Los Pioneros
del Periodismo
Pereirano
Silvio Girón Gaviria.
Premio concurso de periodismo Ciper 1987
En memoria de mi primogénito Silvio,
Víctima a los 32 años de otro crimen
que se quedó en la impunidad.
Para Walter el menor, que acaba de
Alcanzar la serena cumbre de sus siete
Años.
Los Pioneros
del Periodismo
Pereirano
Silvio Girón
© 1994
SILVIO GIRÓN GAVIRIA
Reservados los derechos de esta edición
Prohibida la reproducción total o parcial
Por cualquier medio.
Primera Edición 1000 ejemplares.
Tel: 3218533508
Pereira – Risaralda
Portada, Aldemar Girón Echeverri
PRESENTACION
Este trabajo, que gano en 1987 uno de los Concursos de Periodismo realizados por el
Ciper, no tiene otro objeto que rescatar del injusto olvido, a unos periodistas que
fueron en Pereira, los pioneros de una mal pagada y peligrosa actividad.
Este servidor hizo parte de ese grupo intuitivo y casi genial, no por que tuviera
condiciones de periodista, sino por la entrañable amistad que desde niño me unió a
Uriel Londoño López, uno de los más originales y auténticos hombres de prensa
hablada y escrita, que he conocido ya en larga vida. El me vinculo a El Imparcial
donde trabajaba. Allí publique mis primeros artículos y cuentos, con los cuales
prácticamente inicié mi formación periodística y literaria.
En esa casa periodística que orientaba Rafael Cano Giraldo. –al que hace rato la ciudad
le esta debiendo un homenaje- hice amistad con Alberto Enrique Figueroa el
formidable locutor, magnífico periodista y excelente poeta, quien ya estaba inmerso en
los cenégales del alcoholismo que lo llevaría inevitablemente a la tumba.
Conocí, admiré, y traté a Víctor M. Bermúdez (Brummel), del cual se me dice que en su
meritoria vejez está viviendo en Pereira a la que regresó después de muchos años de
trasegar humorismo en Bogotá. Sería la oportunidad de aprovechar el testimonio
viviente de éste escritor y periodista de larga trayectoria, de cuyo primer libro de
poemas “La niña de Cicatriz”, no queda un ejemplar.
Mi ciudad carece de memoria, estimula poco sus propios valores y ostenta una
marcada ingratitud para con quienes realizaron un periodismo digno, esclarecedor y
valeroso, que se puede comparar con el actual reducido a su mínima expresión,
precisamente en la sorprendente época de inconcebibles avances tecnológicos y
espaciales.
Esto pues, es una añoranza, un dolor y un gesto tardío de amor y admiración para esos
periodistas singulares y valiosos, que escribieron una historia que se impone rescatar y
preservar, de los cuales perviven unos pocos, pobre, envejecidos, desengañados,
marginados y olvidados.
S.G.G
Pereira, Julio 8/94
LAS PRIMERAS PUBLICACIONES
Si alguien se propusiera realizar un estudio sobre las publicaciones
periodísticas editadas en ciudades colombianas con excepción de
Bogotá encontraría que Pereira se lleva las palmas en ese campo.
Considerada por muchos como ciudad fenicia por su carácter
mercantilista y la despreocupación cultural de sus gentes, demuestra,
que lo anterior es una especie de propaganda negra prolada por
quienes no nos conocen y por sus mismos hijos que, de esa manera, se
desquitan de la indiferencia que la clase dirigente, empresarial y
política, ha mantenido en relación con sus propios valores.
Evidentemente, la ciudad no ha sobresalido literariamente a nivel
nacional, con la sola excepción del poeta Luis Carlos Gonzales.
Eso a pesar de que promovemos un premio nacional de novela que casi
siempre se llevan escritores de otras partes, y al cual los cenáculos
literarios de Bogotá nunca le han concedido la menor importancia. Este
concurso y otros que aquí se realizan, se encuentran de capa caída
pues las convocatorias solo concitan la presencia de nueve o diez
literarios. Sin embrago, contamos con escritores y poetas de valía, que
no sobresalen gracias a la miopía de burocracia cultural, cuyo
conocimiento no es muy amplio sobre lo que tenemos en ese campo.
Como las intenciones de éste ensayo no son los de tocar el espinoso
tema literario sino los aspectos periodísticos, podríamos decir que
Pereira desde 1885 cuenta con una novedosa e interesante tradición
llena de logros e incluso de genialidades, nacidas de la improvisación y
la necesidad.
Desde el momento en que el educador Heliodoro Peña fundó La
Defensa, entre 1905 y 1909 Pereira era una aldea insignificante,
aguerrida y muy liberal. En esa época se editaron más de diez
periódicos que, por razones obvias, no circulaban diariamente sino
cuando podían, y de ahí les viene el nombre de cadapuediarios. En
1910 el número de publicaciones llegó a 20, suponemos un tanto
erróneamente que para un escaso número de lectores. Dignas de citar
son: El Municipal, La bandera, El Can. Posiblemente ésta última
inspiro a Néstor Cardona Arcila para tomar el seudónimo de Can y darle
vida humorística a El Fuete, que con sus cincuenta y cuatro años de
aparecer con alguna regularidad, airea y pone en solfa no sólo la
política y sus endebles protagonistas, sino los acaeceres y sin razones
que signan a ésta capital sui-géneris, tremendamente vital, a pesar de
sus aparentes fallas.
