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7/30/2019 Modelos de accin pblica en una sociedad asimtrica
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Modelos de accin pblica en una sociedad asimtrica
Models of public action in an asymmetric society
Palabras clave:Cambio Social, Accin Pblica, Par-
ticipacin Ciudadana, Asociaciones.
RESUMEN
En este trabajo partimos de la nocin de Coleman
de sociedad asimtrica con el objetivo de analizar di-
versos tipos de accin pblica recurrentes en las so-
ciedades actuales. En trminos generales, la literatu-
ra poltica y sociolgica ha primado una accin
pblica dominada por las asociaciones, las cuales
son observadas como los sujetos protagonistas de
la defensa de la ciudadana en una sociedad asim-
trica. En este sentido, se legitima el diseo de polti-
cas pblicas orientadas a fortalecer y expandir el
asociacionismo. La principal razn para este tipo de
polticas es que el declive del asociacionismo se ha
vinculado frecuentemente con un declive del calado
democrtico de una determinada comunidad. En la
segunda parte de este trabajo ponemos de relieve
que, lejos de producirse dicho declive, podemos
constatar la emergencia de otras formas de partici-
Ernesto Ganuza FernndezIESA-CSIC
Jos Manuel Robles MoralesIESA-CSIC
Keywords: Social Change, Collective Action, Civic
Participation, Associations.
ABSTRACT
Following Colemans statement about contemporary
society being asymmetric, the purpose of this paper
is to assess the differents kinds of public action that
recur in present-day societies. Generally speaking,
political and sociological literature has given priority
to public action dominated by associations, which are
observed as the protagonists of the defence of
citizenry in an asymmetric society. In this respect, the
design of public policies aimed at strengthening and
expanding associative activity is legitimated. The
main reason for this type of policy is that the decline
of associative activity has often been linked with a
decline in the democratic fabric of a particular
community. In the second part of this paper, we
suggest that far from producing this decline, we can
confirm the emergence of other forms of participation
which, while not starting out from the hypothesis of an
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associative movement, do share the political scenario
with associations. We also demonstrate that both
public administrations and civil associations arereporting on this type of participation, which makes its
emergence both possible and easy.
pacin que, no partiendo del supuesto del asociacio-
nismo, comparten el escenario poltico con las aso-
ciaciones. Igualmente, mostramos que tanto las Ad-ministraciones pblicas como las asociaciones civiles
estn dando cuenta de este tipo de participacin, ha-
ciendo posible y facilitando su emergencia.
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1. INTRODUCCIN
Desde hace no ms de dos dcadas, hablar de las sociedades contemporneas presupo-ne, en la mayora de los casos, aludir a un proceso de cambio. Tanto emprica como teri-
camente, el volumen de trabajos destinados a dar cuenta de los cambios de tendencia en
la vida pblica y poltica es significativo, aunque no siempre coinciden en sus direcciones.
Empricamente, los trabajos de Inglehart (1991) abrieron en la sociologa poltica una nue-
va perspectiva en el estudio de las relaciones contemporneas bajo la hiptesis de un
cambio progresivo apoyado en la emergencia de valores postmaterialistas. En cambio, Put-
nam (1993), a partir de su trabajo seminal, mostraba un cambio prctico de igual dimen-
sin, pero en distinta direccin. En lugar de sealar en sus estudios nuevos elementos, va-
ticinaba el declive de la vieja y sostenida fuerza de la democracia: el asociacionismo. Lasimplicaciones que ambos autores vincularon a los cambios registrados son bien conocidas.
As, por un lado, emergeran nuevas prcticas sociopolticas alrededor de nuevos valores
sociales, mientras que, por otro lado, asistiramos al declive de una prctica sociopoltica
fundamental en el desarrollo histrico de la democracia1.
En el presente trabajo vamos a reflexionar sobre el auge que consideramos empiezan a re-
cabar distintas formas de participacin en el entorno de lo que se conoce, utilizando pala-
bras de Coleman (1985), como sociedad asimtrica. Consideramos que existen un conjun-
to de circunstancias que permiten pensar que estn surgiendo dinmicas sociopolticas
basadas en un modelo de accin pblica en la que el individuo adquiere importancia cre-
ciente. Este objetivo nos lleva a aceptar, en cierta medida, la premisa del cambio sugerida
por Inglehart. Sin embargo, no pensamos que esto signifique un cambio radical, ni mucho
menos un deterioro crtico, de las relaciones democrticas basadas en el asociacionismo
tal y como propugnaba Putnam.
2. LA SOCIEDAD ASIMTRICA
Coleman (1985) distingue la sociedad contempornea como aquella caracterizada por re-
laciones asimtricas. Muy resumidamente, lo que Coleman plantea es que el escenario
contemporneo viene marcado por la inclusin de la Corporacin (desde la poca medie-
val) como sujeto de derecho. Desde el momento en que aqulla puede actuar jurdicamen-
te como un individuo (como una unidad indivisible), sera inevitable hablar de cierta asime-
tra entre ciudadano y Corporacin. As, y a diferencia del individuo tradicional, es decir, el
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1 Al igual que en la sociologa poltica, en la teora sociolgica encontramos un acercamiento a la sociedad contempornea apartir de la idea de un cambio. Esto es as tanto para los detractores del ncleo del pensamiento moderno (Latour, Haraway)como para seguidores del mismo (Habermas, Luhmann, Giddens, Coleman).
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sujeto fsico, la Corporacin incluye un sentido de la responsabilidad ms difuso (la respon-
sabilidad limitada), lo que permite flexibilizar, por ejemplo, la cuestin de identidad. Pero,
quizs, ms importante resulte su capacidad de influencia sobre el mundo social, sensible-mente mayor que la del individuo tradicional.
Al hablar de una sociedad asimtrica pensamos, entonces, en un contexto en el que las re-
glas del juego reproducen una asimetra entre individuos y corporaciones, dejando a ex-
pensas de un poder asimtrico los principios de igualdad y autonoma sobre los que se eri-
gieron las justificaciones de la democracia moderna. Esta relacin, si no explcita, al menos
es palpable en la obra de grandes maestros, quienes acentuaron la importancia significati-
va de esa descompensacin para el desarrollo de dichos principios. Pensemos si no en la
pregunta con la que Weber (1993: 1074 y ss.) exhortaba a imaginar los mecanismos ade-cuados que hicieran posible garantizar la libertad individual frente a la corporativizacin del
Estado y los partidos. Pensemos igualmente en las paradojas de la democracia enuncia-
das por Bobbio (1998: 14), de las que emanaran para el politlogo italiano el peligro que
representan las corporaciones para el desarrollo de la democracia y, por ende, de la auto-
noma individual.
Las relaciones asimtricas suponen un reto al marco ideal de interrelacin democrtico,
entre individuos libres e iguales, posibilitando su quiebra a favor de un lado de la balanza.
Las propuestas tericas planteadas para solucionar la previsible tensin son muy amplias y
divergentes. As, podemos pensar en la amplia literatura generada en torno a tales princi-
pios desde una perspectiva liberal (Rawls), republicana (Pettit) o comunicativa (Habermas).
No obstante, en este trabajo cercenamos el anlisis a un tema concreto dentro de esta ten-
sin, sin entrar a discutir las posiciones normativas en disputa ni los lmites asociados a ta-
les principios, pues desborda con creces las motivaciones que dieron origen al presente
estudio. Lo que queremos sealar es la intensidad con la que los principios antes mencio-
nados tienen que convivir en una sociedad asimtrica, lo cual significa para Robert Dahl
(1998), por ejemplo, que la poltica tiene necesariamente que articular esa pulsin, segnla cual tendramos que ser capaces de igualar la influencia poltica entre los individuos,
iguales y autnomos.
