CAPERUCITA EN MANHATTAN
Carmen Martín Gaite
Con paciencia, a veces cariño –y otras, desesperación-, los autores de este libro-
disco son, por estricto orden alfabético:
Elena Badic
Natalia Benenati (ilustraciones)
Raúl Bueno
Bárbara Cortés
Antonel Cosuleanu
Catia García
Nerea García
Ana Gimeno
Zoltan Gyarmati
Lorena Hernández
Diana Elena Iordache
Myriam López
Ana Marco
Joan Samoila
Además hemos contado con la fugaz colaboración de Lorena Borja y la voz prestada
de María Ripa y Diana Szobo en los diálogos de la pista 3).
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UNODatos geográficos de algún interés y presentación de Sara Allen
Sara Allen era una niña de 10 años que vivía en el distrito de
Brooklyn, Nueva York, un barrio aburridísimo. Vivía con sus padres,
Samuel Allen, fontanero, y Vivian Allen, que cuidaba ancianos en un
hospital. Su madre era una señora maniática escrupulosa, demasiado
ordenada y precavida. La gran pasión de su vida era hacer tartas de
fresa, y Sara estaba harta de ello.
La abuela de Sara, Rebeca Little, era lo contrario a su madre, ¡una
mujer mucho más interesante! En su juventud había sido cantante, le
gustaba beber, fumar e inventar historias.
Sara y su madre iban todos los sábados a verla y a ordenarle y
limpiarle la casa, y es que a Rebeca Little no le gustaba recoger, ni
limpiar. Pasaba el día leyendo novelas y tocando el piano. Todo eso a
Sara, le parecía fascinante.
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DOSAurelio Roncali y El Reino de los Libros. Las farfanías.
Sara siempre andaba preguntándolo todo y su madre intentaba
contarle lo menos posible. Hubo una etapa en la que Sara quiso saber
quién era un señor llamado Aurelio, que vivía con su abuela, pero no era su
abuelo (que ya había muerto). No se lo llegaron a explicar, pero a Sara
también le parecía un hombre interesantísimo.
Aurelio Roncali tenia una librería y Sara no la había visto, pero la
imaginaba como un país pequeño, lleno de escaleras, casas enanas y unos
seres minúsculos y alados con gorro en punta.
Y es que a Sara le encantaba imaginar. Una de sus invenciones eran
las llamadas “farfanías”, que eran palabras que inventaba sin quererlo
ella misma, que le salían por casualidad y que sólo entendía ella.
-¿Pero de qué te ríes?-Le preguntaba su madre.
-De nada. Habla bajito.
-Pero, ¿con quién?
-Conmigo; es un juego. Invento farfanías y las digo y me río, porque
suenan muy gracioso.
-¿Qué inventas qué?
Dios mío, esta niña
está loca.
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TRESViajes rutinarios a Manhattan. La tarta de fresa.
Todos los sábados, Vivian y Sara Allen se iban a Manhattan a ver a
la abuela y a limpiarle un poco la casa. Vivian acostumbraba a llevar una
tarta de fresa a la abuela, que le salían muy bien.
Mientras ellas se iban, Samuel Allen estaba en su trabajo y, cuando
volvía, siempre encontraba en la mesa un sándwich de pepino y una nota.
Tiraba la nota con el sándwich y se iba a cenar al chino de la calle de
enfrente.
Cuando Vivian terminaba de prepararlo todo, salían a la estación.
Por el camino, Sara le preguntaba muchas cosas a su madre y ésta
siempre le decía que se callara o que no dijera tonterías. Vivian siempre
le ponía a Sara un impermeable rojo, lloviera o no, y le daba una cesta con
la tarta tapada con un pañuelo de cuadros.
La señora Allen protegía a Sara de los demás, como si fuera a
pasarle algo. Sara, en cambio, miraba a todos los viajeros intentando
pensar, imaginar.
-Déjame, mamá, no me desabroches más botones. Si no tengo calor.
-Claro, no, tú siempre te crees que lo sabes todo. ¿Te puedes estar
quieta?
-Del calor que tengo sé más que tú.
-¡Ay, Dios mío, qué niña más respondona! ¿Por qué pones cara de mártir
ahora?
-Por nada, mamá, cállate, anda.
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CUATROEvocación de Gloria Star. El primer dinero de Sara Allen.
