Caperucita Roja
Había una vez una niña llamada Caperucita Roja, ya que su
abuelita le regaló una caperuza roja. Un día, la mamá de Caperucita la mandó a casa de su abuelita, estaba enferma, para que le llevara en una cesta pan, chocolate, azúcar y dulces. Su mamá le dijo: "no te apartes del camino de siempre, ya que en el bosque hay lobos". Caperucita iba cantando por el camino que su mamá le había dicho y , de repente, se encontró con el lobo y le dijo: "Caperucita, Caperucita, ¿dónde vas?". "A casa de mi abuelita a llevarle pan, chocolate, azúcar y dulces". "¡Vamos a hacer una carrera! Te dejaré a ti el camino más corto y yo el más largo para darte ventaja." Caperucita aceptó pero ella no sabía que el lobo la había engañado. El lobo llegó antes y se comió a la abuelita. Cuando ésta llegó, llamó a la puerta: "¿Quién es?", dijo el lobo vestido de abuelita. "Soy yo", dijo Caperucita. "Pasa, pasa nietecita". "Abuelita, qué ojos más grandes tienes", dijo la niña extrañada. "Son para verte mejor". "Abuelita, abuelita, qué orejas tan grandes tienes". "Son para oírte mejor". "Y qué nariz tan grande tienes". "Es para olerte mejor". "Y qué boca tan grande tienes". "¡Es para comerte mejor!". Caperucita empezó a correr por toda la habitación y el lobo tras ella. Pasaban por allí unos cazadores y al escuchar los gritos se acercaron con sus escopetas. Al ver al lobo le dispararon y sacaron a la abuelita de la barriga del lobo. Así que Caperucita después de este susto no volvió a desobedecer a su mamá. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
FIN
MI AMIGA CARACOLA
(Viaje a la felicidad)
Rosa Pereiro
Óscar era un niño que vivía con sus padres en un pueblecito a la
orilla del mar.
Todos los días iba con su perro a pasear por la playa y soñaba con
viajar a través del mar y conocer otros mundos que él imaginaba
maravillosos...
Un día cuando estaba sentado en la playa vio que su perro «Lotus»
traía una caracola entre sus dientes y jugaba con ella. De pronto
oyó una voz que decía:
- ¡Por favor sálvame!
Sorprendido se dio cuenta de que la voz salía de la caracola. La
sujetó entre sus manos y la acarició. Agradecida la caracola le dijo
a Óscar:
- Pídeme lo que quieras que te lo concederé.
- Yo quisiera recorrer el mundo -respondió Óscar-.
Su deseo se cumplió y al instante pasaron por delante de sus ojos
todas las imágenes del mundo. Óscar sufrió una desagradable
sorpresa porque presenció catástrofes, guerras, hambre,
calamidades y se puso muy triste.
Conmovida la caracola le dijo:
- No te preocupes que todo se va a arreglar con mi lluvia de
felicidad.
Entonces la caracola envió una lluvia de estrellas por todo el mundo
y éste se convirtió en un paraíso donde todo era felicidad, amistad
y alegría.
- ¡Qué bonito es todo! ¡Gracias amiga caracola!
ÑA MARÍA CASTAÑAS
Ña María Castañas tenía diez hijos
-también una tía-
un perro, un gato
y un queso reseco en un garabato
que todas las noches
el ratón mordía y ... lamía el gato.
Una mañanita de azul primavera
a Doña María le dolía una muela.
Salieron el perro, el gato, la tía
y le preguntaron que por qué gemía.
Ña María, decía:
"Me duele una muela
la muela de arriba
la del lado izquierdo
la de la comía"
Y todos los hijos, al oír el cuento
fueron de inmediato a casa del dentista
mientras Ña María lloraba y gemía.
Gimoteaba tanto Ña María Castañas
que toda la gente se sumó, enseguida:
los hijos, el perro, el gato, la tía
y su vecindario, de frente y en fila,
le daban la vuelta de calle a cocina
¡Pobre Ña María...!
tenía tanto miedo cuando vio al dentista
que del puro susto no pudo decir
cuál era la muela por la que sufría.
Entonces, sus hijos le abrieron la boca
y dentro le vieron una muela rota...
El señor dentista le sacó la muela
y siguió llorando la Doña María
ya que esa no era la que le dolía.
La pobre viejita, apenas decía:
"La muela de arriba es la que me duele,
la del lado izquierdo, la de la comía"
Como hay varias muelas
en el lado izquierdo...
las sacaron todas
pues nadie sabía cual de ellas dolía.
¡Ña María Castañas se quedó sin muelas!
Ahora no come:
ni carne, ni pollos,
ni arepas, ni bollos,
ni el queso reseco
de aquel garabato
que el ratón mordía
y ... lamía el gato.
La pobre abuelita come ahora bizcochos
mojados en leche... con pan y cuajada,
pues quedó sin muelas en el lado izquierdo
y como en el derecho no tenía nada...
Ña María Castañas hoy vive feliz
vendiendo pasteles
y untando los panes en leches y mieles.
LA VIEJECITA TITIRITAÑA
Una viejita titiritaña
vivía en su casa de la montaña
con cinco nietos que la mimaban
y un gato blanco que ronroneaba.
Sus tres bisnietos bien la querían
le daban besos, la consentían
y por las noches, mientras dormía
todos sus postres los engullían.
Titiritaña,
patas de araña,
salta la cuerda con una caña.
Infla los globos de los festines
parada -siempre- en sus dos patines.
Es tan alegre la viejaraña
que no se enfada cuando una extraña
a ella le dice:
"¡Hola!, viejita titiritaña
¿por qué hace tiempo que no se baña?"