3. EL DECLIVE DEL ASOCIACIONISMO O LA EMERGENCIA
DE NUEVAS PRCTICAS
El problema que nos planteamos tiene como referencia esa tensin. El estudio que Alexis
de Tocqueville realizara sobre la democracia en Amrica supuso incorporar un punto devista nuevo al anlisis. Para aqul, el problema del gobierno y su relacin con los gober-
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nados no slo era una cuestin que tuviera que ver con leyes e instituciones. Tocqueville
seal la importancia de un ethos caracterstico de la democracia y sin el cual aqulla
vera menguada sus posibilidades de realizacin, ms all de su reglamentacin. Esteethos, entre otras caractersticas, descansaba en el espritu asociativo de los individuos,
quienes se agrupaban para defender sus preferencias y convicciones en un proceso con-
tinuo que mantendra vivo el espritu de libertad y autonoma, presuponiendo, claro est,
la igualdad de aqullos. En este sentido, las asociaciones resolvan, al menos, parte de la
tensin que mencionbamos, haciendo a los individuos ms fuertes frente a sujetos cor-
porativos o impregnando la vida poltica con su influencia, siempre al amparo de los inte-
reses de aqullos.
Dentro de la sociologa poltica, las asociaciones han sido casi siempre observadas comoun resultado ptimo del proceso de individualizacin y el espritu democrtico habitualmen-
te asociado a l. A lo largo de ese proceso, cuentan Dahl (1991) o Habermas (2000), el in-
ters general deja de ser monopolio de unos pocos, trasladndose la poltica a un escena-
rio en el que los individuos y sus problemas se vuelven protagonistas. Este proceso habilit
un nuevo sujeto poltico, en s mismo difcilmente abarcable, pero con creciente importan-
cia en las relaciones polticas: la sociedad civil. Las asociaciones ocupan en el imaginario
poltico un lugar privilegiado en este escenario como canalizadoras de los intereses indivi-
duales, convirtindose para muchos en indicadores eficaces del grado o consolidacin de
la democracia. Hasta cierto punto, es paradjico de qu manera el individuo aqu se evapo-
ra como sujeto poltico a favor de la asociacin (reservndole la accin del voto), pero cier-
tamente es sta la que emerge imaginariamente como contrapunto a un desarrollo despro-
porcionado del individualismo. En la actualidad, eso ha supuesto para algunos pensar que
los lmites de la democracia representativa tenan que ser ampliados hacia una democracia
asociativa en la que las asociaciones, como sujetos destacados de la sociedad civil, tuvie-
ran un protagonismo poltico significativo capaz de contrarrestar el poder y la influencia de
los gobernantes y las grandes corporaciones.
Robert Putnam ha tenido la virtud de cristalizar este argumento en su ya clsica obra
(Making democracy work), abriendo un amplio horizonte a los estudios sobre capital social.
A grandes rasgos, stos han acentuado la importancia que tienen elementos como la con-
fianza, la informacin o las normas de reciprocidad en una comunidad para el desarrollo y
para la estabilidad de un marco poltico como el democrtico. En un contexto asimtrico es
de esperar, entonces, que el capital social refuerce los lazos sociales entre los individuos,
posibilitando un mejor desarrollo, en este caso, de la democracia. La pregunta clave podra
ser, en este caso, qu elementos generan ese capital social, siendo en este terreno en el
que las asociaciones ocuparan un lugar privilegiado. Las asociaciones, siguiendo a Put-nam, son una escuela de democracia en la que el individuo puede potencialmente apren-
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der prcticas democrticas, adems de reforzar los lazos sociales necesarios para garanti-
zar los principios polticos democrticos.
El privilegio normativo dado a las asociaciones ha posibilitado que el anlisis de los mode-
los de accin pblica en una sociedad asimtrica se concentrara en torno a aqullas. De
este modo, recogiendo el eco de clebres argumentos de Tocqueville, la democracia no
slo se vincula directamente al estado de las asociaciones, sino que se piensa que sin un
espritu asociativo ptimo aqulla se quiebra o, al menos, se piensa inalcanzable una bue-
na democracia y, por tanto, la garanta prctica de los derechos de igualdad y autonoma
se debilita o puede debilitarse.
En este trabajo no vamos a cuestionar el sentido originario de esa hiptesis, en tanto encuanto relaciona autonoma con libertad de asociacin, considerndolas como valores de-
mocrticos fundamentales. Sin embargo, pensamos que las asociaciones no dominan todo
el posible marco de accin democrtica en una sociedad asimtrica. En este sentido, con-
sideramos de gran importancia analizar otros modelos de accin pblica que emergen mo-
tivados por un proceso de individualizacin poltica (Dalton, 2000). Se trata, en definitiva,
de un tipo de participacin poltica que se encuentra apoyada en actitudes individuales ha-
cia temas de inters personal. En este sentido, los estudios recientes sobre esta temtica
plantean una progresiva transformacin del comportamiento poltico de los individuos en
las sociedades democrticas, quienes consideran cada vez ms importantes los temas de
la agenda poltica (Jimnez, 2005).
Para Putnam, el declive del asociacionismo, parejo a la disminucin de la confianza poltica,
representa un toque de atencin que si bien no es considerado crtico, s reclamara una ac-
cin poltica positiva (Pharr et al., 2000). El deterioro del asociacionismo sera para l un in-
dicador del declive del capital social (menos confianza, declive en las normas de reciproci-
dad, etc.) con el que cuentan los ciudadanos y podra poner en peligro la supervivencia de
las instituciones democrticas mismas (Putnam, 1995). As pues, a partir de la idea de quela confianza social est positivamente vinculada a la participacin en las asociaciones,
Putnam piensa en la necesidad de acrecentar la participacin en ellas como va de solucin
tanto para garantizar la supervivencia de la democracia como para garantizar el buen fun-
cionamiento de la misma. Esta interpretacin cristaliza un amplio sentir poltico contempor-
neo, segn el cual es necesario mejorar las condiciones que faciliten el asociacionismo de
los individuos en tanto en cuanto incrementa los lazos sociales, el intercambio de experien-
cias y argumentos, as como permite canalizar los intereses individuales.
Sin embargo, el ideal normativo vinculado al asociacionismo no est exento de problemasy crticas. Algunas de las crticas a este supuesto que han adquirido mayor peso tienden a
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relativizar el papel de las asociaciones en la generacin de capital social. Es ms, precisa-
mente la insistencia en desbrozar las causas del asociacionismo con el objetivo de alentar
el espritu democrtico puede tener como resultado velar la emergencia de otras formas deaccin colectiva que no necesariamente estn radicadas en los planteamientos alrededor
de la desafeccin pblica. Aqu mencionaremos dos crticas ampliamente conocidas, a par-
tir de las cuales es plausible preguntarse acerca de otros modelos de accin pblica.