Cerca de la casa de la abuela de Sara, había un parque misterioso
que tenía fama de ser muy peligroso: el parque de Morningside. Decían
que allí, “el vampiro del Bronx” cometía crímenes nocturnos, siempre con
víctimas femeninas. La abuela Rebeca decía que era un sitio muy seguro,
como nadie se atrevía a entrar, los delincuentes no perdían el tiempo
yendo allí.
Un sábado, a principios de diciembre, Sara y su madre llegaron a
casa de la abuela, pero ésta no estaba. La madre aprovechó para hacer
algunos recados y Sara se quedó sola en la casa. Rebuscó en los cajones,
encontró fotos antiguas, cartas de amor, papeles… y empezó a imaginar
cómo era la abuela en sus tiempos de artista.
Al rato llamó la abuela diciendo que iba para casa. Cuando llegó,
Sara y Rebeca merendaron y tuvieron una larga y agradable conversación.
La abuela le dio a Sara una bolsita con setenta y cinco dólares, la mitad
de lo que acababa de ganar jugando al bingo. Sara lo guardó con cariño.
-Dinero llama dinero –dijo la abuela-. A ver si me aparece un novio
rico. Búscamelo tú. ¿Te parezco muy vieja? ¿O crees que todavía puedo
sacar algún novio?
-No me pareces vieja. Eres muy guapa. Sobre todo, si te vistes de
verde.
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CINCOFiesta de cumpleaños en el chino. La muerte del tío Josef.
El día del cumpleaños de Sara, fueron a comer a un restaurante
chino. Sara no se lo pasó bien, no hacía más que acordarse de su abuela,
de lo corto que se le había hecho el tiempo en su casa. El señor Allen, en
cambio, estaba muy contento. Se levantó y empezó a cantar el
cumpleaños feliz frente a una tarta de fresa mejor que la de El Dulce
Lobo, la pastelería más famosa de la ciudad. Sara, antes de soplar las
velas, se concentro y pidió como deseo: “Que vuelva a ver a la abuela
vestida de verde”.
Cuando volvieron a casa, se metió en su habitación a mirar un libro
que le regaló su abuela y se puso a imaginar que estaba en la estatua de la
Libertad. Al rato, llamaron por teléfono: los padres de Sara se enteraron
de que un hermano de su padre había muerto en un accidente de
automóvil cerca de Chicago. Ellos debían ir al funeral, así que Sara
tendría que irse con los Taylor, unos amigos de sus padres.
- Por favor, hija mía-le advirtió la señora Allen-, acabas de cumplir 10 años. Ya
tienes edad de hacerte cargo de las cosas. Espero que te portes bien.
-Naturalmente que se portará bien –intervino Lynda con un acento artificioso y
musical-. ¿Verdad que eres una niña responsable?
Sara no la miró ni contestó nada.
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SEISPresentación de miss Lunatic. Visita al comisario O´Connor.
Cuando oscurecía, paseaba por las calles de Manhattan una mujer
mayor, con un sombrero muy grande, el pelo largo y muy blanco. Siempre
arrastraba un cochecito de niño vacío. Decía tener ciento setenta y cinco
años y, cuando le preguntaban dónde vivía, decía que de día dentro de la
estatua de la Libertad, y de noche, en cualquier barrio de la ciudad. Esta
mujer era conocida como miss Lunatic.
Era una mujer muy misteriosa. Sabía leer el futuro, siempre llevaba
frasquitos con ungüentos para aliviar dolores y, curiosamente, esta mujer
siempre estaba en todos los sucesos que ocurrían en Manhattan, como
incendios, suicidios, accidentes, etc. Había quienes decían haberla visto
en distintos sitios a una misma hora.
Un día, el comisario de policía O´Connor la llamó para decirle si
quería formar parta de su equipo, pero ella rechazó el puesto y el mucho
dinero que le ofrecían. Ella no necesitaba dinero para vivir, su modo de
vida era muy distinto al que suele llevar la gente. Así que se despidió para
acudir a su cita con el señor Woolf:
-Yo no comprendo cómo dice la gente que se aburre. A mí nunca me
da tiempo para todo lo que quisiera hacer… Y ahora siento dejarle, pero
he quedado con mister Woolf, y antes había pensado darme una
vueltecita en coche de caballos por Central Park. Gratis, por supuesto.
Me lo tiene prometido un cochero angoleño que me debe algunos favores.
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SIETELa fortuna del Rey de las Tartas. El paciente Greg Monroe.