Y la buenaña
que hace cien años que no se baña
responde ufana y con mucha gana:
Ya por mi ducha no sale agua
la espuma de algas está muy cara
y, pa' el enjuague no queda nada.
Así, sus nietos y sus bisnietos,
entre perfumes de feos ungüentos,
comen sus Pues los aromas de mal aliento
a otros lugares los lleva el viento tartas y chocolates....
LA MAJA ROMELIA
La rata Romelia de pena murió
porque el gato negro se comió al ratón.
Cuatro ratas viejas cargan con la caja
donde va Romelia vestida de maja.
La llevan en hombros hasta el cementerio
para que la entierre el ratón Romelio.
Todos los ratones lloran a Romelia
porque la enterraron sin su par de medias,
sin sus zapatillas de nácar brillante,
sin su sombrerito ni su par de guantes.
Y... como Romelia nunca trabajó
se ganó ese traje con que se enterró.
Todos los ratones cantan en la rueda:
"Romelia, la maja... la maja Romelia
se muere de pena... muere de pesar
porque el gato negro la volvió a enviudar"
LAS QUEJAS DEL SAPO SENÓN
La tarde ha llegado,
bermeja, bermeja,
y allá en la calleja
el sapo se queja...
Dice el sapo:
"Al Señor Perico
se le torció el pico.
La gata Morisca
está medio bizca.
El búho Senovio
quiere ser el novio.
La pulga Pancracia
ya no tiene gracia.
El cangrejo Antonio
se tragó al demonio.
A la abeja Ada
se le cayó un ala.
El Señor Ciempiés
perdió cinco pies.
Y el piojo Roberto
se perdió el concierto"
A la rana Juana le importa una iguana
si allá en la calleja el sapo se queja
porque ya el problema lo tiene arreglado
dando a cada cual lo necesitado:
Al Señor Perico
le enderezó el pico.
A la gata bizca
le curó la vista.
Al búho Senovio
lo vistió de novio.
A Doña Pancracia
la llenó de gracia.
Al cangrejo Antonio
le sacó el demonio.
A la abeja Ada
le remendó el ala.
Al Señor Ciempiés
le encontró los pies.
Y el piojo Roberto
vio todo el concierto.
La ranita Juana
hace años contempla la tarde bermeja
tendida en la piedra que está en la calleja.
LA BODA DE LAS HORMIGAS
El día de Santa Clara dos hormigas se casaron
y a la puerta de la iglesia esta nota sujetaron:
"Si ven a las hormigas como en procesión
es porque se acercan a la recepción.
¡Abran bien la puerta! ¡Déjenlas pasar!
Que bailen y bailen el vals, sin parar.
Que llenen sus panzas de todo el manjar.
Que coman y beban hasta reventar.
Y... que en sus fiambreras, les quepa -además-
las frutas y postres para merendar.
Que guarden pa' "pola", como provisión
la tarta de bodas y el rico turrón.
Si ven a las hormigas borrachas de son
es porque regresan de la recepción"
DOÑA PANCHITA
Una dama tan delgada,
como hilo de coser,
paseaba ayer por la calle
de la esquina del marqués
y un ventarrón insolente
la levantó por los pies.
De un tirón la sacó lejos
por los techos de las casas
le dio la vuelta al reloj
en la torre de la plaza,
remontó los edificios
más altos de ese sector.
Doña Panchita volando
con cartera y con bastón.
Se bajó casi en picada
sobre un matorral de tunas
pero el viento la aventó
de nuevo hacia la laguna.
La gente que la miraba
enseguida comentó:
"Allá va Doña Panchita, por los aires, sin control
con su sombrero en la mano, su cartera y su bastón"
Al pasar por una antena
se le enredó el camisón.
Quedó colgando Panchita
de la punta de un tacón.
Cuando el viento regresó...
la pobre Doña Panchita sin sombrero, sin zapatos, sin cartera
y sin bastón.
EL CASORIO DEL MORROCOY Y LA RANA
A un morrocoy de río
le salió enamoramiento
con una rana del charco
donde se devuelve el viento.
El morrocoy presumía
que la rana platanera
era joven casadera,
por eso la pretendía.
Pero una clara mañana
las comadrejas volvieron
con una noticia rara.
Dijeron las comadrejas al morrocoy:
"No propongas a esa rana
promesas de matrimonio
porque ella tiene su novio
en una charca lejana"
El morrocoy por curioso,
emprendió viaje a la charca
y con un sapo mohoso
entabló esta amarga charla...
Dijo el sapo al morrocoy:
"La ranita presumida
que te está quitando el sueño
encontró un nuevo dueño
y por él da hasta la vida"
Ya le compró la sortija,
el ajuar de matrimonio
Y aunque traigas al demonio,
perderías tú la partida.
Entonces, el morrocoy,
entre sorprendido y tristón,
le dijo al sapo mohoso:
"Casi casito ya me casaba
con la comadre, comadre rana,
pero vinieron las comadrejas
hasta mi cueva, muy de mañana
y me dijeron que la comadre
tenía su novio junto a la charca...
Como es un novio de piernas locas
que dando un salto, trepa una roca
mejor me olvido de esbeltas ancas
y hago las paces con mi tortuga de patas blancas"
LA BRUJA EMBRUJADA
Era una bruja con desparpajo
que usaba guantes de renacuajo.
Tomaba té con mermelada,
comía galletas muy bien tostadas.
Por las mañanas leía los diarios
y muy temprano se iba al trabajo.
No usaba escobas, ni altos sombreros,
sino autos caros, buenos pañuelos,
zapatillas de fino cuero,
cerros de trajes, pieles y abrigos
que no cubrieran su hermoso ombligo.
