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Los nueve libros de la Historia (libro V) · nes, quienes visten con el ropaje de los Medos. De los...

Date post: 01-Aug-2020
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LOS NUEVE LIBROS DE LA HISTORIA TOMO 5 HERODOTO DE HALICARNASO Ediciones elaleph.com
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    T O M O 5

    H E R O D O T O D EH A L I C A R N A S O

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz

  • Editado porelaleph.com

    2000 – Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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    LIBRO QUINTO.

    TERPSÍCORE

    Los generales de Darío principian a conquistarvarias plazas en Europa. -Costumbres de los Tra-cios. -Traslación de los Peones al Asia. VéngaseAlejandro de los embajadores Persas enviados aMacedonia.- Política de Darío con Histieo, señor deMieto. Sublévanse los Jonios contra los Persas porinstigación de Histieo y Aristagoras, y piden socorroa los Atenienses: situación de estos, sus guerras y,revoluciones. Muerte de Hiparco, tirano de Atenas yexpulsión de su hermano Hipias: los Lacedemoniostratan de favorecer a éste para recobrar el dominiode Atenas, pero se opone el Corintio Sosicles refi-riendo el origen de la tiranía en su patria y los malesque acarreaba en ella. Irritado Hipias incita a los

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    Persas contra los Atenienses, y Aristagoras por suparte persuade a éstos que se alíen con los Jonioscontra los Persas. -Ataque e incendio de Sardes porlos Griegos coligados. -Jura Darío vengarse de ellos,y sus generales principian a sujetar varios pueblosde los insurgentes.

    Los primeros a quienes avasallaron a la fuerza lastropas persianas dejadas por Darío en Europa almando de su general Megabazo, fueron los Perin-tios, que rehusaban ser súbditos del Persa y que an-tes habían ya tenido mucho que sufrir de losPeones, habiendo sido por éstos completamentevencidos con la siguiente ocasión. Como hubiesenlos Peones, situados más allá del río Estrimon, reci-bido un Oráculo de no sé qué dios, en que se lesprovenía que hicieran una expedición contra los dePerinto1 y que en ella les acometieran en caso deque éstos, acampados, les desafiaran a voz en grito,pero que no les embistieran mientras los enemigosno les insultasen gritando, ejecutaron puntualmente 1 Perinto, colonia griega fundada según diversas opinionespor los Samios, por Orestes o por Hércules, es la mismaciudad que Heraclea en el Quersoneso. Los Peones o Pela-gones eran un pueblo de la Macedonia, situada cerca de Te-salónica, en el distrito de la actual Etrachino.

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    lo prevenido; pues atrincherados los Perintios en losarrabales de su ciudad, teniendo enfrente el campode los Peones, hiciéronse entre ellos y sus enemigostres desafíos retados de hombre con hombre, de ca-ballo con caballo, y de perro con perro. Salieronvencedores los Perintios en los dos primeros, y altiempo mismo que alegres y ufanos cantaban victo-ria con su himno Pean, ofrecióseles a los Peones queaquella debía ser la voz de triunfo del oráculo, y di-ciéndose unos a otros: «el oráculo se nos cumple,esta es ocasión, acometámosles,» embistieron conlos enemigos en el acto mismo de cantar el Pean, ysalieron tan superiores de la refriega, que pocos Pe-rintios pudieron escapárseles con vida.

    II. Y aunque tal destrozo hubiesen experimen-tado ya de parte de los Peones, no por eso dejaronde mostrarse después celosos y bravos defensoresde su independencia contra el Persa, quien al cabolos oprimió con la muchedumbre de su tropa. Unavez que Magabazo hubo ya domado a Perinto, iba alfrente de sus tropas corriendo la Tracia, domeñandolas gentes y ciudades todas que en ella había y ha-ciéndolas dóciles al yugo del Persa en cumplimientode las órdenes de Darío, que le había encargado suconquista.

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    III. Los Tracios de que voy a hablar son la na-ción más grande y numerosa de cuantas hay en elorbe,2 excepto solamente la de los Indios, de suerteque si toda ella fuese gobernada por uno, o proce-diese unida en sus resoluciones, sobre ser invenci-ble, sería capaz de vencer por la superioridad de susfuerzas a todas las demás naciones; ahora porcuanto, esta unión de sus fuerzas les es, no difícil,sino del todo imposible, viene a ser un pueblo débily desvalido. Por más que cada uno de los pueblosde que la nación se compone tenga sus propiosnombres en sus respectivos distritos, tienen sin em-bargo todos unas mismas leyes y costumbres, salvolos Getas, los Trausos y los que moran más allá delos Crestoneos.

    IV. Llevo dicho de antemano qué modo de vivirsiguen los Getas atanizontes (o defensores de la in-mortalidad). Los Trausos, si bien imitan en todo lascostumbres de los demás Tracios, practican noobstante sus usos particulares en el nacimiento y en

    2 Los límites de la antigua Tracia, que confinaba al Occidentecon la Macedonia, al Oriente con el Ponto Euxino, el Heles-ponto y la Propontide, al Mediodía con el Egeo, y al Nortecon el monte Hemo, no permiten la exageración del autor.Tucidides hace a la Tracia en población y fuerzas inferior a laEscitia.

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    la muerte de los suyos;3 porque al nacer alguno,puestos todos los parientes alrededor del recién na-cido, empiezan a dar grandes lamentos, contandolos muchos males que lo esperan en el discurso dela vida, y siguiendo una por una las desventuras ymiserias humanas; pero al morir uno de ellos, conmuchas muestras de contento y saltando de placer yalegría, le dan sepultura, ponderando las miserias deque acaba de librarse y los bienes de que empieza averse colmado en su bienaventuranza.

    V. Los pueblos situados más arriba de los Cres-toneos practican lo siguiente: Cuando muere un ma-rido, sus mujeres, que son muchas para cada uno,entran en gran contienda, sostenidas con empeñopor las personas que les son más amigas y allegadas,sobre cuál entre ellas fue la más querida del difunto.La que sale victoriosa y honrada con una sentenciaen su favor, es la que, llena de elogios y aplausos dehombres y mujeres, va a ser degollada por mano delpariente más cercano sobre el sepulcro de su mari-do, y es a su lado enterrada, mientras las demás, per- 3 Vivían los Trausos al pié del Hemo en la Mesia inferior:esta en filosófica, costumbre tan acomodada a imaginacionesmelancólicas y mustias como la de Young, puede verse pin-tada en Ciceron con los más vivos colores (Tusc. 1, capítulo48).

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    dido el pleito, que es para ellas la mayor infamia,quédanse doliendo y lamentando mucho su des-ventura.

    VI. Otro uso tienen los demás Tracios: el devender sus hijos al que se los compra, para llevár-selos fuera del país. Lejos de tener guardadas a susdoncellas, les permiten tratar familiarmente concualquiera a quien les dé gana de usar licenciosa-mente, a pesar de ser ellos sumamente celosos consus esposas, de cuyos padres suelen comprarlas aprecio muy subido. Estar marcados es entre ellosseñal de gente noble; no estarlo es de gente vil ybaja. La mayor honra la ponen en vivir sin fatiga nitrabajo alguno, siendo de la mayor infamia el oficiode labrador: lo que más se estima es el vivir de lapresa, ya sea habida en guerra o bien, en latrocinio.Estas son sus costumbres más notables.

    VII. No reconocen otros dioses4 que Marte,Dioniso y Diana, si bien es verdad que allí los reyes,

    4 Los Traces, antes Tiraces o descendientes de Tiras, hijo deJafet, conservaban no sé qué restos del primitivo culto de losNoáquidas, teniendo un templo en una altura dedicado alDioe Sabathius, e invocando a Baco con las voces EvoheSabbai, muy parecidas a las de David Jehova Tsabaoth. El cultode los reyes Tracios a Mercurio confirma la opinión de queeste fue el sexto rey de los Ceitas.

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    a diferencia de, los otros ciudadanos, tienen a Mer-curio una devoción tan particular, que sólo juranpor este dios, de quien pretenden ser descendientes.

    VIII. En los entierros la gente rica y principaltiene el cadáver expuesto por espacio de tres días,durante los cuales, sacrificando todo género de víc-timas y plañendo antes de ir a comer, hacen conellas sus convites: después de esto dan sepultura alcadáver, o quemándolo o enterrándolo solamente.Después de haber levantado sobre él un túmulo detierra, proponen toda suerte de certamen fúnebre,destinando los mayores premios a los que salenvictoriosos en la monomaquía, o duelo singular.

    IX. Muy vasta y despoblada debe de ser, segúnparece, aquella región que está del otro lado del Da-nubio; por lo menos sólo he podido tener noticia deciertos pueblos que más allá moran, llamados Sigi-nes, quienes visten con el ropaje de los Medos. Delos caballos de aquel país dícese que son tan vello-sos, que por todo su cuerpo llevan cinco dedos depelo, que son chatos y tan pequeños que no puedenllevar un hombre a cuestas, aunque son muy ligerosuncidos al carro, por lo que los naturales se valenmucho de ellos para sus tiros. Los límites de dichospueblos tocan con los Enetos, situados en las cos-

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    tas del mar Adriático, y colonos de los bledos, segúnellos se dicen, de quienes no alcanzo a fe mía cómopuedan serlo, si bien veo que con el largo andar deltiempo pasado, todo cabe que haya acaecido5. Loque no tiene duda es, que los Ligires situados sobreMarsella llaman Sigines a los revendedores, y los deChipre dan el mismo nombre a los dardos.

    X. Al decir los Tracios que del otro lado delDanubio no puede penetrarse tierra adentro porestar el país hirviendo de abejas, paréceme que nohablan con apariencia siquiera de verdad, no siendopara los climas fríos aquella especie de animales6. Mijuicio es que el Norte, por exceso de frío, es inha-bitable. Esto es cuanto se dice de la región de Tra-

    5 Habiéndose sabido muy poco entre Griegos y Latinos,hasta la época de Julio César, de las naciones célticas de laantigua Germanía, son casi desconocidos los Sigines, cuyasituación se cree Poderse colocar en la Istria o Estiria o al-gún otro país al pié de los Alpes, aunque la descripción desus caballos conviene muy bien con la de los reunes o renos deSiberia. Si Herodoto no les atribuyera el traje medo, másbien que colonia de los Medos pudiera creerse de Macedo-nes, a quienes hacen algunos únicos verdaderos descendien-tes de Madal, hijo de Jafet. La última cláusula de este párrafose cree añadidura de algún copista.6 No basta el frío del Norte a matar las abejas, como notóEliano: uno de los ramos de comercio de la Rusia en elpuerto de Arcángel es la cera amarilla del país.

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    cia, cuyas costas y comarca marítima iba Megabazoagregando a la obediencia del Persa.

