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LAS MUJERES MIGRANTES INDÍGENAS AYMARAS: MOTIVACIONES Y
CONSECUENCIAS
Gonzalo del Moral
Belén Martínez Ferrer
Gonzalo Musitu Ochoa
Universidad Pablo de Olavide de Sevilla
RESUMEN: El objetivo del presente trabajo es analizar los procesos y los
efectos de la migración interna de la mujer Aymara en Bolivia. Este estudio es el
resultado de la colaboración entre las Universidades Pablo de Olavide de Sevilla y la
Universidad Católica Boliviana en el marco del proyecto subvencionado por la AECID:
“Los procesos migratorios en Bolivia y México: sus implicaciones en mujeres y niños
(A/024237/09)” y del proyecto subvencionado por la Universidad Pablo de Olavide: “El
rol de la mujer de los procesos migratorios de la comunidades indígenas de Bolivia y
México”. Se trata de un estudio etnográfico en el que participaron diez mujeres
migrantes indígenas residentes en la ciudad de El Alto (Bolivia). La información se ha
obtenido a partir de entrevistas en profundidad cuya estructura es la siguiente: datos
sociodemográficos, causas y consecuencias de la migración en los ámbitos individual,
familiar, laboral y sociocomunitario. Se concluye que las principales motivaciones para
la migración de las mujeres aymaras se centran, fundamentalmente, en la búsqueda de
una mejor calidad de vida provocada por la carencia de recursos en el lugar de origen,
resultado de su situación de exclusión social, una mejor educación para sus hijos y un
mayor acceso a los recursos sociosanitarios. En cuanto a los efectos de los procesos
migratorios se observa éstos tienen implicaciones psicológicas (efectos en la
autoestima), familiares (alejamiento y reunificación familiar), educativas (mejora
educativa en los hijos), laborales (acceso a nuevas actividades laborales) y sociales
(discriminación étnica y de género), gran parte de ellas derivadas del contraste cultural
entre los valores y creencias de la cultura aymara y los valores y creencias de la cultura
de acogida. Se discuten estos resultados en el marco de la cultura Aymara.
Palabras claves: Migración, Mujer, Valores, Exclusión Social.
ABSTRACT: The goal of this paper is to analyze the processes and effects of
inner migration of Aymara women in Bolivia. This study is the result of a collaboration
between Pablo de Olavide University and the Bolivian Catholic University in the
framework of the AECID project: 'Migration processes in Bolivia and Mexico: effects
on women and children (A/024237/09)'; and Pablo de Olavide University project: 'The
role of women in the migration processes in the indigenous native communities of
Bolivia and Mexico.' It is an ethnographic study where ten migrant native women
living in the city of El Alto (Bolivia). The information was gathered from in-depth
interviews where the following data was asked: socio-demographic data, causes and
consequences of migration in individual, family, labor and socio-community contexts.
The conclusions obtained where: the principal motivations for migration in Aymara
women are, basically, the search for a better quality of life, a better education for their
children and easier access to social and health resources. These motivations are
produced by the lack of resources of their place of origin, which is a result of their
situation of social exclusion. With regards to the effects of migration processes, these
may be psychological (self-esteem changes), in family (distancing and family
reunification), educational (improvement of children educational level), working related
(access to new labor activities) and social (ethnic and gender discrimination). Most of
these effects derive from the cultural contrast between Aymara culture values and
beliefs and the values and beliefs of the reception culture. These results must be
regarded within the framework of the Aymara culture.
Key words: Migration, Women, Values, Social Exclusion.
1. MUJER Y MIGRACIÓN EN POBLACIÓN AYMARA
Para darle un enfoque útil al estudio de las experiencias de mujeres aymaras
migrantes, hemos decidido seguir las orientaciones de Balbuena (2003) que resume en
los siguientes puntos lo que denomina “los desafíos del estudio de la feminización de la
migración”:
1. Analizar las otras dimensiones de la emigración, profundizar en las
subjetividades e imaginarios. Es necesario empezar a entender otras razones
más allá de las razones económicas y el análisis costo-beneficio de lo que se
gana y pierde ¿qué otras razones empujan a las mujeres a salir fuera de sus
lugares de origen? La teoría ha reconocido que las mujeres se movilizan hoy
con mayor autonomía que en décadas pasadas, se trasladan de acuerdo con
los vaivenes del mercado y donde consideran que puedan encontrar mejores
posibilidades económicas que les garanticen la mejora de su estatus social y
económico. A cambio de ello se aceptan las pérdidas, pero es un sacrificio
asumido voluntariamente, queda por explorar las subjetividades que se
movilizan alrededor de la decisión de emigrar.
2. Desarrollar una mirada más amplia que supere la visión reduccionista y
estereotipada de las mujeres migrantes como un bloque homogéneo y
carente de iniciativas y considerarlas más bien como agentes de
transformación de sus propias vidas y de las condiciones que las rodean.
Para muchas mujeres, dejar su lugar de origen es la única posibilidad de
encontrar mejores condiciones de vida. Su salida muchas veces está
únicamente enfocada desde la perspectiva de la victimización y la
marginalidad contribuyendo a su estigmatización por la opinión pública,
soslayando la exclusión y la violencia que viven en sus lugares de origen.
No olvidemos que son principalmente las mujeres quienes huyen de parejas
violentas y de estereotipos machistas que les impiden el pleno desarrollo de
sus derechos.
3. Estudiar los impactos en las mujeres que se quedan, en los hijos y los
cambios en el modelo de familia. Teniendo en cuenta también que éste está
en crisis en América latina por factores ajenos a la emigración, lo cual nos
permitiría por ejemplo evitar caer en estereotipos que estigmaticen a los
hijos e hijas de emigrante.
Para Balbuena (2003), estos son algunos de los retos que pueden ayudar a
entender mejor a las mujeres andinas que migran y que, con su comprensión, pueden
mejorar las condiciones de vida de las mujeres migrantes tanto en sus lugares de origen
como en sus destinos migratorios. A continuación, analizaremos las entrevistas
realizadas a 10 mujeres aymaras de Bolivia, emigrantes del medio rural al medio urbano
dentro del mismo país. Sus experiencias y relatos irán ilustrando un recorrido migratorio
desde las motivaciones y antecedentes para salir de sus lugares de origen hasta el
impacto y las consecuencias que la migración ha supuesto en distintas facetas de su
vida. Esperamos poder alcanzar una comprensión de las subjetividades que se esconden
detrás de los datos puramente estadísticos, de carácter económico-político.
2. ANÁLISIS DE LAS ENTREVISTAS
2.1 Datos sociodemográficos de la muestra
La edad media de las mujeres bolivianas entrevistadas fue de 42,3 años, siendo
29 años la edad mínima y 55 la edad máxima. El Gráfico 1 recoge la distribución por
edades, pudiendo observarse que 4 de las mujeres tenían entre 41 y 50 años de edad.
Todas las mujeres provenían de zonas rurales del interior de Bolivia y emigraron a la
ciudad de El Alto, en La Paz.
Gráfico 1. Distribución por edades
Nueve de las diez mujeres continúan usando su lengua materna, el aymara,
para comunicarse con sus parejas y sus familiares y amigas. Sin embargo, todas las
mujeres aprendieron el castellano como lengua de “adaptación” a su llegada a la capital,
no de forma reglada, sino por necesidad:
“Porque no sabía ni leer ni hablar castellano. Una tía decía “acaso vas a estar
toda la vida así, vas a tener esposo, vas a tener bebés y qué les vas a explicar. Ellos van a
hablar aymara y castellano y no vas a entender, cómo vas a hablar vos, ya tienes que
aprender”.
“No sabía hablar castellano, no conocía las verduras, porque en el campo papa,
tunta, cebada, chuño (comida típica del Altiplano) nomás conocemos, sembramos y
comemos eso nomás; entonces, por eso no conocía las verduras, nada. Como no entendía
lo que me decían, no sabía cocinar, ni limpiar me pegaban, con todo, con las ollas y me
decían india campesina;…después nomás cuando ya he tenido 19 o 20 años ya he
conocido un poco más…”.“Aquí mismo yo he aprendido castellano, junto a mis hijos”.