Tenía corceles, grandes mansiones,
con trenes, yates y seis aviones.
Casas de cambio tuvo a montones
y en cada Banco diez mil acciones.
Cincuenta haciendas de buen ganado
vacas de ordeño en los pastizales
y largas cuadras de platanales.
Nunca sabía de hechizos malos.
No hacía la magia.
Ningún brebajo.
Y a los apuestos chicos del barrio
los imantaba de arriba abajo.
Iba a las tascas y discotecas,
fumaba puros de alta etiqueta.
Y en otras fiestas..., la astuta vieja,
bebía su whisky de data añeja.
Esta brujilda, tan embrujada,
que de hacendosa no tenía nada,
tuvo al servicio de sus poderes
treinta mujeres que eran esclavas:
fregaban pisos, hacían las camas,
mientras la bruja, feliz roncaba.
LOS GNOMOS
El conejito Jan,el perro Víctor, el ratoncito Kay,el topo Gafitas,el osito Osi y la
ardilla Lúa van a la escuela. Antes de entrar,le cuentan al maestro que les gustaría
saber si de verdad existen los gnomos.
Ya en clases,don Tejón les pide que se sienten. Les va a contar lo que sabe sobre el
mundo de los gnomos. Los alumnos estan encantados:
parece que la clase de hoy va a ser muy entretenida.
-Según la leyenda,son seres maravillosos que habitan en lo más profundo del bosque.
Viven cientos de años,ayudan a todo el mundo y son muy felices. Aunque nadie los a
visto jamás.
Por eso dudo que existan...
Todos los alumnos escuchan en silencio las palabras de don Tejón. Aunque,al salir
de clase,a la ardilla Lúa le parece que alguien la llama.¡Es un ser diminuto escondido
tras una seta!
El gnomo,acompañado de un amigo,gnomo,le cuenta la verdad sobre su pueblo:todo
es tal y como don Tejón ha dicho. La ardillita Lúa esta encantada.¡Los gnomos
existen y hablan con ella!
Al despedirse,los gnomos le piden que no cuentes nada a nadie. Además,le regalan
una flauta mágica.
-Tócala si algún día nos necesitas.Vendremos en tu ayuda al instante.
Unos dias después,Kay se pone enfermo. Sus padres están muy preocupados:aunque
el médico le ha recetado unos medicamentos, no le hacen ningún efecto, cada día está
peor.
La ardillita se va corriendo a lo más profundo del bosque y empieza a tocar la flauta.
Al instante, aparecen los dos gnomos montados en pájaros. Lúa está nerviosa e
impresionada.
Muy apenada, la ardillita les cuenta lo enfermo que está su amigo Kay y que el
médico no puede hacer nada más para ayudarle.
-¡No te preocupes, si come estas bayas se curará!-le dicen.
Lúa les da las gracias, muy emocionada, y corre a casa del ratoncito. En cuanto Kay
se come una baya , ¡parece curado!Se las toma todas de un momento y empieza a
sonreír.
Un minuto después, el ratoncito Kay se baja de la cama de un salto. El resto de la
pandilla, menos Lúa, claro,está impresionada. ¡Qué manera de curarse! ¡Y todo por
comerse unas simples bayas!
Los padres del ratoncito están felices,aunque no comprenden lo ocurrido.Entonces
Lúa les cuenta que, tiempo atrás, había oído decir a un anciano que aquellos frutos
¡curaban a los ratoncitos enfermos!
EL GATO CON BOTAS
Érase una vez un viejo molinero que tenía tres hijos. Acercándose la hora de su
muerte hizo llamar a sus tres hijos.
"Mirad, quiero repartiros lo poco que tengo antes de morirme".
Al mayor le dejó el molino, al mediano le dejó el burro y al más pequeñito le
dejó lo último que le quedaba, el gato.
Dicho esto, el padre murió.
Mientras los dos hermanos mayores se dedicaron a explotar su herencia, el
más pequeño cogió unas de las botas que tenía su padre, se las puso al gato y
ambos se fueron a recorrer el mundo. En el camino se sentaron a descansar
bajo la sombra de un árbol. Mientras el amo dormía, el gato le quitó una de las
bolsas que tenía el amo, la llenó de hierba y dejó la bolsa abierta. En ese
momento se acercó un conejo impresionado por el color verde de esa hierba y
se metió dentro de la bolsa. El gato tiró de la cuerda que le rodeaba y el conejo
quedó atrapado en la bolsa. Se hecho la bolsa a cuestas y se dirigió hacia
palacio para entregársela al rey. Vengo de parte de mi amo, el marqués
Carrabás, que le manda este obsequio. El rey muy agradecido aceptó la
ofrenda.
Pasaron los días y el gato seguía mandándole regalos al rey de parte de su
amo. Un día, el rey decidió hacer una fiesta en palacio y el gato con botas se
enteró de ella y pronto se le ocurrió una idea.
"¡Amo, Amo! Sé cómo podemos mejorar nuestras vidas. Tú solo sigue mis
instrucciones."
El amo no entendía muy bien lo que el gato le pedía, pero no tenía nada que
perder, así que aceptó.
"¡Rápido, Amo! Quítese la ropa y métase en el río."
Se acercaban carruajes reales, era el rey y su hija. En el momento que se
acercaban el gato chilló:
"¡Socorro! ¡Socorro! ¡El marqués Carrabás se ahoga! ¡Ayuda!".
El rey atraído por los chillidos del gato se acercó a ver lo que pasaba. La
princesa se quedó asombrada de la belleza del marqués. Se vistió el marqués
y se subió a la carroza.