La primera de ellas cuestiona la presuposicin generalizada acerca de la capacidad que
tienen las asociaciones para generar prcticas saludables como la confianza o la inculca-
cin de hbitos cvicos. En este sentido se pone en cuestin, como axioma, la relacin po-
sitiva entre el asociacionismo y aquellos valores polticos que caracterizaran normativa-
mente la democracia. Uslaner y Conley (2003: 25) sealan, por ejemplo, que el problemade la accin pblica no reside tanto en la participacin o no en asociaciones como en la ca-
pacidad de las asociaciones para albergar grupos heterogneos en su interior, lo cual per-
mitira suponer que en su seno tiene lugar un dilogo y conocimiento de realidades hetero-
gneas. Habiendo muchas asociaciones internamente homogneas, concluyen que no
todos los lazos sociales que se dan en ellas generan confianza o reciprocidad en las prc-
ticas, sino que pueden incluso reforzar posiciones contrarias al dilogo y la interaccin con
grupos e individuos diferentes.Tambin Van Deth (2001) apoya con estudios empricos que
no se puede tratar el conjunto de las asociaciones como si fueran idnticas, teniendo que
considerar adecuadamente los fines de aqullas antes de caracterizar las implicaciones
que tiene una asociacin. Una constitucin homognea de las asociaciones, vienen a de-
cir, cierra ms que abre vnculos sociales y, por tanto, podra cuestionar los efectos espera-
dos con relacin a la democracia. As, por ejemplo, en la literatura de capital social hay au-
tores que expresamente plantean que son los vnculos dbiles, y no los vnculos fuertes
con los que se pueden caracterizar muchas asociaciones, los que potencialmente pueden
generar capital social positivo con relacin a la democracia (Adler y Kwon, 1999), retoman-
do la vieja hiptesis de Granovetter (1983). Nina Eliashop (1998), por ejemplo, hablando
del asociacionismo estadounidense, plantea de qu modo mediante las prcticas asociati-vas vigentes se evapora la poltica, al asumir la mayora de ellas unas prcticas corpora-
tivas que evitan en sus planteamientos la poltica en general, reduciendo sta a intereses
particulares, lo cual tampoco favorece que los grupos civiles se abran a otras cuestiones
de su entorno. Font (2001b), respecto al asociacionismo en Espaa, alude tambin a las
viejas formas de representacin an presentes en ste, lo que puede afectar a su repre-
sentatividad y vinculacin con una sociedad cambiante.
En segundo lugar, hay autores que cuestionan directamente la generalidad de la tesis de-
fendida por Putnam (declive de asociacionismo y desafeccin pblica), mostrando en su lu-gar la concurrencia de unas condiciones, por ejemplo la de la existencia de ciudadanos
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ms crticos (Norris, 1999), que convierten en relevantes formas de participacin poltica
diferentes. Norris (2000), de todas formas, cuestiona el escenario general de declive pre-
sentado por aqul, valorando series histricas de datos de diferentes pases. Piensa quedicha tendencia es borrosa en muchos de ellos, cuando no positiva, lo que le lleva a afir-
mar que, en sentido estricto, slo podramos hablar del declive en Estados Unidos. Para
Norris, esto plantea la necesidad de abrir el anlisis que hasta ahora ha servido tradicio-
nalmente para comprender la democratizacin de las sociedades, considerando formas de
participacin no-convencionales como una va de accin pblica. Los trabajos de Newton
(2001) muestran cmo el declive de la confianza poltica es parejo al incremento o la esta-
bilidad del asociacionismo en varios pases europeos como Francia, Finlandia o Suecia, lo
cual le lleva a proponer diferenciar analticamente la desconfianza poltica de la descon-
fianza social, desvinculando el anlisis del buen funcionamiento de las instituciones polti-cas del asociacionismo. En este sentido, Newton preferir hablar de la importancia que tie-
ne la valoracin subjetiva de la gestin poltica realizada.
En trminos generales, pensamos que el declive en la confianza poltica, constatable en
muchos pases con democracias asentadas (Pharr et al., 2000), no pasa necesariamente
por un declive en el asociacionismo. De la misma manera, podemos pensar que no todas
las asociaciones esconden la misma potencialidad y, por consiguiente, no podemos espe-
rar del conjunto de ellas efectos similares. Es decir, no consideramos que la simple relacin
entre asociacionismo-valores democrticos sea suficiente. Desde aqu se hace plausible
ahondar otras hiptesis que den cuenta de los acontecimientos prcticos contemporneos
en torno a las pautas democrticas, no tanto desde la ptica de un declive o desafeccin
pblica como desde el estudio de otras formas de participacin relacionadas con una acti-
tud y comportamiento polticos diferentes de los individuos. En este sentido, pensamos que
no podemos concentrar todo el anlisis de la accin pblica alrededor de las asociaciones,
cuando hay dudas razonables para pensar que la generacin de confianza y la existencia
de normas de reciprocidad dependan nicamente del asociacionismo.
Es aqu donde consideramos que la postura mantenida por Inglehart (1997), pero tambin
la de otros muchos que plantean la emergencia de nuevos modelos de accin pblica
(Font, 2001a; Dalton et al., 2004; Norris, 2000), nos permite dar cuenta de los nuevos ca-
nales de participacin poltica que desde hace algunos lustros empiezan a desarrollarse. Si
bien dicha participacin no reemplazar los modelos tradicionales de accin pblica, ni a
las asociaciones, s nos permite observar los cambios prcticos contemporneos desde un
prisma diferente en el que el individuo adquiere un protagonismo hasta ahora velado como
sujeto de los modelos de accin pblica. La diferencia de ambas posturas es sustantiva
con relacin al tipo de modelo de accin pblica promovido tanto por los agentes socialescomo por las instituciones polticas.
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4. LA PARADOJA DE LOS PROCESOS DE PARTICIPACIN CIUDADANA
El declive del asociacionismo a menudo se muestra como si fuera un cristal a travs delcual se puede observar la extensin de unas pautas y unos hbitos individuales poco pro-
clives a la participacin ciudadana, as como una inclinacin a alejarse de un imaginado
espacio pblico. En este sentido, el asociacionismo es visto como vehculo de valores que
pueden contrarrestar la progresiva individualizacin de la vida, a partir, ya lo decamos, de
la generacin de normas de reciprocidad, dilogo e informacin, pero sobre todo tambin
como vehculo de intereses individuales en una sociedad compleja y asimtrica. Si consi-
deramos formas de participacin amplias no pensamos que se pueda efectivamente ha-
blar de un declive de participacin ciudadana, mientras que es muy difcil hablar de un de-
clive del asociacionismo (Norris, 2000; Newton, 2001). No obstante, la idea de la bajaparticipacin persiste. Nuestro objetivo en este apartado es mostrar, con datos para Espa-
a, cmo, ms que disminuir la participacin, parece que empieza a surgir otro tipo de
participacin.
Antes de realizar este anlisis haremos unas breves reflexiones sobre el modelo y la defi-
nicin de participacin con la que se opera habitualmente. El modelo de participacin que
se tiene en cuenta a la hora de analizar datos estadsticos sobre participacin es, princi-
palmente, de carcter instrumental y corporativo2. En este sentido, la participacin sera
algo as como la unificacin de esfuerzos individuales para la consecucin de objetivos
comunes a una minora (Mills, 1967: 2). La motivacin para la participacin que se tiene
en consideracin es aqu de carcter instrumental, es decir, se entiende que se participa-
ra en la medida en que dicha participacin provee al ciudadano de ms beneficios que
los que obtiene quedndose en casa, teniendo en cuenta sus objetivos y preferencias. Es-
tos objetivos supuestamente son precisos, claros y prcticos. As, slo existen dos opcio-
nes, la de ser participante o la de no serlo. La de estar comprometido o no. La de ser, por
ejemplo, ecologista o no serlo. Desde esta perspectiva, las organizaciones de movimien-
tos sociales son como unidades compuestas por dos o ms personas que entran en con-tacto para lograr un objetivo y que consideran que dicho contacto es significativo para
ello (Mills, 1967: 2)
A pesar de contar con esta definicin de fondo, en los cuestionarios de opinin pblica no
ha habido una forma unvoca de entender qu es ser participante, lo que hace difcil com-
parar series histricas o estudios diferentes. Se puede ser simplemente socio, se puede
participar en tareas internas, se pueden asumir responsabilidades, se puede ser slo do-
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2 Nos gustara dejar claro que la definicin de participacin planteada aqu es una definicin operativa, es decir, formada porun conjunto de atributos compartidos por distintas definiciones cuyo nico objetivo es el de partir de una base comn. En estesentido, no se trata de una definicin propiamente dicha y, por lo tanto, no tiene un objetivo exhaustivo ni metodolgico.