Eran los tiempos heroicos y maravillosos de un periodismo incipiente
que se enfrentaba con denuedo al atraso, al clericalismo y a la más
cerrada ortodoxia conservadora. Los periódicos se imprimían mediante
tipos y chibaletes levantados letra por letra, o sea que no se presentaba
el asombroso desperdicio de papel que se evidencia en los medios
actuales, cundidos de computadores y aparatos sofisticados
enormemente costosos, que convierten a la actividad periodística en
una mal pagada y enloquecedora parafernalia, donde el talento y la
capacidad es los de menos. Las máquinas de escribir eran escasas y
tanto el editorial como los artículos de fondo los levantaba el director,
quien muchas veces hacía de prensista, impresor y distribuidor en
forma admirablemente rudimentaria, de las que se conservan
sorprendentes ejemplos en los archivos de la Biblioteca Pública
Municipal.
Cristóbal Mejía Duque, hermano del legendario dirigente liberal Camilo,
vivió épocas azarosas y aventureras en su tarea de imprimir hojas en
los pueblos más recalcitrantemente conservadores de la provincia
caldense. En la semana levantaba el pasquín y el Viernes lo imprimía
para ponerlo a circular el Sábado, en manos del bobo del pueblo o de
su primogénito Camilo, que lo vendían a dos o tres centavos. Insertaba
en él panfletos anticlericales como la oración de José María Vargas
ante la tumba del poeta Diógenes Arrieta, las poesías y los discursos
tremendistas de José María Rojas Garrido, ante cuya muerte en Bogotá
de una polémica y brillante carrera en el parlamento, los sacerdotes
cerraron las iglesias, negándose a oficiar una misa por el alma del
furibundo liberal e irreverente ateo. Imprimía igualmente las catilinarias
de los escritores centenaristas, quienes muchas veces pagaban su
osadía con el destierro y la cárcel, sin que faltaran los atentados contra
su vida. En nuestro medio, el desconocimiento a los derechos humanos
y la violencia homicida no han sido tan nuevas que digamos.
Luego de entregado el periódico al bobo o a su hijo Camilo de
poquísimos años de edad, Cristóbal se encerraba a emborracharse y a
esperar los acontecimientos que se precipitarían inevitablemente. Los
enfurecidos conservadores lo buscaban para apalearlo y como no lo
encontraban, caían principalmente sobre el bobo repartidor, al que
bañaban en la pileta pública y luego encendían fogatas furentes con las
hojas de la abominada edición.
En 1910 nació El Imparcial dirigido por Jesús María Quintero del poco
o nada sabemos. La vida de la república fue efímera como las otras,
pero el nombre lo retornó Rafael Cano Giraldo en 1948, para cubrir una
parte importante de la citadina vida pereirana.
A propósito, antes existió otro Rafael Cano Giraldo, que aparentemente
tenía nexos familiares con los propietarios de El Espectador, que se
fundó e inicialmente apareció en Medellín.
En 1929 se importó de la capital antioqueña a don Zenón Jaramillo,
quien llego a lomo de mula –como nuestra madre- para organizar el
primer cuerpo de bomberos, del que durante años fué director férreo.
En 1930 llegó en campaña presidencial el candidato Enrique Olaya
Herrera que rompió una hegemonía conservadora de muchos años. El
candidato presidió una concentración política y se desconocen las
causas para que Don Zenón saliera con uno de los carros de bomberos
y les arrojara agua a los manifestantes, disolviéndolos posiblemente con
la ayuda de la policía.
Al otro día Rafael escribió una página violenta contra don Zenón: y éste,
dos días después, lo mato por la espalda de tres disparos cuando
inadvertidamente charlaba con unos amigos a las puertas del caserón
que hoy es el palacio municipal. No se sabe si contra el comandante de
Bomberos se inició algún proceso, pues ni siquiera fue encarcelado. De
don Zenón sabemos que era irascible, autoritario y temperamental. En
su cuartel tenía unos feroces mastines que azuzaba contra todo el que
pretendía cobrarle una cuenta. Rafael Cano –que nada tenía que ver
con Rafael Cano Giraldo- inició la larga cadena de periodistas
asesinados en nuestros país. Si el emperador romano Caracalla hizo
arrasar Alejandría porque un poeta de ésa ciudad lo molestó con un
epigrama, el conservador y cristiano británico Gladstone hizo
bombardear a ésta misma ciudad por parte de la flota inglesa en 1887,
porque la ciudad no pagaba sus deudas a los banqueros ingleses y
franceses, es muy factible que nuestro comandante, mediante un
razonamiento elemental y salvaje, decidiera también masacrar por la
espalda a quien se atrevió a criticarlo públicamente.
Las publicaciones se graneaban, multiplicaban y casi todos quedaban
en el camino, a excepción de El Aguijón fundado en 1948 por Jesús
Antonio Cardona, y el cual tuvo una larga vida.
LA PUJA FENOMENAL
El Diario, fundado en 1929 por Emilio Correa Uribe circuló casi hasta
los 80, eliminado por la aparición de La Tarde y El Diario del Otún
liberal y conservador, que con sus modernos equipos de impresión, lo
asfixiaron económicamente. El Imparcial también desapareció y en sus
talleres se imprime esporádicamente El Impacto de Hoy, dirigido por
Libardo Gómez Gómez, quien diariamente libra una hermosa y desigual
batalla de supervivencia, frente a los dos poderosos rotativos, que
acaparan las pautas publicitarias.
Queremos detenernos en estos dos periódicos en éstos dos periódicos:
El Diario y EL Imparcial, que debieron de afrontar dificultades técnicas
y financieras muy grandes para salir a la luz pública diariamente.
Llenaron el vacio de la falta de libros y espectáculos artísticos que se
compensaban con los escapismos etílicos de fin de semana, las riñas
de gallos y las temporadas toreriles o boxeriles, con los que los
habitantes de incipiente ciudad disipaban el tedio y la modorra
pueblerinas, la pacatería de las costumbres en las que predominaban
los desfiles religiosos, las marchas de los colegios y las festividades que
para recolectar fondos con fines cívicos y caritativos, organizaban las
niñas más prestantes de la sociedad.
