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2015.01.29. Juan Pablo Bertazza

Date post: 13-Apr-2018
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El cuento por su autor Concierto para sordos Por Juan Pablo Bertazza JUE 29.01.15 En YouTube puede verse un fragmento del programa Vivo en  Argentina , de la Televisión Públi- ca, dedicado a la novena edición del Festival de Música Clásica de Ushuaia. Ahí Carlos Bertazza, uno de los directores de orquesta invi- tados al Festival, explica en la en- trevista: “A medida que pasan los ensayos y la obra se va asentan- do, se va acercando a un deseo, lo que yo siempre llamo el deseo sonoro, que es lo que vos deseás antes de empezar a ensayar, la imagen mental sonora que vos te- nés de la obra, que seguramente es distinta de la que tiene cual- quier otra persona: es como la huella digital, es muy difícil que haya dos iguales porque la con- cepción tanto intelectual como emotiva, como física, que tiene cada uno es totalmente distinta, no hay manera de que dos direc- tores conciban una obra de la misma forma, por eso vas a ver que a una misma orquesta tocan- do la misma obra, el mismo día, le ponés dos directores distintos y suena distinta”. Por otro lado, el caso del baila- rín y coreógrafo francés Xavier Le Roy, que además estudió varios años biología molecular. Sin nin- guna formación musical previa pero inspirado en un ensayo del director de la Filarmónica de Ber- lín, propuso en su espectáculo La consagración de la Primavera la idea genial de romper la lógica de la dirección de orquestas: ya no es el gesto lo que provoca la mú- sica sino la música lo que inspira la coreografía del director de or- questa de Le Roy o, mejor dicho, se propone una forma de simulta- neidad entre música y movimiento que, quizá, indague bien en las profundidades más enigmáticas de la armonía. Por lo demás, tenía razón Nietzsche: escribir también es po- ner algo de concierto donde todo es desconcierto.
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El cuento por su autor

Conciertopara sordosPor Juan Pablo Bertazza

JUE 29.01.15

■ En YouTube puede verse un

fragmento del programa Vivo en

 Argentina, de la Televisión Públi-

ca, dedicado a la novena edición

del Festival de Música Clásica de

Ushuaia. Ahí Carlos Bertazza, unode los directores de orquesta invi-

tados al Festival, explica en la en-

trevista: “A medida que pasan los

ensayos y la obra se va asentan-

do, se va acercando a un deseo,

lo que yo siempre llamo el deseo

sonoro, que es lo que vos deseás

antes de empezar a ensayar, la

imagen mental sonora que vos te-

nés de la obra, que seguramente

es distinta de la que tiene cual-

quier otra persona: es como la

huella digital, es muy difícil que

haya dos iguales porque la con-

cepción tanto intelectual como

emotiva, como física, que tiene

cada uno es totalmente distinta,

no hay manera de que dos direc-tores conciban una obra de la

misma forma, por eso vas a ver

que a una misma orquesta tocan-

do la misma obra, el mismo día, le

ponés dos directores distintos y

suena distinta”.

Por otro lado, el caso del baila-

rín y coreógrafo francés Xavier Le

Roy, que además estudió varios

años biología molecular. Sin nin-

guna formación musical previa

pero inspirado en un ensayo del

director de la Filarmónica de Ber-

lín, propuso en su espectáculo La

consagración de la Primavera la

idea genial de romper la lógica de

la dirección de orquestas: ya no

es el gesto lo que provoca la mú-sica sino la música lo que inspira

la coreografía del director de or-

questa de Le Roy o, mejor dicho,

se propone una forma de simulta-

neidad entre música y movimiento

que, quizá, indague bien en las

profundidades más enigmáticas

de la armonía.

Por lo demás, tenía razón

Nietzsche: escribir también es po-

ner algo de concierto donde todo

es desconcierto.

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JUE   29.01.15

I

✒ Nunca César había, siquie-ra, pensado ir, y por eso le lla-mó la atención su imperiosodeseo de visitar la Isla de losEstados. Un puñado de extra-ñas coincidencias, hacinadasen un lapso de apenas dos me-ses, le reveló la existencia deese lugar, además de provocar-le una enorme curiosidad por conocerlo.

