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I Relatos de experiencias

Date post: 06-Jan-2017
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1 I ENCUENTRO INTERNACIONAL DE EDUCACIÓN Espacios de investigación y divulgación. 29, 30 y 31 de octubre de 2014 NEES - Facultad de Ciencias Humanas – UNCPBA Tandil – Argentina EJE IV. Mesa 2. Formatos escolares y nuevas experiencias educativas. De la capacitación al acompañamiento Duschatzky Laura Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) [email protected]
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I ENCUENTRO INTERNACIONAL DE EDUCACIÓN

Espacios de investigación y divulgación.

29, 30 y 31 de octubre de 2014

NEES - Facultad de Ciencias Humanas – UNCPBA

Tandil – Argentina

EJE IV. Mesa 2. Formatos escolares y nuevas experiencias educativas.

De la capacitación al acompañamiento

Duschatzky Laura

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO)

[email protected]

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“Nadie puede construirte el puente

por el que has de caminar sobre la

corriente de la vida.

Nadie a excepción de ti.”

Nietzsche

I Introducción

“Nuestro sistema educativo está en crisis”. Esta frase nos acompaña a nosotros

como docentes, a los alumnos, a los padres, a la sociedad en general hace mucho

tiempo. Se ha convertido en un cliché que poco nos aporta para pensar. Como un

conjuro, circula “diagnosticando” sin decir nada. ¿Está en crisis? Y si lo está, ¿de qué

crisis hablamos? Más aún, ¿a qué escuela refiere? Hoy más que nunca el sistema

educativo que hacía mención a “la” escuela de la modernidad no nombra a “las

escuelas” de hoy. Escuelas en plural, con su contexto, su singularidad. Si bien, perduran

cuestiones que las atraviesan a todas, no podemos pensar el sistema educativo como un

todo homogéneo. Pensar, hoy más que nunca, implica pensar “en situación”,

experimentar, plantear problemas no para buscar rápidamente una respuesta que

clausure sino demorarnos en ellos.

“No hay en la raíz del pensamiento una relación de fidelidad o de adecuación, o

incluso de identificación con lo pensado, sino un acto, una creación (…)”1

¿Cómo enseñar? ¿Cómo aprender?

Asistimos diariamente en las escuelas a situaciones que obstaculizan que la

enseñanza y el aprendizaje tengan lugar. Las circunstancias, no hay duda son múltiples.

Algunas inmanejables. ¡Cuántas, sin darnos cuenta, están allí, y a manera de un nudo

que ata, nos comprime, nos resta y nos deja en un estado de mayor desasosiego!

¿Cómo pensar aquellas representaciones, supuestos, prejuicios, que nos alejan de

la posibilidad de reencontrarnos con nuestros deseos y potencialidades. ¿Acaso, sería

posible desarrollar la función de enseñar si no desplegáramos nuestra pasión por

hacerlo? Nuestro movimiento será condición para que algo se mueva en el encuentro

con los alumnos.

1 Zourabichvili, François (2004): Deleuze. Una filosofía del acontecimiento, Amorrortu, Buenos Aires.

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¿Cómo identificar, entonces, aquellas prácticas que ponen en evidencia nuestras

potencias y la de los alumnos y que muchas veces se desvanecen y no se fijan en

nuestras percepciones? ¿Cómo dejarnos llevar por el potencial que tiene cada situación,

“abandonarnos” a lo que allí acontece?

Pensar la escena educativa de un modo diferente implica concebirla de tal modo

que no nos conduzca ni a una nostalgia “por los tiempos perdidos”, por lo que fue, ni a

una búsqueda insistente por lo que ya no hay. El desafío se impone. Pensarla implica

concebir dicha escena por fuera de todo ideal, por fuera de un modelo que ya no

produce los efectos de otros tiempos.