En una crónica de El Diario del 25 de Junio de 1930, leemos el
siguiente titular: “tardes boxeriles en Salón Pereira”. Luego la
información: “Bajo el amparo de un sol incandescente, un público
ansioso espera el espectáculo movido por el deseo de encontrar un rival
de Schmeling. A cada instante la turva (sic en el original) lanza el grito
que significa la orden de dar principio a la tarea que una semana
alimenta la afición boxeril. Los simpaticos empresarios se mueven
nerviosos, procurando un rato digno de un esfuerzo bien intencionado.
La tarde parece estática contemplando con entusiasmo las cabezas
inquietas de los boxeadores que se mueven al compás de una
esperanza de triunfo. De repente surgen en medio de aplausos
enormes los dos púgiles con que se da principio a la PRIMERA
PELEA”.
“Miguel A. López (Jaguarcito): Rubén Espinosa (Vampiro). Convenidos
6 rounds. Posición de atletas domínanse con su valor soportando los 6
rounds. Los aplausos se confunden dando el triunfo al primero o sea a
Miguel A. López”.
De más está anotar que los fugiles contratados por los simpáticos
empresarios para que se molieran a golpes, pertenecían a los más
bajos de la población y eran escogidos entre los más peleadores y
corajudos de las galladas, sin que importara mucho si tenían
condiciones técnicas para pelear. Estos encontraban en el boxeo la
forma de ganar unos pesos y gozar de una efímera fama, a costa de la
salud y la misma vida. Algunos quedaron bobos o fallecieron en hospital
luego de una “memorable y valiente pelea” como la reseñaba el
desconocido periodista deportivo. Los simpáticos empresarios cazaban
fuertes apuestas a favor del pegador con menos posibilidades y
arreglaban la pelea para que cayera el favorito y así redondear jugosas
ganancias. Utilizaban soborno o la amenaza física si el boxeador no
accedía fácilmente a su pretenciones. Otras veces hacían desaparecer
al taquillero con la plata de las entradas, dejando chasqueados a
boxeadores y empleados quienes no recibían un centavo. Escondían al
ladrón en sus casas durante varios días mientras pasaba el escándalo;
y luego lo despachaban para Cali o Bogotá, donde los otros
empresarios lo contrataban mientras se olvidaba el asunto, y ellos se
embolsillaban los dineros.
De temporadas salieron boxeadores famosos como el negro Cherry
quien murió loco en Bogotá; Siete vidas que tenía una increíble
capacidad para recibir y devolver golpes y Luis Landford, uno de los
mejores fajadores que se dio en nuestro medio, y el cual por su
apostura tenía hinchada propia entre pelafustanes y mujeres de tres en
conducta. Su fama trascendió e hizo temporadas en Cali y Bogotá,
donde participo en campeonatos nacionales. Los periodistas lo
llamaban “La Esperanza Matecaña”. En realidad su nombre era Luis
Eduardo Granada y tuvo el buen tino de retirarse a tiempo del boxeo.
Vivió en los Estados Unidos y adoptó en una notaria como nombre
propio, el seudónimo que le dio popularidad aunque ningún dinero.
Actualmente vive en Cali y solo esporádicamente visita la ciudad donde
nació.
Aparte de éstos espectáculos, pues el Futbol no gozaba de mucha
popularidad, aunque ya había nacido el Deportivo Pereira, a las gentes
les quedaba el cine con sus series de aventuras y las radionovelas. Las
emisoras movidas por las circunstancias, tenían que improvisar artistas
y personal de la ciudad, con lo cual se generaban fuentes de empleo.
Estas con sus radioteatros eran focos de irradiación cultural donde el
artista, el cantante aficionado tenían oportunidad de mostrar sus
condiciones. “La hora Sabrosa” fue un programa radial que durante
muchos años orientó Raúl Echeverry “Jorgito” y era escuchado en
todo el país, gracias a la poderosa onda corta de la Voz Amiga, que
cubría incluso varias ciudades del exterior. Esto se perdió cuando los
monopolios en Bogotá formaron dos grandes cadenas que mataron el
talento y la iniciativa, dejando a estas emisoras como repetidoras de sus
programaciones.
El mérito de los dos periódicos rivales consistió en que cimentaron el
diarismo y, consiguientemente, la actividad periodística como oficio del
que se vivía. De 1930 en adelante, los periódicos fueron liberales casi
sin excepción. El magistrado Javier Ramírez Gonzales, -extraordinario y
cincelado editorialista- nos contaba en una entrevista, que durante
cincuenta años había tratado de fundar un periódico conservador en
Pereira y sólo lo había logrado en 1982 con “El Diario del Otún”.
LOS PERIODICOS PIONEROS
El objeto de éste ensayo no es el de detenernos en el periodismo
actual, sino en el que se inició empíricamente y asumió una tarea de
fiscalización frente a los poderosos grupos que se fueron afianzando a
medida que Pereira dejo de ser una bellísima aldea y se transformo en
una capital empeñada en quemar etapas de progreso a toda costa. El
crecimiento fue vertiginoso. En 1930 la cuidad ya tenía teléfonos
automáticos, cuando Cali, Bogotá y Medellín contaban con auriculares
por los que se debía pedir la llamada. Funcionaban tres plantas
eléctricas que cubrían las necesidades del comercio, la industria y sus
habitantes, las que fueron desmanteladas e incluso vendida una planta
a Corelca, cuando la Chec inicio funciones y le suministro energía a los
tres departamentos. Con las uñas y sin que se robaran un centavo ni se
negociaran empréstitos, se construyo el palacio municipal. Los
rascacielos reemplazaron las bellas edificaciones de bahareque de dos
o tres plantas, entronizando una arquitectura similar a las que existen
en las populosas, abigarradas y violentas ciudades norteamericanas.