    XI. Luego que Darío pasado velozmente el Ho-lesponto llegó a Sardes, hizo memoria así del servi-cio que había recibido de Histieo, señor de Mileto,como del aviso que Coes de Mitilene le había dado.Llamados, pues, los dos a su presencia, díjoles quepidiera cada uno la merced que más quisiera. Nopidió Histieo el dominio de alguna ciudad, puestoque tenía ya el de Mileto, pero si pretendió que se lediera un lugar de los Edonos llamado Mircirio7 parafundar allí una colonia. Pero Coes, no siendo toda-vía señor de ningún Estado, sino mero particular,pidió y obtuvo el dominio de Mitilene. Así que losdos salieron contentos de la corte, lograda la graciaque habían pretendido.

    XII. Vínole a Darío en voluntad, por un espectá-culo que se le presentó casualmente estando en Sar-des, el ordenar a Megabazo que apoderado de losPeones los trasplantase de Europa al Asia. Despuésque Darío estuvo de vuelta en Asia, dos Peones,llamados el uno Pirges y el otro Manties, llevados dela ambición de lograr el dominio sobre sus ciu-

    7 Estaba situado este pueblo entre el río Estrimon y la ciudadde Filippi.

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    dadanos, pasaron a Sardes, llevando en su compañíaa una hermana, mujer de buen talle y estatura biza-rra, y al mismo tiempo muy linda y vistosa. Comoobservasen en Sardes que Darío solía dejarse ver enpúblico sentado en los arrabales de la ciudad, echa-ron mano de un artificio para su intento. Vestida lahermana del mejor modo que pudieron, enviáronlapor agua con un cántaro en la cabeza, con el ronzaldel caballo en el brazo conduciéndolo a beber, ycon su rueca y copo de lino hilando al mismo tiem-po. La ve pasar Darío, y mucho le sorprende lonuevo del espectáculo, mirando en lo que ella hacía,que ni era mujer persiana8, ni tampoco lydia, ni me-nos hembra alguna asiática. Picado, pues, de la cu-riosidad, manda a algunos de sus alabarderos quevayan y observen lo que con su caballo iba a ejecu-tar aquella mujer. Ella, en llegando al río, abrevaprimero su caballo, llena luego su cántaro y da lavuelta por el mismo camino con el cántaro encimade la cabeza, con el caballo tirado del brazo, y conlos dedos moviendo el huso sin parar.

    8 Ya entonces contaban las persianas por infamia ocuparseen trabajos de manos, orgullo y molicie que la voluptuosaAsia ha trasmitido harto frecuentemente a la laboriosa Eu-ropa.

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    XIII. Admirado Darío, así de lo que oía de susexploradores como de lo que él mismo estaba vien-do, da orden luego de que se la hagan presentar.Los hermanos de ella, como quienes allí cerca ob-servaban lo que iba pasando, comparecen ante Da-río luego que la ven conducida a su presencia.Pregunta el Rey de qué nación era la mujer, y dí-cenle los dos jóvenes que eran Peones de nación, yque aquella era su hermana. Tórnales Darío a pre-guntar qué nación era la de los Peones, y dónde es-taba situada, y con qué mira o motivo habían ellosvenido a Sardes: responden que habían ido allí conánimo de entregarse a su arbitrio soberano; que laPeonia, región llena de ciudades, caja cerca del ríoEstrimon, el cual no estaba lejos del Helesponto, yque los Peones eran colonos de Troya. Esto puntopor punto respondieron a Darío, el cual les vuelve apreguntar si eran allí todas las mujeres tan hacendo-sas y listas como aquella; y ellos, que le vieron picaren el cebo que adrede le habían prevenido, respon-dieron al instante que todas eran así.

    XIV. Escribe, pues, entonces Darío a Megabazo,general que había dejado en Tracia, una orden enque le mandaba ir a sacar a los Peones de su nativopaís y hacérselos conducir a Sardes a todos ellos con

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    sus hijos y mujeres. Parte luego un posta a caballocorriendo hacia el Helesponto, pasa al otro lado delestrecho y entrega la carta a Megabazo, quien nobien acaba de leerla, cuando toma conductores na-turales de Tracia y marcha con sus tropas hacia laPeonia.

    XV. Habiendo sido avisados los Peones de quevenían marchando contra ellos las tropas persianas,juntan luego sus fuerzas, y persuadidos de que elenemigo los acometería por las costas del mar, acu-den hacia ellas armados. Estaban en efecto prontosy resueltos a no dejar entrar el ejército de Megaba-zo, el daño estuvo en que, informado el Persa deque juntos y apostados en las playas querían im-pedirle la entrada, sirvióse de los guías que llevabapara mudar de marcha, y tomó por la vía de arribahacia la Peonia. Con esto los Persas, sin ser sentidosde los Peones, se dejaron caer de repente sobre susciudades, de las cuales, hallándolas vacías de hom-bres que las defendiesen, se apoderaron con facili-dad y sin la menor resistencia. Apenas llegó anoticia de los Peones salidos a esperar al enemigoque sus ciudades habían sido sorprendidas, cuandoluego separados fueron cada cual a la suya y se en-tregaron todos a discreción y al dominio del Persa.

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    Tres pueblos de los Peones, a saber, el de los Siro-peones, el de los Peoplas y el de los vecinos de lalaguna Prasiada, sacados de sus antiguos asientos,fueron trasportados enteramente al Asia.

    XVI. Pero a los demás Peones, los que morancerca del monte Pangeo, los Doberes, los Agrianes,los Odomantos9 y los habitantes en la misma lagunaPrasiada, no los subyugó de ningún modo Megaba-zo, por más que a los últimos procuró rendirles sinllevarlo a cabo, lo cual pasó del siguiente modo. Enmedio de dicha laguna vense levantados unos an-damios o tablados sostenidos sobre unos altos pila-res de madera bien trabados entre sí, a los cuales seda paso bien angosto desde tierra por un solopuente. Antiguamente todos los vecinos ponían encomún tos pilares y travesaños sobre que carga eltablado; pero después, para irlos reparando, hánseimpuesto la ley de que por cada una de las mujeresque tome un ciudadano (y cada ciudadano se casacon muchas mujeres) ponga allí tres maderos, queacostumbran acarrear desde el monte llamado Or-belo. Viven, pues, en la laguna, teniendo cada cual

    9 El Pangeo se llama en el día Malaca o Castagua: Doberesera una ciudad peónica de que habla Tucidides: de los Odor-nantos dice Suidas que usaban la circuncisión.

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    levantada su choza encima del tablado donde morade asiento, y habiendo en cada choza una puertapegada al tablado que da a la laguna: para impedirque los niños, resbalando, no caigan en el agua, lesatan al pié cuando son pequeños una soga de es-parto. Dan a sus caballos y a las bestias de cargapescado en vez de heno10; pues es tan grande laabundancia que tienen de peces, que sólo con abrirsu trampa y echar al agua su espuerta pendiente deuna soga, pronto la sacan llena de pescado, del cualdos son las especies que hay; a los unos llaman pa-praces y, a los otros tilones.

    XVII. Eran entretanto conducidos al Asia losPeones de que se había apoderado Megabazo. Tras-portados aquellos infelices prisioneros, escoge Me-gabazo los siete Persas más, principales que en suejército tenía, y que a él solo le eran inferiores engrado y reputación, y los envía por embajadores aMacedonia, destinados al rey de ella, Amintas, conel encargo de pedirle la tierra y el agua para el rey Da-río, pues tal es la forma del homenaje entre los per-sas. Muy breve es realmente el camino que hay que 10 Esto se ve confirmado por Eliano y Ateneo, quien diceque a los bueyes en Tracia se les llenaban de peces los pese-

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    pasar yendo desde la laguna Prasiada a la Macedo-nia, pues dejando la laguna, lo primero que se hallaes la famosa mina que algún tiempo después no re-dituaba menos de un talento de plata diario al reyAlejandro11, y pasada la mina, sólo con atravesar elmonte llamado Disoro, nos hallamos ya en Mace-donia.

    XVIII. Luego que los embajadores persas en-viados a Amintas12 llegaron a presencia de éste,cumpliendo con su comisión, pidiéronle con sufórmula de homenaje que diese la tierra y el agua alrey Darío, a quien no sólo convino Amintas enprestar obediencia, sino que hospedó públicamentea los enviados, preparándoles un magnífico, ban-quete con todas las demostraciones de amistad yconfianza. Al último del convite, cuando se habíansacado ya los vinos a la mesa, los Persas hablaron aAmintas en esta Conformidad: -«Uso y moda es,amigo Macedon, entre nosotros los Persas, que al bres, y por lo que se refiere de Noruega, donde las bestias sealimentan de pescado.11 Sería la misma de donde sacaba tesoros Filipo, padre deAlejandro.12 Era Amintas I el noveno rey de Macedonia. por los años,de 314 antes de Jesucristo, y mucha debió ser la debilidad de

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    fin de un convite de formalidad vengan a la sala ytomen a nuestro lado asiento nuestras damas, nosólo las concubinas, sino también las esposas prin-cipales con quienes siendo doncellas casamos enprimeras nupcias. Ahora, pues, ya que nos recibescon tanto agrado, nos tratas con tanta magnificen-cia, y lo que es más, entregas al rey nuestro amo latierra y el agua, razón será que quieras seguir nues-tro estilo tratándonos a la Persiana.» -«En verdad,señores míos, les responde Amintas, que nosotrosno lo acostumbramos así, no por cierto; antes el usoes tener en otra pieza bien lejos del convite a nues-tras mujeres13; pero pues que las hecháis menos,vosotros, que sois ya nuestros dueños, quiero quetambién en esto seáis luego servidos.» Así dijoAmintas, y envía al punto por las princesas, las cua-les llamadas, entran en la sala del convite, y tomanallí asiento por su orden enfrente de los Persas. Alver presentes aquellas bellezas, dicen a Amintas losembajadores que no andaba a la verdad muy dis-

    su imperio, cuando no su poquedad de ánimo, pues que nose atrevió la resistencia que hizo la Peonia.13 Este modesto recato era común en toda la Grecia. Léaseen Ciceron el trágico caso de la resistencia que en Lampsacose hizo a Verres en punto semejante, y del suplicio con quela castigó el fiero proconsul

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    creto en lo que con ellas hacía, pues mucho másacertado fuera que no viniesen allí las mujeres, queno dejan las sentarse al lado de ellos una vez venidasal convite, pues el verlas fronteras era quererles darcon ellas en los ojos, que es lo que más irrita losafectos. Forzado, pues, Amintas, manda a las muje-res que se sienten al lado de los Persas, quienes ha-biendo ellas obedecido, no supieron contener susmanos con la licencia que les daba el vino, sino quelas llevaron a los pechos de las damas, y no faltóentre ellos quien se desmandase en la lengua.