Los tiempos que vivimos, acelerados, atravesados por los avances tecnológicos,

etc., también atraviesan las escuelas y muchas veces, quedamos perplejos frente a

situaciones inesperadas y nos llenamos de enojo, de quejas, de impotencia. Se trata, sin

duda, de buscar modos nuevos de pensar lo que nos pasa para poder hacer algo

con ello. Mirar de otra manera y para ello, no hay recetas ni generalizaciones.

El saber docente no implica un saber por fuera de nosotros mismos. No está en

algún lugar y debemos ir hacia él. Surge en relación con los otros, con los textos, en el

encuentro entre nuestras ideas y afectos y la de los otros. En este camino, el

protagonismo docente y el trabajo en red se vuelven esenciales.

Enseñar en las escuelas hoy, frecuentemente, se vuelve una tarea ciclópea.

Nuestras intenciones parecen desvanecerse y las sensaciones de frustración nos

acompañan. ¿Cómo ayudarnos a no perder el deseo de enseñar? ¿Cómo ayudarnos a

seguir disfrutando de lo que elegimos? ¿Cómo encontrar caminos para aminorar el

malestar?

Podemos identificar intersticios donde circule otros modos de hacer escuela. Sin

duda, éstos circulan a diario en muchas de las prácticas escolares Se trata entonces, de

darles mayor entidad, multiplicarlos, desplegarlos con mayor fuerza.

II Relatos de experiencias

“El saber que procede de la experiencia es el que se mantiene en una relación

pensante con el acontecer de las cosas, el de quien no acepta un estar en el mundo

según los criterios de significación dados sino que va en busca de su propia medida”.

Luigina Gortari

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A lo largo de mis años de trabajo en educación, fui creando un modo propio de

acompañar a los docentes. Me interesa en este escrito, esbozar algunos de dichos

momentos y a partir de ellos, abordar la idea de acompañamiento. Como forma de

sintetizar las diferentes experiencias, tomaré algunos “escritos al margen” que surgieron

en el proceso de acompañar hace unos años a una docente universitaria catalana (la

llamaré Lola) a través de correos electrónicos. La escritura fue el medio que nos unió

para recorrer juntas dicho proceso. Su demanda era clara: “disfrutar de sus clases”. Esas

palabras, direccionaron nuestro andar.

Algunos escritos al margen:

1-

Acabo de recibir el primer mail de Lola. Sus palabras me dispararon las mías y

empecé a escribir, a boca de jarro:

“Lola: acabo de leer tu texto y quiero ir de a poco. Porque me gusta escucharte a la

distancia, saborear cada palabra. Detenerme, como si ninguna fuera dicha al pasar. Y

como en aquellos textos donde algo nos llama, nos interpela, algunas palabras

parecerían que funcionan como luces que nos obligan a parar. Decías: “Me importa

ofrecer a los alumnos una clase densa, sin tiempos muertos…””

Me detuve…

Temo que el entusiasmo inicial de Lola se disipe. Algo me dice que tengo que ir

despacio, pensar por dónde invitarla a recorrer un camino juntas.

¿Por qué empezar de este modo?

Lola me había pedido en nuestro encuentro: “ayúdame a desestructurarme en las

clases”. ¿Por qué, entonces, hablarle de los tiempos muertos? Me hacían ruido esas

palabras. ¿Tiempos que debían llenarse a toda costa?

¿Por qué no hablarle, en cambio, de nuestro “encuentro”?

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Escribo encuentro entre comillas. No sé por qué se producen. Esas intensidades sin

tiempo donde parecería que prevalece lo mágico y, por unos instantes, estamos

conectados con quien nos encontramos.

Recuerdo nuestra primera conversación. Lola había manifestado un pedido y a la vez,

un deseo de realizar un cambio. Había un camino allanado para iniciar un recorrido.

Quería compartir con ella esa potencia que se despierta cuando alguien se abre a

nuevos mundos. Cuando, casi sin detenernos a reflexionar, nos embarcamos en desafíos

donde el cuerpo y el alma van juntos. Donde el pensamiento, no nos juega malas

pasadas, no se adelanta a sus sentires y decide navegar por mares desconocidos. En

esa dirección, sentía nuestro encuentro.

