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Módulo de Cultura Tributaria · solo repercuten en el contexto económico general y en las...

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Módulo de Cultura Tributaria INTRODUCCIÓN
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Módulo de Cultura Tributaria

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Módulo de Cultura Tributaria INTRODUCCIÓN

Módulo de Cultura Tributaria

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ÍNDICE

PALABRAS PRELIMINARES 4

I. EL ROL DE LAS ADMINISTRACIONES TRIBUTARIAS 5

Un cambio de paradigma 5

La Educación Tributaria como estrategia 7

Los NAF: un compromiso con la Educación Superior 8

II. LOS VALORES Y LA CULTURA TRIBUTARIA 11

Democracia y ciudadanía 13

Ciudadanía y evasión 14

III. REFLEXIONES FINALES 17

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA 18

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PALABRAS PRELIMINARES

Al elegir una carrera se ponen en juego numerosas razones. Algunos siguen una tradición familiar o analizan el futuro desde una perspectiva económica, y otros eligen como resultado de su vocación. Algunas veces elegir una carrera es solo una opción de subsistencia y otras, es un verdadero camino hacia la construcción de un proyecto de vida.

En este sentido, cumplir con la formación de un verdadero profesional, resulta un desafío que involucra no solo al ámbito educativo sino a toda la sociedad, incluidas las Administraciones Tributarias, en la búsqueda de una articulación entre educación y trabajo.

Así, desde diferentes instituciones, el país logra cubrir las necesidades sociales (salud, justicia, economía, educación, infraestructura, transporte y comunicaciones, entre otros) a través del trabajo conjunto entre el sector público y el privado.

Los Núcleos de Asistencia Fiscal, conocidos como NAF, son una iniciativa de

responsabilidad social universitaria, apoyada desde las administraciones tributarias. Esta

estrategia fue ideada en 2008 por la Administración Tributaria de Brasil, la Receita

Federal y, a partir de 2013, se extendió a varios países de Latinoamérica.

En este contexto, la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), comprometida

con su rol social, se propone formar parte de esta Red latinoamericana, generar un

vínculo con los futuros profesionales de Ciencias Económicas y propiciar el cumplimiento

voluntario de las obligaciones tributarias de la ciudadanía.

Además de transmitir a los estudiantes aspectos relacionados con la ética profesional,

resulta importante abordar el sentido social de los impuestos y el servicio a la comunidad

como parte integrante de la formación.

De esta manera, la Universidad se constituye en un espacio intermedio entre la AFIP y la

comunidad.

El objetivo de esta estrategia es formar a los estudiantes de Ciencias Económicas y

carreras afines para que asesoren de manera gratuita a personas de bajos recursos sobre

cuestiones fiscales básicas.

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I. EL ROL DE LAS ADMINISTRACIONES TRIBUTARIAS

Las administraciones tributarias (AT) han perfeccionando en los últimos años sus

acciones con vistas a la recaudación de los recursos que posibiliten la provisión de bienes

y servicios públicos, al tiempo de favorecer la integración y el bienestar de la sociedad.

Durante las últimas décadas, en América Latina los ingresos tributarios han aumentado

considerablemente. Entre los aspectos que contribuyeron podemos nombrar las

condiciones macroeconómicas favorables, los cambios en los diseños de los sistemas

tributarios y el fortalecimiento de las AT.

En este contexto, la cultura tributaria es un factor clave para la promoción de la cohesión

social. Las políticas públicas orientadas a reducir las brechas y desigualdades sociales

requieren de los recursos del Estado a través de sus distintas fuentes de financiamiento.

Una visión ampliada acerca del rol actual de las Administraciones Tributarias está

obligada a superar una perspectiva meramente recaudatoria y destacar su importancia

como organismos públicos que brindan un servicio a la comunidad y posibilitan una mayor

inclusión social.

Un cambio de paradigma

La mayoría de las AT de América Latina impulsaron la reforma de sus estructuras

funcionales, la readecuación de los procesos de trabajo, la profesionalización y el

crecimiento de las dotaciones de personal. Simultáneamente, promovieron una sostenida

inversión en tecnología para el procesamiento, almacenamiento y control de múltiples

operaciones. Además, se multiplicaron los acuerdos de cooperación en materia aduanera

y fiscal, tanto en el plano internacional como local, a través de convenios con las agencias

de los distintos niveles de gobierno.