En cuanto al nivel de estudios, la mitad de las mujeres participantes en el estudio
no ha tenido ninguna experiencia formal educativa, y de la mitad restante, 4 mujeres
llegaron a algún curso de enseñanzas básicas, y tan sólo una estudió en la universidad
(Diplomatura de Trabajo Social). Es muy interesante la descripción que las propias
mujeres hacen de sus oportunidades de estudiar. Tres son los factores principales que
explicarían según ellas las dificultades para acceder y mantenerse en el sistema
educativo formal boliviano. En primer lugar, la discriminación por ser mujer vivida en
el seno de su hogar:
20-30 años
31-40 años
41-50 años
51-60 años
“He estudiado hasta cuarto básico nomás, hasta ahí he llegado por falta de
plata, éramos muchos hermanos, somos 8 hermanos y hermanas, entonces no había plata,
menos para las mujeres”.
“…. Tal vez antes era pues más los preferían ellos a los varones, no a las
mujeres. Mi mamá me decía “para que te voy a poner a la escuela, si vos eres mujer.” A
las mujeres no deben darles sus estudios, solo a los varones”.
“[…] porque mi papá decía que con lo que hemos ido al colegio era suficiente,
ya saben sumar, restar, pueden ir a trabajar de trabajadora del hogar decía. Entonces mi
mamá sabe decir no, para que han ido, tienen que estudiar, tienen que ser alguien en la
vida; de ahí he dicho, yo voy a ir a estudiar”.
En segundo lugar, el acontecimiento de un evento familiar traumático en la
infancia de las mujeres que ha cambiado los roles en el hogar (muerte de un familiar,
separación) y que les ha dejado en una situación de abandono, de falta de apoyo:
“Hasta cuarto curso he pasado, pero mi mamá ha fallecido y no he podido
entrar después. Como ha muerto mi mamá, en esos tiempos no se preocupaban los papás
mucho, entonces así nomás lo he dejado”.
“He estudiado hasta segundo medio, no he terminado porque había habido
problema. Mi mamá y mi papá se habían separado y de esa causa ya he tenido un
padrastro y usted sabe que de ahí ya no apoyan. De esta causa me he quedado, por falta
de apoyo”.
En tercer lugar, la necesidad de trabajar para apoyar a la familia o para salir
adelante ellas mismas:
“He entrado a básico a primer curso pero no lo he acabado. Aquí tampoco he
estudiado nada. He empezado a trabajar entonces no he podido estudiar, algo de leer he
practicado, así trabajando”.
“Yo aquí nomás he trabajado y no he estudiado, ya después con la familia así
nomás no se puede, hay que trabajar”.
Tan sólo una mujer que sí ha podido estudiar lo ha logrado gracias al Centro
Twantinsuyo que le ha brindado la oportunidad de seguir sus estudios en la etapa adulta.
Dos de las restantes tres mujeres con estudios básicos y la única mujer que ha llegado a
la universidad, adjudican al apoyo materno la clave del éxito. De hecho la muerte de la
madre o la separación de la misma y la unión con una nueva pareja precipita en la vida
de las mujeres entrevistadas el cese de sus estudios, como se puede apreciar en las
transcripciones de más arriba.
En lo referente al estado civil, la mitad de las mujeres entrevistadas están
casadas de primeras nupcias con parejas también esposadas por primera vez. La otra
mitad se distribuye como se refleja en la Tabla 1. Es interesante destacar que ninguna
mujer de la muestra se ha separado legalmente de su marido, ocurriendo los casos de
separación en parejas que convivían pero que no estaban casadas. Como veremos a
continuación, las historias de maltrato, abusos, dependencia del alcohol, infidelidades,
etc., caracterizan en muchos casos la vida en pareja de estas mujeres (al igual que su
infancia en los hogares de orígenes de las mismas) sin que ello se relacione con
posteriores separaciones o divorcios.
Tabla 1. Estado civil de la muestra
General Descriptivo
Casada (50%) Casada y con hijos (50%)
Soltera (40%) Con pareja y sin hijos (10%)
Sin pareja con hijos (10%)
Con pareja con hijos (20%)
Viuda (10%) Viuda con una nueva pareja y con
hijos de ambos (10%).
El siguiente dato sociodemográfico se relaciona con el anterior: los integrantes
del hogar actual (ver Gráfico 2). Siete de las mujeres viven con su pareja y sus hijos, ya
sean casadas o como parejas de hecho; una vive sola; otra vive sin pareja pero con sus
hijos; y por último, otra vive sin pareja pero con su madre y sus hijos. En los dos
últimos casos, las mujeres se separaron de sus parejas tras varios años conviviendo en
pareja.
Gráfico 2. Integrantes hogar actual
70%10%
10%10% Pareja e hijos
Sola e hijos
Sola
Familiar e hijos
En cualquier caso, los hijos e hijas siempre viven en el hogar actual, excepto en
los casos en los que los hijos e hijas son ya mayores y han hecho su propio hogar o han
emigrado. Es muy interesante el dato del número de hijos por hogar. En concreto, la
media de hijos es de 4,2 hijos por hogar creado. Comparando este dato con el número
de hermanos en origen (5,2 hermanos) y considerando que tres de las mujeres no
cuentan ni conocen a sus hermanastros/as provenientes de la reconstitución de la pareja
de sus padres con otros progenitores (con lo que el número de hermanos en origen
podría situarse en torno a 7), se observa una considerable disminución en el número de
hijos en comparación con sus familias de origen.
2.2 Causas de la migración: motivaciones y red de apoyo social
Es importante distinguir las razones de la elección de la ciudad como destino, de
los motivos que llevaron a estas mujeres a emigrar.
Motivaciones para la migración
A continuación, nos detenemos en las motivaciones que propiciaron que las diez
mujeres entrevistadas tomaran la decisión de emigrar o, en su defecto, lo hicieran sus
padres por ellas. Para ello, distinguiremos entre motivaciones económicas, resultantes
de la inequidad de género, familiares e individuales (ver Tabla 3).
Tabla 3. Motivaciones para la migración
En cuanto a la motivación económica, entendida como la motivación para poder
asegurar la subsistencia propia y/o familiar o mejorar las condiciones de vida, la mitad
de las mujeres aducen haberse sentido motivadas económicamente en el momento de la
migración y la otra mitad dice no haber sido ésta la motivación principal.
Motivos para Emigrar SI NO
Motivación económica 50% 50%
Motivación como resultado de la inequidad de
género
0% 100%
Motivación familiar 50% 50%
Motivación individual 70% 30%
“Me he venido para trabajar, para mantenerme a mi sola, porque quería
trabajar. Mi hermano también se ha venido con sus 14 años también para trabajar […]
Mis hermanos que se han ido del campo, uno está en Santa Cruz, otro en Brasil, otra está
trabajando en la mina y yo aquí y así la mantenemos a mi mamá”.
“Para trabajar, para ayudar porque ya había demasiado con mis hermanitos y
todo eso y por eso me vine. Después se han cerrado las minas y mis papás se han venido
también”.
En segundo lugar, la motivación como resultado de la inequidad de género (sea
en su pareja o en su familia de origen) no es descrita por ninguna de las mujeres
entrevistadas como impulso para dejar su tierra y marcharse a la ciudad. Sin embargo,
analizando las historias narradas recogidas en las entrevistas puede trazarse un puente
entre las dificultades en las familias de origen de algunas mujeres para acceder a
oportunidades formativas por el mero hecho de pertenecer al género femenino (descritas
más arriba), así como el abandono negligente de algunas de ellas por parte de sus padres
(padres que reniegan de su hijas al esposarse o emparejarse de nuevo, e hijas
“regaladas” a tíos y abuelas, hechos estos acaecidos a tres de las diez mujeres del
estudio), con el hecho de la migración.
En tercer lugar, la motivación familiar, entendida como la motivación de la
familia para que un miembro emigrara o emigrara en pareja, quedando en segundo lugar
los deseos e inquietudes individuales, vuelve a repartirse en un 50% entre las personas
que reconocen que la migración fue un proyecto familiar o de pareja, y quienes
consideran que no lo fue.
