Los Cuadernos del Pensamiento
JURGEN HABERMAS Y LA ESCUELA DE FRANKFURT
Ulysses Santamaría
Ya no es posible asegurar en 1983 que la Escuela de Frankfurt sea desconocida, sino solamente mal conocida. Sus traducciones se reparten por todo el mundo
e incluso se han publicado varias monografías sobre el tema. Pero todavía queda mucho por hacer en este terreno en el que muchos se apresuran a llenar los vacíos. Siempre cabrá lamentar lo limitado de su audiencia: de alguna manera, no ha sido otra cosa que pólvora mojada, al faltarle el lugar que en mi opinión le pertenece en el debate intelectual contemporáneo. Lo que sin duda se explica por el desorden con el que aparecen las publicaciones (traducciones y monografías) y por el considerable decalage histórico en las fechas de aparición de los text.os, algunos de los cuales se remontan a los años treinta.
Algunos van más lejos de esta vaga impresión de retraso, considerando a la Escuela de Frankfurt como algo simplemente superado. Conviene distinguir en_ este balance negativo la parte de polémica presente en todo debate de ideas, de la referencia frecuente a las resoluciones tomadas por la Historia. Se trata de una vieja fórmula para librarse de pensadores incómodos que desentonan de los hábitos y conformismos en boga. Si se ha llegado a decir que la Escuela de Frankfurt pertenece al pasado, lo ha sido también en un sentido simplemente cronológico, aunque sólo sea posible entenderlo aplicado a la primera generación de pensadores.
La Escuela de Frankfurt nace en 1924 al fundar Carl Grünberg el Instituto de Ciencias Sociales en la Universidad de Frankfurt. Procedentes de ·medios liberales, sus miembros comparten su interés por el marxismo tal y como aparece en las obras de Korsch («Marxismo y Filosofía», 1920) y de Lukacs ( «Historia y conciencia de clase», 1923); interés ligado a otras preocupaciones filosóficas y a la situación concreta de Alemania. Los más conocidos habían hecho o hacían su tesis de filosofía: Max Horkheimer (1895-1973, Kant), Th. W. Adorno (1903-1969, Husserl), F. Loewendhal (1900, von Baader), Marcuse (1898, Hegel), Fr. Pollock (1894, la teoría monetaria en Marx). El grupo estaba muy unido pero sus fronteras no eran rígidas: algunos que explícitamente no pertenecían a él (E. Bloch, W. Benjamin) acusan su influencia y también participan. En 1931 Horkheimer toma la dirección del Instituto y la revista. En 1933 el Instituto abandona Alemania; apoyado por Inglaterra y Francia, se instala primero en
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Ginebra y después en París donde la revista se imprime hasta 1940. Al estallar la guerra se trasladan a USA. En 1949 regresan a Alemania. Ocuparon hasta el final un lugar importante en la vida intelectual alemana, tomando parte activa en sus debates culturales y políticos (1).
U na personalidad intelectual tan señalada como J. Habermas plantea problemas a este respecto.Mucho más joven que los citados; su producciónteórica anda lejos de estar agotada o concluida.En relación a sus predecesores se ha beneficiadode un tratamiento de favor ya que sus principalesobras han sido rápidamente traducidas. En cualquier caso no es posible verlo como un simpleepígono, como el receptor testamentario de unatradición intelectual que él se encargaría de repetir. Como tampoco hay que ignorar la distanciacronológica que lo separa de los fundadores dellnstitut für Sozialforschung de Frankfurt.
Hay quien prefiere no incluir a J. Habermas en el seno de la Escuela de Frankfurt (stricto sensu): es el punto de vista de Martin Jay como historiador (2). Otros prefieren hacerle un sitio, pequeño o grande, desde Alemania. Y otros lo estudianaparte (3).
Nos parece más satisfactorio distinguir varias «generaciones», de las que J. Habermas pertenecería a la segunda. Y hasta puede decirse que la constituye él sólo, dado que Th. W. Adorno se sitúa entre las dos primeras generaciones a las que seguirá una tercera. Consideraremos 1971 como fecha que señala el fin de la Escuela. En 1971 J. Habermas renuncia a su puesto de profesor de la Universidad de Frankfurt y acepta la ca-dirección del Instituto de Investigación de Starnberg (4), cerca de Munich.