¿Será así para ella, o sólo soy yo la que lo imagina de este modo?

¿Sentirá la alegría del encuentro?

¿Sabré escucharla y dar curso a su pedido?

Habrá que dejar que algo siga fluyendo entre nosotras.

2-

“Acepto las reglas sin condiciones”- me dijo en un mail cuando le propuse algunas

“reglas”para nuestro intercambio. Reglas que se resumían en proponerle una escritura

sin juicios ni sentencias. Una escritura que habilitara la posibilidad de sentir que del

otro lado del océano, había alguien que nos escuchaba.

¿Una apuesta? ¿Confianza?

Me pregunto, ¿qué habrá movido a Lola, con la que sólo tuvimos algunos intercambios,

a manifestar semejante afirmación? ¿Deseos de encontrar algún hilo que la desate?

Sus palabras iniciales aumentaban mi entusiasmo. Ambas estábamos conectadas por

ese afán de movimiento. No sabíamos mucho más y sin embargo, bastó para crear un

lazo.

3-

Después de los primeros mails, me extrañó el silencio de Lola. Percibí cierta angustia,

cierta desorientación de cómo seguir. Efectivamente me expresó que no sabía por

dónde continuar el intercambio y se disculpaba por ello.

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¿Por qué pedir perdón frente a la desorientación? ¿Podemos, como docentes,

manifestar que estamos desorientados? ¿O la desorientación es propia del alumno para

que el maestro efectúe con tranquilidad su tarea de “orientar”? (¡Y pensar que en

múltiples ocasiones, el maestro desorienta al alumno!)¿Qué le estaba pasando a Lola?

¿Cómo seguir? ¿Cómo hacer para que esa desorientación no la paralizara? ¿Cómo

hacer, a la distancia, para que sus deseos de recorrer otro camino no disminuyeran?

Por primera vez, en nuestro incipiente intercambio, sentí que la distancia física podía

jugarnos una mala pasada. ¿Cómo acompañarla en este momento?

Escuchar la desorientación nos pone en aviso. Aunque muchas veces lo olvidemos, no

hay camino prefijado para seguir con el otro. ¿Acompañar a Lola implicaba, acaso,

llegar a algún lado? Empezar a trabajar juntas, suponía abrir horizontes posibles. El

desconocer en cada momento el paso siguiente, aunque al parecer nos dejara

tambaleando, expresaba que estábamos frente a otro y esa situación nos obligaba a

escuchar.

Vamos a tientas -no a ciegas-, probando, explorando, tanteando.

4-

“Estoy en esta profesión porque me gusta aprender.”- me dijo (escribió) un día. ¡Qué

interesante poner el foco en el aprender, cuando lo que trata de hacer a diario es

enseñar. ¿Será que pensar en cómo enseñar es fundamentalmente pensar en cómo

aprendemos? ¿Será que el cómo enseñamos tiene mucho que ver con cómo fuimos y

vamos aprendiendo? ¿Será, también, que enseñar lo que nos gusta es una de las

claves?

A Lola, como decía en su mail, le gusta aprender. ¿Será entonces su tarea, también,

enseñar a aprender?

Aprender en el docente implica una posición de apertura que se muestra en el

movimiento de enseñar. Se trata de lo no planificable, lo que escapa a la mirada que

controla y prevé, que nos hace estar atentos a lo que sucede en el encuentro con los

otros. Aprender implica, entonces, estar presente en el acto de enseñar. Dejarse

atravesar por lo inédito del momento y valorar la presencia del otro como algo

singular e irrepetible.

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5-

“Y bailar. A lo mejor bailan con vos los alumnos”- le escribí en una oportunidad, unos

días antes de dar un curso a docentes.