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Las trasformaciones llevadas a cabo estuvieron orientadas por un cambio en el paradigma

que había sostenido el funcionamiento de las AT hasta fines del siglo pasado. Así fue que

la lucha contra el fraude fiscal pasó a constituir uno de sus objetivos centrales. Sin

embargo, en términos de recaudación, los ingresos provenientes de estas actuaciones

representaron una muy pequeña porción del total. Esto motivó a las AT a que no

solamente concentraran esfuerzos en dotar de mayor eficacia a sus acciones de

detección y control, sino también a que desarrollaran estrategias dirigidas a facilitar el

cumplimento voluntario de las obligaciones fiscales.

Entendemos que no solo son las variables socioeconómicas (edad, género, estudios,

religión, nivel de ingresos), e institucionales (el desempeño del Estado en la provisión de

bienes y servicios públicos, la confianza en las autoridades) las que inciden en el

cumplimiento fiscal, sino también el nivel de equidad en la distribución del ingreso, el

reparto de la carga tributaria y la percepción de justicia en la sanción a los evasores, entre

otros factores.

Así, el cumplimiento fiscal constituye un fenómeno complejo que no puede reducirse a la

existencia de una norma o la consecuencia de la mera acción coercitiva del Estado. En

este sentido, el nivel de cumplimiento está asociado al grado de desarrollo de la cultura

tributaria en la cual se encuentran insertos los ciudadanos.

En toda América Latina la evasión representa hoy un problema cuyas consecuencias no

solo repercuten en el contexto económico general y en las políticas públicas en particular,

sino que incluso se encuentra legitimada debido a la permisividad social respecto del

fraude (Díaz Rivillas, Lindenberg Baltazar, 2013). En cierta forma, el incumplimiento ya no

es visto como un comportamiento excepcional, disminuyendo así la responsabilidad de

contribuir y el compromiso hacia lo público y en consecuencia, hacia el resto de la

sociedad. Este fenómeno acentúa la escisión entre ciudadanía política y ciudadanía fiscal,

a la vez que dificulta institucionalizar el carácter recíproco entre los derechos y las

obligaciones del Estado y de los ciudadanos.

Las AT latinoamericanas implementaron diversas estrategias para incrementar los niveles

de cumplimiento voluntario. Con ese fin definieron dos líneas de acción, simultáneas y

complementarias:

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• Reforzar los mecanismos de lucha contra el fraude fiscal procurando una adecuada y

oportuna intervención de los servicios de fiscalización y control.

• Favorecer el cumplimiento voluntario de las obligaciones fiscales a través de la

simplificación de los procesos.

En ambos casos, quedó en evidencia que la relación entre la administración y los

ciudadanos no podía sustentarse en una mutua desconfianza. De potencial incumplidor, el

ciudadano pasó a ser un aliado clave para alcanzar los objetivos institucionales. De

priorizar la política de la coerción, las administraciones pasaron a ofrecer un trato de

respeto y cooperación con los ciudadanos, bajo un modelo de organización que asume

proactivamente un rol de servicio a la comunidad.

La incorporación de herramientas informáticas constituyó un paso importante que sirvió

para extender y aplicar el sistema sobre información fiscal a la inmensa mayoría de la

población, con bajos costos de gestión, tanto para la administración como para los

ciudadanos.

Este cambio de estrategia posibilitó que las AT dedicaran mayor esfuerzo al control de los

contribuyentes incumplidores y en especial, a aquellos de mayor capacidad contributiva,

sin descuidar la necesidad de facilitar el proceso para los sectores vulnerables.

La Educación Tributaria como estrategia

En los últimos años las AT de la región impulsaron activamente el desarrollo de una

ciudadanía fiscal donde la idea de la responsabilidad de cada individuo en la financiación

solidaria de las necesidades públicas ocupó un lugar central. Consideramos importante el

entender a la fiscalidad desde una doble vertiente que incluye la recaudación de ingresos,

pero también, la necesidad de utilizarlos al servicio del bien común. Esta perspectiva hace

operativos los valores de equidad, justicia y solidaridad, en el marco de una sociedad

democrática (Valdenegro García y Delgado Lobo, 2010).