Con J. Habermas estamos pues ante una segunda generación de la Escuela de Frankfurt, no
sólo en términos cronológicos, ya que se trata también de una segunda generación «intelectual»; existe la continuidad de una filiación teórica pero también un evidente cambio de dirección en lo que llamaremos la «tonalidad» de la Teoría crítica, en la medida en que, con J. Habermas, lo que resultaba negativo para la primera generación de la Escuela, ahora se vuelve positivo, y de diversas maneras.
En alemán, la expresión «Teoría crítica» se ha convertido en nombre propio, sinónimo de la Escuela de Frankfurt, que designa a la vez una categoría de la historia de la filosofía alemana contem-
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poránea y una etapa del pensamiento sociológico. Subrayemos que entre filosofía y sociología existe convergencia, incluso coincidencia, tanto para J. Habermas como para Adorno o Horkheimer.
Sin «agarrarse» a esta etiqueta, sin hacer de ella su objetivo como Horkheimer, que había sido su inventor y promotor (5), ni tomarla como referencia tan frecuente como en Marcuse, J. Habermas se apunta voluntariamente al bando de la Teoría crítica con el propósito de modificarla y utilizarla a su manera. En definitiva la convierte en el punto de partida de su propio programa teórico, al menos a nivel de un manifiesto didáctico como es su Lección inaugural en la Universidad de Frankfurt (6), donde se matiza lo siguiente: para J. Habermas la teoría tradicional es prisionera de los espejismos de eternidad del ser en sí y desemboca en un idealismo contemplativo que la hace remontarse a un platonismo, al pensamiento antiguo aún penetrado de mitología religiosa. Para Horkheimer, en cambio, de lo que adolece es de un excesivo cartesianismo, consecuencia del cual se produce una falaz dicotomía entre el sujeto (teórico) y el objeto (social). Aunque en esencia, J. Habermas retoma la herencia de Horkheimer. Para uno y otro la Teoría crítica se opone a la teoría tradicional al desbaratar la ilusión objetivista del saber. La teoría crítica vuelve a arraigar a las ciencias en el seno de la práctica social de la que emanan y las restituye al marco institucional que las origina con sus puntos ciegos y sus limitaciones, al tiempo que el trabajo crítico queda investido de la reflexión filosófica.
Hay sin embargo algo más que una simple divergencia de genealogías filosóficas entre ambos autores. Existe una diferencia más profunda pero también más difusa. Hasta se podría hablar literalmente de oposición. La Teoría crítica era esencialmente negativa para la primera generación de la Escuela de Frankfurt; para Adorno no será más que una «dialéctica negativa», para cambiar de sentido con J. Habermas.
Horkheimer y sus compañeros han podido dar la impresión, por un tiempo y dada su filiación marxista de entonces, de cifrar sus esperanzas en la misión histórica y revolucionaria del proletariado, pero han tenido que reducir rápidamente sus pretensiones y, con el ascenso del nazismo, desembocar en un pesimismo radical. Incluso podría hablarse de una teleología negativa desde el momento en que se recusa toda confianza en un «sentido de la historia», toda esperanza en un futuro mejor (o menos trágico) con el que culminaría la evolución de las sociedades. Hay ahí, en estos pensadores judíos, como un eco de la prohibición de imágenes.
No hay más que ver con qué obstinada moderación, con qué circunspección desencantada, Horkheimer se niega a toda representación utópica del porvenir que constituya una alternativa positiva concreta al negativo estado de las cosas (das Bestehende). En cuanto a Adorno, no ha
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cesado de mostrar, tras Auschwitz, que la labor de lo negativo se encuentra por doquier: los aforismos de mínima moralia se ocupan de la escritura discursiva de la dialéctica negativa. Si está obsesionado por la idea de una reconciliación, lo está bajo el aspecto nostálgico de la carencia y el trágico registro del duelo; la prueba es que este pálido resplandor no ha hecho más que resaltar
aún más la negrura pesimista de su propósito. Se ha repetido que al menos en esto participa del pesimismo de un Walter Benjamín. Le corresponderá a Marcuse el papel de profeta de un negativismo político «radical», convocando bajo el slogan del «gran rechazo» al hombre moderno de Occidente a salir del ghetto de la alienación «unidimensional» y a tomar la vía no violenta sino desesperada de la marginalidad.