Quizá le hablé del baile porque los siento cuando mi cuerpo está en consonancia con

mi mente. Cuando estoy presente en lo que hago. Y esa presencia pide presencia. Desde

allí, le escribí a Lola y la escuché. Sentí que estábamos las dos dentro de una situación

compartida. Ya estábamos bailando. Entonces, qué mejor que abrir una ventana para

mirar sus clases de otro modo. Abrir una ventana para que pudiera verse desde las

posibilidades y no desde las carencias. Sin duda, ese modo de ver tendría sus efectos.

Soltar exigencias, ver a sus alumnos y lo que pasa con ellos de un modo más despojado.

Estar en sus clases e invitarlos a estar allí. Dejar que la clase suceda.

La potencia del baile produce baile. Me alegré al escuchar a Lola decir: “he bailado

en las clases que impartí estos días a los maestros”. La obsesión que nos puede atar,

esa obsesión porque el otro aprenda sí o sí, como demostraba Lola, no desaparece de

modo voluntario. Identificarla y tratar de hacer algo cuando aparece, implica un gran

paso. Un hacer que puede significar un no hacer, un dejar y mirar hacia otro lado.

Leer la frase en primera persona “he bailado”, significaba un salto enorme desde

aquel día en que empezó nuestro intercambio. Se había producido, a mi entender, una

inflexión. Escribir este mail, era sin duda, no sólo un decirme, sino una demostración

para ella misma de un nuevo sentir: percibir cuando algo en la clase fluía. Mi tarea,

entonces, sería ayudarla a que pueda leer dicha sensación y no olvidarla.

6-

“Esta ahí, junto a la blancura tristona de la ventana, frente a la imagen de la ventana

en el espejo, en medio de esa habitación indecisa que se está ensombreciendo; está ahí,

con sus ojos oscuros, con su carne oscura y con la claridad de su figura acariciada por

tantas miradas desde que vino al mundo. (del “Infierno” de Henri Barbusse)

Cuando enseñamos, la mirada de los otros, está ahí. La de los alumnos, y muchas veces

la propia, convertida por un rato en otros. Leo este párrafo en dicho libro y me

detengo: “su figura acariciada por tantas miradas desde que vino al mundo”. Pienso…

no siempre las miradas acarician. Algunas veces. Entonces, en esos casos, nos

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devuelven nuestro encanto, nuestros rostros iluminados y poco mezquinos. Nuestro

cariz más amoroso. Y otras veces, a manera de un sablazo que lastima y se regodea en

la herida, las miradas nos agrietan y hasta nos encallan.

Lola me habla en sus correos de su modo de mirar. Y sólo escucho eso. No indago por

aquellas zonas que no me invita a recorrer. Escuchar los límites que nos pone el otro,

se convierte en un desafío en el mundo escolar. Tentados por poner luz a la caja negra

del proceso de enseñanza y aprendizaje, cuántas veces, violentamos las fronteras y nos

sumergimos en mundos de otros. El afán por encontrar explicaciones nos embarca en

senderos que más que enriquecernos, empobrece la mirada. La tiñe y la mancha de un

destino prefijado. Buscamos las causas en asuntos que trascienden la escena que

vivimos. ¿Será una forma de tranquilizarnos, de no soportar el misterio?

III Espacio de acompañamiento pedagógico virtual

La experiencia virtual con Lola y sus efectos, fueron el motor para crear un

espacio de acompañamiento que comenzó en el 2009 de modo virtual. Junto a un equipo

de colegas, en estos años hemos llegado, con distintos grados de intensidad, a más de

500 docentes-directivos, docentes de escuelas primarias, secundarias y de institutos de

formación docente.

El espacio implicó un dispositivo que pusimos a disposición con el objeto de

abrir un campo de pensamiento de y en las prácticas de enseñanza de dichos docentes

para que puedan abrir brechas y generar cambios en su cotidianeidad.

