eran hijos de políticos conservadores, militares o bogotanos. Sus servicios extendidos primero a amigos políticos que los solicitaban tomaron un carácter más o menos público después de noviembre de 1851, cuando pasó una circular anunciando su disponibilidad como un agente educacional en los Estados Unidos.
Los clientes de Herrán que pueden ser identificados fueron sobre todo abogados y políticos ( 12) y comerciantes capitalistas (11). Cinco fueron terratenientes o políticos-terratenientes y tres fueron militares o ixilíticos-militares De acuerdo con esta pauta, los
18. Los datos sobre estos estudiantes han sido obtenidos principalmente de A. H ., Rejistro de correspondencia, 1850-
53; Rejistro de las cartas escritas a los jóvenes que están a mi cargo y a sus padres, 1853; Copiador de cartas, No. 1, 1854-55, y Libro copiador, N o. 2, 1856-57.19. E l problema de determinar la ocupación de los miembros
de la clase alta en el siglo X IX es difícil no sólo a causa de la escasez de datos, sino también en razón de la poca especialización de funciones. La clasificación acordada lo ha sido con base en ocupación principal.
1. 2
jóvenes provenían principalmente de lugares involucrados en el comercio extranjero o afectados por influencias extranjeras. De 43 jóvenes cuyos origenes pueden identificarse, 20 eran de Bogotá, 10 de la Costa Caribe (incluida Panarná), y 9 de los centros comerciales antioqueños de Medellín y Antioquia. Sólo tres de los padres vivían en ciudades en el interior que no podían ser clasificadas como centros comerciales
Aunque los padres deseaban que sus hijos adquirieran el sentido práctico angloamericano, también esperaban que los jóvenes no perdieran su fe católica y romana. Algunos especificaban que los jóvenes debían ser colocados en instituciones católicas Consecuentemente, Herrán al principio matriculó la mayoría de sus encomendados en la escuela preparatoria de St. John’s (Fordham), una universidad jesuíta. Algunos de sus pupilos consideraban la disciplina jesuíta demasiado severa; otros se distrajeron de sus estudios por las diversiones de Nueva York. Herrán en adelante experimentó constantemente con nuevas instituciones. Por 1851, envió muchos de sus pupilos a instituciones protestantes o seculares, y llegó a preferir los colegios protestantes en pequeñas ciudades de los estados de Nueva York y Connecticut a los colegios católicos en la ciudad de Nueva York. Aunque Herrán usó 18 colegios privados diferentes, la mayo-
20. Tal como ocurre en el caso de la ocupación, es difícil especificar el lugar de residencia en ocasiones. Muchos per
sonajes de provincia pasaban parte del tiempo en Bogotá en las sesiones del congreso.21. J. D. Pumarejo a P. A. Herrán, Valledupar, diciembre
21, 1847, en A .H ., Correspondencia, letra P.
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ría de ellos no católicos, solamente en un caso las creencias o prácticas religiosas llegaron a ser un problema
En los primeros años de la tutela de Herrán, los padres granadinos no tenían casi conocimiento de las instituciones educacionales americanas. Consecuentemente dejaban la selección de los colegios y las universidades y en algunos casos aun los cursos de estudios de sus hijos a su juicio. El procedimiento de Herrán fue colocar los jóvenes en colegios particulares para que aprendieran inglés, francés, matemáticas, física y contabilidad. Quienes presentaban problemas disciplinarios, eran devueltos a sus padres por Herrán. Los que eran simplemente lerdos, o cuyos parientes habían ordenado específicamente una carrera comercial, fueron orientados a un entrenamiento comercial. Los mejores estudiantes fueron animados a ingresar a universidades norteamericanas a estudiar química, mineralogía, agricultura e ingeniería civil o mecánica. Aunque Herrán aparentemente no encontró ningún colegio preparatorio completamente satisfactorio, descubrió un lugar para buenos estudiantes de las ciencias naturales a nivel universitario. En 1850-51, la Universidad de Brown, bajo la dirección de Francis Weyland, instituyó un nuevo programa con énfasis en ciencias aplicadas. Uno de los pupilos de Herrán estuvo entre los primeros que aprovecharon esta oportunidad, en marzo de 1852, estudiando ingeniería con William A. Norton en Brown. Pero a mediados de 1852 el programa de Brown comenzó a fracasar, cuando Nor-
22. A H , Registro de correspondencia 1850-53, cartas a R. E.Rice, S tan iford, agosto 10 y 25, 1852, y a Eugenio Uribe,
Medellín, noviembre 21, 1852.
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ton y John A. Porter, su colega en química aplicada se marcharon para Yale. El protegido de Herrán, así como muchos otros estudiantes de ciencias en Providence los siguieron inmediatamente a New H aven Después de 1852, la escuela científica de Yale fue la institución más utilizada por el General Herrán, quien envió cuatro de sus pupilos allí antes de 1859. Innegablemente Yale era una buena elección en esos años.
Durante el decenio del 50, a medida que los padres colombianos comenzaron a adquirir alguna información sobre las instituciones americanas, expresaron deseos más precisos sobre la ubicación de sus hijos. Un comerciante de Honda, en 1856, pidió que se enviaran sus dos hijos a Yale, el uno a estudiar “química minerálogica”, el otro ingeniería, con Benjamín Silliman, “el famoso profesor de ciencias naturales y matemáticas”. Aunque el comerciante de Honda estaba mal informado sobre lo que Silliman enseñaba, evidentemente se estaban filtrando fragmentos de información al interior de Colombia“. En un caso similar, dos importantes políticos neogranadinos en 1855
23. Herrán a Rafael Espinosa, marzo 8 y 24 y noviembre 6, 1852, en A H , Registro de correspondencia, 1850-53. So
bre W . A. Norton y J. A . Porter en Brown y Yale, véase Russell H. Chittenden, H isto ry o f the S h e ff ie ld Scien tific School o f Ya le U niversity, 1846-1922 (2 vols. N ew Haven, 1928), I, 55-61.24. Luis M. Silvestre a Herrán, Honda, enero 29, 1856, A H ,
Correspondencia, letra S. fols. 35-36. E l entonces famoso Silliman (Benjamín, Sr.) se había retirado, y tanto él como su hijo que enseñaba en Yale en 1856, enseñaron química y geología y no matemáticas o ingeniería (Chittenden, H istory o f the S h e ff ie ld S c ien tific School, I, 28-30, 45-46-63).
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y 1856, buscaron sin éxito colocar sus hijos en la Academia Militar de los Estados Unidos, que era bien conocida como seminario de la ingeniería, pero que no había aceptado estudiantes extranjeros desde hacía tres decenios“'.
A fines del decenio del 60 los colombianos comenzaron a mostrar una considerable sofisticación en su elección de instituciones. En 1869 el primer colombiano se graduó de Rensselaer; entre 1877 y 1886 estuvieron allí otros cinco. José María Villa, de la pequeña ciudad de Sopetrán, Antioquia, se graduó en el Stevens Institute en 1878, solo 8 años después de que fuera fundada como la primera institución especializada en ingeniería mecánica en Estados Unidos. Aproximadamente al mismo tiempo dos hijos de Mariano Ospina Rodríguez se graduaron en ingeniería de minas y metalurgia en la Universidad de California, en Berkeley, institución que también tenía menos de una década de existencia. Estos fueron seguidos por varios antioqueños interesados en minería. Similarmente, algunos colombianos en las décadas de 1870 y 1880 estudiaron ingeniería de minas en Co- lumbia University, la primera institución norteamericana que desarrolló esta especialidad“.
25. Herrán a M. M. Mallarino, febrero 5 y 22, 1856, y a Justo Arosemena, diciembre 19, 1856, en A H Libro copia
dor, No. 2, 1856-57, fols. 74-76, 120-122, 549.26. Sem i-Centennial C a ta lo g u e ,.. Rensselaer, p. 31, passim, Nason (E d .), Biographical R ecord, pp. 394, 448-548, 474-483; Joaquin Ospina, Diccionario biográfico y bibliográfico de Colombia, (3 vols. Bogotá, 1927; 1937-39), III, 430-431, 965- 966; Monte A . Calvert, T h e M echanical E ngineer in A m e rica, 1830-1910 (Baltimore, 1967), p. 49; Em ilio Robledo,
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Con el establecimiento definitivo de la Sociedad Colombiana de Ingenieros en 1887, se publicó mucha información sobre las escuelas técnicas norteamericanas en el boletín mensual de la Sociedad, Anales de Ingeniería. Los editores de la revista mantenían actualizados a sus lectores sobre las nuevas ideas en educación técnica que se encontraban en discusión en los Estados Unidos. La revista hacía frecuente mención de los institutos norteamericanos más importantes, tales como West Point, Rensselaer y Stevens, y daba descripciones de otras instituciones, tales como Purdue, en cuanto comenzaban a tener importancia. Cualquier cambio sustancial en el curriculum o en las facilidades de un instituto importante como Ste- vens o la fundación de una nueva escuela de ingeniería, como la Escuela Politécnica de Terre Haute, Indiana, era destacada en las páginas de los Anales. La revista publicaba también alguna información sobre las carreras de los científicos tanto europeos como norteamericanos
Irónicamente, casi al tiempo en que las instituciones norteamericanas comenzaron a desarrollar un excelente nivel en los campos técnicos y a ser conocidas en la Nueva Granada, así como en el resto de Latinoamérica, el General Herrán, comenzó a pensar aue eran inferiores a las europeas. A pesar del reciente desarrollo de las “escuelas especiales” de ingeniería en Harvard y Yale, Herrán creía que la instrucción
L a vida del general Pedro N e l Ospina (M edellín, 1959), pp. 33, 45-47; A nales de Ingeniería, 5:57 (abril. 1892). 279-283, y 5:58 (mayo 1892), 320.27. A nales de Ingeniería, 1:8 (marzo 1, 1888), 225; 3:28
(noviembre 1, 1889), 99-100, 127 ; 3:36 (julio, 1890), 403: 5:57 (abril, 1892). 284-286.
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en ingeniería era mejor en Francia. Sus crecientes objeciones a las universidades norteamericanas, sin embargo, estaban basadas en gran medida más en razones morales que en razones técnicas. Por el año de 1855, concluyó que la “sujeción y disciplina de los colegios europeos es preferible a la que se observa en este país”, donde los estudiantes de ingeniería en las principales universidades vivían fuera del campus, sin supervisión institucional. En el año 1856 declaró de plano que, “yo estoy cada vez más disgustado con los colegios y escuelas de los Estados Unidos todos son humbug /u n engaño/”. Así, comenzó a aconsejar a los padres que enviaran sus hijos a Europa para su entrenamiento técnico Algunos de los amigos de Herrán siguieron su consejo. Pero los colombianos no abandonaron totalmente los Estados Unidos: continuaron fascinados por el desarrollo industrial norteamericano y creían que podían aprender algo de é l““, y los jóvenes colomliianos siguieron asistiendo a las instituciones norteamericanas en mayor número cada vez.
I I IMientras muchos colombianos de la clase alta en
viaban sus hijos a los Estados Unidos porque lo identificaban con el comportamiento práctico, otros se volvían a Europa a causa de su superioridad científica
28. Herrán a Eugenio M. Uribe, septiembre 3, 1855, y a M. M. Mallarino, octubre 4, 1855, en A H , Libro copiador
No. 1, 1854-55, fols. 431, 483 y Herrán a Mallarino, octubre 1, 1856, A H , Libro copiador. No. 2, 1856-57, fol. 238 vta.29. A nales de Ingeniería, 12:140 (noviembre, 1901), 98-99;
13:158 (abril, 1906), 292. '
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reconocida. Desde el principio de la era republicana los granadinos habían mirado al continente en general
y a París en particular como la meca de las ciencias naturales. Uno de los primeros estudiantes neogranadinos en el extranjero, Joaquín Acosta, hizo sus estudios en París entre 1827 y 1830, volviendo allí a continuar su trabajo entre 1845 y 1849 ™ Las eminencias científicas colombianas de las generaciones posteriores también gravitaron alrededor del continente europeo, y particularmente de París. Después de 1850 los colombianos comenzaron a mirar a París no solamente buscando un esclarecimiento científico sino también una instrucción técnica. Algunos de los que estudiaron la ingeniería en los Estados Unidos o en Colombia, asistieron posteriormente a alguna de las escuelas especiales de ingeniería en Francia“.
Aunque la preeminencia de Francia en las ciencias académicas y en la ingeniería civil era generalmente reconocida, sin embargo no necesariamente era el mejor lugar para estudios prácticos de técnica industrial. Algunos jóvenes colombianos fueron enviados a Alemania y Bélgica para adquirir conocimientos prácticos en la minería y las manufacturas. En el decenio de 1850 Tyrell Moore, un ingeniero de minas británico radicado largo tiempo en Antioquia, comenzó a aconsejar a los antioqueños ricos a no enviar sus hijos a Bogotá o París, donde probaljlemente no recibirían una educación práctica sino más bien a Sajonia o Hungría;
30. Soledad Acosta de Samper, B iogra fía del General Joaquín A costa (Bogotá, 1901), pp. 20S-229, 436-456.31. A nales de Ingeniería, 12:139 (octubre, 1901), 69; 14:165-
166 (noviembre-diciembre, 1906), 135; 18:211-212 (septiembre-octubre, 1910), 119. •
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allí podrían aprender la minería y la metalurgia que eran de importancia fundamental para Antioquia Moore mismo tomó a su cargo varios jóvenes antioqueños, entre quienes estaba Santiago Ospina Barrientos (hijo de Mariano Ospina Rodríguez), para estudiar metalurgia y tecnología minera en la Academia de Minas de Freiberg”.
Existía una conveniente complementación entre el alto nivel de Alemania y Bélgica en tecnología industrial y minera y el de París en ciencias académicas e ingeniería. Algunos colombianos aprovecharon su proximidad estudiando ciencias puras en París y técnica industrial en Alemania o Bélgica. Pedro Nel Ospina, después de graduarse en la Universidad de California. Berkeley, como ingeniero de minas en 1879, empleó dos años estudiando técnica minera en Freiberg y química analítica en París
Se sabe de algunos aristócratas granadinos que estudiaron medicina, matemáticas e ingeniería en escuelas británicas en los decenios de 1840 y 1850“. Pero las universidades inglesas considerablemente atrasadas en relación con las instituciones continentales, atraían menos estudiantes colombianos de ciencia y tecnología que las francesas o alemanas. Por otra parte.
32. Emiro Kastos, “Estudios industriales. La minería en A ntioquia”. E l Pueblo, Medellín, septiembre 6, 1855.
33. Gómez Barrientes, D on M ariano Ospina, II, 423, 425.34. Robledo, Vicia del General Pedro N e l Ospina, pp. 46-47.35. Gustavo Arboleda, Diccionario B iográfico y genealogie»
del antiguo departamento del Cauca (Bogotá, 1962), pj.278-279, 295.
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Inglaterra —como principal nación comercial del mundo— era preferida como sitio para la educación comercial práctica.
IVLos resultados de los experimentos del siglo XIX
en el entrenamiento en el extranjero deben ser juzgados en términos de los deseos de los padres y en el contexto de las pautas educativas contemporáneas. Algunos de los padres de clase alta nunca pretendieron Gue sus hijos se graduaran. Para sus propósitos era suficiente que los jóvenes aprendieran algo práctico —algo de inglés, matemáticas, contabilidad y tal vez alguna práctica técnica. Frecuentemente, a causa del elevado costo de sostenimiento de un hijo en el extranjero (el triple del costo de un colegio neograna- dino), los padres planeaban sólo un año de inmersión en el ambiente pragmático norteamericano. Otros, con planes más grandiosos, encontraban pronto que no podrían sostener más de un año. No es sorprendente que la mayoría de los colombianos en los Estados Unidos antes de 1865 hubieran adelantado sólo estudios preparatorios.
Los IX3C0S que ingresaron a una universidad cuni' plieron bastante bien considerando los normas de ese tiempo. Durante una considerable parte del siglo XIX la mayor parte de los campos técnicos no habían alcanzado la etapa de desarrollo profesional en la que se re- (juieren grados. Así, muchos estudiantes estadinenses no terminaban los cursos de 4 años. Evidencias fragmentarias sugieren que los colombianos, así como otros estudiantes latinoamericanos terminaban sus estudios al menos tan frecuentemente como sus compañeros norteamericanos. De 9 colombianos en Yale, 6 se graduaron, 5 en la ingeniería, 1 en la medicina. De los pupilos
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de Herrán que asistieron a alguna universidad norteamericana, terminaron el 58%. Más ampliamente, los 90 estudiantes del mundo hispánico en Rensselaer antes de 1874 terminaron en una proporción mayor que la de todos los estudiantes. Si se pone aparte los cubanos y portorriqueños, la proporción de latinos que terminaron en Rensselaer estaba por encima del 50%, mientras que el promedio general era del 35% Los
36. Los estudiantes suramericanos del Rensselaer terminaron sus estudios de carrera en una proporción significa
tivamente más elevada que la de los estudiantes del área del Caribe. La baja proporción para los cubanos y mejicanos puede atribuirse a eventos políticos en su patria. Posiblemente los mayores costos y dificultades en el transporte operaban como factores selectivos de elementos más calificados en los países suramericanos. O posiblemente los padres en los países distantes, al considerar el mayor esfuerzo sicológico y el costo involucrado en el envío de sus hijos, eran más propensos a demandar un mayor rendimiento a su inversión, es decir, el grado.
E S T U D IA N T E S L A T IN O A M E R IC A N O S E N R E N S SE L A E R (1850-1874) *
E studiantes de CentroamériCa y el Caribe
E studiantesSuramericanos
Gradua- A^o gra Gradua- N o grados duados dos duados
Cubanos 16 38 Brasileftos 7 6Portorriqueños 2 4 Neogranadinos 2 0Mejicanos 0 4 Ecuatorianos 0 1Costarricenses 0 1 Peruanos 2 3
Chilenos 1 0Total 18 47 Total 12 10
* Basado en datos de Proccdings o f the Semi-Ceyvtennial. . . Rensselaer, pp. 14-66, 83.
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frutos a largo término de la experiencia de Herrán no fueron en modo alguno espectaculares. Sólo unos pocos del grupo Herrán alcanzaron alguna preeminencia y ninguno llegó a ser tan importante como su padre. Al evaluar la actuación del grupo como un todo, sin embargo, debe recordarse que, mientras algunos fueron enviados a estudiar a los Estados Unidos porque parecían particularmente aptos, otros eran jóvenes de la clase alta cuyos padres o tutores esperaban que podían ser reformados por el estudio en el extranjero.
En general la inversión colombiana en estudios en el extranjero, produjo sus mayores beneficios en las áreas del comercio y la medicina. Algunos entre quienes estudiaron prácticas comerciales en Inglaterra o los Estados Unidos llegaron a ser más tarde líderes importantes en los negocios. Algunos estuvieron entre los fundadores de bancos y otras nuevas instituciones financieras, y otros promovieron la construcción de ferrocarriles e introdujeron innovaciones en la publicidad”. Es difícil, sin embargo, atribuir el liderazgo en los negocios directamente a la experiencia en el extranjero. El rol de estos individuos puede perfectamente adscribirse a la misma posición y riqueza familiares que permitieron en primer lugar el estudio en el extranjero.
En la medicina hubo un elevado beneficio probablemente por el hecho que la mayoría entre los que estudiaron en el extranjero lo hicieron por su propia iniciativa, usualmente después de haber tenido un desempeño profesional no sólo con un grado de univer-
37. Papel Periódico Ilustrado, mayo 5, 1883, p. 251, y mayo 25, 1883, pp. 293-294; Colombia Ilustrada, julio 29, 1889,
p. 94; octubre 15, 1889, p. 134.143
sidad colombiana sino también con alguna práctica medica en su tierra natal“.
Las tradiciones sociales colombianas y el estado de la economía colombiana, sin embargo, también tuvieron que ver con el relativo éxito de los estudios médicos y comerciales. Ambas eran profesiones respetadas y bien establecidas; ofrecían notables beneficios financieros y aseguraban una posición de elevado status en la sociedad. Esto era menos cierto en la profesión más nueva de la ingeniería, que ofrecía algún rec- peto social, pero durante cierto tiempo no así mu> claras oportunidades financieras y de carrera.
Sólo unos pocos de los colombianos que adelantaron estudios de ingeniería en el extranjero en los decenios de 1850 y 1860 tuvieron unas carreras productivas. Las más notables fueron las de Manuel H. Peña y Juan Nepumuceno González Vásquez, cuyos estudios en la escuela militar de Bogotá en 1848-54 y en París fueron seguidos por muchos años de servicios en la construcción de ferrocarriles. Para algunos, de los educados en el extranjero de esta generación, sin embargo, el campo de su trabajo se mantuvo en las matemáticas académicas más que en las aplicaciones prácticas de la ingeniería. Rafael Nieto París, educalo en la Universidad de Boston en la última parte leí decenio de 1850, contribuyó a la construcción de algunos ferrocarriles e hizo trabajos de ingeniería. Pe- lo su carrera un tanto creativa estuvo dedicada prin- "ipalmente a la teoría matemática y a la invención de aparatos científicos.
'8. Papel Periódico Ilustrado, enero 1, 1884, pp. 118-121; enero 15, 1884, 134; abril 22, 1884, pp. 246-249; Colombia
lustrada, octubre 22, 1890, pp. 258-259, 264-267.'44
De 18 miembros del grupo Herrán cuyas carreras son conocidas, sólo 4 llegaron a ser ingenieros practicantes, y estos no lograron trabajar en sus profesiones. Uno estuvo activo en la construcción de carreteras durante el decenio de 1850. Otros dos, Rafael Arboleda Mosquera y Eugenio J. Gómez, participaron en la construcción de ferrocarriles colombianos. Muchos de estos ingenieros tuvieron iguales o superiores carreras en la literatura, la política o la educación
Algunos entre los que estudiaron ingeniería u otras carreras prácticas fueron apartados de sus proyectos iniciales. Los campos tradicionales de la literatura y la educación atrajeron a algunos. Del grupo de Herrán, tres llegaron a ser conocidos como literatos, y seis como educadores. La adopción de estas carreras representa una desviación de las intenciones de sus jmdres —mantener sus hijos apartados de la Dolítica Y la literatura y suprimir la inclinación tradicional hacia la abstracción elegante y el desdén de los negocios mundanos. Sin embargo, puede considerarse aue 'os estudiantes que siguieron carreras de educación pagaron la inversión en capital social. Como partici ¿¡antes activos en los esfuerzos por construir la uní - /ersidad nacional y el sistema escolar como un todo .:n el período posterior a 1868, contribuyeron al fu- curo desarrollo del país
o9. A dolfo Doliere, Cultura colombiana (Bogotá, 1930) pp.127, 131, 138, SOS; Ospina, Diccionario, II, 1S3.
tO. Casos de Juan David Herrera, V íctor Mallarino, Venancio González Manrique, Fidel Pombo, Tomás Herrán
Ibid., 620-621; 627-628; bollero. Cultura Colombiana, pp. 81 i27, 138, 341 ; A nales de la U niversidad, 3 :13 (enero, 1870)
145
Algunos entre los colombianos más capaces educados en el extranjero en ramas científicas permanecieron en Bogotá sólo unos pocos años, y luego retornaron a las facilidades de investigación y a la comu-, nidad científica que ofrecía Europa. Ezequiel Uricoe-^ chea, quien se graduó en Yale en 1852, y luego fue a estudiar a Europa, regresó a Colombia en 1857 donde se radicó durante un decenio. En ese período sirvió durante un tiempo como profesor de química y minerología, fundó una sociedad de naturalistas neo- granadinos y en 1867 desempeñó el puesto de Director de Instrucción Pública. En 1868, sin embargo, volvió a Europa donde en 1878 llegó a ser profesor de árabe en la Universidad de Bruselas. En 1880 murió en Beirut mientras se encontraba en una expedición de investigación. Este fue un caso extremo de fuga de cerebro en el siglo XIX, pero no fue un caso aislado. José G. Triana, el botánico más consagrado de la segunda mitad del siglo XIX, se educó en Bogotá, pero permaneció más de las dos terceras partes de sus años productivos en Europa (1857-1889). Hay que aceptar que Triana dedicó gran parte de estos 32 años a estudiar las plantas de la Nueva Granada. Pero, como otros colombianos de la época, indudablemente estaba cautivado por las posibilidades culturales de Europa, incluyendo la asociación con renombrados científicos y la pertenencia a las sociedades científicas europeas".
179-184, y S:2S (enero-marzo, 1871), 13-26; A nales de la Instrucción Pública, 1:1 (septiembre, 1880) 52-54, 63, 67, 72; A nales de Ingeniería, 1:1 (agosto 1, 1887), 27; Gómez Barrientos, D on M ariano Ospina, I, 236.41. Dollero, Cultura Colombiana, pp. 118-119, 120-121.
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En contraste con algunos colombianos que se dedicaron a la ciencia académica, quienes se dedicaron a la ingeniería práctica mostraron poca tendencia a lanzarse a carreras en el extranjero. Los jóvenes colombianos que estudiaban ingeniería en los Estados Unidos o Europa, frecuentemente permanecían por fuera un año adquiriendo experiencia en obras públicas en los países avanzados, o, como sucedía con frecuencia, porque la guerra civil y la parálisis económica habían eliminado cualquier posibilidad inmediata de ejercer su profesión en su país, pero eventualmente retornaban a casa“.
Encontrando pocas oportunidades para aprovechar su experiencia, los primeros ingenieros neogranadinos educados en el extranjero desviaron sus energías por otros canales. José María Mosquera, quien estudió ingeniería en Inglaterra en el decenio de 1840 encontró a su retorno a Popayán que podía hallar trabajo sólo en la arquitectura, única rama que por entonces brindaba campo al trabajo en este medio. Su único trabajo de importancia, en consecuencia, fue la construcción de iglesias
Conjuntamente con el estancamiento económico, la agitada política del país impidió el desarrollo de las carreras en la ingeniería en por lo menos tres for-
42. Carreras de R afael Arboleda, Alejandro Manrique C , Fidel Pombo, Juan Nepumuceno González Vásquez, P e
dro Sosa. Ospina, Diccionario, I, 153, 300- 301; A nales de Ingeniería, 2:19 (febrero 1, 1889); 10:121 (septiembre, 1898), 256-279; 12:137 (agosto, 1901), 4-8; 18:211-12 (septiembre- octubre, 1910), 119-26.43. Arboleda, D iccionario, p. 295.
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mas. Las políticas inconstantes de los dos partidos minaban los proyectos de gran envergadura que podrían haber empleado ingenieros. Algunos ingenieros de ambas tendencias políticas se lanzaron a los violentos conflictos de la época. Y la política partidaria en ocasiones fue el motivo de que algunos ingenieros, particularmente conservadores entre 1861 y 1880, fueran rechazados en cargos públicos.
Los efectos dañinos de la inconstancia de la política se reflejan en la carrera de Rafael Espinoza Escallón. Después de graduarse en Yale como ingeniero en 1853, debió luchar para encontrar trabajo en la Nuev% Granada. Con el apoyo de Herrán, obtuvo en 1855 v 56 un trabajo limpiando el Canal del Dique entre Car- 'íxgena y el río Magdalena. El proyecto sin embargo, S£taba por encima de los recursos de la Compañía del Canal de Cartagena; Espinoza terminó sin trabajo \ sin pago. En 1857 trabajó en varías carreteras de 'a cordillera Oriental al Magdalena, pero los capri- "Jios de la política colombiana socavaron estos provectos. Después de una serie de fracasos por el estilo. Espinoza abandonó la práctica de la ingeniería y se refugió en la docencia universitaria“.
Algunos jóvenes ingenieros no resistieron el can- *o de sirenas de la política violenta de la época. Isido- ’■o Plata, un joven liberal con el gralo de B. S. de 1? Yale Scientific School (1856), pasó los primeros años 'leí decenio de 1860 en la campaña militar del General
A H , Libro copiador, No. 1, 18S4-SS, fol. 538; A H . Libro copiador, No. 2, 1856-57, fol. 553; “Boletín industrial”.
El Tiem po, agosto 11 y noviembre 3, 1857; A nales de Ingeniera , 1:1 (agosto 1, 1887), 27.,48
'Mosquera contra los conservadores". Cinco, y probablemente seis de aquellos 18 pupilos de Herrán de cuyas carreras algo se sabe, fueron activistas políticos. Dos de las esperanzas más brillantes entre los estudiantes en el extranjero ■—Uladislao Vásquez y Sebastián Ospina— murieron combatiendo por las fuerzas conservadoras en la guerra civil de 1876-77
Los conservadores educados en el exterior encontraron particularmente difícil obtener cargos públicos durante el período de dominio liberal de 1861 a 1880. José Cornelio Borda, miembro de una notable familia conservadora, estudió ingeniería en París. Cuando los conservadores tomaron el poder en Bogotá (1857-61), regresó a Nueva Granada y fue nombrado Director del Conservatorio Nacional. Pero enseguida vino la revolución liberal en 1859-63, en la que sirvió tenazmente a la causa conservadora como instructor de artillería y oficial de estado mayor. Después de la guerra, una vez restablecida la hegemonía liberal. Borda encontró que era necesario refugiarse en el reducto conservador antioqueño, donde obtuvo empleo como profesor de fínica en la Universidad de Antioquia. Borda viajó seguidamente a Lima, donde fue muerto en la defensa de Puerto del Callao contra la flota española ",
45. Cordovez Moure, Reminiscencias, pp. 782, 1055.46. Robledo, Vida del General P edro N e l Ospina, p. 43; O spina, Diccionario, III, 180-182.47. Ibid., 300-301; B oletín de H istoria y A ntigüedades, 7 :82
(marzo, 1912), 647-649, y 32:363-364 (enero-febrero, 1945).19-62.