Esta negatividad práctica (en el sentido que tiene la filosofía «práctica» en Alemania) tiene su reflejo sobre el plano teórico: la primera generación de la Escuela de Frankfurt rechaza la cómoda seguridad de una teoría considerada como la ver-. <ladera, sobre la que poder sustentarse, como pudiera serlo la marxista. Marx es invocado continuamente pero desde una distancia crítica, se
tiende a ver en él al denunciador de un envés oculto de las cosas, a un anti-profeta de la negatividad crítica. (Aparte habrá que considerar a Erich Fromm, menos iconoclasta y más sereno en el plano teórico, quizá más fielmente marxista; abandonó pronto la Escuela propiamente dicha después de haber sido un miembro importante al comienzo). Otro tanto por lo que respecta a Hegel y Freud.
No queda más que un potencial crítico que ya no es posible relacionar con ningún sujeto de la historia, una vez que el proletariado ha fracasado en su misión. De esta forma la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt se constituye como crítica que no tiene más exigencias que sí misma y que no cesa de perseguir su tarea negativa, incluyendo la crítica de sus propios presupuestos. Tiende a
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retractarse, a concentrarse, por decirlo así, en un punto de incandescencia negativa que la suele exponer a los anatemas del idealismo. Como si la Teoría crítica se hubiese convertido en esa «teoría pura» que ella denunciaba en la teoría tradicional: teoría puramente crítica, pero tal vez también crítica puramente teórica.
La negatividad está en todas partes y, con ella, el peligro de lo que se ha llamado la «recuperación». Será pues preciso evitar tomar parte. Y a falta de contribuir con remedios al Mal, se cuidarán al menos de no ser sus cómplices. De ahí el slogan -nicht mitmachen!- adoptado por toda la primera generación de la Escuela de Frankfurt. La Teoría crítica descarta que una filosofía política pueda orientar la práctica. Pero, inversamente, ella tampoco sabría ser el epifenómeno intelectual o «teórico» de una práctica socio-política, digamos de un período histórico y de las corrientesque lo atraviesan. Sin esperanzas en el mesianismo del proletariado, aún confía menos en elPartido: a este respecto, los contactos mantenidoscon Brecht y con Lukacs llegan a ser considerados «malos ejemplos» a evitar, a excepción de lafigura marginal de Benjamin.
Salidos del ghetto tras una o dos generaciones, cabe preguntarse si estos judíos asimilados no se han encerrado en el ghetto de papel y cristal de la Universidad. Si esta torre de marfil no es el único apoyo social que les queda. Adorno llegará a lamentar los restos de individualismo burgués elitista, llamado a desaparecer. Por el contrario en Marcuse nos encontramos con la gracia inquietante de una líbido cuyo carácter subversivo no tiene a fin de cuentas otra salida que los delirios del nihilismo: Eros es Thanatos. Tercera solución, tercer callejón sin salida: Horkheimer, al final, es seducido por la religiosidad de una especie de Nirvana, en definitiva por la Nada. Esta Teoría crítica, negativa, ¿sigue siendo dialéctica? Según el Fausto de Goethe se trataría del espíritu que siempre niega.
J. Habermas cambiará el signo de esta negatividad o, para ser precisos, la multiplicará por -l. Lo negativo se vuelve positivo en un doble sentido: no solamente no nos volvemos a encontrar con aquel pesimismo práctico, sinu que induso se puede hablar de positividad (ya que no de positivismo) teórica y «científica». Perteneciente a la segunda generación de la Escuela de Frankfurt, J. Habermas es también un pensador de la Alemania Occidental de postguerra, lo que incide, nos pa-
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rece, en la ausencia de patetismo que caracteriza sus trabajos, en oposición a los pensadores de la primera generación.