El gato con botas, adelantándose siempre a las cosas, corrió a los campos del
pueblo y pidió a los del pueblo que dijeran al rey que las campos eran del
marqués y así ocurrió. Lo único que le falta a mi amo -dijo el gato- es un
castillo, así que se acordó del castillo del ogro y decidió acercarse a hablar con
él.
"¡Señor Ogro!, me he enterado de los poderes que usted tiene, pero yo no me
lo creo así que he venido a ver si es verdad."
El ogro enfurecido de la incredulidad del gato, cogió aire y ¡zás! se convirtió en
un feroz león.
"Muy bien, -dijo el gato- pero eso era fácil, porque tú eres un ogro, casi tan
grande como un león. Pero, ¿a que no puedes convertirte en algo pequeño? En
una mosca, no, mejor en un ratón, ¿puedes? El ogro sopló y se convirtió en un
pequeño ratón y antes de que se diera cuenta ¡zás! el gato se abalanzó sobre
él y se lo comió.
En ese instante sintió pasar las carrozas y salió a la puerta chillando:
"¡Amo, Amo! Vamos, entrad."
El rey quedó maravillado de todas las posesiones del marqués y le propuso
que se casara con su hija y compartieran reinos. Él aceptó y desde entonces
tanto el gato como el marqués vivieron felices y comieron perdices.
JORGE Y EL DRAGÓN
En cierta ocasión llegó San Jorge a una ciudad llamada Silca, en la provincia de Libia. Cerca de la población
había un lago tan grande que parecía un mar donde se ocultaba un dragón de tal fiereza y tan descomunal
tamaño, que tenía atemorizadas a las gentes de la comarca, pues cuantas veces intentaron capturarlo
tuvieron que huir despavoridas a pesar de que iban fuertemente armadas. Además, el monstruo era tan
sumamente pestífero, que el hedor que despedía llegaba hasta los muros de la ciudad y con él infestaba a
cuantos trataban de acercarse a la orilla de aquellas aguas. Los habitantes de Silca arrojaban al lago cada día
dos ovejas para que el dragón comiese y los dejase tranquilos, porque si le faltaba el alimento iba en busca
de él hasta la misma muralla, los asustaba y, con la podredumbre de su hediondez, contaminaba el ambiente
y causaba la muerte a muchas personas.
Al cabo de cierto tiempo los moradores de la región se quedaron sin ovejas o con un número
muy escaso de ellas, y como no les resultaba fácil recebar sus cabañas, celebraron una reunión
y en ella acordaron arrojar cada día al agua, para comida de la bestia, una sola oveja y a una
persona, y que la designación de ésta se hiciera diariamente, mediante sorteo, sin excluir de él
a nadie. Así se hizo; pero llegó un momento en que casi todos los habitantes habían sido
devorados por el dragón. Cuando ya quedaban muy pocos, un día, al hacer el sorteo de la
víctima, la suerte recayó en la hija única del rey. Entonces éste, profundamente afligido,
propuso a sus súbditos:
-Os doy todo mi oro y toda mi plata y hasta la mitad de mi reino si hacéis una excepción con
mi hija. Yo no puedo soportar que muera con semejante género de muerte.
El pueblo, indignado, replicó:
-No aceptamos. Tú fuiste quien propusiste que las cosas se hicieran de esta manera. A causa
de tu proposición nosotros hemos perdido a nuestros hijos, y ahora, porque le ha llegado el
turno a la tuya, pretendes modificar tu anterior propuesta. No pasamos por ello. Si tu hija no
es arrojada al lago para que coma el dragón como lo han sido hasta hoy tantísimas otras
personas, te quemaremos vivo y prenderemos fuego a tu casa.
En vista de tal actitud el rey comenzó a dar alaridos de dolor y a decir:
-¡Ay, infeliz de mí! ¡Oh, dulcísima hija mía! ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo alegar? ¡Ya no te
veré casada, como era mi deseo!
Después, dirigiéndose a sus ciudadanos les suplicó:
-Aplazad por ocho días el sacrificio de mi hija, para que pueda durante ellos llorar esta
desgracia.
El pueblo accedió a esta petición; pero, pasados los ocho días del plazo, la gente de la ciudad
trató de exigir al rey que les entregara a su hija para arrojarla al lago, y clamando,
enfurecidos, ante su palacio decían a gritos:
-¿Es que estás dispuesto a que todos perezcamos con tal de salvar a tu hija? ¿No ves que
vamos a morir infestados por el hedor del dragón que está detrás de la muralla reclamando su
comida?
Convencido el rey de que no podría salvar a su hija, la vistió con ricas y suntuosas galas y
abrazándola y bañándola con sus lágrimas, decía:
-¡Ay, hija mía queridísima! Creía que ibas a darme larga descendencia, y he aquí que en lugar
de eso vas a ser engullida por esa bestia. ¡Ay, dulcísima hija! Pensaba invitar a tu boda a todos
los príncipes de la región y adornar el palacio con margaritas y hacer que resonaran en él
músicas de órganos y timbales. Y ¿qué es lo que me espera? Verte devorada por ese dragón.
¡Ojalá, hija mía, -le repetía mientras la besaba- pudiera yo morir antes que perderte de esta
manera!
La doncella se postró ante su padre y le rogó que la bendijera antes de emprender aquel
funesto viaje. Vertiendo torrentes de lágrimas, el rey la bendijo; tras esto, la joven salió de la
ciudad y se dirigió hacia el lago. Cuando llorando caminaba a cumplir su destino, san Jorge se
encontró casualmente con ella y, al verla tan afligida, le preguntó la causa de que derramara
tan copiosas lágrimas.