    XIX. Estábalo Amintas mirando quieto, pormás que mirase de mal ojo, aturdido de miedo delgran poder, de los Persas. Hallábase allí presente suhijo Alejandro, príncipe, joven, no hecho a disimu-lar para acomodarse al tiempo, quien siendo testigoocular de aquélla infamia de su real casa, de ningunamanera quiso ni pudo contenerse.

    Penetrado, pues, de dolor y vuelto a su padre:-«Mejor será, padre mío, le dice, que tengáis ahoracuenta de vuestra avanzada de edad; idos por vidavuestra a dormir, sin tomaros la larga molestia deesperaros a que esos señores se levanten de la me-sa, pues aquí me quedo yo hasta lo último para ser-vir en todo a nuestros huéspedes.» Amintas, que

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    desde luego dio en que su hijo Alejandro, llevadodel ardor de su juventud, podría pensar en obrarcomo quien era y como pedía su honor, replicóleasí: «Mucho será, hijo mío, que me engañe, pues leoen tus ojos encendidos y estoy viendo en esas tuscortadas palabras, que con la mira de intentar algúnfracaso me pides que me retire. No, hijo mío; porDios te pido que, sí no quieres perdernos a todos,nada intentes contra esos hombres. Ahora importasufrir disimulando, presenciar lo que no puede mi-rarse y coser los labios. Por lo que me pides, meretiro sin embargo, y quiero en ello complacerte.»

    XX. Después que Amintas, dados estos avisos,salió de la pieza, vuelto Alejandro a los Persas:-«Aquí tenéis, amigos, les dice, esas mujeres a vues-tro talante, o bien queráis estar con todas ellas, obien escoger las que mejor os parezcan; que estopende de vuestro arbitrio. Entretanto, señores, lomejor fuera, pues me parece hora de levantarnos dela mesa, mayormente viéndoos ya hartos de esascopas, que esas mujeres con vuestra buena graciapasarán al baño, y luego de lavada y aseadas, volvie-ran otra vez para haceros buena compañía. Dichoesto, a lo cual accedieron los Persas con muchogusto y aplauso, haciendo Alejandro que salieran las

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    mujeres, las envió a su departamento particular. Élentretanto parte luego, y cuantas eran las mujeres,otros tantos donceles o mancebos escoge en pala-cio, todos sin pelo de barba; disfrázales con el mis-mo traje y gala de aquéllas, les da a cada uno sudaga, y los conduce dentro de la sala de los Persas, aquienes al entrar con ellos habló en estos términos:-Paréceme, señores míos, que hemos hecho nuestrodeber en daros un cumplido convite, al menos concuanto teníamos a mano y con cuanto hemos podi-do hallar; con todo, digo, os hemos procurado re-galar y servir como era razón. Mas para coronar lafiesta, queremos echar el resto: aquí os entregamos,a discreción y a todo vuestro placer, nuestras mis-mas madres y hermanas. Bien echareis de ver enesto que sabemos serviros y queremos respetaroscomo pide vuestro valor, y con toda verdad podréisdecir después al soberano, que el rey de Macedonia,príncipe griego, su feudatario y subalterno, os aga-sajó como correspondía en la mesa y en el lecho.»Al hacer este cumplido, iba Alejandro con sus man-cebos Macedones y hacía sentar uno disfrazado demujer al lado de cada Persa. Por abreviar, luego quelos Persas iban a abusar de dichos jóvenes, los co-sían ellos con su daga.

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    XXI. Por fin concluyó la fiesta en que los Per-sas, y toda la comitiva de sus criados, quedaron allípara no volver jamás, pues los carruajes que les ha-bían seguido, los servidores con su bagaje y aparatoentero, todo en un punto desapareció. No pasó mu-cho tiempo después de este atentado de Alejandro14,sin que los Persas del ejército hiciesen las más vivasdiligencias en busca de sus embajadores; pero el jo-ven príncipe supo darse tan buena maña, que pormedio de grandes sumas logró sobornar al PersaBubares, caudillo de los que venían en busca de losenviados, dándole asimismo por esposa a una prin-cesa real hermana suya, por nombre Cigea. Así mu-rieron los embajadores Persas, y así se echó una losaencima de su muerte para que no se hablase más deella.

    XXII. Estos reyes Macedones, descendientes dePerdicas15, pretenden ser Griegos, y yo sé muy bien

    14 No falta filósofo antiguo ni aun quizá moderno que alabeeste hecho de Alejandro: comparadas la insolencia de losunos con la alevosía del otro, no sé a qué parte se inclinará lamayor gravedad de la injuria pública.15 Perdicas I, cuarto rey de los Macedones, reinó por los años691 antes de J.C. Quien sepa las numerosas diligencias quese practicaban en los ejercicios olímpicos, en vista de la sen-tencia dada en favor de Alejandro, hijo de Amintas, no duda-ría que fuesen los Macedones de origen griego, por más que

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    que realmente lo son; pero lo que insinúo aquí, loharé después evidente con lo que referiré de propó-sito a su tiempo y lugar16. Además, es este ya asuntodecidido por los presidentes de los juegos de Greciaque en Olimpia se celebran; porque, como deseosoAlejandro en cierta ocasión, de concurrir a aquelpúblico certamen, hubiese bajado a la arena con estamira y pretensión, los aurigas sus competidores enla justa le quisieron excluir poniéndole tacha y di-ciendo que no eran aquellas fiestas para unos anta-gonistas bárbaros, sino únicamente paracompetidores Griegos. Pero como probase Alejan-dro ser de origen Argivo, fue declarado en juicioGriego, y habiendo entrado en concurso con losdemás en la carrera del estadio, su nombre salió elprimero en el sorteo, juntamente con el de su anta-gonista.

    XXIII. Volviendo a Megabazo, llegó entretantoal Helesponto, llevando consigo a sus prisioneros dela Peonia, y pasando de allí al Asia, se presentó enSardes. Por este mismo tiempo estaba Histieo elMilesio levantando una fortaleza en el sitio llamado

    los llamase bárbaros Demóstenes, movido de su odio a Fili-po.16 L. VIII. c 137.

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    Mircino, que está cerca del río Estrimon, y que enpremio de haber conservado el puente de barcassobre el Danubio, como dijimos, había obtenido deDarío. Había visto por sus propios ojos Megabazolo que Histieo iba haciendo, y apenas llegó a Sardescon los Peones, habló así al mismo Darío: -«PorDios, señor, ¿qué es lo que habéis querido hacerdando terreno en Tracia y licencia para fundar allíuna ciudad a un Griego, a un bravo oficial, y a unhábil político? Allí hay, señor, mucha madera deconstrucción, allí mucho marinero para el remo, allímucha mina de plata; mucho Griego vive en aque-llos contornos y mucho bárbaro también, gente to-da, señor, que si logra ver a su frente a aquel jefegriego, obedecerle ha ciegamente noche y día encuanto les ordene. Me tomo la licencia de decirosque procuréis que él no lleve a cabo lo que está yafabricando, si queréis precaver que no os haga laguerra en casa: puede hacerse la cosa con disimulo ysin violencia alguna, como vos le enviéis orden deque se presente, y una vez venido hagáis de modoque nunca más vuelva allá, ni se junte con sus Grie-gos.

    XXIV. Viendo, pues, Darío que las razones deMegabazo eran providencias discretas de un político

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    sagaz y prevenido en lo futuro, se persuadió fácil-mente con ellas, y por un mensajero que destinó aMircino hizo decir de su parte a Histieo: -«El reyDarío me dio para ti, Histieo, este recado formal17:Habiéndolo pensado mucho, no hallo persona al-guna que mire, mejor que tú por mi corona, cosaque tengo más experimentada con hechos positivosque crecida por buenas razones. Y pues estoy ahorameditando un gran proyecto, quiero que vengasluego sin falta a estar conmigo para poderte darcuenta cara a cara de lo que pienso hacer.» Con estaorden Histieo se fue luego hacia Sardes, bien per-suadido por una parte de que eran sinceras dichasexpresiones, y por otra muy satisfecho y ufano deverse consejero de Estado elegido por el rey. Ha-biéndose, pues, presentado a Darío, hablóle éste entales términos: -«Voy a decir claramente, Histieo,por qué motivo te he llamado a mi corte. Quiero,pues, que sepas, amigo, que lo mismo fue volverme

    17 Todavía después de Homero daban los mensajeros enGrecia el recado con oración, como si la persona que losenviaba fuese la que hablase cara a cara. Todo este razona-miento y el que sigue fuera digno de un monarca, si la disi-mulación y mala fe no le degradara, haciendo que lasmáximas mas sólidas de la amistad sirvieran de pretexto a lamás fina perfidia.

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    de la Escitia y retirarte tú de mi presencia, que sentirluego en mí un vivo deseo de tenerte cerca de mipersona, y poder libremente comunicar contigo to-das mis cosas, tanto, que empecé al punto a echarde menos tu compañía, sabiendo que no hay bienalguno que pueda compararse con la dicha de lograrpor amigo y apasionado a un hombre sabio y dis-creto: estas dos prendas bien sé que posees en miservicio, y nadie mejor testigo de ellas que yo mis-mo. De tí he de merecer, amigo, que te dejes porahora de Mileto, ni pienses en nuevas ciudades deTracia. Vente en mi compañía a mi corte de Susa,disfruta conmigo a tu placer de todos mis bienes yregalos, siendo mi comensal y consejero.»

    XXV. Así le habló Dario, y dejando en Sardespor virrey a Artafernes, su hermano de parte de pa-dre, dirigióse luego a Susa, llevando en su corte aHistieo. Al partir nombró asimismo por general delas tropas que dejaba en los fuertes de las costas aOtanes, hijo de Sisamnes, uno de los jueces regios aquien, por haberse dejado sobornar en una senten-cia inicua, había mandado degollar Cambises, y nosatisfecho con tal castigo, cortando por su orden envarias correas el cuero adobado de Sisamnes, habíahecho vestir con ellas el mismo trono en que fue

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    dada aquella sentencia: además, en lugar del ajusti-ciado, degollado y rasgado Sisamnes, había Cambi-ses nombrado por juez a Otanes, su hijo, haciéndolesubir sobre aquellas correas a tan fatal asiento, conel triste recuerdo quo al mismo tiempo le hizo, deque siempre tuviera presente el tribunal en que es-taba sentado cuando diera sus sentencias.

