FERNANDO PESSOA
CARTAS DE AMOR A OFELIA QUEIROZ1 de Marzo de 1920Ofelita:
Para demostrarme tu desprecio o, por lo menos, tu indiferencia real, no era
necesario el disfraz transparente de un discurso tan largo, ni de la serie de
“razones” tan poco sinceras como convincentes, que me has escrito. Bastaba
con decírmelo. Así, lo entiendo de la misma manera, pero me duele más.
Si prefieres a tu novio antes que a mí, del que naturalmente estás muy
enamorada, ¿cómo puedo tomármelo a mal? Puedes preferir a quien quieras:
no tienes obligación —creo yo— de amarme ni, realmente, necesidad (a no ser
que quieras entretenerte) de fingir que me amas.
Quien ama verdaderamente no escribe cartas que parecen peticiones de
abogado. El amor no estudia tanto las cosas, ni trata a los otros como reos a
los que hay que “entallar”.
¿Por qué no eres franca conmigo? Qué empeño tienes en hacer sufrir a quien
no te ha hecho mal —ni a ti, ni a nadie—, a quien ya tiene peso y dolor de
sobra con la propia vida aislada y triste, y no necesita que le vengan a
aumentárselos con falsas esperanzas, demostrándole afectos fingidos, y esto
sin que se entienda con qué interés a no ser por pura diversión; ni con qué
provecho, a no ser por auténtica burla.
Reconozco que todo esto es cómico, y que la parte más cómica de todo esto
soy yo. A mí mismo me haría gracia, si no te amase tanto, y si tuviese tiempo
para pensar en otra cosa que no fuera el sufrimiento que tienes el placer de
causarme sin que yo, a no ser por amarte, lo haya merecido, y bien creo que
amarte no es suficiente razón para merecerlo. En fin…
Aquí tienes el “documento escrito” que me pides. Reconoce mi firma el notario
Eugenio Silva.
18 de Marzo de 1920Agradezco mucho tu carta. He estado muy irritado y triste por todas las razones
que te imaginas. Además, para que todo sea más desagradable, hace dos
noches que no duermo, porque la angina me produce una saliva constante, y
me sucede esta cosa tan estúpida —tener que estar escupiendo de dos en dos
minutos— que no me deja descansar. Ahora estoy al mismo tiempo mejor y
peor de lo que estaba esta mañana: tengo menos irritación de garganta, pero
tengo otra vez fiebre, cosa que por la mañana no tenía. (Notar que esta carta
va escrita en el mismo estilo que la tuya, porque Osorio (1) está aquí, al lado de
la cama, desde donde estoy escribiendo, y naturalmente se da cuenta de vez
en cuando para qué escribo).
No puedo escribir más, por la fiebre y los dolores de cabeza que tengo. Para
responder a lo que me preguntas sobre otras cosas, mi amorcito querido, (ojalá
O. [sorio] no vea esto), tendría que escribir mucho más y no puedo.
Me perdonas, ¿verdad?
19 de Marzo de 1920[A las 4 de la madrugada]
Mi amorcito, mi bebé querido:
Son casi las cuatro de la madrugada y acabo, a pesar de tener todo el cuerpo
dolorido y pidiéndome reposo, de abandonar definitivamente la idea de dormir.
Hace tres noches que me pasa esto, pero la noche de hoy, desde luego, está
siendo de las más horribles que he pasado en mi vida. Felizmente para ti,
amorcito, no te lo puedes imaginar. No ha sido solo la angina, con la obligación
estúpida de escupir cada dos minutos, lo que me ha estado quitando el sueño.
Es que, sin tener fiebre, he tenido delirios, me he sentido enloquecer, he tenido
ganas de gritar, de gemir en voz alta, de mil cosas disparatadas. Y todo esto no
solo por influencia directa del malestar asociado a la enfermedad, sino porque
estuve todo el día de ayer impacientado con cosas que se están atrasando
relativas a la llegada de mi familia y, encima, he recibido a través de mi primo,
que vino a las siete y media, una serie de noticias desagradables, que no vale
la pena contarte aquí, pues, felizmente, mi amor, no tienen nada que ver
contigo.
Y luego, estar enfermo exactamente en una ocasión en que tengo tantas cosas
urgentes que hacer, tantas cosas que no puedo delegar en otras personas.