El rascacielos de Edgar Wolf tenía forma de tarta y estaba muy
decorado con frutas, velas por las noches, colores pastel, etc. Era una
pastelería llamada “El Dulce Lobo” y no solo era muy conocida, sino que
siempre estaba abarrotada.
A pesar de su gran riqueza, fama y poderío el señor Wolf tenía un
problema: ¡Su tarta de fresa no era del todo buena! Lo sabía porque se lo
dijo su empleado y amigo, Greg Monroe, porque tenía mucha confianza.
-Ya hace meses que se comenta por todo Manhattan que mi tarta
de fresa es una porquería, que está desprestigiando el negocio, que
sabe a jarabe. ¡Que mancha, Dios mío, que mancha para El Dulce
Lobo! Y si no llega a ser por ti…
Llegó a estar tan obsesionado que contrató a un grupo de
detectives para que vigilaran de incógnito sus salones de té, y así
enterarse de cómo iba la tarta de fresa, ya que cada 10 o 20 días la
cambiaba para intentar mejorar la receta, cosa que no le parecía bien a la
gente.
Uno de los días en que recorría Manhattan de bar en bar, de
pastelería en pastelería, fue a Central Park a la espera de Miss Lunatic,
con la que había quedado. Estuvo esperando un largo rato, pero ella no
aparecía.
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OCHOEncuentro de miss Lunatic con Sara Allen.
Miss Lunatic bajó del metro mientras ayudaba a una mujer con el
carrito de su hijo. Eso le hizo sentirse vieja, y pensó que necesitaba
contar a alguien más joven todo lo que sabía.
Mientras intentaba darse ánimos y alegrarse, encontró entre los
viajeros a una niña, que parecía perdida, apoyada sobre la pared y
llorando. Llevaba un impermeable con capucha y una cesta. Le recordaba
muchísimo a Caperucita Roja. Se acercó a ella y le preguntó qué le
pasaba. Sara le dijo que era una historia muy larga, que iba camino de su
abuela pero había decidido pararse porque quería ver Central Park, pero,
de repente, le habían entrado remordimientos.
Salieron juntas a la calle y miss Lunatic decidió que irían a ir a un
café muy especial. De camino, y cogidas de la mano, iban conversando. De
repente, Sara exclamó:
-¡Oh, soy libre! ¡Libre, libre, libre!
Y las lágrimas volvieron a correr por sus
mejillas sonrojadas de frío.
-Vamos, hija, no llores otra vez –le dijo miss
Lunatic-. A ver si me ha salido una amiga de
merengue.
-De merengue no, pero amiga sí. Muy amiga.
Ahora no lloraba de pena, era de emoción. Es
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que nunca… Es que desde que era pequeña… No sé, sentirse libre se
siente por dentro y no se puede decir.
NUEVEMadame Bartholdi. Un rodaje de cine fallido
Sara y miss Lunatic llegaron a un bar donde las camareras iban con
patines y en el que rodaban una película. Ellas querían entrar, pero
parecía difícil. Miss Lunatic, en cambio, le dijo a Sara que cuando se
quiere algo de verdad, siempre se consigue. Así que, se acercaron al
chico, se hicieron pasar por protagonistas de la película, ¡y entraron!
Ya dentro, Sara notó que unos chicos les estaban señalando con el
dedo, y pensó que las estaban buscando, pero en realidad de lo que
hablaban era de que resultaban perfectas para le película. Querían
grabarlas sin que se dieran cuenta y luego meterlas en la película.
Estuvieron un rato en el bar, hablando sobre su encuentro. Sara le
contó su deseo de ir a Morningside, y que se había escapado sola para
visitar a la abuela, pero que al llegar cerca de Central Park, le habían
entrado ganas de entrar. De repente, empezó a relacionar cosas: su
nombre (pues miss Lunatic se había presentado al portero del bar como
madame Bartholdi), que ella el día anterior había estado leyendo un libro
sobre la estatua de la Libertad… todo parecía indicar lo mismo: la mujer
que tenía enfrente, madame Bartholdi, era un milagro. La señora se
emocionó porque la niña la había reconocido, por primera vez alguien
había descubierto su secreto. Entonces madame Bartholdi le pidió que la
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mirara a la cara, y durante unos segundos, rodeada de un fogonazo
resplandeciente, Sara vio la cara de la estatua de la Libertad.
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DIEZUn pacto de sangre. Datos sobre el plano para llegar a la Isla de la
Libertad.