    XXVI. Este mismo Otanes, que antes había sidocolocado en aquella funesta silla de juez regio, elegi-do entonces por sucesor de Megabazo en el mandode general, rindió al frente de sus tropas a los Bi-zantinos y Calcedonios, tomó la plaza de Antandro,situada en el territorio de Tróada, y conquistó aLamponio18. Con la armada naval le dieron los Les-bios, apoderóse de Lemnos y de Imbro, islas hastaentonces ocupadas de los Pelasgos.

    XXVII. Por que si bien es verdad que los Le-mios, haciendo al enemigo una resistencia muy vi-gorosa, se defendieron muy bien por algún tiempo,con todo vinieron al cabo a ser arruinados y deshe-chos. Los Persas victoriosos señalaron por gober-nador de los que en Lemnos habían sobrevivido a 18 Lamponio, vecina a la ciudad de Antandro, arruinada y sinnombre en el día: Antandro se llama hoy San Dimitri, antes

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    su ruina, a Licareto, hermano de aquel célebre Me-nandrio que había sido señor de Samos; y comogobernador de Lemnos, Licoreto acabó allí sus dí-as19..... La causa que contra este (Otanes) se intenta-ba, era por que prendía indistintamente y asolabatodo el país: a unos acusaba de haber sido deserto-res del ejército en sus marchas contra los Escitas; aotros de haber perseguido las tropas de Darío en suretirada y vuelta de la Escitia. Tales eran las tropelíasque había cometido Otanes siendo general.

    XXVIII. Hubo después, aunque duró poco, al-gún descanso y sosiego, porque dos ciudades deJonia, la de Naxos y la de Mileto, como contarédespués, dieron de nuevo principio a los males ycalamidades. Era Naxos por una parte la Isla quepor su riqueza y poder descollaba sobre las otrasasiáticas y por otra veíase Mileto en aquella épocaen el mayor auge de poder que jamás hubiese logra-do, viniendo a ser como la reina y capital de toda laJonia, a cuya prosperidad llegó después de haberse

    célebre ciudad de los Lelejes y después de los Troyanos en laMisia.19 No parece sino que la narración está truncada faltando al-gún período que sea transición para lo demás del capítulo.En cuanto a lo que sigue, se entiende claramente que hablade Otanes

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    visto tiempos atrás, cerca de dos generaciones antes,en el estado más deplorable a causa de sus partidosy sediciones, hasta tanto que los Parios, a quieneshabía elegido Mileto entre todos los Griegos porárbitros y conciliadores, lograron restituir en ella laconcordia y el buen orden.

    XXIX. Tomaron los Parios un expediente parasosegar aquellos disturbios, pues venidos a la ciudadde Mileto los sujetos más acreditados de Paros, co-mo viesen que en ella andaba todo sin orden, así loshombres como las cosas dijeron desde luego quepor sí mismos querían ir a visitar lo restante deaquel Estado y señorío. Al hacer su visita discu-rriendo por todo el territorio de Mileto, apenas da-ban con una posesión bien cultivada en aquellascampiñas, que por lo común estaban muy descuida-das, tomaban por escrito el nombre de su dueño.Acabada ya la visita de aquel país, donde pocos fue-ron los campos que hallaron bien conservados yflorecientes, y estando ya de vuelta en la ciudad, re-unieron un Congreso general del Estado, y en éldeclararon por gobernadores y magistrados de larepública a los particulares cuyas heredades habíanencontrado bien cultivadas, dando por razón de suarbitrio que aquellos sabrían cuidar del bien público

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    como habían sabido cuidar del propio: a los demásciudadanos de Mileto, a quienes antes se les pasabatodo en partidos y tumultos, precisóseles a que es-tuvieran bajo la obediencia de aquellos buenos pa-dres de familia. Con esto los Parios pusieron en paza los Milesios, restituyendo a la ciudad el buen or-den y concierto.

    XXX. Estas dos ciudades de Naxos y Miletofueron, pues, como decía, las que dieron entoncesnuevo principio y ocasión a la desventura de la Jo-nia. Sucedió que, habiendo la baja plebe desterradoen Naxos20 a ciertos ricos y principales señores, re-fugiáronse los proscritos a Mileto. Era en aquellasazón gobernador de Mileto Aristagoras, hijo deMolpagoras, quien era yerno y primo juntamente delcélebre Histieo el hijo de Lisagoras, a quien Daríotenía en Susa; pues por aquel mismo tiempo pun-

    20 Naxos, al presente Naxia, la más rica y feraz de las Cicla-das tiene cien millas de circuito, aunque Plinio sólo le dasetenta y cinco, y es célebre por su vino y su mármol ofitesde color verde con vetas blancas. Ocupáronla al principio losTracios, gobernados por Boutes, a quienes sucedieron losTésalos, que después de doscientos años de posesión laabandonaron a causa de una gran carestía; después de la gue-rra de Troya se hicieron dueños de ella los Carios, de loscuales pasó a unos colonos de Gnido y Rodas, y de éstosúltimamente los Jonios

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    tualmente en que Histieo, señor de Mileto, se halla-ba detenido en la corte, sucedió el caso de que vi-nieran a Mileto dichos Naxios, amigos ya de antes yhuéspedes de Histieo. Refugiados, pues, allí aquellosilustres desterrados, suplicaron a Aristagoras queprocurase darles alguna tropa, si se hallaba en esta-do de poder hacerlo, a fin de que pudieran con ellarestituirse a su patria. Pensó Aristagoras dentro desí, que si por su medio volviesen a Naxos los deste-rrados, lograría él mismo la oportunidad de alzarsecon el señorío de aquel Estado: con este pensa-miento, disimulando por una parte sus verdaderasintenciones, y por otra pretextando la buena amis-tad y armonía de ellos con Histieo, les hizo este dis-curso: -«No me hallo yo, señores, en estado depoderos dar un número de tropas que suficientepara que a pesar de los que mandan en Naxos po-dáis volver a la patria, teniendo los Naxios, como heoído, además de 8.000 infantes, una armada de mu-chas galeras. Mas no quiero con esto deciros que nopiense con todas veras en auxiliaros para ello, antesbien se me ofrece ahora un medio muy oportunopara serviros con eficacia. Sé que Artafernes es mibuen amigo y favorecedor, y sin duda sabéis quiénes Artafernes, hijo de Histaspes, hermano carnal de

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    Darío, virrey de toda la marina general de los gran-des ejércitos de mar y tierra: este personaje, pues,sino me engaña el amor propio, dígoos que hará pormí lo que pidamos.» Al oír esto los Naxios dejarontodo el negocio en manos de Aristagoras, para quelo manejara como mejor le pareciese, añadiéndoleque bien podía de su parte decir al virrey que nofavorecería a quien no lo supiera agradecer, y quelos gastos de la empresa correrían de su propiacuenta, pues no podían dudar que lo mismo habíade ser presentarse en Naxos que rendirse, no sola-mente los Naxios, sino aun los demás isleños, y ha-cer cuanto se les pidiese, no obstante que basta allíninguna de las Cícladas reconociese por soberano aDarío.

    XXXI. Emprende Aristágoras su viaje a Sardes,donde da cuenta y razón a Artafernes de cómo laisla de Naxos, sin ser una de las de mayor extensión,era con todo de las mejores, muy bella, muy cercanaa la Jonia, muy rica de dinero, y muy abundante deesclavos. -«¿No haríais, continuó, una expediciónhacía allá para volver a Naxos unos ciudadanos quede ella han sido echados? Dos grandes ventajas veoen ello para vos: usa que además de correr de nues-tra cuenta los gastos de la armada, como es razón

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    que corran, ya que nosotros los ocasionamos,cuento aun con grandes sumas de dinero para pode-ros pagar el beneficio: la otra es que aprovechándo-os de esta ocasión, no, sólo podréis añadir a lacorona la misma Naros, sino también las islas quede ella penden, la de Paros, la de Andros, y las otrasque llaman Cícladas. Y dado este paso, bien fácil osserá acometer desde allí a Eubea, isla grande y rica,nada inferior a la de Chipre, y lo que más es, fácil deser tomada. Soy de opinión de que con una armadade cien naves podréis conseguir todas estas con-quistas amigo, le respondió Artafernes, muestrasbien en lo que me dices el celo del público servicio,y tu afición a la casa real, proponiéndome, no sóloproyectos tan interesantes a la corona, sino dándo-me al mismo tiempo medios tan oportunos para elintento. En una sola cosa veo que andas algo corto,en el número de naves: tú no pides más que ciento,pues yo te prometo aprestarte doscientas al abrir laprimavera; pero es menester ante todo informar alrey, y que nos dé su aprobación.

    XXXII. Aristagoras, que tan atento halló al vi-rrey en su respuesta, sobremanera alegre y satisfe-cho dio la vuelta, para Mileto: Artafernes, despuésque obtuvo para la expedición el beneplácito de Da-

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    río, a quien envió un mensajero dándole cuenta delproyecto de Aristagoras, tripuladas doscientas na-ves, previno mucha tropa, así persiana como aliada.Nombró después para comandante de la armada alPersa Megabates, que siendo de la casa de losAqueménidas era primo de Darío. Era Megabatesaquel con cuya hija, si es que sea verdad lo que co-rre por muy válido, contrajo esponsales algún tiem-po después el Lacedemonio Pausanias, hijo deCleombroto, más enamorado del señorío de la Gre-cia que prendado de la princesa persiana21. Luegoque estuvo Megabates nombrado por general, dióOrden, Artafernes de que partiera el ejército a don-de Aristagoras estaba.

    XXXIII. Después de tomar en Mileto las tropasde la Jonia los desterrados de Naxos y al mismoAristagoras, dióse a la vela Megabates, haciendo co-rrer la voz de que su rumbo era hacia el Helesponto.Llegó a la isla de Chio y dio fondo en un lugar lla-mado Caúcasa, con la mira de esperar que se levan-tase el viento Bóreas, para dejarse caer desde allísobre la isla de Naxos. Anclados en aquel puerto, 21 No parece que hubiera leído Herodoto la carta de Pausa-nias que trae Tucidides escrita a Jerges, a quien en premio de

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    como que los hados no permitían la ruina de Naxospor medio de aquella armada, sucedió un caso quela impidió. Rondaba Megabates para inspeccionar lavigilancia de los centinelas, y en una nave mindia-na22 halló que ninguno bahía apostado. Llevó muy amal aquella falta, y enojado dio orden a sus alabar-deros que le buscasen al capitán de la nave, que sellamaba Scilaces, y hallándolo, mandóle poner atadoen la portañola del remo ínfimo, en tal postura, queestando adentro el cuerpo sacase hacia fuera la ca-beza. Así estaba puesto a la vergüenza el Scilaces,cuando va uno a avisar a Aristagoras y decirle cómoaquel Mindio su amigo y huésped le tenía Megaba-tes cruelmente atado y puesto al oprobio. Al ins-tante se presenta Aristagoras al Persa, y se empeñamuy de veras a favor del capitán; nada puede alcan-zar de lo que pide, pero va en persona a la nave ysaca a su amigo de aquel infame cepo. Sabida la li-bertad que Aristagoras se había tomado, se dio Me-gabates por muy ofendido, y puso en él la lenguabaja y villanamente. -«¿Y quién eres tú, le replicóAristagoras, y qué tienes que ver en eso? ¿No te en- su alevosía pide por esposa una hija del mismo rey, y no deMegabates.