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En general los esfuerzos de mediados del siglo por traer tecnología y una orientación práctica a Colombia mediante la educación en el extranjero tuvieron menos éxito de lo que esperaban sus patrocinadores. Al menos entre 1850 y 1870, las instituciones domésticas de educación técnica, aunque funcionaron de una manera muy esporádica, parecen haber sido más fructíferas. Hay algunas razones para esto. Primero, los factores que operaban en la selección de los jóvenes que irían a estudiar al extranjero eran principalmente: 1) la riqueza de la familia; 2) el deseo de los padres, y 3) —particularmente entre 1850 y 1870— la situación política. Las aptitudes o los intereses de los jóvenes enviados al extranjero eran probablemente consideraciones menos importantes. En el caso de institutos técnicos locales, en cambio, la aptitud jugaba probablemente un papel más importante en la selección de los estudiantes. El Colegio Militar que funcionó en Bogotá entre 1848 y 1854, eficaz semillero de ingenieros y profesores de ciencias, operaba también hasta cierto grado sobre principios “ascrip- tos”, en los que los hijos de los héroes de la independencia tenían preferencia en la admisión. Pero también se mantenían puestos para un estudiante de cada provincia, y estos jóvenes parecen haber sido seleccionados frecuentemente por su aptitud. Un sistema similar operó cuando la escuela militar fue resucitada en 1866-67 y cuando se ofrecieron estudios técnicos en la Universidad Nacional (1868-74).
Los factores políticos también parecen haber favorecido a los estudiantes de institutos colombianos sobre los que viajaron al extranjero, particularmente entre 1850 y 1860. La mayoría de quienes estudiaron en el extranjero en esos años fueron conservadores,150
mientras los liberales controlaron el gobierno nacional entre 1849 y 1854 y de nuevo de 1861 a 1880. Muchos de quienes estudiaron en el extranjero, en consecuencia, tenían poca oportunidad de alcanzar posiciones oficiales en la ingeniería o en la docencia. Adicionalmente, y tal vez igualmente importante, el Congreso Nacional, al fundar el Colegio Militar de Bogotá en 1847 había prometido la preferencia en las posiciones técnicas y docentes a los alumnos del Colegio Militar. Sea en ampliamento de esta promesa o a causa de las afiliaciones y conexiones políticas de los alumnos, los graduados del Colegio Militar predominaron en forma abrumadora en los trabajos técnicos que podía otorgar el gobierno.
Después de 1870 las condiciones que determinaban el estudio en el extranjero y sus posibles frutos se hicieron más favorables y el beneficio fue mayor. La política del país se estabilizó en algunos aspectos después de 1864, con los conservadores haciéndose más seguros cada vez en sus bases de poder regional de Antioquia y otras partes. Así hubo una tendencia a enviar los jóvenes al extranjero menos por razones jxjlíticas que por el interés o las aptitudes demostradas. Adicionalmente, a medida que el sistema colombiano de educación superior se desarrollaba, particularmente a partir de 1867, los estudiantes colombianos marchaban al extranjero, con una mejor preparación técnica y científica. En razón de su preparación mejorada y su aptitud demostrada, sus estudios en el exterior comenzaban a niveles más avanzados y tendían cada vez más a obtener grados en ingeniería. A su retorno a Colombia encontraban probablemente más trabajo como ingenieros a medida que la economía nacional comenzaba a presentar nuevas «portunidades
para su capacidad técnica. Entre 1850 y 1870 no hubo ninguna construcción de í^rrocarnles en^Ctlnterior «le Colombia; en el decenio de 1870 se dieron los primeros pasos tentativos, y el decenio de 1880 marcó el comienzo de un auge en la construcción de ferrocarriles en el país. En los decenios del 70 y 80 llegó también una nueva moda de construir puentes de hierro de acuerdo con los principios corrientes de la ingeniería. Hubo una creciente actividad en la construcción de caminos, en la creación y operación de hornos de hierro y acero, en la ingeniería hidráulica y sanitaria y por último en gas y electricidad. Mientras todos estos desarrollos ofrecían un amplio campo para los ingenieros colombianos, la multiplicación de las escuelas técnicas ■—en la Universidad Nacional en Bogotá, en la Universidad de Antioquia y en la Escuela de Minas de Medellín, en la Universidad del Cauca en Popayán— también daba lugar a nuevas oportunidades para los profesores de ciencias naturales. En la nueva época entre 1870 y 1900, los ingenieros colombianos sin lugar a dudas no estuvieron empleados completamente en sus profesiones. Sin embargo en este ambiente más favorable los ingenieros, no importa la filiación política o si fueron educados en el extranjero, pudieron lograr vínculos más o menos efectivos con la economía nacional como agentes del desarrollo colombiano.
152
ASPECTOS SOCIALES DE LA POLITICA EN LA NUEVA GRANADA, 1825-1850 *
Es frecuente encontrar que los escritos sobre la política del siglo X IX en la América española insisten en los antagonismos de clase entre los propietarios de tierra y la burguesía naciente. Las interpretaciones más comunes presentan, para las primeras décadas de la era republicana, el cuadro de una aristocracia latifundista apoyada por el clero y los militares, dominando y manipulando a los comerciantes, los profesionales y los intelectuales. Más tarde, hacia la mitad de siglo, pintan una burguesía urbana en proceso de separación, haciendo valer su supremacía mediante la gestión de los partidos liberales. Otra de las interpretaciones aceptadas ofrece las diferencias económi
* Versión revisada y aumentada de “ Social Aspects of P olitics in Nineteenth-Century Spanish America: N ew Gra
nada, 182S-'18S0”, Journal o f Social H isto ry (1972), 344-370; traducción del original por Stella de Feferbaum y Germán Ru- biano (Profesores Asistentes, Universidad Nacional, Bogotá), con revisiones posteriores del autor.
153
cas regionales como la base de los alineamientos políticos. Este ensayo examina algunos de los puntos débiles de las interpretaciones planteadas en términos de análisis de clase o en términos de conflictos regionales; sugiere unas formas en que tales análisis podrían ser replanteados; y discute la importancia de otros factores sociales en el análisis de las afiliaciones partidistas entre las élites políticas de la América española \
Aunque las siguientes observaciones son aplicables a la mayor parte, o a casi toda, la América española, este comentario está basado en la historia de Colombia durante el siglo XIX (o de la Nueva Granada, como se la conoció hasta 1863). El período propicio para analizar los aspectos sociales de los movimientos políticos en Colombia es el comprendido entre 1825 y 1850, por ser los años en que los partidos políticos cobraron forma ^
1. Como este análisis se centra en los determinantes sociales, no dará ninguna »-tención a la acción de la psicología
individual, ni al papel del pensamiento racional, en determinar las afiliaciones políticas. N o intenta tampoco negar su importancia al análisis de la política.2. Este ensayo no pretende llegar a una definición sistemá
tica de las ideologías liberal o conservadora en el sigloX IX colombiano, ya que los presupuestos ideológicos han jugado apenas una parte complementaria en la identificación de las afiliaciones políticas de los varios individuos estudiados. Las identidades políticas atribuidas a los líderes políticos en este análisis está determinadas más bien por su propia definición o por la competencia de su conducta como participantes, en mayor o menor grado, de un grupo poltico determinado. Como la mayoría de los escritos sobre el siglo X IX en154
Según la tradición colombiana, la división entre los dos partidos principales tuvo su origen en el conflicto de los años 1825 a 1830 entre el general Simón Bolívar que quiso implantar un Estado fuerte por medio de la constitución boliviana, y el general Francisco de Paula Santander y sus amigos políticos (todos granadinos) que quisieron sostener la constitución establecida en 1821. Yo creo que este concepto tradicional de los orígenes de los partidos tiene mucha razón, aunque las divergencias se desarrollaron de una manera un poco más compleja de lo que se encuentra en la versión popular. La versión tradicional tiene razón en cuanto que la lucha entre los bolivianos y los constitucionalistas de 1825-1830 sirvió de punto de partida, y de piedra de toque, para las controversias políticas subsiguientes. Los dos partidos principales de la década de los 1830s en adelante se formaban, en sus cuerpos mayores, en ambos casos, los 1820s.^ero hubo una diferencia notable entre estos constitucionalistas. Por un lado hubo un grupo que siguió muy de cerca el liderazgo del general Santander. Este grupo, cuyos miembros más notables eran comerciantes, abogados, o clérigos de las provincias del norte o del Alto Magdalena y militares de muchas
Colombia, este ensayo se refiere a los moderados de la década del 30 y a los ministeriales de la década del 40 como la de los “conservadores” de cada uno de estos períodos. Casi todos los sobrevivientes de estos grupos adoptaron el nombre de conservadores después de 1849. Igualmente, sus opositores, los santanderistas de la década del 30 y los facciosos o rebeldes de 18440-443 son considerados “liberales”, ya que sus sobrevivientes e hijos con pocas excepciones se encontraban entre los liberales de 1849 y los años siguientes.
155
regiones de la Nueva Granada, puso una tenaz resistencia a los planes de Bolívar, y por lo mismo sufrió más pesadamente la represión de la dictadura boliviana. Por haber sostenido a todo trance la resistencia republicana a la dictadura boliviana, los santanderistas se consideraban los verdaderos “patriotas”. Así, después de la caída del efímero estado boliviano, creían que ellos merecían la dirección exclusiva de los asuntos públicos. El otro grupo de constitucionalistas, más alejado de la influencia del general Santander, observó ima actitud más compleja respecto a Bolívar durante la crisis de 1825-1830. Muchos se opusieron al cambio constitucional que proponía el Libertador, pero de una manera más tímida que los norteños que tan calurosamente colaboraron en la resistencia del general Santander. Entre los constitucionalistas moderados se destacaron hombres de origen marcadamente aristocrático —los Mosquera civiles y otros de Popayán, Juan de Dios Aranzazu de Antioquia, Domingo Caicedo del Alto Magdalena, los Gutiérrez y otros de Bogotá. Algunos, aunque no tal vez partidarios entusiastas de una dictadura, aceptaron puestos más o menos altos en el gobierno boliviano, a pesar de sus convicciones constitucionales. Varios de estos, que se comprometieron un tanto en la aventura bolivariana, al fin se alejaron del gobierno y se colocaron entre la oposición al régimen militar de Urdaneta. Esta fue precisamente la carrera de José Ignacio de Márquez, que ya en 1832 estaba señalado como el líder del grupo que se formó en oposición a los santanderistas en la décadas de los 1830s. (Los otros dos moderados muy notables con opciones de liderazgo, Joaquín Mosquera y Domingo Caicedo, cediei'on el campo de Márquez, o por modestia o por sus malas experiencias gubernamentales en 1830-31).156
Durante los 1830s los dos grupos de antiguos constitucionalistas sostuvieron políticas acordes con su actuación en la crisis de los 1820s. ILos santanderistas, que habían mantenido una recia resistencia a los planes de Bolívar, creían que era necesario mantener alejado de todo puesto político a los antiguos bolivianos como elementos peligrosos para el sistema republicano (y para la vida política de los santanderistas). Los que congregaron alrededor de Márquez, en cambio, siguieron en los 1830s la política de conciliación que habían practicado en los 1820s. Estos moderados creían que era necesario reunir el país, conciliando los antiguos bolivianos e incluyéndolos en el proceso político. Se puede suponer que esta política de los moderados obedeció no solamente a sus convicciones sino también a sus necesidades tácticas. Si iban a ganar los
. puestos principales y desalojar el grupo santanderista, era necesario, o al menos conveniente, tener el respaldo de los restos del grupo boliviano. (Los bolivianos más notables se concentraron en Cartagena y Bogotá, aunque obviamente hubo tipos más oscuros esparcidos por todo el país). Por eso, durante los 1830s, hubo un acercamiento mutuo entre los constitucionalistas moderados y los antiguos bolivianos, un acercamiento que los “patriotas” santanderistas consideraron de mal agüero. Durante la administración de 1837-41, cuando el presidente Márquez destituyó algunos de los santanderistas más importantes (Florentino González y Lorenzo M. Lleras) y empezó a dar puestos a algunos antiguos bolivianos, los santanderistas entraron en una oposición furibunda. Utilizando la historia pasada de las actuaciones de los individuos en los dramáticos momentos de 1828 y 1831 como piedra de toque, como medida de virtud política, los santanderistas condenaron el nombramiento de anti-
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guos bolivianos como una amenaza a la existencia de la república. A la medida que se fundieron los antiguos bolivianos y los constitucionales moderados, los santanderistas denunciaron a los dos como retrógrados.
Estos dos grupos antagónicos — los santanderistas por un lado, los constitucionales moderados y los an- tiguos bolivianos por el otro— constituyeron las bases de los partidos que llegaron a ser denominados “liberal” y “conservador” . Aunque el grupo conservador no llegó a denominarse como tal sino en 1849, ya existian los dos partidos en una forma definida antes de la revolución del 40. Se cristalizaron estos dos partidos entre 1836 y 1838. La revolución del 40 ■—con el triunfo de los ministeriales y la amargura de derrota de los santanderistas— tuvo el efecto de ahondar, de hacer más fuerte, las identidades de los dos partidos. Pero ya existian como entidades bien marcadas unos años antes de estallar la guerra.
Desde fines de los 1830s —con la excepción de algunas apostasias individuales— las familias colombianas de clase alta han retenido identificaciones partidarias más o menos fijas. Desde el año 1840 ser liberal o conservador en la mayoría de los casos era cuestión de herencia. Las familias criaron sus hijos con una identidad partidaria*.
Con las tradiciones familiares como determinante esencial de afiliación, la vinculación al partido después de 1840 tuvo poco que ver con la ocupación o clase económica. A medida que las personas y las fa-
3. Helen Victoria Delpar, “The Liberal Party o f Colombia, 1863-1903", tesi* doctoral, Columbia University, 1967, p.
171.158
milias alteraban su posición de clase sin variar su identificación partidista, los dos partidos tradicionales llegaron a ser cada vez más semejantes, al menos desde el punto de vista de las categorías sociológicas generales. La cuestión que surge entonces es si durante el período formativo la afiliación partidista se desarrolló de manera accidental o sistemática, es decir, si siguió algún modelo social perceptible.
Interpretaciones fundamentadas en conceptosde conflicto de claseEl tema aristocracia rural vs. burguesía es pre
sentado escuetamente por Noel Salomón, autor marxista, quien asegura que “de Argentina a México” este es un período de antagonismo entre campo y ciudad, barbarie y civilización, feudalismo y capitalismo ‘. Concepciones similares de conflicto entre un conservatismo rural y un liberalismo urbano aparecen, en términos menos dogmáticos, en las interpretaciones recientes de John J. Johnson, Stanley y Barbara Stein y Tulio Halperín Donghí ^
4. N oel Salomón, “Féodalité et capitalisme au Mexique de 1856 a 1910”, L a Pensee^ número 42-43 (mayo-junio, julio-
agosto, 1952) 123-32; y en una version ligeramente revisada y con el mismo título en Recherches internacionales a la lu- m ier du m arxism e, número 32 (julio-agosto, 1962) 180-96.5. John J. Johnson^ P olitical Change in L a tin A m erica: T he
E m ergence o f the M iddle Sec tors (Stanford UniversityPress, 1958), Capítulo segundo; John J. Johnson, S im o n B o livar and Spanish A m erican Independence, 1783-1830 (P rin ceton; D. Van Nostrand Company^ 1968), pp. 106-112; Stanley J. Stein y Barbara H . Stein, T h e Colonia^ H eritage o f
159
En la interpretación de Johnson un “sector urbano medio” ejerció el liderazgo intelectual por la época de la independencia. Después de ésta, sin embargo, la élite terrateniente se impuso, utilizando caudillos militares para alcanzar el poder por la fuerza. Como los grupos urbanos dependían de los procesos políticos pacíficos y “prácticamente no comulgaban con el liderazgo de las fuerzas armadas”, fueron desplazados. Según Johnson, con la “victoria política de las élites sobre los sectores medios, hacia 1825, implicó también una victoria económica del campo sobre las ciudades” ja que el énfasis rural en el área económica frenó el "desarrollo comercial e industrial de las ciudades”. “Así como la dominación (política) elitista reflejaba experiencias anteriores, el énfasis agrario reflejaba una economía de tipo colonial”. El dominio de una economía rural controlada por la élite se vio apoyado por el clima de violencia que caracterizó el período de 1825 a 1850, ya que los problemas afectaron adversamente los intereses económicos urbanos en tanto que la tierra “resistió los embates de la guerra convirtiéndose en una inversión atractiva dentro de un período tumultuoso” . Como los sectores medios tenían pocas opor- timidades en este período, las clases poseedoras de tierra pudieron cooptar muchos partidarios dentro del grupo urteno, los cuales como administradores, abogados, educadores o escritores, sirvieron de instrumento de dominio a la lite latifundista“.
Latin A m erica: E ssays on Economic Dependence in P erspective (N ew Y ork: O xford University Press, 1970), 140-41, 168; Tulio Halperin Donghi, H istoria contemporánea de Am érica Latina (M adrid; Alianza Editorial, 1969), 141-47, 173-74, 187-89.
160
Dejando a un lado la cuestión de si los propietarios de tierras dominaron en efecto a los grupos urbanos, el análisis de Johnson se resiente al emplear el concepto amorfo de “sector medio”. Al incluir, como lo hace, todo individuo urbano —desde comerciantes y profesionales, hasta profesores de primaria y obreros calificados— este concepto resulta un instrumento analítico tosco ya sea aplicado al siglo X IX o al XX. De esta forma Johnson evita definir si se refiere a una clase burguesa o a una clase media —dos grupos distintos aunque a veces confundidos. Desde luego existe alguna razón para agrupar todos los com- jxjnentes del “sector medio” puesto que a veces la burguesia encontró aliados o seguidores entre los elementos urbanos más bajos. Sin embargo, el carácter verdadero de su relación se obscurece al ubicar en la misma categoría social a la burguesía y a los elementos sociales más bajos ‘.
Las generalizaciones de Johnson han sido refinadas y dadas con más precisión por Halperín. Pero en sus lineamientos generales los análisis son similares. Halperín evita la difusa y falaz categoría de “sectores medios” utilizada jxjr Johnson. Más acertadamente considera a los comerciantes, profesionales y administradores como “élites urbanas” a quienes atribuye dominio en la era colonial, mientras trata a los propietarios de la tierra como nuevamente emergentes, invir- tiendo así la sufKisición de Johnson.
6. Johnson, Political Change, pp. 20-21. En esta obra se puede inferir una identificación implícita de la burguesía de
pendiente con el liberalismo, pero no es explícita. En S im en Bolívar (p. 110), Johnson hace una identificación más explícita entre los dos.
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También en algunas partes de su trabajo Halpe- rín considera a los militares más como árbitros entre varios grupos de intereses y no tanto “comò instrumento de los propietarios de tierras. Pero en general Halperin está de acuerdo con Johnson en que un grupo ascendente de propietarios, de tierra^ empleando la, fuerza militar, dominó a los administradores y_comer-, ciantes empobrecidos , por la violencia política^.la-£uaI les devo|xi-Sus fortunas particulares .y. minó las in stitu - ciones de que dependían, Halperin sugiere a la vez que las élites, urbanas fueron debilitadas por la-d^-pe»- dencia económica, externa de sus países, puesto que los comerciantes extranjeros lograron el contrai de gran parte de la áctivídád' comercial que podría haber sostenido a la burguesía local. Los comerciantes criollos, debilitados “por su vulnerabilidad a las presiones de un Estado indigente”, de las cuales estaban libres sus competidores extranjeros, decayeron en poder y prestigio’.
Estos postulados generales tienen cierto fundamento. En Argentina algunos contemporáneos, el más notable de los cuales fue Domingo Faustino Sarmiento, así como historiadores posteriores, han expuesto un cuadro de una cultura rural (o de unos intereses rurales), representado por Rosas y otros caudillos que de manera notoria superaron a los políticos urbanos. En México los escritores políticos del siglo XIX y la mayoría de los historiadores del siglo XX han descrito un conflicto más estructurado entre los príi-
7. Halperin, H istoria contemporánea, loe, cit. La cita es de la página 147.
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pietarios y la burguesía*. Sin embargo, cabe preguntarse si las concepciones normales de la historia argentina y mexicana deben proporcionar las bases para una generalización sobre todos los territorios ubicados entre estos dos extremos de América Latina.
8. Jesús Reyes H eroles apoya sü análisis de clase de la política mejicana con extractos de los puntos de vista de los
liberales (Zavala, M. Otero, Gómez Farias^ M. Lerdo de T ejada) y los conservadores (Alaniaii, Paredes Arrilaga) por igual {III tiberalismu m exicano [3 vols., M éxico : Universidad JNacionat de M éxico, Facultad de Derecho, 1957-661], II, 35- 51, 91-132, 331-49, 365-67, 392-95). Un postulado típico del concepto convencional aparece en la obra de Richard A . Johnson, TÌIC M exican R evolution o f Axutla^ 1854-1855 : A n A n a lysis c f the livo tu tion and D estruction o f San ta A n n a 's Last D ictatorship (.Rock Island, Illinois: Augustana College L ibrary, 1939), 8-2/. Un esbozo más profundo aparece en la obra de Francois Chevalier, ‘‘Conservateurs et libéraux au Mexicque : essai de sociologie et geographic politiques de l ’in - dependence a l’intervention française”. Cahiers d’histoire m ondiale^ V III (1964), 457-74. La necesidad de modificar a fondo el análisis de clase en la política mejicana aparece sugerida por los datos que presenta la reciente obra de Jan Bazant, A lienation o f Church W ealth in M exico: Social and Economic A spects o f the L iberal R evolution, 1856^1875 (Cambridge, lîng. : Cambridge University Press, 1971). Bazant demuestra que numerosos comerciantes eran propietarios de tierra y que algunos liberales (especialmente en Michoacán) poseían grandes extensiones. Bazant busca resucitar el concepto aceptado, sentando una diferencia cualitativa entre un grupo tradicional (le dueños de tierras que operaban según hábitos no capitalistas y los propietarios de tierras radicados en las áreas urbanas pero que manejaban sus posesiones de manera comercial.
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En la historia colombiana la interacción entre aristocracia rural y burguesía también se ha puesto de presente aunque con menos énfasis que en el caso mexicano. Los intentos recientes por enfocar la política colombiana del siglo XIX desde una perspectiva sociológica han utilizado la polaridad convencional ; propietario de tierras-burguesía, pero con algunas modificaciones. Fernando Guillén Martínez sugiere que;
En su origen, los partidos políticos colombianos representaron, al menos en su aspecto emocional, los reflejos antagónicos de dos grupos diferentes : de un lado . . . los más ricos latifundistas y burócratas que esperaban “heredar” el país de la Corona E spañola. . . y del otro el creciente
* proletariado urbano —incluida la clase de los pequeños empleadillos— , que buscaban mejorar su suerte económica y social con el cambio de las instituciones.Pero Guillén Martínez niega de inmediato que una
división clasista entre los partidos persistiera por mucho tiempo. Los partidos definidos con base en divisiones de clase, según él, fueron prontamente reemplazados por dos grupos socialmente heterogéneos e indistinguibles cuyo único principio de organización fue la lucha por controlar las entradas del gobierno
En un análisis, a menudo brillante, de la política coloinbiana a mediados del siglo, Germán Colmenares invierte el proceso esbozado por Guillén Martínez. Según Colmenares, los partidos se desarrollaron simplemente como mecanismos para proteger a un grupo de las acciones arbitrarias de un estado controlado
9. Fernando Guillén, R a íz y fu tu ro de la revolución (B ogotá; Ediciones Tercer Mundo, 1963), 141-51. La cita es de
la página 141.
If34
por otro grupo. A finales de los 1840s prosigue, emergieron dos partidos ideológicamente conscientes, divididos por clase, los conservadores, que representaban a los grandes terratenientes del Valle del Cauca, y los liberales una “'burguesía naciente de mercaderes” Existe evidencia en los escritos del momento que justifica tal concepción de la política colombiana durante este período. En 1851, cuando los hacendados conservadores en el Valle del Cauca sufrieron ataques del pueblo los dos voceros principales del conservatismo colombiano del momento, Mariano Ospina y José Eusebio Caro, se inclinaban a mirar su partido como el de los “propietarios”. Sin embargo, nunca sugirieron que sus oponentes liberales representaran los intereses de los comerciantes o de la “burguesía” ”.
Helen Delpar, dedicándose a un período posterior (1863-1903), pero estudiando individuos que en su mayor parte habían madurado durante la etapa formativa, ha descrito los fundamentos de clase de los partidos en términos más cuidadosamente esbozados. Ella caracteriza a “los conservadores más importantes del momento” como poseedores de “un linaje más aristocrático que el de aquellos liberales notables como Mit- rillo o Parra, quienes pueden ser considerados como representantes de la burguesía provincial”. Los conservadores, “especialmente aquellos del Cauca, Tolima
10. Germán Colmenares, “Formas de la concienciá de clase en la Nueva Granada de 184S (1848-1854)”, B oletín Cultural
y B ibliográfico (Banco de la República, Bogotá), IX , No. 3 (1966) en especial 395-399, 403, 406-408.11. José Eusebio Caro, Epistolario (P ogotá: Editorial ABC,
1953), 161, 349-51.
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y las áreas circundantes de Bogotá, se identificaban con los intereses de tierras más frecuentemente que los liberales” Ya sean aplicadas al período formativo o a la segunda mitad del siglo, estas afirmaciones tienen gran valor pero necesitan de alguna modificación y clarificación. Conservadores de importancia, como Rufino Cuervo, Mariano Ospina y Pedro Justo Be- rrío (entre otros), no eran de linaje particularmente "aristocrático”, sus orígenes sociales eran similares a los de la mayoría de los líderes liberales. Numerosos conservadores que podrían considerarse “aristócratas”, en el sentido de su posición social, no provenían de familias propietarias de tierras. El carácter y la composición de la “aristocracia” en Colombia, y en general en la América española, necesitan un examen riguroso y una definición sería.
¿Feudalismo vs. Burguesía?Si bien es cierto que el concepto convencional de
terratenientes aristocráticos vs. burguesía tiene algunas bases reales, la idea ha recibido circulación inde- l)ida quizá por interpretaciones de vieja aceptación en la historia de Europa Bajo la influencia de la
12. Delpar, “The Liberal Party”, 168-69.13. En la historia europea se han aceptado algunas de la d ifi
cultades que ofrece el establecer una distinción clara entre“aristocracia” y “burguesía” durante la primera mitad del siglo X IX . Como lo señala A lfred Cobban, algunos grupos, tales como los renteros y los propietarios de clase media, noencajan apropiadamente en ninguna de estas categorías. ( “The ‘Middle Class’ in France, 1815-1848”, French H istorical S tu dies^ V , No. 1 (Summer, 1967), 41-52. Existe también una166
experiencia europea tanto los hispanoamericanos del siglo XIX como loa historiadores del siglo XX han convertido al hacendado y al comerciante criollos en algo similar a la nobleza y burguesía continentales. Es bien sabido que en el siglo X IX los hispanoamericanos de clase alta miraron hacia Europa, especialmente hacia Francia, en busca de orientación ideológica. Tanto en los análisis de Mora y Otero en México como en las peroratas efusivas de los jóvenes neograna- dinos que adoptaron un “socialismo” retórico a finales de 1840, observamos que el asunto es tratado con categorías europeas, no necesariamente aplicables en sus- propios países. La revolución de 1848, en especial, causó una profunda impresión en las clases altas de hispanoamérica, haciendo creer a muchos que la política de sus propios países se debatía en tém inos de una lucha entre aristócratas y gente común. Dado el filtro europeo a través del cual los contemporáneos
; observaron los eventos de la América española, su aná- ! lísis social debe ser mirado con cierta aiutela”. Si bien
cierta mezcla ocupacional entre los dos grupos. Patrick y Trevor Higonnet han encontrado alguna coincidencia ocupacional entre aristócratas y burgueses en la Asamblea Francesa de 1846. ( “Class, Corruption, and Politics in the Frencha Chamber of Deputies”, ibid., V , No. 2 [Fall, 1967], 206-2(M). Estas y otras obras de la historia francesa sugieren que las divisiones regionales eran posiblemente determinantes políticos más importantes que las clases. Sin embargo, estos comentarios siguen considerando la distinción entre aristocracia y burguesía como' fundamental de la sociedad francesa, si no de la política, de esta etapa.14, Robert Louis Gilmore, “N ew Granada’s Socialist Mirage”,
H ispanic A m erican H istorical R ev iew , X X X V I (mayo, 1956), 190-210.
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el paso del tiempo nos aleja de los acontecimientos, la influencia de patrones europeos permanece arraigada. Entre los historiadores del siglo XX formados en los supuestos marxistas, existe la predisposición a ver conflictos entre una aristocracia “feudal” y una burguesía en desarrollo.
Por varias razones la aplicación de las conocidas categorías europeas a la América española del siglo XIX no es apropiada. Fuera de México y el Perú (y aun estos casos son discutibles), la América española no tuvo una aristocracia en el sentido europeo de una nobleza titulada. En la época colonial pocos individuos, fuera de los virreyes, poseyeron títulos. La Nueva Granada, en la colonia, tuvo un total de cinco marqueses, mientras México tuvo 50 y el Perú 4L Por lo menos diez terratenientes en la región de Bogotá rehusaron títulos nobiliarios á fines de la colonia o porque no pudieron o porqiie no quisieron pagar las contribuciones requeridas“. En la Nueva Granada, si no en México o el Perú, los nobles titulados fueron demasiado pocos como para jugar el papel de cuerpo corporativo o clase conformada. Después de la independencia, los pocos “nobles” granadinos desaparecieron rápidamente, perdiendo no sólo sus títulos sino también una parte considerable de sus tierras.