Benjamin expresó con dolorosa agudeza la cara trágica de la Historia, tanto en su obra impregnada de penetrantes revelaciones como en su vida. Si al final de «La Técnica y la Ciencia como Ideología» J. Habermas escribe que «el hambre reina sobredos tercios del planeta» y si, como sus predecesores, ve que podría ser de otra forma, la lecciónque extrae de tan escandalosa contradicción no esla de aquella fatalidad negativa y diabólica de laHistoria encarnada en el capitalismo (Spiitkapitalismus), sino la convicción de que es preciso hacerla auto-crítica de esta ideología que ha llevado aprivilegiar lo cuantitativo por encima del factorhumano. En uno de sus últimos libros (7), analizalo que llama una «dialéctica del progreso», sinsucumbir a las ingenuidades de un fácil optimismociego ni olvidar los padecimientos pasados, cuestionándola en relación con la evolución históricade las sociedades. La «reconstruye» conceptualmente desde una perspectiva funcionalista y entérminos de análisis de sistemas. Será Adornoquien se encargará de elevar el sufrimiento (Leiden) al rango de categoría filosófica; su nostalgia;desesperada pero irreductible, de una reconciliación (V ersohnung) define la dimensión existencialde la pasión. J. Habermas va por el contrario adesdramatizar, a restarle pasión a la Teoría crítica. No es ya tanto como «sufrimiento» sinocomo una «comunicación deformada», o un «diálogo reprimido» como se expresa la negatividad dela Historia. Eliminando la sensibilidad trágica notodo está perdido: de ella nos quedan sus «huellas». Con levantar barreras- y desbloquear (entschriinken) la comunicación será suficiente. Nocabe duda de que J. Habermas ni ignora ni esindiferente a esta dimensión de la existencia, peronuestro propósito en torno a este autor e investigador (Wissenschafiler) es el ya aludido cambio designo en la tonalidad de la Teoría crítica.
Tampoco encontraremos en J. Habermas ese espíritu de renuncia que aparece en Horkheimer, al final de su vida, hasta empujarle a encontrar el camino de una cierta religiosidad, cuando no a recurrir al socorro de la fe. En las antípodas de semejante negatividad, J. Habermas se muestra reacio a cualquier inquietud fundamental. En sus «Perfiles filosóficos y políticos» vacía a los autores contemporáneos de los que da cuenta de toda transcendencia metafísica, de cualquier mediación mística o existencial, en lo que sin embargo algunos verán como propio de la dimensión filosófica, con voluntad crítica, algo reductora, de llevar todo pensamiento al seno de una inmanencia, a la esfera histórica de lo socio-político.
Si J. Habermas ha creído pasajeramente en el potencial crítico e innovador del movimiento estudiantil (a finales de los años sesenta), como Herbert Marcuse -convertido en teórico de esta «revolución» y de la nueva izquierda intelectual
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que hizo surgir en occidente- lo ha hecho sin remitirse en ningún momento al pathos del gran rechazo de Marcuse.
La negatividad del pesimismo político característica de la primera generación de la Escuela de Frankfurt deja paso a un cierto optimismo en J. Habermas; no es la menor paradoja el hecho de que este «cambio de signo» se sitúe precisamente en la relativa continuidad temática de una filiación intelectual. Al igual que sus predecesores, J. Habermas desespera del proletariado como Sujeto de la Historia; él cifra entonces sus esperanzas de «emancipación» en el movimiento estudiantil. Cuando éste le defrauda -hasta el punto de que sus excesos terminan por decidirle a cambiar Frankfurt por Starnberg- se inclina hacia movimientos «alternativos», feministas, regionalistas ... (Sin excesos psicológicos, sin aumentar el impacto del pesimismo crítico, notemos cómo Th. W. Adorno había llamado la atención sobre esta misma agresividad estudiantil, de la que puede que no fuese erróneo pensar que lo ha llevado a la muerte). La ausencia de un Sujeto colectivo determinado, investido de la misión de realizar la Historia, no adquiere en J. Habermas el sentido
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de una lección negativa de pesimismo político. Todo lo contrario, la lucha de clases es, por decirlo así, trasladada al marco más general de una antropología social que desemboca en un humanismo universalista: a fin de cuentas, constatada esta carencia del proletariado, es a la Humanidad a quien le corresponde hacer la Historia.
De hecho, J. Habermas retoma por su cuenta la exigencia de discusión crítica que en las reivindicaciones. políticas de la burguesía ascendente adquirió un carácter subversivo mereciendo ser llamado radical-democrático. En suma, le bastó con tomar al pie de la letra el programa «liberal» de las Luces (Aufklarung) y de la democracia burguesa (frühbürgerlich). Tal es en efecto la lección positiva que se desprende de su Tesis de habilitación (8) en la que desarrolla la «arqueología» y la historia crítica de la ópinión pública (Offentlichkeit)como categoría política de la sociedad burguesa.Ciertamente, del siglo XVIII al XX, la funcióncrítica de esta ficción burguesa se ha visto abandonada en beneficio de una función «demostrativa» y manipulante, sólo tendente a asegurar lalealtad de las masas despolitizadas, proveedora delegitimaciones ideológicas. Pero para J. Habermasel diálogo democrático es la única vía posible ydeseable para asegurar la mediación política entre
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nuestro poder técnico y nuestro querer práctico, así también para escapar a la ilusión tecnocrática. La realidad actual de las grandes «democracias de masas» se ha desacreditado, pero apenas existe otra alternativa institucional, hasta el punto de que una dictadura del· proletariado no sería ni deseable ni posible. En suma, de una generación a otra de la .Escuela de Frankfurt la tragedia de la Historia (si no la epopeya de la revolución) cede el paso al drama burgués de la democracia.