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nante, etc. Por tanto, no slo, como deca Van Deth, tendramos que tener en cuenta el
tipo de asociacin, sino que podramos tambin considerar el tipo de vnculo que el indivi-
duo tiene con la asociacin. Desde este punto de vista cabra hablar, como veremos acontinuacin, de prcticas distintas e incluso de una participacin distinta dentro de una
misma asociacin. La encuesta llevada a cabo por el Centro de Investigaciones Sociolgi-
cas, junto a la Universidad Autnoma de Madrid y la Universidad Pompeu Fabra, en el ao
2002 (estudio 2450) recoga un escenario de participacin asociativa variable, segn el
cual el 42% de la ciudadana deca ser miembro o socio de una asociacin respecto a una
tipologa de 28 clases distintas. No obstante, slo el 31% participaba en actividades orga-
nizadas, lo cual disminua al 23% para quienes donaban dinero (de los cuales el 45% do-
naba a organizaciones de caridad). Si pensamos en una participacin ms activa, como la
de implicarse en la organizacin de actividades (no slo acudir a ellas), el porcentaje dis-minua al 16%. Lo que ms puede sorprender es que de los que decan participar en las
actividades (31%) slo el 11,7% afirmaba tomar parte en las decisiones y reuniones habi-
tuales de las organizaciones, lo que supona un 2,67% de la muestra total.
Dados estos datos, se puede considerar que la participacin en asociaciones en Espaa
es buena o, al menos, aceptable, teniendo en cuenta que hay cerca de un 42% de indivi-
duos asociados. Otra cosa es reflexionar acerca de para qu se participa, cmo se partici-
pa y las implicaciones de esa participacin en la vida poltica. La mayora, como podemos
observar en la encuesta mencionada, participa en las asociaciones de forma marginal,
mientras que sobre una minora recae la carga de la actividad asociativa.
Dicho esto, y considerando los diferentes niveles de participacin que se dan en las aso-
ciaciones, vamos a pensar acerca de un conjunto de movilizaciones que desde hace va-
rios aos en Espaa viene repitindose con un seguimiento masivo por parte de la ciu-
dadana. Estas movilizaciones superan en muchos sentidos, pero principalmente en lo
relativo a nmero de personas que las secundan, la capacidad de convocatoria de un co-
lectivo o de un conjunto de ellos, teniendo en cuenta los socios. Pero no slo la superan.Si tomamos individualmente a los participantes, los escasos estudios realizados, como el
de Jimnez (2005), muestran que uno de cada dos participantes dice no ser miembro for-
mal de ninguna asociacin. Muchos de ellos no estn ah por o a travs de un colectivo
que canalice sus intereses o sus deseos. Estas movilizaciones se forman tambin con
personas que no son miembros de colectivos, sino que participan o actan polticamente
a ttulo individual. Segn la definicin anteriormente esbozada, no seran, estricto sensu,
participantes y, por lo tanto, y esto es bsico para este trabajo, no figuraran en las esta-
dsticas, lo que hace difcil analizar este tipo de movilizaciones si tomamos todas las per-
sonas que participan en ellas bajo la definicin al uso de participacin. Es ms, desdeeste ngulo no tenemos forma de clasificarlos dentro de la categora de participacin po-
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ltica3. Sin embargo, algo que parece claro es que estas movilizaciones no tendran sentido
si las personas que forman parte de ellas no tuvieran un conjunto compartido de significa-
dos que va ms all de lo que dice una organizacin particular. La pregunta que aqu noshacemos es si la emergencia de este tipo de participacin es la razn de que la partici-
pacin segn la definicin clsica se entienda desvalida al haber encontrado aqulla for-
mas viables de actualizacin. Nosotros entendemos que estamos ante un tipo de partici-
pacin que implica una accin pblica que no pasa por ser miembro de una asociacin.
En nuestra opinin, la principal conclusin que podemos extraer nos lleva a contextualizar
la participacin en sentido instrumental como un caso, pero no como una generalidad, pu-
diendo considerar una forma distinta de participacin, basada en la concurrencia no-aso-
ciativa en un espacio pblico. Esto nos permite pensar que los cambios sociales puedentambin vincularse a prcticas emergentes, que traen de la mano un escenario en el que el
individuo juega un papel poltico. En este sentido podemos considerar la evolucin del es-
cenario poltico, tras el cual el individuo se ha hecho con razones para participar. Por ejem-
plo, en el ao 2002 ya eran ms en Espaa los que pensaban que la poltica no era tan
complicada para entenderla que los que lo negaban (tabla 1). Pero, en cambio, son cada
vez ms los que piensan que los polticos no se preocupan de nadie (tabla 2), abrindose
as una brecha identificable entre competencia subjetiva para entender lo que pasa y capa-
cidad de influencia sobre lo que pasa. Igualmente, en un escenario en el que se valora sub-
jetivamente mucho la posibilidad de decidir por uno mismo, al preguntarle sobre las carac-
tersticas del buen ciudadano, y donde la percepcin de la influencia que tienen los
individuos sobre los asuntos que ocurren en poltica es escasa (estudio CIS 2450), parece
razonable pensar en la emergencia de prcticas participativas distintas que vinculen de for-
ma ms palpable la poltica a los individuos. Este argumento se apoya en los estudios em-
pricos realizados por Newton (1999) o, en Espaa, por Jaime Castillo (2003), en los que
se seala que la relacin entre capital social y confianza poltica es dbil. Los individuos
ms activos y con un mayor capital social seran aquellos que tienen una concepcin ms
crtica de las instituciones, pudiendo implicarse en formas alternativas de participacin,mientras que aquellos satisfechos suelen expresar comportamientos autocomplacientes,
que inhiben la implicacin en formas de participacin que pueden resultar una amenaza
para el statu quo(Jaime, 2005). Como afirma Jaime Castillo (2005: 81), la participacin po-
ltica y el inters por los asuntos pblicos, que influyen positivamente sobre la participacin
social, en cambio, afectan negativamente a la confianza en las instituciones polticas.
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3 Ciertamente, se han hecho intentos de analizar este tipo de participacin desde la ptica de la emotividad o desde la irasci-bilidad. El inconveniente de estos anlisis, que se salen del propio concepto de participacin, es que, por una parte, son inca-
paces de explicar la participacin en movilizaciones que no son principalmente emotivas y, por otra, que en el caso de tratarsede movilizaciones de carcter emotivo no pueden explicar quines y por qu participan y, lo que es mas importante, cmo segeneran argumentos de reclamacin generalizados y compartidos que van ms all de las reclamaciones emotivas.