¿Ves, mi bebé adorado, cuál es el estado de espíritu en que he vivido estos
días, estos dos últimos días sobre todo? Y no imaginas el echarte de menos
loco, el echarte de menos constante que he tenido. Tu ausencia siempre,
aunque solo sea de un día para otro, me abate; ¡Cuánto más no iba a sentir no
verte, amor mío, hace casi tres días!
Dime una cosa, amorcito: ¿Por qué te muestras tan abatida y tan
profundamente triste en tu segunda carta —la que me mandaste ayer con
Osorio? Comprendo que también me estés echando de menos; pero te
muestras de un nerviosismo, de una tristeza, de un abatimiento tales, que me
dolió inmensamente leer tu cartita y ver lo que sufrías. ¿Qué te pasaba, amor,
además de estar separados? ¿Hubo alguna cosa peor que te pasara? ¿Por
qué hablas en un tono tan desesperado de mi amor, como dudando de él,
cuando no tienes ninguna razón para eso?
Estoy completamente solo —se puede decir; pues aquí los de casa, que
realmente me han tratado muy bien, lo han hecho siempre por ceremonia, y
solo me vienen a traer caldo, leche o algún medicamento durante el día; no me
hacen, ni era de esperar, ninguna compañía. Y entonces, a estas horas de la
noche, parece que estoy en un desierto; tengo sed y no tengo a nadie que me
de nada para beber; estoy medio loco por el aislamiento en el que me siento y
ni tengo aquí quién al menos me vele un poco mientras yo intento dormir.
Estoy muerto de frío, me voy a estirar en la cama para fingir que reposo. No sé
cuándo te mandaré otra carta, o si acrecentaré todavía alguna cosa más a
esta.
¡Ay, mi amor, mi bebé, mi muñequita, quién te tuviera aquí! Muchos, muchos,
muchos, muchos, muchos besos de tu, siempre tuyo,
Fernando.
19 de Marzo de 1920[A las 9 de la mañana]Mi querido amorcito:
Parece que ha sido remedio de santo escribirte lo que está encima. Después
me fui a acostar, sin ninguna esperanza de dormirme, y lo cierto es que dormí
unas tres o cuatro horas de un tirón —poca cosa, pero no te imaginas la
diferencia que ha representado. Me siento mucho más aliviado, y, aunque
todavía tenga la garganta irritada e inflamada, el hecho de que mi estado
general haya mejorado quiere decir, bien espero, que la enfermedad va
pasando.
Si la mejoría se acentuase rápidamente, tal vez hoy mismo pueda ir a la oficina,
aunque no mucho tiempo; y entonces yo mismo te entregaré esta carta.
Espero poder ir ahí; tengo ciertas cosas urgentes de las que ocuparme que
puedo dirigir desde la oficina, sin tener que ir yo en persona a los sitios, pero
que desde aquí me es imposible ocuparme.
Adiós, mi angelito bebé. Te cubre de besos llenos de nostalgia tu, siempre,
siempre tuyo
Fernando
19 de Marzo de 1920Mi bebé pequeñito (y actualmente muy malo):
La carta que te adjunto es la que te he mandado ahora a tu casa con Osorio.
Espero poder entregarte mañana las dos, yendo a esperarte a la salida de la
oficina Dupin (2).
Sobre la información que te han dado a mi respecto no solo quiero repetirte que
es completamente falsa como decirte también que la “persona respetable”, que
le ha dado esa información a tu hermana, o se la ha inventado por completo y,
además de ser mentirosa, está loca; o esa persona ni siquiera existe, y ha sido
tu hermana la que la ha inventado —no digo que haya inventado a la persona,
sino que ha inventado que determinada persona le ha dicho una cosa que
nadie le ha dicho.
Mira, amorcito: es siempre malo, en estas cosas, creer que los demás no son
más que idiotas.
Sobre esa “persona”, y lo que de ella me has dicho (naturalmente porque te lo
habían dicho a ti), te doy dos detalles: (1) que esa persona sabe que te quiero,
(2) que “sabe” que no te quiero con intenciones serias.