Este progreso transformó la pobreza en miseria, en hacinamientos, en
descompensaciones sociales, en homicida violencia, traída por las
migraciones causadas por la violencia política de los cuarenta.
Para éstas gentes no había servicios públicos apropiados ni trabajo.
Las congestiones, el nacimiento de tuguriales zonas barriales acabó
con el empuje y el entusiasmo cívico de otras épocas. Sobre las
pereiranas se tejió una leyenda negra de la que no han podido librarse.
Se habló de la desenfrenada Lolitis, de nuestras féminas, y de una
inseguridad y violencia que desafortunadamente no podemos negar, así
alcaldes y gobernadores persistan en cerrar piadosamente los ojos ante
los hechos. Incluso la fama de cívicos nos perjudico a nivel nacional,
pues los presidentes anteriores a Gaviria, nos consideraron capacitados
para avanzar y de paso solucionar nuestros problemas, sin necesidad
de ayuda.
Podríamos asegurar casi con plena certeza que el mal llamado avance
periodístico actual, se debió en gran medida a éstas dos humildes
publicaciones de ocho páginas, que sin embargo, al revisarlas muestran
una calidad tipográfica más elemental y bella que las que a todo color
aparecen en las sofisticadas publicaciones actuales. Fue Rafael Cano
Giraldo quien decidió importar, endeudándose hasta los ojos, el primer
linotipo que revolucionó el diarismo y las artes graficas, y de los cuales
aún perviven algunos como obstinados en no dejarse sacar de escena.
El segundo, linotipo lo trajo para El Diario Don Emilio Correa Uribe y en
ellos para bien o para mal, se escribió la historia de nuestra ciudad, a la
que habrá que volver con el fin de que la memoria de Pereira no
continué durmiendo en los anaqueles olvidados de la Biblioteca Pública
Municipal.
DISCORDIAS Y RECELOS
A pesar de ser liberales y directores de Periódico, Emilio Correa y
Rafael Cano se comportaron como enemigos cordiales. Cuando El
Imparcial nació en 1984, El Diario dominaba prácticamente a la opinión
pública, contaba con el apoyo de la clase política y era el dueño casi
exclusivo de las pautas comerciales. Don Emilio era altivo, sereno,
aristocratizante; Rafael apasionado, nervioso, emergente y vengativo. El
primero nunca se rebajó a pelear directamente con el segundo y
aunque El Diario ignoraba olímpicamente a El Imparcial, la puja era
terrible.
Rafael Cano resultó más hábil para escandalizar con la noticia, para
hostilizar a las prestantes clases sociales que los miraban como un
advenedizo. Tuvo iniciativas audaces para conseguir avisos y se dio sus
mañas para lograr que le pagaran suscripciones anticipadas, algo que
no ha logrado ningún diario en el mundo. Durante la violencia política
que sembró de cruces los campos colombianos, don Emilio Correa y
uno de sus hijos, fueron asesinados en carreteras del Valle por los
llamados pájaros, sicarios conservadores que tenían como fin aterrar a
poblaciones rurales liberales.
La caída del gobierno de Laureano Gómez instauró la dictadura del
general Rojas Pinilla, que fue uno de los favorecedores de León María
Lozano el Cóndor, que sembró el terror en el Norte del Valle y fue
inmortalizado en la literatura por el tulueño Gustavo Álvarez
Gardeazabal. Para Estanislao Zuleta esa violencia, a la postre solo vino
a ser una especie de contrareforma agraria no estudiada
suficientemente.
El imparcial era más populachero que su rival. Dio oportunidades de
trabajo y edición a poetas y escritores incipientes, muchos de los
cuales, inevitablemente derivaron hacia el periodismo por la oportunidad
que tenia de trascender con sus poemas y cuentos, poniéndolos en
contacto con el público. Mientras producían literariamente, perseveraron
en una actividad reporteril que se inocularía en la sangre y de la cual ya
no nos libraríamos nunca.
Éramos jóvenes e ilusos convencidos de nuestra genialidad. Muchos
quisimos escribir en El Diario, mientras don Emilio vivió. Esto sólo
vinimos a lograrlo muchos años después, cuando el director era Alfonso
Jaramillo Orrego y Cesar Augusto López Arias dominaba el ambiente.
EXTRAORDINARIOS PERIODISTAS.
Aunque ponernos a hablar de los mejores como hacen anualmente en
Bogotá no deja de conllevar a maniqueas apreciaciones, es evidente
que los periodistas más significativos y que dejaron huellas, pasaron por
El Imparcial. Uriel Londoño López, quien emigró hacia Bogotá donde
ejerció la profesión en orientación el radionoticiero que dirigió Juvenal
Betancur y trabajo en los diarios más importantes de la capital, murió
hace poco trágicamente en circunstancias no esclarecidas. Unos dicen
que lo mató un automotor y otros que lo molió a golpes una patrulla
policiva en Usme, una población cercana a Bogotá. Uriel fue uno de los
pioneros del periodismo pereirano y curiosamente se lo desconoce
ostensiblemente, así lo recuerden Rafael Cano y don Ricardo Ilián con
los cuales trabajó. Sus compañeros de generación éramos escritores y
poetas, mientras él fundamentalmente, era periodista. Dominaba
intuitivamente el oficio, tenía olfato para la noticia y sin ser culto escribía
con síntesis magistral y una vena humorística plena de originales
hallazgos.