Sara y miss Lunatic caminaron por la oscuridad mientras seguían
conversando sobre lo que ocurrió en el café. Sara le preguntó:
-O sea que tú vives dentro de la estatua.
-Por el día sí. Envejezco allí dentro para insuflarle vida a ella, para que
pueda seguir siendo la antorcha que ilumina el camino de muchos, una
diosa joven y sin arrugas.
-¿Cómo si fueras su espíritu? –preguntó Sara.
-Exactamente, es que soy su espíritu.
Miss Lunatic decidió contarle el secreto de por dónde entraba y
salía a la estatua. Para ello hicieron un pacto pinchándose en los dedos y
mezclando sus sangres. Le explicó dónde estaba exactamente el punto de
entrada en el mapa y le dio una moneda especial. Sara tendría que
meterla por una ranura que había en un poste, decir una palabra que le
gustara mucho, y dejarse llevar por una corriente de aire que le llevaría
por dentro del túnel, como volando, hasta la copa de la estatua.
Por fin, llegaba la hora de despedirse, y lo hicieron en la puerta de
Central Park. Miss Lunatic quería que Sara diera un paseo solitario por el
parque, antes de ir a casa de la abuela. Y allí, entre abrazos y sonrisas, se
despidieron.
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ONCECaperucita en Central Park.
Sara se quedó en un banco sentada, porque le daban unos mareos
como cuando en su infancia. De repente unos pies muy grandes se pararon
frente a ella, y se asustó un poco porque pensaba que era “el vampiro del
Bronx”, que decían que aun vagaba por las calles de Central Park. Pero no
era él, sino el rico y famoso rey de las tartas, mister Woolf. Se quedaron
hablando un rato y conociéndose.
Cuando mister Woolf se dio cuenta de que Sara llevaba una cesta
con una tarta de fresa, le pidió un trozo. Cuando la probó se dio cuenta
de que era exactamente la tarta de fresa que necesitaba, la receta que
tanto había buscado. Le gustó tanto que le pidió a Sara la famosa y
secreta receta de la tarta de fresa. La niña no sabía qué hacer: era un
secreto familiar que no debía desvelar a nadie. Sin embargo, Sara, por el
camino, le dijo que la receta estaba en casa de su abuela, que
precisamente es adónde ella se dirigía. Aprovechó para contarle quién
era su abuela, le dijo que de joven era cantante y que le encantaba bailar.
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DOCELos sueños de Peter. El pasadizo subacuático de madame Bartholdi.
Sara y el señor Woolf se despidieron. El señor Woolf le ordenó a
Peter, su chofer, que la llevara en una de sus limusinas, dando antes una
larga vuelta por Manhattan, pues él quería llegar antes que Sara a casa
de la abuela.
Durante el viaje, Sara se quedó dormida. Al cabo de media hora la
chica se despertó y se dio cuenta de que habían estado dando vueltas en
otra dirección. Le preguntó a Peter que cómo no habían llegado todavía.
Peter sonreía, y le explicó a Sara que lo hacía porque ella se le parecía
mucho a su hija.
Sara convenció a Peter para que parara en Battery Park para ver la
estatua de la Libertad de cerca. Pronto bajó del coche y desapareció.
Peter la llamaba, pero ella no aparecía. Y es que Sara estaba buscando el
punto de entrada a la estatua de Libertad, según las indicaciones que le
había dado madame Bertholdi. Justo cuando iba a meter la moneda por la
rendija, Peter la descubrió, y la metió de malos modos en el coche. Media
hora después, llegaron a Morningside.
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TRECEHappy end, pero sin cerrar.
Los dos chóferes esperaron en la puerta de la casa de la abuela,
vigilando los movimientos de Sara y comentando lo raro que era Todo
aquello.
Sara llegó al apartamento y abrió la puerta sin hacer ruido.
Entonces encontró a su abuela bailando con mister Woolf, lo que le
produjo una gran felicidad. Sara había entrado a hurtadillas y así volvió a
salir, sin saber muy bien adónde ir. Salió a la calle sin que le viera Peter,
cogió un taxi y redirigió a Battery Park.
Cuando llegó, se dirigió al lugar indicado, metió la moneda en la
ranura, diciendo ”¡Miranfu!”. Al decirlo, la tapa de la alcantarilla se abrió
y sara se lanzó al pasadizo que la llevaba a la libertad.
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