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2016 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado (Edición).
Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
La verdadera devoción a la Santísima Virgen. Federico Salvador Ramón
Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia
Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La
Inmaculada Niña.
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La verdadera devoción a la
Santísima Virgen
Luis María Grignion de Montfort
POR
FEDERICO SALVADOR RAMÓN
Parte Primera
Edición actualizada por
María Dolores Mira Gómez de Mercado
Antonio García Megía
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ÍNDICE General
INTRODUCCIÓN Y CRITERIOS DE EDICIÓN ................................................................... 7
SOBRE LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT .................................................................. 9
LAS RAZONES DEL PADRE FEDERICO ............................................................................... 11
EN TORNO A ESTA EDICIÓN ............................................................................................... 14
EL TEXTO DEL PADRE FEDERICO SALVADOR RAMÓN .................................................. 17
ACLARACIONES ................................................................................................................ 19
CAPITULO I ......................................................................................................................... 25
ARTÍCULO I ..................................................................................................................................... 25
GRANDEZAS DE MARÍA ............................................................................................................... 25
ARTÍCULO II .................................................................................................................................... 30
DIOS HA QUERIDO SERVIRSE DE MARÍA EN LA ENCARNACIÓN .............................................. 30
ARTÍCULO III ................................................................................................................................... 36
DIOS QUIERE SERVIRSE DE MARÍA EN LA SANTIFICACIÓN DE LAS ALMAS ........................... 36
ARTÍCULO IV ................................................................................................................................... 54
OFICIO QUE HARÁ MARÍA, ESPECIALMENTE EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS ............................. 54
CAPITULO II ........................................................................................................................ 91
ARTÍCULO I ..................................................................................................................................... 91
VERDADES FUNDAMENTALES .................................................................................................... 91
ARTÍCULO II .................................................................................................................................. 135
LAS FALSAS DEVOCIONES A LA SANTÍSIMA VIRGEN......................................................... 135
ARTÍCULO III ................................................................................................................................. 150
LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN ........................................................ 150
ARTÍCULO IV ................................................................................................................................. 154
ANUNCIOS PROFÉTICOS ACERCA DE ESTA PERFECTA DEVOCIÓN ....................................... 154
SOBRE LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT
San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), Beato para el Padre Federico
ya que fue elevado a los altares por Pío XII el 20 de julio de 1947, es fundador de los
padres Montfortianos y de las Hermanas de la Sabiduría.
Nacido en Montfort, Francia, es universalmente conocido por su Tratado de la
verdadera devoción a la Santísima Virgen, manuscrito fechado hacia 1712 y editado por
primera vez en 1843.
El Tratado propone un camino hacia la santidad, «la práctica de devoción que yo
enseño», basado en los estudios y experiencias sacerdotales, misioneras y místicas vividas
por su autor, «estoy escribiendo lo que durante tantos años he enseñado en mis misiones
pública y privadamente con no escaso fruto»1, que descubre la función de la Virgen María
en el plan divino de la salvación y en la vida bautismal y apostólica del cristiano. Práctica
nada fácil como él mismo advierte:
«Yo no he conocido ni enseñado práctica de devoción hacia la Santísima Virgen
semejante a la que voy a decir, que exija de un alma más sacrificios por Dios, que
la vacíe más de sí misma y de su amor propio, que la conserve más fielmente en la
gracia y a la gracia en ella, que la una más fácilmente a Jesucristo y, en fin, que sea
más gloriosa para Dios, más santificante para el alma y más útil al prójimo»2.
El manuscrito sale a la luz en 1842 y se convierte en uno de los libros más
apreciados de la moderna historia de la Iglesia Católica. Se desconoce el título original de
la obra al faltar algunas páginas del inicio y del final. Tratado de la verdadera devoción
a la Santísima Virgen es la opción elegida por los responsables de su primera edición.
Tampoco la distribución en párrafos es de San Luis María. Se generaliza y admite
universalmente la incorporada en una edición italiana de 1919.
1 Tratado. Número 110. 2 Tratado. Número 118.
Pese a la evolución de las sensibilidades sociales consecuentes con el devenir del
tiempo transcurrido, la Iglesia Universal de hoy, la Iglesia del Concilio Vaticano II, toma
en consideración al santo de Montfort como «uno de los apóstoles e intérpretes más
autorizados de la presencia y función de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia».
El interés que, sin duda, ha suscitado el Tratado se debe a la densidad de
significados y valores que encierra. Se trata de un libro que expone, en lenguaje popular,
sencillo, conciso y convincente, una doctrina sólida y profunda inspirada en testimonio
de vida entregada y experiencia apostólica.
Un autor anónimo es el responsable del siguiente epitafio grabado en la sepultura
que atesora los restos mortales de San Luis María:
¿Qué miras, caminante?
Una antorcha apagada, un hombre a quien el fuego del amor consumió,
y que se hizo todo para todos, Luis María Grignion Montfort.
¿Preguntas por su vida? No hay ninguna más íntegra,
¿Su penitencia indagas? Ninguna más austera.
¿Investigas su celo? Ninguno más ardiente.
¿Y su piedad Mariana? Ninguno a San Bernardo más cercano.
Sacerdote de Cristo, a Cristo reprodujo en su conducta, y enseñó en sus palabras.
Infatigable, tan sólo en el sepulcro descansó,
fue padre de los pobres, defensor de los huérfanos,
y reconciliador de los pecadores.
Su gloriosa muerte fue semejante a su vida.
Como vivió, murió.
Maduro para Dios, voló al cielo a los 43 años de edad.
q BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
1996. FERNÁNDEZ, Jesús, San Luís María de Montfort, Esin, Barcelona.
1979. GRIGNION DE MONTFORT, Luís María, Pío SUÁREZ Y Marcel CENDROT, Abrid a Jesucristo, Biblioteca
de Autores Cristianos. España.
2003. GRIGNION DE MONTFORT, Luís María, Obras completas, edición de PP. Pío Suárez, José Aurelio
Rozo y Miguel Patiño, Ediciones Montfortianas del Centro Mariano Monfortiano, Bogotá.
2004. GUITTENY, Bernard, «La verdadera devoción a la Santísima Virgen según San Luis María Grignion
de Montfort» en El caminar histórico de la santidad cristiana: de los inicios de la época
contemporánea hasta el Concilio Vaticano II. Coord., por Josep Ignasi Saranyana Closa, Juan
Antonio Gil Tamayo, María Rosario Bustillo, Eduardo Flandes, Santiago Casas Rabasa,
Universidad de Navarra, Servicio de Publicaciones. Pp 413 – 426.
2011. NDONGO MINKALA, Abraham, «El camino de la santificación según San Luis María Grignion de
Montfot», Cuadernos Doctorales de la Facultad de Teología, Volumen 58, Universidad de
Navarra, 279-357.
1988. REY-MERMET, Théodule, Luis María Grignion de Montfort, 1673-1716, La Editorial Católica,
Madrid.
LAS RAZONES DEL PADRE FEDERICO
Justifica el padre Federico en el artículo titulado «Prolegómeno a una nueva
sección. La esclavitud mariana», aparecido en el número 22 de la revista Esclava y Reina,
la serie de comentarios que, sobre el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima
Virgen, se apresta a publicar. Y lo hace tomando como pie para ello algunas crónicas que
en torno al I Congreso Nacional Mariano-Montfortiano, celebrado en Barcelona en 1918,
difunden prensa e instituciones diversas.
Reproduce, entre otras, las palabras del Director del Boletín Trimestral del Centro
Detortense de Acción Católica:
«Con satisfacción íntima de mi alma me ha cabido la suerte de ser testigo
presencial del Primer Congreso Mariano Montfortiano que acaba de celebrarse
en Barcelona.
Ingenuamente he de confesar que ha superado mis esperanzas y las de todos
los congresistas la mentada Asamblea Mariana. Ha constituido muy glorioso y
fausto acontecimiento, que formará época en los anales de la Esclavitud de
María, pero conviene no dormirnos sobre nuestros laureles méritamente
conquistados. Al efecto, seamos prácticos, eminentemente prácticos. Prácticos
en el modo de encauzar las discusiones, prácticos para redactar las conclusiones,
prácticos para adoptar medios adecuados al exacto e inmediato cumplimiento
de las mismas y prácticos, en fin, para imprimir carácter de estabilidad y
permanencia a la estricta observancia de dichas conclusiones, nombrándose
comisiones diocesanas que velen por el escrupuloso cumplimiento de lo
acordado […]. Pero además conviene una larga preparación para que en su día
se celebre en España un congreso Internacional Mariano Montfortiano como
se intenta. Antes necesario es conocer bien la doctrina del Beato Montfort,
procurando divulgarla por todos los medios posibles, y precisa que el indicado
Congreso estudie detenidamente en varias secciones la Teología in genere
mariana y la especial del referido Beato, concretando, al estudiar ésta, la
doctrina acerca de la esclavitud Mariana».
Pascual López. Dean
A partir de ello, el padre Federico expone la siguiente reflexión:
«Considerando esta aparente ignorancia del espíritu montfortiano que debía
formar el suave ambiente en que vivieran los congresistas en Barcelona, nos
atrevemos a recordar, como indicio que nos puede llevar a la más satisfactoria
explicación de esa especie de mutismo habido en el Congreso de que tratamos,
estas palabras del Beato Luis María Grignion de Montfort:
Preveo que saldrán fieras espantosas que enfurecidas intentarán
destruir este humilde escrito y a aquel de quien el Espíritu Santo se
ha servido para escribirle, o a lo menos esconderle en las tinieblas y el
silencio de un cofre a fin de que no aparezca, y hasta atacarán y
perseguirán a aquellos y aquellas que le lean y le pongan en práctica.
¿Será mucho aventurar si decimos que esas mismas fieras, que escondieron el
efecto embriagador que en él se respira se disipe por miles causas y pretextos,
que hasta sean tenidas por muy dignas de ser tomadas en cuenta por doctos
y piadosos?
Mas, nosotros, aun suponiendo que así fuese, nos sentiremos siempre animados
por las palabras del Beato Luis que continúa las anteriores diciendo:
Pero no importa. ¡Mejor todavía! Esto mismo me alienta y hace esperar
un gran éxito, es decir, un gran escuadrón de bravos y valientes
soldados de Jesús y de María, de uno y otro sexo que combatirán al
mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida en los tiempos de
peligro que han de venir como jamás los hemos vistos. Qui legit,
intelligat . Qui potest capere, capiat.
Y más adelante continua:
«Esto prenotado, y por tales motivos acuciados, nos atrevemos a salir al
palenque intelectual en donde se ejercitan los campeones de la Esclavitud
mariana, desprovistos de la ciencia, erudición y arte de tanto otros
comentadores del Beato Grignion […], pero ansiosos de escudriñar lo que dice
el Beato Luis que tenga relación más directa con la Esclavitud que él profetizó
y que nuestra santa Madre la Iglesia desea ver realizada en el mundo.
No pretendemos hacer disquisiciones teológicas, tal vez sea esta orientación de
los expositores no poca parte a esconder el verdadero espíritu monfortiano.
Nosotros suspiramos por leer tratadistas que estudien La verdadera devoción
con el espíritu que desea el P. Faber3, cuando dice:
Examínela quien quiera por sí mismo, y cuando vea las
transformaciones que produzca en su propia alma, presto se
convencerá de la casi increíble eficacia de esta devoción como medio
para la salvación de los hombres y para la venida del Reinado de Cristo.
3 Reverendo Frederick William Faber, autor de una traducción al inglés, a partir del original francés, del
Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, publicada por Robson, Levey, y Franklyn, en
Londres en 1863.
No reprochamos que los teólogos marianos hallen en las gallardas afirmaciones
del Beato Luis motivos más que suficientes para remontarse, en alas de su
ingenio y sabiduría, a las plácidas y serenas alturas del cielo mariano, pero nos
será grato en extremo topar con escudriñadores de esta nueva Jerusalén, los
cuales se decidan a encontrar y saborear los fecundos destellos de lo sublime
que el Beato deja presentir en su precioso libro, al decir del mismo Padre
Faber:
en él se encuentra, si se me permite expresarme así, cierto sentimiento
de algo inspirado y sobrenatural, que crece a medida que se le va
estudiando, y, cuando uno lo ha leído ya repetidas veces, llega a notar
que nunca envejece su novedad, ni disminuye su abundancia, ni acaba
jamás el aroma y el sensible fuego de su unción.
Permitidme que lo diga cómo lo siento y se me ocurre».
Federico Salvador Ramón da publicidad y comenta la obra de San Luis María,
mes a mes, desde noviembre de 1918 hasta octubre de 1925, dejando en el aire la promesa
de difusión de sus reflexiones como obra unitaria para más adelante.
«Damos por terminado este trabajo, que Dios mediante, publicaremos como
obra aparte, en la ocasión más propicia, sin que por eso renunciemos a seguir
tratando del espíritu de la Esclavitud tal y como nosotros la tenemos en
nuestra alma y deseamos que sea tenido por todos aquellos que sinceramente
deseen la salvación de los hombres, mediante el conocimiento y práctica de
la verdadera devoción a María o de la verdadera consagración a la Inmaculada
Señora.
Que Ella acepte, purifique y haga resplandecer la pureza de nuestros ardientes
deseos de que la Esclavitud a María sea pronto una realidad salvadora en el
mundo, más, que sea, como debe ser, la informadora de todo espíritu de
perfección en las almas. Amén».
Q
EN TORNO A ESTA EDICIÓN
El padre Federico construye su argumentación en base a una traducción del
Tratado realizada por el padre Jesús de Orihuela4, en el mundo Ángel García Gil.
Nacido en Orihuela el día 27 de enero de 1886, viste el hábito capuchino el día 2 de
febrero de 1902 en Masamagrell, siendo ordenado sacerdote en octubre de 1911. Profesor
del colegio de San Buenaventura de Totana, tuvo una presencia muy activa en la
asamblea de sacerdotes de María celebrada en Murcia en 1917, en el congreso mariano
montfortiano en Barcelona de 1918 y en la asamblea regional mariana celebrada en
Valencia en l923. Autor y traductor de numerosas obras, entre ellas el Tratado de la
verdadera devoción a la Santísima Virgen que sirve como base de trabajo a Federico
Salvador, que fue impreso en Totana, en 19155, y posteriormente reeditado en Bogotá,
Buenos Aires, Valencia, Madrid y México6.
Antes de que el lector conozca el análisis que, sobre la obra de San Luis María de
Grignion realiza el fundador de la Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña, es
preciso advertir que la estructura y numeración de parágrafos comentada no coincide con
la que se puede encontrar en cualquier edición del citado Tratado aparecida después de la
italiana de 1919, fecha, como queda dicho más arriba, en que, una y otros, quedan fijados
definitivamente.
Esta «Primera Parte» del Tratado es glosada por Federico Salvador en cuarenta
artículos publicados a largo de más de tres años. En ese tiempo su quehacer literario
cohabita con una intensísima labor apostólica, docente, misionera y fundadora que deja
poco margen para la reflexión, corrección y el reposo. Ello puede explicar ciertos
desajustes y cambios de criterio en la organización de contenidos y de presentación.
A modo de ejemplo, en las «Aclaraciones» previas avanza y detalla la
organización del Capítulo I, pero nada parecido aparece, tampoco posteriormente,
4 1918. SALVADOR RAMÓN, Federico, «La verdadera devoción a la Santísima Virgen», en Esclava y Reina
número 23, Instinción, Almería, p. 10. 5 1915. GRIGNION DE MONTFORT, Louis-Marie, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen,
traducido de la nueva ed. francesa (Pacteau), enteramente conforme al original por el P. Jesús Mª de
Orihuela, capuchino, Administración de El Mensajero de María, Reina de los Corazones, Totana. 6 2011. ANIORTE LÓPEZ, Javier, «Los traductores en la Provincia Capuchina de la Preciosísima Sangre de
Cristo de Valencia», en Lingua, cultura e discorso nella traduzioni dei francescani de Bueno, Antonio y
Miguel Ángel Vega (ed.), Pubblicazione dell'Università per Stranieri di Perugia, Perugia.
E.R. 25
referido al Capítulo II. De igual modo, al inicio del Artículo I del primer capítulo
insertaba un escueto «Sumario», con párrafos numerados que adelantaban los apartados
que contendría, del que carece el resto del articulado de la obra, que, en pro de la unidad
de criterio y su irrelevancia general, se ha eliminado.
Por otra parte, son relativamente frecuentes los errores y olvidos de los cajistas,
especialmente en las citas donde se omiten las comillas de apertura, cierre o ambas. La
propia Dirección ruega expresamente en, al menos, dos ocasiones, disculpas por acciones
de este tipo, alteraciones de orden de líneas…
La verdadera devoción no resulta fácil de leer en la forma en que se publica. Su
formato por entregas fragmenta excesivamente el discurso. Una misma línea
argumentativa suele desarrollarse a lo largo de varios números, con la dificultad que ello
conlleva para captar el mensaje real, especialmente necesario cuando se tratan cuestiones
de carácter teológico-filosófico.
Tampoco ayudan la excesiva longitud de los párrafos o los usos de puntuación de
la época.
En esta edición, respetando al máximo el mensaje y estilo del padre Federico, con
atención especial al uso que hace de las mayúsculas, se ha tratado de dar solución a esos
pequeños defectos tan comunes, por otra parte, en los documentos impresos de hace cien
años.
Así, se han unificado, en la medida de lo posible, variantes y grafías, se han
eliminado las repeticiones y repuesto las omisiones, acortado los párrafos, racionalizado
la puntuación y dado al texto continuidad de libro.
Para los interesados en contrastar el discurso editado con el original, se han
colocado unas apostillas en los márgenes que anotan el número de Esclava y Reina donde
se localiza el texto que se expone.
Esclava y Reina. Número 25
A continuación se anexa una tabla que especifica la fecha y lugar de impresión de
cada uno de los números que acogen a «La verdadera devoción a la Santísima Virgen»
María Dolores Mira y Gómez de Mercado Antonio García Megía
q
FECHA, LUGAR DE PUBLICACIÓN Y NÚMERO DE LAS REVISTAS A LO LARGO DE LAS CUALES SE
DESARROLLA ESTE DOCUMENTO
Nº 23 Noviembre, 1918. Instinción - Almería (España)
Nº 25 Enero, 1919. Instinción - Almería (España)
Nº 26 Febrero, 1919. Instinción – Almería (España)
Nº 27 Marzo, 1919. Instinción – Almería (España)
Nº 28 Abril, 1919. Instinción – Almería (España)
Nº 29 Mayo, 1919. Instinción – Almería (España)
Nº 30 Junio, 1919. Instinción - Almería (España)
Nº 31 Julio, 1919. Instinción - Almería (España)
Nº 32 Agosto, 1919. Instinción – Almería (España)
Nº 33 Septiembre, 1919. Instinción – Almería (España)
Nº 34 Octubre, 1919. Instinción – Almería (España)
Nº 35 Noviembre, 1919. Instinción – Almería (España)
Nº 36 Diciembre, 1919. Instinción - Almería (España)
Nº 37 Enero, 1920. Instinción - Almería (España)
Nº 38 Febrero, 1920. Guadix – Granada (España)
Nº 39/40 Marzo/Abril, 1920. Guadix – Granada (España)
Nº 41 Mayo, 1920. Guadix – Granada (España)
Nº 42 Junio, 1920. Guadix – Granada (España)
Nº 43 Julio, 1920. Guadix – Granada (España)
Nº 44 Agosto, 1920. Guadix – Granada (España)
Nº 45 Septiembre, 1920. Guadix – Granada (España)
Nº 46 Octubre, 1920. Guadix – Granada (España)
Nº 47 Noviembre, 1920. Guadix – Granada (España)
Nº 48 Diciembre, 1920. Guadix – Granada (España)
Nº 49 Enero, 1921. Guadix – Granada (España)
Nº 50 Febrero, 1921. Guadix – Granada (España)
Nº 51 Marzo, 1921. Guadix – Granada (España)
Nº 52 Abril, 1921. Guadix – Granada (España)
Nº 53 Mayo, 1921. Guadix – Granada (España)
Nº 54 Junio, 1921. Guadix – Granada (España)
Nº 55 Julio, 1921. Guadix – Granada (España)
Nº 56 Agosto, 1921. Guadix – Granada (España)
Nº 57 Septiembre, 1921. Guadix – Granada (España)
Nº 58 Octubre, 1921. Guadix – Granada (España)
Nº 59 Noviembre, 1921. Guadix – Granada (España)
Nº 60 Diciembre, 1921. Guadix – Granada (España)
Nº 61 Enero, 1922. Guadix – Granada (España)
Nº 62 Febrero, 1922. Guadix – Granada (España)
Nº 63/64 Marzo/Abril, 1922. Guadix – Granada (España)
Nº 65/66 Mayo/Junio, 1922. Guadix – Granada (España)
q
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
19
ACLARACIONES
1
Dobles serán. Las unas referentes al autor de estas líneas, las otras atinentes al
autor del más excelente de los libros marianos que conocemos, salvando siempre con los
debidos respetos toda comparación, que no tratamos de hacer aquí con la inmortal obra
de nuestra inimitable madre María de Jesús de Agreda titulada Mística Ciudad de Dios.
Por lo que respeta al autor de éstas líneas conviene saber:
1. Que desde el año 1895 me decía Esclavo de la Inmaculada, y hasta dos años más
tarde no conocí el precioso tesoro mariano escrito por el Beato Luis María
Grignion de Montfort.
2. Que cuanto más he leído el libro de La verdadera devoción a la Santísima
Virgen, más me he confirmado en las ideas fundamentales habidas en mi alma
antes de esta lectura acerca de lo que substancialmente debe ser un esclavo de
María.
3. Que en esta exposición, interpretación, o como quiera llamarse, al traslado que
pienso hacer de la profecía de la Esclavitud a la realidad de la misma, hubiese
algo que denote acierto, nada he puesto yo de mi parte, ni criatura alguna, para
grabar tal diseño en mi mente, púsolo Dios, por su infinita misericordia, y yo,
con lo extraordinario de mi flaqueza, parece que me esfuerzo en borrar de mi
alma tan alta perfección, mas no por eso dejo de suspirar ardientemente por
verla realizada en otros.
4. Que por ningún concepto es mi deseo ir en zaga al Beato Luis María en la
confianza mismísima, libre de toda sombra de duda, de que la Esclavitud triunfará
al sonar la hora de la divina misericordia por la irresistible vitalidad, de su misma
perfección. Y así, mientras el Beato, con la seguridad del que espera contra toda
esperanza, exclamaba:«Expectans expectavi» (Po 39, l.), yo ruego a la Divina
Reina poder repetir en lo íntimo de mi alma eternamente: «Multi qui
persequuntur me et tribulant me: a testimoniis tuis non declinavi» (Ps 118.157).
E.R. 23
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
20
2
Por lo que respecta a la preciosa obrita que hemos de exponer, y a su autor,
advertiremos:
1. Débese tener muy en cuenta, para bien entender este precioso libro de La
verdadera devoción a la Santísima Virgen, el fin que se propone el autor y que
él mismo expresa con cortas palabras: «el designio que me he propuesto de
formar un verdadero devoto de María y un verdadero discípulo de Jesucristo».
Pero este verdadero devoto y discípulo de que aquí habla, bien sea uno solo,
«alma bien nacida, nacida de Dios y de María y no de la sangre ni de la voluntad
del hombre», bien sea el sinnúmero de «esclavos de amor» que ha de tener
Nuestra Señora en más abundancia que nunca, bien sea, en fin, «un gran
escuadrón de bravos y valientes soldados de Jesús y de María, de uno y de otro
sexo», siempre se ha de entender que es una personalidad moral profetizada y
esperada por nuestro Vidente, como los profetas del Antiguo Testamento
esperaban al Mesías y a la Virgen de que éste había de nacer. Y para estas tres
especies de esclavos de que habla el Beato tiene un suspiro, un vehemente deseo,
una oración especial. « ¡Oh!, cuan bien empleado daría yo mi trabajo, si este
humilde escrito cayendo en las manos de un alma bien nacida». Y después: «Si
yo supiese que mi sangre criminal pudiera servir para que en los corazones
entrasen las verdades que escribo». Y, por último, dice también, después de
profetizar la guerra que Luzbel hará a su libro, y a los que lo lean, y la pérdida
del precioso manuscrito: «Esto mismo me alienta a esperar un escuadrón de
bravos y valientes soldados».
2. Que una vez profetizados los apóstoles de los últimos tiempos, profetiza
igualmente una nueva y singular gloria para María. Así expresa el Padre Faber
esta otra profecía del Beato Luis: «Anuncia que trae de parte de Dios el mensaje
auténtico de un honor más grande, un conocimiento más extenso y un amor más
ardiente hacia su Santísima Madre, así como de su relación con la segunda
venida de su Hijo».
3. Profetiza también que esta nueva gloria de María «se conseguirá, sin duda,
cuando los predestinados entren, con la gracia y la luz del Espíritu Santo, en
la práctica interior y perfecta que él les descubrirá».
4. Que él mismo se declara evangelista de esta Buena Nueva cuando escribe:
«confío encontrar almas generosas, que, por su fidelidad a la práctica que
enseño…». Y lleno, por otra parte, del ardiente espíritu apostólico de San Pablo,
ante las dificultades que él mismo toca de formar un verdadero esclavo de María
exclamó: « ¡Cuán raro es encontrar un devoto así! Para conseguir que no sean tan
escasos esta clase de devotos es para lo que yo he echado mano de la pluma y he
escrito en el papel lo que ya en las misiones he ensenado, así pública como
privadamente, con no pequeño fruto».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
21
5. Luego, el fin principal del Beato, lo expone él mismo en su precioso libro, como
profeta, como evangelista y como apóstol, necesitando, por consiguiente,
aclaración y cumplimiento, como profeta, y exacta observancia de sus preceptos,
como apóstol y evangelista.
6. No olvidemos, pues, que hay tres puntos capitales en La verdadera devoción, la
gloria nueva de María, la existencia de unos nuevos santos y la práctica en que
éstos han de ser formados. De los dos primeros trata el Beato en la Primera Parte
de su obra, que es como el tratado más especulativo o dogmático, y del tercer
asunto se ocupa en la Segunda Parte que es eminentemente práctico o moral.
7. Y como para tratar estos puntos capitales es conveniente disponer las almas,
el Beato trata de cuestiones que nos atreveríamos a llamar dispositivas y otras
preventivas, o de refutación de las dificultades que se pueden presentar a las
doctrinas principales de La verdadera devoción, por lo que hay en el precioso
libro Teología Mariana General y Teología Mariana Especial o Montfortiana.
8. Además debe tenerse presente que el Beato Luis escribía para tiempos bien
diferentes de los nuestros, y, por esto, no todo lo que era importante para él
ha de serlo también para nosotros.
PARTE PRIMERA
En la PRIMERA PARTE de la obra La verdadera devoción a la Santísima
Virgen escrita por el Beato Luis María Grignion de Montfort, se ponen los fundamentos
teológicos de la verdadera devoción que los hombres debemos tener a María.
Esta Primera Parte comprende dos capítulos, divididos ambos en cuatro artículos,
y éstos en apartados o párrafos perfectamente relacionados entre sí para enseñarnos cómo
María nos es absolutamente necesaria en el orden sobrenatural si hemos de vencer todas
las dificultades que se oponen a la perfección cristiana, y, en especial, para reñir las
batallas que él preveía que habían de trabarse en tiempos futuros, y que sólo por la
mediación de la Gran Señora, que enviaría a la Iglesia el auxilio de una nueva generación
de santos «que combatirían al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida, en los
tiempos de peligro que habían de venir como jamás los hemos visto», según dice el
mismo Profeta de la Esclavitud mariana, triunfaría la Iglesia verdadera de Cristo.
Para que el hombre ponga de su parte, como inteligente y libre que es, lo que a
él sea dado a fin de conseguir este triunfo, nos enseña las verdades teológicas
fundamentales que racionalmente nos obligan a servir a María como devotos perfectos,
o sea, como esclavos de amor, haciéndonos ver, para que nuestra servidumbre sea más
ilustrada, cuales son las falsas y las verdaderas devociones a la Santísima Virgen.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
22
PARTE I
CAPÍTULO I
NECESIDAD DE LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Este PRIMER CAPÍTULo es como PRINCIPIO Y FUNDAMENTO y, al propio tiempo,
síntesis de cuanto se dice en el resto de la obra que nos ocupa.
Hállase dividido, teniendo presente la nota anterior, en una «Introducción y
cuatro artículos», o cuatro artículos solamente.
Una vez tratada la excelencia de María en la Introducción o Artículo I, ocúpase
nuestro Beato en el Artículo II de cómo «Dios ha querido servirse de María en
la Encarnación». En este artículo se manifiesta la necesidad que Dios ha querido
tener de María para la Redención, o se expresa el oficio que Dios ha querido dar
a María en esta Obra divina, en relación con la Beatísima Trinidad y con
Jesucristo su divino Hijo Dios y Hombre.
En el artículo III de la traducción que seguimos, se trata de cómo «Dios ha
querido servirse de María en la santificación de las almas», dividiendo este
artículo en varios apartados.
Está el § I intitulado «Cómo proceden las tres Personas de la Santísima Trinidad
con María en la Iglesia».
El § II con el título general de CONSECUENCIAS, hállase subdivido en dos partes.
La 1ª con el subtítulo de «María Reina de los Corazones», y la 2ª con el de
«Los hombres tienen necesidad de María para alcanzar su último fin». Hállase
esta segunda consecuencia subdividida, a su vez, en dos apartados que se
determinan por las dos especies de cristianos que hay en la Iglesia, los que
siguen la vida ordinaria y los que aspiran a la perfección. Se determina el 1º con
este epígrafe: «Los cristianos tienen necesidad de Ella para cumplir sus
deberes», y el 2º con este otro: «Especialmente los que aspiran a la perfección».
Puestos tales fundamentos, deduce nuestro Vidente el artículo IV, que es la meta
a que tiende, no decimos solamente la obra de La verdadera devoción a la
Santísima Virgen de que ahora tratamos, sí que también todo cuanto ideó y
reflexionó, cuánto trabajó y realizó el Bienaventurado Profeta de los apóstoles
de los últimos tiempos. Por eso no tuvimos por cosa menos fundada afirmar, al
empezar el estudio general de este primer capítulo, que es el principio y
fundamento de cuanto hemos de decir y la cima y última perfección de cuanto
hemos de ver más detallado después. A la manera que en los Santos Ejercicios
Espirituales del ínclito San Ignacio de Loyola, la primera meditación es
Principio y Fundamento y el más elevado ápice y última cifra de la perfección
que luego ha de seguir enseñando.
Nosotros nos atreveríamos a reducir este primer capítulo al raciocinio siguiente:
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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La Santísima Virgen ha sido necesaria a Dios con una necesidad, que llamamos
hipotética, en consecuencia de la voluntad divina que ha querido servirse de
Ella. La devoción a María es, por el mismo querer divino, necesaria a los
nombres para llegar a la perfección, luego la Santísima Virgen es la Reina de la
Santidad o de los corazones. Es así que han de venir tiempos en que las luchas
entre los santos y Luzbel han de ser especiales por su rudeza, luego la Reina de
la santidad formará santos especialmente proporcionados para las batallas que
ellos han de librar.
Este resumen nos parece leerlo en el § 16, del artículo 3º de este primer capítulo.
Dice así:
«María ha producido con el Espíritu Santo la cosa más grande que ha habido
y habrá jamás, que es un Dios Hombre, por tanto Ella producirá las mayores
cosas que habrá en los últimos tiempos. A Ella están reservadas la formación y
la educación de los grandes santos que saldrán hacia
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen
PARTE I
CAPITULO I
Artículo I
GRANDEZAS DE MARÍA
EXCELENCIA DE MARÍA POR SUS VIRTUDES
Si no tuviéramos por norte el distinguir cuando el Beato Grignion habla de María
en el orden de la ejecución y cuando en el orden de la intención, o lo que es lo mismo,
cuando habla de María vista a través del misterio de su Concepción Inmaculada y
cuando reflejando, circundada de gloria, las sublimidades de la Maternidad divina, bien
cierto es, que habíamos de sorprender a nuestro Vidente en flagrante contradicción
en este primer artículo de su celestial libro o introducción, como dijimos antes, pues de
no tener en cuenta esa fundamental distinción en el estudio de la Teología mariana,
¿cómo armonizar la ignorancia de que ha hecho tan ahincadamente mención en el § 3º y
al terminar el anterior, con lo que nos va a decir en el § 7º de La verdadera devoción?
Leámosle:
«Los santos han dicho cosas admirables de esta ciudad santa de Dios y jamás han
estado tan elocuentes, y hasta, según ellos mismos nos manifiestan, jamás han
gozado tanto como cuando han hablado de sus excelencias.
Reconocen, en efecto, que la sublimidad de los méritos de esta criatura, elevados
por Ella hasta el trono de la divinidad, no es dado descubrirla al entendimiento
humano; que la extensión de su caridad, dilatada por Ella sobre las dimensiones
de la tierra, nadie la puede apreciar; que la grandeza del poder que Ella tiene,
aun sobre el mismo Dios, jamás se comprenderá y, en fin, que lo profundo de su
humildad, así como de sus demás virtudes y gracias, son un abismo, que no se
puede sondear».
Cuánto es honrada la Madre de Dios, especialmente por las criaturas angélicas:
E.R. 25
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Si no era conocida, ¿cómo inspiraba tanta elocuencia y regalaba con tan exquisito
gozo a los que hablaban de sus excelencias?
Sí, era conocida María Madre de Dios, y, bajo este punto de vista considerado,
arrebató en célicas dulcedumbres las almas de todos los cristianos y, muy especialmente,
las de los santos y sabios.
Es la gloria de la Encarnación, la gloria que cantaron los ángeles en el Portal de
Belén, la gloria que refulge del seno purísimo de María, es la que han cantado los
cristianos todos veinte siglos ha sin interrupción y sin regateo alguno. Y arrebatado de
este mismo justísimo entusiasmo, que tanta elevación prestara a los santos de todos los
pasados siglos, continúa diciendo en el § 8º nuestro Beato:
« ¡Oh sublimidad incomprensible! ¡Oh extensión inefable! ¡Oh grandeza sin
medida! ¡Oh abismo impenetrable! Todos los momentos del día, en todos los
confines de la tierra, en lo más alto de los cielos y en lo más profundo de los
abismos, todo nos predica, todo nos habla admirablemente de María. Los nueve
coros de los ángeles, los hombres de todo sexo, edad, condición y religión, los
buenos y los malos, hasta los mismos diablos se ven, por la fuerza de la verdad,
obligados a llamarla, de grado o por fuerza, bienaventurada.
En los cielos todos los ángeles la proclaman incesantemente, ha dicho San
Buenaventura, Sancta, Sancta, Sancta María, Dei Genitrix et Virgo. Y todos los
días la ofrecen millones de millones de veces la salutación angélica: Ave María,
etc. Y postrados ante Ella, la suplican que los hombres por favor con algunas de
sus órdenes. El mismo San Miguel, dice San Agustín, con ser el príncipe de aquella
corte celestial, es el más celoso en rendirla y procurar que los demás la rindan
toda clase de honores, y estén siempre dispuestos a obedecer sus mandatos y
acudir, a su palabra, a prestar sus servicios a alguno de sus servidores».
LA HUMANIDAD GLORIFICA A MARÍA
Y después de tanto ponderar cuánto es María honrada, especialmente por las
criaturas angélicas, como Madre de Dios, no parece sino que el Santa María, Madre
de Dios del concilio de Éfeso, vibró potente en el corazón de nuestro Beato, y mirando
a la tierra toda la consideró como un inmenso altar en el que en todo lugar y momento
se elevan al trono de María las oraciones y cánticos de los cristianos. Y así lo expresa
con su vehemencia propia el Maestro de Montfort:
«Toda la tierra está llena de su gloria, particularmente entre los cristianos, en
donde se la toma por tutelar y protectora de muchos reinos, provincias, diócesis
y ciudades, y de muchas catedrales que están consagradas a Dios con su nombre.
Jamás se encontrará una iglesia que no tenga un altar levantado en su honor, ni
comarca ni cantón en donde no se venere alguna de sus imágenes milagrosas a
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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las cuales acuden las gentes par a curar de sus dolencias y obtener toda suerte de
bienes.
Que hablen, si no, tantas cofradías y congregaciones establecidas para honrarla,
tantas religiones puestas bajo su protección, tantos cofrades, hombres y mujeres,
de todas las humanidades, tantos religiosos y religiosas de todas las órdenes, los
cuales, incesantemente, publican sus alabanzas y anuncian sus misericordias.
No hay tan sólo un niño que balbuciendo el Ave María no la alabe, ni pecador
apenas que, en medio de su endurecimiento, no abrigue en su pecho una chispa
de confianza en Ella, ni aún siquiera un demonio que, desde los infiernos, no
la venere temiéndola».
CONSIDERA DE NUEVO EL BEATO A LA SANTÍSIMA VIRGEN EN EL ORDEN DE
LA EJECUCIÓN, O COMO HIJA DEL REY
Y en llegando a este punto, a semejanza del viajero que extasiado se detiene a
contemplar un grandioso panorama, y luego vuelve de nuevo sus ojos al fin hacia donde
se dirige, fijando en él su atención y entusiasmo con más fervor que antes, así nuestro
Beato, como si no hubiese escrito los párrafos de este artículo y se colocase al final del
artículo anterior, o sea después del § 6º, que terminó ponderando la grandeza desconocida
de María con esta frase, «El mundo ignora todo esto porque es incapaz e indigno de
conocerlo», y en relación con tanta sublimidad ignorada de María deduce el
montfortiano Maestro esta consecuencia:
«Según esto, deberemos en verdad decir con los santos: De María nunquam satis
[…] Todavía no se ha alabado, exaltado, honrado, amado y servido bastante a
María. Ella merece más alabanzas, más respetos, más amor y más servicios.
Digamos, pues, con el Espíritu Santo; Omnis gloria ejus Filiae Regís ab intus,
toda la gloria de la Hija del Rey está en su interior, como si toda la gloria exterior
que la rinden a porfía el cielo y la tierra fuese nada en comparación de la que
recibe en su alma por el Criador, y que es desconocida de las criaturas, por ser
éstas incapaces de penetrar el secreto de los secretos del Rey.
He aquí por qué debemos aclamar con el Apóstol: Nec oculus vidit, nec auris
andivit, nec in cor hominis ascendit, ni el ojo ha visto, ni el oído ha escuchado,
ni el corazón del hombre ha comprendido jamás la hermosura, la grandeza y las
excelencias de María, milagro de los milagros de la gracia, de la naturaleza y de
la gloria.
El que quiera comprender a la Madre, ha dicho un santo, debe antes comprender
al Hijo, pues ésta es la digna Madre de Dios, Hic taceat omnis lingua, enmudezca
aquí toda lengua».
La gloria interior de María, la personal, la de su formación desde el primer
instante de su ser, ésta es la que arrebata el alma mariana de nuestro maestro de Montfort,
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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esa es la desconocida, y, ante la sublime hermosura de la Inmaculada que admira al
enamorado Vidente, llega a quedar absorto de asombro y por eso exclama: «Enmudece,
lengua». Y, como arrebatado, después de un nuevo entusiasmo que le lleva a decir, al
parecer, lo contrario de lo que desea, exclama, rebosando gozo, por lo que parece había
de derramar amargas lágrimas, con estas palabras, en el § 11, último de este primer
artículo o introducción a de La verdadera devoción:
«Con una alegría particular acabo de escribir aquí lo que me ha dictado el corazón,
a fin de mostrar, que María ha permanecido desconocida hasta el presente, y que
ésta es una de las principales razones por que Jesucristo no es todavía conocido
como debe serlo. Si, pues, es cierto que el conocimiento y el reinado de Jesucristo
en el mundo deben llegar, no lo es menos que sólo se realizará esto como
consecuencia del conocimiento y del reinado de la Santísima Virgen, que es la
que le trajo la primera vez y la que nos le traerá la segunda».
Evidente es que no se alegra el Beato de que María sea desconocida, y por esa
razón Jesús tampoco lo sea cuanto lo debe ser.
Lo que, sin duda, regocijaba el alma de nuestro admirado Vidente en el momento
en que escribía ese párrafo que rebosa los divinos anhelos que lo inspiraron, era la clara
visión de un porvenir mariano previsto o presentido hasta entonces por muy escaso
número de almas.
Es que él se regala en la contemplación del nuevo conocimiento que de María
tendrá el mundo, cuando se penetre, en cuanto sea posible, de los encantos de la
Concepción Inmaculada de la Reina precursora del divino Rey.
Es que, en ese instante, presiente y se goza como en una realidad en aquellas
palabras con que encabezó su libro y este primer artículo: «Jesucristo vino al mundo
por medio de la Santísima Virgen, y por Ella debe también reinar en el mundo».
Nuestro Beato ardentísimo ve a María conocida, amada y servida por los
hombres, tal como se lo hace ver la luz divina que enajena su alma.
Ve a María ser concebida de nuevo en la mente de la Iglesia Universal, y la
contempla al nacer, y se recrea en sus ojos de paloma, y en su boca de ambrosía, y la
estrecha entre sus brazos Infante para que inspire en el corazón de los hombres el espíritu
de la palabra de vida eterna.
Y se extasía ante la excelsa columna del Templo de Jerusalén, aprendiendo y
practicando en todo instante las virtudes en sus ápices más perfectos hasta que,
arrebatado de amores por la personal sublimidad de María, conocida y amada por los
hombres, contempla radiante a la Inmaculada que, en su más alta realeza entre los
hombres, pronuncia el Ecce ancilla Domini.
Y la contempla después alzando sus divinos ojos a los cielos y, mientras hiere
el corazón de Dios con una de sus miradas, lo cautiva y exclama: Fiat.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Y entonces el Verbo del Padre vuelve a encarnarse en las sociedades que tanto
han blasfemado y blasfeman de Él, y los pueblos vuelven sus ojos al Hijo de Dios vivo
y corren a refrigerarse en Él, que es fuente de aguas vivas, y en Él se apacientan todas
las sociedades porque reconocen en la Hostia consagrada el Pan vivo que ha bajado
del Cielo.
El Beato ve como realizado lo que profetiza y desea que María sea más
conocida y más amada y servida para que, mediante el vasallaje prestado a Ella, los
hombres hagan reinar a Jesucristo en sus corazones, en las instituciones y sociedades
todas.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Capítulo I
Artículo II
DIOS HA QUERIDO SERVIRSE DE MARÍA EN LA ENCARNACIÓN
Dos sencillísimas verdades expresa nuestro amadísimo vidente de Montfort en
el § 12 de su regalada Obra, con el que empieza este artículo segundo que nos toca
ahora anotar, más bien que exponer, pues no creemos que estas sencillas indicaciones
merecen el nombre de exposición.
La primera parte de este § 12 dice así:
«Confieso con toda la Iglesia que, no siendo María sino una pura criatura salida
de las manos del Altísimo, comparada con la Majestad infinita, es menos que
un átomo, o, más bien, es nada, porque solo Él es el que es».
No hace a nuestro caso añadir a estas palabras ni una sola más. Son claras como
la más axiomática verdad teológica y, por lo tanto, convencidos de que todas las criaturas
juntas son delante de Dios, al decir del Rey profeta tanquam nihilum antete, anotamos
la 2ª parte de este mismo § que, a la letra, dice así:
«y, por consiguiente, que este gran Señor, que es independiente y se basta a sí
mismo, jamás ha tenido ni tiene, aun ahora, en absoluto necesidad de la
Santísima Virgen para cumplir su voluntad y manifestar su gloria, puesto que a
Él le basta querer para hacer las cosas».
Nada hemos de añadir a estas palabras tan conformes con las Sagradas Escrituras
y con la doctrina católica, ni necesita Dios de nosotros ni de nuestros bienes, ni nada
ni nadie será capaz de resistir su infinita voluntad. Además en los artículos titulados
[La Venerable Agreda y el Beato Grignion de Montfort] de esta misma revista hase
tratado esta materia, sobre la que vuelve a insistir nuestro Beato en otro lugar, en donde,
si nos pareciere oportuno, haríamos alguna anotación.
No menos claro y sencillo que el párrafo anterior es el que le sigue y que
determina directamente el fundamento del asunto de que ha de tratar en este artículo.
Así escribe nuestro Beato:
E.R. 26
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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«Digo, sin embargo, que, aun con eso, habiendo querido Dios comenzar y acabar
sus mayores obras por la Santísima Virgen desde que la formó, hemos de creer
que no cambiará de conducta en los siglos de los siglos, porque es Dios y no
puede variar de sentimientos ni de proceder».
O lo que es lo mismo, Dios, que no necesita en absoluto de María, ha querido
valerse de Ella para la Redención, y no cambiará esta voluntad, que por ser querer de
Dios es eterno.
Y para demostrar esta verdad del modo más irrefutable y práctico apela a la
exposición del hecho de la Encarnación, manifestando la parte que corresponde a cada
una de las divinas personas en este hecho por lo que respecta a la evidente voluntad de
realizar la Encarnación sólo en María.
Y así dice nuestro inimitable maestro mariano a este efecto, por lo que toca al
Eterno Padre en el § 14 de su incomparable Tratado de la verdadera devoción a la
Santísima Virgen:
«El Padre no ha dado al mundo su Unigénito más que por María. A pesar de los
suspiros que hayan exhalado los Patriarcas, de las súplicas hechas por los Padres
y Santos, de la ley antigua durante cuatro mil años, para obtener este tesoro,
sólo María es la que le ha merecido y ha encontrado gracia delante de Dios por
la fuerza de sus oraciones y la sublimidad de sus virtudes».
¡Sólo María es la que le ha merecido! Solo María, por haber sido hecha
Inmaculada por el mismo Dios, había de ser la que por la plenitud de gracia en Ella
habida, pudiera obligar por la fuerza de sus oraciones y sublimes virtudes, al Eterno
Padre para que la hiciera Madre del Eterno Verbo.
Con lo que bien claramente deja ver que así también ahora, cuando Cristo ha sido
arrojado de las naciones, que han vuelto a las nefandas costumbres paganas, no será
devuelto a las sociedades mientras en éstas no vuelva a vivir la Inmaculada y Ella le
haga reinar de nuevo.
Y no contento nuestro Beato con hacer por sí mismo tan consoladora afirmación
la confirma aduciendo estas palabras de San Agustín:
«El mundo era indigno de recibir al Hijo de Dios inmediatamente de las manos
del Padre; por eso Este le ha entregado a María, para que de sus manos le recibiera
el mundo»
Asimismo, ahora podemos concluir, el mundo no recibirá a Jesús Rey hasta que
en medio de él viva la Inmaculada, única criatura digna de recibirlo del Eterno Padre y
capaz de hacerlo reinar entre los hombres.
Reine María en el mundo, como vivió antes de la Encarnación, como fue
concebida en el seno de Santa Ana, hasta que dijo al arcángel Ecce ancilla Domini, y
entonces será inminente el instante en que dijo Fiat, y Jesús, a no dudarlo, volverá a
reinar en la tierra para gloria de Dios y paz de los hombres de buena voluntad.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Y si tal ha sido la voluntad del Padre, no ha sido otra la del Hijo, y así lo expresa
nuestro Beato al escribir: «El Hijo de Dios se ha hecho hombre para nuestra salvación,
pero sólo en María y por María». Él se dio a Ella, para que Ella lo diera a los hombres,
según el querer ya manifestado antes del Eterno Padre.
«Y El Espíritu Santo continúa diciendo el Beato, ha tomado a Jesucristo
en María, pero después de haber pedido a Esta su consentimiento por medio
de uno de los primeros ministros de su corte».
Como a Señora, como a Reina, la trata el Espíritu Santo, pues tal era, en efecto,
desde el primer instante de su Concepción María Santísima. Ella dio su consentimiento
y el Verbo se hizo carne. Ella, la Inmaculada que ha querido hacer sus asomos a la
humanidad, desde las breñas que encauzan el Gave7, también dirá un día (haga el cielo
que no sea lejano), Fiat, y entonces hallarán los hombres la luz de las mentes y la fuerza
de la voluntad para encerrarse en la veneración y amor de esta graciosa doncellita
nazarena y allí encontrarán a Cristo, pues para preparar receptáculo digno de Él, hizo
Dios a María Inmaculada.
Y como si nuestro dulcísimo Beato se regalara en esta doble fecundidad de María,
tantas veces recordada por él, continúa diciendo en el § 15:
«El Padre ha comunicado a María su fecundidad, en cuanto era capaz una pura
criatura, para concederla el poder de producir a su Hijo y a todos los miembros
de su cuerpo místico. El Hijo ha descendido a su seno virginal como el nuevo
Adán en el Paraíso terrestre para hallar allí sus complacencias y obrar en secreto
las maravillas de la gracia».
