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HISTORIA DEL
PENSAMIENTO FILOSOFICO Por J o S E V A
INTROOt:
l.as Vanrras drl P n amirnto Filns6firo Porsía.-Ra:wn -Religión
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S 1 c. amin:uno el panorama d 1 p nsami nto u su njunto, hallaremos qu , no ob tant · la vari dad innum rabi • el su m, ncra , e fá il distinguir tr ·s tipo · d • c.·pr ión r urr ·nt - y fundarn •ntal : ·1 pen ·· miento ¡ 'tic ; el pensami •nt fi1 sófico y el pcn ami nt rcligi o. Lo trc · tipos a í indic. do no de ·cnvuclvcn egún rigurosa causalidad hi tórica o jedLrquica, sino que má hi n alternan y s mbinan gún el carácter y 1 n e idade · d lo individuo y de la: él>OC."Ls. Hay sin cmbarg , ci rto ritmo de preced •ncia . En lo · albore de la hi toria, el pen amiento poético lo engloba todo; el pensamiento filo ófico se da con po~lerioridad o no se da en un gran número de pueblo . El pensamiento religioso, latente de de lo · e mienz · e el remate de una serie de e fuerzo , la ínt sis obrenatural que cierra el ciclo de una era, una cultura. La India nos dernue tra la consumación progresiva de los tres período . En Grecia también, la filosofía vuelve a lo religioso con Platón.
El pensamiento poético halla sus representantes genuino en la serie de los inspirados que comienza con el vate y termina en el profeta. El pensa· miento fi losófico se inicia con representaciones en ualistas y física del mundo como Capila en
la India y Tales en Grecia, y concluye de por sí en la sofí tica presocrática, en la lingüística de la escuela Nyaya del Indostán. Para llegar al sistema, el intelectuali mo de los sofistas, tiene que combinarse con la ética en Sócrates y en Aristóteles, con la teología en Santo Tomás. El pensamiento religioso propiamente tal, comienza en los mismos himnos de la poesía y en los exorcismos, las oraciones de los sacerdotes, para realizarse al fin en la revelación de los grandes videntes.
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SCONCE LO S
Publicamos la introducción que lOSE V ASCONCEI.OS poue a su reciente y valioso libro "Historia del Pensam-iento Filosófico", obra cttyos originales se enwcntran ya en poder de esta Editorial y que muy e1t breve entrará en prensa.
ada civilización produce su Libro Santo, su rfoi és y sus Budas. Pero propiamente sólo la
India, recia y Judea han dado personajes de categoría universal más que nacional. Y el ciclo de lo Iluminados se cierra con Jesucristo, el anunciado de los profetas, colocado más alto que toda la trad ición indostánica entera y como un pináculo que marca la división de la historia del pensamiento en dos épocas separadas y definitivas.
Al comienzo de las grandes culturas, el poeta reúne los caracteres del filósofo y del vidente. Como el Valmiki de los vedas o el Orfeo griego. Ambo explican el mundo por medio de síntesis poéticas.
E n otros pueblos aparece primero el Vidente místico; tal Moisés que a un tiempo formula la ley in pirada y es poeta de la acción y filósofo moralista. En el caso de Platón tenemos el filósofo que evoluciona hacia el poeta y se asoma al poderío del místico. Ya antes Homero poeta se hacía maestro de humanas sabidurías en la Odisea, y vidente del más allá en su excursión al hades.
Hay también el poeta menor que no llega a filósofo . ni se asoma a la mística; así como existe el caso de filósofo puramente intelectualista, sin sentido poético, ni preocupación mística, ¡x}r ejemplo Hegel.
T;,unbién en lo religioso se dan casos ciegos, de santón que vive de rezos, sin capacidad filosófica ni gusto artístico. En cambio el hombre religioso cabal es como San Pablo, a un tiempo gran poeta de visiones sublimes, razonador poderoso y descubridor, definidor de caminos en lo invisible. Y no es cuestión de épocas ; en pleno siglo catorce, después de Santo Tomás y de San Francisco se da el caso del Dante que vuelve a formular, en tér-
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minos poéticos, la síntesis de la cultura de una edad.
En lo esencial se caracteriza cada uno de los tipos que venimos examinando por el elemento de que se vale para expresarse. El poeta piensa con imágenes ; el filósofo con ideas, el místico piensa con la fantasía que capta reveléi;ciones y construye arquitectura poético racionales, trascendentales.