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Esta mirada sobre la fiscalidad orientó la creación de los diversos Programas de

Educación Tributaria que se implementaron en varios países del continente. Las acciones

estuvieron dirigidas a informar, sensibilizar, concientizar y promover conductas positivas

hacia la fiscalidad basadas en el sentido social de los tributos y la revalorización de lo

público. La población infantil y adolescente fue la principal destinataria del amplio conjunto

de actividades que se llevaron a cabo con ese propósito.

Al comienzo, las AT transitaron este camino en forma autónoma, y paulatinamente

establecieron alianzas con el sector educativo que permitieron sustentar los programas a

mediano y largo plazo. La inclusión de contenidos de cultura tributaria en los programas

curriculares en los distintos niveles de la enseñanza, junto con la capacitación docente,

resultaron claves para instalar el cambio en la formación de valores y actitudes propios de

la convivencia democrática.

A pesar de las dificultades iniciales y de los desafíos que planteó la propia realidad, los

programas de Educación Tributaria se consolidaron tanto dentro de sus propias

organizaciones como en distintos espacios interinstitucionales, acompañados por una

positiva valoración social.

Específicamente en nuestro país, desde 1998 el área de Educación Tributaria de la AFIP

viene desarrollando acciones con el propósito de difundir a la comunidad, y en particular,

a los estudiantes y docentes de todos los niveles educativos, una perspectiva que permita

visualizar la tributación como uno de los pilares fundamentales del sostenimiento del

Estado. Las estrategias puestas en marcha a nivel formal (con alumnos y docentes) y no

formal (en espacios de juego, stands en ferias regionales, revistas infantiles y

videojuegos), encuentra su fundamento en tres ejes conceptuales:

formación en valores,

construcción de la ciudadanía y,

cultura tributaria.

Los NAF: un compromiso con la Educación Superior

En sintonía con varias de las premisas que sostuvieron el crecimiento de los Programas

de Educación Tributaria, surgieron en América Latina, los Núcleos de Asistencia Fiscal

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(NAF) en distintos puntos de la región. Esta experiencia viene constituyendo una

innovadora propuesta dentro del espacio de la educación superior. Con el apoyo de las

AT y de las entidades cooperantes, en un breve lapso se sumaron más de 150

universidades públicas y privadas de Brasil, El Salvador, Ecuador, Costa Rica, Honduras,

Guatemala, México y Chile.

Los NAF constituyen una iniciativa de responsabilidad social universitaria con cuatro

objetivos fundamentales:

• Proporcionar a los alumnos de Ciencias Económicas y carreras afines una vivencia

práctica sobre el asesoramiento fiscal;

• Orientar, de manera gratuita, a personas físicas y jurídicas de bajos ingresos, pequeñas

empresas, y personal de la universidad, sobre cuestiones fiscales básicas;

• Formar a los estudiantes acerca del sentido social de los impuestos y reflexionar acerca

de la ética profesional y el servicio a la comunidad;

• Producir conocimiento relacionado con lo fiscal a través de grupos de estudio e

investigación.

En este contexto, los profesionales en formación serán quienes, desde los NAF, podrán

promover el cumplimiento tributario de los contribuyentes, propiciando una moral fiscal

que tenga en cuenta las necesidades públicas de la comunidad.

Si tomamos la temática fiscal como un punto de encuentro que favorece la interacción de

la universidad con la sociedad, esta estrategia se convierte en una acción de extensión

universitaria. La metodología de aprendizaje en servicio vincula a los estudiantes con

otros actores de la comunidad, en especial, con aquellos pertenecientes a sectores

sociales vulnerables. Esto promueve una ciudadanía participativa y solidaria, a la vez que

permite a los estudiantes articular los saberes adquiridos en el transcurso de su formación

académica con los saberes logrados a partir de la experiencia de una práctica concreta.

La propia dinámica fiscal lleva a que periódicamente se modifiquen los aspectos

normativos o los procedimientos que las AT aplican para el cumplimiento de las

obligaciones. En tal sentido, los NAF ofrecen a los estudiantes la oportunidad de adquirir

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saberes actualizados, vinculados directamente con el ejercicio de su profesión, y al mismo

tiempo, familiarizarse con la infraestructura tecnológica que las administraciones

implementan para facilitar el cumplimiento.