La beatísima Trinidad, en una palabra, ha tenido en Ella sus delicias de un modo
eminente, en relación con las demás criaturas y a Ella vino, pues para eso la hizo
Inmaculada, e hizo mansión en Ella con la intimidad excelsa que supone la unión
maternal.
Cuando el ígneo vidente de Montfort ha llegado a la sublime contemplación de
la Inmaculada como instrumento único escogido por la augusta Trinidad para la redención
del hombre, cuando nos la ha mostrado tan poderosa en las oraciones y tan sublime en
las virtudes que, Ella sola, ha sobrepujado la eficacia y mérito de todos los que en el
trascurso de cuatro mil años han pedido la Encarnación, entonces vuelve sus ojos al
Verbo hecho carne y, como si el ardiente Luis María se viera en presencia del Cristo
Esclavo que inflama su espíritu, y como si no pudiese contener por más tiempo los
rasgos fundamentales del divino modelo que desea traducir y manifestar al mundo
exclama:
«Dios hecho hombre ha encontrado la libertad encerrándose en su seno, ha
desplegado su fuerza dejándose llevar por esta doncellita, ha cifrado su gloria, y
la de su Padre, en sus esplendores a todas las criaturas de la tierra a fin de no
7 Se refiere al río Gabe de Po, que nace en los Pirineos.
E.R. 27
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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revelarlos más que a María, ha glorificado su independencia y majestad
sujetándose a esta Virgen amable en su concepción, en su nacimiento, en su
presentación al templo, en su vida oculta de treinta años, hasta en su muerte, a
la cual Ella debía asistir, para no hacer con Ella más que un solo sacrificio, y
para ser inmolado por la propia voluntad de Ella al Padre Eterno, como en otro
tiempo Isaac por el consentimiento de Abraham a la voluntad de Dios. Ella es
únicamente la que lo ha amamantado, alimentado, sostenido, educado y
sacrificado por nosotros».
Y como si el mismo Beato se sorprendiese de lo que acababa de escribir en el §
16 que antecede, llama la atención a sus lectores para hacerles notar que de gran
importancia divina debe ser esta perfecta dependencia de Cristo a María cuando el
mismo Autor divino de los Sagrados Evangelios no la ha querido dejar desconocida.
He aquí las palabras del maestro montfortiano en el número 17:
«Oh admirable e incomprensible dependencia de un Dios que aun el Espíritu Santo
no ha podido pasar en silencio en el Evangelio, no obstante habernos ocultado
casi todas las cosas admirables que esta Sabiduría encarnada hizo en su vida
oculta, para mostrarnos su valor y gloria infinita. Mayor gloria ha dado
Jesucristo a Dios su Padre por la sumisión que tuvo a María durante treinta
años, que la que le hubiese granjeado convirtiendo a todo el mundo por medio
de las maravillas más grandes que hubiese operado.
¡Oh que gloria tan subida damos a Dios, cuando para agradarle, nos sometemos
a María a ejemplo de Jesucristo que es nuestro único modelo!».
Si la mayor gloria dada por Jesús a Dios ha sido la de su dependencia a María,
¿será posible que nosotros excogitemos otra mayor?
Luego, en la más perfecta imitación de esta dependencia del Hijo divino a la
Madre Inmaculada consiste la más sublime perfección de la santidad.
Luego este es el camino para formar el perfecto devoto de María según dice el
Beato que se propuso al escribir su libro de La verdadera devoción a María Santísima.
Luego éste es el riquísimo manantial en donde han de beber los que deseen ser
verdaderos hijos y esclavos de María.
En los número 18 y 19 sigue el Beato confirmando la misma doctrina. He aquí
las palabras:
«Si examinamos de cerca la vida de Jesucristo veremos que ha querido comenzar
sus milagros por María. A San Juan le santificó en el seno de su madre Santa
Isabel por la palabra de María pues, apenas María habló, quedó santificado Juan,
siendo éste el primer y mayor milagro de la gracia que Jesús dio.
En las bodas de Caná convirtió el agua en vino a los humildes ruegos de María,
y este fue el primer milagro de naturaleza. Por María ha comenzado y
continuado sus milagros y por María los continuará hasta el fin de los siglos».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Todo por mediación de María. Ella es el puente apercibido por Dios desde toda
la eternidad para enlazar la tierra con el cielo, el hombre con Dios, lo natural con lo
sobrenatural, el pecador con la gracia, el justo con la perfección, el perfecto con la
gloria. Aunque, para realizar estos místicos desposorios, haya sido preciso que Ella, ora
con su inmaculada virtud, obligue a Dios a desposarse realmente en su seno purísimo
con la Humanidad haciéndose hombre como nosotros, ora eleve al hombre por el amor
hasta encerrarlo en ese mismo tabernáculo inmaculado y, allí, con sorpresa del mismo
Dios, permítaseme la frase, cada hombre se despose con el Hijo divino de María en
inefable lazo de amor.
Cuando, con nuestro amadísimo vidente, contemplamos a María como
fundamento de la relación santificadora entre Cristo y los hombres, aparece a nuestra
vista la imagen del divino Esposo estrechando a la singular inmaculada Esposa de los
Cantares entre sus filiales brazos, mientras la Madre del amor hermoso acaricia
misericordiosa a los predestinados y, así enlazados todos, con amor indisoluble cantan
eternamente la gloria del Dios Creador, Redentor y Santificador.
Jesucristo continuará hasta la consumación de los siglos haciendo los milagros
de la naturaleza y de la gracia por María y el Espíritu Santo continuará formando en
Ella y por Ella la innúmera multitud de los escogidos, consoladora verdad que expresa
el montfortiano maestro en el número 20 de su libro con estas palabras:
«El Espíritu Santo, que es estéril en la Divinidad, pues que no produce a ninguna
persona divina, se ha hecho fecundo por el concurso de María con quien se ha
desposado. Con Ella, en efecto, en Ella, y de Ella, ha producido su obra maestra,
que es un Dios hecho hombre, produce todos los días hasta el fin del mundo a los
predestinados, miembros del cuerpo de esa Cabeza adorable, y he aquí por qué,
cuanto más habitualmente encuentra él en una alma a María, su querida e
indisoluble Esposa, tanto más activo y poderoso se muestra para producir a
Jesucristo en esta alma y a esta alma en Jesucristo».
Y así ha formado y formará desde Adán y Eva hasta el Bautista y desde éste hasta
el último predestinado de todos los siglos. Por esta razón donde quiera que admiréis un
santo será a través de los encantos de María y cuanto más sorprendente sea la santidad
de su alma, más deslumbrarán vuestros ojos los destellos luminosos de las gracias
marianas.
Hace, en fin, en la primera parte del § 21, último de este artículo 2º, una
salvedad teológica que nos contentaremos con reproducir por no dejar palabra del Beato
que no saboreen nuestros lectores. Dice así:
«Esto no es decir que la Santísima Virgen dé al Espíritu Santo la fecundidad como
si Este no la tuviera, porque, siendo Dios, tiene la fecundidad o la capacidad de
producir lo mismo que el Padre y el Hijo, aun cuando no la reduzca al acto y no
produzca a ninguna otra persona».
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Por último, en la segunda parte de este mismo número 21 vuelve a decir lo mismo
que ya ha dicho en el párrafo anterior, y también nos dijo en el número 15 y nos repetirá
mil veces, añadiendo la nota de ignorancia de que acusa hasta a los más sabios y
espirituales de los cristianos, y que, de no tener esta repetición otra causa que la
justificara, ella sola pudiera ser suficiente.
Estas son sus palabras:
«Aquí pretendo decir que el Espíritu Santo, por el intermedio de la Santísima
Virgen, de quien se ha dignado servirse a pesar de no haber tenido de Ella
necesidad absoluta, redujo al acto su fecundidad produciendo en Ella y por Ella
a Jesucristo y a sus miembros, misterio de la gracia, que desconocen hasta los más
sabios y espirituales de los cristianos».
Es desconocido, por supuesto, de los que no son verdaderos cristianos, de los
protestantes y jansenistas, sin duda, pero es lo más doloroso que hasta los más sabios y
espirituales cristianos también lo ignoran. Esto es, desconocen que en María y por María
produce el Espíritu Santo a Jesucristo y a los predestinados. Ignorancia que, salvo mejor
parecer, me atrevo a entender de estos dos modos o como expresa la letra, y en este caso
se podría entender de una ignorancia más bien moral o práctica que intelectual, pues,
¿qué cristiano ignora el misterio de la Encarnación?
A no ser que la tal ignorancia se refiera a lo de producir el Espíritu Santo en
María y por María a los miembros de Jesucristo. Más esta ignorancia podríase predicar
de los indoctos y poco piadosos, nunca de los cristianos sabios y espirituales.
Por no explicarme bien esta frase en los sentidos dichos me atrevería a
interpretarla si no se creyera que trato de hacer decir a nuestro Beato más de lo que él
intenta, que, la tal ignorancia, puede referirse al desconocimiento, y hasta impugnación
que se hacía en aquellos tiempos, de que esta fecundidad reducida al acto por el Espíritu
Santo produciendo en María y por María a Jesucristo y a sus miembros, la realiza en
Ella tal y como ha de ser esta conocida cuando llegue la época de María, esto es, en la
Inmaculada desde el primer instante de su ser, no en la Virgen santificada como
afirmaba la sentencia de los doctos.
En cuanto a esta interpretación, unusquisque in suo sensu ábundet. Lo que sí
hemos nosotros de afirmar es que esta fecundidad, reducida al acto en nuestros tiempos,
supone el reino de María Inmaculada en el mundo, precursor y casi simultáneo del
reinado de Cristo, que se manifestara Rey especialmente en su vida Eucarística.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Capítulo I
Artículo III
DIOS QUIERE SERVIRSE DE MARÍA EN LA SANTIFICACIÓN DE LAS ALMAS
CÓMO PROCEDEN LAS TRES PERSONAS DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD CON
MARÍA EN LA IGLESIA
En este apartado primero del artículo III, que empieza con el número 22 del Beato
Luis María, siguiendo su modo usual, expresa una de esas sentencias, que bien
pudiéramos llamar principios montfortianos de la teología mariana.
Dice así:
«La conducta que las tres Personas de la Santísima Trinidad han observado en
la Encarnación y en la primera venida de Jesucristo, la siguen todos los días de
una manera invisible en la santa Iglesia y la seguirán hasta la consumación de
los siglos en la última venida de Jesucristo».
Por lo que hace a nuestro humilde propósito, decimos que este principio tiene
esta trascendencia: la Beatísima Trinidad quiso valerse de María Inmaculada para que
se realizase la Encarnación del Verbo y la redención del mundo y ahora, cuando lleguen
los tiempos especialmente marianos que han de venir, seguírase por Dios en la Iglesia
el mismo camino. Esto es, darse a conocer o encarnarse en las almas mediante el
conocimiento de la Reina Inmaculada, y así lo hará en ésta y en todas las nuevas
apariciones morales que la augusta Trinidad haya de hacer de su Cristo hasta el fin del
mundo. O más claro si se quiere, siempre que falte el conocimiento y amor de Cristo
en la sociedad habrá de ser retornado a la misma mediante el conocimiento y amor a
la Inmaculada.
Para dar a estas palabras toda la fuerza que en sí tienen apela nuestro Beato a
exponer cómo cada una de las Personas de la Santísima Trinidad han hecho de
María, como dicen los santos, el gazofilacio de todas las gracias, lo que se ha de
reconocer a fortiori, pues si en Ella y por Ella nos dio a su Hijo hecho hombre, autor y
merecedor de todas las gracias, con mayor razón nos habrá de dar, mediante Ella,
cualquiera otra gracia, sea la que fuere, pues siempre será inferior a la de darnos a
Cristo. Así lo expresa palmariamente en el número 23 que dice así:
E.R. 28
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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«Dios Padre reunió en un lugar todas las aguas y las llamó mar, reunió en otro
todas las gracias y las llamó María. Este gran Señor tiene un tesoro o depósito
riquísimo en donde ha encauzado todo lo que hay de más bello, brillante, rico
y precioso, incluso su propio Hijo, y este tesoro inmenso no es otro que María,
a quien los santos llaman el Tesoro de Dios, de cuya plenitud son enriquecidos
los hombres».
Nos hace saber después nuestro Beato cómo el Hijo de Dios se ha complacido
en depositar y comunicar por medio de Ella todo cuanto Él ha recibido de su Padre,
y merecido por sí mismo, con estas terminantes palabras en el número 24:
«Dios Hijo ha comunicado a su Madre todo lo que Él adquirió durante su vida
y muerte, sus méritos infinitos y sus virtudes admirables, haciéndola tesorera
de cuanto su Padre le dio en herencia, por Ella aplica sus méritos a sus miembros,
les comunica sus virtudes y distribuye sus gracias. Ella es el canal misterioso, el
conducto por donde Él hace pasar dulce y abundantemente sus misericordias».
Y esta plenitud de gracias depositadas en María para que Ella con toda libertad
las comunique a los hombres la expresa con más precisión aún, cuando expone esta
misma Doctrina en relación con el Esposo Divino. He aquí el número 25:
«Dios Espíritu Santo ha comunicado a María, su fiel Esposa, sus dones inefables
escogiéndola por dispensadora de todo lo que Él posee, en forma que Ella
distribuye a quien Ella quiere, cuanto Ella quiere, como ella quiere, cuando Ella
quiere, todos sus dones, sus gracias. Y jamás se concede a los hombres ningún
don del cielo que no pase por sus virginales manos. Tal es la voluntad de Dios,
que ha querido que nosotros lo tuviéramos todo en María para que así sea
querida, ensalzada y honrada del Altísimo, la que se empobreció, humilló y
ocultó hasta el fondo de la nada por su profunda humildad durante toda su vida.
Estos son los sentimientos de la Iglesia y de los Santos Padres».
Estas últimas palabras de nuestro Beato expresan bien claramente que es
doctrina siempre aceptada por la Iglesia, y para que más claramente se entienda así,
agrega el número 26 que dice:
«Si yo hablase a los espíritus fuertes de este tiempo me extendería en probar por
la Sagrada Escritura y los Santos Padres lo que acabo simplemente de afirmar,
trayendo al efecto sus pasajes latinos y también por otras razones sólidas que se
podían ver largamente expuestas por el R. P. Poiré en su Triple corona de la
Santísima Virgen, pero, como hablo particularmente a los pobres y a los sencillos
que por tener más buena voluntad y más acendrada fe que el común de los
sabios, creen con más simplicidad y mérito, me contento con declararles
llanamente la verdad, sin detenerme en citarles las autoridades latinas, que ellos
no entienden, aunque no por eso deje totalmente de aducir algunas, si bien,
empero, sin hacer grandes esfuerzos por buscarlas».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Como quiera que nosotros no pretendemos hacer exposiciones teológicas para
demostrar todas las proposiciones sentadas por nuestro amadísimo Vidente,
prescindimos de hacerlas a este lugar común de la Teología Mariana, y por lo que
toca a la cuestión de la Mediación Universal Actual con que se concreta esta doctrina,
está ya tan magistralmente tratada por maestros de la Compañía de Jesús, especialmente
en estos momentos, que sería de todo punto extemporánea nuestra intromisión en este
asunto.
Nosotros, ganosos no más que de inspirarnos en el espíritu que animaba al Beato
Grignion, tenemos muy bastante con anotar en este punto que él expresa con meridiana
claridad en este artículo III, cómo Dios nada nos dará sin María, relacionando de esta
manera, con sencillísimo artificio, todo lo que lleva dicho hasta aquí, para acercarse
paulatinamente y de modo irrefutable a las consecuencias que al final de este primer
capítulo ha de deducir y que son el núcleo principal de todos sus esfuerzos y el blanco
de todas sus miradas.
Y como no creemos que sea superfluo hacer en dos palabras el resumen de lo
dicho hasta aquí por el Beato, recordaremos que bien puede reducirse de este modo:
Dios hizo a María Inmaculada para venir por Ella a nosotros y darnos por Ella todas
las gracias necesarias para nuestra vida temporal y eterna.
No satisfecho nuestro mariano Profeta con habernos mostrado cuanto quiso Dios
enriquecer a la Inmaculada Reina dándonos a conocer la suprema largueza de cada una
de las divinas Personas para con Ella, y como si lo dicho en nuestro artículo anterior
hubiera sido la primera jornada, y al final de ella hubiera reposado su espíritu dice,
«Continuemos», previniendo al propio tiempo al lector para que fije bien su mente en
el nuevo camino que va a recorrer, porque esta nueva senda es la que le ofrece el
seguro derrotero para entrar con su alma llena de todos los tesoros en el inmenso mar
de sus amores: en la Esclavitud a María.
El Beato Luis en el número 27, de su obra, que es el que hoy nos toca examinar
en primer término, da comienzo por otro teológico principio, evidente y sencillísimo,
que le sirve de fundamento para luego deducir cuanto nos obliga someternos a la
Esclava del Señor. Dice así nuestro Vidente:
«Como la gracia perfecciona a la naturaleza y la gloria perfecciona la gracia, es
muy cierto que Jesucristo es todavía en el cielo el Hijo de María en la misma
forma y grado que lo fue en la tierra y, por consiguiente, que le viene
conservando aquella sumisión y obediencia propia del más perfecto de todos los
hijos con respecto de la más buena de todas las madres».
Et erat subditus illis, dice de Jesús la Sagrada Escritura sintetizando en esta frase
la obediencia del Hijo del hombre a José y a María. Luego ahora en el cielo vive Jesús
siendo, respecto del Santo patriarca y de la Madre divina, más perfectamente obediente,
tanto más cuanto el estado de gracia es inferior al estado de gloria. O de otro modo, si
E.R. 29
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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se quiere, podremos expresar esta misma dependencia diciendo que Jesús está hoy
obligado a María cuanto exigen la naturaleza, la gracia y la gloria.
La ley natural con su apretado nudo, la gracia con sus delicadezas y la gloria
con su orden esencial, han supuesto e impondrán eternamente la subordinación del hijo
a la madre y, por consiguiente, de Cristo a María en cuanto que ésta lo llevó en sus
entrañas y lo lactó con sus pechos, sin que esto implique contradicción con la
omnipotente y soberana voluntad del Hacedor, pues si Él, Jesús, se somete como el
más perfecto de todos los hijos, Ella, María, manda como la más perfecta de todas las
madres, y la perfección exige la transformación en Dios, y la altísima perfección de
María supone desde el primer instante de su ser la más semejante transformación de
Ella en Él, y, por lo tanto, las manifestaciones del pensamiento y de la voluntad y de la
sensibilidad en Cristo y en María son iguales, si se tiene en cuenta la diferencia de
perfección de la unión hipostática a la unión maternal.
Así es que la que estaba unida, o mejor dicho, transformada perfectamente en
Dios aquí en la tierra, bien podía mandar a su Hijo, Dios y hombre, porque nada mandaría
el Hijo en cuanto hombre, que no estuviera en perfecta conformidad con el Unigénito
del Padre.
De aquí podemos concluir que, al obedecer Jesús a su Madre, se obedecía a Sí
mismo, o mejor, obraba conforme al plan por Él mismo determinado desde toda la
eternidad, de nacer de Madre para salvar al hombre caído, y María era la que marcaba
la visible orbita que Jesús había de recorrer desde la Encarnación hasta la Cruz. Y
porque es así continúa diciendo nuestro Beato:
«Guardémonos, sin embargo, de ver en esta dependencia algún rebajamiento o
imperfección en Jesucristo, porque María, siendo infinitamente inferior a su Hijo,
que es Dios, no le manda como una Madre terrena puede mandar a su hijo, que
está por debajo de ella, sino que María, como está toda transformada en Dios, por
la gracia y la gloria que transforma en Él a todos los santos, ni pide, ni quiere, ni hace
nada que sea contrario a la eterna e inmutable voluntad de Dios».
Y cuando ha explicado nuestro gran maestro, el por qué no es depresiva para la
dignidad de Cristo esta dependencia, nos enseña cómo deben entenderse los textos de
los santos y doctores en los cuales afirman que María impone su voluntad hasta sobre
Dios con estas palabras:
«Cuando leemos pues, en los escritos de San Bernardo, San Bernardino, San
Buenaventura etc., que en el cielo y en la tierra todo, hasta el mismo Dios, está
sometido a la Santísima Virgen, entendemos que la autoridad que Dios se ha
dignado concederla es tan grande, que parece que Ella tenga el mismo poder de
Dios y que sus oraciones y súplicas son tan poderosas para con Dios que valen
como mandatos para la majestad divina, la cual jamás se resiste a los ruegos de
su querida Madre porque Ella es siempre humilde y en todo está conforme con
la voluntad del Señor».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Termina, por fin, el Beato Luis este número 27, con una comparación de la que
a fortiori se deduce la suprema potestad de María, en cuanto que ruega o manifiesta
sus deseos delante de Dios. He aquí sus palabras:
«Si Moisés, por la fuerza de su oración, detuvo la cólera de Dios sobre los
Israelitas de una manera tan poderosa que el Altísimo, e infinitamente
misericordioso Señor, no pudiendo resistirle le pidió que le dejase encolerizarse
y castigar a aquel pueblo rebelde, ¿qué deberemos pensar, con más razón, de las
súplicas de María, la humilde digna Madre de Dios? Que son más poderosas ante
su majestad que los ruegos y las intercesiones de todos los ángeles y santos del
cielo y de la tierra».
Y porque, ante Dios, es más poderosa que todos los ángeles y santos del cielo
y de la tierra, por eso, continúa diciendo el Beato haciendo una gradación descendente,
estas palabras:
«María manda en los cielos sobre los ángeles y los bienaventurados. En
recompensa de su profunda humildad, Dios le ha dado el poder y el oficio de
llenar de santos aquellos tronos vacíos de donde cayeron por orgullo los ángeles
apóstatas. La voluntad del Altísimo que exalta a los humildes es que el cielo, la
tierra y los infiernos se rindan, de grado o por fuerza, a los mandatos de María a
quien Él ha constituido soberana del cielo y de la tierra, generala de sus ejércitos,
tesorera de sus riquezas, dispensadora de sus gracias, obradora de sus grandes
maravillas, reparadora del género humano, medianera de los hombres,
exterminadora de los enemigos de Dios y fiel compañera suya en las grandezas y
en los triunfos».
María, pues, manda a Cristo, a los ángeles y a los santos, y esta potestad es
recompensa de su humildad. Así es siempre el espíritu cristiano porque Jesús se humillo
y obedeció, recibió un nombre que es solo inferior al de Dios, y potestad, por ende,
sobre toda criatura, aún sobre el Cuerpo del Señor, porque Ella, libremente se lo
ministró, y, por lo tanto, Cristo es el hijo de las entrañas de María, hueso de sus huesos
y carne de su carne. Y en este lazo cautivó la Inmaculada al Verbo Divino, y eternamente
vivirá cautivo en las delicias de estar entre los hijos de los hombres, de los que es
Madre la misma Madre de Él.
Y porque fue humilde, Dios la ha exaltado, según nos acaba de enseñar nuestro
ardentísimo Vidente.
En resumen, María es Reina porque no quiso ser más que la Esclava del Señor
y el Rey infinito hízose esclavo en María y por María, principalmente, para
recrearse en tenerla por Reina y Madre.
Conviene no olvidar que en este primer párrafo del artículo III de La verdadera
devoción de nuestro Vidente, hemos hecho hasta ahora dos consideraciones.
En la primera tratamos de cómo la Beatísima Trinidad da a María cuantas
gracias quiere dar a los hombres para que Ella las distribuya. En la segunda, o sea en
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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el número anterior de nuestra Revista, consideramos, con el Beato Luis, a María
mandando sobre Jesús con el derecho que le da la naturaleza, al hacerla el Verbo su
Madre, y con la perfección que añade a este fundamental derecho la gracia y la gloria
deduciendo, como irrefragable consecuencia, que María manda sobre todas las criaturas
del cielo y de la tierra.
Y en este artículo hemos de seguir estudiando la acción de la augusta Trinidad
con María en la Iglesia. Y así dice nuestro Maestro mariano en el número 29 que nos
toca anotar:
«Dios Padre quiere crearse hijos por María hasta la consumación del mundo, y
por Eso la dice estas palabras: In Jacob iahabita… (Eccl. XXIV, 13), habita en Jacob.
Es decir, haz tu morada y residencia en mis hijos, los predestinados, figurados
por Jacob, y no en los hijos del diablo, los réprobos, figurados por Esaú».
En el lenguaje monfortiano muy bien podría haber hecho la anterior afirmación
nuestro Beato, diciendo: Si Dios Padre quiso que su Unigénito fuese Hijo de María
para salvar al mundo fundando la Iglesia, también quiere que todos los que han de
ser hijos de Dios, conformándose con la imagen de Cristo, sean hijos de María. Estos
son los predestinados.
Y no es mucho decir ciertamente que la que tuvo y tiene el tesoro de todas las
gracias de la Trinidad y las reparte según su voluntad, mandando por su derecho natural
de Madre sobre Cristo y sobre ángeles y bienaventurados, tenga también ese mismo
derecho sobre todos los viadores que son predestinados, por el mismo título de ser
Madre así mismo de todos y de cada uno de ellos, dejando así sentado, una vez más
nuestro Vidente, que María tiene títulos harto sobrados para ser Reina y Señora de los
hombres predestinados. Y por eso dice que María hace su morada en los hijos de Dios,
figurados por Jacob, y no en los hijos del diablo, los réprobos, figurados por Esaú.
Y para comprobar que Dios quiere que María sea Madre de los hombres en el
orden sobrenatural, nuestro Beato vuelve a tomar motivo de la generación natural y dice:
«Así como en la generación natural hay un padre y una madre, también en la
generación sobrenatural hay un padre, que es Dios, y una madre, que es María.
Todos los verdaderos hijos de Dios y predestinados tienen a Dios por padre y a
María por madre, y quien no tiene a María por Madre no puede tener a Dios
por Padre. He aquí porque los réprobos, lo mismo que los herejes, cismáticos,
etcétera, que odian o miran con desprecio o indiferencia a la Santísima Virgen,
no tienen a Dios por Padre, aunque se gloríen de tenerle, porque no tienen a
María por Madre, pues, si la tuviesen como tal, la amarían y honrarían como
todo buen hijo ama naturalmente y honra de verdad a la madre que le dio el ser».
Luego todo hombre que quiere salvar su alma debe obedecer a María, porque
esta es su Madre, y los hijos, la primera, principal y fundamental obligación que tienen
para con sus padres es la de obedecerlos, y si tal es el deber que impone la naturaleza,
perfeccionado queda doblemente en el estado de gracia y en el de gloria.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Por este motivo no es tenido por hijo de Dios el que no obedece, reverencia y
ama a María, antes al contrario, en eso se distinguen los que son réprobos. He aquí las
palabras de nuestro Vidente, expresas en el número 31:
«El signo más infalible e indudable para distinguir a un hereje, a un hombre de
perversa doctrina, a un réprobo, de un predestinado, es que el hereje y el
réprobo desprecian o se muestran indiferentes con la Santísima Virgen,
procurando por sus palabras y ejemplos disminuir su culto y amor unas veces
manifiesta y otras ocultamente y, aún en ocasiones, con pretextos aparentemente
santos.
¡Ay! Dios Padre no ha dicho a María que establezca en ellos su morada porque
son los Esaús».
Si la voluntad de Dios Padre de crearse hijos en María se manifiesta, según el
Beato Luis María, en las palabras, In Jacob inhabita, no menos clara ve nuestro Vidente
la voluntad de Dios Hijo de encarnarse en los predestinados mediante María en estas
otras que el mismo sagrado texto dice a continuación: in Israel haereditare, toma a
Israel por herencia.
Terminantes son las palabras que el gran Maestro mariano pone en boca del
Unigénito dirigidas a su Inmaculada Madre. Helas aquí en el número 32 de La
verdadera devoción.
«Dios Hijo quiere formarse, o por decirlo mejor, encarnarse, todos los días por
medio de su querida Madre en todos sus miembros, por eso la dice, in Israel
haereditare..., (Ecc l. XXIX), toma a Israel por herencia, que es como si dijera:
Dios Padre me ha dado en herencia a todas las naciones de la tierra, a todos los
hombres, buenos o malos, predestinados o réprobos. A los unos los conduciré con
la vara de oro, a los otros con la vara de hierro, de aquéllos seré padre y abogado,
de éstos celoso vengador, de todos seré juez, pero Vos, querida Madre mía, sólo
tendréis por herencia y posesión a los predestinados que están figurados por Israel
y, como buena Madre suya, les daréis la vida, los alimentaréis, los amaréis y, como
soberana, los conduciréis, los gobernaréis y los defenderéis».
El Hijo de Dios ha recibido, en efecto, todas las naciones de la tierra por
herencia de manos de su eterno Padre, y si éste quiere crearse, mediante María, hijos
adoptivos entre los hombres, natural es que Dios Hijo los ponga en manos de su Madre
como a hijos de ella y, por ende, hermanos de Él por la gracia, para que los ofrezca
como tales a Dios su Padre. Y para que así sea, el Unigénito realiza en el alma de los
predestinados la encarnación accidental o infusión de su gracia y espíritu para
proporcionarlos a Él, o hacerlos semejantes a Él, hasta transformarlos en Él, y
consumarlos en esta transformación haciéndoles nacer en la gloria en donde, como hijos
de Dios y de María, reinarán con Cristo, porque siendo hermanos de Él por la naturaleza
y por la gracia, heredarán con Él la gran merced de la inmortal fruición de la beatísima
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Trinidad. Luego los predestinados hijos de María, dependen de su Inmaculada Madre con
más razón que dependió nuestro divino hermano Jesucristo.
Esta misma relación de hijos de María y, por lo tanto, sujeción de los
predestinados a Ella es también querida por el Espíritu Santo, y así lo expresa el número
33 de La verdadera devoción:
«El Espíritu Santo dice que un hombre y un hombre ha nacido en Ella, Homo et
homo natus est in ea, (Ps. 86, 3.), y, según la explicación de algunos Padres, el
primer hombre que ha nacido de María es el Hombre Dios, Jesucristo, y el
segundo es un hombre puro, hijo de Dios y de María por adopción.
Si Jesucristo que es la cabeza de la humanidad nació en Ella, los predestinados,
que son los miembros de esa cabeza, deben también, como consecuencia
necesaria, nacer de Ella. Una misma madre no puede producir la cabeza sin los
miembros, ni los miembros sin la cabeza, de lo contrario lo que esa madre diera
a luz sería un monstruo de la naturaleza. De igual modo, en el orden de la gracia,
la cabeza y los miembros nacen de una misma madre, y si un miembro del
cuerpo místico de Jesucristo, es decir, un predestinado, naciese de otra madre
que no fuese María, que ha producido la cabeza, no sería un predestinado, un
miembro de Jesucristo, sería un monstruo en el orden de la gracia».
En una palabra, el Espíritu Santo que formó a Jesucristo, la Cabeza, en María,
quiere formar a los predestinados miembros del cuerpo místico de Cristo, también en
Ella.
En el artículo anterior de nuestra Revista nos hizo ver nuestro Beato cómo la
Trinidad augusta quiere valerse de María para que, en Ella, se formen los predestinados,
esto es, como si en Ella hubiera formado el divino Santificador el troquel de la
santidad y, por esta razón, detiénese especialmente el Maestro montfortiano en la obra
del Espíritu Santo realizada mediante María para santificar las almas, y continúa
tratando el mismo asunto desde el número 34 de La verdadera devoción, como si
quisiera hacer un apéndice final a este largo § 1º del artículo III, que tratarnos, con la
ayuda de María, de terminar ahora.
Considerando nuestro Vidente a la Santísima Virgen como el árbol de la vida y
a Jesucristo como el fruto de él nacido por obra y gracia del Espíritu Santo, nos hace
estudiar nuestra santidad como efecto de la posesión de este fruto en nosotros, y como
de Ella es el fruto, de Ella es el efecto que este divino manjar produce en las almas. O
sea, a Ella debemos el sabor y olor de Cristo que hay en los predestinados, por lo que
el Esposo divino se regala en apacentarse entre nosotros, pues transformados en Cristo,
ya que de Él nos alimentamos, seremos, delante de Dios, como rica parcela de lirios,
por habernos transformado en el que es flor de los campos y lirio de los valles.
Dice nuestro Beato en este párrafo alegando un testimonio de San Agustín, que
el Águila de Hipona se excedió asimismo al hablar, como en seguida veremos, pero
nosotros no tenemos inconveniente en afirmar que ambos volaron en el mismo exceso
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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en este caso, y que volaron tan alto que, tras las nubes que traspasaron, diéronle a la
caza alcance, haciéndonos presentir en la Madre Inmaculada de Cristo, Salvador de la
humanidad, a la Reina de la Eucaristía, glorificadora de cada alma en especial.
Si nosotros nos excedimos en nuestro juicio, perdónesenos esta falta, pues sabido
nos es que tanto se peca por carta de más como de menos.
Regálense las almas de nuestros sabios y piadosos lectores, saboreando este
número 34 de la Verdadera devoción. Dice así:
«Además de esto, como Jesucristo, es ahora, lo mismo que antes, el fruto de María,
según repiten millares de veces cada día el cielo y la tierra, Y bendito es el fruto
de tu vientre, Jesús, es muy cierto que Jesucristo, para cada hombre que le
posee en particular, es el fruto de la obra de María de la misma manera y con la
misma verdad que lo es para todo el mundo en general, por manera que si
algún fiel tiene a Jesucristo formado en su corazón, puede atreverse a decir
gracias mil a María, porque lo que yo poseo es un efecto y su fruto, y sin Ella
jamás le gozaría. Y a Ella se la pueden aplicar, con más verdad que San Pablo se
las aplicaba a sí propio, estas palabras: Quos iterum parturio donee farmetur
Christus in vobis. Yo produzco todos los días a los Hijos de Dios, hasta que
Jesucristo, mi Hijo, sea formado en ellos en la plenitud de su edad».
San Agustín, excediéndose asimismo y a lo que yo acabo de decir, afirma que
«Todos los predestinados para ser conformes a la imagen del Hijo de Dios,
mientras permanezcan en este mundo, están ocultos en el seno de la Santísima
Virgen, en el cual están guardados, se alimentan, se sostienen y se desarrollan,
merced a esta buena Madre, hasta que Ella los saca a la luz de la gloria después
de la muerte que es, con toda propiedad, el día de su nacimiento, como la
Iglesia llama a la muerte de los justos. ¡Oh misterio de gracia desconocido de los
réprobos!».
Y para confirmar más hondamente esta verdad de que Dios quiere formar a los
predestinados en María, pone en boca del Espíritu Santo estas palabras, contenidas en el
número 35:
«El Espíritu Santo quiere formarse en Ella y por Ella sus elegidos, por eso la dice:
In electos mes mite radices… Echad, amada y Esposa mía las raíces de todas
vuestras virtudes en mis escogidos para que crezcan de virtud en virtud y de
gracia en gracia. Tanta, es la complacencia que hallé en vos, mientras en la
tierra os ejercitáis en la práctica de las más sublimes virtudes que aun deseo
encontraros en la tierra, sin que ceséis de estar en el cielo. Reproducíos, a este
fin, en mis elegidos, sea yo en ellos con agrado las raíces de vuestra fe invencible,
de vuestra humildad profunda, de vuestra mortificación total, de vuestra oración
sublime, de vuestra caridad ardiente, de vuestra esperanza firme y de todas
vuestras virtudes. Vos sois en todos los momentos mi Esposa tan fiel, tan pura
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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y tan fecunda, como siempre, deme fieles vuestra fe, deme vírgenes vuestra
pureza, deme elegidos y templos vuestra fecundidad».
Y como si por momentos se acrecentara la embriagadora emoción que sintiera
en su alma nuestro inspirado Beato, parece que, ensimismado en sí mismo, se regala en
la contemplación de la purísima fecundidad de María, engendrando en las almas las
bellezas de la predestinación, manifestadas en los místicos encantos de la más alta
santidad, y entonces exclama:
«Cuando María ha echado raíces en un alma, obra allí las maravillas de la gracia,
que sólo Ella es capaz de producir, porque sólo Ella es la Virgen fecunda que
jamás ha tenido ni tendrá semejante en pureza y en fecundidad».
¡Qué sublime elevación de miras!
Nuestro admirable beato no hallaba punto alguno de comparación entre la
pureza y fecundidad de María y la de las demás almas, y con muy sobrada
razón, pues, por mucha que haya sido la virginidad de cada uno de los santos
y santas que han engendrado hijos para el cielo, ¿habrá modo de compararlos
siquiera con estas mismas virtudes en María?
Castos y fecundos fueron los padres anacoretas de los desiertos, castos y fecundos
San Benito y San Bernardo, San Francisco de Asís y Santo Domingo, San Ignacio
de Loyola y San Pablo de la Cruz, y tantos y tantos otros padres de pléyades de
santos. Y castas y fecundas fueron Santa Paula, Santa Francisca romana y Santa
Brígida. Vírgenes y madres de miles de hijas fueron Santa Clara y Santa Catalina,
Santa Teresa y la venerable madre Silva, pero, ¿qué otra cosa son todos estos
santos y santas en su pureza y fecundidad que débiles destellos en comparación de
la más brillante luz solar? ¿No es la Madre por excelencia, la Madre de Jesús la
que engendra en su inmaculado seno la vida de la gracia de todos, absolutamente
de todos, los santos?
Y como si todo lo que hasta aquí ha escrito no fuese bastante, el inspirado vidente,
como arrastrado por la fuerza de su amor, en el orden del espíritu, llego hasta
dar en el núcleo de sus amores, en primera expresión de sus ideales más amados
y, fundándose como siempre, en lo más, deduce como consecuencia la ejecución
de lo menos, que es el objeto de sus ansias y profecías. Y así continúa diciendo
con creciente entusiasmo en el número 37:
«María ha producido con el Espíritu Santo la cosa más grande que ha habido y
habrá jamás, que es un Dios Hombre. Por tanto, Ella producirá las mayores
cosas que habrá en los últimos tiempos. A Ella están reservadas la formación y
la educación de tos grandes santos que saldrán hacia el fin del mundo, pues sólo
esta Virgen singular y milagrosa es la que puede realizar, en unión del Espíritu
Santo, las cosas singulares y extraordinarias».
¿Quién no ve en estas proféticas palabras, un espontáneo fulgurar de la vivida
lumbre que ilumina y guía toda la vida de nuestro Beato amadísimo?
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Solidísimo fundamento es éste de todos los deseos montfortianos y brevísima
síntesis en donde, como en intenso foco, hace vislumbrar la restauración del mundo
mediante los grandes santos que ha de formar el amor a María en los últimos tiempos,
o en los tiempos que han de venir, o en la segunda venida de Cristo, según la diversidad
de expresiones que el Beato emplea, como quiera que esta segunda venida de Jesús a
los hombres no ha de hacerse por María sola, sino por el Espíritu Santo mediante su
celestial Esposa, por eso termina este apartado I del artículo que estamos estudiando
con estas palabras:
«Cuando el Espíritu Santo, su Esposo, la ha encontrado en un alma, vuela allí,
entra plenamente, se comunica a esta alma con abundancia, en cuanto ella da
cabida a su Esposa, y una de las principales razones por las que el Espíritu Santo
no hace a veces maravillas estupendas en las almas es porque Él no encuentra
allí una unión bastante grande con su fiel e indisoluble Esposa. Y digo
indisoluble Esposa, porque, desde que este Amor substancial del Padre y del
Hijo se ha desposado con María para producir a Jesucristo, el jefe de los elegidos,
y a Jesucristo en los elegidos, jamás la ha repudiado, porque Ella ha sido siempre
fiel y fecunda».
Es evidente lo que enseña el Beato. Cuando entre los nombres y María haya
una unión suficiente, según el querer divino, el Espíritu Santo hará maravillas
estupendas en las almas, pues, sólo por este medio, Jesucristo será engendrado en los
predestinados, como lo ha sido hasta aquí.
CONSECUENCIAS
María reina de los corazones
I
Epílogo de lo que ha dicho anteriormente nuestro Beato es el primer párrafo en
que ahora nos hemos de ocupar, que es el 39, según el orden que nosotros seguimos,
teniendo en cuenta la preciosa obrita que comentamos y de la que ya hemos hablado
más de una vez a nuestros lectores, traducida por nuestro muy respetable amigo el P.
Jesús María de Orihuela, capuchino de Totana.
Decimos que este párrafo es un epílogo de lo dicho hasta aquí porque en cuanto
deduce, con la sencillez que lo caracteriza, la primera consecuencia que el Beato desea
anotar para robustecer esta conclusión, la funda sobre todas las razones que antes ha ido
estudiando y que ya hemos nosotros manifestado a nuestros lectores.
He aquí la consecuencia: «De lodo lo dicho debemos concluir que María ha
recibido de Dios un gran dominio sobre las almas de los elegidos».
Leamos cuales son los antecedentes que le hacen deducir ese consiguiente:
E.R. 32
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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«Porque no puede establecer en ellos su morada, según el Padre se lo ha
ordenado, formarlos, alimentarlos y producirlos a la vida eterna como su madre,
tenerlos en herencia y en porción, formarlos en Jesucristo y a Jesucristo en ellos,
echar en sus corazones las raíces de sus virtudes y ser la compañera indisoluble
del Espíritu Santo para todas las obras de la gracia».
Y constante siempre en su manera de ir argumentando a fortiori, deduciendo con
fuerza ineludible que los derechos dados a María sobre Cristo con más razón los debe
tener sobre los hombres, corrobora de nuevo ésta su primera consecuencia diciendo:
«No puede, digo, hacer todas estas cosas si no tiene derecho y dominio sobre sus
almas por una gracia singular del Altísimo que, habiéndola dado potestad sobre
su Hijo único y natural, se la ha concedido también sobre sus hijos adoptivos,
no solo en cuanto al cuerpo, lo cual sería poco, sino también en cuanto al alma».
En el párrafo que sigue, el 40, para más determinar el dominio de María sobre
los hombres especialmente en lo que se refiere a la vida espiritual del hombre, pone otro
principio mariano general como fundamento, cual es el expresado en estas palabras:
«María es reina del cielo y de la tierra por gracia, como Jesús es su Rey por naturaleza
y por conquista».
Después, para referir el dominio o realeza de María al interior del hombre, nos
recuerda otra verdad evidente en el mundo de la fe con estas palabras: «luego, si el reino
de Jesucristo consiste principalmente en el corazón y en el interior del hombre, según
estas palabras, el reino de Dios está dentro de vosotros, también el reino de la Santísima
Virgen está principalmente en el interior del hombre, es decir, en su alma». Ve aquí que
María es la Reina de las Almas, o lo que es lo mismo, vive con Jesús y con la beatísima
Trinidad en el último centro de nuestro espíritu, en la última y más perfecta de las
moradas que diría Santa Teresa. Y allí recibe con el Rey divino los homenajes que las
almas le ofrecen en las sublimes muertes místicas de sus terrenos afectos, de su apego
a las criaturas, de su amor propio.
Ella impone con su derecho de Reina el ofrecimiento de todas las cosas
sacrificadas por amor de Dios y arranca con mano blanda, pero eficacísima en su obra,
toda ligadura sensible o espiritual de los hombres con las criaturas y consigo mismo,
recogiendo Ella misma en inefable joyero su inmaculado corazón, aquellos sacrificios,
pruebas inequívocas del divino amor, para que en Ella los vea el Rey, y en Ella, y por
Ella le sean gratos, y, por ende, glorificadores de Dios en el más alto grado.
Y por este motivo, por ser María la reina del interior de los hombres, y Ella la
que ordena esa vida interior, y Ella quien la recibe para ofrecerla al Rey, concluye
nuestro Vidente este número 40 de esta manera.
«Esta es la razón, porque Ella es en unión de su Hijo, más glorificada en las almas
que en todas las criaturas visibles, pudiéndola, por consiguiente, llamar con los
santos Reina de los corazones».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
48
II
Hay, relacionada con esta primera consecuencia que aquí deduce nuestro Beato,
una cuestión que, por lo práctica, no deja de ser importante, aunque siempre ha de ser
secundaria por determinar la expresión exterior de María Reina de los Corazones.
Los que con más derechos, los nacidos de legítima herencia, han representado
a María considerada bajo este aspecto, no ofrezcan un precioso grupo, como expresión
de María Reina de los Corazones en la que aparecen María con el Niño Jesús en Los
brazos, Ella sentada en su trono y a derecha e izquierda respectivamente el
bienaventurado Luis María Grignion de Montfort y un ángel, ambos en actitud de
adoración y de súplica, precioso nos parece este grupo y muy apto para recordar el
espíritu del mariano Beato que es, sin duda, muy importante nota característica de lo que
especialmente se debe recordar en presencia de María, Reina de los Corazones. No
queremos decir con esto que los hijos del inmaculado Corazón de María no puedan
aducir en favor de las imágenes de su Patrona excelsa razones que induzcan a
convencernos que ellos son los que ofrecen la más apropiada expresión de María Reina
de los Corazones, pues, es indudable, que nunca tendrá la Inmaculada más fuerza ante
los fieles en general, que es de lo que aquí tratamos, para pedirles el corazón que
cuando Ella les ofrece el suyo propio.
No faltará quien, por otras razones de gravísima actualidad, pudieran atribuir esta
apropiada representación a Nuestra Señora de Lourdes. Quienes se esforzarán en probar
que ninguna otra imagen tiene más fuerza de mostrar la realeza que la imagen
grandiosa representativa de la devoción de las Tres Ave Marías.
En general, podemos decir que, hasta hoy, cada familia religiosa, cada devoción
especial, hasta cada fiel en particular, según sus devociones y cultura mariana, así tomarán
para sí la imagen que más satisfaga sus ideas y sus amores, pues ciertamente que no
han de estar muy satisfechos con la imagen de María Reina de los Corazones los que
la representa del modo primero que nosotros aceptaríamos como el más genuino por
razón de su origen, cuando uno de los temas de estudio en el Congreso Mariano
Montfortiano de Barcelona, fue el referente a la imagen representativa de María, Reina
de los Corazones.
LOS HOMBRES TIENEN NECESIDAD DE MARÍA PARA ALCANZAR SU ÚLTIMO
FIN
1. Los cristianos tienen necesidad de ella para cumplir sus deberes
El bienaventurado autor de la verdadera devoción a la Santísima Virgen es un
hombre plenamente conocedor del fin a que tiende en esta preciosa obra que tiene, en
el artificio de ella, la ingenuidad de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y la
soberana grandeza de la Mística Ciudad de Dios en la alteza con que estudia a María
y procede con la firme entereza del general que, habiendo puesto cerco a una plaza,
E.R. 33
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
49
seguro del valor moral y material de sus guerreros elementos, está cierto de la conquista
que se propuso y, decidido a convencer a sus enemigos de la superioridad con que
cuenta, hace gala a cada paso de la gallardía de sus soldados y de la eficacia de sus
armas, y, por esta seguridad con que obra, el mismo amadísimo Vidente se goza en sí
haciendo resaltar las dificultades de cada paso para mostrar luego la serenidad de
ánimo con que sortea todas las dificultades, haciéndose imposible, ante tan claro
conocimiento del fin y del camino que a él conduce, cualquiera emboscada, por artera
que sea, sin que al momento no quede desbaratada.
En el artículo anterior, con garra de león y vuelo de águila, embrazando todas las
razones que había aducido en pro de la necesidad de la devoción a la Santísima Virgen,
levántase majestuoso hasta la más alta región de la realeza en donde contempla
extasiado a María como reina de las almas y de los corazones todos, y ahora,
particularizando o distinguiendo los conceptos especiales de la realeza de María, que
antes ha mostrado en general, se dispone a manifestarnos cómo los cristianos tienen
necesidad de María para cumplir sus deberes. Esto es, lo que antes ha dicho de todos
los hombres, ahora lo concreta a solos aquellos que gozan de la gracia de ser cristianos
y, como quiera que es propio de los cristianos cumplir los mandamientos para salvarse,
serva mandata, de aquí que, al decir nuestro Beato, en el título especial de esta
primera parte de la segunda consecuencia, «los cristianos tienen necesidad de Ella para
cumplir sus deberes», es lo mismo que si dijera para cumplir los mandamientos.