“Nos hemos venido con mi papá, porque su hermano mayor ha matado a una
persona allá y lo ha acusado a mi papá y él nomás ha entrado a la cárcel. El tiempo que
ha estado en la cárcel no se, habrá sido 1 o 2 años y después todo le han quitado su casa,
sus ovejas, todo; y de ahí nomás mi papá no ha vuelto a la comunidad nunca más y aquí
nos hemos quedado”.
“Sí pues, nosotros allá donde antes estábamos no teníamos nada, mi mamá no
tenía casa, entonces se ha venido a esta zona porque ha conseguido un terreno para vivir,
se ha venido por vivienda; no tanto por trabajo”.
“Juntos, juntos nos hemos venido, mi papá más mejor vivía aquí, eso también me
ha dicho “te voy a dar un chiquitito terreno”, no me ha dado nada, así nomás me ha
dejado”.
Por último, la motivación individual, caracterizada por la persecución de metas
personales, de sueños o ilusiones de cada una de estas mujeres, la identifican en sus
propias historias migratorias 7 de las 10 mujeres entrevistadas. Una de las mujeres que
no reconocen ninguna motivación individual describe que siguió a su marido que quiso
probar suerte en la ciudad, y las otras dos mujeres son las que emigraron como bebés.
Redes de apoyo para la migración
En el presente apartado describimos las redes de apoyo que tuvieron las mujeres
entrevistadas en el momento de la migración, tanto en origen como en destino, así como
la percepción y el sentimiento de ser ayudadas. En segundo lugar analizamos los apoyos
actuales de estas mujeres, sean provenientes de la familia (de origen, extensa o política)
como de la misma pareja. Para ello utilizamos el concepto de red de apoyo entendida
como el conjunto de personas, familiares o no, que son percibidos y sentidos con
capacidad de ayuda y con los que se puede efectivamente contar.
Tabla 4. Redes de apoyo para la migración y apoyos actuales
SI NO
En origen 10% 90%
En destino 80% 20%
Apoyo percibido en
origen
10% 90%
Apoyo percibido en
destino
40% 60%
Apoyo familiar actual 60% 40%
Apoyo parental con
los hijos
40% 60%
Responsabilidad
económica
90% 10%
Como puede observarse en la Tabla 4, en origen nos encontramos con una
realidad aplastante: sólo una mujer (que migró para estudiar en la universidad) recibió
una ayuda teórica por parte de su madre, quedando silenciada y empequeñecida por la
actitud masculina en el hogar. El resto de las mujeres no recibieron ningún tipo de
apoyo en origen.
“Generalmente mi papá no sabe querer, mi mamá alguito me sabe apoyar,
teóricamente, cuando ya le se decir voy a ir, ya no sabe querer “quién va a estar en la
casa, quién nos va apoyar”. Pero yo he sido la que me he salido […] Mi mamá si me
apoya, pero mi papá no. Mis hermanos no me dicen nada, ni preguntan si hago o no”.
“Mis papás no me han apoyado nada porque yo no vivía con ellos, mi abuelita
tampoco quería que me venga, pero si me trataba tan mal yo me he escapado, no me
quería quedar ahí (escapa con 6 años)”.
“No me han apoyado, yo solita nomás me he venido a mis 8, 9 años. No me han
ayudado, más bien yo les he ayudado a ellos”.
“Mi abuelo me ha reñido, qué cosa hay en La Paz sabe decirme, sabe reñirme,
no sabe apoyarme también. Como te digo los dos nomás, marido y mujer, quién va
apoyarnos. Nadie nos ha ayudado, nosotros solitos nomás nos hemos venido”.
Hemos usado las transcripciones de las dos mujeres que emigraron con 6 y 8
años respectivamente, y la mujer que emigró con 28 años con su marido. Es de notar
que ni la variable edad a la hora de migrar, ni siquiera el tipo de motivación (sobre todo
la familiar) se relacionan con el hecho de recibir ayuda por parte de la familia de origen.
Como bien indicó más arriba la única mujer que emigró para ingresar en la universidad,
la ayuda a la que se aspira es tan sólo “teórica”, quedando reducidas las motivaciones
familiares a la expectativa de recibir los beneficios de una migración exitosa y
descuidando los apoyos necesarios para que sus mujeres puedan triunfar en el proyecto
migratorio. Por tanto, no encuentran apoyo instrumental, emocional, económico, etc.
Por fortuna, para ocho de las diez mujeres hubo algún conocido o familiar en
destino que les permitía tener un apoyo, aunque este fuera en la mayoría de los casos
temporal e instrumental (contacto con una familia empleadora, alojamiento y comida
temporales). En la mitad de los casos era algún tío o tía quien prestaba ayuda.
“Mi tío me ha llevado a una casa a trabajar desde mis 14 años y ahí nomás he
estado 6 años, trabajando como empleada doméstica.
“Con mis tíos estábamos pero nos ha dejado en ese trabajo con una señora y
entonces mi tío se ha perdido, no sabíamos donde estaba, ellos tampoco tenían casa
propia, vivían de inquilino; se han ido de ahí y ya no sabíamos”.
“Sí me hay apoyado las personas donde trabajaba, los empleadores me hay
ayudado. Me decían que vaya nomás pues, […]”.
“Cuando he llegado me ha apoyado esa mi hermana que tiene su familia, ella me
apoyaba moralmente, porque económicamente no me podía apoyar porque no tenían
trabajo estable, pero moralmente me apoyaba”.
Los casos más dramáticos son los de las dos mujeres que emigraron sin apoyos
en origen ni en destino. Para la primera de ellas, la situación fue menos dura por el
hecho de que emigró con su marido, encontrando mutuamente apoyo el uno en el otro.
Sin embargo, para la segunda de las mujeres el apoyo fue algo inexistente en todo el
proceso migratorio.
“Nunca, nunca he tenido nada de apoyo. Yo sola nomás he salido adelante,
trabajando”.
Sin embargo, del 80% de las mujeres que recibieron apoyo en destino, sólo la
mitad sintieron y percibieron ese apoyo más allá de lo “teórico”, más allá de contar con
esa ayuda sobre el papel. De igual modo, sólo una de las mujeres (que emigró para
ingresar en la universidad) sintió el apoyo en origen, en este caso, de su madre.
Se podría decir que en relación con la familia, los padres aportan sobre todo
apoyo económico, no así educativo o emocional. Y esto, ¿en qué se parece a lo que
hacen sus padres aymaras? Como describía Hardman (1988) haciendo referencia a las
mujeres en la sociedad aymara, es en ellas que recae el cuidado de los hijos y el manejo
de la economía doméstica. Sí parece que los padres (la mayoría de ellos emigrantes
aymaras o hijos de emigrantes aymaras) se implican menos en el cuidado de los hijos
que lo hicieron sus generaciones anteriores. Pero hay un aspecto aún más significativo:
mientras que las descripciones del medio rural aymara hablan de un claro patriarcado,
en la vida de los emigrantes parece que los padres tienden a volverse más “periféricos”
quedando la vida familiar organizada en torno a la mujer-madre, con lo que el
matriarcado, no siendo claro y observándose aún importantes desequilibrios de poder a
favor de los hombres, empieza a esbozarse en las nuevas configuraciones familiares de
los migrantes.
Como reflexión de este apartado, y esperando al análisis de las consecuencias
familiares de la migración, donde se describirán con detalle las características tanto de
la familia de origen como de la familia creada por las mujeres migrantes, podemos
adelantar con lo que conocemos hasta este momento que la ausencia de apoyos ha sido
una tónica en la vida de estas mujeres desde su nacimiento, y no sólo en relación con el
hecho de la migración. Nos referimos no ya al apoyo instrumental y material, basados
en las “cosas” (alojamiento, vestido, alimentos, etc.), sino sobretodo al apoyo
emocional, a la base segura desde la que explorar el mundo, a los cimientos del apego o
vínculo seguro en sus familias de origen. Más bien se apuntan historias de estilos
parentales basados en bajos niveles de implicación, aceptación, diálogo y afecto, y
niveles variables de control: desde la coerción y el control rígidos, hasta el olvido
negligente. Hablamos entonces de un predominio de estilos de socialización autoritarios
y negligentes (MUSITU Y GARCÍA, 2001).