La primera referencia, a laque casi no había prestadoatención, se la había hecho undirector de orquesta de Sofíadurante un viaje del que recor-daba, sobre todo, la increíblemodalidad gestual de Bulgaria,exactamente al revés de la detodo el mundo: asentían demanera vertical para decir que

no y negaban corriendo la ca- beza en un eje horizontal paradecir que sí. El asunto podíaser aún más complejo: aunquelos búlgaros estaban orgullo-sos de esa contradicción, habíaquienes retomaban el pactomundial del gesto como unaforma de cortesía hacia los tu-ristas que, lejos de surtir efec-to, generaba mayor confusión.Poco después, le contaron aCésar que esa peculiaridadquizá se debía a la ocupaciónque sufrió el país por parte delos turcos: ante la amenaza delfilo del cuchillo otomano quelos convertiría al Islam, los búlgaros habían resuelto indi-car con un gesto lo que les exi-gían los turcos para poder sal-var su vida y, al mismo tiem- po, decir en su idioma exacta-mente lo contrario para no trai-cionar los principios de su fe.

 –En esa isla volví a creer,César –le había dicho el maes-tro Hristo Milanov, él lo recor-dó tiempo después, como si lafrase se hubiera dormido en elsótano de su memoria. No por-que no le hubiese importado,sospechaba en realidad que nole había entendido bien: era bastante raro que un director de Europa del Este le estuvierahablando de su fascinación por 

una isla argentina que él nuncahabía oído nombrar.Ala vuelta de ese mismo

viaje, César vio en una libreríadel aeropuerto internacional deEzeiza un libro póstumo de Ju-lio Verne con un título que lellamó la atención y, aunquedespués no le interesó tanto lanovela, pudo leer ahí una di-dáctica descripción de la isla.

El mismo día que un mail leconfirmaba su presencia en elFestival Internacional de Mú-

 pensamiento. Es, en todo caso,una forma algo más dirigidade la emoción que se cuela enla atmósfera, en el medio am- biente.

Sabe muy bien que la contra-cara es la imposibilidad de quenadie pueda seguir el rastro deesa huella. Porque, en el fondo,todo público es como ese ofi-cial de la Armada que perma-nece inmutable, porque todoconcierto es un concierto parasordos y en eso radica, tam- bién, la entrega de quien lo eje-cuta. Todo concierto es tam- bién un desconcierto y los úni-cos que están en condicionesde acercarse a eso que él acabade descubrir son los sordos. Pe-ro no los sordos que se chocany se muerden entre sí comomurciélagos de mirada asépti-ca, sino los verdaderos: los sor-

dos de nacimiento, que no es-tán contaminados por el ruidode la civilización y tantean lasombra de una obra, como unmoribundo que descubre elmundo a través de Ushuaia.

César escucha la música quesale de sus manos y confirmaque el deseo sonoro –y cuántafelicidad abismal le da esaidea– es algo que tiene que ver no sólo con la totalidad de ex- periencias que acumuló duran-te esos treinta y cinco años, si-no incluso con el propio ritmode su sangre. El diálogo sub-acuático de cada uno de susórganos crea esa melodía sinorquesta. Cuando la música yacasi lo aturde, César entiendeque lo que él siempre llamó eldeseo sonoro, el átomo más in-divisible de una persona y, a suvez, la puerta de acceso a lafuente universal, y que haceque ya no haya espacio paraningún dolor pero tampoco pa-ra ninguna alegría, para ningún beso, para ningún abrazo, paraningún llanto, para ningunadespedida, no es otra cosa quela realización imposible de unoxímoron, una gloria cruda.

La música sigue su derroteroen el aire, navega entre losfiordos, instituye la lluvia queahora es torrencial. Apunto de

terminar la sinfonía, César ha-ce un gesto –ya no con las ma-nos sino con la cara–, una ex- presión inmarcesible, una sutilnegación de su cabeza que es,sin embargo, un himno a laafirmación, al distinguir, en lainhóspita y encajonada bahíade San Juan del Salvamento, lasonrisa de cada uno de los mú-sicos de su orquesta.

Un aplauso más poderosoque un terremoto es lo últimoque escucha.

sica Clásica de Ushuaia, dos me-ses después de aquel viaje, encon-tró un artículo en la hemerotecadonde había ido a buscar, tal co-mo hacía siempre, información de

la obra que debía dirigir. Una no-ta fechada el siglo anterior deldiario Die Welt reseñaba ciertasfalencias de circulación que, pesea su belleza y altísimo nivel deexigencia, había sufrido la CuartaSinfonía de Beethoven, a la queRobert Schumann definió como“la grácil criatura griega en me-dio de dos gigantes germánicos”,en relación con sus convulsiona-das fronteras con la Heroica ycon la Quinta. En la misma notade ese diario berlinés, como siexistiese alguna correspondencia,se incluía un recuadro dedicado aaquella enigmática isla a la quelos turistas fueguinos –pero tam- bién argentinos e incluso extran- jeros– no se molestaban en visi-tar, atraídos por otros destinos tu-rísticos célebres como el Cabo deHornos, la Península Valdés, Pun-ta Tombo, el glaciar Perito More-no, el museo marítimo deUshuaia o el Canal de Beagleque, incluso, le empezaba a usur- par a la Isla de los Estados uno desus principales atractivos, el farodel fin del mundo.