No se trataba de un curso virtual con clases diseñadas de antemano sino de un

ámbito configurado en una plataforma virtual a partir de foros, sitios de interés, chat,

biblioteca, etc. y que cobró sentido y se profundizó con el aporte de los participantes.

Nos propusimos construir en cada situación de acompañamiento una comunidad de

enseñantes. Este objetivo constituyó un gran desafío ya que implicó sostener modos de

trabajo poco habituales y desarrollar disponibilidad para la escucha, para pensar

nuestras prácticas, para socializar experiencias y para acompañarnos.

Frente a la tarea docente solemos sentirnos más seguros cuando nos queda claro

cuál es el rol que se espera de nosotros. Sin embargo, el repertorio con que contamos

para poner en juego nuestro accionar cada vez más, se pone a prueba y tambalea. Es en

cada situación donde vamos aprendiendo y desplegando un ir siendo docentes.

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El espacio de acompañamiento se constituyó en un modo de habitar esta manera

de entender la función docente y en un lugar donde el aprender juntos se hizo presente.

A partir de los diversos intercambios se logró construir un ámbito donde circuló

lo común en un tiempo suspendido diferente del cronológico y del cotidiano. Un tiempo

que se caracterizó más por la intensidad que por los meses transcurridos y que dejó sus

huellas. Un colega que participó de dicho espacio, al concluir dicha experiencia dijo:

No sé si aprendí o no. Quizá tengo que esperar un poco para decirlo. Pero sí

puedo decir que este trayecto me afectó profundamente.

Los ritmos acelerados de nuestra época nos convencen que el tiempo no se

puede desperdiciar y que debemos llegar cuanto antes a destino. Sin embargo, esta

experiencia nos dio la oportunidad de vivenciar otros tiempos que jugaron entre la

atención y la desatención, entre el saber y el no saber, indispensables para provocar el

pensamiento.

La interacción con otros, se convirtió en un espacio productor de diálogo y

pensamiento colectivo donde convergió la pregunta y la reflexión, la escucha y el

silencio, el respeto y la confianza quedando abolida la idea de “quién sabe más” y

“quien sabe menos”.

IV Pensamientos a partir de las experiencias

La capacitación docente siempre ha sido abordada como uno de los temas clave

por las políticas educativas. Sea frente a la tan mentada “crisis” de la educación o al

avance de las nuevas tecnologías y al estallido de la información, los docentes

estuvieron y están siendo considerados como una población que se “debe poner al día”.

Frecuentemente vapuleado por teorías de la educación en boga y por avances científicos

y tecnológicos, ha caído sobre el profesorado una serie de líneas de capacitación que, en

su mayoría, conlleva la idea de que existen ciertos conocimientos que deben adquirirse

para mejorar la práctica escolar. Esta pretensión de “capacitación permanente” devalúa,

no de modo expreso, la experiencia de cada uno de los docentes sin tener la posibilidad

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de producir a partir de ella un saber que los potencie frente a la relevancia que cobran

los nuevos conocimientos. Es decir, subyace a esta concepción de “capacitación”, el

modelo de la falta como una carencia a ser resuelta o de un vacío al que se debe llenar

generalmente con contenidos seleccionados a priori por expertos.

Si buscamos en el diccionario de la Real Academia Española “capacitación”

leemos: Hacer a alguien apto, habilitarlo para algo. De la palabra "capacitación" no se

deriva necesariamente un enfoque determinado, aunque podemos descifrar, que en la

mayoría de las líneas de capacitación predomina, de modo implícito, la idea de "hacer a

alguien más apto". Esta concepción implica un accionar que viene de afuera del propio

docente. Se lo desdibuja como protagonista de su propio proceso. Seguimos

adoleciendo de capacitaciones que privilegian más los conocimientos a ser adquiridos

que los movimientos del propio aprender de los docentes.