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    vió Artafernes a mis órdenes, para que vinierasdonde quisiere yo conducirte? ¿para qué te metes enotra cosa?» Quedó Megabates tan altamente resen-tido de la osadía con que Aristagoras le hablaba, quevenida la primera noche, despachó un barco paraNaxos con unos mensajeros que descubrieran a losNaxios el secreto de cuanto contra ellos se disponía.

    XXXIV. Ni por sombra había pasado a los Na-xios por la mente que pudiera dirigirse contra ellostal armada; pero lo mismo fue recibir el aviso queretirar a toda prisa lo que tenían en la campiña, y,acarreando a la plaza23 todas las provisiones de bo-ca, prepararse para poder sufrir un sitio prolongado,no dudando que se halilában en vísperas de unagran guerra. Con esto cuando los enemigos salidosde Chio llegaron a Naxos con toda la armada, die-ron contra hombres tan bien fortificados Y preve-nidos, que en vano fue estarles sitiando por cuatromeses enteros. Al cabo de este tiempo, como a losPersas se les fuese acabando el dinero que consigohabían traído, y Aristagoras hubiese ya gastado mu- 22 Mindo, hoy Mentese, ciudad de consideración en la Caria ycolonia de los Trecenios.23 Nota Ateneo que los Naxios ricos vivían comúnmente enla misma ciudad, dejando en las aldeas a la gente pobre, loque así mismo sucedía en el Atica.

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    cho de su bolsillo, viendo que para continuar el ase-dio se necesitaban todavía mayores sumas, tomaronel partido de edificar unos castillos en que se hicie-sen fuertes aquellos desterrados, y resolvieron vol-verse al continente con toda la armada, malogradade todo punto la expedición.

    XXXV. Entonces fue cuando Aristagoras, nopudiendo cumplir la promesa hecha a Artafernes,viéndose agobiado con el gasto de las tropas que sele pedía, temiendo además las consecuencias deaquella su desgraciada expedición, mayormente ha-biéndose enemistado en ella con Megabates, sospe-chando, en suma, que por ella seria depuesto delgobierno y dominio de Mileto; amedrentado, digo,con todas estas reflexiones y motivos, empezó amaquinar una sublevación para ponerse en salvo.Quiso a más de esto la casualidad que en aquellaagitación le viniera desde Susa, de parte de Histieo,un enviado con la cabeza toda marcada con letras,que significaban a Aristagoras que se sublevasecontra el rey. Pues como Histieo hubiese queridoprevenir a su deudo que convenía rebelarse, y nohallando medio seguro para posarle el aviso porcuanto estaban los caminos tomados de parte delrey, en tal apuro había rasurado a navaja la cabeza

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    del criado que tenía de mayor satisfacción, habíalemarcado en ella con los puntos y letras que le pare-ció, esperó después que le volvieran a crecer el ca-bello, y crecido ya, habíalo despachado a Mileto sinmás recado que decirle de palabra que puesto enMileto pidiera de su parte a Aristagoras que, cortán-dole a navaja el pelo, le mirara la cabeza. Las notasgrabadas en ella significaban a Aristagoras, comodije, que se levantase contra el Persa. El motivo quepara tal intento tuvo Histieo, parte nacía de la pesa-dumbre gravísima que su arresto en Susa le ocasio-naba, parte también de la esperanza con que selisonjeaba de que en caso de tal rebelión sería en-viado a las provincias marítimas, estando al mismotiempo convencido de que a menos que se rebelaraMileto, nunca más tendría la fortuna de volver averla. Con estas miras despachó Histieo a dichomensajero.

    XXXVI. Tales eran las intrigas y acasos quejuntos se complicaban a un tiempo alrededor deAristagoras, quien convoca a sus partidarios, les dacuenta así de lo que él mismo pensaba como de loque Histieo le prevenía, y empieza muy de propó-sito a deliberar con ellos sobre el asunto. Eran losmás del parecer mismo de Arístagoras acerca de

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    negar al Persa la obediencia; pero no así Hecateo elhistoriador, quien haciendo una descripción de lasmuchas naciones que al Persa obedecían y de susgrandes fuerzas y poder, votó desde luego que noles cumplía declarar la guerra a Darío, el gran rey delos Persas; y como viese que no era seguido su pa-recer, votó en segundo lugar que convenía hacerseseñores del mar, pues absolutamente no veía cómopudieran, a menos de serlo, salir al cabo con susintentos; que no dejaba de conocer cuán cortas eranlas fuerzas de los Milesios, pero sin embargo, contal que quisieran echar mano de los tesoros que enel templo de Bránchidas había ofrecido el LydioCreso, tenía fundamento de esperar que en fuerzasnavales podrían ser superiores al enemigo; que en elmedio que les proponía contemplaba doble ventajapara ellos, pues a más de servirse de dicho dinero enfavor del público, estorbarían que no lo sacase elenemigo en daño de ellos. Ciertamente, como llevodicho en mi primer libro, eran copiosos los men-cionados tesoros. Por desgracia, tampoco fue segui-do este segundo parecer, sino que quedó acordadala rebelión, añadiendo que uno de ellos se embarca-se luego para Miunte, donde aun se mantenía la ar-mada vuelta de Naxos, y procurase poner presos a

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    los capitanes que se hallaban a bordo de sus respec-tivas naves.

    XXXVII. Enviado, pues, allá Yatragortas conesta comisión, apoderóse con engaño de la personade Oliato el Melaseo, hijo de Ibánolis, de la de His-tieo el Termerense24, hijo de Timnes, de la de Coes,hijo de Exandro, a quien Darío había hecho graciadel señorío de Mitilene, de la de Aristagoras el Ci-meo, hijo Heráclides, y otros muchos jefes. Levan-tado ya abiertamente, contra Darío y tomandocontra él todas sus medidas, lo primero que hizoAristagoras fue renunciar, bien que no más de pala-bra y por apariencia, el dominio de Mileto, fingien-do restituir a los Milesios la libertad, para lograr deellos por este medio que de buena voluntad le si-guieran en su rebelión. Hecho esto en Mileto, otrotanto hacía en lo restante de la Jonia, de cuyas ciu-dades iba arrojando algunos de sus tiranos: aun más,a los caudillos que había prendido sobre las navesde la armada que acababa de volver de Naxos, fueentregándolos a sus respectivas ciudades, cuyo do-

    24 Mileso, o, como ahora se llama, Melaso, era una rica ciu-dad de la Caria: Termera otra ciudad en los confines de laCaria y la Licia, cuyas ruinas no son acaso conocidas.

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    minio poseían, y esto con la dañada intención deganárselas a todas para su partido.

    XXXVIII. Resultó de ahí que los Mitileneos,apenas tuvieron a Coes en su poder, sacándole alcampo le mataron a pedradas, si bien los Cimeosdejaron que se fuese libre su tirano, sin usar con élde otra violencia. Otro tanto hicieron con sus res-pectivos señores las más de las ciudades, y cesó porentonces en todas ellas la tiranía o el dominio de unseñor. Quitados ya los tiranos, dio orden el MilesioAristagoras a todas aquellas ciudades, que cada cualnombrase un general de su propia milicia, y practi-cada esta diligencia, viendo que necesitaba absolu-tamente hallar algún aliado poderoso para suempresa, fuese él mismo para Lacedemonia en sugalera en calidad de enviado de la Jonia.

    XXXIX. No reinaba ya en Esparta Anaxandri-des, hijo de Leon, sino Cleomenes su hijo, el cual enatención a sus prendas y valor, si no al derecho desu familia, muerto su padre, había sido colocadosobre el trono. Para manifestar el origen y naci-miento de Cleomenes, se debe saber que se hallabaprimero casado Anaxandrides con una hija de suhermana, a quien por más que no le diera sucesiónamaba tierna y apasionadamente. Viendo los Eforos

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    lo que a su rey acontecía, le reconvinieron hablán-dole en esta forma: -«Visto tenemos cuán poco cui-das de tus verdaderos intereses: nosotros, pues, queni debemos despreciarlos, ni podemos mirar conindiferencia que la sangre y familia de Euristenesacaben en tu persona, hemos tomado sobre ellonuestras medidas. Tú misino ves por experienciaque no te da hijos esa mujer con quien estás casado;nosotros queremos que tomes otra esposa, asegu-rándote de que si así lo hicieres, darás mucho gustoa los Espartanos.» A tal amonestación de los Efo-pos respondió resuelto, Anaxandrides que ni uno niotro haría, pues ellos exhortándole a tomar otramujer dejando la presente, que no lo tenía en verdadmerecido, le daban un consejo indiscreto, que jamáspondría por obra, por más que se cansasen en in-culcárselo.

    XL. Tomando los Eforos y los Gerontes (o se-nadores) de Esparta su acuerdo acerca de la res-puesta y negativa del rey, de nuevo así lerepresentan: -«Ya que tan apegado estás a la mujercon quien te hallas ahora casado, toma por los me-nos estotro consejo que te vamos a proponer, yguárdate de porfiar en rechazarlo, ni quieras expo-nerte a que tomen los Espartanos alguna resolución

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    que no te traiga mucha cuenta. No pretendemos yaque te divorcies, ni que eches de tu a esa tu queridaesposa; vive con ella, en adelante, como has vividohasta aquí, no te lo prohibimos; mas absolutamentequeremos de tí que a más de esa estéril tomes otramujer que sepa concebir.» Cediendo por fin Ana-xandrides a esta representación, y casado con dosmujeres, tuvo desde entonces dos habitaciones es-tablecidas, yendo en ello contra la costumbre deEsparta.

    XLI. No pasó mucho tiempo, después del se-gundo matrimonio, hasta que la nueva esposa dio aluz a Cleomenes, al mismo tiempo hizo la fortunaque la primera mujer, antes por largos años infe-cunda, se sintiera preñada: los parientes de la otraesposa a cuyos oídos llegó el nuevo preñado, albo-rotaban sin descanso, y gritaban que aquella se fin-gía en cinta con la mira de suponerse por hijo unparto ajeno; pero en realidad se hallaba la princesaembarazada. Quejándose, pues, altamente de aquellapreñez simulada, movidos los Eforos de la sospechade algún engaño, llegado el tiempo quisieron asistiren persona a la mujer en el acto mismo de parir. Enefecto, parió ella la primera vez a Dorleo, y de otroparto consecutivo a Leonidas, y de otro tercero a

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    Cleombroto, aunque algunos quieren decir que es-tos dos últimos fueron gemelos; y por colmo desingularidad, la quejosa madre de Cleomenes, la se-gunda esposa de Anaxandrides, hija de Prinetades ynieta de Demarmeno, nunca más volvió a parir deallí adelante.