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Esta misma tendencia se puede constatar atendiendo a la preocupacin ciudadana sobre
un amplio conjunto de temas sociales. El inters de los espaoles en temas relacionados,
por ejemplo, con el medio ambiente es, en muchos sentidos, contradictorio con el desinte-
rs mostrado por la poltica en trminos generales. Prcticamente seis espaoles de cada
diez consideran que es importante que se avance en la mejora e implementacin de ener-
gas no contaminantes (Barmetro CIS, 2003). En esta misma lnea, y acercndonos al
caso andaluz, vemos cmo al 51,1% de los andaluces les parece un tema importante la
destruccin de la capa de ozono. Es crucial sealar que no estamos hablando ya de polti-
cas muy generales como inmigracin o vivienda, en las que es ms fcil posicionarse deun lado o de otro. En este caso hablamos de aspectos especficos de polticas ecolgicas
sobre los que un gran porcentaje de los espaoles tiene una posicin formada. En el Eco-
barmetro andaluz, realizado por el IESA-CSIC en el 2003, vemos cmo en una escala en
la que 10 es ser muy ecologista y 0 es ser nada ecologista, el porcentaje de la poblacin
encuestada que se situaba mas all del 5 representaba el 85% del total.
Estaramos hablando, entonces, de una poblacin con bajos porcentajes de participacin en
organizaciones ecologistas (3,3%), con bajo inters en la poltica, que tiene inters en te-
mas del ecologismo, que potencialmente puede acudir a una movilizacin (por ejemplo, conel hundimiento del Prestige) y que, por ltimo, se autoubica de forma mayoritaria, subjetiva-
ERNESTO GANUZA FERNNDEZ Y JOS MANUEL ROBLES MORALES
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TABLA 1
La poltica es tan complicada que la gente como yo no puede entender lo que pasa (en porcentajes)
1985 1989 1995 2000 2002
De acuerdo 73,1 53,2 54,2 48,4 47,3En desacuerdo 26,9 36,5 40,0 47,0 48,4
FUENTE:Estudios CIS 1461 (1985), 1788 (1989), 2154 (1995), 2387 (2000), 2540 (2002).
TABLA 2
Los polticos no se preocupan mucho de lo que piensa la gente como yo (en porcentajes)
1985 1989 1995 2000 2002
De acuerdo 64 65,1 70,0 67,0 75,7En desacuerdo 36 17,3 30,0 33,0 17,3
FUENTE:Estudios CIS 1461 (1985), 1788 (1989), 2154 (1995), 2387 (2000), 2450 (2002).
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mente, en posiciones cercanas al ecologismo. Sin embargo, y atendiendo a la definicin
anteriormente presentada, ya no se tratara de un ecologista en trminos tradicionales.
Esta participacin no-convencional presupone mecanismos de participacin ms flexibles,
en los que la actuacin individual no tiene que ir precedida de una organizacin y formali-
dad elevada. Implica, por el contrario, el mayor peso de una actitud autnoma y crtica con
relacin al entorno. El activismo se transforma en un ejercicio crtico que permite a cada
ciudadano decidir autnomamente su vinculacin (cundo, cmo y para qu) y actualiza-
cin en momentos puntuales. El seguimiento de la actividad iniciada o hacia la cual se
siente subjetivamente vinculado tampoco requerira ya una participacin formal, ni una par-
ticipacin en trminos tradicionales. En este caso, cuando a los andaluces se les pregunta-
ba por el modo en el que conocan las asociaciones ecologistas, sus mensajes y activida-des, un 85% responda que a travs de los medios de comunicacin (Ecobarmetro
IESA-CSIC, 2003). Es decir, la extensin de los marcos de significado de, por ejemplo, los
problemas ecologistas son asimilados a travs, mayoritariamente, de los medios de comu-
nicacin, lo que facilita un tipo de comunicacin y coordinacin ms pblica y flexible, a la
vez que queda sujeta en mucho mayor grado a la crtica por parte del individuo.
Individualmente, el ciudadano puede, en este sentido, coparticipar en la definicin de su
propia identidad, implicndose en su mbito cotidiano en actuaciones que tienen una reso-
nancia pblica, lo cual le permite crear un posicionamiento del que puede atribuirse su
construccin, a la vez que reduce la incertidumbre generada por un contexto complejo.
Desde el punto de vista de esa implicacin en algo que el individuo puede sentir como pro-
pio, podemos abrazar nuevos marcos de accin colectiva en los que, a diferencia de los
marcos instrumentales, hay una implicacin directa de la ciudadana en la reflexin y las
decisiones pblicas, como puede ser participar en una movilizacin o ir a comprar produc-
tos, por ejemplo, no-transgnicos, adems de una preocupacin directa por asuntos polti-
cos, ms que por los grupos formales de defensa de intereses.
5. NUEVAS FORMAS INSTITUCIONALES DE PARTICIPACIN CIUDADANA
No consideramos que la emergencia de otras formas de accin pblica en una sociedad
asimtrica venga solamente respaldada por los datos empricos. Ciertamente, hay una
gran variedad de iniciativas, tanto en el mbito pblico como en el privado, que consideran
otras formas de participacin. Estas iniciativas, tal y como se ha dejado dicho ms arriba,
tienen en cuenta que la confianza poltica y la participacin no-convencional no estn di-
rectamente vinculadas a las formas tradicionales de participacin (Norris, Newton, JaimeCastillo, Dalton), sino que tienen como referencia las actitudes crticas de los sujetos res-
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pecto a la gestin poltica. Siguiendo esta lnea de investigacin, ms que hablar de declive
de la participacin o de afianzar la hiptesis sobre la aceleracin de una apata poltica, po-
dramos hablar entonces de la emergencia de nuevas formas de participacin. En esteapartado trataremos de ejemplificar este tipo de iniciativas a travs de dos mbitos. El pri-
mero de ellos de carcter pblico y el segundo de carcter privado.
Nuevos escenarios pblicos para la participacin
Ante el aclamado declive del asociacionismo y de una progresiva desconfianza poltica, las
Administraciones se inclinan tmidamente a contemplar formas novedosas de partici-
pacin, que en el caso europeo significa considerar la importancia creciente del individuocomo sujeto poltico. No decimos que esto suponga el abandono de la tradicional forma de
relacin entre gobernados y gobernantes (por ejemplo, en Espaa, mediante asociacio-
nes), sino que, tambin, comienza a ser considerada, por parte de la Administracin, la im-
plicacin poltica de otro tipo de sujeto con nuevos mecanismos de participacin que pre-
suponen una nueva forma de relacin entre gobernados y gobernantes.
El escenario presupuesto para las Administraciones por parte, por ejemplo, de organizacio-
nes internacionales como la OCDE, el PNUD o el Comit de Ministros del Consejo de Europa
incorpora un marco de sentido de la accin pblica nuevo. Desde ese marco se recomien-da a las Administraciones la implementacin de nuevos mecanismos de participacin ciu-
dadana, que ya suponen la previa consideracin de nuevas relaciones entre la ciudadana
y los poderes pblicos. Los nuevos mecanismos presuponen un espacio pblico heterog-
neo, en el que no slo hallamos relaciones asimtricas entre individuo y corporaciones,
sino que se considera la importancia que adquiere la formacin de la voluntad poltica
como un problema pblico en el que no puede eludirse la implicacin de los individuos.
Esto de alguna manera cuestionara las formas tradicionales de la formacin de la voluntad
poltica, en principio, aumentando los sujetos susceptibles de participar en ella (individuos),
pero tambin, se subraya, acentuando la relacin que tiene que tener esa implicacin conla influencia efectiva de la participacin en las polticas pblicas. De este modo, se conside-
ra una participacin que, primero, tiene en cuenta un sujeto poltico identificado tanto con
las asociaciones como con los individuos y, segundo, lleva la participacin hacia los proce-
sos de toma de decisiones del sistema poltico, es decir, hacia una implicacin ms directa,
algo hasta ahora poco presente en las Administraciones. En el mbito prctico hay Admi-
nistraciones (sobre todo locales, pero tambin regionales o estatales) que ya implementan
mecanismos de participacin orientados por esta nueva concepcin de la accin pblica4.