Los padres que emplean el estilo autoritario se caracterizan por ser absorbentes y
centrar la atención del hijo en sí mismos, produciendo individuos dominados por la ley,
la autoridad y el orden, reprimiendo en los niños la capacidad de iniciativa y creación
(GARCÍA SERRANO, 1984). Los padres negligentes tienden a ignorar la conducta de
sus hijos, no ofreciendo apoyos cuando los hijos padecen situaciones estresantes,
otorgan demasiada independencia y responsabilidad a los hijos tanto en lo material
como en lo afectivo y apenas supervisan su conducta, dialogan poco con ellos, son poco
afectivos, prestan escasa atención a sus necesidades, y tienen dificultades para
relacionarse con ellos (MUSITU Y GARCÍA, 2001). El estilo negligente puede
desembocar en abandono físico o en maltrato por negligencia cuando las necesidades
básicas (alimento, vestido, higiene, protección, etc.) del hijo son desatendidas
(ARRUABARRENA Y DE PAUL, 1994).
Vemos que a pesar de estas dificultades, las mujeres migrantes entrevistadas han
sido capaces de superar las adversidades, las predicciones negativas que comprometían
su desarrollo personal, y han sido capaces de salir adelante con muy pocos apoyos.
Quizás este sea un ejemplo de resiliencia en condiciones extremas. Como ya se ha
comentado en un capítulo anterior, consideramos la resiliencia como un conjunto de
procesos sociales e intra-psíquicos que posibilitan tener una vida «sana» en un medio
insano. Estos procesos se realizan a través del tiempo, dando afortunadas
combinaciones entre los atributos de la persona y su ambiente familiar, social y cultural
(RUTTER, 1993).
2.4. Consecuencias de la migración
Analizamos a continuación las consecuencias que la migración ha tenido en
distintos ámbitos de la vida de las mujeres entrevistadas, siempre intentando trazar un
puente con las condiciones de partida previas a la migración, para así poder distinguir lo
que realmente pertenece a la experiencia de dejar sus orígenes y lo que corresponde a
otros tipos de experiencias vitales. En concreto nos detendremos a considerar las áreas
personal, familiar, laboral-formativa y socio-comunitaria.
Consecuencias de la migración: ámbito personal
Partamos de una pregunta previa que quizás sea interesante formularse. ¿Cómo
era la autoestima de estas mujeres en sus propias familias de orígenes y comunidades?
¿Qué estrategias de afrontamiento ponían en marcha que les ayudaban a superar
adversidades tales como abandonos, discriminación o abusos? ¿Cómo se veían a sí
mismas como personas que, en muchos casos, no eran reconocidas por sus padres, eran
cosificadas a través de los abusos, o discriminadas por ser mujer?
Tabla 5. Consecuencias de la migración en el ámbito personal
POSITIVA NEGATIVA
Autoestima 10% 90%
Estrategias
afrontamiento
90% 10%
Problemas de
identidad cultural
90% 10%
Este quizás sea un punto de partida necesario y útil para evaluar las
consecuencias de la migración en las mujeres bolivianas entrevistadas. Es importante
matizar que en las entrevistas, la pregunta sobre la autoestima personal se situaba muy
cerca del ítem que sondeaba abusos y discriminación en el ámbito laboral. Por eso es
aún más importante el dato, como se verá en el apartado de consecuencias laborales y
formativas, de que ocho de las diez de las mujeres reconoce haber sufrido
discriminación por raza, género y/o ser migrante, y tres de ellas fueron además
explotadas en el trabajo. Quizás esto pueda relacionarse con 9 de las mujeres considera
que se sintieron mal, tristes, solas, maltratadas y sin valor. La única mujer que no sufre
un impacto en su autoestima es quien realiza la migración en pareja. El apoyo que
encontró en su marido e hijos y en el Centro Tawantinsuyo fueron sus salvaguardas
emocionales.
“Me he sentido pésimo, mal he sentido como si una parte de mí la hubiera
dejado, me he sentido mal, con el autoestima baja”.
“Triste a sido mi vida, si le contara no acabaría ni en un mes, ha sido triste y
difícil en todo; pero así es la vida, todo pasa en la vida”.
“Medio de pena también andaba, “para qué he venido aquí” se
decir, hay veces también me he arrepentido de haber venido”.
Relacionando esto con las teorías motivacionales basadas en la satisfacción de
las necesidades, las mujeres que se han sentido solas, sin apoyos cercanos, inseguras, y
a veces, sin una pareja que las contenga a su lado, no están motivadas por satisfacer su
necesidad de estima, sino más bien por sobrevivir y sentirse mínimamente seguras. Esto
apoyaría el principio de progresión de necesidades dictado por Maslow (1943).
Sin embargo, y aquí reside uno de los ingredientes personales de resiliencia de
estas mujeres, nueve de ellas usan estrategias de afrontamiento positivas, y tan sólo una
mujer se refugia en las lágrimas como forma de afrontar la situación. Las estrategias de
afrontamiento predominantes son estrategias basadas en el creer en si mismas: creer que
pueden aprender el castellano a pesar del contexto hostil laboral, que pueden aprender
una actividad profesional (apoyándose en el Centro Tawantinsuyo), que pueden cambiar
de ropa sin perder su identidad. Y todo esto basado en la creencia de que ellas pueden
salir adelante (como lo han hecho desde que nacieron).
Por último, en cuanto a la pérdida de la identidad cultural por el hecho de tener
que migrar y adaptarse a un contexto desafiante, se observa en el grupo de mujeres
entrevistadas una corriente positiva y sana en lo referente a la definición de su propia
persona desde un punto de vista de sus raíces. Tan sólo una mujer siente que ha tenido
que abandonar todas sus costumbres culturales. El resto siente que, en lo fundamental,
no han tenido que cambiar o sacrificar elementos identitarios que para ellas eran
fundamentales, aunque sí debieron hacer un esfuerzo importante para adaptarse a las
demandas de la ciudad. Un hecho ilustrativo es el uso del aymara como lengua de
comunicación dentro de la casa con sus parejas o familiares, o las tradiciones en la
cocina, formas de contraer matrimonio, o de vestirse en contextos “no laborales”.
Incluso dos mujeres consideran que se han hecho más fuertes y sociables, frente a la
imagen de la mujer en su cultura. Lo más difícil para la integración cultural de estas
mujeres ha sido el uso del castellano y la presión a usar otro tipo de ropa diferente de la
propia.
“No he tenido que cambiar nada, yo uso las dos cosas vestido y pollera, cuando
voy allá uso polleras; como dicen “transformer””.
“Si pues claro, en el campo nosotros no planchamos, no nos cambiamos de ropa
todos los días, allí es día por medio o cada dos días, tampoco conocemos las verduras, ni
pan. Aquí he conocido he aprendido, he aprendido a hablar, a ordenar mis cosas, a
conversar con la gente. Porque antes era miedosa, me tapaba mi cara cuando las
personas me hablaban, pero ahora ya puedo hablar más con la gente”.
Consecuencias de la migración: ámbito familiar
Comencemos, como en el apartado anterior, con algunas preguntas que pueden
ayudarnos a comprender mejor las vivencias que estas mujeres bolivianas migrantes nos
han transmitido a través de las entrevistas. Como premisa, hay que pensar que tan sólo
una mujer emigra con su pareja, por lo que el resto de mujeres parten de sus hogares de
origen, de sus familias de proveniencia. Pero, ¿cómo eran esos hogares?, ¿qué tipo de
separación supuso para ellas marcharse de su hogar, alejarse de sus padres, hermanos?,
¿qué dejaban atrás?, ¿qué familias crean en el lugar de destino de la migración?, ¿con
quién se emparejan?, ¿cómo son como madres y cómo es la relación con sus hijos e
hijas? Intentaremos ir respondiendo a estas preguntas a través de lo que los ojos y los
“corazones” de las mujeres hicieron llegar a las entrevistas.