No solo fuimos amigos de la infancia, sino que de él recibimos lecciones
inolvidables. La afinidad electiva y selectiva, hizo que de alguna manera
nuestros estilos se fundieran o hermanaran.
Mucho le robamos y le debemos, y le debemos, y acaso lo destacable
que nos distinga en ésta profesión, a él le pertenece inobjetablemente.
Uriel conformó con Alberto Enrique Figueroa y Víctor M. Bermúdez
(Brummel) la tripleta formidable que impulsó a El Imparcial durante más
una década. Se libraron resonantes batallas, se hicieron denuncias con
libertad casi aliendrada en el libertinaje, para cuestionar unas rapiñas
derivadas de un sistema injusto que ya mostraba las uñas en cuanto a
irresponsabilidad, incapacidad y flagrante corrupción administrativa.
Uriel se expatriaría a Bogotá y nunca más regresaría a la ciudad que lo
conoció de niño, después de que su madre llegara con él de Manizales,
donde había nacido. Estudió en escuelas y colegios, correteó nuestras
calles y con Pedro Cano hacíamos dominicales excursiones de pesca
para correr de piedra en piedra, los tuterales ríos Otún y Consota,
preñados de paseantes y bañistas. La última travesura la hicimos ya
mozalbetes, cuando completamente borrachos y montados en un
jamelgo, cruzamos a toda velocidad por la plaza del libertador, como se
de alguna manera estuviéramos prefigurando al Bolívar Desnudo.
Figueroa, Uriel y Brummel hicieron un moderno, pero a veces
disparatado e irresponsable periodismo. Rompieron con la tradición de
seriedad y con las grandes concepciones que caracterizaron a El Diario.
Se mofaban de todo y a la luz pública salieron crónicas, noticias
inventadas, cuando se carecía de tema, cuentos y sonetos memorables,
confeccionados en llave por Figueroa y Brummel, quienes hicieron
famoso el seudónimo Alfil and Brummel.
Pasó también por El Imparcial el belumbrense Miguel Álvarez de los
Ríos con su estupendo estilo, su sorprendente memoria y su capacidad
para filtrar y adaptar a sus propósitos, ideas ajenas o crónicas
aparecidas en publicaciones del exterior. Como el Borgiano personajes
Funés el Memorioso, Miguel sin utilizar bolígrafo o las grabadoras que
llegaron después, es capaz reproducir con sus puntos, comas y ceceos,
lo dicho por su entrevistado. Llegado a contrapelo de los pioneros,
produjo impecables páginas literarias y una crónica memorable sobre
“Los Primos”, mostrando con ella mostrando con ella la forma como una
casta familiar de liberales y conservadores, se viene repartiendo el
poder en la ciudad desde los tiempos de la fundación. Según Miguel,
dicha casta arranca con don Gonzalo Vallejo que es algo así como el
Paterfamilis, continuó con Camilo Mejía Duque casado con Josefina
Trujillo tía del actual presidente de Colombia Cesar Gaviria y terminó
con Oscar Vélez Marulanda, Emiliano Isaza etc. Esta página, como los
mortíferos artículos que produjo contra la clase dirigente, la firmo con
seudónimo pues su nombre solo aparece en los artículos elogiosos o en
las muy confeccionadas páginas que a menudo aparecen en
Suplemento Literario de El tiempo.
Cesar Augusto López Arias fue otro de los periodistas forjados en El
Imparcial cuando prácticamente había pasado el ciclo de los pioneros,
magníficos e intuitivos comunicadores. Reportero nato, formidable y
activo, carecía sin embargo de las capacidades estilísticas y de la
magia improvisadora de los otros. Con un léxico más bien pedestre, por
su audacia e inconmensurable ambición, fue figura descollante y
alcanzo a aparecer en programas de televisión. Superó a sus
antecesores en su influjo sobre la sociedad, y en el poder y la fortuna
que llego adquirir en pocos años. Llegó de Salento donde según
algunos de sus malquerientes fue conservador. Como liberal en Pereira
y partiendo prácticamente de la nada, llegó a ser consejero de
magistrado, políticos, terratenientes e inversionistas. Indudablemente
habría accedido a las más altas posiciones del Estado, si en 1979 y a
las puertas de la universidad que ayudó a fundar, las balas de los
sicarios no hubieran roto su desmesurada ambición, su profundo amor
filial, su generosidad y su acendrado sentido de la amistad.
La ciudad se conmovió hasta la médula con su asesinato aún sin
aclarar. Le ofreció un impresionante y caudaloso entierro con su largo
desfilar de automóviles y bocinas pululantes; el recorrer kilométrico de
gentes menesterosas; inválidos; viudas y gamines que lo amaban
porque de sus manos recibieron dádivas e iniciativas para su redención
e incorporación a la sociedad. Estos preñaron las calles, parques y
avenidas acompañando sus despojos hasta prados de Paz en
inmediaciones al aeropuerto Matecaña. Aunque pocos días después
había sido olvidado completamente, no faltó la clase social y política
para protagonizar un duelo que si hubiera podido contemplar,
indudablemente lo habría llenado de orgullo y satisfacción.
GUIA E IMPULSOR
Otros periodistas pasaron por El Imparcial, pero eran figuras menores
de poca o ninguna significación. El periódico era detestado por el
llamado blancaje que se oponía cerradamente al poder incontrastable
de Camilo Mejía Duque, el moreno y recio dirigente que durante cerca
de cincuenta años dirigió con ferrea mano al liberalismo comarcano el
notablo consideraba e El Imparcial como un pasquín sin mayores
méritos. Sin embargo la publicación continuó haciendo denuncias,
provocando el escándalo y la indignación, pero ganando lectores.