ERNESTO GANUZA FERNNDEZ Y JOS MANUEL ROBLES MORALES
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4 El informe de la OCDE (2001), por ejemplo, describe diversas experiencias de Administraciones estatales que han imple-mentando procesos participativos de estas caractersticas que han desembocado en un proceso de toma de decisiones.
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Para el Comit de Ministros del Consejo de Europa, ni la globalizacin, ni el declive del ca-
pital social, ni la disminucin del compromiso cvico constituyen explicaciones decisivas
del estado actual de la vida pblica local (2001: 12). Estos rasgos cobran sentido al hilode unas prcticas sociales que plantean a los poderes pblicos una mayor responsabilidad
y formacin democrtica. Para el Comit, esto pone en evidencia horizontes nuevos que
parecen emerger de los problemas apuntados, pero que parecen indicar ms una evolu-
cin hacia una nueva forma de poltica en el nivel local que un simple declive (op. cit.).
A raz de este diagnstico, el Comit elabora una Recomendacin que se apoya en lo que
considera una tendencia social por: 1) formas directas de participacin; 2) una partici-
pacin informal y flexible, y 3) una participacin puntual ms que un compromiso continuo.
Desde el punto de vista de la estabilidad institucional y la legitimidad pblica, la OCDE
(2001), en un informe realizado sobre la ciudadana y la democracia, por ejemplo, abordala necesidad que tienen (y van a tener) los Estados de incrementar las polticas participati-
vas atendiendo estos requisitos. Para la OCDE, esto significa implementar nuevas formas
de participacin que rebasen las tradicionales formas de gestin (consultivas e informati-
vas) dirigidas a aumentar la eficiencia en la provisin de bienes pblicos. En cierta mane-
ra, se alude tanto a una participacin que considere los individuos y las asociaciones
como a un sujeto no slo caracterizado por su perfil de consumidor, sino tambin poltico,
lo que significa ampliar la participacin al proceso de toma de decisiones5.
La puesta en marcha de iniciativas legislativas en torno a la participacin de la ciudadana
en Reino Unido (2000), Francia y Holanda (2002) o Espaa (2003) no deja de subrayar es-
tas consideraciones, ms all de su efectiva operatividad o adecuacin a las mximas per-
seguidas6. En el caso de la Ley para la modernizacin de los gobiernos locales, en Espaa
(2003), se subraya incluso en sus motivaciones la Recomendacin del Comit de Ministros
del 2001. En general, las reformas ponen en evidencia una preocupacin por fomentar y
establecer un contexto institucional proclive a dar cobertura a nuevos signos sociales. A ex-
cepcin de la iniciativa legislativa del Estado espaol, inclinada simplemente a ampliar e
institucionalizar espacios de participacin en muchas ciudades ya asentados, los procesos
MODELOS DE ACCIN PBLICA EN UNA SOCIEDAD ASIMTRICA
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5 La relaciones entabladas entre los gobiernos y los ciudadanos mayoritariamente se concretan en frecuentes contactos enla provisin y consumo de servicios pblicos. De hecho, los esfuerzos para construir una administracin responsable en lospases miembros de la OCDE se han centrado por mucho tiempo en mejorar esta relacin fundamental una que sigue sien-do igualmente importante hoy. La retroalimentacin (feedback)entre ciudadana y provisin de servicios pblicos aportauna fuente importante de informacin a los gobiernos, pero los ciudadanos tambin estn buscando otras formas ms direc-tas de recibir informacin sobre y participar en los procesos de toma de decisiones polticas (OCDE, 2001: 21).
6 Nos referimos a la Ley sobre democracia de proximidad, aprobada en Francia el ao 2002, y que obliga a todos los munici-pios mayores de 80.000 habitantes a realizar asambleas de barrio. A la Local Goverment Act 2000, destinada a transformar enel Reino Unido el sistema de eleccin de los gobiernos ejecutivos locales, adems de incentivar la puesta en marcha de me-
canismos de participacin. Lo mismo que la Ley sobre dualidad y democracia local trata de realizar en Holanda. Para Espaa,nos referimos a la Ley de medidas para la modernizacin de los gobiernos locales, que hace un especial hincapi en las es-tructuras de participacin en el mbito local.
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de participacin contemplados no privilegian slo las asociaciones, as como en todas
ellas se pretende llevar la participacin a procesos de toma de decisiones o, al menos, vin-
cular la participacin a la gestin directa de las Administraciones. Las transformaciones le-gislativas apuntadas se fraguan bajo una nueva concepcin de la participacin que puede
presuponer indirectamente una concepcin de la gestin pblica diferente.
Alrededor de esta trama la participacin deja de ser valorada negativamente con relacin a
la eficiencia administrativa, lo que es ampliamente recogido en los informes de la OCDE y
el PNUD, incorporndola como un coste propio y necesario en la generacin, entre otras
cosas, de transparencia y legitimidad institucional. Visto as, podemos sealar el desafo al
que las Administraciones se enfrentan bajo este entorno, en el que las tradicionales formas
de participacin ya no se consideran la nica herramienta de implicacin ciudadana en elmbito pblico, lo que nos lleva a la difcil cuestin de asumir una crisis poltica o una re-in-
vencin de la poltica.
En el mbito local espaol este escenario ha fomentado la proliferacin de experiencias de
planificaciones generales de los municipios (mediante las planificaciones estratgicas y las
Agendas 21), a partir de las cuales se ha abordado, con un efecto desigual, la necesidad de
coordinacin entre instituciones y entre los agentes sociales y econmicos, pero tambin,
con ms o menos fuerza, se han inclinado a incorporar, mediante mecanismos participati-
vos, ciudadana tanto organizada como no organizada7
. Si consideramos estos procesosgenerales en la realidad local del Estado espaol, alcanzando objetivos muy desiguales, no
podemos dejar de observar una tendencia iniciada durante los aos noventa del siglo pasa-
do que paulatinamente introduce en las agendas locales el problema de la participacin de
la ciudadana mediante nuevos mecanismos, al tiempo que considera que la planificacin
urbana no tiene sentido al margen de la ciudadana y los que potencialmente son excluidos
de las decisiones pblicas. Sus efectos se minusvaloran por la escasa relevancia de que son
objeto en la gestin poltica y por la a veces deficitaria capacidad que muestran para consi-
derar una amplia participacin, aunque sta sea una de las lneas vertebrales programadas,
o por las dificultades encontradas para realmente vincular la participacin a la gestin polti-ca. En este sentido, ciertamente, las iniciativas emprendidas puede que sean un mero se-
uelo de una poltica que necesita maquillar su centro operativo ante un escenario de con-
fianza decreciente. No obstante, hay que resaltar la inclinacin existente en este contexto a
crear nuevos instrumentos que s presuponen un escenario o, al menos, realizan un
planteamiento del problema diferente, sobre el que adems en Espaa estn floreciendo
desde hace poco aos otras experiencias con un mejor balance poltico, como los jurados
ERNESTO GANUZA FERNNDEZ Y JOS MANUEL ROBLES MORALES
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7 En el conjunto de Espaa, alrededor del 35% de los municipios mayores de 100.000 habitantes han iniciado procesos de
planificacin estratgica, lo que aumenta por encima del 50% considerando los municipios mayores de 200.000 habitantes. Enel caso de las Agendas 21, el 91% de los municipios mayores de 200.000 habitantes las han implementado parcial o total-mente (Subirats, 2004: 35 y 39).