La doncella le contestó:
-¡Oh buen joven! ¡No te detengas! Sube a tu caballo y huye a toda prisa, porque si no también
a ti te alcanzará la muerte que a mí me aguarda.
-No temas, hija –repuso san Jorge-; cuéntame lo que te pasa y dime qué hace allí aquel grupo
de gente que parece estar asistiendo a algún espectáculo.
-Paréceme, piadoso joven –le dijo la doncella- que tienes un corazón magnánimo. Pero, ¿es
que deseas morir conmigo? ¡Hazme caso y huye cuanto antes!
El santo insistió:
-No me moveré de aquí hasta que no me hayas contado lo que te sucede.
La muchacha le explicó su caso, y cuando terminó su relato, Jorge le dijo:
-¡Hija, no tengas miedo! En el nombre de Cristo yo te ayudaré.
-¡Gracias, valeroso soldado! –replicó ella- pero te repito que te pongas inmediatamente a salvo
si no quieres perecer conmigo. No podrás librarme de la muerte que me espera, porque si lo
intentaras morirías tú también; ya que yo no tengo remedio, sálvate tú.
Durante el diálogo precedente el dragón sacó la cabeza de debajo de las aguas, nadó hasta la
orilla del lago, salió a tierra y empezó a avanzar hacia ellos. Entonces la doncella, al ver que el
monstruo se acercaba, aterrorizada, gritó a Jorge:
-¡Huye! ¡huye a toda prisa, buen hombre!
Jorge, de un salto, se acomodó en su caballo, se santiguó, se encomendó a Dios, enristró su
lanza, y, haciéndola vibrar en el aire y espoleando a su cabalgadura, se dirigió hacia la bestia a
toda carrera, y cuando la tuvo a su alcance hundió en su cuerpo el arma y la hirió. Acto
seguido echó pie a tierra y dijo a la joven:
-Quítate el cinturón y sujeta con él al monstruo por el pescuezo. No temas, hija; haz lo que te
digo.
Una vez que la joven hubo amarrado al dragón de la manera que Jorge le dijo, tomó el
extremo del ceñidor como si fuera un ramal y comenzó a caminar hacia la ciudad llevando tras
de sí al dragón que la seguía como si fuese un perrillo faldero. Cuando llegó a la puerta de la
muralla, el público que allí estaba congregado, al ver que la doncella traía a la bestia, comenzó
a huir hacia los montes dando gritos y diciendo:
-¡Ay de nosotros! ¡Ahora sí que pereceremos todos sin remedio!
San Jorge trató de detenerlos y de tranquilizarlos.
-¡No tengáis miedo! –les decía-. Dios me ha traído hasta esta ciudad para libraros de este
monstruo. ¡Creed en Cristo y bautizaos! ¡Ya veréis cómo yo mato a esta bestia en cuanto todos
hayáis recibido el bautismo!
Rey y pueblo se convirtieron y, cuando todos los habitantes de la ciudad hubieron recibido el
bautismo San Jorge, en presencia de la multitud, desenvainó su espada y con ella dio muerte
al dragón, cuyo cuerpo, arrastrado por cuatro parejas de bueyes, fue sacado de la población
amurallada y llevado hasta un campo muy extenso que había a considerable distancia.
Veinte mil hombres se bautizaron en aquella ocasión. El rey, agradecido, hizo construir una
iglesia enorme, dedicada a Santa María y a San Jorge. Por cierto que al pie del altar de la
citada iglesia comenzó a manar una fuente muy abundante de agua tan milagrosa que cuantos
enfermos bebían de ella quedaban curados de cualquier dolencia que les aquejase.
Igualmente, el rey ofreció a Jorge una inmensa cantidad de dinero que el santo no aceptó,
aunque sí rogó al monarca que distribuyese la fabulosa suma entre los pobres.
La leyenda de San Jorge y el dragón
En cierta ocasión llegó San Jorge a una ciudad llamada Silca, en la provincia de Libia. Cerca de la población había un lago tan grande que parecía un mar donde se ocultaba un dragón de tal fiereza y tan descomunal tamaño, que tenía atemorizadas a las gentes de la comarca, pues cuantas veces intentaron capturarlo tuvieron que huir despavoridas a pesar de que iban fuertemente armadas. Además, el monstruo era tan sumamente pestífero, que el hedor que despedía llegaba hasta los muros de la ciudad y con él infestaba a cuantos trataban de acercarse a la orilla de aquellas aguas. Los habitantes de Silca arrojaban al lago cada día dos ovejas para que el dragón comiese y los dejase tranquilos, porque si le faltaba el alimento iba en busca de él hasta la misma muralla, los asustaba y, con la podredumbre de su hediondez, contaminaba el ambiente y causaba la muerte a muchas personas. Al cabo de cierto tiempo los moradores de la región se quedaron sin ovejas o con un número muy escaso de ellas, y como no les resultaba fácil recebar sus cabañas, celebraron una reunión y en ella acordaron arrojar cada día al agua, para comida de la bestia, una sola oveja y a una persona, y que la designación de ésta se hiciera diariamente, mediante sorteo, sin excluir de él a nadie. Así se hizo; pero llegó un momento en que casi todos los habitantes habían sido devorados por el dragón. Cuando ya quedaban muy pocos, un día, al hacer el sorteo de la víctima, la suerte recayó en la hija única del rey. Entonces éste, profundamente afligido, propuso a sus súbditos:
-Os doy todo mi oro y toda mi plata y hasta la mitad de mi reino si hacéis una excepción con mi hija. Yo no puedo soportar que muera con semejante género de muerte.