El pensar poético en ejercicio de una libertad, cuyo ritmo nace de la vida misma, nos da visiones atrevidas y esplendorosas, pero fragmentarias e ingenuas. El poeta no ha pasado por la prueba de la duda y del discurso y su imaginación se deja llevar de las sugestiones irresponsables de la analogía y la metáfora. El hombre de religión, en cambio, es un poeta que fue filósoio y di~;ige su imaginación, exaltada en fantasía; por los can1inos rigurosos del sentido sobrenatural.
El filósofo limitado al ejercicio racional, se agotaría en las oposiciones sin término de la dialéctica, si no llegase en su auxilio, constantemente, el instinto del místico que le señala las intenciones, la finalidad del ejercicio pensante. En todo caso es el místico quien realiza la suprema síntesis, y lo hace por fantasía dominadora que usa el discurso, tal y como el artista arquitecto aprovecha la ingeniería, únicamente como armadura de una obra que en su consumación supera la mecánica.
El filósofo se queda a menudo en la ingeniería, sin llegar a la arquitectura. Le falta, . por lo común, al filósofo el sentido de la música, el defecto que sutilmente señaló Platón en la doctrina de Sócrates. La sinopsis del filósofo es casi siempre formal. A menos que el filósofo sea también un místico de tipo Platón o Plotino, San Agustín o Bergson; en tales casos el pensamiento se vuelve síntesis dinámica que capta el sentido de la creación.
Pero, en general, el filósofo se queda ocupando el período intermedio de cada cultura, entre la • adivinación poético mística de ' Jos vates y los profetas y la construcción final religiosa de los videntes.
Así, por ejemplo, Aristóteles, colocado entre el mundo antiguo poético y la revelación cristiana mística. Así también Santo Tomás formulando el sistema racional que llegará a expresión poético mística en el poema del Dante.
Y una de las circunstancias más extrañas del panorama filosófico histórico es la comprobación de que, son estúpidas, en su mayoría, las razas y los pueblos, y apenas unas cuantas logran revelacff>nes totales profundas, como la de los hebreos en religión, como la de los griegos en filosofía. Los trechos de sombra son largos y están dominados por la brutalidad de la historia. La
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claridad es privilegio raro. Razón de más para cuidar, cQn esmero, las lenguas escasas del fuego celeste.
Por lo pronto, a nuestra edad le ha correspondido alcanzar un mayor acierto en el dominio de lo real, una técnica que no se sospechaba hace dos siglos. Los fundamentos de esa técnica son los de la ciencia positiva y es indispensable señalar el sitio que dicha ciencia ocupa en los cuadros más amplios de la filosofía.
La filosofía abarca todo lo pensable y todo lo piensa, según principios. La mayor parte de estos principios no los da el mundo exterior, no nos vienen de la experiencia; por ejemplo, que una cosa no puede ser y dejar de ser al mismo tiempo, o que dos paralelas no se juntan. Afirmaciones semejantes son parte de un conocimiento teórico que hallamos ya construido y operante en nuestra conciencia. El hombre antiguo pretendió hacer ciencia positiva con estos preceptos y fracasó, precisamente porque poseen validez teórica, sin aplicación exacta a la práctica.
Y el hombre moderno creó la ciencia positiva desde que comenzó a aplicarle sus métodos propios, la observación y la experiencia viva que repite los procesos de lo natural, o bien la inferencia que suma datos y establece generalizaciones, como en las ciencias de la naturaleza y en la sociología.
De suerte que, en términos generales, la distinción de ciencia y filosofía se precisa diciendo que la ciencia estudia los fenómenos que caen bajo el dominio de los sentidos, procurando englobarles el acontecer en alguna de las disciplinas teóricas formales, la matemática, o la simple regularidad de las leyes que descubre la observación. Por su parte la filosofía se ocupa . de investigar el problema de las condiciones y la validez del ejercicio mismo de la mente y, en seguida, bien sentados los principios teóricos del pensar, la filosofía procurará coordinar las leyes inductivas, series de hechos de la ciencia y los preceptos generales y axiomas de la mente dialéctica.