Diamante descatalogado, tanoculto como inaccesible, los dosocéanos confluían en esa isla que permanecía casi en situación denaufragio con respecto a Tierradel Fuego. Como una brasa en-cendida en medio del mar.

IILuego de las tres horas y cua-

renta minutos que lo llevaron alaeropuerto de Ushuaia –quizás elmenos alejado de la ciudad en to-do el mundo–, fue recibido por una delegación de funcionarios,melómanos y curiosos que pare-cía contenta o incluso extasiada,como si reprodujeran con su inte-rés tímido pero incesante algo del

ambiente insinuado en el harén de El baño turco, el cuadro de Ingresque, para César, significaba laalianza perfecta entre la música yla pintura. Yno po r la mera inclu-

sión del laúd, sino por el lugar central asignado a esa única mu- jer de espaldas al público, comoun director de orquesta, sí, que enun silencio lleno de vibración pa-rece guiar el movimiento, la quie-tud, el erotismo y el enigma detodas las demás mujeres.

En ese cuadro aparecía tambiéncada uno de los aspectos musica-les que atraían a César: ademásdel origen, además de la incerti-dumbre en torno del principio,desde muy chico tuvo interés enla impronta diferencial que cadadirector de orquesta imprime enuna obra, algo que va más allá deloportunismo o no de la entrada delos instrumentos, del tempo, de latonalidad y de la orquestación, al-go tan elusivo como el deseo pe-ro, a la vez, más sólido que una piedra: lo que él entendía como eldeseo sonoro o, mejor dicho, laimagen mental sonora que alguien puede tener de una obra. Una ca-racterística más distintiva inclusoque una huella dactilar porque re-úne, de una vez y para siempre, laconcepción intelectual, emotiva ytambién física de una partitura.Aquello que, en definitiva, haceimposible que una misma orques-ta, aun cuando lo haga en las mis-mas condiciones, pueda ejecutar una obra de idéntica manera condos directores distintos.

Entre bronces mudos y saludos protocolares, un joven delgado yformal se acercó para sacarse unafoto con él: antes incluso de quese escuchara el ruido del dispara-dor de la cámara, el muchacho sedeshizo en enumerar las razones por las que lo admiraba enorme-mente, encontrar semejante talen-to y dedicación al trabajo en al-guien tan joven lo había hecho es-tar al tanto de todos sus concier-tos y composiciones.

 –No debería ser así en el ámbi-to clásico, pero los músicos demayor fama no deben su celebri-dad a su talento sino a otros as- pectos que tienen más que ver con el marketing –concluyó el jo-ven como si estuviera recordandoun texto de memoria pero, al mis-mo tiempo, dicho desde el cora-zón.

 –No creo que sea tan así, peromuchas gracias –le respondió Cé-sar y, sí, sonrió.

Al joven le costó reaccionar pe-ro, después de unos minutos, seapuró en sacar una tarjeta de su bi-lletera, y le dijo: ahí está mi teléfo-no, maestro, cualquier cosa que ne-cesite durante lo que dure su esta-día en Ushuaia, me puede llamar.

César leyó el nombre del joveny el cargo que desempeñaba enun banco local y, casi como unimpulso, le preguntó si no lo po-día ayudar a ir a la Isla de los Es-

tados.El muchacho dejó escapar una

carcajada parecida a una pregun-ta, y respondió no, que casi nuncallegan hasta ahí los turistas y me-nos ahora con tanto frío y tantoviento, pero uno de mis mejoresamigos es contraalmirante de laArmada, maestro, y le puede lle-gar a conseguir lugar en una ex-cursión, aunque le va a llevar, por lo menos, un día.

 –El 24 –concluyó César– esnuestro día libre antes del con-cierto final –y, no, no dejó desonreír.