Tabla 6. Consecuencias de la migración en el ámbito familiar
S
I
N
O
Separación familiar 70%
30%
Reunificación familiar 0
%
8
0%
Comunicación con la pareja 6
0%
4
0%
Conflictos con la pareja 6
0%
4
0%
Comunicación con los hijos 1
00%
0
%
Conflictos con los hijos 3
0%
7
0%
Ajuste bio-psico-social adecuado de los
hijos
1
00%
0
%
Como se puede apreciar en la tabla, tan sólo tres mujeres no se separaron de sus
familias: las dos mujeres que emigraron siendo bebés, y la mujer que emigró con su
marido (lo que haría referencia a la no ruptura con la familia creada). El resto de
mujeres, ¿qué dejaban atrás? ¿De qué se separaban?
“Yo vivía con mi abuelita en allá, mi papá me ha regalado a mi abuelita, mi
abuelita ya era mayor y no me gustaba vivir con ella porque era mala […] porque mi
abuelita tenía su marido, el último y mi abuelita quería que lo trate como si fuera mi
abuelito y yo no quería eso […] entonces me pegada y de ahí yo me quería alejar”.
“No, igual nomás me he estado. Yo he crecido con otra gente señorita, mi
abuelita me ha criado, a ella la he extrañado, a ella era difícil olvidarme. Mi papá, mi
mamá me han abandonado de chiquitita, no he crecido con ellos, así yo con eso me he
criado”.
“Tenía mis hermanos menorcitos 6 años tenía, otro 4, otro 5, 1 añito y se ha
muerto eso, los cuatro se han muerto y yo solita me he quedado”.
“Mi madre era mala,[…]”.
“Nos hemos venido con mi papá, porque su hermano mayor ha matado a una
persona allá y lo ha acusado a mi papá y él nomás ha entrado a la cárcel”.
“[Refiriéndose a su padre biológico]…ya me empezaba a gritar cosas así de
pequeña y yo con ese trauma francamente he crecido, bien triste. Ya no hablo con él
desde esa vez que yo he ido a pedir ayuda, he debido estar en cuarto básico así pequeña
todavía”.
Estos son algunos de los testimonios que las mujeres entrevistadas ofrecen de
sus hogares de origen. Cuatro de las siete mujeres que se separan de sus familias de
origen dejan atrás estas historias de abandonos, de acogimientos en la familia extensa,
de “olvidos parentales”. Las otras 3 mujeres que dejaron su hogar, y a pesar de no
recibir el apoyo de sus padres y hermanos, no describen episodios traumáticos en su
infancia directamente relacionados con su crianza y educación. Sin embargo, es un
hecho destacable que 5 de las 7 mujeres que se separaron de sus familias reconozcan
que una de las cosas más duras para ellas fue “extrañar” a sus padres y hermanos.
“Cuando he decidido venirme me he separado de mis papás y de mis hermanos y
hermanas, eso ha sido lo más difícil para mí”.
“No mucho, un mes nomás me extrañaba así, mi mamá extrañaba realmente mal,
mal siempre; pensando de mi mamá nomás era, estará bien, estará mal nomás pensaba”.
A pesar de las duras historias que algunas de las mujeres reportan de su vida en
familia y a pesar de la falta de apoyo, existe la posibilidad de que el vínculo con una
figura familiar fuera lo suficientemente fuerte y sano como para trazar un puente muy
importante con las raíces propias familiares, favoreciendo así una unión con el pasado y
evitando que la “huida” a la ciudad (como en algunos casos ocurre) sirviera para negar
algunos elementos identitarios importantes.
Como vimos más arriba, todas las migraciones fueron definitivas y en ningún
caso se produjo la reunificación familiar. Más bien, la tónica en la mayoría de las
experiencias recogidas es la del “enfriamiento paulatino” de la comunicación con los
suyos.
“Después de 7 años recién he visto a mis papás, pero ya era tarde porque
estábamos acostumbradas nosotras […] Extraño, bien raro, no se parecía a mi mamá
otra persona era. Yo le preguntaba a mi hermana “¿será nuestra mamá?” y ella me decía
que sí, pero yo no sentía nada, correr a abrazarla así, no; parecía un extraño […]”.
“No los veía mucho y no hablaba con mi familia”.
“De mi papá me he tenido que separar, pero ni me doy cuenta
siquiera”.
Parece más bien, que después de que ha pasado un tiempo, en el que las mujeres
han conseguido salir adelante y ganarse la vida de un modo estable, y los padres tienen
una cierta edad, se produce un acercamiento. Por ejemplo, aumenta el número de visitas
mutuas, o las mujeres empiezan a ir para cuidar a sus padres, o incluso empiezan a
plantearse recuperar las relaciones que se apagaron hace tiempo.
“Hay veces donde mi tía también voy, ahí en la Portada también vive, hace tres
años que he ido, después ya no he ido. Ahora estoy pensando ir donde mi papá, a
visitarlo, quiero ir a verlo, ya está de edad entonces lo quiero ver”.
El siguiente aspecto de las consecuencias familiares asociadas al fenómeno
migratorio es la repercusión en la vida en pareja. Como hemos apuntado, tan sólo una
mujer migra en pareja, por lo que no podemos analizar las repercusiones de la
migración en la vida conyugal. Esta única experiencia en nuestro estudio apunta hacia
elementos de apoyo y motivación positivos que no se aprecian en las narraciones de las
otras mujeres. En lo que sí merece la pena detenerse es en la descripción que las
mujeres hacen de su vida en pareja.
Recordemos algunos de los datos extraídos de las entrevistas hasta este
momento. Tan sólo una mujer se encuentra sin pareja en el momento de la entrevista
(después de haberse separado tras 20 años de convivencia), y excepto una mujer que
tuvo un hijo cuando era adolescente con una pareja ocasional, y la mujer que enviudó y
que en la actualidad convive con otra pareja, todas se han casado o se han emparejado
con el mismo hombre durante el tiempo de convivencia (no se observan divorcios, o
separaciones o cambios de pareja frecuentes). En cuanto al apoyo percibido en el hogar,
parece que tan sólo cuatro de las parejas apoyan esporádicamente en la crianza de los
hijos, aunque todos los hacen en mayor o menor medida en el ámbito económico. Con
estas premisas, seis de las mujeres entrevistadas afirman comunicarse con sus parejas, el
mismo porcentaje de las mujeres que también reconoce tener conflictos con ellas.
“Mi pareja es cariñoso, bien también es. Ahora recién nos hablamos, a veces le
pregunto y me dice también cómo le ha ido”.
“Hablamos, nos decimos nomás lo que pasa, hay veces sí, hay veces también no.
Pero hablamos”.
“Bien nomás es, normal estamos, bien. Sí hablamos, hoy día por ejemplo “cómo
te ha ido” y bien o mal también, nos contamos así, yo también le digo, él me dice así
nomás estamos, bien”.
La comunicación positiva es referida al hablar del día a día. Tan sólo dos
mujeres emplean términos afectivos al hablar de la comunicación con las parejas:
“confianza”, “cariñoso”. El resto de las mujeres que afirman comunicarse con sus
parejas se refieren al nivel de comunicación de “hablamos y escuchamos”, y todas usan
la primera persona del plural.
La mala comunicación en la pareja se relaciona con los conflictos en la pareja:
de las 6 mujeres que reconocen tener conflictos en su vida conyugal, 4 también
reconocen tener una mala comunicación con su pareja. Los conflictos son descritos por
las mujeres como comportamientos negativos de sus parejas y que ellas resuelven
aguantando (por lo que además del conflicto relacional, podríamos hablar de un
conflicto con ellas mismas por soportar algo que no desean). Dos de las parejas tienen
problemas con el alcohol, otras dos mantienen relaciones extramatrimoniales llegando
en uno de los casos a traer a casa a uno de los hijos ilegítimos para ser criado por la
mujer migrante, y en dos de los casos, quizás los más duros, las mujeres no consiguen
hablar de sus conflictos limitándose a expresar su profundo malestar: “sólo hijos tengo”
y “ganas de suicidarme tengo a veces”. Pocas son las mujeres que hablan abiertamente
de malos tratos y abusos recibidos por parte de sus parejas.
“[…] mi marido también bien maldito era, mucho ya me pegaba y parece que
eso también mi papá se ha enterado y me quería alejar”.