La primera prueba que aduce nuestro Vidente es de las que venimos
distinguiendo con el carácter especial de montfortianas. Dice así en el número 41:
«Como la Santísima Virgen ha sido necesaria a Dios con una necesidad que
llamamos hipotética, en consecuencia de su voluntad, debemos advertir que es
todavía más necesaria a los hombres para llegar a su último fin».
Una vez fundada la necesidad que los hombres han de tener de María para llegar
a su fin, ya que hasta Dios quiso valerse de Ella para consumar la salvación humana,
con mucha razón añade: «La devoción a María no debe confundirse con la devoción a
los santos, como si no nos fuera más necesaria y sí sólo de supererogación». O lo que es
lo mismo; para salvarse puede prescindirse de la devoción de cualquiera de los santos,
hasta del santo de nuestra mayor devoción, pero de la devoción a María no puede
prescindir el alma, si ha de cumplir los mandamientos con las necesarias condiciones
para salvarse.
Esta fundamental doctrina, que hoy palpita en el corazón de la Iglesia como
una verdad de tan suprema actualidad que hasta se pide de ella la definición dogmática,
es demostrada por nuestro Beato con relativa insistencia, dada la extensión de su obra,
y no solo prueba, sino que señala fuentes en las que se puede saturar de esta doctrina
el amante de María.
El número 42 es buen testimonie de lo que decimos. He aquí las palabras del
Vidente de Montfort:
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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«El docto y piadoso Suárez, de la Compañía de Jesús, el sabio y devoto Justo
Lipsio, doctor de Lovaina, y muchos otros han probado de una manera
irrefutable, apoyándose en el sentir de los Padres, entre otros de San Agustín,
San Efrén diácono de Culesa, San Cirilo de Jerusalén, San Germán de
Constantinopla, San Juan Damasceno, San Anselmo, San Bernardo, San
Bernardino, Santo Tomas y San Buenaventura, que la devoción a la Santísima
Virgen es tan necesaria para la salvación y, que, al decir del mismo Ecalampadio
y de algunos otros herejes, el no tener estima y amor a la Santísima Virgen es
una señal de reprobación así como es un signo infalible de predestinación el
entregársele y serle devoto entera y verdaderamente».
Y como si no fuera bastante para confirmar nuestro aserto, en el número 43
añade:
«Las figuras y las palabras del antiguo y del nuevo testamento prueban esto
mismo, los sentimientos y ejemplos de los santos lo confirman, la razón y la
experiencia lo enseñan y demuestran, los mismos diablos y sus secuaces, obligados
por la fuerza de la verdad, han tenido a pesar suyo, que confesarlo así. De todos
los pasajes de los santos Padres y Doctores que he reunido para probar esta
verdad, sólo traeré uno, para no ser más difuso, Tibi devotum esse est arma
quaedam salutis quae Deus dat his quos vult salvos fierit…
El ser devoto tuyo, oh María, dice San Juan Damasceno, es un arma de salvación
que Dios concede a aquellos que quiere salvar.
También podía referir aquí algunas historias que confirman esto mismo, entre
otras, primero, la que refiere en las Crónicas de San Francisco, el cual vio en
éxtasis una gran escalera que llegaba al cielo, al fin de la cual estaba la Santísima
Virgen, y por la cual Dios le indicó que era preciso que subiéramos si queríamos
llegar al Cielo y, segundo, la que se menciona en las Crónicas de Santo Domingo,
cuando quince mil demonios que poseían el alma de un desgraciado hereje cerca
de Carcusana, en donde este santo predicaba el Rosario, con gran confusión de
ellos, se vieron obligados a confesar por mandato de María, muchas, grandes y
consoladoras verdades relativas a su devoción, con tal fuerza y claridad que, por
poco devotos que seamos de esta Señora, no podemos leer dicha historia
auténtica en el panegírico que el diablo hizo a pesar suyo, de la devoción a la
Santísima Virgen sin derramar lágrimas de alegría».
Verdad inconcusa es ésta para nosotros que no hemos de entretenernos en
demostrar o, mejor, en confirmar más pues está ya suficientemente expuesta y
comprobada por tantos esclarecidos teólogos marianos cuantos se han ocupado en este
asunto tan fundamental y de tanta importancia como suponen las palabras puramente
montfortianas con que empieza nuestro Beato este artículo y que ponemos nosotros de
nuevo como digno remate: «Como la Santísima Virgen ha sido necesaria a Dios con
una necesidad que llamamos hipotética […], es todavía más necesaria a los hombres
para llegar a su último fin».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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2. Especialmente los que aspiran a la perfección
Preciosos y consoladores son los párrafos que nos toca ofrecer a la consideración de
nuestros lectores. Desde los conceptos más generales viene nuestro amadísimo Beato
mostrándonos la necesidad que Dios y los hombres tienen de María, y ahora vamos
a contemplar al mariano vidente entrando en el sublime alcázar de la perfección
cristiana fijo su amor y pensamiento en la altísima perfección de la Señora para alentar a
las almas todas a subir hasta el monte santo del Señor, llevadas por los atractivos y
fortaleza de la Reina de los Corazones.
Una aclaración nos parece conveniente hacer, o más bien, una repetición de la
advertencia ya hecha quizás repetidas veces, y es que, aunque a nosotros mismos nos
sería muy grato regalarnos considerando con la mayor extensión e intensidad los
sublimes ápices de las virtudes de María y los inexhaustos tesoros místicos que en Ella
quiso acumular el divino Esposo, no nos detendremos en saborear tantas dulcedumbres,
antes bien, siguiendo el espíritu de nuestro Vidente, nos daremos por contentos con
anotar que María es necesaria a las almas que más desean la perfección, así como ha
sido en todo tiempo el abundoso abrevadero en donde las almas de todos los santos se
han saturado del perfecto espíritu de Cristo.
En el número 44 empieza el bienaventurado Luis María por relacionar lo que ha
dicho respecto de la necesidad de María a los cristianos en general con lo que va a seguir
enseñando ahora. Dice así:
«Si la devoción a María es necesaria a todos los hombres para conseguir su
salvación, lo es más todavía a los que se sienten llamados a una perfección
particular, y no creo yo que jamás persona alguna pueda adquirir una unión íntima
con el Señor, y una fidelidad perfecta al Espíritu Santo, sin una estrechísima unión
con María y una gran dependencia de su socorro».
En el número 45 habla nuestro Beato, con su estilo y modo más característico,
sentando este principio:
«Solo María es la que ha hallado gracia ante Dios, sin necesidad de ninguna otra
pura criatura. Sólo por Ella han conseguido esta gracia los que la han encontrado
ante Dios, y sólo por Ella la obtendrán cuantos en la sucesivo la han de hallar».
Hermosísima verdad que trae a la memoria los nombres más gloriosos del
catálogo de los santos, contemplando lo escrito en el dulcísimo Corazón de María como
de hijos de sus entrañas, verdad que, al propio tiempo, nos hace vislumbrar otra pléyade
de santos, semejantes a los habidos hasta hoy, unos, y forjados en nuevos moldes
marianos, otros, de los que en el artículo inmediato nos ha de empezar a tratar, aunque
no sea de un modo directo inmediatamente, siquiera haga de ellos las más claras
indicaciones.
En lo demás que resta de este párrafo, el Beato nos hace considerar a María
como tesorera de las gracias espirituales y guía en los caminos de la perfección, fundando
su anterior aserto en la plenitud de gracia habida en María antes de la Encarnación y en
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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el modo maravilloso que Ella tuvo de aumentarla desde entonces, por lo que mereció
de Dios los títulos que veremos expresos en estas palabras de nuestro Maestro mariano.
«Ella estaba henchida de gracia cuando la saludó el arcángel San Gabriel, y quedó
sobre abundantemente llena de gracia cuando el Espíritu Santo la cubrió con su
sombra inefable, y de tal manera ha aumentado Ella de día en día, y de momento
en momento, esta doble plenitud de la gracia, que se ha elevado a un grado de
gracia inmensa e inconcebible, en forma que el Altísimo la ha hecho tesorera
única de sus riquezas y dispensadora única de sus gracias, para hacer caminar
por la estrecha senda del cielo a quien Ella quiere, para permitir, a pesar de
todos los obstáculos, la entrada por la angosta puerta de la vida a quien Ella
quiere, y para dar el trono, el cetro y la corona de rey a quien Ella quiere».
Termina, por fin, este número 45, con una verdad que implica una comparación,
y por ella nos hace entender como sólo en María podemos hallar el manjar de los
santos. Con la sencillez y profunda convicción que le caracteriza dice:
«Jesús en todas partes, y siempre, es el fruto y el Hijo de María, y María es en
todo lugar y tiempo el árbol verdadero que contiene el fruto de vida, y la
verdadera Madre que le produce».
En el número 46 continúa nuestro Beato haciendo grandes elogios del poder de
María para ayudar a las almas en los caminos de la perfección y, por estar todas sus
afirmaciones y símiles en conformidad con lo que de María dicen las Sagradas
Escrituras y los Santos Padres, aceptamos cuanto en él escribe el Beat Grignion. He
aquí sus palabras:
«Solo María es a quien Dios ha confiado las llaves de las bodegas del amor divino,
y el poder de entrar y de hacer entrar a los otros en las vías más sublimes y
secretas de la perfección. Ella sola es la que permite la entrada en el paraíso
terrestre a los miserables hijos de la Eva infiel para pasear en él agradablemente
con Dios, ocultarse con seguridad de sus enemigos, alimentar se deliciosamente,
sin temer nunca a la muerte, del fruto de los árboles de la vida, y de la ciencia
del bien y del mal, y para beber a grandes tragos las aguas celestes de esta hermosa
fuente que allí salta en abundancia, o más bien, Ella misma es el paraíso terrestre,
esa tierra virgen y bendita de la cual fueron despedidos Adán y Eva pecadores.
Ella sólo da la entrada en sí misma a aquellos y a aquellas a quienes la place para
hacerlos santos».
Al leer las anteriores palabras no podemos menos de exclamar: Ut adveniat
regnum Christi adveníat regnum Mariae.
Y como si lo dicho no fuera bastante para indicar lo que ya antes hemos dicho,
las dos generaciones de santos que nos atreveríamos a llamar anteriores y posteriores
al espíritu de la Esclavitud mariana, añade:
«Todos los ricos del pueblo, para servirme de la expresión del Espíritu Santo,
según la explicación de San Bernardo, pedirán vuestra mirada de siglo en siglo, y
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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particularmente al fin del mundo, es decir, que los más grandes santos, las almas
más ricas en gracias y virtudes, serán los más asiduos en rogar a la Santísima
Virgen, en tenerla siempre presente como un perfecto modelo para imitarlo e
implorar su poderosa ayuda para que los socorra».
¡Almas, que amáis la Esclavitud encended vuestros corazones en el amor a
María y seguidla, imitadla, amadla cada día más!
¡Y vosotros, quien quiera que seáis, sabios o ignorantes, si tenéis fe, postraos
humildes ante el gran vidente de la Esclavitud mariana, vanguardia gloriosa del reinado
de Cristo en el mundo!
¡Y todos, unos y otros, aprestaos a formar en el gran ejército mariano que ha
de venir!
¡Dichosos los que oigan la voz dulcísima de la Reina Inmaculada que los llama!
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
54
Capítulo I
Artículo IV
OFICIO QUE HARÁ MARÍA, ESPECIALMENTE EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
MIRADAS PROFÉTICAS SOBRE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Al llegar a este artículo cuarto, último del capítulo primero de la parte primera de La
verdadera devoción a la Santísima Virgen, nos imaginamos a nuestro intrépido Beato
como un decidido explorador que marcha afanoso por alcanzar la cima de muy alta
montaña y, en viéndose próximo al lugar desde donde sabe ciertamente que ha de
contemplar el más grandioso panorama, arrebatado en alas de su entusiasmo, canta las
bellezas que siente alborear en su alma.
Ya lo oímos hablar de los más grandes santos y de las más ricas almas en gracia
y virtudes en el último párrafo del artículo anterior y ahora, al empezar el artículo
presente, como si volviera en sí de su entusiasmo y recapacitara bien lo que va a decir,
se ratifica en lo que ya ha escrito diciendo: «He dicho que todo lo anteriormente
expuesto sucederá particularmente al fin del mundo y bien pronto».
¡Al fin del mundo y bien pronto!
No juzgamos que, en estas palabras, anunciara nuestro Beato que el fin del
mundo estuviese cercano. No tendríamos tampoco por acertado al que entendiese que
el maestro montfortiano al decir bien pronto se engañase, porque ya han pasado siglos
desde que él escribió estas palabras. El fin del mundo anunciado y predicado por los
santos no es el fin universal. Ellos hablan del fin de una época, de una edad o del
cómputo de tiempo que media entre el principio de una era y un cambio, tan radical
en la vida de las naciones, que implique, si no una nueva era porque los cristianos no
tendríamos para qué admitir otra, una edad nueva dentro de la era cristiana que es de
ayer, de hoy y todos los siglos.
Del mismo modo que la vida de la humanidad con relación al Dios Hombre se
divide en dos grandes lapsos de tiempo, el de Cristo que había de venir y el de Cristo
venido, y dentro del primero se estudian los siglos de la Ley Natural, y de los Patriarcas
y los tiempos de la Ley Escrita o de los Profetas. Así mismo, en los tiempos siguientes
a la Encarnación no habrá inconveniente alguno en admitir otras grandes divisiones
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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cronológicas siempre que haya razones que abonen tal división, y a nadie se oculta que
hoy estamos en uno de esos momentos históricos en los cuales son tan hondas las
huellas, que el rodar de los veinte siglos pasados han grabado en la haz de la tierra,
en las inteligencias, en las voluntades, en las conciencias, y en los órdenes social y
religioso que, sin duda alguna, imprimirán en la humanidad a partir del siglo XX,
caracteres tan señaladamente distintos de los que han marcado el modo de ser de los
pueblos en los pasados tiempos, que bastarán a determinar otra etapa cronológica de la
que puede decirse que da principio a otros tiempos y, por lo tanto, que al empezar estos
siglos dieron fin los anteriores.
En este sentido, salvo mejor parecer, podría entenderse ese lenguaje de nuestro
Beato al empezar este artículo IV diciendo: «He dicho que todo lo anteriormente ex
puesto sucederá particularmente al fin del mundo y bien pronto».
Sucederá particularmente al fin del mundo y bien pronto, esto es, al fin del
mundo sucederán estas cosas con unos caracteres tan especiales que las harán distintas
de cómo han sucedido hasta ahora y de cómo van a suceder bien pronto.
No queremos ser intérpretes. Lo que deseamos dejar sentado es que no es el
fin del mundo, precursor del juicio universal, del que habla nuestro Vidente como de
cosa inmediata o que ha de suceder bien pronto. Estas palabras están muy bien explicadas
cuando se habla de cambios que ha de sufrir la humanidad, pues dos siglos hace apenas
que murió el ardiente apóstol y ya se notan, en la vida exterior y hasta internacional de
la Iglesia, los esfuerzos denodados de los fervorosos amantes de María, encaminados a
conseguir «que la devoción a la Santísima Virgen alcance un grado inmenso», como
condición indispensable «de aquella gloriosa época de la Iglesia que será la época de
María» de la que pide la pronta venida el Padre Faber en su introducción a la verdadera
devoción a la Santísima Virgen, obra celestial que nos ocupa.
¿Qué son dos Siglos, en efecto, comparados con la gestación del universal
anarquismo en que hoy se ve en vuelto el mundo y, en medio del cual, por ley
biológica de la Iglesia se impone la reacción contraria, o sea la sumisión a toda
autoridad legítimamente constituida? Sumisión que no tiene fórmula más exacta que la
concrete y exprese que las tan conocidas, como poco imitadas palabras de la Inmaculada:
Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbun tuum.
Dos siglos apenas es un día en lo grandes cambios que estudia la Historia
Universal.
Continúa después nuestro Vidente razonando con la más ingenua sencillez sus
anteriores palabras de este modo:
« Porque el Altísimo, según ha sido revelado a un alma santa cuya vida ha escrito
M. de Renty, debe formarse, en unión con su Madre, grandes santos que
sobrepasarán en santidad a la mayor parte de los otros santos, como los cedros
del Líbano exceden a los arbustillos».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Ante semejante afirmación, a la que damos el más perfecto asentimiento, ¿qué
otra cosa pueden hacer las almas ansiosas de que reine en el mundo el amor inmenso
a María que orar, sufrir y esperar que esa nueva generación de santos salga del divino
crisol de la devoción a María?
El bienaventurado Luis María sigue robusteciendo su primer aserto con otra
segunda revelación hecha a San Vicente Ferrer y no dando ahora más importancia a las
notas características de los inmensamente devotos de María a que se refiere dicha
revelación, sin nada que decir de nuestra parte, copiamos el número 49.
«Estas grandes almas, llenas de gracia y de celo, serán escogidas para oponerse a
los enemigos de Dios, que se estremecerán por todas partes, y serán, de una
manera especial, devotas de María, esclarecidas con su luz, alimentadas con su
leche, conducidas por su espíritu, sostenidas por su brazo y guardadas bajo su
protección, de modo qué combatirán con una mano y edificarán con la otra.
Con una mano lucharan, derribarán y aplastarán a los herejes con sus herejías, a
los cismáticos con sus cismas, a los idólatras con sus idolatrías y a los pecadores
con sus impiedades, y con la otra mano edificarán el templo del verdadero
Salomón y la mística ciudad de Dios, es decir, la Santísima Virgen llamada por
los Santos Padres el templo de Salomón y la ciudad de Dios.
Conducirán a todo el mundo con sus palabras y ejemplos a su verdadera devoción,
lo cual les acarreará muchos enemigos, pero también muchas victorias y glorias
para Dios solo. Esto es lo que Dios ha revelado a San Vicente Ferrer, gran apóstol
de su siglo, como lo ha indicado él en una de sus obras».
Y continuando en graduación ascendente las pruebas que antes ha aducido trae,
nuestro Beato, como tercera prueba de su primer aserto, palabras de la Sagrada Escritura,
que él explica, en conformidad con las dos revelaciones de que ya hemos hecho
mención. El número 50, que es el que nos corresponde leer dice así:
«Esto es lo que el Espíritu Santo parece haber predicho en el Salmo LVIII con
estas palabras: Et scietur quia Deus dominabitur Jacob et finium terrae;
covertentur ad resperam, et famem patientur canes, et circuibunt civitatem, El
Señor dominará en Jacob y en toda la tierra, ellos se convertirán al atardecer y
sufrirán hambre como perros e irán alrededor de la ciudad buscando qué comer.
Esta ciudad que los hombres buscarán al fin del mundo para convertirse y saciar
el hambre que tendrían de la justicia es la Santísima Virgen, a quien el Espíritu
Santo llama pueblo y ciudad de Dios».
Con este último párrafo damos por terminadas las que nos atrevemos a llamar
primera serie de razones empleadas por nuestro Beato para demostrar cómo «al fin del
mundo y bien pronto, el Altísimo debe formar, en unión con su Madre, grandes santos...».
Divina Infantita, en tu amor confío para ver convertidas en hechos estas profecías.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Tres razones examinamos en nuestro artículo anterior, aducidas por el muy
amado Vidente de la Esclavitud mariana en el artículo IV del capítulo I de que ahora
tratamos. Después continúa el autor de La verdadera devoción demostrando, como se
propuso al principio de este artículo, que el Altísimo debe formar, en unión con su
Madre, grandes santos. Y a los testimonios antes citados de la revelación, añade ahora
otras consideraciones, las cuales, sobre ser harto funda mentales y comunes, indican
de un modo asaz elocuente el nuevo concepto, o mejor el concepto especial que ha de
servir de norma en nuestros tiempos a los devotos de María para estudiarla, servirla y
amarla.
En el número 51, que es el que nos toca analizar, empieza el Beato por sentar
uno de sus principios, que son de él característicos, y que bastarían para distinguir las
doctrinas montfortianas del modo de exponer las teorías marianas otros autores. «Por
María se comenzó la salvación del mundo dice, y por María se debe consumar».
Esto es, si por María se comenzó la salvación encarnándose y naciendo de Ella el
Salvador, en Ella y de Ella deberán nacer los instrumentos de que Dios se quiere valer
para salvar a los hombres en estos tiempos que han sustituido la fe por el más universal
e intenso materialismo.
Y continúa nuestro Beato amadísimo haciendo consideraciones históricas de este
modo: «María apenas se dejó ver en la primera venida de Jesucristo».
Antes de pasar adelante conviene que fijemos un tanto nuestra atención en lo que
se entiende por primera venida de Jesucristo. Es evidente que se refiere el montfortiano
maestro a los tiempos de la Encarnación y Nacimiento del Hombre Dios. Tiempos que
empezaron hace veinte siglos y que nos atrevernos a denominar la Época de María
Madre de Dios. Tiempos que ya dieron paso a otros que tienen por inefable frontispicio
el dogma de la Concepción Inmaculada y que toman en este hecho, el más sublime
del siglo XIX, el concreto y evidente lindero de la segunda venida de Cristo, principio
de otra época, que no dudamos en llamar la Época de María Inmaculada.
En este mismo número 51 sigue nuestro celestial Vidente dando la razón
primera del por qué, «por María se comenzó la salvación del mundo, primera venida
del Redentor, y por María se debe consumar, la segunda venida». Dice así:
«María apenas se dejó ver en la primera venida de Jesucristo con el fin de que los
hombres, todavía poco instruidos e ilustrados sobre la persona de su Hijo, no se
separasen de Él aficionándose fuerte y violentamente a Ella, lo que, sin duda
alguna, hubiera sucedido si Ella hubiese sido conocida, a causa de los admirables
atractivos que el Altísimo puso aún en su exterior. Y esto es tanta verdad que San
Dionisio Areopagita nos dejó escrito que, cuando la vio, la hubiera tenido por
una divinidad en vista de sus secretos atractivos y de su belleza incomparable, si
la fe que él profesaba no le dijera lo contrario. Pero en la segunda venida de
Jesucristo debe ser conocida y revelada por el Espíritu Santo a fin de hacer, por
medio de Ella, que los hombres conozcan, amen y sirvan a Jesucristo, pues
entonces ya no subsistirán aquellas razones que obligaron al Espíritu Santo a
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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ocultar a su esposa durante su vida y a manifestarla sólo raras veces desde que
se predicó el Evangelio».
No pueden estar más claramente manifiestas las dos venidas de Cristo y cómo
en la segunda ha de ser conocida de modo singular María. Y, aunque de este especial
conocimiento de la Santísima Virgen ya hemos hablado más de una vez en esta nuestra
revista y en la obra La Inmaculada, también tratamos este asunto con determinación
muy particular. Esto no obstante, nos complacemos en afirmar de nuevo que este
conocimiento y revelación de María para que los hombres conozcan y amen a Jesucristo,
no puede ser otro que el conocimiento de la Inmaculada Concepción estudiado a la luz
del dogma, pues María, como Madre de Dios no podía ser más conocida y como Reina
de la gloria no hay por ahora motivos para ese conocimiento singular, que tan
halagüeños resultados ha de producir en la sociedad volviéndola a los pies de Cristo
redentor.
Este conocimiento de María, como obra de las manos de Dios, es lo que estaba
reservado a nuestros tiempos, porque ahora, como escribía el Beato, ya no subsisten
aquellas razones que antes impedían este conocimiento de la Inmaculada, como pura
criatura, pues era, sin género alguno de duda, mucho más conveniente que fuera
conocido primero Cristo en el trono que le formara su Madre, que apartar los ojos del
Rey para fijarlos en el trono en que se ostentaba.
Conocida María como Madre del Hombre Dios, con lo que había la Iglesia de
cantar en Ella una gloria en cierto modo infinita y en absoluto singular y propia de
sólo María, ya no había de ser extraño que se atribuyeran a esta Madre, así sublimada,
cuantas gracias quepan en humano corazón por perfectas que se las supongan. Y por lo
mismo habían de llegar tiempos en que se reconociera en María la gracia de las gracias,
la gracia que a todas supera y es digno fundamento hasta de la maternidad divina en
algún modo, la gracia que, por lo mismo de ser tan excelsa, le fue regateada por no pocos
doctísimos teólogos durante siglos y que hoy nosotros tenemos el consuelo de confesar
como un amadísimo dogma de nuestra fe.
No creemos que sea hoy necesario insistir más en esta verdad. Bástenos, para
concluir este trabajo, copiar a continuación el número 52 con las siete consideraciones
que en él hace nuestro Beato, y de las que trataremos en el número siguiente siquiera
sea muy a la ligera, por no hacer este artículo excesivamente largo. Pero no dudamos
que nuestros lectores verán por sí mismos como nuestro montfortiano maestro habla
del conocimiento y revelación de María en cuanto es la más excelente de las criaturas
y en cuanto es la que dispone del modo eficaz la venida de Cristo al mundo. En una
palabra, habla de María en el orden de la ejecución.
No tenemos inconveniente en anotar aquí que si nuestro Vidente no habla con
toda distinción de María Inmaculada es porque esta gracia fue concedida a la Venerable
Madre Sor María de Jesús de Agreda, mientras que al Beato le reservó Dios la gracia de
revelarnos a los que habían de constituir la corte fidelísima de los esclavos de amor
de Ella.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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El número 52 de La verdadera devoción dice así:
«Dios quiere, pues, revelar y descubrir a María, la obra maestra de sus manos, en
estos últimos tiempos.
1. Porque Ella se ocultó en este mundo y se colocó más baja que el polvo por
su propia humildad, habiendo conseguido de Dios, de sus apóstoles y
evangelistas que apenas la manifestaran.
2. Porque siendo la obra maestra de las manos de Dios, tanto aquí bajo por
la gracia como en el cielo por la gloria, Él quiere ser en ella glorificado y
alabado en la tierra por los mortales.
3. Cómo Ella es la aurora que precede y descubre al Sol de justicia, que es
Jesucristo, debe ser conocida y vista a fin de que lo sea Jesucristo.
4. Cómo es el camino por donde Jesucristo ha venido a nosotros la primera
vez, lo será también cuando este venga la segunda, aunque de diferente
manera.
5. Siendo el medio seguro y la vía recta e inmaculada para ir a Jesucristo y
encontrarle perfectamente, por Ella le deben también hallar las almas santas
que deben resplandecer en santidad. El que se encuentre a María
encontrará a la vida, pero no se puede encontrar a María si no se le busca,
no se la puede buscar si no se la conoce, pues jamás se busca ni desea el
objeto que no se conoce. Por tanto, es necesario que para llegar al exacto
conocimiento y gloria de la Santísima Trinidad, sea María conocida como
nunca.
6. María debe brillar en misericordia para atraer, y recibir amorosamente, a
los pobres pecadores y desviados que se convertirán y volverán al seno de
la Iglesia católica; en poder contra los enemigos de Dios, los idólatras,
cismáticos, mahometanos, judíos e impíos obstinados, que se revolverán
terriblemente para seducir y hacer caer, por medio de promesas y
amenazas, a todos los que le serán contrarios, y, por último, deberá
resplandecer en gracia, para animar y sostener a los valientes soldados y
fieles servidores de Cristo que combatirán por sus intereses.
7. En fin, María debe ser terrible al demonio y sus secuaces, como un ejército
colocado en orden de batalla, principalmente en estos últimos tiempos
porque el diablo sabiendo que tiene poco tiempo, y menos que nunca, para
perder a las almas, redobla todos los días sus esfuerzos y sus ataques,
suscitará en breve nuevas persecuciones y armará terribles emboscadas a los
servidores fieles y a los verdaderos hijos de María, a quiénes les cuesta
vencer mucho más que los otros».
Las almas inspiradas por Dios no han sido todas iluminadas para todo, hecho
es este harto manifiesto para detenerse a demostrarlo, bastará recordar cómo es distinta
la fisonomía de cada uno de los videntes, tanto de las Sagradas Escrituras como de las
revelaciones especiales que Dios ha querido manifestar a las almas en los siglos de
catolicismo ya pasados.
E.R. 37
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Por este motivo no es de extrañar que unos videntes completen las visiones de
otros y que unos traten de asuntos completamente distintos de los que ocuparon la
atención de otros. Tampoco debemos olvidar que Dios tiene sus tiempos determinados
para revelar las verdades, según en su infinita Sabiduría tiene ordenado, para que se
desarrolle el plan por ella trazado a la humanidad viadora.
En conformidad con estas anteriores sencillas advertencias, observamos cómo,
en este asunto que nos ocupa, fue primero revelado a la Venerable Madre agredana el
misterio de la Concepción Inmaculada de María y, poco más tarde, el otro arcano de la
Esclavitud de la Virgen le fue mostrado al Beato Grignion, pues era muy conforme a
razón que fuese antes conocida la Señora que sus esclavos de amor.
Y así la Mística Ciudad de Dios y la Verdadera devoción a la Santísima Virgen
son obras complementarias que revelan al mundo una Reina con su Corte. Aquella
perfectísima criatura por haberla Dios creado con la perfección que supone la Concepción
Inmaculada, que es la más excelente gracia de santidad concedida a criatura alguna
racional, y ésta, tan perfecta también, cuanto supone la Reina Inmaculada.
De la Reina nos habla directamente la madre Agreda, por eso, cuando trata de
la Corte, no la delinea como lo hace el Beato Grignion que es el encargado por Dios de
este asunto, sin que el uno y la otra dejen de hablar de tal manera que den bien claro
a entender que suponen lo que el otro trata. Y así, en la Mística Ciudad se da por cierto
que la Inmaculada debe tener su corte en el cielo y en la tierra y que las esclavitudes
para María Inmaculada son evidente en La verdadera devoción.
Prometimos demostrar en el artículo anterior que en el número 52, que allí
copiamos con los siete caracteres que se atribuyen a María por razón de su dignidad y
de los tiempos en que había de ser manifestada, se habla de la Inmaculada, y vamos
brevemente a ocuparnos en este asunto.
Dice en primer término el Beato que el Espíritu Santo, por razones que ya no
existen, estuvo obligado a ocultar a su Esposa durante la vida mortal de Ella. Es claro
que no ocultó el que María era la Madre de Jesús, pues este hecho fue notorio a los
Pastores y Reyes en Belén, y al santo anciano Simeón en el templo, y después en
Nazaret y, más tarde, durante la vida pública de Cristo, y al pie de la Cruz, y siendo,
por fin, la cuna y antorcha de la naciente Iglesia, en Jerusalén, en Patmos, en Zaragoza
y en todo lugar en donde era menester la presencia de la Madre del Salvador, o lo que
es lo mismo, ni el Espíritu Santo, ni su Hijo, Hombre y Dios, ni los apóstoles,
escondieron jamás la dignidad que de María era propia de ser Madre del Verbo
encarnado.
María, diremos hablando con precisión, fue perfectamente dada a conocer en
las Escrituras en el orden de la intención divina. Ahora bien, no aconteció otro tanto en
el orden de la ejecución, lo que claramente manifiesta el Beato en aquellas palabras:
«Dios quiere, pues revelar y descubrir a María, la obra maestra de sus manos, en estos
últimos tiempos».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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A continuación, como sabemos, de estas palabras da las siete razones en las
que el Beato funda, con mirada profética, la conveniencia de este descubrimiento.
La primera como ya se dijo más arriba, es que Ella quiso ocultarse. Ya hemos
hablado en más de una ocasión de este hecho y de las razones en que se apoya.
La segunda, evidentemente, se refiere a María en el orden de la ejecución, pues
trata de que Dios quiere ser glorificado en el cielo y en la tierra, porque es María a
la obra maestra del divino poder. Luego mira el cómo hizo Dios a María, no el para
qué la hizo. La formó Inmaculada para que fuera digna Madre de Él.
Es la razón tercera una comparación en la que, a todas luces, se muestra a María
en su excelencia personal antes de ser madre de Dios, y en este tiempo sólo se la
puede alabar como Inmaculada, pues el Beato la considera como a «aurora que precede
y descubre al Sol de justicia».
La cuarta razón es semejante a la tercera, pero concreta más y expresa mejor el
concepto de que se trata. María es lo primero que hay que conocer para conocer a
Cristo antes de venir al mundo la primera vez. En estas palabras sólo se habla de María
desde su Concepción hasta la Maternidad y, por consiguiente, al afirmar que así mismo
será en la segunda venida. Lo que inmediatamente se deduce es que, conociendo ahora
a María desde su Concepción hasta la Encarnación, conoceremos, o conocerá la
humanidad extraviada, de nuevo al Cristo, «aunque de diferente manera», palabras
estas últimas en las que nos atrevemos a vislumbrar, salvo meliori, un precioso atisbo
del Beato en el que contempló el reinado de Cristo Eucaristía.
Por no alargar demasiado el artículo correspondiente a esta materia en nuestro
número de enero de Esclava y Reina, dimos apenas una idea muy vaga de la 4ª razón
aducida por el Beato Grignion para demostrar, como vimos en nuestra revista de
diciembre, que «Dios quiere revelar y descubrir a María la obra maestra de sus manos
en estos últimos tiempos». Esta 4ª razón, a que hoy aludimos, dice así: «Como María, es
el camino por donde Jesucristo ha venido la primera vez, lo será también cuando éste
venga la segunda, aunque de diferente manera».
Es evidente que nuestro Beato se refiere a María preparada por Dios con la
gracia de la Concepción Inmaculada para que fuese digna de la Encarnación y, por
consiguiente, al decir el mariano maestro que María será también camino cuando venga
la segunda vez, se refiere a la Inmaculada que ahora no volverá a ser trono de otra
Encarnación nueva del divino Verbo, mas, por el amor que la tengan los hombres e
imitación de las virtudes perfectísimas inspiradas por la gracia de la Concepción
Inmaculada, se realizará en los hombres la encarnación de Cristo mediante la gracia y,
así, el Rey divino aparecerá de nuevo triunfante en las sociedades modernas.
En relación con esta cuarta razón está la quinta que dice:
«Siendo María el medio seguro y la vía recta e inmaculada para ir a Jesucristo y
encontrarle perfectamente, por Ella le deben también hallar las almas santas que
deben resplandecer en santidad».
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Luego la manera eficaz de buscar a Jesucristo, y hallarlo, en nuestros días es
acudir a María Inmaculada para que, siendo lo más perfectamente imitada por las almas,
venga a ellas Jesús a morar y a reinar como moró y reinó realmente en el seno de nuestra
Reina Inmaculada.
Y este ir a Jesús por María es el camino propio también de las almas santas que
deben resplandecer en santidad. Nuestro Beato como se ve, en cuanto le es posible,
enseguida vuelve los ojos a la Esclavitud en la que los inscritos han de servir de modelo
a los demás, almas especialmente abnegadas en Cristo a imitación de María antes de
ser Madre de Dios, y conseguirán que Jesús viva en ellos, y ellos arrastrarán con su
ejemplo a las masas hasta que en éstas se engendre también el Rey de la santidad por la
gracia, por las virtudes y por la dependencia del mundo a la soberana ley de Dios.
Y luego continúa nuestro Beato:
«El que encuentre a María encontrará la vida eterna, pero no se puede encontrar
a María si no se la busca, [y] no se la puede buscar si no se la conoce, pues jamás
se busca ni desea el objeto que no se conoce».
Hasta aquí excita a las almas todas a ir en pos de María. Y después, para dar a
entender que se trata de un conocimiento singular de María añade: «Por tanto es
necesario que, para llegar al exacto conocimiento y gloria de la Santísima Trinidad,
sea María conocida como nunca». Esto es, que María sea conocida, amada e imitada
por ser Inmaculada especialmente, «como nunca».
Y después nos muestra los caracteres que ha de tener María, según Dios nos la
quiere mostrar ahora, como obra de sus manos. Y así añade la razón 6ª y la 7ª que
volveremos a copiar.
Dice así la 6ª: «María debe brillar en misericordia para atraer y recibir
amorosamente a los pobres pecadores y desviados que se convertirán al seno de la
Iglesia Católica». María, sin pecado, llama a su camino inmaculado a los pecadores de
un modo eficacísimo. Nadie mejor que quien nunca se desvía puede atraer al recto
camino a los desviados.
Nuestro Vidente continúa:
«María debe brillar en poder contra los enemigos de Dios, los idólatras,
cismáticos, mahometanos, judíos e impíos obstinados, que se revolverán
terriblemente para seducir y hacer caer por medio de promesas y amenazas a
todos los que les sean contrarios»
Palabras que están admirablemente conformes con lo enseñado por Pio X en su
encíclica Ad diem y con la experiencia tristísima de estos tiempos en los cuales, de todas
las ventajas oficiales, se aprovecha la irreligión para atraer a su campo a todos los
hombres. Estado social en el que juegan muy principal papel los judíos y cismáticos de
nuestros días. Estado social en que la ciencia enemiga de la fe, hallará su destructor en
el dogma de la Concepción Inmaculada como ha dicho Pío X.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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«Y por último dice el Beato , debe resplandecer María en gracia para animar
y sostener a los valientes soldados y fieles servidores de Cristo que combatirán
por sus intereses».
Y, ¿quién mejor que la Inmaculada, criatura que supo alabar, reverenciar y
servir a Dios con tan perfecto modo que al Hijo de Dios cautivó en su seno y diolo a
los hombres?
¿De quién aprender mejor la humildad y la obediencia que ha de hacer a los
esclavos invencibles en las luchas para defender los intereses divinos?
«Ecce ancilla Domini», repiten nuestras almas sin cesar. Enséñanos a ser
esclavos, Reina Inmaculada, Tú eres el perfectísimo modelo de los Esclavos, la Señora
de la Esclavitud.
«En fin diremos para concluir estas razones con nuestro Beato , María debe
ser terrible al demonio y sus secuaces, como un ejército colocado en orden de
batalla, principalmente en estos últimos tiempos porque el diablo sabiendo que
tiene poco tiempo, y menos que nunca, para perder a las almas, redobla todos los
días sus esfuerzos y sus ataques, suscitará en breve nuevas persecuciones y
armará terribles emboscadas a los servidores fieles y a los verdaderos hijos de
María, a quienes les cuesta vencer más que a los otros».
Y, ¿a quién mejor que a María, que desde el primer instante de su existencia
pisó victoriosa la cabeza de Luzbel, se podrán aplicar las anteriores palabras?
LUCHA DE MARÍA Y DE LOS SUYOS CONTRA SATANÁS Y SUS SECUACES
En el artículo tercero, anterior a éste de que ahora vamos a tratar, consideró
nuestro glorioso Vidente, el Beato Luis María Grignion de Montfort, a la bienaventurada
Virgen María en relación con aquellas palabras del Cantar de los Cantares que hace
de María estas tres comparaciones de todos tan conocidas: Pulcra ut luna, electa ut sol,
terribilis ut castrorum acies ordinata. María es la luna en el cielo de la vida espiritual,
en la que refleja el divino Sol los rayos limpísimos de la Concepción Inmaculada.
Elegida como el sol porque Hijo y Madre serían los únicos escogidos, entre
millares, para engendrar, vigorizar y conducir a la eterna vida a los miserables hijos de
Adán. Terrible como ejército ordenado para la pelea, porque invencible, la Reina
Inmaculada, por gracia singularísima y por naturaleza, y el Rey de la gloria debían
confortar con la divina gracia a todos los que, atraídos por los encantos de la vida
perfecta, quisieran luchar las batallas del Señor en este mundo, siendo María la
encargada de modo especial de concebir y conformar, en los ámbitos purísimos de su
amor, a esos soldados, intrépidos seguidores de Cristo.
Y así terminó nuestro Beato el artículo anterior esbozando a esta Generalísima
de los ejércitos de la santidad preparando y disponiendo, con las riquezas de sus gracias,
las armas y pertrechos de guerra con que ha de fortalecer a sus fieles esclavos.
E.R. 39/40
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Y ahora, en el artículo que nos ocupa, nos va a poner ante los ojos a ese ejército
en campaña y dispuestos a pelear con la invicta fortaleza de los hijos de Dios. Es, si
queremos, este artículo semejante a la meditación del Reino de Cristo de los Santos
Ejercicios de San Ignacio de Loyola en el cual la reina María muestra a los hombres
las batallas que han de pelear, puesta siempre, por orden divina, a la cabeza de todos los
que la han de seguir, sus amantes hijos y sus fieles esclavos, para conducirlos al Rey
eternal del Penitente de Manresa.
Y para que bien se entienda que son ordenadas divinamente estas luchas, y que
a ellas nos debemos aprestar, y de modo muy especial en estos tiempos que el Beato
califica de últimos, y, por consiguiente, de extremados en los esfuerzos para vencer que
se hagan en estos combates, empieza por decir nuestro amadísimo Vidente en el
número 53 de su admirable obra estas palabras:
«De estas últimas y crueles persecuciones del diablo, que irán aumentando de
día en día hasta que venga el reinado del Antecristo, es de las que principalmente
se debe entender aquella primera y célebre predicción y maldición de Dios,
fulminada en el paraíso terrenal contra la serpiente. Aprovecharemos la
oportunidad de explicarla aquí para gloria de María, consuelo de sus hijos y
confusión de los demonios».
Así concreta el amado Vidente las luchas que ha de pelear la Mujer del
protoevangelio, denotando que son combares dispuestos y ordenados por Dios, en los
que ella será indefectiblemente vencedora. Lucifer había vencido a Eva y, en ella, a
la Humanidad en el Paraíso de la naturaleza en donde el hombre ofrecía a Dios el
homenaje de su gratitud entre delicias, y Dios quiso que Lucifer fuera vencido por la
Mujer en el Paraíso de la gracia y en María, tierra nueva y cielo nuevo, reparada la
Humanidad por Cristo, Rey divino, que de Ella había de nacer. Y, para determinar
con toda precisión esta lucha entre María y la paradisiaca serpiente, copia a
continuación nuestro Beato las palabras del protoevangelio. Helas aquí, en el número
54 de La verdadera devoción que nos sirve de guía y que tantas veces hemos citado:
«Inimicitias ponam inter te et inulierem, et semen tuum et semen ilius, ipsa
conteret caput tuum, et tu insidiaberis calcáneo ejes (Gen, III. 5). Crearé
enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya, ella misma te
aplastará la cabeza y tú pondrás asechanzas contra su talón»
Esta «predicción y maldición de Dios, fulminada en el paraíso terrenal contra la
serpiente», la explica nuestro mariano maestro con estas palabras:
«Dios no ha hecho ni formado nunca más que una sola enemistad, pero
irreconciliable, que durará y aumentará sin fin, y es entre María, su Madre, y el
diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces
de Lucifer».
Más atento nuestro Vidente a lo que quiere decir que a lo que dice, atendiendo
más exactamente al fondo de la doctrina que expone, que a la manera como lo expone,
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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nos dice con ingenua verdad el Beato Luis María que «Dios no ha hecho ni formado
nunca más que una sola enemistad», y a renglón seguido enumera la enemistad entre
María y el diablo y las enemistades innúmeras entre los hijos y servidores de la
Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer. En tales palabras, siendo colectivos,
inextinguibles e irreconciliables, los sujetos en lucha, es indudable que las enemistades
serán tantas cuantos sean los ángeles caídos con Lucifer y cuantos sean los amantes de
María hasta la consumación de los siglos, teniendo en cuenta que tales incontables
luchas, lejos de aminorarse «aumentarán sin fin», ya porque sabe Luzbel que «tiene
poco tiempo y menos que nunca para perder las almas; ya porque le cuesta vencer
a los servidores de María mucho más que a los demás hombres».
Esto no obstante, decimos que nuestro Vidente ha dicho sencillísimamente la
verdad cuando afirma, como en este caso, que Dios no ha formado más que una
enemistad, y cuando dice después, como leeremos en este mismo artículo, que «Dios
no sólo ha creado una enemistad sino enemistades», porque es indudable que la lucha
sostenida entre María y el diablo, y los hijos de María y los hijos del diablo, son una e
idéntica lucha desde el paraíso hasta nuestros días y desde hoy hasta la consumación
de los siglos.
Y siendo siempre el mismo el fin, los sujetos y los medios que emplean en lo
sustancial, aunque circunstancialmente varíen, y siendo también los mismos los
directores de la interminable batalla y los motivos de la pelea, con sobrada razón puede
afirmarse que «Dios no ha hecho ni formado nunca más que una sola enemistad», y
está entre María y el diablo, porque Ella es la Generalísima de los unos y éste el caudillo
de los otros. Y así como en lo humano las guerras en donde hay multitud de combates
se denominan como una sola, a las que se da el nombre del general o generales que las
dirigen, así también a esta interminable guerra en la que son inacabables los encuentros,
se la puede considerar como una sola y se la da a conocer perfectamente llamándola
guerra entre María y Lucifer.
A más de esto nuestro Beato, de un modo particular, se refería ahora a la lucha
personal habida entre la Mujer de la promesa paradisiaca y la serpiente de la ruina. Por
eso prevalece en las palabras del Beato lo que predomina en su mente y, así, añade
después como si quisiera apartar de su mente las otras enemistades, estas precisas
palabras:
«De manera que la más terrible de las enemistades que Dios ha levantado
contra el demonio es María a quien dio desde el paraíso terrestre, a pesar de que
Ella sólo existía en la mente divina, tal odio contra ese maldito enemigo de Dios,
tanta industria para descubrir la malicia de aquella serpiente y tanta fuerza para
vencer, aterrar y aplastar a ese orgulloso impío, que él la teme no solo más que a
todos los ángeles y hombres, sino, hasta cierto punto, más que al mismo Dios»
Es pues evidente que trata nuestro amadísimo Beato de la enemistad por
excelencia, creada por Dios mismo, entre María y Luzbel para confundir, del modo
más conveniente a la gloria de Dios, la soberbia del ángel caído. Y tanto ha ponderado
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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el mariano maestro el poder que María tiene sobre el infierno que ha llegado a escribir,
como acabamos de leer, que Satanás teme a María hasta cierto punto más que al
mismo Dios. Para dejar bien explicado el sentido de estas palabras añade:
« […] y esto no porque la ira, el odio y el poder de Dios no sean infinitamente
mayores que los de la Santísima Virgen cuyas perfecciones son limitadas, sino:
1. Porque Satanás, dado su orgullo, sufre infinitamente más al ser vencido y
castigado de una pequeña y humilde esclava de Dios. Y la humildad de ésta
le humilla más que el poder divino
2. Porque Dios ha otorgado a María un poder tan grande contra los
demonios que más temen ellos, según muchas veces han declarado a su
pesar por la boca de los posesos, uno solo de los suspiros de María en
favor de algún alma, que las oraciones de todos los santos, y una sola de
sus amenazas más que todos los otros tormentos»
Importa anotar, para que bien quede grabado en el ama de los que de veras y con
toda cristiana sinceridad amen la Esclavitud mariana, algunas palabras de las que
acabamos de transcribir de nuestro angelical Vidente.
«Satanás, dado su orgullo, sufre infinitamente más al ser vencido y castigado de
una pequeña y humilde esclava de Dios» que al ser vencido y castigado por Dios mismo,
luego el gran triunfo de Dios mediante María en estos tiempos en que tanto ha de
resplandecer la gloria de María, supone a María pequeñita y esclava en su más propio
concepto, sin que valga para destruir nuestro aserto la general afirmación de que María,
en relación con Dios, siempre es pequeña y esclava, pues, si esto es verdad, no lo es
menos que María en sí misma es más o menos pequeña, y, por consiguiente, cuando
haya de triunfar como pequeña y esclava será lo más propio y perfecto considerarla
como Reina Inmaculada en el primer instante de su ser y no como Reina Madre de Dios,
que supone la majestad de la matrona, y, sobre la perfección de la Esclava del Señor,
pone en María el poder de la divina Madre con el que toda la maravilla del vencimiento
queda obscurecida. Pues lo extraordinario es que una criatura en todo semejante a la
Eva paradisiaca sea la triunfadora de Luzbel, no siendo tanto de admirar, por cierto,
que venza y castigue al demonio una criatura a la que se somete el Verbo Divino hecho
hombre con dependencia filial.
Clarísimos vislumbres son éstos del aumento de culto que había de recibir María
cuando llegaran los tiempos marianos, anunciados por nuestro Beato, en los que el
culto de María jovencita, niña, infante, había de ser el culto especial de la Reina de los
ángeles y hombres.
La aparición de la Inmaculada en Lourdes es irrefragable testimonio de que esta
época y culto ya empezó.
¡Gloria a Dios que así ha sabido disponer los caminos de la perfección, indicando
a la Divina Infantita como Reina invencible y poderosa para llevar a las almas hasta
lo más alto de la santidad!
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Y como si quisiera confirmar el glorioso Beato lo que acaba de vislumbrar,
añade:
«Lo que Lucifer perdió por orgullo ganolo María por humildad. Lo que Eva
condenó y perdió por su desobediencia, salvolo María por su obediencia. Eva
perdió consigo a todos sus hijos obedeciendo a la voz de la serpiente y se los
entregó, María, conservándose fiel a Dios, ha sal vado con Ella a todos sus hijos
y servidores y los ha consagrado a la Majestad divina».