15. Camilo Pardo Umaña, H aciendas de la Sabana: su historia, sus leyendas y tradiciones (B ogotá; Editorial K e
lly, 1946), 49, 118, 210-15; Ignacio Gutiérrez Ponce, Vida de don Ignacio G utiérrez Vergara y episodios históricos de su tiempo (1806-1877) (London; Bradbury, Agnew, 1900), 5; Frank Robinson Safford, “Commerce and Enterprise in Central Colombia, 1820-1870”, tesis doctoral, Columbia University, 1965, p. 44.
168 •
En los escritos del siglo XX, incluyendo los que versan sobre la historia europea, ha existido la tendencia a considerar a los grandes propietarios de tierra, en general, como una “aristocracia”, sin tener en cuenta siquiera el factor de los títulos En el caso de la Europa del siglo X IX los propietarios de tierra sin títulos podían de alguna manera considerarse herederos de una tradición de nobleza titulada con privilegios especiales de grupo. En América española sin embargo los propietarios no existieron como un grupo claramente definido y consciente con privilegios sociales, económicos o políticos formales que los distinguieran de los comerciantes, abogados, o administradores gubernamentales. Careciendo de una identidad precisada no podían fácilmente ser movilizados como unidad política. Aún más, no contaban con privilegios políticos o sociales qué defender.
Sólo en un aspecto importante podrían los hacendados hispanoamericanos haberse reunido para defender un interés común. Se ha pensado, en el caso de México, que los terratenientes que dependían de préstamos de corporaciones eclesiásticas temieron que la confiscación de propiedades de la Iglesia repercutiera en su propio detrimento, dando píe para pensar que se interesaron en la protección de las propiedades eclesiásticas y, por tanto, en el conservatismo político. Estudios recientes sugieren, sin embargo, que durante la década de 1840 los propietarios fueron perdiendo su sentido de solidaridad con los intereses eclesiásticos y que más tarde los hacendados figuraron de manera prominente en la compra de propiedades desamortizadas. Además, como muchos comerciantes mexicanos
16. Cobban, “The ‘Middle Class’ in France”, 49.
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eran dueños de haciendas, existia poca razón para que los propietarios de tierras se consideraran separados de los segmentos urbanos de la clase a lta” .
Hubo, sí, una no muy bien definida aristocracia en la América española, por cuanto dentro de la clase alta algunas familias tuvieron más poder y prestigio que otras. Grandes propietarios de tierra participaron de este prestigio, sobre todo localmente. Sin embargo, la tierra no era el único fundamento de esta “aristocracia”, las posiciones en el gobierno colonial y más tarde en el republicano tuvieron, tal vez, un efecto más potente en cuanto a otorgar status se refiere. Una educación universitaria, con el tan deseado título de doctor, facilitó el pase a las filas de la “aristocracia”, como hizo también la correcta conducta social (la urbanidad). La calidad de la aristocracia se extendía entonces en varios grados a través de las clases altas.
17. Reyes Heroles, E l liberalismo m exicano, II, 344-45, destaca que para 1846 los representantes de los conservadores
mejicanos continuaban asumiendo una solidaridad de intereses entre los hacendados y la Iglesia, a pesar de que esta suposición se empezaba a poner en tela de juicio de manera creciente. Michael P. Costeloe, C hurck W ealth in M exico (Cambridge, Eng., Cambridge University Press, 1967), 28, sugiere que “la mayoría de los propietarios de tierra tenían muy poca alternativa aparte de apoyar al clero, o al menos permanecer callados, en cualquier controversia que envolviera a la Iglesia”. Pero Costelos también considera la posibilidad de que los deudores hayan tenido interés en la abolición de los conventos. Igualmente señala un cambio en las actitudes conservadoras entre 1833 y 1846 sobre el aspecto de la compra de propiedades desamortizadas por parte de propietarios de tierra y hacendados, véase Bazant, Alienation o f C hurch W ealth.
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llegando a todo aquel que putativamente fuese blanco rico o educado. Entre la clase alta algunos individuos apreciaron un comportamiento social aristocrático. Pero como el status aristocrático era algo amorfo sin de- ■ finición formal, éste no logró determinar la política en la forma como lo hizo en Europa.
¿Propietarios de tierras vs. Abogadosy Comerciantes?Dejando a un lado las formas europeas de aristo
cracia, ¿qué pensar de la posibilidad de conflicto entre la clase propietaria de tierras (con o sin aderezos aristocráticos) y vm grupo urbano de abogados y comerciantes? Tal análisis presupone una especializa- ción, una especificidad de funciones que no fue característica de la mayor parte de la América española en este período. Uno de los más respetado.*» “aristócratas” colombianos de la temprana era republicana, Vicente Borrero (1784-1877), era a la vez gran propietario de tierras, abogado, profesor y comerciante. Esta diversidad de actividades era el modelo común, no la excepción. Por tanto no podían existir y de hecho no existían clases claramente distinguibles de propietarios, profesionales o comerciantes.
Dadas tan diversas ocupaciones en un solo individuo, ¿cómo determinar de manera práctica la correlación entre ocupación y afiliación política ? ¿ Qué separa, en términos de ocupación o interés económico, el conservador moderado Borrero, del liberal Francisco de Paula Santander, general y propietario, o de su seguidor político Diego Fernández Gómez, abogado, profesor y propietarios de tierras ? En algunos casos un individuo con varias ocupaciones podría ser identificado primordialmente por una de ellas. Pero aún en estos casos
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el indiviciuo forma parte de una familia, de una unidad política, cuyos miembros por lo general abarcan toda una variedad de ocupaciones. En resumen, cualquier análisis de los alineamientos políticos de las élites en el siglo XIX que realce el aspecto de clase económica deberá confrontar ante todo el complejo problema de separar a las personas por grupos ocupacionales claros, y este es un problema cuya solución lleva implícito el riesgo-de ser arbitraria, forzada y equívoca.
Aún asumiendo categorías ocupacionales claramente divisibles, es dudoso que los propietarios de tierra representasen una “élite” con poder o,status social claramente superior a los profesionales y comerciantes, o que pudiese controlar sus actuaciones. En cuanto al poder político, los abogados y comerciantes sin distinciones de afiliación partidista, tenían tanto alcance politico como los propietarios de tierras. Desde luego se encuentran ejemplos de hombres cuyo poder y prestigio pueden ser vinculados con grandes tenencias de tierra. Pero los mismos hombres frecuentemente eran doctos en la jurisprudencia y así ostentaban otros motivos de respeto. Había también muchos hombres importantes de inclinación conservadora cuyo poder emanaba principalmente de sus capacidades intelectuales. Tales eran los casos de José Manuel Restrepo, Alejandro Osorio, José Ignacio de Márquez, José Eusebio Caro y muchos otros. Se podrían incluir también José María Castillo y Rada y Lino de Pombo, quienes provenían de familias con prestigio social pero cuya influencia se basaba más en el talento que en las propiedades.
Queda por saber aún, si los burócratas conservadores, abogados intelectuales, eran en realidad los subordinados o los clientes de los propietarios de tierras.172
Algunos, si no la mayoría, de los empleados urbanos estaban en una situación financiera precaria de la cual siempre esperaban salir con la ayuda de padrinos o de matrimonios convenientes. Pero no siempre buscaron la ayuda de los propietarios de tierras. Los políticos establecidos, generalmente del sector urbano, eran fuentes esperadas de patrocinio, y ellos, con los comerciantes acomodados, eran objeto de alianzas matrimoniales “.
Para mantenerse en el poder los políticos urbanos dependían indudablemente de la influencia local de los propietarios de tierras, tanto en tiempo de elecciones como en época de guerra civil. Pero de otra parte, los propietarios de tierra eran, en cierto sentido, los “clientes” de los letrados urbanos. Hasta el establecimiento del sistema federal después de 1863, los propietarios de tierras sirvieron como extensiones locales de un sistema político centralizado. Sin embargo, en cuanto permanecieron en sus haciendas quedaban aislados de las corrientes ix)líticas emergentes de la capital, pudiendo jugar una parte apenas muy pequeña en la organización y dirección de los partidos nacionales. Así pues, para cumplir cabalmente sus funciones como líderes locales, los hacendados dependían de los abogados e intelectuales de Bogotá por su orientación política y doctrinaría’“.
18. Caro, Epistolario^ ^79-84 y passim, arroja cierta luz sobre los intereses y proyectos de los empleados colombianos. La
buena suerte de contraer matrimonio con un comerciante capitalista se halla descrita en el Epistolario del D octor R ufino Cuervo (3 vols., Bogotá: Imprenta Nacional, 1918-22), II, 182).19 Caro, Epistolario, 73-79.
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Los propietarios de tierra no estaban solamente aislados del centro político, sino que tenían además menos razones que otros miembros de la clase alta para preocuparse por lo que ocurriera en la capital. La mayor parte de los propietarios necesitaban muy poco de los servicios especiales que la influencia en el gobierno podría proporcionar; excepciones notables fueron los préstamos forzados que les impusieron durante la guerra civil, para los cuales buscaron compensación, y los juicios que sobre tierra y títulos de propiedades se iniciaron.
Puesto que sus actividades no requerían por lo regular la atención del gobierno, los propietarios de tierra, es decir hombres dedicados por completo a la agricultura, estaban relativamente desconectados del sistema y raramente viajaban a Bogotá o se comunicaban con sus representantes en la capital. En cambio, los abogados y comerciantes de ambos partidos tendían a gravitar en el centro del sistema político. A los abogados que aspiraban a nombramientos judiciales les convenía mantener buenas relaciones en las ciudades capitales de provincia tanto como en la ciudad capital nacional. Los comerciantes que se dedicaban a la importación, tenían que comprar papel de crédito oficial para el pago de los derechos de aduana al descuento ; Bogotá fue el mercado principal para este papel y también el sitio para asegurar decisiones administrativas favorables en relación con el uso del mismo. Otros comerciantes y numerosos abogados trabajaron también como agentes de comisión, obteniendo decisiones oficiales favorables en relación con las necesidades mercantiles de personas dentro o fuera de la capital. La vida de estos agentes en la capital dependía, hasta cierto punto, de que sus amigos políticos174
estuvieran en el poder. Como los abogados y los comerciantes en sus negocios diarios vivían del sistema, estaban necesariamente más involucrados en él que los terratenientes. Por lo mismo tendían a jugar un papel mucho más importante en la adquisición y uso del poder político“.
Puesto que la economía era predominantemente agrícola, se podría suponer que todos los demás grupos, dependían económicamente de los hacendados que controlaban los medios de producción. Pero esta de- Ijendencia no implicaba necesariamente subordinación. Los comerciantes que de alguna manera tenían que ver con los hacendados eran muchas veces sus acreedores. Los abogados tendían a depender de los propietarios de tierra, ppr cuanto mucho del trabajo legal tenía que ver con asuntos de tierra. En la mayoría de los casos, no obstante, los abogados representaban más bien los intereses en conflicto de hacendados particulares que los intereses colectivos de los propietarios de tierra como un todo. Pero aún dentro de una economía tan sencilla como la de la Nueva Granada, los propietarios no eran la única fuente de empleo para los abogados, los pleitos comerciales ocupaban buena parte de su tiempo. Por tanto es dudoso que aún los abogados, como clase, se definieran en base a sus relaciones con los terratenientes. Alguna parte de la legislación producida por los abogados políticos sirvió claramente a los intereses de los propietarios de tierra; muy notable fue la división y enajenación de
20. E l análisis de este párrafo y de los tres siguientes está basado, en parte, en observaciones derivadas de los libros
copiadores de la firma comercial de Inocencio Vargas e H ijos, Bogotá, 1850-1870.
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las tierras de las comunidades indígenas y la cesión en grandes cantidades de los terrenos baldíos. Pero estas medidas no beneficiaron solo a los terratenientes, pues los abogados y comerciantes también las consideraron como medios especulativos de ensanchamiento.
La idea de que la burguesía estaba dominada por los propietarios de tierra se basa parcialmente en la suposición de que aquella se hallaba debilitada económicamente por la querella política del período y estos no. Tal presupuesto es dudoso. Es verdad que los empleados oficiales se encontraban económicamente mal, pues el Estado, desgarrado por la guerra civil, a menudo les pagaba en documentos crediticios de- valuados. Pero sería difícil decir que otros elementos urbanos fueron más adversamente afectados por las guerras civiles que los propietarios de tierra. Mientras los hacendados perdieron continuamente sus caballerizas y ganado en tiempo de guerra, los comerciantes al menos a mediados del siglo, pudieron guardar mucho de su capital de trabajo en forma segura, colocándolo en el extranjero por medio de casas de comisión británicas. Lo que perdieron los comerciantes durante las interrupciones del tiempo de guerra, parecen haberlo recuperado con los beneficios especulativos de la postguerra. La guerra civil, al minar el crédito público abrió también la oportunidad de hacer préstamos al gobierno con tasas de interés exorbitantes. Y la baja de los papeles del gobierno en el mercado simplemente hizo más fácil para los comerciantes el pago de los derechos de importación, para lo cual muchos de los documentos de deuda pública resultaban canjeables. Al igual que los comerciantes, los abogados podían beneficiarse tanto de la guerra civil como de la paz, cada guerra les reportó nuevos176
negocios al convertirlos en representantes de las demandas contra el gobierno.
Si los intelectuales administrativos comandaban el poder político, y si la agilidad de los comerciantes y ahogados les dio a estos ciertas ventajas económicas, no quedó entonces para los propietarios de tierras la capacidad de influir sobre el resto de la sociedad a través de una reconocida superioridad de statusf Quizá los propietarios estuvieron en capacidad de dominar la sociedad no tanto a través de manipulación directa de las palancas del poder económico y político, como a través de una firme influencia de su prestigio. Por diversas razones soy escéptico ante esta idea de que las sociedades latinoamericanas estuvieron totalmente colmadas de admiración por los grandes poseedores de tierra. El prestigio en los períodos pasados es muy difícil de medir, entre otras razones por ser un elemento tan variable y relativo. El status depende de quien lo mire. Para algunos de los comerciantes de Bogotá al menos, los hombres más respetados eran los comerciantes-capitalistas con el crédito jnás sólido e inversiones monetarias hechas de la manera más inteligente y segura. Lxjs comerciantes y otros grupos urbanos miraban en algunos casos a los propietarios de tierra con condescendencia como inocentones que vegetaban en el campo, presumiblemente incapaces de entendérselas con los retos y oportunidades del comercio Entre los poseedores de tierra muy seguramente prevalecía otra opinión. Los
21. Ramón Guerra Azuola, “Apuntamientos de viaje”, Boletín de H istoria y A ntigüedades, IV (Oct., 1906)6, 246-48;
Francisco Vargas a A dolfo Harker, Bogotá, febrero 11, 1860, cartas de Vargas, 1860, folios 58-59.
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hombres de gustos literarios posiblemente admiraban a los poetas y dramaturgos al igual que los militares admiraban a los generales. Codificar estas diferentes perspectivas en una escala social general de ocupaciones es un problema extremadamente difícil, en especial cuando se trata del pasado.
Si pudiera hacerse una codificación general de valores, la calificación social más altamente valorada, al menos en los centros urbanos ostentadores del poder, podría bien no ser la propiedad de tierras. Vale recordar que las sociedades latinoamericanas, aunque básicamente agrícolas, han tenido una orientación fuertemente urbana. En los valores de la población urbana parece que se daba importancia a: 1) los logros culturales (educación, urbanidad) y 2) dinero en cualquier forma, con un énfasis variable entre la cultura y el capital. Tanto un comerciante capitalista fuerte, como un abogado poderoso, un gran propietario de tierras, un general, un escritor elocuente e imaginativo o un rector de colegio frecuentado por la clase alta, pueden haber disfrutado, en términos generales, de igual respeto. Así, los individuos que ejercían cualquiera de estas funciones de la clase alta probablemente no se sentían achicados por ninguno de los otros elementos de la misma clase.
Clase Económica y Alineamientos PartidistasSi los propietarios de tierra no dominaron clara
mente a los elementos urbanos, podríamos tal vez esbozar la idea de que los dos grupos se dividieron políticamente en partidos? Tal hipótesis supone una conciencia de la existencia de clases económicas dis178
tintas que no parece haberse presentado. Si bien algunos comerciantes consideraban a los propietarios de tierras como hombres de ocupación diferente, modo de vida diferente y posiblemente de mentalidad diferente, hay poca evidencia de que existiera una hostilidad de intereses sensible. Tal vez la única excepción ocurrió hacia 1840 cuando a raíz dé una crisis comercial en la que muchas familias terratenientes perdieron sus propiedades se produjo el ataque de algunas de éstas contra la usura y la especulación comercial. En este caso uno de los principales especuladores fue identificado con el conservatismo político, y otro con el grupo santanderista. En todo caso, la reacción no fue claramente un asunto de partido
En general, los intereses económicos de los mieni- bros rurales y urbanos de la clase alta eran totalmente complementarios. Los comerciantes tenían interés en el libre comercio, igualmente lo tenían los propietarios que aspiraban a vender para exportación y a consumir mercancías importadas, y también los abogados que podían trabajar por los intereses de ambos con la misma facilidad como podían servir cualquier ' otro interés. Así pues, existía poca base para un conflicto de intereses económico que pudiera ser traducido en divisiones partidistas.
Una posible excepción de lo dicho eran los terratenientes del interior que no podían exportar sus productos. Empero, aún muchos de estos creían, como Rufino Cuervo, que el porvenir del país tenía que fincarse en la exportación de frutos agrícolas, sobre todo los tropicales. A este respecto hay que anotar que
22. Safford, “Commerce and Enterprise”, pp. 69-84.
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no siempre hay una relación fácil y directa entre los intereses económicos individuales y las opiniones sobre política económica. Por ejemplo, varios de los interesados en las fábricas de Bogotá de los años 1825- 1850, como José Manuel Restrepo y José María Castillo y Rada, eran libre cambistas.
La evidencia fragmentaria sugiere que cualquier ocupación dada era ejercida tanto por conservadores como por liberales. Durante el período formativo, las adhesiones políticas de muchos individuos no quedaron fijas y la composición de las facciones fluctuaba. Sin embargo, la distribución ocupacional entre los grupos no variaba notablemente. Durante la crisis de 1825- 1831, terratenientes tan notables como Domingo Cay- cedo, Juan de Dios Aranzazu, los Mosqueras civiles y los Borreros se mantuvieron en el bando “liberal”, bien como constitucionalistas o como mediadores entre los santanderistas exaltados y los bolivianos ser- TÍlcs. Pero hacia la década de 1830 estos hombres se identificaron claramente como contrarios de la rama santanderista del liberalismo. En este momento tenemos, entonces, un grupo grande de propietarios de tierra que empiezan a conocerse como conservadores. Pero también en este momento muchos abogados se movían en la misma dirección —^hombres como José Ignacio de Márquez, Alejandro Osorio, Rufino Cuervo y José Antonio Plaza, para mencionar únicamente los más conocidos. Lo mismo sucedió con algunos comerciantes capitalistas del antiguo grupo constítucio- nalista. Los hermanos Arrubla y Francisco Montoya, quienes habían estado muy cerca de Santander durante el período 1824-32, se encontraban hacia 1840 entre los del grupo conservador ministerial que regía en Bogotá.180
De 1825 a 1850 los liberales ejercían las mismas ocupaciones que sus adversarios políticos. Las profesiones parecen haber estado casi igualmente repartidas entre los dos partidos. Si algunos liberales notables, como Lorenzo María Lleras o Victoriano de Diego Paredes, encontraron su vocación en enseñar a la juventud de la clase alta en colegios, igual hicieron líderes conservadores como Lino de Pombo y Mariano Ospina Rodríguez. De la misma forma los dos partidos estídjan altamente representados, sino igualmente, en la profesión de las leyes y entre los ix>etas, periodistas y otras actividades literarias.
En esta distribución partidaria de las profesiones literarias se puede incluir hasta el clero. Al menos hasta la ruptura del 40, hubo muchos sacerdotes santau- deristas, desde el obispo de Antioquia, Juan de la Cruz Gómez Plata, hasta muchos párrocos esparcidos por los pueblos pequeños. Una de las quejas más amargas de los santanderístas contra la administración de Márquez fue la postergación del clero santanderista. Probablemente la mayoría del clero era de afiliación ministerial antes del 40; seguramente la gran mayoría tenía esta identificación después de la guerra civil de 1840-1842.
Cada partido tenía además su cuota de oficiales militares. Entre 1828 y 1831 el gran número de oficiales venezolanos en la Nueva Granada constituyó ima fuerza cohesionada que militó a favor de la dictadura bolivariana. Pero después de su eliminación en los primeros años de 1830, la restante fuerza militar de la Nueva Granada no favoreció marcadamente a uno u otro partido. (Los años 1853-54 fueron una ex
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cepción debatible) En cuanto a los últimos años de la década de 1830 la oficialdad parece haber estado casi pareja entre moderados y santanderistas. Después de este momento el número relativo de liberales y conservadores en la lista militar dependía de quien controlaba el gobierno: los conservadores, ascendieron después de la fracasada rebelión de los supremos en 1840, en tanto que los liberales dominaron claramente entre 1851 y 1854 y con posterioridad a 1863. Una repartición igual, en términos generales, de las ocupaciones literarias y militares entre los dos partidos puede ser explicable: con el fin de sostenerse, cada partido tenía que cuidar de las mismas funciones políticas; elaboración de pautas, propaganda y manejo político nacional por parte de literatos y abogados, y fuerza militar en el caso de los oficiales de profesión.
Tal vez los liberales fueron ligeramente más numerosos en el comercio y los conservadores en la posesión de tierras. Pero la división entre los dos, hablando exclusivamente en términos de oficios, no era muy grande. Muchos comerciantes de la región oriental,23. Anthony Maingot sostiene que después de obtener la in
dependencia se desarrolló una división entre los oficiales de la clase alta, quienes se retiraron a sus haciendas volviendo al servicio activo sólo en tiempo de crisis, y los oficiales de origen social más bajo, quienes permanecieron cerca del cuartel. Tal división se expresó de una manera notable en el golpe de Estado de Meló en 18S4. Los oficiales “caballeros” de ambos partidos que suprimieron el gobierno de M eló, si bien tal vez eran socialinente distintos de los partidarios de Meló, sin embargo se consideraron ante todo como militares profesionales. E l argumento de Maingot es esbozado brevemente en la obra de Stephan Therstrom y Richard Sennett, eds., N ine- teenth-C entury C ities: E ssays in the N e w U rban H istory (N ew H aven; Yale, 1969), 297-343.
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grandes y pequeños, se identificaban con el conservatismo —Raimundo Santamaría, Juan Clímaco Ordó- nez, Vicente Martínez y Ruperto y Anselmo Restre- po, entre otros. Varios de los comerciantes cartageneros (v. gr. Juan de Francisco M artín), y la gran mayoría de Medellín eran también conservadores. Algunos conservadores, como Adolfo Harker, fueron incluso comerciantes prominentes en la región predominantemente liberal de Santander. Entre los propietarios de tierras, el conservatismo parece haber sido predominante en el Alto Cauca y en las zonas orientales altas entre Bogotá y Tunja. Pero en algunas otras áreas del país —las planicies de Cúcuta, mucho de lo que ahora es Santander y, parte del Alto Valle del Magdalena eran más notorios los terratenientes liberales. Pero en ninguna de estas regiones se encontraba un dominio exclusivo de la tierra por parte de un grupo político u otro.
Hipótesis alternasSi la simple identificación de los grupos ocupacio-
nriles con las afiliaciones de partido no resulta útil> ;<iué podrá decirse acerca de las bases sociales de las alineaciones políticas durante el siglo XIX en Colombia? Todo parece indicar que no existe una sola clave que abra esta arca. Examinemos algunas de las jxisibilíclades.I. Divisiones Regionales
Esta clase de explicación es tan general como las de enfoque ocupacional. Las explicaciones con un enfoque regional son varias. Ciertas versiones realzan los intereses económicos regionales en conflicto (ej. Mirón Burgin al hablar sobre Argentina y Harry
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Bernstein cuando intenta aplicar el modelo de Bürgin a México), mientras en otras se relieva el efecto divisorio de las estructuras eco-sociales distintivas de cada región y las características culturales
En el caso de Colombia en el siglo XIX, los posibles conflictos de intereses económicos regionales no parecen haber jugado un papel significante en la determinación de los alineamientos políticos. En el período formativo de los partidos políticos colombianos la economía no estaba suficientemente integrada como para desarrollar en forma clara intereses económicos regionales antagónicos.El país estaba dividido en varios conjuntos regionales (cordillera Oriental, Valle del Cauca, Antioquia, Costa Caribe). El clima tropical de Colombia hizo posible que cada región produjera (en sus varias altitudes) la mayoría de las cosechas necesaria^ para el consumo local. A esto se agregan, las pésimas condiciones de comunicación por tierra que im^xisibilitaban el mercado inter-regional, con excepción de los artículos fácilmente transportables como el ganado, los alimentos de alto valor y los textiles. Así pues, la espe- cialización económica regional se veía muy limitada. Durante el período colonial se habían desarrollado algunas especialidades regionales —el oro de Antiocjuia y Chocó, los textiles del algodón de la región del Socorro, los cultivos de trigo de las Sabanas que se ex-
24. Mirón Bürgin, The Economic A spects o f A rgen tine Federalism , 1820-1852 (Cambridge, M ass.: Harvard Universi
ty Press, 1946) ; Harry Bernstein, M odern and Contemporary Latin A m erica (N ew York: J. B. Lippincott Company, 1952), Capítulo 4.
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tienden al norte de Bogotá. Pero cuando la independencia se consolidó en 1821, las dos últimas especialidades se hallaban seriamente debilitadas por la competencia de las importaciones y porque aún las mismas élites de las regiones productoras hicieron poco por defenderlas. ( Por el contrario, algunos comerciantes santandereanos enviaron a Inglaterra los modelos de tejidos desatollados localmente para una reproducción e importación más baratas) Las minas de oro de Antioquia siguieron siendo una industria importante, pero no dieron origen a intereses en conflicto con los intereses de otras regiones.
Los principales casos de intereses conflictivos (o mejor de carácter competitivo) fueron intra-regiona- les, no inter-regionales. Uno de ellos fue el conflicto entre Cartagena, el puerto monopolio de la era colonial, y Santa Marta por el manejo de la importación. Se debatió arduamente si las debilitadas fortunas cartageneras debían ser alentadas concediéndoles la categoría de puerto franco o con un subsidio al Canal del Dique. Otra cuestión relacionada era la de abrir el puerto de Sabanilla (Barranquilla) al comercio externo, un cambio que los cartageneros resistían. Se nota que mientras la ciudad de Cartagena fue dominada por ministeriales (proto-conservadores), Santa Marta y la parte de la provincia de Cartagena cerca de Sabanilla (cantón de Sabanalarga) eran santanderis- tas (liberales). Sin embargo, todavía falta información (jue indicare que esta correlación representara una expresión de intereses y no una mera casualidad. No se ha encontrado ninguna posición partidaria respecto
25. Francisco Vargas a Hermógenes Vargas, Bogotá, junio17, 1866, Cartas de Vargas, 1866, folio 180.
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a estas cuestiones, ni mucho menos una expresión regional indicando que sus simpatías políticas tenían relación con estos asuntos económicos.
Otro ejemplo sobresaliente de competencia intra- regional fue la rivalidad entre los varios sub-grupos de la cordillera Oriental en su esfuerzo por crear vías entre las tierras altas y el río Magdalena. No aparece claro en este caso tampoco que los intereses competitivos de Bogotá, Tunja, Vélez, Socorro y Girón- Bucaramanga afectaran las preferencias políticas de sus habitantes.
Hay, quizás, un momento de correlación entre los intereses económicos regionales y la alineación partidista. El sur de Santander, el Valle del Alto Magdalena, y el Valle del Cauca, áreas de conocido potencial como productoras de tabaco, tuvieron claro interés en liberar el tabaco de los estancos coloniales y permitir su libre producción y comercio. Estas áreas se cuentan también entre aqüellas que apoyaron con más fuerza el gobierno liberal de López que abolió el monopolio. De otra parte, las áreas conservadoras que no producían tabaco no contaban con claras razones económicas para oponerse a la abolición del monopolio. La oposición conservadora, tal como se expresó, estaba basada esencialmente en principios de réspon- •sabilidad fiscal.
Cabe afirmar aquí que, tanto en lo regional como en lo individual, no siempre hay una relación obvia y sencilla entre los intereses económicos y la política económica. Por ejemplo, en 1832 en Cartagena se abogó por un fuerte proteccionismo aduanero, a pesar de que —se supondría— un puerto marítimo tendría su interés en la expansión del comercio internacional.186
Aunque no hay mucha evidencia sobre la importancia política de la competencia de intereses económicos ínter-regionales, es cierto que algunas partes de la Nueva Granada tenían fisonomías políticas sorprendentemente distintas. En ninguna parte del país un partido tuvo monopolio exclusivo. No obstante, la región de Santander y el Valle del Alto Magdalena eran predominantemente liberales, mientras Tunja y sus alrededores, Cartagena, Popay^n y finalmente (sobre todo en los últimos años) Antioquia eran muy conservadoras.
Hasta cierto punto, las diversas tendencias regionales pueden explicarse con base en las diferentes estructuras económicas de algunas de estas regiones y en los modelos sociales que promovieron. No parece que haya sido simplemente asunto de las formas predominantes de tenencia de tierra en una región dada. Santander y Pasto se caracterizaron por numerosas posesiones pequeñas e independientes; sin embargo, el primero fue marcadamente liberal, mientras Pasto se convirtió en una fortaleza del conservatismo. Igualmente, el Alto Cauca (Popayán) ofrecía extensas posesiones de tierras y tendencias conservadoras predominantes, cuando los llanos del Tolima, que también contaban con extensas posesiones, fueron en buena parte liberales.