El pueblo, indignado, replicó:
-No aceptamos. Tú fuiste quien propusiste que las cosas se hicieran de esta manera. A causa de tu proposición nosotros hemos perdido a nuestros hijos, y ahora, porque le ha llegado el turno a la tuya, pretendes modificar tu anterior propuesta. No pasamos por ello. Si tu hija no es arrojada al lago para que coma el dragón como lo han sido hasta hoy tantísimas otras personas, te quemaremos vivo y prenderemos fuego a tu casa.
En vista de tal actitud el rey comenzó a dar alaridos de dolor y a decir:
-¡Ay, infeliz de mí! ¡Oh, dulcísima hija mía! ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo alegar? ¡Ya no te veré casada, como era mi deseo!
Después, dirigiéndose a sus ciudadanos les suplicó:
-Aplazad por ocho días el sacrificio de mi hija, para que pueda durante ellos llorar esta desgracia.
El pueblo accedió a esta petición; pero, pasados los ocho días del plazo, la gente de la ciudad trató de exigir al rey que les entregara a su hija para arrojarla al lago, y clamando, enfurecidos, ante su palacio decían a gritos:
-¿Es que estás dispuesto a que todos perezcamos con tal de salvar a tu hija? ¿No ves que vamos a morir infestados por el hedor del dragón que está detrás de la muralla reclamando su comida?
Convencido el rey de que no podría salvar a su hija, la vistió con ricas y suntuosas galas y abrazándola y bañándola con sus lágrimas, decía:
-¡Ay, hija mía queridísima! Creía que ibas a darme larga descendencia, y he aquí que en lugar de eso vas a ser engullida por esa bestia. ¡Ay, dulcísima hija! Pensaba invitar a tu boda a todos los príncipes de la región y adornar el palacio con margaritas y hacer que resonaran en él músicas de órganos y timbales. Y ¿qué es lo que me espera? Verte devorada por ese dragón. ¡Ojalá, hija mía, -le repetía mientras la besaba- pudiera yo morir antes que perderte de esta manera!
La doncella se postró ante su padre y le rogó que la bendijera antes de emprender aquel funesto viaje. Vertiendo torrentes de lágrimas, el rey la bendijo; tras esto, la joven salió de la ciudad y se dirigió hacia el lago. Cuando llorando caminaba a cumplir su destino, san Jorge se encontró casualmente con ella y, al verla tan afligida, le preguntó la causa de que derramara tan copiosas lágrimas.
La doncella le contestó:
-¡Oh buen joven! ¡No te detengas! Sube a tu caballo y huye a toda prisa, porque si no también a ti te alcanzará la muerte que a mí me aguarda.
-No temas, hija –repuso san Jorge-; cuéntame lo que te pasa y dime qué hace allí aquel grupo de gente que parece estar asistiendo a algún espectáculo.
-Paréceme, piadoso joven –le dijo la doncella- que tienes un corazón magnánimo. Pero, ¿es que deseas morir conmigo? ¡Hazme caso y huye cuanto antes!
El santo insistió:
-No me moveré de aquí hasta que no me hayas contado lo que te sucede.
La muchacha le explicó su caso, y cuando terminó su relato, Jorge le dijo:
-¡Hija, no tengas miedo! En el nombre de Cristo yo te ayudaré.
-¡Gracias, valeroso soldado! –replicó ella- pero te repito que te pongas inmediatamente a salvo si no quieres perecer conmigo. No podrás librarme de la muerte que me espera, porque si lo intentaras morirías tú también; ya que yo no tengo remedio, sálvate tú.
Durante el diálogo precedente el dragón sacó la cabeza de debajo de las aguas, nadó hasta la orilla del lago, salió a tierra y empezó a avanzar hacia ellos. Entonces la doncella, al ver que el monstruo se acercaba, aterrorizada, gritó a Jorge:
-¡Huye! ¡huye a toda prisa, buen hombre!
Jorge, de un salto, se acomodó en su caballo, se santiguó, se encomendó a Dios, enristró su lanza, y, haciéndola vibrar en el aire y espoleando a su cabalgadura, se dirigió hacia la bestia a toda carrera, y cuando la tuvo a su alcance hundió en su cuerpo el arma y la hirió. Acto seguido echó pie a tierra y dijo a la joven:
-Quítate el cinturón y sujeta con él al monstruo por el pescuezo. No temas, hija; haz lo que te digo.
Una vez que la joven hubo amarrado al dragón de la manera que Jorge le dijo, tomó el extremo del ceñidor como si fuera un ramal y comenzó a caminar hacia la ciudad llevando tras de sí al dragón que la seguía como si fuese un perrillo faldero. Cuando llegó a la puerta de la muralla, el público que allí estaba congregado, al ver que la doncella traía a la bestia, comenzó a huir hacia los montes dando gritos y diciendo:
-¡Ay de nosotros! ¡Ahora sí que pereceremos todos sin remedio!
San Jorge trató de detenerlos y de tranquilizarlos.
-¡No tengáis miedo! –les decía-. Dios me ha traído hasta esta ciudad para libraros de este monstruo. ¡Creed en Cristo y bautizaos! ¡Ya veréis cómo yo mato a esta bestia en cuanto todos hayáis recibido el bautismo!
Rey y pueblo se convirtieron y, cuando todos los habitantes de la ciudad hubieron recibido el bautismo San Jorge, en presencia de la multitud, desenvainó su espada y con ella dio muerte al dragón, cuyo cuerpo, arrastrado por cuatro parejas de bueyes, fue sacado de la población amurallada y llevado hasta un campo muy extenso que había a considerable distancia.