Humildad, obediencia y fidelidad de María, que la hicieron concebir a Cristo
antes en la mente que en su seno virginal. Concepción que hoy se impone también en
la sociedad que vive al modo pagano después de haberse hurtado de la fe y de haberla
arrojado de su corazón, no quedándole otro bagaje para la vida que la soberbia, para
endiosarse a sí misma, la rebelión para sacudir todo yugo de autoridad divina y humana
y la más ingrata infidelidad a la venerada madre, la iglesia Católica, que sembró el campo
social de las más heroicas virtudes nacidas de la caridad del Maestro del Gólgota que
nuevamente ha escuchado el crucifige del populacho y la sentencia de los Poncios
condenándolo a muerte después de lavarse hipócritamente las manos.
Y porque a tiempos tan extremos hemos llegado en la irreligión e inmoralidad
sociales, se imponen más que nunca las terribles luchas de que tanto nos habla el Beato
Luis María y las que nosotros, bien podemos decir, estamos presenciando, si no es que
padeciéndolas.
Oigamos a nuestro Beato como nos habla de estas luchas:
«Dios no solo ha creado una enemistad, sino enemistades, y no sólo entre María y
el demonio, sí que también entre la descendencia de la Santísima Virgen y la del
diablo, es decir, Dios ha levantado enemistades, antipatías y odios secretos entre
los verdaderos hijos y servidores de su Madre y los hijos y esclavos del demonio,
por eso no se aman mutuamente ni tienen correspondencia interior unos con
otros».
Antes de seguir, no tendremos por tiempo perdido el que gastemos en aclarar
que estas antipatías y odios secretos, y este desamor y falta de correspondencia mutua,
entre los hijos de María y los del demonio, no es que exista en el corazón de los
primeros; nuestro Beato lo que quiere decir es que éstos padecen la antipatía, odio,
desamor y falta de inteligencia en que los hijos de Satanás quieren vivir en relación
con los hijos de la Virgen.
Y que esto es así, aparte de la doctrina católica que abona este sentir, lo dice
nuestro gran maestro cuando añade:
«Los hijos de Belial, los esclavos de Satanás, los amigos del mundo pues estos
distintos nombres significan una misma cosa, han perseguido incesantemente
hasta aquí y perseguirán todavía como nunca a aquellos y aquellas que
pertenezcan a la Santísima Virgen, así como en otro tiempo Caín persiguió a su
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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hermano Abel y Esaú a su hermano Jacob, que son las figuras de los réprobos y
de los predestinados».
Los desgraciados esclavos de Satanás son los perseguidores, los que odian a los
esclavos de María, los cuales, en todo tiempo, están dispuestos a dar su vida por traer a
sus hermanos pecadores al santo redil de la Divina Pastora, en el que todo es amor de
las almas y deseos del cielo.
Luego nuestro Beato, para alentar a los servidores de María a que la sigan, a
semejanza de San Ignacio de Loyola en su meditación ya citada, asegura a los que
siguen a tal Reina el triunfo más cabal con estas palabras:
«Pero la humilde María triunfará siempre del orgulloso demonio y la victoria
será tan grande que llegará a aplastarle la cabeza en donde reside su orgullo.
Ella descubrirá siempre la malicia de la serpiente. Ella disipará sus consejos
diabólicos y a sus fieles servidores los librará hasta el fin de los tiempos de las
garras de esta fiera cruel».
Ante palabras tan consoladoras para las almas que tienen fe, ¿qué otra cosa
podremos hacer que no sea ponernos en manos de la singular Reina y ofrecerle todo
nuestro haber y poseer, nuestro entendimiento y voluntad, y desde este mismo instante
entregarle nuestra libertad para quedar de Ella como esclavos de amor, enteramente
ligados a su servicio, como cosa y posesión suya?
LOS APÓSTOLES DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Hemos llegado a la cumbre profética que el espíritu divino infundió en la mente del
bienaventurado Luis María Grignion de Montfort. Nada hay en la admirable obra La
verdadera devoción a la Santísima Virgen que sea comparable a este profético § III
del artículo IV con el que termina el capítulo primero de la diamantina obra que venimos
exponiendo.
Es el río de las divinas marianas misericordias que ha venido represándose hasta
este punto en el corazón del ardentísimo Beato con ansias de desbordarse.
Es el mar de las humanas miserias que han batido sin cesar con sus encrespadas
olas el acantilado del alma férrea de nuestro Vidente hasta que, roto el dique de
contención, ha saltado majestuoso y potente desde la inconmovible roca de la
omnipotencia suplicante de María, iluminada por los infinitos esplendores del Verbo
eterno, anegando en sus aguas regeneradoras los extravíos todos de la humanidad, la
cual ve surgir de su deteriorado seno héroes invictos, sembradores de todos los gérmenes
de los más sabrosos frutos y de las más regaladas flores de que jamás gozaron los
hombres.
Es pléyade inmensa, más por su calidad que por su número, de esclavos de
María que arrebata el alma de nuestro enajenado Vidente a la contemplación en éxtasis
divino de las incomparables hazañas de los hombres que habían de venir.
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Es el grandioso espectáculo de la terrible lucha entre los esclavos de María y
los de Satanás, en la que el odio de éstos caerá rendido ante el amor y el sacrificio
de aquellos.
Es, en fin, el alma entera del Beato que, embriagada en mieles de misericordia y
deslumbrada por las luces de lumbres celestiales, trasmontando todo humano saber y
levantándose muy por encima de la previsión de los hombres, desde la alta cumbre de
la sublime elevación de María que se asienta sobre todos los montes de la santidad
humana, mira serena, como el cóndor de los Andes, desprenderse, cual ríos de un mar
caudaloso, los heroísmos de las almas de los esclavos.
Y así empieza el Beato diciendo, en el número 58 de su obra, la especial
grandeza con que María ha de resplandecer en los tiempos por él profetizados. He
aquí sus palabras:
«Pero el poder de María sobre todos los diablos brillará particularmente en los
últimos tiempos en que Satanás pondrá asechanzas a su talón, es decir, a sus
humildes esclavos y a sus pobres hijos, que Ella suscitará para que le hagan
guerra».
Admirable poder sin duda.
Que Dios destruyera mediante el inmaculado pie de María la cabeza del dragón
infernal, asombroso artificio fue de la sabiduría y del poder divinos, pero que Dios
quiera conseguir ahora ese mismo fin haciendo que María Inmaculada comunique
virtud a sus fieles esclavos que Ella suscitará para que hagan guerra al Soberbio, esto
excede toda sabiduría y poder.
Admirable es, sin duda, ver a María en el primer instante de su ser inmaculado
luchar con Satanás y vencerlo. Pero no era ésta la única y más humillante derrota que
Dios preparaba a Lucifer. Llegarían los últimos tiempos, la época de María, y entonces
no sería ya la debeladora del Príncipe de las tinieblas, la pequeña maría que, por
pequeña que se la considere siempre, es la Reina y Señora de todas las criaturas tanto
visibles como invisibles, e inferior a sólo Dios.
La más terrible derrota, y la más repugnante a Lucifer, será la sufrida por éste
causada por el insólito valor que en los humildes esclavos y pobres hijos de María,
infundirá la excelsa Señora Inmaculada.
Y para que perfectamente se entienda que este poder especial de María sobre el
diablo se funda en que Ella ha de hacer triunfar, de un modo singularísimo, a los esclavos
de Ella sobre Luzbel, y porque es indudable que tanto más se manifiesta el poder de
un general cuando vence a un ejército poderoso, cuanto es posible, con otro ejército
débil cuanto cabe, añade nuestro amadísimo Vidente: «Serán pequeños y pobres, según
el mundo, y rebajados ante los otros como el talón, hollados y oprimidos como el talón
respecto de los demás miembros del cuerpo».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Pequeños, pobres, rebajados ante los otros, hollados y oprimidos, esto es,
ínfimos. Este es el verdadero carácter de los esclavos delante de los hombres, que no
es otra cosa el talón respecto a las demás partes del cuerpo.
Pero si ante sí mismos y delante de los hombres han de ser ínfimos los esclavos,
no serán lo mismo delante de Dios, pues por los esclavos despreciadores de toda humana
gloria y anonadados a sí mismos y hechos verdaderos niños, estará la cristiana doctrina
de exaltar en la presencia divina a los que de veras se humillaren y cuanto se humillaren,
y como nadie ha de aventajar a los esclavos en dejación propia, tampoco nadie los ha
de exceder en gracias, y por esto muy fundamentalmente contrapone nuestro muy amado
Vidente lo ínfimo de los esclavos, que antes hemos ponderado, con la suprema
exaltación de santidad con que los esclavos han de resplandecer delante de Dios.
Así continua nuestro Beato en el mismo número 58 que comentamos:
«Pero, en cambio, serán ricos de las gracias de Dios que María les distribuirá
abundantemente, grandes y exaltados en santidad delante de Dios, superiores a
toda criatura por su celo inflamado, y tan fuertemente apoyados en el socorro
divino que, con la humildad de su talón en unión de María, aplastarán la cabeza
del diablo y harán triunfar a Jesucristo».
No es posible mayor exaltación.
¡Superior a toda criatura! ¡Prodigios de humildad! ¡Asombros de honorificencia!
En María hallamos estos extremos admirablemente expresos:
Ecce ancill a Domini.
Fiat
En leyendo el final del número 58, el espíritu queda absorto ante la contemplación de
tanta sublimidad basada sobre tan profunda humildad. María suscitará a sus humildes
esclavos y a sus pobres hijos para que hagan la guerra a Satanás. Serán ínfimos, como
ya hemos dicho, y sobre ese fundamento de suprema abnegación se levantarán los
esclavos suscitados por María, ricos de la gracia de Dios, exaltados en santidad,
superiores a toda criatura, y tan fuertemente apoyados en el socorro divino, que con la
humildad de su talón, en unión de María, aplastarán la cabeza del diablo y harán triunfar
a Jesucristo.
Ante cualidades tan singulares, ante derrota tan completa del diablo, y ante
triunfo tan cabal de Jesucristo, contemplado todo en los humildes esclavos que suscitará
María, confesamos que nuestra alma se estremece sobrecogida por tanta grandeza y,
temblorosa, nuestra mano no acierta a expresar la sublimidad que embarga nuestro
espíritu. Y lo que nos sorprende sobremanera es que, habiéndose hablado ya tanto de
Esclavitud mariana, no haya habido quien concrete la existencia de estos humildes
esclavos superiores a toda criatura.
El interés especial hasta hoy es considerar toda la Esclavitud como de todos,
más, nos atrevemos a decir que en torno de los que han concretado ese escuadrón
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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singular de hombres y de mujeres, según es el decir de nuestro amadísimo Vidente, a
estos exaltados en espíritu, se ha hecho con premeditación o sin ella, esto no nos
importa, el vacío y el silencio y hasta, si la ocasión ha sido propicia, autoritativamente
se ha impedido hablar de este asunto que es la principal cuestión a resolver en este
punto, porque eso es todo cuanto hay que aprender, enseñar y practicar en el libro
diamantino, Verdadera devoción a la Santísima Virgen pues, hasta el momento en que
se muestren al mundo las doctrinas del Profeta de Montfort, vividas en su más perfecto
grado, no serán conocidos los esclavos que suscitará María para que aplasten la cabeza
del diablo y hagan triunfar a Jesucristo y, por consiguiente, no se verá cumplido aquel
lema tan montfortiano como pontificio: Ut adveniat regnum Christi adveniat regnum
Mariae.
En una palabra, mientras no haya una Congregación religiosa de uno y otro sexo
en la que las almas se hagan ínfimas por María, con María, en María y para María,
todo cuanto se haga en pro de la Esclavitud mariana montfortiana será laudable en alto
extremo, estimadísimo, pero no dejarán de ser conatos, esfuerzos, que se esfumarán
como el espíritu del incomparable Beato queda también disipado, y hasta sin llegar a
saborearse, cuando se le presenta como un denominador común, sin numerador especial
y, por lo tanto, sin vida propia particular, sin personalidad.
Así apareció en las asambleas de Murcia y de Vitoria, y esa fue la sensación
que produjo el Congreso montfortiano de Barcelona, y por siempre los calificamos,
como ya saben los lectores de nuestra humilde Revista, como un preámbulo de la
Esclavitud, y en este parecer no fuimos solos.
¿Quién ha de personificar la doctrina enseñada por el Beato Luis María Grignion?
¿Quién la ha propagar con obras y con palabras? ¿Quién la ha de defender como cosa
propia?¿Quién ha de deleitarse en ella y sólo en ella, sin maridaje alguno que no sea el
que lleva en sí la natural universal relación de todas las enseñanzas y prácticas
religiosas?¿Quién ha de ser el que se complazca en reconocer la santidad y méritos
singulares de todas las órdenes y congregaciones religiosas delante de Dios y delante
de los hombres, pero, eso no obstante, ponga su honor, su gloria, su vida toda en ser
esclavo y solamente esclavo de María?
Que este ser moral, por supuesto, no pueden ser los hombres en general, ni
todas las religiones en común, es evidente.
En efecto, estos humildes esclavos serán suscitados por María con caracteres
propios. La cualidad de ínfimos que les hemos aplicado como consecuencia de la singular
abnegación de los mismos, es privativa de éstos que serán suscitados por María,
escogidos por Ella para formar un escuadrón sui generis y con él, en tiempos tan
singulares como son éstos en que vivimos, hacer guerra también al diablo como en
otro tiempo la hicieron San Francisco, Santo Domingo, San Ignacio de Loyola y
tantos otros padres y cabezas de escuadrones defensores de la gloria de Dios y de las
almas.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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No puede ser de la generalidad ser ínfimos, como no fue común de todos ser
menores, aunque sí fue, y puede ser general, que hoy se informen, como en otro tiempo
se informaron grandes núcleos sociales del espíritu de pobreza de San Francisco y
asimismo de las prácticas religiosas y enseñanzas de las demás órdenes y
congregaciones religiosas.
Y nadie se atreverá a defender que alguna de las ya existentes sea la deputada
para tener este nuevo espíritu y propagarlo, y defenderlo, y vivirlo, como no sea
admitiendo que tal orden o congregación religiosa deja de ser lo que fue para convertirse
en otra.
Y ¿para qué insistir en lo que es evidente? La vida heroica determinada tiene
también sus héroes propios, tal es la vida de los esclavos, humildes, pobres, pequeños,
rebajados, hollados, oprimidos…
«Mas, ¿cuándo y cómo será esto?, decía nuestro Beato. Sólo Dios lo sabe.
A nosotros sólo nos toca callar, rogar, suspirar y esperar: Expentans expectavi».
Si clara y terminantemente se expresa en el número 58, primero de este § III,
que los esclavos que suscitará María para que aplasten la cabeza del diablo y hagan
triunfar a Jesucristo, en su grado más perfecto, han de ser religiosos, no es menos
evidente lo que nos dice el Beato en el número 59, refiriéndose a la que ha de ser la
Soberana de ellos.
Como si quisiera nuestro Vidente hacer el resumen del párrafo anterior, empieza
el 59, que ahora vamos a exponer, con estas palabras: «En fin, Dios quiere que su
Santísima Madre sea ahora más conocida, amada y honrada que nunca». Es decir, quiere
Dios que venga al mundo la época de María, la que se distinguirá por el conocimiento
mayor que las almas tendrán de la Santísima Virgen. Conocimiento que adquirió el
mundo con la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción, pues desde este
sublime instante en que Pío IX habló ex cathedra al mundo, enseñando que la Santísima
Virgen fue concebida sin mancha de pecado original, debían terminar las discusiones
sobre este punto que tanto obscurecían y menguaban la grandeza de la Virgen. Y es
evidente que, si Pío IX puso sobre la Madre de Dios la corona singularísima de santidad
con que el Altísimo la había hermoseado desde que Ella fue concebida, los hombres que
la reconocerían más digna de Dios debían amarla más y, por consiguiente, honrarla más.
Y, porque esto es tan sencillamente verdadero, con la misma sencillez podemos
deducir que si la época de María, anunciada al mundo por el Beato Grignion, no es
ya una realidad entre los hombres se debe a que el amor a la Santísima Virgen
Inmaculada no acaba de llevarse a la práctica, ni se llevará, ciertamente, hasta que María
suscite los esclavos ínfimos y superiores a toda criatura, los cuales han de ser los
conocedores de María Inmaculada y los que han de vivir y enseñar a vivir a todos los
hombres, según quiere la Reina que hoy se viva, practicando en estos tiempos las virtudes
que nos han de llevar a Jesucristo más directamente.
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Esto que acabamos de escribir lo expresa nuestro Profeta cuando añade: «Lo
cual se conseguirá, sin duda, si los predestinados entran con la gracia y la luz del Espíritu
Santo en la práctica interior y perfecta que les descubriré a continuación».
Estas palabras suponen un anticipo en la doctrina práctica que ha de enseñar el
Beato Luis María a todos los esclavos de la Virgen, práctica en la que hay diversos
grados y en la que cada alma entrará según la perfección a que sea llamada por Dios,
no llegando a ser efectiva esta práctica, interior y perfecta, en la generalidad de las
almas y en su grado ordinario hasta que los esclavos, que más se afecten en el servicio
de María, la vivan en su más alto grado de perfección y así la propaguen y la defiendan
hasta el heroísmo.
Pero no siendo nuestro ánimo insistir ahora sobre este punto en lo que se refiere
a la práctica interior y perfecta que ha de constituir el espíritu substancial de la
Esclavitud de María, volvemos a nuestro tema afirmando que no se conoce a María, a
lo menos en la práctica, tal y como Dios quiere que sea conocida en estos tiempos.
Verdad es esta que todos confirmaremos en nuestro foro interno con sólo pretender
contestar a esta pregunta:
¿El conocimiento que se tiene de María, en cuanto que es Inmaculada, influye
en el modo de obrar de los cristianos hasta el punto de constituir un modo especial de
ir a Cristo en nuestros tiempos?
La respuesta negativa nos impele a concluir que María no es suficientemente
conocida, en efecto, porque no hay quien la enseñe con obras, pues es verdad
terminantemente enseñada por Pío X en su montfortiana Encíclica Ad diem, que el
misterio de la Concepción Inmaculada es el gran azote de los modernos errores y que
en él se ha de fundar la ley de la caridad y del sacrificio necesario para restablecer el
reino de María, y con él, el reinado de Cristo sobre el mundo, de donde, con toda
urgencia, se deduce la necesidad de los esclavos religiosos.
De las anteriores consideraciones y de otras no menos fundamentales y claras,
dedujimos en nuestra obra La Inmaculada. Del culto interno y externo, que a María había
que conocerla, amarla y honrarla, en estos tiempos, como Inmaculada, tanto en el culto
interno, que consiste en la fe, esperanza y caridad, cuanto en el externo, que se constriñe
a las manifestaciones de ese culto, principalmente en la imitación mediante la práctica
de las virtudes. Y para imitar, hay que proponerse el modelo. De aquí que nosotros
debemos imitar a María en el momento de ser concebida sin mancha como grado el más
perfecto en la imitación, o recién nacida como modelo más cabal en lo humano, o como
niña o jovencita, según se apareció en Lourdes, como la forma más más fácil de imitar
para todos.
De aquí deducimos que los más perfectos esclavos tendrán sus más regaladas
delicias en la consideración y contemplación del primer instante del ser de María, pero,
en cuanto ha de exteriorizarse, en María recién nacida hallarán el modelo perfectísimo
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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que imitar y, por lo tanto, acabada de nacer será la más perfecta representación de la
Reina de los esclavos ínfimos de que venimos tratando.
Que así debe ser es de todo punto evidente por multitud de razones que
armonizan muy bien con la naturaleza de los esclavos, con los enemigos de Cristo a
quienes estos esclavos han de vencer, con el reinado de Cristo Eucaristía que ha de ser
precedido por el de la Virgen Inmaculada...
Y, en efecto, a súbditos como los esclavos, humildes, pobres, pequeños, rebajados,
hollados y oprimidos, como el talón lo es respecto del cuerpo humano, ¿qué soberano
será más adecuado que una mujer y, ésta, en el primer instante de su vida?
Para rendirse ante tal soberano hacen falta la humildad y el supremo
anonadamiento intelectual de la fe divina, hay que entender que la Santísima Virgen en
ese ínfimo instante, como dice Santo Tomás de Villanueva en un sermón de la Natividad,
es parva per humilitatem, alias enim magna erait, y, en esa pequeñez confesar toda
grandeza, y en esa humildad reconocer absortos la suprema majestad que ha circundado
a una pura criatura, y, como dice nuestro inspiradísimo Beato:
«Entonces verán claramente, en cuanto se los permita la fe, a esa hermosa
estrella del mar, guiados por la cual, arribarán seguros al puerto a pesar de las
tempestades y de los piratas».
Esto es lo que enseñó Pio X según indicamos antes, que a pesar de las
tempestades en contra del supernaturalismo y de los piratas que esclavizaron a las almas
ante el vil materialismo, Ella, la Inmaculada, por el hecho de ser concebida en gracia,
impone el sobrenaturalismo y todos los medios conducentes a él.
Y porque Ella es el arsenal en donde se encuentran todos los medios
destructores de los errores modernos en el universo mundo, los esclavos, los íntimos
especialmente «conoceránañade nuestro Vidente, las grandezas de esta Soberana y
se consagrarán enteramente a su servicio como sus súbditos esclavos de amor».
Y cuando estos esclavos atraídos hacia la Inmaculada por su poder para calmar
tempestades y reducir piratas, queden cautivos de la hermosura celestial de esa divina
Reina que acaba de nacer, entonces, sigue escribiendo el maestro de Montfort:
«experimentarán sus dulzuras y sus bondades maternales y la amarán tiernamente,
como hijos predilectos».
¡Oh!, sí, Soberana Recién nacida, tú sabes cómo regalas a los que te aman y la
sinceridad y ternura con que te sirven tus hijos predilectos, que son tus más perfectos
esclavos.
Tú, Soberana Recién nacida, eres la preciosa margarita del Evangelio escondida
en el inmenso abismo de la humildad, joya riquísima que sólo hallan los que reciben el
reino de Dios con la sinceridad de los niños.
Tú eres la Reina que menosprecian los sabios y prudentes del mundo y en la
que encuentran inexhausto tesoros de dulzuras y bondades los pequeñuelos.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Tú eres, la Reina Ínfima de los Esclavos Ínfimos.
Tú eres, diremos por concluir, la Divina Infantita que a tantos grandes hace
sonreír y mover la cabeza en son de burla, mientras que a los escogidos por ti los
llevarás a embriagarse en el insondable abismo de delicias de la suprema pequeñez del
que es verdadera, real y substancialmente, Rey escondido en la Hostia Consagrada.
Y entonces, continúa nuestro Beato: «conocerán las misericordias de que está
llena y las necesidades en que se encuentran de su ayuda, y recurrirán a Ella, como
a su querida a bogada y medianera ante Jesucristo». Precisa distinción hecha por nuestro
Beato entre las dulzuras maternales de que nos hizo mención antes y la misericordia
de la Abogada y Medianera.
Los esclavos, como hijos de Eva, no dejarán de sentir los efectos de la flaqueza
de su carne, por pronta que esté la voluntad de ellos. Como todo hombre sentirán la
lucha de los miembros en contra de la ley de la mente. Ellos, ¿por qué no han de caer
también desgraciadamente? Y, ¿por qué no han de caer y recaer mil veces como flacos?
Entonces los esclavos, por propia experiencia, conocerán hasta dónde es
misericordiosa la Reina Inmaculada para subvenir a todas las humanas miserias,
reconociendo, como un débil indicio de tanta misericordia, la gran oficina de milagros
que Ella ha establecido en Lourdes en donde los cojos andan, los paralíticos se
mueven, los ciegos ven…, y tantos y tantos sanarán y volverán a sanar de las dolencias
y de sus almas. Entonces conocerán los esclavos cuánto necesitan de Ella, y a Ella
acudirán humildemente para que Ella sea su abogada y medianera delante de Jesucristo.
Estos esclavos, en fin, muy especial y perfectamente, dice, por último, el
maestro de Montfort:
«sabrán que Ella es el medio más seguro, el más fácil, el más corto y el más
perfecto para ir a Jesucristo, y la entregarán el cuerpo y el alma sin reserva para
pertenecer igualmente a Jesucristo».
¡Cuánta confianza! Absortos ante la hermosura sin par de la Estrella de los
mares, seguros ante la grandeza de esta Soberana, embriagados por las dulzuras de
esta Madre, mil veces reconocidos por la multitud de las misericordias recibidas de Ella,
tendrán por muy cierto que para ir a Cristo, para buscarlo, para unirse con Él, para
transformarse en Él, no hay medio más eficaz, pronto y perfecto, que hacerlo todo por
María, con María, en María y para María. Por eso se entregarán a Ella en cuerpo y alma
y sin reservas, para pertenecer asimismo a Jesucristo.
¿Cuál y cómo sea esta entrega a María para entregarse a Jesús?
Es lo que ha de señalar y acrisolar la alta perfección a que han de ser elevados
los esclavos mediante la práctica interior y perfecta que el gran Vidente de la época de
María nos ha de descubrir, según la promesa que le acabamos de oír. Y como es
sabido que el de la humildad es el camino indefectible para ir a Dios, si acudimos
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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ínfimos a María ínfima, hallaremos las mayores excelsitudes de la santidad profetizada
para los esclavos de María.
En los números 58 y 59 que hemos expuesto anteriormente, y que son el primero
y el segundo de este párrafo tercero del artículo IV, nuestro inspirado Beato, con la
valentía del que puede mirar frente a frente los más extraordinarios sacrificios, nos
mostró el heroísmo de los esclavos que María hacía de suscitar para que aplasten la
cabeza de Satanás y hagan triunfar a Jesús en las almas, y cual león impertérrito, abrió
ante nuestros ojos con breves palabras las profundas zanjas del propio anonadamiento
en las que habían de ser construidos los inconmovibles cimientos sobre los cuales se
asentará la ingente perfección a que la Reina Inmaculada elevará a sus predilectos
esclavos.
Y, si nuestro Beato supo ahondar en la dejación propia hasta llegar a la viva roca,
que es Cristo, para cimentar cuanto enseña en La Verdadera devoción, no se nos mostró
menos intrépido cuando, remontando su vuelo de águila real, se elevó a la sublime
concepción de la Reina Inmaculada de los esclavos, sublime en la magnificencia propia
de la predilecta de Dios, y rebosando misericordia por el incomparable amor de Ella
a las criaturas racionales.
Mas, cuando hase regalado nuestro amadísimo Vidente en la visión de la
profunda humildad de los esclavos y en las elevaciones de la divina Reina, como el
que nunca está satisfecho con lo que ha dicho de lo que constituye el objeto de sus
amores, como si fuera la primera vez que va a decirnos qué serán los esclavos,
exclama en el número 50:
«Pero, ¿qué es lo que serán estos servidores, esclavos e hijos de María? Serán un
fuego abrasador de los ministros del Señor que prenderán el fuego del amor
divino por todas partes, serán sicut sagittae in manu potentis, como flechas agudas
en la mano de la poderosa María para atravesar a sus enemigos».
Cuando, ante la contemplación de un objeto admirable, quedamos deslumbrados,
por algún tiempo enmudecemos absortos, pero paulatinamente recobra nuestro ánimo
el dominio de sus habituales facultades y, cuanto mayor fue su primer asombro, con
más vehemencia siente el alma el deseo de conocer al por menor los tesoros y encantos
del objeto de nuestra admiración, y entonces, como niños que llenos de curiosidad
examinan por todas partes, radiantes de alegría, el juguete que les acaban de regalar, así
también los hombres todos, y así mismo nuestro Vidente no satisfecho con la visión
general que de los esclavos nos manifestó en el número 58, vuelve ahora en el 60 y
siguientes a detallar con creciente entusiasmo, la manera de ser y de presentarse de los
esclavos y sus relaciones apostólicas en cada uno de los sectores sociales en que han
de vivir y ejercer, por lo tanto, influencia.
Y como nada puede excogitarse superior para los esclavos que la virtud que
puedan tener para enardecer santamente el espíritu sacerdotal, por eso, el iluminado
Profeta de la Esclavitud mariana en las palabras que acabamos de leer del número 60
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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nos muestra a los esclavos en relación con los sacerdotes, y así dice, según otra
traducción de ese mismo número, anterior a la que seguimos: «Serán como brasas
encendidas en medio de los ministros del Señor».
De cualquier modo que se traduzca la frase del Beato, la significación, en
último resultado, es la misma y tan altamente recomendadora de los esclavos que, por
esta cualidad sola, podría ya decirse de ellos lo que antes ha escrito el de Montfort,
que «serán superiores a toda criatura por su celo inflamado». In spíritu et virtute Eliae
arderán estos servidores de María y, como brasas encendidas en las vivas llamas del
amor, comunicarán ese mismo fervor de caridad a los sacerdotes entre los que vivan,
o, de otro modo, serán como chispas ardentísimas que se desprenderán del celo de los
más fervorosos sacerdotes, centellas de muy subido amor, que serán viva lumbre en
que se derritan los más duros corazones sacerdotales, moldeándose en el crisol de la
penitencia para emprender los caminos de la Esclavitud, o serán como flechas agudas
en la mano de la poderosa María para herir a sus enemigos, a los enemigos de Dios,
porque no otros sacerdotes serán los enemigos de María que aquellos que, regateadores
de la gloria de Ella, obscurezcan la divina.
Serán estos Esclavos de María vivos trasuntos del Bautista en medio de los
sacerdotes del Señor, modelos en todas las virtudes y prontos a todos los sacrificios
para servir de ejemplares a los sacerdotes que viven en el mundo y hasta a los que
hicieron votos de perfección.
Serán, diremos finalmente para concluir, sacerdotes humildes y obedientes
como María Recién Nacida que, inspirando en ellos el espíritu de la propia nada, los
hará aptos para anonadarse con Cristo Eucaristía en cuyo foco de luz y de calor divinos
se inflamarán los esclavos de María para ser brasas que enciendan a todos los
sacerdotes en el ígneo espíritu de Jesús, que no vino a este mundo a otra cosa que a
traer el fuego del amor divino del que todos participaremos cuando los sacerdotes,
inflamados por los esclavos, puedan decir que todo lo hacen para cumplir la voluntad
de Jesús; ad implendam Jesu voluntatem. A.I.I.V., porque es bien sabido que en el
crisol de la obediencia es donde se aquilata la perfección de la caridad. Bienaventurados
los esclavos que han de ser, quizás sin ellos pretenderlo, el fuego que encienda en
vivas ansias de la gloria de Dios y de la salvación de las almas, hasta a los mismos
sacerdotes de toda clase y condición, con lo que bastaría, como indicábamos al principio,
para llamar a los esclavos de María cedros del Líbano en comparación de los demás
santos.
Después de haber hecho notar nuestro iluminado Beato la cualidad más
preeminente de los servidores de la Virgen, nos muestra otra segunda que está en
relación, salvo meliori, con la influencia que han de tener los esclavos con el pueblo
cristiano en general. He aquí como escribe en el número 61 de La Verdadera devoción:
«Serán hijos de Leví, bien purificados por el fuego de grandes tribulaciones y bien
unidos a Dios, los cuales llevarán el oro del amor en el corazón, el incienso de
la oración en el espíritu y la mirra de la mortificación en el cuerpo, y por todas
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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partes serán buen olor de Jesucristo a los pobres y a los pequeños, mientras que
serán olor de muerte para los grandes, para los ricos y para los orgullosos».
Los esclavos serán sacerdotes de legítima vocación divina y por eso soportarán
invictos todas las tribulaciones, tanto interiores como exteriores y, a la manera del Real
Profeta, podrán repetir en todo momento: Multi qui persequuntur me et tribulant me:
a testisnoniis tuis non deolinavi . Y tanto será el amor que los una a Cristo que,
fortalecidos por la divina gracia, siempre podrán decir con San Pablo: ¿Quis me
separabit a caritate Christi? Y renovarán su juventud constantemente avivando las
fuerzas de su amor meditando en el Amado que les hablará y les derretirá el alma para
mejor conformarlos en María y así hacerlos más perfectos hermanos de Él.
Los esclavos harán cuanto puedan de su parte para más asemejarse al Rey,
castigarán su cuerpo para reducirlo a servidumbre, y tanto, que podrán mostrar al
mundo evidentes señales de la Pasión de Cristo. Y, ¿quién dudará que los tales esclavos
exhalarán en donde quiera el olor de los purísimos ungüentos de la virtud de Cristo?
En pos de ellos serán atraídos los pobres y los pequeños, porque en ellos hallarán sus
más perfectos amigos y compañeros, pues los esclavos serán los más perfectos
despreciadores de toda riqueza exterior alcanzando en sus espíritus lo supremo de la
pobreza, y serán también lo supremo de la pequeñez porque en sí, y en su Reina, y en
su Rey, han de emular la perfección de la niñez, haciéndose ínfimos por ser inferiores
a todos, y por esto, sin intentarlo, serán olor de muerte para los grandes, para los
ricos y para los orgullosos.
¡Ay de los grandes que menosprecian y escandalizan a los pequeñuelos!
¡Ay de los ricos que encienden con sus avaricias las codicias de los pobres
instigando el espíritu de odio en ellos!
¡Ay de los orgullosos que se juzgan superiores a los demás hombres!
Fariseos, razas de víboras, sepulcros blanqueados, así llama a todos éstos el
divino Esclavo.
A la clarísima luz del prisma de la divina inspiración, continua nuestro glorioso
Vidente examinando bajo otros aspectos a los esclavos que ha de suscitar María. En
el número 62 los contempla en relación con el mundo todo y así prorrumpe en este
hermosísimo himno de alabanzas, digno de los mis perfectos imitadores de San Pablo.
Escribió así:
«Serán como nubes atronadoras que volarán por los aires al menor soplo del
Espíritu Santo y que, sin apegarse a nada, sin extrañarse de nada, ni preocuparse
de cosa alguna, descargarán la lluvia de la palabra de Dios y de la vida eterna,
tronarán contra el pecado y retumbarán contra el mundo, herirán al diablo y a
los suyos y atravesarán de parte a parte, para la vida o para la muerte con el
cuchillo de dos filos de la palabra Dios, a todos aquellos a quienes serán enviados
de parte del Altísimo».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Casi a la letra podrá ponerse por obra de hoy, en más esa comparación que
emplea el Vidente de Montfort de que los esclavos serán como nubes, que volarán por
los aires al menor soplo del Espíritu Santo.
La figura del apóstol que recorre a pie las grandes extensiones y que tarda meses
en hacer viajes pierde hoy actualidad. No queremos decir con esto que no nos deleita
contemplar a los apóstoles que han de trabajar en puntos cercanos recorriendo las
pequeñas distancias a pie, como verdaderos pobres, que con esas caminatas no pierden
días que valen más que lo gastado en trenes y vapores. Nos referimos a los verdaderos
vuelos de los apóstoles del mundo que hoy, o muy pronto, podrán ir en dos días desde
Europa a América.
Los misioneros esclavos volarán por los aires al menor impulso del mandato de
sus superiores, como verdaderas nubes cargadas del refrigerante rocío y del fuego
abrasador de la divina palabra y, después de haber derramado lluvia fecunda y fuego
abrasador en un lugar, podrán volar facilísimamente a muy larga distancia para producir
los mismos efectos.
Estas mismas condiciones materiales facilitarán aquellas otras cualidades
espirituales de los esclavos misioneros de no apegarse a nada, por hermoso, rico o
atrayente que sea. Ni se extrañarán de nada terreno ni humano porque en poco tiempo
les será común el conocimiento de todos los lugares y personas. Ni se preocuparán por
nada que pueda acontecerles, puesto que bien pronto serán actores y espectadores de
sucesos muy distintos. Todo esto aparte de que será tanto el desprendimiento de las
criaturas de estos esclavos, que ha de suscitar María, que olvidados de todas las cosas
de acá ahajo y de sí mismos, no tendrán más ansia en su alma que la de cumplir la
voluntad de Jesús imitándolo en todo, sin acertar de sí mismos a tener otro cuidado
que a inquirir constantemente la voluntad de Jesús, repitiendo con el Apóstol: Domine,
quid me vis facere,
Y por esta dejación de todas las cosas y abandono perfecto de sí mismos, serán
los más poderosos enemigos del mundo, del diablo y de los secuaces de éste, pues la
sencillez que resplandecerá en la palabra de los esclavos la hará irresistible, y la
sinceridad que la avalore de tal modo la hará avasalladora, que las almas a quienes
sean enviados de parte del Altísimo o se adherirán a ellos con el más profundo
convencimiento y el más fervoroso entusiasmo, o rugirán furiosas, en su soberbia, en
contra de los humildes enviados del Señor con diabólica impenitencia.
De todas estas luchas, entre María y Lucifer, los esclavos de María y los
esclavos de Lucifer, las más admirables serán las que se efectúen para arrancar de su
estado pertinaz de odio a Cristo a los judíos y mahometanos, luchas de titanes que
señalarán en la historia de la Iglesia los heroísmos incomparables de la Época de María.
Después de haber anotado nuestro admirable Beato la influencia que han de
ejercer los esclavos entre los sacerdotes, entre los católicos y entre los anticatólicos,
esto es, en relación con todos los hombres y, por consiguiente, con todos los lugares
E.R. 45
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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en que éstos viven de toda la redondez de la tierra, todavía no se da por contento el
Vidente montfortiano y se para a contemplar de nuevo a los esclavos en relación con el
tiempo en que han de vivir y a la luz de esos tiempos, presentes para él en su visión
profética, va determinando preciosísimas cualidades que vienen a ser como repetición
de las ya dichas en los tres números anteriores, pero que en este número 63 tienden
principalmente a retratar el interior de los esclavos, haciéndonos ver las capitales
virtudes en que han de resplandecer para contrarrestar los vicios en contra de los cuales
habían de luchar.
En el número 63 de La Verdadera devoción se leen estas hermosas palabras:
«Serán los apóstoles verdaderos de los últimos tiempos a quienes el Señor de
las virtudes dará la palabra y la fuerza para obrar maravillas y obtener gloriosos
trofeos sobre sus enemigos, derruirán sin oro ni plata y, lo que es más, sin
cuidados en medio de otros sacerdotes, eclesiásticos y clérigos, intermedios cleros
(Ps, 67, 14), y, sin embargo, tendrán alas plateadas de paloma para volar con la
pura intención de la gloria de Dios y de la salvación de las almas a donde los
llame el Espíritu Santo, y no dejarán detrás de ellos, en los lugares en donde
hayan predicado, más que el oro de la caridad que es el cumplimiento de toda
ley. En fin, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo, que
caminando sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio del mundo y
caridad, enseñarán el camino de Dios en la verdad pura según el Santo Evangelio
y no según las máximas del mundo, sin preocuparse ni hacer acepción de nadie,
sin perdonar, escuchar, ni temer a ningún mortal, por poderoso que sea».
Es tal el acrecentamiento del entusiasmo del Beato de Montfort en cada una de
las líneas que escribe en esta profética visión que arrebata y transporta al alma a un
mundo que no tardaríamos en calificar de ideal, si no tuvieran estas perspectivas de
gloria y de triunfo por base la humillación y el propio sacrificio.
Serán los verdaderos apóstoles de los últimos tiempos. Los apóstoles de la
segunda venida de Cristo, los apóstoles de la época de María, los apóstoles del triunfo
de la Concepción Inmaculada, los apóstoles sostenedores y defensores a toda costa del
principio de autoridad, los apóstoles de la obediencia, los apóstoles debeladores de la
anarquía, los apóstoles enamorados de la perfección de Jesús Sacramentado, en una
palabra, los apóstoles de esta segunda época de la era cristiana que ha empezado en el
siglo XX y que, día por día, se caracteriza más, mostrándose a todos evidente.
Y porque en tiempos de tan calificada revolución social han de trabajar esos
nuevos apóstoles en medio del mundo, por eso, necesitarán unción especial en sus
palabras y fuerzas extraordinarias en sus obras, comunicadas por el mismo Dios, para
poder oponerse y, mucho más, conseguir arrebatar gloriosos despojos a los enemigos
que han escalado todas las alturas del poder y que, humanamente pensando, sería loca
quimera sólo el pensamiento de oponérseles.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Con la ayuda del Señor de las virtudes podrán éstos apóstoles, ínfimos esclavos,
arrancar la hipócrita o descarada impiedad de los gobiernos engendrados por el satánico
liberalismo, la manifiesta herejía de las universidades, el laicismo de la escuela, el
civismo del matrimonio y de los cementerios, los abusos del capitalismo y las miserias
físicas y morales del pauperismo, los miles estragos que la prensa aconfesional origina
por su falta de fin determinado y por la ligereza de conciencia con que emplea toda
clase de medios para conseguir sus fines, generalmente egoístas.
Ellos lucharán para domeñar a la bestia del Apocalipsis, domando con la
civilización católica a todos los pueblos mahometanos, ellos se afanarán sin descanso
para desenmascarar las arterías de los judíos en contra de la Iglesia y para hacerles
reconocer al Cristo como al Mesías prometido.
Pero, ¿qué harán para conseguir tales triunfos? Serán verdaderos pobres de
espíritu, despreciadores de toda honra y riqueza y, en esa generosa abnegación, hallarán
la libertad invicta de los hijos de Dios y la seguridad de conseguir el triunfo del reino de
Cristo en las almas mediante el de María y, por eso, serán lumbre del sacerdocio
católico, de los eclesiásticos y de los clérigos y, a pesar de tener entre ellos los nidos
de sus amores y de su quietud y reposo, volarán como nubes, impulsados por el soplo
de la obediencia, para buscar donde quiera la gloria de Dios y la salvación de las almas.
Y cuando vuelvan a vivir en medio de otros sacerdotes, eclesiásticos y clérigos,
no habrán dejado otra cosa en los lugares en que hallan predicado que lo que constituirá
el tesoro de esos esclavos, el oro de la caridad de Dios y del prójimo que es igual al
cumplimiento de toda ley.
Hermosa frase que expresa el espíritu invencible de la Esclavitud mariana.
Tanta caridad habrán infundido los esclavos en las almas entre las que hayan
trabajado, cuanto sea el espíritu y práctica de obediencia a toda ley que aprendan los
hombres en todos los lugares en donde prediquen los esclavos, no teniendo por
verdadero fruto de caridad el que no se manifieste en obras de sincera obediencia a la
ley de Dios y a las legítimas leyes de los hombres, tanto eclesiásticos como civiles. Son
los esclavos, como ya dijimos, los destructores del espíritu de insubordinación universal
de nuestros tiempos.
Como si quisiera nuestro Beato hacer el resumen de cuanto ha dicho
expresándolo en las menos palabras posibles para que más grabado se quede en las
almas el concepto del esclavo, por lo que afecta en su forma interior principalmente,
escribe aquellas palabras que ya hemos leído en el número que exponemos las cuales
son la última parte de él y revelan el carácter genuino y especial de la Esclavitud.
Nosotros nos atreveríamos a decir que ellas son una perfecta definición de los esclavos.
«Serán verdaderos discípulos de Jesucristo que, caminando sobre las huellas de
su pobreza, humildad, desprecio del mundo y caridad». He aquí el género próximo.
«Enseñarán el camino de Dios en la verdad pura, según el Santo Evangelio y
no según las máximas del mundo, sin preocuparse ni hacer acepción de nadie, sin
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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perdonar, escuchar ni temerá ningún mortal por poderoso que sea». He aquí la última
diferencia.
Definición que, si bien se la mira, y si se suprimen las frases que no son nada
más que amplificaciones, quedaría reducida a esta precisa forma: Los esclavos que
María suscitará «serán verdaderos esclavos de Jesucristo que enseñarán el camino de
Dios la verdad pura». No es posible decir más en menos palabras.
Hace muchos años que oímos decir a un sacerdote recto y sabio, y enamorado
de la Esclavitud, estas palabras que se grabaron en nuestra alma tan indeleblemente
como el recuerdo cariñosísimo de la persona que las decía: «La Esclavitud es la
traducción sincera del espíritu cristiano».
Es la sinceridad de la fe divina dando vida al esclavo de Cristo en María. Es el
verdadero discípulo de Jesús que en todo momento repite: Ad implendam Jesu,
voluntatem. Es el alma que [se] fija en Dios y nada más que en Dios, sólo estima lo
que glorifica a Dios teniéndolo todo por nonada si no sirve para mejor hallar a Dios.
Y por eso, con muy santa indiferencia, recibe de Dios lo mismo la salud que la
enfermedad, la riqueza que la pobreza, el honor que el deshonor, la vida larga que la
vida corta y, es tanto su deseo de sólo vivir de Dios y para Dios, que cuando él ha de
señalarse el camino, siguiendo el trazado por san Ignacio de Loyola, solamente desea
o elige aquello que más le conduce al fin para que ha sido criado, expresión felicísima
del penitente de Manresa que encierra la más alta perfección y que señala, nos
atreveríamos a decir sin rebozo alguna, el punto inicial de la perfección en que han de
ejercitarse los esclavos que había de suscitar María, según la expresión del Vidente
de Montfort.
¡Superiores a toda criatura en Santidad!
¡Como cedros del Líbano en relación con los demás santos!
¡En donde terminaron los más grandes santos, deben empezar los ínfimos
esclavos!
¡Misterio de la gracia!
¡Prodigios de la Inmaculada María! ¡Adoremos los designios del Señor!
¡Oh!, almas que sentís con la sinceridad de la más viva fe el quam foetel terra
dum coelum aspicio y movidas por esa repugnancia a lo terreno sólo os encanta el grito
glorioso de guerra, Ad majorem Dei gloriam.
¡Oh!, almas que saboreáis el pati aut mori y el pati et contemni pro te, venid,
venid a morar en el hueco de la peña de la Esclavitud transformados en Cristo y vea el
mundo con asombro que nada será capaz de romper la cadena con que los esclavos
se unieron a Cristo por María, ni el hambre, ni la sed, ni la desnudez, ni los peligros, ni
la persecución…, ni el poder del más poderoso de sus enemigos, ni el de todos juntos,
será bastante para que ellos se preocupen, ni hagan acepción de personas, ni toleren, ni
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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escuchen ni teman a los que deban ser reprochados en sus crímenes, en sus vicios, en
sus errores.
Los esclavos dirán la verdad toda, entera, perfecta, y desharán las fábulas, y
descubrirán las ficciones de esta mentida época que pasa y que nos deja, como
síntesis de todos sus engaños, al fementido Modernismo, suprema ficción que haría por
sí sola necesaria la existencia de la sublime sinceridad de los esclavos.
Por más que dijo nuestro sin igual Vidente en el número anterior, «en fin »,
no por eso ha concluido este divino párrafo que comentamos, réstanos todavía leer el
número 64 que dice así:
«En su boca tendrán el cuchillo de dos filos de la palabra de Dios. Sobre sus
espaldas llevarán el estandarte ensangrentado de la Cruz, en la mano derecha el
crucifijo, en la izquierda el rosario, y en su corazón los sagrados nombres de Jesús
y de María, y en toda su conducta la molestia y la mortificación de Jesucristo.
He aquí los grandes hombres que han de venir, pero a quienes María formará
por orden del Altísimo, para extender su imperio sobre el de los impíos, idólatras
y mahometanos. Mas, ¿cuándo y cómo será esto? Sólo Dios lo sabe. A nosotros
sólo toca callar, rogar, suspirar y esperar. Expectans expectavi».
No era posible que el admirable Profeta de la Esclavitud quedara satisfecho
sin haber manifestado cómo serían los esclavos en su exterior.
Se les conocerá porque serán predicadores como San Pablo. Predicarán y
escribirán, y así tendrán esa característica especial de hacer llover la palabra de Dios,
espada de dos filos, en donde quiera, llenando el mundo con sus predicaciones y con
sus propagandas escritas que llegarán a ser universales. Ejercitados en toda clase de
tribulaciones se les notará hasta en el exterior el gusto con que recibirán, sobre su
hombro y espaldas, la cruz de todos los trabajos para ir en pos de Cristo cuésteles lo
que les costare, dispuestos, con la ayuda de la Inmaculada Reina que los fortalecerá, a
regar con la propia sangre sus predicaciones. Humildes, pero sin temor, se mostrarán a
los hombres, no altivos ni temerarios, pero sí con el valor decidido del que es capaz
de dar su sangre por la causa que defiende.