Debemos mirar más allá de las extensiones poseídas y observar el carácter de la agricultura y de las fuerzas de trabajo. Por ejemplo, Cartagena y el Valle del Cauca dependían en gran medida del trabajo de los esclavos o de los negros recientemente liberados, con la propensión a verse afectados por el temor de levantamientos “pardocráticos”. Esto puede explicar su inclinación a un estilo conservador marcadamente
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aristocrático y autoritario. En la región de Tunja, de manera algo distinta, una población campesina dócil y (le origen indígena (que evidentemente no amenazó con conflictos de clase) estimuló tal vez el conservatismo aristocrático en esta parte. De otro lado, el predominio de la ganadería en las extensas posesiones del Tolima, Huila y los Llanos de Casanare, posiblemente creó una cultura relativamente democrática en los usos sociales (aunque no en la distribución de las ganancias) esta1)leciendo así un ambiente propicio para el liberalismo. El liberalismo de Santander quizá pueda entenderse a partir de las pequeñas posesiones características de esa región. ¿ Pero cómo explicarnos el caso de Antioquia, tan marcada por tendencias contradictorias —terratenientes, dueños de pequeñas parcelas, esclavos y descendientes en las ardientes regiones mineras—, y aún así socialmente democrática en muchos rasgos? ¿Puede pronosticarse su conservatismo tan marcado a base de esta laiezcla?
Antes de poder afirmar con seguridad una relación entre las estructuras regionales socio-económicas y las tendencias políticas, necesitamos ir más allá de una simple correlación. Necesitamos conocer más acerca del proceso por el cual los individuos de distintas regiones y clases sociales llegaron a hacer sus compromisos ix)líticos. Necesitamos saber si, y en qué manera, las formas sociales de sus regiones nativas incidieron en sus afiliaciones. También debemos averiguar, en el caso de que la estructuración socio-económica de una región propiciara la inclinación de los individuos hacia un estilo político particular, qué determinó la afiliación opuesta del elemento disidente minoritario de la misma región.
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Las diferentes estructuras socio-económicas de cada región pueden haber determinado no sólo el predominio de un partido en una área dada, sino también haber promovido las diferencias de estilo dentro de cada partido. Con la aristocracia conservadora de Popayán, Cali y Buga, que dominaba en el Cauca, el liberalismo de esa región se convirtió en instrumento del conflicto de clases representando a los individuos des- jx)seídos y sin tierra en su lucha contra los terratenientes, contando en ocasiones con un liderazgo proveniente de la clase alta aunque de estratos más bajos c[ue los que caracterizaron el conservatismo del Cauca (Obando el bastardo, Ramón Mercado, etc.). Debido al elemento del conflicto de clases, la lucha liberalis- mo-conservatismo en el Cauca parece haber adquirido un carácter un tanto más violento que en otras partes. Lo vemos expresado, ya en la persecusión maniática de Tomás Cipriano de Mosquera a Obando, ya en los “retozos democráticos” de los primeros años de 1850. Por contraste, en Santander los liberales representaron el Establecimiento, de tal forma que en el norte el liberalismo no fue un agente del conflicto de clase. Obviamente, no sabremos mucho sobre la dinámica social política en estas regiones hasta que cada una de ellas haya sido rigurosamente examinada.
Un enfoque distinto de las diferencias políticas regionales podría realzar el papel jugado por cada región al final del período colonial, como determinante de actitudes tendientes al cambio. El conservatismo predominó en los centros de im¡xirtancia de la colonia, y el liberalismo en los centros periféricos. Santa Fe de Bogotá, Cartagena y Popayán fueron -centros en varios sentidos durante el período colonial, Bogotá y Cartagena como centros administrativos, Cartagena
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como la beneficiaria de las restricciones del comercio colonial, Popayán cOmo la sede de los empresarios mineros más ricos del Virreinato. Como centros administrativos o lugares de relativa riqueza, estas ciudades contaron con un número elevado del clero y de monasterios bien dotados, lo cual representó una mayor disponibilidad educativa en relación con el resto del país. Por lo tanto, sus clases altas tuvieron mayor acceso a los cargos administrativos no sólo por su localización estratégica y sus conexiones sociales, sino por las mejores posibilidades de adquirir educación. El desarrollo de la educación superior significó además que las élites de estas ciudades desarrollaran un estilo aristocrático basado no sólo en su relativa riqueza sino también, y posiblemente más importante, en el hecho de ser cultas. La concentración de clerecía y de establecimientos conventuale^ en estas ciudades implicó también que la influencia del clero permaneciera relativamente fuerte durante la era republicana. En fin, y en términos más .generales, las clases altas de estas ciudades, debido a su relativa riqueza en la colonia y a su mayor importancia dentro de la estructura colonial, estuvieron más inclinadas a mantener el status quo institucional, cuando no a mirar atrás, que la gente de la periferia. En diversos, grados esto podría también aplicarse a Pamplona y Girón (centros mineros menos importantes), Mompós y Honda (centros establecidos de comercio), y Tunja, tierra de numerosos latifundistas y sede de muchos conventos. Las tendencias conservadoras de estos lugares se vieron indudablemente aumentadas por su marcado estancamiento económico durante los años comprendidos entre 1825 y 1850. Las únicas excepciones parciales al modelo de estancamiento económico fueron Bogotá y Honda, excepcionales también dentro de los centros190
coloniales importantes por exhibir durante la era republicana notables elementos liberales.
En la otra cara de la moneda encontramos a los individuos que vivían en sitios marginales durante la era colonial y quienes se mostraron menos interesados en el mantenimiento de las instituciones coloniales. Así, la región del Socorro (que representa muy bien este aspecto) no produjo mucha riqueza a sus clases altas y estuvo caracterizada por poblaciones pequeñas, poca importancia de la clerecía regular y escasas oportunidades educativas a nivel local. También jodemos mencionar a los liberales de Santander, provincianos típicamente ambiciosos que deseaban romper y quebrar la estructura de los privilegios económicos, políticos y culturales de la colonia a fin de competir con los atrincherados descendientes de la élite económica y administrativa de los Borbohes. La economía post- colonial de la región de Santander fue apenas más próspera que la de Popayán, Cartagena o Tunja. Sin embargo, fue menos inactiva por cuanto los santande- reanos trataron mucho más persistentemente de superar su pobreza a través de varias iniciativas como el cambio de la producción de textiles por la de sombreros de paja, los intentos de exportación de tabaco en el sur y el reemplazo del cacao por el café en el norte. A pesar de que la ganancia producida por estas actividades fuera menos que espectacular, los esfuerzos, sin embargo, señalaron una orientación del presente hacia el futuro, en contraste con una orientación más al pa- -sado en Popayán, Cartagena y Tunja.
Dentro de este marco analítico, que relieva las estructuras coloniales y la economía post-colonial, Antioquia, aparece siempre como una anomalía. En la época colonial, Antioquia compartió muchas caracte
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rísticas con Santander —^escaso desarrollo de las instituciones urbanas, pocos conventos, tardía implantación de la educación superior, desinterés por la cultura y una simplicidad general en el estilo social. Y, al igual que los santandereanos del siglo XIX, los antioqueños tuvieron un ojo agudo para las innovaciones económicas. Sin embargo, en tanto que la región de Santander se convirtió en la clave del liberalismo. Antioquia, alrededor de 1840, comenzó a jugar el mismo papel para el conservatismo. Posiblemente el movimiento económico generado por la economía minera tuvo algo que ver con el conservatismo de Antioquia, jK)r cuanto el despliegue de las oportunidades económicas a todos los niveles sociales tendió a dar a la parte de la jKjblación activa en la jxilítíca puesto fijo dentro del orden existente. Esta explicación económica puede parecer indacuada ya que no explica (al menos aparentemente) el elemento más notorio del conservatismo antioqueño, la devoción religiosa hondamente arraigada de la región. Empero, este ahincamiento religioso al menos encuadra perfectamente bien con una sociedad regional en que los logros económicos creaban bases sólidas para un muy profundo conservatismo social.II. Orígenes familiares
Otro sistema de análisis íntimamente relacionado es aquel que relieva los orígenes familiares ya que ofrece la ventaja de tratar más directamente con los distintos empeños dentro de una región dada. Este enfoque difiere del estereotipo ocupacional, ya discutido, en que se remite a los orígenes más que a los logros eventviales del individuo y en que hace énfasis en el status familiar más que en las clases económicas. Tiene también numerosas ventajas sobre otra clase de métodos de grupo referidos a los intereses económicos.192
Permite mayor discriminación: desde el momento de su aparición en la escena política, la mayoría de los líderes políticos difícilmente se pueden separar; una vez en el pináculo, cualquiera sea su partido, probablemente poseen grandes extensiones de terreno, grados en leyes o alto rango militar. En sus orígenes sin embargo, se tiende a encontrar más variaciones. En segundo lugar, en el momento relativamente temprano en que numerosos individuos se forjan compromisos políticos, sus orígenes probablemente han sido factores más relevantes para definirse en la política que sus logros ix)steriores..
El énfasis en los orígenes familiares es más útil si se incluyen tres componentes distintos: 1) la posición económica de la familia, 2) su posición social, y 3) las dotes culturales o las maneras sociales dadas al niño en su educación familiar. Esto lleva a una definición cultural de clase tan importante, por lo menos, como la definición económica. Tal concepción cultural de clase nos resulta particularmeifte útil para discriminar los liderazgos conservadores y liberales en el período formativo. En numerosos casos cuando las diferencias en los orígenes económicos no están claras, la posición social y las dotes o formas culturales ayudan efectivamente a discriminar entre los dos grupos. Esto salta a la vista en La Galería Nacional de Hombres Ilustres o Notables de José María Sami>er, colección de bosquejos biográficos escritos la mayor parte entre 1876 y 1878. En estos bosquejos, los conservadores (¡ue alcanzaron talla nacional se describen uniformemente como hombres de familias muy distinguidas y de alta cultura. Muchos de los liberales de Samper, aunque de clase alta, son descritos como menos cul- Tf)s y más simples en su estilo social (ej.: Patrocinio
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Cuéllar, José Hilario López, José María Obando, Santos Gutiérrez). Desde luego, el tratamiento particular de Samper puede ser objeto de sospechas, toda vez que por el tiempo en que escribió estos bosquejos, el autor era fuerte conservador. Pese a esto, cualquiera sea la precisión u objetividad de sus descripciones, ellas sugieren que, por lo menos, alguna gente de la época consideraba a los conservadores más aristocráticos y cultos y a loa liberales campechanos y menos bien educados.
Este enfoque cultural tiende a funcionar menos efectivamente con los santandereanos, entre quienes los liberales eran entre los más establecidos y cultos. Pero parece útil cuando se relaciona con el Cauca y la órbita Cundinamarca-Tolima y puede también ser ilustrativo cuando se aplica a Antioquia. En el Cauca, los Mosquera y los Arboleda provenían claramente de diferente base social que Obando, aunque Obando, a través de su familia adoptiva, llegó a poseer haciendas. De manera similar, José Hilario López, aunque claramente de clase alta, careció de la categoría social de monopolio. De otra parte, las áreas conservadoras que los bien ubicados mineros y hacendados Mosqueras y Arboledas. López y Obando, como políticos de orígenes medianamente altos, tuvieron la alternativa de vincularse a la corte de los Mosqueras o de lanzarse como jefes de la oposición. Sin duda, las características de sus personalidades influyeron mucho en las decisiones que adoptaron, pero sus orígenes sociales demarcaron las alternativas a que se vieron abocados. Esto es, si deseaban ser líderes en el Cauca, tenían que dirigir la oposición liberal.
El antecedente social de la familia como determinante de la afiliación partidista es visible también en194
la región de Cundinamarca-Tolima. Muchos de los conservadores bogotanos pertenecían a ‘familias que no solamente poseían tierra sino que habían estado vinculadas a la última administración colonial, mientras los pocos liberales nacidos en Bogotá eran de familias insignificantes en el. sistema colonial.. Basta pensar en los conservadores de los años 1820 y 1830, como Estanislao Vergara, y en los conservadores moderados de los años 1840,como Joaquín Acosta, Ignacio Gutiérrez Vergara y José Antonio Plaza. Por otra parte, hay grandes excepciones en el área de Cundinamarca. La familia de Pedro Alcántara Herrán tuvo nexos con la administración virreinal aunque sólo en sus esferas más bajas,’ y hombres como Alejandro Osorio, Rufino Cuervo, José Ignacio de Márquez y Mariano Ospina Rodríguez tuvieron orígenes regionales diferentes, pero similares en su aspecto sociológico, a los orígenes de los liberales santandereanos. En el caso del Valle del Alto Magdalena el modelo aparece un poco más claro. Allí los Caycedos, dueños de un enorme terreno en el Tolima y muy bien establecidos en Santa Fe de Bogotá, sirvieron como líderes y patronos de numerosos rancheros más pequeños de sus vecindades; una oix)SÍción liberal de gente, menos pudiente se desarrolló en torno de Ibagué y en el centro comercial de Honda.
Con los antecedentes familiares se halla relacionada la importancia de las conexiones sociales, en la determinación de las afiliaciones políticas. La alianza de las familias Nariño-Ricaurte en la Patria Boba tendía a permanecer en la política durante los años de 1820.Y los liberales de Santander estaban vinculados no sólo por sus comunes orígenes' regionales sino también por sus interconexiones familiares. No obstante,
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los tempestuosos conflictos entre los Mosquera y los Arboleda sugieren que las estrechas ataduras familiares o sociales estaban lejos de tener una significación política absoluta.
3. El efecto de algunas experienciasUn último factor por considerar es el papel juga
do por las múltiples experiencias que afectaron la formación de los vínculos políticos. Tales serían, por ejemplo, el impacto de la guerra o de otros acontecimientos políticos en la familia, las experiencias universitarias, las asociaciones con jefes políticos y los matrimonios. Se podría esperar que estos factores tuvieran al menos tanta importancia, en la determinación de la afiliación política, como las bases regionales y sociales de las familias. Parece, sinembargo, que estos factores tuvieron menor valor, en cuanto no. operaran tan consistentemente. Algunos individuos se vieron fundamentalmente afectados por aquellas experiencias, en otros los efectos fueron imperceptibles o simplemente reforzaron los compromisos familiares establecidos.
Un ejemplo notable de los efectos del conflicto político en la formación de la juventud de la Nueva Granada fue el impacto de la Guerra de los Supremos, en 1840, que intensificó la hostilidad de los jóvenes de familias liberales hacia los oponentes moderado-ministeriales de sus padres. Es claro que los hermanos Samper, Salvador Camacho Roldán y Aníbal Galindo, entre otros, fueron confirmados en su compromiso con la herencia santanderista por el hecho de que sus padres y tíos fueron perseguidos o muertos en la guerra mencionada.196
La misma generación, en realidad los mismos individuos, fueron también afectados por su período de aprendizaje político en la Universidad, no sólo por las corrientes intelectuales de la época, sino también por las experiencias compartidas. La comprensión de la doctrina liberal dentro de los estrechos confines de un plan de estudios conservador y de un régimen universitario represivo produjo una explosión de liberalismo quijotesco, que encontró expresión en las extravagancias de los gólgotas de los años 1850 y de los radicales en los años 1860. La práctica, común en Latinoamérica, de designar las corrientes políticas por las generaciones universitarias, tiene alguna aplicación en el siglo XIX de Colombia, no sólo para la generación de 1840, sino también para un período anterior. Durante la crisis política de 1828-1831, los observadores contemporáneos vieron en los estudiantes universitarios y en los abogados recién graduados de Bogotá, un grupo político cohesionado, unido en la oposición a los militares y en la defensa del gobierno consr titucional liberal. Retrospectivamente este grupo sería conocido como la “generación de 1828”, con la conspiración septembrina contra Bolívar como su acontecimiento característico. Sin embargo, hay que hacer
.ciertas advertencias obvias sobre el concepto de la generación universitaria. Primero, no obstante las impresiones de los conservadores aprensivos de la generación anterior, no existió una generación universitaria realmente unida.. Aun en 1828 se contaba con un grupo substancial de estudiantes que simpatizaba o estaba dispuesto a plegarse a una dictadura bolivarifina, de la misma manera que por los años de 1840 hubo numerosos estudiantes conservadores (probablemente tantos como los liberales). Segundo, las afiliaciones de la Universidad no fueron necesariamente perdurables
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—sirvan de testimonio las carreras divergentes de Florentino González y Mariano Ospina Rodríguez de la ■generación de 1828.
Otro factor secundario fue la asociación con líderes políticos o el patrocinio de estos. Se podría presumir que ese factor tuviera una importancia fundamental en determinar las afiliaciones partidistas. En muchos casos, sin embargo, no sucedió así. Manuel Murillo Toro, por ejemplo, sirvió y fue ayudado tanto por conservadores como por liberales en su juventud; sin embargo, en su carrera posterior ciertamente no se reflejaron deudas con sus patrones conservadores.
El matrimonio fue otro factor que a veces operó conio determinante importante de las afiliaciones políticas, mientras en otros casos tuvo muy poco efecto. En un extremo tenemos la conversión de José María Samper del liberalismo más ardiente al conservatismo militante luego de su matrimonio con Soledad Acosta. En el otro extremo el matrimonio entre el General Pedro Alcántara Herrán y la hija del General Mosquera no evitó una acre división política entre el General Herrán y su suegro.
•Para resumir : las bases sociales de las afiliaciones políticas colombianas en el siglo" XIX, como es de esperar, no pueden sintetizarse en un esquema sencillo que satisfaga tanto por su simplicidad como por su aplicación universal. Las explicaciones convencionales de tipo ocupacional o de clase económica parecen ser inadecuadas. El enfoque regional tiene alguna validez, pero es excesivamente esquemático, en cuanto no explica el desarrollo de una minoría opositora en ninguna región dada. El status social (en distinción a las cla-198
ses económicas) parece tener algún valor como determinante pero es difícil de medir, envuelve juicios subjetivos sobre el stahts de los individuos y puede llegar a ser tautológico. Los otros factores discutidos parecen ser de importancia secundaria. Es obvio entonces que tenemos un largo trecho para llegar a un juicio adecuado acerca de las bases sociales de las alineaciones políticas. Estudios profundos de la política a un nivel local o regional, hasta ahora virtualmente inexistentes, ayudarían a precisar nuestros juicios generales. A medida que los datos más sólidos sean organizados en forma útil, podremos comenzar a hacer pruebas cuantitativas de nuestras proposiciones generales para determinar los límites de su validez.
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REFLEX IO N ES SOBRE H ISTO RIA ECONOMICA DE COLOMBIA, 1845-1930
D e W IL L IA M P A U L M cG REEVEY »
La falta de un detenido examen crítico del libro acaso se explica en parte por las restricciones de forma de la reseña que aparece por lo general en las revistas académicas: en las pocas palabras permitidas
* En el año de 1971 se editó en inglés el libro de W illiam Paul McGreevey que después se ha publicado en Colom
bia con el título de H istoria Económ ica de Colombia, 1845- 1930 (Ediciones Tercer Mundo, 1975). Cuando primero apareció- este libro, se pudo reconocer como efectivamente fue reconocido en los comentarios subsiguientes, como una obra bastante ambiciosa de análisis e interpretación, un libro de gran envergadura, con elementos analíticos interesantes e hipótesis inventivas traídas en muchos casos de la ahora sustanciosa literatura sobre el desarrollo económico. Algunos historiadores norteamericanos con conocimientos de la historia colombiana hicieron algunos reparos sobre errores de relación de los hechos. Pero en la gran mayoría de los comentarios que aparecieron después de la primera edición no se reconoció que también el libro sufría de fallas de método y de ló gica tanto en el análisis económico como en cierto sentido de la historia.
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a los comentarios, hay apenas espacio suficiente para resumir un libro sin poder entrar en un análisis detenido. En cuanto a una obra como ésta es imposible hacer un estudio adecuado dentro de los confines de las reseñas comunes. Porque un comentario adecuado requiere no únicamente una exposición de sus tesis, muy interesantes, sino también una advertencia adecuada sobre sus múltiples errores de hecho y fallas de análisis. Así es que un estudio detenido de esta obra no se publicó ni en los Estados Unidos ni en Inglaterra. Pero una explicación posible de la falta de un examen crítico me ha molestado mucho: la posibilidad de que los comentaristas no hubieran alcanzado a notar las fallas del libro. Por lo general los comentarios sobre la primera edición fueron hechos o por historiadores un poco desconfiados de sus capacidades en el campo de análisis económico, o por comentaristas sin conocimiento de la historia colombiana. Así, por varias razones, el libro antes de aparecer en su edición colombiana no recibió en las revistas académicas publicadas en el extranjero un examen severo y exigente al nivel del análisis del libro mismo.
La falta de un escrutinio serio al libro en los Estados Unidos fue lamentable pero, a fin de cuentas, inevitable. La realidad es que en los Estados Unidos, para decirlo francamente, las posibles equivocaciones en una obra de historia económica sobre Colombia podrían interesar únicamente a un grupo reducido de historiadores interesados en el país.
Pero cuando el libro se publicó en Colombia, la cuestión de sus fallas metodológicas y analíticas como también los errores en la relación de los hechos llegó a ser más urgente. El libro en traducción española circularía como texto básico en las universidades y afec202
taría profundamente los conceptos que los colombianos pudieran tener de su propia historia. Me asaltó el temor de que si las equivocaciones y los puntos flacos del libro no se notaron cabalmente entre la comunidad académica en los Estados Unidos, tampoco se notarían en Colombia. Temía que no se notariati porque relativamente pocos colombianos tienen conocimientos amplios de su propia historia económica. También temía que los colombianos que sí tenían estos conocimientos no publicarían observaciones muy críticas del libro, restringidos tal vez por un sentido de delicadeza. El libro entonces, saldría a circular entre los intelectuales y los estudiantes colombianos, sin la corrección o contexto crítico que debía encontrarse. Esto sin considerar la autoridad exagerada que tendría el libro por ser su autor un extranjero —porque por lo general los colombianos han concedido demasiada importancia a las opiniones de los extranjeros sobre el país. Así es que cuando el Instituto de Estudios Colombianos me invitó a participar en simposio sobre el libro de McGreevey, me sentí llamado a suplir las sanciones de disciplina y el contexto crítico que, parecía, no iban a aparecer de otra parte. En el encuentro que tuvo lugar en Bogotá en julio de 1975, yo salí lanza en ristre para defender los buenos procedimientos históricos y corregir los errores mayores que encontraba en el libro. El resultado fue un comentario muy duro, que, sin poner mucha atención a los elementos buenos en el libro, se enfocó sobre sus errores de método y de análisis. En el simposio encontré que varios historiadores y otros estudiosos —tanto extranjeros como colombianos— compartían algo de mi actitud crítica frente al libro. Los participantes en el simposio hicieron al libro una serie de críticas muy variadas desde distintos enfoques (corrección de la
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estadística, critica marxista, rectificación del análisis político, etcétera). Si las ponencias presentadas en julio de 1975 salen publicadas en un libro de simposios, como ha proyectado hacer el Instituto de Estudios Qilombianos, a la obra de McGreevey no faltará un contexto crítico. Mientras tanto, como los editores de esta colección de ensayos me han solicitado mis conceptos sobre el libro de McGreevey, presentaré aquí un comentario un tantico menos agresivo y más sereno, pero sin dejar de exponer las críticas severas que planteé en el simposio, y con la adición de algunas otras.
Para el historiador convencional, empero, el libro presenta algunos problemas. El problema principal es del criterio que debe usarse para juzgar la obra. Debe juzgarse como una exposición de un conjunto de conceptos sobre el desarrollo, o, en cambio, como una obra de historia? Aunque se reconozca la afinidad de McGreevey al primero, gran parte de los historiadores en el simposio de 1975 se sintieron constreñidos a juzgar el libro como una obra de historia. Obviamente lo juzgaron así porque la historia es el punto fuerte de sus conocimientos. Pero también el libro da pie para esta clase de juicio porque se presenta como una obra de historia. Y se va a utilizar como obra de historia. Así es que muchas de las críticas dirigidas a McGreevey en el simposio tenían que ver con sus fallas como historiador. Aunque yo encuentro varios problemas en los análisis económicos de McGreevey, gran parte de lo que sigue representa un juicio, elaborado dentro del criterio del historiador.
En términos generales se puede decir que McGreevey expone hipótesis económicas muy interesantes, pero dista mucho de relacionarlas adecuadamente con204 ..
los hechos reales de la historia. Frecuentemente está xontento con asentar como hecho histórico un patrón económico, social o político sin tomarse el trabajo de comprobar su realidad. O si lo hace, lo hace de una manera demasiado fácil. Este comentario intenta primero rectificar algunos errores técnicos en la presentación de la información histórica, errores que fácilmente podrían engañar o despistar al lector. Y en segundo lugar, señala algunos problemas en su comprensión y análisis de los hechos históricos.
Consideraciones preliminaresCreo que es necesario concretar la problemática de
un juicio sobre el libro de McGreevey. McGreevey tu vo su entrenamiento en el campo de la economía del desarrollo, y no en el de la historia convencional. Aunque ha metido al menos una pata en el camjx) de la historia, creo todavía se acomoda más al estilo y a los criterios de la economía. Este hecho se nota en su modo de proceder en las investigaciones llevadas a cabo en la elaboración de este libro. McGreevey empezó sus investigaciones bien armado de conceptos sobre el desarrollo y buscó en el terreno colombiano un caso donde podría comprobar (o al menos probar) la validez de los varios conceptos. No se concibió su deber ejecutar la labor de burro en los archivos que los historiadores convencionales generalmente creen un fundamento esencial de sus investigaciones. En lugar de esto, invirtió sus energías en algo sin duda interesante ; la consideración —por medio de estudios ya hechos y de datos más o menos fácilmente conseguibles— de cómo los patrones de la historia económica colombiana cuadraban con los diversos conceptos elaborados
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en el campo de la economía del desarrollo. El resultado es un libro de bastante vuelo conceptual y por lo tanto uno que es muy estimulante.
Una introducción a las tesis de McGreeveyPara orientar un poco al lector que i30siblemente
no ha leído el libro de McGreevey, creo qvie es necesario destacar las posiciones generales que él ha asumido frente al problema de explicar las pautas históricas del desarrollo económico en Colombia. McGreevey es de la opinión que las estructuras internas son mucho más importantes en determinar el desarrollo económico que los efectos del mercado externo. Aunque el impacto de la economía de exportaciones sí tiene un papel importantísimo en su análisis, McGreevey no cree que se puede explicar el éxito o la falta de éxito en las exportaciones en términos de variaciones en la demanda externa. Explícitamente niega que la falta de crecimiento en Colombia antes de 1880 pueda atribuirse a la falta de demanda externa. En cambio, cree que Colombia no avanzó económicamente antes del 1880 por falta de iniciativa empresarial. Y esta falta de iniciativa empresarial (parece) se relaciona, aunque de una manera muy vaga y oscura en este libro, con varios factores internos.
Más adelante tendré algo que decir sobre la tesis de que la demanda externa no era el determinante de las pautas del desarrollo colombiano y sobre la tesis complementaria de que a Colombia le faltaba iniciativa empresarial. Al momento quiero decir vmicamen- te que McGreevey da al lector muy poco para sostener una u otra tesis. La única comprobación que206
ofrece de que no faltaba demanda externa es el hecho de que los brasileños empezaron a cultivar el café mucho antes que los colombianos del interior del país. Uno podría añadir que los santandereanos del norte y los venezolanos empezaron a cultivarlo mucho antes también. Pero ni estos casos ni el del Brasil ofrecen comprobantes de que el café debía de haber sido un éxito mucho antes en el interior de Colombia. Aseverar esto es no considerar los factores específicos que afectarían el cultivo del café en el interior de Colombia, cosa que pasaré a considerar al fin de este ensayo.
Sí no ofrece una comprobación fehaciente de su posición sobre la demanda externa, tampoco lo hace en cuanto a la supuesta falta de iniciativa empresarial. Varias veces repetí la aseveración que hubo tal falta (por ejemplo, pp. 12, 18, 162, 163 y 243). Pero ofrece muy poco para sostenerla. En ambos casos —la tesis .sobre demanda externa y aquella sobre falta de iniciativa empresarial— son tesis que asevera sin demostrar. Son supuestos, que después se afirman como conclusiones.
En cambio, sí ofrece una discusión mucho más extensa sobre los problemas de estructura social y económica que obstruían el desarrollo del país. Los principales factores internos que señala como obstáculos al desarrollo colombiano son la estructura de la tenencia de la tierra y lo erróneo de la política económica liberal de mediados del siglo XIX. En la primera sección del libro McGreevey delinea la evolución de la política de la tierra, de los borbones españoles y de los granadinos republicanos, que llevaba a una concentración de la tierra en pocas manos. En realidad no lleva ningún dato cuantitativo sobre el grado de la concentración de la tierra —conseguir datos de esta
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clase habría implicado una investigación muy detenida. Sin embargo, sin los datos necesarios para demostrarlo, podemos a.sentir al supuesto de que hulx) tal concentración, un supuesto que surge como de bastante importancia en la tercera sección del libro (capitulo IX ).
Aunque McGreevey en la primera sección del libro encuentra ciertas continuidades entre la política de los borbones en la colonia y los liberales en la república, es a la política de los lU^erales que sobre todo dirige sus críticas. La segunda sección del libro (capítulos 4-7) se trata de un análisis del impacto negativo sobre la economía de las políticas liberales del período de 1880. Parece que uno de los puntos de ])artida de este análisis fue la observación de Luis Ospina Vásquez que los ingresos reales de los jornaleros bajaron en la segunda mitad del siglo XIX. Partiendo de esta base, McGreevey intenta demostrar por medio de un análisis de “costos y beneficios” que no sólo los jornaleros sino la economía eu conjunto su-' frió pérdidas durante este período, y que este deterioro puede atril)uirse a los efectos negativos de las políticas liberales.