IIIEl oficial de la Armada que,

con desgano, recibió la orden decontraalmirante de manejar el“Franz von Oppersdorff”, unaembarcación de 22 metros de lar-go –y 600 litros de reserva decombustible– era locuaz y antipá-tico. Aspero y robusto, su cara te-nía algunos rasgos del actor queencarnara al compositor AntoninDvorak en Concierto para el final del verano, una película checos-lovaca de Frantisek Vlácil. Du-rante gran parte de la travesía, lehabló de los numerosos naufra-gios y tragedias marítimas que seregistraron en ese lugar, que a él

tampoco le parecía gran cosa pe-ro, sí, había fascinado a muchosexploradores. Aunque en su for-ma de hablar se notaba cierta in-tención de resultar amable, habíaun dejo de insoportable vacuidaden sus palabras que tiraba todoese intento por la borda y hacíade él una flagrante contradicción.Le dan, explicaba, un halo mítico por la cercanía de las nubes, y porque ahí pasaron y murieron in-dios yámanas, piratas y presos. Elcreía, sin embargo, que la fama

del lugar sólo tenía que ver conlo peligroso que resultaba atrave-sar el estrecho de Le Maire, sobretodo a la vuelta, porque los vien-tos de oeste a este suelen ser aun peores, alcanzando los 160 kiló-metros por hora, indicó, sin lugar a ninguna réplica.

Hay ocasiones en que alguien,sin advertirlo, puede quedar to-talmente a merced de un extrañocon el que jamás decidiría com- partir nada, como cu ando se sal-ta por primera vez en paracaí-das. Conocía el lugar, la intensi-dad de los vientos y la profundi-dad del agua. Lo demostraba conla aparente serenidad con quemanejaba el barco, con la faltade sudor de un cuerpo y un ros-tro que parecían hechos paratranspirar, con la cantidad de da-tos fehacientes que acumulabasu boca firme pero escupía su in-

verosímil voz de soprano. Peroalgo fundamental se le escapabaal oficial para describir, no paracomprender esa isla de agua he-lada, ciclones, días efímeros, he-lechos, cascadas y acantiladosdonde terminaba muriendo laCordillera de los Andes.

Había, además, concavidad yredundancia en todo lo que d ecía.Ycada vez que el oficial mencio-naba la Isla de los Estados a Cé-sar se le ocurría pensar que el propio nombre de esa isla, a laque finalmente iba a llegar luegode haberla escuchado nombrar tanto el último tiempo, era redun-dante porque, en algún punto, uncontinente es el ser y toda isla, unestado.

 Ni siquiera fue genuino cuandole habló, en muy pocas palabras,de los heroicos salvatajes del co-mandante Luis Piedrabuena, delnaufragio de su goleta Espora, decómo rechazó una oferta de diezmil libras por parte de los ingle-ses para comprar esa tierra, man-teniendo así su soberanía.

 –Hay diferencias pero la florade acá es parecida a las de las is-las Malvinas, y entre los animaleshay muchos lobos marinos, el pingüino rey y otros animales quevienen de afuera, que son extran- jeros de la isla, como el ciervo ro- jo o la cabra, que fueron incorpo-

rados por razones alimentarias pero que, pese a las durísimascondiciones climáticas, lograronsubsistir –explicó el oficial sinque César preguntara y sin nom- brar a ninguna de las especiesdesaparecidas. Su voz era comola que circula en esos auricularesde museo por los que hay que pa-gar aparte. Como si hasta eso fue-ra producto de un cálculo, la con-versación –o el monólogo del ofi-cial de la Armada– se desvaneciócuando llegaron al puerto Parry,

desde cuyo destacamento navalcontrolan el tránsito marítimocuatro integrantes de la Armadaque son relevados, a su vez, cadacuarenta días. César se concentró,entonces, en algunas cuestionesde la Cuarta Sinfonía de Beetho-ven que debía dirigir en el con-cierto final. Esa sinfonía que qui-zá fuera la más reveladora entrelas menos conocidas, es decir, en-tre las pares, las bellas, a diferen-cia de las impares, que eran subli-mes. Por alguna razón, a César le pareció conveniente trabajar conlo bello y no con lo sublime.

Algunas horas después, se pusode pie sobre la cubierta del barco,abrió bien los ojos y observó quela acústica de la Isla de los Esta-dos era perfecta. Entonces vio alo lejos la inmensidad de la rocadonde, a sesenta metros sobre elnivel del mar, se recortaba la ré-

 plica del verdadero faro del findel mundo.