    XLII. De su hijo Cleomenes corre por muy va-lido que, nacido con vena de loco, jamás tuvo cum-plido el seso, al paso que Dorieo salió un joven elmás cabal que se hallase entre los de su edad, lo quele hacía vivir muy confiado de que la corona recae-ría en su cabeza. En medio de esta creencia, vio porfin que a la muerte de su padre Anaxandrides, ate-nidos los Lacedemonios a todo el rigor de la ley,nombraron por rey al primogénito Cleomenes, de locual dándose Dorieo por muy resentido y desde-ñándose de tener tal soberano, pidió y obtuvo elpermiso de llevar consigo una colonia de Esparta-nos. En la fuga de su resentimiento, ni se cuidó Do-rieo de consultar en Delfos al oráculo hacia quétierra debería conducir la nueva colonia, ni quisoobservar ceremonia alguna de las que en tales cir-cunstancias solían practicarse, sino que ligera yprontamente se hizo a la vela para Libia, condu-ciendo sus naves unos naturales de Tera. Llegó a

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    Cinipe, y cerca de este río, en el lugar más bello dela Libia, plantó luego su nueva ciudad, de dondearrojado tres años después por los Macas, naturalesde la Libia, auxiliado por los cartagineses, volvióseal Peloponeso.

    XLIII. Allí un tal Anticares, de patria Eleorio,sugirióle la idea de que, ateniéndose a los oráculosde Layo, fundase a Heraclea en Sicilia, diciéndoleque todo el territorio da Eris, por haberlo antes po-seído Hércules, era propiedad de los Heraclidas25.Oída esta relación, hace Dorieo un viaje a Delfos afin de saber del oráculo si lograría en efecto: apode-rarse del país adonde se le sugería que fuese, y ha-biéndole respondido la Pythia afirmativamente,toma de nuevo aquel convoy que había primeroconducido a la Libia, y parte con él para Italia.

    XLIV. Estaban cabalmente los Sibaritas en aque-lla sazón, según cuentan ellos mismos, para em-

    25 El derecho de Hércules sobre la región Ericina proviene,según Diodoro Sículo, de haber aquel héroe vencido en lalucha a Eris, rey del país, y haber quedado señor del territo-rio que dejó en fideicomiso a los naturales, hasta tanto quealgún hijo suyo viniera a reclamarle. Acerca de los oráculosde Layo ninguna noticia de ellos hallamos en otros autores.

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    prender, con su rey Telis26 al frente, una expedicióncontra la ciudad de Crotona, cuyos vecinos con susruegos, nacidos del gran miedo en que se hallaban,alcanzaron de Dorieo que fuera socorrerles; y fue elsocorro tan poderoso, que llevando sus armas elEspartano contra la misma Sibaris, rindió con ellasla plaza, hazaña que los Sibaritas atribuyen a Dorieoy a los de su comitiva. No así los Crotoniatas, quie-nes aseguran y porfían que en dicha guerra contralos Sibaritas no vino a socorrerles ningún extranjeromás que uno solo, que fue Calias el Adivino, naturalde Elida y de la familia de los Yamidas; y de estedicen que se les agregó de un modo singular, puesestando antes con Telis, señor de los Sibaritas, yviendo que ninguno de los sacrificios que éste hacíapara ir contra Cretona le salía con buen auspicio,pasó fugitivo a los Crotoniatas, al menos como elloslo cuentan.

    26 A este rey llama Diodoro Sículo «demagogo» u orador pú-blico, como llamó también Aristóteles a Cipselo tirano deCorinto: en la democracia reinan comúnmente los demago-gos, y alguna vez de oradores pasan a ser tiranos. La famosaSibaris, arruinada por los Crotoniatas y reedificala con elnombre de Turio, su cree que sea hoy la aldea Torre Brodo-queto, en la Calabria.

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    XLV. Y es extraño que entrambas ciudades pre-tendan tener pruebas y monumentos de lo que di-cen, pues afirman los sibaritas, que, tomada ya laciudad, consagró Dorieo un recinto, y edificó untemplo cerca del río seco que llaman Crastis, y lodedicó a Minerva, por sobrenombre Crastia. Pre-tenden además ser la muerte de Dorieo manifiestaprueba de lo que dicen, queriendo que por haberobrado aquél contra el intento y prevención del orá-culo muriese de muerte desgraciada, pues si en nadase hubiera desviado Dorieo del aviso y promesa deloráculo, marchando a poner por obra la empresapara él destinada, sin duda, según arguyen, se hu-biera apoderado de la comarca Ericina y la hubieradisfrutado después, sin que ni él ni su ejército hu-biera allí perecido. Pero los Crotoniatas, por suparte, en el campo mismo de Crotona enseñan mu-chas heredades que se dieron entonces privativa-mente a Calias el Eleo en premio de sus servicios,cuyos nietos las gozan aun al presente, cuando noconsta haberse hecho merced ni gracia alguna a Do-rieo ni a sus descendientes. ¿Y quién no ve que si enla guerra sibarítica les hubiera asistido Dorieo, eraconsecuencia que se desprendía del asunto haberdado muchos más premios a aquél que al adivino

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    Calias? Tales son las pruebas que una y otra ciudadalegan a su favor; en mi opinión, puede cada unoasentir la que más fuerza le hiciere.

    XLVI. Vuelvo a Dorieo, en cuya comitiva seembarcaron otros Espartanos, como conductoresde dicha colonia, que eran Tésalo, Parebates, Celeésy Eurileon. Habiendo, pues, arribado estos a Siciliacon toda su armada y convoy, acabaron allí sus díasa manos de los Fenicios y de los Egestanos27, queles vencieron en campo de batalla, pudiéndose librarde la desgracia común uno solo de los conductores,que fue Eurileon. Este jefe, recogidos los restos quedel ejército quedaban salvos, se apoderó con ellosde Minoa, colonia de los Selinusios, y unido con és-tos, les libró del dominio que sobre ellos tenía susoberano Pitágoras. Desgraciadamente, el mismoEurileon, después de haber acabado con aquel mo-narca, se apoderó de Selinunte, donde por algúntiempo reinó como soberano; motivo por el cual los

    27 Egesta o Segesta, célebre ciudad de Sicilia entre el pro-montorio Lilibeo y Panormo, correspondía al lugar que sellama Bárbara. En cuanto a Minoa, que se llamó despuésHeraclea, y a Selinunte, célebre colonia de los Megarenses,ambas hoy arruinadas, se hallaba la primera cerca del caboBlanco, y la segunda en la Terra del pulici, en la provincia deMazara.

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    Selinusios amotinados le quitaron la vida, sin que levaliese haberse refugiado al ara de Júpiter Agoreo.

    XLVII. Iba en la comitiva de Dorieo un ciuda-dano de Cortona, por nombre Filipo, hijo de Buta-cides, y le acompañó asimismo en la muerte.Después de haber contraído esponsales con una hijade Telis, rey de los Sibaritas, como no hubiese lo-grado Filipo casarse con dama tan principal, fuesede Crotona fugitivo corrido de la repulsa, y se em-barcó para Cirene, de donde en una nave propia ycon tripulación mantenida a su costa salió siguiendoa Dorieo. Había él llegado a ser Olimpionica (vence-dor en los juegos olímpicos), tanto que su gentilezay bizarría obtuvo de los Egestanos lo que ningúnotro logró jamás, pues le alzaron un templo en ellugar de su sepultura, y como a un héroe le hacíansacrificios.

    XLVIII. Tan desgraciado fin tuvo Dorieo, quiensi quedándose en Esparta hubiera sabido obedecer aCleomenes, llegara a ser rey de Lacedemonia, dondeéste no reinó largo tiempo, muriendo sin sucesiónvaronil, y dejando solamente una hija llamada Gor-go.

    XLIX. Pero volviendo ya al asunto, Aristagorasel tirano de Mileto llegó a Esparta, teniendo en ella

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    el mando Cleomenes, a cuya presencia compareciósegún cuentan los Lacedemonios, llevando en lamano una tabla de bronce (a manera de mapa)28, enque se veía grabado el globo de la tierra, y descritosallí todos los mares ríos; y entrando a conferenciarcon Cleornenes, forma: -«No tienes que extrañarahora, oh Cleomenes, el empeño que me tomo enesta visita que en persona te hago, pues así lo pidesin duda la situación pública del Estado, siendo paranosotros los Jonios la mayor infamia y la pena mássensible, de libres vernos hechos esclavos, no sién-dolo menos, por no decir mucho más, para voso-tros el permitirlo, puesto que tenéis el imperio de laGrecia. Os pedimos, pues, ahora, oh Lacedemonios,así os valgan y amparen los Dioses tutelares de laGrecia, que nos saquéis de esclavitud a nosotros losJonios, en quienes no podéis menos de reconocervuestra misma sangre: porque en primer lugar osaseguro que para vosotros no puede ser más fácil yhacedera la empresa, pues que no son aquellos bár-baros hombres de valor, y vosotros sois en la guerrala tropa más brava del mundo. ¿Queréis ver clara- 28 Esta especie de mapas o pinax, tablas de bronce grabadascon los nombres de ríos, mares y naciones, ¿no darían lugar

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    mente lo que afirmo? En las batallas las armas conque pelean son un arco y un dardo corto, y aun más,entran en combate con largas túnicas y turbantes enla cabeza. Mira cuán fácil cosa será vencerles. Quie-ro que sepas, en segundo lugar, cómo los que habi-tan aquel continente del Asia poseen ellos solos másriquezas y conveniencias que los demás de la tierrajuntos, empezando a contar del oro, plata, bronce,trajes y adornos varios, y siguiendo después por susganados y esclavos, riquezas todas que como de ve-ras las queráis, podéis ya contarlas por vuestras.Quiero ya declararte la situación y los confines delas naciones de que hablo. Con estos Jonios que ahíves (esto iba diciendo mostrando los lugares enaquel globo de la tierra que en la mano tenía, graba-do en una plancha de bronce), con estos Joniosconfinan los Lydios, pueblos que poseyendo unafertilísima región no saben qué hacerse de la plataque tienen: con esos Lydios, continuaba el geógrafoAristagoras, confinan por el Levante los Frigios, dequienes puedo decirte que son los hombres másopulentos en ganados, en granos y en frutos decuantos sepa. Pasando adelante, confinan ahí con

    a las pinturas de varios colores, usadas en los libros y códicesantiguos?