La política aduanera de los liberales, orientada hacia el comercio externo, debilitó las clases artesanales, disminuyendo asi sus ingre.sos así como sus contribuciones a la economía. A la vez, la política de distribuir las tierras de los resguardos de los indígenas y de permitir la alienación de la tierra por los indígenas llevó a ima creciente concentración de la tierra en pocas manos, a la utilización ineficiente de la tierra en la ganadería, y a la depresión de los ingresos de los trabajadores rurales. (McGreevey también encuentra el mismo efecto en el secuestro de los bienes de208
la Iglesia, cosa muy improbable porque estos ya estaban más o menos concentrados). La política liberal también debilitó al Estado central, haciendo difícil, si no imposible, la búsqueda de programas de' desarrollo de largo alcance. Además McGreevey asevera que la política liberal de reformar en forma radical la economía, las instituciones gubernamentales, las relaciones entre' Estado e Iglesia, suscitó una polarización entre las élites colombianas que llevó a las guerras civiles de la época. Así de esta manera también la política liberal debilitó la economía. No estoy dispuesto a negar la validez de varios de los elementos en este análisis. Pero sí estoy en desacuerdo con la manera muy extravagante con que está elaborado y presentado. En el análisis de McGreevey en esta sección se encuentran las conclusiones fundadas sobre errores his- ■ tóricos, juicios ligeros y supuestos insostenibles.
En la tercera parte, McGreevey analiza varios elementos de lo que él llama la “transición” hacia el desarrollo económico en I05 años entre 1885 y 1930. H ace hincapié en el papel de liderazgo de los antioqueños en el desarrollo del país, y encuentra en la industria del café el medio que permitió a los antioqueños desarrollar las manufacturas en la primera parte del siglo XX. Hace una comparación entre la poca productividad económica de la industria del tabaco, que se cultivaba en áreas muy limitadas cerca de Ambalema (y en otros lugares), y el gran impacto del café que llegó a ser cultivado en extensiones mucho más grandes, y en muchas regiones del país. Anota la importancia del café en estimular la construcción de ferrocarriles. En fin, hace una comparación de la relativa eficiencia del transporte al lomo de muía con la de los ferrocarriles, con el intento de demostrar matemática-
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mente la superioridad del ferrocarril sobre la muía —cosa que supongo pocos habían dudado.
Leyendo la tercera parte del libro, uno podría sacar la conclusión de que el café fue el punto clave en el movimiento hacia el desarrollo en Colombia, pues creó las bases para la construcción de los ferrocarriles y luego para las manufacturas. Asi uno podría pensar que la demanda en el exterior para el café fue el estímulo más importante en la transición hacia el desarrollo. En la conclusión de su libro, empero, McGreevey niega explícitamente esta clase de explicación. Aparece el café como el instrumento, el medio, con que los colombianos llegaron a desarollarse, pero no lo ve como prinum mobile. Para McGreevey el elemento clave, según parece, no fue el cultivo del café sino la decisión de cultivar el café. Dice que esta decisión no fue un reflejo de la demanda en el exterior, alegando que ya existía tal demanda en épocas anteriores. Así McGreevey ve el movimiento hacia la transición no como el reflejo- de un cambio en la demanda externa sino como una creación de la voluntad humana actuando al unísono en la región de Antioquia. McGreevey explica el surgimiento de esta voluntad primero en términos de una respuesta a ciertos cambios demográficos. Pero, al fin del libro, en un aserto que ha suscitado más discusión que cualquier otro elemento del libro, concluye que surgió esta voluntad por razones desconocidas. Surgió porque sí. “Los colombianos realizaron la transición y comenzaron a desarrollarse porque así lo desearon” . En las secciones finales de este ensayo voy a analizar detenidamente los análisis y las conclusiones de McGreevey. Por ahora quiero hacer algunos comentarios sobre su metodología.210
En ciertos respectos sobre todo como su relato de los hechos históricos, el libro representa una síntesis de lo que se podría sacar de las obras de investigación e interpretación que lo han precedido. Se basa en gran parte en las investigaciones y observaciones fundamentales del pionero en la historia económica colombiana —-Luis Ospina Vásquez. (Debo añadir que lo mismo hacemos todos). También figuran como importantes fuentes de información y orientación en este libro las obras de Indalecio Liévano Aguirre (en lo socio-político), David Bushnell (política aduanera, 1850-1880), James Par sons (sobre Antioquia), John P. Harrison (industria del tabaco) y Roberto Beyer (café y su importancia en el desarrollo de los ferrocarriles). A veces también encuentro que se ha aprovechado algo de las obras mías.
Pero si estas obras le sirvieron a McGreevey co- luo fuentes de información básica, lo que él ha creado es una obra muy distinta de cualquiera de las mencionadas arriba. A estas obras McGreevey ha añadido un análisis derivado de sus amplias lecturas en el campo del desarrollo económico, en base a los cuales ha intentado llegar a nuevos niveles de sofisticación analítica, a los que ninguno de los de arriba mencionados aspiraría. McGreevey también ha recogido datos estadísticos y los ha organizado para poder sustentar las tesis, y ha introducido métodos de análisis nunca vistos antes en una obra sobre la historia económica colombiana. Estas aportaciones metodológicas son estimulantes. Pero tengo grandes dudas sobre la utilidad de muchas de estas contribuciones metodológicas.
LA CUESTION DE METODOLOGIA
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En cuanto a los métodos, el libro representa la im- jx)rtación a Colombia de algunos sistemas de análisis desarrollados en los Estados Unidos en los últimos quince o veinte años. Estos métodos son lo que se llama “la nueva historia económica”. La escuela de la nueva historia económica en los Estados Unidos hace alarde (como hace McGreevey en este libro) de ser superior a la historia económica tradicional. Se vanagloria de utilizar métodos más rigurosos que los historiadores tradicionales, por las siguientes razones. Primero, obran con hipótesis elaboradas; segitndo, in tentan probar la validez de las hipótesis con análisis cuantitativos sistemáticos; tercero, en el análisis cuantitativo, exponen (o al menos dicen que debe exponerse) los métodos que utilizan para llegar a sus conclusiones. Así el lector que duda de su validez puede satisfacerse replicando el análisis. Por lo tanto, ellos dicen, el método es más “científico” que la historia económica tradicional.
Sin querer negar lo deseable de la meta de una historia más rigurosa y científica, se hallan los problemas que muchas veces encuentran los nuevos historiadores económicos en llegar a esta meta. El supuesto fundamental de esta escuela es la necesidad de una comprobación cuantitativa de las afirmaciones. Una meta indudablemente muy deseable. El problema es que muchas veces no existe la estadística necesaria para comprobar los asertos. Esto es cierto aún en los Estados Unidos, donde las estadísticas no sólo de este siglo sino también las del siglo pasado, son incomparablemente más amplias que las de Colombia- Hay dos clases de problemas. Primero, que muchas veces hay datos estadísticos que son de calidad poco confiable o son deficientes en cantidad o en-212
vergadura. Enfrenta este problema, el nuevo historiador econóipico o puede dejar de hacer el estudio jx)rque los datos son deficientes o puede seguir con el estudio utilizándolos de todas maneras. Naturalmente, casi siempre escoge la segunda opción, a pesar de que esto inmediatamente pone en duda la base “científica” del estudio. En los Estados Unidos se ha armado últimamente una discusión bastante acalorada sobre un libro de dos de los nuevos historiadores económi* eos más respetados, Robet Fogel y Stanley Engerman, én el cual intentan comprobar que el sistema de esclavitud fue más productivo que el de trabajo libre y que, a la vez, los esclavos no eran tan maltratados como antes se había expuesto. (No fueron golpeados mucho, pudieron casarse, etc.). Una de las criticas más fuertes de esta muy criticada obra es que estos asertos se han basado sobre datos muy parciales qué (entre otras cosas) no significan lo que Fogel y Engerman daban a entender. Entonces una de las tendencias de la nueva historia económica, en sus esfuerzos de crear una historia científica, es la de utilizar datos inadecuados o inválidos y pretender que son adecuados y válidos.
Otra característica de los nuevos historiadores económicos es la de inventar o crear datos cuando los datos existentes no son suficientes. Así se pueden llenar los vacíos en la historia iX)r medio de relleno mental. Según los cánones de la nueva historia económica, esto se puede hacer si uno hace ima explicación y una justificación de los métodos utilizados al inventar los datos. Así, en esta clase de historia muchas veces una gran parte de la exposición se enfoca en la justificación de estas invenciones. Estas características de la nueva historia económica me preocupan mucho. Me
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preocupan porque en realidad están jugando con esa fe en los números que cada vez más caracteriza al mundo académico. Los nuevos historiadores económicos parten de la base de que los números representan una clase de datos mucho más significativos que cualquiera otro. Gran parte del mundo moderno estará de acuerdo. Por consiguiente los nuevos historiadores utilizan números sospechosos (muchas veces sin ad- íTiitirlo) o, con maniobras un tanto complicadas, los inventan. Luego ponen los números no confiables o inventados en cuadros gráficos en donde sus origenes sospechosos se pierden para el lector común, que por lo general no va a molestarse con una investigación a fondo de la base estadística de la cosa.
Sin realmente comprender la debilidad de la estadística, el lector lo va a creer, porque lleva en sí la fuerza mágica, la fingida certeza de los números.
Y no es únicamente la posibilidad de que afirmaciones inválidas, respaldadas por números sospechosos, sean creídas por parte del lector corriente; también hay el problema de la utilización de estos númefos por el mundo académico. Lo que pasa es que un investigador de un tema necesita un dato o una serie de datos, y sí estos ya existen en un libro, es muy fuerte la tentación de tomarlos, en la suposición de que son válidos, y utilizarlos como tales. Así, con el respaldo del prestigio de la historia cuantitativa, los datos malos o sospechosos pueden entrar a correr en la sangre académica como datos sólidos y fundamentales.Y ima vez que están en la sangre académica difícilmente se corrigen los errores subsecuentes.
Hay algunos de actitud más optimista que tienen fe en que estos errores al fin se corrijan por medio del escrufinio y la crítica de los otros investigadores214
en el mismo campo. Yo no comparto tal fe. En algunos casos famosos, como en el de la obra de Fogel y Engerman, las rectificaciones llegaron muy rápidamente. Pero esto sucedió porque el tema de la esclavitud es muy apasionante en los Estados Unidos, en donde además hay una comunidad muy grande de investigadores en las universidades, todos listos a salir a la batalla contra las tesis de los colegas. En cambio, en un caso como el del libro de McGreevey, en el cual el tema no llama tanto la atención del mundo académico en los Estados Unidos, la sanción contra los malos procedimientos con los números nunca vino. Ni tampoco vendría, acaso, del mundo académico en Colombia, en donde no hay tantos adiestrados en la historia cuantitativa y puede ser posible hacer pa- .sar el misterio de los números.
Como se deduce de la discusión anterior, el libro de McGreevey comparte muchos de los vicios de la escuela de la “nueva” historia económica. Y lo malo es que los contiene en un grado extremo. Esto sucede en parte porque McGreevey estaba tratando de aplicar estos métodos cuantitativos en un país en donde estadísticas económicas para el siglo pasado casi no existen. En realidad, no existe una estadística que jxídría servir como base para la clase de estudio que .VlcGreevey quiso hacer. Pero él no se dejó doblegar l>or este problema. Siguió con la estadística mala o inventada. Pero, a veces, no deja muy claro para el lector de dónde sacó los datos. Ni, en el caso de inventarlos, justifica adecuadamente su modo de hacerlo.
Es muy difícil, en realidad, comprobar la validez de los datos cuantitativos que McGreevey utiliza. Al menos en una tercera parte de sus 41 cuadros, y en particular en los cuadros básicos sobre los cuales cons
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truye los siguientes, no cita fuente alguna. Lo mismo sucede con muchas de las 18 figuras gráficas que utiliza. Muchas veces refiere al lector a la nota sobre las fuentes que aparecen al fin de la obra. Pero esta nota ofrece sólo una discusión muy general de las fuentes, que a veces no permite averiguar de dónde exactamente se sacaron los datos ni cuál era su naturaleza dentro de las fuentes originales. Así es imposible juzgar la calidad de los datos, cosa importantísima en cualquier obra que pretenda utilizar una base estadística.
Con este procedimiento McGreevey obviamente deja de seguir el sistema que él anuncia en la introducción del libro. Allí dice (p. LS de la edición española) :
"A través de la obra, se ha seguido el principio de que el trabajo de un científico social debe ser presentado en forma tal que pueda ser repetido por otros investigadores competentes del tema. La adhesión a este principio es garantía de que cualquiera conclusión puede ser puesta a prueba repitiendo la investigación necesaria. Además, no se ha utilizado ningún material que no esté al alcance de cualquier otro investigador”.En cierta manera es cierto que no ha utilizado nin
gún material que no esté al alcance de otro investigador —en el sentido de que el libro de McGreevey está basado casi completamente en obras secundarias. Pero no es muy cierto que el material está al alcmcc de otros investigadores, porque, como él cita su material por lo general de una manera muy vaga, seria muy difícil encontrar los datos a que se refiere. En este sentido, no es cierto que se puedan replicar las investigaciones. En la medida que no cita precisamente las fuentes de los datos, no se puede seguir su pista.216
En los pocos caeos en donde McGreevey menciona las fuentes de las estadísticas, las citaciones no merecen mucha confianza. El cuadro 16, sobre los valores de la tierra, se fundamenta sobre referencias vagas que. se encuentran en fuentes literarias, algunas de las cuales no ofrecen base ninguna para derivar datos económicos confiables. En un caso, el autor deriva los precios de la tierra en el Valle del Cauca de una referencia no muy clara de un viajero extranjero. (El viajero, Isaac Holton, dice que compró un pollo a un precio que él consideraba justo para un acre de tierra: 40 centavos. No es claro que Holton esté hablando del precio de la tierra en el Valle: habría podido ser de los Estados Unidos. En todo caso no dice qué clase de tierra tenía en mente). A pesar de la obvia invalidez de esta clase de “estadística", McGreevey la incorpora en sus tablas para que la disfrute el lector. Pero sin la adecuada advertencia de su pésima calidad.
Además del poco cuidado con la calidad de las fuentes, el autor añade un trato muy frívolo de los mismos datos. Por ejemplo, en el mismo cuadro sobre precios de la tierra, incluye muchos datos que son completamente incomparables, porque no son series a través del tiempo (time series) de las mismas regiones, sino datos dispersos recogidos para diversas regiones con características muy distintas. El cuadro, entonces, no tiene ninguna validez. Pero se utiliza como si ia tuviera.
También hay el problema de la interpretación que McGreevey da a los datos. A veces los interpreta de una manera inversa de su verdadero sentido. Por ejem^ pío, en la página 123, McGreevey discurre sobre el
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efecto del alza de las exportaciones después de 1850 en aumentar los precios de la tierra. Dice:“Las tierras ubicadas en áreas de cultivo de productos de exportación experimentaron los mayores aumentos en valor. En la región del Magdalena, los precios de la tierra se duplicaron durante el auge del tabaco entre 1850 y 1865. La hacienda Bunch, de 14.429 fanegadas, había sido comprada originalmente por $ 30.000; en 1854, estaba en venta por $ 100.000”.Seguramente el lector, dado el contexto, va a creer
que la hacienda Bunch fue ubicada en la región tabacalera del Magdalena, y así experimentó este auge tan notable en su valor. Tal vez el autor mismo está co n vencido de esto. En realidad, la hacienda de Bunch estaba ubicada en Pacho, bastante lejos de las tierras tabacaleras; y el aumento de su valor provenía no de la economía de exportación sino del hecho de que en esta hacienda se encontraba la ferrería de Pacho. Entonces, los datos citados por McGreevey no tienen relación a su comentario sobre el auge de la exportación y los precios de la tierra. Pero McGreevey los 'atiliza así en todo caso. Parece que da lo mismo.
La misma falta de discriminación en el trato de los datos se muestra en uno de los cuadros básicos del libro, cuadro 6, sobre los fletes de transporte terrestre. En esta tabla McGreevey utiliza más o menos cincuenta referencias de fletes que sacó de una tabla en mi tesis doctoral. Pero en la tabla de mi tesis los fletes aparecen no sólo con especificación de la fuente sino también de las condiciones en que ocurrieron (época de lluvia o verano, terreno pendiente o llano), circunstancias de suma importancia en una época eti (jue el modo de transporte era la muía, ya que la lluvia o el terreno pendiente muchas veces doblaba el218
precio del flete. McGreevey trae estos datos sobre fletes en condiciones concretas pero sin hacer caso de la importancia de estas condiciones, hace aparecer estos fletes en el libro como promedios anuales. No es que diga que son promedios anuales. Pero como tampoco advierte lo contrario, muchos lectores seguramente pensarán que son promedios anuales. Parece, entonces, según el cuadro 6 de McGreevey, que hubo violentas fluctuaciones en los fletes de un año al otro —por ejemplo en 1849, 14.6 centavos por tonelada- kilómetro, mientras en los años inmediatamente anteriores los fletes citados eran de 47.6 centavos ix>r tonelada-kilómetro. Lo que pasa es que unas citas son en época seca. Otras del período de lluvias. Pero aparecen como si fueran promedios y el lector que se detenga en estudiar esto.s números imaginará tal vez que el ganado mular sufrió periódicamente epidemias que recortando su número dramáticamente causaron estas fluctuaciones violentas. Después, para agraviar todavía más el trato de los mismos datos, McGreevey calcula un promedio de todos los fletes citados, sin pensar aparentemente en el problema de cuál ponderación de estos datos sería representativa.
Estos malos procedimientos ya citados acaso no tienen mucha trascendencia en cuanto a los análisis e interpretaciones centrales de McGreevey. No afectan sus conclusiones de una manera importante. (Otros sí, que analizaré después). Pero los procedimientos mismos me preocupan. Me preocupan porque en el mundo académico entran a circular fácilmente datos estadísticos falsos o de mala calidad. Por eso, ruego a McGreevey, y a otros que puedan estar tentados de seguir su ejemplo, por favor, que sean más responsables y menos descuidados.
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Esto en cuanto a los datos “históricos” que utiliza McGreevey. En cuanto a los datos inventados, tengo comentarios semejantes. La invención de datos por los métodos de la llamada nueva historia económica me preocupa por la posibilidad de que los lectores perezosos o descuidados puedan confundirlos con los datos reales. Pero, aún en el supuesto que esté bien y sin peligro la invención de datos, los procedimientos utilizados por el autor de este libro no se justifican siquiera por los cánones de la escuela de la historia contra-factual. La base fundamental de la nueva historia económica, sin la cual ella no tiene ninguna validez, es la justificación rigurosa de los datos inventados. En este caso el autor rara vez se toma el trabajo de hacer una justificación cuidadosa de sus invenciones.
Un ejemplo de esta tendencia ■—realmente es un ejemplo de ligereza analítica— se encuentra en el argumento sobre el impacto del incremento del comercio exterior en la segunda mitad del siglo XIX (Capítulo V II). En este caso él juego que McGreevey hace con los números no es una cosa de poca significación para su tesis : es importantísima para sostenerla. Para indicar el efecto del aumento de las importaciones en causar el estancamiento de las industrias artesanales, McGreevey inventa una serie de datos sobre el consumo doméstico de bienes importables. El modo de inventar los datos es así. Dice (p. 172) que en los años 1845-49 el promedio de las importaciones totales fue US$ 2.5 millones, “Haciendo un cálculo arbitrario, ,yo subrayo) puede decirse que, en 1845, el consume
nacional de productos importables era de unos $ 23 rnillones”. ¿Cómo llegó a este número? Pues, arbitrariamente. Entonces, sigue: “Puede suponerse, además,220
que la demanda por estos productos se extenaia a igual ritmo que la población (1.5% anual), de manera que, para el período 1845-85, dicha demanda sería lo que indica en la primera columna del cuadro 21”.
Así, McGreevey construye esta columna sobre dos suposiciones arbitrarias.
Después de construir su columna de números ficticios sobre el consumo de bienes importables, McGreevey procede a sustraer la cantidad de bienes importados, para dar, como saldo, lo que él supone ser la producción doméstica de productos importables. Es decir, lo que fue consumido sin importar debía de ser producido por los artesanos. Así, McGreevey trata de mostrar el impacto de las crecientes importaciones solire los artesanos.
Hay dos problemas con este procedimiento (fuera de la arbitraria columna del total de consumo de bienes importables). Primero, McGreevey supone que no hubo ningún camibio en la composición de los consumos; así todo k) importado representaba una deducción del ingreso de los artesanos. Pero su posición me parece muy dudosa. La realidad es que entre 1870 y 1890 hubo una creciente importación de bienes de capital, en la medida que Colombia empezaba la construcción de sus ferrdtarriles. Luego no-se puede considerar toda la monta de importaciones como algo restado del producto de los artesanos. También hay que notar que en el periodo 1850-1900 los artesanos colombianos producían para la exportación un número considerable de sombreros de palma. Así, no se puede calcular la monta de su producción por medio de deducir las importaciones de la supuesta monta de consumos de importables.
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Aunque el lector pueda cansarse con toda esta discusión de números, procedimientos y cálculos, este asunto es importantísimo de comprender porque constituye uno de los fundamentos principales de la tesis de McGreevey. Después de hacer un cálculo de la cantidad de plata sustraída de las manos de los artesanos por medio de las importaciones, McGreevey luego utiliza estos mismos números para hacer un cálculo de los costos y beneficios de la política económica de 1850-1875. En la p. 175 McGreevey hace una comparación de los efectos negativos de las importaciones con los beneficios de las mismas. Para conseguir un estímulo de los efectos negativos, él multiplica las pérdidas de los artesanos (un número ya inventado, como se describe arriba) por un factor de 3. (La su- ix)sición es que la producción de los números artesanos tendría un efecto multiplicador en la economía local).
Empero, en el cálculo de los beneficios de las importaciones, multiplica la monta de las importaciones por únicamente 1.5 (se supone es menor el efecto multiplicador). Pero nunca justifica la selección ni del 3 ni del 1.5. Como comentaba Alberto Umaña en el simposio de 1975, ¿por qué no utilizó otros multiplicadores, 2.8 y 2.0, etc.?
La razón es que con otros lílultiplicadores no habría podido conseguir el resultado negativo que buscaba. Esta invención de números sin una justificación cuidadosa viola todos los supuestos cánones de la nueva historia económica, que permite invenciones pero exige también justificaciones apropiadas.
Estos cálculos tan sospechosos entonces entran a formar un renglón en el gran cálculo de los “beneficios y pérdidas” de la economía de exportación (p.222
181). No quiero cansar al lector más (aquí, al menos', volveré después de un descanso) con estos análisis de números. Es suficiente decir aquí que casi todos los elementos en el cálculo de costos y beneficios en las pp; 181-182 están basados sobre supuestos igualmente sospechosos. Creo, empero, que los números tienen una función importantísima. La función es precisamente la de enredar 1 lector hasta cansarlo, pero dejándolo impresionado con el aparato.
PROBLEM AS DE ANALISISEL TRASFONDOEl descanso prometido al lector tendrá la forma
de un repaso, capítulo por capítulo, de los análisis que se encuentran en el libro. Las fallas analíticas varían en carácter de un capítulo a otro, según el contenido. En algunos casos el problema parece reflejar un lapsus de lógica, o el olvido de una consideración crítica. En otros capítulos el problema parece radicarse en hacer mal uso de los datos o la falta de información. En otros la falla está en cierta ligereza metodológica. En algunos capítulos hay una mezcla de todos los tres.
En la primera parte del libro, sobre el período de 1760 a 1845, McGreevey expone una tesis muy interesante y original, para explicar la sobrevivencia de los artesanos en la colonia. Por lo general se explica la industria artesanal en la colonia por los altos costos del transporte, así como por la política comercial restrictiva de la corona. Y el declinamiento de los artesanos después de la independencia se explica, por lo general, por la adopción de la política de librecambio y de modo menos abrupto por la baja en los costos de
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transporte. McGreevey, sin negar estas interpretaciones tradicionales, plantea una hipótesis novedosa haciendo hincapié en la transferencia de capitales como medida no intencional de protección de los artesanos coloniales. Dice que la extracción de capitales por medio de los impuestos redujo la capacidad de importar y asi dio alguna protección a los artesanos (capítulo II, especialmente pp. 28-36 y 46-47).
Este argumento muestra una mente muy imaginativa e inventiva pero el modo de sostenerlo también la muestra poco cuidadosa. McGreevey utiliza como dato sobre la extracción de capitales por medio de impuestos los estimados hechos por Alejandro von Hum- boldt. Pero estos, muestran una extracción de capital, por medio de impuestos de sólo 600.000 pesos anuales. Parece que para McGreevey esta cantidad no era de monta suficiente para hacer el argumento muy fuerte. Por eso, añadió a los capitales extraídos por impuestos una figura imaginaria de oro en polvo sacado de contrabando. Así las extracciones llegan a ser más considerables. El problema con esta maniobra es que McGreevey no considera la posibilidad, sino la certeza, de que una gran parte del oro de contrabando fuera utilizado para pagar las importaciones de bienes de consumo (sobre todo comprados en Jamaica y llevados de contrabando). Así a McGreevey se le fue la mano con este argumento. Mientras los oficiales reales estaban “protegiendo” los artesanos con sus impuestos, los comerciantes estaban desprotegiéndolos con el oro de contrabando, y en una cantidad posiblemente mayor que el capital extraído en impuestos.
Cabe añadir que en todo caso no es muy claro que la extracción de capitales sirviera como una protección muy eficaz a los artesanos. Sj debilitó la capaci-224
dad de importar, por lo mismo se debilitò el poder de consumo interno. Así es que todavía me parecen más convincentes las explicaciones tradicionales que las muy originales que se encuentran en este libro.
PROBLEMAS DE ANALISIS.EL PERIODO LIBERAL
Las fallas de la primera parte del libro, aunque l)uedan despistar al lector, no tienen mucha importancia para el argumento central, porque la primera ])arte no es más que un trasfondo. En cambio, la segunda sección tiene una parte integral en el argumento. Es en esta sección en donde McGreevey hace
* N o quiero recargar este ensayo con los muchos detalles equivocados; pero tampoco quiero dejarlos inadvertidos.
Asi les hago a algunos una referencia. E n ,lo politico, pinta a! general Mosquera como converso reciente al centralismo en los 1850s, cuando había sido el presidente más centralista en 1845-49 y estaba para ligarse con los federalistas en la época mencionada por McGreevey. Dice que en 1857 los radicales apoyaron a Mariano Ospina Rodríguez, el candidato conservador para la presidencia, uniéndose con los conservadores contra los liberales draconianos. El hecho es todo lo contrario. Los radicales apoyaron a su líder predilecto, Manuel Murillo Toro, quien recibió un número de votos no muy inferior a Ospina. Fueron los liberales draconianos los que dividieron sus sufragios entre Mosquera y Ospina. Aunque los errores económicos .se destacarán en el texto de este ensayo, quiero mencionar aquí uno pequeño que no tiene importancia en el argumento, pero sí puede desorientar a los lectores. McGreevey dice que la tasa de los censos (por préstamos de instituciones eclesiásticas, etc. ) era de 6 por ciento ; en realidad, casi siempre era 5%.
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el argumento de que las reformas liberales a mediados del siglo XIX tuvieron varios efectos económicos negativos —por debilitar el Estado y su capacidad de adelantar el desarrollo y también por restar ingresos de la gran masa del pueblo. Aunque uno pueda estar de acuerdo en términos generales con este planteamiento, el argumento y el fundamento de hechos que presenta McGreevey sufren algunas equivocaciones o exageraciones que sería mejor no permitir se difundieran entre los lectores colombianos.
Voy a comentar la segunda sección del libro dividiéndola en sus tres segmentos mayores; los aspectos socio-políticos (que se encuentran más que todo en el capítulo 4, pero con elementos en el capítulo 7) ; el desequilibrio comercial y sus causas (capítulo 5, pero con elementos del argumento también en los capítulos 7 y 9 ), y las consecuencias del desequilibrio comercial (capítulo 7, pero con elementos del argumento en los capítulos 4 y 5).
EL PERIODO LIBERAL - ASPECTOS SOCIO-POLITICOS
En el primer capitulo de la segunda sección, el capítulo cuatro, McGreevey explica los orígenes de la política liberal. Fue este capítulo más que cualquier otro el que suscitó las críticas de los historiadores convencionales en el simposio de 1975. Como este capítulo es el que más se sale del campo económico, en - trando en lo social y lo político, en donde sus conocimientos son limitados, McGreevey se expuso a muchos reparos tanto sobre cuestiones de hecho como sobre análisis.226
Sin tratar de tocar todas las fallas de este capítulo, hay que señalar varios problemas mayores de análisis. El primer problema serio es que McGreevey tiene una idea muy artificial de la política de mediados del siglo XIX. Describe los dos partidos de la élite como dos grupos jiolarizados en todos los aspectos. Los liberales, según McGreevey, eran comerciantes que deseaban el libre cambio, la destrucción de ios resguardos (para poder apoderarse de las tierras apetecidas de los indígenas), la destrucción del poder de la iglesia, y la descentralización del gobierno. Los conservadores, en cambio, según McGreevey, eran todo lo contrario —eran terratenientes que no tenían interés en el comercio exterior y así no se entusiasmaban por el comercio libre. Por eso, McGreevey deja entender, apoyaron la protección. También, él supone, tendían a sostener los resguardos así como el poder de la iglesia y el Estado central.
En muchos de estos puntos McGreevey, francamente, se ha dejado llevar por ciertos conceptos estereotipados. En primer lugar, es muy difícil para la época de 1850 asignar profesiones muy específicas a los miembros de la clase alta*.
La realidad es que casi todos —de ambos partidos— eran terratenientes, en el sentido de que eran dueños de al menos una hacienda. Además, los mismos hombres muchas veces ejercían el comercio. Así, Francisco Montoya, quien McGreevey señala como el tipo ideal del comercio, y quien ocupó un punto
'clave en el comercio exterior, era a la vez dueño de
* Véanse también los planteamientos parecidos que se encuentran en el ensayo que precede éste.