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ciudadanos (sobre todo en el Pas Vasco y Catalua) o los Presupuestos Participativos (so-
bre todo en Andaluca), que se dirigen directamente a toda la ciudadana y a un proceso de
toma de decisiones sobre cuestiones directamente vinculadas a la gestin pblica.
Esta vinculacin de la participacin a la gestin pblica crea nuevos lmites alrededor de un
nuevo escenario pblico (no estatal), apoyndose en la consecucin de una gestin ms
transparente y abierta a la ciudadana. En su seno la pluralidad de la ciudadana puede con-
tribuir con sus propios sesgos a la formacin de la voluntad poltica, para lo cual institucio-
nalmente, con los nuevos mecanismos de participacin, se protegen espacios de delibera-
cin y decisin, adems de ampliar la participacin al conjunto de la ciudadana. En los
jurados ciudadanos se realiza una muestra aleatoria entre la poblacin del municipio con el
objetivo de decidir sobre cuestiones de la agenda poltica. Los niveles de rechazo a la parti-cipacin en los jurados ciudadanos van desde el 1 hasta el 10% (Subirats, 2004: 43), aun-
que, recuerda Subirats (2004: 42), ningn jurado ciudadano (desde su implementacin en
Espaa a principios de los aos noventa) se ha vinculado a tomar una decisin sobre cues-
tiones socialmente controvertidas y politizadas; en la mayora de los casos, el objeto de par-
ticipacin fueron polticas urbansticas y territoriales. Sin embargo, los jurados ciudadanos s
abren un escenario en el que hay que considerar la participacin de ciudadanos no asocia-
dos en la regulacin pblica, adems de abrir los lmites de la participacin a la toma de de-
cisiones, mediante el sorteo, a la poblacin en general. En el mismo sentido, los Presupues-
tos Participativos tienen el objetivo de debatir y decidir directamente parte del presupuesto
municipal mediante asambleas pblicas dirigidas a toda la ciudadana. En una ciudad como
Crdoba (320.000 habitantes) se celebran aproximadamente 70 asambleas anuales de me-
dia en los Presupuestos Participativos desde el ao 2001. La participacin aproximada de la
poblacin en las distintas experiencias de Presupuestos Participativos en Espaa alcanza
un 1%, siendo en Crdoba cerca de la mitad mujeres y un 40% personas no organizadas
(Ganuza, 2005). Si los logros de unas y otras experiencias pueden ser considerados parcia-
les, debido sobre todo a su an fuerte dependencia de la voluntad poltica y, en este sentido,
a su an incierto horizonte, no cabe duda que abren un nuevo escenario participativo a unaevolucin desde la que los mecanismos pensados se desarrollarn dinmica y desigual-
mente. Ahora bien, todos ellos plantean, desde el punto de vista de la Administracin, una
nueva mediacin entre la ciudadana y sta, alrededor de un proceso de toma de decisiones
pblico, lo que implica, primero, una concepcin social en la que la ciudadana asume un
papel ms activo y, segundo, un diseo institucional cuyo xito depender de cun clara y
transparente sea la vinculacin entre la participacin ciudadana y las acciones pblicas8.
MODELOS DE ACCIN PBLICA EN UNA SOCIEDAD ASIMTRICA
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8 Para ver una panormica sobre los mecanismos de participacin ciudadana existentes en Espaa, tanto de base individual
como asociativa, as como una evaluacin de los mismos, sobre todo acerca de las planificaciones estratgicas, los juradosciudadanos, planes integrales y Consejos sectoriales y territoriales, pueden verse Font (2001a) y Subirats (2004). Para unadescripcin de algunas experiencias de Presupuestos Participativos en Espaa, ver Ganuza y lvarez (2003).
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Por eso pensamos que desde el mbito administrativo, al igual que ocurre con los nue-
vos movimientos sociales, hay indicios suficientes para considerar la emergencia de una
accin pblica nueva alrededor de las funciones de regulacin del Estado y la pluralidadciudadana. En este sentido, los nuevos mecanismos tienen una fuerte orientacin demo-
crtica con una implicacin significativa sobre las relaciones entre la sociedad y el Esta-
do, entre las cuales podemos destacar las siguientes: 1) la importancia que la ciudada-
na, desde su pluralidad, participe en los procesos polticos que la afectan, para lo cual
se amplan los sujetos susceptibles de participar mediante arreglos institucionales dirigi-
dos a los individuos y sectores socialmente excluidos; 2) constancia del cuestionamien-
to al que estn sujetas las decisiones pblicas, lo que hace que la participacin (como
implicacin ciudadana en las decisiones adoptadas) sea eficiente, disminuyendo los ni-
veles de incertidumbre derivados siempre de aqullas, al poder formar parte de la regu-lacin normativa pblica; 3) planteamiento de los problemas desde un punto de vista ge-
neral, lo que subordina los intereses particulares a un proceso pblico y argumentativo,
a la vez que establece una clara distincin entre un espacio pblico (no estatal) y un es-
pacio privado; esto, adems, contra la tendencia secular al individualismo; 4) creacin
de espacios participativos puntuales, en los que los arreglos institucionales pretenden
proteger espacios de informacin, deliberacin y discusin, adems de no implicar un
esfuerzo de organizacin previo a los ciudadanos (como pertenencia a organizaciones
sociales) ni una constancia participativa a lo largo de mucho tiempo, y 5) emergencia
de rganos de control y seguimiento a partir de los cuales se pretende hacer efectivo el
control social sobre el ejecutivo, vinculando ambas esferas a un nuevo espacio pblico
(no estatal).
Nuevos escenarios privados para la participacin
En el escenario de participacin descrito por los estudios empricos, la participacin polti-
ca de la ciudadana espaola es presentada como un fenmeno social minoritario. Sin em-bargo, como hemos planteado en este trabajo, acontecimientos de gran relevancia para
nuestra historia poltica y social reciente nos muestran un panorama que invita a pensar de
forma distinta. Movilizaciones sociales que superan en algunas ocasiones el milln de per-
sonas en ciudades como Madrid o Barcelona (Adell, 2005), unido a un inters por los pro-
blemas sociales revelado por encuestas tanto nacionales como regionales, pueden ser in-
terpretados como nuevas formas de inters por la poltica, as como formas emergentes de
participacin.
En este sentido, las organizaciones de movimientos sociales actualmente ofrecen unaamplia gama de mecanismos que facilitan, si no propician, una participacin distinta, en la
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que se presupone una implicacin del individuo ms puntual y no necesariamente vincu-
lado de forma constante a una organizacin previa. As, los considerados nuevos movi-
mientos sociales (Laraa, 1999) no slo proponen marcos de significado explicativos vli-dos para sus miembros, sino que generan mecanismos cuya pretensin es captar
simpatizantes y hacer extensivos sus objetivos independientemente de su afiliacin a la
organizacin. En la teora de movimientos sociales a esta prctica se la denomina marcos
de alineamiento (frame alignment), segn la cual podemos hallar un alineamiento que re-
lacione marcos interpretativos individuales y el de una organizacin de movimiento social
(Snow, Burke, Worden y Benford, 1986: 467). Segn este enfoque, lo que persiguen los
movimientos sociales es hacer sensible cierto tipo de mensajes a la ciudadana con la vis-
ta puesta en conseguir apoyos para sus objetivos generales o particulares. En este senti-
do, los nuevos movimientos sociales estaran abriendo un conjunto amplio de oportunida-des para la participacin ciudadana en un amplio sentido, ya que potencian mecanismos
de identificacin y apoyo hacia un mensaje (marco de significado) ms que hacia una ac-
tividad (participacin corporativa).