Pero se habrá advertido ya, de inmediato, lo reducido del papel del filósofo que acepta conformarse con ser un teórico de la epistemología, un simple técnico de la razón raciocinante. A esto redujo la filosofía, la escolástica y a esto pretenden llevarla de nuevo los idealistas del hegelianismo y sus sucesores. Pero la filosofía tiene que volver a lo que fuera en la antigüedad; juicio despejado y congruente sobre todas las cosas pensables, incluso las cosas que la superan, como los asuntos religiosos y místicos. Para cumplir esta misión vasta y obligatoria, la filosofía moderna, no se conforma con ser una epistemología, ni una ontología, sino que usa el aparato entero de la con-
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ciencia y éste se desenvuelve en tres disciplinas fundamentales: Metafísica de las ideas, aplicable más bien a lo físico, en el sentido de Bergson, y su teoría de que la inteligencia se relaciona con la naturaleza de Jos sólidos ; E ti ca -o disciplina de los valores de la conducta; y Estética o ciencíe de las formas, las leyes del proceso de la belleza y sus relaciones con los seres, las existencias que nos trascienden. De esta suerte una filosofía cabal es aquella que, por una parte, se alía a la ciencia objetiva, se confunde con ella, para darnos razón del mundo sensible; se confunde después con la moral para darnos, no sólo razón discursiva, también el propósito de los actos morales; y filosofía estética que estudia las maneras propias del espíritu en su relación con el arte y lo trascendente. Y lo curioso es que la razón que se acomoda casi con exactitud a las maneras de la física, las leyes de lo sólido, tiene que recurrir a los modos de la imagen, a los modos de la fantasía cuando trata de aplicar el juicio a los procesos del orden espiritual superior.
En fin, recapacitando y con las salvedades ya apuntadas y las que se indicarán después, afirmemos que el pensamiento· recorre en las .civilizaciones que completan su ciclo, los tres períodos ya indicados: I. Poético mítico en que predomina la explicación por imágenes y a todo se otorga la divinidad confusa y panteísta de lo indiscriminado. II. El período discursivo o filosófico que se empeña en hallar la explicación racional de las cosas, lo que da origen a dos tendencias: la sensorial o materialista y la espiritual idealista, y finalmente, III. El período religioso en que un gran inspirado sintetizador, im Buda para la India, un Cristo para la humanidad, formula una visión coherente del destino humano en su totalidad, reducido el mundo objetivo a simple marco de la acción trascendente que es la importante.
Surge, desde Juego, el riesgo de incluir en la filosofía lo que es poesía y de confundir religión con dialéctica, etc., etc. Se evitarán fácilmente estos yerros si recordamos que lo esencial de la filosofía, según el plan que nos hemos trazado en la presente obra, es lo que ella tiene de intento de explicación de la totalidad del mundo y el hombre que en él se desenvuelve. Si a este respecto nos da una solución la poesía, como suele hacerlo en el mito, esa solución debe ser vista como asunto de filosofía. Y lo mismo ocurrirá con las. soluciones de procedencia religiosa. Semejante criterio de amplitud nos librará del particularismo, más odioso en filosofía que en cualquiera otra materia, y a la vez nos permitirá apreciar mejor los sistemas filosóficos que, en sus
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grandes manifestaciones son producto de todas las facultades superiores de nuestra naturaleza.
En todas las épocas el verdadero filósofo, casi siempre un creador de sistema, tiene que ser un poco poeta y un mucho profeta; un hombre, además, de capacidad religiosa y no un simple concatenador de silogismos a la antigua, o de ecuaciones matemáticas, a la moderna. Lo esencial de la filosofía, la estimación de los valores, sólo se logra con criterio, que, sin separarse del mundo, se coloca por encima de él. Y esto ya es religión.
Hicimos ya notar que el filósofo genuino es un hombre de discurso, más que de himno y alabanza. Y así se explica que el filósofo empiece por el período intermedio del desarrollo trino que venimos postulando, es decir, el período · racional. Después de los Vedas, vienen los Upanisadas en la India, y después de los mitos poéticos de Hesíodo, aparecen Tales y los físicos en Grecia, dando forma escueta, lógico material al mito. Pero sucede que en los sistemas avanzados de pensamiento, la razón misma devuelve al filósofo al terreno de la poesía y -el mito, como en Platón, por ejemplo. La causa es muy sencilla y se nos da en el análisis kantiano. Este análisis será ·otra guía de nuestra investigación en el curso de la presente obra.
Consiste, como se sabe, en distinguir las operaciones de la mente raciocinante que piensa, según formas mentales, espacio, tiempo y con ellas construye idea; en seguida usa el juicio práctico que nos sirve para apreciar los valores de la moral y, por último, ejercita las operaciones especiales del gusto, o sea el juicio estético.