“Me sentí mal, lloraba cada vez, hubiera podido denunciar, pero me aguantaba,
eso me decía mi papá cuando yo le contaba, me decía que me aguante; y como no conocía
nada entonces tampoco he podido ir a denunciar”.
Pasemos ahora a analizar la relación de las mujeres con sus hijos. Si
exceptuamos a la única mujer del estudio que aún no ha sido madre, todas las mujeres
dicen que se comunican con sus hijos e hijas. Es verdad, que alguna de ellas con hijos e
hijas en edad adolescente también describe las nuevas dificultades de comunicación
surgidas, pero ellas mismas las explican por el momento evolutivo y no debido a una
causa más profunda.
Tan sólo tres mujeres comentaron tener conflictos con sus hijos. Por un lado, la
mujer que enviudó ha perdido el contacto con los hijos de su primera relación después
de que ella rehiciera su vida. Por otro lado, una de las mujeres tiene un hijo con
discapacidad y se encuentra muy sola para sacarlo adelante. Y por último, el hijo menor
de una de las mujeres ha comenzado a mostrar conductas disruptivas y antisociales en la
escuela, cometiendo hurtos, destrozos de mobiliario, etc. con lo que la situación se ha
vuelto difícil para ella. En este último caso, el padre se ha responsabilizado del hijo y ha
decidido llevárselo a trabajar con él.
Cuando se preguntó a las mujeres acerca del ajuste biopsicosocial de sus hijos,
entendido como su adaptación en los planos académicos, relación con los iguales y en la
casa, así como en el plano de la salud y el comportamiento, todas las mujeres con hijos
consideraba que su descendencia estaba positivamente adaptada.
Quizás este sea este uno de los puntos más importantes de ruptura con su pasado,
de renovación, de nuevo inicios: después de haber vivido una infancia difícil, después
de haber podido repetir patrones en la relación de pareja parecidos a los vividos por sus
propias madres en sus hogares de origen, después de haber encontrado sus sueños
mermados, empequeñecidos o no apoyados, han conseguido hacer algo nuevo,
reparador y con un mérito enorme: han criado a hijos sanos, con los que se comunican,
que tienen oportunidades de estudiar, con los que no hay diferencias por ser hombre o
mujer. Nos encontramos quizás ante una de las áreas más sanas y ricas de las mujeres
migrantes participantes en el estudio: sus hijos e hijas y su rol como madres. De hecho,
al preguntar por el grado de satisfacción familiar general se obtuvieron los siguientes
resultados (ver Tabla 7):
Tabla 7. Grado de satisfacción familiar general
B
ajo
M
edio
A
lto
Pareja 40 %
10%
50%
Hijos 1
0%
2
0%
7
0%
Familia
extensa/política
4
0%
2
0%
4
0%
Como se puede observar, el área de los “Hijos” es el que reporta los niveles más
altos de satisfacción para las mujeres entrevistadas, seguidas por la de “Pareja” y, por
último, la de la “Familia extensa/ política”.
Usando como marco teórico integrador la teoría de Beavers y Hampson (1995)
el estilo familiar de los hogares de proveniencia de las mujeres entrevistadas sería de
corte centrífugo, caracterizado por:
1. Los miembros de la familia buscan más la satisfacción más allá de los
límites de la familia y los hijos salen a menudo de la casa más temprano.
2. Las familias extremadamente centrífugas tienden a expulsar a los hijos antes
de que su individualización sea completada.
3. Los miembros de la familia buscan gratificación, a menudo confían más en
las actividades y en las relaciones del exterior de la familia.
4. Las familias son más precavidas con los mensajes afectivos y están más
cómodas con los sentimientos agresivos o negativos.
En concreto, y siguiendo la teoría, los niveles de comunicación y expresividad
emocional son bajos al igual que la cohesión, mientras que el liderazgo está ausente o,
por el contrario, se impone con violencia. Los niveles de conflicto manifiesto o
encubierto también son altos.
Estudios con familias clínicas encuentran más trastornos con psicopatología
interna (ansiedad, depresión) en los miembros de las familias centrípetas y más
trastornos externos (trastornos de conducta, agresividad) en los miembros de las
familias centrífugas (BEAVERS Y HAMPSON, 1995). Este dato es muy interesante
pues habla aún más de ese panorama desalentador al que hacíamos referencia más
arriba, del que las mujeres aymaras migrantes escapan con nuevos destinos resilientes.
Es importante destacar que ninguna de las mujeres entrevistadas utiliza términos
para referirse a su vida en pareja como “feliz”, “satisfactoria”, “positiva”, “enamorada”,
“rica”, “estimulante”, etc. y, a pesar de la relación sana y positiva con sus hijos e hijas,
tampoco en este último área predominan este tipo de calificativos. Quizás el uso de
estos adjetivos se vea también restringido en otros ámbitos de su vida. A continuación,
incluimos la Tabla 8 donde se recogen las principales expresiones usadas por las
mujeres entrevistadas para definir algunas de sus realidades más importantes (hijos,
pareja, familia de origen, ellas mismas, y familia extensa/política) pudiendo hacernos
una idea de “lo nombrado” por ellas y de aquello que por el hecho de no ser dicho “no
existe”.
Tabla 8. Expresiones usadas para categorizar las realidades familiares
EXPRESIONES
POSITIVAS
EXPRESIONES
NEGATIVAS
Ellas mismas Humilde, ahora
conozco y ya puedo moverme, ya
no tengo miedo, transformer, he
ayudado a mis hijos, he
aprendido.
Miedosa, campesina,
me he sentido mal, he llorado,
ganas de suicidarme tengo,
india, yo no sabía nada.
Familia Origen Me ha dado un cuarto
mi mamá, mi mamá alguito me
sabe apoyar, ha sido difícil
separarme de mi mamá.
Extraño, me regaló,
abandono, madre mala, padre
no se preocupaba, no me han
apoyado, veo a mi mamá como a
una extraña, mi papá no me ha
dado nada, no me han hecho
estudiar, mis hermanos no se preocupaban por mi mamá
enferma.
Pareja Cariñoso, hablamos,
confianza, me cuenta le cuento,
cambió, ya no es como antes,
hace 2 años ha cambiado, los
dos solitos estamos, nos
contamos y nos apoyamos.
Difícil, me pegaba,
extraño, tomaba, me engañó, me
obligó, he sufrido harto, no
hablábamos.
Hijos Son buenas, es
estudiosa, es sana, tiene sus
amigas, con mi hijo mayor
puedo hablar, mi hijo me ayuda,
me apoya, tienen amigos.
Mis hijas no me
ayudan, le he pegado mucho,
mis hijos no me hablan después
de que su papá ha muerto, hijo
problemático.
Familia
Extensa/Política
Apegada a mi abuelito, mi abuelita me ha criado, de mis
tíos he recibido ayuda.
Abuela mala me pegaba, mi tío se ha olvidado, su
familia se metía, su familia me
maltrataba, no hay apoyo, mi
abuelo me reñía.
Consecuencias de la migración: ámbito laboral y formativo
En este apartado abordaremos las consecuencias que para las mujeres tuvo la
migración en sus vidas como trabajadoras, las oportunidades formativas y las
experiencias de discriminación y explotación laboral que pudieron obstaculizar su
desarrollo hacia el bienestar personal, familiar y social.
Tabla 9. Consecuencias de la migración en el ámbito laboral y formativo
S
I
N
O
Valoración Global Positiva de las oportunidades de
la migración
8
0%
2
0%
Experiencias y relaciones laborales positivas 8
0%
2
0%
Experiencias y relaciones educativas positivas 70%
30%
Explotación 3
0%
7
0%
Discriminación 8
0%
2
0%
En primer lugar, se preguntó a las mujeres si realmente mereció la pena migrar o
si hubiera sido mejor quedarse en casa; se les pidió que valoraran globalmente las
oportunidades que la migración les ha reportado en sus vidas. Ocho de las mujeres
coinciden en evaluar positivamente lo que han obtenido como consecuencia de la
decisión de migrar. La mayoría refieren que las oportunidades para trabajar y estudiar
en la ciudad son mejores que en el campo, aunque algunas entrevistadas también
reconocen que en la actualidad, las cosas están empezando a cambiar en el ámbito rural
(sobre todo en lo relacionado con las oportunidades de formación).