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    los Frigios los Capadocios a quienes llamamos Si-rios, cuyos vecinos son los Cílices, pueblos que seextienden hasta las costas del mar, en que cae la islade Chipre que ahí ves, los cuales quiero que sepasque contribuyen al rey con 500 talentos ánuos: con-finan con los Cílices esos Armenios, riquísimos ga-naderos con quienes alindan los Matienos, cuya esesa región. Sígueles inmediatamente esa provinciade la Cisia, y en ella a las orillas del río Coaspes estásituada la capital de Susa, que es donde el gran reytiene su corte, y donde están los tesoros de su era-rio; y me atrevo a asegurarte que como toméis laciudad que ahí ves, bien podéis apostároslas en ri-quezas con el mismo Júpiter. ¿No es bueno, Cleo-menes, que vosotros los Lacedemonios, a fin deconquistar dos palmos más de tierra, y esa no másque mediana, os empeñéis así contra los Mesinos,que bien os resisten, como contra los Arcades y losArgivos, pueblos que no tienen en casa ni oro niplata, que son conveniencias y ventajas por cuyoalcance puede uno con razón y suele morir con lasarmas en la mano, al paso que pudiendo con facili-dad, sin esfuerzos ni trabajo, haceros dueños desdeluego del Asia entera, no queráis correr tras esta

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    presa sino ir en busca de no sé qué bagatelas y rate-rías?»

    L. Así terminó Aristagoras su discurso, a quienbrevemente respondió Cleomenes: -«Amigo Mile-sio, pensará sobre ello: después de tres días, volve-rás por la respuesta.» En estos términos quedó porentonces el negocio. Llega el día aplazado; concurreAristagoras al lugar destinado para saber la res-puesta, y le pregunta desde luego Cleomenes cuán-tas eran las jornadas que había desde las costas deJonia hasta la corte misma del rey. Cosa extraña:Aristagoras, aquel hombre por otra parte tan hábil yque también sabía deslumbrar a Cleomenes, trope-zando aquí en su respuesta, destruyó completa-mente su pretensión; porque no debiendo decir deningún modo lo que realmente había, si quería enefecto arrastrar al Asia a los Espartanos, respondiócon todo francamente que la subida a la corte delrey era viaje de tres meses. Cuando iba a dar razónde lo que tocante al viaje acababa de decir, inte-rrúmpele Cleomenes el discurso empezado, y le re-plica así: -«Pues yo te mando, amigo Milesio, queantes de ponerse el sol estés ya fuera de Esparta. Noes proyecto el que me propones que deban fácil-mente emprender mis Lacedemonios, queriéndo-

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    melos apartar de las costas a un viaje no menos quede tres meses.» Dicho esto, le deja y se retira a sucasa.

    LI. Viéndose Aristagoras tan mal despachado ydespedido, toma en las manos en traje de suplicanteun ramo de olivo, y refugiándose con él al hogarmismo de Cleomenes, le ruega por Dios que tenga abien oirle a solas, haciendo, retirar de su vista aque-lla niña que consigo tenía, pues se hallaba casual-mente con Cleomenes su hija Gorgo, de edad de 8 a9 años, única prole que tenía. Respóndele Cleome-nes que bien podía hablar sin detenerse por la niñade cuanto quisiera decirle. Al primer embite ofréce-le, pues, Aristagoras hasta 10 talentos, si consentíaen hacerle la gracia que le pidiera: rehúsalos Cleo-menes, y él, subiendo siempre de punto la promesa,llega a ofrecerle hasta 50 talentos. Entonces fuecuando la misma niña que lo oía: -«Padre, le dijo,ese forastero, si no le dejais presto, yéndoos de supresencia, logrará al cabo sobornaros por dinero.»Cayéndole en gracia a Cleomenes la simple preven-ción de la niña, se retiró de su presencia pasando aotro aposento. Precisado con esto Aristagoras a salirde Esparta, no tuvo lugar de hablarle otra vez para

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    darle razón del largo camino que había hasta lacorte del rey.

    LII. Voy a explicar lo que hay en realidad acercade dicho viaje. Por toda aquella carrera, caminandosiempre por lugares poblados y seguros, hay de or-den del rey distribuidas postas y bellos paradores;las postas para correr la Lydia y la Frigia son veinte,y con ellas se corren noventa y cuatro parasangas ymedia. Al salir de la Frigia se encuentra el río Halis,que tiene allí sus puertas, y en ellas hay una numero-sa guarnición de soldados, siendo preciso que tran-site por allí el que quiera pasar aquel río. Entrado yaen Capadocia, el que la quisiere atravesar toda hastaponerse en los confines de la Cilicia, hallará veintio-cho postas y correrá con ella ciento cuatro parasan-gas. En las fronteras de Cilicia se pasa por dosdiferentes puertas y por dos cuerpos de guardia enellas apostados. Saliendo de estos estrechos de Ca-padocia y caminando ya por la misma Cilicia, haytres postas que hacer y quince parasangas y mediaque pasar. El término entre Cilicia y Armenia es unrío llamado Eufrates, que se pasa con barca. En-cuéntranse en Armenia quince mesones con susquince postas, con las cuales se hacen de caminocincuenta y seis parasangas y media. Cuatro son los

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    ríos que por necesidad han de pasarse con barca,recorriendo la Armenia: el primero es el Tigris pro-piamente dicho; el segundo y tercero llevan tambiénel nombre de Tigris, no siendo unos mismos con elprimero, ni saliendo de un mismo sitio, pues el pri-mer Tigris baja de la Armenia, al paso que los otrosdos que se hallan después de él bajan de los Matie-nos; el cuarto río, que lleva el nombre de Gindes, esel mismo que sangró Giro en 370 canales29. Dejan-do la Armenia, hay en la provincia Matiena, dondese entra inmediatamente, cuatro postas que correr.Pasando de esta a la región Cisia, se encuentran enella once postas, y se corren cuarenta y dos parasan-gas y media, hasta que por fin se llega al río Coas-pes, que se pasa con barca, y en cuyas orillas estáedificada la ciudad de Susa. En suma, suben a cientoonce todas las postas, a las que corresponden otrostantos mesones y paradores al viajar de Sardes a Su-sa30.

    29 Dúdase qué ríos fuesen los dos Tigris menores, a no ser elLico y el Caper, llamados hoy día, aquel el Zab mayor, y ésteel pequeño Zab. Al Gindes no le dan nombre los modernos,pues quizá dividido por Ciro en 370 acequias perdió su cursoantiguo o del todo desapareció.30 En el imperio Romano, como en casi toda la Europa mo-derna, estaban también en uso tales postas públicas con sus

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    LIII. Ahora, pues, si se tomaron bien las medi-das de dicha carrera o camino real, contando porparasangas y dando a cada una treinta estadios, queson los que realmente contiene, se hallará que haycuatrocientos cincuenta parasangas, y en ellas trecemil quinientos estadios, yendo de Sardes has1n lospalacios Memnonios, que así llaman a Susa, de don-de haciendo uno por día el camino de ciento cin-cuenta estadios, se ve que deben contarse para aquelviaje noventa días acbales.

    LIV. Así que muy bien dijo Aristagoras el Mile-sio en la respuesta dada al Lacedemonio Cleomenes,que era de tres meses el viaje para subir a la cortedel rey. Mas por si acaso desea alguno una cuentaaun más precisa y exacta, voy a satisfacer luego a sucuriosidad: añádame éste, como debe sin falta aña-dir a la cuenta de arriba, el viaje que hay que hacerdesde Efeso hasta Sardes; digo, pues, ahora que

    paradores, ya para pernoctar, ya para mudar de caballerías.Por lo común, a cada posta correspondían cinco parasangas,a cada parasanga treinta estadios, y ocho estadios a cada mi-lla, aunque se halla alguna variación en los autores. Los nú-meros en el texto están sin duda equivocados, pues el totalno se ajusta con las partidas, faltando a la suma treinta pos-tas, y no resultando de la partida más que trescientas treinta yseis parasangas, en vez de las cuatrocientas cincuenta quededuce el autor.

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    desde el mar de la Grecia Asiática, o desde las cos-tas de Efeso, hay catorce mil cuarenta estadios hastala misma Susa, o llámese ciudad Memnonia, siendoquinientos cuarenta estadios los que realmente secuentan de Efeso a Sardes, y con estos alargaremostres días más el citado viaje de tres meses.

    LV. Volvamos a Aristagoras, que saliendo deEsparta aquel mismo día, tomó el camino para Ate-nas, ciudad libre ya entonces, habiendo sacudido elyugo de sus tiranos del modo siguiente: Aristogitony Harmodio, dos ciudadanos descendientes de unafamilia Gerifea, habían dado muerte a Hiparco, hijode Pisistrato y hermano del tirano Hipias, el cualentre sueños había tenido una clarísima visión deldesastre que le esperaba. Después de tal muerte su-frieron los Atenienses por espacio de cuatro años elyugo de la tiranía, no menos que antes, o por decirmejor, sufrieron mucho más que nunca.

    LVI. He aquí cómo pasó lo que empecé a decirde la visión que tuvo Hiparco entre sueños. Pare-cíale en la víspera misma de las fiestas Panateneas,que poniéndosele cerca un hombre alto y bien pare-cido, le decía estas enigmáticas palabras: -«Sufre, leon,un azar insufrible; súfrelo mal que te pese; nadie haga tal, onadie deje de pagarlo.» No bien amaneció al otro día,

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    cuando Hiparco consultó públicamente con los in-térpretes de sueños su nocturno visión; pero sincuidarse de conjurarla desde luego, fuese a la proce-sión de aquella fiesta y en ella pereció.

    LVII. Acerca de los Gerifeos, de cuya ralea fue-ron los, asesinos de Hiparco, dicen ellos mismostener de Eritrea su origen y alcurnia, pero, segúnaverigüé por mis informes, no son sino Fenicios deprosapia, descendientes de los que en compañía deCadmo vinieron al país que llamamos al presenteBeocia, donde fijaron su asiento y habitación, ha-biéndoles cabido en suerte la comarca de Tanagra31.Echados los Cadmeos de dicho país por los Argi-vos, fueron después los Gerifeos arrojados del suyopor los Beocios, y con esto se refugiaron al territo-rio de los Atenienses, los cuales concediéronles na-turalización entre sus ciudadanos, si bien conalgunos pactos y condiciones, intimándoles que seabstuviesen de ciertas cosas, que no eran pocas, pe-ro que no merecen la pena de ser referidas.