No hay modelo previo a ser enseñado, ni conocimientos a ser aportados si no se

ponen en juego con los que tiene el docente. Solo el conocimiento vive y se encarna si

cada uno puede hacerse cargo de su proceso de formación. Este conocimiento

internalizado se constituye entonces, en un saber disponible y abierto a nuevas

experiencias.

¿Cómo pensar una forma de “capacitarse” o mejor dicho una manera de crecer

en y a partir de la propia práctica y de los propios saberes?

Hablar de “capacitación” en esta línea implica transitar la idea de acompañamiento.

¿Cuando estar junto al otro quiere decir acompañar?

No hay una manera de acompañar. El acompañamiento se construye con el otro.

Los modos de actuar requieren escucha, atención, y fundamentalmente percibir los

intersticios para que podamos acompañar. Es frecuente, en las instituciones educativas,

que la demanda de acompañamiento no provenga del propio destinatario. Encontrar las

grietas para lograr que el docente a acompañar se sienta protagonista, es esencial para

construir con él, un espacio conjunto.

Se trata de generar a través de una cierta escucha y respeto, disponibilidad para el

acompañamiento. Dicha disponibilidad no es un a priori sino algo a crear en el propio

acto de acompañar. El dejarse acompañar es una condición a crear en el encuentro con

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el otro. La valoración de las experiencias de los docentes, sus sensaciones y emociones

se convierten en una cuestión esencial para, a partir de ellas, construir un proceso de

pensamiento. Este proceso lleva su tiempo, no medido cronológicamente sino en

intensidad. Cierto tipo de lenguaje, actitudes defensivas, desconfianza, instalados en las

relaciones educativas caen por la propia potencia del proceso de acompañamiento. La

creación de lazos hace que prevalezca la confianza en el otro. Nos une al otro el poder

pensar, y en ese acto, aumentar la potencia de los que participamos en dicho proceso.

Este camino es posible si nosotros, como acompañantes, participamos de la escena que

nos convoca y permanecemos abiertos para enriquecer y crecer juntos a los docentes.

No se trata de colocarnos en un lugar del saber que guía al “desorientado”, sino como

generadores de situaciones que permitan sacudir lo establecido, problematizar y pensar

por fuera de tematizaciones, de dicotomías y sentencias. No estar en el lugar del saber

implica reconocer que todos tenemos nuestros saberes, nuestras trayectorias, nuestras

visiones y sobre todo, que juntos podremos construir otros.

¿Quiénes pueden ser los acompañantes? Se trata, sin duda, más de una posición,

un modo de actuar que de un rol determinado. Un directivo, un asesor pedagógico, los

propios colegas entre sí. Lo importante es que más allá de los motivos que llevaron a

que el/la o los docentes se dejen acompañar, el gran desafío es que quieran estar

presentes en dicho proceso. Presencia implica estar en concordancia con las

circunstancias no desbordando el momento sino coincidiendo con él. Considerarlo

inédito, nuevo, inagotable. Es decir, abstenerse de anticiparlo y estar abierto a la

variación de los momentos.

¿Cómo hacemos coexistir en las situaciones educativas esta actitud de

disponibilidad que implica no dar nada por sentado con lo planificable, previsible,

sujeto a control y anticipación, tan propio de las actividades escolares? Acompañamos,

para atravesar juntos estas paradojas y pensar las situaciones educativas en su

complejidad, sin reduccionismos, sin juicios ni sentencias. Poner a disposición recursos

y localizar en la situación cierto potencial y dejarse llevar por él.

El pensar con otro, ayuda a no anestesiarnos, a estar atento a la forma habitual de

generalizar, compararnos con otros, buscar rápidamente respuestas. Contribuye a

detenernos en ese afán de querer completar los vacíos, en llenarlos de explicaciones e

implica un trabajo constante.

Acompañar es encontrar los modos de sentirnos cada vez mejor en y con lo que

hacemos, encontrar significados compartidos y explorar nuevos modos de aprender y

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enseñar y trabajar en entornos colaborativos. Acompañar implica sacudirnos,

desafiarnos, arriesgarnos sin temor al fracaso, disfrutar cada vez más de lo que hacemos.