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haciendas en las tierras frías de Boyacá. Otros que figuraron en la exportación del tabaco, como Fernando Nieto y Mauricio Rizo, también tenían intereses tanto en la economía doméstica de la tierra fría como en la de exportación en la tierra caliente.
Én segundo lugar, aún si se pudieran distinguir comerciantes y terratenientes de una manera conveniente, no los podría encontrar divididos claramente en dos grupos partidistas. McGreevey señala a los conocidos liberales como los Samper, Salvador Camacho Roldán y Aníbal Galindo como ejemplos del espíritu comercial. Y así lo fueron. Pero existían otros tantos ejemplares del espíritu comercial en el partido conservador. Santiago Grajales, santafereño conservador y buen amigo de los típicos santafereños terratenientes conservadores, no fue terrateniente sino comerciante. Carlos y Leopoldo Borda, de una familia siempre afiliada al conservatismo, figuraron entre los sobresalientes de Bogotá. Y otros dos comerciantes grandes de la capital, Francisco Montoya y Raimundo Santamaría, auncuando no militantes del conservatismo, mucho menos eran simpatizantes del liberalismo. Debe notarse que Montoya fue el cuñado y amigo de José Manuel Restrepo, el hijo de José Manuel, fue socio y agente de Montoya Sáenz en Ambalema. José Manuel Restrepo mismo aunque ya anciano, llegó a invertir sus capitales en la producción y exportación del tabaco de Ambalema. Fuera de Bogotá también se encontraron conservadores entre los comerciantes sobresalientes: Juan Qímaco Ordóñez y José Vicente Martínez en Girón, Juan Francisco Martínez en Cartagena, etc. ¿Y qué pensar de los grandes comerciantes de Medellin? La gran mayoría de estos —si tuvieron alguna filiación política— estuvieron ligados al lado conservador.228
En tercer lugar, tampoco puede decirse que los liberales y conservadores se dividieron claramente en los dos lados de cada una de las cuestiones mencionadas por McGreevey. Mariano Ospina Rodríguez, el vocero del conservatismo (con José Eusebio Caro) en 1850, había sido un entusiasta del librecambio desde 1842. José Manuel Restrepo y Lino de Pombo también eran librecambistas; lo habían sido aun en 1831- 35, la época de la más grande fascinación con el proteccionismo. No hay ningún indicio de resistencia de los conservadores al programa de libre cambio de Florentino González. Hay que recordar que este programa fue formulado por el ministro de un gobierno conservador. Y en los 1850s, cuando primero se empezó a agitar la adopción del sistema de peso bruto, este cambio —que McGreevey identifica exclusivamente con los liberales— tuvo el apoyo de muchísimos comerciantes sin ninguna simpatía con el partido liberal. Entre los adalides del sistema de peso bruto se encontraron muchos comerciantes de Antioquia, y en Bogotá otros comerciantes sin tacha de liberales, tales como Raimundo Santamaría, Nazario Lorenzana, Me- liton Escovar, Manuel Laverde y Leopoldo Borda (véase la Gaceta Oficial, 10 de marzo de 1853). No hay razón para creer que existía otra cosa <que un consenso de los partidos sobre política aduanera desde 1847 hasta 1880.
Lo mismo con la cuestión de los resguardos. La abolición de los resguardos fue un propósito de todos los gobiernos republicanos desde los 1820s — tanto conservadores como liberales. En realidad, el más fuerte y efectivo impulso hacia la división de los resguardos se notó en los 1840s, bajo los gobiernos conservadores de los generales Pedro Alcántara Herrán
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y Tomás Cipriano de Mosquera. Esta fue otra cuestión de consenso entre los partidos.
Y, al fin, casi lo mismo se puede decir de la descentralización del gobierno. Es verdad que a fines de los 1840s, los conservadores, como partido gobernante, opusieron el movimiento hacia descentralización. Pero con los liberales controlando el gobierno, cambiaron de posición y llegaron a ser fervorosos apóstoles de la descentralización.
Así, hubo únicamente una cuestión importante que dividió los dos partidos de una manera más que pasajera —ésta fue, por supuesto, la del poder y la posición de la iglesia.
Si en la discusión de las posiciones y conflictos de los partidos, McGreevey presenta un estereotipo exagerado, su cuadro X (esquema de los grupos y puntos de controversia colombianos, 1845-85, p. 91) es risible. Aquí McGreevey categoriza a los comerciantes y terratenientes como federalistas, los artesanos como centralistas, y los campesinos e indios contra la desamortización de tierras de la Iglesia.
En realidad, no se sabe las posiciones que habrían tomado los comerciantes y terratenientes sobre la cuestión federalista; pero dudo mucho que tuvieran nirí- guna posición clara y fija como grupos sociales. Y yo no sé con qué McGreevey puede respaldar la idea de que los artesanos eran centralistas y los campesinos hostiles a la desamortización. Con respecto a la desamortización de manos muertas McGreevey identifica esta medida con la destrucción de los resguardos, como una que llevaba a la concentración de las tierras. Es posible que esto sucediera, si se supone que los compradores de los bienes desamortizados eran todos hom-230
bres de grandes recursos. Pero esto todavía falta por comprobar ; otra vez McGreevey hace una aseveración muy firme sobre una materia de la cual no tiene ningún fundamento en datos. En todo caso, ¿cómo se puede saber la posición de los campesinos- sobre esta medida? Parece que McGreevey supone que estarían en contra porque la medida tal vez conduciría a,removerlos de la tierra. En realidad, no hay razón para creer que la desamortización implicaba'ningún cambio en el modo de utilizar las tierras. Significó nada más que el traspaso de éstas de unas, manos a otras, todas de la clase alta. El problema aquí es que McGreevey está siempre listo a pronunciarse con mucha autoridad sobre cuestiones de las cuales sabe muy poco.
Toda esta descripción estereotipada de grupos sociales lineados claramente en dos partidos políticos diferentes, con dos posiciones ideológicas opuestas, se utiliza para respaldar la tesis de que las reformas liberales, por abrir un cisma profundo entre los dos partidos, en efecto, cmsaron las guerras civiles y así debilitaron la economía. Tengo que confesar, con algún desconcierto, que, según parece, yo pueda ser uno de los orígenes de esta tesis extrema. (Me cita largamente McGreevey al respecto, p. 76). Así es que creo necesario aclarar la cuestión un poco. Yo sí creo que las reformas de mediados del siglo contribuyeron a agitar los espíritus y a debilitar el gobierno central, y así a crear un ambiente propicio para la guerra civil. Pero estas reformas no eran la única causa de las guerras como da a entender McGreevey. Como digo en la cita llevada por McGreevey a su libro, “El impacto de las innovaciones liberales ahondó las divisiones políticas en la sociedad colombiana y jugó un papel importante en causar frecuentes guerras civiles de la época” (El subrayado es mío, de ahora). Pero esto no
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quiere decir que estas controversias- eran las únicas causas de las guerra civiles. Solamente eran factores contribuyentes. La causa más importante de las guerras civiles fue la ambición de un grupo que estaba fuera del poder para desplazar a otro que en ese momento manejaba el presupuesto. En todo caso, no deben entenderse los conflictos de la segunda mitad del siglo XIX en términos de una clara división de intereses entre grupos sociales como comerciantes y terratenientes, etcétera, etcétera. Respecto a la tesis de que las reformas liberales debilitaron al Estado central y asi demoraron el desarollo, creo que esta tesis tiene alguna razón, pero ■—como en el caso de la polarización creada por las reformas liberales— no hay que exagerar su significado. En realidad, la tesis del debilitamiento estatal tiene dos aspectos, el uno directamente económico y el otro solo indirectamente económico. El aspecto directamente económico es el efecto • de la descentralización en frustrar el desarrollo de las obras públicas. Se puede suix)ner que con la división de la responsabilidad entre el gobierno central y los nuevos estados era más difícil, llegar a un sistema riguroso de prioridades en la aprobación y financiación de la construcción de carreteras y ferrocarriles. Sin un sistema de prioridades, todos los estados, y el gobierno central también, se lanzaron a la vez a la construcción de vías de comunicación. En algunos casos sus esfuerzos se aplicaron a lo mismo sin complementarse. Y en todo caso, se puede pensar que por ser muchos los proyectos era más difícil llegar a una conclusión exitosa con cualquiera de ellos por la dispersión de recursos. Pero hay que considerar también la otra faz de la cuestión; la posibilidad de que la autonomía relativa de los estados permitió en el caso de los estados con más recursos la iniciación de proyec-232
tos regionales que posiblemente no habrían tenido respaldo del gobierno central. Sobre todo en el caso de Antioquia se puede pensar que el notable desarrollo de esta región en los últimos decenios del siglo X IX puede atribuirse en parte al hecho de que este está,do relativamente rico pudo canalizar la gran mayoría de sus recursos en su propio provecho en vez de dedicarlos en una mayor proporción a los proyectos del gobierno central. (Por este aspecto, como en otros, se notan los muchos paralelos, entre Antioquia y el estado de Sao Paulo en el Brasil: en ambos casos eran beneficiarios de un sistema federal, que les permitió utilizar sus recursos en obras de interés específico de la región).
El aspecto indirectamente económico es el que más enfatiza McGreevey, al menos en su análisis cuantitativo. Es el argumento de que la descentralización, por debilitar el Estado central, hizo más difícil la represión de las guerras civiles y así tuvo el efecto de alentarlas. Contra esta posición hay que considerar los argumentos —tal vez no muy convincentes—- que opusieron los. liberales para justificar la descentralización.La posición de los liberales era que la adopción del sistema federal, por descentralizar las rentas, también descentralizó los conflictos civiles. El argumento liberal era que, con un gobierno federal, era menos importante capturar el gobierno central; por lo tanto, los conflictos que fueron motivados por cuestiones meramente regionales no tenían que involucrar toda la nación y así alcanzaron grados menores de destrucción. Creo que hay problemas con este argumento liberal. Uno es que, como el presidente nacional fue escogido por las votaciones electorales dé los “estados soberanos” y no por votación popular, el control de cada
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estado sí tuvo importancia en la política nacional. Sin embargo, en la época federal no era necesario controlar todos los “estados soberanos” porque el presidente se elegía por la votación de la mayoría de ellos. Por lo tanto, para el partido que controlaba el gobierno central era necesario unicamente tener un control seguro de cinco o seis de los nueve estados. Visto desde este punto de vista, se podría pensar que el sistema federal tuvo la ventaja de permitir cierta tolerancia entre los partidos. Así los radicales en el gobierno nacional podían tolerar el dominio conservador en Antioquia. La cuestión llegó a ser grave, y motivo de guerra civil, unicamente cuando los grupos no radicales (conservadores y nacionalistas) amenazaron el control- de los radicales sobre la mayoría de los estados.
También hay que considerar —respecto a la tesis de que la descentralización fue responsable de la continuación de las guerras civiles— que las guerras civiles no terminaron con el fin del sistema federalista. En 1895, poco después de la muerte de Rafael Nú- ñez, hubo una guerra civil, y cuatro años más tarde el país sufrió la Guerra de los Mil Días, sin duda la más tremenda disrupción del país antes de empezar la violencia de épocas más recientes. Así, no creo demasiado fácil echar toda la culpa de las guerras civiles sobre los hombros de los liberales y sus reformas.
Aunque pueda parecer muy obvio que los liberales y sus políticas no tenían toda la culpa de estas dis- rupciones, es necesario discutir la cuestión en estos términos, porque es en estos términos que proyecta la cuestión McGrevvey. Y sobre todo porque insiste en cuantificar, en su balance de costos y beneficios, los resultados de la política liberal. Cuando llega a ha-234
cer este balance (pp. 180-181), en el acto de considerar el impacto de la política liberal sobre los campesinos, el renglón más importante es el de las pérdidas que ellos debían sufrir por los conflictos civiles. En el balance de los efectos de la política liberal sobre los campesinos, e impacto de las guerras civiles figura como casi el 80 por ciento de las pérdidas de los campesinos. Hay dos problemas aquí. Uno es la falta de justificación para considerar —en términos matemáticos— la política liberal como única responsable de las guerras civiles. (Porque esto es lo que significa asignar a la política liberal todas las pérdidas eco- nómicas de las guerras). El otro es —si no se justifica considerar las guerras como la responsabilidad de la política liberal— entonces, en realidad, según los cálculos de McGreevey, los campesinos no salieron perdiendo por la política liberal. Véase la página 180).
Los problemas creados por tratar de hacer un cálculo económico del impacto de la política se encuentran en otros lugares, en algunos en una forma exagerada. En su consideración de los muchos problemas del análisis político (en el capítulo 4) varios de los expertos en la historia política que asistieron al simposio de 1975 señalaron lo falaz del Cuadro X I (pp. 96-97), que McGreevey presenta para comprobar el proceso del debilitamiento del Estado central. En este cuadro se hace una comparación cuantitativa de la duración de los términos administrativos de los presidentes de Colombia en distintas épocas. Concluye (p. 93) que entre 1830 y 1863 y 1884, 16.1 meses; entre 1884 y 1966 (?) de (34) meses. Esto supuestamente para demostrar que las reformas liberales debilitaron al Estado y agitaron al país, así creando más inestabilidad.
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En el simposio de 1975, José León Helguera señaló algunos de los problemas con este cuadro XI. Notó Helguera que McGreevey incluyó entre los gobernantes del siglo XIX muchos vice-presidentes y designados que en realidad no eran los depositarios del poder real, mientras excluyó del cuadro los muchísimos designados del siglo X IX que sirvieron temporalmente de la misma manera. Fuera de este problema, aun obrando con la hipótesis de que los datos de McGreevey no tuvieran fallas, en todo caso no parecen mostrar muy claramente la validez de sus tesis. Porque, según los datos de McGreevey, hubo mucho más inestabilidad bajo el régimen centralista de la primera mitad del siglo que bajo el régimen federal implantado por los liberales que rigió de 1863 a 1884. Según los datos de McGreevey el término presidencial promedio entre 1830 y 1863 fue unicamente 14.0 meses, y esto bajo un sistema en el cual se suponía un término legal de 4 años. Quiero decir que el término medio en este período equivale unicamente al 29 por ciento del término legal. En cambio, entre 1863 y 1884, cuando el término legal era 16,1 meses, o sea el 67 por ciento del término fijado por la constitución.
Aún en el supuesto que uno pudiera aceptar este método de medir la estabilidad, los resultados parecen mostrar que las reformas liberales llevaron a más estabilidad y no a menos, como dice McGreevey. Creo que en realidad tal conclusión sería una ilusión. Lo que tenemos aquí es una falla doble; metodología risible y tergiversación de las implicaciones de los datos —todo para llegar a una conclusión ya propuesta.
El cuadro X I representa un problema metodológico. (Refleja la manía de intentar cuantificar todo, aunque sea de una manera falaz, que se encuentra236
a través de la obra de McGreevey). Pero hay otros problemas en el aspecto político del libro que representan problemas analíticos en un sentido mayor. Sobre todo en la discusión sobre la adopción de la política de libre cambio, a mí me parece que McGreevey muestra una notable falta de comprensión histórica, esto es, una falta de comprensión de las circunstancias que conllevan a un consenso sobre esta política. McGreevey describe su adopción como si fuera una cosa hecha en completa libertad por los políticos colombianos y como si pasara', en un vacío histórico. No hace ninguna referencia a las experiencias colombianas que habían precedido la adopción de la tarifa de aduana de 1847, ni de los factores externos que influyeron en ello. Empezando su discusión con las medidas de Florentino González en 1847, McGreevey dice que esta política era el producto de la confluencia de la ideología económica liberal y los intereses de las clases altas. No voy a negar la existencia de esta confluencia. Pero la adopción de la política de un libre cambio extremo no se explica únicamente de esta manera. ¿Si esta política era únicamente producto de la confluencia de ideología liberal y de intereses de la clase alta, por qué no se produjo antes? No existía la ideología económica liberal antes del año de 1847? Claro que sí ¿Entonces cuáles eran los intereses de la-clase alta que se mostraron precisamente en esta época y por qué se mostraron? Para explicar el desarrollo del interés de la clase alta en el libre cambio extremo hay que fijarse en las experiencias de los años precedentes, como también en las influencias de los factores
■ externos de esta época. McGreevey pasa por alto ambos factores porque la tesis que él presenta es que la falta relativa del desarrollo en el período se debía a
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deficiencias internas (sobre todo de la clase dirigente) y no a factores externos.
Asi McGreevey (deliberadamente?) deja completamente fuera de su explicación toda la experiencia de los años 1833 a 1845, cuando una parte de la élite en Bogotá trató de fundar industrias manufactureras sin mucho éxito. Esta falta relativa de éxito en los primeros intentos de establecer manufacturas, fue un factor que condicionó la adhesión de toda la'clase alta después de 1845 a la doctrina de la división internacional de trabajo. (Esto en contraste con los 1830s, cuando la élite granadina estaba dividida entre librecambistas orientados hacia el comercio exterior y proteccionstas que abogaban por cierta autarquía).
Por lo mismo McGreevey deja fuera de su explicación los cambios notables en la política económica del mundo atlántico que seguramente influyeron en los cambios paralelos en la Nueva Granada. Es muy notable que Florentino González empezara su campaña con una política de lil)recambio extremo inmediatamente después de que el gobierno británico adoptó la política de abrir sus mercados más ampliamente a productos agrícolas extranjeros. El hecho de que Colombia respondió positivamente a esta apertura inglesa no debe ser motivo de vergüenza nacional. También los Estados Unidos y otros países del occidente respondieron en el mismo, sentido. Otro factor externo que influyó en esta orientación más marcada hacia el comercio exterior fue el auge del tabaco colombiano en los mercados europeos durante la misma época.
Las explicaciones, los cálculos y los modelos de McGreevey tienen como fundanxento la suposición de que los líderes colombianos tuvieron opciones ilimitadas en la formación de la economía nacional. Esta su238
posición, me parece, no se justifica. Carece de realismo y de sentido histórico, y hasta se puede tachar el resultado como demagógico.
LA EX PA N SIO N Y EL DESEQ U ILIBRIO DEL COMERCIO EX TERIO R BAJO LAS REFORM AS LIBERALESEl capítulo quinto tiene como enfoque la expansión
del comercio exterior de Colombia después de 1845 y el desequilibrio entre las exportaciones e importaciones de la misma época. Se trataba de mostrar con nuevas estadísticas que había un desequilibrio —una balanza negativa en el comercio exterior— aún en algunos años en los cuales antes se había pensado que la balanza era favorable. El mismo capítulo ofrece explicaciones del por qué del desequilibrio y señala algunos de los efectos sociales del crecimiento exterior.
En este capítulo se encuentra uno de los elementos del libro que más llama la atención: es la nueva estadística que McGreevey ha elaborado sobre el monto del comercio exterior. Es esta nueva estadística la principal contribución de McGreevey en la recolección de nuevos datos.
Antes de aparecer la “nueva estadística” de McGreevey, ya se sabía que la estadística colombiana sobre comercio exterior era muy deficiente. En las páginas de El Tiempo en los 1850s, se notó que la estadística norteamericana sobre comercio entre los Estados Unidos y Colombia mostraba niveles dos o tres veces más altos que los encontrados en la estadística colombiana. Me Greevey tuvo la feliz idea de utilizar sistemáticamente los datos extranjeros (norteamerica
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nos, ingleses, franceses, alemanes) que se podían conseguir publicados, para llegar a una aproximación de lo que habría podido ser el monto del comercio exterior colombiano. Esta labor, llevada a cabo bajo la dirección de McGreevey en la Universidad de California, Berkeley, me pareció una de las contribuciones más importantes en el libro. Y como yo sabia de los comentarios de El ’Tiempo, los estimados más altos de McGreevey me parecieron muy plausibles.
En el simposio de 1975, empero, Alberto Umaña presentó una crítica de la estadística de McCíreevey que suscita dudas sobre su validez. Umaña, a través de un estudio cuidadoso de los registros comerciales ingleses y de otra información de fuentes primarias norteamericanas y francesas, encontró varias dificultades con la estadística extranjera que habían pasado inadvertidas por McGreevey. La dificultad principal de la estadística de McGreevey, según el análisis de Umaña, es que no toma en cuenta el papel de los bienes en tránsito por el istmo de Panamá, los cuales se registraban muchas veces —aunque no siempre— como de Colombia en los datos de los Estados Unidos y los países europeos. Umaña anota que en un año la mitad de las supuestas exportaciones de Colombia a los Estados Unidos consistían en seda bruta y té, obviamente productos provenientes del Asia y no de Colombia. Lo mismo pasaba con la estadística europea; a veces los bienes en tránsito por Panamá posiblemente representaron un 40 por ciento de las exportaciones colombianas registradas en Francia. Umaña también advertía problemas muy graves en la estadística sobre las remesas del oro, mostrando errores en las cifras utilizadas por McGreevey de más de un 60 por ciento en este renglón. Así, pa-240
rece muy probable que la estadística de McGreevey no es más confiable que la antigua estadística que se encuentra en Nieto Arteta, etcétera, sacada de los informes de los ministros de hacienda de Colombia. Habrá que intentar una nueva estimación, haciendo descuentos en la estadística extranjera de los bienes en tránsito por Panamá •—muy difícil por cierto, por no saber en muchos casos cuánto valdrían éstos.
Las dudas sobre la estadística de McGreevey no inciden necesariamente que él esté equivocado en su creencia de que hubo un desequilibrio en la balanza comercial entre 1850 y 1885. Es posible, si se pudieran aislar los bienes en tránsito por Panamá, que el desequilibrio anunciado por McGreevey sea igual o peor.
En todo caso, hay otros datos que respaldan la probabilidad de un desequilibrio crónico. Los datos .más convincentes son los de la tasa de cambio sobre el exterior que entre 1850 y 1885 mostraron una tendencia de deterioro a largo plazo —aunque debo añadir que antes de 1880 el deterioro fue muy lento en comparación con el mucho más rápido (y más brusco en el caso de otros países de América Latina) deterioro del intercambio con el exterior en el Siglo XX.
En cuanto al exceso de las importaciones entre 1864 y 1874, McGreevey cree que los factores más importantes en alentar las importaciones en 1864-1874 eran la política aduanera (sobre todo el sistema de peso bruto, que hizo poca distinción entre bienes bur-
I dos y finos) y el más “fácil acceso a los mercadosI de importación”. Este último debe entenderse comoI referencia a las mejoras en los transportes marítimosf! 241
y fluviales, un factor importantisimo en alentar las importaciones. (Digo que debe entenderse como referencia a estas mejoras porque es la interpretación más útil que se puede dar ; en realidad en la edición inglesa McGreevey dijo “más fácil obtención de permisos para importar” (p. 111 de la edición inglesa) que no tiene sentido porque en esta época el permiso para importar no era un factor; el traductor, Haroldo Calvo, lo volvió más razonable, poniendo “fácil acceso a los mercados de importación” ).
Aunque creo que McGreevey esté en lo correcto al señalar alguna importancia al peso bruto, como también al más “fácil acceso a los mercados de importación”, hay que anotar algunas reservas sobre su interpretación. En cuanto a la importancia del régimen del peso bruto, cabe preguntar*si es válida la Suposición fundamental de McGreevey de que la política gubernamental fue el factor controlante en el flujo del comercio.
Mis investigaciones en los papeles de comerciantes del siglo pasado me hacen creer que la política aduanera no fue el factor determinante en las decisiones de los comerciantes. Ciertas medidas del gobierno pudieron molestar a los comerciantes, tanto por la inseguridad que implicaba cualquier cambio como por el contenido de la política en sí. Pero para los comerciantes la política aduanera era mucho menos un factor controlante en las decisiones económicas que el análisis de la demanda interna, la disponibilidad de cambios sobre el exterior y, sobre todo, las perspectivas de paz política o guerra civil. Yo creo que no es correcto asumir que el grado y carácter de la participación colombiana en el sistema comercial del mundo atlántico podría determinarse solamente, o aun en gran242
parte, por las políticas aduaneras. Siempre es necesario ponderar en la interpretación muchos otros factores, como los costos relativos del capital y producción, así como de los transportes.
La posibilidad, si no la probabilidad, de que la política gubernamental no fuera el determinante de la actuación de los negociantes ni de los patrones básicos de la economía parece mostrarse en la misma estadística que trae McGreevey. Según su cuadro XIIL el auge más fuerte de las importaciones, en términos de cambios porcentuales en las importaciones per cá- pita, sucedió en el lustro de 1855-59, antes de adoptarse el sistema de peso bruto (1861) *.
No puede saberse qué significado tienen estos datos. Como se señaló anteriormente, los datos que utiliza McGreevey (y que ya, supongo, utilizaremos todos) incluyen los bienes en tránsito por Panamá. Así
* Convirtiendo los datos del Cuadro 13 (Promedios anuales per cápita de importaciones y exportaciones por quin
quenios, 1845-1899) a cambios porcentuales se d a :Crecim iento de Crecimiento de
im portaciones (%) exportaciones (%)18S0-S4, sobre 1845-49 33 45.1855-59, sobre 1850-54 110 125.1860-64, sobre 1855-59 . 61 69.1865-69, sobre 860-64 94 19.61870-74, sobre 1865-69 14 9.51875-79, sobre 1870-74 — 34 5.1880-84, sobre 1875-79 10 — 20.1885-89, sobre 1880-84 — 22 — 55.1890-94, sobre 1885-89 — 11.5 22.51895-99, sobre 1890-99 — 19.6 — 16.
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es jKJsible que el auge de los 1850s, como también el de los 1860s, representa en parte el comercio en tránsito por el istmo, que debió crecer mucho en esta época por el descubrimiento del oro en California (1848) y la construcción del ferrocarril de Panamá (1855). (Se puede añadir que la misma construcción de este ferrocarril (1850-55) debió implicar la importación de cuantiosos bienes de capital al istmo).
Pero, suponiendo que estos datos tienen alguna validez, ellos indicarían que el auge en las importaciones en los 1850s y los 1860s y el desequilibrio consecuente debe explicarse más bien como un reflejo de los ritmos de las exportaciones que por cualquier otro factor *. Lo que pasa es que, con la experiencia del crecimiento de los 1850s, la clase alta colombiana llegó a contar con una prosperidad comercial continua. Con esta experiencia como premisa, alcanzaron un nivel de importaciones que a la larga, con el descenso de las exportaciones, resultó imposible sostener. El desequilibrio muy fuerte de 1865 a 1875 representa en parte un retardo en adaptarse a la realidad de que las exportaciones no iban a crecer al mismo ritmo que antes. Parece que el mismo ritmo de las exportaciones tiene mucho que ver con el desequilibrio, y que la política aduanera posiblemente no tuviera tanta importancia como la que le otorga McGreevey.
* H ay que notar que en otra parte de su análisis (ya en le capítulo S ), McGreevey parece estar de acuerdo con este
juicio. En la página 116, dice: “La adopción de una nueva constitución (sic) y, casi simultáneamente, un inusitado aumento de las exportaciones parecen haber sido, en conjunto, la causa suficiente y necesaria del desplazamiento estructural de la demanda por importaciones”.244
Estas observaciones acerca de la relación entre los ritmos de exportación y de importación conducen a otro comentario sobre las conclusiones de McGreevey sobre el desequilibrio. McGreevey cree que las estadísticas comerciales indican que no hubo un cambio de gustos, o al menos que si hubiere tal cambio no tuvo ningún impacto sobre el desequilibrio comercial. ( “No parece que la raíz del problema haya sido un desplazamiento de las preferencias de los consumidores. . . ” (p. 114). Yo no veo cómo la estadística que él trae da pie para esta conclusión. Se podría pensar que es precisamente un cambio notable en los patrones, y en las expectativas del consumo lo que explica el desequilibrio de 1865-1875 y el muy prolongado de 1880-1900. Se podría pensar que las expectativa.s engrandecidas del consumo eran el elemento que más dificultó el reajuste necesario cuando las exportaciones dejaron de crecer al ritmo de aumento de la población.
Volviendo al lado de las exportaciones, no hay duda de que a través del período 1865-1900 Colombia mostró bastante débilidad como país exportador -—una debilidad muy notable no únicamente en comparación con el comercio de otros países del hemisferio sino ' también en relación con las esperanzas fervorosas de la clase alta colombiana. Si no hay duda de la debilidad exportadora de Colombia, sin embargo uno sí puede dudar de la explicación que McGreevey da a este fenómeno. En su lugar (p. 102) culpa del atraso económico y social de Colombia: “La política librecambista . . . fracasó no por falta de consistencia lógica. . . sino a causa de la incapacidad de una economía y una sociedad atrasadas de adaptarse a las complicaciones del cambio”. No entra aquí en explicaciones de esté
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dictamen, pero uno puede suponer que está refiriéndose a la concentración de la tierra en pocas manos, entre otras cosas. En todo caso, en esta parte del libro McGreevey descuida el factor que me parece más tuvo que ver con el poco éxito de Colombia en las exportaciones : el factor geográfico, eso es, los problemas de transporte implicados por el terreno muy quebrado del país y también los problemas de salud todavía sufridos en las tierras bajas y calientes que sí tenían posibilidades de alcanzar un mercado mundial.
Otra vez, en la p. 116, McGreevey ofrece otra explicación que puede ser una elaboración de la primera. Hablando de la decadencia repentina del tabaco de Ambalema, McGreevey sugiere la posibilidad de que “una investigación de las condiciones en que entonces se cultivaba el tabaco en Colombia revelara sin duda ima serie de problemas inherentes a la industria que, eventualmente, habrían generado la crisis. En ésta y en otras actividades /no menciona cuáles/, las condiciones domésticas constituyen la causa eficiente de desequilibrio externo” .
Esta sugerencia me parece, en primer lugar, algo graciosa porque ya se hizo un estudio de la clase que McGreevey sugiere, el estudio de John P. Harrison, que es la base de casi todo lo que dice McGreevey sobre el tabaco. Es un poco extraño predecir las conclusiones a las cuales llegaría un estudio que ya se ha hecho y ya llegó a las mismas conclusiones!