La razón pura nos da la ciencia, tanto la ciencia práctica positiva, como la llamada ciencia ontológica de los metafísicos. La razón práctica nos permite apreciar los actos, juzga la conducta; de este ejercicio se derivan las filosofías morales elesde Pitágoras y Sócrates y los estoicos a la fecha. En tercer lugar, el juicio estético nos da cuenta de los modos del arte y asimismo en la mística nos enseña el contenido profundo de la idea religiosa.
Y al final del desarrollo filosófico, los términos mentales se invierten para corresponder otra vez a poesía, filosofía, religión y así tenemos en la filosofía estética: poesía y religión como fin; razón práctica como medio, razón teórica como explicación exterior formal de todo el transcurso del proceso.
A partir de los tres sistemas de pensar, ya indicados, se desenvuelven todas las filosofías, se producen las artes y se acumula el caudal literario. Y aunque a menudo la abundancia de las
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obras creadas, ocasiona vértigo y desorienta el juicio, siempre será fácil reducir lo esencial de cada expresión nueva, a las directivas centrales acabadas de precisar. Por otra parte, es inútil buscar en ellas, la realización de un progreso riguroso del pensamiento histórico. Todo cuanto es consumación espiritual se da en los individuos y según ritmo alternado, contingente, no evolutivo. Reconociendo esta vieja verdad Windelband afirma en el prólogo de su "Historia de la Filosofía": que las concepciones fundamentales del hombre, acerca de su mundo y su vida, son el producto de una variedad de "momentos individua-les del pensamiento". Y el estudio, el conocimiento de estos momentos de síntesis de la reflexión humana, es indispensable a toda persona que desee obtener una noción consciente de su propia manera de ver las cosas, pues todos pensamos consciente o subconscientemente, según algún sistema de filosofía o según la confusión creada por varios sistemas imperfectamente asimilados. Nadie puede pensar en el mundo y su destino sin hacerse un secuaz de alguno de los grandes sistemas. Todas las ideas que usamos corrientemente proceden de alguna de las concepciones generales que la historia de la filosofía registra. En el uso corriente, dichas ideas se gastan, degeneranhacia el lugar común ; de allí la necesidad d'e informarnos acerca de su origen y su enlace con la gran tradición, si queremos salir de la ramplonería mental, de la vulgaridad conforme al espíritu, si queremos aseamos y organizarnos la mente.
Por eso el estudio de la historia de la filosofía es capítulo esenc~l de toda educación completa. Y en vano ciertas mentalidades perezosas repudian estos estudios, con el pretexto de la inestabilidad, la imperfección de los sistemas. A es~e respecto, el mismo Windelband observa que los problemas filosóficos son de aquellos a los que no puede escapar la mente en ninguna edad. Las soluciones son temporales, pero los problemas son eternos. La constancia de las necesidades del espíritu a través de los tiempos, determina la aparición de esas explicaciones rítmicas en el proceso filosófico. Por ejemplo, la intermitencia señalada por ¡Víctor Cousin, según la cual los sistemas se producen en el orden obligado que sigue: sensualismo, primero, que sólo atiende al dato de los sentidos; idealismo, en la época más avanzada en que la mente se da cuenta de su poder propio ; luego .el escepticismo provocado por la multiplicidad y divergencia de los sistemas y, por último, misticismo, en las etapas vigorosas y totalitarias.
Sin embargo, advierte Windelband : "Todos los sistemas son creaciones individuales que guardan,
con sus cre¡~,gQrc;s1 1ª -relél<;i9n de IJIH\ obra de arte
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y el éxito de muchos de ellos depende de la poesía de sus ideas".
En todo caso el estudio de la filosofía es de una importancia capital como disciplina del espíritu. Pues nos educa la filosofía en la tarea de imponer a la realidad exterior normas nacidas de nuestra conciencia. El contraste que en seguida se produce entre lo que pensamos como orden y lo que la naturaleza realiza en la sucesión mecánica de sus cambios, nos despierta la convicción de que somos una actividad independiente del mundo físico. Y la idea del espíritu se nos aparece ligada con un orden, un sistema que se da en la propia conciencia, más bien que en el universo exterior. Nos acostumbramos, de esta suerte, a separar la acción de la mente, de la acdón del mundo y, en consecuencia, a diferenciar nuestra personalidad de la naturaleza de las especies. Se engendra entonces en nuestro ánimo la convicción de que hay algo en nosotros que, por ser, en cierto modo, independiente de las circunstancias del mundo físico, bien podría sobrevivirlo. Y la idea de un alma de consistencia mayor que la del cuerpo, se nos aparece como una conse· cuencia obligada de la causalidad lógica que no crea antecedentes que no se resuelvan en las consecuencias naturales de un desarrollo. Resulta, por lo tanto, ilógico que la extinción del cuerpo, simple caso de la fisiología, arrastre consigo el porvenir de la mente, que ya desde esta vida se mueve en un plano superior al de la acción ordinaria biológica.