Como mediadores entre la administración y la comunidad, los estudiantes se convierten

en facilitadores y promotores del cumplimiento fiscal, al tiempo que pueden reconocer

situaciones en donde se vulneren los derechos de los ciudadanos como por ejemplo, al

informar sobre los beneficios del empleo registrado.

El acercamiento de los ciudadanos a los NAF pone de manifiesto un proceso simultáneo

por el cual los ciudadanos se informan sobre la obligatoriedad fiscal, pero también

comprenden que la formalización y el cumplimiento de sus obligaciones ofrecen nuevas

oportunidades de desarrollo, tanto personales como comunitarias. Hay que tener en

cuenta que el nivel de informalidad en el que se encuentran algunos sectores de la

sociedad no solo responde a la complejidad del sistema tributario sino también a la falta

de recursos para acceder a los servicios de un asesor contable o a la escasa experiencia

con los trámites relacionados al cumplimiento.

En este sentido, los NAF son espacios que contribuyen a potenciar la cultura tributaria y

benefician a todos los actores involucrados:

los estudiantes, porque adquieren nuevos saberes y mejoran su formación práctica

a través de experiencias directas de asesoramiento;

las universidades, porque confirman su compromiso de responsabilidad social para

con la comunidad, alentando actividades de investigación y reflexión crítica sobre

la fiscalidad;

las administraciones tributarias, porque confirman su vocación de establecer una

nueva relación con los ciudadanos, basada en la confianza y la colaboración, al

favorecer estrategias que tiendan al cumplimiento voluntario;

la comunidad, porque puede encontrar a través de la universidad un camino hacia

la formalidad basada en el compromiso social.

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De esta forma, conjuntamente la Universidad y la Administración Tributaria favorecen el

desarrollo de las capacidades para analizar críticamente la realidad y la generación de

espacios de reflexión sobre la función social del ejercicio profesional.

II. LOS VALORES Y LA CULTURA TRIBUTARIA

Para comprender a qué nos referimos cuando hablamos de la necesidad de desarrollar

una cultura tributaria en la población, debemos identificar algunos conceptos relacionados

con el impacto del entorno social en la adquisición de comportamientos.

La ropa que uno elige, los programas de televisión que mira y hasta las actitudes que se

tienen frente a distintas situaciones, están bajo algún tipo de influencia social.

La noción de influencia social está íntimamente vinculada a los procesos de aceptación y

resistencia respecto de las normas, es decir, a los comportamientos en virtud de las

expectativas de los demás.

Los integrantes de los distintos grupos sociales establecen y comparten normas y valores,

que regulan las formas apropiadas de conducta y las actitudes a tener frente a situaciones

o temas que ese conjunto evalúa como importantes. Además, no podemos evitar la

relación con el concepto de moral, en tanto conjunto de principios, criterios, normas y

valores que dirigen nuestro comportamiento.

Los valores siempre fueron objeto de reflexión y análisis para la Filosofía, el Derecho, la

Sociología, la Ciencia Política, la Psicología, entre otras disciplinas que se han dedicado a

estudiar desde diferentes perspectivas los actos de las personas. El paradigma de las

distintas disciplinas varía desde una concepción relativa del valor, dependiente de cada

sujeto, hacia otra que sostiene la existencia de los valores universales. En este contexto,

la ética es la encargada de discutir y fundamentar reflexivamente ese conjunto de

principios o normas que constituyen nuestra moral.

La realidad pone en discusión permanente la coherencia entre las propias acciones y los

valores que las sostienen. Las decisiones cotidianas nos plantean interrogantes que

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tienen mucho que ver con la influencia social. Por ejemplo, ¿las acciones son coherentes

con los valores de cada uno?, y ¿es así todo el tiempo?, ¿se toman decisiones de igual

forma si otros asumen el mismo punto de vista que si se oponen?, ¿buscamos siempre la

aceptación de los demás y actuamos en función de lo que se espera de nosotros, más

allá de si coincide o no con nuestros valores?

Siempre que una persona explicita un valor o adhiere a él, genera en los otros una ilusión

de comportamiento futuro que lo compromete a hacerse responsable de los resultados o

efectos producidos por las decisiones adoptadas.

En definitiva, todos somos seres éticos, entendiendo por ética a la crítica de las morales

posibles, a la preocupación por las consecuencias que tienen las acciones de uno sobre

los otros en la convivencia social.