Cuando el periódico desapareció tragado por las llamas de un incendio,
Rafael logró sacarlo a los pocos días para continuar la brega, así las
penurias económicas y los intereses ocultos se coaligaran para cércalo
por hambre y reducirlo al silencio. Rafael Cano era el guía y el impulsor.
Sin ser un buen periodista, sabía escoger a los mejores de entre sus
colaboradores. Era un regular redactor y no muy buen editorialista pero
teniá o tiene el sentido de la noticia, sabe dónde encontrarla y sobre
todo es un magnifico vendedor. No le agradan las discusiones y cuando
alguno de los blancos lo paró en la calle para decirle: ”Hombre Rafael,
tu periódico es un pasquín de mala muerte”, le contestó impertérrito: “Es
el periódico que Pereira se merece mijito”.
En sus ardorosas campañas contra el camilismo, el pueblo lo llevó al
Concejo Municipal. Sus intervenciones pudieron provocar explosiones
de risa e ironías, pero en el fondo llegaron a molestar a más de un
notable. Muchas anécdotas, algunas crueles han salpicado su vida,
pero indudablemente su mérito mayor es haber impulsado como nadie
el periodismo en la ciudad, y eso es algo que se le debía reconocer por
medio de un homenaje en estos momentos en que se encuentra en las
postrimerías de su existencia. Tenía odios mezquinos y envidias
pequeñas que reducían su imagen.
Cuando alguien lo paraba en la calle para manifestarle su admiración
por algún columnista, llegaba a la redacción y daba la orden “Oís
hombre Figueroa, a ese cabrón de fulanito no volvamos a publicarle
nada porque lo estamos haciendo famoso”.
Repetimos, Rafael Cano fue uno de los primeros. Curiosamente aún
escribe los editoriales del El Impacto de Hoy que se edita en lo que
queda de los talleres del El Imparcial y sale esporádicamente dirigido
por Libardo Gómez (Ligogo), quien prolonga la tradición de las
ediciones que aún se levantan en linotipos obstinados en no
desaparecer. Alguna vez y antes que El Imparcial pasara a las manos
de Libardo quien lo dejó morir antinaturalmente, Alonso García
Bustamante el periodista creador de las famosas Banderillas que
llegaron a ser reproducidas en Orientación por el locutor Jaime Padrón,
negociaba con Rafael Cano la compra del periódico.
Rafael reiteraba que vendía pero exigiendo que siempre apareciera
Fundador: Rafael Cano. Alonso con su característico tono zumbón le
dijo: “Claro Rafa, le ponemos fundador y también enterrador”.
CONCIERTO PARA LA MANO DERECHA.
El periodismo pereirano también está en deuda con Libardo Gómez.
Hombre probo y pobre ama los animales y la política, lo cual para
muchos se interrelaciona. Fundó la Apap (Asociación Protectora de los
Animales y Plantas) para que a ella pudiera ser llevados perros
callejeros, animales enfermos y caballejos maltratados por sus dueños,
ya sea mediante el castigo físico o porque les recargue con pesos
excesivos. Se llena de ira santa cuando alguien golpea a un irracional y
se desprende de todos sus pesos para pagar los remedios de un perrito
lleno de parásitos o atropellado por algún automotor. Durante su fugaz
paso por la Asamblea Departamental propuso la creación de un Coso
Municipal y el reemplazo de caballos de tiro, por motocarros que se
utilizaran en trasteos y mudanzas. La propuesta no fructificó porque los
diputados que se burlaban de él, tenían otros intereses más prácticos y
más mezquinos. Como concejal y diputado no ha descollado por su
elocuencia, pero si por su afán de servir a la ciudad. Liberal íntegro
defiende ardorosamente la libertad de prensa y no trepida para
denunciar chanchullos, corruptelas y negligencias, atacando sin temor a
gobernantes y funcionarios incapaces o francamente deshonestos.
Tampoco lo detienen las represarías económicas que tratan de cercarlo
por hambre, negándole los avisos que requiere para supervivir. Su
liberalismo y su amor por la libertad permiten que en su publicación, de
gran aceptación entre las gentes del pueblo, se defiendan ideas que él
no comparte. Respetable y respetando no pudo sin embargo regresar a
la Asamblea por que le faltaron votos. Volvió a un periodismo que lleva
en la sangre, aunque su Impacto circula irregularmente en pequeñísimo
formato, que reparte gratuitamente en las calles el periodista mocho
Duván Hurtado.
Como El Imparcial, El Diario también cambió de dueño. Pasó a manos
galanistas quienes se lo compraron a otro periodista de la Vieja pucha
Alfonso Jaramillo Orrego, ya desaparecido, quien reemplazó a don
Emilio Correa Uribe cuando lo mataron. Prácticamente lo escribía de la
cabeza a los pies. Este decano de la prensa pereirana desapareció a
causa de los descalabros electorales del galanismo y su último director
fue Alberto Cardona Orozco, víctima de esos cismas personalistas tan
frecuentes en nuestros directorios políticos, que provocaron su salida
del movimiento, sin que Luis Carlos Galán asesinado años después,
pudiera hacer nada por impedirlo.
En El Impacto de Hoy trabaja uno de los periodistas más singulares de
la crónica policíaca. Duván Hurtado era prensista en El Diario hasta que
por un descuido la voluminosa máquina impresora le trituró el brazo
izquierdo. En esa época las compensaciones económicas por este tipo
de accidentes eran nulas y Duván perdió el pleito que entablara para
que lo resarcieran. Se colocó con Rafael Cano, y aunque se perdió el
prensista, Pereira se ganó un periodista. Es un espectáculo el
observarlo recorrer con su mano derecha los teclados de la máquina de
escribir semejante a un virtuoso pianista que le llevara la contraria a
Ravel, el famoso compositor francés.