L;: índole peculiar de la mente y la fecundidad de la naturaleza que constantemente inventa formas acomodadas a cada nuevo germen activo, determinan en seguida la convicción de que el alma iluminada de filosofía, ejercitada en la autónoma consideración de su mundo, será capaz de crearse una estructura más de acuerdo con· sus exigencias latentes, que la estructura del cuer-po atrasado y perecedero. Esta convicción, que para el vulgo ilustrado es motivo de risa en todas las épocas turbias, reaparece inquebrantable a través de la historia de la filosofía, en todos los grandes espíritus, desde los Upanisadas hasta Só· crates y de Sócrates a Kant. Renunciando este último a demostrar la inmortalidad del alma por vías de razón, halló, sin embargo, las determinaciones del imperativo categórico que, por lo mismo que no se cumplen en el planeta, están exigiendo alguna ocasión, algún territorio para realizarse. La intuición de que esta patria del alma ha de existir en algún sitio, se confirma, según se ahonda en el estudio de la naturaleza y se ad· vierte que ella tamp<X.:o realiza trabajo ocioso; .
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al contrario, una v z que
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es cuestión de época, ni siquiera de raza, sino de temperamento, y que la filosofía es esencialmcltfe el complemento de la cie11cia en la sí11tesis de la sabid!tría" ... "Epistemología, fenomenología, lógica, son ramas importantes de la ciencia, pero ha resultado un mal sin alivio que por el predominio de las ciencias filosóficas especiales e haya perdido el sentido de la síntesis viva". ( l)
Y Brehier en su reciente historia de la filosofía e pronuncia también contra la idea de la · paración radical del pensamiento filosófico y el poético y el religioso, pues dice, ello equivale a considerar el peusamiento filosófico como 1m
teorema a probar, o sea una tesis de. escuela e1t lugar del pensamiento vivo que es inseparable del cOIJjullto del cual es tmo de los aspectos". Y rn tra on idcración exclama el propio Brehier: " o hay filosofía donde no se manifieste un esfu rz de ordenación jerárquica de los valores". Y • t "aunque constantemente la filosofía se in ·line, ya ca a la ciencia, ya a la política o a ], religi 'no al arte". (2)
P ro i no es legítimo limitar la disciplina filo · fica a lo problemas de conocimiento racional ímicam ntc, í n cambio, aun para 'el esfuerzo . d aharcar todo los aspectos del pensamiento, e indi pen able distinguir con precisión los caractere del pensamiento poético, el filósofo o raci na! y el religioso. Y dentro de la filosofía · raci na! lo que con tituye la ciencia y lo que constituyen la experiencia y la práctica. El reconocimiento claro de todas estas diferencias es lo que con tituye el pensamiento culto et}1X>sición del pensauuento indeterminado y confuso del vulgo. Mucho e· lo que se ha escrito a este respecto, y tendremo que conformarnos con señalar algunas de la· di tinciones más generalmente aceptadas.
e ha dicho, por · ejemplo, que la filosofía nos da un saber de inteligencia· pura, saber desitlteresado; en tanto que la ciencia nos da un saber práctico, saber de dominio sobre las cosas. Esto último es verdad de la ciencia aplicada, pero la ciencia teórica se confunde casi con la filosofía de la tazón, ~uando ·-investiga los principios de u saber, las leyes y c-Ondiciones de su experien
cia. Y por su parte la religión se distingue de la filo ofía en que nos da un saber de salvación, una mezcla armonizada de ciencia y práctica que sirven al alma para consumar su destino más allá del tiempo. A su vez el arte nos da un saber de disfrute; ya no conocimiento desinteresado, sino
( l) Crea ti ve Undesrtanding.-New York 192 9, P.ig. 125. '
(2) )3rehier. Histoire de la Philosopbie. Opus cit.
