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Luis Goñi Iturralde I C/ Berroa 2, Oficina 104, Parque Empresarial la Estrella, 31192 Tajonar, Navarra I T670 408 723
ILUSTRACIONES PARA LIBROS
1. EL BUSCÓN
2. MOBY DICK
3. PEDRO PARAMO
4. LAS RATAS
5. EL QUIJOTE
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Es nuestra abogada la industria; pagamos las más veces los estómagos de vacío,
que es gran trabajo traer la comida en manos ajenas. Somos susto de banquetes,
polilla de los bodegones y convidados a la fuerza. Sustentámonos así del aire, y
andamos contentos. Somos gente que comemos un puerro, y representamos un
capón. Entrará uno a visitarnos en nuestras casas, y hallará nuestros aposentos
llenos de güesos de carnero y aves, mondaduras de frutas, la puerta embarazada
con plumas y pellejos de gazapos; todo lo cual cogemos de parte de noche por el
pueblo, para honrarnos con ello de día. Reñimos en entrando un huésped: -"¿Es
posible que no he de ser yo poderoso para que barra esa moza? Perdone v.m., que
han comido aquí unos amigos, y estos criados...", etc. Quien no nos conoce cree
que es así, y pasa por convite.
Pues ¿qué diré del modo de comer en casa ajenas? En hablando a uno media
vez, sabemos su casa, vámosle a ver, y siempre a la hora de mascar, que se sepa que
está en la mesa. Decimos que nos llevan sus amores, porque tal entendimiento, etc.
Si nos preguntan si hemos comido, si ellos no han empezado decimos que no; si
nos convidan, no guardamos a segundo embite, porque de estas aguardadas nos
han sucedido grandes vigilias. Si han empezado decimos que sí; y aunque parta muy
bien el ave, pan o carne el que fuere, para tomar ocasión de engullir un bocado,
decimos: -"Ahora deje v.m., que le quiero servir de maestresala, que solía, Dios le
tenga en el cielo - y nombramos un señor muerto, duque o conde-, gustar más de
verme partir que de comer". Diciendo esto, tomamos el cuchillo y partimos
bocaditos, y al cabo decimos: -"Oh, qué bien güele! Cierto que haría agravio a la
guisandera en no probarlo. ¡Qué buena mano tiene!". Y diciendo y haciendo, va en
pruebas el medio plato: el nabo por ser nabo, el tocino por ser tocino, y todo por lo
que es. Cuando esto nos falta, ya tenemos sopa de algún convento aplazada: no la
tomamos en público, sino a lo escondido, haciendo creer a los frailes que es más
devoción que necesidad.
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Somos gente que comemos un puerro, y representamos un capón
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Sumergiéndose bajo la nave que zozobraba, la ballena corrió estremeciéndose a
lo largo de la quilla; pero se volvió bajo el agua y resurgió veloz a la superficie, del
otro lado de la proa, a pocas yardas del bote de Ahab, y durante un instante
permaneció inmóvil.
-Volveré mi espalda al sol. ¡Vamos, Tashtego! ¡Hazme oír tu martillo! ¡Oh, mis
tres chapiteles indomables! ¡Oh, quilla intacta, oh casco que sólo un dios ha
maltratado! ¡Oh, firme cubierta! ¡Oh, altiva barra, proa dirigida al cielo, nave
gloriosa hasta la muerte! ¿Tendrás que morir apartada de mí? ¿Se me niega el último
orgullo del capitán náufrago más despreciable? ¡Ah, una muerte solitaria, después
de una vida solitaria! ¡Ahora siento que mi mayor grandeza está en mi mayor dolor!
¡Acudid desde los confines más remotos, olas audaces de toda mi vida pasada!
¡Formad la ola inmensa y única de mi muerte! ¡Me precipito hacia ti, ballena, que
todo lo destruyes sin vencer! Lucho contigo hasta el último instante; desde el
centro del infierno te atravieso; en nombre del odio, vomito mi último hálito sobre
ti. ¡Húndanse todos los ataúdes, todas las carrozas fúnebres en un foso común! ¡Y
puesto que ni el uno ni el otro pueden ser míos, quiero ser remolcado en pedazos
para seguir persiguiéndote atado a tu cuerpo, maldita ballena! ¡Así entrego mi lanza!
Arrojó el arpón. La ballena herida saltó adelante; la línea se desenrolló con
rapidez de llama, pero se atascó. Ahab se inclinó para soltarla, y la desprendió. Pero
una de sus vueltas lo atrapó por el cuello y sin que pudiera decir una sola palabra,
como los turcos sin voz estrangulan a su víctima, Ahab fue despedido del bote
antes de que la tripulación lo advirtiera. Un instante después, la pesada gaza que
remataba la cuerda voló de la cuba vacía, derribó a un remero y castigando el mar,
desapareció en las profundidades.
Los tripulantes del bote, fascinados, permanecieron inmóviles. Después se
volvieron. ¡La nave! ¡Dios santo, dónde estaba la nave! Pronto, a través de una
bruma confusa y enajenante, vieron un espectro inclinado que se desvanecía.
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¡Olas audaces de toda mi vida pasada! ¡Formad la ola inmensa y única de mi muerte!