Verdaderos soldados de Cristo en María, no tienen más gloria que cobijarse
bajo el santo lábaro de la Cruz y, siempre abrazados al árbol santo, combatirán con
el denuedo de los mártires de Jesucristo.
Y para que no se pueda dudar que siguen las huellas del Crucificado, ostentarán
siempre el crucifijo, como la única joya de su amor y, con él por insignia, atraerán a
las muchedumbres al sacrificio del cumplimiento de la cristiana ley con el esfuerzo y
socorro que les preste la divina gracia, y para que los sacrificios sean endulzados,
mostrarán a los pueblos el santísimo rosario en cuya preciosa devoción hallarán las
almas luz suave que les haga mirar sin espanto la Cruz, y fuerza para tomar cada uno
la suya, y decisión a para marchar en pos de Cristo.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Y ellos, los esclavos, no tendrán, ni apetecerán más riquezas y consuelo que los
que proporcionen a sus humildes corazones los dulcísimos nombres de Jesús y de
María que pronunciarán con inefable ternura y entusiasmo. Y, a pesar de tan fervoroso
amor, la modestia cristiana anidará como en su propio ambiente en la manera exterior
de los esclavos.
Nada digamos de sus vestidos, aseados sin afectación y correctamente
sencillos, en la mirada de ellos resplandecerá la pureza de los limpios de corazón, en sus
labios el silencio de las almas que viven en Dios, en sus palabras la simplicidad de las
almas que sólo apetecen el uso necesario y la dulzura que derraman como suave óleo
las almas buenas sin que esta esta ordinaria modestia excluya la sincera recriminación
del vicio y de la mentira que irá robustecida por el espíritu purísimo de la mortificación
cristiana que se traslucirá en ellos, por más que en lo exterior se esfuercen por aparecer
en todo semejantes a los demás hombres, como enemigos jurados de toda singularidad,
aunque tampoco por esto ajenos a toda magnanimidad de la que serán vivo modelo
en todo instante.
Por lo que nuestro amadísimo Luis María, asombrado él el primero ante la
grandeza de los esclavos exclama, según ya hemos leído: « He aquí los grandes hombres
que han de venir». Y para que no se tenga por quimera tan extraña generación de
almas, añade inmediatamente: «pero a quienes María fumará por orden del Altísimo».
Palabras que ya ha repetido nuestro amadísimo Beato y que ahora vuelve a recordar,
para que sirvan de lazo de unión entre la singular perfección de los esclavos y el fin
para que Dios los destina, «para extender su imperio el del Altísimo, sobre el de
los impíos, idólatras y mahometanos».
No hay, pues, que maravillarse de tanta humildad y de tanta exaltación ante
tan vasto fin.
Dios da la gracia en relación con la empresa a que destina a las almas.
Vamos a concluir con la ayuda de Dios, las consideraciones brevísimas y leves
que venimos haciendo de este primer capítulo de la riquísima joya mariana intitulada
La Verdadera devoción a la Santísima Virgen. No quiere decir esto que el asunto
ha quedado expuesto de tal manera que tengamos acabadas nuestras indicaciones,
líbrenos Dios de semejante presunción.
Si la luz del sol al atravesar las caras de un prisma se descompone en siete
colores, a cuál de ellos más hermoso, ¿qué será de la luz divina al alumbrar la
inteligencia? ¿Quién se atreverá a decir que vislumbra siquiera todos sus colores y
cambiantes?
Vamos a terminar porque no hay otro remedio porque en lo humano, todo
acaba y este capítulo también debe llegar a su fin, por ahora, aunque con harto
dolor de nuestra alma apartamos nuestros pecadores labios de las marianas mieles de
este último § III, visión altísima profética, sólo comparable a las apocalípticas en
su virtud, en su trascendencia y en sus efectos.
E.R. 46
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Pero, aunque tantos asuntos dejamos pasar por alto, no porque sean de menos
importancia, sino, porque no hacen tan directamente a nuestro general propósito, no
daremos por terminado este asunto sin que mostremos cumplidas, a lo menos en
principio, las esperanzas del Beato Luis María Grignion de que había de realizarse
todo lo que él había profetizado. .
«Mas, ¿cuándo y cómo será esto?», habíase preguntado el montfortiano maestro,
y él mismo diose por respuesta estas misteriosas palabras que hoy nos atrevemos
a calificar de evidentemente cumplidas: «Sólo Dios lo sabe a nosotros sólo nos toca,
callar, rogar, suspirar y esperar. Expectans expectavi». Para nuestro Beato tan ignoto
era el cuándo cuanto el cómo habían de realizarse las admirables maravillas de la
gracia que acababa de profetizar.
Por lo que toca al cuándo, intentaremos dar ahora respuesta cumplida, a nuestro
modo de entender, por lo que se refiere al cómo, aguardaremos a contestar cuando
lleguemos a tratar este asunto, según las enseñanzas que el mismo Beato nos ha de
dar referentes a esta cuestión más directamente tratada en otro lugar de La Verdadera
devoción a la Santísima Virgen.
Que ha llegado el tiempo en que los esclavos de María han de ser ya una
realidad viviente en el mundo, es indudable. Esta es una verdad que está en el
ambiente de la Iglesia en estos tiempos. Bastara recorrer los programas de estudios de
los siete Congresos Internacionales Marianos celebrados hasta hoy, para deducir que
han sido más o menos claramente montfortianos.
En todos se ha buscado el modo de propagar el espíritu de la Esclavitud
Mariana, enseñado por el Beato Grignion de Montfort y, por referirnos especialmente
al último del que fuimos testigos presenciales y en el que el autor de estas líneas
colaboró en la medida de sus fuerzas, recordamos un tema de la Sección de
Propaganda que dice así: «Propagande organisée de la vraie devotion a Maríe
enseignée par le B. Grignion de Montfort». Proposición que está en perfecta armonía
con la siguiente conclusión del primer Congreso Internacional Mariano, celebrado en
Friburgo, que dice así:
«El Congreso accede a los deseos expresados por gran número de cardenales,
obispos y teólogos, y hace público su voto para que esta devoción se difunda
entre los fieles y señaladamente entre los clérigos y religiosos».
Y esta conclusión toma toda su fuerza y concreción en el siguiente
considerando que el mismo congreso antepone con estas palabras:
«Considerando que la devoción a la Santísima Virgen, según el Beato Grignion
de Montfort es una síntesis magnífica de la Teología Mariana, que es el modo
más perfecto de honrar a la Santísima Virgen, que dice perfectamente bien
con el movimiento actual de la piedad católica favoreciéndola eficazmente, y
que, por último, responde a las necesidades actuales y ofrece en las presentes
luchas especial y providencial socorro».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Es así que el fin primero y principal del Vidente montfortiano es formar
esclavos de María, luego evidentemente estamos en los tiempos en que tales esclavos
han de ejercer su acción de instrumentos salvadores, de verdaderos apóstoles de la
sociedad.
Los esfuerzos que se hacen para propagar el espíritu montfortiano en todas
partes son manifiestos y los que suponen la marcha y desarrollo de esta propaganda,
si se leen las Revistas que se publican especialmente con este fin principal. Mas, para
nosotros, basta con recordar que aquí en España se han celebrado dos asambleas, la
de Murcia y Vitoria, preparatorias del Congreso Montfortiano de Barcelona.
Y para que no juzguemos que estos esfuerzos son puramente intelectuales,
recordamos a nuestros lectores las asociaciones de Esclavos de María y Sacerdotes
de María que ya son cosa familiar entre nosotros y que son practicadores de la doctrina
del Beato Grignion.
Por otra parte, la existencia de los esclavos marianos y de la época de María
anunciada por nuestro Beato han de ser históricamente simultáneas, y, ¿quién se
atreverá a negar que ya hace muchos años que se pusieron, por el gran Pontífice
Pío IX, los principios sobre los cuales había de estribar esa nueva época gloriosa para
la Iglesia Católica? ¿No había de ser esa la época en que María fuera más conocida,
más amada y más honrada?
Pues oigamos a Pío IX que, en la inmortal Bula Ineffabilis, se congratula y da
gracias a Dios porque él ha recibido la gracia de ofrecer ese nuevo homenaje a
María.
«Nuestro corazón, dice el mártir del liberalismo, se llena de gozo y nuestra
lengua de júbilo, y damos y daremos siempre las más humildes y altas gracias
a Nuestro Señor Jesucristo, porque se ha dignado por especial beneficio
concedernos, no mereciéndolo, decretar y ofrecer esta honra, gloria y alabanza
a su Santísima Madre»
¡Una honra, una gloria, una alabanza nueva!
Todos sabemos que se trata en este documento del dogma de la Concepción
Inmaculada de María, que data del año cincuenta y cuatro del siglo XIX, desde cuyo
tiempo no cesa de propagarse y arraigarse el conocimiento y amor a esta virgen
purísima, aunque con la lentitud y orden providencial que las reformas mundiales
exigen para implantarse fundamentalmente. Reforma que ya decía esperar el muy
amado Pío IX, prosiguiendo las anteriores palabras:
«Y alimentamos una esperanza certísima y la mayor confianza de que esta
Virgen que toda hermosa e inmaculada pisó la cabeza venenosa de la cruel
serpiente, y trajo la salud al mundo […] se digne prestar su eficaz patrocinio
para que la santa madre Iglesia Católica, removidas todas las dificultades y
desbaratados todos los errores, se robustezca más y más; cada día en todas las
naciones y lugares, y florezca y reine del uno al otro mar y desde el principio
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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hasta los confines del orbe, y se goce de perfecta paz, tranquilidad y libertad
[…], y para que todos los que yerran, apartada la ofuscación de la mente,
vuelvan al sendero de la verdad y de la justicia y haya un solo redil y un
solo Pastor».
¿Quién no saboreará la admirable armonía que existe entre esta inefable
confianza pontificia y las admirables profecías de nuestro Beato al anunciar las luchas
y los triunfos de los esclavos que María suscitará?
Pero que tanto las esperanzas del Pontífice de la Inmaculada, como las
profecías del Vidente montfortiano son ya una realidad, lo expresa de un modo
evidente el Papa Pío X en su Encíclica Ad Diem, que también debemos llamar
montfortiana con estas palabras más divinas que humanas. Helas aquí:
«Mas no queremos callar, dice que este nuestro deseo de que la Inmaculada
sea honrada por modo extraordinario en el quincuagésimo aniversario de la
definición, se haya estimulado por cierto secreto presentimiento de Nuestra
alma, de que se cumplirán en un porvenir no lejano las esperanzas, de ningún
modo temerarias, que hizo concebir a Nuestro predecesor Pío IX y a todo el
Episcopado del mundo la solemne definición del dogma de la Concepción
Inmaculada de María».
Después, el ardentísimo Pontífice muestra los pasos que van señalando el
derrotero del triunfo del reino de la Inmaculada en el mundo con las siguientes
palabras:
«Muchos hay, a decir verdad, que se lamentan de que hasta hoy no se hayan
cumplido sus esperanzas, y que una y otra vez repiten estas palabras de Jeremías:
Aguardando estamos la paz y este bien no viene; y que llegue el tiempo de
nuestro remedio y sólo vemos terror.
Mas, ¿quién habrá que no reprenda por hombres de poca fe a los que tal dicen
y no ponen el pensamiento en conocer las obras de Dios, o en considerarlas
a su verdadera luz?
Y en efecto, ¿quién podría enumerar los secretos dones de gracia que por
intercesión de la Virgen durante todo este tiempo ha derramado Dios sobre su
Iglesia?
Y aun cuando se omita la cuenta de estos dones ¿que no habrá que decir del
Concilio Vaticano con tanta oportunidad reunido, o de la infalibilidad
pontificia, proclamada tan a punto contra los errores que iban a levantar cabeza,
o, finalmente, del nuevo y nunca visto fervor de piedad con que los fieles de
toda clase y de toda nación acuden en persona a venerar al Vicario de
Jesucristo?
¿Y acaso no parece admirable la providencia de Dios en dos de nuestros
predecesores, a saber, Pío IX y León XIII, que en tiempos turbulentísimos
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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rigieron santamente la Iglesia con longevidad de Pontificado a nadie antes
que a ellos otorgada?
Añádase que apenas proclamado por Pio IX como dogma de fe católica que
María fue preservada de toda mancha original, en tierra de Lourdes comenzó la
Virgen misma sus apariciones maravillosas, en memoria de las cuales con
magnífico y grandioso esfuerzo de la piedad, se edificaron dos templos a la
Inmaculada, donde los prodigios que diariamente se obran por intercesión de la
Divina Madre son espléndido argumento contra la incredulidad de la época
presente.
Tantos y tan grandes beneficios concedidos por Dios, mediante la bienhechora
intercesión de la Virgen en estos cincuenta años que pronto van a cumplirse,
¿por qué no han de convencernos de que la hora de nuestra salud está más
cercana de cuanto hasta aquí creíamos?
Tanto más, cuanto mejor sabemos por experiencia, que la Providencia divina
nunca pone el extremo del mal lejos del remedio. Próximo a llegar está su
tiempo y sus días, no son remotos. Porque el Señor tendrá compasión de
Jacob y todavía escogerá alguno de Israel, de suerte que abrigamos la esperanza
de que también nosotros podremos repetir en breve: El Señor ha hecho
pedazos el cetro de los impíos, toda la tierra está en silencio y en paz, y se
huelga y regocija.
Mas, la razón principalísima, Venerables Hermanos, de que el quincuagésimo
aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada deba excitar un
singular fervor en el ánimo cristiano consistente para Nos en lo que ya dijimos
en Nuestra primera Carta Encíclica, conviene a saber: en la restauración de todas
las cosas en Cristo. Porque, ¿quién no verá que no hay camino más seguro y
expedito que María para llegar a Cristo, y unirse a Él, y obtener por su medio
la perfecta adoptación de hijos, de manera que seamos santos e inmaculados a
los ojos de Dios?»
Qué frase tan digna de ser meditada en este caso es aquella que acabamos
de leer:
«Tantos y tan grandes beneficios concedidos por Dios, mediante la bienhechora
intercesión, de la Virgen en estos cincuenta años que pronto van a cumplirse
¿Por qué no han de convencernos de que la hora de nuestra salud está más cercana
de cuanto hasta aquí creíamos?»
Y como la hora de nuestra salud ha de ser la misma en que aparezcan los
portadores de ese rico don, por eso es tan cercana para Pío X esa hora, como
aquella en que compadeciéndose Dios de su pueblo enviará alguno de Israel, que
luchando, nos haga repetir en breve, «el Señor ha hecho pedazos el cetro de los impíos,
toda la tierra está en silencio y en paz, y se huelga y regocija».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Es claro que ésta es la visión del triunfo consumado que supone el periodo
de iniciación, de preparación y de lucha, pero, ¿no estamos nosotros ciertos del
triunfo de nuestra fe divina sobre los ardides e industrias e ingeniosidades de los
hombres? ¿No sabemos, acaso, que las persecuciones y luchas agigantan a los
apóstoles? ¿No oímos, por ventura, a los hombres de gobierno, de orden, de las
derechas, clamar por el resurgimiento del espíritu de Cristo en la sociedad?¿No son
los apóstoles de estas luchas los esclavos que suscitará y formará la Inmaculada por
orden del Altísimo?
Luego los esclavos sacerdotes, religiosos, personificación del espíritu enseñado
por el Beato Grignion, deben estar ya en el mundo, quién sabe si como el paralítico
de la piscina, tal vez como Lázaro en el sepulcro, pero aguardando que suene la
voz del divino Restaurador que diga: «Levántate y anda»
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen
PARTE I
CAPITULO II Discernimiento de La verdadera Devoción a la Santísima Virgen
Artículo I
VERDADES FUNDAMENTALES
El amadísimo Vidente Montfortiano como verdadero hombre de Dios, procede
en su incomparable obra La verdadera devoción a la Santísima Virgen con tan
soberana sencillez, que esta cualidad sola sería bastante para acreditar el supremo
convencimiento que movía a nuestro mariano bienaventurado, en la exposición de las
doctrinas que nos expone, y la firmeza inconmovible para avanzar hacia el sublime
fin que perseguía.
Si en el último artículo del anterior capítulo, hemos sentido el estremecimiento
de lo superior a toda humana ciencia y previsión, al contemplar a los apóstoles que
han de venir, si nos hemos engolfado en los serenos mares de la extática visión
profética, arribando a las playas tranquilas de la profundísima humildad de los
esclavos, si hemos quedado llenos de asombro ante los prodigios de la gracia que
han de llevar a cabo los esclavos que María ha de formar por orden del Altísimo,
¿cómo es que ahora al empezar el segundo capítulo de esta primera parte de sus
obras nos dice el Beato estas por exceso, al parecer, lacónicas palabras del nº 65:
«Habiendo tratado hasta aquí de la necesidad que tenemos de la devoción a la
Santísima Virgen».
Y ni una palabra más dice que tenga relación con el anterior capítulo. Tantas
veces hemos leído hasta ahora palabras llenas de férvido entusiasmo, de ardiente celo,
que este sencillo resumen nos causa el mismo efecto que la sencilla homogeneidad
del inmenso desierto.
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Para el iluminado Beato no hay más que un término, un fin, una meta, y todo
lo que no sea eso es accidental, es indiferente, es como nada. Por eso, en todo lo
que ha dicho antes, no ve más que una sola cosa: la necesidad que tenemos de la
devoción a la Santísima Virgen.
Después en el mismo número continua diciendo lo que va a tratar en este
capítulo segundo con palabras tan concisas como las anteriores. Helas aquí: «Debo
ahora decir en qué consiste esta devoción».
No puede expresarse de manera más breve y clara el asunto en que ha de
ocuparse nuestro mariano maestro en este capítulo. Nos va a hablar de la necesidad
de la devoción a María en general.
Y para prevenir mejor al lector para el conocimiento de La verdadera devoción
a la Santísima Virgen y disponerlo a la devoción que él pretende enseñar, dice éstas,
no menos concretas, palabras, con las cuales termina toda la brevísima introducción
que hace a este capítulo. Dice así:
«Lo cual haré, con la ayuda de Dios, después de dejar sentadas algunas verdades
fundamentales que darán luz sobre esta grande y sólida devoción, que intento
descubrir».
« ¡Que darán luz sobre esta grande y sólida devoción que intento descubrir!».
He aquí la grande empresa del Beato Luis María. Por eso, los mismos esclavos, no son
más que instrumentos de esa devoción especial. Serán esclavos porque practicarán esa
devoción y para enseñarla, propagarla y defenderla serán los esclavos.
El tesoro, pues, es la devoción que nos va a descubrir el Beato después que
nos hable de la devoción a María, en general, y de que nos exponga las verdades
fundamentales de que tratará en el párrafo primero de este artículo primero que sigue
ahora.
PRIMERA VERDAD
JESUCRISTO, NUESTRO FIN ÚLTIMO
Una sencillísima anotación conviene hacer antes de empezar a leer este §, y es,
que, al decir nuestro montfortiano maestro, Jesucristo, nuestro fin último, se refiere al
asunto de que trata, de la devoción, y al fin mediato de la devoción que es
transformarnos en Cristo, no ciertamente a nuestro fin último absoluto y mediato que
es y no puede ser otro que la divinidad.
En el nº 66 dice así nuestro Beato:
«El fin último de todas nuestras demás devociones no debe ser otro que
Jesucristo, nuestro Salvador, verdadero Dios y verdadero hombre; de lo contrario
estas doctrinas serían falsas e ilusorias».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
93
Dios lleva a la gloria a los que se hacen conformes a la imagen de su Hijo, esto
es, a los que en todo sienten, piensan, quieren y obran como Jesús, supremo Maestro
en el cumplimiento de la divina voluntad, pues Él no vino a otra cosa que a hacer la
voluntad de su Padre que lo había enviado. Pero Él vive entre nosotros, Él ha querido
quedarse con los hombres hasta la consumación de los siglos, no sólo en su espíritu,
en sus enseñanzas, en sus ejemplos; se nos ha quedado vere realiter ac substantialiter
en el sacramento por excelencia, en el sacramento de su amor.
Jesucristo dio muerte a la muerte y vive y vivirá por los siglos de los siglos
en el Sacramento del Altar, con vida Eucarística inefable, para aleccionarnos con los
ejemplos de la más alta perfección y, por eso, toda devoción que no tenga por fin a
Jesucristo, no encuentre en Él toda su consumación, es falsa e ilusoria. Y cuando
decimos en Jesucristo, nos referimos a Jesús Eucaristía. Él, así concreto, es el último
fin nuestro, como dice el Vidente monfortiano. Sin Cristo Sacramentado, en religión,
todo es falso e ilusorio.
Bien claramente y muy a pesar suyo ha comprobado esta verdad el inerte
Protestantismo, sin luz, sin vida, sin calor. El que, soberbio, quiso reformar al mundo
con hipócrita amor a Cristo y llevó a la humanidad a los abismos de muerte en que
se encuentra por haber repudiado la realidad del augusto Sacramento de la Eucaristía.
Y como hecho perfectamente confirmado por el mismo Protestantismo, no
olvidemos que los que repudiaron a la Eucaristía despreciaron el culto de María.
Nosotros nos atreveríamos a concretar las palabras del Beato diciendo que Jesús
Sacramentado es el fin práctico a que nos han de conducir todas las devociones,
siendo falsas todas las que no se propongan a Él por fin.
En el mismo número 66 continúa diciendo: «Jesucristo es el alpha y la omega,
el principio y el fin de todas las cosas». Palabras llenas de toda verdad, como tomadas
de la Sagrada Escritura.
Jesús es el arquetipo de todo lo creado. En Él y por Él fueron hechas todas las
cosas, y, si no fueran para Él, nada se hubiera hecho de cuanto existe.
Las criaturas racionales fuimos creadas para que sirviéramos de pueblo al
Primogénito. Por Él somos y por Él sólo hallaremos la vida eterna.
Y porque es así, seguimos leyendo en este mismo preciosísimo número, que no
es otra cosa que un magnifico himno en loor de la divina realeza de Cristo para
confundir a los protestantes y jansenistas, estas otras palabras: «Si trabajamos, sólo es,
como dice el Apóstol, para hacer a todo hombre perfecto en Jesucristo».
Estas palabras tienen sabor a defensa y a reproche. Es una especie de invectiva
en contra de los falsos devotos de María, y, por consiguiente, ficticios cristianos que
velan su mal espíritu tras la hipócrita apariencia o el exagerado escrúpulo.
Cuanto trabajamos dice, el Beato a sus impugnadores críticos, todo es porque
Cristo sea conocido y amado. Nosotros todo lo que no es Cristo lo tenemos por bien
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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despreciable y sólo anhelamos que las almas sean vaciadas en el Hombre nuevo. Ni la
devoción a la Santísima Virgen, por la que tan vehementemente propugna el
bienaventurado Luis María Grignion, mereciera sus miradas si no fuera que esa
devoción nos ayudara tanto para ir a Cristo, le oiremos decir con toda firmeza.
Y para que más nos convenzamos de que él sólo busca para sí y para las almas
todas la perfección en Cristo, continúa dando las razones que se le ofrecen y que
confirman las que acabamos de leer. Si trabajamos, sólo es, como dice el Apóstol, para
hacer a todo hombre perfecto en Jesucristo por los motivos siguientes que nos da en el
mismo número 66: «Porque sólo en Él habita toda la plenitud de la divinidad y todas
las demás plenitudes de gracia, de virtudes y de perfecciones».
Como veremos, todas las razones o motivos que aduce nuestro Beato para
convencernos de que debemos ser regenerados en Cristo y en sólo Él, son tan
fundamentales como la misma palabra divina.
En la primera que acabamos de copiar claramente se leen estas palabras, del
Apóstol a los Colosenses, cap. II, v. 9: «In ipso habitat omnis plenitudo divinitatis».
No son menos terminantes estas otras que se leen en Isaías, cap. XI, v. 2:
«Requiescet super eum spiritus Domini, spiritus sapientiae et intellectus, spíritus
consilli et fortitudinis, spíritus scientiae et pietatis, et replebit eum spiritus timoris
Domini».
El espíritu menos versado en las católicas doctrinas, a poco que haya oído
hablar en cristiano, recordará haber oído mil veces las siguientes frases que a
continuación copiamos del Beato Luis María y que son palabras todas de la Sagradas
Escrituras. Y porque son tan comunes y por no hacer a nuestro caso directamente
omitimos copiar y citar los textos y lugares en que se leen.
Nuestro admirable Vidente hablaba en su libro a jansenistas y protestantes y
por eso se esfuerza en este número 66 en manifestar claramente que para él, como
para todo cristiano, Cristo es el Rey divino y todo lo que aparte de Él es reprochable
y, por el contrario, digno de amor todo lo que a Él nos conduzca.
Y para que nadie pueda acusarlo de que él pretende menoscabar la realeza
suprema de Jesucristo, no contento con lo dicho, añade:
«Porque sólo en Él hemos sido bendecidos con bendición espiritual, porque Él
es el único Maestro que debe enseñarnos, el único Señor de quien debemos
depender, la única Cabeza a quien debemos estar unidos, el único Modelo a
quien debemos conformarnos, el único Médico que debe curarnos, el único
Pastor que nos debe alimentar, el único Camino que debe conducirnos, la única
Verdad que debemos creer, la única Vida que nos debe vivificar, y nuestro
único Todo que en todas las cosas nos debe bastar. Debajo del cielo ningún
otro nombre se nos ha dado para que por él seamos salvos más que el nombre
de Jesús. Dios no nos ha dado otro fundamento para nuestra perfección y para
nuestra gloria que a Jesucristo.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
95
Todo edificio que no descanse sobre esta piedra firme está fundado sobre arena
movediza y caerá infaliblemente, tarde o temprano. Todo fiel que no esté unido
a Él, como un sarmiento a la cepa de la vid, caerá, se secará y sólo servirá
para echarlo al fuego.
Fuera de Él sólo hay extravío, mentira, iniquidad, inutilidad, muerte y
condenación.
Pero si permanecemos en Jesucristo y Jesucristo en nosotros, no temeremos
ninguna condenación, porque ni los ángeles del cielo, ni los hombres de la
tierra, ni los demonios del infierno, ni criatura alguna nos puede dañar, pues
ella jamás nos separará de la caridad de Dios, que está en Cristo Jesús.
Por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo todo lo podemos tributar, todo honor
y gloria al Padre en unidad del Espíritu Santo, hacernos perfectos y ser a
nuestro prójimo un buen olor de vida eterna».
De donde se deduce que ignoran el espíritu y la letra de La Verdadera devoción
los que afirman que el Beato aparta las almas de Cristo o las estaciona en María.
Basta y sobra con decir que Luis María Grignion de Montfort está declarado Beato por
la Iglesia para convencernos de que es un enamorado de Jesucristo. Lea su vida quien
por algún concepto lo dudare y quedará plenamente convencido de que el inspirado
autor de La verdadera devoción a la Sanísima Virgen es un enamorado de Cristo a la
manera de San Pablo que nada estima, desea ni quiere, que no sea Cristo, que todo lo
des precia por Él, que todo lo tiene en Él, que nada teme ni ama sino a Él, que toda
su vida es Él, y que por Él perdió el Apóstol la suya buscando generosa mente almas
que conocieran y amaran a Cristo Crucificado.
Que no es otro el intento de nuestro ardentísimo Beato, bien lo hemos visto en
las palabras que hemos leído en el número anterior, y por si esas no hubieran sido
bastantes a convencernos de esta solidísima verdad, fueran suficientes las palabras que
se leen en el número 67. Son estas:
«Si nosotros, pues, establecemos la sólida devoción a la Santísima Virgen, sólo es
para establecer más perfectamente la de Jesucristo, para ofrecer un medio fácil
y seguro de encontrar a Jesucristo».
Las palabras no pueden ser más terminantes, ni más precisas, ni más claras.
Y no hemos nosotros de ser tan osados que pongamos ni una sola palabra nuestra para
aclararlas ni robustecerlas. Nuestro Santísimo Padre Pío X, de feliz memoria, en su
montfortiana Encíclica Ad diem, dice estas palabras que prestan a las de nuestro Beato
la autoridad suprema. Dice así:
«Mas, la razón principalísima, Venerables Hermanos, de que el quincuagésimo
aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada deba excitar un
singular fervor en el ánimo cristiano, consiste para Nos en lo que ya dijimos
en Nuestra primera Carta Encíclica, conviene, a saber, en la restauración
E.R. 48
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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de todas las cosas en Cristo porque, ¿quién no verá que no hay camino
más seguro y expedito que María para llegar a Cristo y unirse a Él y obtener,
por su medio, la perfecta adopción de hijos de manera que seamos santos e
inmaculados a los ojos de Dios? »
Y, en efecto, si con verdad fue dicho a María, bienaventurada tú que has
creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor, es
decir, que concebiría y pariría al Hijo de Dios; si por esto recibió en su seno a
Aquel que por naturaleza es la Verdad, para que, engendrado por nuevo orden y
con nueva natividad, invisible en sí mismo, se hiciese visible con nuestra carne,
siendo el Hijo de Dios hecho hombre, autor y consumador de nuestra fe, es del
todo necesario que a su Santísima Madre se le reconozca partícipe y, algo así,
como guarda de los divinos misterios, que, a modo de cimiento, el más noble
después de Cristo Jesús, sostiene el edificio de la fe de todos los siglos.
¿Cómo pensar de otra manera?
¿No hubiera podido Dios darnos sin María al Salvador de la humanidad y
Fundador de la fe?
Mas, habiendo querido la Providencia divina que tuviésemos al Hombre
Dios por María, la cual por obra del Espíritu Santo le concibió en su seno, nada
nos resta a nosotros sino recibir a Cristo de las manos de María.
En la misma Encíclica se lee a este propósito:
«Que por la Virgen, y por Ella más que por ningún otro medio, se nos
concedió manera de llegar al conocimiento de Cristo, nadie lo podrá dudar
si repara que Ella fue la única con quien Jesús, como conviene entre hijo
y madre, estuvo en compañía y trato familiar treinta años.
¿A quién, mejor que a la Madre, fueron revelados los admirables misterios
de la natividad y la infancia de Cristo y, sobre todo, el misterio de la
Encarnación, principio y fundamento de nuestra fe?
Y no solamente guardaba María y reposaba en su corazón cuanto había
sucedido en Belén y había visto en Jerusalén en el Templo del Señor, sino
que, conocedora de los pensamientos de Cristo y de sus secretos designios,
puede decirse de Ella que vivió la vida de su Hijo. Por lo cual, nadie conoció
a Cristo tan íntimamente como Ella, nadie puede ser mejor maestro que
Ella, para conocer a Jesús».
Síguese de aquí, como ya indicamos, que nadie es tampoco más apto que
la Virgen para unir a los hombres con Cristo. Por lo cual, si, según la misma
sentencia de Cristo, la vida eterna consiste en conocerte a Ti, Dios verdadero, y
a Jesucristo, a quien tu enviaste, consiguiendo nosotros por María el conocimiento
de Cristo, por María conseguimos también más fácilmente aquella vida de que
Cristo es principio y manantial.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
97
Y por último añade Pío X:
«Supuesto todo lo cual, y volviendo a nuestro propósito, ¿quién no verá con
cuánta razón hemos dicho que María, que desde la casa de Nazaret hasta el
Calvario, hizo constante compañía a Jesús, más que nadie conoció los
secretos de su Corazón y administra, casi con derecho maternal, el tesoro
de sus méritos, es el principal y más seguro apoyo para llegar al
conocimiento de Cristo?
Bien nos lo confirma la deplorable condición por cuantos, por diabólico
engaño o por falsas doctrinas, creen poder prescindir del Auxilio de la Virgen.
Míseros e infelices, prescinden de María a pretexto de honrar a Cristo, e
ignoran que no se halla al Hijo sino con María, Madre suya».
No podríamos nosotros haber encontrado quien con más garantías de verdad
nos asegurase de esta doctrina del gran Vidente mariano. ¡Gloria al Beato que así
regala a sus hijos y amantes con esta soberana confirmación de su doctrina
destruidora del espíritu de ficción protestante y jansenista!
Y todavía, para terminar el número 67 que nos ocupa, añade nuestro
amadísimo maestro estas enérgicas palabras: «Si la devoción a la Santísima Virgen
alejase de Jesucristo, sería necesario rechazarla como una ilusión del diablo».
Así lo ha hecho en todo tiempo nuestra santa Madre la Iglesia para librar
a los fieles de los innumerables extravíos a que pudieran ser conducidos por
los excesos de la piedad viciada por fervores más sensibles que racionales, o por
las ignorancias nacidas de buena fe, pero siempre dañosas del pueblo cristiano.
Por último el número 67 termina con estas frases que rebosan el ardentísimo
celo del maestro de Montfort:
«Pero tan lejos está esto de ser así que, muy al contrario, como ya he
demostrado y haré ver todavía a continuación, esta devoción sólo nos es
necesaria para encontrar perfectamente a Jesucristo, para amarle con ternura
y para servirle con fidelidad».
Y, ¿quién no ve la admirable armonía que hay entre este espíritu de
caridad de que aquí nos habla el Beato y el espíritu de amor que nos hace aprender
nuestro santísimo padre Pío X en su citada Encíclica, y el espíritu de fiel
servidumbre a Jesús que supone nuestro Vidente, como fruto de la sola devoción
a María y lo enseñado por el mismo Romano Pontífice? «Ningún obsequio
dice Pío X, puede ser más grato y afecto a María como que conozcamos, según
conviene, y amemos a Jesús. Así, pues, acudan los fieles en gran número a los
templos, celébrense pomposas solemnidades, haya públicos regocijos. Todo ello
contribuirá, no poco, a alimentar la fe. Mas, si a todo esto no se junta el obsequio
de la voluntad, tendremos no más que exterioridades y solo apariencias de religión,
viendo lo cual, la Virgen podrá quejarse de nosotros, diciéndonos aquellas palabras
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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de Cristo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de
mí».
Porque no es sincera devoción a la Virgen sino aquella que nace de la
voluntad, ni en este punto valen de nada las obras exteriores si van separadas de
las del ánimo. Estas obras interiores han de tender únicamente a conseguir que
en todo obedezcamos los preceptos del divino Hijo de María, pues si solo es
verdadero amor aquel que une las voluntades, necesario es que la voluntad de
María y la nuestra sean una sola para servir a Cristo Nuestro Señor. Porque
aquello mismo que la prudentísima Virgen dijo a los criados en las bodas de
Caná nos lo repite ahora a nosotros: Haced lo que Él os diga. Y el precepto
de Cristo es este: Si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos.
Unir al Verbo Divino con la humanidad para formar al Hombre Dios,
reparador del género humano, y unir a los hombres con Cristo mediante la
obediencia, el más duro de todos los lazos suavizado con las dulzuras de la
caridad, ese es el oficio singularísimo de María, cautivadora de Dios y
transformadora del hombre en Cristo, puente que une el cielo con la tierra y
acueducto que trasmite las gracias de Cristo a los hombres. Eso es María para
la Iglesia Católica y eso, y nada más, es para nuestro amadísimo maestro de
Montfort. Y que es así efectivamente bien lo comprueban las siguientes palabras
del número 68. Dicen así:
«A Vos me dirijo yo en estos momentos, amabilísimo Jesús, para quejarme
amorosamente a vuestra Majestad de que la mayor parte de los cristianos,
aun los más instruidos, no conocen el enlace necesario que existe entre
Vos y vuestra Santísima Madre. Vos, Señor, estáis siempre con María y
María está siempre con Vos, y no puede estar sin Vos, pues de lo contrario,
dejaría de ser lo que es. Ella está de tal manera transformada en Vos por la gracia
que ni vive ni es nada en realidad, sino que Vos, Jesús mío, sois quien vive y reina
en Ella más perfectamente que en todos los ángeles y bienaventurados,
¡Ah!, si los hombres conocieran la gloria y el amor que Vos recibís en esta
criatura admirable, tendrían hacia Vos y Ella muy distintos sentimientos de los
que al presenten abrigan. Tan íntimamente unida está Ella a Vos, que antes se
separaría la luz del sol y el calor del fuego, digo más, antes se separaría de
Vos a los ángeles y a los santos que a esta divina Señora porque Ella os ama
más ardientemente y os glorifica más perfectamente que todas las demás
criaturas juntas».
¿Quién no ha de sentir movido su corazón para amar a la Reina de los ángeles
en oyendo estas amorosas quejas del amor dulcísimo y fervoroso, exhaladas del alma
enamorada de nuestro amadísimo Beato?
Es un hijo que se queja a su padre del desvío con que sus otros hermanos
tratan a su buena madre. Es un hermano que alienta a sus otros hermanos para que
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
99
den más honor a la que es madre de todos ellos. Es un santo que vindica el mayor
honor de los hombres para la Reina ele todos los santos. Es un hombre que estimula
a la humanidad a dar gloria y honor sin tasa a la que fue elevada por Dios a la más
alta perfección humana.
El celosísimo Luis María se queja amorosamente al Rey de toda majestad, para
que éste haga ver a los cristianos, aun a los más instruidos, la unión perfectísima que
existe entre el Hombre Dios y la Madre divina, y les recuerda la sublime
transformación de tal Madre en tal Hijo para luego incitar a los hombres a que conozcan
mejor a María, considerándola como una sola persona con Jesús, y así entender que
es imposible vivir con perfección en Jesucristo si no se vive perfectamente en María,
pues el Verbo humanado podría separase de los santos y hasta de los ángeles, pero
de su Madre jamás porque Dios hizo todas las cosas por su gloria, para esplendor y
magnificencia de su infinito nombre, y todos los mundos no son otra cosa que recuerdos
de las hermosuras de María, y todos los hombres y todos los ángeles pueblo son, y
súbditos, de la celestial Señora.
Y porque tan excelsa contempla a su divina Madre nuestro montfortiano
maestro ante los jansenistas que trataban de aprisionar a los amantes de María con
ligaduras de falsos honores y respetos al divino Hijo, él enardece su pecho con el amor
a la Madre sin par y, de la misma manera que los israelitas lanzaban himnos de
amarguísimo dolor por haber sido arrebatados de su amadísima Jerusalén y prometen
no olvidarla jamás, así mismo parece oír a nuestro Vidente mariano estas ternísimas
imprecaciones:
«Si me olvidare de ti, Jerusalén, mística Ciudad de Dios y Reina de mi alma, a
olvido sea entregada mi marro diestra. Quede pegada mi legua a mis fauces, si
yo no me acordare de ti, y si yo no me propusiere a mi Madre por punto
principal de mi alegría».
Animada por el fervoroso espíritu de amor que vimos antes, la mariana lengua de
nuestro ardentísimo Beato, absorto ante el desamor y sistemático empeño de algunos
sabios católicos de su tiempo, los increpa rebosando sus palabras la amargura de su
corazón, siéndole siempre la nota más dolorosa en estas consideraciones la de que, por
más honrar al Hijo divino, se callen o menoscaben las glorias de la divina Madre.
Y por este motivo, después de haber considerado nuestro Beato la inseparable
unión que existe entre María y Jesús en el número anterior, en el que ahora nos toca
estudiar, que es el 699, dice:
«Según esto, amable Señor, ¿no es una cosa que causa admiración y lástima ver
la ignorancia y las tinieblas que embargan a los hombres de este mundo con
respecto a vuestra Santísima Madre? Y ahora no hablo de tantos idólatras y
paganos que no conociendo a Vos, menos pueden conocer a Ella. No hablo
tampoco de los herejes y cismáticos que, como están separados de Vos y de
vuestra Iglesia, no cuidan para nada de ser devotos de vuestra Santísima Madre.
E.R. 49
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Hablo, sí, de los católicos y aun de algunos doctores católicos que, haciendo
profesión de enseñar a los otros, ni os conocen a Vos ni a vuestra Santísima
Madre más que de una manera especulativa, seca, estéril e indiferente».
Excluye primero nuestro montfortiano maestro a los que, por motivo más o
menos fundado, no se les puede exigir hic et nunc que conozcan, amen y honren a
María.
Los hombres de este mundo, considerados en general, son los primeros que
admiran y hacen sentir compasión al beato Grignion, y con razón. Los mundanos no
tienen el corazón dispuesto para amar a María. Esta Reina es del cielo y el mundo
que odia a Cristo, ni en esta ni en la otra vida, forma parte del reino de los cielos.
María crucificó al mundo en su corazón con todos los vicios y concupiscencias que son
el estímulo de las obras de los mundanos. La Inmaculada Virgen fue la perfectísima
esclava del amor divino, el mundo es el fruto maldito del non serviam. Los mundanos
ni pueden ni deben honrar a María, porque no quieren, porque la voluntad de ellos
está en honrarse a sí mismos.
Y para determinar de qué hombres habla, nuestro Beato excluye a todos aquellos
a quienes no alude. Y así continua escribiendo que no habla de los paganos, ni de los
idólatras, ni de los herejes, ni de los cismáticos. En una palabra, no habla de los
hombres que no forman parte de la Iglesia Católica. Se refiere única y exclusivamente
a la Iglesia Mariana y, de ella, increpa a algunos.
¿Qué admiración puede causar que los chinos y japoneses, y las tribus salvajes
idólatras, no honren a María? Si no la conocen, dice muy sencilla y fundamentalmente
nuestro Beato, no la pueden honrar.
¿Qué sorpresa ofrecerá que los protestantes y los cismáticos se olviden de la
Madre de Jesús y la roben su gloria completamente?
Pero que haya en nuestros tiempos sacerdotes católicos en países protestantes
que se maravillen de que se dé culto a la Santísima Virgen recién nacida en sus
imágenes de la Divina Infantita, como se venera, por ejemplo, en Roma, por la
congregación de religiosos concepcionistas, o como se la honra en Milán por las
religiosas Hermanas de la Caridad, o como se le da culto en México, por las religiosas
concepcionistas de San José de Gracia, o en su iglesia propia de la Divina Infantita,
esto si es para admirar.
Y si a esto se añade que tales sacerdotes se escandalizan de este culto que arranca
de la fe veinte veces secular, y que hoy tiene por corona el dogma de la Concepción
Inmaculada de María, porque no saben cómo llamarán madre a la Virgen Niña, o porque
no atinan el modo de compaginar en la Iglesia dos curas, esto es, para dar amarguísima
lástima al corazón sinceramente católico que no está veteado de protestantismo o
jansenismo.
Y no será menos de lamentar la prudente monición que recibieron los católicos
españoles, reunidos el año doce de este siglo en el Congreso Internacional Mariano
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
101
celebrado en Tréveris, advertencia que fue motivada por el deseo manifestado por la
sección española de tal Congreso de pedir al Papa la definición dogmática de la
Asunción.
¡Qué prudencias han de usar los sacerdotes católicos cuando viven entre herejes
o se dejan influenciar por ellos! Con cuánta razón el insigne prologuista de esta
diamantina obra que exponemos, el tan piadoso como docto Padre Faber, con sinceridad
digna de un católico, escribía:
«Aquí, en Inglaterra, no se predica a María la mitad de lo que se debe. La
devoción que se la profesa es débil, mezquina, pobre y anda tímidamente fuera de
su verdadero camino a causa de las burlas de la herejía. Invocando siempre el
respeto humano y la prudencia de la carne se pretende hacer de María una
María tal que los protestantes pudieran admitirla fácilmente».
Esta ha sido la ruin predicación que se ha tenido de María en nuestros mismos
tiempos, hoy mismo, cuando ya alborea llena de gloria y de pujanza la época de María,
no faltan autores marianos que regatean cuanto les es posible las glorias a María
procurándolas disminuir con especulativas razones, semejantes a las que se oponían
para la definición del dogma de la Concepción Inmaculada, secas, estériles e
indiferentes. Triste estado del espíritu cristiano, menguada devoción a María la que ha
de manifestarse con temores de exceso en lo que es debido a su gloria de la que se dice
con harto fundamento que de Ella numquan satis.
¡Qué dolorosamente habla el maestro de Montfort en todo este número 69!
«Hablan rarísimas veces dice, de vuestra Santísima Madre y de la devoción
que se la debe de profesar porque temen, dicen ellos, que se abuse de esta
devoción y que, honrando a vuestra Madre Santísima, se infiera injuria a Vos».
Creo que haya sido esta razón la más especiosa para regatear honores a
María, ¡cómo si, después de concederla el ser Madre de Dios, pudiera Ella tener
gracia o privilegio alguno que fuera excesivo para promocionarla a la dignidad de
Madre divina!
Vano temor. Ante la más excelsa de las glorias, ante la infinitud de unirse a
Dios maternalmente, todo otro honor, gloria, gracia, privilegio, exención o concesión,
siendo debido y compatible con su naturaleza de pura criatura racional, todo cuanto
bueno se le atribuya, todo puede concedérsele, seguros de que por ningún concepto
será menoscabado el honor del Hijo divino exaltando el de, la que había de ser, su
Madre digna, en cuanto fuera congruente con la sabiduría y poder de Dios potuit decuit;
ergo fecit.
Continúa, después, señalando nuestro Beato los modos de preceder de estos
regateadores de las glorias marianas con estas palabras:
«Si ven u oyen a algún devoto de María hablar con frecuencia de la devoción
a esta Madre bondadosa de una manera tierna, fuerte y persuasiva, como de
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
102
un medio seguro sin ilusiones, de un camino corto sin peligros, de una senda
inmaculada sin imperfección y de un secreto maravilloso para encontraros y
amaros perfectamente, claman contra él y le arguyen con mil razones falsas para
probarle que no es conveniente que hable tanto de la Santísima Virgen, que
hay grandes abusos en esta devoción, que es necesario trabajar con empeño
por destruirlos y hablar de Vos antes que propagar en los pueblos la devoción a
María, a quien ya aman bastante».
¡Venga ya a nosotros el reino de María!, exclamaremos y haremos exclamar
al pueblo cristiano.
Venga a nos tu reino, Inmaculada Reina, para que, después del tuyo, hagas
tú que reine tu Jesús divino en todos los corazones.
Primero vino María al mundo, después Jesús. Primero triunfará María en el
mundo en estos tiempos y después triunfará Jesús. Por María a Jesús. Ut adveniat
regnum Christi, adveniat regnum Mariae.
Desaparezcan ya para siempre los falsos temores engendrados en los espíritus
por el protestantismo enemigo de María, desaparezcan con todos sus resabios de
impiedad los hipócritas escrúpulos jansenistas que inducían a ocultar las glorias de la
Madre, so pretexto de más honrar al Hijo de quien también apartaban a las almas.
Esta es la herejía de Luzbel trasformado en ángel de luz. Desaparezca, de una vez
para siempre, la fingida humildad de los soberbios que tienen por emblemas de
gentes minus habens a los cristianos que usan el santo rosario o un escapulario
cualquiera que sea de la Santísima Virgen.
Estas arrogancias de fatuos materializados pasaren ya a la categoría de las
consideraciones de mal gusto y, hoy, los hombres que han de ser los informadores
del espíritu del siglo XX, se convencen cada día más de que los verdaderos hombres,
los que son capaces de llegar en todos los órdenes de la vida al heroísmo, son
aquellos que saben, humildes, caminar hacia el cielo llevados de la mano de María,
por lo que hoy resultan extemporáneos los hombres de que nos habla a continuación
nuestro amadísimo Vidente cuando escribe:
«A veces se les oye hablar de la devoción a vuestra Santísima Madre, pero no
es para establecerla ni inculcarla, sino para destruir los abusos que de ella se
cometen mientras que carecen de piedad y de devoción tierna para con Vos,
porque no la tienen para con María y consideran el Rosario y el Escapulario
como devociones de mujercillas, propias para los ignorantes, de las cuales nadie
tiene necesidad para salvarse. Y si tropiezan con algún devoto de María que reza
el Rosario o practica hacia Ella alguna otra devoción, trabajan pronto porque
desista de la afición a estas cosas, y, en lugar del Rosario, le aconsejan los siete
salmos, y, en vez de la devoción a la Santísima Virgen, le aconsejan la devoción
a Jesucristo».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
103
Este es el modo de los que siguen el espíritu de soberbia del mal espíritu
habido en todos los siglos y, muy especialmente, en estos tiempos nuestros en que
tocamos los efectos desastrosos de la más refinada e hipócrita soberbia que ha
invadido, desgraciadamente, hasta a los más altos cedros del Líbano.