Veinte mil hombres se bautizaron en aquella ocasión. El rey, agradecido, hizo construir una iglesia enorme, dedicada a Santa María y a San Jorge. Por cierto que al pie del altar de la citada iglesia comenzó a manar una fuente muy abundante de agua tan milagrosa que cuantos enfermos bebían de ella quedaban curados de cualquier dolencia que les aquejase. Igualmente, el rey ofreció a Jorge una inmensa cantidad de dinero que el santo no aceptó, aunque sí rogó al monarca que distribuyese la fabulosa suma entre los pobres.
LA ZORRITA
Y
EL CHIVO
Érase una vez una zorrita hambrienta que
andaba buscando una presa para calmar su
apetito. En esto oyó el tintineo de un cascabel.
Con sigilo y escondida tras unos matorrales,la
zorrita descubrió a una cabrita que estaba
pastando en un prado,toda feliz jugando con las
mariposas. La zorrita esperó el mejor momento
para lanzarse sobre su presa y cuando la cabrita
estaba bastante cerca de los matorrales...
¡ZAS!
La zorrita se abalanzó sobre ella sin darse cuenta
de que entre medias había un pozo.Allí en lo
hondo del pozo acabo la zorrita,para alivio de la
pequeña cabra,que se salvó de sus garras.
Un rato llevaba la zorrita metida en el
pozo,incapaz de salir de sus propios
medios,cuando de pronto asomó por la boca del
pozo la cabeza de un chivo.La zorrita quiso
animarle a bajar al pozo con engañosas palabras:
-¡Qué fresquita está el agua de este pozo! Yo
vengo aquí todos los días a beber y a darme un
baño.Se lo recomiendo,de verdad.
Tanto alabó la cualidad del agua del pozo que el
chivo quiso calmar su sed probándola. Él también
quería disfrutar de esa marabillosa agua tan
fresquita .Y de un salto cayó dentro.Y la zorrita
aprobecho y salto ensima de el y consiguio salir.
La zorra se despidio
del chivo y marcho
veloz en busca de una
presa para calmar su apetito.Alli el
chivo,entristesido por el engaño y completamente
solo.Con mucho esfuerzo intento salir pero solo
salio despues de mucho rato de tan absurda
prisión.
Los tres Cerditos
Erase una vez tres hermanos cerditos
que discutian por el material que iban
a utilizar para la construcion de su casa.
La casa tenia que ser fuerte para soportar
el soplido del temido lobo . Al final
cada uno hizo su propia casa.
El primer cerdito la hizo de paja porque
era muy bago.
El segundo la hizo de madera y barro
estaba seguro de que era muy fuerte.
El tercero la hizo de ladrillo y cemento
era el mas trabajador .
Un dia vino el lobo a la casa del primer
cerdito soplo tan fuerte que la paja bolo por el
cielo.El cerdito corrio a la casa de madera
de su hermano.El lobo soplo muy fuerte y
los troncos rodaron por la montaña.
Al final los dos cerditos fueron a la casa
del tercer cerdito y el lobo soplo y soplo
pero no pudo con la casa de ladrillo.
El cerdito mas trabajador consiguio
ganar al lobo.
FIN
La leyenda de San Jorge y el
dragón
En cierta ocasión llegó San Jorge a una ciudad llamada Silca, en
la provincia de Libia. Cerca de la población había un lago tan
grande que parecía un mar donde se ocultaba un dragón de tal
fiereza y tan descomunal tamaño, que tenía atemorizadas a las
gentes de la comarca, pues cuantas veces intentaron capturarlo
tuvieron que huir despavoridas a pesar de que iban fuertemente
armadas. Además, el monstruo era tan sumamente pestífero,
que el hedor que despedía llegaba hasta los muros de la ciudad
y con él infestaba a cuantos trataban de acercarse a la orilla de
aquellas aguas. Los habitantes de Silca arrojaban al lago cada
día dos ovejas para que el dragón comiese y los dejase
tranquilos, porque si le faltaba el alimento iba en busca de él
hasta la misma muralla, los asustaba y, con la podredumbre de
su hediondez, contaminaba el ambiente y causaba la muerte a
muchas personas.
Al cabo de cierto tiempo los moradores de la región se quedaron sin
ovejas o con un número muy escaso de ellas, y como no les
resultaba fácil recebar sus cabañas, celebraron una reunión y en
ella acordaron arrojar cada día al agua, para comida de la bestia,
una sola oveja y a una persona, y que la designación de ésta se
hiciera diariamente, mediante sorteo, sin excluir de él a nadie. Así
se hizo; pero llegó un momento en que casi todos los habitantes
habían sido devorados por el dragón. Cuando ya quedaban muy
pocos, un día, al hacer el sorteo de la víctima, la suerte recayó en
la hija única del rey. Entonces éste, profundamente afligido,
propuso a sus súbditos:
-Os doy todo mi oro y toda mi plata y hasta la mitad de mi reino si
hacéis una excepción con mi hija. Yo no puedo soportar que muera
con semejante género de muerte.
El pueblo, indignado, replicó:
-No aceptamos. Tú fuiste quien propusiste que las cosas se hicieran
de esta manera. A causa de tu proposición nosotros hemos perdido
a nuestros hijos, y ahora, porque le ha llegado el turno a la tuya,
pretendes modificar tu anterior propuesta. No pasamos por ello. Si
tu hija no es arrojada al lago para que coma el dragón como lo han
sido hasta hoy tantísimas otras personas, te quemaremos vivo y
prenderemos fuego a tu casa.
En vista de tal actitud el rey comenzó a dar alaridos de dolor y a
decir:
-¡Ay, infeliz de mí! ¡Oh, dulcísima hija mía! ¿Qué puedo hacer?