IV Es el afán de establecer otro ti-

 po de vínculo con el paisaje peroes, sobre todo, aquella preguntaen torno del origen de la músicalo que dispara la acción de lasmanos de César, como quien lan-za una palabra a la noche de lo stiempos. Con la mano izquierda

determina la velocidad que quiereimprimir a los instrumentos que brillan por su ausencia y con laderecha su intensidad. Sin or-questa, sin nadie que sepa dóndeestá en ese preciso instante ni quées lo que (no) piensa el director.Sólo el oficial de la Armada que primero lo mira de costado y seríe y después ni siquiera lo regis-tra. César inicia el gesto –la ges-ta– del primer movimiento de laCuarta Sinfonía. El adagio se es-capa de la yema de sus dedos,atraviesa las barreras físicas. Elritmo cruza el puente al allegrovivace, la melodía sonríe con lalibertad absoluta del árbol quecae en un bosque donde nadie es-cucha. Cuando aparecen los violi-nes, al principio del segundo mo-vimiento, César entiende que puede alcanzar la plenitud de esahuella diferencial que asegura la

individualidad de cada ejecución.El deseo sonoro lo llena de felici-dad. Una felicidad en acto, unafelicidad descarnada y brutal co-mo los primeros pasos de una caí-da libre.

Todavía no tiene idea César decuál es el comienzo de la música, pero está claro que no hay sólouna relación causal entre el gestoy la armonía: al mismo tiempoque, con sus manos, gesta la mú-sica, el sonido que él escuchavuelve a repercutir en su pulso,

hay una continuidad entre la mú-sica y el movimiento. Una conti-nuidad que le hace entrever no só-lo lo que pasa sino también lo queva a pasar : esa música para sor-dos es un puente hacia el futuro.

 No sólo puede escuchar con ab-soluta nitidez, ahora, el solo declarinete. También advierte lassupersticiones, esfuerzos y ganasde su orquesta: la ansiedad de los primeros violines, la preocupa-ción de la flauta, la felicidad delos timbales, el secreto de los ce-llos, el escenario iluminando conla música cada una de las butacas.Espía cada mínima vicisitud delconcierto con un detallismo tanminucioso que (re) vivirlo, al díasiguiente significará un insoporta- ble déjà vu. Entre las líneas de laarmonía, en el trasfondo de esaejecución que cerraría el últimoconcierto del Festival Internacio-

nal de Música Clásica deUshuaia, César percibe tambiénel amor incondicional y absolutoque siente por alguien en el mun-do y esa desesperación silenciosay extrema que se esfuerza por ne-gar, aunque cada vez la exploremás, y que ni siquiera arrancán-dola del futuro, a través del fluir de la música, le parece cierta.

Ap unto de comenzar el tercer movimiento, César se distiende.El silencio del fin del mundo por  primera vez no dice nada y la mú-sica vuelve a encerrarse contra lasrejas de la dimensión física. César recuerda que tuvo esa misma sen-sación aquella larguísima nochede junio de 2006 en que escribiósu obra Cuarteto de tres, celebra-da por la crítica y merecedora del primer premio en la categoría de jóvenes compositores. Un inter-valo, una distracción que terminótransformándose en una llave.Ahora no hay un plan: sólo im- pulso y replegarse. Por primeravez, desde que empezó esa inter- pretación sorda de la Cuarta Sin- fonía de Beethoven, las ideas me-lódicas de César, sus deseos so-noros, se confunden con pensa-mientos algo más concretos y

hasta pragmáticos en torno delensayo –el verdadero concierto deun director de orquesta–.

Pero a pesar de que disminuyósu intensidad, y la tensión de sus brazos, los gestos de César no de- jan de gestar música. Hay algo parecido a una orden cerebral pa-ra abandonar la excursión, parasentarse de nuevo y volver con el barco y el oficial de la Armada aUshuaia y a la sinfonía con ins-trumentos y músicos, a la dupli-cación exacta del concierto, a dar-le para siempre la espalda a loque sólo puede verse una vez.Hasta que vuelve a clavar la mira-da en el inmenso vacío y se dacuenta de que no, no, sí, sí: ése esel escenario perfecto para ejecutar la Cuarta Sinfonía porque el si-lencio atronador del viento logradesenrollarla completamente delmismísimo abismo. Llega el alle-

 gro del cuarto y último movi-miento, y ya unos minutos antesde la coda sabe que es imposib levolver.

Es cierto que un rayo de luzcrepuscular que se refleja contrael agua le nubla la vista y tambiénque vuelve a sonreír para vencer,no, para atravesar, sí, el miedo deir hasta el fondo. César multiplicael tempo de una forma inusitada:cuando la armonía se adhiere algesto y ambos se vuelven indis-cernibles no hay más lugar para el

Por Juan Pablo Bertazza

Conciertopara sordos

LeandroTeysseire

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