Duván posee una honradez a toda prueba y un valor suicidad para las
denuncias. En la época dorada, bohemia e irresponsable del
periodismo, no tenía inconveniente en publicar que determinado
inspector de policía del permanente central, se había robado el reloj o la
plata de un detenido. Acusaba a una patrulla de haber permitido
negligente y cobardemente que le asesinaran a un incriminado, cuando
éste era conducido a un juzgado para rendir indagatoria.
Llegó incluso a discutir y a desafiar a un comandante de policía que le
recriminaba, y a retarse en duelo a cuchillo, con el hampón molesto con
la aparición de su nombre en las paginas policiales. “Ve rata de albañal,
no me vengas a meter miedo que te aseguro que para pegarte en la jeta
no necesito sino una sola mano”, decía transfigurado de rabia.
Esa conducta produjo un atentado contra su vida. El sicario logró entrar
a su residencia preguntando por él. Cuando Duván salió y se identificó,
el asesino lo encañono con el revólver. Pero le fallaron los cálculos
porque éste mocho singular en vez de salir corriendo como lo esperaba
el matón, se abalanzó sobre él. Recibió un balazo en el hombro, pero
así herido casi logra arrebatarle el arma con su único brazo. El frustrado
homicida no tuvo más remedio que huir, luego de dejar su carga de
balas incrustadas en el techo y en las paredes de la habitación. El
atentado nunca se repitió.
Para la elaboración de sus noticias Duván tiene criterios
particularísimos. Como no cree en la veracidad de los boletines
policivos, personalmente se dirige a la morgue para inspeccionar al
muerto, constatar las heridas y dialogar con el médico forense o los
enfermeros, sobre las circunstancias en las que falleció. Después visita
a los familiares en pos de una foto y hace su versión que siempre es
diferente de la que aparece en otros periódicos o en la radio. Su
redacción es particularísima, inimitable e incorregible. El corrector no
puede cambiar ni una sola coma ni quitar una frase, sin destruir el texto.
Veamos éste ejemplo: “los criminales entraron al establecimiento y sin
dejar conocer sus intenciones le impactaron a la victima ocho plomos en
la región mamaria”.
Algunos colegas se ríen de este estilo tan peculiar que de alguna
manera recuerda a Don Upo, el periodista policíaco que hasta su
muerte trabajo en El Colombiano de Medellín. Duván utiliza
escandalosos titulares: “Antes ojos de su padre hijo desnaturalizado
golpea a la madre. Otro: “La invito a pintado con empanadas y luego le
robó la cartera sin pagar la cuenta”. “De los senos le sacó los billetes y
ella declaro que creía que tenía buenas intenciones”. “Le dijo que le
diera leche al niño y la mujer le zampó una puñalada”.
Durante un tiempo Duván escribió Los episodios en Rojo y Negro
pequeñas muestras de inconsciente humor sobre los bajos fondos
pereiranos, material preferido por Alonso García Bustamante, otro de
los periodistas forjados en ésa época incomparable. Este abogado
poseedor de un estupendo estilo editorialista, dirigía Pluma Libre
fundado en 1929 por sus hermano Célimo que también orientó Pereira
Hablada, órgano radial. Célimo García Bustamante fallecido hace
muchos años, fué otro de los pioneros del periodismo pereirano. De él
se decía que era de noble corazón y gran cabeza por el volumen de la
parte superior de su cuerpo, sobre la que colocaba enormes sombreros.
Alonso García en estos momentos se recupera de una grave
enfermedad que por poco lo deja paralítico. Es un maestro de la
greguería, de la pincelada sarcástica, de la crítica incisiva y cortante.
Hace rato que sus Banderillas dejaron de aparecer en El Impacto y ello
es una lástima porque con él está desapareciendo uno de los más
lúcidos críticos de nuestra realidad social y política.
Tanto las emisiones radiales como las publicaciones escritas se
ocupaban casi exclusivamente de los siniestros, los choques, las riñas y
los hechos de sangre. Recuerdo de niño que El Diario era gritado por
las chiquillerías con El muerto de hoy. Había voceadores con una gran
habilidad para lograr la atención de los clientes: “compre El Diario y
entérese de la espantosa tragedia que dejó varias víctimas y miles de
pesos en pérdidas”. Muchos daban los diez centavos y ojeaban
rápidamente las paginas, sin encontrar nada: “Oís barrigón, cual es la
tragedia que estás anunciando?”. “La tragedia paisano es vender éste
periódico”, contestaba muy serio el pelafustanillo.
Alguna vez, Duván escribió ésta joya que habría merecido la atención
de Argos, y debería ser incluida en alguna antología cuando se escriba
la historia del periodismo actual y cuyos avances no son muy notables
que digamos: “Los vecinos escucharon los disparos y cuando salieron a
la calle, encontraron que se debatía en convulsiones agónicas el
cadáver de don Luis Ocampo”.
Pocos son los sobrevivientes de ese grupo alocado y bohemio que
cubrió una importante fase del libérrimo periodismo pereirano.
Cuando el material escaseaba o faltaba el muerto de hoy, las noticias
Hasta se inventaban. Ese muerto, -ya por accidente, suicidio o
asesinato- era tan habitual como los gritos del poeta Jaime Estrada,
cuyas borracheras regocijaban a los niños alborotadores que
abandonaban las aulas e inundaban las apacibles calles, para dirigirse
en tropel a sus residencias.