Las conclusiones de Harrison a que se refiere son que la industria del tabaco en Ambalema perdió su mercado en Europa porque los cultivadores permitieron decaer la calidad del producto. Esto sucedió, según Harrison, porque el tabaco se cultivaba en terrenos de tamaños más o menos grandes en base a un246
sistema de arrendamiento de explotación que no creó ningún incentivo para la mejora de los métodos. Por ejemplo, no se utilizaban abonos para restaurar el suelo gastado, lo que habría podido tener algo que ver con el desarrollo de enfermedades en la hoja.
McGreevey ve en el episodio del tabaco la comprobación de que a los colombianos les faltaba iniciativa empresarial, de que no eran capaces de adaptarse a los cambios implicados por la entrada en el mercado internacional. Quiero advertir dos cosas respecto a esta tesis. Una es que algunos colombianos (entre ellos la familia Samper) sí hicieron esfuerzos para cambiar el sistema utilizado para cultivar el tabaco (sistema heredado del monopolio de la colonia). Los esfuerzos fueron infructuosos, pero al menos algunos colombianos eran conscientes de la necesidad de cambios y trataron de llevarlos a cabo. También vale la pena anotar que los comerciantes ingleses dueños de tierras tabacaleras en Ambalema, utilizaron el mismo sistema de explotación que los colombianos. Y fue durante el dominio de los comerciantes ingleses que la industria (le Ambalema perdió más campo en el mercado, alemán. Seguramente estos comerciantes ingleses eran muy atrasados económica y socialmente.
En el capítulo séptimo (p. 163), McGreevey vuelve al tema de las capacidades empresariales y su papel en la industria d.el tabaco en Ambalema. Aquí destaca la figura de Francisco Montoya como caso excepcional de “destreza empresarial” . Dice que la
“fortuna que Montoya y su firma acapararon en la administración del monopolio del tabaco puede atribuirse más correctamente no a un control de la tierra, ni aun al monopolio de mercadeo, sino a capacidades personales de organización.
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McGreevey sigue con esta observación:“Una convincente prueba de la importancia de estas capacidades es el poco auge que tuvo la industria del tabaco entre 1875 y 1919, año este en que se fundó la Compañía Colombiana del Tabaco”,No llego a entender estas observaciones. Parece que lo que está diciendo McGreevey es que Francisco
Montoya fue un caso único como empresario en la j)oca. Esto es tanto una exageración de las capacida- desde Montoya como una subestimación muy grave de todo el resto de los negociantes colombianos. Hay que recordar que Montoya, Sáenz y Compañía quebró en el año de 1857, pocos años después de estar establecida la libertad del cultivo del tabaco, mientras los otros comerciantes en el Alto Magdalena lograron seguir con el negocio. Así Montoya no aparece con mucho más “destreza” que los demás. _
Pero el asunto más grave, la ligereza increíble, en este comentario, es la sugerencia de que la falta de fuerza empresarial se comprueba por el hecho de que hubo poco desarollo del tabaco antes de la fundación de la Compañía Colombiana de Tabaco, en 1919. Es esta sugerencia una ligereza porque deja completamente fuera de consideración los factores existentes en 1919 para estimular la formación de la Compañía Colombiana de Tabaco, que no existían en épocas anteriores. La realidad es que la Compañía Colombiana de Tabaco se formó para atender a una creciente población urbana en Colombia, un mercado que casi no existía entre 1870 y 1900. Entonces atribuir el surgimiento de esta compañía meramente a un brote de fuerza empresarial, del que antes se carecía, es un juicio demasiado ligero que no debe tomarse en serio.248
Los efectos de la política liberal y la expansión comerciMA través de los capítulos 4 y 5 McGreevey se re
fiere al impacto económico de las reformas liberales y del desequilibrio comercial que él insiste en atribuir unicamente a estas reformas. Y en el capitulo 7 trata de resumir estos efectos y de hacer un balance cuantitativo de sus consecuencias para la economía colombiana en la segunda mitad del siglo XIX. En términos generales se puede decir que él encuentra las pérdidas mayores en los efectos adversos del comercio exterior sobre los artesanos, de la política de la tierra sobre los campesinos, y de las reformas liberales sobre la estabilidad poMtica del país. En esta sección haré algunos comentarios sobre cada uno de estos renglones como también sobre el balance de los costos y beneficios que se encuentra en el capítulo 7.
Priméro hay que decir que, para hacer resaltar los malos efectos de la política librecambista de mediados del siglo XIX, McGreevey exagera la prosperidad relativa de los artesanos en la época anterior *. Declara
* En la discusión del impacto de las políticas liberales sobre las comunidades indígenas hay la misma tendencia a exage
rar los cambios después de 1850, tal vez por ignorar los cambios que haban ocurrido en épocas anteriores. McGreevey señala correctamente que la división y apropiación de terrenos de comunidades indígenas fue un proceso más o menos continuo desde la década de los 1770s. Sin embargo, después asevera sin base factual de ninguna clase, que en 18S0 posiblemente una tercera parte de la población de Colombia vivía en comunidades indígenas prácticamente sin vínculos económicos o sociales con la Colombia mestiza o blanca (p. 8 0 ). Este estimado, que McGreevey admite es una conjetura, es una con
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que antes de 1846 los artesanos eran más o menos prósperos y el descenso de las artesanías fue un fenómeno posterior a 1846 (p. 83). Creo que esta es una exageración. El movimiento hacia el librecambio, el cambio de gustos, y los problemas de los artesanos se fortalecieron después de 1846, pero no eran cosas completamente nuevas. Ya había habido otra ola de librecambismo en la época de la independencia, ola en la que todavía flotaban muchos de la clase dirigente por los 1830s. Por lo mismo, ya por los 1820s y los 1830s había empezado el influjo de la última moda europea, cosa denunciada por muchos artículos de fondo en los periódicos de los 1830s. Ya también los artesanos criollos —tanto los urbanos productores de ropa hecha como los rurales productores de telas— habían empezado a entrar en crisis por la competencia de loa efectos extranjeros. En realidad, McGreevey habría lX)dido fechar su análisis de los malos efectos del librecambio desde mucho antes de 1846. No lo hizo tal vez
jetura muy mala. N o hay nada en los documentos contemporáneos que sugiera que las comunidades indígenas eran tan extensas a mediados del siglo. Y a en el censo de 1776-1779 los indígenas representaban no más que el 20 por ciento de la población de las regiones que más tarde llegaron a componer la República de la Nueva Granada y la República de Colombia. Y seguramente la proporción de los indígenas en comunidad disminuyó en épocas posteriores a 1779, porque ya en los decenios de los 1830s y los 1840s las tierras de muchas de las comunidades indígenas se habían repartido. Además, no es cierto que los resguardos carecieron de vínculos económicos con el resto de la población. Con esto no se quiere negar el significado económico de la abolición de los resguardos. Pero sí quiere decir que McGreevey ha tratado el tema en esta parte de una manera muy floja.250
por no conocer las fuentes relevantes de este período (periódicos, peticiones de los artesanos al ejecutivo y al congreso, informes de los diputados del consulado de Cartagena, etc.)-
Hay que añadir que las aseveraciones de McGreevey respecto a la fecha en que comienza el descenso de los artesanos se basan en muy poca evidencia. La fuente que él cita para la relativa prosperidad de los artesanos hasta 1850 (Manuel Ancízar hablando de Vélez) contradice la contención de McGreevey (p. 83). Según Ancizar, Vélez estaba en decadencia, y los otros centros artesanales visitados por Ancizar ya habían tenido que responder a la competencia de los textiles extranjeros con la introducción de la nueva industria de tejidos de sombreros de palma. Mientras que McGreevey describe un rompimiento radical a mediados del siglo, la realidad es que hubo un proceso mucho más gradual y continuo, en el cual las presiones del extranjero y los cambios en las oportunidades ofrecidas por los mercados forzaron o indujeron adaptaciones entre los artesanos colombianos. McGreevey hace poco caso de estas adaptaciones, o porque no tiene noticias de éstas, o porque no caben bien dentro de la tesis sobre la incapacidad de los colombianos de mediados del siglo XIX para adaptarse a los cambios económicos.
Para intentar una medición del impacto del auge del comercio exterior sobre los artesanos, McGreevey se vale de la estadística de importación que él ha elaborado a base de la estadística norteamericana y europea occidental. Asume que cualquier aumento de las importaciones representaba una sustracción de lo producido por los artesanos colombianos. Así, en la página 108 calcula que como las importaciones en
cada de los 1860s aumentaron en aproximadamente 15 millones de dólares y como se podrían calcular los ingresos de un artesano en 150 dólares anuales, entonces el aumento de las importaciones en sólo esta década significaba el desplazamiento de unos 100.000 artesanos.
En la p. 174 hace un cálculo un poco distinto, pero del mismo tenor. Se supone que las ventas de los artesanos son el resto que queda después de sustraer la monta de las importaciones (un número inflado por el comercio de Panamá) del consumo de importables (un número imaginario). Estima la “pérdida” de los artesanos por la política liberal como la diferencia entre las “ventas” de los artesanos en 1870 (número imaginario) y lo que habrían sido si las importaciones habían quedado solamente la quinta parte de los im¡x>rtables consumidos como “eran” en 1850 (lo de la quinta parte tampoco es un número real sino tma sujxisición hipotética de McGreevey). Ya se ha hecho una critica de este procedimiento, que se puede resumir asi : Los números imaginarios que represen- tan_ el consumo’ de importables no tiene ninguna base en la realidad. Es muy posible que estos números subestiman el crecimiento del consumo de importables, porque McGreevey supone que el consumo creció unicamente al ritmo del aumento de la población. Como las importaciones crecieron a un ritmo más acelerado que el aumento de la población, obviamente lo que resulta de los cálculos de McGreevey .—con sustraer las importaciones del “consumo de los importables”— necesariamente tiene que resultar una pérdida- Entonces el resultado a que llega está fijado de antemano, por los mismos procedimientos adoptados.252
En todo c^so, aun si se pudiera estar de acuerdo con este procedimiento de inventar los números, no se pueden aceptar los supuestos de este cálculo. No se puede medir el monto de la producción artesanal con una sustracción de las importaciones del total del consumo de importables en el país. Porque una gran parte de la producción artesanal de las regiones rurales ya se había convertido de la producción de textiles para el consumo doméstico, a la producción de sombreros de palma que se exportaban.
También por el lado de las importaciones, no se puede suponer que las implicaciones de éstas eran completamente negativas aun para los artesanos. Hay que considerar que una parte de los bienes importados se utilizaban por los artesanos urbanos para fabricar más terminados. Tainbién hay que tomar en cuenta los cambios en la composición de las importaciones —con una composición más fuerte de bienes de capital, y un tanto menos de bienes de consumo, cuando Colombia comenzó la construcción de sus ferrocarriles. Estas im- lX)rtaciones de bienes de capital podrían significar un aumento en los empleos artesanales, y a un nivel mucho -más significativo que los tejidos caseros de algodón. Eso es, estas importaciones de bienes de capital implicarían el desarrollo de artes como la mecánica, herrería y fundición, calderería y hojalatería, cerrajería, carretería, carpintería y ebanistería —artes que empezaron a desarrollarse de una manera más o menos sistemática en Bogotá y Medellín precisamente en el decenio de los 1870s.
Hay que añadir que cuando McGreevey hace su cálculo de las pérdidas después de 1850, escoge el año más a propósito para demostrar su tesis. Quiere decir que escoge el año de 1870 porque, con el método que
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utiliza, dará los resultados más exagerados. Mirando el Cuadro X III (p. 108) se ve que en 1870-74 las importaciones per cápita llegaron a su cima (12.20 dólares per cápita, según la estadística de McGreevey). Después las importaciones per cápita bajaron notablemente, a s í:1845-49 1.20 1865-69 10-70 ~ 1885-89 6.901850-54 1.60 1870-74 12.20 1890-94 6.101855-59 3.40 1875-79 8.00 1895-99 4.901860-64 5.50 1880-84 8.80_________________
Esto quiere decir que, utilizando el método de McGreevey, las “pérdidas” de los artesanos habrían bajado notablemente después de 1874 —eso es, después de 1874 habrían salido ganando— porque el margen entre el supuesto consumo de importables y el monto de las importaciones debía estar aumentando progresivamente desde 1874 hasta 1900.
McGreevey trata de respaldar sus cálculos en base a las importaciones con otra clase de datos. Para confirmar el hecho de que el Estado de Santander, uno de los más artesanales, sufrió por el aumento de las importaciones, dice (p. 109) :
“Todavía en 1875, el Anuario Estadístico se refería al departamento de Santander como ‘uno de los más prósperos de la Unión’. Sin embargo, hacia fines del decenio de 1870 los tiem pos de prosperidad habían terminado. En 1882 el gobierno de Santander tuvo ingresos de $ 485,468 y gastos de $ 789,748, resultando así el mayor déficit de cualquiera de los estados co lom bian os...”.McGreevey lleva estos datos al libro para compro
bar un descenso de la artesanía en la época. Hay que advertir al lector desprevenido que los datos mencio254
nados no tienen nada que ver con el supuesto descenso de los artesanos. En 1870 Santander estaba gozando el ápice de una bonanza de exportaciones de la quina. En 1882 el comercio de la quina estaba en quiebra. Por lo tanto, los datos que lleva McGreevey parecen tener poca relación con el estado de la artesanía- Con esto no quiero negar que hubo un descenso de los artesanos en Santander. McGreevey utiliza datos de los censos que tienen más relación con el estado de los artesanos y que son más convincentes. El problema aquí otra vez es de mezclar con los datos buenos otros falaces.
McGreevey encuentra interesante la falta de reacción muy fuerte de los artesanos contra las pérdidas que él calcula debían de haber sufrido, e intenta un análisis (o, tal vez mejor dicho, intenta lanzar algunas hipótesis) sobre este tema. En cuanto a los artesanos urbanos de Bogotá, McGreevey cree que, por una parte, el aplastamiento severo de la rebelión de los artesanos en 1854 (después de la cual muchos artesanos fueron mandados a cumplir penas en Panamá) completamente aniquiló cualquier espíritu de rebelión entre estos. Por otra parte, cree que algunos grupos artesa- nales no fueron adversamente afectados por la expansión del comercio y si no cumplieron la función de encabezar los otros artesanos. Señala al respecto los plateros, que McGreevey cree que fue un gremio muy respetado entre los artesanos de Bogotá y que, según él, no debía de sufrir por el aumento de las importaciones.
En realidad, ni la una ni la otra afirmación tienen razón. La tesis de McGreevey sobre los plateros (pp. 79-169) es una ficción completa. Los plateros no eran un grupo significativo en Bogotá. Ni debe suponerse
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que los pocos que hubo no fueron afectados por las importaciones —con el sistema aduanero del peso bruto fue tan fácil importar la plata labrada como cualquiera otra cosa.
En todo caso, no es cierto que no hubo protestas de los artesanos urbanos después de 1854. En realidad, a través de los 1860s y 1870s hubo temores entre la clase alta en Bogotá de nuevos brotes de rebelión artesanal-
David Bushnell señala protestas en 1863 y 1864 por parte de los artesanos de Bogotá y Cartagena —sobre todo los ebanistas y los curtidores— contra bajas en las tarifas. Y Bushnell cree que tanto el general Tomás Cipriano de Mosquera (en 1866-67) como el doctor Rafael Núñez (en 1879-1885) hicieron esfuerzos para atraer el apoyo de los artesanos urbanos ¡xir medio de concesiones tarifarias *. Por lo tanto no fueron una fuerza tan despreciable.
En cambio, creo que McGreevey tiene alguna razón en la hipótesis de que los artesanos rurales no podían defenderse por encontrarse aislados de los centros políticos importantes (sobre todo, Bogotá). Hay que añadir, acaso^ otro posible factor de debilitamiento político de los artesanos rurales: casi todos eran en realidad mujeres, cuyos trabajos servían de suplemento al trabajo agrícola del marido. Tal vez la debilidad política del sexo en la época contribuyó a dejarlas indefensas.
* “T w o Stanges in Colombian T ariff Policy: The Radical Era and the Retum o to Protection (1861-1885), “Inter
A m erican Econom ic A ffa ir e s”, IX (Spring, 1956), pp. 9-23.
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En cuanto al impacto de la politica liberal sobre los campesinos, McGreevey cree encontrar los siguientes efectos (pp. 175-179) :
1) Aunque el desarrollo de la agricultura para la exportación creó * algún empleo para los cainpesinos que emigraron a las tierras bajas, McGreevey calcula que este sector dio empleo a solamente 35.000 personas (en el supuesto que cada uno producía 1.000 dólares por año).
2) Aunque las importaciones de bienes manufacturados habrían podido significar precios más bajos y calidad mejor de estos productos, McGreevey cree que únicamente una pequeña parte de estos beneficios afectaron a los campesinos; supone que al menos la mitad de los bienes importados se consumían en las 18 ciudades principales.
3) Cree que las importaciones implicaban una reducción en los mercados locales y así empujó a los artesanos o al desempleo o a una competencia con los jornaleros en el trabajo agrícola (por lo tanto, rebajando los jornales rurales); anota al respecto información sobre el gran número de vagabundos en las regiones de la cordillera oriental.
4) También los campesinos “fueron víctimas del generalizado conflicto civil entre liberales y conservadores” .
5) En fin, las “políticas del laisscz-faire llevaron a una disminución de la demanda por la mano de obra agrícola en el interior a causa del desplazamiento de la ganadería hacia tierras bajas ocasionado por la introducción de los pastos Guinea y Pará, y por la ocupación de llanuras cercanas a los ríos”.
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Respecto al primer punto (el número empleado en el sector exportador), presumir un producto de 1.000 dólares por trabajador me parece poco plausible. En 1870 aun muchos miembros de la clase alta no tuvieron ingresos anuales de más de mil dólares. Seria más plausible suponer un producto por trabajador de 300 a 400 dólares máximo, lo que daría empleo entre 70.000 y 100.000 (casi el número de los artesanos desempleados, según los cálculos de McGreevey, y con un producto dos o tres veces mayor).
En cuanto a la distribución de los beneficios de los bienes importados, la idea de que las 18 ciudades principales absorbieron la mitad de las importaciones no es más que una suposición de McGreevey; requeriría el estudio de gran número de libros de comerciantes que ya no existen. Pero loa estudios que yo hice con los libros comerciales de Francisco Vargas indican que una gran parte, si no la mayor parte, de sus ventas fue destinada a comerciantes pequeños en pueblos no muy grandes como Garzón, La Plata, Chaparral, Barichara, etcétera.
Respecto al punto de lo que pasó con los artesanos desplazados, parece muy posible que algunos hicieran competencia con los jornaleros agrícolas. Pero en realidad no sabemos todavía —sin tener ningún estudio al respecto— qué pasó con los artesanos que supongamos fueron desplazados. En el único caso que conozco —el más celebrado— el hijo del artesano Ambrosio López se volvió, no trabajador agrícola, ni tampoco vagabundo, sino comerciante y muy grande. Fue Pedro A. López, uno de los comerciantes de más alto vuelo a fines, del siglo XIX. Obviamente, Pedro A. López representa una excepción. Pero su caso suscita la pregunta: ¿no habría más que hicieron una transición exitosa de la artesanía hacia el comercio ?258
Respecto al cuarto punto, la implicación del cálculo matemático de los costos de los conflictos civiles a los campesinos es que la política liberal tiene que llevar toda la responsabilidad de estas guerras. Como ya dije, esto me parece una interpretación muy exagerada. Y, como las pérdidas sufridas por las guerras civiles representan el 78 por ciertto del total calculado por McGreevey de los costos de estos conflictos a los cam- jjesinos, si uno omitiera las guerras civiles, del cálculo (le los costos de la política liberal, entonces resultariíi que la política liberal habría significado una ventaja neta para los campesinos.
En fin, realmente no comprendo el último aserto de McGreevey de que el desplazamiento de la ganadería hacia las tierras bajas representaba una disminución de la demanda por mano de obra agrícola. Creo que sí es cierto que en el grado en que fueron desintegrados los resguardos de la tierra fría y sus tierras acumuladas por terratenientes y utilizadas en la- ganadería, se restaba demanda de mano de obra en las tierras frías. Pero no comprendo el argumento en cuanto a las tierras bajas- Porque en realidad las tierras bajas en donde se pusieron los nuevos pastales por lo general no eran regiones densamente pobladas. La extensión de los pastos y la ganadería a estas tierras representaba un desarrollo de una nueva frontera agrícola. Así posiblemente representaba cierta demanda de mano de obra (para descuajar y limpiar los bosques).
En la página 180 McGreevey hace un balance cuantitativo de los beneficios y pérdidas del campesinado, basado sobre los supuestos enunciados arriba, Pero en el balance añade ciertos elementos cuantitativos que no justifica ni explica ampliamente. Supone beneficios de mayor empleo equivalentes al 10% ¿el valor de las
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exportaciones. Figuran beneficios por precios menores de las importaciones con una supuesta elasticidad de precios. Calcula el deterioro de los mercados locales con la suposición de que esta pérdida representa la quinta parte de la disminución del ingreso artesanal. Calcula las pérdidas por los conflictos civiles en el 10% del valor económico de las vidas perdidas en las guerras entre 1840 y 1879. Y así sigue. Al presentar este balancé, McGreevey dice claramente que todos estos números son números supuestos. Pero quiero hacer hincapié en esto. Cualquiera de estos números podría ser sustituido con otro que represente la mitad o el doble, porque no nos ofrece McGreevey ninguna base para saber cuáles números serían razonables. Así toda la maquinaria del balance me parece un juego ocioso, al menos en el estado en que se encuentra en este libro.
En la p. 181, McGrevey nos da el balance general de los “beneficios y pérdidas” al país total que él cree son atribuíbles a la política liberal de mediados del siglo XIX. No voy a cansar al lector más con un análisis detenido de todos los elementos que entran a fi gurar dentro de este balance. No voy a hacerlo en parte porque ya se han señalado al menos algunos de los problemas que se encuentran en los cálculos de las pérdidas de los artesanos y de los campesinos. También resisto a hacerlo porque hasta yo estoy cansado con todo el enredo de McGreevey. Terminaré entonces con una advertencia muy sencilla. Antes de aceptar los resultados de los cálculos que hace McGrevey, hay que inspeccionar muy cuidadosamente los supuestos que él utiliza para fundar estos cálculos. Muchas veces estos supuestos se hacen sin una justificación rigurosa (como en el caso de multiplicar las pérdidas de los artesanos por 3 mientras multiplica los beneficios de las260
importaciones únicamente por 1.5). A veces no da una justificación de estas maniobras de ninguna clase (como en el caso del balance de los campesinos, p. 180). También, fuera de examinar los supuestos, hay que examinar de dónde vienen los datos. Esto va a costar al lector bastante trabajo. Porque construye una pirámide de conclusiones montadas sobre datos que vienen muy atrás en el libro, y de estos montados sobre datos que a veces no se encuentran ni en el mismo libro y que para el lector común en realidad no son conse- guibles. Por lo tanto, yo aconsejarla al lector no hacer mucho caso de todo el enredo de los cálculos y balances, y descartaria completamente las conclusiones cuantitativas de esta clase que nos brinda McGreevey en la segunda parte del libro.
LOS ELEM ENTOS EN LA “TRA N SICIO N ” HACIA EL DESARROLLO
Mientras la segunda parte del libro tiene como su enfoque los errores políticos de los liberales que, en la opinión de McGreevey, demoraron el desarrollo económico del país, la tercera parte tiene que ver con los elementos positivos que empezaron a llevar el país hacia el desarrollo en los años entre 1885 y 1930.
Hay que leer esta sección con mucha atención y cuidado, no tanto por los errores de lecho, de la misma clase que se encuentran en la segunda sección, sino por lo complejo del argumento y por el sistema de argumentación que utiliza. Esta tercera sección resulta tener algo de la estructura de una cebolla; hay que seguir pelándola para llegar al corazón del argumento, que al fin se encuentra en el último capítulo.
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Leyendo los capítulos 8, 9 y 10, parece que el café sale como el primun mòbile del desarrollo colombiano. Es el café lo que fomenta el desarollo de Antioquia, o que (según McGreevey) crea una base amplia de consumidores para sostener el desarrollo de las manufacturas incipientes en la misma región, y, en fin, lo que estimula la construcción de los ferrocarriles. Así parece que es la industria del café la que echa los. fundamentos del desarrollo colombiano. En el énfasis sobre la importancia del café los lectores colombianos sin duda pensarán que en esta tesis no hay mucho novedoso. Ya hace años la importancia del café para el desarollo del país forma una parte fundamental del folclor colombiano. También leyendo estos capítulos uno cree. advertir una inconsistencia notable entre el argumento de la segunda parte del libro y el de la tercera. En la segunda sección McGreevey culpa la política gubernamental de los liberales como la causante del atraso del período 1850-1885. Pero en la tercera sección encuentra su salvación económica* en factores asociados más bien con la geografía económica y social. Viendo el contraste entre las dos secciones, se pregunta uno : ¿ si el país se salvó no jwr acción gubernamental sino por el cultivo del café, puede culparse tanto a la política gubernamental por el atraso de la época anterior al cultivo del café?
Leyendo el capítulo final del libro, eiiipero, estas cuestiones llegan a tener un aspecto nuevo. Quiere decir que en el capítulo final llegamos al corazón de la cebolla McGreeveyana. Resulta en el capítulo final que el café no es el primum mobile del desarrollo colom,- biano sino un agente catalítico o un elemento instrumental accionado por otro factor fundamental. Este factor es el cambio demográfico, el crecimiento autó-262
nomo de la población colombiana. Es en este factor demográfico que McGreevey cree encontrar la fuente original del desarrollo colombiano entre 1885 y 1930.
La tesis demográfica —en breve— es que por varias razones, sobre todo las reformas de 1850 (otra vez las reformas de 1850!) la población colombiana empezó a aumentarse a un ritmo más dinámico que a mediados del siglo XIX. Este crecimiento de la población trajo una baja en los ingresos reales, y así estimuló un esfuerzo para restaurar los niveles de ingreso acostumbrados.. Este esfuerzo conllevó a la introducción de innovaciones, entre las cuales eran las más importantes el café (y nuevos métodos de cultivar y beneficiar el café) y los ferrocarriles. También el aumento de la población implicó un aumento en la “interdependencia” de la población colombiana. Antes del decenio de 1880 esta “interdependencia” nueva creó o se manifestó en problemas o conflictos que el débil Estado liberal no fue capaz de solucionar. Pero a la larga el surgimiento de la interdependencia coadyuvó a la creáción de un estado más efectivo que, por ejemplo, pudo llevar a cabo exitosamente la construcción de ferrocarriles. Así, con la introducción del factor demográfico, McGreevey termina su análisis, intentando mostrar (entre otras cosas) como el análisis político de la segunda sección se enlaza con el análisis más bien geográfico de los capítulos 8, 9 y 10.
Tengo que confesar que en mis primeros repasos del libro, no puse suficiente atención en este último capítulo ■—sin duda por tener más conocimientos de las materias de los capítulos anteriores y por lo mismo por haber quedado tan enfurecido con estos. Ahora caigo en la cuenta de que este capítulo es esencial para comprender el argumento de todo el resto del li-
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bro, que, de otra manera, parece muy inconsistente. Así, aunque este último capítulo suscitó las críticas más vigorosas del libro en el simposio de 1975 —por e! a.serto final de que los colombianos empezaron a desarrollar su economía ¡»rque querían hacerlo— me parece que en este capítulo se encuentra el punto clave de la interpretación de McGreevey. Volveré a este capítulo final después de algunos comentarios sobre los capítulos precedentes de la misma seección tercera.
Primero quiero señalar lo que me parece una deficiencia analítica del capítulo nueve, sobre “Agricultura, exportaciones y desarrollo económico ; un contrapunto colombiano”. En este capítulo se trata de una explicación de largo alcance —esto es, a un nivel bastante alto de generalización— del por qué en algunas situaciones algunos productos de exportación conducen hacia el desarollo y por qué no sucede en otros casos. Para explicar el éxito relativo de Colombia en el período después de 1880, McGreevey propone un “modelo de cambio agrario” (en el sector externo, se debe aclarar), que representa una adaptación de las tesis de Douglas North sobre el desarrollo comparativo del Sur y del Norte de los Estados Unidos. En este modelo las variables críticas son, según McGreevey: 1) la disponibilidad de la tierra “para un cultivo óptimo”, y 2) “las condiciones técnicas” de este cultivo que determinan la eficiencia relativa de pequeñas o grandes unidades de producción. La hipótesis de McGreevey es la de que las condiciones que favorecían pequeñas (tamaño familiar) unidades, promovieron el desarollo por cuanto implicaron una distribución más o menos igual del ingreso, niveles más altos de ahorro, una experiencia amplia del mercado, y un interés por el desarollo entre una proporción grande264
de la población. Intenta comprobar o al menos ilustrar la hipótesis con un contraste entre la industria tabacalera del Alto Magdalena a mediados del siglo XIX con la industria cafetera de Antioquia y Caldas después de 1880. Aquella fue monopolizada por terratenientes más o menos grandes, quienes, él supone, absorbieron una proporción muy grande de las rentas las cuales gastaron en consumos de lujo. Como funcionaba en unidades grandes, la industria tabacalera estimuló muy poco desarrollo complementario. En cambio el café podia cultivarse con provecho en tantos lugares que no podía monopolizarse por un puñado de terratenientes. Los muchos cultivadores pequeños ganaron experiencia en el mercado, la cual sirvió de base a una capacidad empresarial. Un interés muy difundido en el desarrollo se reflejaba en un marcado interés por la educación.