    LVIII. Ya que hice mención de los Fenicios ve-nidos en compañía de Cadmo, de quienes descen-dían dichos Gerifeos, añado que entre otras muchasartes que enseñaron a los Griegos establecidos ya en

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    su país, una fue la de leer y escribir, pues antes de suvenida, a mi juicio, ni aun las figuras de las letrascorrían entre los Griegos32. Eran éstas, en efecto, alprincipio las mismas que usan todos los Fenicios,aunque andando el tiempo, según los Cadmeos fue-ron mudando de lenguaje, mudaron también laforma de sus caracteres. Los Jonios, pueblo griego,eran comarcanos por muchos puntos en aquellasazón con los Cadmeos, de cuyas letras, que habíanaprendido de estos Fenicios, se servían, bien quemudando la formación de algunas pocas, y segúnpedía toda buena razón, al usar de tales letras las

    31 Ciudad de la Beocia, al presente Anatoria.32 Mucho se disputó entre los eruditos acerca del primerhombre que inventó las letras, y del primer pueblo que lasusó y las comunicó a los demás. Josefo concede a los ante-diluvianos el arte de escribir, conservado después en losNoaquidas, especialmente en los que permanecieron en lasmetrópolis del Asia, opinión en que me afirmo viendo quelas naciones más antiguas de Europa usaban de los caracte-res y letras fenicias y pelásgicas, las cuales aunque creo conalgunos eruditos que eran conocidas entre los Griegos antesde Cadmo, también parece que unas y otras no serían muydiferentes de las sirias y hebreas, pues en las inscripcionesmás antiguas de Grecia se escribía de derecha a izquierda almodo de los orientales, y Plutarco dice que aquellos caracte-res eran muy semejantes a los egipcios. El alfabeto inroduci-do por Cadmo no se componía más que de dieciséis letras,pues las otras cinco se inventaron algo después.

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    llamaban letras fenicias, como introducidas en laGrecia por los Fenicios. A los biblos (o libros depapel) los llamaba asimismo los Jonios anticuada-mente difteras (o pergaminos), porque allá en tiem-pos antiguos, por ser raro el biblo o papel, se valíande pergaminos de pieles de cabra y de oveja, y aunen el día son muchas las naciones bárbaras que sesirven de difteras.

    LIX. Yo mismo vi por mis propios ojos en Te-bas de Beocia, en el templo de Apolo el Ismenio,unas letras, cadmeas grabadas en unas trípodes ymuy parecidas a las letras jonias: una de las trípodescontiene esta inscripcion: -«Aquí me colocó Anfitrion,vencedor de los Teloboas.» La dedicación de ella seríahacia los tiempos de Layo, hijo de Lábdaco, nietode Polidoro y biznieto de Cadmo.

    LX. Otra de las mencionadas trípodes dice así enverso exámetro: -«A tí, sagitario Febo, me consagró Scéo,tuchador victorioso por lucidísima joya.» Debió de ser di-cho Scéo el hijo de Hipócrates33, a no ser que hicie-se tal ofrenda algún otro del mismo nombre deScéo, hijo de Hipócrates, que vivía en tiempo deEdipo, hijo de Layo.

    33 Esceo y su padre Hipocoonte fueron ambos muertos porHércules.

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    LXI. He aquí lo que dice otra tercera tripode,también en verso exámetro: -«Reinando solo Laoda-mante, regaló al Dios Apolo, certero en sus tiros, esta trípo-de, linda presea.» En tiempo de este Laodamante, hijode Eteocles, que mandaba solo entre los Cadmeos,fue cabalmente cuando éstos, echados de su patriapor los Argivos, se refugiaron a los pueblos llama-dos Euqueleas34, si bien quedando por entonces losGerifeos en su país, sólo algún tiempo después fue-ron obligados por los Beocios a retirarse a Atenas.Tienen los Gerifeos construidos en Atenas templosparticulares en que nada comunican con ellos losdemás Atenienses, siendo santuarios de ritos sepa-rados, de los cuales es uno el templo de Céres Acai-ca con sus orgías o misterios propios.

    LXII. Hasta aquí llevo dicho cuál fue la visiónque tuvo Hiparco entre sueños, y de dónde los Ge-rifeos, de cuya raza fueron los matadores de Hipar-co, eran oriundos en lo antiguo. Ahora será bienvolver a tomar ya el hilo de la narración comenzada,y acabar de declarar lo que decía sobre el modo con 34 Eran los Buqueleas un pueblo de la Iliria o Esclavonia,donde había mandado ya Cadmo, y en el cual hallaron refu-gio los Cadmeos arrojados por los Argivos, a cuyo frentehabían venido los Egigonos o hijos de los capitanes muertosantes en el sitio de Tebas.

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    que se libraron por fin los Atenienses del yugo desus tiranos. Sucedió, pues, que siendo Hipias tiranoen Atenas, y estando muy irritado contra aquel pue-blo a causa del asesinato cometido en Hiparco suhermano, procuraban en tanto con todas veras ypor todos los medios posibles volver a su patria losAlcmeonidas, familia de Atenas echada de allí porlos hijos de Pisistrato, y lo mismo procuraban conellos otros desterrados. Viendo los Alcmeonidascuán mal les había salido la tentativa, a fin de volvera la patria y procurar la libertad de Atenas, fortifica-dos en un lugar llamado Lipsidrio, sobre el monteParnetes, no dejaban piedra por mover para dañar alos Pisistrátidas. En tal estado, concertándose conlos Anfictiones, tomaron a su cargo levantar el tem-plo que al presente hay en Delfos y que entonces noexistía: siendo, pues, hombres opulentos y de unafamilia de tiempo atrás muy ilustre, hicieron el tem-plo mucho más bello y lucido de lo que requeríaajustado al modelo, así en las partes de la fábrica,como en el frontispicio singularmente, pues estandoen la contrata que el templo debería ser de mármolPorino, hicieron la fachada de mármol Pario.

    LXIII. Estando, pues, de asiento en Delfos es-tos hombres, según cuentan los mismos Atenienses,

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    obtuvieron de la Pythia, sobornada a fuerza de dine-ro35, que siempre que vinieran los Espartanos a con-sultar el oráculo, ya fuera privada, ya pública laconsulta, les diera por respuesta que la voluntad delos dioses era que libertasen a Atenas. Viendo losLacedemonios cómo siempre se les inculcaba aquelrecuerdo de parte del oráculo, enviaron por fin alfrente de un ejército a uno de los principales perso-najes de su ciudad, llamado Anquimolio, hijo deAstero, y le dieron orden de que echase de Atenas alos hijos de Pisistrato, aunque fueran éstos sus ma-yores amigos y aliados, teniendo más cuenta con lavoluntad de Dios que con la amistad de los hom-bres. Enviado por mar con su escuadra dicho gene-ral, y dando fondo en Falero, desembarcó allí sustropas. Informados a tiempo los Pisistrátidas de laexpedición contra ellos prevenida, llamaron las tro-pas auxiliares de la Tesalia, con las cuales teníancontraída alianza. Implorados los Tésalos, enviaronallá de común acuerdo del Estado mil caballos con-

    35 No fue éste el solo ejemplo de soborno en la Pythia, cuyavenalidad hacía decir a Demóstenes que filipizaba, y ha dadoocasión a la opinión, por otra parte insostenible, de Fonte-nelle y algunos otros, de que los oráculo todos eran obra deindustria y artificio humano, sin intervención alguna del de-monio.

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    ducidos por su rey Cineas, que era de patria Có-nieo36. Recibido, pues, dicho socorro, tomaron losPisistrátidas el expediente de arrasar cuantos árboleshabía en las llanuras de los Falereos, con la mira dedejar aquel campo libre y expedito para que pudieseobrar en é1 la caballería, la cual, en efecto, habiendoembestido después por aquel paraje y dejándosecaer sobre el campo del enemigo, entre otros estra-gos que hizo en los Lacedemonios fue muy conside-rable el dar muerte al general de éstos, Anquimolio,obligando juntamente al resto de la armada a refu-giarse en sus naves; y con esto hubo de retirarse deAtenas la primera armada enviada allá por los Lace-demonios. El sepulcro de Anquimolio se ve al pre-sente en Alopecas, uno de los pueblos del Ática,cerca del Heraclio (o templo de Hércules), situadoen Cinosartes.

    LXIV. De resultas de este destrozo enviaron losLacedemonios contra Atenas segunda armada, másnumerosa que la primera, conducida por su reyCleomenes, hijo de Anaxandrides, embistiendo a losenemigos no por mar como antes, sino por tierra.Fue entonces también la caballería tésala la primera

    36 Acaso deberá decir Gonio, de Gono, ciudad de los Parre-bos.

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    en trabar el choque con los Lacedemonios, apenasentrados en el Ática; pero sin hacerles mucha resis-tencia volvió luego las espaldas, y dejando caídos enel campo a más de cuarenta de los suyos, volvieronlos demás en derechura a Tesalia. Llevando consigoCleomenes a los Atenienses que se declaraban porla libertad de la república, y llegándose a la ciudadde Atenas, empezó a sitiar a los tiranos, que se ha-bían retirado al fuerte Pelásgico.

    LXV. No era natural que fueran los Pisistrátidasen aquella sazón echados de la patria por los Lace-demonios, así porque éstos no llevaban ánimo porsu parte de emprender un largo sitio, como por ha-llarse aquellos por la suya bien apercibidos de víve-res para resistirlo; antes era sin duda lo másprobable, que después de unos pocos días de asediopartieran otra vez hacia Esparta: entonces ciertocaso ocasionó la ruina a los sitiados y dio justa-mente a los sitiadores la victoria, porque quiso lafortuna que los tiernos hijos de los Pisistrátidas, altiempo de ser llevados fuera del país para su res-guardo y seguridad, diesen en manos de los enemi-gos. Este acaso de tal manera desconcertó las mirasde los sitiados y abatió sus bríos, que vinieron enajustar el rescate y libertad de sus hijos con las con-

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    diciones que quisieron imponerles los Atenienses,las cuales fueron que dentro del término de cincodías salieran del Ática los sitiados. Habiendo, pues,reinado en Atenas por espacio de 36 años, salieronde ella y se retiraron a Sigeo, ciudad situada sobre elrío Escamandro. Eran los Pisistrátidas oriundos dePilo y descendientes de los Nélidas, de quienes vi-nieron asimismo Codro y Melanto, primeros reyesextranjeros que hubo en Atenas37: de suerte que elmotivo de que Hipócrates pensase en poner a suhijo el nombre de Pisistrato fue la memoria de quese llamó Pisistrato el hijo de Nestor, queriendo quedel mismo modo se llamase también el suyo. Ensuma, del modo referido se vieron libres los Ate-nienses de la tiranía; pero quiero añadir cuanto estepueblo, puesto ya en libertad, hizo o padeció dignode la historia, antes que la Jonia se sublevase contraDarío y viniera con est


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