Los marcos ms generales de significado (master frame)de algunos de los nuevos movi-
mientos sociales son formas de explicacin de determinadas realidades especficas con un
enorme calado en la ciudadana. Sirvan como ejemplo los mensajes ecologistas. Muchas
de las reclamaciones clsicas del ecologismo han sido incorporadas a nuestra vida diaria
de forma rutinaria, sin que tal actividad conlleve un compromiso con el ecologismo activis-
ta. En cierto sentido, podramos hablar de un proceso de asuncin de marcos tradicionales
de este movimiento, cuyo resultado podra generar una percepcin determinada de un
acontecimiento. Esta circunstancia puede llegar a constituirse en el sustrato mnimo nece-
sario para prcticas de participacin puntual. Participaciones multitudinarias en eventos
como las movilizaciones en contra de la gestin pblica del hundimiento del Prestige, o la
movilizacin de un gran nmero de voluntarios en las playas gallegas para colaborar en la
limpieza de las playas, no pueden entenderse, al menos claramente, desde la ptica de la
participacin tal y como es entendida en las definiciones al uso. Para entender este tipo defenmenos parece ms aconsejable considerar, tal y como se ha puesto de manifiesto ms
arriba, que los marcos de significado y alineamiento que ofrecen los movimientos sociales
facilitan la participacin de ciudadanos sin necesidad de ser miembros (en el sentido clsi-
co) del colectivo.
A nuestro entender, la vinculacin entre la extensin de marcos de significado puesta en
marcha por los movimientos sociales y el fenmeno de la participacin puntual puede en-
tenderse como un ejemplo de relaciones implicativas, as como una forma de generacin
de autoidentidad. En estas dinmicas juegan un importante papel determinado tipo decreencias (Boudon, 1994). Una de las fuentes que alimentan las razones de las creencias
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particulares pueden ser los contenidos que los marcos de significado de los movimientos
sociales ponen sobre la arena pblica. La asuncin de ciertas razones para creer que algo
es lo adecuado no requiere la necesidad de implicarse en la participacin directa en el co-lectivo que las promociona, siendo por lo tanto ms fciles de llevar a la prctica por los su-
jetos, mientras que son capaces de proveernos de vinculaciones o mediaciones (tempora-
les) con el espacio pblico. Del mismo modo, este tipo de mediaciones tienen la facultad de
restringir nuestra incertidumbre con respecto a determinados temas, as como de darnos
conocimiento sobre la realidad menos prxima. Concluiremos con un ejemplo. Podramos
decir que uno puede comprar productos que no agredan el medio ambiente debido a que
se est convencido de que (cree que) el conservacionismo es un problema de primer or-
den. Sin embargo, esto no implica la necesidad de participar en ninguna actividad de algn
movimiento ecologista.
7. CONCLUSIONES
El trabajo desarrollado acenta una tendencia social visible en el mbito institucional ad-
ministrativo y en los nuevos movimientos sociales. En este sentido, podemos observar
una inclinacin a contemplar y concebir un nuevo sujeto poltico que, a su vez, presupo-
ne una realidad social y poltica acorde a sus rasgos. Su emergencia mediante nuevos
instrumentos de participacin dirigidos a un sujeto polticamente activo y consciente de
su propio proceso de conformacin, plantea en el mbito administrativo una realidad en
la que la ciudadana puede tomar parte de los procesos de toma de decisiones pblicos
sobre cuestiones que la afectan, lo que implica una discusin siempre desde un espacio
pblico y alrededor de intereses generales. Igualmente, a partir de la relacin entre los
nuevos movimientos sociales y la ciudadana hemos querido valorar hasta qu punto el
declive o la crisis de la participacin ciudadana recogido en los estudios de cultura polti-
ca esconde una trama ms compleja, apoyada en unas caractersticas sociales diferen-
tes que presuponen un sujeto poltico atravesado por lgicas que no privilegian nica-mente una accin asociativa. Las caractersticas sociales destacadas por la teora
sociolgica en este sentido abren una nueva va de interpretacin que ya abraza el desa-
rrollo prctico de nuevas relaciones polticas, por lo que es plausible entender que las
nuevas formas de participacin ciudadana que hemos descrito en el trabajo no estn an
fielmente reflejadas en los estudios empricos realizados. Esto invita a incorporar en los
estudios a realizar tales rasgos con el objetivo de valorar hasta qu punto la crisis polti-
ca no establece sino nuevos lmites sobre una nueva trama de relaciones que evidencian
comportamientos polticos activos, aunque no se correspondan con los que habitualmen-
te concebimos por ellos, lo cual no deja de abrir un campo de estudio y anlisis para elfuturo.
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La emergencia de nuevas formas de participacin que implican a los individuos no pensa-
mos, aunque pudiera parecer as en un primer examen, que refuerce el individualismo. Ms
bien al contrario, pues tales mecanismos slo parecen tener sentido precisamente alrede-dor de un espacio pblico compartido. Cuando la Administracin abre un proceso parti-
cipativo al conjunto de la ciudadana, al margen de las relaciones habituales con las aso-
ciaciones, pone como tema de discusin una accin en el entorno geogrfico de su
competencia, lo cual supone plantear una accin pblica general y la necesidad de adoptar
una decisin que afectar al conjunto de la ciudadana implicada. Del mismo modo, si una
organizacin social establece marcos de alineamiento generales tiene que presuponer un
fondo comn desde el que plantear un debate pblico sobre sus lmites con la idea de que
todos estn afectados e implicados en su desarrollo. En este sentido, el punto de partida no
son los intereses individuales, sino un marco general sobre el que los individuos actan.De este modo es fcil comprender que la mayora de los nuevos instrumentos de partici-
pacin desarrollados se apoyen en procesos deliberativos que presuponen: 1) un espacio
pblico colectivo; 2) la autonoma de los individuos, y 3) la implicacin de todos los afecta-
dos e implicados en las decisiones que se puedan adoptar con relacin a ese espacio p-
blico. De alguna manera, los nuevos instrumentos de participacin no parten a priori de
una segregacin del espacio pblico segn los intereses grupales en liza, sino que parten
de un espacio compartido a partir de los intereses heterogneos de la ciudadana. Esto
ofrece una plyade de acciones nuevas que no tienen que ver tanto con la negociacin en-
tre diferentes grupos de intereses como con la deliberacin entre los intereses heterog-
neos para adoptar una decisin pblica.
Plantear desde aqu una accin pblica abierta requiere, eso s, una organizacin fuerte, lo
cual puede significar que el control y el desarrollo de dicha accin pblica no sean compar-
tidos del mismo modo. Al menos dicho control, como las motivaciones que lideren la accin
pblica, pueden quedar al margen de la participacin ciudadana, de la misma manera que
la informacin requerida para poder participar puede no ser tan democrtica y colectiva
como los fines perseguidos quieran presuponer. En este sentido, la accin pblica quemencionamos no est exenta de peligros ni recovecos que puedan llevar la participacin
por derroteros distintos de aquellos que pueda presuponrsele desde un punto de vista
emprico. No obstante, la accin pblica que emerge plantea un escenario diferente, que es
lo que queremos subrayar. La doble cara del proceso es algo que ya entrar dentro del
contexto de las interacciones, pero ciertamente a partir de este tipo de acciones entra en el
debate pblico todo lo relacionado a la informacin disponible, la transparencia de la ac-
cin y la influencia de la accin emprendida sobre la gestin, como muestran las diversas
experiencias de Presupuestos Participativos en Espaa (Ganuza, 2005).
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