Les pareció cosa despreciable ser reverentemente humildes. Tuvieron por
acciones propias de niños, e indignas de sus espíritus fuertes, demostraciones exteriores
de culto externo si no terminaban directamente en Dios, hasta el punto de considerar
como cosa baladí y de espíritu ignorante acudir a la Madre del divino Redentor para
acercarse a Él, y entonces, insensatos, quisieron saltar ellos de la tierra al cielo sin
apoyarse en el punto en que posó sus plantas el gigante divino para venir del cielo
a la tierra, y, flacos e impotentes, vinieron a dar de bruces, con sarcasmo de la
historia de la humanidad que ya los empieza a someter a la universal rechifla, en las
locuras de los pueblos en los momentos actuales que no tuvieron semejante en los
pasados siglos, y que muchos habrán de pasar, quien sabe si otros veinte, para que las
naciones vuelvan a sufrir los efectos del alejamiento de Cristo por haberse olvidado,
soberbias, de María.
¡Oh bienaventurado Vidente, precursor, apóstol y acérrimo defensor de la
necesidad de sujetarse y de amar a María para ser verdaderos obedientes y enamorados
de Cristo!
Sobre tu gloriosa tumba ya empiezan a manifestarse esplendorosas las flores de
las más risueñas esperanzas. La época de María se acerca a grandes pasos. La obra
por excelencia de las manos del Altísimo, la Virgen Inmaculada, la Corredentora de la
humanidad, llama al mundo desde la Cátedra de Pedro con la voz infalible de la
declaración dogmática del misterio de la Encarnación Inmaculada, la misma celestial
Señora que, con juveniles encantos, se muestra en Lourdes y llama hacia sí a todos los
pueblos.
Y los hombres de buena voluntad, los humildes, disponen sus almas para dar la
batalla al gran engañador en las naciones, colocándose en pos de la Reina sin mancilla
y, capitaneados por Ella, serán los apóstoles de estos tiempos que enardecerán sus
almas con el amor a María Inmaculada y con el fuego divino de la Hostia sacrosanta
que se inmola, enamorada de Dios y de los hombres, en el augusto Sacramento del
Altar.
¡Qué hondamente tenía grabado en su alma nuestro inspirado Beato aquel
pensamiento, que tan repetidamente enseña, de que María es la base y el camino para
llegar a saturarse del espíritu cristiano!
Por eso, cuando ha mostrado a los que erróneamente se apartaban o desviaban
a las almas del más ferviente amor a María, exclama, rebosando en sus palabras tanto
el dolor como la firmísima convicción que siente de la contestación negativa que debe
darse, las preguntas que formula con estas palabras:
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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« ¿Estos tales tienen, amable Jesús mío, vuestro espíritu? ¿Os agradan obrando
de esta manera? ¿Es agradaros no hacer todos los esfuerzos posibles para agradar
a vuestra Madre por miedo de disgustaros a Vos? ¿La devoción a vuestra
Santísima Madre se opone a la vuestra? ¿Es que Ella se atribuye el honor que
se la tributa? ¿Es que Ella forma bando aparte? ¿Es Ella una extraña que no
tiene con Vos ninguna relación? ¿Es desagradar a Vos el agradar a Ella? ¿Es
separarse o alejarse de vuestro amor el entregarse a Ella y amarla?».
Fervorosa gradación que rechaza cualquiera indiferencia en el honor y devoción
firmísima que debemos los católicos tener a María, trono gloriosísimo en el que quiso
aparecer nuestro divino Jesús en Belén a los Pastores y a los Reyes. Él no hizo su
Epifanía en el mundo solo y tampoco se muestra a las almas solo. Y si ese es el
modo de obrar de Cristo, ¿quién podrá decir que tiene espíritu cristiano el que no
vaya por María a Jesús?
Y, obrando, de modo distinto, ¿a Él le agradarán?
¿No se regaló el Hijo divino en la belleza de la que había de ser su Madre y
en Ella tuvo muy especialmente sus complacencias anunciándola en tipos y figuras,
hasta que por fin la hizo inmaculada desde el primer instante de su ser? ¿Quién fue
más obediente que el Cristo a María? ¿Qué acto de mayor honor, reverencia y ternura
que la obediencia?
Y si Él estuvo sujeto a Ella con la más perfecta obediencia, ¿cómo creer que
a Él le desagraden los mayores esfuerzos para agradarla a Ella? Y, ¿será posible que
la Madre así honrada por el Hijo, y que honra al Hijo de sus entrañas con el mismo
espíritu de obediencia, como nos lo enseña incesantemente, repitiendo llena de
generoso amor Haced cuanto Él os diga, será posible digo, que por algún concepto
inspire una devoción que no sea la más armónica con la devoción de su divino Hijo?
¿Es que Ella toma para sí el honor que se la tributa por los hombres? ¿No
fue Ella la gran Maestra que, al escuchar las alabanzas de su prima Santa Isabel,
prorrumpió en el más inspirado cántico que ha brotado de humano pecho en honor de
su Dios y de su Salvador?
A la que en todos los instantes de su vida, aún el más glorioso, en el de la
divina maternidad, la contemplamos confesándose con hechos y palabras de la más
cristiana perfección, ¿podemos considerarla como formando bando aparte y, por algún
concepto, desviador del servicio de Cristo?
La Madres y el Hijo perfectísimos, ¿pueden ser por modo alguno extraños el uno
al otro y dejar de estar relacionados, unidos, transformados uno en otro, de tal modo
que Él sea todo Ella y Ella todo Él, salvando siempre las debidas distancias entre la
Madre humana, divinizada en la Maternidad del Hijo, y el Hijo divino, humanizado
en su Madre?
¿Quién podrá excogitar relaciones más íntimas?
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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El que a Ella no agrade, jamás agradará al Hijo de sus divinos amores. El que
no busque a Jesús s en vuestros brazos, no lo hallará en parte alguna, aunque así lo
juzgue. «Invenerunt puerum cum María matre ejus», hallaron al niño con María, su
madre (S. Mat. 2, II).
Y, ¿en dónde se podrá aprender mejor el amor a Cristo que en el corazón
Inmaculado de María?
Cuando nuestro Beato Grignion ha increpado, para corregir y atraer al sincero
espíritu cristiano, a los que se tenían por sabios en su tiempo y poseían reparos
protestantes o jansenistas a la verdadera devoción a María Santísima, como si callera
en el más profundo desaliento por el poco afecto que presentía que habían de causar
sus fervorosas palabras, exclama:
«Sin embargo, mi amable Maestro, la mayor parte de los sabios, en castigo de
su orgullo, no se alejarían más de la devoción a vuestra Santísima Madre, ni
se mostraría más indiferentes de lo que ahora son para con Ella, si fuera verdad
lo que acabo de decir.
Vos sois, Cristo, mi padre deseado, mi Dios piadoso, mi rey grande, mi pastor
bueno, mi maestro único, mi ayuda óptima, mi amado bellísimo, mi pan vivo,
mi sacerdote eterno, mi guía para la patria, mi luz verdadera, mí dulzura santa,
mi camino recto, mi sabiduría preclara, mi simplicidad pura, mi concordia
pacífica, mi custodia completa, mi porción preciosa, mi salvación eterna.
¡Oh Jesucristo!, mi amable Señor, ¿por qué habré yo amado y deseado en toda
mi vida algo fuera de Vos, Jesús, que sois mi Ojos? ¿En dónde estaba cuando
no pensaba en Vos?
Inflamaos, desde este momento, deseos todos de mi corazón, precipitaos hacia
Jesús, mi Señor, corred, que mucho habéis tardado hasta ahora, apresuraos
adonde vais, buscad a quien buscáis. Jesús, anatema contra aquél que no os ama,
que se le llene el corazón de amargura a aquél que no cifra su amor en Vos.
¡Oh dulce Jesús, que os ame, que se deleite en Vos y que os admire todo
buen corazón preparado para vuestra gloria!
Dios de mi corazón y porción mía, Cristo Jesús, que desfallezcan los alientos de
mi pecho y viváis Vos en mí, y se encienda en mi espíritu las brasas vivas de
vuestro amor, que éste se dilate hasta transformarse en un fuego perfectísimo
que arda en las aras de mi corazón, que hierva en mis entrañas, que abrase el
fondo de mi alma para que en el día de mi muerte me halle consumado por
vuestro amor. Amén».
No nos sorprenden las desalentadoras palabras que anteceden. Si hoy mismo,
con ser tan distintos estos tiempos de aquellos en que vivía el Beato Luis María, se
siente el frío de las almas para dejarse arrebatar del amor verdadero a María y esto
lo decimos aquí, en España, en donde el protestantismo jamás tuvo medro y el
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
106
jansenismo apenas inficionó a las almas, ¿qué no sentiría de helada indiferencia
nuestro ardentísimo Vidente en la Francia jansenista? ¿Qué horror no sentiría a tales
doctos, semejantes a llama de fuego pintada en mármol?
Con sobrada razón para terminar este número 71, prorrumpe en estas humildes
y fervorosas palabras:
«Guardadme, Señor, guardadme de sus sentimientos y de sus prácticas y
comunicadme alguna parte de los sentimientos de reconocimiento, de estima,
de respeto y amor que Vos abrigáis hacia vuestra Santísima Madre, a fin de
que os ame y glorifique cuanto más os imite y cuanto más de cerca os siga».
Y arrebatada luego su alma por el dulcísimo amor a la Santísima Virgen, como
si quisiera resarcir a su Reina excelsa de las alabanzas y gloria que, los tales doctores
de que ya hemos hablado, la regateaban, en el número 72 continua diciendo:
«Permitidme que, como si hasta aquí no hubiera aun dicho nada en honor de
vuestra Santísima Madre, la alabe ahora dignamente, Fac me digne tuam. Matrem
collaudare, a pesar de todos sus enemigos, que son los vuestros, y que yo les
diga en alta voz con los santos: non praesumat aliquis Deum se habere
propitium, qui benedictam Matrem offensam habuerit, no presuma obtener de
Dios misericordia aquel que ofende a su Santísima Madre».
Y como amante de María, y como apóstol de la verdadera devoción a la Reina
de los Ángeles, y como alma toda mariana, acude a Jesús para que lo inflame en el
amor a la divina Madre y así hacer él cuanto pudiera para encender al mundo en ese
mismo amor. He aquí las palabras con que termina el Beato Grignion este número 72:
«Para obtener de vuestra misericordia una verdadera devoción a vuestra
Santísima Madre e inspirarla a toda la tierra, haced que os ame ardientemente
y aceptad, a este fin, la oración abrasada que os hago con San Agustín y vuestros
más fieles amigos».
SEGUNDA VERDAD
NOSOTROS PERTENECEMOS A JESUCRISTO Y A MARÍA
En el párrafo anterior nos ha hablado el amadísimo Beato de Montfort de
cómo es Jesucristo nuestro fin. Y lo ha hecho tan sólida y piadosamente que casi no
ha empleado más que palabras de la Sagrada Escritura, y luego se ha quejado con
ternura y ha increpado con la firmeza de la verdad a los cristianos que, so capa de
preferencia a Cristo, hacen preterición de María, lo que es indigno de la fe que profesan
y del nombre de Madre que dan a la Santísima Virgen. En este párrafo 2º da un nuevo
paso y se propone mostrarnos que pertenecemos a Jesús y a María, con lo que se
dispone perfectamente para tratar después del modo y manera cómo hemos de
E.R. 51
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
107
pertenecer a Cristo y a María, que es el fin capital que él se propone en la inspirada
obra que exponernos.
Como hizo el mariano Vidente en el párrafo anterior hace ahora en éste. Empieza
por fundar su afirmación con palabras de las Escrituras y, por lo tanto, su enseñanza,
aunque pueda ser ampliada, es incontrovertible y, sólo como lujo de saber y de
erudición, merece ser ampliada esta doctrina.
Para convencernos, bastará leer el número 75 que empieza así:
«De lo que Jesucristo es para nosotros debemos concluir que nosotros en nada
nos pertenecemos, como dice el Apóstol, sino a Él totalmente, como sus
miembros y sus esclavos a quienes Él ha comprado con el precio infinito de su
sangre».
En estas palabras queda evidentemente manifiesto que somos de Jesús porque
nos ha comprado con el gran precio de su sangre, lo que es evidente para todo cristiano.
Luego añade a la compra los títulos de conquista, adquisición y herencia, que están
muy repetidamente fundados en palabras del Nuevo Testamento que no hace, a nuestro
caso, repetir. La lectura de las palabras de nuestro mariano maestro tiene ya suficiente
autoridad para convencernos de lo que expresan.
Dice así el Beato:
«Antes del Bautismo pertenecíamos al diablo como sus esclavos y el Bautismo
nos ha hecho los verdaderos esclavos de Jesucristo, que no debemos vivir,
trabajar ni morir más que a fin de fructificar para este Dios Hombre, glorificarle
en nuestro cuerpo y darle el reinado de nuestra alma, porque somos su conquista,
su pueblo de adquisición y su herencia. Por esta misma razón el Espíritu Santo
nos compara:
1º A árboles plantados en la corriente de las aguas de la gracia, en el
campo de la Iglesia, que en tiempo oportuno deben dar su Frutos.
2º A los sarmientos de una vid, cuya cepa es Jesucristo, y los cuales deben
dar buenas uvas.
3º A un rebaño que tiene a Jesucristo por pastor y que se debe
multiplicar y dar leche.
4º a una tierra buena cuyo labrador es Dios y en la cual la semilla se
multiplica y reporta fruto al treinta, al sesenta, al ciento por uno».
Pero no satisface al Beato Luis María que nosotros pensemos que somos
posesión de Cristo. Él es eminentemente práctico. Su obra no es de pura teoría, eso
es lo de menos para él. Diserta para que los doctos se convenzan de que la práctica que
él va a proponer es altamente cristiana y, por este motivo, en cuanto ha dicho palabras
evidentes de nuestra dependencia total de Cristo, habla de cómo nuestro soberano Dueño
quiere que manifestemos esa dependencia con obras, recordándonos, primero, la
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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maldición que fulminó sobre la higuera infructuosa y, luego, palabras del Apóstol en
las que se nos enseña que solo para hacer obras santas en Jesucristo hemos sido creados.
He aquí las palabras del Beato:
«Jesucristo dio su maldición a la higuera infructuosa y fulminó la condenación
contra el siervo inútil que no hizo valer su talento. Todo esto prueba que
Jesucristo quiere recibir algunos frutos de nuestras pobres personas, a saber,
nuestras buenas obras, porque estas buenas obras pertenecen a El únicamente.
Creati in operibus bonis in Christo Jesu: Creados para las buenas obras en Cristo
Jesús».
Y, en diciendo estas palabras con la valentía del que posee la más evidente de
las verdades, saca la consecuencia que él busca y que sólo pretende hacer manifiesta
a todos los hombres.
Las palabras últimas del número 75 de que tratamos son éstas:
«Las cuales palabras del Espíritu Santo muestran que Jesucristo es el único
principio y debe ser el único fin de todas nuestras buenas obras, y que le debemos
servir no sólo como siervos asalariados sino como esclavos de amor».
Para los que estamos más o menos habituados a tratar de esclavitud, lejos de
sorprendernos este nombre, con toda la repugnancia que encierra, nos encanta sólo
leerlo, mas, a los que viven en plena anarquía este nombre sólo les inspirará aversión,
odio. Mas, los que viven en las escuelas del crimen, matando al que posee algo sólo
porque se codicia lo que posee, ¿qué sentirán en sus almas al oír estas últimas palabras
de nuestro ardentísimo Beato: «Le debemos servir no sólo como siervos asalariados,
sino como esclavos de amor».
Nosotros sólo diremos que este es el antídoto del letal veneno que mata a las
sociedades modernas apartadas de Dios. Contraria contrariis curantur: Contra el
egoísmo, sin salario, contra la anarquía, la esclavitud.
Termina nuestro Beato este número 75 con estas palabras: «Me explicaré». Y
aquí daremos nosotros fin a este trabajo para seguir en el siguiente escuchando la
explicación que nuestro Beato Profeta nos promete.
Terminó nuestro Bienaventurado el número 75, según leímos en nuestro artículo
anterior, con estas palabras: «Debernos servir a Jesucristo, no sólo como siervos
asalariados sino como esclavos de amor». « Me explicaré».
Y a explicarse empieza en los números 76, 77, 78 y 79, que forman como un
apartado del § II del art. I que venimos tratando.
Es tan hábil, por lo gradual, ingenioso y sencillo, el método que sigue nuestro
veneradísimo Beato en esta obra insuperable de la caridad divina, que nos parece
como un pescador que tan sencilla e ingeniosamente dispone sus redes, que en entrando
un pez en ellas, cuanto más pugna por escaparse, más cautivo queda en ellas.
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Está la trama, con fuerza tan inexorable de lógica fabricada, que no se puede
examinar, con ánimo sincero, sin quedar subyugada la voluntad por el evidente
convencimiento de la inteligencia. Por este motivo, en más de una ocasión, hemos
considerado a La verdadera devoción a la Santísima Virgen par del áureo libro de los
Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.
Es de admirar la suave gradación con que va guiando al alma, de ascensión
en ascensión, hasta llevarla a enseñarle el modo de ser verdadero devoto de María, o
sea, esclavo perfecto de Jesucristo en María.
Y no nos ha de sorprender menos los esfuerzos que habría de hacer el
enamoradísimo Vidente de la Esclavitud para ir eslabonando lentamente su cadena de
verdades cuando, en su ardentísimo espíritu, ardía tan clara y vehemente la luz de la
Esclavitud de amor por la que suspiraba con mayor ansia que la madre por ver con
sus ojos al hijo que lleva en sus entrañas.
Ahora se dispone nuestro Beato a introducir a sus lectores en el santuario de
la Esclavitud y convencido, él el primero, de las dificultades de su intento, empieza
a instruir a las almas con las nociones más sencillas de esclavitud natural, de
servidumbre, más o menos perfecta, para que así no fuera tan sorprendente el nombre
de esclavo de María que él había de dar al perfecto devoto de la Santísima Virgen.
Nosotros declaramos, de ahora para siempre, que el nombre de esclavo, y más,
las obras de esclavo perfecto, es lo propio de un verdadero servidor de Dios y de María
y que, a pesar de los naturales y bien fundados temores de nuestro amadísimo Vidente
y de los más crecidos temores que supone hablar y practicar esclavitud en estos
tiempos de suprema anarquía, para nosotros la Esclavitud de amor pronunciada por el
Beato Grignion de Montfort en su diamantino libro La verdadera devoción a la
Santísima Virgen, es, y será por luengos siglos, el antídoto único eficaz de todos los
males de que adolece la humanidad en los actuales tiempos.
Por este motivo, sin temor de ninguna clase, proclamaremos en todo lugar y
tiempo que hasta que los hombres practiquen la Esclavitud según el grado de
perfección a que fueren llamados, no serán libertadas nuestras sociedades del espíritu
de satánica insubordinación diabólica que las conturba y agita con insólita fiereza.
Y así, seguros de que contra anarquía no hay más que esclavitud de amor, como
contra soberbia no hay más que humildad, empezamos a estudiar con nuestro Beato
los modos de ser esclavos que tiene y ha tenido el hombre respecto de Dios, y de los
hombres mismos, para venir a deducir que solamente sirviendo a Dios con la más
perfecta esclavitud, es como los hombres han de sentirse movidos al cumplimiento
de toda ley y así restaurar en el mundo el imperio del orden y con respeto a la
autoridad.
«En la tierra, dice el maestro montfortiano, hay dos maneras de pertenecer a
otro y de depender de su autoridad, es a saber, la simple servidumbre y la
esclavitud, las cuales producen lo que todos llamamos un siervo y un esclavo».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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En estas palabras, como se ve, por la generalidad con que están escritas, se
puede tratar de toda manera de depender una persona de otra, pero sí advertimos el
fin que se propone nuestro Vidente. Luego veremos como él se refiere especialmente
a los que constituyen los mozos de servicio.
Después, sencillamente, sigue manifestando la diferencia que hay entre cada
uno de estos servidores, y lo hice con estas sencillas palabras: «Por servidumbre común,
entre los cristianos. un hombre se obliga a servir a otro cierto tiempo y mediante
cierto salario o cierta recompensa».
Como a simple vista se echa de ver, el maestro de Montfort no busca aquí el
concepto de obrero, de menestral, de mercenario, de jornalero. Fijo en la idea de
formar perfectos servidores, de éstos trata directamente, y así habla del servicio que
una persona hace a otra directa, inmediatamente, en su propia casa, aunque no excluye
el servicio que un sirviente puede hacer a su señor, por modo extraordinario, fuera
de la casa y presencia del amo.
Trata, en las palabras anteriormente citadas, nuestro Beato de los servidores
que hoy se conocen con el nombre de criados, que sirven propter retributionem sea
ésta la que quiera y en cualquiera forma que se dé.
Habla en segundo término del modo como un hombre sirve a otro hombre
con la más absoluta dependencia y dice:
«Por la esclavitud un hombre depende totalmente de otro durante toda su vida
y, debe servir a su señor, sin esperar de él retribución ni recompensa alguna,
lo mismo que un irracional sobre quien tenemos derecho de vida y muerte».
Abuso intolerable del hombre sobre el hombre que no ha podido hallar
fundamento sino que en las más bajas pasiones, en el más brutal egoísmo y en la
más sórdida avaricia. El hombre dueño del hombre, es el tipo bárbaro de la humanidad
sin Dios, del mundo pagano anterior a la civilización cristiana o ajeno a esta dulcísima
civilización de amor en nuestros días.
El hombre que pierde sus derechos todos es un aherrojado con lazos de fuerza
bruta, es un animal al que se impone otro de más fuerte garra. El hombre esclavo del
hombre es la suprema conculcación del más glorioso derecho humano, es el Segismundo
de La Vida es Sueño encarcelado quiméricamente por varias razones y pretextos. El
hombre esclavo, con el héroe de Calderón, puede exclamar siempre, ante la
consideración de su libertad perdida, con estas palabras:
«Qué ley, justicia o razón,
negar a los hombres sabe
privilegio tan suave,
excepción tan principal».
Ninguna ley, ningún derecho, hace a un hombre esclavo de otro. La tiranía, la
codicia y la ambición, valiéndose de la fuerza bruta que pisotea la razón y la
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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conciencia, hace a unos hombres los lobos de otros hombres. Y como es una ley
en que los extremos se tocan, hoy vivimos en presencia de la más tiránica esclavitud
porque nunca se habló y practicó la libertad con más exagerada impiedad y egoísmo.
Pero, si somos enemigos jurados de todo lo que supone esclavitud entre los
hombres y a este concepto reducimos toda servidumbre, por leve que sea en lo
exterior o material con tal que dañe en lo más pequeño la dignidad humana, somos,
o queremos ser, los más perfectos defensores y propagandistas de la Esclavitud para
con Dios, llevada a efecto tanto con obras como con palabras, pues, es de todo punto
indispensable servir a Dios para salvarse, y servirlo con toda la perfección que Él
señala en cada época si ésta ha de alcanzar la perfección que le es debida.
Así es que, si ya estamos en los tiempos anunciados por el Vidente
montfortiano, es evidente que viviendo los hombres en la esclavitud por él profetizada
es como se llegará a la perfección social de nuestros tiempos.
Mas, como quiera que nuestro Beato lo que especialmente desea tratar es la
Esclavitud del hombre para con Dios, nos habla en seguida de los modos como
aquél puede depender de éste, y nos dice: «Hay tres clases de esclavitudes: la natural,
la forzada y la voluntaria. De la primera manera, son esclavos de Dios todas las criaturas
Domini est terra et plenitudo ejus».
Esta perfecta dependencia de todas las criaturas respecto de Dios está fundada
en el derecho que la Creación otorga al creador sobre todo lo creado. Y por esta fuerza
estudiamos como leyes infranqueables e irrompibles, las órbitas que recorren los astros,
el flujo y reflujo de los mares, el ascenso y descenso de la sabia en los vegetales,
el instinto en los animales, y las leyes físicas intelectuales y morales en los hombres,
leyes que, todas cumplidas, darían por felicísimo resultado la perfecta armonía de
todos los seres entre sí, consigo mismos y con Dios, con lo que, no teniendo que
lamentar las prevaricaciones de las criaturas libres, el orden universal estaría
perfectamente conforme con estas palabras de David: ordinatione tua perseverat dies,
quoniam omnia serviunt tibi.
«De la segunda dice nuestro Beato, lo son los demonios y condenados».
Y estos son los esclavos en todo rigor y con toda la razón de ignominia que la
esclavitud forzada lleva en sí.
Tanto los ángeles malos como las almas de los condenados sufren la pena que
merecieron por lo que abusaron de su libertad. Libremente sacudieron el suave yugo de
Dios, el cumplimiento de la ley divina y, en su loca rebelión perseverante y contumaz,
encontraron el odio al bien y su pertinacia en el mal que les acarrea a toda ignominia
y pesadumbre, no hallando en sí mismos otros afectos que los que les inspira el odio,
ni otra paz que las guerras que enciende la soberbia, ni otra armonía que las discordias
hijas de la envidia del diablo por la que viene la muerte al mundo.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Quisieron los ángeles y los hombres desobedientes a Dios hallar en sí mismos
todo poder, sabiduría y gloria, y hallaron en sí la flaqueza, la ignorancia y la vileza de
la criatura abandonada de su Creador.
Lloremos los pecadores esta esclavitud ominosa que, arrancándonos de la
ennoblecedora servidumbre de la ley divina, nos hace esclavos de Satanás porque al
pecar fuimos superados por la tentación de él, porque al pecar merecimos que Dios
nos dejara bajo la potestad de aquél que nos haba engañado. A quo quis superatus est,
hujus et servus est. Qui facit peccatum servos est peccati. Líbrenos la divina Esclava
de que puedan decirse de nosotros aquellas palabras del Dios Esclavo: Vos ex patre
diabolo estis.
«De la tercera, o sea de la esclavitud voluntaria dice nuestro Beato, que
son esclavos los justos y los santos».
¡Oh venturosa esclavitud!, ¿quién será el dichoso que la alcance, tal y como la
profetiza el bienaventurado Luis María Grignion? ¿Cuál será y cuándo vendrá al mundo
esa alma bien nacida, de Dios y de María, esa alma que no ha de nacer de la sangre
ni de la voluntad del hombre, esa alma que dirá con San Juan de la Cruz «y pasaré
los fuertes y fronteras», y venciendo a los tres enemigos del alma exclamará con
David: «Multi qui persequuntur me et tribulant me, a testimoniis tuis non declinavi».
Esa alma que alcance el último y más perfecto grado de la devoción a la Santísima
Virgen, y que viva en él habitualmente, para mostrar a los hombres la verdadera
perfección de estos tiempos y de quien pueda decirse que fue tan alto, tan alto, que le
dio a la caza alcance?
Este será el verdadero esclavo de Dios, de Jesús en María, profetizado por el
incomparable Vidente de Montfort; éste será el esclavo que sabrá oponerse y destruir
con obras y con palabras, y según el espíritu de Dios en estos tiempos, los males
todos que afligen a la sociedad moderna; éste será el que, formando en el espíritu y
obras características de estos tiempos a las almas bien nacidas, constituirá la esclavitud
de los santos de nuestros tiempos.
«La esclavitud de la voluntad continua diciendo nuestro Vidente amadísimo,
es la más perfecta y la más gloriosa para Dios, el cual mira al corazón y nos le
pide para sí, y Él mismo se llama Dios del corazón o de la voluntad amorosa,
pues, por medio de esta esclavitud, posponemos todas las cosas a Dios y a su
servicio, aun cuando la naturaleza a ello no nos obligase».
Plegue al Señor que este espíritu de esclavitud gloriosa, porque conduce a la
más clara noticia de Dios y la más perfecta alabanza y reverencia y servicio que el
hombre puede hacer en obsequio de la Divinidad, triunfe ya en las almas para que
veamos iniciados los días de mayor gloria de la humanidad prevaricadora, pero sanable.
Es verdaderamente singular la urdimbre lógica de estos párrafos que leemos del
insigne maestro montfortiano. Nos dice en el nº 75 que, «debemos servir [a Jesucristo],
no sólo como siervos asalariados sino como esclavos de amor».
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Determina después, en los cuatro números siguientes, las dos maneras con que un
hombre pertenece a otro y depende de su autoridad, y termina este apartado especificando
las tres clases de esclavitudes, natural, forzada y voluntaria, para deducir como ésta es
la esclavitud con que nosotros debemos servir a Dios, Rey de los corazones.
Ahora, en otro como apartado que comprende los números 80 y 81, señala las
diferencias que existen entre un siervo y un esclavo en el mundo, para concluir que «nada
hay tampoco en los cristianos que nos haga más absolutamente pertenecer a Jesucristo
y a su Santísima Madre que la esclavitud voluntaria».
Obligado se sentía el ardentísimo Vidente a caminar con lentitud en la
exposición de su propósito y en los que, para él, eran conceptos fundamentales, se
detenía y los daba a conocer de cuantos modos se le alcanzaban para deducir, siempre
que le era posible a fortiori, la verdad que se proponía.
«Existe una diferencia completa entre un siervo y un esclavo nos dice en el
número 80 Un siervo no da a su amo todo lo que es, ni todo lo que posee, ni
todo lo que puede por sí, o por otro, adquirir. El esclavo se da todo entero a su
dueño con todo lo que posee y todo lo que puede adquirir, sin excepción alguna».
Ya ha expresado este mismo concepto nuestro Beato en el número 78. Empero
lo repite casi a renglón seguido, y no es de extrañar, pues la condición de darse el
hombre por completo todo entero, con todo lo que posee y lo que puede adquirir, es
el principio y fundamento de la perfección que han de tener los perfectos esclavos de
María. Es la cristiana expresión del abneget semetipsum, del semetipsum exinanivit.
Es la realización del vade vende omnia quae habe et da pauperivus y aquella otra
sentencia, tan propia de los cristianos, que dice qui non renuntiat omnibus quae
possidet non potest meus esse discípulos.
Y si bien se examina, fácilmente se entenderá que el que se da totalmente y
con todas sus cosas habidas y por haber queda como pendiente de aquel a quien se da
y, por lo tanto, seguirá a la persona a quien se entregó como si fuera algo inherente a
dicha persona más bien que una persona sui juris.
De aquí que, por disponer el hombre con tanta perfección de sí mismo, al
entregar voluntariamente a Aquel a quien todo se lo debe por los títulos de creación,
de redención y santificación, y a quien, por otra parte tiende la voluntad humana, por
ser la de Dios la bondad infinita inquietum est cor nostrum donec requiescat in te, es
indudable que, en esa total entrega y completa dependencia, encuentra el hombre lo más
alto de la perfección, como acontece a todas las demás criaturas que en la perfecta
dependencia de Dios, sujetándose a las divinas leyes, alcanzan su perfección porque así
cumplen ciertamente su fin.
Pero, como quiera que el hombre es libre, y puede disponer de sí mismo y
apartarse del camino antes emprendido, por eso no satisface a la perfección cristiana la
entrega total de momento. Y como el hombre puede hacer las cosas o por Dios, o por sí
mismo, o por Dios y por sí mismo a la vez, de aquí que, a nuestro Beato, no le
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satisfaga la entrega a Dios por otro móvil menos noble y levantado que por el puro
amor de Dios sin desear recompensa alguna. Y, por esta razón, añade la segunda
diferencia con estas palabras:
«El siervo exige retribución por los servicios que presta a su amo; el esclavo no
tiene derecho a exigir nada, esto, por mucha que sea la asiduidad, la industria
y la fuerza que despliegue en sus trabajos».
Por nada el hombre se entrega todo entero, se da por completo sin el más
pequeño regateo, y se da sin propio interés, sin apetecer utilidad alguna, ni riquezas, ni
placeres, ni mayorías, se da impulsado por el inmenso vacío de su alma que solo
Dios puede llenar, y por eso busca a Dios. Se da y apetece sólo a Dios porque Dios
llama a las puertas del corazón y hay que contestar pronto y generosa mente y seguirle,
se da el hombre a Dios cuando se da como verdadero esclavo, a la manera divina.
Sic Deus dilexsit mundum ut Filium sum Unigenitum daret. De tal manera amó
Dios al hombre que le dio a su Unigénito, y nos lo dio sin regateos, hasta la
Encarnación, hasta la Cruz, hasta la Eucaristía.
Así como nos amó, así nos dio cuanto nos podía dar, con ser Dios, a la infinita
Sabiduría encarnada. Y el Hijo de Dios vivo se nos dio hasta el más generoso de los
sacrificios porque quiso. Oblatus est quia ip se voluit. Y, por consiguiente, cuando el
hombre quiere demostrar que ama a Dios, en obligada correspondencia, ha de dar
cuanto tiene, todo su haber y poseer, porque quiere. Vende omnia quae habes et da
pauperibus. Eccenos reliquimus omnia. Deus meus et omnia. Ad majorem Dei gloriam.
Y así lo haces Tú, Señor, y así nos enseñas que lo hagamos, y así lo hacen los santos,
y así debe ser por toda clase de títulos de naturaleza y de gracia, porque todo en la
tierra muestra los títulos de tu posesión, Dios mío, y por eso debemos ser tuyos,
porque cumplir la voluntad de Jesús en este mundo es someternos en todo al divino
querer, viviendo cada uno libre de todo otro cuidado en la órbita de perfección a que
Dios llama a cada uno.
¡Entrega total, generosísima y perpetua!
He aquí la tercera diferencia que señala nuestro Beato entre un siervo y un
esclavo:
«El siervo puede dejar a su amo cuando le plazca, o, al menos, cuando expire
el tiempo de su servicio, pero el esclavo no puede, a voluntad, abandonar a su
señor».
El esclavo a otro hombre no puede dejar de ser esclavo del hombre a quien
pertenece en tiempo alguno, le pertenece para siempre. Posesión perpetua del que
compra al esclavo, éste estará perpetuamente sujeto a la potestad de su dueño hasta la
muerte, o hasta que el amo quiera concederle la libertad exterior, de que no goza, de
disponer de sí mismo, o se le antoje quitarle la vida, que hasta ese punto pierde el
hombre todo derecho debido a sí mismo.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Y como la entrega de la propia vida es lo más que el hombre puede dar porque,
con ella, se entrega todo en absoluto, y cuanto existe renuncia, como cuarta diferencia
entre siervo y esclavo pone esta nuestro Beato:
«El amo no tiene sobre el siervo ningún derecho de vida y muerte, de manera
que, si le matara como a una bestia de carga, cometería un homicidio injusto.
En cambio las leyes conceden a los señores derecho de vida y muerte sobre los
esclavos de modo que pueden venderle a quien quieran, o matarle, lo mismo que
podrían hacer con su caballo».
No se puede renunciar a más. Por este motivo ni el hombre ha podido abusar
más de otro hombre que disponiendo a su antojo de la vida de éste, ni el hombre
puede hacerse más digno de sí mismo, y delante de los demás hombres, que
sometiéndose a Dios hasta dar por Él la propia vida, por ser éste el modo más seguro
de alcanzar el hombre su último fin de modo más perfecto, pues la propia vida o se da
por cumplir la voluntad de Jesús en este mundo, o por ninguna otra cosa se da que sea
más digna.
Señala otra diferencia todavía nuestro Vidente entre el siervo y el esclavo que en
todo parece ser semejante a la tercera diferencia ya anotada, por la importancia que esta
diferencia tiene, por tratarse de la razón a la tercera diferencia ya anotada.
Por la importancia que esta diferencia tiene por tratarse de la razón de tiempo,
pues bien sabido es que en la perseverancia consiste en último resultado el verdadero
heroísmo de todas nuestras obras, y, por lo tanto, de la esclavitud, hasta el punto que
el que perseverase hasta el fin éste será salvo, por esta importancia, digo, podría
justificarse esta repetición, pero, de haber sido ésta la mente de nuestro mariano Maestro,
de algún modo lo hubiese siquiera insinuado, y no habiéndolo hecho así nos inclinamos
a deducir la diferencia de lo que más conforme esté con las palabras de La verdadera
devoción. Esta quinta diferencia dice así: «Por último, el siervo solo temporalmente está
bajo las órdenes de su amo, pero el esclavo lo está para siempre».
Si se compara la tercera con esta, observaremos que en la primera se habla de
lo que puede el siervo y de lo que no puede el esclavo y, al propio tiempo, manifiesta
la razón de poder del siervo y la de no poder del esclavo, pues del siervo dice que
puede dejar a su amo cuando le plazca y del esclavo que no puede, a voluntad,
abandonar a su señor. Luego, evidentemente, en esta tercera diferencia se trata de la
sumisión, por lo que toca a la voluntad del siervo o del esclavo, mientras que en la
diferencia quinta nada dice de propio querer.
Por lo que, salvo meliori, aquí trata nuestro incomparable Beato de otro concepto
que ya apuntó en la diferencia tercera, pues, al expresar la potestad que tenía el siervo
de dejar a su amo cuando le placiera, añade «o al menos cuando expire el tiempo de
su servicio».
Esto es, cuando se cumpla el contrato entre servidor y servido, o el tiempo
determinado por la ley en éste otro servicio pues, sabido es, que hay servidumbres que
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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llevan en sí el tanto de tiempo a que obligan, mientras que la esclavitud, por razón
de la ley, obliga para siempre. Ley injusta, ley arbitraria, ley cruel por la que el hombre
obliga al hombre a una dependencia irracional y contraria a la naturaleza humana, pero
que es justa, justísima, cuando se trata de la dependencia que los hombres debemos a
Dios, por lo que así ha sido practicada por el divino Modelo, por la Reina de los
ángeles y de los hombres, y por los santos, y, para que ninguna duda nos pueda caber
en tan capital materia, la Iglesia así también nos lo enseña y propone.
Verdad que, con su soberana sencillez, expone nuestro Beato en el número 81
con estas palabras:
«Nada hay entre los hombres que tanto nos haga pertenecer a otro como la
esclavitud, nada hay tampoco entre los cristianos que nos haga más
absolutamente pertenecer a Jesucristo y a su Santísima Madre que la esclavitud
voluntaria, según el ejemplo del mismo Jesucristo que tomó la forma de esclavo
por amor nuestro: Formam servi accipiens. Y de la Santísima Virgen, que se ha
llamado la sierva y esclava del Señor.
El Apóstol se honra en llamarse servus Christi. Los cristianos son llamados
muchas veces en la sagrada Escritura servi Christi, y con esta palabra de servus,
según lo ha hecho notar con verdad un hombre insigne, designábase en otro
tiempo a un esclavo, porque entonces aun no existían los siervos tales como
los conocemos hoy pues que los señores sólo se hacían servir de esclavos o
libertos.
Todo lo cual, el santo Concilio Tridentino, para no dejar duda alguna de que
somos esclavos de Jesucristo, lo expresa, con un término que no tiene nada de
equivoco, llamándonos mancipia Christi, esclavo de Jesucristo».
En el número 81 de La verdadera devoción con que finalizábamos nuestro
artículo anterior, dejó sentado nuestro amadísimo Vidente con clarísimos testimonios de
la Sagrada Escritura, de los Concilios y de la razón teológica, cómo todo cristiano debe
ser, y, por consiguiente, debe ser llamado esclavo de Jesucristo.
Esclavo de amor, no siervo, y no por esclavitud natural ni forzada, sino por
esclavitud voluntaria. Y, como en ese mismo número 81 había dicho, «nada hay
tampoco entre los cristianos que nos haga más absolutamente pertenecer a Jesucristo y
a su Santísima Madre que la esclavitud voluntaria», pero esta verdad evidentemente
cierta cuando se trata de Cristo y, por eso, tratada como de paso por nuestro Beato, la
sienta como una consecuencia en el número 82 para luego tratar, hasta el número 87,
de los esclavos de amor de la Santísima Virgen.
Y así termina el número 81 diciendo: «Según esto:». Y en el 82 continúa,
«digo que debemos ser de Jesucristo y servirle no solo como siervos mercenarios, sino
como esclavos amorosos que, por efecto de un intenso amor, se dan y entregan a su
servicio en calidad de esclavos por sólo el honor de pertenecerle. Antes del Bautismo
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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éramos esclavos del demonio, el Bautismo nos ha hecho esclavos de Jesucristo, luego,
o el cristiano ha de ser esclavo del diablo o esclavo de Jesucristo».
Esta es una verdad profundamente teológica en la que no cabe duda alguna. Las
Sagradas Letras rebosan esta doctrina. Aquel es esclavo de aquel por quien es vencido.
El que hace el pecado es esclavo del pecado. Vosotros sois de vuestro padre el diablo...
Habéis sido redimidos por un gran precio, la preciosa Sangre que nos purifica
de todo pecado. Las epístolas de San Pablo nos ofrecen un testimonio continuado de
la absoluta dependencia que todo hombre, y en especial todo cristiano, debe tener de
Cristo. No era verdad tan fácilmente aceptable para los cristianos la de ser esclavos
de la Santísima Virgen, mucho menos en los tiempos del perseguido Beato Luis María,
tiempos de protestantismo triunfador y, por lo tanto, de vencimiento del espíritu mariano,
y época del Jansenismo que con su exagerada austeridad y afectado amor a Cristo
apartaba a las almas de la Madre divina so pretexto de no injuriar al Hijo soberano.
Cuando sabemos que, hasta en nuestros días, existen católicos doctos que, si
directamente no impugnan, menosprecian esta servidumbre sobreramente cristiana de
Cristo por María, fácilmente podamos concluir cuánto sería malquisto y motejado
nuestro Beato por los fariseos de su tiempo, y así nos explicamos también perfectamente
los temores, unas veces, y, otras, las insistencias en demostrar lo que es evidentemente
cierto al dogma, a la moral, a la ascética y hasta a la más alta elevación mística,
como tendremos ocasión de ver mil veces comprobado, aparte de las que ya lo hemos
dicho y repetido en la exposición del capítulo I.
He aquí cómo sigue expresándose nuestro Beato en el número 83: «Lo que digo,
hablando en términos absolutos de Jesucristo, lo digo relativamente de la Santísima
Virgen».
Esta, que es una verdad palmaria, la demuestra el Vidente de la Esclavitud
mariana con las siguientes razones. En el número 83 continúa diciendo:
«Habiéndola escogido Jesucristo por compañera inseparable de su vida, de su
muerte, de su gloria, de su poder en el cielo y en la tierra, otorgado por gracia,
relativamente a su Majestad, todos los derechos y privilegios que Él posee por
naturaleza, Quidquid Deo convenit per naitram, Mariae convenit per gratiam,
lo que a Dios con viene por naturaleza, dicen los santos, conviene a María por
gracia. Así que, según ellos, como Dios y María tienen la misma voluntad y el
mismo poder, tienen también los dos los mismos súbditos, siervos y esclavos».
La segunda razón en que funda que podemos ser esclavos de María sin
menoscabo de la dignidad de su divino Hijo, se lee en el número 84. Dice así:
«Podemos, pues, según el sentir de los santos y de otros muchos varones insignes,
llamarnos y hacernos esclavos de amor de la Santísima Virgen, a fin de ser de
esta manera más perfectamente esclavos de Jesucristo. María es el medio de que
el Señor se ha servido para venir a nosotros y es también el medio que nosotros
debemos emplear para ir a Él. María no es como las otras criaturas, las cuales,
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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si a ellas nos adherimos, pueden más bien separarnos que acercarnos a Dios,
antes al contrario, su inclinación más irresistible es unirnos a Jesucristo, su Hijo,
así como la más irresistible inclinación de Jesús es unirnos a Él por medio de
su Santísima Madre, lo cual es hacer a Él gran honor, y proporcionarle mucho
placer, como sería honrar y agradar a un rey si, para ser más perfectamente
súbditos y esclavos suyos, nos hiciéramos esclavos de la reina».
La razón tercera está fundada en el sentir católico de que María es el camino
para ir a Jesucristo, o la puerta del cielo. Se expresa en el número 85 con estas
brevísimas palabras:
«He aquí por qué los Santos Padres, y San Buenaventura con ellos, dicen que
María es el camino para ir a Cristo. Via veniendi ad Christum est
appropinquare ad illam (In Psalte. min.)».
Está deducida la cuarta razón del dominio de María sobre todos los seres y de
dignidad de Madre del supremo Rey.
Dice así el número 86:
«Además de esto, si, como lo he dicho ya, la Santísima Virgen es la reina y
soberana del cielo y de la tierra: Ecce imperio Dei omnia subjiciuntur et Virgo;
ecce imperio Virginis onnia subjiciuntur et Deus. Dicen San Anselmo, San
Bernardo, San Bernardino, San Buenaventura, ¿por qué no ha de tener Ella tantos
súbditos y esclavos como criaturas hay en el universo? Y entre tantos esclavos por
fuerza, ¿no será razón admitir algunos de amor que, por su propia voluntad, la
escojan en calidad de esclavos, como a su sobe rana?
¡Pues qué!
Si los hombres y los mismos demonios tienen sus esclavos voluntarios, ¿había de
carecer de ellos sólo María? Más aún, si un rey se honra con que la reina su
compañera posea esclavos sobre los cuales tenga ella derecho de vida y muerte,
porque el honor y el poder del uno forman una misma cosa con el honor y el
poder del otro, ¿nos atreveremos a creer que el Señor, que, como el mejor de
todos los hijos, ha comunicado a María todo su poder, verá mal que su
Santísima Madre tenga también sus esclavos? ¿Tiene acaso Jesús menos respeto
y amor para con su Madre Santísima que Asuero le tuvo para Esther y que
Salomón le tuvo para Betsabé? ¿Quién será tan osado que llegue no sólo a decir
sino a pensar cosa semejante?»
Sabe nuestro inspirado Beato que todas las razones antes citadas debía aducirlas,
y por eso las escribe, pero su fe parece como que se siente resentida ante tanto
razonar sobre una verdad tan clara, tan sencilla, tan amada de él, y en uno de esos
rasgos tan característicos de la sinceridad del alma de tan elocuente maestro, exclama:
«Pero, ¿adónde me ha conducido mi pluma? ¿Por qué detenerme aquí, a probar
una cosa tan visible? Si no quiere alguno que nos llamemos esclavos de la
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Santísima Virgen, ¿qué importa? Hagámonos y llamémonos esclavos de Jesucristo,
que lo seremos de María, porque Jesús es el fruto y la gloria de su Santísima
Madre. Esto es lo que se consigue perfectamente por la devoción de que me
voy a ocupar enseguida».
Como verá el lector, no hemos hecho otra cosa que aclarar sencillamente el
texto que está, de suyo, bastante preciso. Las razones aducidas son incontrovertibles y
satisfacen plenamente al espíritu católico. Además, quien deseare conocer de modo
exactamente teológico la doctrina en que se funda la correlatividad de méritos entre
Cristo y María en orden a nuestra redención, en cuya perfecta relación se funda la
común servidumbre de Jesucristo en María, puede leer del tomo segundo de la
Teología Mariana, del M.I. Señor Director de esta revista, las cuestiones I, II y III.
TERCERA VERDAD
DEBEMOS DESPOJARNOS DE TODO LO MALO QUE HAY EN NOSOTROS
«Nuestras mejores acciones quedan de ordinario manchadas y corrompidas por el
fondo de malicia que hay en nosotros». Así empieza nuestro Beato este párrafo, con el
número 88.
Verdad fundamentalmente cristiana que radica en la original prevaricación de
la que todos tenemos evidente conocimiento por la triste experiencia de nuestra
ignorancia y flaqueza, y de la que se han lamentado con amarguísimas quejas los más
admirables santos, por no excluir a ninguno, ni a los inspirados por el Espíritu divino
para enseñar a los hombres las celestiales doctrinas. Sírvanos de preclaros ejemplos el
incomparable Misserere nacido del corazón sin límites del rey David, y las amargas
quejas con que el Apóstol presentaba ante el trono del Señor la ley de sus miembros,
contraria a la de su espíritu. Verdad, que nuestro amadísimo Vidente comprueba en el
mismo número 88, con estas palabras:
«Cuando se vierte agua limpia y clara en vaso que huele mal, o se echa vino en
una pipa cuyo interior está deteriorado por otro vino que contuvo, el agua clara
y el vino bueno se echan a perder y toman fácilmente el mal olor del vaso o de
la pipa. De la misma manera, cuando Dios arroja en el vaso de nuestra alma,
maleada por el pecado original y actual, sus gracias y rocíos celestiales, o el vino
delicioso de su amor, sus dones, se corrompen y averían por la mala levadura
y el mal fondo que el pecado deja en nosotros. Nuestras acciones, aun las
virtudes más sublimes, se resienten de ello».
Moisés, auxiliado de su vara milagrosa, había producido las diez plagas de
Egipto y un día titubeó al golpear con ella la roca por orden de Dios para que manara
agua. El fuerte Sansón es hallado un día hecho flaco juguete de sus enemigos. San
Pedro, el inconmovible fundamento de la Iglesia Católica, es quizás el más acabado
modelo de infidelidad. Quien no sabe de las flaquezas de sí mismo es porque jamás ha
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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meditado en ellas. Los santos lloran sus innúmeras imperfecciones toda su vida y, con
evidencia suma, se declaran los más miserables de todos los hombres y, ¿quién por
poco experimentado que sea en el propio conocimiento no ha dicho, y repetido miles
de veces, y ha oído decir y repetir otras tantas, que el día que más se desea practicar
una virtud o evitar un defecto es el que más se advierte la propia incapacidad para
ambos ejercicios?