Por lo tanto, empecemos por analizar esto: nadie puede saber si te quiero o
no, porque yo no he convertido a nadie en confidente del asunto. Partamos del
principio de que esa “persona respetable” no “sepa”, sino que imagine que te
quiero. ¿Cómo va a haber una base para imaginar eso, es que esa persona ha
visto entre nosotros algún intercambio de miradas, ha notado entre nosotros (o,
mejor, en este caso, de mí hacia ti) algo? Quiere decir que es alguien de la
oficina, o que viene aquí bastante, o, si no, que recibe informaciones de quien
viene aquí bastante. Pero para poder, aunque sea por informaciones ajenas,
afirmar que sí, que es verdad que te quiero, esa persona, no siendo nadie que
venga aquí a la oficina, solo puede ser alguien o de la familia de mi primo (a
quien él le hubiese hablado de las “sospechas” que tiene de vez en cuando de
que te quiero) o de la familia de Osorio.
Todo esto son solo suposiciones e incluso admitiendo que sea un familiar de
alguien de aquí de la oficina, es mucho suponer afirmar que esa
persona sepa que te quiero.
Y si no hay nadie (nadie que lo sepa por confidencia mía, casi nadie que lo
“imagine” de ninguna manera) que pueda saber a ciencia cierta si yo te amo
aún menos hay --ahí entonces no hay nadie— que sea capaz de decir que yo
no te amo con buenas intenciones. Para eso sería necesario estar dentro de mi
corazón y aún así, sería necesario ver mal, pues lo que estaría viendo serían
burradas.
En cuanto a la afirmación de la «mujer›› que tengo, si no lo has inventado para
apartarte de mí, hazle a la persona de respeto (si es que existe) que ha
informado a tu hermana las siguientes preguntas:
1 ¿De qué mujer se trata?
2 ¿Dónde he vivido o vivo con ella?, ¿A dónde voy a verla (si supone
que somos dos amantes que viven separados)? ¿Cuánto tiempo hace que
estoy con ella?
3 Cualquier otra información indicando o definiendo a esa «mujer››.
Si toda esta historia no es invención tuya, te garantizo que te topas con
una «retirada›› inmediata de la persona que ha informado: la «retirada›› propia
de todos a los que le cogen la mentira. Y si la tal «persona de respeto›› tuviera
la cara dura de dar detalles, basta que los verifiques, que los investigues. Verás
que son mentiras, de principio a fin.
¡Ay, lo que todo esto es, es un enredo cualquiera ―muy infame pero, como
muchas cosas infames, muy estúpido― para alejarme de ti! ¿De quién habrá
partido el enredo? ¿O no habrá ningún enredo y esto será simplemente una
excusa que te has buscado para librarte de mí? Yo qué sé... me imagino
cualquier cosa; tengo el derecho a imaginarme cualquier cosa.
Pero francamente yo merecería ser mejor tratado por el Destino de lo que estoy
siendo; por el Destino, y por las personas.
Vamos a ver si consigo que esta carta te llegue a las manos todavía hoy, con
cualquier pretexto. Si no, te la entregarémañana, cuando nos encontremos
aquí, a las doce y media de la mañana.
Lee bien la carta que va junto a esta, que te he escrito hoy de madrugada y se
ha cruzado contigo, pues Osorio la ha llevado mientras tú venías. Figúrate lo
qué es escribirte una carta para después recibir la serie de noticias y «gracias››
que me has dado.
Ay, amor mío, amor mío: ¿No será qué quieres huir de mí para siempre, o que
alguien no quiere que nos amemos?
Tuyo, siempre tuyo
FERNANDO
P.S.: Al final, ¿cuál será la verdad en medio de todo esto? Empiezo a
desconfiar de todo y de todos ¿Qué significa eso de no ir... y después ir... a
Duplin? ¿Cómo de repente le has ido a hacer conferencias a tu hermana?
Empiezo a no entender bien... empiezo a no estar seguro de qué pensar.
P.S. 2: Otra cosa: si la tal «persona de respeto›› existe (lo que dudo), ve
que fines personales podrá tener para separarme de ti. Comprueba si no
habrá, como poco, fines de amistad para con cualquier otro pretendiente
tuyo. Pero esa «persona de respeto›› será pariente de señor Crosse (3),
seguramente —en cuanto a la existencia real—. Mañana te espero aquí en la
oficina a la hora que hemos quedamos.