PERIODISTAS INSUPERABLES E INSUPERADOS
Cuando celebramos los 114 años de la derogada constitución que
consagró la libertad de prensa en Colombia. Justo es recordar a éstos
hombres que muchas veces recibieron pescozones o perdieron la vida,
cuando las noticias herían la sensibilidad de algún notable. No se
conocía el sicario que cobraba por disparar en la oscuridad y dejar
exánime el cuerpo de alguien que nada había hecho, y del que nada
sabía hasta el momento de ser contratado.
Alguna vez El Imparcial publicó una noticia que molestó el mayor de los
Sierra. Este le zampó a Alberto Enrique Figueroa un puñetazo que
gracias a la borrachera lo dejó durmiendo un buen rato. Cuando
lograron despertarlo, lo primero que preguntó fue: “Cual fue el potro que
me patio?”. El sobrenombre se quedo en la familia Sierra hasta hoy,
pero casi nadie recuerda sus orígenes.
A pesar de que el periodismo actual es una carrera universitaria, esos
pioneros de la profesión, borrachos algunos y deliciosamente
irresponsables la mayoría, muy posiblemente no han sido superados
por los jovencitos llenos de ínfulas que los sucedieron. Sobre la entraña
palpitante de la ciudad en renovación y en progreso, escribieron la
historia, signaron su provenir. Ahí están esos amarillentos periódicos
empastados en la Biblioteca Municipal, para quien tenga interés en una
época preñada de acontecimientos significativos. Ahí están las
ediciones de El Diario desde 1929, pues las del El Imparcial
desaparecieron consumidas por las llamas de un incendio. Sorprende
su buena presentación, su llamativa diagramación y las oportunas fotos
que no desmerecen con las que actualmente se editan dentro de la más
avanzada tecnología.
Sin embargo a esos periodistas nunca se les ocurrió autocalificarse
como los mejores y reunirse anualmente para repartirse premios entre
ellos, con manifestaciones de lambonería y autoelogio, elevados a la
quinta potencia. Con nostalgia evocamos las borracheras cuando el
periódico se dejaba listo a las doce de la noche o una de la mañana.
Nos dirigíamos hacia La Cumbre o la Cumbrecita los dos pecaminosos,
donde perdimos la virginidad entre besos baratos, estafilococos y
amaneceres ruidosos.
Regresábamos a la casa con la camisa untada de carmín y olores de
perfumes innobles, para enfrentar los justos regaños de nuestra madre.
Éramos solteros, con la excepción de Figueroa atormentado por el
recuerdo alucinante de Matilde Díaz, cuya voz llegaba desde los pianos
y tocadiscos, interpretando Te busco, con la orquesta del gran Lucho
Bermúdez. Ya alcoholizado, Figueroa se mató en el hospital dándose
cabezazos contra los muros de la pared, posiblemente desesperado por
el delirio tremens y por la obsesión de alcanzar al fin, la quietud y el
descanso que nunca tuvo. Uriel para disimular el dolor que sentía, dijo
que Figueroa había muerto de un derrame alcohólico-craneano.
El periodista bogotano en sus legendarias borracheras, llegaba
trastabillante a leer El Imparcial en el aire que se transmitía al medio
día. Como no había escrito noticias, agarraba un periódico a veces
atrasado, para actualizar los hechos con inteligencia sorprendente. Eso
enfurecía a Rafael, quien una vez le dijo: “Borracho hijueputa”, Figueroa
respondió sin perder la calma: “Ala Rafa, tú dices que soy un borracho
hijo de mala madre. Lo de borracho te lo acepto. En cuanto a lo de
hijueputa te aseguro que en Pereira eres el único que dice eso de mí.
En cambio todo Pereira dice que tu si lo eres”. A menudo la ciudadanía
escuchaba los madrazos que se filtraban por el micrófono, un poco a la
manera de Oscar Giraldo Arango cuyas palabrotas nunca se cuidó de
expresar. Oscar Giraldo fue el impulsor de la radio pereirana, un gran
impulsor de la sintonía que con la Voz Amiga llenó toda una época.
ANÉCDOTA FINAL.
Alguna vez en que carecíamos de noticias con Figueroa Uriel
inventamos la anécdota sobre un señor que sufrió una catalepsia y
quedó inconsciente. Creyéndolo muerto la esposa y los amigos se
dispusieron a velarlo, lo colocaron en un ataúd y ya se iniciaban los
rezos cuando el muerto abrió los ojos. Se puso en pié entre el espanto
de todos y agarrando un machete se dedicó a repartir planazos a
diestra y siniestra. Entre trago y trago la escribimos y luego la titulamos:
“muere, resucita y saca a plan a los que los velaban”. La noticia fue
reproducida después por todos los periódicos del país incluido El
Tiempo y El Espectador.
Especulábamos con espantos, duendes y desaparecidos.
Confeccionamos una página sobre la estafa inventada que un vivo
cometió contra el Indio Nicanor, un chamì al que le vendieron un pasaje
a la luna. Era una audacia futurista entreverada de lecturas de Julio
Verne, cuando los gringos ni siquiera soñaban en surcar la estratosfera
y violar a Selene, despojándola de esa calidad poética, que
memoriosamente recitábamos de niños embelesados con los versos a la
luna de Diego Fallón.
Este recuento nostálgico, amoroso y agradecido, es el homenaje que
Pereira le debe a Uriel Londoño, Alberto Enrique Figueroa, Sigifredo
Styles, Rafael Cano, Duvan Hurtado y Libardo Gómez entre otros. Ellos
dieron lo mejor de sí, fueron fieles a su vocación, lo arriesgaron todo por
decir su verdad, y consiguientemente, son dignos del recuerdo
entusiasta y agradecido de las presentes y futuras generaciones de
Pereiranos.