¿Qué puedo alegar? ¡Ya no te veré casada, como era mi deseo!
Después, dirigiéndose a sus ciudadanos les suplicó:
-Aplazad por ocho días el sacrificio de mi hija, para que pueda
durante ellos llorar esta desgracia.
El pueblo accedió a esta petición; pero, pasados los ocho días del
plazo, la gente de la ciudad trató de exigir al rey que les entregara
a su hija para arrojarla al lago, y clamando, enfurecidos, ante su
palacio decían a gritos:
-¿Es que estás dispuesto a que todos perezcamos con tal de salvar
a tu hija? ¿No ves que vamos a morir infestados por el hedor del
dragón que está detrás de la muralla reclamando su comida?
Convencido el rey de que no podría salvar a su hija, la vistió con
ricas y suntuosas galas y abrazándola y bañándola con sus
lágrimas, decía:
-¡Ay, hija mía queridísima! Creía que ibas a darme larga
descendencia, y he aquí que en lugar de eso vas a ser engullida por
esa bestia. ¡Ay, dulcísima hija! Pensaba invitar a tu boda a todos los
príncipes de la región y adornar el palacio con margaritas y hacer
que resonaran en él músicas de órganos y timbales. Y ¿qué es lo
que me espera? Verte devorada por ese dragón. ¡Ojalá, hija mía, -le
repetía mientras la besaba- pudiera yo morir antes que perderte de
esta manera!
La doncella se postró ante su padre y le rogó que la bendijera antes
de emprender aquel funesto viaje. Vertiendo torrentes de lágrimas,
el rey la bendijo; tras esto, la joven salió de la ciudad y se dirigió
hacia el lago. Cuando llorando caminaba a cumplir su destino, san
Jorge se encontró casualmente con ella y, al verla tan afligida, le
preguntó la causa de que derramara tan copiosas lágrimas.
La doncella le contestó:
-¡Oh buen joven! ¡No te detengas! Sube a tu caballo y huye a toda
prisa, porque si no también a ti te alcanzará la muerte que a mí me
aguarda.
-No temas, hija –repuso san Jorge-; cuéntame lo que te pasa y
dime qué hace allí aquel grupo de gente que parece estar asistiendo
a algún espectáculo.
-Paréceme, piadoso joven –le dijo la doncella- que tienes un
corazón magnánimo. Pero, ¿es que deseas morir conmigo? ¡Hazme
caso y huye cuanto antes!
El santo insistió:
-No me moveré de aquí hasta que no me hayas contado lo que te
sucede.
La muchacha le explicó su caso, y cuando terminó su relato, Jorge
le dijo:
-¡Hija, no tengas miedo! En el nombre de Cristo yo te ayudaré.
-¡Gracias, valeroso soldado! –replicó ella- pero te repito que te
pongas inmediatamente a salvo si no quieres perecer conmigo. No
podrás librarme de la muerte que me espera, porque si lo
intentaras morirías tú también; ya que yo no tengo remedio,
sálvate tú.
Durante el diálogo precedente el dragón sacó la cabeza de debajo
de las aguas, nadó hasta la orilla del lago, salió a tierra y empezó a
avanzar hacia ellos. Entonces la doncella, al ver que el monstruo se
acercaba, aterrorizada, gritó a Jorge:
-¡Huye! ¡huye a toda prisa, buen hombre!
Jorge, de un salto, se acomodó en su caballo, se santiguó, se
encomendó a Dios, enristró su lanza, y, haciéndola vibrar en el aire
y espoleando a su cabalgadura, se dirigió hacia la bestia a toda
carrera, y cuando la tuvo a su alcance hundió en su cuerpo el arma
y la hirió. Acto seguido echó pie a tierra y dijo a la joven:
-Quítate el cinturón y sujeta con él al monstruo por el pescuezo. No
temas, hija; haz lo que te digo.
Una vez que la joven hubo amarrado al dragón de la manera que
Jorge le dijo, tomó el extremo del ceñidor como si fuera un ramal y
comenzó a caminar hacia la ciudad llevando tras de sí al dragón que
la seguía como si fuese un perrillo faldero. Cuando llegó a la puerta
de la muralla, el público que allí estaba congregado, al ver que la
doncella traía a la bestia, comenzó a huir hacia los montes dando
gritos y diciendo:
-¡Ay de nosotros! ¡Ahora sí que pereceremos todos sin remedio!
San Jorge trató de detenerlos y de tranquilizarlos.
-¡No tengáis miedo! –les decía-. Dios me ha traído hasta esta
ciudad para libraros de este monstruo. ¡Creed en Cristo y bautizaos!
¡Ya veréis cómo yo mato a esta bestia en cuanto todos hayáis
recibido el bautismo!
Rey y pueblo se convirtieron y, cuando todos los habitantes de la
ciudad hubieron recibido el bautismo San Jorge, en presencia de la
multitud, desenvainó su espada y con ella dio muerte al dragón,
cuyo cuerpo, arrastrado por cuatro parejas de bueyes, fue sacado
de la población amurallada y llevado hasta un campo muy extenso
que había a considerable distancia.
Veinte mil hombres se bautizaron en aquella ocasión. El rey,
agradecido, hizo construir una iglesia enorme, dedicada a Santa
María y a San Jorge. Por cierto que al pie del altar de la citada
iglesia comenzó a manar una fuente muy abundante de agua tan
milagrosa que cuantos enfermos bebían de ella quedaban curados
de cualquier dolencia que les aquejase.
Igualmente, el rey ofreció a Jorge una inmensa cantidad de dinero
que el santo no aceptó, aunque sí rogó al monarca que distribuyese
la fabulosa suma entre los pobres.