El disfrutar engloba uno de los aspectos claves del acompañamiento. ¿Acaso,

podríamos como acompañantes ayudar a los docentes a disfrutar más de lo que hacen si

no disfrutamos nosotros, acompañándolos en ese camino? ¿Acaso, podrían disfrutar los

alumnos de la enseñanza si no disfruta el docente al enseñar? Invitar a nuestros

alumnos, docentes, a los sitios que nos gustan, enseñar a través de los modos que nos

interpelan a nosotros mismos, es una de las claves para que algo se produzca en el

encuentro con ellos.

Según el diccionario, disfrutar significa sentir alegría. La alegría surge cuando

nos sentimos protagonistas, cuando creamos, cuando nos encontramos con el otro.

Hay condiciones básicas que sostienen el proceso de acompañamiento. Una de

ellas es la confianza en los otros y en nosotros. Confiamos en que siempre se puede

algo. Confiamos en que en el proceso de trabajo, nos iremos sacando las máscaras para

poder conversar de modo más genuino, confiamos en que algo nuevo, no sabemos qué,

surgirá en y del encuentro.

Acompañar significa, como diría el poeta, ayudar a ir más liviano de equipaje.

Cuántas veces, tomamos cuestiones que les corresponde a otros (por ejemplo como

docentes nos hacemos cargo de tareas que son propias del alumno), nos vamos cargando

nuestra mochila y finalmente se hace tan pesada que no podemos hacernos cargo de lo

que sí o sí nos atañe. Se trata entonces, de salir de las sensaciones de culpa que emergen

en situaciones confusas y poder hacernos responsables de lo que nos toca. Estar atento y

a la vez, dejar fluir. Esa atención implica estar abierto y sensible a lo que sucede,

analizar la situación y mirarla desde la heterogeneidad y la multiplicidad, y pensar

estrategias para potenciarla. Este proceso nos permite disminuir la indiferencia, la falta

de confianza, el sentirse prescindible, tan presentes en las instituciones que habitamos.

El acompañar es una invitación a pensar en aquellas representaciones, supuestos,

prejuicios, que nos alejan de la posibilidad de reencontrarnos con nuestros deseos y

potencias.

El acompañamiento nos permite estar atentos a la inclinación tan humana de

confundir los fragmentos con la totalidad como también, la predisposición tan habitual

de buscar en cada cosa que vemos, en cada persona con la que entablamos una relación,

una imagen acorde a lo que esperamos ver. Cuestión que empobrece y disminuye la

potencia de nuestros encuentros.

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La lista de situaciones “inesperadas”2 para nuestra imagen de escuela podría sin

duda volverse interminable.

Suely Rolnik, una psicoanalista brasileña, nos da una mano para seguir pensando

estas cuestiones:

(…) la vulnerabilidad es condición para que el otro deje de ser simplemente un objeto

de proyección de imágenes preestablecidas y pueda convertirse en un presencia viva

(…) Ahora bien, ser vulnerable depende de la activación de una capacidad específica

de lo sensible (…)3

Esta autora nos enfrenta a pensar de otro modo. A concebir la vulnerabilidad

como una fortaleza que nos abre la mirada y nos habilita a estar atentos a los signos que

nos rodean. El signo, aquello que escapa a las representaciones que tenemos (por

ejemplo: imagen de alumno, de escuela, de familia, de docentes, etc.) es, entonces, lo

que vuelve interesante el mundo exterior y lo que nos sacude y nos fuerza a pensar es

decir, a pensar de otro modo, a experimentar, a problematizar.