Y por ser tan palmaria esta verdad, continúa nuestro montfortiano Maestro con
estas sencillas palabras en este mismo número 88: «Es, pues, de gran importancia para
adquirir la perfecci6n, que sólo se consigue por la unión a Jesucristo, vaciarnos a
nosotros mismos de cuanto haya de malo en nosotros».
Y si esta necesidad se deduce del convencimiento de que nosotros estamos
manchados, no se nos impone menos la necesidad de purificarnos de cuanto malo hay
en nosotros si miramos la limpieza de Dios, nuestro último fin, y, por eso, con muy
sobrada razón añade, para terminar este número 88, nuestro Beato: «Si no es así, el
Señor, que es infinitamente puro y que odia infinitamente la menor mancha en el alma,
nos arrojará de sus divinos ojos y jamás se unirá a nosotros».
Es decir, que hemos de ser perfectos como lo es nuestro Padre celestial. Esto es,
hemos de proporcionar nuestra santidad a la divina porque, creados a la semejanza de
Dios, cuanto sea a Él semejante debe estar en nosotros y cuanto a esta semejanza se
oponga debemos, en cuanto esté de nuestra parte, arrojarlo de nuestro ser.
De aquí que el mariano Maestro no se satisface con esta recomendación general
que antecede para inducirnos a la perfección, sino que en otros, como apartado o
párrafo, especifica lo que se necesita para purificarnos. Y así, en el número 89, dice:
«Para vaciamos de nosotros mismos se requiere primero conocer bien, con la luz
del Espíritu Santo, nuestro mal fondo, nuestra incapacidad para todo lo bueno,
nuestra debilidad en todas las cosas, nuestra inconstancia en todos los tiempos,
nuestra indignidad para toda gracia y nuestra iniquidad en todo lugar».
Las anteriores apreciaciones de nuestro Beato quedarían perfecta mente
comprobadas con la meditación de los pecados del precioso libro de los Ejercicios de
San Ignacio y, muy especialmente, con la de los pecados propios.
Cada frase de las escritas por el Beato Grignion se podría demostrar con un
testimonio de la Sagrada Escritura o con un ejemplo de algún santo, porque todas ellas
son eminentemente cristianas por ser el fruto dolorosísimo de las penas acarreadas al
hombre por el pecado de origen y, agravadas, por los personales, dogma fundamental
que supone toda la historia de la redención humana que llena todos los tiempos en la
persona de Cristo que es de hoy, de ayer y de todos los siglos. Y para que más penetren
estas enseñanzas en nuestros entendimientos, aunque en el número anterior ya nos ha
dicho que nuestra alma está maleada por el pecado original y actual, ahora añade:
«El pecado de nuestro primer padre a todos nos ha dañado, agriado, levantado
y corrompido, como la levadura, agria, levanta y corrompe toda la masa en que
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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se pone. Los pecados actuales que hemos cometido, ya mortales, ya veniales, por
perdonados que estén, han aumentado nuestra concupiscencia, nuestra
debilidad, nuestra inconstancia y nuestra corrupción, y han dejado restos de
maldad en nuestra alma. Nuestros cuerpos están tan corrompidos que el Espíritu
Santo los llama cuerpos del pecado, y sólo [son] capaces de pecado. Cuerpos
sujetos a mil y mil enfermedades, que se corrompen de día en día y que no
engendran más que sarna, gusanos y corrupción».
Palabras que nuestro insuperable San Ignacio de Loyola, en la citada meditación
de los pecados propios, en la consideración cuarta y quinta del punto tercero, expresa
de este modo tan preciso como sencillo: «4º Morar toda mi corrupción y fealdad
corpórea. 5º Mirarme como una llaga y postema de donde han salido tantos pecados y
tantas maldades y ponzoña tan torpísima».
Nuestro amadísimo Luis María continúa la descripción del cuadro de nuestras
miserias, y en el número 90 dice:
«Nuestra alma unida a este cuerpo se ha hecho tan carnal que se llama carne:
Habiendo toda carne corrompido su camino. Por herencia sólo tenemos orgullo
y ceguedad en el espíritu, endurecimiento en el corazón, debilidad e
inconstancia en el alma, concupiscencia, pasiones revueltas y enfermedades en
el cuerpo. Por naturaleza somos más orgullosos que los pavos reales, más pegados
a la tierra que los sapos, más viles que los machos cabríos, más envidiosos que
las serpientes, más glotones que los cerdos, más coléricos que los tigres, más
perezosos que las tortugas, más débiles que los carrizos y más volubles que las
veletas. En nuestro fondo no abrigamos más que la nada y el pecado y no
merecemos otra cosa que la ira de Dios y la eternidad del infierno».
De la consideración de tanta miseria humana y del infinito deseo de
perfeccionarnos que tiene Dios, pues no es otra la voluntad divina que nuestra
santificación, deduce con evidencia irreprochable nuestro Beato la consecuencia que él
pretende y que es el cristianismo, fundamento de la Esclavitud mariana.
En el número 91 dice así:
«En vista de esto, ¿será de maravillar, si el Señor ha dicho que el que quiera
seguirle debe renunciarse a sí mismo y odiar a su alma, y que el que ama a su
alma la perderá y el que la odia la salvara?
Esta infinita Sabiduría, que no da mandato alguno sin razón, no nos ordena el
odio a nosotros mismos, sino porque somos sumamente dignos de odio, nada es
tan digno de amor como Dios y nada tan digno de odio como nosotros mismos.
Renunciarse a sí mismo y odiarse a sí mismo y todas las frases análogas a éstas,
son propias de la Sagrada Escritura, son mandatos de Cristo enseñados con obras
y con palabras. Una vez convencidos de que somos vil ponzoña hemos de
procurar vaciarnos de ella, y si, por añadidura, es mandato de la infinita
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Sabiduría que no da mandato alguno sin razón, es imposible eludir esta estrecha
y urgente obligación de anonadarnos a nosotros mismos».
Si las anteriores palabras del Beato son consoladoras, por lo eminentemente
cristianas y porque suponen la granítica base sobre la cual debe asentarse la Esclavitud
Mariana, suben de punto las palabras que escribe en el número 92 y que son como más
vehementes y como perfeccionadoras de aquéllas, en cuanto que, en éstas, determina el
anonadamiento propio, poniéndole por término de perfección la muerte voluntaria de
alma y cuerpo a que el hombre debe llegar, en cuanto está de su parte, si ha de hacer
obras nacidas de puro amor.
El número 92, a que aludimos, es digno de ser meditado, die ac nocte, por toda
alma que de veras desee ser esclava perfecta, pues en sus enseñanzas encierra todas las
perfecciones de la purgación del sentido y del espíritu, las esplendorosas ilustraciones
de la oscura noche de la fe y los más regalados encantos de los desposorios espirituales.
El número en cuestión es de los que muestran a la inteligencia el inmenso panorama
de la perfección desde sus más sólidas cumbres, haciendo ver al que lo contempla su
altitud, su profundidad y su muy dilatada latitud y longitud.
Leamos a nuestro mariano Maestro y, en los rasgos que él nos señala,
consideremos nosotros la inexhausta belleza de la perfección y los sacrificios que
impone.
«Para vaciarnos de nosotros mismos, se lee en el número 92, es preciso que
todos los días muramos a nosotros mismos, es decir, que se necesita renunciar a
las operaciones de las potencias de nuestra alma y de los sentidos de nuestro
cuerpo, que debemos ver como si no viésemos, oír como si no oyéramos,
servirnos de las cosas de este mundo como si no nos si no nos sirviéramos de
ellas, lo cual llama San Pablo morir todos los días: Quotidie morior (I. Cor. XV,
21)».
A nadie se le oculta que esta es la sencilla y sólida doctrina de la ascética más
pura. Las palabras que anteceden cualquiera versado un tanto en la materia las creyera
calcadas en San Juan de la Cruz.
La subida del Monte Carmelo de nuestro soberano místico, respira esa doctrina
y la enseña con precisión teológica y con toda amplitud y detalle. Allí canta el alma
la dichosa ventura que tuvo en pasar la oscura noche de la Fe, en desnudez y
purgación suya, a la unión del Amado. Y se trata de la noche o purgación del
sentido y del espíritu, y de cómo el hombre ha de vaciarse de todo en todo para llegar
a todo.
Y así, no contento nuestro glorioso Vidente con lo dicho, añade lo más que se
puede decir en esta materia con palabras de nuestro divino Maestro: «Si el grano de
trigo, al caer en tierra no muere, permanece solo y no produce buen fruto, Nisi granum
frumenti cadens in terra mortuum fuerit, ipsum solum manet (S. Juan. XII, 24)».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Al pie de esta divina sentencia, por vía de aclaración o para que nos recuerde
algunos modos de morir a nosotros mismos, y por lo que para lo sucesivo puede
ilustrar nuestra piedad de esclavos, y para encontrar, no pocas veces, los seguros
fundamentos de la doctrina y práctica de la Esclavitud Mariana, anotaremos las
siguientes sentencias que trae San Juan de la Cruz en su libro ya citado. Dicen así:
1. Para gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada.
2. Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada.
3. Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada.
4. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada.
5. Para venir a lo que no gustas, has de ir por donde no gustas.
6. Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes.
7. Para venir a lo que no posees, has de ir por donde no posees.
8. Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres
Modo para no impedir al todo
I. Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo.
II. Porque para venir del todo al todo, has de negarte del todo en
todo.
III. Y cuando lo vengas todo a tener, has de tenerlo sin nada querer.
IV. Porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu
tesoro».
Pero fija la mirada de nuestro Luis María en formar un verdadero devoto de
Jesús en María, enseguida que nos ha hecho ver y saborear el limpísimo y abundante
origen del caudaloso rio de la perfección, encauza sus aguas hacia el fin por él
perseguido y así añade en el mismo número 92:
«Si no morimos a nosotros mismos, y si nuestras más santas devociones no nos
conducen a esta muerte necesaria y fecunda, no produciremos fruto que valga
y nuestras devociones nos serán inútiles; todas nuestras obras de justificación
quedarán manchadas por nuestro amor propio y nuestra propia voluntad».
Estas palabras las anotaremos con estas otras de nuestro inmortal Doctor Místico
que dice así:
«Para mayor abundancia diremos otra manera de ejercicio, que enseña a
mortificar de veras el apetito de la honra, de que se originan otros muchos.
1. Procurará obrar en su desprecio, y deseará que los otros lo hagan.
2. Procurará hablar en su desprecio y procurará que los otros lo hagan.
3. Procurara pensar bajamente de sí en su desprecio, y deseará que los
demás lo hagan».
Y como nunca moriremos a la propia voluntad y propio juicio si no hemos
mortificado el propio honor, mientras ésta viva en nosotros, la propia estima se podrá
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
124
decir de nuestras obras las últimas palabras que escribe el bienaventurado Luis María
para concluir el número 92. Helas aquí:
«Lo cual hará que Dios abomine los mayores sacrificios y las mejores acciones
que realicemos, que en nuestra muerte nos encontremos con las manos vacías
de virtudes y méritos y no tengamos ni una chispa del puro amor que sólo
se comunica a las almas que mueren a sí mismas y cuya vida está oculta
con Jesucristo en Dios».
Como ejemplo que compruebe esta doctrina nos bastará recordar la historia
desgraciada del rey Saúl, tan desechado por Dios del reino de Israel como escogido
para él había sido antes.
Acercándose más el gran maestro mariano a su propósito, en el número 93,
continua diciendo:
«Es necesario escoger, entre todas las devociones de la Santísima Virgen, la
que mejor nos lleve a esta muerte de nosotros mismos, como la mejor y más
eficaz para nuestra santificación; porque no hay que creer que todo lo que
reluce es oro, que todo lo dulce es miel y que todo lo fácil de hacer y que
practica el mayor número es lo que más conduce a la santificación».
Como apostilla a estas sencillas palabras, nos atrevemos a poner estas otras de
San Juan de la Cruz:
«Y para mortificar y apaciguar las cuatro pasiones naturales, que son gozo,
esperanza, temor y dolor, de cuya concordia y pacificación salen éstos y los
demás bienes, es total remedio lo que se sigue, y de gran merecimiento y causa
de grandes virtudes.
Procure siempre inclinarse no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso.
1. No a lo más sabroso, sino a lo más desabrido.
2. No a lo más gustoso, sino a lo que no da gusto.
3. No a lo que es consuelo, sino antes al desconsuelo.
4. No a lo que es descanso, si no a lo trabajoso.
5. No a lo más, sino a lo menos.
6. No a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado.
7. No a lo que es querer algo, sino a no querer nada».
No a andar buscando lo mejor de las cosas, sino lo peor, y desear entrar en toda
desnudez y vacío y pobreza por Cristo de todo cuanto hay en el mundo. Y estas obras
conviene las abrace de corazón y procure allanar la voluntad en ellas. Porque si de
corazón las obra, muy en breve vendrá a hallar en ellas gran deleite y consolación
obrando ordenada y discretamente.
Después, en el mismo número 93, hace una sencilla, pero muy insinuante
comparación para urgir a las almas a desear la verdadera devoción a María, con estas
palabras:
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
125
«Así como hay en la naturaleza secretos para hacer en poco tiempo, con pocos
gastos y con facilidad ciertas operaciones naturales, hay también en el orden de
la gracia secretos para hacer en poco tiempo, con dulzura y facilidad,
operaciones sobrenaturales, vaciarse de sí mismo, llenarse de Dios y hacerse
perfecto».
En el número 94 prosigue nuestro amadísimo Grignion excitando el deseo de
conocer la verdadera devoción a María de la que dice que apenas es conocida de
alguno, por docto que sea, que no sea el mismo. He aquí sus palabras:
«La práctica que intento manifestar es uno de esos secretos de gracia,
desconocidos de la mayoría de los cristianos, conocido de pocas personas
devotas, practicado y gustado de un número todavía mucho más pequeño. Para
comenzar a descubrir esta práctica, expongamos antes esta cuarta verdad que es
una consecuencia de la tercera».
CUARTA VERDAD
NECESIDAD DE UN MEDIADOR PARA CON EL MEDIADOR JESUCRISTO
Como pedagogo, admirablemente aleccionado por la Divina Maestra, deja
escapar el Beato Grignion deslumbradores destellos que exciten en los lectores de La
verdadera devoción a María Santísima el deseo de conocer la doctrina que ha de
formar a un verdadero esclavo de Jesús en María. Pero en haciendo esos como
vislumbres, semejante al que hizo resplandecer en el número 94, último copiado en
nuestro artículo anterior, vuelve enseguida, con la tranquilidad del que está cierto de
llegar a la cumbre, a emprender su marcha desde el lugar que llevaba en la ladera, y
así lo hace ahora al encabezar el § II de este artículo que exponemos con estas palabras:
«Necesidad de un mediador para con el Mediador Jesucristo».
Hemos repetido este epígrafe con el ánimo de que se grabe más y más en
nuestra memoria, pues ésta es la más fundamental cuestión teológica que puede
prenotarse a la práctica de la Esclavitud Mariana.
Demostrada la necesidad de un mediador para con el único Mediador, fácilmente
concluiremos que este segundo mediador debe ser María, y, por consiguiente, que en
Ella podemos poner toda nuestra confianza de alcanzar la necesaria mediación de Jesús
para cuanto se desea conseguir en el orden sobrenatural.
Los que nos leen, recordarán que hemos declarado más de una vez que no es
nuestro ánimo hacer disquisiciones teológicas sobre las proposiciones de nuestro
amadísimo Vidente, pues siempre suponemos la limpia ortodoxia del iluminado Maestro
mariano, pero hoy queremos hacer una excepción, por lo mismo que, a esta proposición,
le damos la importancia de principio y fundamento de la doctrina montfortiana.
E.R. 56
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
126
A pesar de esto, no haremos una disertación tampoco, pues creemos
suficientemente aclarado este asunto para los doctos o legos en esta materia en leyendo
los sencillos y clarísimos prenotandos que, el más cabal de los teólogos marianos, pone
al tratar esta misma cuestión de María Medianera entre Cristo y los hombres.
Tenemos por cierto que, teniendo a la vista estas aclaraciones, podremos leer con
toda certeza cuanto nos dice el Beato en este lugar.
En el II tomo de la Teología Mariana del N.I. Sr. D. Francisco Salvador
Ramón, cuestión 2ª, pág. 38, se lee:
«2º Condiciones que debe reunir el mediador.
Tratándose de mediar entre Dios y el hombre y supuesto que Dios exigía
satisfacción condigna, el mediador había de ser persona divina, no porque el
pecado en si fuera infinito, sino porque la persona ofendida era divina, y,
deduciéndose la gravedad de la injuria de la dignidad de la persona injuriada,
como el valor del honor de la dignidad del honorante, o persona que honra,
no era posible que persona alguna creada diera a Dios satisfacción debida.
Pero como la persona divina, simpliciter ut divina, no podía dar al Padre dicha
satisfacción, porque, aparte de que ésta implicaba sufrimientos que no pueden
predicarse de persona divina como tal, hubiérala dado el Hijo al Padre mediante
alguna operación ad extra de Dios, y como las operaciones divinas ad extra son
comunes a las tres divinas personas, Dios se hubiera satisfecho a sí mismo. Por
todo lo cual, y dado el plan de Dios de que el hombre contribuyera a redimirse
a sí mismo para dignificarle más, tomó el Verbo la naturaleza humana, en la
cual sufrió y murió, y así, igual al Padre en cuanto a la persona e igual al
hombre, porque tomó carne humana, pudo reconciliar al hombre con Dios.
Por esto se dice que Cristo fue mediador por naturaleza, no en el sentido de
que unidas la naturaleza humana y la divina en una persona, tal persona debería
de ser mediadora entre Dios y los hombres por exigencia de su naturaleza, sino
en cuanto que, reuniendo las dos naturalezas, estaba en condiciones naturales
de hacer el oficio de mediador.
No hay para qué indicar siquiera, que de esta manera que acabamos de exponer
no pudo la Santísima Virgen ser medianera, puesto que no la puede llamar
divina de una manera rigurosa. El mediador debe aceptar libremente tal oficio,
tanto porque la mediación debe ser meritoria y no hay mérito donde no hay
libertad, cuanto porque sería una injusticia imponerle a alguien forzosamente la
obligación de medianero, máxime si esa obligación implica sacrificios grandes.
Que la Santísima Virgen pudo libremente cooperar y que cooperó a la
mediación para que Dios devolviera al hombre las gracias y privilegios que
había perdido por el pecado, es cosa evidente, como evidente es que aceptó
con voluntad plena y con decisión absoluta manifestada por aquel Ecce ancilla
Domini, he aquí la esclava del Señor, que parece un eco adelantado de aquello
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
127
que de Cristo dicen los evangelios, et factus est obediens usque ad mortem, y
se hizo obediente hasta la muerte.
3º Modos de ser mediador.
De cuatro maneras, dice Belarmino, puede hacerse el oficio de mediador:
1º Juzgando y estudiando la causa que es motivo del distancia miento,
discordia y enemistad y resolviendo lo más prudente y equitativo,
contando, desde luego, con poderes de las partes litigantes. En este
sentido ni el mismo Cristo puede decirse mediador, porque a nadie puede
encomendar Dios que juzgue de sus derechos y que resuelva de ellos
según le dicte su criterio. Esto argüiría inferioridad que no puede
admitirse en Dios.
2º Sirviendo de internuncio para manifestar las condiciones en que el
ofendido haría la paz con el ofensor. Y de este modo Cristo es el Enviado
del Padre por excelencia para manifestar al mundo su voluntad. La
Santísima Virgen también puede decirse enviada porque nadie como Ella
conoció la voluntad divina, ni nadie, por lo tanto, pudo darla a conocer
con mayor seguridad, si no de una manera pública, porque el magisterio
público es poco conforme con la condición de la mujer, al menos de una
manera privada y familiar, como consta que lo hizo y por lo cual se le
llama Maestra de los apóstoles.
3º Orando y suplicando, es decir, intercediendo en favor del hombre.
Ni aun en el cielo Cristo ha dejado de ser nuestro intercesor, porque es
oficio que recibió del Padre, y lo que Cristo tomó no lo dejará jamás. Y
lo mismo podemos decir de la Santísima Virgen, aunque su súplica e
intercesión está siempre supeditada a la de Cristo, de cuyos méritos
recibe valor y eficacia.
4º Satisfaciendo a la parte ofendida por la parte que ofendió, y, de este
modo, Cristo es el Redentor y María la Corredentora, no de condigno,
sino de congruo, como veremos en su lugar.
4º Es la Santísima Virgen Medianera principal.
La Santísima Virgen puede considerarse con relación al hombre, con relación a
Cristo, su divino hijo, y con relación a Dios. Respecto de los hombres, no hay
inconveniente en afirmar que es medianera principal puesto que su dignidad, sus
méritos y su participación en la obra de la redención la ponen en condiciones
de superioridad casi infinita sobre toda criatura. A este propósito, dice San
Anselmo (Orat. 66):
El mundo tiene sus apóstoles, sus patriarcas, sus profetas, sus mártires, sus
confesores y sus vírgenes; auxiliares buenos y excelentes que quiero
invocar suplicante. Pero Vos, Señora nuestra, Vos sois mejor y más
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
128
elevada que todos ellos. Lo que pueden ellos con Vos lo podéis Vos sola y
sin ellos. ¿De dónde tal poder? Porque sois Madre de nuestro Salvador,
Reina del cielo y de la tierra y de todos los elementos. A Vos, pues,
imploro, en Vos me refugio, a Vos dirijo mi suplicas a fin de que seáis
mi protección en todo. Si os calláis nadie rogará, nadie me ayudará.
Hablad y todos rogarán, todos vendrán en mi auxilio: Te tacente nullus
orabit, nullus juvabit. Te orante omnes juvabunt.
Y Suárez (In.3: dispt. 23: sect. 2ª) confirma esto mismo con la suposición siguiente:
Imaginémonos, por imposible, por un lado a la Santísima Virgen que
pide una gracia y por otra parte toda la corte celestial que se opone a la
súplica de la Reina. En tal conflicto sería más poderosa, más eficaz y de
mayor valor ante Dios la oración de la Santísima Virgen que la de todos
los santos restantes. Lo exige la dignidad de Madre de Dios, la perfección
de la gracia de María y el ardor de su caridad le dan como un derecho
a ello. Y he aquí por qué la Iglesia invoca a esta Virgen bendita más a
menudo y más solemnemente que a todos los otros santos.
Con relación a Cristo no es posible suponer mediadora mejor que su Madre
Inmaculada. Solamente le aventajaría Dios y Dios no puede ser como tal
mediador. Por esto dice San Bernardo: Quis tam idoneus ut loquatur ad cor
Domini Nostri Jesuchristi ut tu, felix María, ¿quién, mejor que tú, dichosísima
María, podrá hablar al corazón de Jesucristo Nuestro Señor?
Y todos los Padres aplican como dichas a María por Jesús aquellas palabras que
Salomón dijo a su madre: Pete neque enim fas est ut avertam faciem tuam,
pedid, que no sabré rehusaras nada.
Con relación a Dios es mediador principal aquel que le está más íntimamente
unido y Cristo en cuanto persona divina es Dios mismo, no siendo posible
imaginar mayor unión. Además, ya hemos indicado que Cristo es el único que
pudo dar al Padre satisfacción condigna y, por lo tanto, ser mediador de justicia
entre Dios y los hombres. Por lo cual no hay cosa más repetida y probada en la
Sagrada Escritura que la mediación singularísima y, como principal, única entre
el mundo pecador y el Padre misericordioso. El Apóstol (1ª Timot, 2: 5.), Unus
enim Deus, unus et mediator Dei et hominum, homo Christus Jesus, uno es Dios
y no el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.
Y, con distintas palabras, vienen a decir lo mismo todos aquellos textos en los que
se afirma que Dios era en Cristo reconciliando el mundo consigo mismo, que
Cristo se dio por la redención de todos, que Él nos mereció la gracia, que no
podemos ir al Padre sino por Él, que Él es el único fundamento de nuestra
justificación, sin que sea posible poner otro alguno, etc., etc.
Pero que Cristo sea mediador principal y universalísimo no obsta para que se
den otros mediadores secundarios, como, aunque Dios es causa universal y
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
129
primera, sin embargo, se dan causas segundas, y así como entre éstas se da
graduación, según la virtud de las mismas y la esfera a que extienden su acción,
así hay graduación entre los mediadores secundarios, graduación cuyo término,
entre puras criaturas, no puede ser otro que la Santísima Virgen, pues, como dice
Ella de sí misma, según aquellas palabras que se le aplican del Eclesiástico: In
me gratia omnis viae et veritatis; in me omnis spes vitae et virtutis, en mí toda
la gracia del camino y de la verdad, en mi toda esperanza de vida y de virtud,
las cuales palabras, comparándolas con aquellas otras en las que Cristo dice de sí
mismo en San Juan: Ego sum via et veritas et vita, yo soy el caminar, la verdad
y la vida, parece que dan a entender que la gracia para venir al camino, a la
verdad y a la vida, que es Cristo, se nos prometa por María (Lepicier Tracr.
B.V.M., pág 515).
Para significar mejor que la mediación de la Santísima Virgen, aunque
excelentísima, es secundaria, no puede decirse que María sea Medianera entre
Dios y los hombres, sino entre éstos y el Redentor, o también que la mediación
de Cristo es principal y perfectiva y la de la Santísima Virgen ministerial y
dispositiva».
Hasta aquí la Teología Mariana citada.
Penetrados de cómo la Santísima Virgen es medianera entre Cristo y los
hombres, podemos leer todo lo que escribe nuestro venerado Vidente, como una
confirmación práctica de lo que hemos leído en el orden especulativo. En la verdadera
devoción a la Santísima Virgen se lee en los números 95, 96, 97, 98 y 99:
«Es más perfecto, porque es más humilde, no acercamos a Dios por nosotros
mismos sin tomar un mediador. Estando tan corrompido nuestro fondo, como
acabo de mostrar, si nos apoyamos en nuestros propios trabajos, industrias y
preparaciones para ir a Dios y agradarle, ciertamente las obras de nuestra
justificación quedarán manchadas o pesarán poco ante Dios para obligarle a que
se una a nosotros y nos atienda. Por esto, no sin razón, nos ha dado Dios
mediadores ante su Majestad. Él ha visto nuestra indignidad e incapacidad, ha
tenido piedad de nosotros y, para hacernos capaces de sus misericordias, nos ha
provisto de poderosos intercesores para con su grandeza, de modo que
prescindir de estos mediadores y acercarse directamente a su santidad, sin
recomendación alguna, es carecer de humildad, carecer de respeto hacia un
Dios tan alto y tan santo, es hacer menos caso de este Rey de reyes que el
que se haría de un rey o de un príncipe de la tierra, al cual nadie querría
acercarse sin algún amigo que hable por él.
El Señor es nuestro abogado y medianero de redención para con el Padre. Por
medio de Él debemos rogar con toda la Iglesia triunfante y militante. Por Él es
por quien tendremos acceso ante su Majestad, y solo apoyados y revestidos de
sus méritos es como debemos presentarnos ante Dios, de la manera que el niño
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
130
Jacob, cubierto con las pieles de cabritos, aparecía ante su padre Isaac para recibir
su bendición.
Pero, ¿es que no tenemos necesidad de un mediador para con el mismo
Mediador? ¿Es nuestra pureza bastante grande para unirnos directamente a Él
por medio de nosotros mismos? ¿No es Él acaso Dios, igual en todas las cosas a
su Padre y, por consiguiente, el Santo de los santos, tan digno de respeto como
el Padre?
Si, por su caridad infinita, Él se ha hecho nuestro fiador y medianero ante
Dios su Padre, para apaciguarle y pagarle lo que nosotros le debemos, ¿será esto
motivo para que tengamos menos respeto y temor hacia su majestad y santidad?
Digamos, pues, sin encogimiento, con San Bernardo, que tenemos necesidad de
un mediador ante el mismo Mediador y que María Santísima es la más capaz
de cumplir este oficio caritativo. Por Ella vino Jesucristo al mundo y por Ella
debemos acercarnos a Él. Si tememos ir directamente a Jesucristo nuestro Dios,
a causa de su grandeza infinita, de nuestra bajeza o de nuestros pecados,
imploremos con santa osadía la ayuda y la intercesión de María, nuestra Madre,
que Ella es buena y tierna y no tiene nada de austero ni repulsivo, ni aun
de muy sublime y brillante, y, al verla, no vemos otra cosa que nuestra pura
naturaleza.
Ella no es el sol que, por la viveza de sus rayos, pudiera ofuscarnos a causa
de nuestra debilidad, sino que es bella y dulce como la luna que recibe su luz
del sol y la templa para acomodarla a lo que nuestra pequeñez puede resistir.
Ella es tan caritativa, que no rechaza a nadie de los que acuden a su intercesión
por muy pecadores que sean, porque, como dicen los santos, jamás se ha oído decir,
desde que el mundo es mundo, que haya alguno recurrido a la Santísima Virgen
con confianza y perseverancia y haya sido desechado.
Ella es tan poderosa que nunca han sido rehusadas sus peticiones, basta que María
se presente ante su Hijo rogándole, para que Jesús, vencido amorosamente por
los pechos, por las entrañas y por las súplicas de su queridísima Madre, al punto
le otorgue lo que Esta le pide, o reciba lo que Ella, en nombre nuestro, le ofrece.
Todo esto está sacado de San Bernardo y de San Buenaventura. Por manera que,
según ellos, tenemos todos, para ir a Dios, que subir tres escalones. El primero,
que es el más cercano a nosotros y el más conforme a nuestra capacidad, es
María, el segundo es Jesucristo y el tercero es el Padre Eterno.
Para ir a Jesús es preciso ir a María que es nuestra medianera por intercesión,
y para ir al Padre Eterno es necesario ir a Jesús que es nuestro mediador por
redención. Este es el orden que se guarda perfectamente en la devoción que
voy enseguida a indicar».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
131
En resumen, si Jesucristo vino al mundo por medio de María, ¿por dónde iremos
nosotros a Jesucristo? Si Ella en cuanto estuvo de su parte obligó al Verbo a
venir a nosotros, ¿quién mejor que María nos sabrá hacer ir a Cristo?
Si la Santísima Virgen ha sido necesaria a Dios con una necesidad que llamamos
hipotética, en consecuencia de la voluntad divina, debemos advertir que es
todavía más necesaria a los hombres para llegar a su último fin.
Luego el racional camino para ir a Cristo es María porque nadie obligará más a
Jesús para que nos reciba benévolamente, ni nadie nos sabrá disponer mejor para
que sepamos acercarnos a Él».
Luego, según nuestro Beato, «para ir a Jesús es preciso ir a María, que es nuestra
medianera e intercesora». Y al decir de nuestro teólogo, «no puede afirmarse que María
sea Medianera entre Dios y los hombres, sino entre éstos y el Redentor». O, en términos
escolásticos, «La mediación de Cristo es principal y perfectiva y la de la Santísima
Virgen ministerial y dispositiva».
QUINTA VERDAD
NUESTROS BIENES ESPIRITUALES ESTÁN EXPUESTOS A PERDERSE EN
NUESTRAS MANOS
Digno de nuestro amadísimo Beato Luis María, es este § V que ahora nos toca
analizar, y que lo constituye el número centésimo de La verdadera devoción a la
Santísima Virgen.
El espíritu de profunda humildad que alentaba en el alma del Vidente de los
Esclavos de María, palpita en sus palabras tan sencillas siempre como fundamentales y
sublimes.
En el § anterior nos hizo ver cuán necesario nos era un mediador para con el
Mediador Jesucristo. Allí nos hizo meditar la santidad del supremo Mediador y nuestra
impureza para acercarnos a Él, y cómo María es la criatura capaz de acercarnos a
Cristo sin sentir repulsa de Él. Ahora acude a otras razones no menos evidentes, habida
cuenta de nuestra propia flaqueza, y así empieza escribiendo: «Es muy difícil, dada
nuestra debí lid ad y nuestra fragilidad, que conservemos en nosotros las gracias y los
tesoros que hemos recibido de Dios».
Enseguida procede a enumerar las razones en que se funda esa dificultad y añade:
«1º. Porque ese tesoro, que vale más que el ciclo y la tierra, lo conservamos
en vasos frágiles. Habemus thesaurum istum in vasis fictilibus, en un cuerpo
corruptible, en un alma débil e inconstante que por un no nada se turba y
abate».
E.R. 57
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
132
No todas las almas entenderán este lenguaje, pero las que hayan hecho de su
parte algún esfuerzo para adelantar en el camino de la perfección, saben, por propia
experiencia, que tanto más flacas se sienten cuanto más empeño ponen en ser fuertes,
mirándose a cada ocasión caídas en el vicio contrario a la virtud que proponen practicar.
¿Quién que se ejercite en la adquisición de una virtud o en la extirpación de
una mala inclinación, o pasión, o vicio cualquiera, no adquiere perfecto y pronto
conocimiento de la propia insuficiencia para adquirir la perfección y apartarse del pecado?
¿Quién será el hombre deseoso de la perfección que, además de conocer su
ineptitud para contener en sí el tesoro de la gracia, no viva siempre temeroso de perder
hasta los deseos de ser santo?
Quien haya leído a San Pablo, ¿cómo no se estremecerá ante la idea de lo poco
que puede para mantenerse en el camino de la perfección?
No cabe duda, si tomamos en consideración nuestra propia flaqueza, que somos
insuficientes por nosotros mismos para conservar el tesoro de las sobrenaturales gracias.
Nuestra carne corrompe todos sus caminos.
No es sólo esta suma flaqueza de nuestra corrompida naturaleza lo que nos
hace incapaces para servir de garantía al depósito de la vida de la fe que se nos
concede por la gracia de Dios. Lo que nos hace menos aptos para asegurarnos los
tesoros de la gracia es la sagaz soberbia y pertinaz empeño del enemigo declarado de
nuestras almas, Satanás, que no descansa ni un momento ni perdona a criatura alguna
racional a quien no haga objeto de sus iras contra Dios y de su envidia para con nosotros.
Y así nuestro amadísimo Beato continúa diciendo en este mismo número:
«2º. Porque los demonios, que son ladrones muy astutos, quieren sorprendernos
de improviso para robarnos y despojarnos. Espían de día y de noche el momento
favorable. A este fin incesantemente dan vueltas alrededor de nosotros para
devorarnos y quitarnos en un momento, por el pecado, todas las gracias y méritos
que en muchos años hemos podido ganar. Su malicia, su experiencia, sus astucias
y su muchedumbre deben hacernos temer infinitamente esta desgracia, ya que
personas más llenas de gracias, más ricas en virtudes, más experimentadas y más
crecidas en santidad, han sido sorprendidas, robadas y saqueadas lastimosamente.
¡Ah!¡Cuántos cedros del Líbano y estrellas del firmamento se han visto caer
miserablemente y perder su elevación y su claridad en poco tiempo!»
Pero no se contenta nuestro Beato con ponderar la artera malicia de Lucifer y la
suma flaqueza humana contemplada en los más grandes santos, los cedros del Líbano.
Va más allá. Inquiere el por qué somos los hombres con tanta facilidad echados desde
las alturas de la perfección a los abismos del pecado, y continúa escribiendo las palabras
que siguen para explicar el fácil cambio de la gracia a la prevaricación:
« ¿De dónde se ha originado este cambio tan extraño? Sin duda no ha sido por
falta de gracia, de la cual nadie carece, sino por la falta de humildad. Creyéronse
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
133
más fuertes y poderosos de lo que eran, creyéronse capaces de guardar su tesoro,
se fiaron y apoyaron en sí mismos, Creyeron que su casa estaba bastante segura
y que sus cofres eran bastante fuertes para guardar el precioso tesoro de la gracia,
y por este apoyo imperceptible que tuvieron en sí mismos, aunque les parecía
que únicamente se apoyaban en la gracia de Dios, es por lo que el Señor, en
justicia, ha permitido que sean robados, abandonándolos a ellos mismos».
No trata aquí nuestro montfortiano Maestro del gravísimo peligro y mal que es
para la perfección la confianza en sí propio, sino en lo que es necesario para que el
alma comprenda que necesita ayuda para mantenerse en gracia y, mucho más, para
acrecentarla y perfeccionarse en ella. He aquí por qué añade estas palabras:
« ¡Ah!, si hubiesen conocido la admirable devoción que les voy a mostrar a
continuación, habrían confiado su tesoro a una Virgen poderosa y fiel que se le
habría guardado como sus propios bienes, llegando a obligarse a ello como en
justicia».
Es evidente. Cuando nosotros pongamos todos nuestros bienes more ordinario,
como aquí habla nuestro Beato, en las manos de la Santísima Virgen, ésta no dejará de
obligarse a guardarlos como en justicia, pero, cuando esa entrega se haga con voto,
que es el ideal de la perfecta esclavitud de Jesús en María, ¿cuánto no quedará
obligada esta dulcísima Madre de misericordia?
¡Haga la Divina Infantita que lo que hoy es Pía Asociación llegue a ser algún
día Congregación religiosa, y se habrá realizado, o empezado a realizar, en su más
perfecta vida la Esclavitud Mariana prevista en tan sublime visión por el amadísimo
bienaventurado Luis María!
Todavía no se da por satisfecho el Maestro montfortiano en su intento de probar
que nos es de todo punto necesario, atendido el estado actual de nuestra naturaleza
deteriorada, un apoyo que nos sostenga, una ayuda que nos defienda, una mano cariñosa
que nos guíe en el estrecho camino que conduce a la vida y, para más convencernos,
alega, además, nuestro Vidente, una tercera razón en la que hace resaltar lo difícil que
es vivir la vida del espíritu en este mundo de tierra siempre enemigo de Cristo y
crucificador de los santos.
Así se lee para terminar este número centésimo que ocupó nuestra atención en
este capítulo:
«3º Es difícil perseverar en la gracia a causa de la extraña corrupción del mundo.
El mundo está, al presente, tan corrompido que se hace como necesario que las
almas piadosas queden afeadas, si no por su cieno, al menos por su polvo, hasta
el punto que es una especie de milagro que una persona permanezca firme en
medio de este torrente impetuoso sin ser arrastrada por su corriente, en medio
de este mar tempestuoso sin ser anegada o saqueada por los piratas y corsarios,
en medio de esta atmósfera viciada sin quedar en ella contagiada».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
134
Y, ¿quién nos librara de ese torrente impetuoso, de ese mar en tempestad, de
esos piratas y corsarios y de esa atmósfera viciada para no ser arrastrados, anegados,
saqueados y contagiados en este inmenso maremágnum de la vida tan fugaz como
deleznable?
Nuestro Vidente contesta con una afirmación categórica, terminante, que no deja
lugar a dudas, en estas preciosas palabras:
«Sólo la Virgen que ha permanecido siempre fiel, de la cual jamás ha obtenido
nada la serpiente, es la que hace este milagro en favor de aquellos y aquellas que
la sirven lo mejor que pueden».
Ella es la que hace el milagro de formar a todos los que la sirven con la
perfección de esclavos en un grado de santidad que será tan elevado como profunda
la servidumbre.
¡Oh amada Esclavitud, vence, triunfa, reina!
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Capítulo II
Artículo II
LAS FALSAS DEVOCIONES A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Antes de empezar a tratar directamente de la materia que ha de ser objeto de
este articulo II, nuestro bienaventurado Maestro hace relación a la doctrina que acaba
de exponer, y en muy breves y sencillas consideraciones, da la razón de método y la
de la materia en que ha de ocuparse con estas palabras:
«Propuestas estas cinco verdades, se necesita, ahora más que nunca, hacer una
buena elección de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, pues hoy, como
nunca, hay un sin número de falsas devociones a la Santísima Virgen que
fácilmente podríamos tomar por verdaderas».
Habla después con la misma claridad del que es la causa de estas falsas
devociones, añadiendo:
«El demonio, lo mismo que un monedero falso y un ladrón fino y experimentado,
ha engañado y condenado a tantas almas por las devociones falsas a María, que
todos los días se sirve de su experiencia diabólica para condenar a otras muchas,
entreteniéndolas y haciéndolas dormir en el pecado so pretexto de algunas
oraciones mal dichas y de algunas prácticas exteriores que les inspira».
Y para más aclarar todavía consideraciones de suyo tan sencillas como
fundamentales, emplea una comparación a todas luces evidente y muy al alcance de
todas las almas. Hela aquí:
«Así como un falso acuñador de moneda no falsifica ordinariamente más que el
oro y la plata, y muy raras veces los otros metales, porque no valen la pena,
del mismo modo, el maligno espíritu no falsifica las otras devociones tanto como
las de Jesús y María, la devoción a la sagrada Comunión y la devoción a la
Santísima Virgen, porque éstas son, entre las demás devociones, lo que el oro
y la plata entre los metales».
Esto prenotado, en el número 101, continúa poniendo de manifiesto las dos
partes en que se ha de subdividir lo que sigue, en las que primero nos dará a
conocer la parte negativa y después la positiva, esto es, nos enseñará cuales sean las
falsa devociones, en primer término, y, en segundo lugar, nos manifestará la doctrina,
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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que constituye el amor de sus amores, el secreto de su alma, el amadísimo secreto de
su corazón.
En el número 102 dice así:
«Importa mucho, pues, conocer: 1º las falsas devociones a María, para evitarlas,
y la verdadera, para abrazarla; 2º cuál es, entre las muchas y diferentes prácticas
de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, la más perfecta, la más agradable
a María, la más gloriosa para Dios y la más eficaz para nuestra santificación, a
fin de entregarse a Ella».
Pasa enseguida, con método rigurosamente didáctico, a enumerar las falsas
devociones o devotos falsos que existen y dice así:
«Siete son las clases de falsos devotos y de falsas devociones a la Santísima
Virgen, es a saber: 1º los devotos críticos; 2º los devotos escrupulosos; 3º los
devotos exteriores; 4º los devotos presuntuosos; 5º los devotos inconstantes; 6º
los devotos hipócritas; 7º los devotos interesados».
Enumerados que son, empieza a tratar de los primeros en esta forma:
LOS DEVOTOS CRÍTICOS
«Los devotos críticos son, por lo común, los sabios orgullosos, espíritus fuertes
y pagados de sí mismos, que en el fondo tienen alguna devoción a María, pero
que critican casi todas las prácticas de devoción a la Santísima Virgen con que
las personas sencillas honran sencilla y santamente a esta tierna Madre, sólo
porque no se acomodan a su orgullo».
¡Los sabios! ¡Los doctores de la ley! Todo lo saben, sus juicios son la medida
y norma de los juicios de los demás. ¡Ay de aquellos que se atreven a no sujetarse a
esa medida ni a conformarse con esa norma, no habrá anatemas bastantes para
lanzarlos sobre el que tal osó!
Tal vez hemos sentido los redactores de Esclava y Reina las destempladas iras
de estos críticos nacidos al calor de la soberbia intelectual que, llenando a los hombres
de sí mismos, les hace olvidar su ignorancia y propia flaqueza y, con fingidas
grandezas, procuran hacer despreciable la humilde sencillez del Niño de Belén que es,
a no dudarlo, el más diáfano esplendor del espíritu de Cristo.
«Sabios orgullosos, espíritus fuertes y pagados de sí mismos», tienen la
hinchazón de la vana ciencia que no llega nunca a regalarse en la sabiduría que nace
de Dios y que es la que edifica, por eso la ciencia del mundo, que es ignorancia
delante de Dios, sólo sirven para sembrar dificultades o destruir el verdadero espíritu
de Jesucristo Esclavo.
Semejantes al padre de la mentira, todo lo buscan y quieren encontrarlo en
las alturas de la humana gloria, en el pináculo del templo. Sobre los astros ponen su
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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solio, y, por este motivo, donde aparece algo que sea humilde lo rechazan «porque no
se acomodan a su orgullo» los términos pequeños sobre los cuales han de fundar sus
juicios.
Y así continua diciendo nuestro Beato:
«Ponen en duda todos los milagros e historias referidos por autores fidedignos,
o sacados de crónicas de las Órdenes religiosas, que dan fe de la misericordia y
del poder de la Santísima Virgen».
En estos casos, olvidados de la respetabilidad de los que hablan, atribuyen las
gracias extraordinarias de María a inventos de la excesiva piedad de los que se
creyeran objeto de tales favores destruyendo, con este modo de pensar, la sencilla
confianza de las almas más doctas en la presencia de María, que ha sido correspondida
por la Madre de la misericordia, y es, y será, con finezas de amor, con dádivas
generosas, con inefables delicias, con dulcísimas pruebas de maternal cariño. Favores
de los que ellos no gustan porque están reservados para los humildes. Divites eguerunt
et esurierunt: inquirentes autem Dominum non minentur omni bono (Ps. 33, 10).
Y si tal hacen con los que deben saber delante de Dios por lo menos tanto
como ellos, ¿qué no harán con lo acaecido a los humildes, o con los actos de piedad
practicados por ellos, a los que sirve de rico estuche la humildad en que se encierran
las preciosas margaritas de la fe más pura?
He aquí como responde nuestro amadísimo Vidente:
«No saben ver sin pena a las gentes sencillas y humildes arrodilladas ante un
altar o una imagen de la Santísima Virgen, a veces en el ángulo de una calle,
rogando a Dios, y hasta los acusan de idolatría cual si adorasen la madera o la
piedra. Dicen que ellos no pueden aprobar esas devociones exteriores y que no
son de espíritu tan cándido que vayan a creer tantos cuentos e historias como
se atribuyen a la Santísima Virgen».
Pero no para aquí la osadía de estos devotos, norma y regla de todo saber y
de todo espíritu, con la salomónica sabiduría que los caracteriza, se atreven a penetrar
hasta en los más venerables estadios de la ciencia cristiana y a juzgar a su capricho los
escritos de los mismos Santos Padres en lo que se refiere a las alabanzas sin límites
que han hecho de la Santísima Virgen. Y así dice nuestro Beato:
«Si se les refieren las alabanzas admirables que los santos Padres han tributado
a María o responden que al hacerlo así hablaban como oradores, exagerando las
cosas, o dan una mala interpretación a sus palabras».
Fariseos intelectuales son estos falsos devotos, y pluguiera al cielo que no fueran
también fariseos morales. Plantas forrajeras, si se me permite la comparación, son estos
devotos, en el campo fecundísimo de la Iglesia, los cuales ahogan las sencillas y
humildes plantas que son el mejor ornato del jardín de la gracia y que viven pudorosas,
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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como emblemas de la humildad y del candor de las virtudes cristianas. Por lo cual,
con muy sobrada razón, acaba diciendo nuestro amadísimo maestro montfortiano:
«Todos estos falsos devotos y gentes orgullosas y mundanas son mucho de temer
y hacen gran daño a la devoción a la Santísima Virgen, alejando de ella a los
pueblos de una manera eficaz, bajo pretexto de destruir sus abusos».
Líbranos, Divina Infantita, de pertenecer al número de estos devotos críticos del
amor que te profesan tus verdaderos hijos. Seamos humildes como esclavos y sencillos
como niños y postrémonos alegres y confiados en que eres nuestra Madre, llena de
misericordia, y nuestra Reina, soberana de todo poder, ya te recuestes en el trono de
ternura de tu pobre cuna, ya te asientes en el que ahora tienes en el cielo, y así ni
tus humildes caricias maternales nos parecerán nimiedades ni tus triunfos de Señora del
cielo y de la tierra serán juzgados como excesivos.
LOS DEVOTOS ESCRUPULOSOS
Por aquello, sin duda, de que los extremos se tocan, después de tratar nuestro
mariano Vidente de los falsos devotos de María que, estimulados por el espíritu de
propia suficiencia, todo lo censuran si no está conforme con el juicio de ellos y
motejan, acremente, las sencilleces de los humildes para honrar a María, viene
ahora a tratar a los falsos devotos marianos, llamados escrupulosos, que todo lo
juzgan igualmente excesivo tratándose de honrar a María, aunque por razón
diversa a los devotos críticos.
Estos se resisten al culto que dan a María los humildes, los ignorantes,
los sencillos, porque no lo creen digno de la grandeza de Dios y de María a quien
honran deseando que los homenajes del culto ofrecieran los formulismos y
aparatosas ceremonias del homenaje a los Reyes.