Las acciones que realizamos tienen que ser coherentes con los valores que sostenemos,

y cuando ello no sucede, la identidad y las relaciones que entablamos con los otros, se

ven afectadas.

A diario nos enfrentamos con situaciones en las que son evidentes las contradicciones

entre lo que “se dice” y lo que “se hace”. Ejemplos de ello pueden ser un docente que es

exigente con sus alumnos, pero devuelve los trabajos prácticos que pidió tres semanas

después de recibidos; un padre que prohíbe fumar a su hija diciéndole que le va a hacer

mal, pero él consume un paquete y medio por día; un banco que se publicita por la

excelencia de sus servicios, pero no atiende las consultas telefónicas de sus sucursales.

Si consideramos a los valores como patrones que guían nuestra conducta y que se

aprenden en la interacción con los otros, siempre es importante rever el fundamento de

los actos cotidianos y analizar los valores que generan algunas normas. En este sentido

es necesario detenerse en la convivencia de nuestro sistema social.

Ahora bien, así como hay formas sociales de convivencia, podemos identificar otras que

calificaríamos como no sociales. Cada vez que alguien actúa imponiendo ideas absolutas,

negando el derecho a la diversidad, actuado en forma competitiva al estilo “sálvese quien

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pueda”, o incumpliendo reglas conscientemente, en todos estos casos, podemos

identificar formas no sociales de convivencia.

Es cada vez más difícil revertir estas formas de conducta si no se transita un espacio

reflexivo. Así, la reflexión ética que aparece ante una crisis de valores o la pérdida de

sentido, posibilita una resignificación y permite los cambios culturales.

Democracia y ciudadanía

El concepto de democracia está ligado íntimamente al de ciudadanía. Expresa un ideal

clásico, vinculado a valores inherentes a nuestra civilización y tradición, y aunque no

siempre estos dos conceptos hayan ido juntos, podríamos afirmar que la democracia no

se sostiene sin el apoyo de la ciudadanía.

Para precisar aún más esta relación, conviene explicitar qué se entiende por democracia y

qué por ciudadanía.

En principio, para mayor comprensión del término democracia, distinguiremos a ésta en

un doble sentido:

• Democracia política, entendida como forma de gobierno, en la que se encuentra

vigente un conjunto de pautas institucionales que conforman un orden representativo.

• Democracia como estilo de vida, en tanto práctica inspirada en un conjunto de valores

que se relacionan con el bien común, los derechos humanos, la libertad, la aceptación de

las propias responsabilidades y el respeto por las diferencias.

Ciudadanía, por su parte, implica un estado civil en el que confluyen elementos de tipo

jurídicos, políticos y morales. Estos elementos otorgan identidad y pertenencia a los

miembros de la comunidad que están protegidos por las instituciones, y al mismo tiempo,

están dispuestos a contribuir por ellas. En el sentido jurídico, la idea de ciudadanía tiene

que ver con el reconocimiento de una serie de derechos y de deberes, relacionados con la

participación en la esfera pública. En cuanto a lo político, se relaciona con la puesta en

práctica de los derechos y los deberes reconocidos. Y desde el punto de vista moral, la

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ciudadanía constituye una dimensión ética que nos confiere identidad como seres

políticos.

La noción de convivencia encuentra sentido al construir una moral ciudadana que nos

compromete a colaborar en la perfección de la sociedad.

El respeto a las normas conlleva la utilización de los mecanismos institucionales para

resolver los conflictos en el marco de la ley y de la justicia. En este sentido, el consenso

es el único procedimiento legítimo para efectuar los cambios que sean necesarios en el

sistema normativo vigente.

Es así como la toma de conciencia individual se vuelve necesaria, porque solo mediante

la suma de las voluntades de cada uno, se puede llegar a alcanzar una moral en la que el

cumplimiento sea la regla, y no la excepción.

Ciudadanía y evasión

Cuando nos proponemos cambiar una realidad que percibimos como injusta, necesitamos

modificar las conductas individualistas e iniciar un camino hacia la participación como

ciudadanos responsables. Es aquí donde resulta importante reflexionar sobre las

actitudes de “viveza criolla”, "picardía", o "cultura del atajo" que perjudican al resto de la

sociedad, o en otros términos, sobre la relación que se establece entre el ciudadano y las

normas.