“Sí, me ha ido bien, no tan bien que digamos pero bien. Aquí también es más
fácil porque se puede trabajar, estudiar”.
“Sí, para estudiar, trabajar. Yo creo que me he venido aquí es mejor también,
porque de quedarme en el campo no hubiera aprendido nada. Pero ahora también ha
cambiado en el campo, ya están más despiertos, pero más antes en esa época que yo
estaba, no había nada… […]”.
Las dos mujeres que no evalúan positivamente su experiencia migratoria refieren
que “aquí y allí igual no más es” y “Para mi persona, para mi mal ha sido. Mal digo
porque hasta el momento no tengo nada, solo hijos tengo y nada más. No tengo nada”.
Ambas no perciben ganancias vitales significativas, o grandes cambios con
respecto a lo que predicen que habría sido su vida si hubieran seguido en sus lugares de
origen. Ocho de ellas han tenido experiencias y relaciones laborales positivas, y siete
han disfrutado también experiencias formativas satisfactorias. Además de las mujeres
que valoraron negativamente las oportunidades que les ha brindado la migración, las
principales dificultades encontradas en los ámbitos laborales y formativos se relacionan
con la discriminación y la explotación, así como con en el hecho de no poder acceder a
formación por la presión de obtener ingresos para el hogar (cosa que sucede a dos de las
mujeres entrevistadas). Detengámonos en esos dos elementos que quizás encuentren sus
orígenes fuera del ámbito laboral pero que es sin duda en este ámbito donde adquieren
mayor visibilidad y crudeza. Nos referimos a la discriminación (por género, raza y/o
ser migrante) y a la explotación laboral.
Ocho de las diez mujeres reconocen haber sufrido discriminación. La
discriminación por género la viven ya desde sus hogares, como demuestra el hecho de
que algo menos de la mitad de las mujeres no tuviera “derecho” a la educación en su
infancia por el solo hecho ser mujer. La discriminación que más frecuentemente
encuentran en el ámbito laboral es la relacionada con su origen étnico y el hecho de ser
migrantes, y en tres de los casos lleva emparejada la explotación como parte de la
relación laboral: impago de sueldos, imposibilidad de asistir a la escuela, malos tratos,
encierros en casa, etc. Como afirma Albó (1988) ser y hablar aymara, ser indio, ser
campesino y ser explotado son términos que en los hechos coinciden. Si a esto le
añadimos ser-mujer, podemos comprender cuántos obstáculos deben superar las
mujeres emigrantes que nos ocupan.
“La primera vez que he venido como empleada, me trataban bien mal. Yo creo
que porque he sido pues chica del campo digamos ¿no? se aprovechaban yo pensaba eso,
porque no sabía nada, no sabía lavar ni cocinar”.
“Como no entendía lo que me decían, no sabía cocinar, ni limpiar me pegaban,
con todo, con las ollas y me decían india campesina; la señora también era de pollera,
pero así me trataba, me decía campesina india y su esposo también”.
“Yo después de ese mi primer trabajo como empleada, he tenido otro y ahí
nomás la gente te empieza a humillar, yo no pensé que era así, pero nos querían humillar
y de ahí me salí”.
Incluso la discriminación provenía de las propias mujeres de la ciudad con cierta
formación educativa por el hecho de vestirse con las ropas típicas.
“[…] pero cuando estaba haciendo mi práctica pre profesional yo vestía de
pollera y ahí he visto cierta discriminación de parte de las mismas señoras que
trabajaban ahí, de las psicólogas, de la trabajadora social inclusive ella ¿no?”.
Sin embargo, a pesar de la discriminación sufrida en determinados contextos
laborales, la valoración global de las oportunidades laborales es positiva. Como se
comentó en el apartado 1.3.2 “Redes de apoyo para la migración”, todas las mujeres se
hacen cargo de la economía familiar en la actualidad, ayudadas por sus maridos y
parejas en el 80% de los casos. Este es un dato significativo que refleja la inclusión de
las mujeres en el tejido productivo de la ciudad, ya sea en el sector servicios (sobre todo
como trabajadora del hogar) como en el de las pequeñas manufacturas vendidas
autónomamente (comida, ropas y artículos tejidos).
Consecuencias de la migración: ámbito socio-comunitario
¿Qué relaciones mantienen las mujeres entrevistadas con sus comunidades de
origen?, más allá de sus familias ¿tienen otros contactos en sus comunidades de
proveniencia?, y en la ciudad, ¿se sienten integradas después de estos años?, ¿han
conseguido tejer una red social de apoyo? Estos son algunos de los interrogantes que
nos ocuparán en el presente apartado.
Tabla 10. Consecuencias de la migración en el ámbito socio-comunitario
S
I
N
O
Relación con la comunidad de origen y apoyo
recibido/percibido
3
0%
7
0%
Derechos comunitarios y propietarios en origen 1
0%
9
0%
Otros migrantes en la amilia 8
0%
2
0%
Relación con el lugar de destino y apoyo
recibido/percibido
6
0%
4
0%
Percepción de Integración 9
0%
1
0%
Ascenso social 9
0%
1
0%
En primer lugar, tan sólo tres de las mujeres mantienen algún tipo de relación
con su comunidad de origen. Ésta se limita al contacto telefónico con sus padres (ni
siquiera hermanos o hermanas) o a visitas esporádicas. El resto de las mujeres no
mantiene ningún otro contacto con su comunidad de origen: ni familia extensa, ni
amigos, ni figuras importantes (líderes religiosos, educadores, personas importantes en
la comunidad), por lo que podríamos decir que la desconexión con su pasado relacional
es un hecho patente en la vida de la mayoría de las mujeres migrantes. Como comenta
una de ellas: “Yo ya me he olvidado realmente de donde yo vivía, ya estoy
acostumbrada, normal nomás estoy”. Relacionándolo con el dato descrito más arriba
referente a la identidad cultural, parece como si quedara grabado en la identidad de las
mujeres sus costumbres, sus tradiciones, y no las personas y las relaciones. De este
modo, serían los elemento del macrosistema más que de los microsistemas de origen los
que dejarían huella en las mujeres entrevistadas (BRONFRENBRENNER, 1979).
Lo mismo puede decirse de la posesión de propiedades en origen: tan sólo una
mujer mantiene tierras en origen. Se trata de la mujer que emigró con su pareja y que
compró las tierras con los ahorros de su actividad en la ciudad. El resto ni siquiera tiene
un hogar al que regresar. Tan sólo tres mujeres hablan de algún hogar en origen (aún
habitado por alguno de sus padres) que podrían visitar.
Esta desconexión con los orígenes tiene relación también la existencia de otros
migrantes en la familia de las mujeres entrevistadas. Ocho de las mujeres tiene a alguno
de sus hermanos también como migrantes, por lo que en el ámbito familiar, los hogares
de origen están “desiertos” de figuras de referencia. Por tanto, en este proceso de
emigración y de desvinculación familiar encontramos que seis de las mujeres fueron
“pioneras familiares” en emigrar, y que a este hecho se le une el que la mayoría de los
hermanos comienzan a emigrar después, siguiendo quizás los pasos dejados por ellas
mismas. De hecho, el 60% de las mujeres tiene algún hermano o hermana que emigró y
vive en la misma ciudad de destino.
“Después con mi hermana casi a diario hablamos, con mi otra hermana en la
semana hablamos, en la ciudad vive ella, pero la otra vive aquí nomás, mi hermano
también estudia aquí en El Alto y con ellos hablamos”.
“Todos mis hermanos están aquí en la ciudad, incluso mi mamá”.
A pesar de que en muchos casos algún hermano o hermana vive en la ciudad y
esto puede suponer un apoyo, se indagó a través de la entrevista la existencia de otros
apoyos comunitarios con los que las mujeres hubieran contado y que les permitieran
adaptarse satisfactoriamente a su nuevo contexto socio-comunitario. En este caso, el
Centro Tawantinsuyo supone un punto de inflexión en la vida seis de las mujeres
entrevistadas. La actividad asociativa les ha permitido trabajar para dar mejores
oportunidades y cuidados a sus hijos, para transformar su comunidad, para tejer una red
social de madres, y en muchos casos, para demostrarse a sí mismas que eran personas
dignas de ser reconocidas y con capacidades para intervenir sobre sus propias vidas.