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Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente,
envenenado por el olor podrido de las saponarias.
El camino subía y bajaba: "Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para
el que viene, baja."
-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajó?
-Comala, señor.
-¿Está seguro de que ya es Comala?
-Seguro, señor.
-¿Y por qué se ve esto tan triste?
-Son los tiempos, señor.
Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia,
entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno:
pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró
estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: "Hay allí, pasando el puerto de Los
Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde
ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche." Y su voz era
secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma... Mi madre.
-¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber? - oí que me preguntaban.
-Voy a ver a mi padre - contesté.
-¡Ah! - dijo él.
Y volvimos al silencio.
Caminábamos cuesta abajo, oyendo el trote rebotado de los burros. Los ojos
reventados por el sopor del sueño, en la canícula de agosto.
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Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por
el olor podrido de las saponarias
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Los hombres reprimieron un estremecimiento. Tan sólo el Rosalino, para
desalojar la inquietud del pecho, comentó:
-Aviva, Pruden, que se te quema el arroz.
Pero a media tarde irrumpió sobre el Cerro Merino una nubecilla blanca y tras
ella otras nubes más densas y apelmazadas. Los hombres del pueblo no quitaban
ojo al cerro y al oscurecer , Justito, el Alcalde, dio orden al Frutos de preparar los
cohetes contra el nublado. A esas horas el cielo se había encapotado totalmente y el
Pruden, con la sabina, el Mamertito, el Rabino Chico y el Críspulo - el chicho
mayor del Antoliano - terminaban de amontonar en morena el trigo de su parcela.
Un viento cálido se desató al ponerse el sol e hizo ondear los campos sin segar y
provocó violentas tolvaneras en los caminos. El cielo se mostraba cada vez más
sombrío y el Nini despachó en un momento el frangollo preparado por el Ratero y
se acuclilló a la puerta de la cueva. La noche se había echado de repente y la
atmósfera era cada vez más pesada e irrespirable. Empero, no llovía aún, ni
tronaba, y el primer resplandor del rayo asustó al chiquillo. La fa levantó de golpe la
cabeza y rutó cuando el estrépito del trueno descendió dando tumbos cárcava
abajo. Un hedor a azufre se mezcló con el seco aroma del bálago y de la mies
madura. El tío Ratero asomó a la boca de la cueva, miró a lo alto, a lo oscuro, y
dijo:
-Buena se prepara.
Al Loy se le erizaron los pelos del espinazo y al elevarse en el cielo el primer
cohete, apuntando al gran vientre tenebroso de la nube, ladró airadamente sin saber
a qué. El estampido del cohete semejó al agudo grito de un niño en una acalorada
discusión de adultos. Tras él, el cielo se abrió en una luz vivísima que hizo destellar
la cadena de tesos como si fuera de plata. El trueno siguió a la luz sin transición y
fue un trallazo fulminante y quebrado como un latigazo.
-Va a ser peor que la de San Zenón. ¿No recuerda? - dijo el Nini.
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buena se prepara
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las voces que el mísero manteado daba fueron tantas, que llegaron a los oídos de
su amo; el cual, deteniéndose a escuchar atentamente, creyó que alguna nueva
aventura le venía, hasta que claramente conoció que el que gritaba era su escudero;
y, volviendo las riendas, con un penado galope llegó a la venta, y, hallándola
cerrada, la rodeó, por ver si hallaba por donde entrar; pero no hubo llegado a las
paredes del corral, que no eran muy altas, cuando vio el mal juego que se le hacía a
su escudero. Viole bajar y subir por el aire, con tanta gracia y presteza, que, si la
cólera le dejara, tengo para mí que se riera. Probó a subir desde el caballo a las
bardas; pero estaba tan molido y quebrantado, que aun apearse no pudo; y así,
desde encima de su caballo comenzó a decir tantos denuestos y baldones a los que
a Sancho manteaban, que no es posible acertar a escribillos; mas no por esto
cesaban ellos de su risa y de su obra, ni el volador Sancho dejaba sus quejas,
mezcladas, ya con amenazas, ya con ruegos; mas todo aprovecha poco, ni
aprovechó, hasta que de puros cansados, le dejaron. Trujéronle allí su asno, y,
subiéndole encima, le arroparon con su gabán; y la compasiva de Maritornes,
viéndole tan fatigado, le pareció ser bien socorrelle con un jarro de agua, y así, se le
trujo del pozo, por ser más fría. Tomóle Sancho, y llevándole a la boca, se paró a
las voces que su amo le daba, diciendo:
-Hijo Sancho, no bebas agua; hijo, no la bebas, que te matará. ¿Ves? Aquí tengo
el santísimo bálsamo - y enseñábale la alcuza del brebaje -, que con dos gotas que
dél bebas sanarás, sin duda.
A estas voces volvió Sancho los ojos, como de través, y dijo con otras mayores:
-Por dicha, ¿hásele olvidado a vuestra merced como yo no soy caballero, o quiere
que acabe de vomitar las entrañas que me quedaron anoche? Guárdese su licor con
todos los diablos, y déjeme a mí.
Y el acabar de decir esto y el comenzar a beber todo fue uno;
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y, volviendo las riendas, con un penado galope llegó a la venta