Se produce un cambio de signo de la Teoría crítica en la medida en que J. Habermas le confiere un valor doblemente positivo: positividad de un optimismo práctico pero también «positividad» en sentido estricto. En J. Habermas hay efectivamente un proyecto de cientificidad que con el tiempo, a medida que aumentan sus trabajos, se perfila claramente como contribución a una antropología filosófica.
No se trata, por supuesto, de una antropología metafísica que podría ser una «ontología fundamental» de matices heideggerianos (9); en realidad este internacionalismo tiene en alemán el sentido enfático que lo empareja a la teología. Será partiendo del núcleo de una filosofía «dogmática» de inspiración religiosa como se organizará una síntesis totalizadora de las ciencias humanas. La ambición de J. Habermas es de orden «científico» en el amplio sentido que tiene en alemán la palabra Wissenschaft. Se sitúa en las antípodas del positivismo, tal y como se perfila en el horizonte de lo que, en su lección inaugural en el College deFrance, Cl. Lévi-Strauss llama «antropología» (un simple anglicismo, que sería mejor sustituir por «etnología») suponiendo que esta ciencia humana pueda despertarse como la bella durmiente entre las ciencias naturales al final de un largo sueño ideológico, tal vez el día del juicio final. J. Habermas va más lejos de la idea de un «corte epistemológico» que convierta a las ciencias humanas en ciencias «duras», según Althusser, que de Sartre. Su antropología se quiere a la vez científica y filosófica. Sintetiza las diferentes aportaciones de las ciencias sociales y la reflexión filosófica, eri lo que es al mismo tiempo el horizonte de su totalización dinámica y el punto de fuga del cuestionamiento continuo en el que reside la Teoría crítica.
Para J. Habermas no hay solución de continuidad entre filosofía y sociología. Es un corolario explícito y fundamental de la «Lógica de las ciencias sociales» que él desarrolla en el marco de su «programa epistemológico». Es un tema de vital
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importancia en su obra (10). Resumiendo mucho, podemos quedarnos con la idea de una tipología de las ciencias que opone las ciencias humanas a las ciencias exactas. Es en definitiva la famosa dicotomía neokantiana, expuesta por Dilthey, que oponía la «explicación» causalista de las ciencias
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de la naturaleza y el «comprender» correspondiente de lo que él llama Geiteswissenschaften (que traducimos por «ciencias morales». La traducción literal, «ciencias del espíritu», es un contrasentido), distinción acorde con la tradición intelectual y universitaria. De nuevo el amplio sentido de la palabra «ciencia» en alemán (Wissenschaft), que permite integrar en ella las ciencias humanas sin ninguna reserva (para Heidegger incluso la teología es una « Wissenschaft»); mientras que en francés e inglés, tradicionalmente, la palabra se entiende en el sentido restringido de un modelo epistemológico estricto, definido por la doble referencia al método experimental y a la formalización lógico-matemática, aun cuando en ocasiones tiende a tomar el sentido del alemán en expresiones como «ciencia de la literatura» o «ciencias políticas», ver a este respecto la oposición entre ciencia e ideología tal y como la plantea la corriente althusseriana cuando se trata de historia o economía. Sin entrar en el debate digamos solamente que J. Habermas subraya la especificidad de las ciencias humanas que se caracterizan por su dimensión histórica y hermenéutica y por una dimensión crítica, por oposición a las ciencias exactas.