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conocimiento de goce pleno de todas las potencialidades del alma y su mundo.
Pero constantemente reaparece la interpretación más amplia de la filosofía en el sentido de ciencia del conjunto y de explicación de la totalidad del conocimiento. La relación recíproca de las diversas ciencias y de las ramas todas del saber, las artes, la historia, las lenguas, todo es en cierto sentido, parte del material del filósofo. En estos casos, lo que distingue la síntesis filosófica de la síntesis religio a es que la filosofía busca la unidad en el terreno simplemente racional. l\Iás allá, la unidad místico estética ya no se da propiamente en la fibsofía, sino en el principio sobreracional que el arte o la religión postulen.
Desde el comienzo han subsistido ciertas oposiciones, inadaptaciones del pensamiento filosófico entendido como ejercicio racional puro, y el pensamiento derivado de la impresión artística y de la revelación, la experiencia místico religiosa. En la actualidad es más fácil resolver estas diferencias de posición, gracias a la diferenciación consumada por Kant, ya señalada anteriormente como la base de nuestras propias clasificaciones, la separación de juicio formal, juicio ético y juicio estético. La filosofía estética, descubrimiento de los últimos tiempos, y todavía no del todo aprovechado, nos proporciona los medios ele cohonestar el pensamiento racional con el pensamiento religioso a través de procesos que están en nuestra propia índole, y que constantemente elevan el pensamiento formal a la categoría viva del pensamiento artístico. De esta suerte el arte representa el comienzo de lo religioso.
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Se sabe hoy que el pensamiento formalista tenido por algunos como tipo de pensamiento exacto es no sólo artificial, también es inexacto a tal punto que no halla su réplica, ni en la realidad de la materia ni en la realidad del espíritu. En el exterior la materia no se desenvuelve según geometría formal de líneas y planos sino por momentos de vibración dinámica, por procesos que plasman en estructuras regulares y aún típicas, pero temporales e imperfectamente delimitadas, dispuestas siempre a vertirse en otro momento estructural análogo. Y también en el mundo del espíritu, la forma no es otra cosa que esquema directivo '/ aproximado de un proceso inestable, capaz de cambio y mejoría.
Todo esto obliga a ensanchar los cuadros de la filosofía a objeto ele que alnrquen la ley que rige el vibrar periódico que lhmamn!l cuerpos y las tendencias conscientes de la voluntad, las inquietudes y las esperanzas melodiosas del alma. Por eso también hemos preferido llamar nuestro libro Historia de1 Pensflmiento Filosófico y no simplemente Historia de la Filosofía, para que pueda ocuparse de las hipótesis de los poetas, sin las cuales, el filósofo no pasaría de ser un lógico y de la verdad religiosa, sin la cual, el hombre estaría, en lo espiritual, como los enanos de. raza que se han quedado perdidos en t>l centro del Africa.
Colocados nosotros en estatura reafirmamos que son tres las maneras fundamentales del pensamiento filosófico : poesía, discurso y religión ; imágenes incoherentes ; dialéctica ordenadora y fantasía que construye la verdad según las dotes más elevadas de la conciencia.
LA VISITA DEL ESPECTRO Po~
JOSE Ma. SALAVERR1A
A Q CI está Don Quijote ele la Mancha, tal como salió por primera vez al mundo. Con su mismo traje original. Es decir, con las erratas de imprenta, la composición un poco torpe y las letras borrosas con que abandonó el taller del impresor Juan de la Cuesta en el año 1605, dispuesto a combatir contra el más fiero y poderoso de los gigantes: el Público. y lo venció. Fue la única vez que Don Quijote derrotó a un terrible enemigo, y casualmente con ólo las armas de la fantasía.
Con Baroja, Unamun·o, Maeztu, Basterra, etc., es lOSE MARIA SALAVERRIA uno de los escritores vascos que, a partir de las proximidades del 98, vinieron q, dar nuevo interés y enjundia a la literatura castellana. Su segundo libro ((Vieja España'', alcanzó a ser prologado por don Benito Pérez Galdós, e~t quien, por cierto, hunde una de sus más fuertes raíces toda aquella generación neoromántica y realista.
¿Cuántos ejemplares quedan en el mundo de aquella primera edición? Para contemplarlos es preciso ir a unas pocas bibliotecas privilegiadas que guardan, naturalmente, sus preciosos volúmenes con una avaricia y reserva bien justificables. Pero hoy, no hace falta molestarse. El arte de la