En este sentido, la evasión tributaria es una de las conductas que debilita el

funcionamiento del Estado. No hay país que pueda subsistir sin el aporte de la ciudadanía

para mantener su estructura. Sin embargo, la cultura de la evasión sigue siendo una

constante en nuestra historia. De allí que nos parece vital pensar los distintos tipos de

abordaje del fenómeno de la evasión. Ese es un desafío que requiere estudio e

investigación.

La evasión tributaria es un fenómeno complejo. Si bien los porcentajes varían

notoriamente, ninguna sociedad está exenta de la pérdida de recursos a través de este

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tipo de práctica fraudulenta. Las causas que la originan son numerosas y heterogéneas.

Varían de un país a otro y obedecen tanto a factores estructurales como a situaciones o

motivaciones individuales. Sin embargo, también pueden reconocerse rasgos en común.

Más allá de las diferencias conceptuales y metodológicas que plantean muchos de los

trabajos de investigación sobre el tema, hay elementos coincidentes acerca de los

factores que estructuran la subjetividad fiscal de los ciudadanos. Algunos, identifican

justificaciones que orientan la moral y el comportamiento, otros, hacen referencia a los

fenómenos que moldean las percepciones de los ciudadanos.

Entre los principales factores que forman la cultura fiscal se destacan las percepciones

que los ciudadanos tienen sobre fenómenos como la economía informal, la equidad del

sistema tributario, la prestación de bienes y servicios por parte del Estado y la evasión.

En cuanto a la economía informal, es necesario diferenciar la exclusión involuntaria

(relacionada más con las condiciones socioeconómicas por las que atraviesa la población

como la pobreza, el nivel educativo o la distribución del ingreso), de la voluntaria. Si bien

esta distinción no justifica a ninguna de las dos, su diferenciación puede ser útil para la

comprensión del fenómeno y orientar el trabajo de las AT hacia la reducción de las

consecuencias. En el caso de la exclusión voluntaria, se trata de una elección racional la

que motiva el comportamiento fiscal, que involucra una evaluación de costo-beneficio,

dado que cuanto mayor sea la parte de ingresos que deba destinarse al cumplimiento de

las obligaciones tributarias, menor será el ingreso neto final. Torgler y Schneider (2007)

argumentan que el incumplimiento tributario aumenta cuando los individuos perciben que

existen mayores incentivos para trabajar en el mercado informal.

Para revertir la informalidad, existen diversas experiencias de Regímenes

Simplificados de Tributación. Es el caso del monotributo y del monotributo social que

buscan promover la formalidad y favorecer la inclusión de los ciudadanos a través

de las prestaciones de la seguridad social.

La equidad del sistema tributario es vista en general como una idea formal más que

real. Así, la sensación de que el sistema impositivo es injusto o inequitativo incide

negativamente en la voluntad de los ciudadanos de contribuir con el pago de los

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impuestos. La percepción de injusticia puede convertirse para muchos en el argumento

que justifica el incumplimiento, a modo de un mecanismo que compense la inequidad. En

este sentido, la percepción de inequidad del sistema va en desmedro de su legitimidad, lo

cual reduce aún más la tendencia hacia el cumplimiento.

La prestación de bienes y servicios públicos es un claro indicador del uso de los

recursos tributarios. En la medida que los ciudadanos perciban que el sistema tributario es

una herramienta eficiente en la distribución de ingresos, ya sea por vía directa o indirecta,

esto incidirá positivamente sobre la voluntad de cumplimiento. Por el contrario, cuando

una sociedad percibe que los impuestos no se asignan adecuadamente, la evasión puede

ser un modo de condenar la eventual ineficacia del Estado.

En este contexto, si la gestión del Estado despierta confianza, los ciudadanos mostrarán

una mayor tendencia al cumplimiento. En cambio, si la percepción acerca del Estado y de

sus funcionarios muestra señales de ineficiencia, discrecionalidad o de estímulo a la

corrupción, los ciudadanos se inclinarán por eludir el pago de las obligaciones tributarias

en la medida en que el costo moral de no cumplir con la ley disminuye.