No es extraño, pues, que las ciencias humanas y las ciencias sociales posean una dimensión filosófica, que no es otra que su reflexión crítica. Para J. Habermas los términos de filosofía social (Sozialphilosophie) y de ciencia social (Sozialwissenschaft) son sinónimos: como Adorno, él era profesor de filosofía y sociología, en la Universidad de Frankfurt. Pero aquí también se produce un cambio de signo: la primera generación de la Teoría crítica usaba el término S ozialforschung (literalmente, investigación social, aunque mejor convendría en plural) que connotaba la voluntad crítica de una investigación tendente a desenmascarar las falsas apariencias de las realidades empíricas de la sociedad. Pero con el término Sozialwissenschaft, J. Habermas subraya la exigencia teórica de sistematicidad «científica». Todas las ciencias sociales remiten a la filosofía social; es decir, a una teoría global de la sociedad en su conjunto. La aporía estriba en que el sociólogo
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está inmerso en la sociedad que él piensa. Teoría del conocimiento y teoría de la sociedad se presuponen la una a la otra, como señala J. Habermas en «Conocimiento e interés». En el juego de esta dialéctica sujeto-objeto pueden englobarse todas las interferencias de la ideología.
J. Habermas se sitúa del lado de Adorno, frentea K. R. Popper y H. Albert, en la polémica del positivismo en el seno de la sociología en la Alemania Occidental (11). El positivismo es en efecto una figura particularmente falaz de la ideología. «Conocimiento e interés» se sitúa bajo los auspicios de una arqueología crítica del positivismo moderno. También aquí se manifiesta un cambio de signo: Adorno pone las sutilezas de su dialéctica al servicio de un aspecto del positivismo de inspiración ideológica, política; J. Habermas tiende por el contrario a argumentar en los términos más o menos formalistas de una construcción discursiva. En «Teoría y práctica» (12) reprocha en particular a K. R. Popper el carácter «decisional» de sus presupuestos metateóricos que, según J. Habermas, carecen de fundamento. La teoríacrítica de J. Habermas es una teoría doblemente«reflexiva», en el sentido de que ella teoriza suspropios fundamentos y anticipa sus propias condiciones de aplicación social. Esta positividad arquitectónica o constructiva responde, como vemos, auna preocupación por la coherencia científica quepone a J. Habermas al abrigo del proceso en elque su negatividad exponía la Teoría crítica de laprimera generación.
La referencia al marxismo toma el sentido de este cambio de signo de la Teoría crítica. Para J. Habermas, Marx no es ya el denunciador del intolerable desorden establecido por el capitalismo -como lo era para la primera generación, contemporánea de la barbarie nazi- sino el proveedor deun marco metodológico interdisciplinario, el másadecuado para integrar las aportaciones de las diferentes ciencias humanas y sentar las bases deuna teoría de la evolución social. Es la tarea em-
prendida en el libro consagrado a la «reconstrucción del materialismo histórico». Libera de marxismo los perfiles de un materialismo integral que exorciza los demonios de la religión, metafísica e ideológica; que restablece el continuum de la racionalidad atravesando la filosofía como reflexión crítica y las ciencias humanas al fin sin tabiques; y que se constituye como teoría reflexiva.
Este materialismo integral (que, según la fórmula sartriana, tiene vocación de proponer una
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filosofía para nuestro tiempo) desemboca en lo que podría llamarse una verdadera «bulimia interdisciplinaria». Así, J. Habermas retoma toda la obra contemporánea sobre ciencias humanas, parece no querer dejar nada fuera y «digiere» aproximaciones tan diferentes como el psicoanálisis freudiano, la psicología cognitiva y la epistemología genética de la escuela de Piaget con sus numerosas prolongaciones, la lingüística chomskyana, la teoría de los «speech acts» y la lingüística de la enunciación, la sociología de la acción según T. Parsons y el funcionalismo sociológico, la teoría de la comunicación y la psicología social de G. H.
Mead, y hasta E. Goffman, lo que se conoce como «etnometodología», ciertas aportaciones de paleontología y de antropología física ... No es una pura y simple «síntesis empírica» de todo cuanto se hace en las ciencias humanas -como si bastase con leer y resumir todos los libros- lo que nos propone J. Habermas. No es tan ingenuo, su escritura reflexiva y muy trabajada está en las antípodas de semejante ingenuidad. El proyecto de J. Habermas consiste en articular unas a otras las teorías de las ciencias humanas permitiendo definir progresivamente el programa general de una antropología. La tarea es inmensa. Con ella, J. Habermas mantiene el discurso programático de un trabajo teórico en curso y provisional. Sobre todo, no hace más que correr el calculado riesgo de trabajar explícita y conscientemente en una síntesis que, por otra parte, existe de forma intuitiva e implícita tras la reflexión de cada pensador, en una penumbra de la ciencia, por así decir. Las debilidades de su tarea son al mismo tiempo su fuerza, en la medida en que no sería posible criticarla más que presuponiéndolas.