A los devotos críticos los impulsa el orgullo, la osadía, la jactancia, la
presunción, y porque, en su soberbia, les parece poco María, aunque so pretexto
de compararla con Dios, por eso a Ella también le regatean gracias y honores.
Los devotos escrupulosos son los hijos del falso temor. Los impulsa, como
vulgarmente se dice, la musa del miedo.
No considerando las cosas divinas a la verdadera luz de fe cristiana, piensan
estos falsos devotos escrupulosos que es deshonor para Jesús honrar a María y
por eso deprimen el culto a la Reina de los cielos y, por ese mismo temor, llegan
a retraer a los hombres hasta de acercarse a la sagrada Comunión, olvidando
aquel consolador apotegma, Sacramenta propter homines, y tanto más el sacramento
de la Eucaristía, que, sobre ser el Sacramento por excelencia, es el pan de vida
y la prenda de la vida eterna.
Por exceso, pues, los devotos críticos y por defecto los escrupulosos,
convienen en arrebatar a María el culto que le es debido en todo rigor de justicia,
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supuesta la generosidad sin límites de Dios para con Ella. Y para confirmar lo
anteriormente expuesto dice nuestro Beato:
«Los devotos escrupulosos son gente que teme deshonrar al Hijo honrando
a la Madre, rebajar al uno mientras se ensalza a la otra. No pueden
tolerar que a la Santísima Virgen se la den las justísimas alabanzas que
la han tributado los santos Padres. Ven con pena que haya más gente de
rodillas ante un altar de María que delante del Santísimo Sacramento, ¡como
si aquello se opusiera a esto, como si los que ruegan a la Santísima Virgen no
rogasen a Jesucristo por medio de Ella!
No quieren que se hable con tanta frecuencia y que se acuda tantas veces a
Ella».
Estos falsos devotos por estar más cerca del protestantismo que de los
católicos, tratan, como es natural, de justificar su manera de pensar y de proceder
y, para eso, se empeñan en hacer ver que el honor dado a María es depresivo a
la gloria de Cristo, en lo que manifiestan no ser tan sincero como debiera el amor
que tienen al Hijo cuando tan poco estiman a la Madre que les trajo tan infinito
don.
En testimonio de que así es, pone nuestro Vidente en boca de tales falsos
devotos estas palabras:
«Sus más ordinarias sentencias son éstas, entre otras, ¿Para qué tantos
rosarios, tantas cofradías y tantas devociones exteriores a la Santísima Virgen?
¡En esto hay mucha ignorancia! Esto es hacer de la religión una mojiganga.
Habladme de los devotos de Jesucristo y al pronunciar esta palabra, lo digo
entre paréntesis, dejan con mucha frecuencia de descubrirse. A Jesucristo es
a quien hay que recurrir como a nuestro mediador único, a Jesucristo es
a quien se debe predicar. ¡Esto es lo verdaderamente sólido!»
Esto es hablar de puro Dios, olvidándose que se hizo hombre por nosotros y
para nosotros. Es idealizar en lo más alto para apartar a los hombres de las prácticas
de la religión que nuestro divino y único Mediador Cristo Jesús fundó para, en
cuanto fuera posible, more humano lo honráramos a Él como a nuestro Salvador, y
a todos los medios de que Él quiso valerse para venir a nosotros, de los cuales
el primero, y más excelente, fue su Madre Santísima en cuyo seno Él se desposó
con nuestra humana naturaleza para honrar infinitamente a su eterno Padre, y para
que, por la dignidad casi infinita que recibía la inmaculada virgen a quien Él mismo
había formado digna de ser su Madre, fuera merecedora de todo honor sin otro
reposo que el de no confundirla con Dios pues, por lo demás, al fin es de Dios.
Aunque ese celo del honor del Cristo fuera sincero no dejaría de ser
reprobable la privación del culto que es debido a María.
¿Quién llegará a convencerse de que honrar a la madre es deshonor de los
hijos por medio que ésta sea honrada?
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Para que así sucediera sería preciso hacer exclusión tácita o expresa de los
hijos, pero en nuestro caso sucede todo lo contrario, si se honra a la Madre es
más que por ser Madre por serlo de tal Hijo, siendo, por lo tanto, el primer objeto
de honor al honrar a María su divino Hijo, Cristo Jesús. Ni [tampoco] habrá quien
tenga por descrédito de un artista las alabanzas que a su obra se dirijan, luego
a pari, todas las alabanzas que se dirijan a María, como a la obra maestra del
Altísimo, todas, son honor y gloria del Divino Verbo que habita corporalmente en
Jesucristo según la sublime expresión de San Pablo.
Y si, siendo verdadero ese celo por la gloria del Rey celestial que muestran
los devotos escrupulosos, sería falsa esa manera de honrar a Cristo con menoscabo
del honor de María, ¿cuánto no lo será si de tales devotos, inspirados por el hálito
ponzoñoso de protestantes y jansenistas, puede con tanta hartura de experiencia lo
que dice nuestro celosísimo Bienaventurado:
«Y todo cuanto dice es verdad en un sentido, pero, atendido el fin de sus palabras,
que es impedir la devoción a la Santísima Virgen, es muy peligroso y una
fina red que, con pretexto de un bien mayor, les tiende el demonio, pues
jamás se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a María, ya que,
si a ésta se la honra, es sólo con el fin de honrar más perfectamente a
Jesucristo, en cuanto que sólo se va a Ella como al camino para encontrar
el término adonde se va, que es Jesucristo».
Para que Cristo sea más glorificado, para eso, es honorificada María, para
que Ella nos ayude a mejor honrar a su Hijo, para que Ella nos enseñe cuánto
es el poder y sabiduría de Él, ya que a Ella la hizo tan excelsa, para que, admirando
las bellezas del camino, vayamos más felices y veloces al fin, para que, enajenados
ante la excelsitud del frontispicio, vehementemente, por ver mejor, por vivir en el
divino alcázar de la gloria a donde Ella, la hermosa sin par, la que no tiene
mancilla, nos quiere introducir para que eternamente conmemoremos con los
príncipes de la gloria.
Sí, Madre Inmaculada, Tú fuiste la primera señal y el primer trono sobre el
cual se asentó tu divino Jesús al aparecer delante de los hombres. Lo encontraréis
con María su Madre. Por eso la Iglesia Católica, nuestra santa madre, firme
siempre y valiente en su fe en todas las disputas que los hombres han tenido
acerca de las gracias y privilegios de la Inmaculada Reina, siempre se ha
puesto del lado de los más generosos para reconocer grandezas en la Madre
divina.
Y porque así es, con sobrada razón ha podido escribir nuestro fervorosísimo
Beato estas palabras:
«La Iglesia, con el Espíritu Santo, bendice primero a la Santísima Virgen y
luego a Jesucristo, Benedicta tu in mulieribus, et benedictus fructus ventris
tui, Jesus. Y esto no porque la Santísima Virgen sea más que Jesucristo o
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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igual a Él, lo cual sería una herejía que deberíamos abominar, sino porque,
para bendecir más perfectamente a Jesucristo, es necesario bendecir antes a
María.
Digamos, pues, con todos los verdaderos devotos de la Virgen, contra estos
falsos devotos escrupulosos: ¡Oh María! Vos sois bendita entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de vuestro vientre, Jesús».
LOS DEVOTOS EXTERIORES
Estos son los devotos que más abundan en todas las devociones nacidas. Es muy
propio de nuestra naturaleza corrompida pagarnos de exterioridades. El bien parecer
todo lo justifica entre los hombres del mundo, las mayores ridiculeces son aceptadas por
no aparecer mal a los mundanos. Los mayores desatinos, hasta las más procaces
inmoralidades se justifican, si el mundo las tolera.
Y si esto es propio de todos los tiempos, porque es propio de la corrupción
humana, ¿qué no se dirá de estos nuestros tiempos, por lo que a las exterioridades se
refiere, si son tiempos de puro artificio, de ficciones en todos los órdenes de la vida,
de mixtificaciones en todo organismo social, de falsificaciones en cuanto se come, se
viste y nos recrea?
Ningún siglo fue más amador de llamar la atención sobre sí mismo y, por eso,
si adelantó fue en lo exterior, en lo físico, en lo visible, mientras que la filosofía era
olvidada y la moral corrompida, y se ofrecía a los hombres marquetería por tallas bien
labradas, y deslumbradores vaciados por repujados exquisitos, y cuentos, y fábulas e
infundios de turistas por descubrimientos de concienzudos exploradores, y se
resucitaban los más absurdos errores paganos para darles carta de naturaleza en las
ciencias humanas y hasta para suplantar las verdades divinas, y al bien se le ha llamado
mal, y al despojo beneficencia, y a la tiranía libertad, y al odio fraternidad, y a la
explotadora esclavitud hecha por los grandes para menosprecio de los pequeños le
dieron el pomposo nombre de igualdad.
Y así, falsificado todo en el orden físico, en el intelectual y en el moral, no es
extraño que se viva de puras apariencias y que este espíritu haya invadido hasta las
naves de la casa de Señor en donde no faltan discípulos Cristo que echen, a latigazos
de caritativa represión, a los que con tal espíritu tratan de ensombrecer el espíritu
sencillo y espontáneo del verdadero hijo de Dios.
Por este espíritu reprobable exterior penetró en el templo el adorno de los
grandes salones mundanos y las comodidades, y la música profana, y la oratoria de
las verdades disminuidas, vacía de espíritu de Cristo, que repudia toda exterioridad
farisaica y está repleta de vanas armonías que no pasan más adentro del oído y estragan
el paladar cristiano. Por eso, las mismas almas que pueblan los saraos en las noches,
y los cines, y los teatros, y que van al paseo al desnudo, como si fueran modelos para
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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forjar estatuas del impudor, son las que han llenado, quizás llenan todavía, no pocos
templos a pesar de la virilidad santa con que los obispos han recriminado tan nefandas
costumbres y, si así vive la sociedad en general, ¿podrán acaso encontrarse muchas
almas que sientan informado su espíritu por la verdadera devoción a María?
No, imposible, la moda es la informadora en el exterior y en el interior, la
asistencia al templo es uno de tantos recursos para exhibirse más, los rezos son muy
secundarios y el espíritu de sacrificio cristiano es ajeno a nuestras costumbres, pues
hasta para dar a los pobres se idearon las fiestas de beneficencia, carcoma de la
verdadera caridad y ponzoña que enciende todos los vicios.
No creemos que sea inexacta la apreciación que hacemos de nuestros tiempos
por lo que a su amor en la exterioridad se refiere, y como juzgamos, por otra parte, que
los tiempos de nuestro bienaventurado estaban muy distantes de éstos en la práctica
de tales excesos, por este motivo tenemos por muy pálido cuanto acerca de los devotos
exteriores dice La verdadera devoción, y, por lo tanto, que, si no corregido, hay que
leer este capítulo con todo el aumento que la sólida piedad inspire al católico lector.
Escribe el maestro montfortiano estas palabras en el número 107:
«Devotos exteriores son las personas que hacen consistir toda la devoción a
María en algunas prácticas exteriores que no gustan más que del exterior de la
devoción a esta Virgen bendita porque carecen de espíritu interior, que rezarán
muchos rosarios, pero precipitadamente; oirán muchas misas, más sin atención;
se inscribirán en todas las cofradías, pero sin enmendar jamás su vida, sin hacer
violencia a sus pasiones, sin imitar las virtudes de la Santísima Virgen. Si algo
estiman de esta devoción es sólo la parte sensible, sin gustar lo que tiene de
sólido. Si les falta la sensiblería en sus prácticas, creen que ya no hacen nada,
se desalientan, todo lo abandonan y ya todo lo hacen atolondradamente, de
cualquier manera.
El mundo está lleno de esta clase de devotos exteriores y no encontraremos jamás
quien, como ellos, tanto critique a las personas de oración que ponen todos sus
esfuerzos en conseguir el interior de esta devoción, como lo verdaderamente
esencial, aunque sin menospreciar la exterioridad de la modestia de que siempre
va acompañada».
Lo que acabamos de leer, si bien nos fijamos, supone algo de piedad, algo de
devoción, alguna practica en honor de María, por escaso que sea el espíritu de amor
verdadero con que tales ejercicios se practiquen, pero el colmo en nuestros días es
que se va al templo para no rezar y que se pertenece a las asociaciones por falta de
valor pura decir que no a quien lo propone, o porque esta o aquella cofradía es la que
proporciona la función religiosa de mayor pompa y de más asistencia, porque allí,
aunque sea implícitamente, se citan los jóvenes de ambos sexos para mirarse, para
hablarse, para codearse, para…¡Vergüenza causa este siglo pagano, cuando no asco y
desaliento!
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Medias caladas para cubrir piernas que el vestido, si lo es, deja al descubierto;
mangas de gasa, cuando las hay, para recatar los brazos; descotes provocativos que
acucian toda carnal curiosidad. Esos son los atavíos de que se adornan hoy las señoritas
hasta para colgar de su cuello la medalla de Hija de María, y, lo que es más, hasta
para acercarse a recibir a Jesús en el Sacramento de su amor.
Y siendo esto así, como en efecto lo es, y no como excepción, sí que como
general costumbre, ¿no tendríamos por devotas más tolerables a las que nos pinta
nuestro Vidente, que en las que nosotros tenemos a la vista?
¡Cuánto desearíamos que muchas de las piadosas, de los piadosos bastante poco
hay que decir, se aficionaran siquiera a la devoción sencillísima y fácil de las Tres
Ave Marías!
¡Qué daríamos en nuestros tiempos por ver generalizada la costumbre de rezar
el Santo Rosario entre los que todavía van a la iglesia!
¡Son tantos y tantas los que no enmiendan su vida en nuestros tiempos, aunque
no se atrevan a renegar del bautismo que recibieron, que no sabemos qué sería mejor,
si verlos en su indiferencia con el nombre de católicos y obrando como los más
apartados de la fe, o considerarlos como enemigos declarados de la religión y, como
a tales, combatirlos!
Mas, por lo que a las almas de que habla el bienaventurado maestro se refiere,
las cuales son aquellas que, a lo menos como católicos, cumplen en lo exterior los
dictados de la piedad aunque se preocupan poco del perfeccionamiento interior de sus
almas, pudiendo llegar, como ya se ha llegado, a los más lamentables excesos como
hemos dicho antes, al olvidarnos de la reforma interior de nuestros corazones, no era
justo olvidar a gran número de almas que en su grado relativo de apego a lo exterior
existen en el mundo y hasta en los claustros, que, por una falsa inteligencia de la
vida espiritual o por engaño del demonio, muchas veces hacen consistir su mayor o
menor perfección en sólo lo sensible y, así, son muy recatadas en la iglesia y se les
ve con gran compostura y hasta recogimiento porque eso las llena de satisfacción o
porque así compran las alabanzas de los que las ven, atendiendo más al propio medro
ante las gentes que a la obligación de honrar a Dios reverentemente y al buen ejemplo
que se debe dar a los demás.
Otras personas se jactan de lo que hicieron en orden a sus devociones, a sus
obras de caridad, y en conseguir alabanzas por lo bueno que hacen ponen todo su
empeño.
Pero todavía hay más, mucho más, que podríamos decir de esas otras almas
que pueden ser hasta religiosas y que, como dice nuestro bienaventurado maestro, «si
algo estiman de esta devoción es lo sensible».
Esta falsa devoción exterior es, evidentemente, defecto propio de personas
piadosas. Se engrían con los afectos nacidos de mociones más bien nacidas del propio
sentimiento que de las gracias con las imágenes que les presenta su imaginación, más
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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acomodadas a sus gustos que a la realidad de la verdadera piedad cristiana. Les
deleitan los pensamientos que les inspiran sus inteligencias creyéndolos inspiraciones
de lo alto, y tanto se apegan a ellos que en la aferrada posesión que de ellos hacen
en sus corazones muestran el mal espíritu que los fomenta y, en ese mismo regalarse
en tales bienes del propio natural, hallan las almas la más dura penitencia, pues como
dice el Beato montfortiano:
«Si les falta la sensiblería en sus prácticas creen que ya no hacen nada, se
desalientan, todo lo abandonan y ya todo lo hacen atolondradamente, de
cualquier manera».
¡Desgraciadas almas!
Pluguiera al cielo que volvieran sobre sí, en especial las que están llamadas a
seguir camino de perfección, recordando que la verdadera perfección está en la
sincera devoción de hacer siempre la voluntad de Dios, y que la santidad más sólida
se manifiesta en la más amarga desolación y abandonos divinos, y así, lejos de pegarse
a los regalos del Esposo, apetecerían mejor el hacecillo de mirra que tanto agracia al
divino Pastor que se regala en apacentar entre lirios sus ovejas.
La falta de mortificación interior es la que engendra este espíritu de
exterioridad pues se huye del sacrificio interior por mil pretextos vanos, y más almas
ponen su satisfacción en creer que los demás las juzgan buenas, y otras se convencen
de que en lágrimas y suspiros, en cilicios y disciplinas, en largas y pesadas prácticas
de piedad, en ayunos y vigilias y en pasar las noches de claro en claro y en cosas
exteriores semejantes, aunque sean muy santas, consiste el bien de sus almas,
olvidándose de que la verdadera perfección esta por dentro, como toda raíz vive
escondida en el corazón de la tierra para luego producir frutos sabrosos, y tanto más
abundantes y sanos serán éstos cuanto la raíz penetre más vigorosa en lo oculto de la
tierra.
Las plantas sin raíz sólida apenas si resisten el menor impulso del vendaval que
las azota. Las almas que sólo viven de exterioridades y no de la humildad del corazón,
luego sucumben ante la más liviana tentación que las atribula, por eso se desalientan y
todo lo abandonan fácilmente.
Y tantos son los estragos que causa este espíritu de exterioridad que a muchas
almas en el mundo les hace perder el espíritu verdadero de la fe y por eso murmuran
tanto, como dice nuestro Beato, de los que la tienen.
Y en la vida religiosa, la mitad nos autoriza a contar la parábola de las vírgenes,
y pierden el sincero espíritu de esposa de Cristo que se regala sólo en el tálamo de la
cruz con los que de veras se desposan con Él y, lo que es más triste aún, no faltan
personas religiosas que, por seguir tan engañoso camino, llegan al doloroso estado de
perder hasta la vocación divina con que fueron llamadas a estado de mayor perfección.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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LOS DEVOTOS PRESUNTUOSOS
En una época como la nuestra, la presunción es un vicio que penetra lo más
íntimo del corazón social; nada se escapa del ambiente deletéreo y sutil de esa pasión
que empieza por sustentarse de la más refinada vanidad y acaba por levantarse erguida
sobre la más execrable soberbia.
He aquí por qué nunca la presunción rayó más alto en el mundo. El hombre
se ha creído capaz de alcanzar por sí mismo la perfección. Estamos en los tiempos
de los superhombres y tanto se ha profundizado en este abismo de la humana
soberbia que la idea de Dios casi se ha esfumado en el tranquilo ambiente de la
Teodicea y ha sido relegado al lugar de las cosas inútiles el Dios de la divina
Teología.
Es evidente que, olvidados los hombres de Dios y de todo lo que a Él nos
lleva, puede decirse, en general, que en nuestros tiempos, por excepción, hay
devotos presuntuosos de los que pertenecen a la segunda clase que señala el angélico
Doctor, o sea, aquellos que tan inmoderadamente esperan en Dios, que hasta en
contra de la divina justicia presumen salvarse.
De éstos en especial trata nuestro bienaventurado vidente montfortiano en este
capítulo sin dejar de referirse a los otros, más que soberbios vanidosos, que esperan
conseguirlo todo de sus propias fuerzas.
Pero de éstos decimos como de los primeros, si es tan reducido el número de
los que piensan en su propia salvación y tan tibio el empeño que en ello ponen,
prácticamente apenas si hoy se hallaran devotos de esta clase, aunque no hacemos
afirmación absoluta, porque a la vista tenemos nosotros mismos ejemplares de esta
clase de falsos devotos, y haga nuestra Inmaculada Reina, la Divina Infantita, que
todos los que en estas líneas fijamos nuestra vista, no caigamos en este ruinoso
vicio del que con relativa extensión nos habla nuestro amadísimo Maestro, razón por
la cual nos creemos excusados de insistir más por nuestra parte una vez prenotado lo
que antecede.
Nuestro Maestro en La verdadera devoción a María Santísima, con la claridad
y fervor que lo distinguen, dice:
«Devotos presuntuosos son los pecadores que viven abandonados a las pasiones,
o amadores del mundo que, bajo el hermoso nombre de cristianos y de devotos
de la Santísima Virgen, ocultan el orgullo, o la avaricia, o la impureza, o la
embriaguez, o la cólera, o el perjurio, o la maledicencia, o la injusticia, etc.,
que duermen tranquilos en sus malos hábitos, sin hacerse mucha violencia para
corregirse, con el pretexto de que son devotos de María; que esperan que
Dios los perdonará, que no morirán sin confesión y que no se condenarán
porque rezan el Rosario, porque ayunan los sábados, porque pertenecen a la
cofradía del Santísimo Rosario, porque llevan el Escapulario o ingresan en
alguna congregación mariana, porque llevan el hábito o la cadenilla de la
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Santísima Virgen, etc. Si alguien les dice que su devoción es una ilusión del
demonio y una perniciosa presunción, capaz de perderlos, no le creen, dicen
que Dios es bueno y misericordioso, que no nos ha criado para condenarnos,
que no hay hombre que no peque, que no morirán sin confesión, que un buen
peccavi en la hora de la muerte les basta, además de esto, que ya son devotos
de la Santísima Virgen, que llevan el Escapulario, que rezan todos los días, y
esto sin que sea ostentación y vanidad, siete Padrenuestros y Avemarías en su
honor, que hasta rezan algunas veces el Rosario y el oficio de la Virgen, que
ayunan, etc.
Para confirmar lo que dicen y obstinarse más en su ceguedad, refieren algunas
historias, verdaderas o falsas que para ellos es lo mismo, las cuales han oído o
leyeron en los libros en donde se atestiguan que personas muertas en pecado
mortal sin confesarse, en atención a que durante su vida rezaban algunas
oraciones o practicaban algunas devociones a la Santísima Virgen, o han
resucitado para confesarse, o ha permanecido su alma milagrosamente en el
cuerpo hasta alcanzar la confesión, o por la misericordia de María han obtenido
de Dios, en la hora de la muerte, la contrición y el perdón de sus pecados y,
por tanto, su salvación, esperando ellos que le suceda otro tanto.
Nada hay en el cristianismo que sea tan dañoso a las almas como esta presunción
diabólica porque, ¿podría acaso decir con verdad que honra y ama a la Santísima
Virgen quien con sus pecados hiere, atraviesa, crucifica y ultraja sin piedad a
Jesucristo su Hijo? Si María tuviera que salvar por su misericordia a esta clase
de gentes autorizaría el crimen, ayudaría a crucificar y ultrajar a su divino Hijo,
y esto, ¿quién se atreverá jamás a pensarlo?
Abusar así de la devoción a María, la cual después de la devoción al Santísimo
Sacramento es la más santa y sólida, es, a mi juicio, cometer un horrible
sacrilegio, que después del de una Comunión recibida en pecado mortal, es el
mayor y menos digno de perdón.
Confieso que, para ser devoto de la Santísima Virgen, no es absolutamente
necesario tener tal santidad que se evite todo pecado, aunque esto sería lo
más deseable, sino que se necesita por lo menos, y fíjese bien en lo que voy
a decir, 1º vivir en una resolución sincera de evitar, por lo menos, todo pecado
mortal que ultraje a la Madre lo mismo que al Hijo, 2º hacerse violencia para
no cometer el pecado, 3º ingresar en las cofradías, rezar el Rosario, los quince
misterios u otras oraciones, ayunar los sábados, etc. Esto es de una maravillosa
eficacia para conseguir la conversión de un pecador por más endurecido que
esté, y si tal fuese mi lector, aun cuando se encontrase con un pie en el
abismo, que siga mi consejo, pero a condición de que las obras buenas que
practique, las haga solo con la intención de obtener de Dios, por la intercesión
de María, la gracia de la contrición y del perdón de sus pecados y de vencer
sus malos hábitos, y no permanecer pacíficamente en el estado de la culpa
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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resistiendo a los remordimientos de su conciencia, al ejemplo de los santos y
a las máximas del santo Evangelio».
LOS DEVOTOS INCONSTANTES
Propia es de la naturaleza corrompida la inconstancia. Son tantos los agentes
que nos inducen a preferir hoy lo que ayer desdeñábamos, y viceversa, que es la vida
un constante flujo y reflujo de amores y de odios hacia los mismos objetos y personas,
que al mismo hombre sorprenden con ser él agente indefectible de tanta mutabilidad en
los afectos y apreciaciones que hace de cuanto puede caer bajo la influencia del
entendimiento y de la voluntad.
Las Sagradas Escrituras confirman esta verdad tan profundamente grabada en
nuestro corazón que es inconstante como la luna.
Vivimos, salvo las admirables excepciones de las almas justas, a merced de los
fugaces engaños de las pompas mundanas y de ahí la inconstancia, que se basa sobre
las deletéreas decisiones de nuestra flaca voluntad, la cual, hasta en las almas más
privilegiadas por los auxilios de la gracia, es como un aguijón cruelmente atormentador
que hizo exclamar a los más fieles luchadores de Cristo, «video meliora proboque,
deieriora se quor», con lo que la perseverancia en el bien se nos hace tan difícil que,
para socorrernos en necesidad tanta, nos dejó nuestro divino Redentor la expiatoria
piscina del santo Sacramento de la Penitencia al que podemos acudir cuantas veces
queramos.
Y para robustecernos en el deseo de ser constantes ante los obstáculos
exteriores, y perseverantes a pesar de las dificultades interiores, nos hizo saber el Rey
divino que solo entraría en la gloria inmortal el que luchando con Él perseverare
hasta el fin.
Pero si, a tan fundamentales consideraciones, se añade el espíritu de sutilísima
ligereza que todo lo domina, desde el vano ambiente en que se mueve el alma femenina
hasta esa otra esfera en que por desgracia se manifiesta el alma masculina, salvo muy
raras excepciones que no bastan a modificar, siquiera en un punto, la acentuada flaqueza
en que hoy se desarrollan organismos que debiera crecer muy lejos de la femenina
debilidad, ¿quién esperara hoy hallar devotos constantes?
Y es porque la varonil dulzura que inspira la caridad cristiana, se ha trocado
por la delicadeza materialista que arrebata su templo de sacrificio al espíritu y
adormece a los sentidos, en cambio, en vapores de libidinosos perfumes y en
voluptuosas ansias de goces carnales.
En este estado la sociedad es una sensitiva que se conmueve al más ligero
roce de las alas de un insecto y, si es temerosa de la más soportable molestia, ¿qué
lejos no estará de los sacrificios que supone la constancia?
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Empero, si todo lo dicho explica la inconstancia humana, y de un modo
especial en nuestros días, no es bastante a convencernos de la existencia de gran
número de devotos de esta clase, pues siendo falsa la devoción de demasiado devotos
de hoy, por lo vano y aparatosa, y tan sin efecto para bien parecer en la sociedad,
más bien hemos de llorar delante de Dios la falta de devotos que la abundancia de
devotos inconstantes.
Lo mismo creemos aplicable a los devotos hipócritas. ¿Para qué aparecer
devotos si nadie nos tiene por eso en más? Y no dejamos de juzgar aplicable esta
misma consideración a los devotos interesados.
Poco o nada produce hoy la devoción. Y siendo tan pocos los que acuden a
María en sus necesidades, en tiempos estamos tan distintos de los de nuestro
amadísimo Beato, que siendo, hoy como entonces, reprobable la devoción que sólo nos
lleva a María por bastardos intereses, sin embargo, aunque fuera impulsados por las
necesidades materiales, desearíamos que se moviesen los pueblos para ir a María.
¡Están los hijos de la Iglesia Católica tan apartados de la Reina Inmaculada
que, por cualquiera pretexto, desearíamos a la masa social a las plantas de la que es
el camino para ir a Cristo y la puerta del cielo!
Juzgando suficiente lo que antecede para terminar este artículo de las falsas
devociones, sin otro comentario, leeremos lo que sigue de La verdadera devoción a
María Santísima.
«Los devotos inconstantes son aquellos que sólo tienen arranques e intervalos
de devoción a la Santísima Virgen, tan pronto están fervorosos como tibios;
en un instante parece estar dispuestos a hacerlo todo por su servicio y un
momento después ya no son los mismos.
Les cuesta poco abrazar todas las devociones de la Virgen y alistarse en todas
la cofradías, pero luego no practican ninguna de sus reglas con fidelidad;
cambian como la luna y, por eso, al igual de la media luna que ostenta bajo
sus plantas María, la divina Señora pisa con sus pies en señal de desprecio
esos sus devotos inconstantes, indignos de ser contados entre los servidores de
esta Virgen fiel que tienen por patrimonio la fidelidad y la constancia.
Más vale no cargarse con tantas oraciones y prácticas de devoción y cumplir
pocas con amor y fidelidad, a pesar de cuanto digan el mundo, el demonio y la
carne».
LOS DEVOTOS HIPÓCRITAS
«Hay aún otra clase de falsos devotos de María que son los devotos hipócritas,
los cuales cubren sus pecados y malos hábitos bajo el manto de esta Virgen
fidelísima a fin de pasar a los ojos de los hombres por lo que no son».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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LOS DEVOTOS INTERESADOS
«Finalmente, existe una última categoría de devotos, llamados interesados, que
sólo recurren a la Santísima Virgen para ganar algún pleito, para escapar de
algún peligro, para curar de alguna enfermedad o para cualquiera otra necesidad
semejante, fuera de la cual se olvidarían de Ella. Y así, unos como otros, son
devotos falsos, que nada valen ni para Dios ni para su Santísima Madre.
Guardémonos, pues, de pertenecer al número de devotos críticos, que nada
creen y todo lo censuran, al de los devotos escrupulosos, que temen ser
demasiado devotos de María por respeto a Jesucristo, al de los devotos exteriores,
que hacen consistir toda su devoción en las prácticas exteriores, al de los devotos
presuntuosos, que, bajo el pretexto de su falsa devoción a la Virgen, se encenagan
en sus pecados, al de los devotos inconstantes, que, por ligereza, cambian sus
prácticas de devoción, o las abandonan, apenas sienten la menor tentación, al de
los devotos hipócritas, que ingresan en las cofradías y visten la librea de María
para ser tenidos por buenos y, en fin, al de los devotos interesados, que, si
recurren a la Santísima Virgen, es sólo para que los libre de los males del
cuerpo y les conceda otros bienes temporales».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Capítulo II
Artículo III
LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
SUS CARACTERES
Relacionando perfectamente todo el artículo II de este capítulo con el III
que hoy empezamos, con toda sencillez el Vidente de La verdadera devoción a
la Santísima Virgen escribe en el número 115:
«Después de descubrir y reprobar las falsas devociones a María, es preciso
establecer en pocas palabras la verdadera. Esta es: 1º interior; 2º tierna; 3º
santa; 4º constante; 5º desinteresada».
Cualidades son éstas indispensables en toda devoción perfecta. La virtud es
del alma aunque el cuerpo la sirva como instrumento que exterioriza los actos,
pero en donde hay que estudiar especialmente muchas virtudes es en el lazo de unión
del espíritu con el cuerpo en el que radican las pasiones, por este motivo, el
divino Maestro, si enseña que nuestras buenas obras sean manifiestas a los hombres
para que en viéndolas glorifiquen al Padre celestial, no por eso deja de recomendar
que no aparezca el que hace la obra buena, instándole para que se oculte, sí que,
también, cuando Él se propone como ejemplar de virtudes que nosotros estamos
obligados a practicar, nos enseña que atesora Él esas virtudes en su interior, en su
corazón.
La cualidad primera señalada por nuestro veneradísimo Beato, no puede estar
más en conformidad con el espíritu de Cristo y, por eso sin duda, escribe estas
brevísimas palabras:
PRIMER CARÁCTER: DEVOCIÓN INTERIOR
«1º La verdadera devoción a la Santísima Virgen es interior, esto es, nace
del espíritu y del corazón; y la produce la estima que se hace de la
Santísima Virgen, de la alta idea que uno se forma de su grandeza y del
amor que la profesamos»
Y si es clara y firme esta doctrina, no lo es menos la que expone en el
número 117: la ternura.
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Amar a nuestra madre y no amarla tiernamente es como una paradoja, un
contrasentido. Mas, a pesar de que así debe ser y así lo han sentido y practicado
todos los santos, a la cabeza el Doctor melifluo que nada austero consentía que
vieran en la Reina del amor los devotos de Ella, conviene no olvidar que no se
trata de una sensiblería, ni de sensibles regalos que nos seduzcan, no.
Ella nos consolará, sin duda, más para fortalecernos, para hacernos más
apetecible el camino de la cruz, para ser más amadores de los desprecios, y de
tal modo serán los regalos de la Reina Inmaculada, que Ella nos hará apacibles
los caminos que Ella siguió en su transformación con su Hijo divino desde que
fue concebida hasta que fue asunta, haciendo que no sintamos más ansias que las
de ser perfectos esclavos del Señor y, tan fuertes, que nos sintamos firmes y serenos
sobre la cumbre del Calvario cuando tenga el Rey soberano la misericordia de
llevarnos a sufrir junto a la cruz los terribles tormentos de las almas abandonadas
por Él y atribuladas por los hombres.
Dejando aquí escrito nuestro reproche y acerba condenación del espíritu
sensible que tanto perjudica aun a las almas que más aman la perfección, leamos
al Mariano Maestro.
SEGUNDO CARÁCTER: DEVOCIÓN TIERNA
«2º Es tierna, es decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la
de un niño en su cariñosa madre. Ella hace que un alma recurra María
en todas sus necesidades de cuerpo y de espíritu con mucha sencillez,
confianza y ternura, que implore la ayuda de su celestial Madre en todo
tiempo, lugar y cosa, en las dudas, para que la esclarezca, en los extravíos,
para que la vuelva al buen camino, en las tentaciones, para que la sostenga,
en las debilidades, para que la fortifique, en las caídas para que la levante,
en los desalientos, para que la infunda ánimos, en los escrúpulos, para que la
libre de ellos, en las cruces, trabajos y contratiempos de la vida, para que
la consuele. Por último, en todos sus males de cuerpo y de espíritu halla
en María su ordinario socorro sin temor de importunar a esta tierna Madre y
desagradar a Jesucristo».
La santidad de la devoción es el tercer carácter de que trata nuestro
bienaventurado en el título número 118. Es tanto lo que se dice entre líneas en este
número que prescindimos de tratar de ello, pues si el admirable formador del verdadero
devoto de María nos ha de enseñar la devoción más santa que puede tenerse de la Señora,
es innegable que esta cualidad ha de resplandecer singularísimamente en la parte principal
de este diamantino libro.
Dese el lector por sabio y piadoso por satisfecho con saborear ahora las palabras
del amadísimo Beato que así escribe:
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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TERCER CARÁCTER: DEVOCIÓN SANTA
«La verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa, esto es, hace que el alma
evite el pecado e imite las virtudes de la Santísima Virgen, pero de un modo
particular su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega, su oración
continua, su mortificación total, su pureza divina, su caridad ardiente, su
paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina, que son las
diez principales virtudes de la Santísima Virgen».
¿Es acaso que la devoción a la Santísima Virgen transforma de tal manera
la condición humana que le quita por completo sus defectos naturales?
Vinculada la gracia a la devoción de nuestra Señora, y no sólo la gracia
común y ordinaria, sí que también los auxilios especiales, el corazón humano se
siente tanto menos de barro cuanto más se entrega al servicio e imitación de
su celestial Reina.
Y así su modo natural de ser se va perfeccionando hasta adquirir una
constancia en el bien que contradice su carácter veleidoso y una fortaleza que,
aunque no está exenta de toda flaqueza, le da resistencia para no dejarse vencer
fácilmente o energía para levantarse con prontitud si, desgraciadamente, cae.
Ella es la fortaleza, por lo que mil veces es comparada con la torre
inexpugnable y con ejército bien preparado para entrar en batalla, y a sus devotos
no puede menos de comunicarles algo de sus condiciones personales.
Todo esto lo expresa admirablemente el Beato diciendo:
CUARTO CARÁCTER: DEVOCIÓN CONSTANTE
«4º La verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante, consolida a
un alma en el bien y hace que no abandone fácilmente su práctica de
devoción. La da ánimo para que se oponga al mundo en sus modas y en
sus máximas, a la carne en los disgustos y embates de sus pasiones, al
diablo en sus tentaciones. De modo que, una persona verdaderamente devota
de la Virgen, no es inconstante, melancólica, escrupulosa o temerosa.
Y no quiere esto decir que no caiga, ni experimente algún cambio en
lo sensible de su devoción, sino que, si cae, se levanta tendiendo la
mano a su bondadosa Madre, y, si carece de gusto o devoción sensible,
no se preocupa por ello porque el justo y el devoto fiel de María viven
de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos del cuerpo».
El quinto carácter de la verdadera devoción a la Santísima Virgen es el
desinterés, lo cual es muy natural que sea así, porque la devoción tanto es más
perfecta cuanto más se inspira en el amor, y éste no se preocupa de lo que es
interés personal, sino en profundos sentimientos generosos.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Se ama a Nuestra Reina porque, después de Cristo, es la criatura más
amable. De modo que el verdadero devoto de María la ama, la sirve y se sacrifica
por su honor y gloria sin acordarse de que Ella es generosísima y de que
promete, como su divino Hijo, el ciento por uno. La sirve aunque de Ella nada
esperara porque en ser su siervo tiene puesta su complacencia.
Y esto es lo que expresa el amantísimo autor de La verdadera devoción a
la Santísima Virgen en el siguiente párrafo:
QUINTO CARÁCTER: DEVOCIÓN DESINTERESADA
« 5º Finalmente, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada,
es decir, que inspira al alma que no se busque a si propia sino sólo a Dios
en su Santísima Madre. El verdadero devoto de María no sirve a esta augusta
Reina por espíritu de lucro o de interés, ni por su bien, ya temporal, ya
eterno, ya del cuerpo, ya del alma, sino únicamente porque Ella merece
ser servida y Dios sólo en Ella. Si ama a María, no es por los favores que
ésta la concede, o por los que de Ella espera recibir, sino porque Ella es
amable.
He aquí por qué la ama y la sirve con la misma fidelidad en sus
contratiempos y sequedades como en las dulzuras y favores sensibles. E
igual amor la profesa en el Calvario que en las bodas de Canaán.
¡Ah! ¡Cuán agradable y precioso a los ojos de Dios y de su Santísima Madre
ha de ser aquel devoto de María que no se busca a sí mismo en ninguno
de los servicios que la presta!
Pero, ¡cuán raro es encontrar un devoto así! Para conseguir que no sea tan
exigua esta clase de devotos es para lo que yo he echado mano de la pluma
y escrito en el papel lo que ya en las misiones he enseñado así pública
como privadamente, durante muchos años, con no pequeño fruto».
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Capítulo II
Artículo IV
ANUNCIOS PROFÉTICOS ACERCA DE ESTA PERFECTA DEVOCIÓN
Este artículo que ahora nos toca exponer es en todo semejante al § III del artículo
IV del capítulo l. En él trata nuestro bienaventurado profeta de «Los apóstoles de los
últimos tiempos», en donde retrata con rasgos tan característicos a los esclavos, que ve
con inspiración divina en su mente, que es imposible confundirlos con ninguna otra
congregación religiosa de las existentes hasta hoy.
Y si allí nos mostraba a los «verdaderos discípulos de Jesucristo, que, caminando
sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio del mundo y caridad, enseñarán el
camino de Dios en la verdad pura», ahora, en estos anuncios proféticos, nos hará sentir la
seguridad, que a él le infundiera el Espíritu Santo, de que más tarde o más temprano habría
de aparecer «un gran escuadrón de bravos y valientes soldados de Jesús y de María, de
uno y otro sexo». Y este escuadrón ha de ser el de los verdaderos devotos de María que
nuestro celestial Beato añoraba con tantas ansias como se revelan en estas sus palabras:
« ¡Ah!, ¡cuán agradable y precioso a los ojos de Dios y de su Santísima Madre ha de
ser aquel devoto de María que no se busca a sí mismo en ninguno de los servicios
que la, presta! ¡Pero, cuán raro es encontrar un devoto así!».
Y suspirando por ese devoto, del que siente ansias vehementísimas, que le
atormenta profundamente su corazón, celosísimo, se encara consigo mismo y topando de
primera intención con su ignorancia dice en el número 121, que es el primero de este
artículo:
«He dicho muchas cosas ya de la Santísima Virgen, pero aún tengo muchas más
que decir y, en número infinitamente superior, son todavía las que omitiré ya por
ignorancia, ya por insuficiencia, o ya por falta de tiempo para realizar el designio
que me he propuesto de formar un verdadero devoto de María y un verdadero
discípulo de Jesucristo».
Y llevado del convencimiento de su ignorada se anonada a sí mismo tanto que,
reconociéndose insuficiente para conseguir en objeto de formar un verdadero y perfecto
devoto de María, exclama:
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La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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« ¡Oh!, por cuán bien empleado daría yo mi trabajo, si este humilde escrito,
cayendo en las manos de un alma bien nacida, nacida de Dios y de María y no de
la sangre ni de la voluntad del hombre, le descubriera e inspirase por la gracia del
Espíritu Santo la excelencia y el precio de la verdadera y sólida devoción a la
Santísima Virgen, que ahora mismo voy a descubrir».
Pide al cielo un hombre que llegue a ser verdadero intérprete de lo que él siente
en su alma y, como tiene convicción íntima de que él es incapaz por sí mismo de llevar a
la práctica lo que Dios le inspira, y como él sabe que hace falta quien personifique y viva
lo que él va a enseñar en el nombre de Dios y de María, por eso pide al cielo ese hombre
que ha de señalar con su ejemplo, más que con sus palabras, el derrotero que deben seguir
los esclavos de María y, por conseguirlo y obligar a Dios con lo más que el hombre puede
poner de su parte para conseguir que el Espíritu Santo envíe una gracia singular a los
hombres, con la profunda humildad que resplandece en todo este número 122, exclama
generoso, ofreciendo al Señor su vida a trueque de que El infunda en los hombres el
espíritu de la Esclavitud Mariana que va a enseñar.
Dice así:
«Si yo supiese que mi sangre criminal pudiera servir para que en los corazones
entrasen las verdades que escribo en honor de mi querida Madre y soberana
Señora, el último de cuyos hijos y esclavos soy, con ella escribiría estas líneas,
confiando encontrar almas generosas que por su fidelidad a la práctica que enseño,
resarcirían a mi querida Madre y Señora las pérdidas que Ella experimenta por mi
ingratitud y mis infidelidades».
Y después que tanto se ha humillado, y cuando en su generosidad y
anonadamiento de todo punto sinceros delante de Dios ha dado cuanto ha podido dar,
Dios obra, como quien es siempre para los hombres, con largueza y misericordia divinas,
y consuela a nuestro celosísimo Vidente y amadísimo Padre a la manera que consolara a
su Hijo muy amado en el Jordán y en las olivas, enviándole las gracias que podía consolar
y robustecer su alma sedienta de Esclavitud, y así como el que pasa de polo a polo, como
el que siente por un momento que el favor de Dios se inclina hacia él y se olvida de su
propia miseria, estribando en Dios y en sólo él con la firmeza de la gracia divina que lo
inspira, prorrumpe en frases certísimas acerca del advenimiento de los esclavos de amor,
y con ellos el reinado de Cristo en los corazones. He aquí sus admirables palabras:
«Ahora me siento más que nunca animado a creer y esperar todo lo que tengo
profundamente grabado en el corazón y, que muchos años ha, vengo pidiendo a
Dios, a saber: que tarde o temprano, la Santísima Virgen tendrá más hijos,
servidores y esclavos de amor, que nunca, y que, por este medio, Jesucristo, mi
amado Dueño, reinará más que nunca en los corazones».
Pero esto no era bastante. El hombre que tenía grabadas en su alma las luchas
incesantes que habían de trabarse en todo tiempo entre María y Luzbel y los hijos y
corifeos de la una y del otro respectivamente, no podía olvidarse en este momento de que
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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Satanás, combatiría denodadamente a él, escogido por Dios para ser el profeta de la
Esclavitud mariana, y todos los que el transcurso de los siglos habían de afiliarse a los
escuadrones defensores de la gloria de Dios y de su Cristo bajo la potente, cuanto humilde,
bandera de la Esclava del Señor.
Y para más evidenciar la verdad de la guerra satánica en contra de los esclavos y
esclavas de la Inmaculada Reina, hace otra profecía que ha tenido perfecto cumplimiento
respecto de este diamantino libro que exponemos, asegurando que pesaría sobre él la
terrible persecución de lo desconocido, de lo olvidado, del silencio. Con lo que al propio
tiempo patentiza que no debemos tener tan olvidada la intervención diabólica en las obras
de Dios, a las que se opone siempre y cada día con más saña, especialmente si se trata de
obra que glorifica a la Reina de los ángeles, y más especialmente a ésta por cuanto en
todas sus manifestaciones tiene por fundamento la más profunda humildad y dejación de
sí mismo.
Nuestro sublime Bienaventurado dice así en el número 123 de su áurea Verdadera
devoción
«Preveo que saldrán fieras espantosas que, enfurecidas, intentarán destrozar este
humilde escrito y aquél de quien el Espíritu Santo se ha servido para escribirle, o,
a lo menos, esconderle en las tinieblas y el silencio de un cofre a fin de que no
aparezca, y hasta atacarán y perseguirán a aquellos y aquellas que lean y le pongan
en práctica».
Más de un siglo estuvo olvidado este inspirado libro. Esta profecía
confirmada por el más notorio hecho, nos lleva como de la mano a que
creamos en que han de realizarse las que dice a continuación, pues, como
muy oportunamente dice el Padre Faber refiriéndose a la profecía que
acabamos de leer:
«A pesar de todo profetizó, a un tiempo, su aparición y su éxito, todo lo cual se ha
cumplido al pie de la letra. El autor murió en 1716 y este Tratado fue hallado, casi
por casualidad, por uno de los sacerdotes de su congregación en San Laurent sur
Sevre en 1842, y siendo esto así, ¿quién se atreverá a dudar de la valiente profecía
que sigue a continuación en este mismo número y que es perfectamente gemela
de la que hizo en el último tercio del número interior?
¡Pero no importa!, dice con la seguridad de quien todo lo puede en Aquél que lo
conforta, ¡mejor todavía! Esto mismo me alienta y me hace esperar un gran éxito,
es decir, un gran escuadrón de bravos y valientes soldados de Jesús y de María, de
uno y otro sexo, que combatirán al mundo, al demonio y a la naturaleza
corrompida en los tiempos de peligro que vendrán como jamás los hemos visto».
Las palabras no pueden ser más terminantes.
Quedan profetizados esclavos y esclavas como ejército preparado por María para
luchar especialmente en contra del mundo, del demonio y de la carne, en los tiempos de
extraordinario peligro para las almas que habían de venir.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen – Luís María Montfort de Grignion – Primera Parte FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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En terminando el amadísimo Beato la profecía de los esclavos y esclavas, como
quien sabe que es un abismo ignoto lo que él acaba de sondear, iluminado por el divino
Espíritu, exclama con San Mateo y dice: «Qui legit intelligat. Qui potes capere, capiat».
Han pasado dos siglos. Esas dos centurias se adelantó el Beato Grignion a su
tiempo. ¿Quién dudará que estamos en los tiempos de peligro que habían de venir como
se han visto?
Lo que el Beato contemplaba a través de las sombras de la profecía, para nosotros
es un hecho que vemos y tocamos.
Han llegado los tiempos de peligro. Para salvar a las almas se impone la necesidad
de ese gran escuadrón de bravos y valientes soldados que, con Jesús y María y por ellos,
en ellos y para ellos, estén dispuestos al anonadamiento de la esclavitud Mariana y, por
escala, subir a la perfección de los más altos cedros del Líbano.
Para nosotros, hoy, eso es lo que hay que entender:
Que hacen falta esclavos y esclavas, vaciados en el molde que ansiaba el
amadísimo Vidente, en el que se forme el alma biennacida a la que Dios le descubra y le
inspire la verdadera y sólida devoción a la Inmaculada.
La Esclavitud está en el mundo; buscadla y la encontraréis.
Derechos de autor registrados
2016 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado (Edición).
Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
La verdadera devoción a la Santísima Virgen. Federico Salvador Ramón
Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia
Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La
Inmaculada Niña.
http://angarmegia.com - [email protected]