El acompañar implica ayudar a que encontremos esa sensibilidad que muchas

veces está escondida detrás de una coraza. En múltiples ocasiones, en vez de

fortalecernos frente a las dificultades con que nos encontramos a la hora de enseñar, nos

endurecemos, nos parapetamos como si una amenaza estuviera próxima. Se trata de

producir con los otros una actividad creadora que permita pensar lo no pensado aún,

sostener lo paradójico saliendo de la lógica de lo uno o lo otro, y dar lugar a lo

heterogéneo, lo diverso, lo múltiple.

La escuela, institución de la modernidad, se ha constituido y sostenido en

relaciones a largo plazo y en la postergación de objetivos en pos de una gratificación

futura. Hoy, la percepción del tiempo ha cambiado. La técnica avanza sin cesar y la

comunicación mejora día a día sus alcances, sin embargo pareciera que lo que se ha

debilitado fueran los vínculos y los lazos sociales. La aceleración del tiempo hace que

todo se torne presente y prevalezca la sensación que cada día hay que comenzar de

nuevo. Esta sensación, produce malestar e inclusive en varias oportunidades,

frustración. Se reproducen los cursos de capacitación, para estar siempre al día. Como

2 Las comillas tienen la intención de remarcar la dicotomía entre “lo esperado” y “lo inesperado”. Existe

lo inesperado porque esperamos encontrar algunas cuestiones y no otras. 3 Guattari, Félix,- Suely Rolnik (2005) Micropolítica. Cartografías del deseo, Buenos Aires, Tinta

Limón.

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efecto secundario no deseado, pareciera que el trayecto que los docentes van

acumulando, se vuelve estéril. Y no se trata de no capacitarse. En todo caso, la idea de

acompañamiento conlleva modos de acercarse a lo nuevo desde otro lugar. No como un

modo de llenar rápidamente la carencia o el vacío, sino como un modo de habitar ese

vacío de otra manera. ¿Por qué no darle tiempo al docente para que explore, para que se

sienta capaz de investigar, de aprender de sus alumnos?

Acompañar significa reconocer esos vacíos como posibilidad. Sin ellos, como en

un crucigrama que necesita espacios para llenarse, no habría movimientos. La cuestión

no es ir en contra de nuestras percepciones y sensaciones o enojarnos con ellas, sino

tratar de mirarlas de otro modo, entender que también nosotros, como adultos, estamos

atravesados por los cambios de época y poder hacer algo con ello. Entra en juego,

entonces, la idea de potencia como separada de la idea del deber y de las sensaciones de

impotencia y omnipotencia.

Cuando hablamos de cómo acompañamos, no nos referirnos a una generalidad

sino a situaciones de acompañamiento. Cada una tiene su idiosincrasia y conforman un

entramado donde la práctica y la teoría son indisolubles. El acompañamiento constituye

una nueva manera de concebir los espacios de “capacitación”. Para que se produzca una

transformación en educación deben cambiarse las prácticas. El foco del

acompañamiento está en pensar y producir un hacer diferente. Un hacer donde los

docentes y los alumnos sean los protagonistas, donde el explorar se asocie a la noción

de aprender, donde lo colectivo y la noción de comunidad rijan el enfoque de lo escolar.

Bibliografía

Guattari, Félix,- Suely Rolnik (2005) Micropolítica. Cartografías del deseo, Buenos

Aires, Tinta Limón.

Jullien, François (2005): Del “tiempo”. Elementos de una filosofía del vivir. Arenas.

Libros. Madrid.

Nietzsche, Friedrich. Schopenhauer como educador. Madrid: Biblioteca Nueva, 2007.

Pelbart, Peter Pál. Filosofía de la deserción. Nihilismo, locura y comunidad. Buenos

Aires: Tinta Limón ediciones, 2009.

15

Simmel, George (1997): El secreto y las sociedades secretas en Estudios sobre las

formas de socialización, Alianza, Madrid.

Sennett, Richard. La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo

en el nuevo capitalismo. Barcelona: Editorial Anagrama, 2000.

Zourabichvili, François (2004): Deleuze. Una filosofía del acontecimiento, Amorrortu,

Buenos Aires.


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