Esta antropología interdisciplinaria conduce a J. Habermas a emprender lo que llamaremos la «larga marcha de la filosofía a través de las ciencias humanas». La interdisciplinariedad tiende a cambiar de signo: para la primera generación del Instituto, era también un punto esencial, tendiéndose a negar las barreras aislando las disciplinas, para situarlas en la perspectiva de una totalización dialéctica y para iluminar los puntos oscuros artificialmente creados por la división del trabajo científico. Para J. Habermas se trata también de aislar la ideología y especialmente el positivismo en el seno de las ciencias sociales, aunque esta tarea de profilaxis negativa y crítica desemboque en el caso de J. Habermas en el proyecto positivo de una síntesis ecléctica.
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El trabajo negativo de la Teoría crítica incluye una lógica necesariamente circular (en una especie de positividad en segundo grado): su programa epistemológico y científico conduce a definir una antropología del conocimiento que, a su vez, define toda la organización. Es un aspecto fundamental de este «materialismo integral», el de articular de este modo conocimiento e interés. Por su parte, las ciencias exactas remiten al interés técnico o instrumental del trabajo; en tanto que las ciencias humanas prolongan el interés «práctico» y crítico de una interacción «comunicacional». La última obra de J. Habermas se dedica a definir una teoría de la actividad comunicacional.
Concertado este doble primado, en las ciencias del hombre y en la historia de las sociedades, en la comunicacionalidad y en el conocimiento, cabe preguntarse si J. Habermas no extrapola idealmente una «academización» que supone otro aspecto del cambio de signo de la Teoría crítica. Mientras que la primera generación de la Escuela de Frankfurt se había encerrado en el ghetto universitario como en un refugio, con la mala conciencia de una maldición, la Teoría crítica se convierte en J. Habermas en un menesteroso ministerio, una exigente profesión (Berut) que él eejerce con toda la seriedad de un moralista protestante.
(Traducción: Manuel González Cuervo)
NOTAS
(1) Una excelente historia de la Escuela es la de MartínJay, The Dialectical Imagination. A History of the Frankfurt School and the Institute of the social Research 1927-1950. Little Brown and Company, Boston Toronto 1973.
(2) The Dialectical Imagination (1973), traducido al francésen Payot. Más o menos coincide con las posturas tomadas por J. M. Vincent en Théorie critique de l'école de Francfort(Galilée) e Y. Zima en L'Ecole de Francfort (Ed. Universitaires).
(3) Es el propósito del libro de Garbis Kortian Metacritique(Ed. de Minuit).
(4) Max-Planck-lnstitut zur Erforschung der Lebenshedinguugen in der wissenschaftlichtechnischen Welf y no «Instituto de futurología y polemicología», como a veces se Je ha ridiculizado. J. Habermas regresará a la Universidad tras el cierre del Instituto.
(5) Théorie traditionelle et théorie critique. Traducción de Cl. Maillard y S. Muller. París, Gallimard, 1974.
(6) «Connaissance et intéret» en La Technique et lascience comme ideologie, Gallimard, 1973. Escrita esta lección en 1965, J. Habermas alude explícitamente en ella a un decalage de cerca de una generación ( «nach fast einem Menschenalter» ).
(7) Zur Rekonstruktion des Historischen Materialismus(Suhrkamp Taschenbuch Wissenschaft 154). Publicado en 1976.
(8) Strukturwandel der offentlichkeit, en Payot.(9) J. Habermas apenas emplea la palabra «antropología».
El artículo de Kultur und Kritik en el que se ocupa de ella es un texto puramente didáctico, destinado al Fischer-Lexikon.
(10) Zur logik der Sozialwissenschaften, Ed. Suhrkamp.(11) Traducción colectiva aparecida en Ed. Complexe
(Bruselas) bajo el título De Vienne a Francfort. (12) Traducción de G. Raulet en Payot; cf. la nueva «In
troducción» redactada por J. Habermas para la reedición de 1971 y el capítulo 8.