29 de Noviembre de 1920Ofelita:
Agradezco tu carta. Me ha traído pena y alivio al mismo tiempo. Pena, porque
estas cosas siempre dan pena; alivio porque, en realidad, la única solución es
esta: no prolongar más una situación que ya no tiene la justificación del amor,
ni de una parte, ni de la otra. Al menos por mi parte queda una estima
profunda, una amistad inalterable. No me negarás otro tanto, ¿verdad?
Ni tú ni yo tenemos culpa de esto. Solo el Destino tendría culpa, si el Destino
fuera persona a quién se le pudiera atribuir culpas.
El Tiempo, que envejece las caras y los cabellos, envejece también, aunque
más deprisa todavía, los afectos violentos. La mayoría de la gente, porque es
estúpida, consigue no darse cuenta y cree que todavía ama porque ha
contraído el hábito de sentir que ama. Si no fuese así, no habría gente feliz en
el mundo. Las criaturas superiores, sin embargo, están privadas de la
posibilidad de esa ilusión porque ni pueden creer que el amor dure ni, cuando
sienten que ha acabado, se engañan tomando por él la estima o la gratitud que
dejó.
Estas cosas hacen sufrir, pero el sufrimiento pasa. Si la vida, que lo es todo,
acaba por pasar, ¿cómo no va a pasar el amor y el dolor, y todas las otras
cosas que no son más que parte de la vida?
En tu carta eres injusta conmigo, pero te comprendo y te perdono; seguro que
la has escrito con irritación, tal vez con verdadero resentimiento, aunque la
mayoría de la gente (hombres o mujeres) escribiría en tu lugar en un tono aún
más amargo, y en términos aún más injustos. Pero tienes un temperamento
estupendo y ni irritada consigues tener maldad. Cuando te cases, si no
consigue tener la felicidad que mereces, seguro que no será por tu culpa.
En cuanto a mí...
El amor ha pasado, pero mi afección por ti se conserva inalterable y nunca
olvidaré (nunca, créeme) ni tu figurita graciosa y tus maneras de pequeñita, ni
tu ternura, tu dedicación, tu índole amorosa. Puede ser que me equivoque, y
que estas cualidades que te atribuyo sean una ilusión mía, pero no creo que lo
sea y, de haberlo sido, sería torpeza mía el habértelas atribuido.
No sé qué quieres que te devuelva (cartas o qué otras cosas). Yo preferiría no
devolverte nada, y conservar tus cartitas como memoria viva de un pasado
muerto, como todos los pasados; como alguna causa conmovedora en una
vida, como la mía, en la que el progreso de los años va parejo al progreso de la
infelicidad y de la desilusión.
Te pido que no hagas como la gente vulgar, que es siempre ordinaria; que no
me vuelvas la cara cuando pase a tu lado, y que entre tus recuerdos sobre mí
no esté el rencor. Quedemos, uno para el otro, como dos conocidos de infancia
que se amaron un poco cuando fueron niños y que aunque en la vida adulta
hayan seguido otras afecciones y otros caminos conservan siempre, en un
rinconcito del alma, la memoria profunda de su amor antiguo e inútil.
Esto de “otras afecciones” y de “otros caminos” es de tu incumbencia, Ofelita,
y no de la mía. Mi destino pertenece a otra Ley, de cuya existencia ni te
imaginas, y está cada vez más subordinado a la obediencia de Maestros que
no permiten ni perdonan.
No hace falta que comprendas esto. Basta que me recuerdes con cariño como
yo, inalterablemente, te recordaré.
————--
(1) Osorio era uno de los trabajadores de la imprenta de la que Pessoa era
socio y Ofelia empleada, encargado de servir de correo entre los amantes.
(2) Dupin es donde Ofelia empezó a trabajar como secretaria después de salir
de la imprenta de Pessoa y a donde él iba a buscarla después del trabajo. La
empresa se llamaba Casa C. Dupin y estaba en el Cais do Sodré, en Lisboa.
(3) A. A. Crosse, pseudónimo con el que Pessoa se presentaba a algunos
concursos de acertijos en un periódico inglés.
(*) Todas las traducciones hechas a partir del original Fernando Pessoa. Cartas
de amor a Ophélia Queiroz (Ática, Guimarães, 2009).
Traducción: Raquel Madrigal