“Aquí en el Centro participo, pero después no tengo nada, aquí nada más es que
hemos ido a desfiles, hay reuniones, vamos al mercado y a veces pan hay que hacer, nada
más”.
“Aquí en el Centro nomás estoy, el año pasado me han nombrado de la
Directiva, soy Presidenta y como presidenta yo digo “haremos reunión”, tengo que ir
abajo a la Fundación La Paz”.
Tan sólo una mujer hace referencia a la familia de su marido como red social de
apoyo en la ciudad que considera de vital importancia para su integración en la
comunidad. Y precisamente de esta percepción de integración, nueve de las mujeres se
perciben como parte de su comunidad, la cual sienten suya.
“Aquí nomás ya estoy acostumbrada, […]”.
“Me gusta estar aquí, me conozco con todas las de la zona, como si nada nomás
estoy.
Aquí ya más compartimos, hay personas, amigos, amigas, con mi esposo normal
es todo. Tenemos también padrinos, así con su familia mejor también es, con ellos nos
estamos a veces, así bien estamos”.
La única mujer que no se siente integrada describe su percepción del siguiente
modo:
“Aun quiero irme, quiero volver al campo, porque aquí también a veces no hay
plata, la economía afecta eso, a la familia que tengo. En cambio en allá, con la chacra
nomás se esta. Para mi sería más fácil pero para mis hijos no, porque ya están
acostumbrado, aunque les gusta la chacra, los animales; pero así de vivir, yo creo que
no. Yo si puedo volver al campo”.
Muy similar es la percepción de ascenso social, entendido como la mejora en
vivienda, educación, ingresos, reconocimiento social, etc. que la migración ha supuesto.
Todas las mujeres excepto aquella que no se siente integrada en su comunidad, perciben
que su vida ha mejorado socialmente. Sin embargo, podríamos distinguir dos grupos de
estas mujeres: las que piensan que han mejorado mucho, y las que, por el contrario,
piensan que “no he mejorado tanto”. Es interesante destacar que las mujeres que tienen
percepciones más positivas de su ascenso social son también aquellas más implicadas
en el Centro Tawantinsuyo, ocupando incluso puestos en la directiva del mismo. Parece
que la participación social, el hecho de ser un referente comunitario y hacer cosas más
allá de la propia familia conlleva un reconocimiento social, que puede relacionarse con
una mejor integración en el entorno y con la satisfacción con los logros conseguidos en
el contexto comunitario.
3. CONCLUSIONES
Tras el análisis detallado de las entrevistas y después de haber entrado en
contacto con las experiencias que han vivido las mujeres aymaras migrantes,
proponemos extraer algunas conclusiones generales que podrían ayudar a comprender
mejor la feminización migratoria en el mundo aymara. En primer lugar, las experiencias
migratorias de las mujeres indígenas que abandonan el medio rural están caracterizadas
por su carácter definitivo. Al contrario de lo que ocurre con las migraciones
transnacionales en las que existe una posibilidad de volver, un deseo de reencuentro e
incluso un retorno de ganancias económicas, inversión en patrimonio en origen, etc., las
migraciones intranacionales estas mujeres aymaras se caracterizan por una
desvinculación con el origen. La migración ha supuesto un punto de no retorno con
respecto a la vida anterior, no sólo entendida desde el punto de vista de la actividad
laboral (pastoreo, agricultura) sino sobre todo relacional. No quedan atrás apenas
familiares, ni propiedades, ni elementos vitales importantes por los que “merezca la
pena volver”. La migración supondría un comenzar de nuevo con un lema importante:
cada paso que se da, aleja más de la posibilidad de volver atrás, justamente porque el
atrás se va difuminando hasta casi desaparecer.
En segundo lugar, es importante destacar la carencia de apoyos a la hora de
tomar la decisión de migrar. Nadie en el origen les ha apoyado para migrar ni de modo
instrumental, ni material ni emocional. No se relaciona ni con la edad de la mujer a la
hora de migrar ni con cuál sea la motivación de la misma, simplemente se encuentra
sola ante la empresa migratoria. Como hemos referido, incluso cuando la motivación
para migrar es en parte familiar, la percepción y el sentimiento de no ser apoyadas por
su propia familia es la vivencia primaria experimentada. Esta ausencia de red de apoyo
se compensa en cierta medida en el lugar de destino, aunque más que red de apoyo
podríamos hablar de “figuras temporales de apoyo”. A pesar de ser familiares cercanos,
el sustento brindado por estas personas suele ser muy definido en el tiempo y con una
duración breve. Pasarán algunos años antes de que las mujeres aymara puedan hablar de
una red de apoyo y sentirse seguras en ella. De hecho, en la mayoría de los casos estas
redes coinciden con la constitución de la familia creada. Serán la pareja y los hijos e
hijas los encargados de crear un entramado interpersonal de soporte para sus propias
vidas, formando parte del mismo pocas personas extrafamiliares. Tan sólo el Centro
Tawantinsuyo ha servido para abrir las puertas a un mundo social del cual nutrirse a la
hora de establecer relaciones de ayuda y de amistad.
Por otro lado, y de acuerdo con lo que afirma la OIM (2003), la mujer en
general, y la mujer aymara en particular, migran cada vez más frecuentemente de un
modo autónomo, sin tanta presión desde sus familias de origen o fruto de una
discriminación machista exacerbada. La mujer aymara tiene motivaciones individuales
que le impulsan a buscar un futuro mejor en las grandes ciudades. No buscan hacer
fortuna o convertirse en personajes famosos de su comunidad. Buscan sencillamente
tener una vida más digna, donde puedan ejercer el derecho a acceder a la educación, a
trabajar honradamente para alimentar a sus hijos e hijas, donde puedan construir su
futuro de forma autónoma. Y estas motivaciones se reflejan en sus familias creadas.
Todas ayudan a mantener a sus familias con una actividad económica basada en el
sector servicios o vendiendo manufacturas o productos en la calle, son los pilares
básicos en la crianza de la prole, manejan la economía doméstica, participan en su
comunidad a través de organizaciones locales de mujeres. Esta es quizás la diferencia
más importante con respecto a la proyección de sus vidas en sus hogares de origen: han
logrado ser autoras de su propio futuro en muchas facetas de su vida. Esta autoría se
refleja en su autoconcepto, en su autoestima y en la integridad de su identidad cultural a
pesar de la migración.
Todas las mujeres han superado adversidades muy importantes (malos tratos,
abandonos, abusos, explotación), sin grandes apoyos, y han sabido crear en sus familias,
y en concreto con sus hijos, un espacio sano para el desarrollo donde no estuvieran
presentes las carencias que en muchos casos padecieron. Son mujeres resilientes, que
tienen estrategias para afrontar los momentos más difíciles, y que han sabido generar de
donde los demás sólo verían campo yermo. Sus hijos e hijas son uno de los aspectos
más sanos de su vida. Hay comunicación, ajuste con su entorno, se resuelven conflictos,
no se discrimina a las hijas por haber nacido mujer, etc.
Sin embargo, el sabor que deja la migración es en cierto modo agridulce. La
percepción de “haber mejorado pero no tanto” es una expresión que refleja muy bien las
profundidades del ser-mujer aymara migrante. No se relaciona tanto con el tener una
casa más grande, o más dinero, o hijos/as en la universidad. Hace referencia al hecho de
ser feliz, de encontrarse satisfechas con sus vidas, de ver que con la decisión de migrar
consiguieron dar un cambio a sus vidas y sentirse personas más plenas. Sin embargo,
“no han mejorado tanto”.
4. REFERENCIAS
ALBÓ, X. (1988): Introducción. En X. Albó (Comp.), Raíces de América. El mundo
aymara (pp. 21-50). Madrid: Alianza Editorial.
ARRUABARRENA, M. I., Y DE PAÚL, J. (1994): Maltrato a los niños en la familia.
Evaluación y Tratamiento. Madrid: Pirámide.
BALBUENA, P. (2003): Feminización de las migraciones: del espacio reproductivo
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