McGreevey tiene cuidado en decir que no intenta utilizar su modelo para “describir ninguna situación real” sino para generar hipótesis que se puedan probar frente a situaciones reales. La hipótesis me parece interesante. Pero su utilidad se disminuye por cierta falta de rigor analítico en la construcción del modelo. Es que McGreevey ha construido un modelo con variables muy difusas que resultan difíciles de aplicar sistemáticamente. Ambos términos —la disponibilidad de la tierra “para un cultivo óptimo”, y las “condiciones técnicas” de este cultivo— como los usa el autor, envuelven muchos factores diversos. Varios de estos deben considerarse exógenos, porque no tienen ninguna relación teórica y pueden variar mucho de un caso a otro. Algunos de estos factores McGreevey los incluye específicamente; otros entran al modelo por la puerta trasera tal vez sin advertirlo el
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en Antioquia. Sin embargo, en Cundinamarca los ferrocarriles se construyeron y algunas clases de manufacturas se desarrollaron en la misma época que en Antioquia. Para explicar la construcción de los ferrocarriles, por ejemplo, hay que aclarar que ésta se debía a los factores geográficos asociados con el café y no al tamaño de las unidades de producción. Pero si es necesario hacer esta clase de aclaración, entonces los términos generales del modelo sirven más bien para estorbar la comprensión que para dilucidar las pautas del desarollo.
En fin, se nota cierta tautología en el uso del modelo cuando el autor concluye el análisis de éste, diciendo ;
“Consecuentemente, puede avanzarse la hipótesis de que las condiciones naturales y técnicas de la parte central de la Gráfica X III no conducirán normalmente a sistemas laborales o de tenencia explotadores” (p. 246).
Como las “condiciones naturales y técnicas de la parte central de la Gráfica X III” son de propiedades medianas de tamaño familiar, esta afirmación no debe caernos como ima gran sorpresa.
El análisis que hace McGreevey del caso específico de Antioquia tiene para mí mucho más interés que el modelo pomposo que él pretende montar sobre este caso. Lo más original en su discusión de Antioquia es- la sugerencia de la forma como las oportunidades abiertas por la falta de monopolización de la tierra podrían traducirse en una mejor preparación para el desarrollo. Respecto a esta tesis, empero, hay que anotar algunas cosas. Una es que el marcado interés en la educación primaria en Antioquia se mostró mucho antes266
cuestión de linkages en cuanto a transporte se incluyera en el modelo. Pero como el impacto de las dos industrias sobre los transportes figura como elemento importante en el contraste entre las dos, da a pensar al lector que esta explicación forma parte del modelo.
El problema de lo difuso de los términos del modelo se nota también en otro aspecto de sus dos casos ilustrativos. McGreevey discute el tabaco del Magdalena y el café de Antioquia como “tipos ideales”, tipos ideales que más que todo representan, según me parece, unidades grandes y monopolisticas por un lado y unidades pequeñas por el otro. Si McGreevey se hubiera quedado con términos tan sencillos y bien definidos, la hipótesis habría sido más utilizable. Pero la utilización de la hipótesis en forma tan sencilla conllevaba un dilema. En el caso de Colombia hubo regiones, sobre todo en la región de Santander, en donde el tabaco se cultivaba en pequeñas unidades como el café en Caldas. Pero el cultivo del tabaco en Santander no sirvió de motor para un desarrollo notable. Parece que para pasar encima de este dilema, McGreevey utilizó el término más difuso, flexible e indefinido de las “condiciones técnicas de producción”. Así, echa a un lado el problema de Santander con decir nada más que este estado “careció de las condiciones técnicas necesarias para la producción y la exportación” . Se ve que estas “condiciones técnicas” son una invención maravillosa: se prestan para explicar cualquier cosa. Pero después de esta clase de explicación es necesario entrar en algunos detalles.
La industria del café también ilustra los problemas en aplicar el modelo de una manera rigurosa. En algunas regiones, por ejemplo Cundinamarca, las unidades grandes eran relativamente más importantes que
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propio autor. Parece que McGreevey quiso tener variables que explicaran todo. Así los construyó con la consistencia de una esponja para que pudieran absorber cualquier cosa. En consecuencia, el modelo realmente no es un conjunto bien integrado. No puede funcionar sin desbaratarse. Es necesario desarmarlo para poder utilizar los factores componentes separadamente. De otra manera no se puede comprender claramente lo que realmente está pasando. Así parece que el modelo en toda su extensión puede servir más bien para oscurecer que para esclarecer las pautas del desarrollo.
Se pueden advertir los problemas al aplicar el modelo difuso en los casos que McGreevey utiliza. Por ejemplo, McGreevey señala el hecho, ya notado por otros autores,de que la industria tabacalera no estimuló el desarrollo de los transportes como hizo después la industria del café. Pero hizo por circunstancias muy particulares porque el tabaco tenía un alto valor en relación a su peso y porque la región productora más importante era pequeña y estaba ubicada en las orillas del río Magdalena. El café en cambio tenía costos más altos de transporte en relación a su valor y no se encontraba cerca del río sino en Jas montañas. Todo esto, parece que McGreevey lo incluye bajo el término de “condiciones técnicas” de la producción. Pero algunas de estas “condiciones técnicas” no son fijas, ni inherentes, ni en el café ni en el tabaco, ni en las grandes propiedades ni en las pequeñas.
El factor más importante en el no-desarrollo de transportes terrestres por la industria tabacalera, era su ubicación en las orillas de un río. Pero ésta no es una condición técnica inherente en el cultivo del tabaco. Es posible que McGreevey no entendía que la268
de la época del café. Era visible ya en los 1830s. Yo creo que esto sí se puede asociar con las oportunidades de la frontera antioqueña. Pero en este caso obviamente no se originó en las “condiciones técnicas” del cultivo del café. Por otra parte hay que advertir que los pequeños caficultores no eran los únicos pequeños productores agrícolas con experiencia en el mercado. No veo por qué el pequeño productor de papas o cebollas en Boyacá tuviera menos experiencia de esta clase.
No puedo dejar el tema de los antioqueños sin hacer un comentario sobre los que hace McGreevey con mi interpretación del papel de ellos en la economía colombiana en el siglo XIX. McGreevey avanza a la carga contra mi tesis aparentemente en el equivocado concepto que yo había dicho que el “desarrollo” de Antioquia se fundaba sobre la minería del oro y que empezó mucho antes de la época del café. En realidad, no dije tal cosa. Mi artículo no tiene su enfoque en el "desarrollo” de Antioquia. Tiene que ver con la minería del oro como base no del desarollo económico sino de la formación y concentración de capitales de alguna consideración en manos de los comerciantes de Medellín. Tiene que ver no con el desarrollo industrial de los años posteriores a 1900 sino con el dominio que ejercieron los antioqueños sobre aspectos claves de las economías de otras regiones en la época entre 182r y 1880. (Compárese la descripción de mi tesis que se encuentra publicado en este libro).
El desarrollo y el proceso de capitalización son cosas bien distintas. Tienen una relación, sin embargo, una relación que McGreevey, según parece, prefiere dejar de mencionar. Es muy notable que en su explicación del desarrollo de Antioquia hace mucho hinca
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pié en,el papel de los pequeños caíicultores pero no dice nada de figuras no menos notables, los grandes capitalistas de Medellín *. Cabe anotar que las fábricas de Medellín no fueron fundadas ix)r los pequeños caficultores. Ni es para mi muy claro que como mercado eran un factor dominante en sostenerlas. Antes de aceptar esta tesis será necesario saber si los mercados de las fábricas antioqueñas estaban limitados a la región de Antioquia.
En su penúltimo capítulo, McGreevey anota lo que ya señaló Robert Beyer en su tesis sobre la historia del café colombiano —la relación estrecha entre el desarrollo de la industria del café y la construcción de los ferrocarriles. En sus respectivos desarrollos andaban parejos, el ferrocarril abriendo posibilidades para una exportación con costos mucho más bajos, el café supliendo la carga esencial para justificar la construcción de los ferrocarriles. No se puede decir que el uno causó el otro, porque en realidad fue un desarrollo complementario y contemporáneo.
Al fin de este capítulo McGreevey se lamenta de que el binomio ferrocarril-café no tuvo un desarrollo notable sino después de 1910 y que la red de ferrocarriles por esto se aproximó a su conclusión sólo a fines de los 1920s. Se pregunta por qué la construcción de los ferrocarriles se demoró tanto en Colombia. Anota que ya existía la tecnología, mucho antes de 1880.
* En una ponencia elaborada para el simposio de 1975, Roger Brew hace una crítica paralela a ésta. Brew dice que M c
Greevey exagera el papel de la demanda de los consumidores antioqueños en el desarollo industrial de la región y no concede suficiente atención al papel de los capitales antioqueños en este proceso.270
jP o r qué no se utilizó? Observa que se habían construido gran parte de los ferrocarriles no únicamente de Norteamérica y Europa sino también de México, Argentina y Brasil antes de 1910; mientras en Colombia en 1910 apenas se había construido el 26 por ciento de lo que después llegó a ser la red nacional. “Es tentador concluir”, remata McGreevey, “que si los ferrocarriles hubieran sido construidos (quiere decir, terminados?) antes, hacia 1880 y no hacia 1920, entonces las exportaciones de café habrían llegado en el decenio de 1880 al nivel que alcanzaron en el de 1920. El país se habría ganado cuatro decenios en su trayectoria de desarrollo” (p. 281).
Fuera de lo ahistórico de este planteamiento, uno se resiste a la explicación demasiado sencilla que McGreevey da a la falta de construcción ferroviaria en Colombia. En el capítulo sobre los transportes (capítulo 10) él describe esta falta al “predominio de la ideología del laisser-faire” y a la incapacidad del gobierno central de percibir y apropiar las economías externas de la construcción de vías férreas” . Luego, en el capítulo final asevera que por los efectos del aumento de la población (que discutiré después) el gobierno central llegó a ser más efectivo (y así, se supone, se pudieron construir los ferrocarriles).
Sin querer negar un papel a la incapacidad del gobierno en el retardo en la construcción de los ferrocarriles, hay que decir que la explicación a este fenómeno que da McGreevey es sumamente deficiente. En primer lugar, él exagera los efectos de la ideología de dejad-hacer. Esta ideología tal vez fue típica de los radicales que siguieron la línea de Manuel Murillo Toro en la década del 50. Pero ya en los 60s, como ha señalado Luis Ospina Vásquez, se empezaron a modi-
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íicar las versiones extremas de esta ideología. Después de 1864 el gobierno centra! ofreció subsidios para compensar las compañías que construyeran ferrocarriles. En 1871 el gobierno ofreció garantizar a las compañías constructoras un interés de 7 por ciento sobre el capital invertido. Y ya en 1873 se autorizó la construcción de ferrocarriles por el mismo estado en el caso de que ningún empresario privado ofreciera construirlos en condiciones aceptables. (Véase Alfredo O rtega Díaz, Ferrocarriles colombianos, pp. 18-26). Ya en 1879 y 1880 más del 40 por ciento del presupuesto nacional fue dedicado al desarrollo material, y la mayor parte de estos gastos eran para sostener la cons-, trucción de ferrocarriles. Creo entonces que la influencia negativa de la ideología de dejad-hacer no alcanza a explicar la falta de construcción de los ferrocarriles después de 1870.
Pero la explicación de la demora en la construcción de los ferrocarriles que nos ofrece McGreevey es deficiente no solamente por exagerar la influencia de la ideología de dejad-hacer. Es deficiente también jx)r los otros actores que deja de considerar.
El más importante de estos factores es la geografía colombiana. En primer lugar el terreno muy abrupto de Colombia, precisamente en las regiones más pobladas, combinado con las lluvias torrenciales, hizo muy difícil la construcción de los ferrocarriles en el interior. Y en las tierras bajas, que eran más llanas, se tropezó durante el siglo X IX con el problema de las enfermedades tropicales. Así la construcción de los ferrocarriles en las tierras calientes en esta época implicaba una fuerte mortalidad de los trabajadores (y hasta entre los ingenieros dirigentes). Por estas razones —y también por la necesidad de importar gran par272
te de los bienes de capital utilizados— el costo de la construcción de los ferrocarriles en Colombia fue tres veces mayor que en los paises de terrenos planos y clima templado como los Estados Unidos, Canadá y Argentina.
En estas condiciones, para iniciar y para llevar a cabo una via férrea, se necesitaba un aliciente muy poderoso. Lo necesitaba una empresa privada en la forma de alguna esperanza de utilidades. Y lo necesitaba también una empresa estatal, porque los costos de la construcción eran tales que implicaban conseguir empréstitos en el exterior, empréstitos difíciles de conseguir si la empresa no era prometedora.
La realidad es que Colombia no ofreció antes de 1880, o aún después, estos alicientes. No podía asegurar a las posibles empresas de ferrocarriles la carga necesaria para sostenerlas. No podía ofrecer esta carga en parte por la misma estructura topográfica de Colombia que hasta en las partes más pobladas del interior mantuvo la población muy dispersa y arrinconada en pequeñas islas económicas. Utilizar el ferrocarril implicaba cierta concentración de población y de recursos que casi prohibía la geografía colombiana.
En el caso de algunos estados americanos la falta de jxiblación concentrada se compensó con la existencia de algunos recursos apetecidos por los países industrializados. En México, Perú y Chile, los minerales industriales cumplieron esta función. Pero Colombia no pudo ofrecer este incentivo a los que estaban en mayores capacidades de construir ferrocarriles. Unicamente con el cultivo del café en una extensión más o menos grande se creaba una demanda de transportes suficiente para justificar los ferrocarriles.
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Entonces la pregunta de McGreevey de por qué no se construyeron los ferrocarriles antes se traduce en la pregunta de por qué no se fundó la industria del café antes. A este respecto McGreevey anota que, en su opinión, el café habria i>odido fundarse ya en 1850. Observa que el hecho de que el Brasil ya tuvo en pleno vuelo su industria del café a mediados del siglo XIX, indica que hubo suficiente demanda para sostener la industria.
Este planteamiento también me parece muy superficial. En primer lugar, los empresarios agrícolas del interior del país no invirtieron en el café en la década de 1850 porque en esta época les parecía que tenían alternativas mejores. Por razones puramente económicas, no estarían dispuestos a cultivar el café mientras'tenían alternativas- menos costosas y más llamativas. Hay que considerar que el costo del dinero en Colombia en el siglo pasado, como hoy en día, era bas- tanto alto, por lo general de 12 a 18 por ciento para el gobierno o para los negociantes pudientes. Por lo tanto hubo bastante resistencia a emprender cualquier negocio que requería un tiempo muy largo en dar un retorno. Como bien se sabe, el cafeto requiere cuatro o cinco años para madurar. Entonces, implica una inversión a largo plazo. Con los altos costos del dinero, casi todos buscarían una inversión más corta si existiera la posibilidad. Y, antes de 1880, existían estas posibilidades, aunque desafortunadamente no de una manera muy estable. Uno de los grandes atractivos del tabaco fue que se podía recoger la cosecha en seis meses. También los cultivos del añil y del algodón daban sus cosechas en muy corto tiempo. Y para la quina^y los otros productos silvestres la espera podría ser no muy larga también. Por esto, todos estos productos274
-mientras hubiere mercado en el exterior para elloS'—tuvieron un atractivo muy obvio para los negociantes colombianos. No-es de admirar que no fijaron su atención en el café sino cuando ya parecia imposible seguir con las otras opciones. Asi el tabaco tuvo su gran auge en los 1850s y 1860s, el añil y el algodón sus breves historias en los 1860s, y la quina tuvo sus momentos en los 1850s y otra vez en los 1870s. El café se adoptó cuando se empezaron a desvanecer las ilusiones suscitadas por estos otros productos. Empezó a llamar la atención de los dirigentes colombianos a mediados del decenio de 1860, y el ensanche en serio puede fecharse desde 1880, cuando ya se habian perdido todas las esperanzas de financiar el futuro en las otras opciones.
Otro costo del café ■—fuera de la espera de cuatro o cinco años— fue precisamente el del transporte. Se ix)dia cultivar el café únicamente en ciertas condiciones geográficas. Estas condiciones se encontraban en Colombia más que todo en las cordilleras del interior. Esta ubicación del posible cultivo del café implicaba costos de transporte más fuertes que en las- regiones que primero empezaron el cultivo del café en el Brasil, más cercanos a la costa. Hay que notar a este respecto que también se cultivó el café en la primera mitad del siglo XIX en las regiones de Colombia que tenían un acceso más c> menos fácil a los mercados ultramarinos —eso es, en el norte de Santander y en una parte de la Sierra Nevada de Santa Marta. Pero la mayor parte de los lugares apropiados para el cultivo del café en Colombia estaban mucho más alejados de la costa; así el cultivo tuvo que esperar el momento en que, por no tener otras opciones, era necesario lanzarse al café (y también a los ferrocarriles).
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Así el juicio de que Colombia no construyó sus ferrocarriles anteriormente por razones politicéis es uno muy ligero y superficial. Descuida alegremente todos los problemas reales que tuvieron que enfrentar los colombianos el siglo pasado. Es cierto que en el capítulo final de! übro McGreevey añade otra explicación que la de la política de las pautas del desarrollo de los ferrocarriles —una explicación que, sin tocar los factores mencionados arriba, sí tiene mucha razón. Es éste el papel del crecimiento de la población en crear las bases para el desarrollo. Obviamente el aumento de la jx)blación también tuvo el efecto de incrementar la demanda y así ayudó a echar los cimientos económicos de los ferrocarriles.
Es interesante, empero, que McGreevey cree que el aumento de la población no fue tan importante en el sentido de crear más demanda para los transportes. En vez de esto analiza los efectos del aumento de la población en términos más intangibles. Propone como modelo de explicación del desarrollo una tesis adaptada de los estudios de H. J. Habakkuk sobre que la población) fue la de hacer un esfuerzo para recuperar dio; la respuesta (al menos en algunos sectores de la población) fue la de hacer un esfuerzo para recuperar sus ingresos acostumbrados; este esfuerzo condujo a la introducción de innovaciones económicas. Al análisis de Habakkuk, McGreevey añade otro elemento derivado de sus admirables lecturas en el campo del desarrollo : la tesis de que tal aumento de la población también hizo necesario un mayor grado de “interdependencia”, término que en el uso de McGreevey involucra varias definiciones distintas pero que en la práctica parece ser equivalente de una intervención más activa del Estado en la economía.276
En el caso colombiano, McGreevey con un enfoque especial en Antioquia trata de establecer una conexión entre el aumento de la población y el cultivo del café (y varias innovaciones en el mismo) y entre el aumento de la población, la interdependencia, y la construcción de los ferrocarriles.
La discusión de McGreevey sobre los posibles efectos del aumento de la población es sumamente interesante. El problema, como se ha notado antes con otro? de sus conceptos, es relacionarlos con la realidad concreta de la historia. Creo que en este caso, como en otros, los conceptos son más interesantes como conceptos abstractos que convincentes como descripción de la historia económica y social colombiana.
La primera duda que tengo en cuanto a los hechos concretos tiene que ver con la sugerencia de McGreevey de que las “reformas del 1850 bien pudieron haber sido suficientes para inducir” el aumento autónomo de la población (p. 293). Sugiere que la
“emancipación de los esclavos negros y el intercambio de la producción tabacalera en tierra caliente pudieron haber alterado radicalmente los frenos morales y sociales sobre la tasa de natalidad entre la población negra y entre los habitantes de las zonas tropicales. D e otra parte, el rompimiento de los lazos comunales entre los indios también pudo haber tenido efectos s im ila r e s ... .”.
Esta es una sugerencia muy imaginativa ; tengo que confesar que no se me habría ocurrido. Lo que falta es comprobarla, cosa bastante fácil de hacer, utilizando los datos comparativos de las poblaciones municipales de 1851 y 1870 (en el Anuario Estadístico de 1875). Dudo que McGreevey se tomó el trabajo de in
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tentar probar la hipótesis. En el Anuario se encuentra una jxjsible comprobación de la tesis respecto al proyectado incremento de la pol)lación antes esclava. Al menos la población del Estado del Cauca, en donde se encontraba una gran proporción de los esclavos, creció a una tasa un ¡xjco mayor que el promedio nacional. (Falta hacer un estudio más específico de los municipios en donde estaban concentrados los esclavos para dar una comprobación más convincente). Pero en el caso de los otros grupos mencionados por McGreevey los datos no parecen respaldar la hipótesis. Parece que la supuesta relajación moral entre los trabajadores tabacaleros no produjo el aumento de la población imaginado posible por McGreevey. Entre 1851 y 1870 el pueblo de Ambalema perdió más de la tercera parte de su población. Y en el cantón o departamento del cual formó parte Ambalema, el aumento entre 1851 y 1870 fue únicamente de 12.8 por ciento (en un promedio nacional de 37.2% ); dos terceras partes de este aumento representó el crecimiento de Iba- gué y Chaparral, municipios no tabacaleros. Es posible que el descenso de la población de Ambalema y el estancamiento de la de los pueblos vecinos productores del tabaco refleje la salida de los trabajadores en una época de depresión del tabaco de Ambalema, porque ya en 1870 se empezó a notar su decadencia. Pero e s - , ta salida debía ser muy rápida, porque en 1868 la exportación del tabaco de Ambalema alcanzaba niveles comparables con los buenos años anteriores. Hay que añadir que en todo el Tolima en la época 1851-1870 el aumento de la población fue muy bajo (32.3%, en un promedio nacional de 37.2%). Unicamente un estado en la Unión tuvo un aumento menor. Este fue Santan- der, y ya sabemos que este estado de artesanos rurales sufrió más que cualquier otro. Así quedo un poco278
escéptico en cuanto al efecto demográfico de la expansión tabacalera que proyecta McGreevey.Dudo aún más que la destrucción de los resguar
dos hubiera suscitado un aumento de la población que había vivido en estos. Si se supone que los indígenas sufrieron una pérdida económica con la pérdida de sus tierras, lo que supone McGreevey (creo que con razón), y si se supone que una pérdida económica se refleja en una baja en las tasas de fertilidad, lo que tam- ])ién supone McGreevey en algunas partes del libro, entonces uno debe concluir que los antiguos miembros de los resguardos no debían de haber experimentado un aumento notable de su población. Sería interesante hacer un estudio cuidadoso de los cambios de población en todos los pueblos conocidos como mayormente indígenas en esta época —estudio del cual tengo que prescindir en este momento. Empero, se puede decir que los datos globales no son muy convincentes. Boyacá y Cundinamarca, en donde se encontraba una gran proporción de comunidades indígenas, tuvieron una experiencia demográfica muy mediocre entre 1851 y 1870, ambos por debajo del promedio nacional. Los estados que más experimentaron incrementos de población (Panamá, Antioquia, Magdalena y Bolívar, en orden descendente) no eran notables por sus concentraciones de indígenas.
Hay otra clase de problema de comprobación en otro de los elementos de la tesis demográfica de la transición. Es esta la parte que asevera (siguiendo a Habakkuk) que el aumento de la población y un consecuente descenso de los ingresos estimula la adopción de innovaciones por el esfuerzo de recuperar los antiguos niveles de ingreso. Este es un planteamiento muy interesante, pero muy difícil de comprobar. McGreevey
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cree encontrar la sustentación del mismo más que todo en la industria del café. Anota innovaciones colombianas en los modos de cultivar el café (utilizando la sombra) y de cosecharlo (con una selección cuidadosa de los granos maduros) ambos métodos no utilizados j» r los brasileños. (Pero, ¿fueron por lo tanto necesariamente innovaciones colombianas?). También se refiere a innovaciones en la maquinaria para procesar el café y en el mercadeo. Muy bien. El problema con este planteamiento es establecer que estas innovaciones reflejaban un esfuerzo para compensar una baja de los ingresos reales de la masa de la población. Muchas de estas innovaciones probablemente eran la obra no del campesino raso sino de los grandes negociantes de Medellín y los grandes propietarios de cafetales. Resulta entonces muy difícil (al menos para mi) establecer una conexión entre estas innovaciones y la baja del ingreso real medio. Más bien parecen representar el logro de gentes obrando con las ventajas de un capital acumulado y buscando una acumulación todavía mayor.
Todavía es más difícil comprobar la realidal de los asertos de McGreevey sobre el fenómeno de la “interdependencia”, porque se formulan a un nivel de abstracción y de generalización tal que es difícil relacionar este concepto con los hechos reales. McGreevey percibe dos fases en el proceso de desarrollar la interdependencia. La primera es una de “fracaso”, en la cual las interrelaciones económicas y sociales más activas implican un reto a la organización social, una prueba de que la sociedad todavía no está en condiciones de “pasar” con éxito. Ve a las guerras civiles del siglo pasado como el ejemplo sobresaliente de esta clase de interdependencia”, en la cual hay una respuesta más efectiva al reto implicado por el crecimiento de la po-280
fracaso. La segunda fase del “reconocimiento de la blación. En esta etapa es notable la intervención más efectiva del Estado en la intervención de la economía.
Ahora bien, este proceso, sujwngo, se puede reconocer en todas las sociedades occidentales. Creo, empero, que en este caso McGreevey no logra establecer muy claramente la relación entre los cambios demográ íicos y el proceso socio-político de la interdependencia. Ambos tal vez se pueden notar como fenómenos generales, pero no se establece una estrecha relación entre ellos (en términos de datos).
Cuando desciente McGreevey al reino terrestre de los datos históricos, las comprobaciones que ofrece no son muy convincentes. Por ejemplo, McGreevey cree (p. 300) que “la interdependencia fue reconocida y encarada en Antioquia antes que en otras regiones, quizás en razón de la experiencia antioqueña con las empresas conjuntas en la minería y en la colonización o quizás sólo porque el crecimiento demográfico generó un estímulo óptimo en Antioquia. Para respaldar este aserto, anota que en Antioquia el gobierno estatal “fomentó las investigaciones sobre el cultivo del café e inicialmente subsidió las siembras experimentales”. También trae el dato de que en 1877 una disposición del gobierno estatal estableció premios para los que levantaran ovejas, produjeran vino o cultivaran el café. Y, en fin, el estado de Antioquia también promovió la construcción de carreteras y de ferrocarriles (p. 300). Hay que decir que estos indicios de un “ reconocimien-
* Sobre la tesis de que la minería fue un estímulo de organización económica en Antioquia, véase el segundo ensayo
en esta colección.
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to” efectivo de la interdependencia no eran una cosa completamente nueva en la época de 1870-1900. Ya en la época de 1821-1849 el gobierno central había intervenido con la misma actividad para promover la misma clase de adelantos económicos —concediendo premios a los que intentaron nuevos cultivos o la exportación de productos que todavía no tenían un mercado establecido, por medio de privilegios intentando promover nuevas industrias. Entonces, esta intervención del Estado en la economía en la primera mitad del siglo también representa una respuesta a cambios demográficos ?' Hay que anotar que Antioquia tampoco era tan excepcional en la época 1870-1900 como da a entender McGreevey. Los otros estados mayores, como Cundinamarca, Boyacá y Santander también estaban promoviendo investigaciones agrícolas, la fundación de nuevas industrias (hierro y acero en los casos de Cundinamarca y Boyacá) y la construcción de carreteras y ferrocarriles. Pero estos estados eran entre los estados con las tasas más bajas de crecimiento de población (todos los tres tenían tasas por debajo del promedio nacional). Entonces, por esta razón tampoco veo una relación muy clara entre los cambios demográficos y este proceso de “reconocimiento” de la interdependencia. Para comprender estos fanómenos hay que bu.=- car otras variables menos trascendentales.
En fin, después de elaborar la tesis de que el crecimiento de la población fue el primum mobile del dedesarrollo, McGreevey concluye el libro diciendo que él cree que esta hipótesis aun no es suficiente para explicar el desarrollo colombiano después de 1885. Concluye entonces con la siguiente observación;
“los colombianos realizaron la transición y comenzaron adesarrollarse porque así lo desearon. La expansión demo-
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gráfica fue importante y, ciertamente, las innovacionc“> fueron esenciales, pero el ingrediente básico de la transí ción fue la voluntad de realizarla”.
En el simposio de 1975 esta conclusión suscitó más críticas que cualquier otro elemento del libro. La inaplicación de este aserto es que antes de 1885 o de 1905 o de cualquiera fecha que escoja McGreevey, los colombianos no querían desarrollarse, lo que me parece ridículo. Hay que aclarar que cuando McGreevey habí?, de la voluntad para desarrollarse, está pensando en una voluntad tal que esté lista para hacer sacrificios para llegar a la meta. Pero aun con esta construcción del aserto, todavía me parece ridículo. Quiere decir que los colombianos anteriores de 1885 no querían hacer tales sacrificios.
Creer en tal cosa, supongo, es un asunto del juicio subjetivo; a mi me parece que falta completamente a la realidad histórica.
Sin duda los pocos lectores que han seguido hasta aquí este repaso de problernas analíticos y metodológicos en el libro de McGreevey se alegrarán en saber que ya hemos llegado a su conclusión. En resumen, se puede decir que el libro sufre de varias fallas de análisis y de no pocos yerros de documentación. A pesar de la postura “científica” que asume McGreevey, hay una fuerte tendencia a hacer aseveraciones sobre asuntos de los cuales, él tiene pocos conocimientos. A veces estas aseveraciones se hacen no porque haya comprobación de éstas sino porque sería bello si fueran ciertas; quiere decir que el concepto del momento saldría muy bien. Pero, a pesar de las fuertes críticas que hago aquí del libro, quiero aclarar que las hago no con el motivo de impedir su lectura —estoy seguro que se
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va a leer en todo caso— sino con el fin de suplir una guia critica del libro. Sobre todo quiero servir a los que por falta de experiencia con la materia puedan estar un poco desprevenidos. En fin, es un libro muy ambicioso, de largo alcance, que muestra mucha imaginación (aunque a veces poco cuidado) y que introduce a los lectores colombianos muchos conc^tos interesantes que puedan servir para comprender las pautas del desarrollo económico del país. Hay que leerlo —pero con mucho cuidado.
Escrito en español por el autor.
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