En un escenario de falta de apego a la norma, la motivación por el cumplimiento se

reduce. Si los ciudadanos notan que otros evaden impuestos, aumenta la probabilidad de

actuar de la misma forma. La evasión se profundiza aún más si la percepción de riesgo

es baja y la falta de castigo es un hecho constatable y perceptible por los ciudadanos.

También es válido el caso inverso: si se cree que todos cumplen y si el riesgo a ser

detectado es más alto, posiblemente se tenga una mayor motivación a cumplir, ya que el

costo moral de evadir aumenta. Asimismo, no son las personas de menores recursos las

que por necesidad evadirían más. Por el contrario, la probabilidad y magnitud de la

evasión crece de acuerdo al nivel de ingresos de los individuos ya que cuentan con mejor

asesoramiento, mayor volumen de retorno y una anticipada estrategia de negociación en

caso de ser descubierto (Giarrizo, 2014:60). Al mismo tiempo, la reputación no parece ser

un problema en la medida en que no se ven afectados por ser señalados públicamente

como deudores.

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Los medios masivos de comunicación suelen abordar periodísticamente el fraude fiscal

desde el interés que despierta el monto del desfalco, el procedimiento utilizado o los

rasgos particulares de sus participantes, pero pocas veces se vincula con el impacto

negativo que causa a los bienes y servicios públicos, y menos aún a los ciudadanos que

afecta.

III. REFLEXIONES FINALES

Las Administraciones Tributarias forman parte de la cara visible del pacto fiscal que se

establece entre el Estado y los ciudadanos. Si bien no son las responsables de la

distribución del gasto público ni de la definición del sistema tributario, son actores claves

en la cohesión social, en tanto su misión está dirigida a promover el cumplimiento

voluntario, el desarrollo económico y una mayor inclusión. En relación a este propósito,

dentro de sus atribuciones, hay un amplio campo de acción para incidir y fortalecer la

cultura tributaria de los ciudadanos.

Las acciones llevadas a cabo por las AT apuntaron a dos estrategias complementarias.

Por un lado, favorecer el cumplimiento voluntario de las obligaciones potenciando los

servicios de asistencia (presenciales y soportes web), para una rápida y adecuada

atención de los contribuyentes. Por otro, perfeccionar los dispositivos de control y

fiscalización en base a perfiles de riesgo con el fin de incrementar la coacción simbólica y

real sobre los evasores.

Ambas estrategias repercuten en la moral tributaria de los ciudadanos, tanto en lo

inmediato como en el largo plazo. Al mismo tiempo, el compromiso de las

administraciones de llevar a cabo programas de Educación Tributaria, da una pauta sobre

la necesidad de instalar el debate sobre la importancia social de los tributos y la adecuada

orientación del gasto público hacia el bien común.

Esta es una de las tareas que fundamentan y orientan la puesta en marcha de los

Núcleos de Asistencia Fiscal. La implementación de los NAF excede una simple práctica

fiscal-administrativa, potenciando la responsabilidad social asumida por los actores que

forman parte de la iniciativa.

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A través de los NAF, las administraciones, las universidades, los docentes, los

estudiantes y los ciudadanos, coordinan esfuerzos con el propósito de articular acciones

tendientes a generar una moral tributaria que privilegie el cumplimiento, tanto de las

obligaciones fiscales, como de la debida contraprestación de bienes y servicios públicos.

Sabemos que para cambiar las percepciones de los ciudadanos sobre la temática fiscal,

es necesario modificar los factores que subyacen. La experiencia indica que el tipo de

información que reciban los ciudadanos y la forma de presentarla incide significativamente

en la manera en que establecen sus percepciones.

Las percepciones que construyen los sujetos tienen una clara influencia sobre la cultura

tributaria. Su cuestionamiento y transformación puede requerir la complementariedad de

enfoques, metodologías y acciones de los distintos actores sociales. Los avances que

puedan hacerse en este sentido se deberán sostener de forma permanente para que se

consolide la idea del cumplimiento voluntario de nuestras responsabilidades ciudadanas.

La cultura tributaria necesita alimentarse de otros estímulos concretos y tangibles, para

que, de esa manera, contribuya decididamente al desarrollo de un pacto que permita el

progreso conjunto de toda la sociedad.

Para comenzar, quizás, el aporte que cada uno realice desde su lugar puede ser un

primer gran paso.

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